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ANALES DE LA PRENSA BOLIVIANA
XI L'l ."] I
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MATANZAS DE YANEZ
1861^1868
POR
O. RE]3SrjÉ3-
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SANTIAGO DE OHILE
IMPRENTA CERVANTES
Bandera, 73 -^
1886
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7
MATANZAS DE YÁÑEZ
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VI PRÓLOGO
— Ahora sí quiero verle. No hay pieza conveniente en
la casa; pero d lo menos tendrá la mesa.
Y desde entonces^ mañana y tarde, fué nuestro comen-
sal aquel pujante proveedor de las monjas, ^
Bien pensado, tenia éste urgencia inaplazable de lan-
zar esos aerolitos. Su truhanería hacia lo demás: descri-
bían una curva que iba á espirar entre reliquias que un
tiempo fueran vasos de eleccibny de insigne devoción, ¡Pe-
ro él,,,! ^^Las gacetas lo diceny luego esfalso,\\ ¿Por quk
una tacha tan rigorosamente condenatoria?
¡Ahf Hincan ellas á veces el diente hasta dejar abierta
herida que sangra y sangra, ¡Cuántos hay que en la inti-
midad pueden decir años más tarde, de esas injurias im-
presas, como el personaje del antiguo teatro español:
Quisiera^ Ensebio, callarlas
Y aun olvidarlas quisiera;
Porque, cuando se repiten,
Hacen de nuevo la ofensa. ..!
Lo tengo perfectamente bien averiguado, Á H no le
causaron jamás, ni en la epidermis, el más leve rasguño
las gacetas.
No tocaron nunca su persona, Pero veíalas contraídc^,
en Bolivia, á entronizar y á derrocar tiranos; y eso
bdstb para detestarlas, aunque conociese que eran meros
agentes, como el verdugo.
Su espíritu consen)ador, que buscaba por el camino del
orden la libertad, sentíctse agraviado de aquellas vocin-
gleras, que, según él, servían para extraviar de la verda-
dera senda á los de arrihlt y ti los de abajo, haciende que
r-.".
PROLOGO Vil
lie resultas el país fuese ^ par el precipicio de las vías de
hechoy á parar bajo el sable del despotismo pacificador.
Tócale al desceñidle nte reparar^ con una muestra de
consideración^ la severidad de aquél juzgador patriota^
cuyo sepulcro está siempre abierto en el corazón del que
esto escribe.
Reconciliémonos con esos girones del aliento social, que
nos llegan animosos como ráfagas calientes, traykndonos
de lejos las pulsaciones de la vida que pasó.
Reconciliémonos; porque, si para los contemporáneos
mienten y yerran las gacetas, dicen verdad (hasta la ver-
dad misma de su errar y de su mentir) para ante la
historia,
¿Cuándo, andando el tiempo, no se delataron á si pro-
pias las falacias de la improvisación apasionada ó inte-
resada? Solamente en casos muy excepcionales la critica
lejana deja de discernir, con claridad, aquello cierto que
yacía escondido bajo las ocultaciones ó contradicciones de
la prensa.
Podría citar casos de la historia, en que la prensa más
aviesamente lisongera b calumniadora, llegó á ser testigo
jidedigno de la verdad pasada.
Un amigo conozco que á peso de romana compra gace-
teña vieja de Santiago, Las twches de invierno se ocupa
en sacar recortes y pegarlos en volúmenes metódicos. Es
increible la suma de verdad social y política que allí que-
da concentrada, salta?ido con toda la fuerza de la vida.
Enseñóme una vez el volumen que había formado con
las OrCtuadoncs de la prensa tocante al oro de Alfreda
Farajf. Eran un asombro de elocuencia estas . páginas»
L
1-'
A'UI PRÓLOGO
Aparece allí en persona la sociedad arrebatada por d
vértigo de sacar^ de piedras brutas^ oro á pungidos. Uno
siente los latidos de la quimera en los cerebros^ y ve pro-
ducirse el movimiento en toda la periferia social, Actffs^
contratos, litigios, enlaces, festines, entre personas ajenas
del torbellino, aparecen relaciofiados por hilos conduc-
tores con la fe de otros en los prodigios del famoso reac-
tivo.
La gacetería entra á la larga á figurar en la categoría
de los demás documentos históricos, que, como es sabido,
ó revelan en derechura la verdad, ó la denotan informan-,
do sobre ella indirectarnente ante d discernimiento del in-
vestigador.
Y tiempo llega en que se piude muc/ias veces argumen-
tar: wLas gacetas lo dicen, luego es cierto, w
Ojalá siroa de ejemplo demostrativo este volumen.
Es un libro de bolivianos para bolivianos. Con todo,
fw fuera difícil, exprimiendo el jugo de sus páginas, fil-
trar de la sustancia una bebida de BoUvia para el pala-
dar de las demás gentes.
Por mi parte, no he intentado ensayarme como quiera
en una obra de sabor literario. Prefiero modestamente
servir á las investigaciones sobre la historia de aquel país,
ofreciéndole aquí un denso manojo de luz primitiva, que
el arte narrativo utilizará más tarde para sacar de las
sombras un suceso terrible, expresión genuina de un esta^
do social de la república.
Ahora siete años pegada con goma yo también y comen-
taba en la margen numerosos periódicos. Eran peri&dicos
de Solivia, Asi pegados y comentados, con intento más
PROLOGO iX
hien bibliográfico que histórico^ perecieron en ausencia mía
esos recortes^ consumidos por las llamas.
Mis amigos salvaron^ junto con no poca parte de mi
biblioteca^ los que han servido para compaginar el pre-
sente volumen^ y aquellos con que podríanse formar toda-
vía unos dos más.
Luciano, en uno de sus admirables diálogos^ uos hace
asistir á una discusión con Hesiodo, el docto cantor de
los tiempos en que la historia andaba confundida con la
fábula,
Licino le dijo: ^^¿ De quién sino de ti mismo, inspirado
Hesiodo, pudiera yo saber lo que debo creerte? A vosotros
oh poetas, amigos predilectos de los dioses y esos autores'
de todos nuestros bienes, toca decirnos con franqueza loque
sabéis, y confesarnos la verdad de vuestros dichos para
disipar nuestras dudas, w
Kl sabio cadencioso contestó: uMis rapsodias, querido
amigo, no son tanto obra mía como obra de las Musas,
esas confidentes del Destino, causante de todos nuestros
males, y consultoras de su libro inexorable. A ellas píde-
les cuenta de lo que han dicho por mi boca, y de aquello
que han querido pasar en silencio. ^^
Las gacetas bolivianas son las Musas que han dictado
el presente centón. Confidentes fueron de esos bandos, au-
tores de tantos males. El libro son de sus designios. In-
terrogadas con calma todas á la vez, dan aienta hoy de
lo que dijeron y de lo que callaron entonces.
ÍNDICE
PÁQS.
Pbólogo V
«ElJnicio Publicóla 1—202
cEl Telégraf op 203—247
«El Constitucional)) 249-273
«El Boliviano» 275—282
«El Pueblo» 282—306
«La Causa Nacional)) 307 — 332
«El Liberal» 333—396
«El Club» 397—423
«El Sol de Setiembre)) 425—448
Apéndice. —Piezas del proceso 451 — 499
XX9 o^-^L» » jc^c» gjr-»t3 »>rn^ g j<r»cg orncg gjc-^j gjcx
L
CAPITULO PRIMERO
"EL JUICIO PUBLICO"
X861
Noticia bibliográfica. — Matanzas del 23 de octubre. — Redacción,
espíritu y color político de este periódico. — Su arrogante apa-
rición.— Idea general sobre sus trabajos. — Sanción de la vin-
dicta pública. — ^J. C. Barragán; sus antecedentes. — Un folleto
de J. Córdoba, el ex-presidente. — ^J. M. Santibáñez y Barra-
gán.— Barragán fiscal. — Apareoe de testaferro contra Córdoba.
— Stt célebre entrevista con R. Fernández. — Imputa á éste las
matanzas. — Fernández contra la prensa. — La mañana siguien-
te -de la carnicería. — Motivos para recordar lo poco que se
publicó sobre el espantoso suceso.
£9te periódico de La Paz, publicado en la Impren-
ta Paceña, comenzó á aparecer el 29 de noviembre
de 1S61, y cesó con su ñiimero 47 el 20 de marzo del
año siguiente. £1 numero 19^ correspondiente al 30 de
1 <
K>
2 ; Matanzas de Yáñez
diciembre, es el postrero del año 1861. Aunque des-
tinado á ser eventual, los primeros tiempos salía casi
diariamente ó día por medio.
El folio común de oficio, á dos columnas, fué su
forma de tamaño hasta el número 39 (febrero 16).
Adoptó el folio ordinario de gaceta, un poco ancho, á
cuatro columnas, desde el número 40, correspondiente
al 20 de febrero de 1862. Este ensanche fué debido
al aumento de materiales y suscritores á la vez.
La existencia de este periódico está vinculada al
recuerdo de un enorme suceso de la historia boli-
viana, en sus más aciagos días de hierro y de dis-
cordia.
El 23 de octubre de 1861, el comandante general
de armas de La Paz, coronel Plácido Yáñez, en alta
noche mandó asesinar con la fuerza pública á un me-
dio centenar de ciudadanos, que arbitrariamente había
hecho- encarcelar días antes á título de belcistas cons-
piradores. Un mes cabal después de este suceso, el
populacho de I^ Paz, cansado de ver impune y siem-
pre revestido de autorida^i al perpetrador de esta car-
nicería, tomó por asalto el palacio donde estaba encas-
tillado con su gente, y ajustició al criminal con dos de
sus cómplices. Se retiraron las turbas en seguida á sus
casas.
Se retiró el populacho justiciero sin querer plegarse
á la rebelión militar de tres cuerpos veteranos, rebe-
lión que esa mañana sirviera al pueblo de prdudio y
base para la ejecución. Triunfante y aterrada á la vez,
no se atrevió entonces esa rebelión á vitorear á su
1f-
\El Juicio Públicow j
caudillo. El caudillo era el Ministro del Interior, Ru-
perto Fernández, á quien el pueblo sindicaba de ha-
ber sido el instigador de Yáñez. Ausenté con el go-
bierno, estaba á la sazón Fernández en Sucre. La
soldadesca rebelde se sometió al orden días después
sin resistencia.
El Juicio Publico es, en la prensa procesante de
estos hechos extraordinarios, el periódico que repre-
senta propiamente los ofícios de juez instructor y de
físcal. La acción del ministerio publico fué ñoja y nula
aquella vez. En este concepto, la verdad histórica de-
berá informes importantes á esta publicación.
Propietarios y directores fueron los hermanos Ba-
rragán. La redacción era fírmada una parte y otra
anónima; suscrita los primeros tiempos por Ezequiel
Peñaranda y los posteriores por Rosendo Mendieta.
Pero era cosa sabida que el verdadero y principal re-
dactor era el abogado J. Cirilo Barragán, que uno de
los inspiradores era el comerciante y ex-director del
Colegio de Artes Vicente Barragán, y que también in^
tervenía en la dirección Román Barragán, quien tuvo
una vez que sacar la cara por el periódico, con motivo
de un juicio por jurados,
Firmantes ó no, ninguna de estas personas ejercía
cargo público con sueldo, y todos vivían de sus habe-
res ó de su trabajo privado. Es increible el nervio de
soberanía que esta circunstancia presta á los escritos
de esta gaceta. Trata á los otros periódicos de alto á
bajo. Aunque tildada mañosamente de opositora al
gobierno, la redacción no lo era en rigor de verdad;
4 Matanzas de Yáñez
era independiente tan sólo. El Juicio Público refleja
esta independencia hasta el último día dé su exis-
tencia
No sin frecuencia estuvo de punta, como decirse
suele, con los escritores ministeriales; pero fué tan sólo
en cuanto á pasiones é intereses que no eran decidi-
damente los del primer magistrado. Con éste estaba
de acuerdo en dos cosas fundamentales: mantenimien-
to del orden constitucional, oposición á Ruperto Fer-
nández. Esta oi)osición suya era de un tinte subidísi-
mo y encendido.
En una palabra, el color político de El Juicio Pú-
blico era el belcismo; su objetivo de combate el se-
tembrismo, bando de los antiguos sostenedores de la
•dictadura de Linares.
E^to explica sus disidencias con ciertos escritores
gobiernistas de La Paz, que se plegaron por completo
á Achá después de haber servido á Linares.
Pero el bdcismo y el antisetembrismo de El Jui-
cio PÚBLICO no fueron, desde un principio, como su
odio á Fernández y á su séquito, sentimientos francos y
categóricos. £1 periódico surgió instantáneamente á
impulsos de la indignación que, en cierta hora propi-
cia para dar expansión á esta clase de energía, produ-
jeron en La Paz las matanzas de Plácido Yáñez. Esta
ocasión vino después de ajusticiado Yáñez por el pue-
blo, y después todavía de haberse sometido la sedición
militar áe Balsa al orden legal (novienibre 28).
Despejado de esta suerte el escenario dentro de la
ciudad, y completamente pronunciada una reacción
' wEl Juicio Públicow s
violenta de los ánimos contra el ministro Ruperto Fer*
nández, se presentó El Juicio Piíblico ceñido con
la toga de la magistratura constituyéndose arrogante-
mente en juez arbitro y severo componedor de lo»
partidos. Vinieron los estrujones de la polémica y de la
chismografía, y aquí El Juicio Público hubo de des-
tocarse mal de su grado, arremangándose á veces la
garnacha, para barajar y sacudir recio y fuerte en la
condición de contrincante.
Como quiera que tan sólo habría que rebajar un
poco los colores y suavizar las sombras, para que el
cuadro fuera históricamente verdadero, como tomado
que es á raíz de lo natural, véase el escenario donde le
place presentarse, cuando menos como fiscal del cri-
men, á El Juicio Público:
«•Cuando en Bolivia vemos el crimen y el estermi-
nio como último recurso de la depravación de los par*
tidos, es llegada la hora en que la voz de la conciencia
del hombre honrado se alce, para enrostrar á tan mal-
decidos bandos su abominable encarnizamiento.
«Renunciando las facciones interiores á los fueros
de la naturaleza y la humanidad, se han armado del
puñal alevoso y han levantado en cada lado el enroje-
cido estandarte de la matanza, que ha hecho brotar un
raudal incontenible de sangre inocente en esta tierra
de maldición.
«iSi bien el germen de estas facciones estaba latente»
llegaron ellas á caracterizarse al principio con el nom-
bre de ballivianistas y crucistas; después, de belcistas y
linaristas; y hoy están de pie, sangrientas, bajo la ho-
6 Matanzas de Yáñes
rríble consigna de setembristas y marcistas (i), par
hacer mañana una variante aiín más espantosa.
'lEn estas facciones hay sus tránsfugas, sus rene
gados, sus apóstatas, sus ^traidores. Es muy corriente
que el más estrecho y favorito cofrade, se convierta ei
cruel verdugo de sus camaradas de la víspera; porque
no profesándose en tales prosejitismos principio alguní
civilizador, político ni humanitario, la granjeria peí
sonal es el solo punto objetivo de estos afiliados; y í
granjeria subleva en ellos las pasiones más salvaje
(esta expresión es muy débil), subleva los instintos d
las bestias de que más se horroriza la creación.
'iperfidia, ingratitud, desnaturalizada atrocidad, soi
moneda corriente entre los bandos de Bolivia.
"Pero el pueblo, el verdadero pueblo, ¿en pos d'
qué va? Va como toda asociación de hombres culto
6 bárbaros en pos del prc^reso. Y ¿quién aleja y oscu
rece ese porvenir? Los bandos, que cada día recibei
y dan de alta en sus ñlas á gente mala, así como dismi
nuyen cada día en esas ñlas las plazas del honrado, de
industrial, del progresista, del hombre bueno, en fin.
«Aquellos en quienes aun no se ha extinguido L
luz de la conciencia humana; aquellos que adn conser
van un rayo de esperanza en los destinos de la especii
racional, tomemos las armas en las filas de esos hom
bres buenos, para protestar contra la depravación di
los banderfos antisociales llamados políticos. Haga
r
wEl Juicio Públicon 7
mos ver que si hay épocas lúgubres para las naciones,
y ei\ pleno meridiano del siglo XIX se hacen exhibi-
ciones de barbarie, que avergonzarían á los cafres y á
los caribes, también puede llegar un día de regenera-
ción, que haga conocer que la Providencia no aban-
dona del todo á los pueblos, n
Aquí se ve claramente al ciudadano que, al contem-
plar desde su casa las horrendas escenas de la calle»
salta afuera despavorido en busca de garantías, y salta
pensando no tan sólo en lo presente sino también en lo
porvenir de su país. Pero al mismo tiempo no es difícil
percibir, allá en el fondo de este fervor altanero por la
estabilidad social y por el reportamiento de los parti-
dos, un algo más que late y que parece inclinarse á ful-
minar el anatema contra un bando en servicio de otros.
£s lo que desde allí á poco saltó con fuerza á la su-
perficie en el ardor de la polémica. Es también lo que
impulsando con brío los trabajos de este periódico, le
hizo vencer mil peligros en su espinosa carrera, y ello
con gran ventaja de esa aureola victoriosa con que han
menester coronarse, en sus sanciones, la moral política
y la vindicta publica.
¡Quién pudiera dar, á estos movimientos de la pren-
sa justiciera, algo de esa indignación vehemente y
contenida de ciertos oradores ingleses, que apareando
como dos corceles la pasión tribunicia y el espíritu
jurídico, recorren la arena de sus fiscalizaciones dejan-
do allí estampadas, claras y paralelas, las huellas del
subsanable error impetuoso y de la verdad estricta I
La indagación execratoria de las matanzas, y el es-
4 K
ÍNDICE
PAGS.
Pbólogo V
«ElJtácio Públicos 1—202
€ÚE1 Telégrafo» 203—247
«El Gonstiincional)) 249*273
«El Boliviano» 275—282
«El Pueblo» 282—305
((La Cansa Nacional» 307 — 332
((El Liberal» 333—396
«El Club» 397—423
«El Sol de Setiembre» 425—448
Apéndice. —Piezas del proceso 451 — 499
Matanzas de Yáñes
1 otra parte. Están en la prensa ipaceña de estos
arücularmenCe El Telégrafo contiene los des-
! El Juicio Púbuco todo cuanto se relaciona
icusación.
inia que J. Cirilo Barragán sostenía la vara en
ICIO Pi^Bi.ico sin soltarla ni flaqiiear jamás un
Nanido en La Paz en condición modesta, y pa-
constante habitador de la ciudad, donde solía
cargos concejiles 6 municipales, no era la vez
1 que tomaba cartas en la prensa. Corría por
3 su firma un folleto político, á que es referente
ero 2572 de mi catálogo impreso. La historia
producción es la siguiente:
loba, presidente caldo, se divertía un poco libi-
nente en el Perií, relegado al desprecio de los
bían sido sostenedores principales de su gobier-
: eran los belcistas. Había sido mal fideicomi-
el poder, y los ojos oposicionistas se volvían al
mitente su suegro, que era Belzu. No cesaban
ibirle tos descontentos á Europa; según el uso,
ibían de la manera siguiente:
neral, venga, venga sin tardanza. Los pueblos
an y sus amigos lo aguardamos con los brazos
is, prontos á sacrificarnos por usted. ¿Cómo
dejarnos aquí colgados ó entre las garras del
■ Vuele á salvar á esta patria querida y á derra-
)r ella, junto con nosotros, su sangre de ciuda-
' de soldado. ¡Viva el general Belzulir
1 el ingrato argonauta mostrábase sordo así á los
¡es como á los mensajeros. Y tanto fué que, á
w El Juicio Púhlicow II
fines de 1858, segundo año que comenzaba para la
dictadura de Linares, alguien les dijo que aquello era
una majadería, semejante á la de los portugueses aguar-
dando la vuelta del rey don Sebastián en su caballo
blanco.
Fué entonces cuando cayó á los pies de Córdoba
un diluvio de cartas que decían así:
••General, venga, venga sin tardanza. Los pue-
blos... etc. ti
Córdoba se entusiasmó al escuchar esta 'música pa-
ra él enteramente nueva, se apercibió para emprender
una cruzada restauradora, y lanzó el célebre folleto
precursor intitulado Manifiesto y Programa, (Nume-
ro 2152 de mi catálogo impreso.)
Córdoba había sido un agraciado de la ciega fortu-
na. Su rápida ascensión, desde humilde hasta encum-
brada esfera, no había sido en alas de la osadía, la
intriga y el partidarismo doctoral certeramente com-
binados, para un golpe de mano, en el cuarto de ban-
deras de un cuartel. Subió al mando por las gradas del
favor legalizado, dejando pasmados á los pretendientes.
El origen legítimo de su investidura no era tachable
según los dictados de una sana política. En cualquier
país medianamente constituido, hubiera sido inviolable
en su puesto de primer mandatario.
Una vez echado al suelo por la revolución, el con-
cepto público se había uniformado en Bolivia acerca
de su persona. En manera ninguna ese concepto era
favorable á sus empresas de pretendiente. Lo mejor
que se pensaba de él, era, que la docilidad de su ca-
1
12 Matanzas de Yáñez
rácter y la sensibilidad un poco ingenua de su joven
espíritu, le alejaban por completo de la escena y de
los actores de la política boliviana.
Pero las cartas consabidas y las sugestiones de los
proscritos desesperados, que le rodeaban en Puno y
Arequipa, enardecieron hasta tal punto el corazón
bondadoso de Córdoba, que el folleto citado rompió
en desahogos descompuestos de despecho y de coraje.
Vociferó imprecaciones de odio al setembrismo usur-
pador, recordándole el tenor de sus tablas de sangre y
de martirios, cual si quisiese fundar en ellas títulos
para una retaliación vengadora.
Sus adversarios entendieron que este era un nuevo
acto de docilidad, y, sin culparle gravemente por supo-
nerle influido, vieron con recelo detrás de Córdoba un
impulso de terribles motores reaccionarios.
Los redactores del follet'o de Córdoba habían baja-
do el estilo, hasta tocar en el tono habitual de la dia-
triba altoperuana de pura casta. La prensa seria del
interior le dijo:
"Debemos observar al general Córdoba, que la ma-
ledicencia y el dicterio sientan muy mal al que ocupo
un puesto elevado, cuyo recuerdo debiera dignificar
todos los actos ulteriores de la vida, aun en la rigidez,
de la desgracia. ti
Córdoba había dicho aludiendo muy suavemente á
sus francachelas de otros tie nipos:
"Si Bolivia me culpa de negligencia ó de juvenilesi
errores, confieso que, en medio de la depravación de
costumbres, difícil era que la conducta del mandatario
i?f*'^j.ji-
i
\yEl Juicio PÚblicO^^ 13
fuese irreprensible; pues, colocado en un centro de
corrupción, á él y á todos arrebata su ímpetu, n
Confesión doblemente desacertada, desdorosa sin
ventaja de la discusión, y perjudicial al proselitismo
popular que Córdoba se presentaba solicitando.
Los contrarios se pusieron en el caso mas favorable
á la intención de este último, en el caso de que no
había querido referirse al pueblo boliviano, sino al cír-
culo que sostenía y estrechaba en aquel entonces al
gobierno. Y le replicaron así:
«Sí pues existía un mandatario sin la suficiente
fuerza de voluntad para resistir á ese torrente de co-
rrupción que le impelía, la nación ejerció uno de sus
más altos derechos y cumplió con el más sagrado d^
sus deberes al sustituir, por el recurso formidable de
la revolución, á ese dócil y maleable mandatario, otro
que consideró de patriótic¿^ resolución, enérgico, resis-
tente á las mundanales seducciones, por su fe mas pu-
ra que los destinos del pueblo. ir
Mi opinión particular es que para verificar una
mudanza no debió tocarse el recurso formidable de la
revolución, y que la nación, ó lo que así se apellidó,
contra todo derecho escrito, faltó entonces al más im-
perioso de sus deberes para consigo misma. Pero, en
país sujeto á cambios y removido hasta el profundo
por el cau(£llaje y las facciones, el argumento era pro-
pio del intelecto social, y fué reputado como un argu-
snento ad kominem incontestable.
£so no obstante, el folleto de Córdoba contenía un
grupo de caigos gravísimos contra el gobierno de la
14 Matanzas de Ydñet
dictadura. Al hablar de El Fénix, de Sucre, he he-
cho valer la parte eficiente que le cupo en las opinio-
nes oposicionistas y en los conatos revolucionarios del
tiempo.
Esta simiente revolucionaria, ó, más bien, este pá-
bulo, era lo que más temían de la prensa los conduc-
tores del partido dominante. Por eso, y tan pronto
como el folleto comenziS á circular, se dieron á reba-
tirlo duramente las gacetas setembristas, y se pensó en
oponerle cuerpo á cuerpo otro folleto.
Sujeto afable y caballeroso en su trato, José María
Santibáñez, jefe político de La Paz, indujo sagazmente
al vecino pacíñco y ajeno de las reyertas y granjerias
políticas, J. Cirilo Barragán, á que publicase el folleto
apetecido.
i'Es menester, le dijo, que un ciudadano como usted
haga con buenos modos un llamamiento hacia el buen
camino á Córdoba. ¿No se conocen ustedes desde la
infancia y han mantenido siempre cordiales relaciones?
Pues usted es el llamado para eso, amigo mío, y el
hombre que debe en esta ocasión hacer valer las ideas
progresistas y dtÜes que profesan los hombres de or-
den, enemigos de revueltas estériles... etc., etc.n
Barragán se comprometía á escribir y se ecbó á
cuestas un fardo superior á sus fuerzas. En primer lu-
gar, algunos cargos eran de imposible ó dificultosa
contestación. En segundo lugar, aquello de rebatir una
invectiva con una exhortación, era como querer vencer
á un moro lanza en ristre invitándole á bautizarse.
M
w El Juicio Públicow ij
£1 propósito virtual del folleto no era disuadir amis-
tosamente; pero Barragán entendió que ese era el ver-
dadero propósito. De aquí resultó que fué hecho y
rehecho, y, en suma, fué escrito garbosamente por San-
tibáñez y suscrito por Barragán.
Allí se .trata de persuadir á Córdoba de que aquella
en que ardía su corazón es malo y perverso, y ello á
mérito de consideraciones generales muy atendibles
según los antecedentes de los partidos, los trabajos de
organización empeñados al presente, y las visiones y
previsiones del porvenir. Todo esto ¿con el tono sensa-
to y el lenguaje comedido y elegante propios del autor.
Domina esa ñuidez oratoria que contra las vías de
hecho inspira siempre lá posesión del poder, señala-
damente en países dilacerados por la anarquía donde
es derecho decir: lo pasado, pisado.
El adagio personal y el alegro amistoso, con que
preludia y finaliza la sonata, ciñen á ésta armoniosa-
mente» imprimiéndole un timbre suavísimo de soca-
rrona ironía. El introito ó adagio me parece ser de
Barragán. Allí tuvo él la mala cautela de estampar,
conao para un inevitable contraste ulterior de estilos,
esto que sigue:
••Dígase apego á la apacible domesticidad 6 falta de
connato espontáneo, aplazada ha estado siempre para
mí la entrada en los negocios pilblicos.it
Meses después Barragán fué nombrado fiscal del
distrito de La Paz. No era empleomaniaco, se sintió
abrumado por los expedientes, tenía en ejercicio otros
Matanzas de Yáiiez
s más productivos, renunció una vez sin éxito, y,
L, hizo dejación del puesto con motivo de lo si-
e, que fué notorio en La Paz:
i un aviso en las gacetas de esta ciudad, en ei
ierto maestro de sastrería ofrecía premio al que
olviese un paleto del señor ministro Ruperto
idez, paleto que le había sido sustraído del taller.
>resen(arse dicho sastre en casa de Barragán á
ar obra le contó que, por causa de aquella sus-
¡n, el ministro habíale vejado con dicterios y
zas; le contó cómo, después de esto, su deseo
tir del mal paso tentando la buena suerte de
ar el paleto. Pensóse entonces en el aviso, y
;án lo redactó,
ninistro de gobierno hizo llamar á Barragán á la
; su despacho, y, á presencia de no sé cuántos
lies y del sastre mismo, se entabló entre ambos
iente diálogo auténtico:
'sted ha tenido la ligereza de tomar el nombre
personaje publico en artículos mal íntencio-
\rtículos? V. G. hablará tal vez de un aviso para
recobrar una especie de su pertenencia.
Isted me nombraba allí intencional mente.
)n cuanto á mencionar nombres, V. G. conven-
nmigo en que se puede tomar el de Dios con el
3 debido, si viene al caso.
jttraño mucho que usted ande metido con esa
lia — y señaló Fernández al sastre, — y que un
naiio judicial esté de escritor.
1
y\El Juicio Público\\ 77
— He tenido que ver con este menestral para favo-
recerle;-parece que no hay ley que prohiba escribir á
los empleados; antes bien, las hay que imponen á los
fiscales la obligación de defender á la clase pobre; que
en cuanto al empleo, lo había hace tiempo renun-
ciado.
— Ninguna de sus razones me satisface y debe ter-
minar esta retahila.
— Bien; pero será porque V. G. no quiere conven-
cerse y porque yo, si he venido aquí, ha sido por lla-
mado de V. G. con quien no recuerdo haber tenido
antes relación.
Barragán salió y dejó en el acto la fiscalía. Ello
pasaba por mayo de 1860, esto es, ocho meses antes
del mayor encumbramiento de Fernández por virtud
de su golpe de Estado.
Estos eran lo» antecedentes del hombre que empuñó
la espada vengadcrra de las víctimas de 23 de octubre,
subiéndose para ello, con la sola fuerza del corazón, á
lo más alto de la tribuna periodística de la república.
Pero quien quisiere, al trasluz del presente caso,
conocer por el derecho y por el revés la estofa de los
hombres del tiempo y de la tierra, tenga paciencia
unos cuantos meses, hasta llegar al capítulo sobre El
Eco del Norte, de la misma ciudad de La Paz. Allí
asistirá á la ruidosa prevaricación de Barragán como
ciudadano.
Invoca hoy la moral política, la causa de los princi-
pios republicanos y la majestad dé la ley contra el
sangriento, mezquino y desorganizador espíritu de cau-
i8 Matanzas de YáfUz
dillaje. Mafiana, en un torrente de sangre y lágrimas,
se lanzará á las vías de hecho contra el régimen cons*
titucional, porque ya tiene amo á quien servir. Hoy
son el orden y- la ley, porque no son Belzu ni Fernán-
dez los ídolos predilectos de su proselitismo. Mañana
se amotinará á secas contra el presidente recien electo
en las urnas y proclamado por el congreso, y ello para
seguir á Gregorio Pérez, militar alzado sobre el pavés
revolucionario por la poquedad enceguecida del pro-
vincialismo localista de La Paz.
En cuanto á Ruperto Fernández, desde su primer
número El Juicio Público sostuvo que él movió po-
sitivamente el brazo del asesino Yáñez; pero, ante un
criterio desapasionado, no hizo valer para ello ninguna
prueba .convincente. Algo más: en toda la prensa de-
tractora de Fernández no encuentro nada que, en
términos rigurosos, me persuada de tamaña imputa-
ción.
Más adelante dilucidaremos este punto, que por
conducto de la prensa se relaciona con algunas intimi-
dades de la política boliviana.
El Juicio Público en esta parte de sus tareas cía*
mó en coro con las demás gacetas gobiernistas. \Jk
execratoria general rompió cuando aquel cabecilla e^
taba caído boca abajo, ó sea hundido para sieínpré.
Es justo reconocer que aquel periódico se anticipó-
algunos días para acelerar esa caída. Femáiide2 se
incorporó un instante en Salta: para lanzar á los gace-
teros una mirada de soberano desprecia
Él sabía muy bien hasta dónde y de lo que son ea
\\EÍJumo Públicon /p
Bolivia capaces, contra el caído en particular, los escri*"
tores asalariados.
"La prensa periódica en Bolivia, dijo^ ha llegado á
ser una mercancía para los malos en perjuicio de los
buenos. Y si no, recordemos los periódicos desde la
época de su existencia política hasta nuestros días; j
se verá que sus columnas han servido dé cadalso para
reputaciones respetables, para ciudadanos honrados y
hasta para personas que, por sus servicios á la patria y
4, la humanidad, debían creerse exentas de la difa-
mación.
(>£1 ilustre general Sucre, fundador de la república;
los generales Santa Cruz^ Velasco y Ballivián; los doc-
tores Serrano, Olafieta, Linares y otras notabilidades
bolivianas, han sido elogiados y vilipendiados alterna-
tivamente en el poder ó en su caída; y cuando hasta
la memoria de los que han muerto ha sido propinada
por las pasiones desenfrenadas de partido, nada tengo
que extrañar al ver hoy en la picota mi humilde repu-
tación, fi
La versión que El Juicio Público da del suceso
nocturno del 23 de octubre, es el resultado de prolijas
averiguaciones que los directores practicaron en La
Paz, desde la mañana siguiente hasta la fecha del apa-
recimiento del periódico, ó sea durante poco más de
un mes»
Aquella mañana de horror, de ira y de vilipendio
para la ciudad, salió el principal redactor á vagar en
busca de noticias. Con el natural deseo de contemplar
el ctfadto que presentaba la plaza en esos momentos»
20 Matanzas de Yáñes
; confundió en los grupos despavoridos de plebe
lestiza que intentaban penetrar en el recinto, AHÍ eti
tiarcos de sangre yacían amontonados los cadáveres.
tejémosle la palabra:
iiLlegados á la esquina de Indaburu encontramos
Q grupo de centinelas, jefes y oficiales que impedían
r pueblo su ingreso á la plaza. Había también otros
rupQS de curiosos allí mismo. En esta actitud tuvl-
los la insensatez de expresar bien recio al coronel
ajardo, ante los señores Ladislao Marino, Mon-
is, etc., que la escena que estaba á la vista del mundo
ra de la barbarie más atroz, el más horrible asesinato.
»ichos señores convinieron {la verdad sea dicha) en
\ funesto de los sucesos. Pero algún individuo con-
isto que las muertes habían sido consecuencia de un
lotín de tropa y de un ataque de la cholada, con la
rcunstancia de haber sido arrebatado del cuartel el
^ronel Lizárraga, cual lo probaba su desaparición
asta ese momento.
"Replicamos que, si en realidad hubo ataque de la
[lolada, debió de haber sido metrallada esta gente por
s calles; pero que los presos, inocentes y durmiendo,
:an un depósito sagrado en poder de !a autoridad, y
ue, el haber sido asesinados en tal condición, consti-
lía un crimen de los más salvajes.
>iSe nos dijo que habían sido muertos por orden del
imandante general. Volvimos á replicar que éste era
ti asesino y que era menester huir de esta región es-
antosa.
"Por muchas partes expresamos públicamente núes-
\jJLl Juicio Púhlicow 21
tro dolor esa mañana. Si no hubo algún aviso á Yáñez
que nos hubiera perdido, fué afortunadamente por la
nobleza de los señores que presenciaron nuestra acti-
tud y escucharon nuestras voces. Les estamos gratos.
. »«En nosotros este no fué un acto de valor; era sola-
mente un movimiento instantáneo de la naturaleza, el
moius natura que nos es común con los irracionales al
aspecto de la sangre y los cadáveres, antes que el cal*
culo haya venido á hacernos prudentes, mostrándonos
de qué conveniencias nos privaremos, y qué peligros
podremos correr, si nos hacemos partidarios de la jus-
ticia ó si abogamos por la humanidad, m
Este último párrafo contiene solamente alusiones de
polémica. No obstante, sin intento y con una inge-
nuidad terrible, ¿no parece un latigazo á esas caras
frías, mudas y durísimas como un candado de acero,
á esas caras que allí curioseaban en la plaza sin tinte
ninguno de civismo que las animase en la mejilla, si-
quiera sea por involuntaria lástima? El director perdió
toda prudencia y no supo allí lo que se dijo; pero los
nobles silenciosos que le rodeaban, si callaron enton-
ces, callaron también después. No le acompañaron á
indignarse por su país; pero tampoco quisieron com-
prometerse mal delatándole. Es esto lo que él les
agradece.
La prensa setembrista y la prensa gobiernista, que
juntas formaban la mayoría de la prensa, sepultaron
en una ola inmensa de olvido la carnicería del 23 de
octubre. Por eso mismo, y persiguiendo en ello una
especie de reparación, he querido conceder, en estos
9t MaUMsas iü Ydña
ales, páginas extensas al asunto, y por ende á Ei,
ICIO PÓBUCO que fué, contra ese crimen, el campsóa
nodado de la vindicta publica.
Pero cabe aquí ante todo una declaracidn previa.
ir puro que se quiera suponer el celo de esta gaceta
s de obtener una reparacidn justiciera, y por más
e su fervor en defender á las que considera inocen-
i víctimas sea muy sincero, el testimonio y las apre-
iciones de El Juicio PiSblico deben ser acogidos,
obstante, con la debida circunspeccián. Ello por
>tivo5 obvios de natura! prudencia y no por ninguna
:ha grave ni caliñcable. Afortunadamente, el perii}-
■x> provocó debates contradictorios, por donde ha
dido recaer certidumbre sobre muchos puntos im-
rtantes del suceso.
)$Í«í«íií4M««9í9íi«(C4M$9«íi0i<Mit4CC9ií<«4MM4tit4t«9$(>if
CAPITULO II
y
l<
JUICIO PÚBLICO
(Continwuibn)
Prisiones en róasa de belcista^. — ^Aprobación del gobierno y de-
claración de sitio. — Matanza del 23 de octubre. — Aviso oficial
de YáSez. — Pide ascenso para su hijo. — Unas cincuenta vícti-
mas* — Declaración de un oflcial de guardia. — Relación hecha
por El Juicio Público. — Prisión de J. Córdoba. — Celadas.
— Logran inquietar su espíritu. — Asesinato de Córdoba. —
Victimación de F. P. Belzu, de Hermosa, de Espejo y de Val-
derrama. — Matanzas de otros detenidos de categoría. — Ma-
tanza de presos desvalidos. — Leandro Fernández. — Autos. —
Una carta de J. M. Santibáffez. — ^¿Antecedió provocación? —
Luz que arroja la prensa sobre este punto. — El gobierno acuer-
da no improbar la conducta de Yáñez. — Noticias sobre unas
cartas del Ministro del Interior.
Visitando los departamentos del centro y del sur,
el gobierno estaba ausente de La Paz desde los pri-
¡^« •■•tK ,
r>"^
24 Matafizas de Yáñez
meros días de setiembre. Quedaron desempeñando
allí la jefatura política el doctor Rudecindo Carvajal, y
la comandancia general de armas el coronel don Plá-
cido Yáñez.
Por el Ministerio del Interior y con fecha 28 de
agosto, el gobierno dispuso que, durante su ausencia,
la Columna Municipal de la ciudad quedase sujeta al
mando inmediato del comandante general, y no del
jefe político, como lo prescribía el régimen interior.
Durante el mes de setiembre corrían en la ciudad
rumores de una próxima revolución belcista.
No era inverosímil que los belcistas conspirasen.
Tampoco era inverosímil que las autoridades se des-
mandasen contra los belcistas so pretexto de conspi-
ración. Por el modo de ser general de las cosas en el
país y por el rumbo especial que llevaban en La Paz,
tan probable era entonces lo uno como lo otro. '
Por esto, y porque esos días daba sus primeros pa-
sos en el camino de su vigencia la recién promulgada
constitucitSn, era lo apetecible y lo más seguro, que el
partido que poseía la autoridad y la fuerza, se estuviese
á las medidas represivas en sostén del orden legal, que
no á las preventivas, odiosas de suyo cuando no in-
justificables.
En la noche del 29 del mismo mes y en la mañana
del día siguiente se practicaron en la ciudad numerosas
prisiones. Pasaba de una treintena el numeró de los
arrestados. Eran todos de lo más granado del partido
belcista allí existente; coroneles, generales, un ex-mi-
nistro de Estado, etc, ,
\^El Juicio Públicow 2S
£1 1 8 de octubre inmediato fué aprehendido en su
chacra y reducido á prisión el ex-presidente de la re-
pública, Jorge Córdoba.
Estos arrestos y otros de personas de inferior condi-
ción se verificaron de orden del comandante general,
con ó sin conocimiento del jefe político, y dándose
por fundamento que la autoridad militar había descu-
bierto una conspiración de cuartel contra el orden
publico.
Al gobierno se le informó que esta conspiración fué
descubierta antes de estallar. Ninguno fué detenido,
no obstante, en flagrante delito; antes bien fueron arran-
cados casi todos á deshoras de la cama, ó estando de
visita durante la primera parte de la noche.
También fueron encerrados en calabozos veinte ó
más individuos de la clase de tropa, pertenecientes al-
gunos á la Columna Municipal, y ello por considerár-
seles comprometidos á apoyar en dicho cuerpo el mo-
vimiento sedicioso.
Dirigiéndose al gobierno, el jefe político confirmó el
hecho de una conspiración descubierta, agregando que
la ciudad había salvado de grandes males merced á la
energía y acierto del comandante general.
Igualmente avisó el jefe político al gobierno que,
con estas medidas de seguridad y de precaución, la
ciudad estaba ya tranquila, y que el pueblo, lejos de
conmoverse, había visto con disgusto la tentativa se-
diciosa.
. El gobierno desde Pptosí aprobó lo obrado; dispuso
que todos los detenidos, tanto militares como paisanos,
30 Matanzas áí Yáñea
fites^i juzgftdos por un consejo ordinario de guerra; y,
pira suspender el goce de las garantías individuales
del régimen constitucional, declaró en estado de sitio
el distrito de La Faz y las provincias de Ingavi y
Pacajes.
Para dictar esta última medida se fundó en que ba-
bla llegado el caso constitucional de conmoción inte-
rior, por cuanto el plan estaba dirigido contra el wden
publico, y que con temor se ignoraba todo su alcrace.
El decreto de sitio es de 5 de octubre, expedido al
tenerse conocimiento de los arrestos, y al tiempo de
ordenarse que se proceda militarmente contra indivi-
duos del fuero civil ordinario, aprehendidos extraju-
dicialmente á tines de setiembre anterior.
Desde años atrás la antigua capilla de Loreto, sita
en el costado oriental de la plaza mayor, está destina-
da á salón universitario, á recinto legislativo, á prosce-
nio de los pronunciamientos contra el gobierno exis-
tente y á local de otros actos públicos del vecinda-
rio de La Paz. Conserva todavía su coro alto sobre la
puerta principal, la cámara que sirvió de sacristía y otras
dependencias interiores.
En este edificio fueron encerrados los presos polí-
ticos. El general Córdoba fué alojado en el coro.
Otros presos fueron puestos en el edificio de la po-
licía situada cerca de allí, y también en la cárcel
pública y en el cuartel del batallón Segundo, cuartel
situado á dos <S tres cuadras de la plaza.
En él estado de alarma en que á la ciudad mante-
nían estas prisiones en masa y el proceso militar de
^^El Juicio PuHícqh tf
t(x}os lo$ detenidos, acrecían de suyo ó por otras cau-
sas los decires y cuchicheos sobre una inminiente rebe-
lian bdcista apoyada por la cholada.
£i 17 de octyl^ire tuvo lugar un consejo ordina-
rio de guena p^oa ju^;ar á los presos de la clase de
tropa. No tuvo resultado y concluyó con escándalo.
Y^ detenidos protestaron allí que sus declaraciones
habían sido adulteradas. Daba sus razones un defen-
sor contra la competencia del consejo y la organiza-
ción del proceso, cuando fué echado afuera con de-
saire por el presidente.
Á las doce de la noche del 23 de octubre se oyeron
en la plaza disparos de fusil y cierta vocería. P0C09
momentos después entró Plácido Yáñez en el edifícío
de Loreto. Declarando á voces que quería escarmen-
tar á los belcistas sediciosos, mandó fusilar en el acto
á casi todos los detenidos allí existentes, sacándo-
les para ello de sus camas á la plaza. Haciendo traer
á los demás presos políticos que estaban en la policía
y en la cárcel pública, mandó que también fuesen eje-
cutados y lo fueron acto continuo en la puerta del
Loreto.
Al mismo tiempo dispuso que fuesen fusilados los
detenidos que estaban aposentados en el cuartel del
batallón Segundo. Los militares José Santos Cárdenas
y Leandro Fernández pasaron á aquel lugar y ejecu-
taron dicha orden inexorablemente.
Fernández fué el que, subiendo al coro con algunoe
soldados, había poco antes fiisilado en su lecho al ge-
neral Córdoba. La primera orden de muerte dada^or
28 Matanzas de Ydnes
Váñez fué relativa á esta ejecución. Todas sus órde-
nes fueron verbales esa noche.
El alcaide José- María Aparicio fué quien, en esos
momentos, había recordado á Váñez que en la cárcel
publica existían algunos detenidos políticos. Tres pre-
sentó y fueron ejecutados. La prensa ha sostenido,
sin ser contradicha, que estaban detenidos por causas
ajenas de la política, si bien habían servido al gobierno
de Córdoba y eran partidarios suyos.
Estos son en esqueleto los hechos perfectamente
establecidos é incontrovertibles. Existen, además, algu-
nos pormenores igualmente bien averiguados. Hé aquí,
mientras tanto, el aviso oficial que, por un correo ex-
traordinario, que partió en la tarde del siguiente día 24
de octubre, dirigió Váñez al gobierno, y, que éste reci-
bió en Sucre en la noche del z8 inmediato, cuatro días
después: "
ítÁ las doce de estu noche, dice con fecha atrasada
. del 23, memorable y de eterno recuerdo en los fastos
de la gloriosa causa de setiembre, una turba desenfre-
nada acometió al palacio, el cuartel donde se hallaban
tres compaiíías del batallón Segundo Cazadores de U
Guardia, el local del Loreto donde existían los presos,
el de la cárcel y los' puestos de guardias de ambas poli-
cías: los que acometían al palacio y Loreto, situados
en la circunferencia de la pila, los portales y la calle
del Comercio, sostenían un fuego demasiado activo; y,
mientras se disponía la columna que está encuartelada
en palacio, nos defendíamos con algunos rifleros que
se colocaron en las ventanas.
^^ El Juicio Fúb¡ico\\ 2g
«'Organizada y bien municionada que estuvo la tro-
pa, hice abrir las puertas del palacio, salí á la plaza; y
con el esfuerzo y denuedo que distingue á estos va-
lientes, los dispersé á todos los facciosos; como éstos
hicieron- el ataque en todas direcciones, y el fuego
sostenido de más de media hora demostraba la te-
nacidad en su inicua pretensión de destruir el orden
publico, invocando á Córdoba: se avanzó con el mayor
esfuerzo, hasta conseguir que abandonasen la plaza:
mientras tenía lugar este hecho horrible, Córdoba
acometió al ofícial de guardia teniente segundo Miguel
Nüñez y tomándolo del pescuezo ordenó que lo ama-
rrasen, poniéndose los demás presos en actitud muy
hostil. Á este mismo tiempo los presos que permane-
cían en el batallón Segundo, consiguieron atropellar á
los centinelas y avanzaron sobre el cuerpo de guardia,
de cuyas resultas ha sido herido el oficial de guardia te-
niente segundo Manuel Zamorano, se han fugado cinco
presos y han muerto y sido heridos los que aparecen
en la lista que se adjunta. El coronel Lizárraga que
vivía en una tienda ¿il lado del cuartel, ha sido asalta-
do por los cholos, saqueado, y no se sabe hasta este
instante cuál sea su suerte.
'•Momentos eran estos, en que para reprimir la au-
dacia de los infames facciosos, era preciso tomar una
medida enérgica, castigando á Córdoba que se presen-
taba como principal caudillo, poniéndolo fuera de la;
escena de sus intrigas; pues con la muerte de éste y el
castigo ejemplar de los agentes más comprometidos
desde tiempo atrás para fomentar la siedición, entroni-
JO Matansas de Yáñes
2ando el imperio del desorden y vandalaje no tenían
á quién invocar los tumultuarios. La adjunta lista'
dará una razón exacta de los que han sido fusilados en
el momento crítico, en que pretendían apoderarse de
hi guardia del Loreto y del cuartel del batallón Segun-
do. Menos mal es el esterminio de estos hombres
funestos, que el sacrificio de las infinitas víctimas que
que sf hubiesen inmolado á su implacable odio, rencor
y venganzas.
"Al poner en conocimiento del supremo gobierno
este hecho tan escandaloso y temerario, cumpliendo
con un deber sagrado de justicia, debo recomendar al
teniente coronel primer jefe de la Columna, Francisco
Benavente, el que tanto al tiempo de organizar su
fuerza, cuanto en el ataque sobre los facciosos que
acometían por la calle del Comercio, ha manifestado
la mayor serenidad y bizarría; al teniente coronel José
Santos Cárdenas y mis ayudantes comandante Luis B.
Sánchez, capitán Leandro Fernández y el teniente pri-
mero José Agustín Franco y el igual Darío Yáñez, que
cumpliendo con su deber, han permanecido constan-
temente á mi lado, ejecutando las órdenes que se les
daban; y se ha distinguido por su valor el expresado
Darío Yáñez, cuyo ascenso se deja al arbitrio del su-
premo gobierno; al capitán secretario de la causa y á
los jefes y oficiales de la plaza, que á loa primeros tiros,
se han presentado con el mayor entusiasmo á ofrecer
sus servicios, expresándose el nombre de ellos en lá
lista que se incluye.
'■En el fragor del fuego de los amotinados y los sos-
^^El Juicio Fúblicoít j/
tenedores de la ley, se presentó S. S. el jefe política
Dr. Rudecindo Carvajal, que por esta circunstancia no
pudo reunirse á palacio, acreditando su celo é interés
por el orden publico; cí señor intendente de policía y
sus comisarios, los ciudadanos Camilo Elío, médico
Mariano Virreira^ Cipriano Marino y el pensionista
Felipe Jurado, se han manifestado muy decididos
p(»r la actual causa, y han ofrecido sus servicios en
circunstancias de no haberse aun restablecido el or^
den^
"Queda el orden público perfectamente restablecido
contra el esfuerzo y pérfidas intenciones de los revol-
tosos, que tenían su plan perfectamente combinado,
premeditado y con los recursos de las armas y muni"
dones que se habían proporcionado y la seducción de
algunos riñeros; y sólo al esfuerzo, abnegación y pa*
triotismo de los valientes que sirven á mis órdenes, se
debe el triunfo completo de la causa de setiembre, que
ya es imperecedera é incólume. A nombre de la na-
ción he concedido un medio grado á los oñciales de
las compañías del batallón Segundo, que se expresan
en la lista que se acompaña y al capitán Antonio Gu-
tiérrez. .
itAl terminar este parte también recomiendo la con-
ducta que ha observado el saijento mayor Demetrio
Urdininea, el que á pesar de estar preso, se manifestó
muy entusiasta por la presente causa^ p>or lo que se le
ha puesto en libertad.
"Sírvase V. G poner este parte en conocimiento
de S, E. el presidente provisorio de la república, ase-
J2 Matanzas de Yáñez
gurándole que el orden será inamoyible en este depar-
tamento, etc.ri
RELACIÓN DE LOS QUE HAN MUERTO
Jorge Córdoba. — Lorenzo Vega. — José María To-
rres.— Hermenegildo Clavijo.— ^Pedro Espejo. — José
Agustín Tapia. — Luis Valderrama. — Francisco de Pau-
la Belzu. — José María Ubierna. — Juan Crisóstomo
Hermosa. — Mariano Calvimonte. — Victoriano Muri-
11o. — José Ugarte. — ^José Zuleta.
TROPA
Manuel Aguilar. — Basilio Suárez. — Manuel Álvarez.
— Juan C. Cáceres. — Bernardino Camacho. — Carlos
Pérez. — Paz, octubre 24 de 1861.^— El comandante
ayudante, — B. Sánchez,
Inútil ha sido buscar en la prensa oficial ni en la in-
dependiente la lista de los muertos y heridos en cierto
combate del Segundo, á que Yáñez se refiere en su
oficio. El jefe de la respectiva sección ministerial An-
tolín Flores, al verificar de orden del gabinete la pu-
blicación en Sucre, certifica tínicamente la lista de fu-
silados que con el título de Relación acompaña Yáñez
á dicho oficio.
Un ápice al lado de tanta enormidad. Yáñez se in-
teresa por su hijo. "Y se ha distinguido, dice, por su
valor el expresado Darío Yáñez, cuyo ascenso se deja
al arbitrio del Supremo Gobierno, n Con este motivo
un diario de Lima dijo: "Esto muestra que el padre
r^'
uEI Juicio PÚblÍ€0\\ JJ
era sin duda ninguna de pura extracción indígena, sin
gota de sangre caucásica en las venas ni mucho menos
en la cara.ii
Mas adelante ha de notarse la declaración de Fran-
cisco Benavente, segundo de Yáñez esa noche. Allá no
es la tropa de linea atacada en su cuartel por los fac-
ciosos; al revés, los del batallón Segundo salieron de
su cuartel y se unieron en la calle con los facciosos
para atacar el palacio.
¿Verdaderamente existió un ataque á mano armada?
Siendo cierto que hubo tiroteo, ¿fué verdadero ó simu-
lado? ¿Tuvo parte Yáñez en la simulación, ó la lleva-
ron á cabo otros para inñamar el encono de Yáñez
contra el belcismo y dar suelta á su natural feroci-
dad?
Puntos son estos tan interesantes como complexos;
pero adrede no he querido fíjar tesis sobre ninguno de
ellos. Estractemos aquí sin plan preconcebido. Vea-
mos qué verdad clara y sincera se desprende de ese
raudal onduloso, arremolinado y á veces turbio con
que están formadas las páginas de la prensa general
de estos días.
£n vista de las declaraciones prestadas en la prensa
ó en autos por Cárdenas y Fernández, quienes en el
cuartel del Segundo ejecutaron como queda dicho las
órdenes de Yáñez, resulta que la lista de muertos hecha
por éste es incompleta. En ese cuartel los sacrifíca-
dos pasaron cuando menos de treinta y seis, soldados
y gente desvalida casi todos.
¿Intentó Córdoba atropellar á sus guardas en la
3
f Matanzas de YAñez
la que dice Yáñez? ¿Se pusieron los demás presos
ictitud hostil, como lo afirma?
[e dicho antes que es punto establecido como in-
Tovertible, en BolLvia, que los presos fueron arran-
is de sus lechos para recibir la muerte sin resisteti-
El dicho de Váñez y el de sus escritores es al
■ecto lo único en contrario. En cuanto á lo que
-rió con el desventurado ex-presi dente, he aquí la
aración que por la prensa prestó e! teniente se-
do Miguel Núñez, á quién según Váñez, Córdoba
listió para acogotarle en los momentos de sentirse
i en la calle. Dice así;
La noche del funesto 23 de octubre me hallaba de
rdia, como oficial subalterno, sin otro objeto que
odiar al finado general Córdoba, sin embargo de
había un capitán y otro subalterno de guardia.
A pesar de que Yáñez me dio orden que lo ejecu-
, desobedecí, y cuando consultaba con el capitán
¡uardia entró el cuñado de Yáñez y lo hizo ejecu-
como declararán los rifleros de quien recibieron
orden, n
•espués de este preámbulo refiere el hecho de la
Lera que sigue;
A los primeros tiros la víctima trató de levantar-
— (Deben de ser los tiros que al principio se oye-
en la calle.)— "Prevenido por mí á que permane-
1 tranquilo, lo hizo; cuando de repente se apareció
oronel Váñez en compañía del capitán Leandro
lández, ayudante y cuñado, á quien el capitán N.
is le impuso de lo ocurrido, é inmediatamente dio
^' El Juicio Públicow jj
la orden Yáñez que lo ejecutasen. Obedeciendo el
citado capitán Fernández á la sentencia pilatuna, lo
mandó fusilar en su propia cama.»?
Este desobedecedor de la sentencia pilatuna y junto
con eso guardián supernumerario del general, omite
lo que veo consignado á su respecto en otros testimo-
nios. Cuando entró Yáñez por la puerta principal, y
cuando el capitán de guardia le informó que los presos
no se habían movido de sus lechos, Núñez saltó di-
ciendo desde el coro: «»E1 general Córdoba ha queri-
do atropellarme.il Á lo que se siguió la orden de •»Pé-
guenle cuatro tiros, n con que comenzaron las matan-
zas esa noche.
Hé aquí ahora cuanto refiere El Juicio Publico
como resultado de sus prolijas indagaciones con res-
pecto á la prisión y muerte de Córdoba y á las demás
ejecuciones del Loreto. Apenas habría quizá que mo-
dificar algún ápice de este relato. En vista de todo lo
que se ha publicado para declarar el asunto, me pare-
ce exacto dicho relato en lo concerniente á la noche
del 23. Dice en sustancia:
— Como es de uso y costumbre en tales ocasiones,
se procedió previamente á sembrar la alarma. Decires
misteriosos y rumores más ó menos incoherentes co-
menzaron á correr en la ciudad. Ningún conocedor
dejó de barruntar que eran síntomas inequívocos, de
que se estaba preparando el campo para alguna al-
caldada ó tropelía contra las personas desafectas al
gobierno. Y en efecto, tuvieron lugar de allí á po-
co las prisiones en masa de 29 y 30 de setiembre
Matanzas de Yái'iez
i;cutadas todas por orden exclusiva de la
¡litar.
residente Jorge Córdoba pasaba mientras
lilo en su chacra. Desde que solapados
lieron soplando bocanadas de persistentes
pudo bien presumir que con aquellas pri-
itaban aún satisfechos los setembristas. V
Días después, el ex-presidente era traído
■j reducido á prisión.
ilarmas, prosigue El Juicio Público, y
ios no eran todo lo apetecible para los su-
Yáftez, Habían con ello_logrado, para otros
ar la índole terrible de este hombre estú-
n de antemano señaladas ciertas víctimas,
icebido el plan luciferino de sacrificarlas
\ ley. De eso se trató después de las prí-
o estaba ya listo á mediados de octubre, y
ás que hacer sino dar la seftal, y servirse
pública para destruir de un golpe, en La
lio del partido belcista. El proceso no les
do satisfactorio. —
periódico muestra en diversos pasajes tal
intituivo de la inocencia de Córdoba, y el
suyo tan delicado con motivo de ciertas pa-
ridas por éste en momentos críticos, que, á
extensión y otros inconvenientes, prefiero
e dejar toda la palabra á nuestro periódico,
xcesos solían a veces desequilibrar la dis-
general. Era además populachero. Con
umerosas entre la cholada, y muchas onzas
^^El Juicio Públicow J7
de oro éh los bolsillos, el proyecto de evasión á favor
de un alboroto ó bochinche en la calle, proyecto pro-
pio ó ajeno, de que se habló entonces por la prensa,
no es inverosímil. Pero nada tengo por averiguado. Hé
aquí lo que sobre eso da como cierto El Juicio Pú-
blico:
•'La calumnia y la falsía zumbaban en todos los
oídos, como precursores de la más espantosa catás-
trofe. La ejecución de la atroz farsa fué preparada por
estos precedentes:
»»Se había instruido á dos soldados rifleros para que,
aproximándose á Córdoba con oficios de afectada be-
nevolencia, le inspiraran confianza, á fin de lograr, á
fuerza de sugestiones, hacerle aceptar un plan de eva-
sión para sí y de salvación para los demás presos.
"Desde luego Córdoba rechazó toda excitación, te-
meroso instintivamente de cualquier infame lazo, ase-
gurando á los soldados seductores que, inocente él en
su conciencia, nada podía temer en el fondo mismo de
su prisión. Le objetaron los soldados que cuando se le
había tomado preso, era con algún fin terrible y que
pensase en su salvación, protestando que ellos podían
disponer de la guardia y de muchos Sargentos de tropa.
iiAdviértase que el cabo Calvimontes hacía de con-
tinuo la guardia á Córdoba.
"Al fin éste contestó á sus instigadores que él no se
mezclaba en nada, y que si ellos tenían algún designio
humanitario lo verificaran. Entonces aseguraron los
soldados, que el pueblo y la tropa estaban resueltos á
salvar á un antiguo presidente de Bolivia, y señalaron
3S Maiansas áe Yánes
noche en que el acontecimiento figurado tendría lu-
r: era la del 23,
"El general Crirdoba, con estos incidentes alarman-
i, no se habfa desnudado esa noche. Advertido por
sos seductores de la hora de una mentida salvación,
e no era en realidad sino el toque al degüello más
oz, se pone de pie á eso de las doce de la noche en
lugar de su prisión, el coro del Loreto, y da estas
ees:
— ¡Muchachos, aniba!
oEnliéndase que los soldados de la farsa habían
lo relevados, y que en lugar de ellos había de guar-
1 un oficial y tropa, que nada sabían del plan. Di-
0 oficial quiere contener á Córdoba que jadea di-
;ndo:
— ¿No oyen que el pueblo me victorea?
"Pasaba en efecto un grupo por la plaza, de! que
ieron tres ó cuatro voces de / Viva Córdoba!
"Le volvieron á echar ep su cama, donde quedó
jy tranquilo hasta que comenzó el estruendo de las
scargas, seguidas de dianas y vivas por la autoridad,
1 que se notase ataque extraño. Córdoba sobreco-
jo con estos sucesos, y viendo ya desarrollarse á su
;ta un plan inicuo, una trama esjjantosa, vuelve á
liarse y dice:
— Señor oficial, he estado como atolondrado ó loco,
le vertido no sé qué expresiones.
"En este estado hace abrir Yáñez el salón de la
diversidad, penetra en el recinto donde dormían los
isos, dando estas voces:
w El Juicio Públicow 3p
— Cobardes, ¿por qué no han tomado la guardia?
Ahora me conocerán.
i<El capitán de guardia contestó:
— Señor coronel, nadie se ha movido de su cama.
»«Y nótese que antes habían mandado á los presos
ponerse boca abajo.
ii£n esto un oñcial de guardia dijo desde el coro:
— El general Córdoba ha querido atropellarme:
»«La contestación de Yáñez fué:
— Péguenle cuatro tiros.
n De seguida el oficial preguntó:
— ¿Cumplo, señor, la orden?
«»É hizo la pregunta por otra vez. Contestó el capi-
tán Ríos:
— Espere.
*«Y saliendo Yáñez, por la puerta principal del sa-
lón, se presentó luego el capitán Fernández, cuñado
de Yáñez, en el coro, prisión de Córdoba, quién á la
sazón se hallaba boca abajo, y le dice Fernández:
— Siéntese, picaro.
»'Lo hace Córdoba, y en el acto truena sobre él una
descarga de cuatro rifles. Después se oye la voz de:
— Péguenle otro... otro más.
»«Y fueron seis los balazos con los que quedó en
silencio profundo el coro.
»«En esto volvió á entrar Yáñez con mayor furia en
el salón, en compañía de su hijo, del comandante Sán-
chez y de val-ios oficiales de la plaza, preguntando:
— Y ¿dónde está ese Valderrama? como haciendo
notar un motivo especial.
40 Malansas áe Yáñez
i'Se le contestó que se hallaba en la policía;
orden de traerlo y de que los presos bajasen á
para sacarlos á la plaza. Sus expresiones fueron
^Que bajen esos picaros para sacarlos de
en cuatro.
"Los presos no se movieron, embarcados pi
tupor. Y entonces el comandante conocido
tuerto SáncJuz, indicó que fuesen muertos en
mas; lo que indudablemente habría verificádc
haber faltado cápsulas, las que los soldados ]
al recibir la orden de la ejecución en las camai
"Al ver Yáñez que los presos perraanecíar
viles en sus lechos, pidió con furia la lista de
, sos, que debía tener el oficial de turno para r
de la guardia. £1 oficial la buscó apresurado,
trada que fué, empezó á llamar segiin ella,
"El primero fué don Francisco P. Belzu
para salir quiso antes calzarse, pues estaba d
No se le permitió y fué obligado á salir desea
cuanto salió de la puerta hacia la plaza, se oyi^
carga que lo derribaba.
"En seguida se llamó al general Ascarrun;
dilata un tanto su salida; y se siguió llamandi
lista al general Hermosa. Este salió tranqi
pronto como fué llamado. Llegado puerta afu
nó la descarga.
'^Después fueron nombrados por lista el
Calderón y el doctor Eyzaguirre, los mismos
se movieron de sus puestos tan pronto como st
mó. Entonces Yáñez sin atenerse á la lista dij<
-f»-í"-T^-\'
wEl Juicio Públicow 41
— Á ver el chileno Espejo.
'«Este salió pronto y resuelto, y recibió su descarga.
"En este estado se oyó la voz descompuesta de Val-
derrama, que despavorido entró á darse contra la
mampara del salón gritando:
— {Favorézcanme que me asesinan!
»»Lo sacaron á bayonetazos y se le dieron varias
descargas en la plaza.
••Siguiendo la lista llamaron á don Luciano Mendi-
zával, quien pidió que se le permitiera vestirse. Mien-
tras tanto salió Yáñez al lado de afuera de la mampara,
de donde regresó en compañía de su hijo. Intercedió
éste por Mendizával, expresando que bastaba ya de
muertos y que eran ¡nocentes. Entonces suspendió
Yáñez las ejecuciones diciendo:
— Agradezcan á esta criatura; pues de otro modo
habrían muerto todos ustedes, picaros.
•»En tal estado salió Yáñez á la plaza, donde siguie-
ron las matanzas de los detenidos que se iban trayendo
de las prisiones de la policía y de la cárcel. Oíase la
detonación de las descargas con intervalos. m
Baste por ahora con lo copiado. Hago merced al
lector del acarreo de presos desde la policía y del aca-
rreo desde la cárcel pública.
En cuánto á la carnicería que en esos momentos
tenía lugar dentro del cuartel de arriba, ó sea del ba-
tallón Segundo, el proceso levantado por El Juicio
PÓBT.ico, en sus columnas, es riquísimo en fragmentos
descriptivos, que horrorizan el alma: ¡Admirable ma-
gistratura la de la prensa! Tuvieron que comparecer
}'
42 Matanzas de Ydñez
ante la mesa de redacción del periódico, temerosos y
obedientes, no pocos de los que intervinieron en la tra-
gedia de aquella noche.
En aquel recinto todo fué tan atroz como inicuo
por punto general. No hay á este respecto para qué
poner en prensa la crítica sobre ciertos incidentes
inverosímiles ó contradichos.
En lo que todos están contestes es en que los dete-
nidos eran sacados individualmente de sus calabozos,
algunos medio desnudos ó envueltos en sus coberto-
res, y eran fusilados sucesivamente en un mismo sitio,
á fin de no ensangrentar en diversos parajes el cuartel.
Puede calcularse en treinta y seis ó cuarenta los cadá-
veres del montón que allí quedó.
En la declaración judicial de Francisco Mogrovejo,
oficial que acompañaba á Yáñez esa noche, aparece
consignado un rasgo sobre el primer impulso de Yá-
ñez, en los momentos críticos de un ataque que parecía
ser de tropa veterana y, por lo mismo, nada desprecia-
ble. Según Benavente, amigo y compañero de Yáñez,
éste creía ser ataque de las compañías del Segundo
sublevadas. Á pesar de eso dio colocación á su gente y
dejó el campo acto continuo diciendo: "Primero los
tiramos á todos esos conspiradores, y luego los ata-
caremos if — (á los que hacían una descarga desde la
calle del Comercio). — Y se dirigió Yáñez al Lo-
reto.
Pero la declaración judicial interesante es la del
cuñado de éste, la del sicario Leandro í'ernández. Si
hay justicia sobre la tierra, este calificativo les per-
\} El Juicio Público^ 4j
tenece en propiedad perpetua á él, José Santos Cár-
denas y á José María Aparicio.
El procedimiento criminal boliviano, tomado del
francés, adopta, para la actuación de estas entrevistas
del juez con el declarante, la forma textual de la inter-
locución dialogada, con preferencia á aquellos relatos
expositivos con sus que inagotables y sus sempiternos
gerundios. Vamos, pues, á escuchar, puede decirse de
viva voz, á uno de los principales cómplices de Yáñez.
Omito cuanto es referente en su declaración á lo que
se llamó el combate de la plaza, á la entrada de Yáñez
al Loreto, etc.
»« Obediente, dice Leandro Fernández, á la orden
que había recibido, entré á la habitación del general
Córdoba y le hice pegar cuatro balazos. Di parte al
coronel Yáñez, quien ordenó á Cárdenas que en el
momento fuese á fusilar á todos los presos del cuartel
de arriba, menos á Demetrio Urdininea, mandándo-
nos en su compañía á Franco y á mí.
"Entramos al cuartel de arriba, en cuyo corredor
encontramos un cadáver; como la noche era oscura no
puedo dar razón de quién sería. Cárdenas, después de
entregarme á Urdininea, se internó en el cuartel en
compañía de Franco, y principió á ejecutar lo que le
habían mandado, desde la una y media ó dos hasta las
tres ó cuatro de la mañana, sin que yo me hubiera
mezclado en ninguno de esos actos.
"Verificado esto, regresamos al Loreto conduciendo
á Demetrio Urdininea, donde dio parte Cárdenas al
comandante general, expresando que ya había fusilado
44 Matanzas de Yáñt
todos los presos del cuartel de ar
ya á cuarenta y tantos ó cincuenta
■amos en la plaza varios cadávere
ue habían sido ejecutados por or
stas circunstancias se presentó el a
Lparicio, expresando que á su ca
ompromelidos en la revolución,
landó que inmediatamente los traje
ío vi más, porque me retiré á desci
iiyo cuarto de banderas permane
'^ Preguntado: ¿Quiénes eran los
lego de palacio, puesto que cuam
áñez no quedó un solo hombre, pi
>s fueron llevados al Loreto y la C
uedó en las bocacalles de la plaza?
'•Cotttístó: Nadie, porque los riñe
consecuencia de que no había sin
i la calle del Comercio; debiend
oreto no salió un solo tiro.
' "Preguntado. ¿Cómo es que dice i
3 en los actos del teniente coronel
ietoriano N. se le abalanzó intercei
á quién trató de matarlo personal
■las, y si no lo hizo fué porque nc
lo á causa de estar estrechado por
" Contestó: Es cierto que un indi
jmbre ignoro, me abrazó diciendo
ited matar,ii y yo ordené que lo
in abrazado de mí le pegaron de a
¡|^'i'...'!|j^|j¡i^ ''Í^¡M
^^ El Juicio Páblico^y 4¿
que yo no sé quién trajo en ese momento orden del
coronel para que matasen á todos los presos. Esto su-
cedió junto á la puerta de su calabozo.
^^Preguntado: ¿Á qué distancia.se hallaba el cala-
bozo, que se acaba de mencionar, de la puerta del
cuartel?
^^Contestó: Está al interior como á unos veinticinco
pasos.
^^ Preguntado: Mientras esto sucedía, ¿dónde se ha-
llaba Demetrio Urdininea.^
^^ Contestó: Estaría en la puerta.
^^ Preguntado: ¿Cómo lo abandonó cuando estaba á
su cargo?
^^ Contestó: Con objeto de saber cuántos habían sido
fusilados, entré y lo dejé junto á los soldados que es-
taban en el zaguán.
^^ Preguntado: ¿k cuántos individuos de los ejecu-
dos conocía?
«« Contestó: No vi sino dos cadáveres, uno de ellos
incógnito y el otro el rubio de quien he hablado.
^^Preguntado. ¿Cómo podía estar muerto el rubio
cuando, según acaba de decir, se le abalanzó y lo ma-
taron después que él había entrado?
^^ Contestó: Antes de que se me entregara á Urdini-
nea entré con Cárdenas y ordené que lo ejecutaran al
individuo de que se trata; entonces fué que se me
abalanzó.
^^ Preguntado: ¿Cómo más arriba ha expuesto que
los únicos que se internaron en el cuartel fueron Cár-
denas y Franco?
Matanzas de Ydi'iez
Recién recuerdo que ta
h: Ya que recuerda qi
amblé n haber visto ó h
Yo hicp ejecutar al sen
lacho. No vi á quiénes
U>: ¿Quién fué el qup ;
mente fué perdonado,
. de su calabozo y lo m:
Nadie, ri
del seide me parece sul
T de esta declaración, I
de la cual he cercenad'
ere directamente á Yáñ
laraciones que se habr
inmediata hecha con
se quiso abrir un juicio
no conocimiento de ci
t octubre, es cosa acer
stancia inequívoca en \.
tánea.
vaya el lector á imagin
Cá constituido reo, ni qu
lagación sobre la crlmii
se pasea contoneándose
ros cómplices de Yáñez,
, han escapado de I^
scondidos ó medio ocu
caso que el presidente í
.eandro Fernández ha e:
wEl Juicio Públicos 47
que su cuñado Yáñez procedió á los asesinatos á vir-
tud de instrucciones de S. E., según documentos que
dicho Fernández sostiene haber poseído y que hubo
de poner en manos de uno de los jefes de la oposición
parlamentaria. El presidente no quiere dejar correr
rumores tan perjudiciales. «»Tan infame calumnia, aca-
ba de decirse publicamente en nombre suyo, merece
ser comprobada y castigada mediante las formas esta-
blecidas por la ley.íi Y en Oruro, el secretario general
de Estado requirió el 23 de diciembre al fiscal del dis-
trito de Cochabamba, para que allí se diesen de oficio
y sin tardanza los pasos necesarios hasta el total fene-
cimiento de la causa.
Á la sazón crímenes más espantosos había impunes,
que urgía comprobar y castigar mediante las formas
legales, y á cuyo efecto la secretaría general de Esta-
do pudo asimismo requerir una y diez veces á las judi-
caturas, para la prosecución de la causa hasta su com-
pleto fenecimiento.
Pero es lo cierto, que á este requerimiento de inte-
rés personal, la prensa debió la adquisición de cierta
sumaria indagatoria, donde figura la declaración ó sea
confesión de Leandro Fernández. No se exhibieron
los decantados documentos, y Achá se dio entonces
por vindicado del cargo y con razón. Es fuera de duda:
no dio S. E. instrucciones por escrito á Yáñez, para
asesinar en la oscuridad de la noche con la fuerza
pública á presos; no. Honra y prez por ello á su sen-
tido común. La memoria del presidente goce á sus
anchas de esta bienaventurada inocencia, lo más dis-
Matanzas de Yá
ernidad ella le ¡
z.
nández, no mez
íes, despachó fe
José Agustín Fi
ipo nada; cuan
:uciones. ¡Oh! i
bara matanza d'
lignación no ha
las insignias de
■emió (equivoca
de aquella nocí
toda una noche
tocaron sino ci
r crueles encarg
do, donde Ferná
1 de Cárdenas,
dicho Franco en
rectificando la p
e dicho Carden;
mbte, Pero ¿qu
remente por la s
i Franco como
castellano pro
ién entréPii
lesde La Paz, al
de ser lynchado
de indignación i
I á este criminal
que intervino er
l"^».
% •
^^ El Juicio Públi€0\y 4g
era ya conocida en todos los pueblos del tránsito. Él
declaró, no obstante, ante el juez lo que sigue:
«De La Paz no he salido de fuga, sino de día; pues-
to que aun me he presentado en público, y he visitado
por dos veces al presidente. En la segunda le fui pre-
sentado por un caballero cuyo nombre no recuerdo,
pariente de don Luciano Mendízával.ti
Si el presidente Achá no vio en este negocio sino
aquello que pudiera afectar á sus personales intereses,
fuerza es reconocer qué anduvo errado en sus cuentas
al preterir de todo en todo para el caso los intereses
de la vindicta pública. Luego hemos de ver cuan poco
barato va á costar al primer magistrado su omiso pro-
ceder en todo lo que se relaciona con los criminales
del 23 de octubre.
José María Santibáñez, que desde Tacna observaba
atentamente ' los sucesos, me escribió remitiéndome
todos los papeles públicos del día. Dice así con fecha
23 de noviembre de 1861:
'»Aun no podemos conocer la verdad de lo ocurrido
en La Paz la noche del 23 del pasado. Las relaciones
hechas por la prensa, como usted habrá visto por los
periódicos que le remito, y las relaciones que hacen las
cartas particulares sobre este horrible suceso, no sólo
están discordes sobre los incidentes y circunstancias,
sino en abierta contradicción sobre el origen, sobre la
naturaleza y, en una palabra, sobre el fondo mismo
del acontecimiento.
•'Tengo á la vista dos cartas escritas por personajes
notables de I^ Paz, extranjeros avecindados en el país
4
so Matanzas de Yáñes
desde muchos años, los dos dignos de crédito; y mien-
tras en una se dice que hubo realmente tumulto popu-
lar ó revolución, y, por consiguiente, combate con la
fuerza de línea, se asegura en la otra, con entera con-
fianza, "que el pretendido Ataque al cuartel y á la
plaza es una farsa grosera, calculada para asesinar á
nombre de la ley á 55 bolivianos indefensos.» Vacila
el juicio, y la certidumbre moral es imposible entre
testimonios tan contradictorios.
'lEsperemos, puea, que el tiempo nos revele la rea-
lidad, que la luz de la verdad aclare esa horrible esce-
na cobijada por la oscuridad de la noche. Entretanto,
creo yo que, cualesquiera que hayan sido los motivos
que impulsaron á Yáñez á cometer estos actos de car-
nicería, una vez dominada la situación, era feroz, co-
barde, bárbaro, sacriñcar á los que, como el doctor
Tapia, permanecían inofensivos en prisiones apartadas
del teatro de los sucesos.
"Escribo al amigo Salinas indicándole la imperiosa
necesidad en que se halla el gobierno, de someter á
un juicio severo al coronel Yáñez para descubrir la
verdad; porque, de otro modo, la misma oscuridad
que reina da lugar á interpretaciones desfavorables,
que hacen pesar sobre el gobierno una inmensa res-
ponsabilidad moral. TI
Es fuera de duda que, durante los días subsiguien-
tes, los vecinos miamos de Ia Paz no estaban conpor-
des en si hubo ó no, en realidad, provocación 6 conato
sedicioso. Después de dos ó tres semanas, disipadas
ya las naturales sombras del estupor, comenzó á aso-
x^EiJuüh Púhlic<h\ 5/
marse y se abrió- ancho paso en los ánimos la certi-
dumbre clarísima de la verdad: habíase positívamente
simulado por la autoridad un ataque.
Acaso la tardanza de este desengaño contribuyó no
poco á comprimir desde luego la cólera popular, ha-
ciendo á la postre más grande su estallido. £1 hecho
es que el pueblo buscó el 23 de noviembre con
ahinco al comisario primero Manuel Monje, para lyn-
charlo después que á Yáñez. Él se había puesto con
tiempo á buen recaudo. Acusába^ele de que esa noche
fatal hizo ademán de atacar la plaza mayor vitoreando
á Belzu para atraer incautos.
<¿Qué fundamentos de carácter jurídico pudiera re>
vestir ante la historia esta popular creencia? Hé aquí
un punto interesante, acerca del cual el protocolo de
las declaraciones periodísticas arroja alguna luz sufí-
cientemente clara, capaz de producir convicción en
juicio.
Llama la atención que El Juicio Público no se
detenga á discutir ni averiguar el punto. Pasa por en-
cima de la afirmación relativa al ataque, pisándola con
desdén. No deja de impresionar al investigador esta
forma de desprecio tratándose de un hecho tan capital.
Cuando más dice irónicamente el periódico^ que le
muestren las señales materiales causadas por las balas
en los muros y techos de los edificios, ni qué combate
ha sido éste sin heridos en la derrota, sin persecución
]>or las calles, sin más muertos literalmente que los
presos que arrancó Yáñez de sus lechos para ser fu-
silados.
■> Pítblkú» 53
y que ni aun para ello dio
constancia, en nlngiin do-
:nsa, sobre el hecho notable
sea transitoria, de las com-
ez mismo en su parte al
a tan grave. Se refiere á un
de uno de los jefes del Se-
i momentos, los detenidos
sus centinelas y avanzaron
ia; hace valer el hecho de
iesaparecido, lo cual resultd
ixactitud para el caso,
nérgicamente por la prensa,
lo que sigue:
0 que los acometíamos, se
su cuartel; y como en estos
por la calle del Comercio,
Jenó que avanzara sobre la
\. Yo avancé inmediatamen-
jpo de gente que venía en
: replegó á la esquina de la
(esquina noreste), y de allí
lía éste, hasta que á un sol-
se al presidente de la re-
1 del grupo, y luego se me
osé Pinto, á quien le mandé
ité por qué motivo habían
fuego. Él me contest(í, que
5^ Maiansas ie Yáñez
con motivo de haberse aproKimiido seis ti odio hom<
bres á la esquina del cuartel, disparando tiros, habían
salido en su persecución. "
i'Como este piquete estaba á las órdenes del comi-
sario mayor don Manuel Monje, á quien en aqudlos
momentos no vi, pregunté por él y Pinto me contestó:
que había reñido con la fuerza; que cuando ésta fué
rechazada se había ido,
i'Habiendo amanecido el día se presentó el señor
Monje, y preguntado dónde había estado, contestó á
Yáñez y á mí: que se había dirigido A casa del corre-
gidor para que mandase un aviso aJ coronel Cortés, el
cual se hallaba con el resto del batallón en AchocaJla.Fi
1^ declaración de Benavente es de una importancia
extraordinaria, por lo mismo que en este punto no ha
ddo contradicha ni rectificada mediante la prensa, que
yo sepa.
Segiin Benavente, acudieron una después de Otra
dos partidas de asaltantes á la plaza. Primeramente,
ia fuerza pública sublevada, que tras de un primer re-
chazo se retiró en dirección de su cuartel. Pasaba esto
en una esquina de la plaza. En segundo lugar, casi al
mismo tiempo y por distinta esquina llegó haciendo
fuego contra la plaza otro grupo de gente, y fué el que
siempre haciendo fuego contra la plaza se replegó ¿ la
esquina inmediata.
En este grupo apareció el teniente Pinto; allí había
acabado de estar el comisario de policía Monje; «o
era aquel un mero pelotón de gente allegadiza; en ese
grupo est^^Knin piqutíe de la fuerza pública, coman-
«Eljuiáo PúMieo-' SS
dada por dos agentes inmediatos de la autoridad.
¿Por qué estaba allf ese piquete haciendo fuego contra
d palacio, adonde debía suponer acuartelados y de
donde salieron i contestar el fuego la Columna Muni-
cipal y las witwidades militares del gobierno? Rebel-
des no pedia haber por ese lado sido sostenedores del
orden.
Consta sin contradicidn det protocolo los tres hechos
que siguen: Una vez que Yáñezy Benavente salieron á
la plaza con la columna, el palacio qued(5 desguarnecido
y solo, pues Váñez se llevd consigo los pocos rifleros
que habían sido colocados en los balcones en tanto se
annaba y salla afuera la columna. Cuenta Benavente
que Váiiez le dijo en esos momentos; ''Nos han su-
blevado las compañías del Segundo.n Dice el coronel
en su parte oficial que los rebeldes atacaban á las auto-
ridades en seis puntos diferentes de la publacídn.
Analizando esta parte del suceso, un periódico de
Tacna dijo: "¡Y Yáfle/ y Benavente dejaron mien-
tras tanto descubieita su retaguardia, el reducto que
seivía de base á sus operaciones y á su autoridadiu
YiAet no se curó para nada de su retaguardia. Re-
cuérdese la ya citada declaraciiín del subalterno Mo-
^veja De atii aparece que tampoco se curó de su
vanguardia. Did colocación á su gente y dejó el cam-
po acto cwUinuo diciendo: "Primero los tiramos i to-
dos esos conspñradoresii — (los presos del Loreto),— "y
después los atacavemosn— ^(á los facciosos, que hacían
un activísima fu«go; /•Kj» sostenido por más de media
ifira, 4en«iStrando la ttmnidad de su inicua pretensión de
Matanzas de Yáñez
■den público, segün el aviso del .
lero 41 de El Juicio Púbuco (
iguel Pizarro rectificando á Ber
sigue entre otras cosas:
lia aciaga noche lo que hubo d
irentar el motín, se dispararon !
bfan preludiar la niatanza pro}
combinado. A la detonación qti
in las tres compañías que est
la recoba de Sucre, con sus
lo en buen orden. Habiendo
: á la media cuadra, es decir,
licho cuartel, en dirección á li
:Ía la plaza principal, en frente
ion Domingo Cardán, mandó
je hacía de jefe, y dio la ord
;n á una voz / Viva Córdoba! '.
aprendieron la marcha adelai
5 forma la casa de la señorj
itro ¡Viva el general Belzu! 1
ínciados por el expresado docl
Rada, don Fructuoso Monje ;
aquel barrio; personas idóneas
su caso depondrían la verdad.
ito, de la parte de la policía
astián, emprendió movimiento
Columna Municipal el céleb
Riéndola hacia la plaza por la c¡
ornando y repitiendo los viva;
•• ».- «
v.El Juicio Fúblico\) S7
Córdoba, é incitando á los artesanos que ocupan algu-
nas tiendas de aquella calle, lo mismo que á los de
los portales de la plaza mayor, con reiterados golpes
en las puertas, para que salieran á tomar parte, pues
que había pronunciamiento y revolución á favor de di-
chos personajes. Mas los inocentes menestrales, llenos
de cautela, permanecieron encerrados sin salir de sus
talleres, pues que, por lo que posteriormente se ha
sabido, habrían sido otras tantas víctimas sacrificadas
con tan inicuo engaño. Pero Monje continúa con la
algazara y los fuegos vagos y al aire que mandaba dar:
testigos de toda esta farsa y ficción fueron los que ha-
bitan el barrio.
"Sería demasiado difuso contraerse á objetar punto
por punto la plaga de mentiras y contradicciones que
contiene el artículo de que me ocupo: basta decir que
su autor no se ha fijado en que la fuerza inferior,
dispuesta por él en el palacio, que segiín asegura, no
constaba más que de 70 hombres, pudiese superar y
vencer tan fácilmente las de los. supuestos sublevados,
que debían ser doble ó triple comparadas con aquélla;
y basta fijarse que en un combate tenaz de un fuego
activo, en calles y plazas, no hubiera muertos ó heri-
dos de una lí otra parte, cual pudiera suceder en lucha
menos descomunal. No aparecen vestigios de más san-
gre que la que fué vertida á torrentes, impía y alevo-
samente, con motivo de los asesinatos. Las leves heri-
das que cita (á ser cierto) se las causarían entre sí los
mismos actores del drama sangriento, incidental ó
casualmente, puesto que el oficial N... resultó con uix
5$ Maiansoi át Yáñta
levísimo raspet<5n, que no lo inutiHsií ni aun para rele-
var la guardia al capitán Sánchez que se hallaba en el-
I-oreto mientras hiio de comandante. A los dos días
del suceso, éste fué ajustado de su haber.if
No obstante lo dicho más arriba, siempre llama
sobre manera ta atencidn el dicho aquel de Bena-
vente: "A la hora después de los fusilamientos, vinie-
ron á la plaza, ya en orden, las compañías sublevadas.rr
Miguel Pizarro dice con tal motivo de Benavente;
r<Su descaro, cinismo y atrevimiento Uega á querer
sustentar la estupenda mentira de que hubo motín y
sublevación de las compañías que guarnecían esta
ciudad. iT
Por más que Pizarro se sobresalte de indignacitin,
la verdad es que el aserto de Benavente se conciHa
muy bien con lo declarado por dicho Pizarro y con la
efectividad de una sublevación de las compañías: su-
blevación externamente simulada con vivas y tiros, su-
blevación tan primorosamente fingida que llegó al punto
de engañar al mismo Benavente, quien, á la cabeza de
otro cuerpo distinto, dentro de la pbza, no podía sa-
ber lo que fuera de allí pasaba, sea mañosamente, sea
en realidad de verdad, con las comiiaiSías del Se-
£1 resultado de la indicación de Santibáñez al mi-
nistra Salinas para que Yáñez sea juzgado, va á verse
en el siguiente párrafo del folleto de Ruperto Fernán-
dez sobre estos sucesos, pánafo cuyos asertos se
acuerdan perfectamente con los documentos oficiales
y la notariedad de los hechos:
«•Escribiendo, .pues, á Yáñei, ^mo üjunarle asesi-
no? ,[C6mo anticipar su ¿dio él ministro que debía juz-
gar de su conducta? Por eso es que, en comunicación
oficial y en la particular, ni se aprobaba ni se conde-
naba la medida extrema y violenta de que Yáñez daba
cuenta; porque asi se resolvió en acuerdo de gabinete,
al que coocurrieron Achá, Bustillo, Salinas y Ávila,
sin discrepar ninguno de dios de este pensamiento;
de modo que asombra el descaro con que hoy se pre-,
sentan estos iiombres infamando la memoiia del que
ya no existen
Que en la correspondencia oficial ni se aprobó ni se
reprobó la medida extrema y violenta, lo está probando
con mayor elocuencia el hecho de que el gobierno no
retiró á Yáñez su confianza después de la carnicería:
siguió éste ejerciendo la primera autoridad militar del
departamento y no se le sometió á juicio. Puede que
el lector encuentre que todo esto significa una explí-
cita aprobación solemne, aquella que Yáñez debió
más apetecer. £1 presidente, además, colmó la me-
dida de su aprecio particular, corroborándole su con-
fianza con otra mayor confianza, que veremos más
adelante.
£n cuanto á una circunspecta reserva confidencial,
Ruperto Fernández estaba seguro, años más tarde, de
no haberla violado soltando en la ocasión epístola com-
promitente. Navegando juntos entre Mejillones y Co-
bija, le toqué en discreta y urbana plática el caso, y
aquel célebre corifeo dijo cosas curiosas que referiré
más adelante, y entre ellas manifestó la seguridad de
Matanzas de Yáñe¡
ían contra él documente
larán sin documentos, n
mentes! Olvidó aquí d
os cartas suyas á Yáñez
é inmediatamente despi
lespués del lynchamiento
la prensa, y son de la r
ria, I^ primera fué escri
liones en masa, y la seg
natanza de los prisionero
. oportunidad reveladoi
las.
i^« w r -
.MÍíU^LUAJLlUAÍJAi.AltllíJLlUUJ^JUJU.ÍJ.'. Ui I'. ILIZ t .
CAPITULO III
u
EL JUICIO PUBLICO"
iseí
( Continuación)
Las cartas del ministro. — Impresión que causaron. — Análisis de
la segunda. — Su sentido. — Estallido de la prensa limeña. —
Origen del dicho: "Con perversidad y sin decoron. — Alcance
temerario. — La prensa independiente y sensata. — Unos jóve-
nes juristas y San Román. — Caballero. — Barrientos. — Quija-
rro. — Mayor encumbramiento de Carvajal. — Ecuestre actitud
oratoria del presidente.— Un día de patria en La Paz. — Fer-
nández presentado como instigador. — Precipitase á la revuelta.
— Bibliografía — Vanas incitativas justicieras. — Diez años más
tarde. — El proceso de la prensa es insufíciente.
Hé aquí la primera carta:
1 1 Señor coronel Plácido Yáñez. — La Paz. — Potosí,
octubre 6 de 1861.
ff
Muy querido amigo: Su oficio y carta del 30 me
02 Matanzas de Yd^ez
han sacado de cuidados, pues temía que esc
pajuelas burlasen su vigilancia y llevasen
|)lan de conspiración; pero usted les ha dad
una buena lección, que contendrá á los d*
hará ver que el gobierno y sus autoridades
puestos á castigar los crímenes.
iiHan sido aprobadas todas las medidas
debe obrar con confianza, pues estando yo
nete no le faltará apoyo decidido.
riVea usted modo de salvar al amigo que
los partes de la conspiración; y para el efecl
ga usted al fiscal que en las declaraciones d
procure presentarlo como cómplice, pero m
denunciante; y al tiempo del consejo de gi
usted de que se le absuelva, lo cual será rr
saben preparar bien el sumario. Á todo traní
ted salvarlo de que aparezca haciendo un pap
itPor el correo escribiré á usted más exti
pues hoy estoy un poco enfermo.
irMis afectos á Benavente y á los demás *
la Columna, que se han portado muy bien.
iiSuyo, afectísimo amigo. — Ruperto Fei
He aquí la segunda carta:
iiSeñor coronel Plácido Yáñez. — La Pa
noviembre 4 de 1861.
"Muy estimado amigo: Por el parte ofici;
por su apreciable carta del 27, estoy inform
pormenores del suceso desgraciado del 23
^^ El Juicio Públicow ' 6j
che. Son tan variadas y apasionadas las rdaciones que
se hacen de lo ocurrído que es imposible formar un
juicio recto mientras no hablemos personalmente con
usted y recojamos informes imparciales. Entretanto,
resalta un hecho que los enemigos de la causa de se-
tiembre no pueden negar; y es la seducción en el cuar-
tel y el ataque á mano armada á las autoridades, dando
lugar con este hecho á la bizarra defensa que usted ha
dirigido con energía y á la que se debe la salvación de
ese pueblo, que hubiese sido víctima del saco y del
puñal; por consiguiente, las consecuencias desgracia-
das del hecho sólo pueden imputarse á los que lo han
provocado.
nSensible es que en el batallón Segundo haya pene-
trado la desmoralización por descuido ü otras causas,
y es preciso que usted, con su acostumbrada actividad,
saque de ese cuerpo á todos los contaminados.
iiPara mejor juzgar del acontecimiento del 23 y sus
consecuencias, el gobierno se trasladará á esa ciudad,
donde tendremos ocasión de hacer á usted justicia.
Con la esperanza de darle un abrazo del 25 adelante,
me despido como siempre. — Su afectísimo amigo y S. S.
—Ruperto Fernández.»
Estas cartas causaron vivísima impresión en toda la
repüblica. La prensa del día está llena de ellas y con
su examen. El autor reconoció la autenticidad del
texto. Hizo estribar en él una parte de la propia de-
fensa, bien así como la mayoría de fa opinión veía en
las cartas la prueba de que Fernández había movido
positivamente el brazo del asesino.
(. ' Matanzas áe YdtUs
i ja entonces Fernández que en esta c
10 se descubren odio ni planes de v
iDtimiento político de una situación i
■ que á lo más resalla en ella un esj
ivor de una represión enérgica pan
^o. Eugenio Caballero saltó y le obsi
iiiera espíritu y sentimiento pueden
se quiere, en tales cartas, menos el '■
nagistrado en un caso extraordinario t
irigirse á un subalterno que acaba de ]
de sangre la constitución y las leyes,
o que atañe á nuestro caso es que, t
izga ó, mejor dicho, se prejuzga sol
lad del acontecimiento en la segunda
osla con calma un poco, ya que las c
|)oráneas no la consideran sino coi
¡ran delito. Me atrevo á creer que es
iz primera que se examine tranquilan
lento, que tan ancho paso acertó
ipo en lo más extremado y fiero de la
u sentido me parece claramente fa
rmidades cometidas por Yáñez.
te suponer es que la variedad y la pa
linistro impiden formarse de pronto U
lO él sostiene refiriéndose á las not
[ivas á meros accidentes sino á lo
I, Es aquí sustancial aquello que sirv
ar la legalidad ó ilegalidad del procei
Dor el subalterno. Pues bien: según i
7sr^ ■f-
wEl Juicio Püblicow ój
carta, este punto esencial ísimo es ya conocido con cer-
tidumbre por el superior. El ministro sabe sin género
de duda que hubo seducción* en el cuartel; tiene segu-
ridad sobre que hubo ataque á mano armada á las au-
toridades. Afirma estas cosas categóricamente cdmo
ciertas y como bastantes para explicar el suceso.
¿Cómo es entonces que dice que entre los informes
contradictorios é interesados, le ha sido imposible for-
marse un juicio recto sobre lo ocurrido? Necesita ma-
yores informes para pronunciarse, y á renglón seguido
cree en lo que Yáñez le refiere sobre lo más controver-
tible del suceso.
Pero se dirá que lo cree tan sólo interinamente, por
virtud de una mera aquiescencia revocable, prescrita
por la disciplina oficial del despacho, la cual tiende á
favorecer en el primer momento, con una presunción
de verdad, el aserto del subalterno informante.
Nó es aceptable esta explicación. El sentido de la
carta en este pasaje no es hipotético sino asertivo. Con
referencia á las variadas y apasionadas relaciones de lo
ocurrido, dice así:
iiEntretanto, resalta un hecho, que los enemigos de
la causa de setiembre no pueden negar; y es la seduc-
ción en el cuartel y el ataque á mano armada á las au-
toridades, dando lugar con este hecho á la bizarra de-
fensa que usted ha dirigido con energía y á la que se
debe la salvación de ese pueblo, que hubiese sido víc-
tima del saco y del puñal, n
El superior manifiesta aquí resueltamente que está
en posesión de una parte importantísima y funda-
5
i Matanzas de Yáñez
:al de la verdad, y lo manifiesta bien así como
1, en mitad de una disputa, dice: á lo menos esto es
>r eso no es extraño que, después de esta conquista,
1 él ya bien establecida, en su entendimiento, la
lisa suficiente para deducir una conclusión incon-
nal y definitiva. Esta conclusión el ministro la
ula sin más trámite, y es absolutoriamente favora-
1 proceder del subalterno:
or consiguiente, dice, las consecuencias desgra-
s del hecho, sólo pueden imputarse á los que lo
>rovocado.Fi
prensa de Lima dudó también, y no se pronun-
ntre los informes contradictorios que la. llegaron en
mer correo. El siguiente le trajo el oficio de Vá-
\11 I yó as b o aquella confesión cuando
d q eneldos los asaltantes de la
11 g 1 de proceder á castigar á Cór-
1 d d enidos. Aquella prensa no
dó j y ás trámite estalló unánime
a \ anez. Ten^o esas publicaciones á la vista,
rnández, que presta fe al informe de su subalter-
1 todo lo demás, no para mientes en esta paladina
rsión, que torna contra Yáñez toda la fuerza de la
nción legal, y no ordenó el enjuiciamiento inme-
del que, según el propio dicho yla notoriedad
lecho, aparecía como feroz conculcador de la
itución y las leyes.
aplazamiento para no pronunciarse sino después
Lievos informes y de oir á Yáñez personalmente.
w El Juicio PÚblifOw 6j
^o resulta ser, después de lo dicho, un trámite un
poco irrisorio ó cuando menos inoficioso?
Fernández afirma que ya tiene la evidencia de un
hecho que nadie, ni los enemigos, pueden negar; he-
cho que por sí solo sirve á caracterizar la corrección
de los actos de Yáñez; hecho que convierte dichos
Qctos desgraciados en cargo contra los provocadores,
Corforme á esta manera de considerar la carnicería,
Yáñez no responde tampoco de la sangre derramada
arbitrariamente sin necesidad. La opinión del ministro
es muy clara: basta que haya habido ataque y seduc-
ción, para que nada importen, ni el hecho de no haber
agredido los presos durante el conflicto, ni el hecho
de haber sido fusilados después do vencida la rebelión.
£s esto lo que se sabrá más tarde con mejores infor*
formes en La Paz, «• donde, agrega el ministro, tendre-
mos ocasión de hacer á usted justicia, n
Fernández no solamente desestimó la gravísinta con-
fesión de su subalterno, y omitió por eso expedir la
orden de someterle inmediatamente á juicio. Ahora le
abona y alienta con doctrinas que tienden á establecer,
antes del pleno conocimiento de causa, la perfecta
indemnidad del breve y sumario fusilador de presos.
Después de lo que antecede, ¿no' parece que esta
justicia, que se va á hacer á Yáñez en La Paz, ha de
consistir necesariamente en ascenderle á general ó
cosa parecida? Porque no ha de olvidarse que, según
el ministro, á la bizarra defensa y á la energía desple-
gadas por dicho jefe militar, se debió la salvación de lí^
c^ud^d la noch? 4^1 23 de octvibr?.
68 Matanzas de Ydñfs
Concedamos á Fernández que ni las leyes positivas;
ni las morales, le hubiesen sugerido criterio ninguno
para juzgar del hecho en vista solamente del oficio de
Yáñez. Concedámosle que en su carta no soltó prenda
valedera, improbatoria ni aprobatoria, sobre aquello
que debió someterse á juicio en el acto para su pleno
esclarecimiento. Siempre queda en la carta un algo
que se trasparenta y se impone, un algo que se presta
hoy á una palmaria apreciación: su tono. Ciertamente,
no es el propio de un superior que no quiere anticipar
su fallo al dirigirse á un subalterno, cuya conducta en
breve tendrá que juzgar sobre materia sangrienta y
gravísima.
Cuando en el examen de ese gran fonógrafo que se
llama la prensa, uno se ejercita un poco en percibir
con distinción, á la distancia, los diversos ecos y ru-
mores que constituyen la opinión de un pueblo, se
convence más bien que nunca que, en ciertos pueblos
de carnes asendereadas por rudos mandobles, la opi-
nión tiene así y todo en su epidermis puntillos de rnuy
sensible nobleza, que nadie puede lastimar impune-
mente ni con leve rasgo de la pluma.
Tal sucedió en Bolivia con la carta de Fernández.
Fué el tono de ésta, impasible ó mal nivelado con el
fiel de la consternación pública, lo que principalmente
sublevó con violencia los ánimos. Dijeron: nCon per-
versidad y sin decoro.ip
En efecto: uti fluido cordial circula á modo de savia ■
en- el estilo, y este fluido dista enormemente de ser
por virtud de la ocasión triste y penoso. Es una carta
I
\\ El Juicio Público
II
Ag
de espíritu complaciente y alentador. Poca cosa para
empañar con nubes la estima y buenas relaciones^ poca
cosa cincuenta ciudadanos fusilados á media noche
sin una fantasma siquiera de juicio. Y se despide del
amigo con la esperanza de darle prontamente un abrazo.
La prensa general encontró que esta carta signifi-
caba nada menos que una aprobación explícita. Anto-
lín Flores en Sucre y dicho Fernández en Salta, fueron
los únicos escritores que no consideraron así la cosa.
Á mí me parece que con ella hizo Fernández llegar,
al espíritu del asesino, confianza contra todo temor
de castigo, y la confianza de haberse conquistado,
á pesar de todo, un título de merecimiento á fuer de
buen partidario resuelto. Nada más en el campo de
las intenciones y conjeturas.
Con esta carta, no obstante, han querido algunos
explicar la soberbia y obstinado furor de Yáñez, des-
pués de las matanzas, contra los presos sobrevivientes.
Poh'ticamente, y aun quizá jurídicamente hablando,
esta deducción es atendible, siempre que pueda sub-
sistir después de descartado del caso todo lo que, en
dicha arrogancia, hubiese habido de ardidoso y bala-
drón. La prensa no arroja datos sobre este particular.
Con vista de la carta, uno se explica ahora las for-
midables intemperancias de la prensa detractora de
Fernández. Cierto periódico daba entonces, como
cosa existente, el ajuste de una aparcería sanguinaria
entre Fernández y Yáñez para concluir con los belcis-
tas. Citaba los días en que el pacto se maquinó.
Quizá no fué esta especie sino una mera ironía
^b Matanzas de Váñeii
calumniosa, con referencia á algo partcldo á cierl
compadrazgos de sectarios sobresaltados, compadr,
gos no raros en las civiles discordias, y cuyos cofrad
en ocasión de alentarse unos á otros la confianza,
concitan fanáticamente al calor del vino, dicienc
iiHemos de concluir con esos malvados.n
Sea de ello lo que fuere, hoy asombra que DOn
solo mérito de estas cartas, las pasiones contem[
raneas hubiesen sostenido de voz en cuello, que Fi
nández movió positivamente el brazo del asesino.
tan siquiera debiera aceptarse en sana Idgica aque
otra conclusión, que tanto propalaron los periódic
de entorlces: ti Luego Fernández íiié el instigador i
Yáfiez..!
Fué El Juicio Publico uno de los que, i po
^ndar el camino de las acriminaciones violentas, Kbá
á estos liltimos términos el peso de la acusación cont
Fernández.
Mientras tanto, ¿cuál era la actitud de la pren
independiente y sensata del país al recibir la prime
hotitiáP
Esa clase de prensa no había hecho, por aqi:
entonces, las conquistas de dominio que ha alcanzai
más tarde, y que no han sido escasa parte en otorgai
algunas prendas de seguridad para el porvenir. M
por eso mismo su calificación del becho, si reflejó o
valentía el duelo y el agravio de las leyes, es claro q
nos dará una idea significativa sobre la conmoci<
que sobrecogió entonces á los buenos. Nota importa
tísima en el concierto del criterio publico es aque!
w El Juicio Públicow y I
conmoción; debe ser destacada así de la grita des-
compuesta como del malévolo silencio, para calcular
por ahí lo que tuvieron que afrontar Fernández y los
miembros todos del gobierno, al consagrar cual lo
hicieron la impunidad del asesino.
Tan pronto como se recibió la noticia, se fundó en
Sucre un periódico con el exclusivo objeto de condenar
el crimen y exigir con urgencia su condigno castigo.
Félix Acuña desplegó en El Pueblo toda la intrepidez
y el fervor patético de un tribuno. En su propio lugar
pueden ser consultadas la cuenta y razón de su labor.
Eran principalmente de combate sus columnas; tradu-
cían el grito de vetiganza de un partido feroz y alevo-
samente agredido de muerte. Pero había sido agredido
arbitrariamente á la sombra de la ley por los ejecutores
de la ley, y esta circunstancia prestó, á esos clamores,
algunos arranques muy capaces de llevar sano convea-
oimiento á los espíritus imparciales.
Todavía se recuerdan las interpelaciones é increpa-
ciones de El Pueblo al presidente, al difundirse la
noticia de que la conducta de Yáñez no había sido re-
probada.
Curioso es que en las demostraciones legales que
por aquel entonces se hicieron de la enormidad del
atentado, no figure el título de njefe superior del nor-
te, ti que pasando por sobre encima del jefe político,
se atribuye Yáñez en su parte oficial; título hasta ese
momento inédito, de cuya anterior investidura nada
publicaron las gacetas del gobierno, y respecto del cual
no fué notificado ni el mismo jefe político.
k
^^-'-t
y 2 Matanzas de Yáñez
La autoridad de jefe superior político y militar es
vieja y soldadesca importación colombiana, entera-
mente desconocida por las ulteriores constituciones
de Bolivia, si bien tiene la virtud de suprimir la di-
recta subordinación jerárquica de los jefes departa-
mentales.
Pocos días después de llegada á Cochabamba la no-
ticia del 23, apareció allí una hoja suelta, suscrita por
cinco jóvenes juristtis. Con el sentimiento vivo de las
garantías consignadas en la recién jurada constitución
y penetrados de honda pena por los males que consigo
traerá á la sociedad y al Estado cualquier barreno en
el régimen legal, miran ante todo en el suceso de La
Paz un crimen atroz contra la ley fundamental de la re-
pública, cometido por los mismos encargados especial-
mente de ejecutar y hacer ejecutar allí las leyes.
El escritor Victoriano San Román, . presbítero, que
encuentra deliciosos los asesinatos, escribe confiden-
cialmente á Yáñez, pidiéndole dinero para contestar
por la prensa á estos jóvenes protestadores. Tres años
después la prensa reveló esta carta. Su texto es curioso.
Al punto se arrepiente en ella y agrega el sacerdote:
II Lo mejor sería que mandase usted un poder en
blanco para acusarles judicialmente, y que le prueben
que usted es asesino. Estoy cierto que todos ellos irían
á parar á la cárcel. Escriba usted al fiscal Carmona,
que es su amigo, y mande dinero para abogado y pro-
curadores. Este es el medio de poner freno á la male-
dicencia de estos mozuelos atolondrados, n
Esta intentona de cabala, del extravío del sentido
r
wEl Juicio Públicow 7J
moral en alianza con las retrecherías abogadiles, no
tuvo consecuencias contra los jóvenes juristas.
Una hoja suelta de Oruro entregó á la indignación
publica cierta carta de Francisco Caballero, empleado
judicial de alta clase en dicha ciudad. Invita en ella á
Yáñez á alzarse contra la constitución por Fernández
el ministro. Le dice, en 29 de octubre, algo semejante
á lo que acabamos de ver:
fiPorlos acontecimientos de la noche del 23, no
pueden los setembristas menos que darse el parabién y
declarar que usted ha obrado como hubiera obrado
cualquiera de los que de corazón pertenecen á esa cau-
sa, que tantos sacrificios nos cuesta. Segunda vez ha
sido usted el salvador del país, de la causa y de todos
nosotros. Si en algo puede servir este su amigo, deseo
que me ocupe para hacer su defensa, su completa jus-
tificación y el encomio de su patriótica conducta. n
Tres días después que los jóvenes juristas, Pablo
Barrientes, sujeto de recursos independientes, amigo
del orden, consagrado al trabajo, que tenía el título de
haber sido uno de los constituyentes y el de haber da-
do por cuenta de sus electores su voto para la investi-
dura de Achá como presidente de la república, alzó la
voz en otro papel suelto de Cochabamba, para protes-
tar contra el atentado y para reclamar el pronto y con-
digno castigo del criminal insigne; criminal que tanto
había ultrajado á la humanidad, cuanto había bañado
en sangre inocente é ilustre la constitución pactada á
tanta costa por todos los partidos de Bolivia.
Citaba el artículo 7 que dice así:
b
7^ Matanzas de Ydñés
I. Queda abolida para siempre la pena de muerte, á
ser en los tínicos casos de asesinato, parricidio y
ición á la patria, entendiéndose por traición la coni-
cidad con los enemigos externos en caso de guerra, u
Al mandar Yáñez fusilar á ciudadanos constituidos
prisión, y al ejecutado por sí y ante sí, ha agravado
enorme crimen con tres circunstancias; i.* Haberse
nsumado contra una prescripción expresa de la cons-
lición; 2 * Las focmas horrorosamente sumarias de
ejecución; 3.» El numero de las víctimas.
Cita Barrientes, además, el articulo 11 de la constí-
:ión, que dice:
itEn caso de conmoción interior que ponga en peli-
3 la constitución 6 las autoridades creadas por ella, -
declarará en estado de sitio el departamento ó pro-
icia donde exista la perturbación del orden, quedan-
alif suspensas las garantías constitucionales; pero
rante esta suspensión el poder ejecutivo se limitará,
n respecto á las personas, á arrestarlas ó trasladarlas
I punto sitiado á otro de la nación, sí no prefieren
ir del territorio.— Bajo ningdn pretexto es permitido
iplear el tormento ni oteo género de mortificación. n
Váftez habfa procedido á los arrestos en pleno régi-
;n constitucional, y todos los ciudadanos fueron re-
cidos i prisión fuera del caso de delito /'« fraganti
le las leyes comunes explican.
£1 artículo 5 constitucional es terminante:
iiNadie puede ser detenido, arrestado, preso ni con-
nado, sino en los casos y según las formas estableci-
s por la ley; ni puede ser jiurga Jo por c
^^El Juicio Páblicow 75
especiales, ó sometido á otros jueces que los designa-
dos con anterioridad al hecho de la causa, n
La declaración de sitio por el gobierno fué posterior
y cómo para legalizar los arrestos.
Segün Barrientos^ el artículo ii ha sido infringido
por el gobierno por otro capítulo más. El estado de
sitio en que están el distrito de La Paz y dos provincias
del departamento, existe sin que haya ocurrido con-
moción ni se haya perturbado un solo día el orden
reinante. El descubrimiento de una trama conspira-
dora no es conmoción. El significado jurídico de esta
palabra es perturbación violenta, tumulto, levantamiento
6 altercuidn de alguna provincia. Estado, etc.
Con fecha 20 de noviembre, desde Potosí, y en hoja
impresa allí mismoj el setembrista Antonio Quijarro
reclama enérgicamente el jcmgaimeiU» de Yáñez, Jo re-
clama como una necesidad improrrogable pata el go-
bierno, para el setembrismo, para Yáñez y para todo el
mundo.
Cree que la declaración de sitio y el juzgamiento
militar de los conspiradores descubiertos en La Paz,
son actos mconstitucionales. Afirma que hay en los
ánimos una tendencia irresistible á preguntarse, si estas
dos infracciones fundamentales no son en buena lógica
la fatal premisa, el golpe en la noble, la estocada á fon-
do, que ha hecho brotar del cuerpo social ese chorro de
sangre, en cuyo charco yace ahora anegada por los
suelos la constitución del Estado,
Si estalló la guerra civil, si fu¿ necesario suspender
el régimen constitucional en La Paz, si llegó entonces
y 6 Matanzas, de Yáñez
el caso de no seguir allá sino los principios . de la ñlo-
sofía ó de la religión ó de la general conveniencia, ¿qué
sombra de razón hay para haber sacriñcado la vida hu-
mana fuera de acto de combate? ¿por qué se ha viola-
do la sagrada seguridad del prisionero? ¿cómo es que
se ha fusilado á lo bárbaro, á lo vil y á lo cobarde, cu-
briendo de esta suerte con el sambenito del crimen á
la autoridad publica?
¡Qué! ¿Los belcistas son acaso de peor condición
que los facinerosos salteadores é incendiarios, á quie-
nes se les interroga, se les defiende, se les sentencia?
¿Están declarados fuera de la ley? ¿Son los parias de
Boliviá? La nación, puesta de pie por la consternación
y el estupor, reclama el juicio de Yáñez, inmediato,
solemne, público, conforme á la ley.
Esta misma prensa de Potosí, encarándose á Achá
y á Fernández, no ha mucho ministros y á la Vez de-
rrocadores de Linares, les decía:
1 1 Los autores de esa extraña evolución política lla-
mada ügolpe de Estado, II han contraído un compro-
miso formidable, ó, usando su lenguaje, han cargado
con una inmensa responsabilidad. Están obligados á
practicar actos de abnegación á toda prueba, de un
desprendimiento sin límites, de un patriotismo, de lujo,
de un amor por la justicia llevado hasta las alturas del
heroísmo. Están obligados á todo eso, para convencer
al mundo de que la pureza de la. intención presidió á la
consumación del acto. Están obligados á todo eso; por-
que así lo reclaman la justicia, el. pundonor y la conve-
niencia pública, cuando lo extraordinario del ceño en
F
^^El Juicio Públicow 77
las acciones humanas, hace que éstas fluctiíen entre la
sublimidad y el crimen, fi
Tres días después de recibir el presidente esta vehe-
mentísima invectiva, nombraba ministro de Estado al
bueno pero acomodaticio Rudecindo Carvajal, que te-
nía por el momento la tacha insubsanable de haber
sido primera autoridad de La Paz cuando Yáñez con-
sumó á mansalva las prisiones y las matanzas, y que
tenía el delito de haber abonado unas y otras al día
siguiente, mediante notas oficiales de que después se
arrepintió. Fué uno de los recomendados por Yáñez
en su parte oficial sobre la noche del 23.
Guando después de haber otorgado su perdón á los
pretorianos sublevados por el coronel Balsa, en 23 de
noviembre, entró el gobierno constitucional á La Paz,
ala cabeza del ejército, el 28 de dicho mes, detenién-
dose el presidente Achá en uno de los puntos más do-
minantes de la plaza mayor, proclamó en voz alta al
pueblo paceño allí congregado por el entusiasmo ó la
novelería. Deplorando que el breve tiempo de su au-
sencia hubiera sido señalado por tan funestos males en
la ciudad, dijo: i?Yáñez ha muerto y su instigador vive
todavía, n
Ese mismo día el ministro secretario general de Es-
tado, Manuel Macedonio Salinas, en una circular álos
jefes políticos de la república, dijo que el presidente,
en esa alocución, había señalado al •» verdadero autor
de los asesinatos del 23 de octubre, n
Alambre eléctrico no había que hasta Sucre trasmi-
tiera los citados textos al señor ministro del Interior
j*.
fS Matanzas de Yáñís
Ruperto Fernández. En cambio, pechos tuibutentos
hay en donde golpean, como hitos conductores, las
intuiciones subitáneas del cálculo político, con la pers-
picacia suficiente para reflejar en el cerebro, sin retardo
de segundos, el hecho á el peligro que á esos pechos
se les enderezan desde lejos. Noviembre 28: ese día
mismo se apercibió Fernández en el sur pata sin más
respiro ni vagar declararse en rebelión.
Con todo el ímpetu de la ambición desapoderada y
del resentimiento enceguecido, hacíala estallar el 30 en
Sucre y tres días después en Potosí.
Fernández, al lanzarse de propia cuenta á la revuelta,
entendía apoyarse en ja sublevación áA btttaüón Ter-
cero, encabezada por Balsa en La Ts.z el 23 del mismo ■
noviembre. Su teíégrafo interior le falló en esta parte:
esa faAiUfda sublevación había claudicado el mismo
día ante la majestad de la expiación de Yáñez. No
tuvo entonces Fernández otro recurso que la fuga
(diciembre 4).
La intentona de su secuaz Agustín Morales en Po-
tosí, fué rechazada y desbaratada sin demora el 3,
como puede verse en Jul Pueblo de Sucre.
El gobierno supo en I^ Paz el 4 por la noche la re-
belidn fernandista de Sucre.
Ese día se congregó un comicio, que llamaremos
oficial, con asistencia de empleados y corporaciones,
con golpe de vecinos y de curiosos noveleros. i-Pero y
¿qué hacía el obispo?n preguntó un periódico después
de las últimas tribulaciones de la ciudad. Moraba en
su palacio. Hoy aparece aquí el obispo, quizá á con-
uEl Juicio Públicow 7p
solar al gobierno. Y se presentó Achá con sus minis-
tros á despedirse del pueblo paceño antes de partir
contra el perjuro de la constitución, etc., Achá se
abstuvo de llamar, á su ministro Fernández, ministro
traidor.
Hago merced al lector de todo lo que allí se peroró
y vociferó. Dos tópicos principales brindaron á manos
llenas el caudal oratorio: el argentino aventurero, des-
organizador y corruptor de la patria ajena; el instigador
de las matanzas del 23 de octubre. El lugar era á gri-
tos muy elocuente á este último respecto. Estaban los
congregados dentro del Loreto. Todos se alentaron y se
enardecieron contra el vandalismo extranjero. Por eso
El Juicio Público dijo que ese había sido un día de
patria, ««el espectáculo más espléndido de nacionalismo,
■—tal vez quiso decir de bolivianismo^ — que idearse
pueda. II
Entre los artesanos se firmó ese día una protesta
que decía: "Este pueblo heroico, este pueblo de haza-
ñas increíbles en la historia, bajará al malvado de la
silla que tantas ilusiones ha creado á su fantasía, n
El 7, en momentos de salir para Orurp, recibió el
gobierno avisos del 2, de Potosí, por donde se ha ve-
nido en conocimiento que, horas antes de estallar su
rebelión, Fernández hubo de ser aprehendido en Sucre
por encargo de las autoridades de ?otosí. ¿Era para
ser procesado como á «'verdadero autor de los as.esi na-
tos del 23 de octubrePi» Á lo menos, cua^ndo de^de La
Paz se prescribió nuevamente esta diligencia á las auto-
ridades de Potosí, el presidente acababa de decir á
\
■V
So Matanzas Y¿e Ydñez
gritos en la plaza: "Yáñez ha rauerto y su instigador
vive todavía. II
Aquel cabecilla sin escrúpulos no pudo llevar en
paciencia esta vez el cargo de instigador; cargo en
verdad tremendo, pero que si partía desde muy alto,
no estaba por eso mismo exento de tacha ó de sos-
pecha, ni exento de ser una de las tantas imposturas
6 falsedades políticas del tiempo. Lo rechazó inme-
diatamente por la prensa en el extranj/ero, cual si la
mancha perjudicase á aspiraciones todavía no extin-
guidas.
Diónos Fernández en esta ocasión el siguiente retra-
to de Yáñez:
«'El genio depende, en gran parte, del concurso de
nuestras pasiones buenas y malas; y á Yáñez no le
faltaba esa reunión de unas y otras, ayudadas por una
gran energía de carácter, para llevar á cabo lo que se
proponía sin que lo detuviesen obstáculos ni peligros.
Su carácter participaba de los errores de una viciada
educación por los hábitos adquiridos en el cuartel
desde la clase de tropa; de modo que el prolongado
imperio de la tiranía de nueve años, cuyos rigores su-
frió, vino á formar en él un odio profundo y una espe-
cie de horror á sus autores. Era, además, un hombre
original: llegaba á convertir el valor en temeridad, la
justicia en crueldad, la fortaleza en capricho, y el
patriotismo en intransigencia perseguidora. Así es,
que los atentados que cometió, tal vez no fueron obra
de un corazón depravado, sino el producto de una
alma exaltada, de su fanatismo político, ó los efectos
■ni- \v.
wEl Juicio Públicow 8i
de un torrente de circunstancias, que no pudo ó no
supo dominar. II
Fernández cree en este escrito, que el 23 de octubre
fué la consecuencia fatal de un motín de cuartel, que
provocó la ira furiosa de Yáñez, por cuanto éste iba á
ser entonces la primera víctima. Cree á pie juntillas
en los partes oficiales de Yáñez, y sostiene que éste,
rodeado esa noche de mil circunstancias que no había
podido calcular ni prever, mandó en el conflicto fusilar
á los presos, como un medio extremo para dominar el
peligro é intimidar al enemigo.
Contra el cargo de instigación dice, y dice con habi-
lidad:- • •
. «'Mis relaciones privadas con dicho jefe, sábenlo
muchos en Bplivia y muy particularmente los del cír-
culo de Achá, no eran bastante buenas para inspi-
i:^rnos confianza el uno al otro. Yáñez, amigo íntimo
y partidario de Achá desde Sutimarca, me miraba
con los recelos que engendra el antagonismo en po-
lítica y como un obstáculo para el triunfo de su can-
didato.
••El hecho mismo de su muerte ha venido á confir-
mar este aserto. Yáñez se encerró en el palacio sos-
teniendo al general Achá, de acuerdo con el ministro
Avila, y combatiendo en su concepto contra mí. Véa-
se la nota de Avila en que da parte del acontecimiento
del 23 de noviembre desde Calamarca, y véase la pro-
clama del coronel Balsa de 24 del mismo mes.n
El oficio y la proclama confirman lo que dice Fer-
nández,
6
\
i.
n
82 Matanzas de Yáñez
Sobre el cargo de instigación, fuera de los artículos
especiales de los periódicos, que apenas si son en este
punto valederos como marcadores de la subidísima
temperatura de las pasiones, tenemos un folleto que el
imputado publicó tocante á los acontecimientos del
día, y tenemos otro que en respuesta safcó á luz inme-
diatamente Eugenio Caballero; Uno y ottó corren ins-
critos en mi catálogo impreso, bajo los números 2099
y 2567.
Curiosa es sin duda ninguna aquella actitud ecuestre
de Achá, señalando con el dedo al nverdadeto autor
de los asesinatos del 23 de octubre, n
Un editorial de El Comercio de Lima, decía en los
mismos días de la llegada del presidente á La Paz, que
el ministro Fernández estaba obligado, estaba forzosa-
mente compelido, si era inocente, á acusar y perseguir
con energía á los culpados, á fin de justificarse él mis-
mo. Y este diario ¿por qué no dijo ésto mismo con
respectó á Achá en particular y al gabinete en general?
Es cosa vista: el ministro del interior, hasta desde el
exterior, aparecía llevando en hombros todo el peso de
una gran responsabilidad.
El diario agregaba:
iiPero tememos que no lo haga. La prensa quereci-'
be inspiraciones del gobierno de Bolivia, en vez de
tronar contra el delincuente, busca excusas á su cri- '
men. Si cabe en lo posible, esto es más odioso todavíe
que el crimen mismo.
II Cuando un empleado público comete uno de esos
atentados, el gobierno que no lo persigue por todas las
^^ El Juicio Páhtke^^ 83
vías abiertas por las leyes, hade suyo el delito y tíu^'
rándolo estimula al crimen, n
No he podido conocer lo que este diario dijo cuan- I
do supo, que no Fernández solo sino el gobierno en- 1
tero, dispusieron que continuase Yáftez en el mando -
militar de La Paz, después de su atentado.
Mientras tanto, véase lo que El Juicio Piíblico
dijo sobre el particular al presidente. Junto con diri-
girle un saludo respetuoso de bienvenida, y de signifi-
carle su deseo de que el espíritu de orden qué reinaba
en la población encontrase, de parte del magistrado, un
propósito positivo de restablecer en ella el imperio de
la justicia y de la seguridad, indicó, cual una muestra
inequívoca de dicho propósito, el castigo de los asesi-
nos y cómplices del 23 de octubre.
Es amarga la ironía con que al respecto demostró su
desengaño.
iiCuando en el extranjero, donde en lá actualidad
se nos está juzgando como á salvajes, se vean algurtos
de nuestros poriódicos, eii los cuales se hacen brillan-
tes referencias del estado progresivo de nuestra patria,
de nuestros municipios, de nuestra instrucción publica
y J)ppular, de nuestras magistraturas, de nuestros ejér-
citos valerosos y defensores de la justicia, se pregun-
tará sin duda: «[por qué en una nación de tantos héroes,
de tanto caballero, de tantos sabios, de tanta ilustra-
ción y virtud, se cometen á deshoras por la autoridad
publica las atrocidades del 23 de octubre, contra las
cuales unos cuantos protestan y á las que los mas apa-
ñan? ¡Qué contrastes tan ridículos presenta ante el
Matanzas de Yáñes
1 pueblo en que la impostura y la falsedad
'ensa queda constancia sobre cierto rumor
, muy valido desde esos días entre et pueblo,
cual un conciliábulo de perversos setem-
i(a sido buena paite en inflamar, hasta mo-
tes de la catástrofe, el fanatismo y los ins-
(ititz. Pero no se' pensó en poner á jueces
;s sobre la pista del hecho denunciado; hecho
ludo ser inexacto, pero que hasta hoy en día
1 como verosímil.
ra eso peligroso y tal vez era muy ventajoso
á los hombres de! gobierno, que Fernández
'natin el único fulminado por el anatema.
os más tarde este hombre llevaba todavía el
diosísimo cargo de instigador.
la justicia histórica exige que se le oiga lo
;a posible sobre el punto; exige que se extraí-
los elementos reconstructores de la verdad,
los hasta hoy día en la cantera misma de los
^X proceso de la prensa es insuñciente para
e en tan subido grado.
^H^^^J^I^f««í§§l^»KI§l§«§Wm§m»WI«í^m^íf§f§^
CAPÍTULO IV
"EL JUICIO PUBLICO"
iseí
(Continuación)
¿Escribió Achá á Yáñez? — Ifiraoralidad política. — Barruntos. —
Un documento de confianza. — Carta satisfactoria. — La grita
se vuelve contra Achá. — Escena nocturna con el hijo de Yá-
ñez.— Acusación ante el congreso. — Rechazo.— Desmedida
reacción. — ¿Es admisible la absoluta inculpabilidad política de
Achá? — Achá no quiso jamás pesquisar las matanzas. — Peli-
grosísima situación del presidente. — Cartas restropectivas. —
Un ministro insignificante en un gobierno pretoriano. — Doblez
del presidente. — Los traidores.— Un banquete en Potosí y
otros antecedentes.^— Achá y Morales entregando á Belzu al
universal oprobio. — Achá belcista. — Opiniones de Fernández.
— Aberraciones que sirven de solaz*
Cuando la prensa denunció lj|s cartas de Fernández,
la segunda sobre todo, tan reveladora del espíritu y
conducta del ministro, todos preguntábanse natural-
Matanzas de Yáñez
: iiY Achá ¿también ha escrifo á Yáñez? Si le ha
I ¿cuál ha sido el tenor de esa carta del presí-
ecir verdad, después del acuerdo de gabinete
ncionó la impunidad y ratificó la prepotencia de
en el lugar mismo de su crimen, el punto es de
lísimo interés histórico. Para lo que es ju^ar
la moral política del gobierno de Achá en aque-
isión solemne, basta y sobra con que esté bien
icida la verdad de aquel acuerdo. Y que por él
lazaron la remoción y el juzgamiento inmediatos
prensa proponía, es un hecho notorio que no
hoy ser revocado á duda.
' contenía ya aquel acuerdo todo cuanto podía
er la arrogancia del criminal? Una carlita del
ente ¿era necesaria aun más?
)dio setembrista se había dado aquella noche el
de los dioses con la sangre donde hervía el odio
a. Belcistas y setembristas fueron los dos facto-
a persona de Achá se presentaba á trasmano del
I. El presidente aparecía como si dijéramos colo-
in la sombra que la persona de Fernández pro-
a, al ser bañada por el siniestro resplandor de la
za de La Paz. ¡Era tan intensa y tan notoria la
e Fernández! El interés del presidente estaba á
ultas ruinosas de la contienda entre esos dos
s, cada uno de los cuales tenía su caudillo, que
imente no era Achá.
ra tal en la sociedad la perturbación del criterio
9, que con sólo no retirar de su gracia á los em-
f
V. El Juicio Fúblicow 87
pleados belcistas y á los empleados setembristas^ logró
esquivar esos días el presidente buena parte de la odio-
sa responsabilidad, desviándola hacía la persona de
Fernández. £1 discernimiento sobre la responsabilidad
de todo^ los miembros del gobierno que apadrinó á
Yáñez, no se presentó á los ánimos sino confusamente,
ó si decimos mancomunado con las inculpaciones ge-
nerales contra uno sólo de esos miembros, contra Fer-
nández. Por eso es que el presidente pudo decir en
actitud ecuestre y. trágica: n Yáñez ha muerto y su ins-
tigador vive todavía. II
Pero, según aparece de algunas insinuaciones de la
prensa, el hecho concreto y enteramente personal, de
haber escrito el presidente al asesino como si tal cosa,
comenzó á asomar su feo semblante algunos días des-
pués en las aseveraciones de la oposición contra Achá.
— Carta presidencial, decían, hay sin duda ninguna.
Achá ha visto ante todo en este asunto el interés de su
ambición personal, que es mantener en la fidelidad á
Yáñez y no suscitar con su silencio los temores ó re-
sentimientos de éste. Si los periódicos ministeriales
propalan las cartas de Fernández para más perder al
rebelde en el concepto público, omiten de seguro el
publiciir la9 de Achá para no perjudicar, ante ese mis-
mo concepto, al gobernante que costea esos periódicos.
'Unas y otras cartas han debido de estar en poder del
servidpr del gobierno que sacó á luz solamente las car-
tas de Fernández. —
Menos impetuoso é infinitamente más astuto que su
ministro, el presidente ha dejado, entre los altope-
88 Matanzas de Yáñts
ruanos mismos, fama de artista consumado ei
de fingir. La presunción no era por eso infundada. Por
aquel entonces Achá rayaba ya muy alto en su fama
de artero y de hipácrita. Según eso, era muy capaz de
haber salido del paso sin descontentar á Yáñez, escri-
biéndole una carta perfectamente dorada y cabalística
á la vez.
La verdad es que, en esta especie de estilo, la boli-
viana labia politi(;a ha modulado verdaderos primores
del arte, muy superiores, en mi entender, á esos de-
chados que nos maravillan al recorrer los diez y ocho
volúmenes, de Muratori, que se titulan Ánnali d'líalia.
. No faltaban algunos que creyesen que Achá, como
la pitonisa de Delfos algunas veces, había preferido
prud en tfsi mámente callar, aunque arrostrando las alar-
mas de Yáñez.
En estas y otras suposiciones estaban los ánimos
cuando la prensa, esta formidable vocinglera, entregó
al publico el siguiente documento:
i'Señor Dr. Dn — La Paz, y noviembre 27 de
1861. — Mi querido — Como supongo que la
noticia de los últimos sucesos llegue á esa desfigurada,
te daré una ligera idea de ellos. Ya sabes los inauditos
asesinatos que ?1 coronel Yáñez cometió el 23 del pa.
sado con el general Córdoba, etc.— El pueblo todo es-
peraba impaciente el condigno castigo de tan insigne
malhechor; más cuál fué su indignación cuando, ha-
biendo llegado á esta ciudad el general Avilan— {minis-
tro déla guerra) — p-el zr de éste por la tarde, el zz por
la mañana todos los presos restantes de la horrible ca-
liiillmiil
^^El Juicio Públicow 8q
tástrofe fueron puestos en libertad, y Yáñez^ destinado
á hacerse cargo del batallón Tercero y brigada de artille-
ña que mandaba el coronel Balsa^ quien debía quedar
de comandante general de esta plaza,,, — (Firmado). Je-
rónimo, n
Ruperto Fernández, defendiéndose contra Achá, fué
quien hizo valer esta prueba sobre la alta confíanza, que
el asesino del 23 de octubre hubo de merecer al pre-
sidente de la república, tan luego de conocerse el cri-
men por dicho presidente. Una rebelión frustró la me-
dida oficial, ó sea el cumplimiento de la medida oficial,
y el hecho quedó por un momento desconocido.
La siguiente nota es de Fernández:
II Entre varias cartas que existen sobre este hecho
he escogido la de don Jerónimo Tobar, porque sien-
do empleado de la administración de Achá y uno de
los protestantes contra mí, merecerá más crédito*"
Ni el hecho aseverado ni la autenticidad de esta
carta han sido contradichos por medio de la prensa. El
opúsculo defensivo de Achá guardó silencio. El pro-
testante Tobar enmudeció.
Llegaba aquí en estos apuntes, cuando cansado de
buscar luz precisa sobre este particular en el cúmulo de
periódicos, sudtos y folletos del tiempo, me encuentro
casualmente, entre los papeles salvados del incendio
que todos conocen, con esta antigua nota marginal de
un escribiente mío. uSe copia la carta de Achá á Yá-
ñez después de la matanza. ••
Carta existía. No he parado desde entonces' hasta
no dar con ella. Hé aquí con sorpresa esa carta. Mu-
jft^ >.
^ Mai^nzas de Yáñez
chas veces se me había deslizado de las manos, oculta
en el Cuerpo de documentos de cierta publicación
de 1S65 destinada, entre otras ^osas análogas, apro-
bar (quién lo creyera! la i^robación que Achá no fué
dueño de dar p<»: causa de las intrigas que le ro-
deaban:
irSeñor coronel Plácida Yáñez,— -Sucre, noviem-
bre 10 de i86i. — Mi tan querido amigo: — A fin de que
no le falten mis; comunicaciones, .y entre usted en cui-
dados, le dirijo ésta dejando mi carta en el correo;
porque, como lo tengo insinuado, salgo mañana de
aquí con el deseo de darle pronto un abra;sQ, — Me tie-
nen sin vida en este momento y mi cabeza e§ un vol-
cán con tanta pretensión, solicitudes y etiquetas. — :En
Bolivia la presidencia es un suplicio. — Adiós» traigo* —
Suyo.— ¡/ofi María de Achá,^^
Los que se devanaban los sesos barruntando sobre
si Achá había escrito ó no á Yáñez, ¿qué pencaron al
leer esta epístola cordial y solícita? Aquellos que soste*
nían^ que la prudencia del magistrado no había podida
menos que dejar en inquietud al asesino, no escribién-
dole, ¿qué dijeron al ver que dicho magistrado corría
á dar un abrazo á su tan querido amigo?
Esos que llegaron á imaginarse que la habilidad ora-
toria dd presidente había sabido íiltrar, en el ánimo
del reo algún beleño, á fin de contentar al subalterno
mas sin soltarle prendas sobre la aprobación del supe-
rior; esos tales, ¿qué confesaron cuando vieron que,
no pbstante que el presidente partía junto ó antes del
correo, escribió á Yáñez, tan sólo para que ni por una
r
^^El Juicio Públicow ^ p/
sola vez falten á éste sus cartas, y á fin de que no én*
tre por ello en cuidados?
Achá tenía antagonistas políticos y enemigos perso-
nales. Una vez que Fernández cayo y quedó fuera de
la escena, 14 figura de Achá se destacó sola ante la
imaginación popular. Se destacó así comg tendiendo
la mano con gesto de inteligencia al asesino. El pre-
sidente oyó, (}e^de ese día, zumbar á sus oídos el nom-
bre de Yáñez como una sangrienta acusación.
Porque conviene saber que la grita de émulos y opo-
sitores, ante^ que el verdadero clamor de la conciencia
pública, ofuscada por las discordias del tiempo, hacía
sin descanso recaer la odiosidad del crimen sobre el
presidente, acusándole de una participación más ó
menos directa, y aun señalándole al aborrecimiento
público como á instigador encubierto de Yáñez.
Vano fué que la ausencia de ninguna prueba con-
cluyente y que las. publicaciones de la prensa gobier-
nista desmintiesen la inculpación. £1 espíritu de par-
tido es infatigable y no cejó. Mantuvo constantemente
vivas las vacilaciones de la opinión, derramando para
ello en la prensa, los clubs y la tribuna referencias,
alusiones y toda suerte de amaños insidiosos.
La tormenta iba condensando sus nublados y nu-
barrones. £1 presidente se había limitado al principio
á responder provocando la investigación judicial. Des-
pués hizo dar á la prensa algunos documentos que
conservaba en su poden Co^a es muy sabida que Achá
Jsabía tener calma, y que su dominio sobre los demá^
comeni^ba. efícacísino^mente por el dominio de sí
"^'i^-
w^'--
p2 Matanzas de Yáñez
mismo. Jamás la prensa había dispuesto allá de mayor
suma de libertad. Nunca se ha desbocado tanto para
decir lo que se le antojase contra el jefe del estado.
Los anales del periodismo en Bolivia deben á Achá,
por su gran tolerancia, un testimonio de simpatía. Tan-
ta magnanimidad acredito en el hombre un temple
superior.
A dar consistencia á la sospecha vinieron los dichos
del hijo de Yáñez y de Leandro Fernández. Según éstos,
el comandante general había procedido á los fusila-
mientos á virtud de instrucciones comunicadas por el
gobierno. Y aunque el hijo estaba interesado ^n remo-
ver el oprobio que había recaído sobre su nombre, y el
seide Fernández estaba manchado hasta los codos con
la sangre de los asesinatos, se concibe fácilmente que
sus asertos, propalados en país agitadísimo, suminis-
trasen ancha tela á la maledicencia contra Achá.
Tres años trascurrieron de esta manera. No se puede
decir que era ya brecha la que la oposición tenía abier-
ta por este lado contra el presidente; pero sí que el
naneo era ocasionado á cómodas cargas de caballería
•ligera y disparos de guerrilla. Porque aquella áspera
sonaja, odiosa y sangrienta, tendía á poner en ñla las
aprehensiones y sospechas hasta de los ánimos mas im-
parciales y menos prevenidos.
' Hacia el mes de setiembre de 1864 era cosa valida
que papeles auténticos existían, según los cuáles que-
daba fndemne, si cabe, la responsabilidad de Yáñez por
las matanzas. Entre esos papeles estaba la orden da-
da por el presidente para que, al primer tiro sedicioiso
r
^^El Juicio Públicow jy
que en La Paz se oyera, procediese Yáñez á fusilar á
cuantos creyese comprometidos en el conato, dando
cuenta con lo obrado. Esos papeles contenían también
las felicitaciones que Achá y todos los que le rodeaban
dirijieran al autor del 23 de octubre. Le daban las gra-
cias por haber en tal coyuntura salvado al país de una
horrenda catástrofe.
Por fín el asunto fué llevado á la asamblea legislati-
va, reunida por aquel entonces en Cochabamba. Acu-
sado el presidente ante este cuerpo por infracciones
de la constitución, uno de los cargos formulados contra
la persona del mandatario, fué el de haber tenido parte
en los sucesos del 23 de octubre.
- En términos más concretos se decía, que no había
sido extraño á la preparación de esos sucesos, á los
cuales, segün se agregaba, había más tarde otorgado
amplio asentimiento.
Era jefe de la oposición parlamentaria Adolfo Balli-
vián, conocido en Bolivia por su callar benóvolo y cuya
moralidad publica infundía, con su rigidez, respeto aun
á sus mismos adversarios. La expectación era muy gran-
de, así por esta circuntancia, como porque era creencia
aceptada que él estaba en posesión de esos terribles
do<ítHnentoá. Parecía confirmar esta creencia el hecho
de haber ido recientemente á La Paz, y vuelto con ce-
leridad, Darío Yáñez. Este aseguraba que había traído
consigo á Cochabamba los papeles de su padre.
¿Qué había de positivo en todo esto?
La verdad es que hubo momento en que la oposi-
ción creyó, que había sonado la hora de descargar
jV Matanzas de YdHe»
sobre Achá un golpe postrero y mortal. Darío Ytícf
acababa de ofrecer á Ballivián la famosa orden origi-
nal. Habiendo éste creído en tal ofrecimiento, dití tre-
gua al debate contra el gobierno^ en tanto se recobraba
él gran documento de manos de Ramdn Estruch, eit
cuyo poder estaba depositado, segiln decía Yáñef,
En realidad de verdad tal documento no existía.
Pen^ Como dice un memorialista coetáneo, sea depra-
vaciiín mora!, sea un deseo extraviado de lavar la me-
moria paterna de aquella mancha de sangre, el hecho
es que el joven concibió el proyecto de borrar un cri-
men con otro crimen: determinó falsificar una orden de
fusilamiento. Contaba para ello con obtener el auxilio
de su amigo y protector Estruch, excelente calígrafo y
dibujante.
Reconvenido éste para qué restituyera tos documen-
tos depositados, entregó algunas cartas; mas no la que
los opositores reclamaban con vehemencia. Con respec-
to á ella rechazd como falso el aserto de Daifo Yáñez,
sobre que éste se la había dejado á guardar. Para con-
vencer de ello á Ballivián y á sus amigos, se dispuso
que dos de éstos, ocultos en un aposento contiguo á la
habitación ^en que habían de tener una entrevista Da-
río Yáñez y Ramón Estruch, escuchasen y juzgasen.
De noche y á la hora convenida, Néstor Gatindo y
Genaro Palazuelos, jóvenes honorables y fidedignos,-
se constituyeron en una pieza oscura que comunicaba
por una puerta con la habitación donde Estruch aguar-
daba al hijo de Plácido Yáñez. El joven entró. Escu-
chemos, acerca de lo que pasó, la declaración judicial-
wEl Juicio Públicow Q¡
dé Palazuelos, que, conteste con la de Estrüch y conf
la de Galindo, es no obstante la más concreta al res-
pecto de lo que nos interesa. Dice así:
irY después de las salutaciones, le dirigió la palabra
él señor Estruch, haciéndole cargos sobre cómo quería
comprometer su reputación, asegurando á todos haber
depositado en su poder los anteriormente referidos do-
cumentos, siendo así que ni los había visto. A lo que
contestó Yáñez diciendo: que en manera alguna trata-
ba de hacerle quedar mal, puesto que en ültinío resul-
tado estaba dispuesto á decir la verdad; con tal propó--
sito aun estaba redactando una carta en ese mismo día.
Qu6 poco más ó menos, y en este mismo setitido, se
siguieron otras varias explicaciones, que dieron el re-»
sultado de hacer conocer que las repetidas cartas ja^
más fueron puestas en manos ^t Estruch.
iiEn este estado, tomó el señor Estruch la luz qué
había en su habitación y pasó, seguido de Yáfiez, á la
en que estábamos nosotros, y nos dijo: que si estaba-
inos satisfechos de no ser éí depositario de papel algu-.
no, así como dé la impostura de Yáñez. Quien á su
vez, y dirigiéndose á nosotros, ños dijo: que puesto qo€
el señor Estruch 'había querido vindicarse, él también
lo quería; y dedaraba, en ese momento, que si ofreció
las tantas veces repetidas cartas, fué porque don Ra-
món Estruch le había ofrecido falsificar litiá carta,
en el sentido de vindicar la memoria de su padre en
tuanto á los acontecimientos del 23 de octubre.
iiAl oír esto, don Ramón Estruch se alteró en tér-
minos que levantó demasiado la vo7, y negó hacién-
Ir
p(5 Matanzas de Yáñez
^ole el siguiente razonamiento: Que no estando i
personalmente interesado en vindicar la memoria de
finado coronel Yáñez, ¿cómo podía suponerse que s<
prestara á hacer recaer ia responsabilidad de los gra
yísimos hechos del 23 de octubre, sobre otras persona
cuya culpabilidad no le constaba á él en manera algu
na? En contestación á esto, replicó Yáñez: que el hechi
de la falsiñcación no importaba una calumnia, puesti
que habían existido cartas que vindicaban la memori.
de su padre, y que las había tomado en La Paz doi
Julio Méndez.
"En este estado y satisfecl)o el principal objeto, qu
consistía en comprobar la no existencia de tales carta:
cortamos la disputa, don Néstor GaÜndo y yo, recor
viniendo á Yáñez, con una dureza que sólo podría dii
culpar la situación, sobre el perverso papel que habí
jugado engañando á unos y á otros, para hacer cref
en la existencia de los papeles ya mencionados, y sobr
el más que infame papel que había querido hacer u
presentar á otros individuos, con documentos falsos
sobre hechos de la m^ alta y grave responsabÍIÍda(
Cortada así la disputa y cuasi botado Yáñez de la cas:
nos salimos después de él.-.n
Habiendo después de esto comparecido Darío Y;
fiez á la presencia judicial, negó bajo juramento que I
anterior conferencia hubiese tenido lugar, negó qu
había hablado con Estruch lo que ya sabemos, neg
que hubiese allí visto á Galindo y á Palazuelos, y neg
que éstos le hubiesen hecho reconvención alguna.
En una de las cartas originales exhibidas, anterior
wElJidcio Páblicow gj
las matanzas, el presidente decía al comandante gene-
ral Yáñez:
iiHa hecho usted bien de mandar á Darío á Lima,
pues mi deseo es también que se forme ese joven; yo
lo recomendaré al señor Bustamente.ii
No fué á Lima. Ahora ya le tenemos perfectamente
bien forms^do, sin necesidad de haber ido á Lima.
Tres año$ en su propio país han sido para ello sufi-
cientes á su tierna juventud.
Impuesto el presidente de lo ocurrido, mandó le-
vantar acerca de aquella maraña y su desenredo una
sumaria información, que, leída al día siguiente en la
asamblea, produjo enojo improbatorio en todos los
bancos, y un sentimiento muy vivo en favor de la ino-
cencia de Achá.
Bajo esta doble impresión, fué votado el mismo día
el proyecto de censura contra el poder ejecutivo, pro-
yecto que había propuesto la comisión de constitución
y policía judicial, y que venía discutiéndose con calor
desde cuatro días atrás. En la noche del i8 de octu-
bre de 1S64, fué rechazado en todos sus puntos, in-
cluso entre ellos el cargo relativo á las matanzas.
Allá donde la presión atmosférica está sobrecargada
de recriminaciones mutuas y de pomün exacerbamiento,
es visto que nó pueden funcionar las balanzas de pre-
cúsión equitativa, con cuyo auxilio debiera distribuirse
siempre la justicia. Sucedió que, á partir de este ins-
tante, la reacción en favor de Achá, sobre el asunto
del 23 de. octubre no tuvo ya límites en Solivia y aun
fuera de BoKvia hasta el presente día. £1 discemi-
7
p'á" Matanzas de Yáñez
miento en busca del justo medio no apr
ció, después de entonces, diferencias d
libras, ni de arrobas. Quintales habían í
el platillo del cargo, y se arrojaron tonel
descargo. Brazo y fiel de la balanza st
violencia, y ya no hubo escala marcadoi
grados posibles,
Y tanto fué y ha sido, que años atráí
persuasivo historiador extranjero, impre:
brillo del voto parlamentario que se acá
ha ceñido también á su turno al presíd
la candida túnica de la inocencia radi<
cho, entonces, que las gacetas del tien
por la ventolera de una reacción repara<
procIamadOfá toda fuerza la ninguna r
del presidente? ¿Qué mucho, que plu
magistrado que ya pasó á inejor vida,
punto de Yáñez y el 23 de octubre, se f
rosas en tejer á la memoria de Achá
azucenas y azahares?
Por eso ahora, á mi vez, invocando
moría aun no desagraviada de las víci
que no se trata sino de un fallo de verd
cidn política é histórica, opongo categó
restricción al alcance que, á aquella vi
querido dar los autores de los folletos i
la Biblioteca Boliviana, y el autor del ir
dio histórico sobre la administración de
Porque, ciertamente, una cosa es z
histórico no salir uno manchado materí
wEl Juicio Públicow pp
propia sangre de las víctimas, y otra cosa es tiznarse
rostro y manos con la cordial intimidad del empolvo-
rinado y todavía humeante asesino; asesino y asesinos
que estamos obligados nosotros mismos á poner en las
garras de la justicia. Pero si hay diferencias entre es-
tas cosas, la hay mucho más todavía entre una abso-
luta inculpabilidad en los sucesos del 23 de octubre, y
el hecho de no haber ni tan siquiera improbado Achá,
como mandatario, el proceder del perpetrador, con el
mérito solo del aviso de octubre 24.
uAsí tuvo lugar, dice el historiador Sotomayor Val-
dés, la segunda información sobre las matanzas del 23
de octubre de 1861, información que acabó de excla-
recer la absoluta inculpabilidad del general Achá con
respecto á aquellos sucesos, n
¡Absoluta inculpalidad!
Es lo cierto que durante la administración de Achá,
ni después, se ha mandado levantar especial informa-
ción indagatoria sobre la verdad de lo ocurrido en
aquella tremenda noche. Mucho menos se organizó
en aquel entonces un proceso para un solemne juicio
plenario. En otro capítulo se verá la suerte de no sé
qué causas militares ó procesos comunes, con que se
entretuvo á la opinión y que quadaron en nada. Eran
contra los subalternos asesinos Cárdenas y Aparicio.
La información sumaria de 1861 y la de 1864 á que
se refiere el párrafo citado, y que juntas constan de
unas cuantas fojas, se contrajeron pura y exclusiva-
mente á dejar establecido este hecho: es jactanciosa
cuanto falsa la añrmación de que existían documentos
L
Matanzas ie Ydfiet
ditaban que el actual pTCsídente de ta reptj-
ié María de Achá, había dado orden escrita
se ejecutasen Iqe fusilamientos,
imien^o he dicho? En 1861, dos meses des-
iecretarío general de Estado ya los calificaba
latos. ¡'Leandro Fernández, decía él con fecha
:iembre, ha esparcido la voz de que éste (Yá-
letití los asesinatos del 23 de octubre, en La
mandato del jefe supremo del estado.ri
londe mejor se ve que el presidente consideró
el 13 de octubre, ?s en su orden general de
iembre de 1861. Una vez trasladado á La
ercioró por sí mismo de la verdad sobre lo ocu-
noche. Dice el artículo 3.' de esa orden ge-
bién son borrados de la lista militar, por haber
ido en los asesinatos perpetrados en la noche
e octubre ultimo, el coronel Pedro Cueto, el
coronel graduado Santos Cárdenas, el sargento
)emetrio Urdininea y e! capitán Antonio Gu-
mente, á Achá no se le probó que él hubiese
. inaudita insensatez de ordenar, bajo su firma,
is á granel con la fuerza pdblica. Lejos de eso,
Kido que quien ta! sostuvo es un impostor y
ro. Pero también, por otro lado, es cosa ave-
que el presidente Achá no requirió jamás á
:aiuras, hasta obtener como debía el exclare-
I de aquel crimen horrendo, y el castigo de los
cometieron á título de inmediatos delegados
wEl Juicio Públicow lóí
suyos aquella noche. Lejos de eso, confirmó su amis-
tad cordial al asesino principal, estorbó su juzgamiento
é intentó revestirlo con mayor fuerza bruta en el tea
tro de su brutal atentado.
Así es que, de aquella inculpabilidad relativa á la
absoluta inculpabilidad del general Achá con respecto
á aquellos sucesos, hay una enorme distancia. Dentro
de esa distancia cabe una discreta reserva jurídica.
La conducta subsiguiente de aquel magistrado bien
equivale á un positivo am()aro del reo. Su conducta
anterior no le abona: él había colocado y mantenido
adrede á Yáñez en La Paz, Lo equitativo sería que el
tribunal de la historia absolviese á Achá de la instan-
cia, mas no de la acusación.
Tres son las pirámides expiatorias con que deudos y
amigos han intentado, dentro de la enorme distancia
ya señalada, exornar el túmulo de José María de Achá.
Uno de los folletistas citados deriva de todos estos
antecedentes las conclusiones verticales que siguen:
I.® 1 1 Que los asesinatos de la noche del 23 de octu-
bre fueron la obra exclusiva del coronel Yáñez;
2.* »»Que si algún cómplice hubo en ellos, pertene-
ciente al gabinete, ese cómplice no fué sin duda el ge-
neral Achá; y
3.® iiQue el general Achá nunca dio una amplia
aprobación á esa hecatombe sangrienta, y que, si no la
condenó y castigó como correspondía, fué porque
su autoridad en aquella época se hallaba encadenada
por las redes de la intriga, como lo revelará algún día
la historia, ti
102 Matanzas de Ydñez
Esta ültiroa excepción, fundada en k
intriga, debe de referirse necesariamenl
inmediatos y posteriores á las matanzas.
Está fuera de toda duda que Achá rot
intriga venciendo, en la primera mitad í
la rebelión setembrista de su ministro
asimismo, es notorio que tornó á rompe
gas venciendo, en pocos días, la rebelit
marzo inmediato. Ni después de la pri
pues de la segunda victoria, su autoridad
y libre de intrigas, se ocupó en exclarece
sangrienta hecatombe de octubre 23.
¿Hasta cuándo se pretendía que dicha
guiera rompiendo redes de intrigas, para
que ya no se sentía encadenada? De sob:
para bien establecer la sanción de la vim
con tres años subsiguientes de mando.
¿Qué hay de efectivo tocante á la re
¿Hay huellas de este hecho en los anal
sa? ¿Hé aquí un punto interesante qut
lógicamente hacia los días de las mata
bre 23 de 1861, de donde nos habfamo:
tanto.
Porque es menester, á fin de abarcar
todos sus lados, figurarse una idea cabal 1
del presidente, situado entre pretoriano!
cia, como eran los cuerpos armados, y
del gobierno que sobre esta base conspii
■ presidente. Es menester figurárselo sin a
autoridad en ninguna de esas prestacioní
r-f- x^
wEl Juicio Públicow loj
> •
requeridas á los ciudadanos por todo régimen cons-
titucional, y figurárselo sin apoyo en la moral deprava-
da del tiempo, que excusaba por costumbre la traición
militar y la traición política. ,
Trabajos históricos han aclarado este punto. Por
ellos se ha visto que encontró sus armas el presidente
en el disimulo y la simulación, manejadas con sere-
nidad y maestría inauditas. Pero estas dilucidaciones
han sido posteriores, y aquí tratamos ante todo de con-
servar al semblante de la prensa su. frescura nativa, y
á su testimonio el timbre peculiar de aquello que sue-
na actuando por sí mismo en los sucesos.
He tenido la costumbre de conservar, como otros
tantos jirones de la realidad coetánea, las cartas remi-
sivas de los papeles públicos de Bolivia. Sus informes
é impresiones ilustran, á las veces, cuando uno quiere
explicarse la razón del mentir, ó del callar de la prensa.
Dos que voy á trascribir aquí no me fueron dirigi-
das á mí, sino á mi amigo el comerciante argentino
Napoleón Pero, residente entonces y hoy en Valpa-
raíso. Él me las remitió en copia al remitirme del puer-
to mis paquetes de impresos por noviembre y diciem-
bre de 1 86 1. Las matanzas se supieron por el gobierno
el 28 de octubre. Son procedentes dichas cartas de
jefes mercantiles de casas extranjeras muy respetables
de Bolivia.
Dice la primera, llegada en el primer vapor de no-
viembre y es de Sucre:
"El gobierno está muy dividido; los únicos amigos
entre, sí son Achá y Bustillo. Salinas es un ente ente-
I
Matanimáe Yáñet
; insignificante, y Fernández es quien lo hace
o sabe Achá cómo de5pren<lerse de Fernán-
>res y Balsa. Al salir de Potosí et gobierno pa>
£, el general Achá mandó un extraordinario al
[ante general de Oruro para que, descuidando
, ilesarme el batallón que éste manda. Fernán'
supo en el Baño (cuatro leguas de Potosí), y
otro á Balsa para tjue tenga cuidado. El lilti-
;<S primen?, y por consiguiente los proyectos
quedaron frustrados y el ministro triunfante. En
\. E. reunió á todos los jefes y oñciales sueltos
aza y á otros adictos á él, para que tomasen el
cuando Flores hiciera salir su batallón.n — (En
el quedan todos los pertrechos y tas dotaciones
iulas, cuando sale el cuerpo á lavar.)— ^Supo
ores, y desde entonces deja todos los días,' en
lo de guardia, cien hombres con bala dispuesta
s salen los otros. Se habla mucho de un nuevo
le Estado. £1 partido de Linares se ha pegado
ndez, el de Belzu á Bustillo.ii
años más tarde este último, Bustillo, me con-
jul en Santiago estos hechos entre muchos del
mo boliviano. Entró en desenvolvimientos que
n las sinuosidades de la prensa, penetrando
ominios de la historia propiamente dicha. Bas-
itras tanto, con la anterior fotógrafo de aquel
) pretoriano, de pura estirpe bizantina d me-
aliana.
lificativo de >iente enteramente insigniScante»
ie deba aplicar en rigor de verdad i. Manuel Ma-
wElJtddo Publico^ ios
eedonío Salinas. Reñexione el lector, que allá donde un
ministro previene con otros más veloces los correos se-
cretos del primer magistrado, y donde éste fragua mo-
tines de cuartel para subvenir al mantenimiento del
orden legal, lord Chatham y Cavour, con toda su cien-
cia de gobernación reformista y regeneradora, pasarían
también dentro de su gabinete por entes enteramente
insignificantes.
£n la segunda carta tenemos ya que Balsa, preveni-
do á tiempo por el ministro, se ha largado de cuenta
propia á La Paz, se ha sublevado contra el presidente,
y no ha podido proclamar al ministro por causa de la
ira popular, que aprovechó del desorden para ejecutar
á Yáñez, á quien suponía instigado al crimen del 23 por
el ministro. Es escrita el 24 de noviembre, en La Paz,
al día siguiente de la ejecución, hecho que ha dejado
paralizado á Balsa dentro de su mismo triunfo. Dice así:
»íMuy señor mío: Para lo que pueda convenir, ó
bien para que sepa usted la verdad de todos los suce.
sos, me tomo la franqueza de relatárselos.
"Con fecha 4 del corriente nos escriben de Sucre
Achá y el ministro Fernández. Asegura el primero,
que por los acontecimientos del 30 ide setiembre y 23
de octubre últimos, se veía obligado á abandonar su
política de fusión, para no aceptar más cooperación
que k de setembristas, cuyo caudillo no podía ser otro
que él. £1 señor Fernández nos dice con la misma fe-
día, que todo estaba arreglado con el general Achá,
quien había convenido en un cambio de gabinete, por
lo que Bustillo debía dejar la cartera, etc.^ eCc.
io6 Matanzas de Yáñez
"Y ¡quién creyera que este hombre engañaba
ñor Fernández y á todos sus amigos! Pues, en Pt
(medio camino entre Sucre y Oruro) hace reconi
Melgarejo por primer jefe del batallón Primero,
vechando de que el coronel Flores quedó en
para venirse con Fernández. El i6, al mismo tii
retira del cuerpo dos capitanes y á cuantos erai
gos de don Ruperto y de Flores. También nía
general Ávila con instrucciones para que aquí
igualmente en Húsares, y para que desarme el bí
Tercero del coronel Balsa. En fin, á dejar á Fi
dez fuera de todos sus amigos.
"El 22 se sospecha aquí algo de todo lo refei
en esa noche se descubre que al día siguienti
desarmado y disuelto el batallón de Balsa, qui
mediatamente pone el hecho en conocimiento
demás jefes, oficiales y tropa; y todos unánimes i
ven batir al batallón Segundo y á la Columna W
pal {con los cuales iban á disolverlos), y á las ■
y media de la mañana de ayer (un raes después
fusilamientos de Yáñez), se lanzaron sobre la Col
la que tomaron sin resistencia, é inmediatamei
bre el batallón Segundo que mandaba el corone
tés. Han peleado ambos cuerpos en la calle á q
ropa, y los muertos pasan de ciento y en proporc
heridos. En el combate, que ha sido muy sang
ha muerto el coronel Cortés y otros muchos oi
de ambos cuerpos. El coronel Balsa, herido c
a vivado á nadie
>■ .■ »
^^El Juicio Públicow loj
i 'El coronel Yáñez estriba en el palacio con cuaren-
ta hombres, y no quiso rendirse después de la toma
del Segundo. El resultado ha sido que á viva fuerza
abrieron la puerta; y la cholada, que se había plegado
á Balsa, totnó á Yáñez y lo hicieron pedazos y arras-
traron por la plaza, cometiendo mil barbaridades con
el cadáver, lo mismo que con el' de un comisario de
policía.
"Nada sabemos del interior con certeza, ni menos
de don Ruperto; pero de seguro que el 22 debían ha-
cer en Sucre y Potosí un pronunciamiento contra el
general Achá, por cuanto éste traicionaba al ministro
Fernández.
»»De todo lo referido, y según se ve hasta este mo-
mento, tendremos otro combate en ésta dentro de seis
días, entre el general Achá, que vendrá de Oruro, y
los de acá, que no aflojan. Ávila fugó ayer, como á las
siete de la mañana, para Oruro.
»»No tengo más tiempo y me repito, etc., etc.»'
Nicanor Flores, en el folleto 2436 de mi catálogo
impreso, folleto que con sus documentos es casi una
autobiografía, declara sobre la situación del presidente
en Sucre:
»»Si no hubiese sido hombre de honor y caballero,
no estaría hoy el general Achá mandando en Bolivia;
y no porque yo le hubiese dado avisos de lo que se
tramaba contra él, como pérfidamente ha tratado de
hacerlo creer alguno, sino simplemente porque me ne-
gué á poner en prisión al magistrado indefenso, que
me había confiado la guardia de su persona."
io8 Matanzas áe yáÜte
■ En una carta que viá esos días la luz en el mime-
ro 6 de Zd Causa de Setiembre de Sucre, decía Flores
en noviembre i6 á Achá.
■lAcabemos, mi general. Quédese usted con el triunfo
de haberme engañado como i un niño. Por mi parte,
quiero llenar mi último deber declarando francamente
lo que usted no ha querido expresar sino con el hecho:
Quedan rotos todos y cada uno de los compromisos
que con usted tuve.i'
Poco antes acababa de recordarle que el i6 de ene-
ro, subsiguiente día del golpe de Esladoi ambos preto-
rianos se habfan jurado recíprocamente buena fe y leal-
tad hasta la muerte.
La prensa había dejado columbrar la hondura de la
discordia, cuya esencia deletérea corroía ya las entra-
fias mismas del gobierno, preparando el estallido de
disturbios sangrientos. El día de la llegada del gobier-
no á Potosí, el 4 de octubre, si no me equivoco, tuvo
lugar un banquete oficial en el palacio de la ciudad.
Hé aquí la versidn que de los brindis principales di^
El Teligra/o del 32 de octubre en La Paz.
Esta versidn no fué rectificada sino en cierto pasaje
referente á Bustíllo.
El señor Fernández, — i'El momento es precioso y la
actualidad me exige revelar una verdad que debió per-
manecer oculta. Sepa el mundo entero que si me com-
prometí á dar el golpe de Estado, como lo hice, en el
término de veinticuatro horas, fué con la condición de
hacer flamear incólume la bandera de Setiembre para
sostener esa causa, esa causa santa, esa causa de Dios.
nEl Juicio Público^ lop
Digo de Dios, señores, porque lo es de la humanidad,
y todo lo que es de la humanidad es divino. Sean
caprichos ó absurdos, si vienisn del pueblo, debemos
respetarlos, y si sublimes, exaltarlos... admirarlos. Se-
ñores: yo brindo porque fui el autor de ese golpe de
Estado que debía dar nueva vida á la gran revolución
de Setiembre, y no el traidor, como se ha querido ca-
lificarme.
•>¿Yo traidor al señor Linares? No lo he sido, seño-
res. £1 señor Linares no quería comprender su difícil
«
situación, y hubo necesidad de que llegara el tristísimo
momento de obrar, como obré, posponiendo las afec-
ciones que me ligaban á ese hombre, á quien debemos
gratitud y respeto, á la patria. Este es el hecho. Si el
general Achá obra contra los principios de setiembre,
se verá abandonado de todos los amigos que le rodean,
del ejército, que es el vigía de setiembre, y... se verá
obligado á descender del mando con ignominia, etc.,
etc.» (¡Bravo! ¡Bravo I)
El señor Busiülo, — í»Seis meses antes de que dejara
el mando el general Belzu, me retiré de su servicio, y
desde entonces no conservo con él relación alguna;
quiero, pues, poner un sello en mis labios para no to-
car materias que exaltarían... Ó bien, señores, yo brin-
do, no por la causa de setiembre, sino por la causa de
la nación... de la humanidad... •> (SensaaónJ.
El señor Morales ^ el doctor Fernández y el señor La
Riva le interrumpen y le interpelan.
«No quise, á propósito, tocar semejante materia...
pero sépalo también el publico que me honro de haber
IZO Matanzas de Ydtlez
sido ministro de Belzu, como otro díí
haberlo sido del ilustre general Achá.
les me ha injuriado, asegurando que y
á S. E. el ilustre presidente: protesto
to. (Sonrisas, murmullos y toses). ^^
mal al homtu'e que más idolatro? Cu
BelKU le serví con lealtad jídesprendim
a! muy más digno general Achá?» "^
El señor Morales. — '¡¿Qué es eso de
Señores: asf como otras veces le hice
de mi caballo, así lo juro hacer mil ve'
pretenda volver á Bolivia, Señores: o
preciemos á ese miserable, que es el bi
patria; á ese hombre, por desgracia bol
constituirse en jefe de bandoleros, <
más sagrados derechos del hombre, ta
dad é insultando á la humanidad entei
" Belzu no vendrá, señores, no; si q
crímenes, que venga. (Todos, "^ue
ga.'ti). Señores, brindemos por la san
tiembre que convlrtiá en cenizas el mi
vo! bravo.').
S. E. el Presidente. "Señores, yo b
sión, y porque á ese hombre de miseí
lo despreciemos; porque el enemigo di
no lo es particularmente del hombre
no imagino por un momento que pien
la patria que desoíd, á la patria que III
de ignominia. Belzu no volverá. Yo p
ñores, lo único que ofrezco á mt pa
wEl Juicio Públicow III
corazón, que inteligencia no tengo; pero con los seño-
res Fernández, Salinas y Bustillo, que me guiarán por
la buena senda, espero alcanzar mi deseo de hacer á
la patria todo el bien que ambiciono, ti
El señor La Riva, «'Señor presidente: en vano invo-
cáis la fusión. El motín proyectado en La Paz y los
trabajos reaccionarios de los belcistas, son los resul-
tados de esa fusión que invocáis. £s preciso decir la
verdad de corazón: estoy contra vuestra fusión. Ha
habido fusión, pues la habéis proclamado; y ¿se han
aprovechado de ella para el orden? Con los saqueado-
res de marzo es imposible la fusión. Hay un abismo
que nos separa de ellos, como lo hay entre el vicio y
la virtud, entre la honradez y el latrocinio, entre el se-
tembrista y el marcista.n
En cuanto á ciertas expresiones tocadas de bajeza
suma, que se ponen en boca de Bustillo, ha de tenerse
en cuenta que El Telégrafo era escrito por setembris-
tas adversarios de aquel ministro. Quien le ha conoci-
do en la intimidad puede asejgurar una cosa. Bustillo
no tenía corazón de esos como el mármol que antes se
quiebran que doblarse, no; pero en su espíritu brilla-
ban como potencias dos claridades, la sensatez y la
perspicacia. Lo que El Telégrafo le atribuye supone
que carecía, aquel estadista, del conocimiento necesa-
rio para evitarse un perjuicio grave: el de prosternarse
públicamente ante un ídolo.
He conservado adrede las manecillas tipográficas de
El Telégrafo,
Lo curioso es oír aquí á José María de Achá exe-
L
IJ2 Matanzas de Yáñtz
erando á Belzu. Las gacetas gobiernistas elogiaron con
tal motivo su enérgica y patriótica elocuencia.
Recuérdase mucho un dicho suyo: «En Bolivia no
tienen memoria, n Y así deb^ de ser. Porque, á la ver-
dad, solamente en pueblos sordos por completo á los
gritos del día de ayer, y donde el individuo olvida has-
ta lo que le es más personal, pudo haber un Achá que,
ocho años más tarde, se presentase pintando con horror
y detestación al mismo pretoriano, cuya tiranía militar
sostuvo con las armas por más de cuatro ó cinco años.
Achá fué belcistá. Se alzó por él contra la autoridad
del congreso y del gobierno popular.
Achá fi^é además uno de los declarantes que,
en 1850, trasmitió á los jueces militares ciertas confi-
dencias ó quejas de Belzu, moribundo ó convaleciente
á causa de las heridas que Morales le infiriera cuando
intentó asesinarle. Achá en dicho proceso contribuyó
con eficacia á llevar al patíbulo á Laguna, para vengar
á Belzu.
Ni se diga que el hecho quedó sepultado en los ar-
chivos. José Gabriel Telles, en el folleto 118 de mi
catálogo impreso, publicó el año 1856, entre las más
condenatorias, la declaración de Achá» Es ella tan te-
rrible, que, para quien conoce la astucia de todos estos
políticos hasta en la hora de la muerte, y particular-
mente la astucia y vengativa índole de Belzu, no pue-
de menos que entender sino que Belzu quiso decir,
por intermedio de Achá: «Fusílenme á Laguna, n Y
Laguna fué fusilado.
Lo que en sus escritos Fernández aduce contra
wEl Juicio Püblicow 113
Achá, contribuye no poco á sugerirnos una idea del
escabrosísimo terreno, del volcán quizá, sobre que pi-
saba el presidente, cuando el atentado de La Paz vino
á reclamar de él un pronto y ejemplar castigo. Fer-
nández, que al derrocar á Linares había invocado Ja
impopularidad que á éste su protector y jefe habían
acarreado sus persecuciones arbitrarías, no podía con-
formarse con la- política de fusión que pretendía im-
plantar Achá. Su idea fija era que debía gobernarse
con el apoyo exclusivo de los setembrístas, poniéndose
para ello á raya de su ruina ó exterminio al belcismo.
li Nadie ignora, dice, que la marcha del gobierno se
había desviado completamente del sendero que le abrió
el golpe de Estado; que las preferencias de Achá por
el partido belcista inquietaban seriamente á los setem-
brístas; y que esa natural desconfianza é inquietud de
unos y otros, imprimían un carácter incierto y agitado
á la política del gabinete. Á este tiempo el partido bel*
cista, apoderándose, por medio del ministro Bustillo,
de las pasiones del mandatario débil, preparaba sorda-
mente la mina que debía estallar bajo los pies de un
gobierno sin unidad de acción.
nEste partido conspiró al principió para derribar al
ministro que representaba la causa de setiembre, el
cual le servía de obstáculo, á fin de hacer triunfar más
tarde, en medio del desorden general, su causa perso-
nal, que el buen sentido publico, la sana razón, y, so-
bretodo, las tempestades revolucionarias habían recha-
zado pnra siempre.
"Todos esos trabojos, diriLjid .s por es;)íi¡H!s tiirhu--
IX^ Matanzas it Yámz
lentos y peligrosos, cuyos elementos ordir
chusma y la agitación, se removían tenebros
chando la coyuntura de mostrarse á la luz
tiEl general Achá, semejante á esos
rostro risueño, de exterior pacifico, de m
nuantes,, que ocultan en su seno el venen
siones y unos odios violentos, continuaba inr
zando á ambos partidos, al belcista y al
debilitando á éste y fortaleciendo á aquél,
do sus fuerzas para la lucha en que más t
despedazarse, para que, de entre sus ruinas
se alzase el partido acliista, que nunca ha
fuera del circulo de su familia.
iiEn tal situación se proyectó la visita
lamentos del siir, sin plan ni objeto de uti
ca; y al mismo tiempo recibió Achá una dt
dada de la conspiración que se tramaba po
tas con motivo de haberse aproximado su
que debía estallar á la salida del gobierno j
pas que guarnecían La Paz. No hizo cas<
ni del clamor público {pues los principales
la ciudad le representaron los riesgos á quí
expuestas sus vidas y propiedades con un
intempestiva), y abandonó La Paz sobrepi
las instancias é inconver 'entes que se le
por uno de los ministros, que fu( yo.
"Existen muchas personas respetables
que atestiguan este hecho.. De modo que
premeditación ó sin ella, dejó preparado el
bahía (le ¡irodiuir tantos desastres. Su del
wEl Juicio Públicaw líS
falsía no le permitieron conjurar á tiempo los males
que amenazaban al país, y que hubieran sido precabi-
dos con sola la presencia del gobierno y del ejército
en La Paz. Por todo remedio, llamó al coronel Yáñez,
que estaba en Cochabamba, pues quería dejar la im-
portante plaza de La Paz en manos de un amigo suyo
que no tuviera compromisos políticos conmigo; y para
tranquilizar á los paceños les dijo á su despedida: nOs
dejo al valiente coronel Yáñez, que es el terror de los
pajuelerps y con quien no se jugarán los conspirado-
resji Y esa su previsión ha quedado cumplida en todas
sus partes á costa de muchas víctimas.
••Pero aún no es todo. Descubierta la conspiración
antes denunciada, Yáñez llamó á varios de los com-
pronfietidos, y les dijo: •• que si persistían en perturbar
úoxátvíy los fusilaría con la constitución en el pecho.w
Esta ocurrencia la participó al general Achá en carta
particular, y éste la publicó en los salones de palacio,
con aire risueño y satisfecho por su acertada elección,
de comandante general, en la persona del coronel
Yáñez.
•'Posteriormente he encontrado la explicación de es-
ta conducta, porque he visto una carta del general
Achá al coronel don Agustín Morales, en la que le
^Kt'. Los pajueleros me han pagado mal; es una canalla
d laque es preciso exterminar, Y si esto decía al jefe
superior del sur, con quien no tenía buenas relaciones,
la presunción está porque dijese lo mismo á Yáñez,
jefe superior del norte, que era su amigo de íntima
confianza,
L
Il6 Matanaas áe Váñez
\\\a carta original que contiene los conceptos copia-
dos, existe en poder del coronel Morales, y no sólo se
publicará oportunamente, sino que servirá para apoyar
una acusación cuando se reúna la próxima asamblea
nacional.
iiPoi complemento de esta conducta, Cuando Achil
pensó en separar al coronel Balsa del mando del bata-
llón Tercero, premió la conducta de Yáñez eligiéndo-
lo para reemplazar á Balsa. Así aparece de las órdenes
que el ministro de la guerra Avila comunicó en La
Paz, la víspera del movimiento encabezado por Balsa.
Tengo varias cartas de La Paz que revelan este he-
cho, y publico al final una de persona fidedigna." '
Es la carta que arriba queda trascrita, cuando pro-
puse la presente tesis, sobre si Achá improbó ó se
dispuso á castigar los asesinatos del 23 de octubre.
Prosigue un momento más Fernández, á quien es
menester oír mucho ya que ha sido condenado en de-
masía.
"El general Achá y su ministro Salinas, con hipo-
cresía sin igual, parecieron asustados de la situación
violenta del país, pronunciado abiertamente contra la
fusión, tan mal entendida y peor realizada por ellos; y
advertidos por mí del peligro que corrfa el orden pú^
blico, y de la necesidad de un cambio en la política,
tomaron el consejo imparcial de personas respetables
de la capital Sucre. Fueron llamados los señores Hi-
larión Fernández, Andrés María Torrico y Gregorio
Anibarro, y de común acuerdo se resolvió verificar di-
cho camMo, fchiindose el gobiinw rn fratf" d'l pnrtids
wEl Juicio Públicow iij
setemhrista para gobernar con él^ por ser el más prepon-
derante en la nación y el único que proclamaba prin-
cipios.
t'El general Achá contrajo este solemne compromiso
por actos oficiales, á presencia de los altos funcionarios
de la corte suprema, del consejo de Estado, del tri-
bunal general de cuentas y de las corporaciones depar-
tamentales; y mandó publicar su nuevo programa en
el numero 4 de El Constitucional^ periódico oficial.
Veamos ahora cómo llenó sus ofrecimientos."
Fernández refiere aquí las separaciones inesperadas
de Morales en la jefatura superior del sur, de Flores y
otros jefes y oficiales en el batallón Primero; el envío
de Ávila á La Paz para sacar á Balsa del batallón Ter-
cero, y ello á fin de entregar el mando de dicho cuer-
po al perpetrador de la carnicería de octubre 23, etc.
Cosa que no poco divertirá al lector es la santa in-
dignación con que Fernández estalla contra la doblez
y perfidia de Achá, y la sacratísima cólera de Achá por
la traición y alevosía de Fernández. ¿No hemos oído
poco ha á Morales execrando á Belzu en los estrados
de la moral universal, por causa de sus concusiones y
porque con su depravación insultó á la humanidad; á
Belzu, que, á lo menos, no fué jamás rapaz mercader
con los dineros públicos, y que, siguiendo ciego el na-
tural instinto, veneró, como cualquiera otro padre, la
virtud y el pudor de sus hijas?
Convenido si por estas y otras aberraciones se pinta
entre los hombres á la justicia vendada. Pero, sin duda
ninguna, los principios morales han de ser tan necesa-
iiS Matansas de
ríos al hombre social como lo!
seres que viven, cuando vemo:
sin ley saltan heridos en el ali
y se duelen con elocuencia d
tenido ocasión de cometer.
Dejémoslos que de esta su(
á otros, en estas sus discordias
nes con la sangre y el sudor <j
con ver que, al menudearse %>
arbitrariedad y de perfidia, vaj
tiendo todos en lo íntimo la tori
más todavía, que ninguno de
á sorbos la triunfadora impur
consolémonos de la expulsión i
que caen sin remedio en el ab;
de la intriga y de la fuerza, qu
tes las fauces, asfixiado cada u
hacia arriba resuello moral de ;
buena fe y de respeto á las ley
^
^^^^^.♦^♦♦^♦^^^♦^^^^♦♦♦^♦^T^^'0^>^
CAPÍTULO V
"EL JUICIO PUBLICO."
1861
(C4>ntinuacibn)
Ufanía paceña por el lynchamun(o.—l^vc& clases elevadas. — Co-
micip político. — El pueblo y el motín de Balsa. — Retrospecto
délas matanzas. — Rudecindo Carvajal.— Su aviso al gobier-
no.—Una primera, consulta suya. — Iniquidad que aconsejó y
obtuvo. — Yáñez quería matar pronto y harto. — Carvajal intenta
detenerle con consultas al gobierno. — Dos nuevas consultas. —
Declaración de sitio — Una ingenuidad terrible de Carvajal. —
Responsabilidad del gobierno. — Pobre Carvajal. — denuncia la
jefatura y se queda. — Un padre de la Buena Muerte. — Carva-
jal el 24 de octubre. — Lágrimas matutinas de Vega. — El fiscal
Sanginés.— Muerto el perro.
"Quisiera ir con la calma de un río; pero me arre-
bata un torrente. I» Así decía Montesquieu, no obstante
que sabía empuñar con vigor la brújula en el océano
I20 Matanzas de Ydñes
de sus ideas. Es también lo que pudiera decir el que,
descendiendo á lo pasado, quisiese allá bogar dentro
del caudaloso oleaje de la prensa, en un país removido
hasta el profundo.
Un rápido nos ha llevado ya sin quererlo hasta la
expÍ!K:ii5n de Yáñez. Mientras tanto, siguiendo íirhies
por el álveo del río, tendríamos todavía, antes de eso,
que tocar con algunas afluencias y confluencias de he-
chos importantes. Estas corrientes de pasión y opinión,
á la manera de un motor hidráulico formidable, son
las que nos llevarían, con la mayor suma de fuerza, á la
caída profunda que se llama el lyníhamienío popular de
aquel desventurado.
Dice El Juicio Público, con referencia á la tremen-
da expiación del 23 de noviembre:
iiA los periódicos que increpan á La Paz apatía y
abyección en los días de las matanzas y horrores re-
cientes, este heroico pueblo ha contestado con la cabe-
za de los asesinos. ¡Qué respuesta tan formidable y
iublimeln
La prensa general se refirió más principalmente á las
í3ases superiores de la ciudad; al señorío acomodado, á
los diputados, á los jueces, etc.
No se puede negar que la plebe paceña, provocada
más que nada por la impunidad insolente y amenazan-
te del asesino y sus cómplices, reasumió tumultuaria-
mente la soberanía, para el solo acto de hacer justicia
je Dios lynchando á los culpados. Pero el cargo de
!os periódicos en lo principal quedó siempre de pie.
El vecindario no asomó cabeza en esto para nada.
wEl Juicio Público^ 121
Hizo acto de presencia en comicio político, después de
ejecutado Yáñez, cuando estaba ya vencida bajo el peso
de la ira popular la triunfante rebelión fernandista de
Balsa. Malherido éste físicamente y también en lo mo-
ral, vio que su atentado perecía de hora en hora dentro
del vacío. Vio que perecía de inanición, y abrió enton-
ces puertas á una junta de vecinos.
Allí acudieron los políticos. Se presentó el belcis-
mo y ¿cómo no? En el comicio aquel se trató de
rectificar principalmente la aguja de marear, un poco
perturbada. Los patricios, en tal coyuntura, forma-
ron colectividad para mantener á flote la nave po-
lítica. Mostraron acto continuo la popa al árido islote
solitario representado por Balsa, y maniobraron para
enderezar rumbo hacia las amplias aguas del tínico
poder subsistente, que era el gobierno. Esto consta con
inequívoco sentido en los documentos de la prensa.
Caso de haber quedado Balsa, sobre victorioso con-
tra las armas del orden legal, fuerte además moralmen-
te, sea por la adhesión ó sea por la indiferencia popular,
las que para el caso dan allá lo mismo, ¿habrían vuelto
las espaldas airosamente los vecinos, cual lo hicieron, á
aquel pretoriano de Fernández? ¿Habría existido, y caso
de existir el comicio, habría su civismo afrontado á
Balsa? ¿Habría usado, para ello, de un poco de denue-
do en combinación con algiín sentimiento de respeto
al orden legítimo? ¿Habría declarado rebelde usurpador
á Balsa?
Cuando se verificó el comicio, no solamente estaba
ya Balsa ^ imposibilidad física y moral de tener pro-
V
122 Matansas de Ydñez
babilidades de éxito contra el régimen lega!. La barra
en el comido fué inmensa. Cuando uno de los patri-
cios pidid que se explicase el sentido de las palabias
habiéndose verificado un cambio político, contenidas en
el bando de convocatoria, el pueblo, con tono amena-
zador, gritd: "jQue se expliquen! ¡que se expliquen!"
Por eso una gaceta, refiriendo lo que también consta
de los documentos, dice;
"Afuera se hablaba del bofetón que el pueblo había
dado á esta tentativa revolucionaria. En ese ¡listante
triunffí ya el pueblo con su fuerza moral. Nada había
que esperar."
Más equitativo sería decir que nada había entonces
que temer de la tentativa revolucionaria. £1 comicio
de vecinos antes bien tenía mucho que temer y mucho
que esperar del gobierno legal.
Y ¿dónde estaban, mientras tanto, las autoridades
legítimas?
Rudecindo Carvajal era, cuando las matanzas, el jefe
político en esta sociedad compuesta de soldados, de
presupuestívoros, de plebe turbulenta y holgazana, de
señorío sin civismo ni mayor cultura, de iridiada estií-
f)ida y de industriales tímidamente egoístas. Las fuer-
. zas sociales militantes eran dos: la soldadesca pretoriana
y la plebe proselitista. Una y otra de casta indígena ó
mestiza, y, por lo mismo, radicalmente incapaces am-
bas de comprender y practicar los deberes republicanos.
Las clases todas, sin exceptuar la indígena, que tam-
bién suministraba núcleos de formación á la estructura
política, componían en comiín el protoplasma de donde ■
•y.
wEl Juicio Públicow 12 J
se venían derivando y desprendiendo los gérmenes
de vida, que, convenientemente fermentados y fecun-
dados en sus intrínsecos requisitos, por condiciones
externas que no es del caso referir, creaban malas
fuerzas orgánicas y lanzaban, como es notorio, la arbi-
trariedad y la violencia á producir la anaquía.
£1 estado social tenía, pues, raíces hondas; y no ten-
dría yo más que enumerar somexsimente los actos oñ-
ciáles de aquel referido mandatario, para que se viese
reflejada en su persona la naturaleza especial del hom-
bre político boliviano, nacido fatalmente del desorden
para el desorden, buscando siempre el equilibrio de
sus actos en la cuerda de las exigencias de partido,
entre dos puntos fijos que son el hoy y el mañana de
su hogar, y todo á la luz de nociones confusísimas
sobre responsabilidad moral en política"
Y téngase presente que Rudecindo Carvajal no per-
tenecía al gremio numeroso de los pervertidos. Nada
menos que eso. Era, más que un hombre de leyes, un
excelente ciudadano según los tiempos de su país.
Pero léase el folleto numero 375 de mi catálogo im-
preso, folleto donde trató él de explicar sus circuns-
tancias y su actitud de primera autoridad durante las
matanzas de Yáñez. Allí se verá á las claras, que su
criterio indicador del deber, fluctuó á menudo, entre la
complacencia al mandón y la impopularidad del mo-
mento.
La figura de este conspicuo y muy bien quisto per-
sonaje de la política boliviana, es un luminosísimo tér-
mino de comparación, para medir la talla moral de
L
134 Maianzat de Yáñez
tantos otros personajes inferiores d peores, como son
los que de ordinario se forman en las entrañas de esa
misma política. No he recibido !a corona fúnebre del
pnícer; pero estoy seguro que ella es un monumento
ciclópeo, erigido por el provincialismo paceño en sitio
muy prominente del panteón nacional. En los momen.
tos de mayor exaltación, la prensa de los agraviados le
guardó miramientos increíbles.
Carvajal es, por lo mismo, un carácter digno de ser
conocido á través del suceso que nos ocupa. Al revés
del comiin de los políticos altoperuanos, su palabra
suele ser ingenua y sincera dentro de sus cautelas. Es
ella la que nos va á transparentar sus actos £1 amor
entrañable al puesto pdblico está por ella misma dela-
tado con pruebas heroicas. Comenzó con fuerza á dar
de sí ese amor en el hombre, al punto mismo también
que comenzó lo terrible á diseñarse en la situación.
En las personas de Carvajal y de Yáñez, colocadas
frente á frente, se ven representados el civilismo y el
militarismo, ó sean el doctor y el pretoriano, dos ti|K>s
genuinos y dos factores de la política boliviana. Habla
el doctor:
iiEn los días próximos á la salida del gobierno para
ei Sur, se anunció en La Paz con profundo y casi uni-
versal disgusto, que el coronel Plácido Yáñez quedaría
altf de comandante general. Por mi parte sentí, al sa-
berlo, viva repugnancia á continuar de jefe político.
Sien comprenderá cualquiera la razón de mi antipatía,
tocante al individuo que se asociaba á mi persona en
el gobierno local.
wEl Juicio Pubtícow I2S
itRepresefnté de palabra al ministró de gobierno mi
deseo de separarme del puesto, sin franquearle expli-
caciones sobre las causales que verdaderamente me
asistían. Igual insinuación hice ante el señor presi-
dente. Mas me redujeron á la resignación, de una
parte las amistosas manifestaciones de ambos persona^
jes, y de otra el empeño y hasta súplicas bondadosas
de muchos caballeros de mi afecto, para que no dejara
la jefatura. La prensa misma se opuso, como puede
verse en El Telégrafo del mes de agosto del citado
año 6i, á que se me admitiera la renuncia del puesto
que ocupaba.
nSin duda creían éstos que yo serviría, con la auto-
ridad política, de algún contrapeso á Yáñez, cuyo ca-
rácter arbitrario y feroz harto conocían y temían.
iiMal de mi grado hube, pues, de conformarme con
tni posición pública en ese momento, y cuando, en
verdad, sentía muy distante de mi ánimo la persuasión
de que pudiera el hombre del derecho y de anteceden-
tes opuestos en política á los de Yáñez, hacer respetar
las garantías de todos, y mucho menoB las de aquellos
tan enconadamente aborrecidos por el militar despó-
tico, á cuyas órdene3 estaba sujeta exclusivamente la
fuerza material del distrito.
•iPor nota ofícial del ministerio del interior se me
previno, desde luego, en 28 de agosto, que durante la
ausencia del gobierno, la columna municipal de la ciu-
dad quedaba al mando inmediato del eomandante ge-
neral. I^^ autoridad política se veía asi del todo desar-
niíuiíi }p^<]i;inte esta suprema (lis|K>sici(5n.ii
120 Matanzas de Yáñez
Los preliminares eran amenazadores; pero nadie
hubiera creído que lo tremendo había de comenzar
tan luego al punto. Prosigue Carvajal:
i'Muy pocos días después de haber dejado La Paz
el presidente de la república, insinuaba Yáñez su régi-
men de arbitrariedad, ordenando secretamente, y como
jefe militar del departamento, la prisión, sin causa co-
nocida, del señor Diego Povil, Se hallaba éste én la
ciudad, y ya le precftdía la orden para que se le apre-
sase al llegar á Corocoro, hacia donde era sabido que
debía encaminarse.
iilnformado yo, por un aviso particular, de esa me-
dida clandestina y atentatoria á las garantías indivi-
duales, que acababa de proclamar la nueva carta,
comprendí esa total ausencia de escrúpulos, en el co-
mandante general, para lanzarse á las violaciones de la
ley. Y guiado prudentemente por el sentimiento de
respeto á los derechos legítimos del ciudadano, me
propuse evitar semejante tropelía, haciendo, prevenir,
con reserva de Aii persona, a! señor Povil, sobre el peli-
gro que lo amagaba en su viaje á Corocoro.
"Él marchó, sin embargo. Pero burlando las ase-
chanzas de la partida, que de orden de Yáñez le per-
seguía, apareció al cabo refugiado en el Perú. Cordial-
mente he debido complacerme de mi conducta; pues
no hay duda que así se salvó aquel caballero de pere-
cer entre los victimados en b horrenda catástrofe de
octubre.
iiExiste en la ciudad de La Paz el amigo respetable
de qiiicn me valí para dar aviso al sei^or Povil.
l^Y
wEl Juicio Públicos 127
r»De tal manera principiaron las transgresiones del
funesto comandante general, tan justamente repugna-
do por el pueblo, quien rara vez sé engaña en sus pre-
sentimientos y previsiones.
M En pos de este hecho vimos sucederse algunos días
de tranquilidad; y no se divisaba el menor síntoma de
perturbación en el orden publico. Bajo tal aspecto pre-
sentaba yo el estado político del Norte en mis corres-
pondencias particulares al jefe de la nación.
iiLlegó finalmente el 30 de setiembre á torcer él
curso de las cosas.
. mEíi la noche de ese día y eri la mañana del si-
guiente se habían hecho varias prisiones por mandato
exclusivo de la autoridad militar. Sorprendido con tal
ocurrencia, la que vino á participarme ^ú mi casa el
señor Vega, intendente de policía, á las siete de la ma-
ñana, inmediatamente me apersoné con el jefe Yáñez.
1 1 De sus explicaciones resultaba que sé había descu-
bierto una conspiración de cuartel, en el momento
mismo de estallar. Me manifestó muchas pruebas
hasta materiales sobre el caso: y creí, en efecto, como
creyeron algunas personas, entre otras el ilustre gene-
ral Browñ, que era evidente la tentativa de una revolu-
ción por el partido belcista contra el gobierno, n
Rudecindo Carvajal, vocal antes de ahora de una
corte de justicia, consideró correctas las prisiones en
masa, hechas por la autoridad militar en pleno régimen
constitucional, sin previo estado de sitio ni forma jurí-
dica ninguna.
Al mismo tiempo que Yáñez, Carvajal informó al
128 Matanzas de Ydñez
gobierno de la manera siguiente, en setiembre 30. Este
documento no lo ha publicado él; se lo publicaron á él.
•'Por los partes, dice, que dirige con el presente ex-
traordinario S. S. el comandante general, se impondrá
el gobierno de haberse cortado á tiempo los planes de
conspiración tramados por los partidarios de Belzu, para
entronizar á su caudillo en el mando de la república
y desquiciar el orden constitucional que actualmen-
te rige.
»Han sido presos los principales autores del plan de
conspiración, así como las clases é individuos 4^ tro-
pa en la columna municipal, con quienes contaban y
sobre quienes tenían sus trabajos establecidos, para que
estallara un motín de cuartel como base del movimien-
to. La lista nominal de unos y otros individuos la
acompaña á su comunicación el señor coronel Yáñez.
»»La actividad, vigilancia y acierto de este funciona-
rio, en sus medidas de precaución y seguridad, han
salvado á esta ciudad y al país de los peligros que los
amenazaban... if
Y junto con esto decía también al gobierno:
"Aun no se conocen los pormenores del plan de
conjuración: aprehendidos sus autores y sindicados en
él, recién se principiará con los procedimientos judicia-
les que descubran la verdad de las cosas, n
Tarjo aquí el recikn^ no por lo incorrecto sino por
lo pintoresco.
Esos días se hizo cómplice de detención arbitraría el
fiscal del distrito Saturnino Sanc;¡nés, qtiien estaba
o'í'iga l<\ pí)r el artículo 440 c!c \\\ It v dtl j n ccdimicn-
r
wEl Juicio Públicow I2g
to criminal, á trasladarse inmediatamente á las caree*
les, á hacer poner en libertad á los detenidos
Carvajal indicó al gobierno, que, puesto que los ciu-
dadanos aprehendidos habían conspirado sobre la ba-
se de un motín de cuartel, su juzgapciiento debía ser
por un consejo de guerra, como lo previene para esos
motines el código de enjuiciamiento militar. Sus pa-
labras al respecto no son menos dignas de citarse que
las anteriores:
»»A lin de proceder con acierto en materia tan deli-
cada) y que los conspiradores no se acojan a las formas
de la constitución que no han sabido respetar, dirijo
á V. G. la presente consulta.»!
Magnífico encontró el gobierno, si bien un poco
basto ó grueso el procedimiento aconsejado por su je-
fe político de La Paz. Encontró áspero aquello de arro-
jar á puntapiés á los presos políticos que corriesen á
asilarse en la constitución. A fin de perfilar y bruñir
un tanto el procedimiento, dispuso y declaró el estado
de sitio. •
¿Cosa más eficaz y sencilla? De esa manera queda-
ban suspendidas en La Paz las garantías constitucio-
nales. Podía entonces un comandante de armas apre-
hender, por sí y ante sí, á un medio centenar de
ciudadanos alegando que estaban en sus casas y en los
cuarteles conspirando, según se vería muy bien des-
pués que se supiese la verdad. Podíase, además, proce-
der militarmente contra estos delincuentes civiles y po-
líticos del fuero común. Y todo esto, que no podía
9
I
2 JO Matanzas de Yáñíz
liacerse ayer y se hizo ayer, fué licito eiiti
hoy se declara que desde hoy en adela
poder hacerse.
Según él nos lo asegura, aquí habían si
de Carvajal. Refiere que su colega Yáftez
pronto y harto.
¿No había éste intentado, al siguiente
siones, hacer juzgar á los detenidos poi
verbal de guerra? ¿No había intentado ej*
do cuenta con lo obrado? Pues, precisamei
ner BU terrible brazo, el jefe político invi
diente de los consejos ordinarios de guei
consulta al gobierno. Ello á sabiendas de
éste desechado tamaño arbitrio, Pero, á
ponía traba por algunos días á la viole
hombre, y se ganaba tiempo para ver de
negocio formas más regulares. Tal es la si
que declara Carvajal.
Ahora el gobierno salía adoptando dí
los consejos de guerra,
¿Era para complacer á Yáñez, para qu
diese á matar harto y pronto á punta
marciales? La historia tendría sobrados
sospecharlo respecto del gobierno.
Adoptados los consejos ordinarios de
hacer?
Dos cosas se le ocurrieron en esta tribi
vajal, y dos cosas logró hacer con maestr
mente altoperuana: detuvo otra vez el br
Juicio Publican l^I
ueva consulta al gobierno, y deja
i de que había á la sazón renun-
e político.
porque, de los documentos que
mente el furor de Váñez, y tam-
y epístola de renuncia le sirvie-
larco de sangre del 23 de octubre.
:aduras al día siguiente. Nítido
do empuñar, acto continuo de la
la cartera de Hacienda en el go-
jngularlsimo.
>ii estas dos:
orno autores de un plan de cons-
rden piSblico, ¿podrán pedir el
que les acuerda la constitucitín
> de la república, suspendiéndose
miento militar que se sigue? To-
1 en adelante complicados segiín
(¡serán arrestados y sometidos á
bien, conforme al estado de si-
:ura á mandar trasladarlos de un
idblica.si es que no preñriesen sa-
sabiduría del gobierno. No po-
lación so pretexto de no querer
midad jurídica. La constitución
cautelosa contra la arbitrariedad
ego, decía, que se restablezca el
hogares las personas trasladadas.
1
rst Matansas de Ydñtt
y serán sometidas á juicio coníbmie al aitfculb 5.41
Este artículo declaraba atentatorio todo procedi-
miento que no fuera el del fuero común.
DespuéE de haber pedido venik para cumplir ó no
con la constitución, Carvajal concluye refiriéndose á
loE presos futuros con estas ingenuas palabras, terribles
de puro ingenuas:
I' Porque no cabe duda, que si todos han de ser so-
pietidos á juicio, conio los que actualmente se hallan
presos, es ineficaz la tnedída de sitio que se ha toma-
do con respecto á esta ciudad, medida que supone el
estado de conHagrpciiin d conmoción del departamento
li provincia que gon declarados en estado de sitio.
Felizmente, esta ciudad y ti distrito de Pacajes é In-
gavi se conservfin en paz y tranquilidad; porque no
existe una conmoción abierta y declarada, aunque hu-
biese tenido lugar un conato de rebelídn.'i
Hasta excesiva es ja palabra conato de rebelwn: des-
cubrimiento de un pl^n de conspiración sería lo exacto.
Nada hubo extemo, segün Váñez y Carvajal cuando
I dieron aviso al gobierno. La sociedad no ñié alarmadk
sino con la^ prisiones en masa.
Vuelvo á repetir: hay sobrados indicios para que la
historia pueda sospechar que el gobierno quería dejar
hacer ^1 feroz Yáñez en La Paz por medio de los con-
sejos de guerra.
Pobre Cai'vajal. También consultó sobre otro punto:
•I Últimamente deseo saber: si la circunspección,
encargada en la nota á que contesto, se ha hechotam-
bién extensiva al comandante general del departa-
wÉi Juicio Püblkow 73^
mentó; y 9i «stft aüioíidad, en las medidas que acor-
dare y ejecutare, lo hará por si sola ó de acuerdo con
la jefaHira.
"Tanto más urgente -es este esclarecimiento que
solicito, chanto que el señor comandante genera!, en
sus actos y comunicaciones oficiales, se titula jefe su-
perior del Norte^ sin que hasta la fecha conozca yo de
un B}odo oficial las condiciones civiles ó militares de
esa superioridad, tf
Fué en -esta misma iecha (octubre 12) cuando elevó
la renuncia de que se ha hablado» Este paso era para
un hombre de leyes inaplacable. Era muy de sospe-
charlo: Yá^ez estaba adredé para proceder por las vías
'de hecho encima del régimen constitucional.
Oigamos cómo explica el mismo Carvajal estos pro-
-cedimientos suyos; oigámosle sin interrupirlc}, que su
modo de decir es siempre, allá en el fondo, el del hom-
bre bueno:
«' ¿Qué pude, que debí hacer, mayormente cuando
se ponían á mi vista pruebas, y en mis manos de auto-
dad, por algunos del mismo partido y que hoy figu-
ran en «empleos püblicos, cartas de Arequipa, Puno y
Tacna, todas en igual sentido, denunciando una próxi-
ma tenftativa de rebelión?
" Nada lógico es juzgar de acontecimientos extraor-
dinarios, en los momentos en que se efectúan, con la
mistna serenidad y acierto qué cuando ya han pasado,
y sé tiene un conocimiento casi indudable de los ante-
cedentes que los han motivado. Ahora que la socie-
dad ha podido columbrar los motivos misteriosos para
1^4 Matanzas de Yáñez
sucesos tan funestos, se discurre, se examina y se pío-
nunciael fallo con una calma estoica contrato que
se hizo, y se señalan los remedios que pudieron haber-
se empleada para evitar el mal.
riCon tales antecedentes y en cumplimiento de mis
obligaciones públicas, al paso de dar parte al supremo
gobierno, dirigí una circular á las demás jefaturas po-
líticas, comunicando el descubrimiento en La P^ de
un conato de anarquía.
irEn esos momentos me participó el comandante
general su designio, ya deliberado, de someter á los
detenidos á un consejo verbal de guerra que los juzgase
sobre la marcha, juntamente que á quince á más solda-
dos de la columna, á quienes tenía en prisión rigurosa
y mortificante.
"Me alarmó sobre manera semejante proyecto, cuya
concepción entrañaba indudablemente intenciones si-
niestras; y de sübito se me ocurrió proponer la idea de
un juicio en consejo ordinario de guerra, conforme al
código militar vigente. Mas le hice ver la necesidad de
consultar previamente con el gobierno.
iiExasperado se resistía Yáñez á desechar su primer
pensamiento. Al cabo de una dilatada conferencia lo
reduje á mi parecer, logrando mi propósito de ganar
tiempo á tin de favorecer á los arrestados políticos. Me
lisonjeaba la esperanza, y aun la positiva presunción,
de que, interviniendo el gobierno, se desechase el juz-
gamiento indicado, y que aquél impusiese por lo mismo,
al comandante general, bajo de responsabilidad, un
procedimiento más legítimo y ajeno de vaguedades
r
\\ El Juicio Público \y IJS
respecto de su sana interpretación, para la garantía y
defensa de los sindicados en la tentativa de convulsión
interior.
fiAlcanzado mi objeto de contener por aquel medio
la violencia á que se disponía Yáñez, nos dirigimos por
separado al supremo gobierno.
"Seguidamente comuniqué, en mi oficina, al señor
tesorero don Manuel Camilo Crespo, allí presente, el
arbitrio mío para resguardar, á los acusados, de los
arranques arbitrarios del funcionario que ya se titulaba
jefe superior del Norte. Igual confidencia, en desahogo
de mis congojas del momento, deposité en mi amigo
el señor Bustamante, llegado de Oruro á la sazón, de
paso para el Perú en comisión oficial. También impuse
de aquel arbitrio oportuno al señor fiscal del distrito
doctor Saturnino Sanginés.
iiEste digno magistrado, con el celo que lo distin-
gue, se apersonó en la jefatura para informarse, de si
era efectivo que hubiese estallado una conspiración de
cuartel, y si había delito evidente para el arresto de
tantos ciudadanos; pues que, como custodio de la ley,
no debía él permitir las infracciones en que podía haber
incurrido la autoridad militar.
nSegún llevo dicho, yo le expuse, que, en la conve-
niencia forzosa y momentánea de frustrar el perverso
designio concebido por Yáñez, de proceder al juicio de
los presos en consejo verbal de guerra y dar cuenta
con lo obrado, le había sugerido, para evitar males
irreparables, la idea del juicio militar ordinario, con-
sultándolo antes con el gobierno.
1^6 Matanzas de Yéñez
•iFara no dar campo á las desconñanzas del-coBoan-
dante general sotKe la verdad de la consulta por mi
parte, le llevé m¡ nota relativa que se cerró y selló en
su presencia. De tales precauciones era preciso valer-
se, para contener sus ímpetus á un déspota semejante,
y no dejar resquicio á su genio suspicaz.
'iFor ese mismo espíritu, reconocido en su carácter,
era dable suponerle muy capaz, en aquellas circunstan-
cias, de violar tenebrosamente mis comunicaciones al
gobierno. Y ¿de qué género de intrigas hubiera sido
incapaz quien, con sus posteriores atentados, ha escan-
dalizado al mundo?
itFor aquella razón hube de limitarme, en dichas
comunicaciones, despachadas por un correo extraordi-
nario, á expresar lo muy preciso, consonando en lo
posible con algunos conceptos de Yáñet y ain descubrir
todavía mis propias apreciaciones sobre ks miras si-
niestras que á éste le suponía, ni mi estado de inquie-
tud en orden al proyecto de juzgamiento que le había
contrariado.
iiA poco de esto, el citado señor fiscal instó, me-
diante mi cooperación, porque se entregase á los dete-
nidos á disposición de los jueces del fuero comdn.
Yáñez, en tono soberbio repuso que él sólo era respon-
sable de la conservación del orden publico, teniendo
para ello facultades que á todos excluían del derecho
de contrariar sus determinaciones, bien fuesen muy ile-
gítimos los pretextos.
irAun más sucedió, en este sentido, con el señor lis-
cal doctor Sanginés, como se verá al fin de estas páginas
..J
^^El Juicio PMicow /J7
(Dúcumenias números 2^ 3 y 4)^ sobre lo cual excuso
comentar.
iiYáñez, cuya calidad de jefe superior del Norte no
conocía yo oficialmente, roe dirigió en 1 2 de octubre
una nota-orden, para que la tesorería publica suspen-
diese el pago de pensiones á muchos individuos por él
carneados de belcístas. A ün de guardar toda la pru-
dencia posible en mi conducta, al atravesar por tan
azarosa situación^ y no obstante de serme extraña su
competencia para dictar semejante medida, trascribí la
orden al señor tesorero, y en la misma fecha elevé el
original al conocimiento del suj^remo gobierno por el
órgano respectivo. (Documento número j,)
trOmito hablar de varias otras medidas posteriores,
relativas á destitución de empleados subalternos, como
sindicados de belcistas; medidas que igualmente puse
en coBoctmioito del gobierno, -con fecha 19 del citado
octubre.
"Por todo lo referido se viene en conocimiento del
grado de omnipotencia que Yáñez se arrogaba; y sólo
podía poner coto á tamaños desafueros la suprema au-
toridad, dercuyas benéficas disposiciones se esperaba
el remedio á tan ciitica situación.
iiHabÚLÜ^ado, finalmente, el correo tcayendo, no
lo qne se aguardaba, sino providencias que debían em-
peorar el estado de las cosas y, por el abuso, dar en-
sanche á la audacia del comandante general y jefe
superior del Norte, para átropellarlo todo como fatal-
mente sucedió. £1 gobierno, en acuerdo de gabinete,
resolvió el juzgamiento en consejo de guerra ordinario,
L
,■*
1^8 Maia?iza$ de Yd/lez
de los detenidos belcistás, declarando al mismo tiempo
los distritos de La Paz é Ingavi en estado de sitio.
I? El decreto de sitio apuró él malestar. Vacilé, por
mi parte, en cumplirlo dentro de mi jurisdicción, apo-
yándome en el precepto del gobierno, de que tan lue-
go como hubiese desaparecido la circunstancia de
conmoción, se le avisase para mandar cesar el estado
de sitio. La conmoción de hecho no existía: se trataba
únicamente de comprobar y juzgar el intento de ella
que se había descubierto. Yáñez, empero, á quien re-
presenté el caso, se negó con incontrastable tenacidad
á mi propósito. Sólo me quedó el recurso, á la vez que
de publicar el decreto, de hacer ante el supremo go-
bierno las observaciones contenidas en mi oficio de 12
de octubre. {Documento número 6,)
«I En la misma ocasión, á causa de mi angustiada si-
tuación para continuar una lucha moral con mil arbi-
trios sostenida contra las demasías de Yáñez; y viendo
ya que sin el inmediato apoyo del gobierno, impotentes
serían todos mis esfuerzos para rectificar el giro legal
de las cosas, tan fanáticamente torcido, elevé mi re-
nuncia en forma. {Documento número 7.)?!
Gran silencio guardó el gobierno tocante á la supe-
rioridad septentrional que Yáñez se arrogaba. En
cuanto á la renuncia, contestó en octubre 20 que él,
Carvajal, era un buen ciudadano, un probo magistrado,
uno de esos hombres necesarios etc.; que se quedase
no más en la jefatura y que á la patria hiciese ese nue-
vo sacrifici9, muy requerido en los momentos por la
opinión y por el gobierno, etc.
r
\y El Juicio Pttbiicow i^g
Y Carvajal se quedó. Dejó el puesto en noviembre
para subir al ministerio.
Evidentemente, Carvajal tenía miedo á Yáñez, y
Carvajal llevaba á cuestas antecedentes de belcista, si
bien es cierto que tiempo hacía que, por andar fuera
de las ñlas, no respondía á la lista del partido. Por
esto, y porque temía la tacha de desleal al gobierno,
molestábale mucho la idea de aparecer como encubri-
dor indulgente de las faltas del belcismo, ya que el
concepto público- no cesaba de colocar del lado de este
bando las secretas simpatías de Carvajal. Otra razón
más era ésta para haberse retirado desde un principio.
iijAi! de mí, se decía, si con entereza contrarío las
arbitrariedades y violencias de Yáñez. Capaz es esté
furioso de pensar que estoy patrocinando á mis anti-
guos amigos, y todavía hasta es capaz de sentarme te-
rriblemente la mano, imputándome complicidad en el
plan revolucionario de que les acusa, n
Esto explica por qué este empleomaniaco doctor,
muy lejos de reprobar el atentado de las prisiones en
masa, se sintió fácilmente llevado, no sólo á tolerarlas,
sino también á cohenestarlas oficialmente.
El acento candoroso de su estilo irritó á los ami-
gos de Achá. Hoy por hoy, no recaiga tanta severidad
sobre el individuo como sobre su medio ambiente
social. Á mi juicio, su sano corazón era exclusivamente
suyo propio; su ofuscamiento moral, que, así comió lo
estamos viendo, se amañaba á la iniquidad por retener
un puesto público, obra era, ante todo, de los tiempos
en aquella tierra..
i40 Matanzas de Yámz
Entcftba yo al despacho del. presidente Tomás Frías
en el palacio de Oruro, el aao 1875, en el montieato
que salía un hombre gmnde, rostro encendido, edad
cercana á los sesenta. El presidente me dijo: — "^Le
conoce?" Y cuando advirtió la sorpresa de n^i curio-
sidad 'ál saber que aquel que había salido era Car-
vajal, agregó: — "Acaba de. prestarme su juran»ento
de'mmistro de Hacienda. Es oíidnista laborioso y en-
tendido en nuestros arreglos rentísticos, corazón sose-
gado y espíritu recto. Un excelente padre de la Buena
jMuerte, para ayudar en su agonía á este mi gobierno,
ya próximo á cesar."
Espíritu recto, perfectamente; pero me parace que
:1a rectitud implica cieírta entereza de carácter.
Por lo demás, ni una palabra entonces ni poco des-
pués sobre el antecedente de las matanzas. La opiniÓD
de Tomás Frías, con todo, tiene para mí mucha fuer-
za. Espero que este su total olvido del 23 de octubre
.sea, para el lector, otro rasgo pintoresco del país.
Carvajal, como ya se sabe, suscribió al día siguiente,
bajo el dictado de Yáñez, la célebre circular á los jefes
políticos de la república, documento en que se coho-
nesta lo sucedido la noche del 23 de octubre.
Ruperto Fernández asegura que así también se lo
escribió á él en carta particular. Carvajal le decía: "La
xiudad se ha salvado de una catástrofe mediante la
actividad y energía del comandante general."
Yáñez dijo en su parte al gobierno sobre -el aj de
pctubre:
•«En el fragor del fuego de los amotinadas y los sos-
r
wEt Juicio Páhltcow 141
tenedí>res de la ley, se presentd S. S. el jefe político,
doctor Rudecindo Carvajal, que por esta circunstancia
no pudo reunirse á palacio, acreditando su celo é in-
terés por el orden público.'»
Lejos de desmentir este grosero embuste, Carvajal
sopo corresponder á la fineza recomendaticia con
análoga fineza en su célebre circular. Mentira por
mentira.
Él se ha quejado por cuanto un periódico de Co-
chabamba calificó de mañoso aquel parte. Fué tímida
7 mañosamente inicuo.
Llegó á la plaza en el día, atravesando los grupos
de pueblo mudo y aterrado. Se despachaba en el pa-
lacio un correo extraordinario. Era ineludible oficiar
sobre lo ocurrido al gobierno. Á Carvajal no le cons-
taba la reniega por amotinamiento popular. Exigió que
se le diese «n parte oficial del suceso; Fué ese parte
con la añadidura- de algunos elogios á Yáñez, lo que ^
en copia legalizada trasmitió al gobierno, y lo que,
para usar de otra condescendencia, trasmitió en su
circular oficiosa á los jefes políticos de la república.
"Así procuré, dice ingenuamente, poner á cubierto
mr responsabilidad sobre la inexactitud que pudiera
haber en los hechos relatados. •»
El parte que le pasaron, en su brevedad, era á pedir
de boca. Decía:
'•Á eso de las doce y cuarto de anoche, han sido
atacados á fuerza de fuego todos los puntos de guardia
de esta población, por una facción de hombres que iti*>
vocaban el nombre del exgeneral don Jorge Córdoba,
L
142 Matanzas de Yáñez
habiendo muerto y resultado heridos varios individuos
de tropa y particulares en el combate ^^
Suscribe este parte como intendente de policía
Máximo de la Vega. Pero éste no había presenciado
muertes en combate sino asesinatos. Á las cuatro de
Ja mañana, según afirma Carvajal, "vino Vega á parti-
ciparme lo ocurrido, lleno de terror y espanto y con
las lágrimas en los ojos por las victimaciones que ha-
bía presenciado.»»
¡Qué lágrimas las de Vega!
Carvajal cuenta sus angustias con colores que están
sacados de la notoriedad de los hechos, y que nos pin-
tan el aire ambiente donde á sus anchas respiraban los
instintos del insigne malhechor publico. Dice:
1 1 En esos momentos no contaba con recurso alguno
que me sirviese de apoyo. Me hallaba aislado y luchan-
do, en mi impotencia, contra la exaltación de un fu-
rioso que respiraba sangre y venganza.
«I El comandante general aseguraba que había sofo-
cado una conmoción popular combinada con un motín
de cuartel, y no existía un solo individuo, de los pocos
que permanecían en la plaza, que asegurase lo con-
trario. Los jefes y oficiales que presenciaron las esce-
nas de esa noche, estaban subordinados á la autoridad
militar de Yáñez y dependían inmediatamente de él.
Ninguno se habría prestado á dar una declaración que ,
contradijese los asertos de su jefe, y menos hubiese
obedecido á mi llamamiento, hecho con el fin de le-
vantar una sumaria información para esclarecer la ver-
dad de todo lo ocurrido en esa funesta noche.
r
^^ El Juicio Públicow 14J
«•Cada uno tenía fija la vista en el carácter feroz y
exaltado de Yáñez. Nadie quería pasar por el trance
de agonía á que fué sometido el capitán don -Benigno
Guzmán. Este joven oficial, hoy comandante de ejér-
cito y mayor de plaza de la capital, entró en La Paz
con el batallón Cortés (el batallón Segundo comandado
por Cortés), á que pertenecía. Sorprendido con las
ejecuciones que habían tenido lugar, tuvo la impru-
dencia de lamentarlas en un estrecho círculo de ami-
gos. Yáñez, á quien no le faltaban espías, supo la ocu-
rrencia y mandó llamar al capitán. Inmediatamente
que éste se presentó, dio la orden para que fuese fusi-
lado en el salón mismo de la casa de gobierno. Los
rifleros, que servían de retén y escolta al comandante
general, tenían ya preparadas sus armas, y, en el mo-
mento de descargarlas ¡un milagro salvó á Guzmán!ii
Este milagro fué la intervención tan casual como
afortunada de Benavente. Éste entraba ese momento
é hizo recuerdo á Yáñez, que el oficial Guzmán era
deudo inmediato del presidente Achá.
"Habría deseado que otro más enérgico y menos /«-
silánime que yo hubiese ocupado en esos días aciagos
la jefatura política de La Paz. Quizá uno de tantos
valientes que después ha criticado mi conducta habría
hecho un ejemplar castigo con Yáñez, mandándolo fu-
silar sobre el montón mismo de sus víctimas, n
Después de consumados ó conocidos tamaños exce-
sos y tamañas flaquezas, compréndanse ahora los esta-
llidos de la prensa independiente.
Pero, antes de recoger estos clamores de la huma-
J44 Matanzas de Ydñez
nidad indignada, citará un caso pintoresco, para cerrar
este punto sobre los irreparables agravios, que los ma-
gistrado» de La Paz infirieron á la constitudón y á las
leyes, en laa personas de los detenidos y saerificados en
octubre.
IDespués de ocho días que los ciudadanos estaban
sumidos' en los cárceles bajo tribunales de sangre y con
alarma de la sociedad entera, Saturnino Sanginés, el
ñscal, á petieióo de parte y no de oficio, dirigid timidí-
simamente una nota indagatoria al comandante gene-
ral, no tampoco sobre las prisiones en masa, sino tan
síSIo sobre la del hijo de la persona ocurrente y acerca
de la autoridad que estuviese juzgándole. Los demás-
detenidos no le merecieron atención.
No sé 3Í Yáñez toniá por lo serio este reclamo del
custodio de las garantíasi individuales, sustentáculo de
las personas y propiedades, portaestandarte á abande-
rado de la conciencia públícaj atalaya avanzado de la
sociedad, etc., con que los retumbantes documentos
oficiales de Solivia solían denominar á estos señores
fiscales. No sé si entendió que lo que este Sanginés
quería, era recabar ó apañar para sí un documentito
de ulterior resguardo, á fin de estarse á su sombra más
quedo que nunca en su casa.
Había por ahí en la ley del procedimiento criminal
una prescripción primordialísima, pero algo riesgosa
de cumplir en la ocasión, y_que Sanginés se había cui-
dado muy bien de no cumplir, siquiera sea humilde-
mente, ante Yáñez; y dice así á los fiscales tpcante á-
prísiones arbitrarias:
1.
^^ El Juicio Público w I4S
í»En caso de alegarse causa legal para la detención,
harán conducir al detenido inmediatamente ante su
juez respectivo.»
No había remedio: era ineludible encararse á la fiera
y decir á presencia suya á los detenidos: — «« A la calle
todos.'» Ó bien, si bien se quiere y para más conceder:
— iiÉstos al fuero comiín, aquéllos al militar ordinario,
y yo estaré allá para ver todo eso.» Yáñez de seguró
no obedecía. Perfectamente. Pero á costa sólo de uil
acto de entereza Sanginés quedaba indemne con
honor.
Bien sabía el coronel Yáñez que no ha sido raro en
la milicia el acudir derecho á un puesto de muerte y
perecer allí á sabiendas por honor y por deber. No mé
parece que el presente fuese en el foro un caso seme-
jante. Mas, quizá aquel acto reposado de celo intrépi-
do y generoso, hubiera provocado una crisis oportuna
en el furor de Yáñez, cayendo esta rectitud sobre ese
furor, ó conjo centella ó como baño de antipiriña.
Carvajal y Sanginés cambiaron después cartas de
purificación sobre su conducta, cargando en la romana
todo el peso á la furia de Yáñez. Hay que creer sobre
su palabra á estos dos togados, que se hacen profun-
das genuflexiones para darse mutuo testimonio de su
respectiva ñdelidad con la ley. Es esto lo vínico diver-
tido que encuentro entre los escombros de aquella tra-
gedia sangrienta.
Entretanto, dada esa furia salvaje, me parece que
si hubo alguien en La Paz que estaba expresamente
remunerado para — y obligado á — morir antes que un»
19
I
TY"!
146 Matanzas de Yáñez
cualquiera de las cincuenta víctimas del 23 de octubre,
ese era sin duda Saturnino Sanginés.
De los términos que usó Yáñez al dar respuesta á
la tímida, tardía y forzada pregunta del fiscal, se dedu-
ce que el primero no tomó al segundo por lo serio,
pensando quizá que se las había meramente con uno
cualquiera del vulgo, ó sea con un curial trémulo y en-
corvado. No temió equivocarse y le echó socarrona-
mente este bufido:
"Mientras tanto, el silencio se debe imponer y no
admitir recursos de esta naturaleza, los que se propo-
ne esta comandancia general no escuchar, como cua-
lesquiera otros que se le puedan dirigir por las autori-
dades, que por condescendencia con los conspiradores^
parece que toman una parte interesada en lo que de-
bían reprobar, pidiendo más bien que recaiga el con-
digno castigo. 1 1
Chitón con esto ó como el vulgo dice; i» Muerto el
perro. II ■
CAPÍTULO VI
"EL JUICIO PUBLICO"
leei
{Continuación)
Invectivas contra el egoísmo paceño. — Hojas impresas apelan á
la ira popular. — Noble actitud indignada de la prensa peruana.
— Temple vehementísimo de la prensa tacneña. — La América
y El Comercio, — Excitaciones marciales. — Deprecaciones. —
Lo furibundo y lo gemebundo. — La tecla biográñjdii. — Ecos in*
teridfes por un escarmiento. — El Pueblo y otras publicaciones.
— Increpaciones. — El santo obispo con su clero. — Alarmas. —
Un rayo de esperanza. — Yánez amenazador. — Un capitán de
guardia. — Consejo del obispo. — Las suplicantes tocando á las
puertas de Balsa. — Libertad de los detenidos. — Rugidos del
coraje popular. — Un curioso tipito boliviano: el vividor donr. es-
tico.
Un impreso boliviano de Tacna, fechado en noviem-
bre 5, decía entre otras cosas, bajo la impresión cau-
da en dicha ciudad por las matanzas:
14^ Matanzas áe Váñez
II... Hay una consíderac¡i5n, lo decimos con profunda '
tristeza, que lleva la muerte hasta el fondo mismo
alma: no podemos comprender cómo es que cuando I
se juega tan atrozmente con la vida humana..., no se I
levanta la ciudad en masa para esterminar el mal!,..
¿Qué es del patriotismo nacional, qué de esos esforza- .
dos ciudadanos de otros tiempos? ¿Cuál es el hombre, |
cuál es el monstruo, que arrebatado de santa indigna- i
ción no se subleva, como la tempestad, contra los ac- ;
tos antisociales, contra las crueldades de marca mayor, I
contra los crímenes de imponderable gravedad, contra I
las maldades sin término de comparación, contra el I
asesinato, en fin, de los ancianos, de los enfermos, de I
los ministros del altar?... ¡Qué pueblos, qué hombres, I
qué tiemposlii
Días antes, otra hoja, también impresa en Tacna \
[noviembre \.°\ invocaba con más fe y confianza al I
pobre pueblo, de cuyos rangos habían sido inmolados I
10 menos de treinta individuos. Mostrando más segu- F
ra la venganza, fiándola á estas toscas manos, qui
saben escamotear nada ni prestidigitar en política,
:fa á Yáñez:
'iSicario: ¿por qué habéis enlutado vuestra patria?
soldado soez: ¿por qué habéis manchado tan negra-.
Tiente la historia de BoHvia?... líien pronto caerá s
>re vuestra cabeza la venganza del pueblo, que es
ie Dios.it
La misma prensa boliviana de Tacna decía en otra
30ja suelta, con relación á la gallarda avilantez o
w El Juicio Püblicow I4g
que Yáñez se mostraba en La Paz, merced á las tole-
rancias del egoísmo y del miedo:
II Desgraciado el país donde un inmundo esbirro,
hez del pueblo, hijo de la canalla, puede impunemente
disponer de vidas y haciendas... Los pueblos que no
saben defender su libertad merecen besar sus ca-
denas, m
Otra hoja impresa el 14 de noviembre, en Tacna, y
que, como las anteriores, tuvo vasta circulación en Bo-
livia, vista la radical impotencia de los bolivianos re-
sortes sociales, pedía la intervención de los gobiernos
de América para devolver la salud viable á tan dilace-
rada república. Decía entre otras cosas:
r I Insultada la moral en el santuario mismo de las
leyes, rasgado el código fundamental por el soldado
que ayer juró custodiarlo, escarnecida la religión con
el ultraje de sus ministros, y reducidas á la orfandad
en un momento de calor tantas familias ilustres, son
precedentes muy notables para añrmar que en Bolivia
la barbarie ha levantado su trono sobre las ruinas la
civilización. Deber de los pueblos y gobiernos ameri-
canos es, pues, emplear los medios de. combatir esa
barbarie y restablecer la civilización vecina, si se quiere
conservar la propia, n
La prensa genuinamente peruana, ligada entonces
por muchos vínculos con la política boliviana, estuvo
casi unánime en reprobar el 23 de octubre y en pedir
el pronto castigo de los culpados.
En este sentido, escribieron los redactores de El
Comercio y áe El Independiente^ de Lima, y los de El
^
i$o Matanzas de Yáñez
Porvenir y át La América^ de Tacna. Estas gacetas
circulaban ampliamente en Bolivia.
El número 7,115 át El Comercio decía:
fiY si todo no ha sido mas que un motín fígurado,
con premeditación de matar, como lo aseguran con-
textes todas las comunicaciones de Bolivia, Yáñez no
sólo es caliñcable de asesino, sino también de cobarde
y villano asesino. n
El número 7,109 decía:
M Pasajeros venidos de Arequipa nos aseguran que á
•ultima hora se había recibido allí la noticia de la/uga
del degollador Yáñez. Quiera el cielo que eso sea
exacto. Si el mal causado por el asesino no tiene re-
medio, así se salvaría á lo menos el honor de esta Amé-
rica, probándose con la fuga de Yáñez, que el gobierno
de Bolivia estaba dispuesto á castigarlo con la severi-
dad á que se ha hecho acreedor, n
Al publicar el parte de Yáñez al gobierno. El Mer-
curio de Iquique^ decía en su número 18, entre otras
cosas:
iiEn momentos que acababa de saciar su sed de
sangre en la aristocracia de la desgraciada Bolivia,
aquel tirano americano detalla á grandes rasgos su me-
morable carnicería, carnicería que ni el polvo de los
años borrará en Bolivia, n
Al leer dicho parte, los redactores de El Indepen-
diente^ de Lima^ que atónitos se ocuparon al principio
en analizar las noticias breves y concisas de los prime-
ros correos, estallaron reprobando á Yáñez sin más
trámite en el número 227. Dijeron:
^^ El Juicio Públtcow iji
iiEscribimos estas líneas dominados todavía por la
profunda impresión de temor y de espanto, que ha
producido en nuestro ánimo la lectura de las comuni-
caciones venidas por el vapor del Sud. El crimen que
el comandante militar Yáñez acaba de cometer, es un
atentado capaz no sólo de desacreditar á Bolivia, sino
á todo un continente. Por fortuna, el Perií ha contes-
tado, por su parte, con un grito unánime de reproba-
ción, n
Según un escrito de la época, las ofícínas departa-
mentales, las cancillerías consulares, los escritorios
mercantiles, las imprentas más conocidas, recibían en
La Paz estos papeles de formidable censura, papeles
con cuya remisión los editores peruanos se apresuraban
á significar su simpatía á la ciudad y á las familias do-
lientes. El Comercio tenía, además, suscritores en La
Paz, en Sucre y probablemente también en Cocha-
bamba.
Cartas directas de La Paz y Arequipa, y los infor-
mes de un corresponsal suyo en el Desaguadero, deter-
minaron el juicio de El Comercio desde la primera
hora. En su número 7,105 encabezaba así sus comu-
nicaciones recibidas:
»La Paz ha sido teatro de una matanza tan odiosa,
que es imposible que haya un solo americano que oiga
narrar, sin sentir rubor, los episodios de ella. Como
hijos de este continente y como hombres, no podemos
menos que protestar contra asesinos que infaman á los
pueblos sudamericanos. Baldón eterno sobre los ase-
sinos de San Juan y de La Paz. La maldición del cielo
IS2 Mt/anz'as ái Yáñcs
y de los hombres persiga por todas partes sus pasos.»
Días después, al recibir el número 459 de £1 Teté-
grafo, correspondiente al 27 de octubre, exclamó aquel
diario en su ya citado número 7,ir5:
"Coronel Yáñez: atentados de esta naturaleza nunca
lograron cubrirse con una tira de papel, ni se borran
con cuentos tristemente forjados por et estoicismo de
algún escritor sanguinolento. En las tumbas heladas
donde yacen aquellas víctimas, sacrificadas á un mortal
odio de partido, reciban de la justicia un soplo de
valor para deciros enérgicamente: que lo que habéis
mandado compaginar en El Telégrafo es mentira. I^s
sombras que os rodean os dicen: ¡mentira! Vuestra
conciencia criminal desde el fondo os grita; ¡mentira!"
Son notables estas impresiones de la prensa extraña
que, vecina á los sucesos, observaba las cosas de Bo-
íl via.
La prensa de Tacna figura en otra categoría. Indu-
dablemente se puso por simpatía al servicio de los
agraviados y del resentimiento público en Bolivia. Qui-
zá en alguna parte su redacción fué inspirada ó Influida
por la emigración residente en la ciudad. I.^ prensa
tacneña circulaba profusamente en Bolivia. Tenía su
parte en la polémica de los partidos interiores. Siem-
pre ha sucedido que, cuando el periodismo indepen-
diente es medroso a yace amordazado en Bohvij, la
prensa de Tacna, ó cuando menos su imprenta, ha
servido de tribuna á la oposición boliviana.
Encaminado á lastiniar saludablemente en lo vivo
el sentimiento nacional, es un articulo de La América
\\ El Juicio Füblicow i§j
de aquella ciudad. Entre varias especies conducentes
á presentar ante el pueblo boliviano un sombrío retrato
de sus conductores, contiene lo que sigue:
uTan extraordinarios sucesos, horribles en el fondo,
atroces en la forma, que propagan por todas partes la
alarma y el peligro, anunciando en el continente ame-
ricano la peor de las reacciones, la reacción de la bar-
barie, han puesto á Bolivia en estado de sitio, conti-
nental, hanla- constituido en completo entredicho con
todas las naciones del mundo, y especialmente con las
repúblicas vecinas, que rechazan indignadas ^1 contagio
del mal.
ii¿Quién, en adelante, tratará con Bolivia, uncida
como está al carro del crimen?»»
El tono y conclusiones del suelto impreso el 14.de
noviembre en Tacna, y el espíritu del anterior párrafo
de La América , se hallan en perfecta armonía con un
editorial de El Comercio de Lima, aparecido también
estos mismos días.
Encuentra éste, en el texto del oficio de Yáñez al
gobierno, la medida de la sima en que ha caído el es-
tado social boliviano; porque allí el pretexto que se
invocó al matar, de oficio se declara ahora paladina-
mente por sí mismo un mero pretexto: ¡tanta es la fri-
volidad con que Yáñez se presenta alegando meras
frases en favor de un crimen tan grande, cometido con
la fuerza pública en un pueblo civilizado!
Y después de algunos consejos referentes á la elec-
ción de hombres públicos, el tal artículo dice:
"La indolencia con que miran los estadistas ameri-
1^4 Matanms de Ydñez
canos la falta de sensatez, dignidad y patri<
que algunos gobiernos se conducen, es inco
é ¡njustiñcable. La no intervención se ha llt
la negación de advertencias y consejos a
Para que Bolivta tenga derecho á las sim]
América, necesita ser más humana y ocupan
temente de la ci^lización y mucho menos <j
sicidn de empleos."
Enderezado precisamente al espíritu de
la clase popular, cuya sencillez no juega pa
la baraja de los empleos, es un artículo c
. que apareció en El Comercio de Lima, corre
al 1 8 de noviembre y que fué transcrito en B
se dice:
i'Esperad un momento. El castigo es neci
gara el día. Dios es justo. El asesinato y e
nunca quedaron impunes.n
Otro artículo, boliviano probablemente,
ció en la prensa de Lima, circuló en Bolivia
crito en La Paz, se muestra espantado y a
lo acaecido en esta illiima ciudad. Concluyi
iijPueblos! ¡despertad! Vuestro adormec
más funesto que el letal marasmo de las la)
tinas. Sacudid ¡a vergonzosa inercia que os a
fended vuestos tesoros dilapidados, vuest
encadenada, vuestra vida amenazada por h(
catombes!"
El I." de noviembre, en Iquique, se escr
prensa lo siguiente, bajo la impresión del (
griento:
wEl Juicio Piiblicou 7/5
"¡Pueblo boliviano! ¿Dónde has sepultado el pa-
triotismo que tanto te caracteriza? ¿Cómo consientes
que se improvisen cadalsos para tus ilustres hijos...?
etcétera.
En una hoja boliviana de Tacna, tras un cuadro des-
consolador de la república, en que aparecían el crimen
triunfante, las garantías violadas, el pueblo en disper-
sión, las muchedumbres hambrientas, etc., etc., se dijo
más ó menos ppr este mismo tiempo:
"¡Pueblo de Bolivia! ¡Lo que nos asombra es vues-
tra larga paciencia 1»
En un artículo suscrito el 1 1 d^ noviembre en Iqui-
que y que circuló en La Paz, impreso en La América
de Tacna, Juan de la Cruz Benavénte pinta á los hom-
bres de I^ Paz confundiendo sus lágrimas con la
sangre derramada, y proclama á las mujeres á íin de
que sean ellas las que asalten el palacio para castigar
á Yáiíez.
>'Id, les dice, al antro del asesino con todas las que
sean esposas, madres ó hijas, y arrojadle de La Paz,
donde le toleran los hombres,,, etc."
Venían igualmente de Tacna hojas sueltas como la
que lleva por título: Una lágrima sobre la tumba de las
victimas del 2j de octubre.
Para cada una de las víctimas ilustres ó distinguidas
hay un rasgo de ardiente conmiseración en esta necro-
logía. Este obituario consigna, como allí se dice, los
ayes doloridos de millares de amigos y parientes, ayes
también por la patria querida, que rueda al abismo.
"Mas no: el espíritu alienta aun. Heroicos hechos
1
ijó. Maganzas de Yáñez
hablaron en favor de vuestra historia, y ellos serán la
garantía de vuestro porvenir.»»
En el estilo fúnebre la prensa del interior no se dejó
sobrepujar por la prensa boliviana del exterior.
Lo qlie llamaremos aquí el tono mertor del reclamo
político con sus varios semitonos se asila á veces en
la literatura. El espíritu de partido tiene dondequiera
una nota deprecatoria, que concierta maravillosamente
bien con esas peroratas gemebundas é inofensivas, que
á menudo resuenan al borde de los sepulcros en Boli-
via. Este concierto se acuerda con el disimulo y la si-
mulación intencionales, que están en la índole de la
raza.
Porque no se puede negar que la literatura de cres-
pones, cirios, ampolletas, guadañas y: paños negros con
calaveras y canillas blancas, es género predilecto del
ingenio mediterráneo boliviano. Esa es allá cuerda so-
nora, cuya amplitud se aviene á variedad de sones y
sonsonetes. Uno de ésos sones suele ser el odio ó el
resentimiento político. La nota fúnebre ha solido es-
tampar alguna vez páginas de radiosa alevosía. Invisi-
ble como el filo de una daga florentina, la malicia de
la prensa lastimera y lúgubre, en Bolivia, ha tenido
ocasiones de no dejarse sentir sino cuando ha apare-
cido clavada ya en el corazón de un adversario.
En el presente caso Sucre, Cochabamba y Potosí
nos han dejado .muestras muy curiosas. Por senderos
apartados y floridos, llenos de inmortalidad y de eter-
nos descansos, el espíritu político se encaminaba ma-
lignamente, en estas producciones, á excitar la venganza
w Él Juicio Público^} /J^
del pueblo de La Paz. Uno que no conociese el tecla-
do de ardidosos resortes de la prensa altoperuana, pu^
diera candorosamente caer en la celada patética de
estos compungidos escritos. Formaría quizá candoro-
samente con estas plegarias un lacrimatorio al uso an-
tiguo, para ofrendarlo hoy día tipografiado á los manes
de los belcistas inmolados el 23 de octubre.
Con fecha 5 de noviembre, un boliviano residente
en Tacna publicó en- EL Porvenir de dicha ciudad
un artículo mixto, pues se puede fácilmente descoma
poner en dos partes, una gemebunda y otra furibunda.
£n mitad de su carreta la pluma del escritor, cansada
de fingir ternezas, comienza á chisporrotear, y de re-
pente, como si ñiera el metálico punto extremo de una
corriente eléctrica, descarga su ira vengadora incitan-
do al pueblo paceño á la rebelión.
Las notas medias de este registro de sonidos tan
distantes, son también aquellas en que brilla más la
hipocresía plañidera propia de esta clase de escritos
políticos!
— Noche lóbrega en la ciudad. La bestia feroz acaba
de ser desencadenada por sus domadores; Mientras
tanto, sueño dulcísimo de los corderos inocentes en^
las prisiones, etc. En seguida, carnicería por calles y
plazas, etc. Silencio sepulcral, etc» Al día siguiente, luz
del sol del siglo XIX alumbrando la hecatombe, la
infortunada nación muda de espanto, la América indig-
nada y atónita, etc., etc.
—Mirad á este antiguo mandatario supremo, amorta"
jado con sus hiimedas y teñidas sábanas; contem|)]ad
í§S Matanzas je Ydñez
más allá al sabio jurisconsulto, revolcada j tinto en su
propia sangre; aquí, un virtuoso hacendista durmiendo
desnudo el sueño eterno en las baldosas de la plaza;
allá, el montón de cadáveres destrozados á bala de ce-
rradas descargas, etc., etc. —
No ñilta en este escrito uno solo de esos lugares ora-
torios prescritos en sus recetas por los retóricos ate-
nienses, y que se ven brillar con todas las pompas de
la decadencia en las arengas de los sofistas alejan-
drinos.
fiY escucho el ¡ai! de los agonizantes. Y la voz de un
padre que dice: hijo mío, ¿dóndeestás? Y la de un hijo
que exclama: padre mío, ¿por qué me habéis abandona-
do? Y la de un esporo que dice: esposa mía, las dulces
caricias que me brindabas en los primeros días de nues-
tro amor, sírvenme también de consuelo en los dltimos
momentos de mi vida.
II Y oigo la voz del matador que dice: herid sin com-
pasión, bala con ellos. Y los genízaros se lanzan como
lobos hambrientos á devorar su presa. ¡Y principió la
matanza y se consumó también! jAh! ¡Terrible y tristí-
simo espectáculo, cuadro desgarrador, la ciudad de La
Paz un lúgubre panteón!
iiDel seno de ese pueblo infortunado, por entre el
ahullido y algazara de los asesinos salió el eco del ¡ai!
de las víctimas; eco que vaga incierto por la atmósfera de
Bolivia; eco, que resonando en el corazón de los ame-
ricanos, ha puesto en guardia á los habitantes del mun-
do de Colón, y ha sido como una consonancia de la
voz aquella que decía: Despierta Itatia,
^^El Juicio PiMicow ijg
iiSi, Bolivia va á despertar, porque el eco de ese ¡ai!
no se extinguirá. £1 estará eternamente clamando ven-
ganza. Y la venganza, os lo digo, ha de llegar. ' Pero,
¡temblad, malvados! jtemblad asesino! Porque la ven-
ganza de los pueblos es terrible. . . .
iiiArriba, bolivianos! La infamia y el baldón para vo-
sotros si permanecéis indiferentes,., etcn
Hago á los pacientes lectores merced de la perora-
ción flamígera proclamando en esta parte el desquite
sin cuartel.
También la cuerda biográfíca se puso al servicio
de la indignación, para tocar en sus resortes motrices
la formidable máquina popular. £1 más certero fué Pe-
dro Lozano. £n una hoja suelta impresa en Cochabam-
ha decía:
nLa publica indignación que ha corrido por todoar
los ángulos de la república, haciendo hervir cada cora-
zón, cada vena de las almas generosas» me ha puesto
la pluma en la mano para mostrar ligeramente, que ese
anatema horroroso contra los matadores del general
Córdoba, tiene un fondo noble de verdadera justicia, n
La muerte del general fué^ sin duda ninguna, la' que
más impresionó al país. Parece que el gobierno mismo,
con presunciones ó con certidumbre de su inocencia,
mandó por correo extraordinario orden de ponerle en
libertad. Llegó tarde. Al leer el pliego (cuenta una ga-
ceta) dijo Yáñez: nHace dos diasque está libre y des-,
cansando en grandes, ir
Agrupando Lozano un conjunto de hechos públicos
CQncretos, presenta encima de ellos á aquel hijo del
1
, l6o Matanzas de Váñez
pueblo paceño; lo presenta descollando entre Untos
poderosos de plebeya estirpe, descollando por su filan-
tropía con los desgraciados y con los pobres, mientras
ejercía mandos que ensoberbecen. Le sigue en su rápi'
da cartera, hasta verle empuñar el estandarte de la cle^
mencia y de la inviolabilidad de !a vida, una vez .que
hubo, por el camino de la elección directamente popu-
lar, pisado el solio de la suprema magistratura. Allí le
contempla, y allí acumula las citas para demostrar que
Córdoba seguía apellidándose, entonces como siempre
i'hijo del pueblo, ir
Tales fueron las formas indirectas y solapadas, con
que la escasa prensa independiente del interior, pre-
tendió seguir el impulso vigoroso y turbulento, si bien
muy fuera de la tangente, que á los ánimos daba desde
Tacna el espíritu boliviano allí asilado. Pero también
hubo formas francas y categóricas.
Fué sin disputa en intensidad primera entre las pri-
meras El Pueblo, periódico de Sucre, su- escritor Félix
Acuña. Aun cuando no se hubieran estampado en la
república, otras manifestaciones oportunas de un noble
espíritu justiciero, era de creer que, para el desagravio
debido por la conciencia publica d la moral histórica,
había de bastar como testimonio vindicatorio este solo
eco vehemente, sostenido, intrépido y generoso. Fué
un grito de esos que se lanzan sea lo que fuere el hoy
d el mañana de quien los lanza; fué un anatema que
parecía envolver en el reato de Yáñez al gobierno y á
un partido declarado preponderante. Ese gobierno
era el gcdñemo boliviano, que quiere decir atropella-
cr^
w El Juicio Públicow i6i
dor; ese partido era el setembrísta, que quería decir
bando de violentísimos arranques.
Mientras reinaba sepulcral silencio en La Paz, y
cuando el gobierno ni siquiera improbaba teóricamente
la carnicería, Yáñez veía con ira que la gaceta sucrense
circulaba en la ciudad, haciendo que los ánimos se
cobrasen y reportasen allí para perseguir un castigo.
»»Como siempre, decía El Pueblo^ Solivia ha estado
sumida en la abyección. Extraño ha sido para algunos
que se hubiera levantado siquiera una voz débil contra
el matador inhumano. . . Ciertamente, que se han resen-
tido nuestros hábitos de esclavitud y humillación... La
impunidad del crimen que hoy oprime nuestros corazo-
nes (pensemos con la calma de la reflexión), ¿á qué
dólorosas y sangrientas consecuencias conducirá á los
hombres que, constituidos en legítima defensa, tuvieran
que prevenir la agresión, repeler la fuerza con la fuerza,
la violencia con la- violencia? La venganza de los
agravios, comprimida un momento por la vehemencia
del dolor, con el ardor de la indignación se inflama
como la pólvora, y enciende el fuego inextinguible de
una reacción creciente, impetuosa. Porque la expan-
sión, tanto en lo físico como en lo moral, está siempre
en razón directa de la compresión.»»
Proféticas y singulares palabras.
En otro lugar ya hemos visto el moderado pero
enérgico grito de justicia, levantado por Antonio Qui-
jarro en Potosí, y por los jóvenes juristas y por Pablo
Barrientos en Cochabamba.
Unas honradamente patrióticas como las anteriores,
II
102 Malaitzai
otras políticamente intencioi
se ven en los escritos piíblii
taciones del resentimiento í
hora tras hora, junto con Íq\
Paz. Llegaban también inc
llegaba y hablaba con pun:
mencia á la sociedad pacen,
La sociedad, ó sean las el
increpaciones especiales.
En una de las protestas i
de ahora he citado, se dice >
¡íV ¿quién ha levantado
atentado? ¿quién ha osado r
villanos asesinatos? Y ¿qué
gados del pueblo, que planti
sus garantías? ¿Qué hacen 1
dictador y los que maldijeron d Belzu, á Córdoba,
Linares, por sus abusos? ¿Qué hacen los que rij
marcha de la repiiblica, y los que otras veces o
taron al pueblo y le aconsejaron que defendies
derechos? ¡Tristes preguntas! Y, entretanto, el p
desfallece, tiembla de horror, y desespera de su di
en medio del letargo mortal de los que le prome
su felicidad!... ¿Por qué no exigen una reparacic
insulto y una satisfacción para el pueblo?...
líY ¿de dónde nace, pues, el estupor universa
silencio de todos los que representan la socieda
su patriotismo, sus luces y su celo por las gar
públicas? El miedo, tal vez el ejemplo de otros g
nos, la debilidad...
JVT
li-
li
\ El Juicio Públicow 163
Hombres de luces, de patriotismo, de voluntad
firme, escritores acendrados y celosos por él bien de
la sociedad, diputados del 61, autoridades guardado-
ras de la ley, sacudid vuestro letargo; estáis haciéndoos
criminales con vuestro silencio, que el pueblo traduci-
rá, y con razón quizá, por tolerancia, debilidad y co-
bardía...
MjLa sangre vertida cobarde y villanamente sobre las
frescas páginas de una constitución, que ayer naciera de
la soberanía del pueblo, ha ahogado la voz de los es-
píritus más fuertes, que no han podido ó no' han osado
levantarla en alto, y ha dado el ultimo golpe, el golpe
mortal, á toda esperanza de prosperidad, á toda fe en
el gobierno, á toda confíanza en sus prohombres y á
toda garantía de sus más caros derechos! La república
agoniza... 1 1
Diez meses apenas que había sido derribada la dic-
tadura de Linares, á título principalmente de que
mutilaba, con sus antojos arbitrarios, las instituciones
republicanas. Tan reciente era la fecha, que habría sido
imposible olvidar, que uno de los objetivos de la re-
forma fué conquistar el goce de las garantías indivi-
duales, y la inviolabilidad de la vida por causas políti-
cas. Tres meses apenas que la flamante constitución
Ijabía sido jurada en este sentido, promulgándose con
beneplácito de todos como un pacto de transacción
patriótica entre los partidos.
Por más grande que se suponga ser el extravío de
éstos y su mala fe, tales hechos y los correspondientes
dictados actuales de la razón pública, tenían necesaria-
n
164 Matanzas de Yáñes
.mente que abrirse paso en todas las conciencias boli-
vianas, viniendo sus palpitaciones á tocar, como si
fueran un requerimiento severo, á las puertas del ve-
cindario numeroso donde se habían aposentado el cri-
men y sus perpetradores.
A esta excitación á las jerarquías superiores de la
sociedad paceña, para un esfuerzo moral y combinado,
tendente á buscar un desagravio á la vindicta pública,
se agregaron ciertas interpelaciones á cuerpos ó perso-
nas determinadas.
n¿Qué hace el obispo, qué han hecho los sacerdo-
tes?ri Esta pregunta salió de la prensa boliviana de
Tacna. En su sobresalto llegaba, ni más ni menos, á
demandar al pastor diocesano denuedo y abnegación.
Los hechos van á decirnos, que con exigir ai magnate
y d su grey de operarios mero civismo, ó sea ardor
boliviano en sangre humana, el periodista habría pedi-
do enormente demasiado.
El montón de cadáveres y el charco de sangre coa-
gulada cubrían una parte de la acera y calle, que en la
plaza enfrentan á la puerta del Loreto. Era la mañana
del 24 de octubre. Se concibe la consternación y de-
sesperación de las familias, que se agolpaban á saber
cada cual la suerte que !e había cabido en la carnice-
ría. El pueblo inferior se arremolinaba atónito en la
puerta del cuartel dei Segundo, y se derramaba en pe-
lotones hacia el cementerio. Centinelas apostados por
todas partes estorbaban el libre acceso á los sitios san-
grientos.
En esto, que eran las nueve de la mañana, 11^ de
wEl Juicio Públicon l6^
Achocalla el coronel Cortés con una parte del batallón
de su mando, el Segundo. La otra parte había figurado
en La Paz la noche del 23 de octubre. Asomó á la pla-
za haciendo resonar alegremente sus músicas y trompe-
tas. Fué esta música un rayo de esperanza para los que
hasta aquí habían librado con vida en las prisiones.
Recibían constantemente las amenazas de Yáñez sobre
que proseguiría los fusilamientos, con vista del proceso
y, más que todo, según fuere ó no agresiva la actitud
exterior del populacho.
Ni obispo, ni clerecía, ni señorío viril, aparecieron
en esos momentos, siquiera sea para hacer acto público
de presencia compasiva por nada ni por nadie. El obis-
po aparece más tarde, días después, entre bastidores,
favoreciendo una salida de señoras y criaturas desoladas
á la calle, á mendigar descasa en casa misericordia y
garantías.
Una pintoresca polémica se sostuvo algún tiempo
después, desde El Telégrafo por una parte y El Juicio
PUBLICO por otra, sobre á cuál jefe militar la humani-
dad doliente debió su mayor gratitud en estos trances.
Los candidatos á la guirnalda fueron varios. Uno de
ellos ¡quién lo creyera! fué el gobierno mismo. ¿No
pretendió un momento hacer creer al vulgo, que había
destacado de Sucre al ministro de la Guerra por sólo
redimir á los cautivos? Pero la prensa hizo ver con ,toda
evidencia que el ministro vino expresamente á desar-
inar al cabecilla fernandista Balsa. Esto no obsta para
que por añadidura hubiera traído instrucciones huma-
nitarias en favor de los cautivos. El campo de esta re-
5 Matanza¡
gacetera quedó sembí
lida ésta en el matraz
rdad para la crónica (
■rde pronto, los afligid
n el coronel Cortés iit
I presente, se lanzar:
: matador; no reparara
á ta sociedad, al gobíi
sticia.M
ro, por lo mismo que
sin mezcla, tenía bien
!n de la disciplina mi
res civiles. Se negó á
lo, no deliberó con ni
comandante general ^
rdía de vista y lo teñí;
ijicarpo Eyzaguirre ci
ia veintena de compa
'asados algunos días e
cólera del asesino, a
el grito humanitario i
■sperar la protección d
:o, cada instante, y c
lazas de aquel frenéti
juiera, una detonado
to, y tras eso una <
1 este estado de mort£
j los presos, cuando e
'¡icio J'iiblÍ(ou léf
el corone! Balsa al mando del
m escuadrón de Húsares y de
ría. Nuevo rayo de esperanza
nnsttrnaciij corazón de los dt-
oii la sanjjre del 3.i de wtubrp.
ir un loiiirapesíi al (>f>der exter-
1, cercado de recelos y descon-
iferaba amenazas de muerte y
en las personas de los detent-
s personas querían oírle, y eran
de lo hecho y se ufanaba con
icer. Su jactancia tenía los aires
' segura de sí misma.
que tales amenazas iban á te-
1 ó cual noche. I^ inocencia y
'enturados penetraron hasta el
uardianes. Quiso consolarlos d
Tres de ellos recibieron de un
^ue sigue:
resuelto á sacrificarme, y sola-
er podrán hacer con ustedes al-
idré que armarles con los fusiles
se defiendan,"
y aliento, estas palabras lleva-
de los detenidos. Consideraron
sus vidas. No había tiempo que
¡dirigirse? Buscar amparo en el
io hasta aquí, era menester que
i68 Matanzas de Yáñez
éste hablase por si lograba interponerse entre las victi-
mas y el sacrificador. Comunicaron los detenidos su-
cuita á una ó dos esposas, y éstas hicieron lo demás.
En menos de una hora habfan disturbado todas las fa-
milias. La sociedad infantil y femenina se puso en
alarma. La población salid entonces á la calle á mos-
trar interés pacífico por los amagados. Por vez prime-
ra hubo zozobra en comün, compasión y misericordia
á la luz del claro día.
El ronco y vulgar susurro se encargaba, por su lado,
de esparcir la especie de que Yáñez se alistaba para
pasar á cuchillo, en alta noche, á los del Ijireto. De-
cires misteriosos agregaban que serían todos sepulta-
dos secretamente en el traspatio de aquel edificio. Este
individuo aseguraba haber visto afilar los cuchillos,
aquél otro había visto abrir los fosos. Terror frenético
se apodera de las pobres familias. Madres, esposas é hi-
jas salen como locas á la calle. Comienza una femenina
propaganda de duelo, un vía crucis para implorar con-
miseración y auxilios.
Fué en esta coyuntura cuando el obispo tuvo, den-
tro de su palacio, ojos para ver y oídos para escuchar
y corazón para sentir y boca para decir:
— i'Vayan reunidas, vayan sin tardanza á casa del co-
ronel Balsa; yo haré que las acompañen los padres
guardianes de San Francisco y de la Recoleta y el co-
mendador de las Mercedes. Pero ¡por amor de Dios!
cuidado Con provocar tumultos que pudieran ser fu-
nestos á los desdichados presos: vayan por parcialida-
des y obren con prudencia."
^ ^^ El Juicio Públicow i6p
Hé aquí de cuerpo entero el obispo. A la mañera
de éste también se conmovían todas las gentes de igle-
sia que imploradas fueron. Daban consejos. Con esta
actitud, él y su clero pudieron dar la respuesta á la
hoja antes referida, que decía con desesperado candor
«'•Obispo de La Paz! .¡Sacerdotes de Bolivia! ¿Por
qué habéis permanecido tranquilos cuando la sangre
de vuestros hijos corría á torrentes? ¿No sabéis que el
arzobispo de París se presentaba, crucifijo en mano,
en los formidables arrabales de San Antonio, predican-
do la paz y la concordia entre hermanos anarquizados,
y que, herido por el plomo homicida y derramando
sangre á borbollones, decía gozoso: nDios quiera que
la mía sea la ultima que se derrame: el buen pastor
debe dar la suya por sus ovejas?»!
Las puertas de la casa de Balsa se abren á estos
grupos de mujeres suplicantes, presididas por religio-
sos. Clamorean, cercan al hombre, le arrancan una
promesa generosa. Ante la humanidad, ante la patria,
ante Dios, se hace responsable de la vida de tanto ciu-
dadano indefenso, él ciudadano armado. Así lo jura á
madres, esposas, hijas, amigas y señoras compasivas
allí gimiendo. El arbitrio queda concertado: tropa de
su batallón cubrirá la guardia del Loreto; los sayones
de Yáñez serán relevados por soldados de confianza;
en vez de matadores habrá custodios. Estas segurida-
des devolvieron un poco de calma á las familias.
£1 relevo que se consideraba salvador no pudo, em-
pero, verificarse fácilmente, ni sin altercados con los
tenientes de Yáñez, nf sin resistencia de Yáñez mismo.
m Malangas de Vd/ieS
tal el terror qiíe éste hombre lial
ralas gentes, que era opinión cas
, que, sin el relevo, los presos del L
sacrífícados irremisiblemente la
estalló la rebeliÓJi de Halsa, iiiiich
»lo lle};ara v eje< iitLira en \'áñe?^ 1
ero todaviii más antes ljuc: ese r¡eí;g
lOvienibre llegó á La Paz el ministre
ichó esa tarde el clamor general, nc
vigilantes de Balsa rondaban en la
;to, habló con los oficiales del Tere»
jardia del edificio. Pudo quizá pi
no aquel frenesí sanguinario de qu
estaba Váñe?. poseído. Tomó su n
:auciones para el día siguiente. Por
lo se présenlo en el I.orelo y puso f
os. El alborozo fué inmenso en 1
les desde este niomento los rugldO!
r.
1 acto revistió solemnidad y íaé mu
í couio lo refiere £¿ Telégrafo en
;ro is de 1862):
El día indicado, en compañía de I
les y del vecindario, se apersonó'i —
¡uerra general Celedonio Ávila) — »
eto y puso en plena libertad á eso:
dé un momento á otro aguardaban,
acerbas anglistias, la hora fatal de
Éstos, semejantes al resucitado Lázs
^^f"* » i
y\El Juicio Públicó\\ 171
da Escritura, manifestaban á porfía, con las más paté-
ticas expresiones, sus sentimientos de eterna gratitud
al ángel tutelar que les h^bia salvado la vida.
"El general Ávila, lleno de las más tiernas emocio-
nes en esta grandiosa escena, los abrazó, y confundido
entre ellos les dijo: *»AI daros la libertad he cumplido
(on las prescripciones del jefe supremo de la nación,
quien ha conocido (¡ue sois víctimas de la más nefan-
da maldad. >i
"Repitió esto mismo á las corj^oraciones civiles y
eclesiásticas, que se presentaron en su alojamiento al
objeto de darle las gracias por el acto magnánimo que
en aquel día había ejercido,"
Después de esto, Avila pasó toda ese día y esa no-
che departiendo amigablemente con Yáñez.
En varios pasajes de las declaraciones publicadas se
hacen referencias al dicho aquél de Yáñez, á los cons-
piradores, de «fusilarlos con la constitución en la ca
beza,it ó bien Kcon la constitución en el pecho,» ó
según otros »*en la frente. •• En lo sustancial el dicho
no parece ser inexacto, si se ha de dar crédito á los
mismos á quienes fué dirigido.
Por otro lado ya hemos visto que Ruperto Fernán-
dez refiere, que sabedor Achá de esta ocurrencia por
carta particular del mismo Yáñez, la celebraba en los
salones del palacio en Sucre. No he visto que los es-
critores de Achá negasen este aserto de Fernández.
Según éste, el presidente se holgaba públicamente
de haber acertado eligiendo á Yáñez para el comando
militar de La Paz eii aquellas circunstancias. \.o% pa-
IJ2 Matanzas de Yáñtz
'.Uros (belcistas) iban á tener allí en dicho coronel
horma de su zapato.
Ya hemos visto que Yáñez cumplió su palabra: fu-
tí á los belcistas con la constitución en sus pechos,
lora va á verse el caso de un individuo azotado con
constitución en las nalgas.
El anciano Francisco Romero Mamani, corregidor
; indígenas en Escoma y Guaichu por los años
■ i^3^i guarda de la ribera oriental del Desaguadero
tiempos inmediatamente posteriores, y hoy en día
^acil de menor y mínima cuantía en la ciudad de
i Paz, pasó en la tarde del a de noviembre á la tien-
i de í^uardientes y botillería de doña Ignacia Sala-
r, con motivo de una notificación, y allí se expresó
1 términos duros contra los recientes asesinatos del 23
; octubre. No faltan concurrentes á estos estableci-
ientos. Al día siguiente por la mañana, Mamani era
ducido á prisión, y, á pocos momentos, acompañado
; sus gendarmes, se aparecía allí Yáñez en persona,
"xLO llamar á alguien que entró á poco. "¿Este es Ma-
ani?" — preguntó. El recién entrado respondió: "Ma-
ani."
Lo que después pasó lo refiere dicho Mamani en su
nnunicado de diciembre 3, inserto en el número 14
liciembie 19) de El Juicio POblico:
"Sin más formalidad que su bárbara y satánica fero-
dad, he sido tendido en tierra, habiéndoseme desear- '
ido con la mayor inhumanidad más de trescientos
alos.
"Nótese que en ese trance fatal, en que creí exhalar
wEl Juicio Públicow i'/j
el ultimo aliento, por razón de mi edad octogenaria,
con las lágrimas y ruegos más suplicantes pedí que se
me sometiera á juicio, para con ^u resultado más bien
sufrir el fusilamiento con que se me amenazó. Todo
fué en vano. El tirano estaba acompañado de su hijo,
quien con fría indiferencia espectaba ese cuadro que
para otro hombre hubiera sido lastimoso... Este suce-
so se verificó á presencia de todos los detenidos de la
cárcel, los más por sospechas del terrorista... »i
Hubo polémica con ocasión de esta denuncia. Lo
peor para Mamani es que Mamani por nadie fué des-
mentido. Todos confirman por la prensa el hecho de
la azotaina. Pero es justo declarar que los concurren-
tes ala pulpería no aparecen aquí como delatores.
Desempeñó este oficio la dueña de casa, la Salazar.
Pretendiendo ésta alzar el cargo, lo confiesa por la pren-
sa paladinamente:
••Confieso, dice, que como mujer me asusté, y temí
que comprometiera mi casa. Es por esto que en con-
versación se lo avisé á Jiménez, sin que después hu-
biese tenido conocimiento del resultado, que ha sido
tan aflictivo para el imprudente alguacil, n
Jiménez era ni más ni menos comisario de policía.
En la pila bautismal le pusieron Bartolomé Luis. Su
postrera intervención en este negocio fué cuando, in-
terrogado por Yáñez, respondió: "Mamani;!! y se dio
comienzo á la flagelación del anciano.
Ya hemos podido sorprender lo que hizo por aque-
llos días el obispo. Los personajes y las corporaciones
fueron increpados á la par del obispo. Mas, para po'
Matanzas á
inder sobre el punto
Lrse, de la prensa, qi
, al i>ont<Sn,de las c(
onldn aferrado con g.
social, y que el qii
examinar.
e, en mar tan revuel
cosa fácil pescar con
n pintorescos, por ej
e Jiménez, como el
ados á la vez dan d'
E señorea. Ix»s rasgo
depresión moral d
ndos sin duda ningí
, y consisten en hec
á la publicidad y á
i colectivamente pa;
s muy determinadas
js diputados, las co
la magistratura jud
to con el vecindario
ciudadanos, no se
:ada cual á nids no |
»:ho social tan giue
i¡ con dedos ni con c
en especie y vivo i
is memorables. Hec'
lidad colectiva de ü
liento solidario al br
2 ser de todos y de c;
riíT-^'
. ^^El Juicio Públicou lys
el mismo enorme monstruo sociológico, que se trata
de estudiar analíticamente por partes, ó sea en alguna
de sus articulaciones, ó sea más bien en algunos de
sus nervios motores? ¿No es todo Bolivia?
Eso de quedarse agazapado en su casa, cuando uno
está quietecito allí y la arbitrariedad ensangrienta las
demás casas contando con el mutismo de los no ultra-
jados, es recurso de tímidos egoístas, indiferentes á la
cosa pública é indignos del elogio ó vituperio de la
prensa. No hay más que dejar que esta innoble mez-
quindad pontifique majestuosamente puertas adentro.
¿Qué nos diría si la interrogásemos.^ Este gran callar
colectivo, por causa de enseñar demasiado, no enseña
nada. Por eso renuncio á trasuntar aquí algunas de
sus resonancias, porque es innegable que tiene en la
prensa ruidos este gran callar.
Antes que al vulgo anónimo y poltrón prefiero á su
legítimo engendro, prefiero la persona del soldado pre-
toriano. El acto público, bueno ó malo, contiene una
afirmación positiva sobre la vida política, y la vida
política de una sociedad es escuela moral y expe-
rimental. Los vividores domésticos, que no saben salir
al comicio de la sociedad ni en los grandes días, no
tienen puesto ni cabida en el tribunado de la prensa,
que es instituto republicano del espíritu público. Con
vista de ellos me explico con claridad á Yáñez, y eso
me basta. Mientras tanto, Yáñez, impulsado en su
ferocidad por el fanatismo político, crece á mi vista
cien codos delante de los vividores domésticos. ¡Qué
tipito este!
Ij6 Matantes de Yáñez
De todo lo anterior se deduce claranii
en que deben tomarse las jactanciosas j
Juicio Póblico:
"Á los (jeriódicos que increpan á L
abyección en los días de las matanzas y h
tes, este heroico pueblo ha contestado
de los asesinos. ¡Qué respuesta tan foi
blimeiii
^iIi4M^iS^4^4&i?«<i^-^i¡^j^d^^i^%^^^^<^^.^^«^^
CAPITULO Vil
"EL JUICIO PUBLICO"
leea
(Conclusión)
Sarcasmos sobre las matanzas. — Definición del setembrismo.—
El golpe de Estado. — Ofensas á los personajes caídos. — La
aristocracia feble. — El motín belcista y la prensa belcista. —
Una declaración aguardada con curiosidad. — Conflicto de El
Juicio Público. — Malévolas transcripciones. — Táctica burda
de ataque. — Fuerzas para pacificar el Sur. — Las leyes y el
militarismo pretoriano. — Últimos momentos de El Juicio Pi ■
BLico. — Su opinión postrera sobre los partidos.
En El Libera!, de Sucre, se dio cuenta de un suel-
to, aparecido los primeros días de febrero en La Paz,
sobre el descubrimiento de una conspiración en favor
de Belzu. Los ciudadanos con tal motivo sometidos á
juicio se descartaron bien, fueron absueltos y todo
quedó en nada. Menos la alarma, que era grande, en
12
ijS Matanzas de Yáñez
ibrma de una inquietud indecible, y menos la rí
3elcista, que indudablemente se apercibía para las vías
ie hecho.
En la hoja aquella se decía: ¡'¿Buscaban un gobier-
no de garantías? Contesten los infames revoltosos
3el 23 de octubre." A este cruel sarcasmo se siguieron
3tros. En un periódico se dijo que si mañana resonara
;n Solivia otro vez el nombre de Belzu, también tor-
naría á resonar el violín del 23 de octubre.
No sé lo que sintieron entonces los belcistas. Lo que
5S El Juicio Público no perdió su aplomo. Replicó:
iiY si ese nombre se pronunciara por superchería y
para satánicos designios, ¿qué harían entonces los ino-
:entes? Repetirán sólo: venga Dios contra el infier-
no.i'
A ese espíritu resuelto, según cierto calificativo de
Ruperto Fernández, para concluir con los belcistas,
luestro periódico le da el nombre de nespíritu degolla-
dor propio del setembrismo.'t
Ensayóse con tal motivo en definir y establecer la
filiación política del setembrismo. El punto es de in-
;erés. Es el concepto piíbüco del belcismo respecto del
ietembrismo, estos dos grandes y fieros bandos de las
discordias bolivianas.
Decía así:
iiEs preciso que nos entendamos.
"Si por setembrismo se comprende progreso, Hber-
;ad, imperio de la razón, desarrollo industrial, ensan-
:he de los derechos del hombre, instrucción del pue-
jln, en fin, realización de In veídfldera repiíblícn,
■■ J"*
\y El Juicio Piíblicow lyg
entonces no hay boliviano honrado que no sea setem-
brista, ni puede haber cosmopolita que no corriera á
acogerse á tan espléndida bandera. Los que así entien-
den el setembrismo y obran en este sentido, son los
regenadores de la patria, los nobles soldados del por-
venir. Su memoria será venerada por las generaciones.
Entonces el setembrismo es y será la más noble de las
causas.
"Empero, si la palabra setembrismo se toma por
consigna para dar cima á aspiraciones bastardas, para
formar bandeh'os exclusivistas, para hacer un centro
de reunión al proselitismo sangriento y exterminador
del bando que se cree rival: si el setembrismo ha de
ser la clave de un constante monopolio del poder, para
tener aprisionado á ese noble pueblo que otro día, lle-
no de ilusiones, consumara una revolución social con
la fe más pura en mejores destinos: si el setembrismo
ha de marcar la división más bárbara y funesta de par-
tidos, y ha de consignar en nuestra historia la era de
Tiberio y Diocleciano, entonces los setembristas de
tal bando serán los renegados de la naturaleza, los ver-
dugos y depredadores de la humanidad.
"Es preciso distinguir el setembrismo-causa, del se-
tembrismo-pretexto.
"El cristianismo es y ha sido desde su cuna la más
grande causa de la especie humana, y ¿cuántas abomi-
naciones no se han cometido en su nombre por I9S
falsos cristianos, por los correligionarios de la hipocre-
sía? No hay crimen que no haya cometido Fernández,
d Antecristo del setembrismo, á nombre del setem*
!^^^
i8o Matanzas de Yáñez
brismo. Lo invocó á tiempo de cometer la más infame
de las traiciones, — la del 14 de enero. Lo invocó Yá-
ñez con su cuadrilla en las negras horas de las matan?
zas de dormidos. Entre los afiliados del crimen que
capitaneaba Fernández, se hizo del ««Viva setiembre"
la contraseña de sangre y el nema de las comunicacio-
nes públicas y privadas. Invocaron setiembre los trai-
dores á la patria, en 50 de noviembre último, al tiempo
de vender la patria al extranjero, y en el instante de
atravesar los corazones de los ilustres defensores del
honor nacional con el plomo asesino.
"La causa de setien>bre fué aclamada por una gran
mayoría de la nación; sí, como lo es toda causa de los
pueblos. Pero, ¿qué se propusieron éstos "con tan so-
lemne proclamación? Lo diremos sencillamente: el im-
perio pleno del derecho y el rápido impulso del pro-
greso. Uno de los votos más ardientes, consignados en
las actas populares, fué dar las más altas franquicias á
la emisión del pensamiento por la prensa, emisión que
tanto aborrecen las tiranías y tanto temen los cómpli-
ces de grandes crímenes contra la sociedad.
••La primera herida mortal dada á la causa de se-
tiembre, fué el decreto de 31 de marzo; autocrática
ordenanza, que condenó al silencio á un pueblo, en
momentos en que más necesitaba de la libre -emisión
del pensamiento para fijar sus destinos.
••Los pueblos recibieron un primer desengaño, vie-
ron la esterilidad de tantos sacrificios recientes por la
libertad, y desesperaron de su salud, traicionados por
los caudillos que tantos bienes les habían hecho etitte-
^^El Juicio Públicow i8i
ver en falaces promesas, que se hicieron pedazos el
día que empuñaron esos caudillos el poder.
••Pero, al silencio de la prensa sigúese siempre el
sordo rugir de la opinión comprimida, dispuesta siem-
pre á estallar. Así sucedió; y el malestar público se
pronunció desde aquel momento, para marchar sin
detenerse con creciente cortejo de calamidades. La
opinión zumbaba indignada debajo de la compresión.
••Hubo un partido que creyó poder aprovechar de
esta disposición crítica de los ánimos, para proclamar
la reacción, porque los partidos han buscado siempre
en el descontento popular el apoyo de sus tentativas.
La política se colocó en la ruta funesta de los hechos:
estallaron motines, se levantaron patíbulos políticos y
fué ultrajada y cubierta de oprobio la faz de una noble
revolución.
"Cuando se proclama la causa del derecho y de la
justicia, es un atroz ultraje á ella ftiisma el tesón de
sostenerla con sangrientas violencias. ••
¿Cómo negar que dentro de esta invectiva hay un
manojo de verdades históricas?
Pero lo que está muy bien caracterizado es el per-
petuo prurito de los setembristas, de cubrir sus iniqui-
dades de tres años con el entusiasmo popular y revolu-
cionario, que un día los pusiera en posesión del poder.
Dice que, á pesar de este estado de cosas, los hom-
bres de bien y la masa popular, cuyo instinto certero
rara vez se equivoca en la explicación de los hechos
públicos, miraron con marcadísimo desvío ó con des-
precio el golpe de Estado del 14 de enero. Presintie-
l82 Matanzas de Yáñez
ron que iba á ser preludio de un mayor envilecimiento
de los caracteres políticos.
"Un hecho de profunda perfidia, por grandes obje-
tos que se propusiese, era incapaz de fundar ningdn
orden de cosas laudable ni legítimo, i'
El crimen, segiin nuestro periódico, no puede ser-
vir de base para nada que esté llamado á establecer
derechos y obligaciones recíprocas, como son aquellos
que constituyen el mecanismo de tm partido en ejer-
cicio del poder.
Tocando la cosa más de cerca, dice sobre la dicta-
dura:
'•La dictadura del doctor Linares había llegado á
fatigar al pueblo. Habiéndose inaugurado su adminis-
tración bajo los auspicios del derecho, declaró e! he-
cho y la violencia como el único símbolo de su gobier-
no. La absorción del espíritu nacional en una férrea y
caprichosa voluntaH, de la cual estaban colgadas todas
las garantías sociales, había hecho, ante la nación, vi-
talmente necesario el descenso de Linares del poder.
De otro lado, á lo último ya no ejercía el dictador, por
la creciente gravedad de sus males, ese poder sino para
satisfacer las perversas miras de un extranjero, cuya
depravación afectó aquél haber descubierto en hora ■
postuma.
"Fernández era el alma de esa dictadura: conocía
bien este aventurero que él pueblo se exasperaba de
un gobierno que él mismo, el aventurero, habla calcu-
ladamente conducido al desacierto.
'iLa nación conocía al fatal mentor, al criminal ins-
w El Juicio Píblicow i8g
tigador que Linares sostenía á despecho de todos lus
balivianos. Fernández no era al fin sino un funesto
prestidigitador, que sabía agitar erltre sus manos á una
momia irascible, á cuya voluntad presunta sacrificaba
la vida y los intereses nacionales de un país de heroi-
cos recuerdos.
><Esta era la actitud de Bolivia la víspera del 14 de
enero.
"La madrugada de este día sorprendió al pueblo con
el rumor de un cambio político. Todos se agitaron.
Diversos rumores circulaban - sobre la índole del acon-
tecimiento. Muchos le creían popular.
"Pero, más tarde, un intenso y desgarrador desen-
gs^ sembró el espanto en todos los espíritus y heló
todo^ los corazones. Fernández á la cabeza de un ba-
tallón era el que proclamaba el motín militar.
»»Su presencia arrancó un grito de maldición al pue-
blo. Las miradas de indignación y desprecio seguían
poT todos lados á todos los que aprobaban aquel exe-
crable suceso. Tuvo que soportarlas el general Sán-
chez, que ascendido poco há por el dictador, paseó ese
día por la plaza mayor su ignominia y su ingratitud, á
la cabeza de una división seducida y engañada.
»«E1 pueblo es siempre noble en sus primeros arran-
ques. En ese día po vio ya en Linares sino una vícti-
ma digna de miramientos, y convirtió su odio contra
una infidencia la más inesperada.»
Ni una palabra sobre el otro reo de esa atroz infi-
dencia, el actual presidente Achá.
El estado mayor del partido setembrista, en La Paz,
Tt?
184 Matanzas de Yáñez
estaba muy resentido con El Juicio Público, tanto
por sus acriminaciones un poco genéricas respecto á
las carnicerías del 23, cuanto por ciertas transcripcio-
nes, aun más recriminatorias, tomadas de la prensa
belcista por nuestra gaceta.
Según estos escritos, el setembrismo (y esta palabra
usada en absoluto) había estimulado, azuzado é infla-
mado los feroces instintos de Yáñez.
Como en ese estado mayor estuviesen figurando
hombres verdaderamente intachables y dignos de gran
respeto, como Tomás Frías, Evaristo Valle y Adolfo
Ballivián, El Juicro Público hubo de restringir el al-
cance de ^sos escritos, con entereza ciertamente, y
poniendo á salvo los derechos de la prensa garantida,
pero diciendo en desagravio lo siguiente:
í» Algunos escritores quieren suponer que pretende-
mos hacer recaer los crímenes del 23 de octubre en
el partido setembrista. Error. No queremos sino qué
recaiga sobre sus verdaderos autores. Una absoluta
generalización sería demasiado injusta. Nuestro tesón
de buscar pruebas, es por conocer la verdad, para ha-
cer una justa apreciación del hecho y de sus perpetra-
dores.
»íSi hacemos algunas transcripciones, es por dar á
conocer á todos el juicio que la prensa de otras partes
ha hecho del acontecimiento más alarmante, por su
ferocidad, que en el presente siglo ha podido tener lu-
gar en un pueblo del orbe cristiano.»»
Pero llegó el caso en que los tres individuos nom-
brados acusasen la transcripción de un suelto de la
w El Juicio Púhlicow 1 8^
prensa boliviana de Tacna, múXyúdiáo ¡Adelante^ setem-
bristas! Ijí transcrijíción fué condenada en la perso-
na de su garante Román Barragán. Éste dijo de nuli-
dad ante la corte suprema y la obtuvo. Mientras se
tramitaba, no sin peripecias y emociones, este juicio
de imprenta, El Juicio Público se mostró duro y
durísimo contra los setem bristas.
Antes se había ensañado contra los infidentes, y por
lo mismo, secuaces de Fernández, dejando en paz á
los leales al dictador, entre los cuales figuraban Frías,
Valle y Ballivián. Ahora los disparos son también con-
tra los leales, á quienes trata de señalar, en mal punto,
á las animadversiones mestizas ó plebeyas.
Pinta el aristócrata de las viejas monarquías euro-
peas, benéfico, patriota, etc., y habla de que la aristo-
cracia no tiene razón de ser en nuestras repúblicas:
••Por desgracia vemos en las repúblicas esas aristo-
cracias de impostura, esas noblezas postizas, que co-
mo cosa bastarda, son el reverso de la virtud y de la
fraternidad filosófica. En tales sociedades, donde la
igualdad debía ser la esencia del cuerpo colectivo, esa
igualdad de la razón y de la religión, que establece ne-
cesariamente las categorías del verdadero mérito; en
esas sociedades, por la más funesta aberración, saltan
á engreírse aristócrat*\s hechizos, que toman la inhuma-
nidad por hidalguía, el egoísmo é indiferencia cruel ha-
cia sus semejantes por gran tono, la absorción de la
sustancia pública por título hereditario, y el eterno
monopolio del poder por blasón incuestionable de la
raza.
/iRÍ Matanzas dt Ydfíez
"El aristócrata de esta laya, si no mira con estúpida
lifeTcncia, se complace en las calamidades piiblicas
:e no le tocan. Verá morir al pueblo de hambre y
snudez, y una mirada sañuda y desdeñosa tan sólo
sponderá á lo^ lamentos de \í desgracia; verá cadá-
res de ilustres víctimas no aristócratas, de inocente
merme pueblo descuartizado ert las plazas por la ma-
I de un verdugo consabido, y lejos de verter tJna
;rima, de hacer un gesto de horror á la sangre co-
endo y á los miembros humanos, esparcidos, ese
istócrata trabajará por infamar la memoria de tas
:[imas, para emponzoñar hasta el mismo dolor de las
lérfanas familias.
"Sacando argumento de hechos infaustos que por
ucho tiempo pasaron, y contra los que ha habido las
ás sublimes protestas, perseguirá al inocente pueblo
1 permitirle un momento de reposo, haciéndole re-
rcerse sin consuelo entre la miseria y la ignorancia;
de esto sacará también cómodo pretexto para hacet-
morir por el látigo y el tormento, en los traspatio
! cuarteles y en el abandono de los páramos,
•i'l'al es el ligero paralelo entre el verdadero noble y
aristócrata bastardo."
Los setembristas de El Telégrafo motejaron como
la falta, á El Juicio Público, el que su espíritu y
ndencias más ó menos bien encubiertas fuesen bel-
slas.
El hecho es que El Juicio PtíBLico apareció para
clamar el desagravio de la moral pública, cuando di-
10 bando acababa de ser asesinado en las personas
^^El/uicw Públicow 187
d/£ cincuenta de sus miembros. Es también un hecho
que dejó el palenque de la prensa cuando acababa de
estallar en Sucre un motín, que invocó á Belzu contra
la constitución y las leyes.
Es lo que bien interesa consignar en estos anales
del periodismo. Ese deslinde cronológico señala á esos
clamores su valedero diapasón, y de aqueste diapa-
són arrancó El Juicio Público su nota dominante y
memorable. Lo demás ^qué nos importa ahora? Todo
induce á creer que no tenía á Belzu por candidato, y
que tampoco lo t^nía una parcialidad respetable del
bekismo.
Estalló aquel motín, y los redactores de nuestra ga-
ceta quedaron colocados en una posición espinosa,
ellos que venían defendiendo con intrepidez á los
caídos, defendiéndolos en campo legal con armas lí-
citas.
••Aquí los queremos ver,n — se dijeron entonces con
maligno placer los setembristas de El Telégrafo^ — "aquí
los queremos ver. Esos redactores tendrán ahora que
hablar, ora reprobando con la energía más vehemente
aquellas tendencias proditorias, ora aprobando un he-
cho en que sólo la ceguedad é interés depravados de
un infame partido pueden fundar esperanzas. *•
El sábado 15 de marzo salió por la tarde el nume-
ro 46 de El Juicio Público, que era aguardado con
ansiedad desde las primeras horas del día. Sus pala-
bras revestían. para todos una doble solemnidad: la de
una determinación concienzudamente adoptada y la
de un sabor inusitado y peregrino en Bolivia, donde
i88 Matanzas de Yáñez
lo común eran sólo prensa autoritaria y prensa revolu-
cionatía. Hé aquí esas palabras:
»Se sabe que en la capital de la repdblica ha esta-
llado un movimiento revolucionario, y que la suprema-
autoridad se prepara á reprimirlo con prontitud, por
los medios que la ley pone en sus manos. Muy bueno,
muy oportuno.
»«Así como deploramos los males de nuestra desgra-
ciada patria, así también tenemos la satisfacción de
que rija una constitución y un gobierno que ha pro-
testado acatarla hasta en sus ápices. Que cumpla tan
solemne juramento, y esto le acarreará más glorias que
mil triunfos sobre hermanos y mil ovaciones del parti-
do vencedor.
fiUn gobierno nacional no tiene la fatal necesidad
de apoyarse en un partido para combatir á otros. La
ley y los medios de ejecutarla, que los pueblos han
depositado en sus manos, son suficientes para reprimir
los avances, tanto de las personas como de los mismos
partidos.
irCada uno de éstos está en acecho de los destinos
de la patria, para darles el giro que más conviene á su
índole y á sus. intentos. Si el gobierno ha tenido la
ventura de sorprender á tiemix) las tramas de un par-
tido, que castigue á los verdaderos delincuentes, con-
forme á esa ley tantas veces invocada.
I» Pero que no vuelva á suceder, por Dios, que se
entregue un partido aprisionado á la rabia de su rival.
»»Aun no acaba de deplorar el mundo, con respecto
á Bolivia, los horrores de semejante política.... n
wEl Juicio Públicox\ i8g
Es menester estar muy al tanto de la política boli-
viana, para poder saborear todos los ápices de consu-
mada malicia contenidos en estos serenos y llanísimos
conceptos. Pero es terreno pecaminoso el de querer
glosar muy á fondo la prensa de partidos tan encona-
dos y astutos. No obstante, la malicia puede conocerse
por el verdadero furor con que dichos conceptos fueron
recibidos por El Telégrafos en su numero 486, corres*
pendiente al 19 de marzo.
Entretanto, dos cosas saltan á la vista en este artícu-
lo: primera, no existe la aguardada reprobación enér-
gica, vehemente, de las tendencias proditorias del bel-
cismo; segunda, un gobernante puede sostenerse en
Bolivia sin el apoyo resuelto de un partido, siéndole
en tal caso suficientes los medios legales para contener
los desmanes de las facciones anárquicas.
¿Está dicho esto último con un sentido práctico
capaz de parar el golpe del calificativo que merece lo
que no está dicho con sinceridad? Lo primero ¿acredita
un deseo decidido de ver consolidadas las instituciones
wfihn>fiid^^an¿amieBtfeQ de), ordcrn legal? En uno y
oÉft^casa me parece que no, Y no hay pora qué mora-
lizar aquí sobre el deber tribunicio de apoyar^ por sqI»&
cualquier otro interés, el principió de autoridacE, auto-
ridad legítima, contra los embates de la solditdesca^
pretoríana, en un país minado y contraminado por la^*
faecionesr del caudillaje.
Pero á donde no puede uno seguir á El Telégrafo
es hasta la severidad con que condena, en los escrito-
i^s de El Juicio Publico, su improbación tibia dej
-bk^^
igo Matanzas de Yáñez
motín belcista y su reclamo simultáneo de garanlías al
poder represor. ¿Debían anatematizar por malvados á
sus correligionarios sediciosos? Tanto rigor de viijud
apenas era exigible de huhianos lidiadores, si la pren-
sa es escueta de disciplina democrática para milicianos
políticos, y no claustro cenobítico de votos solemnes
para heroísmos de otro mundo. La gaceta setembrista
exigía bien, pero exigía demasiado de la gaceta beícista.
Entretanto, era deber de toda prensa honrada sos-
tener al presidente legítimo Achá contra todo avance
revolucionario.
Duro, durísimo conflicto para los intrépidos belcis-
tas de El Juicio Piíulico, que ya veían coronados sus
valerosos esfuerzos con una vastísima circulación del
periódico en toda la república. Esta circulación aumen-
taba la influencia positiva del periódico mucho más
allá de los muros de L:^ Paz, en momento que estaba
próxima á abrirse la campaña electoral déla legislatura
y de la presidencia.
Pero tuvieron el noble sentimiento de su situación
nueva. Aun vencida, la rebelión belcista acababa de
desautorizar la palabra de los redactores, que para bel-
cistas habían reclamado justicia conforme á las leyes y
contra las vfas de hecho. Por eso, y antes que bastar-
dear el timbre distintivo del periódico con otros tonos
y otras modulaciones, bajaron de la tribuna dejando
la escena.
Los adversarios no sospecharon esta dimisión. Creían
que los propietarios y redactores habían de seguir ma-
niobrando, segiin los casos, tras, contra ó al sesgo.de
i\El Juicio Públicow igi
*
la corriente. Olvidaron que en Solivia á nueva weixaf
óm^ nueva gaceta.
El Juicio Publico, á su t|o]gada stfbfifsteifcia eco-
nómica, juntaba entonces la ventaja moral y positiva
del reciente triunfo que acababa de obtener, en la su-
prema corte, contra los tribunales de La Pan. En el
citado numero 46 dice tX respecto lo siguiente:
M Hacemos la transcr¡pc¡<índe un papel suelto de Tac-
na titulado ¡SetembrisfaSy adelante! para dar á conocer
la impresión que ha hecho eti los ánimos la causa que,
con tenacidad, se siguió á nuestro editor responsable
pm el simple hecho de una transcripción. Pero es pre-
ciso qoe cot^ozca el mundo, que si en Bolivia hay al-
gunos j^ces que desconocen los deberes de su sagrado
ministerio, también hay altos magistrados que dan ex-
piéndidas pruebas de encumbrada justificación. Así ha
sucedido en nuestro ca^o, con la excelentísima corte
soprema de la nación, á cuya eminente probidad de-
bemos el h^ber cesado toda persecución á nuestro res-
pecto y el gozar hoy de la plenitud de las garantías
indtviduales.il
La transcripción acusada y condenada en La Paz, fué
la que nuestro periódico hizo del suelto tacneño inti-
tulado ¡Adelante^ setembristas! Contenía inculpaciones
injustas y sangrientas contra determinadas personas.
El nuevo suelto que hoy transcribe contiene el siguiente
párrafo, que copio aquí para que se conozcan á la vez
el temple de todo el escrito y la perversa hipocresía
del periódico transcriptor;
•'¿Creéis, ¡x)r vchlüraj matar la idea despedazando
ig2 Matanzas de Yáñes
el cráneo que la cobija? Ó, como aquel
historia, «ipensáís acaso contener el océ
una copa? ¡Necios! Suponéis que cort:
á los que se quejan y sacando los ojos á
habéis hecho olvidar vuestras iniquidad
Os asemejáis á los asesinos que borran
huellas de la sangre derramada, como
eso no siguieran arrastrando consigo h
ata al crimen, soga que tarde 6 temprati
los sobre la horca. Aun humea la sang
los setembristas en las manchadas cal
¡Quién lo creyera! Todavía el setembri;
aguzando en secreto el puñal homicida,
en secreto! ¿No está la justicia en poi
están confiados á ellos los altos puestosi
El Telégrafo declaró, después de esta
que en adelante no guardaría ya miram
critores que habían depuesto toda bue.
cusión, abjurando del respeto debido i
los colegas del periodismo, hasta el pui
invectiva más allá de una vehemencia
aun en tiempo de mayor exaltación qu<
etc., etc.
El Juicio Público no tuvo ningiín
en convenir en todo esto, mas sin darse
¡'Francamente decimos, agregó, qne nc
escritos, ni como algunos de los que coi
gra/o, ni como el intitulado ¡Setembr
transcrito en El Juicio Pi5blico. Son,]
presión del encarnizamiento de los part
w El Juicio Públicow ig^
el pueblo y el gobierno debieran contener en sus justos
límites como á esos seres atacados de insania.'»
Indudablemente que esta táctica de combate .no era
ingeniosa; pero su misma calidad basta estaba tejida
como para sacar de quicio á los contrarios; y así suce-
día en efecto. Éstos gastaban, no obstante, algunos
adarmes de espíritu agudo al preparar sus grajeas.
Así, por ejemplo, decían lo siguiente, que tiene impor-
tancia para las nomenclaturas históricas, y que alude
con oportunidad al famoso saqueo de marzo, ejecutado
por los belcistas en 1849, y á las recientes expoliacio-
nes de Sucre y Potosí, también en marzo consumadas:
(«Los partidos que hicieron la revolución de 1857 to-
maron la denominación de setembrisias^ es decir, que
rehusaron llevar el nombre de linaristas por temor de
que se les tachara de ser bando personal. ¿Por qué el
partido belcisia no abandonaría esta denominación, to-
mando asimismo el nombre del mes en que siempre
se ha hecho notable? Por nuestra parte creemos que
debieran ellos adoptar el de marcistas. Marzo es el mes
de acontecimientos memorables de nuestra historia.
En un marzo los belcistas se hicieron célebres, en otro
marzo quieren renacer á una mayor celebridad."
Por esos momentos la ansiedad general en La Paz
era extremada, con respecto al resultudo del choque
entre la división constitucional puesta al mando del
general Gregorio Pérez, y las fuerzas revolucionarias
organizadas por los belcistas en Sucre y Potosí.
Pérez acababa de salir de La Paz el 14 de marzo
con' dirección á la capital de la república, llevando
^3
194
Matanzas de Yáñez
consigo el batallón Primero. Debían de incorporársele
en Oruro una sección de artillería, el regimiento Sucre
y la columna municipal de aquella ciudad.
Por correo extraordinario se supo el 15 que los fac-
ciosos habían desocupado Sucre el 1 1 con la mira de
pertrecharse y engrosarse en Potosí. Comunicaciones
fidedignas aseguraban que el vecindario sucrense no
había tomado parte y que reprobaba, in petto se en^
tiende, el movimiento. Burlas y rechiflas de los estu-
fiiantes habían acompañado á^su salida á los cabecillas
Torrelio y Aguilar. Las autoridades legítimas, pronta-
lamente restablecidas, hacían esfuerzos para que los
vecinos formularan una protesta por escrito contra el
motín pretoriano de la columna municipal, motín que
constituía el origen militar y base única de la rebelión.
Con esta ultima noticia y con la de no ser más que
unos doscientos hombres los que los facciosos habían
logrado organizar y movilizar en tan pocos días, los
partidarios del gobierno decían el 15 por boca de El
Telégrafo: nÁ nuestro juicio, la pacificación del sur
será completa, porque los facciosos de Sucre carecen
de apoyo moral y material, m
Antes de partir Pérez, al pretoriano Balsa le bajó de
lo alto un amor muy grande á la constitución y á las
leye^. Junto con empaparse en sangre y enlutar un
centenar de hogares, habíalas conculcado á secas, sin
invocar nada ni á nadie, el 23 de noviembre del año
próximo pasado.
1 1 Circunstancia es esta, dice ahora, en que sería una
mengua para todos los hombres de corazón, para los
r».
\El Juicio Públicow igs
que conservan un resto de amor al país y á sus insti-
tuciones, y en especial para los militares de honor, no
empuñar la espada y volar en apoyo de los defensores
del orden, n
£1 gobierno le dio las gracias, ofreciendo utilizar sus
servicios oportunamente.
Este aplomo increíble valió á Balsa mansas brisas
de olvido que fueron á soplar benéficas sobre sus he-
ridas. El trivialísinio concepto uno hay sanción moral
en Bolivia,ri comenzó á descender como bálsamo para
él y como hiél para los huérfanos é inválidos constitu-
cionalistas del 23 de noviembre.
Muy pronto hemos de ver también al actual general
en jefe de los defensores del orden, á Gregorio Pérez,
alzarse á su vez contra ese orden invocando su yo, por
ser éste preferible á la constitución y las leyes. El pro-
selitismo que entonces acaudilló este pretoriano costó
igualmente mucha sangre y daños al país.
Hé aquí lo que á punto mismo dice un impreso de
estos momentos para caracterizar la actual rebelión
soldadesca de Sucre:
'iQuisiéramos que se reúnan todos los belcistas en
sinagoga plena, y que después de meditada discusión
y puesta la mano sobre el pecho, sin dar oído más que
á las inspiraciones de la conciencia y de la razón, nos
respondieran á esta pregunta: ¿Qué motivos tenéis
para revolucionaros? Los hombres de corazón callarían.
Un belcista exaltado y rojo, que quisiese romper el
silencio para expresar su pensamiento con franqueza y
audacia, nos diría: — n Nosotros hacemos la revolución
igó Matansas de Yái
simplemente para que gobierne Bi
años de prosctipcilin hemos sufric
prohombres han sido asesinados ei
queremos dominar, porque querer
Se recordará la manCTa arroganl
que El Juicio Público aparecid
diar entre los partidos, cada vez ir
tud de su egoísmo y sus rencores i
quisiese cerrar el ciclo de sus traba
tuando la falacia de aquel orinan:
de marzo se presenta él vistiendc
la tc^a de arbitro arbitrador y am
Con la formalidad imperturbable
menzar de nuevo sus tareas, dice:.
riQue el pueblo imparcial y sen;
cián respectiva de los bandos, ]
. diestra, con previsora conciencia
que amaga. Respecto de nosotros,
procurado dar pruebas de imparci
clones, acusando el crimen en cua
mos hecho una irrevocable profe
pendencia, y esto nos es característ
crea que pudiéramos someter nui
ningiin caudillaje. Lo que hemos i
nemos entre los partidos para que
tiTampoco nos arredra la amen
fiscal, ni otras que se nos hacen n
te. No lo primero, porque existe u
cional que garantiza el cumplimien
vas á la libertad individual, sin ce
^\ El Juicio Púhlicoyy /p7
de los partidos en furia. No lo segundo, porque el apo-
yo de una conciencia pura desconoce todo temor. . .
ir Nos complacemos al leer los partes de haber ter-
minado ó de estar próximo á terminar el motín del Sur.
Ojalá los negocios públicos tomen su marcha normal
y que entremos de una vez en el palenque en que sólo
deban luchar la razón y la ley, cuyo eco es el periodis-
mo y con cuya arma podemos lidiar con ventaja noso-
tros los escritores públicos, enemigos naturales de las
vías de hecho. Sucediendo al actual conflicto la calma
política, calmará también la efervescencia de los parti-
dos..."
Pero antes que eso suceda y durante el actual con-
flicto, fué táctica de nuestra gaceta el vituperar el mo-
tín setembrista de noviembre en el Sur y en el Norte,
señalado por la traición de Fernández en Sucre y por
el sangriento combate de Balsa en La Paz. Ahora bien, •
los amigos de estos cabecillas rodeaban actualmente al
presidente Achá en la ultima ciudad, y las alusiones y
referencias de El J Jicio Público tendían á abochornar
á los cortesanos y á impresionar á Achá, sembrando
entre unos y otros la poca gana de anatematizar con
furor el actual motín belcista del Sur.
Aquella confianza en el buen éxito de la campaña
contra los facciosos no estaba exenta de zozobras, y
con razón. En Potosí había dos mil fusiles y mucho
dinero en la casa de Moneda. Esto era grave. En una
solución librada á la brutalidad^de la fuerza, entra por
mucho en el cálculo de probabilidades, como factor,
el acaso sin lógica.
- igS Matansas de Yáñez
En los encuentros de las facciones del caudillaje bo
liviano era principal agente el militarismo; y el mili-
tarismo, por el estado social engendrado, era aleve,
desvergonzado y sin principios. Genízaros e! presidente,
en su proclama de uso y costumbre, llamaba á los trai-
dores de la columna municipal de Sucre; pero los que
de I.a Paz y Oruro iban á combatirlos en sostén de la
ley, eran también genízaros, como pudo certificarlo
más tarde el mismo Achá, presidente constitucional.
Lo cierto es, que cuando el 9 de abril llegó á La Paz
la noticia de la total dispersión de los rebeldes, no
pudo menos que confesar en un documento publico, el
gobierno, que su espíritu acababa de salir de una mor-
tal inquietud,
A la sazón veinte días hacía que El Juicio Publi-
co había dejado de existir. No cantó su muerte como
el cisne su próximo fin, ni celebró con pompa sus pro-
pias exequias como Carlos V al abandonar la munda-
nal batalla. Firme al pie de la brecha estaba en el pos-
trero, cual estuvo en el primero de sus días, asumiendo
la judicatura política en el foro tempestuoso de los
partidos, zurrando á manteniente al setembrismo pa-
ceño, si bien ahora más qne nunca particularizándose
contra éste, mediante el ardid pueril de no llamarle
partido sino partidos.
Pero su mal intento le delata ante nosotros; y
véase sí su generalización, meramente verbal, no es
también, por muchos conceptos, una generalización
sustancial, con sentido perfecto y justicieramente histó-
rico, respecto de todos los bandos, e! belcista incluso.
^\ El Juicio Público w JQ0
Las alusiones locales y personales, perdidas para la
posteridad, no perturbarán sino acentuarán la integri-
dad del juicio. Dice:
mLos partidos conjuran en su ayuda á todos sus afi-
liados, no importa si son grandes criminales, no im-
porta si el anatema universal, y el de ellos mismos,
han marcado la frente de algunos renegados de la pa-
tria y de la humanidad.
II Los últimos acontecimientos de la capital no han
hecho sino servir de piedra de toque, para conocer los
grados de iracundia que se profesan los dos partidos
belcista-y setembrista. Se miden de hito en hito, se
amenazan, se denuestan, se enfurecen y se lanzan al
terreno de la lucha.
II i Qué diferencia de esta época á aquella en que,
habiéndose levantado el pendón de extranjero motín
por Fernández en Sucre! El pueblo, el verdadero pue-
blo, levantó su majestuosa frente, prestó su apoyo al
gobierno, y en pocas horas quedó aniquilada la perfidia
del huésped ingrato, y salvado el honor nacional. Su-
cedió instantáneamente la paz, la clemencia con todos
los delincuentes políticos, que se cobijaron bajo la égida
del espíritu de confraternidad y filantropía, que carac-
teriza al pueblo boliviano, con pocas excepciones.
nPero los partidos, los envenenados partidos, más se
resignan al baldón de coyunda extranjera que á la re-
conciliación, exigida por los futuros destinos de Boli-
via, por la naturaleza y por la misma religión.
"Sobre los partidos está, no obstante, ese pueblo,
hijo predilecto de Dios, compuesto de propietarios, in-
^
20Ó Matanzas de Yáñez
dustriales; pensadores y artesanos. Son las abejas de
la Ref)ública. Sus tareas y lucubraciones se ven á me-
nudo interrumpidas por los zánganos partidaristas, que
no les permiten elaborar el espléndido panal de las
sociedades, que consiste en el progreso y la ventura.
«•Pero ese pueblo se ilustrará al fin sobre sus ver-
daderos intereses; conocerá que los partidos son el
enemigo capital de su dicha y reposo, y ahogará los
partidos todos á la vez con esa omnipotencia que sólo
es concedida á un designio verdaderamente nacional
»»Bien sabemos que todas las revoluciones de Boli-
via, que marcan otras tantas eras luctuosas, harv venido
acompañadas de un abundante y falaz cortejo de prin-
cipios, propósitos y promesas más ó menos lisonjeros.
¿Qué han viáto como consecuencia los pueblos? Tan
sólo el eclipsarse cada día más y más la estrella de su
porvenir, socavarse más bajo sus plantas la fosa de su
ruina. El partido que domina hoy, siempre más detes-
table que el que dominó la víspera.
"Y no sólo eso: cada partido á su vez ha fundado, en
el aniquilamiento de Bolivia, su título para dominarla
eternamente. Cada partido dice: »»Yo operé una revolu
ción social en tal época ó mes; esta revolución ha he-
cho de la patria un cadáver; pues bien, de allí arranca
mi exclusiva prerrogativa de eterno dominio."
«»Es abominable el contraste que forma la actualidad
tristísima del país con las balandronadas de principios,
progreso y perfectibilidad social que arrojan los parti-
dos. Y lo remarcable es que el mundo ya contempla
compasivo y horrorizado á lá joven nación, explotada.
wEl Juicio PúbltCOw 201
deshonrada y envilecida antes de haber llegado á la
pubertad.
"Con atroz injusticia los partidos de Bolivia se dis-
putan hoy la presa. Aparte de que en los sistemas
republicanos el gobierno nacional debe resolver y re-
primir las odiosas parcialidades, entre nosotros no hay
partido que pueda, con justicia, atribuirse la satisfac-
ción de haber labrado un bien positivo á la patria, be-
neficio que pudiera fundar un título de merecimiento,
raucho menos que le concediera la prerrogativa exclu-
siva del mando.
"Este prurito exclusivista no es estéril, sino dema-
siado fecundo en calamidades. Fernández dijo: Quiero
mandar tan sólo con el partido setembrista. Y una divisa
semejante es en su caso la de todos los partidos, y por
mandar entienden nuestros políticos dominar^ poseer^
aniquilar.
"Los partidos han sido incapaces de obrar el bien
alejándonos del mal. En adelante continuarán demos-
trando su impotencia como una calamidad inevitable
de la patria.
"Buen ejemplo tenemos de esta verdad en la rebe-
lión extranjera de noviembre próximo. En ese aconte-
cimiento, tan alarmante para la [dignidad y honra na-
cional, los partidos ¿qué hicieron? Guardar lá actitud
del egoísmo y de la intriga, conservar esa espectación
del cuervo para lanzarse, cuando convenga, sobre la
consabida presa descuidando al rival, ó bien para po*
nerse á merced del vencedor haciéndoselo propicio y
aplazar las tentativas.
202 Matanzas de Yáñez
í'Sólo los pueblos, con su heroísmo innato y con el
sentimiento intuitivo del honor nacional, pudieron en-
tonces salvar la patria, al gobierno y las instituciones,
del conflicto más calamitoso que han ofrecido nuestros
lúgubres anales.
»«¡ Pueblos de Bolivia! reinstalaos en vuestros dere-
chos, que tan sólo así los partidos depondrán sus pre-
tensiones liberticidas, y se retirarán arrepentidos á una
vida de reparación.*»
Las adulaciones de siempre al pueblo boliviano por
su heroísmo ionato y su vivo sentimiento del honor
nacional. Es indudable que los escritores allá necesitan
el uso de esta salsa, puesto que con ella todos guisan
sus manjares. Pero, francamente, esto de que el pueblo
de Bolivia, compuesto de artesanos, propietarios, indus-
triales y pensadores, sea el pueblo predilecto de Dios,
me parece poco conciliable con aquello de que el mun-
do ya contempla horrorizado á la joven nación, envile-
cida aintes de llegar á la pubertad.
■I • •
>f$^»^$^K€$<>^e^K^^€»»€$^c»»^»»^$^>^-^$^H>^^
CAPÍTULO VIII
"EL TELÉGRAFO"
1868—1864
iseí
Noticia histórica y bibliográfica. — Los coroneles Flores y Balsa
ligados á Fernández. — Achá se deshace del primero é intenta
• lo propio con el segundo. — Libertad de los presos políticos. —
Alarmantes rumores en La Paz. — Estalla la rebelión del Ter-
cero.— Combate con el Segundo, — El grito popular: ¡La cabe-
za de Yáñezl — Yánez en el palacio. — Su ejecución por el pue-
blo.— Dos ejecuciones más. •
Si El Juicio Público^ bien compulsado por la críti-
ca, puede contener y contiene en efecto el proceso
histórico del 23 de octubre, no presenta la misma fuen-
te copiosa de información con respecto al hecho co-
rrelativo de las matanzas. La ejecución de Yáñez un
raes cabal después, debe estudiarse en toda la prensa
del día, pero más principalmente en El Telégrafo.
304 Matanzas de Ydñez
Este periódico de La Paz apareció el sábado r6 de
octubre de 1858, y concluyó con su niSraero 755
el 31 de diciembre de 1864. Acababa entonces de con-
sumarse en Cochabamba el gran motín militar enca-
bezado por Mariano Melgarejo {diciembre 28), que
echando por tierra al gobierno legítimo y el régimen
constitucional, entrañó para el país las consecuencias
de una revolución, pero revolución de la peor estirpe
soldadesca que allá se recuerda. £1 despotismo [wr
ella entronizado, durante sus seis años de tropelías, de
violencias y de patíbulos, no dió cabida á las empre-
sas dei periodismo que no fueran abyectas de espíritu
ó venales por sus medios de subsistencia.
Durante los dos primeros años y meses de su exis-
tencia, Et Telégrato sostuvo la dictadura de Lina-
res. Por ello no se podrá concluir, que los jóvenes
qtie redactaban con ardimiento esas columnas, care-
ciesen de digiiidad tribunicia, ni que su adhesión de
sectarios á la persona del caudillo setembrista dejase
de ser sincera y patriótica.
Cuando dos de los ministros de Estado (enero 14
de 1861), maniataron y expulsaron al dictador invo-
cando libertad y protestando abnegación, pero en rea
lidad para quedarse uno y otro en la arena, á dispu-
tarse á brazo partido la presidencia, El Telégrafo
debía naturalmente de experimentar y experimentó
con efecto ima dislocación en su espíritu. Había que
pasar bruscamente de la defensa á la condenación de
la dictadura, purante el breve'Jnterregno del estupory
del rubor redactó la sección editorial Félix Reyes Ortiü.
1
»»-£■/ Telégrafow 20S
Pasó el intervalo agudo 6 áspero de la transición.
Muy sin demora la convocatoria de la asamblea, la
campaña electoral, los ideales legislativos de una re-
forma, la congregación respetable del cuerpo nacional,
abrieron á los escritores públicos sendas y puntos de
mira elevados y que implicaban, como antecedente ló-
gico y como, requisito político, la aceptación del orden
existente y aun su defensa por sobfe los hechos con-
sumados el 14 de enero.
Reanudó entonces con desahogo sus tareas El Te-
légrafo, tareas conservadoras del poder constituido,
considerando las cosas desde el punto de vista de las
facultades del gobierno y de las obligaciones de los
gobernados.
Usaba lente de color y de aumento al practicar sus
observaciones en este sentido. La sangre setembrista
se agolpaba hirviendo á su cerebro, al contemplar las
faltas ó desmanes del belcismo.
Por eso no lialló palabras elocuentes con que deni-
grar las matanzas de Yáñez y perseguir á los culpados
y culpables. Desplegó en cambio un enorme silencio.
Con todo, se negó con valor y nobleza á calumniar á
las victimas.
¿Su subsistencia material? No libre estuvo jamás, en
su carrera, de subvenciones ministeriales ó gajes gu-
bernativos, á título remuneratorio de servicios y por
contrata. Así y todo, no perdió del todo el espíritu de
empresa independiente, aspirando en lo posible á con- •
tar con suscripciones libres en el comercio y en el
vecindario, y abriendo en una de sus páginas un trc-
1
2o6 Matanzas dt Yáñes
cho é palestra neutral, accesible aun para las polémicas
políticas de cierto temple ó alcance.
Puede concluirse, que durante los seis añgs de su
total duración, los ecos de este periódico respondían á
la necesidad moral del orden en las diversas esferas
política, religiosa é Industrial, que constituían, junto
con la enseñanza publica y la vida municipal de La
Paz, lo más activo del movimiento del país y de la lo-
calidad. Fué por eso sostenedor <S amigo de los tres
gobiernos que se sucedieron en el poder desde 1858
hasta 1864; y son á saber: la dictadura de Linares, el
triunvirato del golpe de Estado, la presidencia de
Achá.
Su forma de tamaño ha sido habitualmente el folio
mayor de gaceta boliviana á cuatro columnas, con ex-
cepciones momentáneas del folio comdn de oficio á
dos columnas. Aparecía ya trisemanal, ya bisemanal,
ya eventual, ya también diariamenle, si bien esto üllt-
rao por breves intervalos. La Imprenta de Vapor y la
Imprenta de la Opinión se han alternado para publi-
car El Telégrafo.
El año 1861, El Telégrafo tocaba en enero 5 al
número 306 y en marzo 31 al número 329.
Desde el número 330, correspondiente al 15 de
marzo, se publica diariamente en folio común de ofi-
cio á dos columnas, hasta el número 459 correspon-
diente al 27 de octubre. Nicolás Acosta, el erudito
autor de los Apuntes para la Bibliografía PertoáisHca
de la Ciudad de La Paz, da cuenta del número 460
(noviembre 27) en la misma forma de tamaño, número
••jÉ"/ Telégrafo\\ 20J
que no conozco; y debe de ser interesante, por cuanto
contiene la primera parte de un relato cuyo término
veo en el número 461, relato referente á la rebelión de
Balsa, muerte de Yáñiz y demás sucesos en la ciudad
acaecidos entre 23 y 28 de noviembre de 1861.
Desde el número 461, correspondiente al 4 de di-
ciembre, apareció eventualmente El Telégrafo, vol-
viendo á su habitual forma grande, ó sea cuatro
columnas en folio de gaceta. El último número del
año 186 1 es el 468, correspondiente al 28 de di-
ciembre.
Tocaba El Telégrafo en su número 458 cuando
sobrevinieron las matanzas. El número 459, del 27 de
octubre, salió por obra de fuerza mayor publicando los
documentos y la versión del asesino sobre aquellos
horrores. Calló seguidamente un mes entero.
Sucesos ligados con las matanzas son los que, un
mes cabal después, tornaron á ensangrentar la ciudad
de La Paz. Me refiero al motín de Balsa y á la expia-
ción de Yáñez.
Las publicaciones de la prensa coetánea contienen
materiales suficientes, á mi juicio, para un cabal esta-
blecimiento de la verdad sobre aquellos sucesos. El
Telégrafo ante todo. Sé decir que hasta su núme-
ro 476 (febrero 5 de 1862) contando desde el ya cita-
do número 460 (noviembre 27 de 1861), contiene lo
más luminoso de la polémica contradictoria de afir-
maciones, negaciones y rectificaciones, que se suscitó
esos días sobre el suceso principal y sus incidencias.
Pueden tomarse en cuenta, á mayor ilustración ó abun-
2oS Matanzas de \
damiento, lo publicado por El
números 2 y 13 {noviembre 30 y 1
el rarísimo pliego suelto paceño
gaáa del 23 de Nm'iembre, el ni
sucrense La Causa Nacional (<
lleto inscrito en mi catálogo ¡n
ro 888.
El que quiera tomar á lo seri
historia al militarismo pretoriam
en estas fuentes impresas hacer <
y menudencias, sobre el escándE
la expiación famosa del 23 de 1
La Paz.
Mientras tanto, hé aquí lo qui
ver, se presenta como bien averi
de los hechos, sobre los primero
constitución de 1861 en elvíací
Desde que la asamblea na
arrancada á una batalla paríame
perto Fernández boliviano de r
colegirse que este corifeo políti
mente á la presidencia de la rt
ejecutó ese día un acto de jus
abrió ancha puerta á la ambiciór
bre. Es la verdad que, para ce
ministro de Estado, no había «
declaratoria, declaratoria con ta:
y por lo mismo con no inferií
tida.
Los coroneles Nicanor Flore
r
iiJS'/ TeUgrafayy 20^
«
gentinos de nacimiento, y bolivianos hasta lo más
hondo del corazón como Fernández, si bien no con los
títulos muy calificables que á éste asistían para obte-
ner el nacimiento legal, estaban ligados á él por íntima
amistad y por una perfecta comunidad de opiniones
políticas. Tenían respectivamente el mando de los ba- .
tallones Primero y Tercero del ejército.
Á la sazón Fernández, en el puesto de ministro del
Interior, suscitaba embarazos de todo género á los tra-
bajos conciliadores del presidente Achá, trabajos enca-
minados á reclutar y formarse un partido personal pro-
pio, en campo situado entremedias del belcismo y del
setembrismo. Junto con esto y por consecuencia, el mi-
nistro, declarándose en abierta pugna con los belcistas,
asumía en el poder la gestión de los intereses del par-
tido setembrista, poderoso partido de odios vengativos,
compuesto de hombres resueltos y muy agraviados del
belcismo.
Trece días después de haber sabido el suceso de
las matanzas, el presidente partió para el Norte, dejan-
do en Sucre á Fernández y á Flores, quienes debían
reunífsele en pocos días más en Oruro. Escapaba de
una mansión peligrosa, de entre las redes y asechanzas
que rodeaban su inerme autoridad legal.
Tanto aquellos corifeos como todos los setembristas
de su facción, quedaron adormecidos con el beleño
que les había propinado Achá, sobre que un cambio
abiertamente setembrista de política debía presto con-
• sumarse en la gobernación del país. Achá no encontró
inconveniente para que se declarase en un periódico
14
3Í0 Matanza
oficial, á nombre ^e) gobi
políticamente el Estado,
brazos del partido seiemb
A tres jornadas antes <
de noviembre separó á Fl<
llón Primero, haciendo a
jefe al coronel Mariano M
ba que se quedara en Su
dante general de armas. I.
Chayanta, el 17, destacó <
al ministro de la Guerra (
parar del comando del
título de jefe superior po
debía tomar el mando di
puesta del Tercero, del es
sección volante de arliller
Tercero, y algunos creen í
la división.
Otros arreglos en el eje
dentes todos á separar de i
ministro, confiándoles ce
nando los huecos con ofi
El general Avila llegó á
Esquivó con maña las exi;
por una orden general api
ascensos del 23 de octul
con él. Le manifestó que
nado por el presidente p
mando del Tercero.
A Balsa se le propuso
'afo» ai I
ral de La Paz. Él califíci5
rada la proposición,
ano, el ministro puso en
Jcos del LoreCo. Igual-
alabozos, á los soldados
mbre en el concepto de
i Paz, en todas sus esfe-
ilato que esos señores y
■lentes todos del 23 de
nientos, del simulacro de
erfa.
con su división se acen-
}s rumores de un próxi-
por la mano del mismo
: enero ultimo.
secretas insinuaciones de
jna revuelta setembrista.
con urgencia las cosas,
I el siguiente punto de
il 23 del octubre, tenía él
política semibelcista del
prometerse de un inme-
orial del inflexible Fer-
)residente de la república
tel general, una división
sCros del despacho. En
co aguardaba los aconte-
de la reptíblica.
3t2 Matansas de Ydñes
El coronel Balsa, sea que así lo tei
usara como ardid de seducción, hizo
del 22 á los jefes y oficiales de su r
tallen Tercero sería desarmado al sij
esto se llevaría á cabo por medio del
y de la columna municipal.
Váñez, con unos cuarenta rifleros i
esa noche en la Caja, ediñcio coloni
guio sureste de la plaza mayor, ángul
dos calles que desembocan en la esq
Id columna municipal no ocupaba yi
cío, como en tiempos de mayor des
público. Estaba en el cuartel de San
Eran las cuatro y veinte y cinco m
dnigada, cuando se oyó en el centro
detonación ligera de tiros de fusil. M
despertaba sobresaltada la población
de descargas y tiroteos consecutivo
un combate dentro de la ciudad.
Era que el batallón Tercero, al m
Narciso Balsa y Federico Tardío, ap
piezas de artillería y por la columna
taba al batallón Segundo en su cuarl
Recreo. Las cosas habían comenza
siguiente:
Sin ser sentido y en obra de poct
con dos compañías del Tercero, se ;
lumna municipal y la incorporó sin
fílas. Tardío, al mando de las otras ci
cero, y la artillería y la columna
y\El Telégrafos 2x3
órdenes, pasaron acto continuo á sitiar y á intimar ren-
dición en su cuartel al batallón Segundo.
Una partida, destacada por Balsa en los primeros
instantes para observar en la plaza mayor los movi-
mientos del comandante general, disparó inopidamente
algunos tiros, los primeros que se oyeron y que fueron
para el Segundo un alerta del peligro. Dispertó y
corrió á las armas.
Una descubierta improvisada al instante, mientras
adentro se armaba el batallón, cruzó no lejos de la
puerta algunos fuegos con gente del Tercero, en la
calle del Recreo, calle que por delante del cuartel sube
al oeste hacia los barrios centrales. Mas, al punto
mismo, vítores patrióticos y voces fraternales introdu-
jeron allí la incertidumbre, mientras ambas partidas
avanzaban en dirección convergente; y poco después
la confusión era grande al encontrarse unos y otros
compañeros de armas. No ha podido averiguarse de
cuál grupo partieron primero las protestas pacíñcas.
Acababa entonces de formarse el batallón á la iz-
quierda de la puerta del cuartel. Momentos después
llegó Tardío con tres compañías del Tercero. ¿Qué
ocurría? Súpose entonces allí toda la verdad. Acababa
este batallón de sublevarse con los demás cuerpos de
la plaza, y exigía que el Segundo siguiese este movi-
miento para salvar la patria.
En orden silencioso de formación permanecían am-
bos cuerpos, firmes, armas al hombro, muy cerca uno
del otro, mientras el comandante Pablo Caballero, jefe
accidental del Segundo, conferenciaba con Tardío. Por
214- Matanzas de Váñez
breves momentos nada anunció alH que estos dos cuer-
pos veteranos del ejército, hablan de peleai' luego el
uno contra el otro.
Vítores y algunos disparos de fusil resonaban fuera
del recinto. Pelotones de plebe turbulenta comenza-
ban á fluir. Una parte del Tercero, la columna mu-
nicipal y la artillería, mientras tanto, habían tomado
posiciones dominantes y seguras en torno del cuartel.
Un toque de corneta aguardaban para romper el
fuego.
Apareció entonces Balsa al centro de una escolta de
rifleros y seguido de su cometa de órdenes. Avanzó
por el flanco hasta el centro del batallón sitiado. Fué
recibido con un abrazo por Caballero.
Todo parecia allí de paz, con tendencias á un ave-
nimiento, que señalase al débil la trivial zaga del mal
fuerte, cuando se presentó el coronel José María Cor-
tés, primer jefe del Segundo. Este hombre noble y va-
liente cambió al punto la faz de las cosas, señalando á
los suyos, con ascendiente moral irresistible, la senda
del deber.
Balsa escapó allí de la muerte. Obra fué ya lodo de
segundos. Cortés apostrofa á sus soldados, ordena que
disparen sobre el traidor, él mismo le descerraja un
pistoletazo, su escolta rodea á Balsa herido, salvan
presto con él en brazos el corto espacio que los sepa-
ra de sus compañeros, retíranse á su línea de comba-
te, suena la corneta de Balsa y se rompe el fuego con-
vergente contra el batallón Segundo.
Mientras el enemigo repechaba la vía pública para
wEl Telkgrafoy\ 2IS ■
ganar la esquina de la Moneda, tiempo breve tuvo el
coronel Cortés para desplegar en secciones su fuerza, á
fin de resistir con individualidad á los diferentes pun-
tos del ataque. Estaban los suyos á pecho descubierto
en la calle. La derecha extrema de los contrarios,
aquella que 6,e. más cerca les acosaba, habíase para
petado á la entrada de la Alameda detrás de unas ta-
pias frente al cuartel.
"Fuego y avancenti tocaba la corneta de Balsa; y el
fuego era vivísimo de una y otra parte, sin que el avan-
ce fuera posible para nadie en aquellos momentos.
Casi al mismo tiempo de trabarse el combate en
condiciones tan desventajosas para las armas de la
ley, recrudecía el brío de los contrarios con creces de
mortandad para las filas del Segundo. Tuvieron, éstas
que replegarse hacia el cuartel, al paso que se estre-
chaba en torno suyo el círculo de fuego, por virtud de
un refuerzo inesperado que acababa de recibir el ene-
migo.
Tenía Balsa, el grueso de sus fuerzas y su base dé
operaciones hacia el occidente, en la calle del Recreo,
esquina y puente de la Moneda, á la derecha de Cor-
tés. Por las bocacalles de su retaguardia y de su mano
izquierda afluía en oleadas el populacho preguntando:
ii¿Y Yáñez.^ ¿Cuál va contra YáñezPir
Vista su actitud, obvio fué el ardid de decirles que
Yáñez se. defendía allá abajo con el Segundo den-
tro del cuartel. No oyeron más. Las turbas entraron
furiosas al ataque, poniéndose de parte de los rebel-
des con piedras y con palos, con las armas de los
2l6 Matanzas de Ydñez
muertos y de los heridos, y con el torrente de sus pe-
chos y de sus gritos que servían de antemural y de
aliento á los soldados de Balsa.
La resistencia del Segundo fué valerosa por más de
media hora. Fué mucho durar. En aquella situación
no era suficiente el valor del soldado boliviano, exce-
lente en el primer impulso. AUí, para salir con éxito
y triunfar, se habían menester otros requisitos mora-
les en el valor. Desde el primer momento un desastre
fué indefectible y todo se confabulaba para acelerarlo.
Muy al principio cayó mortalmente herido el hom-
bre heroico, el coronel Cortés. Estaba también fuera
del combate su segundo el coronel graduado Miguel
Lizárraga. Caballero era algo conferenciador con — y
un poco abrazador de — los traidores que se acercaban
á intimarle rendición. ¿Quién hubiera sostenido entre
las balas el valor del soldado? ¿Quién hubiera infla-
mado su constancia y su fe en la buena causa?
Los rifleros de Yáñez no acudían en auxilio de estos
defensores del orden, ni llamaban'la atención del ene-
migo por otros puntos. Entre muertos y heridos ya-
cían en el campo unos ciento treinta soldados, casi
todos del Segundo. Á eso de las seis y media de la
mañana la dispersión era completa. Un puñado de
valientes intentó hacerse fuerte algún tiempo más en
el cuartel. Sobrevino un asalto, y el cuartel fué entrado
en tropel por plebe revuelta con granaderos.
Antes de que aquello se verificase. Caballero atra-
vesaba los fuegos, ganaba las alturas de San Pedro,
ponía en salvo dos compañías y las incorporaba en el
>yEÍ Ttlegrafg<y 317
Quenco con el escuadrón HiSsares. Prudencia á que
más tarde correspondid el gobierno sacándole del cuer-
po, y enviándole á sentarse en una oñcina militar de
Santa Cruz.
Húsares y aquel resto de! Segundo emprendieron
todo ese día la retirada hasta Calamarca.
Mientras á cuatro y cinco cuadras de la plaza ma-
yor se verificaba este combate, Yáñez no dio un paso
fuera de aquel recinto central. AI principio estuvo den-
tro de la Caja; en seguida se paseó un rato con su es-
colta por las aceras como en observación ó en ademán
demostrativo.
Los grupos de curiosos decían al verle: "Yáñez está
por el ordeni'. Otros replicaban: i-Y entonces ¿porqué
no acude á apoyar al Segundo?ii Nadie ixidia afirmar
con seguridad ni lo uno ni lo otro. En aquellos mo-
mentos la inercia de Yáñez, así podía traducirse por
bien entendida reserva estratégica en favor del orden,
como por complicidad con la rebelión. Era cuando
menos una inercia con astucia.
Á lo último, Yáftez se encerró con toda su gente en
el palacio, ediñcio alto y sólido, bien que muy expug-
nable por fuerzas superiores. Pocos momentos antes
había emprendido la fuga e! general Avila á reunirse
en el Quenco con el escuadrón Húsares, llevándose la
seguridad de que Yáñez se sostendría por el orden en
el palacio. *
Las fuerzas de Balsa estaban triunfantes. Con eso
todo era, sin embargo, encogimiento en tomo de los
jefes rebeldes. Viendo estaban que del fragor humean-
2i8 Matanzas de Yáiiez
te de! combate surgía i ndeiwn diente una i
nueva. Viendo estaban que se iba levantand
un solo hombre, y que se engrosaba y se arm,
enfurecía y se lanzaba hacia la plaza la mayor ■
las fuerzas numéricas militantes: ia masa popu
pacta, sedienta, inmensa y soberana.
"La cabeza de Yáñez,ii fué su único peni
cuando, á eso de las siete y media de la mat^a
naban en la calle del Recreo las dianas de la
Ellos, estos jefes sin fe ni ley, acababan d
con sangre á los leales, para labrar sobre esta
la usurpación de Ruperto Fernández; y hé aqi
voluntad enfurecida del pueblo se apoderal
victoria, para ajusticiar á ios que la fama s
desde un mes atrás, como sanguinarios precur
Fernández.
Sin ley ni fe, se ha dicho; pero ¿cámo du
en esos momentos, la conciencia de su delito
gantó más, ante su estupor, la majestad d(
sanción inesperada y tremenda de la justicia (
Torrentes de plebe, encabezada por grupc
derables de cholos armados, desembocaban ei
por las calles que van á acabar juntas en la
del palacio. i'¡La cabeza de Yáñez, la cabez¡
ñez!" es el grito formidable de aquella muche
que venía del combate, ebria entre el olor d
vora y la sangre, arrebatada por el impulso d
de la venganza, buscando con clamoreo atro
asesino del 23 de octubre.
Entre la multitud que llenaba de cabezas
.,.^_J
'Ei TeUgmfoo 219
i y granaderos de Balsa resaltaban
en la supetñcie pardusca y moví-
.nchas que flotaban de aquf para
desarraigado sobre las olas en un
1 antes huido por encerrarse en
n de parte del motín triunfante,
;ntos su desengaño con indecible
1 rendija dz las cerradas ventanas
, que estaba levantada sin remedio
acha de la vindicta nacional, ha-
nplada un mes entero en la ciudad
lielos del terror en el fuego inten-
nprimido.
:n la fuga, jl^ evasión dentro de
uros sitiados!
1 palacio tenía que ceder al impul-
Un caí^onazo la abrió de par en
lia en una columna hizo temblar
Jn popular invadió el patio y todo
esta fábrica. La ola creciente lie-
segundo piso y lo cubrió en todos
Gente y gente seguía con empuje
El nivel perseguidor subió enton-
asta llenar sus cámaras y galerías.
!" fué un grito inmenso y prolon-
en este momento en la plaza. Allí
á Yáfiez en el caballete de uno de
)s del edificio. Raro y misterioso
a de la ciudad entera, él mismo
320 Matanzas de Ydt
subfa por sus pies al más culmin:
pudiera imaginar. No fué larga su
detonación, y el atl ético cuerpo del
de octubre cafa al profundo de la i
Cárdenas, Fernández y Aparic
Sánchez eran buscados por todas pi
Leopoldo Dávita, que se hizo odÍ(
cementerio el día de las inhumacic
en la calle de la Caja. El ayudante
Sánchez recibió la muerte denlro c
dados de Yáñez fueron amnistiad
liario del palacio fué tocado. El pi
hogares silencioso.
Tal es lo que considero cierto
sobre los extraordinarios sucesos d
tan enormes dichos sucesos, que i
por volver á la prensa en busca de
res. Entremos á las oñcinas de E
encima de la mesa de redacción,
frescos de este periódico y toda
de estos días. Busquemos algunos
ja, que es inmensa.
*»<*<*^«í^<*=<*-«=c*3c«>c^<^c4|c>eígcc^o^^^
CAPITULO IX
"EL TELÉGRAFO"
(Conclusión)
1861
Pormenores sobre el 23 de noviembre. — Últimos momentos de
Cortés. — El combate según Caballero. — Confusión y falacia
de Balsa vista la actitud del pueblo. — Cómo describe el com-
bate.— Su defensa contra un cargo grave.
Agustín Aspiazu, sujeto honorable, que ha desem-
peñado altos puestos públicos y que merece fe, fué tes-
tigo ocular de muchos sucesos de este día. Su relato
fué la pieza que abrió la polémica investigadora de la
verdad. En El Telégrafo del 4 de diciembre (nú-
mero 461) refiere tocante á la muerte de Yáñez lo que
BÍgue:
■ 232 Matanzas de Yáñez
•lUn hombre de atlética estatura aparece en
los techos de la policía y más de cinco mil v>
áamaxi: ¡Él es.' 'el asesino. Un sargento del I
Tercero le pone el punto, y á la detonación i
sigue el estruendo de un cuerpo que se despl
una elevación inmensa.
'■Abierta la casa del señor García, en cu5
cayó Yáñez, la multitud se arroja sobre su cad;
conducido á la plaza.
iiA la voz de que Yáñez lia muerto, la t
genteii— (la gente espectadora que llenaba la
vecinas, mientras el populacho actor ocupaba \
la plaza, el palacio y la calle de la Caja) — use f
en la plaza por las cuatro bocacalles, como ol
tas cataratas. ^
■ilxis soldados que escoltaban el cadáver, '
como otras tantas hojas secas en un remolino c
I^ gorra de la víctima es arrojada por los ai
bastante algazara; en seguida la levita, luego
talones, y Últimamente los vestidos interiores.
itjAl Lorelo, a! Loretoln gritó la multitud, y
ver fué conducido al salón de la Universidad,
se le dirigieron varios apostrofes por causa de 1
mas sacrificadas en la noche del 23 de octubre
nOtra vez comienza á agitarse la multitud
mando oleadas, el cadáver es arrastrado por e
lacio, á pesar de millares de voces que gritaba
cenizal! ri
Aspiazu reflere lo que sigue tocante al comfc
crítica con conocimiento de la polémica invest
■v^-z %
"jE'/ Telegrafon 22j
no tendría que rectificarle sino puntos pocos sustancia-
les. Uno de ellos es el diálogo entre Cortés y Balsa, cu-
ya efectividad tampoco afirma asertivamente Aspiazu:
II Hacía meses que el pueblo murmuraba de un
nuevo golpe de Estado, que debía ser dado por el mi-
nistro Fernández. Esta conversación se hizo más ge-
neral á la llegada del coronel Balsa y en la víspera del
23 de noviembre. Los hechos han justificado la des-
confianza del pueblo; éste se engaña pocas veces.
iiÁ las cuatro y veinticinco minutos de la mañana
de dicho día, la población fué despertada por dos des-
cargas consecutivas de tres ó cuatro fusiles. Era el ba-
tallón Tercero que, comandado por sus jefes Narciso
Balsa y Federico Tardío, y con cuatro piezas de arti-
llería, asaltaba al batallón Segundo, alojado en el cuar-
tel de la calle del Recreo.
1 1 Se dice que antes de principiar los fuegos, d coro-
nel Balsa llamó al coronel Cortés y le dijo: n Amigo,
todo el ejército se ha pronunciado por Fernández y
sólo resta que el cuerpo de su mando complete este
pronunciamiento.»! Á lo cual se dice que contestó el
coronel Cortés: Que si todo el ejército estaba pronun-
ciado, el batallón Segundo tendría ocasión de dar
pruebas de su valor y lealtad al gobierno. Que á esto
se oyeron un grito de ¡viva Fernández! y un pistole-
tazo disparado á quemarropa contra N. Caballero, ter-
cer jefe del batallón Segundo. En este mismo instante
Cortés es herido mortalmente por una bala de rifle, y
el fuego se rompe entre ambos cuerpos.
"A las cinco de la mañana el batallón Tercero, des-
22^ Matanzas de Yáñez
tacado en pequeñas partidas, ocupaba los siguientes
puntos: Esquina superior del hospital de mujeres, es-
quina inferior de la calle de la Merced, esquina de San
Agustín, esquina de la casa de Moneda, alturas de
Cara-güichinca, calle de San Jorge y torres del hospi-
tal y de las Recogidas.
iiTodas estas partidas hacían un vivo fuego con-
tra el cuartel de la calle del Recreo y contra algu-
nos destacamentos del batallón Segundo, que luchaban
á cuerpo descubierto. El jefe Caballero, con un pu-
ñado de valientes, se abre paso por medio de los ene-
migos, arroja á varias partidas de sus puestos y se
dirige al Alto por San Pedro. Los destacamentos del
batallón Segundo se reconcentran en el cuartel soste-
niendo un fuego activo.
1 1 Poco antes de las siete de la mañana aparece una
bandera blanca en el cuartel. Otra bandera del mismo
color aparece en el puente de la Moneda. Las paces
estaban aceptadas por ambas partes y, sin embargo, el
fuego no cesaba.
iiAl principio de la refriega, e1 coronel Balsa es he-
rido en el muslo. Un dependiente de don Claudio
Rivero le ofrece poner un paño de aguardiente: el he-
rido acepta la oferta, y al dirigirse á la tienda, es lla-
mado por unas señoritas que presenciaban el combate
desde las ventanas de la casa de don Juan Mas. Cuan-
do se le vendaba la herida, el coronel Balsa se expresó:
II Han querido hacerme tragar una pildora dorada, pero
use han equivocado. m
II Parece que estas palabras se referían á la indicación
N
wEl Telegrafow 23S
que se le hizo día antes, de que se encargara de la
comandancia general de este departamento.
n Vendada la herida, el coronel Balsa montó á caba-
llo á dirigir en persona el combate. El corneta de ór-
denes del batallón Tercero daba las señas de avancen
y ataquen,
II Al cabo de dos horas y media de un fuego soste-
nido, el cuartel es tomado por el Tercero, ayudado por
la cholada.
M Durante la lucha, Yáñez permanecía en el palacio
con cuarenta hombres. Muchos hacían lá siguiente
pregunta: ii¿Yáñez está en la revoluciónpn — mNo, con-
testaban unos; va guardando la plaza. n — mSí, contesta-
ban otros; ¿por qué no baja á proteger el cuartel, n
1 1 Yáñez estaba en la revolución; y á haber atacado
con sus cuarenta hombres, por retaguardia de cual-
quiera de las partidas del batallón Tercero, el triunfo
habría estado por el batallón de Cortés, n
Á Balsa se le imputó una alevosía, la muerte de
Cortés durante el diálogo. Se organizó un proceso.
Este relato, como se ve, no confirma el cargo. La ver-
dad es que no hubo diálogo.
Agustín Aspiazu también refiere lo siguiente:
"A eso de las ocho y media de la mañana me di-
rigí al hospital con mi amigo don Ramón Mas, á ver
al coronel Cortés. Cuado llegamos, el sacerdote, des-
pués de darle la absolución, le dijo:
— Los señores Mas y Aspiazu.
— Que pasen, contestó el enfermo.
"Y tomando luego nuestras manos nos dijo:
15
230 Matanzas de Yáñes
—\o limero en defensa de las leye.
mi hijo.
iiEntra el hijo y se lanza en brazos dt
un. rato de silencio, interrumpido por !
padre moribundo y del hijo herido en ■
bate.
"Los espectadores no pueden permai
ran juntamente con el joven descenso
menta pot su padre.
•iDespues de algunos instantes, el tm
pora y pregunta al hijo:
— ¿Quiénes han vencido?
— Los facciosos.
— ¿Tomaron el cuartel?
—Si.
— ¿Has recogido el equiíjaje?
— Todo se lo han llevado.
— ¿Y los papeles? ¿Y mi cartera?
— Están en mi poder. ,
—Abrázame Conozco que me qut
instantes de vida.,.. Amigos, decid al
i[ue la suerte de mí hijo le queda confi
El coronel no falleció en ese momer
mismo narrador fidedigno;
i'l'asada esta atroz escena — (el lynd
ñez)— me dirigí- segurida vez al hospit;
del doctor Ramón Salinas, á ver al cot
( "El enfermo, al parecer, no corría
ligro, á pesar de que la herida se I
entre la clavícula y el omoplato. Los p
piísr-
íi-fi*/ TeUgrafow ' 22j
taban comprometidos, y esto nos hizo concebir muchas
esperanzas.
••Inmediato al lecho del coronel Cortés, se hallaba
postrado un joven oficial. En su pálido semblante ya co-
menzaban á notarse los primeros signos de la muerte.
— Señor, me dijo tendiéndome la mano ensangren-
tada, un poco de caldo. Siento un ardor que me de-
vora.
— ¿En dónde está usted herido? le pregunté.
— Aquí, me contestó, mostrándome una enorme he-
rida en la boca del estómago.
♦•Inmediatamente llamé al cura don Juan de Dios
Medina, para que le prestase los auxilios espirituales.
— ¿Cree usted que mi herida es de muerte? me dijo.
uLuego dando un profundo suspiro:
— jAh! no quisiera morir.
—¿La gracia de usted? le pregunté.
— Vicente Arraya, natural de...
'•Un grito de dolor vino á interrumpir estas últimas
palabras.
»»En seguida bajé al depósito de los muertos. Entre
éstos se hallaba tendido el joven oficial N. Balsa. Has-
ta estas horas, que serían las once de la mañana, las
víctimas pasaban de treinta allí, y los heridos de
ochenta.
"A las dos de la tarde regresé al hospital.
"Cortés acababa de espirar. El hijo estrechaba sollo-
zante las manos heladas del padre. Muchos jóvenes
con los ojos arrasados en lágrimas, presenciaban esta
desesperante escena, Arraya, presa ya de la muerte,
22S Matanzas de Ydñez
comprimía con ambas manos su herida del estómago.
"Por la tarde, el carro fúnebre atravesaba lacalle
Ancha conduciendo el cadáver de Yáñez. En lugar de
plañideras, sagufan el carro una turba de mujeres fu-
riosas. Le hacían cargos por las víctimas del 23 de oc-
tubre. En esto el cadáver es arrebatado y arrastrado,
y otra vez puesto en exposición vergonzosa.
i'El hombre que un mes antes había infundido te-
rror á 70,000 habitantes, era hoy la buria y el juguete
del más débil.
iiDe noche reina en la población la oscuridad y
el silencio de los sepulcros. Amanece el 24 sin el me-
nor desorden.!'
Un soldado del Tercero, que se hallaba de guardia
en el hospital, giraba la vista en todas direcciones bus-
cando alguno en quien descargar su fusü. Á este tiem-
po se presentó á la puerta del hospital el abogado
Martín Paredes Campos. El semblante del soldado se
cubrió de alegría. uNo podía haber ¡legado más i
tiempo, dijo. Usted es el juez que en Sicasica me apre-
sóir, Y sin más, disparó el arma sobre Paredes Campos,
Erró el tiro y exclamó desoldado dando una patada
contra el suelo: 'tiMal haya sea!'' Se preparaba á un
segundo disparo cuando alguien estorbó su intento.
El doctor dijo: ''Hé ahí á lo que se expone en Bolivia
un juez." y
Un testigo fidedigno refiere de ese sitio y momento
lo que sigue:
'■Otro soldado ebrio recibe orden de despejar la
multitud de gente que se hallaba en el patio del hos-
y\El TeUgrafow 22^
pital. "¡Señores, retirarse!»? dice; y sin más prevención
hace fuego. La bala pasó silvando por eocima de una
multitud de cabezas sin herir á nadie. Un joven que
estaba á mi lado dijo: »'En estos instantes más se apre-
"cia la vida de un perro que la de un hombre.»»
Pocos días después del suceso circulaba en La Paz
una hoja suelta, en folio común de gaceta boliviana, á
tres columnas, impresa por la Imprenta del Pueblo en
Oruro. Desde un principio fué rara esta publicación.
No obstante, contiene dos documentos de valor esen -
cial sobre el motín de 23 de noviembre.
Es el primero una carta de oficio del general Ávila
al presidente, datada en Calamarca el 24, una jornada
al sur de La Paz. Avisa brevemente lo ocurrido en la
ciudad hasta el momento de su salida, las siete de la
mañana más ó menos.
El segundo documento es un parte de la misma fe-
cha y lugar, suscrito por el comandante Pablo Caba-
llero, tercer jefe del batallón Segundo. Comunica lo
ocurrido en el campo del combate hasta* el momento
que tuvo él por conveniente abandonarlo, para ganar
en retirada, con parte de la gente, el ribazo de San
Pedro y de allí el camino real por el Quenco hasta
Calamarca.
Su relación contradice y acrimina á Balsa. Hízose
valer en el proceso de asesinato, bien así como el testi-
monio de otra carta escrita por el segundo jefe Lizárra-
ga. El presidente consideró como político el delito
del 23 de noviembre, y lo cubrió con un decreto de
amnistía. La suprema corte declaró que aquella muer-
2JO Matanzas de Váñi
te ocurrió en delito militar. En esta causa se mandó
sobreseer el 7 de marzo de 1861.
Caballero refiere las cosas de la manera siguienle a
Avila:
riHacía muchos días que corría el rumor de que la
división Ualsa, que había llegado á aquella ciudad
el 15 del presente mes, proyectaba una revolución en
que se 'proclamaría la elevación del ministro Fernán-
dez á la suprema magistratura.
itLa salida del escuadrón Húsares, de La Paz, y la
entrada á la misma de V. G., parecieron disipar aque-
lla vocinglería, ó á lo menos así lo creían las personas
que no se persuaden hasta dónde puede llegar la per-
üdia humana.
iiEI coronel Corles, el igual Lizárraga y yo descan-
sábamos en esta persuación, y más que todo en los
sentimientos patrióticos y de elevada nobleza, de que
suponíamos poseídos á los jefes y oficiales del bata-
llón Tercero. Nos limitábamos, por consiguiente, á
• tomar en nuestro cuartel las precauciones de mera
seguridad para el orden interior.
uLa noche del 22 era yo jefe de día, y como tal salí
tarde de la noche á rondar los cuarteles y puestos de
guardia. Serían las tres y media de la mañana cuando
llegué al cuartel del batallón Tercero. Me anuncié en
mi calidad. Se me contestó que diera media vuelta,
pues el jefe había ordenado que no se abriera la puerta
á nadie. Regresé á mi cuartel,
irHacia media hora que estaba allí cuando oí una
descarga de fusilería, que venía de la esquina de la
rtnr;
casa de Moneda y otros tiros del puente que está á
retaguardia. Llamé á ]a guardia sobre las armas, y
mientras los capitanes de las demás compañías hacían
lo propio, ya estuvieron presentes el primero y segundo
jefe, quienes mandaban formar las compañías en el
patio y repartían cápsulas.
nAunque el fuego había cesado en este corto inter-
valo, temiendo el jefe que los enemigos tomaran algu-
nas posiciones ventajosas, ordenó inmediatamente que
salieran las fuerzas á la calle para afrontarse á aquéllos.
»»E1 coronel Balsa, que anunciándose como mayor
de plaza, había hecho abrir el cuartel de la columna
municipal, y que sacando de allí toda la fuerza, lo
mismo que la artillería (que existía en la Merced)
había destacado una parte de sus fuerzas sobre Cara
vichincha y San Pedro, posiciones dominantes de
nuestro cuartel, y el resto en la Alemeda, tras de unas
paredes que existen frente al cuartel, y de los solares
del cuartel nuevo; hallándose el grueso de las fuerzas-
en toda esa calle que se halla á la derecha del cuartel.
riColocados así, y formando el batallón Segundo á
la izquierda del cuartel, se rompió el fuego por una y
otra parte con una viveza muy tenaz. Mientras tanto,
por orden del jefe, atacaba yo con una partida á los
enemigos situados en la quebrada, el capitán Teodoro
Villalpando se dirigió á la esquina del hospital por don
de aparecieron algunos soldados de la parte contraria,
el mayor Eleodoro Camacho atacaba á los de San Pe-
dro, y el coronel primer jefe acometía de frente con el
resto de las fuerzas.
¿ji Matanzas de Ydñes
ifEn este estado hizo tocar el coronel "cesar el fue-
goir. Obediente, mandé en retirada d la partida que
comandaba, y me replegué sobre las del primer jefe.
"Entonces vi, señor general ministro, un hecho que
parece inaudito.
riEI coronel Balsa traía su fuerza de flanco por las
dos veredas de la calle, al medio venían tres piezas de
artillería, y él á la cabeza victoreando á '^sus her-
manos del batallón Segundo, al orden y á S. E. el
general Achá.n Llega donde estábamos, me abraza
con expresiones de cordial cariño y me pregunta por
el coronel Cortés. Al echarme el brazo al cuello, me
asesta al oído una pistola, cuyo frío me hace agachar
rápidamente, y la bala, en vez de tocarme, hiere á un
soldado que se hallaba á mis espaldas.
"Seguidamente toma la otra pistola, y le da un tiro
al primer jefe, que se hallaba á poca distancia. Ésle,
aunque herido, grita conmigo n; traición Ni Y tomando
un fusil por el cañdn daba de golpes á los enemigos,
en tanto que los nuestros rompían un violento fuego
sobre aquéllos.
"La lucha se bizo entonces sangrienta y encarnizada,
como lo es toda lucha cuerpo á cuerpo.
"El primero y segundo jefe estaban heridos y fuera
de combate. No me era, por consiguiente, posible
pasar más allá de la esquina de la Moneda, hasta donde
retrocedieron los enemigos. Retrocedí, pues, hacia el
cuartel, y de allí seguí para la Alameda, de donde nos
hacían fuego.
n^/ TeUgrafon • íj^
"Cuando quise volver al cuartel, no me era ya posi-
ble. El enemigo había ya ganado el alojamiento del
primer jefe que está frente á dicho cuartel. Dejando
entonces en la Alameda al ayudante mayor Pablo
Iriarte para que sostuviera el fuego, me dirigí á San
Pedro con el capitán Tomás Fontao. Allí encontré al.
mayor Camacho, quien, levemente herido había esca-
pado de los enemigos que le hicieron prisionero.
•'Acompañado de éstos, viendo que me faltaban las
suficientes cápsulas para volver sobre el enemigo, y
viendo al mismo tiempo que por la falta de los jefes
estaba en dispersión la mayor parte de nuestra fuerza,
me retiré á las alturas de San Pedro. De allí, por el si-
lencio en que quedó el cuartel, noté que ya estaba to-
mado éste. Esperanzado entonces en la protección del
escuadrón Húsares, me dirigí á esta parte, siendo lo
demás del conocimiento personal de V. G.
"Mientras S. S. el primer jefe pueda dar á V. G. una
información nominal, acerca del comportamiento de,
los jefes, oficiales y tropa del batallón Segundo, séame
permitido decir á V. G., que nunca he visto mayor
bizarría, y que me es sensible deplorar la muerte der
capitán Agapito Villegas, y las heridas de los señores
jefes Cortés y Lizárraga y de los oficiales Pomier,
Arraya y otros. Oportunamente se pasará una relación
de éstos y de los de la clase de tropa que han perecido
en un fuc^ activo de más de tres horas de duración;
ptuliendo asegurar desde ahora que ha sido mayor la
pérdida del enemigo, cuya tropa, engañada villana-
234 Malanzas di Vane:
mente, está hasta ahora en la persua
leado por el orden y contra un hatal
Kan rebelde."
El 24 \a.m.á Balsa, titulándose jefe
y militar del Norte, una proclama a
mando. Entre otras cosas, decía á 1
Tercero: ■
"Habéis salvado I.a Pa?. y vengad
política del Estado. El monstruo del :
llenó de terror y espanto á esta indi
"No hay poder, por fuerte y ca
que pueda resistir á vuestro valor; ;
granaderos del Tercero.
ri;Soldados! Habéis ennoblecido i
soldado boliviano; y la historia, la g
ria... etc."
En los documentos oficiales del go
que los soldados del Tercero hab(a
una nueva traición las armas del sol
que la constitución del Estado, mu
sido vengada por el motín de Balss
pisoteada una vez más con escarnio t
Balsa decia también en su proclam
dos habían peleadi> por el pueblo y
siendo por ello acreedores al titulo
¿aderes del más populoso y denodado p
Que Balsa adule al pueblo paceño
ficativos que más lisonjean á su prov
dad populosa y denodada, —cosa es
uEl Telégrafo^ 235
forme con el sentido práctico de cualquier jefe de
facción. Además, acababa él de palpar que el popula-
cho enfurecido era capaz de algo, en su hora, cpntra
un jefe fuerte y caprichoso, soberbio de su ferocidad.
Pero lo que raro me ha parecido y hasta indigno es
que El Juicio Piiblico^ periódico justiciero, pretendie-
se prestar asenso á la otra patraña de Balsa; es á, sa-
ber, que el 23 de noviembre tuvo por objeto castigar
al autor del 23 de octubre.
Desde el día mismo que Balsa entró con sus fuer-
zas á La Paz, quedó Yáñez en precaria situación y,
para el caso de un choque ó conflicto, á merced de
aquel jefe. ¿Por qué entonces no aprehendió al asesi-
no? ¿Por qué, siquiera, no puso en libertad á tanto
ciudadano arbitrariamente detenido . y amagado de
muerte? Un desmán ó atentado suyo en obsequio de
la constitución, de la humanidad ó de la vindicta pu-
blica, hubiera sido bastante para sujetar á castigo al
autor del 23 de octubre, y fuera preferible en todo
caso al crimen revolucionario del 23 de noviembre.
CcJh sobrada razón los hechos denotan que ese de-
signio no cupo en la mente de Balsa la madrugada
del 23. El Telégrafo, en su número 471, de ene^
ro 13 de 1862, decía rebatiendo la especie: .
"Todos sabían que Yáñez dormía en el palacio, y el
coronel Cortés frente al cuartel de la calle del Recreo.
Si Balsa quería castigar á Yáñez, ¿por qué, en vez de
dirigirse al cuartel, no se dirigió al palacio?... Si Balsa
quiso castigar á Yáñez, ¿cómo es que éste liltimo se
paseaba muy fresco en la plaza durante el combate, á
n
336 Matansas dt Yáñez
pifesencia de un destacamento del batalMn Tercero,
situado en la esquina inferior de la Caja?"
El Juicio Público no rectificó ni podía rectificar ta
verdad de este hecho notorio. Estaba esos días dado á
elf^iar á Balsa, sea por mero espíritu de oposición al
gobierno, sea con la mira de atraer hacia el belcismo
los resentimientos y la desgracia de aquel pretoriano
de armas tomar. Evadióse por una oblicua sahda y
dijo:
"¿Quién podrá negar que Balsa, — inocente ó crimi-
nal, leal ó traidor, — fué el medio, tortuoso si se quie-
re, de que se valió Dios para infligir un castigo que
sólo su brazo hubiera impuesto? Dígasenos: dquíén
hubiera operado ese castigo, — primer paso de la rege-
neración del país y de la vindicta de !a humanidad?
Señálesenos á ese predestinado, que lo que es entre
nosotros creemos que nadie, nadie, hubiera castigado
á Váftez. Estas son nuestras convicciones.''
Balsa quiso castigar á balazos al Segundo, que se
mostraba fiel á su bandera sosteniendo el orden legal.
En prueba de ello, un articulista saltó en la prensa con
esta otra pregunta contundente:
"Si el motín se proponía castigar á Vái^ez, ¿cómo es
que, cuando el pueblo se asoció al ataque en el su-
puesto de ser contra Yáñez el motín, los del Tercero
le hacían creer que dicho asesino se había encastillado
en el cuartel del Segundo, lo que era y resultó falso?"
El Telégrafo asestó á El Juicio Público el golpe
postrero con esta otra pregunta del número 473 (ene-
ro 10):
»jE/ Teligrafaw 2^7
"Si el combate del 33 de noviembre no tuvo otro
objeto que castigar á Yáñez, ¿con qué motivo se con-
vocó el día 24 á este vecindario en el salón de la Uni-
versidad? ¿Sería para que se juzgara á Yáñez, que ya
estaba muerto?'»
El Juicio Público cayó en la veleidad de colgar á
Balsa también el título de libertador de los detenidos.
El Telégrafo apoyó por merecido el dictado.
"Ese día, dijo, esta sociedad ha tenido la gloria de
recibir en su seno á todos los malhechores que de lá
cárcel se fugaron á favor del motín."
Por desgracia para el periódico belcista* tan efectivo
es el hecho de esta fuga, como el de la convocatoria
al vecindario, por haber ocurrido un cambio político^
según decía el bando publicado por orden de Balsar
Para mayor confusión de El Juicio Público^ pocos
días después Balsa mismo, forzado á una declaración
con que poder rebatir la fama, que le imputaba delito
de muerte alevosa en la persona del coronel Cortés,
manifestó por la prensa, entre otras cosas, sus miras
con respecto á Yáñez en las siguientes palabras:
"Eran las cuatro de la mañana cuando ordené al
teniente coronel Tardío que con tres compañías del
batallón se situara, sin dejarse sentir de nadi^, en el
puente de la Moneda. Luego mandé cuarenta hoinbres
para que rodearan la manzana de la Caja, con la orden
de hacer preso á Yáñez siempre que intentase salir de
ella ó se propusiese hacer cualquier acto de oposición. "
No. La ausencia solamente de un pretexto cualquie-
ra confesable, pudo hacerle decir en su prpclania que
2jS Matanzas de Yáñez
quiso vengar la constitución y libertar
no á La Paz. Fué un motín á secas el
pro|)io herido, para entronizar á un u
con la trascendencia de un cambio po
por los suelos la constitución.
No perdamos esta oportunidad de
Balsa. Su palabra tiene valor esencial
ria del suceso. Así también se verá
que su objetivo, el 23 de noviembre, m
el batallón Segundo. Él contíntia:
i-En seguida me dirigí personalmer
pañías al cuartel de la columna muí
ésta sin ninguna resistencia, marché
' con las compañías que estaban bajo
Tardío, y durante la travesía por las
tiros por el lado de la Caja.
"Juzgando por estos tiros que se
combate entre el coronel Váñez, que
' guardia en la Caja, y los cuarenta ho
yo apostado en'rededor de ésta, apre
hacia el puente de la Moneda.
"Al llegar á la esquina de San Ag
mi ayudante para que, adelantándose,
dio que yo era el que avanzaba con m
hiciera movimiento nt ruido alguno
aproximación.
iiMuy luego regresó el ayudante as
no había un solo hombre en el puenti
"En este momento oí unos tiros y
te del batallón de Cortés, A fin de i
v*»^r
y\El Telégrafo w 2jg
que allí ocurría y de buscar á Tardío, marché en aque-
lla dirección, seguido de algunos rifleros y de mi cor-
neta de órdenes.
«•Pocos instantes después descubrí que las compa-
ñías de Tardío estaban muv cerca del batallón de
Cortés.
"Apresuré entonces mis pasos hasta encontrar á
Tardío. Díjome éste, al verme, que el batallón de
Cortés se había rendido, y que, por este motivo y
también por tomar una buena posición militar, había
abandonado el puente y se había aproximado hasta
aquel punto.
••Con esta seguridad avancé hasta el centro de dicho
batallón, donde encontré al comandante Caballero.
Saludándome éste afectuosamente, me dio un abrazo
en señal de paz y amistad. Con lo cual acabé de con-
vencerme de la realidad de la rendición de aquel
cuerpo.
•»En tales circunstancias salió, no sé por qué acci-
dente, el tiro de una pistola que yo llevaba en la mano,
é hirió á uno de los soldados del batallón de Cortés.
••Sorprendido y apesadumbrado por este accidente,
me aproximé á dicho soldado, me incliné sobre su
cuerpo tendido, y principiaba á darle satisfacciones,
ofreciéndole una pronta curación y un buen obsequio
pecuniario, cuando, de improviso y tomándome brus-
camente de un brazo, me arrebató de aquella posición
y de aquel lugar el sargento mayor don José Camacho,
acompañando esta acción violenta con estas expresio-
nes: "jLo matan, mi coronel !m
240 Matanzas de Yáñez
•lAl acento agudo de estas palabras, y en el momen-
to de verme arrastrado por el mayor Camacho, distin-
guí recién al coronel Cortés, que colocado cerca de mí,
ordenaba á sus soldados, con ademán furioso, que me
matasen al instante. A estas voces él y sus soldados
descargaron sobre nosotros; él sus pistolas contra mí,
y aquéllos sus fusiles contra los míos.
««De resultas de esta imprevista y repentina descarga,
fui yo herido en la pierna por Cortés, quedando ut^a
multitud de mis soldados tendidos en línea sobre el
suelo.
«•En tan crítica circunstancia fui súbitamente arran-
cado, otra vez, de en medio de aquel peligro inminen-
te por el sargento Peñaranda, quien me colocó en un
instante en medio de mis granaderos. Con ellos retro-
cedí hacia el puente, para preparar la defensa q el
ataque, en la lucha que tan inesperadamente había
comenzado el coronel Cortés.
««Debo adveitir aquí, que esta retirada fué hecha por
los soldados de mi batallón defendiéndose, esto es,
haciendo fuego contra sus agresores.
««Cuando, vuelto de mi sorpresa, hube colocado las
fuerzas de mi mando en las posiciones más ventajosas,
lo cual se hizo con la celeridad. posible, ordené recién
que principiara el ataque contra el cuartel.
«•En estos momentos y en medio del ruido de la
fusilería, oí upas voces de soldados que decían: «'Ya
cayó Cortésri Por ellas comprendí que el coronel Cor-
tés había sido muerto ó herido, n
Bajo la primera impresión del dolor, el hermano del
•El Telkgrafon 241
cd un violentísimo escrito contra
;sa muerte con el cargo de alevo-
w Nacional, de Sucre, en su nü-
inte al 10 de diciembre de 1861.
nítidos á El Telégrafo asegura-
E pública insistió en la imputación
no reina todavía pacífico silen-
n detenimiento este asunto en los
Mi parecer es favorable á la ino-
) á juicio de buen varón,
liando, aquel pretoriano está libre
i el proceso aparecen en su contra
¡os, y son tachables é inforntales.
iCa indignación del momento hu-
:l castigo de Balsa, es indudable
t éste incluido en la amnistía sin
>ía dictado el presidente Achá al
spués á La Paz.
i se limitó á dar versiones ó co-
lenos desfavorables y execratorios
I jefe guardaba desdeñoso silencio,
la verdad de lo ocurrido, que e!
izgase como quisiera. Salió á la
con una invectiva, tan sólo para
ie desprecio á la muchedumbre dt;
m su juramento á la constitución,
]re y de soldado para con el que
,s armas del orden y de la ley, etc.
242 Matafizas de Yáñez
I f Estoy caído, dijo, y esto basta para explicar el valor
y la injusticia de mis adversarios de la prensa. n
Su invectiva estaba calculada para causar impresión
en las gentes, y á fe que la causó. Habla con gravedad
de hidalguía y de los nobles sentimientos propios de
un corazón bien puesto. Todo esto arde en su pecho
con fiereza brillante, y fué significado con verdad y
energía.
Puede parecer ello increible al lector extranjero;
pero no cabe duda qu<e, sintiendo y expresándose asi
después de su prevaricato. Balsa era sincero y acertaba
además á ser elocuente ante la sociedad boliviana. El
aire ambiente estaba allí constituido con la química
necesaria para alimentar la vitalidad genésica del mili-
tarismo. Hay vigor nativo en la avilantez de Balsa. Los
pulmones del pretoriano, tipo del traidor desvergonza-
do sin saberlo, podían respirar á sus anchas en seme-
jante atmósfera.
Tan luego como principió á ganar terreno en la opi-
nión la creencia de que había él dado muerte alevosa
al noble Cortés, su humor impasible cedió de su ma-
jestad, y el hombre se sintió lastimado en lo vivo de
sus sentimientos. ¿Se podía ser sin desdoro traidor pu-
blico, pero no asesino común? La verdad es que érale
insoportable que el vulgo dejase de ver eií él un héroe
pretoriano, cubierto en su perfidia con la aureola de la
desgracia. Acudió por su honor ante los tribunales y
saltó á nuestra arena, á la prensa.
Acabábamos de verle sin descaecer, sin bastardear de
lo que cumple á uií cabal genízafo híicedoí* de sultanes.
>'El Teligrafon 243
No turbado ni con mucho el sentido, no turbado por
el oloi capitoso de toda esa sangre traidora y de toda
esa sangre leal, derramadas tan sólo por su innoble
culpa. ¡Quién piensa en eso! Trivial y desusada sensi-
Pero ¡ah! esto otro, este asesinato, con su sangre y
sus lágrimas, es cosa diferente. Esto sí que traspasa el
alma. A un lado, fe militar, que aquí está el verdadero
punto de honor. Y lo que se decía sobre esta otra
sangre derramada, le arrancó la calma. Visible es la
pena que á su espíritu causaba aquel odioso cargo. Sus
palabras, al recordarlo, están tocadas de emoción pro-
funda.
A su descalabro se mostraba sensible. A su espíritu
no se asomó, entretanto, ni la más remota sospecha de
que el jefe había manchado para siempre su honor y
su memoria, rasgando como lo hizo la bandera consti-
tucional fiada á su defensa. Ceda esto en su abono.
No lo sintió adentro ni ello le punzó desde afuera.
Presto hemos de oirle una vez más. El lector va á
presenciar este curioso fenómeno psicológico, ó sea
más bien dicho sociológico. La ignorancia de Balsa,
sobre que puede caber deshonra en una perfidia políti-
ca y militar, es á todas luces invencible. El candor de
esta traición es purísimamente virginal.
Enfermo y triste desde el 25 de noviembre, no tardó
mucho tiempo sin caer él también, y según me parece,
algo bajo el peso de la vida. Por este lado es leve su
memoria ante la moral histórica. Éste á lo menos no
ofreció el espectáculo de una rehabilitación ultrajante!
244 Matanzas de Yáñ
Quizá, en sus líltimos momentos,
deseado es que los rasgos que 1
arrancó á su pluma militar, preva
cepto público, así como si fuesen
conciencia triste pero tranquila, ó
la sinceridad de su alma, festón c
más tarde entrambos sepulcros.
Es lo que, por virtud de una pía
voy d hacer transcribiendo aquí alg
fos. Tienen la elocuencia de una d
lación de las borrascas revoluciona
dor de que se venía hablando. Lé
fluye de lo, hondo tanta sencillez d
ifProbo y humano por carácte
perder lo que más estimo en el mu
ría sin vacilar á perder la vida (y ojalá que hubiera
concluido en la jornada del 23), antes que manchar
mi honra con una acción indigna. Durante los aí^os
que cuento de vida y en los mil lances más ó me-
nos peligrosos en que me he encontrado, he puesto
siempre mi mayor empeño en observar, conforme á
mis naturales sentimientos, las regbs de la decencia,
de la humanidad y de lo que se llama valor de bue-
na ley.
"Nunca, jamás, se me ha imputado una acción de
que pudiera avergonzarme, y cuánto menos alguna
que pudiera cubrirme con el odioso manto del crimen.
Estaba reservado al doctor Manuel José Cortés, hoy
poseedor del portafolio de Instrucción Pública, el lla-
marme asesino de su hermano.
irto al coronel Cortés.
Por el contrarío, casi he sido yo
idefcnsa. ^Cómo hacer para que
:l señor ministro de Instnicción,
á fin de que, calmando su dolor por la irreparable pér-
dida de su hermano, me haga la justicia que exijo, y á
la que, por mis antecedentes y por mi conducta publi-
ca, me juzgo acreedor sin embargo de hallarme hoy en
desgracia?
i'El sentimiento, cualquiera que sea su intensidad, y
cualquiera que sea la causa que lo produzca, no da
derecho á nadie para ser injusto, es decir, para hacer
acriminaciones falsas, desnudas de toda verdad.
"Veinte y cuatro años han pasado desde que, de
edad de diez y seis años, me enrolé en clase de cadete
en el ejército de línea de Bolivia. Durante este largo
tiempo he concurrido á todos los sucesos de armas que
han tenido por objeto, ya sostener el imperio de la ley
y de las instituciones, ya conservar la integridad terri-
toiial de la república.
"Entre otros hechos, sólo mencionaré el combate de
Mecapaca, el año 1841, en que fui el único oficial as-
cendido por el presidente Ballivián: e! de la famosa
jornada de Ingavi, en que fui premiado con una meda-
lla de honor, y recomendado- por el consejo marcial
que caliñcó la conducta de los jefes y oficiales que
combatieron en ella.
"Tampoco dejaré de hacer notar, que en el año
de 1848, peleé en favor del soberano congreso conslitu-
ente; y que, consecuente con mis principios y opinio-
246 Matanzas de Ydñez
nes políticas, fui jefe y vencedor diez años deáj^ués en
la batalla de Cuchiguasi.
•«En estos combates, como en otros muchos cuya
referencia omito, me he visto rodeado verdaderamente
de graves peligros; pero siempre he salvado de ellos
sin ninguna nota que pudiera manchar mi reputación.
«>Mucho menos pudiera haber adquirido esa nota en
el combate del 23, y especialmente en conflicto con un
amigo como el coronel Cortés, á quien siempre estimé.
••Para que el señor ministro se convenza de que yo
no he sido quien hirió á su hermano, quiero hacer una
relación sucinta y clara, sin ambages ni reticencias, de
lo ocurrido en aquella mañana, apoyándola en la de-
claración judicial de personas dignas de entero crédi-
to. En atención á ella no dudo que el señor Cortés
rectificará su juicio, respecto del modo como falleció
su distinguido hermano. »i
Este es el lugar de los párrafos narrativos que hemos
visto arriba. Y concluye Balsa de esta manera:
••Tal es la relación verídica que, á fe de caballero y
de hombre honrado, hago de los sucesos ó circunstan-
cias que dieron lugar á la muerte del coronel Cortés. *
De ella no resulta, ni que yo hubiese tenido conferen-
cia ó entrevista de clase alguna con aquél, en tales
momentos, ni que yo lo hubiera muerto ó herido. Quien
diga lo contrario falta á la verdad y la ofende villana-
mente, por sólo vender lisonjas y adulaciones al señor
ministro de Instrucción Publica.
••Para probar esto me hallo dispuesto á sostener la
verdad de mi relación ante cualquier juez ó tribunal.
'.^/ Telégrafos 247
ironel Cortés, que no murió fin el
: ser herido y que, durante su per-
pital, estuvo recibiendo á sus ami-
con ellos acerca de! suceso del 23,
>or la prensa don Agustín Aspiazu,
le que lo hubiese herido,
rdad, haberme dirigido tal ¡nculpa-
ue conmigo estuviese.
oira parte, uno de esos soldados
un campo de batalla, resignándose
10, sin proferir pueriles quejas, Mu-
laz de arrojar mentirosas acrimina-
ra de nadie, y todavía mucho me-
i que supieron combatir lealmente
nando del seüor ministro Cortes, y
dirigido cartas anónimas A Sucre
'isos falsos, que rectifiquen su juicio
2 desgraciada del coronel Cortés
°s siempre litil y loable en cualquie-
lis detractores pueden hacer de mí
ecialmente ahora que me hallo des-
ir mis heridas, con tal que respeten
la y conservada al través de nume-
isitudes.'i
Sn está escrita por Narciso Balsa en
:iembre de 1861,
>CO;OCO;>:o0005CiOCOCCCOCCCCOCOQ£f
INSTITUCIONAL"
iseí
:nibte.— I^ociedail ilel Urden.— Lia ma-
leral Péiei. — Capilulaciones.— Endada
;jérciio.— Yifieiy 3a|sa.— Rebelión de
gobierno. — Flojfs y Achá. — Bíblíi^ra-
de jefe superior [jolitíco y militar
rigió el 23 al presidente de la niu-
1 estos términos:
nando ha creído, como yo, llenar
i deberes más sagrados impuestos
I, en cuyas manos depositó el pue-
tas, señor, fueron pisoteadas por
as respetar.
f al respetable cuerpo (¡ue preside
de hoy, d horas cinco de la tarde.
2^o Matanzas de Yáñez
en el salón de la Universidad, á nombrar las autorida-
des que deben mantener el orden en el país y garantir
la propiedad, no tiene el que suscribe por objeto arras-
trar á US. á un compromiso político, y sí sólo poner
en práctica la libertad, primer principio que invoca el
soldado republicano.»'
El presidente de la municipalidad contestó el mis-
mo día: que acababa de dar las órdenes conducentes
á la reunión, en la seguridad de que esta aquiescencia
no importaba de su parte ni de parte de la corporación
municipal un compromiso político, y sí sólo el deseo
de cautelar la tranquilidad pública y la propiedad, in-
minentemente amenazadas en aquellos momentos.
Publicado un bando convocatorio por orden de
Balsa, y circulados oficios á varias autoridades y cor-
poraciones en el mismo sentido, el jefe rebelde hacía
estribar la reunión de la junta popular, en el hecho de
haber ocurrido la mañana del 23 un cambio político.
El domingo 24 se verificó á las cuatro de la tarde la
junta. Allí concurrió el segundo de Balsa, Federico
Tardío, en el concepto de dar cuenta del cambio y
dejar constituido el comicio. Al punto de entrarse á
deliberar se retiró. Presidía Diego Monroy como ca-
beza del ayuntamiento.
Antonio Gutiérrez, un jefe militar en retiro, no ad-
mitió el hecho ni el dicho de que se hubiera verifica-
do el día anterior un cambio político. Fué apoyado
por la concurrencia. Continuó entonces exponiendo,
que, existiendo establecido legalmente un gobierno
nacional, no era lícito arrogarse facultad ninguna de
r^.ir-
wEl Constitucional^^ 2^1
nombrar empleados. Lo contrario sería, de parte de la
junta, cometer un grave delito contra la constitución.
El presidente de la junta indicó entonces, que nada
era más natural que la subsistencia de las autoridades
legales existentes antes del suceso del 23. Propuso que
en su mérito se llamase á Rudecindo Carvajal, jefe
político legítimo.
Apoyaron esto todos los patricios. La muy numero-
sa barra popular que asistía, hizo manifestaciones ca-
lurosas de asentimiento.
Tornóse á instar, á manera de interpelación, sobre
el sentido que se había querido dar á las palabras
cambio político^ contenidas en el bando convocatorio.
El presidente puso término á este debate, que amena-
zaba ser tempestuoso, con todo de ser inmensa la ma-
yoría que apoyaba con insistencia el restablecimiento
de las autoridades legales.
Acto continuo se dio aviso de lo ocurrido á Balsa,
diciéndole que quedaban restablecidas las autoridades
legales.
El 25 estaba la ciudad silenciosa y á la vez inquieta.
Los más, ocupados en averiguar noticias. Y en mentir,
según dice un cronista de la prensa, en mentir cada
cual conforme á su pasión política.
Por la noche hubo conciliábulos y negociaciones.
••Eran, dice un periódico de la ciudad, hombres de
paz y de justicia, de actividad y de entusiasmo, los que
trabajaban por disminuir los males del país.»»
Así se pasó la noche confiriendo lo más conveniente
á la salvación del orden y de la propiedad. El resul-
2J2 Matanzas de Yáñt
tado de todo este hormigueo fué el
un caudillo tranquilizador, y que \
carácter meramente local y de buen
Al día siguiente se mandó llamar
capaca al general Gregorio Pérez.
lando á redimirlos á todos y á salv3
Esto no podía ser á secas: partió ui
al señalado del dedo público,
Á las cinco de la tarde del aé se
sámente la Sociedad del Orden, c
nos respetables, pacíficos, capaces
con sus influencias de imprimir, en i
un movimiento vigoroso á la opinió
orden legal.
Pero parece que era punto men
según el estado social y los hábitos,
desempeñase ningún acto de pres
sólo, como persona mayor de edad
Cierto es también que subsistía den
soldadesca de Balsa, rebelde y sin <
En sus debates, actas y oficios e:
valer con algún alarde los impulsos
lectiva, como si no tuviese la junta
orden y la legitimidad de los poden
Parece que éste era un sentimiento >
escogidos.
Es posible, según esto, que si la i
amado, como sus representantes, el
porque es mejor y más útil que el (
temor á la soldadesca pretoriana hi
i'El Consiiluñonal» syj
un tropiezo ese día, mas nunca una imposibilidad para
obrar por sí solos el bien. Entonces no se hubieran
visto las cosas menguadas y grotescas que se vieron.
Vaya un ejemplo:
Punto muy interesante para esas gentes y muy de
consecuencias, fué el saber quién había sido eP primer
mortal que en aquellos mares desconocidos descubrió
tierra. Premio tía de tener algún día, como lo tuvo el
marinero descubridor, en la carabela de Colón. Sépalo
la historia por boca de la prensa:
iiHonroso es mencionar el nombre del distinguido
señor Pedro Iturri, que fué el primero en indicar, co-
mo oportuna, la intervención pacífica del señor general
Pérez, á quien debía arrancársele del retirg rural que
habla elegido para no tener mas participación en los
acontecimientos de nuestra nada halagüeña política. n
Esta cuerda de las recomendaciones captatorias vi-
braba que dio gusto* estos días. De un escrito suyo
aparece que Iturri andaba lleno de satisfacción y de
esperanzíis.
Rudecindo Carvajal salió entonces á luz para servir
al restablecimiento del orden bajo la égida benéfica de
Pérez, y mientras el gobierno supremo proveía lo con-
veniente á la causa pública. Dice un periódico:
"El señor jefe político, que no ha descansado un
solo instante por el bien del país, que no excusó nin-
guna coyuntura para contribuir a la pacificación, aplau-
dió este pensamiento, el de llamar al general Pérez.
Mamado el señor Tardío para que emitiese su voto
sobre este particular, convino en ello.
2^4- Matanzas de Yáñez
»i Véase la descripción que hicimos en el numero an-
terior, n
Eso sí que no. Basta con lo copiado y con lo que
se copiará, para que veamos lo interesante aquí; y es
la manera cómo vecindario y plebe van á una forman-
do y formando al caudillo pretoriano. Siguen las pom-
pas.
Antonio Fernández, un cronista de la prensa, refiere
lo que sigue:
«I Se nombró una comisión de jóvenes amigos del
general Pérez, quienes condujeron á éste la nota fir-
mada por los señores Carvajal y Tardío. Le hicieron
una exposición verbal sobre la situación de La Paz y
sobre la necesidad de su presencia en ella. Dócil y
sensato, el modesto general Pérez aceptó.
mEI 26 se rumoreó la venida de este señor: el pue-
blo se agitó, y convencido hacia las cinco de la tarde
de la verdad, cubrió contento las calles por donde en-
tró aquél.
1 1 Decíase que venía á proclamarse, ó á sostener la
revolución. Al principio se ansiaba por ver su persona:
y después, por saber su pensamiento. La arenga del
señor Monroy descorrió el velo, y manifestó la insensa-
tez de los que atribuían ambición ó decepción á un
hombre de bien á toda prueba.
1 1 El señor Monroy le expresó: que el pueblo, de
acuerdo con la fuerza armada, le habían llamado como
al ángel tutelar de la paz, del orden y de las institu-
ciones: que como representante que fué de la nación
en la asamblea que dio una constitución y una auto-
onstitucionala 25$
comprometido á realizar el pensa-
resado por aquel cuerpo soberano:
Sociedad del Orden, compuesta
bles ciudadanos, é instalada hacfa
lifestaba el deseo vehemente de
después de tanta sangre vertida,
I contestó: riHombre del orden,
y de las instituciones, me esfor-
záis y darle paz y tranquilidad, de-
posible, mi sangre, sacrificando mi
ción.ri
ir el coinentario elocuente que da
labras de Gregorio Pérez,
ocos meses este hombre de orden,
; instituciones, se alzará contra e!
, alegando pura y simplemente que
presidente, que el que acaban de
piíblicos y de proclamar el con-
ido se esforzó en hundir un poco
: el presente de una contienda ci-
iolenta, sazonada con provincialis-
derramamiento copioso de sangre
er él presidente contra las insCitu-
nplió su fervorosa promesa de es-
\i y tranquilidad á su país, derra-
:angre y sacrificando su vida por
256 Matanzaí
Y ha de tenerse muy en
era entonces, como dicen
pacfñco. Habló con la m
lector puede estar comprem
sido todo lo malo que liiz<
tes de esta otra ambición e¡
Conocíle poco después c
tiago. Me dejó la impresió
Tanto y tanto fué lo cju
saberse cómo su talla, que
en agosto 18 de 1862, hab:
de los gigantes.
Leo en un memorialista,
plaza mayor de La Paz,
blanco. Vestía gran uniforr
en la cabeza un plumero c
ba lindísimo, arrebatador.
amor provine i alista, como
pulacho por los cuatro án
gárselo.
Algo por el estilo me ha
sencial Guillermo Matta.
arrogante y marcial, en ur
en tropel le cercó y estorbf
muro y dejarle fijo en un si
los y cholas, prodigándole
le las piernas y los estribos
Hoy por hoy, durante
bre, por ignorarse sí la fue
orden ó resistirá á las del
'E¡ Cohstitvaonalu 2¿j.
visitas y tarjetas y recados y gimo-
>arte de la sociedad paceña.
1 despacharon un correo extraordi-
e Achá, comunicándole la manera
:ión del vecindario congregado en
[lido el restablecimiento det orden
kliante una transacción con los jefes
cibió esta noticia en Calamarca, y la
;brar como una nueva dichosa, por
:emor de un próximo derramamiento
i; la Sociedad del Orden, envió á
rno una comisión honorable: Su en-
durase reducir á éste á la clemencia
. Debía arrancarle promesas valede-
intos concretos. Eran los principales:
lediante una capitulación, derogación
>, amnistía para los amotinados.
pranoel presidente al Quenco, posta
as de la ciudad. AIK recibió la me-
> diplomático, la del obispo diocesa-
sión arriba dicha. Recibió también
litulación solicitada por los rebeldes,
s armas, y en cambio exigían olvido
puridad para sus personas, etc. £1
á todo sin dificullad y con señales
icencia. Como era natural, nada es-
ni firmó,
o quedaron seguros ni satisfechos.
presidente condiciones que, junto
17
2^8 Matanzas de YMez
con impetrar garantías personales, imponían formas y
exigían concesiones propias sólo de una convención; y
en estas solemnidades no quiso Achá consentir.
Retiraron entonces sus primeros ofrecimientos. £1
ejército llegaba mientras tanto á extramuros de la ciu-
dad.
Por esto» y porque el espíritu de discordia y el tem-
ple bélico de la soldadesca rebelde no estaban en la
sazón del todo sometidos, creyóse durante el día que
habría combate en las calles de la ciudad.
Aquí fueron los buenos oficios de Pérez. El vecinda-
rio, agazapado en sus casas. Propúsose aquél ante todo
evitar un desborde. Tenía que correr de uno á otro
cuartel, perorar á la tropa, sosegar á aquellos hombres
desesperados por huir ó pelear. No faltó quien les so-
plara al oído que el presidente venía á quintarlos y á
fusilar oficiales y jefes.
En esto sacaron del cuartel, en silla de manos, al
coronel Balsa. La conmoción fué muy viva.
"Habían peleado aquellos soldados, dice un cronis-
ta de la prensa, por amor á este jefe solamente, sin
tener otra idea que seguirle y ejecutar su voluntad. I^
subordinación es la gran virtud del soldado. Por eso
es un crimen abusar de esta virtud. Fué conducido
aquel jefe á casa del cónsul del Ecuador señor Ara-
puero."
Es importante que se sepa el estado de impotencia
física en que yacía Balsa. Esto disminuye algunos qui-
lates á las intrepideces legitimistas de aquellas horas.
Por fin obtúvose que los rebeldes se resignarán á
"Él Constitucional'' j/p
deponer las armas, á trueque del perd<in de sus vidas
y de ser eximidos de cualquiera humillación 6 vejamen
degradante. La promesa fué verbal.
Llegó el presidente con su comitiva á la plaza. El
concurso era inmenso, señaladamente de cholada. Da-
mas en los balcones, flores, vítores, etc.
Luego entró el ejército y á su cabeza el general Ce-
ledonio Avila. Componíase del batallón Primero, al
mando del coronel Mariano Melgarejo; de una parte
del batallón Segundo, denominado hoy Cortés, al man-
do del comandante Pablo Caballero; de un escuadrón
de caballería á las órdenes del sargento mayor Lucin-
do Revilla; del escuadrón Húsares, á las del teniente
coronel Juan Antonio Rojas; del escuadrón Bolívar, al
mando del coronel Carlos de Villegas.
Poco más tarde entró la columna de Omasuyos, á las
órdenes del coronel Ignacio Zapata, á la que se reunió
luego la columna de Corocoro. Estas dos columnas,
unidas á las dos compañías del Segundo, salvadas
del desastre del 23, formarán en adelante el bata-
llón Cortés.
Por entre la vocería y los vivas saltó de repente y
comenzó á acentuarse y á rugir un grito terrible: ''¡La
cabeza de Cueto! ¡La cabeza de Cuetoln El piqHilacho
quería más cabezas.
Reñriéndose i esta escena, El Telégrafo dijo:
"¿Por qué la cabeza de Cueto?... Que el día del
combate ultimo estuvo al lado de Yáñez. Pero él igno-
raba que Yáñez estuviese comprometido en revolución
algUna...
loo Matanaas de YáHes
■'Aquí nos viene una filosofía muy
tal... No hay en Bolivia muchos Yáfi
Bolivia muchos pueblos que se cebe
Cuando haya esos tiranos, abortos di
difícil calcular que habrá pueblos abor
I.a reacción, por otra parte, es siempr
la acción; la venganza más que la ofi
un pueblo más que la de un hombre.'
Segtin aparece de algunas referen
prensa ministerial, hacia camino desd
los ánimos la creencia de que Yáñez
mente el 33 de acuerdo con Balsa. 1
solamente que dejd hacer ese día al t
En el número 483 de El Teligrá/o,
al 13 de marzo de 18Ó2, Manuel San
un artículo muy notable, en que se
una perfecta connivencia con la rebelí
Para - demostrarlo, el articulista a ñ
mandante general Yáñez eludió la sal:
de artillería, salida prescrita por el g(
el 13 de noviembre; que de acuerdo c
al oficial de guardia de la columna
Manuel Camino, que en la ronda noc
cibiera al mayor de plaza sin el trám:
la persona previamente, á cuya franqu
Balsa, titulándose mayor de plaza, ei
al cuartel y se apoderase de la colum
un destacamento del Tercero huía al í
Segundo, Yáñez con su partida de rií
esquina del palacio, punto dominanti
Constitucional» 261
itacar la retaguardia, á pesar de
il Ávila; y que, una vez conven-
I amotinados, se encastilla con
sin quemar un grano de polvo-
rácter iracundo, y con todo de
1 febril y muy recientes sus des-
il, etc., etc.
indez en Oruro, decía á Yáñez
re, en la carta auténtica que ten-
0 III, página 73.
;rno había resuello poner en li-
breo que en este correo hubiera
\ ¿qué dirá? Ya es sabido que
inete y natural es que haga por
nás abajo cada día. La prueba
□rales de la jefatura superior del
;sa jefatura; todo lo cual era el
3s el último golpe, es decir, la
ernández, que la tienen dispues-
nismo tiempo que la disolución
;ro y Tercero, ■
i mero está dispuesto el golpe
general deberá ir al cuartel es-
ar él mismo orden para que sal-
e tiempo caer la columna muni-
cuartel. Para disolver el Tercero
bien las medidas á fin de aga-
jmientos.
:abado el negocio, y desparecida
302 Maíansas de Yáñez
causa, y creado el gobierno de los pajueleros á nues-
a costa, con nuestros esfuerzos y sacriñcios.
"La separación de usted es un hecho indudable, y
ucho más con los ültímos sucesos. Fernández delte
r conducido á la República Argentina.
iiEsta es, amigo, nuestra sítuacidn, y este el trance
;l que tenemos que salvar nuevamente á la causa de
tiembre- Y lo conseguiremos sólo uniéndonos los
tembñstas como lo hemos sido siempre.
"Le incluyo una carta de Sucre que acaba de llegar,
deseo que en contestacidn á ésta me diga usted con
franqueza de nuestra amistad, lo que piensa usted
:erca de lo que en ella le dicen; teniendo entendido
le, desde Oruro, todo el Sur está conflagrado con
:e pensamiento, que 'es el ünico que puede sal-
imos.
"Piense usted que vamos andando á entregamos
aniatados á los pajueleros, y mañana ¿qué será de
jsotras? ¿qué será de usted en particular? No hay
ás que la horca,' de la cual podemos librarnos haden-
} un esfuerzo, de los que sabemos hacer.
¡■Encargo á usted mucha reserva de mi carta, y de-
o que usted me conteste aunque sea por extraordi-
irio, dirigido al comandante general de Oruro. i>
Este documento ¿viene á confirmar el aserto de San-
itebanP Nadie lo dudó desde entonces.
No reposó muchos dfas después de su entrada á \^
az el presidente.
En la ultima asamblea constituyente se discutió y
irobó una moción famosa; aquella que declaiatMi
•I El ConsHtuewHal<\ 26 ji
bien de la patria los ministros Achá y
ido derribaron del poder á lu jefe, el
s. Antonio Quijarro dijo entonces en la
os en que los ministros de Estado no
lirse en delegados de la soberanía na-
H'ecto de destituir á un mandatario su-
aar el principio contrario fuera abrir
ndable en las leyes y en los actos piS-
la autorizar á los actuales ministros del
i, para que mañana le obsequien á él
de Estado.it
lente lo que acababa de suceder en el
)lica. El ministro del Interior enviaba
:u renuncia, y dos días después por el
y& el decreto de su destituci<in al presi-
péndice de quedar encatrado del su-
:1 autor del decreto. Fernández contaba
na con que otra asamblea, constituyente
, había de declarar que él había torna-
: á merecer bien de la patria.
nos visto en otra parte, el expreso que
ia al gobierno, habíase puesto de Sucre
atro días. Es el plazo ordinario de un
Había cabalgado al trote en cuarenta
e posta, para recorrer las 124 leguas
median entre una y otra ciudad, fastas
la cuenta extraoficial, suman unas 140
46 cuadras cada una, á raz¿n de 150
ra. Todo esto estaba medido como en
204 Matanzas de YiUlez
tiempos de la colonia, con la mira d<
de sus salarios á los indios postillones
El día siguiente fué consagrado á J
para la nueva campaña. Salieron las
tería precedidas del escuadrón Hüsai
ci<ín de artillería que estaban fuera d<
guarnición de infantería y de coracero
dó en La Paz á las órdenes del genen
Además, se declaró en estado de si
Sucre; se refundió el despacho de loi
ríos de Estado en una secretaría gene
pueblo y al ejército las proclamas de i
Achá lució este día la procacidad del
torio en campaña, peculiaridad del pai
que la conducta de Fernández merecí
ñcativos. Al ejército dijo el presidenti
i'Aün no acabáis de sofocar el grito
salió de los cuarteles, cuando vuestra
mandada en el Sur para restablecer el
rio de las leyes. El insigne traidor Ru
se ha investido por sí y ante sí del pi
comprime la opinión de la capital de '.
la columna municipal, puesta á sus dr<
leal coronel Olañeta.»
La historía no tendrá que quitar
enunciación del hecho.
La rebelión de Fernández tuvo un
interesante. Contra el uso frecuente,
Hunciamienlo.
Hasta entonces en el país todo m<
El CorntitHcionaUi 265
respectivo comicio reasumídor de la
de la respectiva protesta ñnnada en
a el caudillo de la revolucián. Por
ítico, en vez de decir amotinarse ii
jítr el pronunciamiento, tal día hubo
\ax\o prepara su pronunciamiento fxm
lerpo del ejército, etc.
:e: "Fernández comprime la opinión
cargo es exacto. ¿Por qué omitió
te ordinario y facilísimo del pronun-
Tcntcs y lirmantes hormiguean en
ides. Su motín por este lado fué ex-
; del acta firmada por muchos, un
rmado por Fernández, que decía:
supremo de la repiíblica."
que era del Interior, Fernández se
to de su motín con los elementos
ad ptiblica: el jefe político Pedro
lante de armas Nicanor Flores, la
. Fué aquel un acto administrativo,
íembre, día de preparativos y de des-
nte tuvo por útil el concunir á una
i. El Constitucional (numero 6
scribe del modo que sigue este acto
ís solemne en este día fué la reunión
cado por el gobierno en el salón de
Loreto). Rebosaba hasta la plaza la
;e acompañado de los ministros de
- .»-l
266 Matanzas de Itáñez
Estado. Con la lectura del documento de la investidu-
ra de Fernández, da cuenta de la situación al puebla
Sus entusiastas palabras por el sostenimiento de la
constitución, eran contestadas con protestas enérgicas
del pueblo. Los nombres de Fernández, Morales y Flo-
res, asociados á recuerdos de victimaciones en el Pra-
do de Sucre, en Copacabana, en el recinto mismo del
Loreto, hizo brotar la indignación de todos los labios.
"¡Qué inmensa diferencia entre Fernández, que in-
sulta á la soberanía nacional al investirse del poder su-
premo por sí y ante sí, y el general Achá, que llama al
pueblo para encargarle el triunfo de su propia causa!
»»La protesta entusiasta que publicaremos es la con-
testación auténtica con que el denodado pueblo paceño
responde al llamamiento del gobierno."
Encabeza esta protesta en favor del orden constitu-
cional á toda costa y en contra de cualquiera rebelión,
el general Gregorio Pérez.
Un poco tarde vino Achá á recordar los fusilamien-
tos de Flores en Copacabana y el crimen de Morales
en el Prado de Sucre.
Reo era este último de un delito comün. ¿Por qué,
en vez de conferirle mando y hasta magistraturas mili-
tares, no entregó su persona á los tribunales de justi-
cia? La política del país hacía esto imposible, se dirá,
Cuando la dignidad no está en las cosas, es razón
demás para que no huya de las palabras del primer
magistrado.
En su proclama á la nación, Achá decía de Fernán-
dez, con referencia á Flo^es, lo que sigue:
?r^"5»^
t^El Constitudonalw 267
»£n su despecho é insensata vanidad, califícó de
revolución oficial el acto de haber yo separado del
mando de un batallón á un jefe traidor, que debía con-
sumar el nefando crimen, y que es abominable por sus
asesinatos en Copacabana,\\
Me inclino á creer que Achá, antes del 30 de no-
viembre, no tenía pruebas de la traición de Flores, ó
mejor dicho, de su intención traidora, cuando, al sepa-
rarle del Primero, le confío la comandancia general de
Sucre. El calificativo propio y decoroso en aquel so-
lemne documento oficial debía ser otro.
Había alzamiento indigenal en Omasuyos el año
1S60. Allá fué Flores con una brigada á pacificar por
las armas la tierra. Era dictador Linares y ministro de
la Guerra José María de Achá. En oficio de 16 de oc-
tubre, éste trasmitió á Flores las instrucciones á que
debía sujetar su conducta militar. Allí se lee literal-
mente, entre otras cosas, lo que sigue:
»»Dispone S. E. el presidente, que á los indios que
han figurado como jefes de la sublevación, los mande
. ejecutar inmediatamente; y, si entre éstos figuran algu-
nos de los asesinos del doctor Guerra, aunque no figu-
ren como jefes, tengan también el mismo destino qtie
aquéllos, w
Flores despachó á la eternidad cinco prisioneros in-
dígenas. El gobierno aprobó. ¿Dónde tiene ahora la
memoria Achá para salir, desde el altísimo puesto que
ocupa, con un sarcasmo tan atroz contra sí mismo?
Flores contestó por la prensa con calma imperturba-
ble y con fuerza: .
208 Matanzas de '.
"Si aijut;lbs ejecuciones puec
de Copacabana, no soy yo por c
pías están mis manos. No me v
Recibí órdenes terminantes. La!
me obligaba la disciplina milita
cuanto me fué posible. Di cuen
debfa darla. Se aprobó mi conc
ella. ¿Sobre quién debe recaer 1
La prensa de Achá guardó p
Las autoridades de Potosí se
aprehender á Morales, Flores ]
El golpe estaba hábilmente con
tarse la noche del 30 de novien:
llegaba de vuelta el conductor s
Clones, y avisaba que Flores,
sublevados, caerían en armas pr
En camino para Oruro y con
tieron de La Paz Achá y su esl
mañana del 6 de diciembre (i).
Era algo que atentaba á todoí
(I) Lugar es este de fijar ciertas Te
de 1S61, que andan un poco disconformes en la prensa. El
Constitucional, periódico del gobierno, es la üiente autocizadi
respeclo de ellas. El 4 por la noche supo el gobierno en La Pac
la relwliún de Fernández en Sucre; el 5 tuvo lugar el comicio de
corporaciones y aalorídades para la despedida de Achá; el 6 salió
á campaíia para el Sat el presidente; al siguiente d(a por la no-
che se supo en La Paz la intentona y rechazo de Moiales en Po-
(cni, que el presidente supo el 6 al anochecer en Calamaica; el
8 supo hit en CancoUo ta fuga de Fernández, 7 el 10 se hint
piiblica en La Paz.
iiE¡ Constiiudonatiy 26^
en La Paz, primeramente el gran desconcepto público
de Fernández después de las matanzas, y en segundo
lugar el buen sentido, muy favorable al gobierno legí'
timo, de que tenía dadas prendas el vecindario de Po-
tosí. En este centro de recursos militares mandaba
como jefe político el coronel Hilarión Ortiz, militar
valiente, pundonoroso y no menos amante de las leyes
que José María Cortés. A su disposición estaba la co-
lumna municipal del departamento.
Era, además, dueño de improvisar, armar y movili-
zar un cuerpo de partidarios de la constitución, com-
puesto de empleados públicos, comerciantes, mineros,
etc. El régimen legal había logrado hacer esta impor-
tante conquista de voluntades, én aquel vecindario
laborioso, de inveterados hábitos sumisos y obedientes.
Las autoridades de Oruro habían propendido desde
un principio á dejar aislada la rebelión en Sucre, mien-
tras de norte y sur se concentraban fuerzas para ir á
ahogarla en su cuna. El jefe político, coronel Lorenzo
Velasco Flor, acuarteló luego al punto el batallón cí-
vico de la ciudad. Él decía que, sin aguardar refuerzos
veteranos de La Paz, estaba listo á marchar de un
instante á otro á Potosí, movilizando para ello aquel
batallón mal armado, y llevándose consigo parte del
escuadrón Sucre, unas dos piezas de artillería y la co-
lumna municipal.
Esta última, la gendarmería, era en todas las ciuda-
des tropa en toda regla del país, y, por lo mismo, casi
igual en calidad á las que formaban el ejército de lí-
nea. Pero su condición sedentaria las predisponía á
>7a
Matanzas de Yáñez
dar oídos á las promesas de la incansable conspiracidn
desorganizadora, que tiene su asiento habitual en los
centros urbanos de la república.
Jefe superior militar del Sur era el general Agreda.
A él correspondía el comando de las fuerzas combina-
das de Oruro y Potosí.
Largas distancias, diferencias en la sociabilidad de
los siete centros urbanos, y vida im poco aparte en lo
intelectual y económico, imprimen un modo de ser fe-
deratÍTO á las agrupaciones territoriales de la familia
boliviana.
Al día siguiente de la salida de Achá, El Consti-
tucional aparecía con estas palabras de última hora:
' nEl infame Morales y su pandilla han sido vergon-
zosamente derrotados en Potosí, la madrugada del 3
de los corrientes (diciembre), por los valientes y leales
general Sebastián Agreda y coronel Hilarión Ortiz."
Y con esta breve cita queda conduido este capítulo
sobre El Constitucional, periódico oficial, cuya bi-
bliografía contiene algo digno de saberse por los curio-
sos investigadores, á mérito de ser dichas columnas un
tepertorio auténtico de las actuaciones gubernativas,
durante unos meses en que el poder ejecutivo estuvo
ambulante de aquí para allá, como la guarnición de
reserva de una plaza sitiada, cuando se ve en el caso
de acudir, ya á las brechas abiertas, ya á los baluartes
que han apagado sus fuegos.
Nicolás Acosta, en su opúsculo 203 de mi catálogo
impreso, dice que fuera de los números 5 y 6, los de-
más de este periódico se publicaron fuera de La Pa2.
■<*
uEl Constitucional^ 271
Es un error excusable. En 1862 han existido en la re-
pdblica periódicos con este título y que no correspon-
den á la presente empresa ofícial.
Eventual á tres y después á cuatro columnas del
folio mayor de gaceta boliviana, este repertorio de los
actos administrativos del gobierno apareció sucesiva-
mente en Sucre (números i, 2, 3 y 4), en La Paz (nú-
meros 5 y 6), en Oruro (nümeros 7, 8, 9 y 10), y en
La Paz (nümeros 1 1 hasta el 43). En Sucre por la
Imprenta Boliviana, en Oruro por la del Pueblo, en La
Paz por la de Vapor.
El numero i.^ apareció el 26 de octubre de 186 1; el
día 29 sacó dicho numero un suplemento con los docu-
mentos llegados al gobierno sobre las matanzas. El nit-
mero 43, último que tengo á la vista, es correspondiente
al 2 de noviembre de 1862. Desde el número 24
(abril 5) apareció á cuatro columnas, sin ensanche en
su forma de tamaño. La materia contenida en los bole-
tines de Oruro, fué inmediatamente incorporada á la
edición paceña. Esto mismo se hizo siempre que el go-
bierno se expedía fuera de La Paz por medio de otras
gacetas.
Mariano Donato Muñoz dirigió la publicación en
Sucre, Félix Reyes Ortiz en La Paz,
El II de noviembre, el presidente con dos de los
ministros y su estado mayor general salieron de Sucre,
Bajo la dirección del ministro del Interior apareció en-
tonces el número 4 de El Constitucional, último pu-
blicado en dicha capital.
El áo instalaba el gobierno su despacho eo Oruro, y
2'^2 Matanza
el a5 tenia que abandonar
Paz por la rebelión de Bal
no. Fué parada de breves
taba de regreso en Oruro c
Fernández en Sucre. Allí
un mes.
Á estos días correspond
reftos de El Constituck
se decretaron nuevos honi
mantés borraduras militar
nández, ascensos á los oíi<
ensanchaba su cora2i5n co
diplomática del Fenf, y p
monto de las fuerzas. del t.
ciembre levantd el estado
quedd vigente la constituc
secretaria general fué supr
expedirse por los cuatro d
Por más que sea fuenl
cronológica intitulada Col
á tomar muy á lo serio la
ción de los jefes instructc
que allí ñgura (tomo IV dt
el I." de enero de 1862 ei
todavía entonces en Orun
Paz el 9 de dicho mes y í
tarde.
Así consta de El Con<
dicos del día.
V tiempo es ya que dig
T5«r,-i-.^
•I-E/ Constitucional^ 27 j
Norte, cuajada de hechos, y que penetremos de una
vez en la prensa del Sur, preñada de ideas. Pero es
fuerza que llevemos de La Paz en la carpeta El Boli-
vianOy periódico de Yáñez, para que nos sirva de puen-
te natural al observar, en su propio teatro, actos y
pasiones que muy bien se ligan con las pasiones y los
actos de aquel hombre.
18
tHh-^=«='*"*==»«*==*==íí«*>
'ÍTULO XI
LNO" Y "EL PUEBLO"
3ei-isea
-.s calumiiiosas de El Boliviano. —
ñero 459 de Eí Tííégm/o.—Fatiíica.
Sucre.— Félix AcuBa.— Clama por el
nvecliva contra el sctembrííiiio. — In-
aa del verbo B<lnt. — Palinodia del bel-
luevos, — Buslillo. — Napoleón Agreda
La Paz y El Pueblo de Sucre
mente después de las matanzas,
tro en contra de Yáñez.
in periódico bisemanal, en folio
latro columnas, publicado en la
apareció el 2 de noviembre y sü
2j6 Matanzas de Yáñez
ultimo número es el 6, publicado el 20 del mismo mes,
tres días antes de ser ajusticiado el inspirador y soste*
nedor de la publicación, Plácido Yáñez.
Generalmente se atribuye la redacción á Pedro Te-
rrazas y á Mariano Picolómini. £1 primero, no obs-
tante, protestó oportunamente con energía, que jamás
había tenido intervención directa ni indirecta en esta
publicación, n Interpelo, dijo, á la conciencia de los
redactores, editores ó impresores para que me desmien-
tan, si falto á la verdad, m
Proponiéndose defender las matanzas del 23 de oc-
tubre, su tópico general es acriminar y denigrar á las
víctimas, presentándolas, por medio de declaraciones
testimoniales, «como Tevducionaríos de envenenados y
desorganizadores propósitos, en cuyos planes entraba
por mucho el saquee, -el incendio y los patíbulos de la
ciudad de La Paz. Según esto, Yáñez, haciendo, abor-
tar y f eprimiendo estas maquinaciones -de una manera
oportuna y adecuada al escarmiento, había libertado á
la población de su ruina y á la república de una in-
fausta vergüenza; pues los belcistas eran ni más ni jne-
nos una gavilla de malvados, sin freno moral, de^rtic-
tores por instinto^ preñados <ie odios furiosos, «te.
Pero lo que más se encamina en este periódico á su
ñn^pecial, dejustiñcar la ferocidad del 2 3rde octubre,
es todo lo que publica para hacer ver qu^ las vÍ€ti«Hifi
se hicieron esa noche reos in /ragantí <le un 4elito d^
sublevación á mano armada, en connivencia con el
populacho que por afuera arremetía á balazos «oqiü^
los ;PUotos de guoicdia.
wEl Boliviana\y 277
Gomo por las informaciones fidedignas de El Juicio
P^licatsXA demostrado que no ocurrió tal levanta-
miento de la cholada, que los detenidos perecieron
quietos é inermes, que no hubo ataque verdadero sino 1
simulado en un cuartel y en la plaza, mediante tiros al
aire é insidiosos vítores, etc., no hay para qué ocupar-
se en extractar este periódico, poco informativo de la
verdad, y donde no resalta sino una protervia seca y
repugnante.
£1 gobierno, ni en sus días de mayor furor contra
los belcistas, se atrevió á prohijar las calumnias de El
Boliviano. En actos y documentos confesó siempre
que los fusilamientos de esa noche fueron asesinatos
feroces. Lo mismo dijo su prensa más autorizada.
% El Boliviano circuló muy poco, además. Casi se
puede decir que fué' secuestrado de la circulación ó
destruido por el brazo de la indignación popular pace-
ña. El hecho es que en La Paz misma es rarísimo.
Los cuatro ó cinco coleccionistas allí existentes, apenas
si conocían dos números cuando Nicolás Acosta pu-
blicó, en 1876, sus bien informados Apuntes para la
Bibliografía Periodística de la Ciudad de La Paz,
Disipado un poco el vértigo durante el día subsi-
guiente, Yáñez, al lucir la claridad del segundo ó del
tercero día, sintió en su pecho la urgencia de presentar
al país la noche del 23 de octubre, no á la luz de su
personal furor sangriento, sino á la de una conñagra-
ción tremenda, estallada por dentro y fuera de los
cuarteles.
Como inspirador del periodismo ese día, su idea do-
378 Matanzas
minante es presentarse radl
grado con su temerario arroj
triunfante^ en un conflicto e
de las instituciones constituí
rosos trances de sangre y tr
que pasíir venciendo. Condi
mente en la lobreguei de ur
naciones anteriores. Pero al
y su energía, que no le han
tante en mitad del caCaclism<
reprimido con severidad eje
miento proditorio, para mayí
público, perjuicio irreparablt
la gloriosa causa de setierabí
Tal es, con su espíritu y s
lo más encumbrado que se
en las demás producciones,
dísticas, que esos días á la
debieron.
Ese es también el pensam
abominables embustes, imp
para explicar á Yáñez.
El Boliviano, escrito ir
mas diestros en manejar la d
peñó en desenvolver ese pen
especies demostrativas respe(
de aquella noche. Pero lo q
la mente de aquel hombre, a
responsable ante el país, no <
elmanou sjg
imprevisivamente revelado-
;n otra parte.
onstancia que el 35 de octu-
reo expreso, orden terminan-
■ inmediatamente en libertad
ordenó al fiscal de la causa
esa misma mañana éste pi-
le echar bandos para rema-
1. Ahora urgfa presentar el
iviano. El correo partta el 2 7.
los que de allí salen para el
ra en todas direcciones. De
el territorio, donde está I^
dos ios puntos de la repiibU-
imprimir, para ser llevado
lambiín lo genuino y lo pri-
le Yáñez.
irtió el 24, fué para comuní-
quello que la posteridad pue-
ción indagatoria del culpado,
faz del país consta de lo que
dinario del 27, El Bouvia-
o seis días más tarde, con
marias, tendentes á corrobo-
}nes del correo,
ampada á dos columnas, en
pliego de oficio, debajo de
uy conocida en los anales de
randes dimensiones. Es El
28p . Maianzas de Yéñez
Telégrafo, En ese menguado tamaño se presentó aqué-
lla tarde la gaceta setembrista.
De allí tomó la prensa del Pacífico, y probablemen-
te de allí se difundieron por el mundo civilizado la
proclama de Yáñez, un parte del comisario de poHda
Monje y unos relatos suscritos por un Villar y por un
Toranzos, literatura de horca y ctichillo^ como los calificó
la prensa de Tacna.
Resalta en Yáñez el propósito de acriminar á Cór-
doba. Acabamos de verlo: órdenes acababa de recibir
para ponerle en libertad.
Dice que los amotinadores, invocando á dicho ge-
neral, tomaron la plaza y forzaron las puertas del Lo-
reto para sacar á su caudillo y á los presos que allí
existían. Asegura que en el cuartel del batallón Se-
gundo se sostenía una lucha tenaz con los presos que
dentro había y con los cholos que de fuera atacaban,
apoyados por algunos rifleros que Córdoba había po-
dido seducir. Dice que Córdoba, en esas circunstan-
cias, luchó por dos veces con el oficial que le hacía la
guardia. Quería poner á éste preso, lo que no pudo
conseguir.
Uno se explica que Yáñez faltase enormemente á la
verdad en su proclama, puesto que tenía un enormísi-
mo interés en ocultar ó cuando menos en presentar
disculpable su furor sangriento. Nó se hallaban en tan
dura extremidad los que se firman Villar y Toranzos.
Es lícito creer que, al mentir éstos calumniando á las
víctimas, procedían bajo la presión sobresaltada de
Yáñez en este momento solemne.
''\El B&iiviano" ¿Sí
Decía Toianzos, que treinta y ocho presos fueron
puestos en libertad esa noche por el cabo Terán; que
Éstos atacaron á balazos el cuei^o de guardia, hiriendo
á su comandante; que el jefe Sánchez y el oñcial Tejc-
rina, despertando, hicieron en las cuadras tomar las
armas á la tropa de linea y fusilaron algunos presos
que hacían fuego.
Discutiendo atónito un periódico peruano las noti-
cias de Boiivia, preguntaba á este respecto:
"Y ¿con qué armas hacían fuego esos presos ai la
guudia no fué rendida? Las armas existentes en las
cuadns fueron tomadas por los oficiales Sánchez y Te-
jerina, cuando despertaron é hicieron armarse á la tro-
pa, l^jos de servirles á los presos, esas armas sirvieron
para fusilarlos. ¿Ó el señor Váñez permitía el uso de
armas particulares á los presos?''
Villar decía que dos compañías del batallón Segun-
do y la mayor parte de la columna municipal hablan
sido compradas para apoyar el levantamiento de la
plebe.
Esta testiñcación aparece como única y como ins-
tantáneamente olvidada en e! protocolo de la prensa.
Eso sí, los presos del cuartel del Segundo eran en gran
parte soldados sueltos, sindicados de seducción, perte-
necientes á aquellos cuerpos.
Después de haber publicado todas estas cosos, los
directores de El Tdégra/o, como arrojando la pluma
y romi»endo sus prensas, escribieron en el último ren-
glón del número 459, que las contenía:
"¡Desesperado y para siempre muere El Telép-afo!'*
382 Matanzas de Ydi.
Vuelto más tarde á b vida, un
áwote coa el belcísmo, usando ur
nobleza que cubriecon de honra á i
viuia, declararon los setembristas c
que sigue:
»A1 ver la prensa profanada con
hecha acerca de los sucesos del i
mos la suficiente energía para prc
atrocidades, publicando que £1 Te
perado.'i (Febrero 3 de 1862, niin:
Mientras que en La Paz enn
mayor y por desesperación la prí
aparecía en Sucre Ei. Pueblo, cél
energía y á veces por la violencia d
nicio.
Este periódico eventual, publica
en papel de oficio por la Imprenta
el 3r de octubre de 1861. Su ni
postrero, salió á luz en ia primera
de r86a. Su editor responsable y
linico redactor fué el abroado Féli
Sucre hacia iSio en cuna pobre ;
allí mismo el 29 de agosto de 186^
naba la presidencia de la corte si
saca.
Acuña concibió la determinad
periódico para lanzar un grito enéi^
defender la inocencia de las vícEin
y ejemplar castigo del 23 de octub
Sin dotes ni preparación literarii
:i Putblo« 383
il lenguaje, que no sin motivo
diterial, inserto en el numero a
bre 9), y el otro intitulado El
era transparenda, que aparecid
1 numero 4, p&saron por aquel
3 de elocuencia en el género
la pacato. Señalóse en los ülti-
ismo y su odio al setembrismo.
xtremidades ardientes que con
riodisia.
ielzu, fué ante todo abogado
nada del gobierao, y estuvo en
itre los servidores del caudillo.
Trasmisión Legal figuró algo
persecuciones setembristas la-
1, hasta el punto de inflamar el
lucha en la plaza de corifeo
pertenece á este agitado perío-
;, como ciudadano, abogado,
iiputado y juez, ha dejado en
nión de bueno segün su tiem-
; ocasión y poco para la prensa
ibre de calidad duradera y ca-
li; pero en él la hipérbole apa-
fuerza del pensamiento. Esta
áe la vulgaridad ese estilo. Por
as. Acuña posee una hacha de
384 Matamas <ü Ydñez
leñador. En cambio, su frase gruesa y toja como un
tizón de fuego, golpea, quema y tizna cabe-eos sin tocar
jamás en los suelos.
Dentro de seis números de El Pueblo logró aquel
alx^ado concentrar inmensos raudales de ira, la ira
que las persecuciones setembristas babfarr arrancado á
su pecho durante tres años. Día hubo en que sulñen-
do esa ira con sus llamas un peldaño -más de altura en
la mente del periodista, logró la pluma abarcar en toda
su generalidad la gran ira del partido beictsta.
El Pueblo acometió desde su námero r la fiscal
zación enérgica del atentado de Váñez, uCreíanos,
dijo, que en. la crisis salvadora de eneron — (la caída del
dictador Linares)— "habíase regenerado el poder y re-
cobrado su justa y pacíñca acción; creíamos que, cc«i
el planteamiento de un régimen constitucional, habíase
reconstituido el edificio publico, cuando menos sobre
las bases de una perfecta seguridad individual. ¡Vana
esperanza!"
Encárase al presidente Achá para advertirle que mi-
re bien lo que ha pasado, porque aquella sangre estará
salpicando su frente, en tanto que la vindicta póblica
y la humanidad no sean desagraviadas. V ¿á quién
sino al supremo jefe incumbe, en caso tan extraordi'
narío, ejercer sus atribuciones ejecutivas para presbff
toda eficacia á la acción de la justiciaP Maestra por
eso asombro por el rumor que corre, que el gobierno
no ha improbado siquiera la matanza del 33 de o&
tabre.
El Pueblo encuentra en las palabras del oficio dt
Vááez U iconfesíáa naás atroz de la ferocidad de éste.
CiMklba, ultim&do para que ya no tuviese á<quieH
iewcaf en adelante los facciosos, ullúnado después
que la tropa habla dispersado completamente á dichos
Sanáasvt, «iUimado porque se prestfitíUia coroo prioci-
falicauáillo fluentras dormía en su cajaboao, etc., £tc.;
los Aesais piisicinecos, castigados ejentplarmeate con
4l Hi^io, fpor cuanto Váñez opina que estaban d«
antemano comprometidos á fomentar la sedición.
"Yáfiec está en sA deber de justiñcat su oonducta.
iHmta'este «toBtento se sesenta como la más aangui-
juiw y ifcroz. Si él jiistiSca que fué mevjti^le la muer;
4e láe ios fusilados; si coe ese liecho ha alK^do en su
auna una -espantosa revolucjón, comiHáinieado el de-
»rden f «ncadenando la anarquía, que se le premúi
sí, que se le premie. "
Si. PiwsLO fiosttene que d juzgamiento de Yáfiez
es vmií necesidad de la política franca y leal del go-
bierno. JDiscute el punto y no disimula sus temores
respecto de una probable impunidad escandalosa. Se
extremece á la sola idea de tamaña impunidad, por la
tmnenda provocadón que ella envolvería, y como si
eliredactoradivinEne lo que sucedió. £n el ciyiftulo VI,
página i6i, he citado estas palabras. '
Hac£ Aotar que uno de los fusilados, el ex-presiden-
te Cócdoba, inauguró y sostuvo dos años el gobierno
de la [mansedumbre y de la clemencia en Bolivia, y
qiK dsoretó, jamás infringió y mantuvo, por entre ten.
taócnes ile saagre, el principio de la inviolabilidad de
la «da itUMM».
286 Matanzas de Vdñes
Elmuy conocido periodista Pedrí
suelto necrolt^ico, dice, refiriéndose ;
tiro en que Córdoba fué inmolado po
bles:
"El que sancionó la inviolabilidad
na debía morir fusilado, sin garantú
santuario de la ley, en el sitio mismo
dos del pueblo abolieron por su eje
muerte. I-
Eugenio Caballero recordaba en ui
que, durante la administración de Có
administración, II como él dice, Yáñez
Se vio comprometido en el motín de
gravemente y estuvo preso. Bien proi
torio, Córdoba le echó tierra á eso. Y
se fué a vivir tranquilamente á su cas
Cuenta el pueblo, que días antes c
de Fernández en Sucre, el presidente A
dido á' ciertas insinuaciones cautelos
Kjlmposible! Fernández no traicionar.
dos gobiernos de que es miembro int
Acuna afirma lo que sigue, un pocí
algo de los escritos de Fernández,
parte:
frLos setembristas han trabajado c(
gftima de los pueblos, suscitando de
táculos á la política de fusión. No bai
naciones, ni hubo artificios que no ba
ción, ni existe palanca que no hayan r
hacer surgir en torno del gobierno ]
..£■/ Pueblo» 2S7
% desconñanzas respecto de los belcistas.
: conflicto entre hombres de un mismo
cto traducido á la prensa, entre un sucio
lonalidades ruines y aleves ataques al
ro que descollaba en el gabinete por su
1... De aquí ese predominio insolente,
sjercer presión sobre el presidente y s\is
do vacilar las creencias hasta en el buen
eral Achá... De aqut ese grito impío de
burlando la conñanza de los partidos,
er instantáneas explosiones de desorden,
dieran normalizar en el país la discordia
ir partido de la diVisidn y desprestigio
is han rechazado en La Paz, lo sabéis,
infamia á que el traidor los invitara con
ambio poñHco. Ellos han proclamado el
ido vigente el régimen constitucional.
il jefe de la nación entre calurosas ex-
: patriotismo, lanzando en La Paz gritos
contra los perturbadores de la tranqui-
las elocuente que exhibirse pueda de la
belcista Acuña, al expresar estos con-
cuando días más tarde (en Solivia estas
ipidamente) estallaba en Sucre el motín
rzo. Acuña alzó su voz entera y honrada
I, y para aconsejar á sus correligionarios
;equio del bien pdblico, sometimiento
gimen constitucional.
3t8S Matanzas de Y,áñez
Dice Acuña que la palabra Belzu, en boca de los
seteiabrístas, tiene la virtud satánica de poner en acti-
vidad, dentro de sus cerebros^ las células orgánicas del
miedo y en s^us corazones las fíbras impulsoras dd mal,
Aciago y m^ico vocablo: en las cifras de sus dos bre-
ves articulaciones, encierra la fórmula algébrica de un
valor equivalente á la más alta potencia de protervia y
de avilantez, de que antes y ahora fuera capaz aquel
sañudo bando perseguidor. Porque es cosa tan usada
como vista que, en profiriendo ellos las dos silabas fa-
tales, al punto como por ensalmo se revuelcan en ^lus
antros, y se lanz¿ui afuera enceguecidas las furias todas
de la perversidad setembrista
En vista de lo que con vigor incomparable nos di-
ce Acuña aquí, no puede uno menos que exclamar:
iqué de cosas no les habrá hecho Belzu á los setem-
bristas! Preciso es convenir, por eso, en que la tesis
está planteada con singular arrogancia. La espada ^
de dos filos, y sería menester esgrimirla con maestría.
Crece de punto la curiosidad de observar la dialéc-
tica usada en esta invectiva por el tribuno belcista,
cuando uno recuerda la fama, de especie particular,
que circunda el nombre de Belzu en el exterior. En un
libro impreso años atrás en París, se dice por uno que
visitó el país:
II Belzu fué uno de aquellos tipos curiosos de la his-
toria americana que merecen un estudio especial. Co-
mo ninguno, ha tenido el talento de fanatizar con su
persona las masas, hasta el punto de merecer el nom-
bre que con justicia se Je ha aplicadotoá^ ;de un^ veizt
de.Mahoma boliviano. El pueblo y la indiada que en
ese país es muyiiumerosa, le adoraban de una manera
extraña. Si há habido un nombre popular, en el sentido
genuino de esta palabra, en algún país, ese nombre es
el de Belzu en Bolivia. No hay quien no lo sepa. Aun
en él día, los indios de las altas mesetas de la cordille-
ra vierten lágrimas á su recuerdo. Belzu es hoy un ti-
po más que un personaje histórico, i»
£1 asunto propuesto por Acuña es contencioso en
sus antecedentes. Fué Belzu un inicuo tirano, y, no obs-
tante eso, su administración contiene puntos dignos
de estudió. La trasmisión legal del mando, y de re-
sultas el gobieirno apaciguador y envuelto en formas
presidido por Córdoba, han servido de circunstancias
atenuantes al partido belcista. Este partido, como lo
veremos más adelante, ha utilizado todo esto en sus
polémicas con el setembrismo; bando que conspiró sin
tregua nueve años, derribó á Córdoba con la constitu-
ción de 1 85 1, y fundó en reemplazo otra tiranía, tiranía
perfectamente estéril para el reposo público y para el ré-
gimen legal, y con cosas á su vez dignas de estudiarse.
Compréndase ahora si El Pueblo tenía armas y
recursos para sus invectivas. El hecho es que éstas le
dieron fama. Fué desmedida esta fama, no sólo con-
sideradaJiteraria sino también políticamente. La parte
política tiene importancia histórica.
Sostiene Acuña, con buenas razones de polémica, co-
sas que hoy no revisten el mismo interés que entonces.
Sostiene que el belcismo paceño fué puesto adrede en
prisiones, para ser entregado dormido, el 2;^ de octubre
t9
1
t2go Mcttantas de Yáñez
á la saña de su rival el setembrtsmo. Sostiene que este
último ha descendido al ínñmo grado de la prostitucióiv
política, al dejarse acaudillar por el insigne traidor y
verdugo de su propia causa Ruperto Fernández, etc.
Pero lo verdaderamente muy notable entonces y
hoy y que también sostiene Acuña, es esto que sigue:
Los motines setembristas de 23 y 30 de noviembre
ultimo, contra el actual régimen constitucional creadp
ide comi&Q acuerdo por todos los partidos, el setembris-
ta incluso, han impreso en la frente de éste el estigma
de lá depravación revolucionaria. Cese de hoy en adu-
jante su sempiterno himno heroico á la gloriosa. causa
de setiembre. De hoy más, su propia infamia le sella
los labios para venir nuevamente á enrostrarle sus fal-
tas pasadas albelcismo. ¡Silencio! Inclinarse respetuo-
sos delante del belcismo. Este partidp da hoy precia^
ros ejemplos de su sumisión á las leyes. Ha renunciado
para siempre á las vías de hecho.
Bajo la impresión moral cauáiada por esta manera
patriótica, republicana y nueva de argumentar por la
parte de un partido caído y prentendiente, circuló laya
referida invectiva de Acuña sobre el vocablo Bdzu
pronunciado por labios setembristas.
No ha faltado quien escriba, no há mucho tiempo,
un volumen muy sentido y bien dicho en favor del
gobierno setembrista. Hasta es allí considerado como
estadista el caudillo. Entretanto, las persecuciones por
desquite y las persecuciones preventivas (no como pre-
tenden algunos las represiones sangrientas de Linares)
claman todavía, y prestah con su ihiquidad y su reftcor
V
-elocuencia á la colera de Acuña, á pesar del tiempo y
de todas las defensas posibles.
Hé aquí un extracto de la invectiva:
-^El estadista que esa palabra nombra pasó ya con
fuero á la serena historia, desde el momento mismo en
que; sumiso, trasmitió el poder publico á. un sucesor
salido de las uinas electorales.
— ¿Sus faltas anteriores? Este gran caso ejemplar de
)a trasmisión legal, en Bolivia, borró esas faltas en la
cuenta corriente de los partidos, regenerados de hoy
más por el hecho de dicha trasmisión, regenerados para
entrar en éampo nuevo á lidiar con nuevas armas.
Belzu descendió, el primero, por las gradas de la ley á
la condición' de simple ciudadano. Cerraba tras sí, para
éi y para todos, el período de las vías de hecho. ¡Con
cuánta mayor razón se puede sostener que acababa
también de suprimir en sus enemigos el derecho polí-
tico de las represalias violentas!
[: ■ — Pero ¿qué hicieron sus enemigos? Vencidos en el
nuevo campo abierto al régimen legal, apelaron á las
vías de hecho y consumaron en tres años una oSra
desmedida de violencias contra los amigos de Belzu.
Se hartaron de desquites y vengazas. Y cuando la
usura en los cobros del rencor clamaba á la concien-
cia pública con gritos doloridos, una mañana dos mi-
nistros del dictador maniataron y expulsaron al jefe del
gobierno, y dijeron á la nación lo que va á leerse:
— «'Este caudiUo, que tan fuerte se proclamaba, no
consiguió, con sus violencias de genio y de carácter,
trias que organizar la oposición y lanzar tiuevod gér^
2gz Matanzas de Yáñez
Tnenes de irritación y de desorden, aun entre los hom-
bres más adictos á la causa que representaba, fi (Ma-
nifiesto de la Junta Gubernativa de enero 15 de 1861).
— Y ésos secuaces del mal caudillo son los que hoy
en día, á la sombra del régimen constitucional, quieren
de nuevo suscitar persecuciones y perpetuar en su pa-
tria las borrascas inclementes de la anarquía. ¿Por
qué? Porque tan sólo á favor de la guerra civil viven
ellos fuertes contra las leyes. Y por eso es que ahora
gritan en son de alarma ¡Belzu! á sus fieros setem-
bristas.
— No pueden nada dentro de las prácticas constitu-
cionales que hoy imperan, y profieren ¡Belzu! como si
quisieran decir: »»¡Aquí nuestros sicarios!-i
—Porque Belzu ha sido para los setembristas la su-
prema razón de Estado del despotismo, un pregón
de prescripciones, una guadaña sangrienta.
— Belzu han dicho; y, con este nombre preñado de
falaces peligros y conflictos, han publicado edictos de
destierro, han poblado las cárceles, han levantado ca-
dalsos. Belzu\ y luego al punto comenzaban las bati-
das rurales, las requisas domiciliarias, las sorpresas á
deshora, las intimaciones para dejar el hogar ó la pa-
tria.
-^Porque Belzu estaba escrito, como timbre herál-
dico, en las vitelas invitatorias que entre sí se distri-
buían los setembristas para tales pasatiempos, que son
los festines con que, en días sombríos, han querido
aturdir esos políticos los pavores de su ambición.
'^BelzUi en el vocabulario setembrista, es el verbo
^ ■■■'-:• ^
•»jE/ PíublOw 2pj
activo y pasivo de la política setembrista. Su modo
indicativo, ¡a revolución belcista que desde afuera ruge d
nuestras puertas^ tenía tiempos y números de invención
ingeniosa. El subjuntivo tenía condicionales, y se cpnr
jugaba mediante persecuciones linaristas, preventivas
de la revolución adentro. No pudiendo ya la persecu-*
ción, el 30 de noviembre ultimo acaban de usar la re-
belión preventiva.
— Imagínese cualquiera todo lo que hay de inicuo,
de aleve y de pérfido en el doble sentido con que, esos
gramáticos de la corrección sangrienta, usan la fatal
palabra.
— '»Diz que Belzu viene, n Corríase la voz en tiem:
pos de Linares, y no tardaba en verificarse lo que to-
dos, de norte á sur de ia república, han visto. Centena-
res de bolivianos que huían despavoridos, camino del
ostracismo, escarpando las rocas andinas, trasmontan-
do á pie las nevadas cumbres, en busca de extranjero
asilo; mientras que otros, menos listos, eran deportados
á mortíferas selvas, ancianos no pocos, la salud que-
brantada para siempre, la vida suspensa entre el ham-
bre y las fieras.
— ¡Terrores y violencias con la sola virtud de una
palabra; terrores y violencias que por tanto tiempo han
hecho hervir en nuestras venas la hiél de la indignación
santa!
—••Belzu regresa de Europa. »i Y Belzu mientras tan-
to recorría Italia y Francia estudiando sus institu-
ciones. » «¿Conque Belzu vuelve á BoliviaPn dijo el
íuerte caudillo popular de la libertad; y, apellidando
\
2p4i Matanzas de Yánez
entonces la salud pública, se declaró en 14 de marzo
de 1858 dictador indefinido, irreponsablé y terrible.
— ¿Que los belcistas conspiraron y estallaron? ¡Pues
no! De resultas, es claro. Un estad© de cosas tan vio-
lento debía engendrar necesariamiente fuerzas de reac-
ción, que el derecho natural amplía y la común defeiea
impulsa. De aquí debieron venir explosiones del suifri-
miento comprimido. Y con efecto" vinieron, unas veces
en el Sur y otras en el Norte, y vinieron poniendo en
gran auge el derecho penal de represión. La dicta-
dura ¡ay! ejerció este derecho á punta de cadalsos,
hasta inmolar presbíteros y salpicar con sangré los
altares.
— El golpe de Estado fué apenas una gran crisis del
mal y no su extirpación. Eliminó al caudillo y desar-
mó á los setembristas, dejando no obstante que siguie-
sen, como hasta ahora, infiltrando ponzoña en las venas
del poder, para armar su brazo de saña ó de recelo
contra los inermes belcistas.
— Todos lo saben; todos recuerdan la tremenda no-
che del 23 de octubre último. Vociferando Belzu, el
feroz setembrista de La Paz ha segado en sus camas
nobles cabezas encanecidas, esforzados pechos ilustres^
preciosas víctimas que han caído sin proceso y sin de-
jar ni la mas leve huella de delincuencia política.
— Hoy mismo mueven sus palancas de vieja astucia
y procuran retemplar en sus secuaces los enconos vie-
jos. ¿Quieren todavía otros mártires? Pero eso sería ya
regalarse voluptuosamente con el sabor de la sangre.
Y si no ¿por qué entonces ciertas autoridades andan
nEl Pueblen 2g¡
ya con alarmas sobre pretendidos aprestos de los bel-
cistas en el exterioi? «Belzu en Tacnan han soplado al
oído del jefe del Estado, á ñn de enervar su espíritu
conciliador, complicar su política, llevar por donde
quiera la zozobra.
— ^¿Pretenden acaso provocar acciones 'y reacciones
violentas, á ñn de preparar el desprestigio del actual
gobernante, y abrirse paso por allí al suspirado imperio
del absolutismo setembrísta? ¡Jamás! que aquí están
ante todo nuestros pechos.
— Los. que hemos bebido gota á gota el cáliz de las
persecuciones sangrientas del setembrismo, no tolera-
remos jamás la restauración de la causa setembrista.
Hoy en día vivimos reposando de las fatigas á la som-
bra del régimen constitucional, al amparo tutelar de un
mandatario emanado de la ley, constituido encima de
las facciones. Albergando tranquilas aspiraciones natu-
rales y legítimas, fiaremos la 'suerte del partido á la
marcha regular del buen gobierno, prestando á este
último nuestro leal y enérgico concurso, sobre todo
para estorbar el paso á la reconquista setembrista.
— Es ya iniítil que estos empedo^rridos secuaces, co-
mo en las funestas guerras civiles de otro tiempo,
enarbolen ahora el nombre de Belzu como pendón de
combate. Los hombres que, derrocando en 1857 ¿1
gobierno constitucional, proclamaron la famosa causa
de setiembre, que tan duramente conocemos; los hom-
bres que en noviembre 30 de 186 1 acaban de prostituir
el estandarte de esa causa á los pies del mismo Ruperto
Fernández, contra el actual régimen constitucional que
2§^ Matafizas de Yáñez
habían contribuido á implantar en el reciente ' congre-
so, esos hombres no pueden, no, competir en buena
lid con los hQ\c\^i^ pajueleros, que con la trasmisión
afianzaron en desmedro propio el régimen constitucio-
nal de 1855, y Qu^ hoy apoyan el régimen de 1861
como simples ciudadanos sin poder ni autoridad,
— Un esfuerzo patriótico más de parte de nuestros*
fieles correligionarios; y, el aliento político del perverso
y fementido bando, habrá sucumbido bajo el peso de
una decrepitud bienhechora; habrá sucumbido para
siempre bajo el renaciente oleaje de una actualidad
fecunda.
— ««El tiempo, que en su marcha natural deja caer el
polvo de la nada sobré las huellas humanas, no arras-
tra en su empuje ascendente sino hombres nuevos y
nuevas cosas para el porvenir .del mundo." —
Este arranque oratorio de El Pueblo revistió in-
mensa autoridad moral en toda la república durante...
dos meses y medio» Es uno de los tantos casos curio-
sos que ofrece el periodismo allá. ¿Qué pasó?' Senci-
llamente, un motín belcista. Con lo que claudicó aver-
gonzada tamaña elocuencia.
Por fundadas que fueran estas reconvenciones, iqyé
valor podían tener siendo diatriba, proferida á campo
raso de las vías de hecho, campo donde crece con la
abundancia de la mala yerba la diatril^a? Su fuerza
estuvo en que era lanzada la invectiva desde un pedes-
tal, en el pacífico palenque de la prensa constitucional
lista. Ese pedestal era el sometimiento patriótico del
belcismo al régimen legítimo. Ahora bien: lá inme-
■<•.
^^El Puebio\\ ¿p7
diata rebellón de marzo convirtió en mogote de basura
el zócalo marmóreo. Fué arrojado dicho material á
las encrucijadas donde se asaltan unas á otras las fac-
ciones anárquicas.
Un belcista de gran calidad me ha asegurado que la
invectiva de Acuña, con su motín complementario, tu-
vieron el peso de un acontecimiento trascendente. «»No
sabría decir cuál perjudicó más á cuál, si la invectiva
al motín, ó el motín á la invectiva. No todo es cons-
pirar y asaltar; un partido tiene que medirse á puño y
■
lengua diariamente con sus rivales, y nosotros queda-
mos desde entonces mancos y tartamudos, n
Esto debe indicarnos que en el concepto público
hacían ya su camino la necesidad y la majestad del ré-
gimen constitucional.
Bien merecido tuvo este descalabro el belcismo,
bando sin principias. Aquella triste palinodia le devol-
vió su descrédito, un tanto olvidado por las faltas de
su rival. De hoy más, en las contiendas de la prensa,
descenderá cien palmos el nivel de la ciudadela donde
tenía él belcismo enarbolada su bandera.
El eje sobre que giraba el partido tenía, como el de
todos estos bandos, un polo de odio y el otro de amor.
Es indudable que d escritor sucrense logró verter con
fuerza y ^entereza la iracundia de la inmensa mayoría.
Estoen cuanto al polo del odio. Tocante al otío polo,
Acuña no acertó á posar esta extremidad del eje de
rotación sobre punto de amor firme y seguro para el
equilibrio. Ni todos renunciaban ?L Belzu como caudi-
llo, ni todos los belcistas eran corregibles.
2^ Matanzas ie Yáñez
Era lo propio que acoQteda eti las ñlas del partido
setembrista. Había deserciones, para lo peor y tam-
biéfi para lo mejor, en uno y otn> bando. Y era un
progreso político.
Acuña había situado resueltamente las aspiracioines
del partido belcista en el campo legal; había desakir
ciado á Belzu como caudillo por las vías de hecha El
partido belcista, por su composici<}n, ó sea por el nivel
social de la gran mayoría de sus sectarios, era. incapaz
de comprender aquel acto de civismo político, ni mu-
cho menos era capaz de realizar este desprendimienta
patriótico.
Mereció la improbación destemplada de El Juicio
Público (número i6 de diciembre 23). Este órgano
caracterizado del belcismó paceño calificó á Acuña de
escritor parcialista. Sostuvo que el actual gobierno,
legal como era, no debía buscar otr^ apoyo que el de
la nación para sostenerse, ni tener otra norma que la
justicia eterna para sistemar sus actos administrativos.
Dijo que, lo que el escritor sucrense pretendía, era gra-
bar en el reverso de la aciaga medalla cabalística dé
Fernández: que Achá se echase exclusivam^^e en bra-
zos del partido belcista.
El vigor de esta caída contundente no debe ser juz-
gado por la crítica literaria. El grupo át EI/MÍÍÍ0 M-
blico prevaricó, después de muy pocos meses, e» ¿1
motín de agosto, para entronizar al pretoriano Féte&
Acuña, el noble Acuña, cerró sus puertas á sus viejos
amigos el día de la rebelión de marzo. ¡Qué digo! Sa-
lió al pronunciamiento, y, por entre murmullos y amena^
zas, reprobó aquel atentado contra la con3títuci<ín y las
leyes.
Luego que percibió El Pueblo que se había colo-
cado fuera de la corriente belcista, paró sus prensas.
£1 escritor, después de unos días de campo, tornó tan
sólo á su papel sellado. .
Y es digno de notarse que, tres años más tarde, uno
de los autores del motín belcista, declaró casi llorando
ante el gentío que rodeaba la fosa de Félix Acuña: que,
á pesar de aquella grave disidencia, nunca había podi-
do arrancar del pecho el sentimiento de admiración y
de respeto, que le inspirara el intrépido escritor^ pa-
triota.
Véase al respecto la pieza á que es referente el nú-
mero 2,486 de mi catálago impreso.
Son verdaderamente oratorias las ya citadas palabras
de Acufta:
ífEl tiempo, que en su marcha natural deja caer el
polvo de la nada sobre las huellas humanas, no arras-
tra en su empuje ascendente sino hombres nuevos y
nuevas cosas para el porvenir del mundo, n
Nada cuyas huellas hayan sido más prontamente
borradas por los polvos del tiempo, nada más estéril
para la labor del porvenir que aquel partido belcista
tan famoso, que tenía la pujanza de revolver la tierra
boliviana hasta en los yacimientos primitivos de su so-
ciaUlidád, hasta en sus estratificaciones indigenales
más inertes.
La amiente del porvenir estaba en el cercada del
partido setembrista, dfe este vengativo luchador de
joo Matanzas de Yáñez
/blanca cimera, de sudores vanos é impotentes, de ar-
mas que herían hasta al ponerse en guardia. De allí
salieron los hombres nuevos y las nuevas cosas del
partido constitucionalista, único bando sano y fuerte
de éstos tiempos, que será vencido y no morirá.
Aunque en hogar belcista, Félix Acuña pertenecía,
sin duda ningún^, á la raza de los hombres nuevos
para nuevas cosas. ¿Sus viejos odios? También los' te-
nían por su lado los puritanos del setembrismo, que,
formando la agrupación llamada impropiamente dé
los rojos^ supieron por sus virtudes y sus servicios
echar las bases conciliadoras del partido constituciona-
lista.
No. El tribuno que afrontó el desprecio y el resen-
timiento de sus propios amigos, por apartarlos del mo-
tín pretoriano, por señalarles las vías legales como
única esfera para sus trabajos, era muy capaz de sentir
con grandeza, en el alnia, la significación patriótica de
la concordia.
¿Que pregonaba la exclusión y el anonadamiento
del setembrismo? Claro se está si con terror personal
estaba viendo alzarse, enconadísima y terrible, la reac-
ción setémbrista, con Ruperto Ferhández á la cabeza.'
No obstante, el 20 de noviembre, diez días antes
del motín de este caudillo, Acuña consideraba todavía
posible en Bolivia la política fusionista. Visiblemente
impresionado, aconsejábala como cosa de necesidad
improrrogable, y suplicaba al general Achá que no de-
jase de mirarla desde el punto de vista cristiano.
Es la verdad que los tiempos eran de crueles incer-
f^.T
uEl Puebloxx joi
m
tidumbres, así para los belcistas como para los setem-
brístas. £1 presidente Achá cabalgaba el potro del
mando, estribando de un lado en una parcialidad dé
setembristas y de otro en una parcialidad de belcistas.
I^ cuesta de la fusión era empinada, el potro indómito,
y los postillones, que eran los ministros actuales, eran
hombres que habían aprendido el oficio arreando en los
desfiladeros ya de uno ó ya de otro campo. Largas no
había dado el tiempo todavía, para que el presidente
hubiera podido poner, en pie de campaña, un bando
propiamente personal y de su entera Confianza.
Antes de la rebelión de Fernández, la inquietud de
los belcistas era grande en Sucre. En el complicado
aspecto de las cosas, la fusión se les presentaba como
una tabla de salvamento. Esa rebelión frustránea les
despejó un tanto el horizonte, neutralizando el perni-
cioso efecto causado por cierta noticia sobre el descu-
brimiento de una conspiración belcista en La Paz. La
formidable invectiva antes extractada, tiene el coraje
propio de quien sale de mortales zozobras, para en-
trar de improviso á devolver golpe por golpe.
Véase si el caso no era como. para contar insegu-
ramente con el bien de dormir en el hogar todas las
noches, ó como para tener pesadillas de destierros,
carcelazos y encuentros de armas. Refiriéndose á las
maquinaciones belcistas de I^ Paz, una mañana del
mes de noviembre El Constitucional^ gaceta del minis-
terio, soltó estas categóricas palabras:
••Con este triste desengaño, el gobierno, que inició
tan placentera como patrióticamente el sistema fiisio*
'I
302 Matanzas ik Yáñez
nista, se ha visto pxecisado á retroceder, y se propone
en adelante regir la república apoyándose en el partido
iietembrista.M
Recordando largos años atrás estos tiempos de agí*
tactoi^es y recelos, me decía Rafael Bustillo aquí en
Santiago:
riEn aquella tempestad de odios y de aspiraciones,
el peligro veníanos de todos lados. Cada uno temía
ser fulminado ó por detrás, ó desde arriba, ó de frente.
Y había todavía otro peligro bajo las plantas. Ese nos
mantenía á todos ñrnáes de pecho pero blandos de
piernas, como los marinos cuando combaten, que se
baten por no hundirse y para hundir. El tal peligro era,
no la exclusión del propio y la preferencia del contra-
rio bando por el gobierno, sino la caída del gobierno
mismo á los golpes de una reacción violenta del ene-
migo.
••Dentro del nutridísimo caserío de la pequeña capi-
tal, los antagonistas de la polémica se daban diariamente
codo con codo yendo y viniendo, ó tropezaban unos con-
tra otros cuando caminaban leyendo absortos las furi-
bundas ñlípicas. Imprenta había donde se servia uno y
otro bando, la cual, para evitar trompones y garrota-
zos, tenía dos entradas, una para los belcistas y otra
para los setembristas.o
Bustillo fué también uno de los que en esta ocasión
se separaron del belcismo intransigente. Su declaración
consta de la gaceta ministerial que acabamos de ci-
tar. Pero entre la separación de Acuña y la de Busti-
llo hay esta diferencia: Acuña no aceptó diiió más tarde
r,~rri
:y por mano del congreso un puesto en la magidtraturt,
núentras que Bustillo recibió de Achá primeramente
una cartera ministerial y después una misión diploma
tica. Esta última incontinencia hubo de cerrarte con
desdoro la entrada al congreso de 1862.
£l Pueblo paga un tributo de simpatías á un ma-
logrado defensor del gobierno constitucional en estos
idias tremendos: á Napoleón Agreda, aquel agraciado y
despejadísimo mancebo que, en la madruga del 3 de
diciembre de 1&61, cayó herido de muerte bajo los
portales del palacio de Potosí, cuando, al Udo de su
padre don Sebastián el general, salió á hacer frente á
los que pretendían asaltar el cuartel, capitaneados por
Agustin Morales.
La prensa de Sucre y la de Potosí llevaron á esta
sepultura nmtutina ñores vistosas de papel pintado,
como si la hora y el sitio no les brindasen para la
ofrenda siemprevivas frescas y naturales. Hablaron de
aplicación ejemplar, de lucidísimos estudios, de talento
descollante, de heroico valor y de colmadas dotes.
Nada de eso. Era uno de tantos. Sus títulos valederos
al recuerdo son otros, que constan como ciertos é in-
dudables. ^
En la figura de Napoleón Agreda uno ve claramente
bosquejado un individuo genuino de la raza altope-
ruana y de la juventud de su tiempo. La pasajera vi-
bración de su existencia se desprendió un punto de la
masa coral de las demás, para signar una nota propia
^uya en la página del día.
El i."* de mayo de 1859 hacía én Sucte, deíitíó dfe
I /
^04 Matanzas de. Yáñez
hogar, turbado, cuando la madre lloraba la ausencia
del esposo, y el eSposo rñilitaba peregrinando en las
breñas de la política.
Para no venir á 'menos ni bastardear de lo que ren-
día la tierra boliviana, un día se hacía llevar del cole-
gio á la cárcel por revolucionario, y de la cárcel al
colegio para graduarse ert leyes arités de salir al destie-
rro. Los jueces le habían ábsüelto, mas no la policía
de Linares. Los profesores lo aprobaron unánime-
mente.
Es fuerza reconocer, que el guardián setémbrista de
la ciudad^ anduvo ese día laxo como un mínimo obser-
vante de las reglas del partido: dio sueltas á Napoleón
por unas horas, á íin de que se presentase en la Uni-
versidad.
. Cuando el joven iba del consejo de guerra á la comir
.sión de exámenes, dijo á uno que.pasaba: »«Dél aula á
la jaula y de la jaula al aula, á fin de ser á toda costa
un doctor chúquisaqueño.M Ironía finísima, que bien
pudiera guardar para su pincel la historia.
Fué la ultima sonrisa de su jovialidad maligna y fis-
gona. Volvió pensativo del destierro, nublada á veces
la frente como si le asaltaran tristes presentiraiéntosi
Pero había nacido en la ruta frecuentada y no se
había formado para tomar otra . ruta independiente'.
Entró en la carrera de los empleos bajo el gobierno
constitucional.
El Sur amenazaba tempestad, y se designó al padre
para tener el superior comando militar de esos depar-
tamentos. La víspera de esta separación el joven logró
wEl Pueblo
II
30S
penetrar á solas al despacho del presidente en Oruro,
y le dijo:
«Lo sé, habrá combates. Es ocasión que yo cum-
pla con dos deberes: quisiera defender con mi pecho
la constitución, y quisiera estar en el peligro al lado de
mi padre. Moriría con gusto peleando por ella junto á
él. Señor, pido aquella gracia, n ^
El presidente, parándose, le puso conmovido una
mano sobre el hombro y con la otra le ciñó una espa-
da de oficial. «Pronto á Potosi, le dijo; de esta calidad
de defensores há menester allá la buena causa, n
'^ Despuntaba la claridad del día cuando Morales, que
acababa de atropellar sin estrépito una avanzada no le-
jos de la Alameda, se deslizó cautelosamente en la
plaza mayor de Potosí. Allí destacó un pelotón sobre el
palacio, donde dormían aposentados las autoridades, la
guarnición y los agentes de la policía.
Había ya logrado penetrar sin estorbos en este últi-
mo despacho, y trataba Morales de pasar al departa-
mentó del cuartel, cuando fué sentido por los jefes,
rechazado al punto y arrojado con los suyos á la calle.
La guarnición guiada por el general Agreda salió en-
tonces á la plaza. Morales se incorporaba en ese ins-
tante al grueso de su gente y emprendía marcha en
retirada, mas no sin volver caras un momento para
hacer disparar una descarga.
Napoleón Agreda cayó herido y espiró al lado de su
-padre.
20
■****««**«*«♦«*♦**'
ULO XII
NACIONAL"
presideute. — Su ambición. — Pre-
i. — Trabaja por el setembrismo
maníResla ceder á eslas miras. —
Medidas contrarias i Fernándei. —
ción y disuelta la asamblea
presidente provisional más
itemporizar con las dos enco-
le estaba dividida la repübli-
;lfa á aplazar las resoluciones .
tntaba delante de cualquiera
3o8
Matanzas de Yáñez
medida, capaz de lastimar los respectivos intereses re-
celosos del belcismo ó del setembrismo.
Era excusado exigirle que no se desviara del sen-
dero abierto por el golpe de Estado, conforme al cual
los actuales usufructuarios del poder no debían que-
dar supeditados á las exigencias del belcismo, sino
antes bien debían propender á dejar establecida en la
república la preponderancia del partido setembrista,
para el mejor ejercicio del régimen constitucional.
Achá se resistía á imprimir al gobierno tendencias
preferentemente favorables al setembrismo. Mucho
más resistía el favorecer la prepotencia de este bando
con detrimento del belcismo, por más que intentaron
demostrarle que, con sus fluctuaciones y con su pro-
miscuo trato de belcistas y setembristas, lo que estaba
labrando, en suma, era el predominio próximo y de-
sastroso del belcismo.
En privado solía á veces caer en dudas y descon-
fianzas el presidente.
Era de clara razón, de modales corteses y afables,
dócil al consejo, de palabra circunspecta sin aparecer
taimada. Tocaba en la persuasión y hasta se empina-
ba sobre la elocuencia, cuando su frase, culta y militar
á la vez, se esforzaba en pintar cómo el magistrado
anhelaba vivamente dar, para sus pasos, con la verda-
dera senda del bien del país.
Uno de los signos habituales y simpáticos de su cor-
tesanía, era el escuchar con atención profunda á su
interlocutor. Abría por eso entrada franca i toda cíese
i'La Causa Nadonah 30^
de dictámenes. Sugestiones contradictorias llegabaí) con
facilidad hasta sus oídos. ¡Cuántas de estas sugestiones
no estaban ligadas estrechisimamente con exigencias
menesterosas y con peticiones de empleos! Limitados
eran éstos en número, y los pretendientes formaban
una suma diez veces mayor. De aquí la necesidad de
excluir á éste y llamar á aquél, necesidad preñada de
inconvenientes gravísimos en aquellos momentos.
¿De veras deseó complacer á todos sin disgustar á
ninguno.' La tarea era imposible. Entretanto, momen-
tos había en que se mostraba desesperado. Achá aca-
bó por sentar plaza de magistrado débil, ante sus inme-
diatos consejeros.
En piíblico y hablando en abstracto, mostrábase niuy
resuelto y nunca indeciso.
Declaraba que había escrito fusión en la bandera
de su gobierno. Decía que esta política cumplía á sus
deberes de mandatario transitorio, mayormente cuando
el país se preparaba á entrar en la liza electoral, para
la renovacián de todos los poderes del Estado confor-
me al nuevo régimen.
Agregaba que, para esta liza, era su deseo más ar-
diente equilibrar en la balanza oficial á los partidos
políticos, á fin de que entrándose sobre bases equitati-
vas á ensayar la vigencia de la. constitución, los parti-
dos se reorganizasen ampliamente dentro del ejercicio
r^ular de las instituciones, se desenvolviesen allí en
competencia, y el preponderante conquistase ctwno pa-
cífica victoria el poder en el campo de la legalidad.
¡lo Matanzas de Yáñez
Todo esto, que era de todos y para todos, no fué
óbice para que el presidente tuviera también en mira
sus intereses particulares.
Su intento más verdadero era atraerse prosélitos per-
sonales en ambos campamentos, á la sombra del hala-
go, la confianza y las promesas. En cuanto a los recal-
citrantes belcistas ó setembristas, que peleasen allá sus
odios y se despedazaran unos con otros, á fin de apro-
vecharse él del botín, reunir los dispersos y quedar
solo.
Estas miras maquiavélicas podrán ser tan mezquinas
cuanto lo han demostrado después los hechos; pero es
fuera de " toda duda, que la fórmula alta y hábilmente
política estaba hallada por Achá, para decorar y con-
decorar sus intereses, Fernández, mal de su grado,
tenía que reprimir sus bríos; y los reprimió algiín tiem-
po, cuando más le impulsaban esos bríos á aniquilar al
belcismo, para conquistarse un premio, el de ser él en
adelante caudillo del partido setembrista.
La asamblea constituyente se clausuró el 15 de
agosto. Cuando el gobierno dejó La Paz, en setiem-
bre, estallaron las primeras graves disidencias entre el
presidente y su ministro, tocante á la dirección que
convenía imprimir en los negocios. Luego en Potosí
se hizo público el desacuerdo. Fernández no podía
resignarse con la presencia de Rafael Bustillo en el
gabinete, ni mucho menos con el ascendiente que este
hábil belcista alcanzaba día á día en los consejos de
Achá.
Así estaban las cosas, cuando circunstancias inevi-
"La Causa Namnaln jn
.nejos de Fernández y sus tra)»jos en el
iujeron al presidente á quedaí en Sucre
rced de aquel hombre osado y de sus
[ue eran los soldados de Flores y de Mo-
olvide que aquél era jefe del batallón Pri-
i del presidente, y éste comandante de
como tal disponía en Sucre de la colum-
■nández en aprovechar la coyuntura? Fió-
le él por su parte no se prestó. Fernández
do menos que la ¡dea brotó en su cere-
Mra apoderarme con violencia del man-
iritodos los bolivianos que pude despren-
há y mandarlo al exterior, sin resistencia
do visitaba los departamentos del Sur
batallón de mí entera confianza por es-
tras tanto el ministro que la política del
) se deñnía todavía en favor de aquella
e setembristas que él acaudillaba. Otra
abrista repugnó siempre al autor del 14
;tendfa él, ni más ni menos, un cambio
¡terio. Quería que fuesen llamadas al go-
as que merecieran toda su confianza.
lestar ante Achá estas exigencias, Fer-
nía otra cosa que hacer sino usar la dia-
al del setembrismo: et país está abierta-
iciado por la gran causa gloriosa de la
: setiembre; el país rechaza al belcismo
compuesto con raras excepciones de la
.^7j> Matanzas de Yáñez
gente sin propiedad, ó sin industria, 6 sin ocupación
conocida, y que no proclama principios, ni sirve á otra
idea que á la de entronizar á su caudillo Belzu, ídolo
de las chusmas turbulentas y saqueadoras.
Otra faz del asunto eran los peligros personales, que
tanto Achá como Fernández corrían al sentir que se
avecinaba de cerca una reacción belcista. Ésta no po-
día sino ser terrible después de las matanzas de octu-
bre. Ella envolvería en una total ruina todos los inte-
reses y á todos los parciales formados á la sombra de
la obra comün, el golpe de Estado.
En los consejos del gobierno, el ministro agotaba
todas las artes de la retórica y de la intriga, para de-
mostrar al presidente y á los demás individuos del ga-
binete, qué los tétminos medios de la fusión conducían
derechamente á la anarquía. Á su entender, la fusión
era una tregua, cuando los tiempos eran de guerra,
guerra hasta aniquilar, al belcismo, origen permanente
de próximas catástrofes.
Dentro de su encerramiento sin industria, agitación
y malestar tenían que haber necesariamente en aqtíella
sociedad ó agregado de castas y de razas, combatida
sin tregua, en su geográfica y etnológica deformidad
constitutiva, por las necesidades ordinarias de la lucha
por la vida, lucha formidable allá donde milita en pri-
mera fila fel ocio indigente y depravado.
Y no cabe duda que, la agitación y el malestar habi-
tuales, estaban ahora exacerbados por la presión de la
atmósfera moral, sobrecargada de desconfianzas red*
procas y áé ese desabriiíiiento indecible, piropio de
»»Z<z Causa Nacwnalw jij
los espíritus que se interesan con exceso en los tiego-
cios políticos.
La oratoria de Ruperto Fernández, pesando la siiui
ción, cargaba en el platillo de los males peculiares de
la actual política fusionista, la agitación y malestar pro-
fundos de la sociedad boliviana.
Estos dolores eran causados por dolencias crónicas,
por los estragos que de tiempo atrás venían haciendo
en ella los vicios de la barbarie soldadesca, por el cinis-
mo en que yz tocaba la prostitución e«ipleomaniaca,
por el furor cada vez más enceguecido de las facciones
desorganizadoras, por la turbulencia de la plebe igno-
rante y sectaria, por la ausencia de un partido de pro-
pietarios é industriales que sirviera de cuadro ó núcleo
á una milicia conservadora, y por aquel sempitertio
círculo vicioso del purgatorio nacional que se resume
en estas palabras: somos revolucionarios de puro pobres^
y somos pobres por revolucionarios.
Por fin, la separación voluntaria de Rafael Bustillo
del gabinete, separación impuesta á este individuo pot
la fuerza de las cosas del momento, dio alientos á Fer-
nández en su empresa de ver cambiado conforme á
sus miras todo el ministerio. Fué entonces cuando in-
sinuó la perspectiva de su renuncia en caso de que no
se verificase ese cambio. uVeo, señor, — dijo al pre-
sidente,— que estoy en desacuerdo con mis compañe-
rc(s, y siéndome imposible proseguir de esta suerte en
las tareas del gobierno, acompañaré á usted solamente
hasta Cóchabamba, donde pienso retirarme. ir
Insistía enérgicamente en que el país entero estaba
214 . Matanzas de Yáñez
pronunciado por la causa de setiembre, y en que urgía
llamar al ministerio otras personas que por sus antece-
dentes y opiniones políticas inspirasen confianza al
setembrismo.
Achá ofrecía meditar todo esto con madurez, de-
mandaba nuevos datos, rogaba á su ministro que no
dejase de asistirle con sus consejos, y se mostraba
' convencido con el entendimiento, é irresoluto con la
voluntad.
Esto pasaba después de las prisiones en masa. Presto
vinieron los nuevos datos y una mayor asistencia de
consejos.
Después de las matanzas obtuvo Fernández que el
presidente y el ministro Salinas se mostrasen en Sucre
disuadidos por fin de su política fusionista. Convinie-
ron en que era efectivamente imposible apartar de las
vías de hecho al belcismo.
Yáñez y Fernández les presentaban esos atentados
de la autoridad como la prueba más concluyeníe de
la implacable conspiración belcista. Hé aquí el pa^p
que este bando daba á los esfuerzos del gobierno para
llamarle á la conciliación y á la legalidad. Y Achá y
Salinas confesaron que el aserto era indudable, y Achá
escribió que los pajueleros le habían pagado mal y que
pensaba acabar con ellos.
Hay que distinguir entre la tesis y la prueba jde la
tesis. La intransigencia y la depravación del belcismo
eran la cosa más probable del mundo. Las prisiones
soldadescas en masa de ciudadanos inviolables, y las
matanzas á granel de belcistas dormidos, constituyen
wr
:-rm
wLa Caíisa Nacional \\ ^jij
ün argumento, ciegamente muy extraordinario, para
demostrar aquella depravada intransigencia. Pero, por
extraño que parezca, el hecho del argumento es his-
tórico.
Á Fernández, en el ofuscamiertto del despecho, se
•le ha escapado decir que aquellos dos señores no cre-
yeron de veras en la fuerza del argumentó. Se hallaban
cuando menos en el caso de aquel otro; qne necesitaba
de ver para creer. Dijo:
•»E1 general Achá y su ministro Salinas, con hipo-
cresía sin igual, parecieron asustados de la situación
violenta del país, pronunciado abiertamente contra la
fusión tan mal entendida y peor realizada por ellos. Y
advertidos por mí del peligro que corría el orden pu-
blico, y de la necesidad de un cambio en la política,
tomaron el consejo imparcial de personas respetables
de la capital Sucre. Fueron llamados don Hilarión Fer-
nández, don Andrés María Torrico y don Gregorio
Aníbarro.ii
La mayor prueba de la hipocresía está en haber con-
ferido lo conveniente con estos tres enemigos jurados
del belcismo.
De común acuerdo entre el gabinete y estos tres
setembristas se resolvió verificar un cambio radical en
la política del gobierno. El programa había de jesu-
mirse así: echarse en brazos del partido setembrista,
para i'egir con su apoyo la administración del Estado.
Fernández á la isizón había ya progresado lo bastan-
te en su labor infatigable, de recobrar la confíanzsí y
coñciÜarse la adhesión de la parte más numerosa y re-
Jí6 Matanzas de Yáñez
suelta del bando setembrista. Podía á lo menos consi-
derarse como caudillo necesario de los setembrístas
menos escrupulosos en política y más sobresaltados
contra el belcismo. * *
Cuando oyó que Achá consentía en apartarse de los
términos medios en la presente época de transición, y
que consentía en poner á raya al belcismo en provecho
del setembrísmo, un horizonte risueño se abrió á sus
aspiraciones, lisonjeándose con la esperanza de obte-
ner, para su candidatura, el triunfo en las muy próxi-
mas elecciones presidenciales.
La preponderancia del setembrismo quedaba esta-
blecida, y ¿cuál otro del partido podía exhibir, como
caudillo, un agregado mayor de fuerzas vivas con raí-
ces en esa clase de opinión que quita y pone mandil
nes en el país?
Achá contaba personalmente con pocos partídaríos;
y si bien su provisional investidura suprema era legíti.
ma, y daba prestigios y arbitrios considerables á su
poseedor, señaladamente si éste era jefe militar, era en
cambio esencialmente pretoriana la naturaleza socidó-
gica del gobierno en Bolivia, y con preteríanos con-
taba ya Fernández, allá donde tuviesen soldados que
mandar Balsa, Flores, Morales y otros jefes dd ejér-
cito.
Todo lo cual era motivo de los celos y recelos del
no menos ambicioso Achá. Porque estaba escrito que
estos dos. negros autores del golpe de Estado, no ha-
bían de lavar con el desprendimiento perscmal la man-
cha de su traición á Linares. Para mayor realce de la
í'Z^ Causa Nacionah^ 317
moral política >en la historia, uno y otro inmediata-
mente han de presentarnos el espectáculo de un ra-
bioso antagononismo de sed» sed de mando, y por
causa del cu»} competían en apartar á porfía de sus
labios los raudales de aonegación patriótica, que la
posesión transitoria del poder les brindaba para cal-
marse á si propios y para rehabilitarse entre los bue-
nos.
iQué había de contentarse Fernández con acuerdos
tcn^ftdos en conejo de gabinete! Prendas queria &egu>
rss, UiequívocQs testimonios, el sello de un solemne
c^EQfH^miso, atar á Achá al setembrismo con la co-
yunda de Ja fe pública.
Upa ocasión brillante y solemne iba á presentarse á
p.anto. "S/nágiQ que fuese aprovechada, y lo obtuvo.
£q una de esas reuniones aparatosas á que son muy
aficionf^dos los bolivianos, en la despedida del presi^
dente al partir para el Norte, se congregaron en el gran
salón del palacio los altos poderes nacionales, como
sQn la suprema corte, el supremo tribunal de cuentas
y el consejo de Estado. Allí estaban también las auto-
ridades, corporaciones y tribunales departamentales.
Delante de este concurso Achá declaró su determina-
ción de separarse, por escarmiento, de su anterior po-
lítica fqsionista, para no gobernar en adelante sino con
ei apoyo del partido setembrista.
Una carta del tiempo y que se publicó, dice que el
páivo tuvQ esa noche que dobdar con fuerza el pico
QQ|)tra el bor^ de la jaula, para ver de dar impulso
elástico á su vuelo al amanecer. Esto debe de referirse
3lS Matantas de YdA
á que la víspera de la salida, sea p
pues de la solemne arenga las tuvi
sea pOT cumplir con algún ofrecimii
entrad á Ruperto Fernández los oí
culo de periódico, articulo en que
declaración hecha de viva voz en
despedida. Este es el escrito qui
Constitiuional, y que tantas zozobrs
belcistas.
Tanto urgía á Achá salir cuanto
verío de Sucre, como era útilísimo á
á solas allí unos días después de las i
En saliendo, el presidente recobraba su seguridad per-
sonal, y con ella podía esforzarse por entrar en el ejer-
cicio pleno de su autoridad. Quedándose el ministro,
era ya dueño de combinar á sus anchas ciertos arre-
glos con Flores y con Morales, dos principales propug-
náculos de su creciente ambición.
El Otro era Balsa, el más bien armado de los tres.
Estaba allá en l^a Paz á la cabeza de una divisiún.
Muy ui^ente era por eso á Fernández disponer acá en
el Sur las cosas á su amaño, por si llegaba pronto el
caso de coger á Achá entre doa fuegos.
En otra parte hemos visto ya cómo, después que se
hubo alejado un tanto de la capital, adoptó el presi-
dente medidas que le pusiesen en posesión efectiva del
poder, y que apartasen de su lado las asechanzas y
desarmasen las pretensiones de su ministro. También
hemos visto la contrariedad y el despecho que aquellas
1 Causa Nacionahí 31^
;es como oportuí
S' (.).
icipio amonestaciones persuasivas,
iones que dejaban puerta abierta á
y por último se preparó á la re-
„ j „. idujo con urgencia á Balsa á que la
diese base amotinando acto continuo la división que
comandaba.
' Paso previo fué renunciar el 27 el cargo de minis-
tro del Interior. Y como eran á la sazón alarmantes
las noticias que del Perd venían, y eran tales que acon-
sejaban á todo boliviano verdaderamente tal, ó aplazar
sus conatos anárquicos á renunciar á ellos ante el pe-
ligro extemo de la patria, Fernánde?. encontró expedí
tivo obviar este inconveniente por medio de un párrafo.
Este párrafo dice así:
F "Si una guerra extranjera pusiera en peligro la inde-
pendencia de la patria, ó el ponzoñoso elemento reac-
cionario comprometiese los sagrados derechos de la
sociedad, y V. E. se decidiese á sostener vigorosamente
la causa de setiembre, me hallará á su lado como el
último de sus servidores, ir
También, y para lo que pudiere servir, hizo uso del
párrafo el coronel Agustín Morales, antes de tomar el
comando militar de los rebeldes. Escribió igualmente
el 27:
«Señor presidente! 1^ adjunta instruirá á usted de
(1) Véanse los espitólos IV desde la pigin
pidaaaoQi
, 103 y VIH en U
J20
Matanzas de Ydñéz
la tormenta que se prepara coyatra el psiís al otro lado
del Desaguadero. Si ella es evidente, como parece,
puede usted disponer de mis servicios para ^ly^r al
país; porque, cuando se halla éste en peligro, yo olvido
lo que puede contrariar este objeto, n
Tomadas e$tas precauciones, encaminadas á salvar
al paí$ de las tormentas que le preparaban sus enemi-
gos exteriores, los conjurados quedaron en espera de
noticias sobre la tormenta que ellos por su parte ta^n-
bien preparaban al país dentro del territorio.
Estas noticias, más pronto quizá que se esp^r^bg,
llegaron á Sucre el 29 confirmadas con 1^ proclaiiig (}e
Achá en Oruro, que presentaba á su ministro cq^o
premeditado caudillo del motín de Balsa. No hat^
tiempo que perder.
Es necesario reconocerlo: sus propios manejo^ (^li-
garon á Fernández esta vez á escoger entre la fuga 61a
revuelta. Él optó por la revuelta. Y tan acertadainiente
optó, que unas cuantas horas de atraso en rebel^nne,
hubieran puesto su persona, y á sus secüapes Fiares y
Morales, en las garras de los esbirros que galopando
venían de Potosí á enjaularlos á todos y enviarlos al
exterior.
Esto, que hoy fuera lo más conveniente á Fernán-
dez, ento;ices hubiera sido considerado por él como un
chasco amargo.
El pueblo estaba bajo la impresión de las muy
recientes exequias de Linares, y doblaban por un canó-
nigo en los campanarios 4e la ciu4ad, cuando Ffi|m^-
dez se encaminó con su séquito al cuartel, se Jj^^ptO*
."i
f
'íZrtT Causa Nacionalw
32Í
clamar presidente por la columna municipal, mandó
convertir los dobles en repiques, se ciñó la banda que
acababa de servir para las exequias de Linares, se diri«
gió al palacio y expidió allí el decreto y proclama de
su rebelión.
Los motivos en que funda su pronunciamiento con-
tra la constitución y contra la autoridad legítima de
Achá, son dignos de recordarse por lo increibles.
Declara que asume el mando supremo de la repú-
blica, por cuanto los cambios verificados por Achá en
el ejército importan una revolución oficial, equivalente
á una deslealtad para con él, Fernández, jefe del se-
tembrismo; y por cuanto el afán de Achá por conten-
tar á dos partidos, su prurito de aplazar toda medida
trascendente, su táctica de conjurar toda complicación
orillándola, eran pasos que conducían derechamente á
lá anarquía, y convenía desenlazar con una revuelta
esta política, impropia de gobiernos republicanos.
Todo esto es literal, así como la afirmación, de que
el país es hoy víctima de la ambición más absurda.
Inmediatamente sobre la base de la columna muni-
cipal tomáronse hasta unas cien altas entre los cholos
más revoltosos. Por medio de la secretaría general,
confiada á Manuel Buitrago, antiguo colega de Fer-
nández en el gobierno de Linares, se giró á cargo de
la tesorería departamental por fondos para movilizar
una expedición contra Potosí, para muñir de una caja
militar á estos expedicionarios, y para atender á la
guarnición de cien hombres que en Sucre quedaba á
escoltar á S. E. el nuevo presidente.
21
>.#
/
J2S Matanzas de Ydnez
Esa misma noche, 30 de noviembre, Agustín Monh
les partía á Potosí» á la cabeza de las huestes liberta-
doras, que tocaban al número de unos ciento cincuen<
ta hombres.
Una jornada habían éstos ganado cuando comenza-
ron las tribulaciones de Fernández. Sus noticias de
La Paz eran desoladocas: Yáñez lynchado^ Balsa herí-
do, su rebeli^Sn claudicante, el nombre del extranjero
Fernández puesto en la picota del odio popular como
instigador del asesino, Achá á marchas forzadas con su
V ejército sobre La Paz, á recoger y añanzar la vídoriá
del orden constitucional.
£1 4 de diciembre temprano recibía Fernández las
comunicaciones oficiales que avisaban» á las autorida-
des de Sucre, el completo restablecimiento del gobier-
no legítimo en La Paz. Poco más tarde, ese mkmo
día» un correo expreso le avisaba el rechazo y fuga de
la expedición de Morales la madrugada del 3 en Po-
tosí. Suceso es este que tengo referido de ligera, en el
capítulo XI, página 305.
Con sigilo á eso de las once de la misma noche,
Ruperto Fernández iba á su vez de fuga, camino de la
frontera, con los principales setembristas comprometi-
en la rebelión*
Uno sólo se quedó, un coronel, el mismo que, en
desempeño de la jefatura política del distrito, habíase
adherido con el propio carácter á la subversión del
orden constitucional, poniendo demás de eso á las ór-
denes de Fernández la columna del ínunicipio* Lia-
HTHT"
■•I
•'Za Causa Nacional \y jjj
mábase Pedro Olañeta, célebre más tarde por sus des-
caradas bajezas en tiempos de Melgarejo,
La madriígada del 5 fué encontrado en el cuartel,
contraído á la reaccionaria' tarea de disolver la escolta
preadencial del fugitivo^ ello como en ademán de pres-
tarse otra vez al orden restaurado. Acto continuo es-
cribió al jefe superior militar del Sur la siguiente curiosa
carta de oficio, que los periódicos circularon en toda la
república.
"Señor general: Arrastrado atrozmente, como suce-
de con los hombres, me he visto sin saber cómo com-
prendido» contra mi voluntad, en la farsa que se ha
operado en estos días. Hoy, señor general, sometido
á las deliberaciones que US. quiera tomar de mi indi-
viduo, como soldado que soy, no he tenido otro inte-
rés que el conservar el orden publico, después de kt
fuga de los principales cabecillas de la revolución
de 30 del pasado, esperando que US. sabrá conside-
rarme con las garantías que le están en sus manos y
querer á los qué vuelven del letargo y engaño.»*
El presidente Achá, que era blando á la clemencia,
perdonó el delito y tamaña indignidad, y cosechó de
este ingrato nuevas traiciones á la causa constitucional.
Instado ó no instado, para que se encargue de la
autc»:idad superior del distrito de Chuquisaca, al objeto
de conservar el orden en los momentos de acefalía en
que se encontraba la capital, por la fuga de Fernández
y de sus secuaces, Manuel José Cortés asumió aque-
lla autoridad en Sucre accidental ó trahsitoriamente,
334 Matansa
mientras el gobierno de If
na que se hiciera allí cai^i
De este modo quedaba
titucional, alterado en el c
motín de noviembre 30.
Este mismo día del añ(
el niimero i de La Caus/
dico de la adminisCracidn
cer junto con ella.
Su fonna de tamaño fu¿
liviana á tres columnas,
toda especie, corresponde
polémica, etc. Desde el 1
nuyó muy poco el papel y
composición. La primen
apareció en la Imprenta
ro 22, correspondiente al
[venta fué siempre la de I
Hasta el numero 13,
correspondiente al 26 d(
apellidaba modestamente
sustancia órgano de los
nizado el 23 de diciembr
ro 14, que apareció en a
meses de interrupción, se
expreso de periódico ofici
Aunque sujeto á días
otros tiempos como quine
aparecimiento un periódic
Mi colección llega hasta
i sazdn m Cochabani-
amblea legislativa, y á
ro meses de vida. He
no sacó sino muy po
latro.
fo la redacción Bene-
TÍo cuando no recita
' famoso en la farma-
ríple de amapola que
s todo, hasta sobre la
marzo de 1S63 se hizo
este periódico lleva ea
de su contenido. Las
) forman es cierto una
de esta gaceta; pero
i materia semioñcial y
;n que toda ella en ar-
s de la administración
dos meses que experi-
6z La Causa Nacio-
Icista en que se ocupa
lestro periódico un ar-
mtos sobre ese aten-
;ontra Fernández, La
tiple que, por sobre
trazando agudamente
:a. Pero en el conjunto
j^ Jfa/anaas d
ni todas las voces son de pee
todos liinpias, ni los falsete!
cidn el acento de la verdad.
De los documentos publi<
pocos de los cuales pueden c
htdonal y en La Causa Nac
trabajos de zapa contra la caí
de meses atrás por Fernándc
á sur, y se encaminaban á coi
militares, á fin de deberlo ti
traidón j^retoriana. Pero es
piecisitín la responsabilidad c
tan vilipendiado.
La prensa gobiernista ha p:
maquinaba maduramente des
de Estado. Allá esto quería á
premo con la fuerza armada j
integrante del gobierno. Es i
menos es preciso distinguir.
Fernández, ante todo, busc
cimentar sus aspiraciones sup
si decimos entre los propios
lo que implica, no hay duda
muy posible un motfn alevosi:
desde luego.
£1 teclado para mover est
gabinete de ministro del Int
tendían primeramente á la ■
ejército, fuerzas mdviles y pai
atnbalante del gobierno bolivi
que son guamkiones fijas
>d \-eterana.
jas muy grandes en esta
trabajos; trabajos de íoj-
de su poder pt^ftioo, en>
pieconcebida de fiar pre-
nto á un golpe militar ya
6 no se ditrfa; este era un
idez ignoraba; dependía de
poder obtenerse el poder
i esto es lo que los hechos
Y creo también que, aan
lo dicha confirmaciiin, la
omplicada l;dx)r era en sí
)ra. fiaste adrertir que era
3e las leyes, contraría á —
la conservación tndispen-
los esfuerzos det ministro
-ñas electorales.
Bolivia exclusivamente á la
id está, eso sí, en que ella
io, tas urnas son aobera-
les é independientes. Mu-
obierno ó un pretendiente
mández por apartar de sU'
y por sustentar el settoi-
fustdn podía acarrear la
^28 Matanzas de Ydñez
debilidad y la caída del orden político actual, y entona
ees ya no habría urnas soberanas en la república sino
despotismo belcista. La preponderancia del setembris-
mo salvaba, en su concepto, la paz y las urnas, Y to-
davía este salvamento no era todo para él.
Aspiraba á merecer la confianza y la gratitud de este
último bando, hoy descalabrado y caído, pero bando
numeroso, mejor compuesto que su rival y no menos
furibundo para la lucha. £1 nervio pretoriano que
Fernández le presentaba como prenda de fuerza y co-
mo aporte suyo á la alianza, era el gaje más preciado
para captarse la confianza del setembrismo, el timbre
más fuerte para sellar el pacto. Ahora el partido podía
lanzarse, como allá se dice, con la seguridad de que
las urnas y su resultado serían mantenidos.
¿Por qué no aguardó las urnas? Los hechos contie-
nen la respuesta. Por incontinencia y bastardía de
ambición.
Cuando el presidente desbarató los trabajos de su
ministro en una parte del ejército, el ministro resolvió
sublevar la otra parte. Entonces y sólo entonces. Eso
tiene el poder contar con genízaros; están rfesueltps á
todo á una señal; el ánimo está listo siempre al golpe
pérfido. Dígase lo que se quiera: un solo adarme de
conciencia ó de honra es en todo caso íín estorbo. No
hay milicia tan excelente por su presteza como la pre-
toriana. Cae como el rayo, con brillo; y su brillo está
en la sorpresa de su desvergüenza y de su alevosía.
Antes de saber el motín de Balsa, ¿tenía ya resuelto
Fernández atentar, contra el orden legal? Algunos dicen
.a Causa NácioHoli' 32^
, desde que comenzaron á acentual
con el presidente, desde las tent:
desarmar el batallón Primero (i), t
á sus pretorianos, y les encarecí
eñaL
esto. Cita lo que en 2 1 de noviem
de la columna municipal de Potos
duardo Dávalos. Decíale:
•Á, como jefe inmediato de lacolun
lad del orden publico en esa ciudac
otros lo alteren, no siendo los be
is trabajos bien arreglados por toda
explicación. Fernández no contab
iro sino contra los belcistas. Al
(rtiz, y este jefe no era pretorianc
>r, sumiso á las leyes y estaba resuel
por ellas. Allí estaba también ^r(
toda la confianza del presidente. L
I era muy corruptible, y en marz
casi tan corrompida como la de Si
ho decir; pero aquellos dos jefes 1
erco, y se esforzaban actualmente e:
I que en las ñlas había dejado Me
>n todo, no fueron tan satisfactorio
« prometían,
gnienm del capitulo IV, págraa i6i en 4
jjo Matanzas de Ydñez
Morales pudo caer de sorpresa liasta las [mertas tiel
palacio y del cuartel, merced á la traición de tres cb*
misarios de policía, apostados desde el Pilcom^ para
observar los movimientos de Fernández en Sucre. Por
esta misma causa, las fuerzas de Morales sorprendie-
ron una pequeña fuerza que se organizaba en Bdrt^^
nueve leguas antes de Potosí, y desbarataron uttá
avanzada apostada en el camino á Sucre, y tonumm
cautivo al ayudante de la comandúncia general que en
dtwervación rondaba por esos campos.
Y tanto no contaba Fernández con mngdh níbvi-
mtento originario 6 proviniente de Potosí, que su carta
á Dávalos contenía también esto que sigue:
»»^Me escriben de esa ciudad, que el coronel Orttz se
rodea de lodos los belcistas, y trata de desairar á los^
empleados setembristas, creyendo con demasiado can-
dor que los primeros han de apoyar de buena fe al
gobierno del general Acbá.
«•Este error puede conducirnos desgraciadamente i
la ruina de la causa de setiembre, que es de la nación;
y es^reciso que usted no caiga en esa trampa, ni per-
ínita que á la columna municipal entren hombres qtie
no inspiren confíanza por sus compromisos coh la re-
volución de setiembre. Pesa sobre usted etc.i»
Pero al mismo tiempo, y seguramente para alentar
un poco la confianza ó el entendimiento, el ministro
decía al jefe de la columna:
"Las noticias últimas de La Paz" — (Balsa estaba
ya allá con su división) — "han calmado nuesira in-
quietud, y por eso he resuelto quedarme aquí unos
: Causa Namnali^ jji
días niás, hasta recibir una contestación del pKsid«nt«
sobre varios puntos de la política interior, que se com-
plica mis y trms, por k influencia que tan tomando
algunos pajueleros en los cot^ejds del gabinete.
'iLa separación del coconel Flores del batallón Pri-
tuero, y la del coronel Morales de ta comandancia
genend, h*n e;usperado al partido setembrísta, que se
snpooe arlado en las esperanzas que el general Achá
le hizo concebir al tiempo de lu salida de esta ciudsd,
de echarse en los bracos del partido setembrista. Mi
permanencia ha contribuido mucho á calmar la agita-
ción de los ánimos. II
Toda?Í3 en estos mismos días desaprobaba su con-
ducta al presidente por las remociones de Flores y de
Morales, iratándole á que formasen un nuevo gabinete
que imprimiera temple setembrísta al gobierno. En-
tonces todavía le decía: uLo hecho ya no tiene rame-
db; procuremos ahora pM-ar sus consecuencias.^
No cjd>e duda que sus tratos y compromisos preto-
ríatws. aceleraron los pasos de Fernández á la rebellón
del 30, Pronunciado Balsa, era imposible no prMiUn-
ciarse. ¡Cómo dejarle colgado, y mucho mia cuando
Achá acababa ya de descubrir todas las connivencias
pretorianas de su ministro!
Ese mismo día 30 escribía Fernández al corcniel
Lorenzo Velasco Flores, jefe político y militar de
Oturo:
"Mi querido amigo: Ha llegado el momento de las
pruebas, y usted que tantos ofrecimientos roe tiene
hechc», quiero ver cómo se porta... Si usted es setem-
33' Ma
brísta de corazón me ayudará; y si no, allá nos ve-
remos.'! '
Al comandante de armas de Tanja, coronel Nicolás
Rojas, le decía el 29 de noviembre:
"Los desaciertos del general Achá han provocado
en los pueblos y en el ejército una revolución. En La
Paz el coronel Balsa con su división, compuesta del
batallón Tercero, Húsares, restos del Segundo y cua-
tro piezas de artillería, se pronunció el 23, y el genera)
Achá quedaba en Oruro con sólo el Bolívar y los res-
tos del batallón Primero, que no le pertenece.
iiEs llegado el momento de salvar la causa de se-
tiembre... Agreda, vino á Potosí como jefe superior,
y hoy mismo sale el coronel Morales sobre él con una
fuerte columna. Cuento con su cooperación decidida,ii
Circunstancias imprevistas y otras causas estorbaron
el motín en Tanja.
La execratoria de Fernández ha abultado estas y
otras faltas del hombre. La execratoria de los caudillos
vencidos es -una evolución bélica de la prensa boli-
viana, evolución que no por ser lógica deja de ser im-
petuosa en sus desahogos.
n
324 Matanzas de Yáñez
acorde entre sí sino también disconforme con las reglas
del contrapunto y la composicidn, cuando maneja la
batuta ese maestro que se llama opinión pública, ó si
decimos para el caso las opiniones bolivianas.
Primera parte, en todas estas sinfonías, después de
la invocacidn al vencedor, es una execración, la del
caudillo que acaba de caer.
Un amigo pretendía estudiar el gobierno de Santa
Cruz en los periódicos de la década crocista. El héroe
le tenía ya casi deslumhrado con sus pruebas. Le en-
señé los periódicos de la sinfonía velasqmsia y aun los
de la halüvianisla, dos sinfonías subsiguientes, cuyas
primeras partes desenvuelven un mismo tema bajo el
titulo de Restauración. Este formidable expurgatorio
política y administrativo le mostró una faz opuesta de
las cosas, y hasta le señaló el alto sitio para colocarse
el investigador en medio.
La execratoria del caudillo Fernández como preten-
diente es tan furibunda^ que hace pensar en las raíc^
que la ambición de aquél debía de tener en uno de tos
bandos ¿qué digo? en todos los bandos bolivianos.
Parano desvianne lejos de la prensa en mis asectos,
recuerdo' á este propósito las siguientes afirmaciones de
un periódico setembrista, El Telégrafo (número 463 de
diciembre iz de 1861), 'afirmaciones que no fueron,
en lo sustaiKÍal, contradichas ni en el ardor de la po-
lémica:
•lApenas se instaló la asamblea nacional, cuando
los antisetembristas, que veían en Fernández un ángel
Salvador, le coronafon con las flot-es de tumultuoso
\ El Liberal" jyj
11 patriotismo y enaltecieron su
ulo de rojos á los ver4aderos se-
rían en todo esto triturada U ?no-
spara más exaltar á aquél.
. que un pueblo entero ha con-
storia habrá de recoger á fin de
aginas.
de poder, se creyó con todo eí
dulacióo le preseirtara, y coaeete
u elevación era indudable.
lidó este primer triunfo, era me-
u declaratoria de boliviano,
lutisino. En este acto de eterna
ación sin ejemplo, los setembris*
orror los rostros, y los aniisetern-
n estrepitosos gritos, dirigiendo
quienes veían, por todo estc^ que
jugaba con la conciencia de los
ludibrio de la asamblea y humi-
os, hechos que no pueden tie^r-
ron á pleno sol, delante de lodo
[ue algo por el lado de la sensibi-
a de Fernández, que no era dura,
lada. Su amor al poder tenia mu-
10 de sus escritos se le escapó un
;cible amargura. Indudablemente,
i buscarle muchas deslealtades y
y tniichos tnliiSfiigios. Encoli-
JJÓ Matanzas a
traron allá á solas y sin malla
apuñalearon sin piedad.
íQué sancidn!
Históricamente quiere est<
política no le dañó sólo en to
clon, sino que también le arn
de homenajes y protestas, <
aspiraba á vivir en la religión
Alguien ha dicho: nEl hon
te.li Uno se siente desintegra
a^^a creencia. ¡Qué no será
después del 30 de noviembrí
nández fué asaltado y robad
cuadrilla de fementidos.
Lo que en su execratoria e
carie en lo sensible, fué sin <
gularisimo denuesto de adví
versal de extranjero, que se
lluvia de fuego sobre Sodoma
Cosa es muy sabida que el
cólera'boliviana es arrojar á f
un pecador es infligirle una
vez se dejó ver que arrojarle <
jero en la frente, es la conde
nández fué arrojado del parí
sobre ninguna otra cabeza cei
bia la espada. del arcángel e:
sobre la cabeza de Fernández
Aun concediendo que Boli
de promisión para sólo los e
•lEl Liberain ,7^7
e extienda sino el universo de las
iulta que sobrepujaron la medida
de la sentencia contra Fernández.
quellos desdenes al advenedizo y
jigantesco por el extranjero Fer-
osan la prensa y los documentos
eron entonces lo más terrible, y
apaz de estorbar una leve sonrisa
jorrecidos en Solivia me he acer
erior, con vivísima curiosidad: á
lávente y á Ruperto Fernández,
entonces, y sólo entonces, he ve-
xir qué, dentro de diversos bandos,
n desquite de ese aborrecimiento,
hasta admiradores. Me despedí, y
tpatfa lidiaban por abrirse paso en
r que esto mismo, durante el fragor
1 también en la conciencia de mu-
os ó imparciales de Bolivia? Á pesar
o no descuidasen en e! trato el uso
rlitos de la Sagacidad, es indudable
:l don de colarse, como por obra de
s ánimos para avasallar voluntades,
le Quevedo decía que en los autos
>lderón, el tentador de la flaqueza
se dejaba caer en la escena con tal
marcialidad, que más bien parecía
> dueño de casa.
j^S MatíHzas d¿ Ydaez
Los sucesos i)iíbHcos en Bbüvia distan trecho para
semejarse á un escenario religioso. Pero la folletería y
la gacetería proclaman de vo¿ en cuello, que en la co-
m)ddia de la política figura siempre allá, como prota-
gonista, el enemigo malo entre comparsas ó legiones de
demonios. ¿Qué raro es entonces que aquellos dos
altos personajes de Estado, cada uno en su época,
hayan dirigido más de una vez la tramoya, la intriga ó
la catástrofe, imprimiendo á sus burlas contra la fe po-
lítica una avilantez luciferina, reluciente y corruptora?
Benavente no era precisamente lo que se llama un
hombre malo, sino cualquiera otra cosa menos temi-
ble, pero más irritante. Poseía, además, los atributos
del cómico de alto coturno, y sé decir que entraba en
escena á lo conquistador, irresistiblemente.
Sabía en Lima que los emigrados me habían col*
mado el cerebro de carbón en polvo, de basura y de
podre á su respecto. Se presentó, no obstante, á la
bienvenida y al primer conocimiento. Echando un pa-
so atrás, con aquella grandiosidad que le era caracte-
rística exclamó: «»¡ Ah! El vivo retrato de su noble pa-
dre. Venga ese pecho.»» Y me estrujó contra su corazón
entre sus brazos.
Calcule el lector. Hombre desarmado y hombre ga«
nado al golpe.
Ruperto Fernández era torvo y un poco desmañado
en apariencia; pera dentro de todo eso sabía ser íntimo
y cordial con quien quería. Con el que esto escribe
su primer saludo fué un gruñido. La relación del caso
no tiene interés general.
"El Liierai" 339
ie entender con este caiKliilo c¿le-
a eso que se llama famüiarmente
0. Y tanto debe de ser asi, que, con
iido muy insinuante, y %i mis bien
timígo los primeros momentos, su
o paso en mi curiosidad y en mi
lettraji conversadoaes pudiera deri-
uo canal, y este canal nos Uavaría
mUanzas y al de la rebelión de no-
;odo está ya irai^citameiue ambe>
los anterioreE. Fernández confiímii
n ápice su expocicidn de Salta. Una
ra. Al mencionai el a&o 1861, dijo:
in enmienda." Pero ¿de parle de
do que errores suyos.
Etencia que la noche del 33 de oc-
iva sediciosa, oo precisamente de
, sino de los choiot en la calle «oa
:ipado de los presos principales y
□os soldados del cuartel Yá&et no
hes aguardando de un momento i. ■
Todo esto trafa exasperado y medio
re. Es una vulgaridad la so^>echa de
otros una tentativa sediciosa, con U
t de sí, una vez por todas, aquel so-
iñez vivía,
menos:
de ímpetu no puede existir comfiU-
|udla soche está deaotande que en
^^ Mata
Yáñez hubo ímpetu á i
¿Qué complicidad cabt
no existid concurso d
nianifestaciiín explícita
dudar sobre el concurs
en el repentino de Yi
Sucre.
"Se dice que con pn
previendo fácilmente q
ira hicieran lo demás. !
y del pensamiento críi
mentó físico, ñera echa
"Agregan que esto n
mis intenciones; que e:
mente cálculos recdndi
nen que Yáñez quedd
instigado, y que este hi
"Pero no advierten,
que la efectividad exb
cubierto por este lado
"Un mismo vínculo
cente y á mf el cuipadi
Uno y otro sostuvimos
de las prisiones en ma
sus informes sobre la
uno y otro acordamo
improbar desde luego I
rencia: que Achá fué,
aquel hombre á I^ Pa:
i'El no enjuiciamie
in fué acorda
lete. Ningur
amos cuatro
rsario declar
Lvila), partids
la exécralo ri
lebía dejar :
la atención i
memoria de
mportante d<
1 Segundo co
artel. Tocan
sobre el vftK
liferencial, hi
ie octubre pi
¡no de la re
nte su carrer
' valor á toda
y convenía'
tancias deter
lando el fue.
i un valiente
5 proditorios.
ante general,
orcionada al
34^ Matanzas de Yáñez
mientras d gobierna iba al Sur á desbaratar las manió
bras de Morales, quien hacía alarde de tener en StH
manos la suerte del país... tt
Hay ó hubo en la República Argentina un ministro
de Estado, chicheño, natural de Tupiza, repüblita de
Bolivia. Este indmduo tiene horror al hombre y al
nombre boliviano. Huyeles el cuerpo como si fueran
iHia brasa de fuego. Ha escrito una obra en dos pai^
tes,— ^ttiabajos médicos y trabajos literarios, — que per*
tewecen ciertamente en cuerpo y alma á la bibliografía
ftrgentiria.
Al fevés de este personaje, Fernández era argentíiio
en Bo$ivia. Era hijo de un con&nel de ía indepen-
dencia, que emigrado por esta causa tuvo este \ci]o^
antes de 1825, en una regnícola délas Provincias Uni-
das del Río de la Plata. Fernández era bonaerense.
Peií) tanto el tupiceño en el Plata como el bo-
jiaerense en Bolivia, no querían llevar el nombre cali-
fittttíVDde 6U naícimiento. ¿Á cuál le era esto ventajoso
y á cuü no? De seguro, en la elección de Femáirfer
hubo generosidad, amor que solo se siente y no se ex-
plica.
Uno que le trató muy de cerca un tiempo decí^
q«e no tuviera Fernández ^famiás la éalma suSciaiie
para componer un libro. Sus escritos son adm de uiut
vida agitadísima. Figuran; entre los folletos de la
bibliografía boliviana, bajo los mSmeros 348, 843, 2099
y 2387 de mi catálogo impreso.
Depuesta al parecer toda ambición cuamio le conocí,
y entregado por completo al ejercicio de la abogacía
en el litoral, al hablarme de ciertos cuantiosos asuntos
que á su cargo corrían, me dejd la impresión de un
hombre astuto y perspicaz en esos manejos, con el
criterio legal no quizá sullcientemente ilustrado por el
estudio, pero listo en ingeniar medios expeditivos y
concluyentes.
Estadistas hay por cuyas venas, entre el cerebro y
las manos, vibra ganoso el ñüido veriñcador. Si este
hombre poliiico era también un estadista, cual sostie-
nen muchos bolivianos de su tiempo, pertenecía sin
duda ninguna á aquella dase de estadistas que dicen
]ioco y hacen mucho.
Desde la cima, no por cierto de las grandezas sino
de las desventuras de Bolivia, jamás pudo Fernández
consmtir en que se le negase el nombre de boliviano.
Apellidarle argentino era herirle; no esto por desprecio
6 malquerencia á los argentinos, muy lejos de eso,
sino á causa de otro amor exclusivo y excluyente.
Ya puede comprenderse si esta parte flaca y vulne-
rable del hombre de partido, habrá ó no servido de
blanco comodísimo y mortal á sus, adversarios, así en
la prensa como en la tribuna de Bolivia.
Por este lado La Causa Nacional, de Sucre, so-
brepujó á El Juicio Piiblico, de La Paz, en injusticia
y en violencia.
Trifón Medinacelí, escritor gobiernista, olvidó en el
primer» de dichos periódicos, al calificar la condición
política de ese nacimiento, que ninguna potestad so-
berana había disuelto, antes de 1S35, la comunidad y
el vinculo que existían entre las altas y las bajas pro-
344 Matanzas de Yáñ
vincias de un mismo virreinato,
madre por seguir al padre, optan
siempre por Bolivia cuando se ve
política.
Bolivia fué desde entonces el üi
nández; inorando allí, vivía domes
iguales; era boliviano hasta la mé
La asamblea constituyente de i8i
moral es muy respetable, no pii<j
cuencia de estos hechos, Ponien
sesión asaz tempestuosa, declaró á
boliviano de nacimiento.
Un escritor boliviano defendid ;
camente en esta y en otras much
de la execratoria, durante la exe
de la execratoria. Ese escritor es A
gado, natural de Sucre, fundador ;
BERAL, eco muy interesante de la i
Semanal, de Sucre, apareció el 9
dos meses después de caído Fernái
el niimero 24 (agosto 3). I^ forma
de gaceta menor á tres columnas,
números aparecieron en folio con
columnas. Usó de la Imprenta 1
Beeche.
Abierta y briosamente contrario
cusa sus simpatías muy decidida:
Fernández y Morales, proclama
Ciregorio Pérez á la presidencia, y 1
El Liberal» 34S
a presidencial de José María de
! independencia respecto del se-
il advertir que, por amor á Fer-
antibelcistas furiosos, está dis-
imper lanzas con el setembrismo
I primero y desprecia al segundo.
El Liberal pretende desatar el
íanzainiento legal del orden pú-
puede ser más interesante. La
lelto es pintoresca,
inseña y ensueño, iris y áncora
partidos todos, y para los hom-
insternados viven fuera de las
^piración ardiente hacia el plan-
1 constitucional en la repiSblica,
ingre derramada y de tanta ruina
ar este objetivo, venimos á la
que "hemos marchado siempre
uestros esfuerzos, agotando pri-
para luego matar en nosotros
m i ni st rae ion Sucre, la observan-
ciona), de parle de los gobiernos,
aratosa, en realidad fementida y
de revoluciones. Debía suceder
atre, extinguida en el ánimo po-
:1 imperio del derecho, se alzara
e la fuerza, como arbitra arbitra-
i.' "f
^
J4Ó Matanzas de Yáñez
dora y, junto con eso, como fomentadora de nuestras
contiendas civiles.
— De aquí han resultado males que empeoran cada
vez más y más el terreno para el planteamiento del ré-
gimen constitucional. Han sido maleados los hábitos
sumisos y otros varios antecedentes coloniales, muy
favorables al buen orden. Hanse acumulado para la
labor política entidades perniciosas y fuerzas disol-
ventes.
— ¿Quién no contempla hoy minado por donde
quiera el principio de autoridad? '¿Quién no ve alzarse
por todas partes altanero el espíritu de insubordinación?
— Lo que es la administración del municipio, antes
de ahora no infecunda en quehaceres de índole comu-
nal, es hoy rodaje chillón y favorable -tan sólo á inte-
reses mezquinos.
— Más nos valiera estar recién salidos de una tiranía
á lo Rozas, que no como estamos, en campo esterili-
zado por el desprestigio de las instituciones, vivaquean-
do bajo el plomo de nuestras discordias, transidos por
el frío de nuestros desengaños y de nuestro escepti-
cismo. Más nos valiera; porque así quizá, como nuestra
hermana del sur, surgiríamos ahora animosos, merced
al escarmiento de una experiencia fí^ca, y, por lo sus-
mo, aguijoneadora del espíritu. De este mod» RdseA-
tregariamos ahora con amor nuevo y con rirgins^ entiF
siasmo á las prácticas de la vida libre per el d^^echo y
dentro del derecho. —
Nada dice este político sobre la práctica 4el trabajo
allá donde refnan el ocio y la pobreza revolucionarios,
..J
"El Liberal» J,
nada; ni se digna ver que la ubicación geográfk
sido no escasa parte en favorecer el reportamicnt*
cional entre nuestras hermanos del Plata. No.dej
ser curiosa esta prescindencia de una ecuación tar
portante para el planteamiento del problema. A
va á verse con mayor exttnñeza el remate de todo
lirisnto.
— ¿Qué hacer para encarrilar este país desenca
do por treinta y siete aflos de trastornos? ¿Por di
y cómo buscar el sendero legal entre escombros
tados en todas direcciones por las vías de hechi
cuando aqui el caudillo ef todo y la ley nada! —
Uno tiene que reconocer el valor incisivo y coi
to de los términos con que el problema está ptenb
Por eso mismo se deseara que este ingeniero con!
tor no prescindiera de la esencíalísima ecuación
nómica. Pero lo admirable es su descubii miento
incógnita apetecida.
— "Perdida la autoridad de la ley, no queda
esperanza que el hombre. Elegir á uno capaz de t
dr ¿ la práctica los principios fundamentales de :
tro sistema político, etc., etci'
Es indispensable, después de esto, copiar tn^
mente lo demás hasta la conclusión del artlcukr
liHarto nos ha enseñado una dokiioga eipenc
para no abandonar de una vex «sa carrera testi
de aventura y desengaño.
"Sólo hi verdad tiene el poder de reconqui»
confianza: recurramos, pues, á ella para salvar la
litaciones.
348 Matanzas de Yáñez
•* La oportunidad ' se aproxima*, ' sepamos aprove-
charla. •>
Se refiere aquí á las urnas electorales.
Esto de la verdad al respecto de un Salvador, ó sea
del Verbo encarnado en un Redentor, es solución un
poco teológica ó, más bien, judaica. Nada dice el es-
critor sobre la dificultad que hay de dar con el verda-
dero Mesías, entre tantos falsos Mesías como son los
preconizados por los pseudo-profetas. El Mesías de El
Liberar era el bueno de Gregorio Pérez.
¿No es verdaderamente curioso ver cómo, en el país
del militarismo, la planta del caudillaje germina espon-
táneamente, así en los cerebros cultivados como entre
los baldíos, tanto entre la plebe inconsciente y secuaz
como entre los políticos que elaboran la razón de Es-
tado?
En esto hay algo para desesperarse, por no poder
salir algiín día del círculo vicioso en que la sociedad
se retuerce desde la independencia acá. Así lo indica
otro periódico, preguntándose qué dirán nuestros pa-
dres los fundadores, qué dirán de su malhadada obra,
qué dirán desde sus sepulcros. Pero no todos han des-
cendido á esta mansión.
<^¡Almas ilustres y virtuosas; idos á gozar, en el otro
mundo celestial, de la bienandanza que se os debía y
que OB ha sido negada en esta triste vidali» ,
jEn el otro mundo...!
Son las palabras de despedida, un poco acibaradas
sin duda ninguna para los lectores del tiempo, qué un
eco de la prensa boliviana dirige á uno de esos ilustres
.> ,. yj.
V Liberal»
quien se partía para
I viajero ha vuelto.
udido no era otro q
del célebre gueirille
Manuel Aseen sio Pad
a ella misma, de esa i
is meridionales del A
que dicha señora habí
0 una pensión mensu
con fuerza de ley; per
suspendida á virtud
biemo; orden cuyos
3 pudo reparar en tie
lente por el jefe supeí
de esas órdenes dict
netáticas del tesoro, >
zo á ciegas: i'Se suspt
;l pago de pensiones
1 triste anuncio es El
2. Fué la única de la
¡te fallecimiento. Razi
lación no pueda más
nró debidamente la \
muerte de la bercúca
D la lanza con empuje
ilanco mameluco, blu
casco liviano de bruf
1
SSO Maíanstms de Yáüez
coa cimera, la tenieiita coronela.dexkis giserriUas <k k
independencia altoperuana, comparte hoy día, enla
imaginación del pueblo, comparte con su ilustre esposo
la marcial legendaria nombradla de caudillos deno-
dados y constantes, caudillos de las partidas de cam-
pesinos, que en servicio de la causa patriota regaron
con su sangre las antiguas provincias de La Plata jr
Potosí.
E^ do&a Juana Asurduy, de sai^re mestiza en ese
grado de cruzamiento en que predomina más bien
que la t^z indígena el tinte andaluz. Nació en Chur
quisaca el 8 de marzo de 1781, y allí mismo rindió
el álátao suspiro el 25 de mayo de 1862, á la edad
de 81 años.
Mayo 25, célebre fecha de au ciudad natal, por ser
k dd nacimiento de la ca'usa, á que debía doáa Juana
consagrar sus años juveniles de amor, de gl(^ y de
libertad.
Su espíritu no fué extraño, ni con mucho, á la ru-
dimentaria educación que la colonia brindaba aiia á
linajiudos y adinerados criollos. Pasó algún tiempo
«entue monjas con el Año Cristiano debajo de los ojo&
Cumplía los 24 el día justo y cabal de 1805 en que
se desposaba con Padilla. Siete años apenas de hogar
apacü)le le tenía el destino reservada
Desde 181 2 el infatigable jefe de montoneros, siem-
pre sobre el caballo, apareciendo tan pronto en un
k^gar como en otro, se consagró enterameafte á la
•guerra contra los realistas; guerra de partidarios, de
caballería irregular y ligera, entre sierras y breñas, con
"El Liberah 351
emboscadas y ^rpresas, sin cuarteles de invierno ni
comisaría proveedora. Doña Juana peleaba al lado del
esposo y más de una vez la tocó llevar al combate al-
gunas partidas. Cinco años aquellos de infatigables
correrías y terribles encuentros.
Desde 1S16 tos ejércitos realistas señorearon predo-
minantes los centros principales del Airo Perú. \a.
terrible republiqueta andante del ^r recibió nido
g(%>e, golpe nunca bien reparado, en el sangriento
combate del Villar. De allí escapó herida doña Juana
dejando en el campo entre los mtiertos á su esposo.
Unióse entonces á las caravanas de la eniigración á la
Argentina y dejó el Alto Perú.
Alguna vez en Salta las montoneras de Güemes la
llamaron; su grado de tenienta coronela le abrid un
puesto en esas ñlas; el propio instinto de la guerra la
arrancaba quizá del albergue al campamento. Fen»
hay tiempos que no vuelven á buscar al que una vee
dejux)n en la soledad de los recuerdos. Estaba ella
fuera de sus montes y laderas; había perdido su égida
marcial en la jornada de 1816. La esposa de Padilla
no estaba destinada á figurar ni señalarse entre I09
gauchos, tomo entre los cholos voluntarios había sabi-
do figurar y señalarse.
Hubo de volver al ht^ar íijo y pacifico en poblado,
resignada á su nueva suerte, que era otra batalla, la de
■trabajar para vivir y suspirar en tierra extraña.
Por. fin, el estruendo de Ayacucho resonó en el hos-
pitalario asilo como un llamamiento del suelo natal.
Fué de los primeros en repatriarse. Un año después,
1
JJ2 Matanzas de Yáñez
en 1825, Simón Bolívar le estrechaba la mano en
Chuquisaca y decretaba su pensión.
En llegando hubo de abrir una nueva suerte de cam-
paña, la de los litigios engorrosos y gravosos, para re-
vindicar un predio de su propiedad, no bien adquirido
en su ausencia por terceros. al amparo de la ley marcial
de los realistas. Pero de mano de los vencedores halló
pronta justicia por la vía administrativa, y luego ai
punto pasó á labrar la tierra en pos de adquirir por
allí un bienestar para la vejez.
No lo alcanzó. I^ejos de eso, en sus ültimos años
tuvo que vender aquella finca para hacer frente á pre*
miosas necesidades. £1 presupuestó nacional Seguía
anualmente glosando, en la partida de pensiones, el
ítem aquel de Simón Bolívar: '«Á la tenienta coronela
de la. patria doña Juana Asurduy... 480 pesos.n Pero
el pago era alguna vez intermitente y precario. Los
tiempos no eran de plata sino de hierro. No eran dife-
rentes de aquellos en que ella guerreaba por fundar
esta patria independiente y sin ventura.
No alardeaba, sin embargo, de lo pasado ni murmu-
raba de lo presente. Era sobria de palabras como un
veterano. Algunos niños curiosos y ladinos, en sabien-
do que moraba de paso en la ciudad, nos costeábamos
hasta su alojamiento y la acosábamos á preguntas.
Imposible . que se prestara nunca á un franco relato.
Pero una vez, tocada seguramente en la noble, abrié»-
dosele con ceño varonil las ventanillas de la nariz casi
,tanto como la boca, esclamó:
nEl Liberaba JS3 '
««¡Guay, que al fin rajaron Ja tierra aquellos chape-
tones malditos!t>
Rajaron la tierra, Esto sí que es escapar llevando
el terror y velocidad del rayo.
Pero todo esto es ya historia antigua. Veamos un
Tetrospecto de historia contemporánea.
Un periódico de Potosí decía en diciembre de 1861,
refiriéndose á la facción de setembristas acaudillada
por Fernández:
í'Uná facción iinplacable, desconociendo los senti-
mientos fusionistas, de reconciliación y de fraterni-
dad que había proclamado el gobierno de mayo, pre-
tendía sostenerse en el poder á toda costa, dominar la
república sin piararse en medios, por criminales y ne-
fandos que fueran.
*»Esa facción, ¡X)seída de ideas oligárquicas, teme-
rosa de que con Ja fusión se le cayese de las manos
un poder que creía ejercer con derecho exclusivista,
levantó el estandarte .de la rebelión contra el gobierno
de mayo, proclamando para mayor ignominia á un
extranjero, que había tratado de establecer en Bolivia
su do0iinación por medio de la sangre y del terror.
mLos escandalosos asesinatos de La Paz en 23 de
octubre, e«as víctimas sacrificadas en el silencio de la
noche, esos lagos de sangre, que han manchado la
historia de Bolivia con crímenes propios sólo de hordas
antropófagas, han sido las premisas de aquella rebelión.
»»Lo8 acontecimientos del 23 de noviembre en La
Paz, del 30 del mismo en Sucre y del 3 de diciembre
en Potosí, por donde se ha manifestado aquella rebe-
23
^ 3j4 Matanzas de Yáñez
lión, han hecho correr nueva sangre en La Paz y en
Potosí, y son la consecuencia inevitable de los trabajos
que se iniciaron con las matanzas de octubre.
"Muchas víctimas tenemos á estas horas que deplo-
rar. Pero, entretanto, el buen sentido del pueblo boli-
viano, que miró con horror los asesinatos y con des-
dén la nefanda rebelión, ha salvado al país de la
espantosa anarquía en que parecía hundirse, y ha res-
rablecido radiante y puro el régimen constitucional, m
Es un tópico habitual de la prensa de Bolivia este
del buen sentido del pueblo boliviano salvándose per-
petuamente á sí mismo, y salvando á punta de amor
al orden la civilización del género humano. Los perió-
dicos de todos los colores y los caudillos de cualquiera
talla están allá concordes en el sistema viejo y nuevo
de adular por este lado al pueblo boliviano. Prodigan
á la opinión del país, á la gloriosa sensatez de la hija
predilecta de Bolívar, los términos de son más lison-
jero y de más sarcástico sentido.
¡Ay del escritor boliviano que se atreviera á en-
rostrar á ese pueblo sus enormes faltas! Que cosechara
impopularidad sería cosa lógica, aun cuando hablara
oportunamente para la enmienda. Pero es el caso que
el mundo se le vendría encima. Con la mejor buena
fe los hijos de Bolivia le fulminarían el anatema de
infame traidor. Contemplarían, allá en su majestad
inviolable, contemplarían á este reprobo de los repro-
bos arrastrando las cadenas del universal desprecio,
baja la frente, escondiéndose de sus semejantes por
los senderos de una vida oscura y miserable.
- .^
»E¡Liberal>t j^j
En los tópicos adulatoríos un candidato ó pteten-
diente no debe allá retroceder ni ante lo asquerosa
Así, por ejemplo, es de grandes resultados para la po-
pularidad frases como esta; "Me postro de hinojos á
besarle las llagas á la purísima Bolivia." ¡Labios y na-
rices sobre aquellas llagasl La nauseabunda mentira es
uno de los rasgos más patéticos y enérgicos de la .
prensa política.
Por aquí puede verse que el periddico potosino no
anduvo temerario con sus sarcasmos adúlatenos sobre
el buen sentido y amor al orden del pueblo boliviano,
y tiene mucha razón cuando establece enlace estrecho
entre los sucesos del último semestre de i86i en el
norte y en el sur de la repiíblica.
Hay que recordarlo nuevamente. Por pacto recién
jurado de todos los partidos, imperaba entonces é im-
pera todavía una liberal y cautelosa constitución polí-
tica. Gobernantes y gobernados están, pues, coloca-
dos en el caso de acreditar su patriotismo y su buen
sentido en vísperas de unas elecciones, que serán ge-
nerales y para la renovación de todos los poderes del
Estado.
En las'prisiones en masa y en las matanzas de bel-
cistas hemos visto lo que, tocante á observancia cons-
titucional, pudo ofrendar ante el buen sentido del país
el poder ejecut¡voysu,políticafusionista. En la rebelión
femandista de sur y norte hemos visto lo que, para la
cabal vigencia del pacto, brindó la lealtad de los se-
tembristas. Pero existe en la república otro partido.
Ahora vamos á ver cómo sabfan cumplir sus deberes
^2^ MaUaaás dt Yáñes
políticos y praclkáT sti sometimtento á l« 1^ los bel-
.cislas.
El encadetumiento de los hechos es aquí manffies-
to; pero, francamente,' me parece que por entre estos he-
chos no saha á figurar crano factor del producto el
buen sentido del pueblo boliviano.
Setembiistas y belcistas he dicho. Por ellos entien-
do aquí la parte gruesa de uno y otro partido^ la
turbamulta más apasionada que intelectual, esa que
milita impetuosamente en las revoluciones bc^ivianas.
Bien se puede advertir que estas dos mayoiias befigc-
nntes, cada una por su lado, no prestaban su apoyo al
gobierno legal. Fiados en este turbul^Uo mal espfíitu,
un poco distante del buen sentido político, los direc-
tores de las rebeliones de cuartel que hemos presen-
ciado y vamos todavía á presenciar desde los bakooes
de la prensa, cuentan y contarán siempre de s^uro
con tener prosélitos y con poder engrosar sus filas de
combate tan luego de haber Utazado su grito contra el
orden legal.
Son las columnas de un peiiódico, nutridísimo de
informaciones, en el lugar propio de los sucesos^ las
que van á poner delante de nuestros ojos un escándalo
más, el escándalo que en la primera página del régi-
men constitucional vigente hacta ya falta, el escanda
belcisU. £n des^rgüenza y audacia la prevaricación
bekista, no quiere ir en zaga de la prevaricación sc-
tembrísta, al lanzarse por la pendiente de las vías de
hecho.
Como siempre, genizaros sin fe ni 1^ darán cala
r^
••<£/ Liberahy J57
casa de gobierno el primer golpe de mano, golpe fun-
damental del trastorno, y lo darán á la persona misma
que tiene en ellos fíada la custodia de su autoridad y
del orden legal.
Este periódico informativo es El Liberal.
- ^«r» ->#»— í[íji^.4
ERAL"
\ Sucre. — Agreda
)estaca el gobierno la división
Potosí. — Agreda y Orliz no
I^ombale de la Caijterla. — Cn-
lailiia de los zurrones. — Con-
. — Los rebeldes en retirada á
'isión Pérei. — La piensa,
isterio de Gobierno, Isaac
una hoja suelta que daba
iescubierta el lunes lo de
lombre que él da á lo que
Liyo, transcrito por El I.i-
ablemente Salinas), según
jóo Matanzas de Yáñez
aparece de la fírma, escribe á su tk) don Isidoro Belzu
manifestándole la situación política del país y 4a soitm-
7ie ilusión que Belzu padece pretendiendo vencer en d
campo electoral: — que el único medio de entrar en el
poder es verificar una revolución, para cuyo efecto
basta con que proporcione 500 fusiles en las fronteras,
y mande un despacho de general, tres de coroneles y
autorización, con firma completa, al señor cónsul ar-
gentino don Pedro Sáenz para que opere á su arbitrio;
pues éste, aunque sabe que Belzu le tiene mal afecto,
hará todo con su plata, influencia y talento político, etc.
"Esta carta fué tomada al militar, retirado hace
años, Gregorio Castillo, en el punto de San Andrés,
más allá de Corocoro, camino á Tacna.
•'Traído éste, se ha fugado de Corocoro, mediante
su tío el jefe político don Manuel Velasco Flor, quien
se halla sometido á juicio por esta falta.
«•Han sido reducidos á prisión el señor Sáenz y
don Ramón Salinas, médico; y se/ les sigue el juicio
•respectivo por los jueces competentes.
»'La carta será publicada cuando termine el estado
«umario de la causa.
"La Paz está tranquila..»
No es la verdad que estuviese tranquila sino ex-
teriormente. El gobierno sentía rugir debajo de sus
pies una conspiración belcista, y quería dar la voz de
alarma para defenderse y ser defendido. Quería que
se pusiese de pie en favor del orden su propio partido
oficial, y además uno de los partidos que con más
violencia atacaba al gobierno. Este partido no era otro
que la facción setembrista. Porque cm de esperar que
este bando se estremeciese al oír con amago el nom-
bre de Belzu.
Los ecos de la prensa setembrista acreditan que así
sucedió con efecto. El bando entero se levantó al alerta
en todas sus filas; desde la vanguardia intransigente y
conspiradora, hasta la secta puritana y sedentaria; desde
aquelia parcialidad que no había tenido escnápnlo en
dejarse encabezar á mano armada por Ruperto Fer-
nández, hasta la caterva que, junto con otros sedi-
mentos del oleaje político, comenzaba á conglome-
rarse en torno del aspirante Agustín Morales. El
ultra-setembrismo detestaba con cólera al presidente
Achá; pero más odiaba con rencor profundo y con
miedo á Belzu.
Con d alerta del gobierno se juntaba ése algo en los
átomos de la atmósfera política, precursor de una bo-
rrasca.
En estos últimos días escribía el presidente á Agre-
da, jefe político y militar en Sucre, sobre que Belzu
pensaba penetrar de incógnito á La Paz, con el objeto
de dar cima á los trabajos que allí se maquinaban en
su favor. Murmurábase cautelosamente en Sucre que
Belzu vendría á Oruro con sigilo, lo cual acreditaba
como existente una base de fuerza que encabezar y co-
ino muy próximo un estallido. Por último, el rumor de
tina revuelta en Sucre mismo^ revuelta con la mira de
restablecer allí el mando de Belzu,' llegó á oídos de las
autoridades políticas.
De resultas, Agreda había prevenido al jefe de Po-
..j
j62 Matanzas de Yáñez
tosí para que estuviese alerta; había estimulado el celo
del comandante de la guarnición de la capital; habíale
ordenado que dispusiese una salida pronta de la tropa
a acantonarse en Yotala, á fin de preservarla del temi-
ble contagio urbano. lEstámos en marzo de 1862.
Pasada sin novedad la fiesta callejera del carnaval
sin que se oyeran, en las ruedas cantantes y danzantes
de esas noches, más que vítores de los cholos á Agus-
tín Morales, — »»ídolo de todos ó de la mayor parte de
los artesanos de aquí,»» dice El Liberal, — nada por
las apariencias hacía presentir un movimiento en sen-
tido .tan diametralmente opuesto; y lo era, en verdad,
cualquiera tentativa que abriese el camino del poder á
Belzu, víctima escapada milagrosamente del puñal de
Morales.
Día señalado para que saliese la tropa era el 8 por
la mañana. £1 7 á las cuatro de la* tarde cundió
la voz por la ciudad de »»¡alboroto en el cuartel! ¡revo-
lución!» Agreda se sentaba en esos momento? á la
mesa. Salió inmediatamente armado y seguido de su
ayudante. Por el camino al cuartel se le juntaron dos
oficiales fieles.
¿Qué había pasado? El teniente coronel José Benito
Canales, en quien el jefe político tenía depositada su
confianza, procediendo de acuerdo con el oficial de
guardia Serapio Carrasco, acababa de sublevar la co-
lumna en el cuartel de San Francisco, y había proclama-
do presidente de la república á Manuel Isidoro Belzu.
Un pelotón de unos quince hombres con las armas
preparadas, á la cabeza del cual se puso aquel jefe,
U Liberal»
Itata por donde debía 11
entínela, en la esquina
areció el pelotón. Algu
icnló una descarga sobr<
1 su ayudante hacia el i
mido opuesto Canales
is de fusil. Se encontrar
pistoletazo, hubo Can£
arle el arma. Al habla i
lución es por Belzu.- ¿L.
t al cuartel.
, la tropa fué gratificada
omesas. Acudieron al
etirados; mas no Rivad
js que gozaban pensioi
Q Torrelio, Aguilar, Peñs
i sueldo ni pensión,
ntaron en la prisión de i
o belcista, entre los cu
Torrelio, Luis Guerra (i
., Peñaranda y otros. D
ena por la situación del
los por una parte y Ágrí
;ución:
úieral en los pueblos )
'j64- Matanzas de Yáñez
ejército. No deseche usted tan bella ocaskki, y acep-
tándola, póngase á la cabeza de ella para dhigitia.
' — Solamente en este sitio pudieran ustedes habenne
hecho semejante propuesta. La rechazo con indigna^
cf($n y eneigfa. Ustedes ofenden mi honor.
• — Pero ¿no es usted amigo de! general Belzu? — pre-
guntó Guerra.
— ¡No! Jamás lo he sido ni lo seré en nii vida.
Á esta respuesta Guerra presentó á Agreda una
carta, y le dijo:
— Esta es para usted. Léala.
Tomóla Agreda, y notando que iba diñada Al Se-
ñor Don..., sin designación de nombre ni s^Hido,
quiso devolverla con aspereza, y dijo:
— Yo no me llamo Señor Don y nada tengo que ver
con este papel.
Guerra insistió con encarecimiento para que la carta
fuese leída sin acalorarse.
' Agreda leyó en sustancia lo que sigue:
'»Estoy resuelto á salvar la patria y á practicar el
último sacrificio. Ud., que es mi amigo verdadero, me
ayudará en mi empresa, que no será difícil cuando ha>
ya patriotismo. — Manuel Isidoro Belstt.»
^ ¿Era auténtica? Agreda aseguró por la prensa que
no sabría decirlo. Las gacetas tampoco dSucidaron el
punto, que, á la verdad, fué y es de escasísimo interés.
Qué importa si el fondo de las cosas era el de siem-
pre: incitativa á la traición, salvar á la patria, liltimo
sacrificio, etc. Nunca ha de dejar de hallarse un mili-
J
H^l Lideraiw já§
tar dispuesto á encabezar un motín. ¿Quién será. él?
Podía ei nombre dejarse en blanco.
Aquí ñiUó en el papel aquello: *>de todas partes me
llaman." Pero de viva voz se había ya declarado por
los circunstantes la universal invocación á Belzu. .
Se retiiaron los belcistas. Quedó tan sólo un hom-
bre, que Agreda dice que no había visto nunca. Éste
le dijo:
— Soy hermano del comisario Chavarría. Fui á La
Paz por negocio particular. De ahí me mandaron . á
Tacna. Soy el conductor de esa carta sin rótulo. £1 ge-
neral Beku me encargó que la entregase xd señor Gue-
iTft. Así lo he verificado sin que nadie más lo supiera.
Y salió. Á pocos momentos entró José Vicen \
Dolado, yerno y uno de los principales partidarios de
Belzu, y dijo á Agreda:
' — Cuidadoso por usted, traigo mi cama y vengo
acompañarle esta noche.
Durmió, con efecto, en el cuarto de banderas, al la-
do de Agreda, entre los centinelas.
Á la mañana se despidió dici&ndo que iba á ver si
lograba mejorar la condición del prisionero.
Á poco rato volvió asegurando que, mediante escri-
tura de fianza, había conseguido la traslación de Agre-
da á casa de Dorado, donde el primero seguiría custo-
diado por una guardia Agreda aceptó. Inmediatamente
fué trasladado á la casa y recibido allí con todo género
de atenciones por la familia.
£1 rigor de las revoluciones bolivianas está á me-
j66 Matanzas de Yáñez
nudo templado por escenas intermediarían de cortesía
intrigante y de generosidad caballeresca. Más de una
vez, en estas últimas, el "hoy por tí y por mí mañana"
asoma cautelosamente la cabeza entre los embates de
las pasiones enconadas. Pero no es menos cierto que
la mujer tercia siempre con el desprendimiento de una
efusiva bondad. Casos se citan de heroica abnegación
femenina al servicio del adversario.
La esposa de Dorado era, por otra parte, una nobi-
lísima matrona, acaso la más distinguida de su tiempo.
Era la poetisa y literata Mercedes Belzu de Dorado,
hija legítima de la escritora Juana Manuela Gorríti.
Como es de regla, el motín proclamatorio necesita-
ba decorarse con la respectiva acta de pronunciamien-
to. Algunos quisieron esa noche aplazar para después
del combate el cumplimiento de esta formalidad. Te-
mían que fuese demasiado omisa ü hostil la actitud
del vecindario. Prevalecía, no obstante, la opinión de
los que pensaban, que no les faltaría vecindario que
poder presentar, ante los demás pueblos, como clamo-
reador de Belzu y fírmante del acta.
El 8 es convocado el vecindario al gran salón de
tales pronunciamientos. No concurrió ni con mucho la
mayoría, ni aun la mitad, ni tan siquiera un octavo del
vecindario; pero hubo concurrentes de calidad según-
dona y tercerona en el número bastante para salir del
paso, más ó menos como tantos otros acertaron antes
á salir.
Cuando llegó la hora de las responsabilidades, el
gobierno dijo hábilmente que suspendía todo proce-
¡•El Liberal'i
3(>7
ú conlra los simples ñrmantes, en
alescencia inconsciente respecto de
iignilicancia social respecto de otros,
ario pudo entonces sin riesgo salir de
£jar un desistimiento, 6 á hacer en
iencia con su negativa. Dicho sea en
\ parte prefirió hacer esto más tarde,
jelcistas camino de Potosí,
imicio donde compareció el belcista
ín queda dicho en las páginas 287
1 constitución para reprobar aquel
convencer á sus correligionarios que,
:s, obtendrían el triunfo de su causa
"•■•'■'^
I transacciones con el partido domi-
lar medros personales? Jamás!ri Le
chinas de general reprobación. Y co-
lese ya por otra parte muy explicable,
ifael Bustillo en el comicio, quien ha-
ita la personalidad más conspicua del
y acaso en la república, los cargos y
' los denuestos de pasados y traidores
los cuchicheos y murmullos, consí-
1 nota discordante de Félix Acuña.
scistón en el bando belcista. Desde
edó diseñada con más firmeza la fu-
e claramente hubo de señalarse más
odujo escándalos de prensa muy te-
les belcistas! — decía pocos días des-
$68 Matanzas de Yáñez
{Miés El Liberal; — documento "que es un insuHo de
la verdad, del buen sentido, de ^ste pueblo y de la re-
piiblica.'i
Se extendió con efecto y se firmó el acia de (iso,
desconocedora de la autoridad del gobierno establecido
y que concedía facultades .omnímodas al ciudiUo pro
clamado, etc. Del comicio salieron nombrados Maria-
no Torrelio por jefe de las tropas revolucionarias, Jo^
Vicente Dorado por prefecto y José María Aguilar
por comandante de armas. Era éste un reputitdo jefe
de caballería, hidalgo, de cara blanca, caldo lastimosa-
mente en extravío.
Esa noche fueron arrestados los tenientes coroneles
Gabino Pizarroso y Federico Tardío; los doctoras
Omiste, Mercado y Oropeza, con más Juan José Cho-
pitea.
' El coronel Aguilar, confiriéndose á sí propio el gra-
do de general, dirigió á los pueblos la proclama de uso
y costumbre. Decía entre otras cosas:
itMuchos caudillos de segundo orden, dividiéndola
nación en distintas facciones, á cual más encarnizadas
unas ^contra otras, prometían un porvenir talvez mis
luctuoso que la pasada dictadura. Sólo un hombre
puede dominar la situación del país, y este es el ilus-
tre capitán general Manuel Isidoro Belzu.n
El 9 y lo, al mando de ciertos comisarios, fueron
destacadas en diferentes barrios partidas para erigir
cantidadas de dinero á sujetos determinados y para
sacar caballos de las casas particulares. Como no ha-
bía en el pueblo entonces coches de ninguna suerte de
<'El liberal-i jóff
servicio, el único vehículo eran las muías y los caba-
llos. Hasta en nuestros dfas no hay casa mediana-
mente acomodada que no tenga por eso pesebre con
muías y caballos de silla.
No habiendo sido encontrado en casa Manuel Sán-
chez de yelasco, magistrado de la suprema corte, la
anciana su esposa fué llevada a! cuartel de policía.
Hubo de entregar dos mil pesos á trueque de ser puesta
en libertad.
Agrega El Liberal, que de análoga manera lograron
juntar hasta diez mil pesos los amotinados. El hecho
me parece inexacto.
Es cuenta aparte lo qu^ hubiesen apañado del teso-
ro departamental, que t^ulzá no sería mucho más de
dicha suma.
Mariano Aguilar, una de los que figuraron en esta
rebelión, escribía á un coronel su amigo, residente en
Padilla, empeñándole "á coadyuvar allá al pronuncia-
miento de la capital. Decíale entre otras cosas:
•iLa América horripilada recuerda los asesinatos de
I-a Paz, y es precisó acabar con los setembristas, sin
que quede uno solo pn Bolivia. Ha llegado la hora de
nuestra venganza, y es preciso no pensar ya más que
en exterminarlos. '
"El nombre de Jíehu será nuestro grito,' y se acaba-
rán ya los sufrimientos de nuestros ariiigos. Haga us-
ted entender á los cholos que los haremos ricos, y que
se alisten para formar una columna, que será bien gra-
tificada; pues tendremos plata de grado ó por fuerza.''
Agreda no quedó más de doce horas tranquilo er.
v» —i f
•^
j^o Háatanzas de Ydñez
casa de Dorado. No sin sorpresa á las 7 de esa misma
noche fué conducido al cuartel entre dos nías de gen-
darmes. Allí se le señaló un calabozo 6 cuarto interior
para alojamiento con centinela. Al día siguiente Dora-
do lo condujo á una habitación que le tenía preparada
en el cuartel de policía.
Engrosada con presidarios, cholos díscolos y hara-
ganes de levita raída, la columna facciosa marchó el 1 1
con dirección á Potosí. Agreda estaba con el caballo
ensillado para seguir junto con ella, cual se le tenía
prevenido un día antes. En el momento de la partida
se presentó Aóis y le dijo que quedaba en libertad.
Dos horas después se restablecía el orden legal en
la ciudad. Agreda partió seguidamente á incorporarse
en las filas que debían sostener al gobierno en Potosí.
••Voy á buscar, — dijo en la proclama de estilo,— voy
á buscar la victoria ó la muerte, n
Pero no encontró ni muerte ni victoria.
Esa tarde y esa noche la reprphación del atentado,
por todas las clases de la sociedad, fué tanta y tan
vehemente en los estrados y corrillos de la capital, que,
aun amortiguando, para obsequio de la historia, la vi-
veza de la pintura hecha por varios periódicos, siempre
se pudiera hoy día calificar de anatema esa reproba-
ción enérgica y unánime. Hasta belcistas improbaron
el motín belcista. — ^n Belcistas caseros contra belcistas
del monte, M decía un papel coetáneo al notar las con-
quistas que, en este campo, venía haciendo el presi-
dente Achá más bien que el régimen legal.
VA jefe político sustituto Gregorio Aníbarro, perse-
\^El Liberaba ' j//
guido y viejo detestador de Belzu, enfrascó sus bríos
todos en este levantamiento del espíritu publico contra
sus antiguos adversarios. Quisiera que se convirtiese
en un formidable concurso de voluntades, que robus-
teciendo la. autoridad del gobierno, aplástase para
siempre de miierte moral á los belcistas.
Como no había horas que perder á fín de benefíciar
al intento el calor de los ánimos, en la mañana siguien-
te 12 convocó á comicio á todo el pueblo para protes-
tar contra el atentado escandaloso.
Aníbarro era lo que puede decirse la crema genuina
de un neto chuquisaqueño á las derechas. Mostró, no
obstante, en la ocasión más presteza que conocimiento
de la tierra nativa. £1 gran salón de los pronuncia»
mientos y de las protestas contra los pronunciamientos
se abrió; mas, para alzar la voz ^n público contra lo
que se estaba reprobando con calor en privado, la
asistencia fué lastimosamente escasa.
Gentes había, que por su calidad y condición ajena
de los empleos, estaban llamadas á prestar su más fír-:
me apoyo moral al orden. Todos ellos quisieran no
ver sustituido el orden actual por el mando belcista.
Pero en hora oportuna no habían salido á ahogar con
la persuasión el pronunciamiento, cuánto n^énos ha-
bían de salir á reprobarlo ahora qne el motín estaba
ea campaña abierta contra la constitución y las leyes.
Bien 'merecían que otro motín tras otro motín vinieran,
á pisotearles el rostro y el vientre.
Lá reunión se formó de empleados en consorcio de
ünds dos centenares de particulares, i-aplana mayor
■n
jy2 Matanzas de Yáñez
de esta guardia de honor de la ley pacífica, se compu-
so de unos quince principales de la ciudad, no extraños
á la política militante ni satios enteramente dé renco-
res. Las filas de la protesta se compusieron de estu-
diantes universitarios, de buenas gentes segufidonas y
de artesanos acomodaticios.
La ciudad albergaba un promedio de tres mil varo-
nes en estado de alzar la voz como ciudadatios activos
y pasivos, tres mil patriotas capaces de sacar inmensas
ventajas para su país, con solo hacer acto de presencia
colectiva en ocasión tan oportuna.
Els lícito creer que si los belcistas no hubieran e^^po^
liado los dos mil pesos y no hubieran robado muías y
caballos y sillas de montar, no hubiera existido tampo-
co ni ésta correteada y trabajosa protesta escrita.
Quedóse Aníbarro echando bandos para que las
genteis no anden formando grupos, no se reúnan en
ningún paraje más de ocho individuos, se cierren de
día y de noche fondas y cafés, vengan por la noche
al palacio los comerciantes á organizarse y salir en
patrullas, y haciendo á todos saber que él sabrá de-
fender el orden legal con la fuerza armada de que dis-
pone.
Medid^ precaucional de los revolucionarios fué po-
ner desde el mismo día 7 en incomunicación Sucre
con Potosí. Avanzadas destacadas en los caminos de
acceso, estorbaban que ningún aviso partiera de la ca-
pital á las autoridades potosinas. Éstas, en tal conflic-
to, mandaron una partida exploradora compuesta de
oficiales de la plaza y de algunos jóvenes voluntarios,
>
j
•«s;*;
llenos de ardor y entusiasmo por cooperar á la des-
truccción del motín de Sucre.
Esta partida capturó en Quivincha al cabecilla co-
ronel José Martínez, alias el Colachueca^ belcísta de
mala calidad y de peores antecedentes. También fue-
ron aprehendidos con él tres más que le acompañaban
en esos campos. Todos fueron á parar á la Moneda
para mayor seguridad de sus personas. Este hecho in-
signiñcante no fué sin consecuencias en Potosí.
¿Qué hacía entretanto el gobierno? El gobierno boli-
viano está siempre en vela por su. existencia. Seguía
ahora con ojo atento la contienda de odios belcistas y
setembristas; seguíala inquieto Achá, dispuesto á soltar,
en defensa de su autoridad y de su subsistencia efi el
mando, aquí la jauría belcista contra el motín setem-
brista, allá «viceversa la jauría setembrista contra el
motín belcista. Pero su mayor empeño era en obtener
la lealtad del ejército, y en beneficiar el apoyo moral
que le prestaba la débil autoridad de la constitución.
Aplicando hoy el oído á los rugidos de la prensa de
entonces, puede uno calcular la intensidad con que
vibraba y era sacudida por sus resortes el alma huma-
na, sacudida para todo linaje de emociones, hasta las
más contrapuestas y tremendas.
«Estamos ya en el segundo día de carnavales, de
estas locas y divertidas fiestas. Suspendemos nuestros
trabajos para dar expansión á los sentimientos del co-
razón y á los anhelos del alma. Humor, buen humor,
bellas y encantadoras hijas de Sucre. Animación y
entusiasmo, ardorosos é inteligentes hijos de la capital. ir
> H
■ I
* f
2J4 Matanzas de Ydñez
Así decía £l Liberal, abriendo á los placeres el
raudal de la vena epicúrea, la antevíspera del 7 de
marzo en Sucre. ¡Del 7 de marzo que, enseñoreado
del país, hubiera sido un abismo de males para el ban-
do á que pertenecía aquel periódico!
Para el gobierno no había néctar ni -beleño capaz de
prestar á sus vigilias mortales la paz siquiera de una
sola siesta.
La máquina motriz de una general revolución bel-
cista de toda la república estaba situada debajo de
sus pies, en La Paz misma, que no hubiera podido el
gobierno dejar un momento para salir á campaña, sin
que luego al punto hubiese dado trecho á un estallido
subterráneo, ó á una defección de los pretorianos guar-
dadores de la plaza. Como queda dicho en el capítu-
lo VII, página 193, hubo entonces de desprender una
división pacificadora del Sur al mando del general
Gregorio Pérez.
ti Allá les envía A cha una oruga que ustedes en el
Sur van á transformar en una brillante mariposa que
le libe el panal á Achá,ii dijo con tal motivo cierta
carta inserta en un periódico.
El tiempo se encargó de confirmar la profecía so-
bre esta mariposa, que no pasó de mariposa. £1 panal
fué de sangre. Dura cosa: no era dable pisar la cerviz
á un caudillo por medio de un teniente, sino á costa
de ver á este delegado convertido en otro nuevo cau-
dillo más enhiesto y soberbio que el primero.
Nt) podía el gobierno tener temores del lado de
Cochabamba. Allá en el valle estaba acantonado el
Liberal"! ^75-
i noticias más seguras eran
claraban en mayoría contra el
biertamente las exacciones y
en Sucre. Improvisóse en la
3 de unas 500 plazas al man-
1, y se promovía en el valle de
un escuadrón mdvil con cua-
irido regimiento. Por el lado
ieron trabajos para movilizar
estorbar en Quiroga cuánto
á Santa Cruz.
:iijn trasladaba sus reales al
podía ser considerado en el
)so de recursos.
evolucionaría, no sin cometer
ines de uso en tales casos, se
zo á Potosí, ya Agreda estaba
á ¡as once de la mañana,
ontrá al jefe político y inilitar
cíales de la guarnición. Fué
iciones debidas á un fiel com-
ozmente acudía á compartir
ciudad. Sus primeras interro-
naturalmente á saber el nii.
;rza armada con que Potosí
(a allí motivo para desesperar
constaba de unas doscientas
ida y reglada. Unos ochenta
jyó Matanzas de Ydnez
voluntarios, todos ellos empleados y trabajadores de la
casa de Moneda, guarnecían con buenos rifles este
«norme y sólido edificio de la época colonial. Un me-
dio centenar de jóvenes resueltos, todos ellos comer-
ciantes y dependientes del gremio de minería, formaba
una partida montada y armada de rifles á las órdenes
de Narciso de La Riva, un propietario particular.
Estas tres fuerzas estaban animadas de un excelente
espíritu marcial en favor del orden. Los ánimos se
mostraban decididos á defender la constitución y á
sus autoridades con valor y con honor juntíuxiente.
Agreda revistó las armas y municiones, exhortó á la
tropa y fué acogido con protestas ardorosas y aclama-
ciones.
Tanto la guarnición de la Moneda como los volun-
tarios de La Riva, miraban la empresa desde un punto
to de vista menos legitimista y más particular. Los bel-
cistas venían presididos de una triste fama. Sus exac-
ciones y extorsiones, requeridas todas ellas por la
necesidad extrema de sostenerse y moverse, provoca-
ban, en las gentes que vivían pacíficamente de su tra-
bajo al amparo del orden legal, sentimientos repulsivos
semejantes á los que inspiran los bandoleros y saltea-
dores de caminos. La rebelión belcista supo rodearse
de esta atmósfera desde el primero hasta el ultimo mo-
mento de su existencia.
Su caso fué tan ejemplar, que desde entonces el
motín pretoriano procuró siempre tener dinero fiscal
en caja para las primeras gratificaciones del cuerpo
traidor, y contar de seguro con cantidades ciertas en
n El Lióeral II J77
)lico, ó con los fondos de alguna obra pía
wcia ya vista de antenianu. Las épocas en
1 en las tesorerías departamentales la con-
ligenal, han sido por eso de muchos temo-
rden público.
lido muy fea suerte, dispersándose á me-
sin figurar en ningiia combate, una fuerza
en Sucre de la misma manera que estos
ie Potosf. Bien es cierto que los de la ca-
ites que laboriosos particulares, setembrís-
ros y detestadores del belcismo, con mucha
ante y ningunas obras positivas.
}mo jefe de mayor graduación, asumió el
lerior de las fuerzas de Potosí,
lera de toda duda, que desde la llegada de
>tan en el ánimo del coronel Ortiz singu-
ías.
Q día 13, al retirarse ambos de uno de los
ares, el coronel dijo al general:
ba y estoy dispuesto á salir hasta Samasa,
allí á esos bandoleros.
igo, — Agreda contestó,^ — no; eso sería fa-
tropa en vano. Aguardemos á que vengan,
que ü otro punto de las goteras podremos
1 mayores ventajas.
ituralmente indicado para un aposesiona-
:uno era el de ¡as alturas de la Cantería.
irdÓ sobre esta operación ese día. No se
ra en practicar un reconocimiento,
a mañana salia de la jefatura á caballo Aní-
37^ Matanzas de Yáñez
ceto Arce, un industrial interesado por el orden públi-
co. Elncontróse con Agreda y le dijo:
— Me dio cita para hoy á esta hora el coronel Ortiz,
~á fín de salir á examinar los campos de San Roque y
de la Cantería, y ahora me dice que está ocupado. Más
tarde volveré.
— Bueno, amigo» — contestó Agreda; — iremos juntos.
Ni Agreda ni Ortiz fueron jamás. El primero hubo
de atenerse en todo á los informes que poco más tarde
le trasmitió Arce sobre aquellas localidades.
- El coronel Francisco Yáñez estaba en el Baño en
observación. Acompañábale una partida de jóvenes
allegadizos, deseosos de prestar sus servicios á la causa
de las leyes junto con los detensores de la plaza. Tan
luego como el coronel divisó á los rebeldes, retrocedió
dos leguas hacia la ciudad y trasmitió, como es de
creerse, el pronto aviso á la plaza. A medida que hubo
de ir retrocediendo ante el avance de los enemigos,
fué despachando emisarios de alerta á las autoridades.
Por ultimo llegó él mismo á las goteras de la ciudad
con los rebeldes á la vista, sin que el campo estuviese
todavía ocupado por las armas constitucionalistas.
¿Habían resuelto estos soldados no salir? No, sin duda
ninguna; porque, andando un poco más, pudo él adver-
tir que llegaban éstos al arrabal de San Roque con la
pretensión de ocupar á tiempo las alturas.
El tiempo había trascurrido, dentro de la ciudad,
sirl que se supiese si los defensores de la plaza salían
al campo ó se quedaban á combatir en las calles ó en
sus cuarteles. Agreda estaba en su habitación cuando
.iberal'i 379
le dijo: — "Señor general, ya
rpresa. Agreda ha sostenido
;ia de 1o^ partes trasmitidos
:sta llegada debieron de ha-
el Oniz. En oficio del día
ués la prensa, decía á horas
la Guerra:
aria debe dormir esta noche
mañana á esta hora tendré
car á V. G. el triunfo de
cciosos.i'
;r¡do que el estado de ánimo
)¡amente el de un vencido.
arcial ardimiento contra los
es digno de notarse que no
¡os de eso: se desmontó del
go para quedar de igual con-
ereno las órdenes de mando,
>¡o en lo más reñido del en-
tar, que antes de salir Ortiz
e los aguardemos aquí no
estaba usted dispuesto á sa-
í Agreda,
« Ortiz. — Ya está ensillado
;ral.
: las tres de la tarde, 200 in-
jSq Matuuzas de Ydñez
fantes de la columna municipal, y unos cincuenta
rifleros montados. Tenían que combatir contra 450
insurgentes, de los cuales tan solo 60 eran vetera-
nos. Cerca de 300 hombres de combate, reclutados de
improviso para la rebelión en siete días. Era mucho
para Can mala causa en distritos tan hostiles al bel-
cismo.
Gran consternación reinó desde este momento en
la chindad. Oyóse muy luego un nutridísimo fuego de
fusilería hacia el lado de la Cantería por el espacio de
media hora. Momentos después anuía por las calles la
gente vencedora. Algunas personas piadosas traían en
una camilla el cadáver ensangrentado y desnudo del
coronel Ortiz.
Démosle la palabra á Agreda respecto de loque
había ocurrido. Es fuente autorizada. De este relato
aparece la imprevisión y el desconcierto de que dieron
pruebas lastimosas los jefes militares de la plaza, y el
mismo Agreda antes que todos.
"Al llegar á las puertas de la Alameda encuentro al
coronel Yáñez con su partida; le pregunto por el ca-
mino que traían los enemigos, siempre en la inteligen-
cia de que se hallaban distantes. Me dice: — »*El ca-
mino de la Cantería; ya están cerca. «< Mando que tome
la vanguardia y redoble el paso.
t^Llego al arco. Descubro q\ie los enemigos subían
por la falda, espaldas del Condorcunca. Cambio de
direccícki por la derecha y salgo al campo por un es-
trecho paso. Formo en columnas por mitades y avan-
EO al trote con intención de ocupar aquella altura.
r
ti^/ LiberOihx 381
Cuando llegué á la base lod enemigos, dómindndo ya
la cúspide, rompen un fuego activa
»< Al instante mando al teniente coronel Davalo^ con
dos mitades á que se posesione de aquel punto intere*
sante. S%oIe, animaiido las miUides, qué trepan la
cima con la bravura del soldado boliviano. Cuando los
enemigos daban ya la espalda, sentí los fue^ del
resto de nuestra columna, que, sin motivo en mi con-
cepto, los dirigían sin orden ni método. Bajo presuroso.
Ni la voz de sus jefes ni el toque de cometa pudo ya
contenerlos.
• ««Unos cuantos soldados, de los quel el señor Ortiz
enganchó en aquellos días, y que estaban ya én media
falda, habían vuelto la cara y disparado sobre sus com-
pañeros. Esta fué la causa de los fuegos desordenados,
del pánico que se trasmitió en toda nuestra lín^a y de
la derrota que sufrimos en consecuencia.
"Al misdio de ella, envuelto entre los fugitivos, es-
cuché una voz que decía: — »»Dávalos, ya no puedo
más; favorézcame usted. »• Vuelvo la vista y veo que el
generoso y valiente teniente coronel Dávaloá, én mo-
mentos tan difíciles y apremiantes, se baja del caballo
y se lo da á Ortíz. Ya no le vi más. \
"En Caisa supimos, por un sargento, que habí£^ si<}o
víctima de la traición y de la infamia de un soldado
suyo. ¡Desgraciado coronel! Habría dado la mitad de
mi sangre por volverle á la vida.»»
La verdad es que la columna municipal de Potosí
^ no merecía toda confianza. Oficiales y clases suyos
3^^
Matanzas de Yáñez
había que estaban á la sa^^n pr<5fugo$ ó procesados por
delito de seducción.
El vecindario y la masa popular de Potosí acogieron
á puerta cerrada á los rebeldes triunfadores. Dice una
carta de Potosí impresa en El Constitndicfnal, de
La Paz:
= «I Los propietarios, empleados y artesanos huyeron y>
se encerraron en sus casas. En la plaza paseaban sólo
Frontaura como prefecto del departamento, el argen-
tino Zamudio como administrador de correos, Torrelio
y Árien de plumas blancas (causas únicas de este ban-
dalaje), y varios otros de plumas negras é insignias de
coroneles. El palacio era un laberinto...»
No era completo el triunfo todavía. Lo atduo y lo
más interesante de la empresa quedaba por acometer.
En el centro de la ciudad de Potosí, y ocupando
unas dos manzanas de su planta, álzase el célebre
edificio de la casa de Moneda, gigantesco y macizo
monumento de granito, que desde los días de la coló-,
nia esconde en el dédalo de sus patios, oficinas, pasi-
llos, talleres y recámaras, un mundo de secretos dra-
máticos y de leyendas populares. Allí estaba el director
encerrado con sus ochenta voluntarios, dispuesto á
soportar un sitio de pocos días, mientras venían en su
auxilio del Norte tropas regladas del gobierno.
Corríase que dentro del edificio había inmensos
tesoros y considerables pertrechos y armamento.
Los belcistas venían precedidos de la triste fama que
sabemos, fama de expoliadores y exactores. Por eso, en
aposentándose dentro de la ciudad, desplegaron con
on los vencidos y r
iesvios y repulsas qi
lanifestarles.
y su codicia en otra
epasaban por delar
y no veían cómo
- pTontamente aquel
ia, la noche y h m
^nes elementales ei
en la Moneda. O f
jedar allí. Un emi
arnición cívica. No i
s, ni los sujetos sos|
)s abiertamente coni
Allí quedaron algún
os José Martínez,
)s, de valor equívoca
iero dejar la palabn
me sobre estos sucí
ñor. Apenas pudier<
sve horas. En este
or de la Moneda i
tas intrigas de tos et
lente desalentaban
un el orden, sino qi
a Martínez, que se h
un calabozo. Del I
'^^
jS^. . Matanzas fU Yáñez
modo pusieron en libertad á los demás presos que
eran custodiados en ]a casa de igual manera.
«Desventurados los jefes de la casa, si hulnesen re-
tardado la capitulación por media hora más. La muer-
te les aguardaba seguramente en premio de su lealtad
y servicios.
••Habiendo caído desgraciadamente la Moneda en
manos de los enemigos, puesto en libertad Maitinez
y los demás presos, y en poder de éstos todos los em*
pleados de aquélla, se dio principio, sei>or, á la exac-
ción de los caudales públicos.
••Extrajeron 55,406 pesos 5 y medio reales de los
fondos de la Moneda y banco de rescates; 20,000 pe-
sos de la propiedad del azoguero Matías Arteche, que
se hallaban en poder del tesorero don Mariano Sa-
las; 1,000 pesos depositados secretamente por el con-
tador de monedas en poder de don Manuel Anselmo
Tapia, pertenecientes á los pensionados. La denuncia
de este depósito se hizo por otro empleado bekísta.
No contentos con tanto caudal que se distribuyeron
libremente como botín de guerra, impusieron además
un empréstito á los señores comerciantes, mineros y ca-
sas de la ciudad. Eln seguida arrebataron con violencia
del interior de las casas, de los ingenios y de todas las
haciendas del cercado, cuantos caballos y muías encon-
traron; de tal modo que cada uno de los jefes y oficia-
les han conducido dos ó tres animales para su re-
monta, d
Uno no sabe qué creer. El ministro de Hacienda,
en su memoria de 1862, declara que las rapiñas fisca-
r
"^/ Liberalw gS^
les de. tos reyolucionarios de mar^o y los" gíistos exce-
dentes á que. dieron lugar, forman un total de 103,000
^ tná$ pe$os. El ministro de <jobiemo, en su ntemoría
de jese año, dijo que ocasionaron al tesoro publicó una
pérdida de 150,000 pesos, sin decir si contando $(un^
bien los gastos represivos, y sin especificar si la pérdi-
da es en Potosí solamente, bien que dándolo ^ á en-
tender. '
Los zurrones de plata amonedada tiesaparecieron.
^ómo no había de. ensanchárseles el corazón á .áque?
líos hombres? .
Rebosando entusiasmo y patriotismo, el corojiel Ma-
riano Torrelio, de raza indigeha, titulándose general y
yéi^ superior militar del. Sur, dirigió el 16 á la fuerza
rebfelde, que él apellidaba ejército libertador,. wna pror
clama gfíindiJocuente que concluía a$í;
«'Compañeros de armas: El caminó que eondute iai
templo de la gloria. está cubierto de espinas y /precipi-
cios. Vosotros, que lleváis el estandarte de la confraf-
ternidad, superaréis todas las dificultades, para que, eo
el suelo de la querida hija de Bolívar, imperen los prip-
cipios republicanos que hemos proclatóado. Juntos nos
sentaremos en el festín de la libertad, m
Quince días permanecieron en Potosí los revolucio-
narios proveyéndose de cuanto pod/an apetecer parg
• uiia larga campaña. Destruyeron el armamento qufi no
pod/an llevar. Tenían dinero, pero nada obtenían por
compra. Despojaron de sus muías, caballos, monturas y
correaje á todos los ingenios de laboreo y beneficio de
las inicias, Reclutaron gjente en estos establecimientos
25
■» I.
"^
j86 Matanzas de Yáñez
entre los trabajadores. En una palabra, dejaron des-
montadas las faenas mineras, con daño enorme de una
industria que es procomunal por sus beneficios, como
que éstos se distribuyen en aquella ribera entre los ri-
cos, los pobres y el fisco.
El despojo de los ingenios y el enrolamiento de sus
trabajadores, eran dos actos que por sí solos bastaban
para acarrearle^ el odio del vecindario entero. Es tam-
bién lo más censurable que cometieron, y aquello con
que hubieron de soltar la máscara de afectada mode-
ración, exhibida la tarde de su victoria.
Hízose el vacío en torno de los libertadores. Egoís-
mo no fué ni indiferencia lo que el pueblo de Potosí
acertó á desplegar estos días á la faz de la soldadesca
opresora. La ciudad volvió con desprecio las espaldas
á los exactores públicos. Las casas se cerraron, ningún
ciudadano transitaba por las calles, la población pre-
sentaba el aspecto de un cementerio. Ante esta actitud
tan imponente y tan hostil, tuvieron los revolucionarios
belcistas que quedarse aislados en el palacio y los cuar-
teles.
Por eso un documento autorizado ha podido muy
bien afirmar, que el vecindario de Potosí no tenía para
•qué protestar por escrito á la faz de la república contra
aquellos opresores.
'«Si la ilustrada Sucre, — dice, — ha protestado solem.
nemente contra la facción de filibusteros y rotos, que
de su seno se ha levantado furiosa, el pueblo de Poto-
sí y muy señaladamente todos los setenibristas, es de-
cir la mayoría de este vecindario, ha sabido maldecirla
1 1 Et Liberal \ \ , j<?7
con arrogancia y valor bajo la presión de ochocientas
bayonetas.»?
Los jefes belcistas hubieran querido lucir en saraos,
misas de gracia, retretas, etc., los penachos y entorcha-
dos que les decretara Belzu desde Tacna. Nada de
esto fué posible. El pueblo desplegó en cambio un
espectáculo muy significativo. Honráronse con pompa
extraordinaria los restos del coronel Ortiz. Todo el
mundo asistió á esta ceremonia con recogimiento. Dis-
cursos patéticos, llenos de civismo, fueron pronuncia-
dos en las calles por donde pasaba el fúnebre convoy.
Después de esta manifestación se comprende muy
bien que los belcistas no se atrevieran á convocar el
vecindario para un pronunciamiento, de donde saliera
á brillar la consabida acta reasumidora de la soberanía,
cuajada de firmas proclamatorias del caudillo redentor.
La prensa y algunos documentos oficiales pintan
vejámenes y atropellos cometidos esos días contra las
personas. Posible es que hayan ocurrido algunos casos
sueltos y por motivos especiales; pero es fuera de toda
duda que esos negros colores tienen su origen en el
enojo causado por las exacciones públicas y privadas
arriba dichas.
No había completamente vuelto espaldas la legión
de rebeldes belcistas, cuando se hizo cargo acciden-
talmente de la jefatura política un vecino principal de
Potosí, José G. de Quesada. En su informe es él quien
ha podido decir, bajo el imperio de una viva impre-
sión y después de lo arriba transcrito, esto que sigue:
•'Aquí, con la mano en el corazón y la vista fija en
3S8
Maianzas de Yánez
el deber, y como industrial, separado de la vida pú-
blica^ sin aspiraciones á ella, y con la independencia
necesaria para ' no engañar al gobierno, debo franca-
mente hacerle saber: que el partido setembrísta, com-
puesto de individuos de todas clases y condiciones de
este ilustre vecindario, ha sabido desplegar contra el
bandalaje armado, de Sucre, un patriotismo y una ac-
tividad tal, que sin hipérbole puedo decir que sólo son
propios de los tiempos heroicos de Roma. Y si tanto
valor y entusiasmo han escollado en la Cantería de esln
ciudad, sólo ha sido debido á los estúpidos y cajH'icbo-
sos empeños de alguien, que quería sojuzgar al malo-
grado coronel Ortiz.ii
Esta ultima estocada á fondo hizo saltar á Sebastián
Agreda. Saltó á la prensa con su folleto 374 de mi
.catálogo impreso. Propúsose explicar su conducta mili-
tar en Sucre y Potosí, durante los días que corren
desde el 7 hasta el 14 de marzo.
En otros de sus escritos Agreda nos ha dejado tristes
muestras de la procaqidad altoperuana en sus arran-
ques más descompuestos. Su estilo es aquí muy mo-
derado, particularmente con Quesada.
No tenía el gobierno por qué dudar aquella vez de
la lealtad de Agreda. Eso sí, pruebas no tuvo ni de su
actividad ni de su pericia.
Es común la creencia que después del desastre de
la Cantería se encerró Agreda en la Moneda.
Salió fugitivo del campo el 14, acompañado de Vá-
ñez, Dávalos, dos ofípiales más y unos trece jóvenes
riñeros voluntarios de Potosí. En Caisa quedó Yáñez
«El Liberal^ s8g
con los rifleros á hacer la guerra en los alrededores.
Por ahí cerca andaban también otros rifleros volunta-
rios montados. Estaban capitaneados por Mariano Ba-
rrenechea, coronel en retiro y propietario irK3ustrial
como Yáñez. Debían en combinación operar en Por-
co, provincia donde pudiera decirse está enclavada la
ciudad de Potosí,
Váñez maniobró con presteza y acierto. El ii destro-
zó completamente en La Lava un destacamento de re-
beldes, que pretendía llegar hasta Puna, capital de la
provincia, con la mira de levantar por Belzu esas po-
blaciones.
Agreda y Dávalos pasaron á la capital de la provin-
cia de Chichas, á prevenir cualquier movimiento sedi-
cioso por esta parte, que es abundosa de gentes ague-
rridas y de abastecimientos El jefe político Ventura
Machicado ya tenía en Cotagaita bien armados y equr-
pados go infantes y 30 caballos, que en plazo de veinti-
cuatro horas pudieron partir con'Ágrega á Vitiche. De-
bían allí juntarse con unos 60 caballos de lanza que
lior su lado debía mandarle el jefe político de Cinti,
no sin reservarse á más de eso unos 30 infantes para
guarnición de Camargo. Hubo aquí un movimiento
sedicioso con pronta reacción y algunas desgracias.
Plan era de Agreda hallarse el 28 de marzo en- las
inmediaciones de Vjiiche, á la cabeza de unos 350
hombres. Creyólo por un momento realizable. El jefe
político de Tarija ofreció despacharle el za unoS 200
veteranos bien armados. Pero ni los de Cinti ni los de
Tarija llegaron nunca, y Agreda entonces se presentó
jp¿7 Matanzas de Yáñez
solo en el Baño en el cuartel general de la división Pé-
rez, manifestando sus desebs de acompañar á éste en
la campaña. Pérez tuvo á bien contestarle: »»que la al-
ta clase militar del general Agreda no le daba ocasión
de satisfacer esos deseos, n
El general Pérez, que siguiendo de Oruro el camino
ordinario á Potosí, se había desviado desde las alturas
de Leñas hacia el oriente, con la mira de ganar á los
rebeldes el camino de Sucre, y evitarse á sí propio la
angostura de San Bartolomé, se encontraba á nueve
leguas de Potosí con su división de todas armas, en
actitud de querer cuando menos arrinconar en Chichas
la rebelión belcista. Advertidos de este bien pensado
movimiento, los rebeldes desocuparon con precipita-
ción Potosí en la madrugada del 29 de marzo, y logra-
ron ganar la delantera en el camino de Sucre á las ar-
mas constitucionales.
Ufanos llegaron á Sucre el i.® de abril. Decían á
cuantos se les acercaban: "Pérez ha contramarchado
de Leñas; sabe muy bien que los que aquí manejan
este negocio son gentes que lo entienden, n Á otros les
decían en la intimidad: "No sabemos por el momento
si emprender marcha á Oruro ó á Cochabamba. El
general Belzu debe de estar á estas horas en La Paz
con 500 rifleros, etc.n Y no faltaba cierta clase de mu-
jeres que corrieran estas especies con que consterna-
ban á la ciudad.
El Centinela del Orden^ gaceta potosina, de un solo
número quizá, se encargó de sacudir la lana, á estas
perniciosas entrometidas. Decía de las de Potosí,* que
nEl Liberal'^ jgi
ercenarias estuvieron encargadas de
unos pata el . valor y otros para el
z, caminó con celeridad por la ruta
El 3 de abril estuvo en son de ata-
e la capital. El 4, mediante tiroteoü
Uros dentro y fuera de la ciudad,
r efusión de sangre á los 1,500 re-
VIH y IX hemos podido figurarnos
'strategia desplegada en estos com-
civil boliviana. \ eso que allá se las
das por ambas partes. Una pasada i
,s constituyen algunas veces, en tale:
¡ento de mayor precisión y maestría
i con arte, que supongan el valor j
is disciplinadas, fiados á maniobran
;an de la rutina elemental, son im
s de raza indígena ó mestiza, mer
ilución permanente, que libran át
■ del combate al éxito de un primei
a de aquel militarismo tan famosc
í-ertido como destructor, rico de co
aspirantes, y á cuya entereza y pe
cho la república su honor y la inte
torio, para no deberles hoy día un;
ra mente honorable.
r de todas las páginas gárrulas y reso
ibieron entonces sobre la campai^i
•^•^
392
Matanzas de. Yáñez
meridional del general Pérez contra los rebekies bekis-
tas, formaría un volumen y este volumen representa al-
gunos kilogramos de peso y algunos centímetros de sü-
perficie cúbica. lAh! El ojo atento no ve allí escrito el
sano entusiasmo inspirado por el triunfo de la cons
titución y del gobierno legítimo. Ese volumen pretende
convertirse én un pedestal de granito, donde pronto se
vea entronizado á un nuevo caudillo de la rebelión
contra las instituciones.
Los periódicos de Sucre y Potosí y numerosas hojas
sueltas están llenos con los pormenores de aquella
campaña. Fué demás de eso decantada, más bien que
contada, por el jefe de estado mayor en el folleto 448
de mi catálogo impreso. De los documentos aparece
que la pericia del general en jefe escapó de una obvia
emboscada por la misericordia de Dios.
Un espíritu crítico advierte en las operaciones finales
de la hueste pacificadora flojedad. Agreda, no tanto
por cohformarse con el querer anticipado de su com-
pañero, como por desconfianza en la lealtad, valor y
disciplina de su viciada tropa, había preferido com-
batir á campo abierto en Potosí. Pérez en Sucre, con
gran confianza en los cuerpos reglados de su mando,
no quiso forzar la externa posición enemiga y aguardó
adentro á ser acometido. Se ocurre preguntar: ¿en cuál
caso estuvo más expuesta la ciudad al saco y las vio-
lencias?
Para resolver debe tomarse en cuenta respecto de
Pérez el resultado, que al acierto juntó lo humanitario.
Su actitud defensiva y contenida bastó á la dispersión
r
de tos contrarios, y el derramamiento de sangre fi>¿
]X)r eso relativamente escaso.
Las campanudas [iroclamas presidenciales de uso y
costumbre, al ejército por su lealtad incomparable y
á la nación por su amor al orden, rebosan de entusias-
mo y concluye una de ellas, á tontas y i locas, coA
este irónico despropósito:
'I Las naciones del nuevo mundo os observan, para
dirigir un justo reproche á las testas coronadas de Eu-
ropa, que creen incompatible el orden con las institu-
-ciones democráticas! I
El corazón de Achá labró de un golpe un áar«e
broche, con que quedó cerrado el proceso del calmen
belcista. Otra amnistía más, y van tres en favor de
otros tantos atentados contra el orden constítuctonat,
durante los nueve meses que apenas lleva éste de eiis-
tencia. Pero si quedaba restablecido en todas part« el
imperio de la suprema ley política, ¿cómo exigir que
la amnistía no exceptuara á los principales traidores
La prensa malcontenta de las pasiones sometidas, pero
no domadas, era eso lo que del presidente exigía con
ingratitud y desenfada Éste, no obstante, supo aquella
vez colocarse con entereza en la altura propia del
magistrado justo y magnánimo.
De tempestad de odios pudiera calificarse )a vio-
lencia de la prensa oficial y de )a prensa setembrista
contra el belcismo, vencido, pero siempre temible, pOr
ser pennanentes en la repdblica tas malas fuerzas so-
ciales con que pudiera de nuevo reorganizarse aqiNl
bando. No bastó que alzaran el grito de reprobación
jg4 Matanzas de Yáñez
los vecindarios de Cochabamba, La Paz, Oruro, etc.,
mediante protestas acordadas en comicios públicos.
Tronaron en la prensa los viejos rencores y recrudeció
el ímpetu de inflamadas pasiones.
La alternativa misma de temor y de esperanza, —
triunfo en Potosí y derrota en Sucre, — con que señaló
su rápida carrera el movimiento del 7 de marzo, remo-
vió hondamente los ánimos é hizo estallar con mayor
fiereza la conturbada ira. '
Para los que de lejos observamos las cosas es un
poco inoficioso saber cuál revolución boliviana es más
execrable. que cuál. Pero no debía de ser así para los
que eran actores en la mortal contienda, ni mucho
menos para los damnificados espectadores. Estaban
avezados todos á lo rudo, y podían más bien que na-
die sentir en el cuerpo las magulladuras de una rudeza
y de, otra rudeza.
Aquella manera atropelladora, rapaz é impúdica con
que se señalaron los marcistas, contribuyó no poco á
hacer odiosa inm^iatamente su memoria.
Luego también hasta la muerte misma de Ortiz,
culto y apuesto militar, de origen patricio en Sucre,
ciudad de jerarquías y linajes, respetados grandemen-
te por aquel entonces todavía, daba creces al enojo
contra los que habían quebrado para siempre esa visi-
ble espada, puesta con valor y lealtad al servicio de las
instituciones.
Todo esto daba materia, menos que por su monto
por su rápido recaudo, para que la prensa enconase
r
iiEl Liberal:! ^gs
con sus escritos la herida causada en la imaginación
de las gentes.
El Liberal estalló de los primeros en el sui de la
repiiblica, teatro de aquel atentado y sus desmanes,
Y ¿por qué nó habíamos nosotros ahora de tomar nota
ejemplar de estos y otros furores, ya apagados en su
sitio, para trasmitirlos más lejos, como los ecos comar-
canos trasmiten á otros ecos y á otros ecos los gritos
estentóreos?
"¡Ladrones!" — les gritó la gaceta sucrense cuando
todavía imperaban los amotinados y se preparaban á
regresar de Potosí á Sucre. Y se ve que al punto per-
dió ya del todo la decorosa compostura,- que no debe
jamás abandonar el mjnisterio de la prensa, siquiera sea
en la hora del combate ni aun al desplegar coraje inu-
sitado. "¡Ladrones!" — les gritó entonces; y, con más
título á disculpa que otros periódicos, tornó á gritarles
"¡Ladrones!" cuando los jefes del motín huían despa-
voridos al exterior.
i'La cuadrilla de ios Amaya de Mizque nada era en
comparación de esta otra cuadrilla. ¡Qué calamidad
para Solivia! Al solo nombre de Helzu se ha levanta-
do de los suelos la chusma famélica, corrompida, sin
más religión que el puñal, el saco, el robo y todo gé-
nero de iniquidades,..
"De la cárcel han salido los facinerosos más reinci-
dentes, y han sido colocadas de capitanes y oficiales
en la división belcera que los bandidos formaron aquí.
¡Testigo todo el pueblo si
3g6 Matanzas dé Yáñez
«'Los hombres más perdidos, de taberna y de puna)
en cinto, eran los otros ofíciales y jefes. El escuadrón
ioh! ««el escuadrón sagrado^ era compuesto de perdi-
dos y pervertidos, de los hombres más viciados de la
sociedad, de ebrios consuetudinarios."
Esta lava de volcán, sometida hoy al crisol del análi-
sis, da buena ley de verdad. Está averiguado que el mo^
tín dio suelta y empleó en sus ñlas á todos los presida-
rios de la cárcel de Sucre. El que se nombra escuadrón
sagrado se compuso de haraganes sin ofício y con levi-
ta raída; caterva de militares sin pensión que abunda
en las poblaciones de Solivia, frecuenta malos sitios,
sirve de larva en el fermento de las conspiraciones, y
sale en cardumen á la plaza pública los días de revuel-
ta, como sale voraz una peste de lagartos y caimanes á
las riberas del Marmoré después de una inundación.
. . CAPÍTULO XV
"EL CLUB"
leei-iees
pensauíieiUo de una asociación particulu apaciguado
si. — Propósilos de apoyar i la autoridad, de acón
trseila al bueo légimea. — Se ha de e¡ercitar part
Uva y ddibeíativaniente el derecho de petición. —
el Club ConstLlucional con estas miras. — Su ói|
prensa. — Doctrinas contradictorias í átealUablís.
cho de petición ante la municipalidad, — Estallido d
dia, — Se disuelve el Club.
Un grupo de jóvenes patriotas y muy int*
vecinos de Potosí, vivamente impresionjulc
terribles acontecimientos que desde 23 de (
venían sticediendg en la repiiblica, y qu^ co
de sangre, odios y escándalos, venfan mar<
pasos incipientes de la recién promulgada cot
convinieron en fundar un club político de fn
ñca, completamente ajeno del espíritu de <
cefiido en todo á la ley.
jpS Matanzas de Ydñez
Dar allí ejeiiipio y norma de vene
fundamental, ser respetuosos con la
aconsejarla y ya en disuadirla al res|
actos 6 medidas, no reconocer bandc
guno de los asociados, profesarse en (
tolerancia, etc., etc.; todo con la mi
acudir juntos, caso necesario, en auxi
bienestar social y de las garantías indi
¿De qué manera? Mediante el ejerc
tades constitucionales de reunión y d(
gadas al ciudadano, y que el club se pi
como actos preparatorios, para enseg
dura y colectivamente el derecho de ]
poderes públicos 6 las autoridades toe
El club había de reunirse para et
por convocatoria pública, previo aviso
seguridad; tendría su mesa directiva, s
y un órgano en la prensa; no formu
ción sobre intereses generales ó lo<
acuerdo de la mayoría y siempre por
junta delegada, etc. etc.
Ver establecidas entre ia corporaci
y la autoridad una franca y liberal'
érala meta á que aspiraban los promc
Esperaban para eso que el club prc
fuesen proscritos de las labores sobrt
esos recelos mutuos, demasiado frec
'gracia, entre el poder y la opinión.
Muy lejos del estado presente, el c
bajar para que gobernantes y gobernai
^<El Cluhn jgg
0 de la esfera comunal, hasta
las inevitables divergencias no
enojo los ánimos, ni alterar la
el pdblico reposo.
la y este concierto, una vez esta-
1 club, habrán de redundar en
los de abajo como de los de
|uien más habrá de salir medrado
la acción gubernativa entonces,
i más desembarazada y fructuosa
ir la justicia, en el agitado campo
:chos de los ciudadanos,
nonio Quijarro, Demetrio Calvi-
ipos prometíanse, según aparece
promotoras, nada menos que
villa imperial de su nacimiento,
de la edad de oro, que el héroe
■esca contempló con sus propios
LS afortunadas.
e los estatutos y de las explica-
y de que el periódico El Club
imo y selecto archivo,
'echa del 2 de diciembre de 1861;
en su totalidad de seis páginas
El 3 sobrevino la intentona fer-
:ontra la plaza. Este número apa-
1 de ofício á dos columnas. El
de febrero 22 de 1862, ycontie-
responsables de Ei. Club Déme-
^oo Matanzas de Yáñez
trio Cajviiuonie, Pedro A. Nogaks, Il<lefoi>£o L.9^r»-
va, Daniel Campos, Juan Ts^a, Mariano B. Airuet»
y el Ibmado el Pedro Hachi Vargas,
Estamos alu^a en diciembre de iS6i. £n marzo
{H^iíao coyuntura se presentó (cuando los facciosos
helcistas cayeron sobre la plaza), que nos hizo ver, que
tal vitalidad cívica y tanto vigor de e^;)íritu público
existían en el vecindario de Potosí, que sólo se baya;B
menester allí organización, pilotos, rumbos y otras co*
sas que son de arte y entendimiento, para obtener dd
concurso de esas buenas voluntades resueltas graiKies
ventajas en obsequio de la causa constitucional.
Por eso nada raro es que el libro de inscripciones
del club tuviese, en el promedio de diciembre, pobifir
das de abundantes firmas sus páginas abiertas de p^
en par. Como en toda asociación de la especie, había
allí nombres adocenados y vulgares, y eso entraba con
mucho acierto en las miras del club. La generalidad
era sana, sin sospecha y respetable. Y aunque apare-
cían como adherentes no pocos doctorcitos empleoma-
niatos é intrigantes, no figuraba en el club ninguno de
esos militares retirados ó cuartistas, casi todos haraga-
nes y de escuela pretoriarta.
Por entre la ñorescencia de l^s tecnias democráticas,
s6 asomó también entonces el grano conservador, bien
así ccMno debió de asomarse el tropel de otras muchas
buenas ideas en aquellas inteligeticias ardieí^tes. Recor-
dando las actuales convulsiones de la república, d^cía
la prensa del club:
"Puígs bien, en este momento de crisis, en este mo-
r
uEl Cbibn 401
mentó de conflicto para la patria y de terror para lo
buenos ciudadanos, parece que el peligro común h
unido á los hombres, y les ha hecho conocer la neces
dad de trabajar en favor del orden, tan enérgicament
como en favor de la libertad.
iiAniniado de este sentimiento noble y patridtlco, s
ha formado á sí mismo y por sí mismo el ciub const
tucional. Ijjs ciudadanos de I'otosl se han convencid
de que, 3in orden, no puede haber verdadera garantís
sin unión no puede haber fuerza, y sin libertad n
puede haber progreso. Así es que se ha formado í
club constitucional llevando por lema orden, unión
libertad.
'■El club se propone sostener el orden á toda cost!
Comprende que sólo por este medio puede salvarse 6
país de la ruina y de la disociación, á que marcha coi
pasos precipitados. Comprende que sólo con el ordei
puede alcanzarse la libertad, ese brillante faro de 1
civUización moderna. Comprende que sdlo un régimei
constitucional puede asegurar el ejercicio de las garar
tías de libertad y de igualdad, que forman hoy el en
sueño de los patriotas del mundo,
"Una triste y dolorosa experiencia ha venido ya .
manifestarnos, que marchando de revolución en revc
lución, no hemos hecho otra cosa que arruinar el país
Lo hemos detenido en la brillante carrera de civiliza
ción á que están llamados ¡os pueblos hispano-ameri
canos, y por este camino nos veremos expuestos quiz-
alguna vez á perder nuestra independencia autonómica
iiHijos de la libertad, nacidos en el ardor heroio
./o? Matanzas de Yáñez
de la independencia, no podíamos transigir con la
tiranía ni con el despotismo. Deseábamos un gobierno
nacional y justo, un gobierno que olvidado de todo
rencor y ajeno de toda bandería, reuniese á todos los
bolivianos bajo una sola égida, el pabellón nacional,
emblema de la libertad y de las garantías.
«•Eso deseábamos; y, como ninguno de nuestros go-
biernos correspondió á esta halagüeña esperanza, á
este ideal que se habían formado los hijos de la inde-
pendencia, nos hemos levantado contra todos los go-
biernos, y á todos los hemos echado abajo por medio
de una revolución.
»»Pero, desgraciadamente, el medio que habíamos
escogfdo para alcanzar la libeitad que deseábamos, era
el menos á propósito para hacemos libres.
«'Hemos marchado de revolución en r/svolución, y
la libertad que buscábamos ha huido de nosotros como
una sombra fugaz. Porque, en verdad, una revolución,
por santa que sea, no puede crear sino déspotas y ti-
ranos.
«•Un orden legal en que se sustituya el imperio de
las leyes á la arbitrariedad del sable; un régimen cons-
titucional en que el mandatario de la república no salga
de la cartuchera del soldado, sino del ánfora en que
está depositada la voluntad nacional, es el único que
puede salvar al país y realizar los ensueños de libertad
que forman la ilusión de nuestra vida política.
•«Convencidos de esta verdad por largas y dolorosas
decepciones, hoy nos proponemos sostener el orden y
líi torístitücidri, cotí la eRpetñh?.ft de que, cittietitadas
^^
..£/ Clubi^ 403
nzaretnos la verdadera libertad y
senda del progreso.i'
bor pusieron en planta los direc
1 para beneficiar el riquísimo ve
n, de un lado el buen espíritu de
y de otro la propia experiencia
icarmiento de las revoluciones?
iteresantfsimo de dilucidar, i por
er 'establecido pruebas en mano,
es son las doctrinas profesadas y
iquel entonces, que el club cons-
no quería hacer la guerra en. la
;bía ser contra los enemigos del
los que conspiraban y se amoti-
. las autoridades. V naturalmente
n tiempos de guerra, deliberando
10; prestando al gobierno su con-
lespués de cada victoria obtenida,
el poder el premio en concesiones
íactoras, á lo menos con respec-
'otosí. Ij3 positivo y lo político era
patriotismo convencido, en aquel
ar porque la necesidad moral del
1110 una urgencia inaplazable, pre-
[suprema, á los vecindarios acó-
gremio de los propietarios rura-
lo eminentemente práctico y lítii
^04 Matanzas de Yáñez
era, que estas fuerzas naturales é interesadas, de la so-
ciabilidad, coadunasen toda su eficiencia en las entrañas
y en el brazo de un bando militante, de un legítimo
partido republicano, annado para sostener por donde
quiera á toda costa el régimen vigente.
Indudablemente, como decfa una gaceta de! tienipo:
'iguerra en la guerra.^
Entretanto, el grupo promotor del club se proponía
contener, ante todo, los abusos autoritarios y ensayar
un ensanche en el ejercicio de las libertades pdblicas.
Santo y muy bueno; pero es el caso que, en este pun-
to, era de temer que el club quedara pronto colocado
en las ñlas de la oposictdn al actual gobierno.
Sí para alguna campaña se preparaba el club, era
precisamente para dar contra las usurpaciones y abu-
sos de los poderes públicos. Tendrá, pues, que colo-
carse frente á frente á la autoridad, de potencia á
potencia. Y si no ¿á dónde van á parar ciertas convic-
ciones proclamadas por los directores?
Declararon que estaban convencidos de que las de-
masías y desmanes autoritarios eran los provocadores
únicos, (5 cuando menos principales, de los trastornos
del orden público. Desde la roca de esta seguridad ex-
perimental ¿iban á tender sus redes, á trillar el vado, á
echar sus puentes de paz y legalidad á la ribera de los
anarquistas?
El lector va á juzgar si había medio de hacer política
positiva con estos tribunos líricos;
"Si el gobierno, decían, quiere marchar paralela-
mente con la opinión del pueblo, sabrá encontrar
"El Club" 405
íntica esa opinión en la palabra colectiva
dos.
nodo calla el acento de la impostura que
Jo el nombre de la opinidn popular. Los
:iculares de los favoritos quedan amorda-
;uto engaño deja de precipitar en el error
lulo.
no un derecho, un deber, la libre asocia-
iudadanos, si comprenden que deben ser
;omo seres libres é inteligentes, y no co-
e agregado pasivo de hombres sujetos.
las catástrofes revolucionarias que esta-
;! exceso del poder, ya por desacuerdo de
pinión popular, tal es el más trascendental
ub... .
S central no se propone utilizar, á su vo-
^ndencias suyas exclusivistas, la fuerza y
le todos los miembros que pertenezcan al
nité, que será nombrado por los socios,
rá ser más que un ejecutor de todo lo que
club en general. El club es, pues, el so-
• Carencia de espíritu público. Hé aquí las
ociales, señaladas siempre por nuestros
isadores. Iniciarnos en el uso de aquel
»mbatir estos dos males..."
iques de independencia estaban sa^ona-
dsitos ya manifiestamente opositores. Na-
jr el país t:omo estos ecos espontáneos y
enerosos, que aterrados por el espectáculo
4o6 Matanzas de Yáñez
de sangrientas tropelías y por conspiraciones tene-
brosas, aspiran con todo eso á mayor libertad aún y á
menor autoridad. Porque los promotores del club de-
cían á sus prosélitos:
»*C!erto es que los resabios del coloniaje nos dieron
el espíritu de obediencia ciega, el hábito de abdicar la
iniciativa personal en punto á trabajo y con respecto á
la cosa pública, para esperarlo todo de la autoridad.
Cierto que las más de las veces todas las injusticias,
todas las tropelías, todas las indignidades del poder,
han sobrepasado las protestas aisladas y sordas del
ciudadano.
»»Pero ¡basta! El pueblo debe ser ya el pueblo: im-
ponente como el océano, sensato como la razón, justi-
ciero como la historia...
»» Hacemos, pues, un llamamiento, párá que com-
prendiendo todos sus derechos é intereses legítimos,
cumplan sus deberes cívicos asociándose libremente.
»» Queremos ver si aun vivimos en medió de una
sociedad dispuesta, por su apatía, á ser mandada como
una turba de rusos.
•'Queremos ver si merece el vasallaje.
"Queremos ver si sensible por fin aíite ef testamen-
to de libertad legado por sus heroicos antecesores, ya
puede poner el peso de su opinión .en la balanza ad-
ministrativa y política de los gobiernos...
«*¡Sí! No lo dudamos. Fácil será á todos comprender
que la divergencia de los ánimos fué siempre un pe-
destal para las arbitrariedad: dividir para reinar^ dije-
x<M los déspotas.
^yEl Club;
"jHa llegado el lieiiipo de que, en saní
comunidad de intereses, en solidaridad di
bienes, unirse para serfmrtts digan los pi
Las lineas que antecedieron inmediata
que acaban de leerse, decían asf:
"Al ensayar este derecho, ya tan comúr
del mundo civilizado, el club se propor
despertar la comunicación adormecida en
gobierno, quiere anudar estos anillos di
cadena que rotos se chocan y entrechoca)
tablecer esa armonía y entablar ese com'
de comitentes y comisionados.
"No lo dudemos: por este impolítico y
vorcio, la opinión ptiblica se ha model
regla de una actitud pasiva, la inmutab
fuerza de inercia. No lo dudemos: esta es
la cual un trabajo misterioso, íntimo, sei
en todas las clases de la sociedad para arra
sistemático á todo gobierno y producir Is
cia de los buenos en todo, la separación
sociedad y de la autoridad, la política de 1
y de la negación incrédula, qu^es la más
gonzosa que un pueblo democrático pudi
'tOjalá que nuestro ensayo no venga
una decepción más.'>
La obra de pacificación y de buen enci
consistía, para ellos, no en aplacar en la
trabajo privado, de la enseñanza popular y
patriótico de las clases superiores, aquel :
di do por la cosa publica y aquella codicia
^o8 Matanzas de Yáñez
vora de los gobernados, ardor y codicia que con sus
asaltos quitaban el sueño de la seguridad propia á los
gobiernos, haciéndoles consumir sus vigilias, la sangre
boliviana y el tesoro en la ardua tarea de conservarse
por la fuerza.
Hablaban en Potosí esos días de opinión bien for-
mada y de libertad sanamente sentida por masas de
plebe indígena ó mestiza, ignorante, tributaria ciega
del caudillaje soldadesco, factor principal de las revo-
luciones de Bolivia. Proponían las manifestaciones
colectivas del espíritu de libertad, escenas grandiosas
y temibles hasta en democracias bien equilibradas y
munidas de buena educación política; las proponían
como contrapeso al poder provocador y como elemen-
to conservador del orden.
Tomemos aquí nota de estos clamores del malestar
social. Cuanto más elocuentes, tanto más denuncian
el turbamiento del concepto público. Los periodistas
que con esos clamores razonan para ilustrar á las gen-
tes, se dirigían única y virtualmente á la escasa mino-
ría que pudo oirles, á la minoría que sabía leer y
escribir. El factor formado por la inmensa mayoría
era sordo; ese no podía ser influido por los escritores.
¿Será por eso que éstos no toman en cuenta la eficien-
cia positiva de ese factor en los hechos de caudillaje y
de seducción, propios de la política boliviana? Y ese
factor, no obstante, el factor de la plebe revoluciona-
ria, representaba la mayor cantidad de fuerza ponde-
rable en la ecuación qué nos ocupa.
Cualquiera ve que es inexacta semejante manera de
r
plantear los problemas sociales. Esta álgebra
debidamente con el más ni con el menos los
tes positivos y negativos que le suministra
político. Da en su trinomio como efectivo
sociales que no existen, ó que existen ob
sentido contrario. Eleva á una. potencia d
raices que apenas si consentirían una adia
multiplicación simple.
El Club decía paladinamente: "á discordi.
dia.ti Después de eso pensaba nadar en un c
libertad. Á la discordia, que brotaba sólo co
za de los jugos propios de la tierra, el cK
oponerle la concordia derivada de las ideas rf
de un agrupamiento de ciudadanos, congre)
profeso para sentir concordia.
I.os hechos van á decirnos que esto caree:
tido práctico. La discordia va á persistir i
abundantemente por sí sola. La concordia
inventada por obra de esfuerzos combinado
inventada ni para empeñarse en un solo emb
Redactadas las bases del club y nombrada
ta provisional, dióse, en fines de noviembre
conocimiento de la formación del club al jei
y al fiscal de! distrito.
Este aviso se lo impusieron á si mismos v
mente los individuos de la comisión, pues :
■ prescrito como requisito por la ley fundamer
república. Se proponían revestir el aparecin;
club y todas sus operaciones ulteriores con
■ teres de legalidad, publicidad y espíritu de c
4IO Malanzas de Yáiiez
son propios de una asociaciÓQ sana y bien intencionada.
Presidía por aquel entonces la administración local,
en Potosí, un sujeto que ya conocemos, culto, de bue-
na raza, franco, moroso, poco avisado y de sentimientos
ipuy caballerescos. Caso curioso. Más bien que intea-
cionalmente tocado de habilidad, fué á parar esta vez
sin prentenderlo á los linderos de la habilidad más con-
sumada. ¿Cómo? Siguiendo el camino de la novelería
entusiasta de los promotores del club. Desplegó una
tolerancia suntuaria, sin otra intención que acordar su
tono de voz al diapasón romanesco que las cosas lle-
vaban.
La jefatura contestó inmediatamente autorizando la
existencia del club sin traba ni restricción ninguna. £1
físcal no contestó; antes requirió á la jefatura para que
impidiera la reunión del club, mientras no se obtuvie-
se para ella una licencia del supremo gobierno.
Se fundaba en el artículo 213 del código penal pro-
mulgado el 6 de noviembre de 1834.
En casos como el presente, el pago del alquiler de
casa suele ser, más tarde ó más temprano, la soga vul-
gar que estrangula estas corporaciones, ahogándoles en
la garganta la voz del espíritu pübliqo, antes que los
recelos del poder envíen sus sargentos al recinto de las
sesiones.
£1 jefe político de Potosí tuvo la magniñca idea de
libertar de este peligro á la asamblea deliberante. Le
otorgó una franquicia, se la otorgó con la mejor buena
fe dd mundo, sin celada, por evitarle de veras un gra-
vamen ruinoso, y turbando para ello el apartamiento
'•El Club., 411
de un edificio consagrado poi la ley, cona^rado hac
en sus muros y sus bancos, á especial y delieadÍHii
instituto.
Porque consta de las ¡nfomiacionea de la [H%n!
que á petición de los interesados, la jefatura puso
disposición del club, para sus juntas y debates, una 1
las aulas del colegio de Pichincha, con tal que I
reuniones de aquél no perjudicaran á las tareas esc
lares de éste.
Hiio más el coronel Hilarión Ortiz. Felicitó, á noi
Imc del gobierno, 'lá los jóvenes patriotas que con t
loables ñnes se proponen llevar á la práctica los prin
píos fundamentales que consagra la constitución, n
El 8 de diciembre fué convocado por la prensa
club para su reunión inaugural. Verificóse el 12 del m
mo con solemnidad y con gran concurso de ciiidadaní
Honró la sesión con su presencia el jefe político.
Adelantándose el presidente Antonio Quijarro pi
nuncio el discurso inaugural. Los bolivianos son a
cionadfsimos á la literatura académica y á las reunión
solemnes. Luego al punto de comenzar, e! orad
enuncia el gran salto mortal de equitación republíi
na, que por encima de las mayorías del caudillaje s
dadesco, y para norma democrática de costumbres '
tierra de Bolivia, pretende el club dar para ir á caer
centro mismo de esos comicios, que con c(»ici«ii
homogénea de sus deberes y derechos, deliberan
otros países sobre la cosa piiblica:
"Permitidme que sea sincero y que os diga conc
tera convicción: la reunión pacifica y constitucioi
T^M
4.17 Matanzas de Yáñez
que tiene lugar en este recinto, después de las escenas
de sangre y de horror que han helado de espanto á la
nación, y que la han hecho deplorar la pérdida de pre-
ciosas existencias, como la del valiente caballero coro-
nel Cortés; esta reunión, digo, después de tan angus-
tiosos acontecimientos, verificada por ciudadanos que
quieren aspirar el soplo vivificante de la vida demo-
crática, y entregarse á las tranquilas y dignificadoras
emociones de la libertad, forma ciertamente un bello
contraste capaz de enorgullecer, y nos da derecho para
augurar, que de esos terribles desmoronamientos que
hacen estremecer el edificio social, se abren nuevos
horizontes y' que la obra del progreso avanza. m
Es probable que el auditorio entendiese mejor que el
que esto escribe el sentido de una palabra exótica que
el orador usa en los siguientes conceptos. Si por ella
se entiende el gobierno de una sola capa social, gobier-
no que él reprueba, es verdaderamente inconcebible
cómo en Bolivia, á fuerza de comicios deliberantes, se
pudieran conglomerar ó sea más bien refundir, en una
sola capa compacta y soberana, las estratificaciones so-
ciales formadas por la mayoría de indios quichuistas ó
aimaristas ó guaraníes, por los mestizos provinientes
del cruzamiento de estas razas entre sí y con la espa-
ñola, y por los criollos que forman desde la colonia en
escasa minoría la superficie superior que sabe leer y
escribir y habla castellano. Desde luego, la igual apti-
tud para el gobierno de sí mismos por sí mismos, que
el señor presidente del club atribuye á estas razas y á
estas castas, se vería trabada en su ejercicio, como en
"£/ Club; 413
la. gran fábrica de Babel, por la diversidad de len-
guas.
"Compleja sin duda es, dijo, la causa de los escasos
adelantamientos de Bolivía en el movimiento ascen-
sional del progreso, del malestar político y de la insen-
sata guerra civil que la devora. No se puede descono-
cer esta verdad. Pero también es evidente, que el
manantial más fecundo del infortunio público, con esta
d la otra excepcidn, se halla en el hecho de haberse
establecido la estratocracia como forma ordinaria de
gobierno.
i'Cietto es que este mal no sólo aflige á Bolivia, y
que, lejos de ello, él se extiende, como una inmensa
plaga, sobre todos los Estados de Hispano América.
Pero esa generalidad del mal, que hiere á toda una
raza, sirve para demostrar que proviene de una causa
común, mas no que debamos resignarnos á él.
i'Bien sabéis, señores, que son inherentes al gobier-
no estra toe rático males incalculables, como lo son- á
todos los gobiernos monopolizados por una clase de
la sociedad. Diarias y terribles enseñanzas nos inculcan
esta verdad en Bolivia. Nos parece que atín sentimos
las vibraciones de la última catástrofe que ha sacudido
la máquina social.
"Innegable como es el mal que estoy señalando, si
no queremos que se perpetúe, trabajemos por vigori-
zar las instituciones sociales, y tendamos sin descanso
á llevarlas al terreno de la práctica. Facilitemos á la
opinión pública medios de manifestarse con unidad,
de una manera auténtica, y tal que no puedan adutte-
414
Matanzas de Yáñez
rarla los falsiñcadores políticos. Propendamos, en
cuanto nos sea posible, á que la propaganda de lá
verdad aspire á la universalidad de la nación.
. «Hé aquí cabalmente uno de los objetos del club
constitucional. Hacer que la verdadera opinión reine,
que la soberanía no sea una palabra sin sentido, que
el ciudadado por humilde que sea su posición no des-
aparezca, en las complicaciones sociales^ como la gota
en la inmensidad del océano. ¡Ojalá que fuera dable
multiplicar las sociedades de este género tanto, que no
sólo las. hubiera en las ciudades y los cantones, sino
también que se las ramificara en cada barrio y aun en
cada gremio...
Estas son ideas pertenecientes á una colectividad
pensadora del vecindario. Su enunciación nos advier-
te de algo curioso: la miopía al contemplar como obstá-
culos sustanciales los simples síntomas del disturbio
desorganizador que anida en las entrañas del cuerpo
social. Es propio del vulgo que razonando estime como
causas esenciales del mal político los meros síntomas.
El orador se encara contra dos mortales enemigos:
los dificultistas y los indiferentistas. Por su boca hemos
visto cómo el intelecto boliviano sube á la altura para
formarse concepto de la extensión de su estado social.
Ahora vamos á ver cómo penetra en la hondura para
calcular su profundidad. Veamos solamente lo que dice
de los diñcultistas el orador. En ello hay una alusión
desdeñosa contra quien quiera que objete, como im-
practicable y como inconducente, la existencia en Po-
tosí del club observador v fiscalizador.
.,A
xLos din cultistas, á quienes un ei
pericoU^ros de la sociedad, no pued
adelante sin quejarse de las dificulta*
encontrar en la ejecución, dificultad
son invencibles. Los dificultistas abu
p<^rc país, más que lo que puede ii
condenan irremisiblemente todo gene
nes, y con tono de profunda convi
"Eso que ustedes qnieren establecer
bueno en otras partes; aquí no hay to
pulíanos, y es una utopia de muc
implantadón de instituciones que jmt
cido.ii
>iPor deferencia al sentido común,
ciiín de este linaje no bay por qué ref
la esgrimen bastaría deciries: "Si no
democráticos, ,ino es verdad que algui
empezar por crearlos? ¿Por ventura ir
docta de aquel necio, que con el lit
aguardaba la dltima moda para bacer
"Pero donde se ostentan más con<
callisCas, es cuando nos hablan de la
zación política y administrativa que si
en el país; del arbitrarismo de nuestro
de la irremediable facilidad con que
expresión del pensamiento público,
ejercicio de las libertades.
"Por lo que á mí respecta, y círcu
la actualidad, afirmo que ese temor se
"Además, diré que to que frecuei
I - ','
416 Matanzas de Yáñez
apellidado libertad, en puridad ha debido caliñcarse
de explosiones de la licencia, estallidos del interés in*'
dividual en busca de egoistas satisfacciones. Aun cuan-
do esto no fuera así, ¿no es verdad que podríamos
interrogar al poder despótico y arbitrario, como refiere
la historia que se interrogó á Felipe II, monarca abso-
luto sin igual: ¿Y qué harías, si cuando tii dijeras ^/,
todos respondieran noh\ ¡Ah! Si existen déspotas, pre-
cisamente es porque abundan escla,vos.ii
• En Bolivia «[abundaban en inmensa mayoría los ver-
daderos ciudadanos? Á lo menos iban en adelante á
abundar de un golpe y como por ensalmo, ¡Obra del
club en las ciudades, los cantones, los suburbios y los
gremios! Hasta el ejemplo histórico es curioso aquí, el
del pueblo que no se encaró jamás ni pudo sociológi-
camente encararse en España al rey su amo.
Presumo que el lector estará ya viendo la avería
pintada.
Una gaceta del tiempo dijo que este discurso fué
admirable por su seso y por su peso. El orador era
uho de los constituyentes de 1861. Desde entonces el
vecindario de Potosí le colmó con sus sufragios para
que fuese su representante en el cuerpo legislativo. Es
hoy uno de los diplomáticos y estadistas de Bolivia.
El jefe político declaró instalado el club, y desde
este día entró en el ejercicio de sus funciones.
La primera sesión que celebró fué para examinar
una ordenanza sobre patentes que acababa de dictar
la municipalidad. Después de un debate en que la or-
denanza fué combatida y condenada, acordóse usar
contra ella el derecho de petición, elevando al consejo
de Estado un memorial, en el que solicitaba el club
la suspensión de aquel impuesto. >
El concejo municipal se consideró con esto invadi-
do en el ejercicio de sus atribuciones constitucionales.
Pronunciáronse acalorados discursos en aquel consis-
torio. Entre los cabildantes era casi unániftie el con-
cepto, de que el club entablando estaba verdadera
competencia á la autoridad del municipio, y que, así
los debates públicos como el reclamo colectivo sobre
las patentes, tendían á hacer odiosa la gabela y á des-
pojar de sus prestigios á la corporación ante las masas
populares.
En carta de ofício al presidente del municipio, la
junta central del- club explicó respetuosamente el pro-
cedimiento y el reclamo. Explicólo desde el punto de
vista democrático y constitucional, tarea fácil y rudi-
mentaria, y desde el punto de vista de la opdirtunidad y
conveniencia de la medida, lo cual está sujeto á apre-
ciaciones específicas que no nos competen ni inte-
resan.
Un largo capítulo pudiera aquí escribirse sobre la
maraña de chismes y correteos, que con tal motivo se
armó en Potosí desde el 9 hasta el 12 de febrero, días
en que los actos de ambas corporaciones se produje-
ron y produjeron el conflicto. No se dio largas á nada,
todo fué un estallido, la atmósfera estaba cargada de
electricidad, este fluido no era el de la concordia. Par-
tió el correo, y partió llevando al gobierno paquetes de
fósforo y paquetes de bilis.
27 .
^i8 Matanzas de Yáñez
Tal fué el primer y postrer ensaya que de sus fon-
ciones hizo el club constitucional de Potosí. No sé lo
que después pensaron sus apóstoles de la prensa, ni la
respetable agrupación de vecinos criollos que le servía
de nücleo. Ella, en este paso inicial de las tareas, se
vio supeditada á la masa mestiza, que entró allí á hom-
brearse en son de igualdad democrática con el señorío.
Quizá el fracaso vino á advertir á los fundadores, que
hay prácticas democráticas atenienses y anglosajonas,
imposibles en una sociabilidad compuesta de indios,
mestizos y criollos, etnológicamente antagónicos, so*
ciológicamente inamalgamables al efecto de producir,
en consorcio, un mismo interés y una homogénea ap-
titud para la cosa publica.
Esto no obstante, sorprende en este suceso sin gra-
vedad política la violencia con que asomó en él la
cabeza el espíritu de casta, luciendo su procacidad alto*
peruana y dándonos la medida de la discordia social.
Días después el órgano ofícial del club, entre otras
cosas de subidísimo tinte, decía lo que aquí sigue por
vía de ejemplo. A cada municipal le tocó su gota en
este asperges de agua maldita:
•»El club fué acusado; y ¿porqué? Porque ese día no
se compuso más que de masa ruda, de insolente plebe
y de un populacho jtumultuoso. Fué acusado porque
los peticionarios eran pobres é infelices, y porque el
totum potest no sabía de qué vivían los peticionarios.
Pues bien, si hay autoridad sobre la tierra que así pre-
gunte y así hable fuerza es responderle.
"Si esos peticionarios no viven de la usura que pro-
' ducen los grandes capitales; sí esos peticionarioB no
viven en la holgania consumiendo los talegos forma-
dos por la próspera fortuna en el silencio y la oscurí-
■ dad del tiempo; si na viven de las prevaricaciones, de
la chicana y de la estafa; si no viven del monopolio,
de la adulación y de la vil granjeria; si no viven usur-
pándole lo suyo al pobre, al huérfano, á i» viuda y al
jornalero; si no viven de la empleomanía ó vendiendo
la fe publica; si no viven de esta suerte los peticionarios;
y si pues viven satisfaciendo todas sus necesidades con
modestia y pobreza, y el peso de la ley no ha caldo
! hasta ahora sobre ellos, claro es que viven de algo que
sea lo contrario de lo enunciado, de algo que sea pro-
I ducido por el trabajo material á mental, y que viven
¡ del sudor de su frente.
I •'Pero falta todavía que preguntar, «jen qué duermen
! y qaé comen? Bien pudieran preguntar eso también,
I seguros de que no dejará de haber una voz, por hu-
I milde que sea, que conteste asi: duermen en la paja
pero con sueño tranquilo, sin aquellas emociones que
causa la fiebre devoradora del rico; comen lo que pro-
duce la tierra y no el fruto del sudorde otro hombre...
"El establecimiento del club constitucional es el
complemento del desarrollo de las ideas democráticas;
es una institución liberal por excelencia y un fecundo
generador de liberudes públicas.
I iiNo es, no, el mercado de intrigas viles, sino un
acto solemne de la manifestación de los derechos del
ciudadano. No es el lugar donde el esclavo rinde hu-
millación ftl tirano, sino templo donde el patriotismo y
-»-»;— ycr
^
^
420 Matanzas de Yáñez
la virtud se admiran y acatan. Es por ultimo el solio
de la libertad, rodeado de ese pueblo que ejercita sus
derechos y reclama sus garantías.
iiSi unión é igualdad son el móvil y objeto de sus
acciones, y la libertad el estandarte de su partido, ¿qué
será del ambicioso turbulento, que aborrece la paz y
ama la guerra intestina, como medio de realizar sus
ensueños sanguinarios? ¿Qué será del ignorante intruso
si se deja llevar de los arranques de su corazón per-
verso, en una dirección opuesta á los intereses del
pueblo? ¿Qué será del defensor de la tiranía, del adula-
dor sin vergüenza, del frío y del indiferente?
«« Fácil será compreiíder que sus delirios, sus ten-
dencias, sus maquinaciones, sus intrigas y sus afanes
por el mal público, escollarán contra el patriotismo de
•todo un pueblo esforzado, que los llenará de infamia
marcándoles con la señal que mancha la frente de los
desgraciados... M
De la fugaz memoria del club constitucional de
Potosí queda constancia plena en El Club, su órgano
en la prensa de la ciudad. Las diez y seis páginas en
folio mayor, de que consta su colección cabal de tres
números, se contraen exclusivamente á su objeto. Co-
-mo todas estas gacetillas transitorias, están dichas pá-
ginas preñadas de espíritu boliviano y animadas por la
intención política del momento. Con más derecho que
otras, ellas debían fígurar en el libro de las ideas de la
época.
Y en esto de las ideas del tiempo y de sus focos de
irradiación, ha de tenerse muy en cuenta que acabamos
F"^
' .i
de tantear el sentido práctico de las ideas bolivianas,
en manantial del llano y nó en vertiente de las cum-
bres.
Para utopías reformistas Cochabamba. Vivían eñ
Atenas, con Mirabeau, unos decididos por Stuart Mili
y otros en favor dé Cousin. Juntas hervían en La Paz
las mezquinas pasiones y las pasiones terribles, tragan-
do sangre y echando espuma de intrigas y de alevosía.
En Sucre pontificaba, entre sus mestizos politiqueros,
la poltronería opinante y dogmática del señorío acomo-
dado. Estas gentes no servían para nada viril en favor
del buen gobierno. ' •
Potosí, vecindario dócil, un poco por costumbre en-
corvado ante la arbitrariedad soldadesca, era con todo
eso un vecindario sencillo, que había visto ya mucho
dentro de su histórico recinto, que comerciando con
esto ó con aquello y pellizcando por aquí ó por allá su
argentífero cerro, comía y bebía gran parte con el tra-
bajo de sus manos como Dios manda.
En la hondura que ya por aquel entonces se habían
cavado á sí mismas las cosas bolivianas, es punto cu-
rioso de advertir, que la prensa de las cuatro ciudades
principales tenía conciencia clara del mal, y que con-
cebía, como único tolerable y posible régimen de vida
política, el régimen constitucional.
De La Paz hemos visto ya demasiado. Dé Sucre
algo, y queda todavía algo por ver. En esta corte doc-
toral está el areópago moralizante. Nos ha de decir lá
prensa sucretise su fallo histórico sobre el setembrismo.
. lastima que én estos días de hierro y fuego no
42:1 Matanzas de Ydñez
tenga plaza la fantasía cochabambina con sus ideali-
dades sociológicas. Allí sí que hay cosas inauditas que
ver. La ideología bizantina del régimen constitucional
fundará allá su cátedra dentro de pocos meses.
Un volumen muy interesante de los anales de la
prensa^ durante el gobierno de Achá, debería intitular-
se La apelación al pueblo^ y en esas páginas tiene Co-
chabamba el lugar más luminoso. Son ellos, además,
los que han ensayado mejor el régimen municipal, y
los que con pruebas valederas han servido más á la
enseñanza primaría en Bolivia.
Prescindamos de las facciones y de sus hipocresías y
de sus apostasías. Demos oídos únicamente á la razón
publica, manifestada por ecos sanos y unánimes de la
prensa. Si como no cabe duda el intelecto boliviano
tiene ya conciencia clara de la gravedad del mal, y si
su consenso ha adoptado como específico único un
remedio, ó sea mejor dicho un régimen, el régimen
constitucional, ¿qué decir de los alcances de ese inte-
lecto cuando uno ve que la fuerza de su colectividad
se queda en lo intuitivo, y que, en pasando de allí á lo
trascendente, se descompone y se disuelve dicha fuer-
za con verdadera lástima?
tara dar con una muestra ó un ejemplo nos he-
mos quedado en este buen Potosí, árido, frío, paca-
to, arruinado, y que es con todo eso centro material
de recursos políticos en la república. Nos hemos que-
dado aquí, para que, al contemplar el alcance práctico
de las ideas de Potosí, se pueda ver a fortiori la demos-
tración específica de las ideas en Bolivia.
nEl avhu
El método era seguro. Porque, si el movir
las ideas políticas en aqueste centro social, p
cuado para los raudos vuelos por la rarefací
lectual y física del aire ambiente, nos sumir
su andar, en vez de paso enderezado y firme,
gantes contoneos ó un ritmo lírico febril, clai
que tendremos una idea del loco ditirambo d
se arremolinan en los cerebros allá en las otrai
dades, centros mucho más cultos y animado!
gantes que Potosí.
1
PÍTULO XVI
)L DE SETIEMBREi.
IBSl
petiodismo boliviano. — Los tres periodos
I.— FtJIetos y periódicos del primer perio-^
segundo El Seld' Setiembre. — Su numero
las matanus. — Guerra de Linares á la co*
iva. — Su mala p^ina polItíCH. — La gran
ibre, — Fenómeno de refracción moral.—
la nómina bibliográfica de los pe-
rnos compulsados, el argumento de
tiempo transcurrido entré principios
[ y ñnes de abril de 1862.
:ones eñ casa ajena, ni penetrar en
el palacio, ni en los conciliábulos
iresenciado en !a arena de la prensa
es de la historia boliviana durante
prisión en masa de los belcisias, la
420 Matanzas de Yáñez
matanza de los mismos, la rebelión fernandista del Sur
y del Norte, el lynchamUnto popular de Yáñez, la re-
belión belcista del Sur, el perjurio y el pisoteo de la
constitución de 1861 pactada por los partidos bolivia-
nos, y como suma de cuentas el afianzamiento de la
autoridad militar de Achá, y sus seguridades de obte-
ner la presidencia constitucional en las elecciones que
ya comienzan.
No se dirá, no, que son eminencias poco dominantes
las que forma coo sus cdumnas esta construcción que
sé llama la prensa. En Bolivia el año 1S61 tenemos un
ejemplo. Nos hemos paseado á \o largo de la gs^eria
en un edificio semestral de unaá diez puertas. Con
sólo asomamos desde allí á la calle y á la plaza, be*
mos podido contemplar, en toda su verdad, la cosa
publica que aciertan á ejecutar en su patria las faccio-
nes bolivianas, tras el afán enfurecido y sai^riento de
sus discordias sin salida.
Pero nada hemo» dicho sobie la manem como está
sffi constituido y compartido este observatorio, y es lo
que voy á hacer pegando aquí con goma io que ahora
diez años esctibía en la Revista Chilena^ de Santia-
go, con motivo de un opúsculo estadístico sobre la
prensa de La Paz aparecido en Bolivia. Decía lo que
sigue:
»»ün inventario general de las publicaciones perió-
dicas que han existido en Bolivia es tarea vasta y labo-
riosa, no precisamente porque en suma la prensa tenga
allá una actividad intensa ó mayor, por ejemplo, que
en Chile, la Argentina ó Colombia, sino por causa de
r
«El Sel áe Sttiembrt^ 437
la pasajera existencia de esas mismas hojas volanderas,
que con su respectiva serie de pocos números, tienen,
no obstante, que figurar todas en un catálogo como
otras tantas entidades bibliográficas, señalada cada una
no sólo por su título, sino también por el espíritu y
tendencia de toda la publicación durante su efímera vi-
da. Todas ellas van desapareciendo unas tras otras
con el interés ó pasión del momento que las dictó, pa-
ra ceder su puesto, al cabo de una treintena ó de un
centenar de números, á otras gacetillas con título dis-
tinto y tendencias diferentes.
"En La Paz han solido aparecer gacetas de publi-
cación cotidiana; pero e! diario propiamente dicho,
con su duración de años y su perseverancia de prc^
sitos políticos, no ha existido casi mmca en Solivia, ni
como empresa industrial de un editor, ni como arma
política de un partido, disciplinado para la lucha per
manen te dentro de un reducto de principios.
"En cambio, !as gacetillas eventuales, que con viva'
cidad febril se publican á la vez en las seis ciudades
principales de la república, no son de ordinario meno!
de ao, subiendo su número en épocas transitorias has-
ta 50 ó 60, sin contar la variedad de hojas sueltas, que
de diez años á esta parte, absorven no poco de la:
polémicas sobre intereses públicos ó privados. Unas
de acuerdo j^otras en abierta polémica, todas esas ga-
cetillas representan, con el matiz local, las diversas
parcialidades militantes en que está dividida la opi-
nión en materia política. El debate se empeña de con-
tinuo en pro ó en favor del gobierno, haciendo toda)
438 Matanzas de Yáñez-
vincular ciegamente el interés público ó la salvación
nacional en el triunfo ó predominio de una persona,
que es el jefe 6 candidato de la facción ó partido que
paga la imprenta. Escribe el que tiene tintero y papel.
No se usa el tajar la pluma.
••Como la política, ocupación ó preocupación de
todos, está allá sujeta á vaivenes y cataclismos ince*
santes, se explica por qué esas pequeñas empresas se
organizan tan sólo para atender á la exigencia local de
la hora presente, y por qué nacen y desaparecen las
gacetas con tanta prontitud, sin dejar por eso vacío
nunca el campo de la publicidad. El móvil de hoy
cambia y se transforma mañana, á veces con u^a rapi-
dez vertiginosa, y para cada nuevo impulso los brazos se
mudan ó se alternan, como para un combate singular
cuerpo á cuerpo.
. "De esta manera anónima y casi dispersa se man*
tiene en Bolivia cotidianamente una publicidad cente-
llante y formidable, poco vecina en su espíritu á la
atmósfera serena del sano patriotismo, y palpitando
con todas esas intermitencias del pensamiento y esas
volubilidades de la pasión, propias tan sólo de espíri-
tus que alientan en una sociedad convulsionada habi-
tualmente por la anarquía.
«Ya se comprende la importancia histórica que á la
yuelta de una generación comenzará á teoer el acopio
de todas estas hojas volanderas. No sabemos cómo
los anales de aquel país, tan menesteroso de enseñan-
zas elocuentes, pudieran más tarde establecer su tesoro
de experiencias domésticas, sin atender á la crónica
i£J_
«El Sol di Sthembre» 4ig
I de errores y extravíos que se encierra
eriódicos, sin asistir á sus rudos deba-
tos oficiales y los hechos pdblicos, sin
uz de su fuego la intencidn y sus mdvi-
en sus páginas esos arrebatos trreftexí-
:os, que al disimulo arranca el ardor
la improvisación.
del arte histórico estos escritos encie-
la riqueza magnífica. Cuando pretenda
incial presentarse con sus adherencias
1 estas hojas las que darán las telas y
ariosos y característicos, para vestir cl
lechos al uso de su época. ¡Qué matices
Considerada en este punto de vista, la
ina fuente original donde ir á limpiar
lulcrales del tiempo, que empañan y os-
stancia el aspecto de lo pasado. No es
;gurar, que bien usadas sus aguas, re-
pocas arideces en el campo de la na-
an algunas cosas hasta dejarlas ñaman-
ciertas fisonomías con la frescura de la
1 considerarlo así los contemporáneos, á
sspíritu implacable de destrucción que
ntra la gacetería. El us¿ doméstico y el
co de los gaceteros acaban, al cabo de
on todo lo que ayer no más lanzaba la
a expresión duradera de la actualidad,
ios, y ya se venden al peso de romana
dientes ó luminosas, que en sus rápidos
I
430 Matanzas de Yáikz
vuek» Ilevaft consigo^ s^tín el tenor sublime de sus
rótulos, el eco de los pueblos, la voz de la razén, el
estandarte nacional, el bien publico, el anatema, la
conciliación, la juventud, la libertad, el orden, la lej
la patria, etc. '
"Sin desatender la prensa de otras localidades de
Bolivia, que á fuer de coleccionista infatigable el señor
Acosta trata de salvar de la destrucción, allegando to-
das las formas tipográficas que asume en dichas locali-
dades el pensamiento boUviano, en el presente opúscu-
lo se contrae á consignar tan sólo lo que es peculiar al
periodismo de La Paz, su ciudad nativa. Lo hace ano-
tando año por año y con las más prolijas designaciones
descriptivas, no menos de 170 publicaciones entre
diarios y periódicos, durante los cincuenta y dos años
corridos desde que en dicha ciudad se introdujo la
imprenta:
«Los datos estadísticos que arroja este catálogo tan
concreto y específico, son numerosos é interesantes.
Vemos en él figurar un diario que alcanza al tomo X,
contando catorce años de una existencia no exenta de
vicisitudes y de algunas interrupciones. Entre otros de
menor duración, se menciona un periódico semanal
que se publicó sin interrupción diez años cabales con
un mismo espíritu predominante. Periódicos eventua-
les son los que llenan gran parte del catálogo; pero no
son pocos los que fenecen después de tres ó cuatro
años de existencia. El año de 1848 hubo en La Paz
3 diarios, 3 periódicos bisemanales, 2 trisemanales y 4
eventuales. El año 1861 hubo 2 diarios, 2 periódicos
r
II
El Sol de Seüembreu
43^
biseinanates, 2 trisemanales y 14 eventuales^ La prensa
de 1872 era: 2 diarios, 2 periódicos bisemanales y i^
eventuales.
><Si se advierte que los intereses comerciales ó de
otro orden figuran en parte nimia, ó no í^msn para
nada, en las columnas de estas gacetas, todas ellas
esencialmente políticas, se habrá de convenir en que
la actividad de los debates sobre la cosa publica suele
asumir, en La Paz, proporciones relativamente consi-
derables.»
Acabamos de verlo: veinte gacetas políticas sólo en la
ciudad de La Paz en 1861. Ello se explicó entonces fá-
cilmente. Debemos distinguir tres períodos para la pren-
sa en el expresado año. El último período es el nuestro.
No sé cómo pudiéramos figurarnos una idea cabal de
la acentuación de los ecos que han servido para el
presente libro, si no conocemos el timbre de las épo-
cas que antecedieron y engendraron dichos ecos.
El primer período corre desde enero hasta mayo, y.
el segundo desde el \,\ de dicho mes hasta fines de
agosto.
Cuando en enero 14 de 1861 sobrevino en La Paz
el golpe de Estado, la prensa entró en un período de
actividad extraordinaria en todo Bolivia. Echando ese
golpe de Estado al suelo una dictadura, que tanto ha-
bía hecho enmudecer el pensamiento libre en todas
sus manifestaciones sociales, fué también un golpe de
impulsión al espíritu boliviano, y obtuvo que éste se
lanzara á la arena política desplegando allí sus fuerzas
anas viriles. La prensa fué en la ocasión el circo de- las
43? Matanzas de Ydmz
fieras, y esas fíeras eran las ¡deas y. las. pasiones desen-
cadenadas en su primer embate de libertad.
El 1 6 de eneró al amanecer llegó á Oruro la primera
noticia documentada del suceso. Desde este punto y
sin pérdida de momentos se propagó con ella el asom-
bro por todas las villas y aldeas en la ruta de Potosí,
en la de Sucre y en la de Cochabamba. Consulto la
gacetería del tiempo, y advierto que en la primera
quincena de febrero era ya inmensa la agitación. en to-
das partes.
Considérese que los belcistas volvían de la opresión
á la expansión; volvían del destierro ó de sus escondi-
tes ó de las zozobras cotidianas de su hogar; volvían
echando chispas de ira y de venganza como unos ener-
■
gúmenos.
Con una plumada sería imposible marcar lo que por
el alma de la comunión setembrista pasaba en estos
momentos. Pero lo que sentían no era ciertamente so-
siego esos sectarios.
Con raudos bríos se armó al punto la disputa por la
prensa.
No se olvide que no cabían á la sazón contemplacio-
nes á ningún poder reinante. Los hombres de la junta
gubernativa tenían que hacerse perdonar su felonía sin
ejemplo, y la autoridad de la junta era temporal ó
transitoria. ¿Quién será mañana el nuevo César? Nadie
lo sabía. £1 país estaba en plena campaña electoral, y
de los comicios iba á salir una asamblea, y los poderes
de esa asamblea eran constituyentes.^
«Vencer ó morírit era la divisa de los dos bandos
wEI Sol de *Setiembre\^ 4jj
más poderosos en que estaba dividida la república, esto
es, de los belcistas ü oprimidos de ayer, y de los se-
tembristas ó derrocados de hoy día. Ninguno tenía
«pie seguro en el poder, y lo codiciaban ambos con
todas las vehemencias de la ambición por desquite y
por miedo.
"Fusiónif escribía en su bandera una nueva parcia-
lidad. Esta agrupación pretendía ganarse las personas
asimilables y los intereses conciliables de uno y otro
partido, á íin de formar con estos elementos y el ele-
mento militar un tercer partido, que sirviera de base á
la candidatura de José María de Achá á la presidencia
de. la república. ^
Documentos^ son de valor- esencial para la historia
del golpe de Estado ciertos folletos coetáneos, dictados
(para más bien decir) por el acontecimiento mismo.
Fué el primero de todos la Exposición que dirige D.
José María Linares d sus compatriotas. Tan luego co-
mo llegó el dictador expulsado á Valparaíso, lanzó esta
amarga y honda queja contra la bastarda ambición y
la negra perfidia que acababan de arrebatarle el poder.
Días después y de la cámara de Linares salía la pu-
blicación de Mariano Baptista, intitulada El 14 de
Enero en Bolivia.
Un mes adelante Linares remitió impreso á laasam
hlea el informe político y administrativo que llevabr
por titu\o: Mensaje que dirige el ciudadano /osé María
Linares á la contención boliviana de t86i.
Evaristo Valle, como ministro durante la dictadura,
informó á la asamblea en un folleto sobre los ramos
28
434 Matanza^ de Ydñez
de culto y de enseñanza publica que habían corrido á
su cargo.
Las inculpaciones hechas por Linares y por Baptista,
menos que de ningún calibre poh'tico, eran de enorme
peso moral para la dignidad y rectitud de carácter de
los tres autores del golpe de Estado. Así lo entendte-
ron luego al punto ellos mismos, y sus respuestas no
se dejaron aguardar en La Paz. J// respuesta titúlase el
folleto de Achá, Contestaábn queda V. Ruperto Fernán-
dez se llanca el segundo folleto, y Contestación dd gene*
ral Manuel A, Sánchez lleva en su portadada el tercero.
Pertenecen á e$tie momento político los foUetóA 9576,
3027 y 3440 de mi catálago impreso.
La cuenta y razón de la prensa poMtiba de estos días,
sus días de mayor tempestad, no caben dentro de este
libro. Pertenecen á esa parte de los aisles que debería
titularse El golpe de Estado, Libro mucho más intiore-
sante que el presente; porque, si los trasuntos que £of-
man éste aciertan á reflejar algo de la fisonomía social,
los que deben componer aquél transparentan en Bolivia
el !alma humana con algunas de sus más intensas vi-
braciones.
Aquel arranque de la prensa de 1861, que dilató su
impulso cuatro meses con demostraciones de fogosísi-
ma actividad, fué á espirar á las puertas de la asamblea
constituyente.
Durante dicho período aparecieron en La Paz, fuera
de los órganos estrictamente oficiales y de El TeUgra^
fo^ estos periódicos de poca dura pero de mucha inten-
ción, qufe tengo á lá Vistn.
uEl Sol de SeüetnhHw 4j§
El Indicador^ que sostenía la candidatura presiden-
cial de uno de los triunviros, el general Manuel Anto-
nio Sánchez; La Linterna^ papel setembrista y opositor
á los triunviros; La República^ en sostén y defensa de
estos últimos; El Padre Cobos^ periódico satírico por
Félix Reyes Ortiz; La Bandera Tricolor^ órgano enér-
gico del partido belcista; La Concordia^ órgano de los
parciales del general Gregorio Pérez, caudillo en cier-
nes; otro salvador más, que indudablemente ya se sen-
tía aguijoneado por el clamor de la patria, pues había
dado en gustarle la letra de molde para salutaciones y
gratulatorias populacheras.
La Voz de la Juventud^ periódico setembrista, y el
Eco del Ejército,^ adversario del anterior y fusiofíista,
participan, por su espíritu, de la impulsión primera o
arranque arriba mencionado, si bien ambos aparecie-
ron en I^a Paz cuando ya había abierto sus sesiones lá
asamblea.
. En Cochabamba vieron la luz publica esos días El
Cazador, que no conozco sino por sus debates con El
Crepúsculo, órgano de las utopias de Lucas Mendoza
de la Tapia, quien quería, entre otras cosas increíbles,
un directorio de cinco mienibros para gobierno defini-
tivo dé Bolivia. Esté último periódico era favorable al
golpe de Estado, bien así como lo era también allí mis-
mo La Actualidad, órgano retemplado de los belcistas '
contra los sétembristás^ Proclama éste la fusión con
Achá por presidente, mientras que El Tiempo invocaba
á este mismo, mas sin excusar su odio á los belcistas.
De El Constitucional^ que poi* entonces escribieron
I
4j6 Maganzas de Yáñez
algunos jóvenes, conozco tan sólo un número, el nú-
mero I, en defensa de la administración dictatorial.
En Potosí La Situación^ redactado con vigor por
Antonio Quijarro, enarbolaba bien alto las enseñas se-
tembristas, así para juzgar y calificar el acto del 14 de
enero, como para entrar en lucha con los belcistas y
con los fusionistas de Achá al derredor de las urnas
electorales. El Amigo del Pueblo es otro periódico se-
tembrista coetáneo, de Potosí.
Un grupo de fíeles linaristas, puritanos caballerosos
del setembrismo, sostuvieron por este tiempo en Sucre
El Fhnix^ para justificar por sus fines patrióticos y por
la enormidad de los obstáculos los actos de la dictadu-
ra. Pretendieron también traer á reunión á los setem-
bristas de la república, á quienes suponían no sin
motivo estupefactos por el asalto inaudito y sorpresivo
del 14 de enero.
Nada más noble que el tono ni más laudable que los
trabajos que dominan en esta nutrida publicación.
Desenvolvieron los ideales de lo que ellos denomina-
ban el setembrismo genuino para la obra de la regene-
ración delpais. Eran las doctrinas^ según ellos, que
Linares hubiera realizado si le hubieran dejado tiempo
de hacer, ó más bien si hubiera sido capaz de hacer.
lÁ Causa de Setiembre apareció allí en la primera
hora, en febrero, y llegó eventualmente con sus seis
números hasta octubre. Se midió cuerpo á cuerpo con
los belcistas de Bolivia, y principalmente con los de
La Actualidad de Cochabamba, periódico de largo y
apasionado aliento.
í'El Sol de Setiembre" ^^y
El niiniero postrero de La Causa de Setíe//i6re Sipare-
ció para dar alas á la revolución de Ruperto Fernández.
En la sumaria organizada sobre dicho atentado figura
ese boletín como el cuerpo de un delito. Véase al res-
pecto el folleto 1913 de mi catálogo impreso.
En la primera quincena de febrero apareció igual-
mente en Sucre otro campeón de la causa dictatorial,
fulminador implacable de todos los belctstas del uni-
verso mundo: tal es SI Centinela de la Revol^dbn de
Setiembre. Según tengo á la vista, sacó sus pliegos, en
folio mayor de gaceta á tres columnas, hasta tocar en
el número 29, correspondiente al 12 de octubre. Llegó
la noticia de las matanzas de belcistas á granel, y...
¿para qué más ya?
La Causa de los Pueblos era el órgano, en Sucre, de
los intereses y pasiones belcistas, antes de quedar con-
gregada en La Paz la asamblea nacional el i ." de mayo.
Con este hecho quedó abierto para la prensa otro
período, período especiante y de menor actividad, que
acaba con la clausura de aquel célebre cuerpo consti-
tuyente el 15 de agosto.
No hay para qué tomar nota de las publicaciones
periodísticas, que por haberse producido durante las '
sesiones, están empapadas en el espíritu de aquel gran
momento parlamentario. \^ verdad es que lo intenso
de la lucha se había trasladado entonces á la tribuna.
Diré sólo que en julio 4 comenzó á aparecer en Sucre
un periódico setembrista, bajo la impresión de esos
tremendos debates del belcismo con el setembrismo.
Este periódico es El Sol de Setiembre.
43i
Matanzas de Yéñez
Publicado por la Imprenta Boliviana en pliegos del
folio común de oñcio á dos columnas, echó á la circu-»
lación eventual seis números, nutridísimos de setena^
turismo, hasta poco antes de las matanzas de Yáñez.*
Obra era del grupo selecto, flor de los leales á Lina-
res, de esos que en el primer período, ó sea en el
momento político del golpe de Estado, habían escrito
El Fénix. El sol de setiembre no podía ser . otro que
Linares, '>el señor Linaresn, como ellos no dejarónr
nunca de nombrarle.
La idea que movió el aparecimiento é inspiró los^
escritos del presente periódico es, que el dictador José-
María Linares supo mostrarse digno de la confíafiza
nacional, durante los tres años y meses que ejerció la
suma del poder público en Solivia. Ello en contradic-
ción razonada y apasionada con los diputados que en
la asamblea pretendían, por aquel entonces, que se
declarase legislativamente lo contrario.
Un suceso notable prolongó hasta la época de las
matanzas este setembrista eco, correspondiente al se-
gundo período de la prensa de 1861. Las ideas y sen--
timientos que dictaron El Sol de Setiembre durante
el período legislativo, aparecieron con su antiguo títu-
lo cuando espantaba Yáñez; aparecieron dictando el
postrero acento convencido de los puritanos.
Si es cierto, como secuenta, que Ruperto Fernández
tenía iluminado el semblante por intenso placar se-
tembrista, cuando á media noche corrió á comübkar^
al préndente Achá en su lecho la noticia dé las má--
tanzas, fuerza es reconocer que esa islegHa no tuvo
r
•lEl Sol de Se¡temiire¡f 4J^
rama ^litica de ser en tal momento; ¡jues, con que-
dar destruido el meollo del belcismo en La Par, no
pueda ni con mucho el partido belcista en Bolivia, y
porque lo que á esas horas acababa de perecer sin
esperanza era más bien el setembrísmo, con la muerte
de su caudillo Linares el 6 de octubre en Valparsfao.
En efecto, casi al mismo tiempo llegaron á Sucre la
noticia de esa -íBuerte y la noticia de las matanzas.
Eliode noviembre reapareció enlutado El Sol de
Setiembre, en la persona de su ndmero 7 y postrero.
Fué un pliego en folio mayor de gaceta á cuatro co-
lumnas, al cual se siguió días después otro pliego igual
de alcance, con la discurseria y verserla fdnebres de
uso allá un día de exequias. ,
Salió esta vez tan sólo para llorar sinceramente, en
todos los tonos de la prosa y del verso, la muerte del
amado y admirado caudillo, "el héroe de !a historia
contemporánea de Bolivia, héroe cuya estatua merece
ser colocada al lado de las de Bolívar, de Sucre y de
Ballivián, ornada la frente, por los bolivianos todos,
con una guiñarla de rosas entretejidas con laurel. n
También sucumbió entonces ¡lara siempre el setem-
brismo. De sus ruinas, durante la administración de
Achá, iba á nacer, con el concurso de algunos recién
venidos y en ausencia de no pocos desertores, el gran
partido constitucionalista de Bolivia, que había de
proponerse otra cosa que el bien en abstracto y la mo-
ralidad en general; partido político en la acepción le-
gítima y rigurosa de la palabra, pues aspiraba concre-
tamente á ensayar reformas preconcebidas de índole
" * r
440 Matanzas de Yánez <
i
administrativa» dentro de las fórmulas sagradas de una
suprema ley común de labor y de combate.
De aquí el interés que entraña el estudio .de la ad-;
minístración de Achá.
Cuando llegó la noticia de la muerte de Linares el
gran debate sobre los actos dictatoriales tocó á su tér-
mino, arrojando menos apasionados pero más razona-
dos destellos.
Dije en otra parte que esa dictadura fué estéril para-
el reposo público y para el régimen legal, y que con
todo eso sus trabajos eran dignos de estudiarse. * Eran-
lo y todavía lo son. La dictadura produjo arl)itrariedad^
para todos, y cosechó revolución para todos y para bí
propia; pero dejó surcos de labranza para otros que:
quisieren cruzar con el arado el campo.
Por más que se empeñen los belcistas en demostrar \
lo contrario, no hay que desconocer el puñado de.
buena simiente que el espíritu reformador del setem-
brismo acertó, durante su gobierno, á arrojar en el te-,
rreno administrativo. Estos precedentes, muy luego,
no habían de ser inútiles en Bolivia para nuevos arre--
glos, ni para franquear un poco el paso al estableci-
miento del régimen constitucional.
Este último, para que pudiera ser ensayado como pa-.
lestra de legítimos partidos poh' ticos, había nienester
como mínimun un cierto aporte de esfuerzos individua-
les, un agregado indispensable de buenas voluntades;
reclamaba el ejercicio de ciertas virtudes republicanas:
ineludibles, y esas virtudes las desplegaron, contra to-
da suerte de tentaciones, individuos salidos* del setem--
¡lEl Sol de Setiembre" 441
brismo puritano. Esto habla muy alto en favor del an-
tiguo jefe.
El dictador Linares había declarado guerra á muer-
te á la corrupción y al abuso en el desempeño del ser-
vicio público. Fué su punto de mira más culminante.
Y ciertamente, aunque los resultados no correspondie-
ron al ardor del intento sino á lo adocenado de Ioe
medios, es innegable que el sucesor débil cosechó no
poco de lo que aquel poder fuerte había conseguido
en tres años sembrar.
Pero, á la vuelta de esta límpida página adminis-
trativa, ¡qu5 cúmulo de errores y qué ineficacia de re-
sortes desgastados borronean, con sus tropiezos y caí-
das, la página política del setembrismo! Y es esta
página política indudaWemente la ardua página y la
página de oro, aquella donde es menester escribir con
mayor acierto; porque también es la página credencial
■ del estadista, la que se impone por sí misma luego a!
punto, y en la que más se miran y cuidan de leer los
contemporáneos.
Sucumbió el setembrismo para siempre. Hasta el
nombre aquel de setembrismo era ya una inconvenien-
cia lógica y moral, en el nuevo estadio político abiejto
en el año 1861 por los sucesos.
Á Linares siempre repugnó que el bando de sus
parciales se bautizara en el poder con el nombre de
partido linarista. Los primeros meses del triunfo la
causa se denominó "el cañón de setiembre.iF y poco
después en definitiva "la revolución de setiembre.n
Mal nombre, apodo irrisorio y oprobioso, ahora en la
44^
Matanzas de Yáñez
actualidad más bk;n que nunca, ahora que se abría el
juicio de jseskiencia <ie la tlictadura, regulando para
ello el peso de los cargos por la altura de la confianza
popular de setiembre.
Recordaba ese nombre la sublevación de la artillería
de Oraro el % de setiembre de 1857, contra el gobier-
no jurado al pie de las banderas, el gobierna constituí
cional y apaciguador de Jorge Córdoba. Fué aquelht
la traición más negra y más ingrata, entre las más des-
vergonzadas y pérfidas que recuerda el militarismo
pretoríano en Bolivia.
Hora de vértigo para Antonio Vicente Peña, hom-
bre bien nacido, de raza caucásea, culto, educado para
el honor. Su propia conciencia le abatió desde el día
siguiente la cabeza. No estaba hecho para la avilantez
pretoriana. No levantó más la frente. Desde entonces
vivió en la oscuridad el que llevaba una carrera bri-
llante. Murió sin valimiento y retirado en Santa Cruz,
st^ suelo natal.
Esta sublevación ftié una de las bases de la gran revo-
lución de setiembre y uno de los motivos de su nombre.
I^ revolución fué ciertamente grandiosa. Se levan-
taron hasta las piedras. {Qué ensueños, qué novelería^
qué loco entusiasmo, qué transporte de la nación entera!
Nueva era de libertad, de orden y progn^o abierta de
un golpe.
Inclinarse todos, que ahí pasa el caudi)h> suspirado,
el conspirador implacable de nueve años; inclinarse
todos, que pasa el estadista trayendo bien meditadas y
resueltas, por su talento docto, todas las solaciones de)
if^/ Sol de Setiembre w ^^j
presente y del porvenir, soluciones que el mtlitatismo no
ha hecho sino complicar con su sable estúpido. Y llo-
vían como un diluvio sobre la persona de Linares ka
aclamaciones, las ñores y las lágrimas de la veneración
agradecida y del patriotismo esperanzado.
En acogidas de tan universal y espontáneo ardi-
miento no hay para . qué mentar las salvas, repiques,
músicas, arcos y festines de uso común en Bolivia con
los vencedores revolucionarios. Pero deben recordarse
los programas de administración y gobierno, que aun-
que triviales por sus perspectivas esplendorosas y por
la fuerza centrífuga de sus buenas intenciones, esta
vez se salieron de la ordinaria órbita para estar bien
á nivel de las promesas del caudillo y de los deseos
del pueblo. Estos programas fueron otra de las bases
de la revolución.
Setiembre, revestido con todas las galas primaverales
de una naturaleza tropical, setiembre presenció de pie
estas sublimes escenas, y, con el impulso vital de sus
ardores renacientes, las estrechó entre sus brazos gigan-
tescos, lastiñócon fulgores imborrables en la imagina-
ción de la juventud, y les dio su nombre sonoro y
parecido ciertamente al estampido fugaz del cañón.
Pero setiembre no muere sino que pasa y vuelve, y
reaparecerá hasta la consumación de los siglos recor-
dando esto que sigue: la causa que lleva su nombre
en Bolivia^ por estos obstáculos y por los otros (nin-
guno de allanamiento previsto ó improvisado por el
profeta á pesar de ser todos habituales), fracasó con su
equipo.de laudables intenciones, fracasó en isu empeño
444 Matanzas de Yáhez
de realizarlas por los medios rutinarios del militarismo,
que son los extrañamientos f>or precaución, la mordaza
de la prensa, la cárcel por sospechas, los fusilamientos
por delitos políticos, el despotismo desmañado y bron-
co por sistema.
Véase por esto si no es cierto, que el apelativo
adoptado por el linarismo, era el propio nombre de
un testigo, acusador hoy de aquel bando político: el
mes de setiembre.
Esta revolución de setiembre, con tanto énfasis y
vocinglería alardeada después de su caída, es uno de
los fenómenos más curiosos del alucinamiento político.'
La causa de setiembre es santa porque es la causa
de Dios, decía Ruperto Fernández. Pero pudo agre-
gársele, por vía de correctivo, que lo fué sólo en su
pascua florida de Navidad, en setiembre, cual su nom-
bre lo declara. Después de entonces los setembristas
se consagraron á la causa del diablo, ó sea si quieren á^
la causa de Dios por los medios del diablo.
Aquel mes glorioso había dejado imperecederos re-
cuerdos en el espíritu de sus usufructuarios. Compren-
do perfectamente lo que al presente pasaba en el inte- •
rior de éstos. Llenaban con la imagen del bien perdido
el vacío abierto ahora por la realidad de su pérdida.
Esa imagen era la del voto popular de setiembre; esa -
realidad era la negrura sin ejemplo del 14 de enero.
Estas fuertes impresiones trabajaban su alma, ausen- -
tándola (permítaseme) de la política positiva.
Un día cierto filósofo contemporáneo propuso á la
prensa científica de Europa este problema nuevo:. No ^
wEl Sol de Setiembren 44$
há mucho estaba yo alegre, ¿porqué estoy ahora triste?
¿Qué nube me ha envuelto sin advertirlo mi concien-
cía? Afuera, todo lo mismo: ¿porqué una mudanza tan
completa adentro?
Main de Biran trató entonces de explicar el hecho
por lo que él llamaba la refracción moral.
Según este filósofo, la conciencia está envuelta por
una atmósfera de leves percepciones inconscientes, ve-
nidas de nuestros órganos, y todo lo qué de fuera
llega no penetra en nosotros sino refractándose en ese
medio. Ahora bien: si sobreviene un cambio en dicha
esfera inconsciente, se produce en la conciencia esa
mudanza cuyas razones ó caudales nosotros no vemos,
pero que á veces contrastan demasiado con la realidad
externa.
• En los setembristas el fenómeno de hi refracción
moral se determinó más patentemente si cabe. La no-
vedad sobrevino afuera, y, cuando la impresión se in-
ternó á tocar á las puertas de la conciencia, salió lo in-
consciente á recibir á lo real; y eran lo inconsciente
todas esas percepciones inmarcesibles venidas del mes
de setiembre, que, flotando sin cesar en las moradas de
la memoria, estaban dispuestas á envolver y empapar,
y empapaban y envolvían hasta lo más seco y duro
que por allí se presentase.
¿Hay todavía setembristas? se preguntaban cuando
murió Linares. Y ¡cómo no ha de haberlos! era su in-
genua respuesta. Los habrá mientras haya en Bolivia
altas aspiraciones, mientras el imperio de la justicia
sea una necesidad inaplazable, mientras la libertad sea
446 Matanzas de YdfUz
el punto concéntrico de las instituciones irrevocable-
mente adoptadas, mientras sea un deber combatir todo
lo adverso á los principios constitutivos del orden so-
cial, mientras el patriotismo sea una religión de los ciu-
dadanos, religión que nos obligue á morir por el bien y
por todo lo que es de origen divino en. la humanidad.
No,— agreglaban, — no, jel setembrismo no ha muerto!
¡La gloriosa causa de setiembre está de pie! ¡Arriba, se-
tembristas!
Y no había medio de sacar de aquí á los hombres
de setiembre. Fuera de ellos no había sino reprobos y
enemigos. Ellos eran desde setiembre la grey escogida
para prc^ugnáculo de la causa de Dios en Solivia.
Ellos y la ^anta causa formaban una sola entidad po-
lítica.
Pero es la verdad que caídos caudillo y bando con
la suma á cuestas de no pocas iniquidades y de mu-
chos desaciertos, los hombres del setembrismp queda-
ron destituidos de su encargo político, quedaron inca-
pacitados para invocar de nuevo la santa causa que
habían bastardeado, y cuánto más inhabilitados para
que se les confíase de nuevo en Bdlivia el servicio de
Dios. Era menester que la cosa pública se pusiese de
hoy más á prueba de otros hombres, aun cuando fue-
ran adversarios del setembrismo. Es lo que el pueblo
entendió con su admirable instinto.
Muerto había quedado, ante la razón política, el
bando setembrista; muerto á impulso de ese levísimo
golpe tremendo que se llamó ««el golpe de Estado, m
Fué sepultado al mismo tiempo que Linares, en octu-
r
rEl Sol de Setiembrfn ^7
bre, junto con las victimas belcistas del 23, uNoche, —
dijo Yáñez, — memorable y de eterno recuerdo en los
fastos de la gloriosa c&usa de setiembre.n Invocatoria
injusta, pero que muestra hasta dónde estaba verificán-
dose entonces en los espfriius el fenómeno aquel de la
refracción moral.
y es lo particular en la prensa, eco fídelísimo de las
agitaciones del país desde el golpe de Estado hasta la
elección constitucional de Achá, que según ella de-
muestra, tampoco los belcistas, absortos en la pasión de
las elecciones parlamentarias y presidenciales, y por
ende en la gran polémica de cargo y data sobre la dic-
tadura, no se dieron cuenta exacta del sitio vulnerable
y mortal donde ir b. asestar, con el machete de la lógi-
ca política, el golpe postrero y de gracia al setembrís-
mo romanesco, despechado y violento.
¿Qué más? Hasta desconocían en sus gacetas los
belcistas ó pasaban por alto los días gloriosos del mes
de setiembre, y hasta negaban el santo encargo fiado
entonces á los brazos regeneradores del linarismo por
el voto unánime de! pueblo; cuando la fuerza de l.i
dialéctica aconsejaba á los belcistas conceder todo eso
á manos llenas, para más ponderar la indignidad de la
cuenta rendida y el abuso de la confíanza defraudada.
Pero bien pronto habló el país entero en los comi-
cios electorales más libres que hayan existido en el
mundo. Eso sf, que cuando el debate fué llevado de la
prensa á la tribuna, la argumentación belcista cobró
más nervio y desplegó formas más incisivas.
¡f,ástiniat todo eso quedaría sobrado aquí. Basle coH
448
Matanzas de Yáñez
lo dicho para comentar los escritos de El Sol de .Se-
tiembre. Y basta para poner fin á este libro sobre las
matanzas nocturnas de Yáñez, contempladas á la luz
dé las publicaciones de la prensa.
PIÉSITIDIOE
r
HílAfkfH^ot 0MtHtH W.Jm'* í A>M*t gM*«ft#iit'»<
PIEZAS DEL PROCESO
1861-1862
Autos referentes á los detenidos y á las matanzas. — Consejo de
guerra del if del octubre. — El general Córdoba es sentenciado
i muerte dos dfas después de sepultado. — Concepto popular
acerca de los procesos.— Informaciones luminosas suministra-
das por la prensa. — Selección de lo declarado en ella por los
unos y por los otros. — Publicación de diez y siete cal»lleros
sobrevivientes. — Otra de Julián Urquidi. — Otra del general
Ascarruni. —Declaración judicial de Pedro Zúñiga.— Publica-
ción de un relato atribuido á Lorenio Foronda. — Pormenores
n este relato contenidos.
I^ prensa boliviana ha convenido unánimemente en
llamar matanzas del Loreto, á todas las que Plácido
Yáñez mandó ejecutar ó ejecuta por sí mismo en La
Paz la noche del 23 de octubre de 1861.
He dicho en otra parte que proceso especial sobre
este suceso no existe, porque nunca se levantó ni se
mandó levantar; pero hubo autos militares concernien-
tes á laa víctimas antes y después de su inmolación, y
relativos á algunos de los cómplices de Yáñez, no co-
45^
Matanzas de Yáñez
mo tales, sino como reos de privados delitos aquella
noche. Éstos autos podrían descomponerse hoy todos
cronológicamente en tres cuerpos generales, compren-
sivo cada uno, si bien se quiere, de cuadernos par-
ciales. Tomando como punto de partida su iniciación,
estos cuerpos generales serían:
Primero: los autos militares de lo que se llamó la
conspiración descubierta antes de estallar, y con cuyo
nombre se ejecutaron las prisiones en masa de belcis-
tas, comenzadas en la noche del .29 de setiembre
de 1861.
Segundo: la sumaria información militar concernien-
te á lo que se denominó la revolución del 23 de octu-
bre, sofocada y castigada esa misma noche. Compren-
de las tentativas de seducción á los centinelas y el
amotinamiento de los presos.
Tercero: Los autos iniciados en diciembre inmedia-
to contra Cárdenas, Aparicio y no sé cuáles otros, co-
mo reos de particulares delitos en aquella ocasióiv; in-
dividuos todos ellos á quienes la autoridad tuvo que
someter floja y aparatosamente á juicio, ya á más no
poder con el peso del clamor general.
Se comprende perfectamente que toda esta papela-
da no formaría sino una parte del proceso histórico.
Para la debida instrucción de este proceso definitivo,
es diligencia esencial el acumular toda la documenta-
ción política del día y los anales de la prensa.
Providencia de oficio sería inmediatamente encargar
reos á los poderes aplicadores y ejecutores de la ley,
que dejaron impune el atentado y , omitieron la opor-
tuna pesquisa.
Punto muy interesante es saber el estado y paradero
de las causas militares seguidas por Yáñez contra los
detenidos, primeramente como á conspiradores desde
sus casas antes del 29 de setiembre, en seguida como
á conspiradores dentro de . las prisiones días antes
Apéndice. — Piezas del proceso 4.53
del 23 de octubre, y después como á revolucionarios esa
noche en connivencia con la cholada arremetedora des-
de las calles. Parece que todos estos autos ó una parte
solamente, la relativa á la noche del 23 quizá, fueron
remitidos al gobierno unos doce días después de dicha
fecha, sin que hoy yo sepa el grado de instrucción que ^
revestían.
La prensa informa que, á los quince días de iniciada
la, primera causa, ya estaban muy voluminosos y en es-
tado de verse los autos, no obstante que á los presos
del Loreto se les había tomado su confesión solamen-
te, y no además de ésta la previa indagatoria que las
leyes prescriben. Lo cierto es que el 16 de octubre se
dio la orden para que, al siguiente día 17, se celebrara
el consejo de guerra ordinario que debía juzgar á los
conspiradores de setiembre. Debía presidir este tribu-
nal el general de división Manuel de Sagárnaga.
Una sucinta crónica que por aquellos tiempos cir-
culó sobre lo ocurrido en La Paz los últimos tres me-
ses, y que está inscrita en mi catálogo impreso bajo el
numero 31, dice al respecto lo que sigue:
»'Se presentaron los reos del cuartel de arriba, en
aquel temible recinto, con toda la ufanía de una con-
ciencia sin reproche. Se leyó el proceso por el fiscal, y
dos de los acusados notaron que sus declaraciones no
eran las que habían oído leer; que, puesto que se tra-
taba de la culpabilidad de un hecho revolucionario y
del descubrimiento de la verdad, no podían dispensar-
se de reclamar ante el consejo sobre las alteraciones
que habían advertido en sus exposiciones. Sin embar-
go de tan atroz aberración el consejo nada dijo sobre
el particular.
*»Un hábil defensor de uno de los reos, con el aplo-
mo de la razón y de la justicia, expuso: que ni el con-
sejo era competente ni el proceso se hallaba bien orga-
nizado; y, á tiempo de dar sus razones, el presidente lo
454 Matanzas dt Yáñtz
mandó salir fuera y salió con el último desaire. Seme-
jante incidente es, sin duda, escandaloso y un ultraje á la
ilustración del siglo, á la circunspección del acto y á
los derechos naturales del hombre.
•lAsí terminó el numorándum consejo de guerra, de*
jando, por su puesto, descubierta la farsa y en trans-
parencia á sus autores, n
Por otro conducto se sabe lo mismo. El Juicio Pu-
blico afirmaba en diciembre 9 que, en el último con-
sejo de guerra, varios soldados aseguraron que sus de-
claraciones habían sido alteradas.
Siempre es mucho menos esta falsedad, aunque vi-
llana, que echar fuera á un defensor arrostrando para
ello el escándalo ante el mundo.
Tamañas monstruosidades puede^n revocarse á duda.
Para concederles asenso se requiere que estén bien con-
firmadas. Entretanto, quien conozca un poco algunos
recovecos del cuartel, propios de la política soldadesca
del país, acaso no encontraría de todo punto inverosí-
mil dichas monstruosidades.
Por si pareciere que esta opinión desdice de la me-
sura propia de un imparcial analista, no tiene cualquie-
ra boliviano sino hojear el boletín de sesiones de la
asamblea legislativa de 1862, donde puede encontrar
la constancia de un hecho referente al cuaderno de
autos concerniente al general Córdoba. Éste fué sen-
tenciado á muerte dos días después de asesinado; es
el mismo fiscal quien lo confiesa ante el congreso. En
una representación suya, fecha 12 de agosto de ese
año, reproducida por las gacetas del día, dice así:
"El 25 de octubre — (es el teniente coronel Ángel Fa-
jardo quien habla), — fui llamado y requerido por la
causa, que se hallaba en el mismo estado dicho, sin
conclusión fiscal. Exigido á terminarla, se me mandó
poner la sentencia á horas once de la mañana del día
subsiguiente al asesinato del encausado... if
r
Aphidia.—- Piezas del proceso 4^
En la tierra de las rebeliones militares el congreso
debió premiar la doble prueba que dio entonces Fajar-
do de subordinación y disciplina. No sé si las leyes
bolivianas obligan á los fiscales á poner cierta clase de
sentencias cuando así se lo manda el superior. Lo que
■es. á algunos quizá les agrade más, en este pretoriano,
Ift manera como califica de inocente su proceder ante
los legisladores. Él dice:
"Un muerto dos días antes, era designado, dos días
después de sepultado, á la pena capital. Esto importo
como sentenciar á nada, 6 vice versa no tener facul-
tad de sentenciarlo á que resucite á sufrir otra conde-
na, y esto en la circunstancia predicha...i[
El fiscal Pedro Cueto, organizador de los procesos
generales cayó en completa desgracia. El dia de las ex-
piaciones, el 23 de noviembre, clamando el pueblo por
la cabeza del anciano coronel, buscaba á éste por todas
partes para proceder á lyncharlo al par que á Váñez.
Ya hemos visto que el gobierno lo expulsó, con igno-
minia, del ejército.
Este hecho, así como también el hecho de que el
gobierno no haya dado publicidad á estos procesos, ni
inmediatamente, ni después en sus días de furibundas
recriminaciones á los belcistas, lalvez denoten algo de
muy significativo en favor de la opinión vulgar; es á
saber: que toda esa pajjelada era escandalosa é inicua,
apenas explicable por el enceguecimiento del odio y
del miedo y por la perversión moral de sus autores.
Véase en El Boliviano lo que ocurrió con un pri-
mer ensayo de publicación hecho por Váñez con in-
tento de justificar las matanzas.
£n cambio de la oscuridad judicial, la prensa ha
publicado importantes piezas producidas ante el ju-
rado de la opinión. Los sindicados, los culpables y los
delincuentes del 23 de octubre dejaron oír con liber-
tad sus cargos y descargos impresos. Los agraviados
vn-
4$6 Matanzas de Yáñez
sobrevivientes ocuparon también por su parte las
luninas de la prensa. Puede afirmarse^ que todos los
actores activos y pasivos del acontecimiento, han com-
parecido en los periódicos como deponentes. Del ca-
pullo de sus dichos contextes ó contradictorios, se
puede fácilmente hoy hilar la verdad en la rueca de la
crítica, se pueden armar la trama y la urdimbre con
que haya de labrar tela fína de historia una lanzadera
bien manejada.
En obsequio de la verdad y del arte que la cuenta
he allegado una selección sustancial de producciones
en el pro y en el contra respectivos. Mi parecer es que,
sobre aquella catástrofe, tenebrosa hasta en sus ante-
cedentes y consiguientes, la prensa coetánea arroja un
torrente de luz ejemplarizadora de los hombres y re-
tratadora del país. Lástima fuera no salvar del olvido
esta parte tristísima de los anales bolivianos.
Porque es indudable que hay un estado social pro-
fundamente humano, por todo extremo elocuente,
hasta en ciertas piezas menudas de este proceso de un
pueblo durante sus horas de mayor discordia, de vér-
tigo y de inaudita impunidad. Tengo aquí sobre la
mesa algunos recortes de la prensa de bandería, recor-
tes que, en la iracundia de su encono, muestran ¡qué
digo! son ellos mismos las trizas de un terrible estado
social, ya insoldable ni por la liga de la ley con la
comprensión de la fuerza. Estos recortes patentizan el
espesor de la fractura producida en las tablas de la
ley constitucional, por las propias autoridades jura-
mentadas para contrarrestar, dentro del buen régimen,
el embate de las pasiones desorganizadoras.
El año 1861 El Juicio Público destinó lo princi-
pal de sus columnas á dar vado al cúmulo de informa-
ciones y testimonios sobre el 23 de octubre y 23 <ie
noviembre. Durante los meses de enero y febrero
de 1S62 prosigue y pone tármino á su tarea. Calla por
Apéndice. — Piezas, del proceso 4J7
fin, sea porque esté ya agotada 1^ materia^^ sea porque
otros intereses reclamen su atención.
Este es el momento de agrupar algunos traslados ó
extractos sobre el suceso de las matanzas. El Juicio
PÚBLICO suministra lo más; lo menos ha sido traído
aquí de otras publicaciones coetáneas.
En su número 5, correspondiente al 5 de diciembre,
aquél periódico publicó una declaración suscrita por
unos diez y siete de los detenidos que salvaíon de la
carnicería. Son los siguientes: Luciano Alcoreza, Ma-
teo Belmqjite, Policarpo Eyzaguirre, Pastor de la
Riva, José M. Calderón, Saturnino Quachallíi, Lucia-
no Mendizával, Juan Saravia, Miguel Sardón, Francis-
co Medina, Antonio Palma, Manuel Palma, José R.
Bayarri, Abelardo Rodrípez (sic), Feliciano Ceballos,
Toribio Sanginés y Manuel Pizarro.
Todos estas, según tengo entendido, ó son personas
notables ó son miembros bien conocidos del partido
belcista.
Protestan que el proceso consiguiente á las prisiones
en masa no fué sino una trama ardidosa, ó mas bien
. una celada para hacer caer á víctimas, que Ruperto
Fernández consideraba como estorbos á sus prodito-
rios planes ambiciosos. Dicen que á sabiendas de la
índole sanguinaria y violenta de Yáñez, dicho Fernán-
dez le confió la comandancia dé armas para servirse
de él como de un sicario. Que Demetrio Urdininea
fué asociado á Yáñez para esos fines, etc., etc.
. Según eso, Urdininea tentó á los incautos N. Zuleta,
antiguo criado del general Belzu, y á José Ugarte, ex-
sereno mayor de La Paz, para que reclutasen prosélitos
' en el medio batallón Segundo que guarnecía la plaza.
Estos fueron á poco constreñidos á que hablaran para
la revolución á personas decentes del vecindario. Ur-
dininea aseguraba á estos agentes,, que se contaba para
una revolución con muchos soldados de la columna
45^ Matanzas de Yáñez
municipal y con los sargentos del escuadrón Húsares.
Zuleta se abocó al malogrado Francisco ^ de Paula
Belzu, so pretexto de preguntarle con interés afectuoso
por su hermano el general. Fué entonces cuando le
indicó, que tan sólo hacían falta fulminantes de fusil
para llevar á cabo un magníñco trastorno, que Zuleta
consideraba posible contándose cual se contaba con
Urdininea. Francisco de P. Belzu aconsejó al criado
que no se metiera en empresas tan peligrosas.
Viendo Urdininea que nada avanzaba por esta vía, co-
mo ni tampoco en sus pérfidas conferencias para tentar
al conocido revolucionario Diego Povil, ex-prefecto de
la época de Belzu, dictó á Zuleta una carta que éste
escribió, y se suponía dirigida á un tal N. Rosel, del
cantón de Luribay, suscrita por las iniciales S. S» Allí
se prevenía que los imaginados sargentos del escua-
drón Húsares, cuerpo que no se nombraba, hicieran
ya el movimiento convenido, puesto que el 3 de octu-
bre iba á estar el general Belzu en Corocoro, y que en
La Paz se debía contestar á ese movimiento en la ma-
drugada del 30 de setiembre.
Yáñez mandó tomar esta carta á las doce de la no-
che del 29 de dicho mes, de poder de un pobre hom-
bre, N. Zúñiga, escogido de antemano al efecto. Ella
sirvió de cabeza de proceso. Aprehendidos ya una
hora antes cuatro de los supuestos conspiradores, los
señores Espejo, Gutiérrez, Bayarri y Mendizával pre-
senciaron el hecho siguiente:
Encarándose Yáñez á estos detenidos, antes de
abrir la consabida carta, les relató el contenido de ella
diciéndoles: "Picaros, canallas, aquí está el plan de
la conspiración de ustedes, y ahora verán cómo los
fusilo con la constitución en la cabeza.?» En seguida,
alargó el pliego cerrado al teniente coronel Benavente,
quien con mano trémula rompió el sello y leyó lo que
sabía Yáñez.
r
Apéndice. — Piezas del proceso 4sg
"Puesto que aun nada^sabla Yáñez hasta entonces,
como lo aseguró impávido, ¿cómo es que horas antes
habían sido capturados los individuos sindicados de
■conspiradoresPiF Los declarantes sostienen que tan ini
cua prataña quedó preparada por Fernández para quf
Yáñez la ejecutase por medio de Urdininea.
En la madrugada del 30 de setiembre todos los su
puestos conspiradores fueron sorprendidos en cami
dentro de sus respectivas moradas; y cayeron, sin re
sistencia, ni escape, ni dificultad, en poder de los agen
tes de Váñez, '
Después de diez días de encarcelamiento y de se
guras expectativas de quedar libres todos de un ¡ns
tante á otro, no aparecía ninguna cita contra los su
puestos degolladores incomunicados. Ni se atinaba cor
lo que se les debía preguntar. Unos eran interrogado:
sobre si tenían noticia de una revolución y sobre quié
nes debían dar fulminantes para ella; otros, si en si
viaje á Copacabana habían oído algo sobre el imagina
do trastorno; á éstos se les preguntaba por la conversa
ción que tuvieron al tomar tin vaso de cerveza día:
antes de su captura; á aquéllos sobre la intención coi
que fueron olraequiados los jefas y oficiales del Según
do y del Tercer batallón en el cantón de Caracato; ;
en fin, á los demás, si conocían á Zuleta, á Povil, i
Zúñiga ó á Obando.
Hé ahí los hilos y la madeja de la tremenda revuel
ta que debía comenzar, según los interrogatorios, po
la muerte de Váñez y de su segundo Benavente, y qui
habla de seguirse con el incendio, el saqueo y el de
güelio etc. etc. ii¡Santo Dios, qué honda inmoralidac
para darse trazas con que perseguir á los que temía ;
odiaba el extranjero Fernández y sus secuacesln
En ia causa no había más que las confesiones di
trastornos por Zuleta y Ugarte, unas citas á Povil ;
TJrquidi — (la declaración de éste en las columnas di
•^r
460 Matanzas de Yáñez
El Juicio Público puede verse mas adelante), — y
careos de Urdininea con los dos desventurados ya
dichos.
Urdininea se hizo sorprender, á los quince días de
detenido, cierto numero de cajas de fulminantes^ que
se decía debieron servir para la revolución.
Pero ni esta estratagema ni los indicios que maño-
samente suministraban algunos soldados que, escogi-
dos al ojo por Yáñez, aparecían presos como sospe-
chados del contagio sedicioso, establecían una base
sqfíciente de acusación, presentable ante el publico ni
ante el gobierno contra tanto ciudadano perseguido á
título de criminal contra la seguridad del Estado. <[Eran
éstos los delincuentes de cuyas maquinaciones espan-
tosas Yáñez había salvado á la ciudad, mediante los
esfuerzos de su vigilancia y patriotismo?
En tal conflicto fué menester forjar otros procesos
para encubrir los pérñdos manejos del primero. Tal
fué de forzado el acuerdo á este respecto, que ya no
se volvió á hacer mención de la causa principal ni del
crimen que había dado origen á las prisiones en masa
de 29 y 30 de setiembre, á las dos memorables procla-
mas de Yáñez tocando á rebato, al sitio de la ciudad
y dos provincias por el ejecutivo, y á las vociferaciones
de la prensa antagonista ó asalariada. Esta ultima, ya
en El Telégrafo y ya en £1 Boliviano^ fundado expro-
feso para ello, se esmeró en sembrar el espanto con la
pintura antojadiza de los asesinatos premeditados por
los supuestos conspiradores.
La ocasión de nuevos procesos y de una carnicería
con el nombre de represión instantánea, se fué á bus-
car tentando con maña á los detenidos á que se esca-
pasen de una muerte, que no se cesaba de pintárseles
como segura. Nada se logró; fué necesario entonces
forjar un motín para ultimar en sus lechos á los dete-
nidos.
Apíndice. — Hezas del proceso 461
Hacinados en un calabozo oscuro los que declai
ron en la. primera causa, y asesinados sin compasión
descargas, excepto el famoso Urdininea, que resul
haber estado entre dichos presos para espiar sus m
mínimos movimientos, el proceso quizá y sin qui
rehecho de nuevo en el laboratorio del fiscal Cuet
no pudo, sin embargo, rendir mérito tan siquiera pa
apellidar tentativa á eso que se había comenzado pi
calificar, ante el país, de conspiración descubierta
tiempo de estallar.
i'No queremos recordar lo que hemos sufrido
ensayarse con nosotros la mashorca; y relegando
olvido lo pasado, con la mano comprimida al corazó
perdonamos de buena fe i. nuestros detractores, a
como agradecemos profundamente á los que nos hí
considerado víctimas inocentes y líbertádonos del sací
ficio que se nos tenía preparado. ¡Quiera el cielo no:
vuelvan á repetir, por la recrudescencia de las pasione
otras escenas tan crueles y degradantes como las qi
hemos atravesado! ... "
Este manifiesto está fechado en 1^ Paz á 5 de c
ciembre de r86i.
Se han omitido aquí en mucha parte los conceptc
y frases que contienen, acriminatorios cargos conti
Fernández. Son simples imputaciones, sin pruebas, t
tono propio de agraviados.
Julián Urquidi, militar en retiro absoluto, emplead
antes de los sucesos en la mayoría de la columna mi
nicipal, ante la mesa de redacción de los escritores c
El Juicio Público (número 3 de diciembre 2), con
pareció y declaró lo que en sustancia sigue:
En los días anteriores á las prisiones en masa, <
sargento mayor Demetrio Urdininea encontró á Urqu
di, y previos los preámbulos del caso para alentar I
confianza, le dijo; — "Usted, que está en la columr
municipal, tiene proporción de seducir á la clase d
402 Matanzas de Yáñez
tropa y sargentos para una revolución, cuyos trabajos
tengo muy adelantados por otras partes, n Urqui4i
aceptó la invitación y las promesas, pero aceptó fingi-
damente.
Éste, que conservaba buenas relaciones anteriores
con Yáñez, se hallaba un día en la puerta del palacio
conversando en el puesto de guardia. £1 comandante
general, pasando por allí, le reconvino ásperamente, y
le dijo que si volvía á verle por esos sitios vería Urqui-
di lo que es bueno.
Urdininea se abocó una segunda vez con Urquidi é
inquirió de él lo que hubiese adelantado en la empresa
consabida. Contestó que muy bien y que tenía habla-
dos á muchos de la tropa. Todo sin ser cierto.
En un tercer encuentro Urdininea reconvino á Ur-
quidi por su morosidad^ Este salió del paso diciendo
fingidamente que ya tenía prontos á los dos sargentos
primeros de la columna.
En una cuarta y última entrevista Urquidi es citado
por Urdininea á su casa para hablar del negocio. La
cita hecha, Urdininea se fué con Zuleta. La entrevista
debía tener lugar el 28 de setiembre. Urquidi estaba
receloso y temía mucho á Yáñez; no concurrió.
En la mañana del 29 fué hecho preso Urquidi con
todos los demás. Estando en tal condición en palacio,
el jefe Benavente le reconvino diciéndole: que cómo,
estando tan considerado en la columna, había tenido
la villanía de seducir dos sargentos primeros.
Como Urquidi tenía en su conciencia la seguridad
de no haber hablado á nadie acerca de las proposiciones
de Urdininea, declara que comprendió al punto que
éste era el agente secreto de Yáñez para una trama in-
fernal.
Con fecha 11 de diciembre de 1 861 comparece en
las columna de El Juicio Público (número 12 de
diciembre 15) el anciano general Calixto Ascarrunz,
Apéndice. — Piezas del proceso 46-3
pariente del ex-presidente Behu y su partidario. Es uno
de los que escaparon de la muerte la noche del 23.
Declara en sustancia lo siguiente;
Tiene perfecta seguridad sobre que no ha existido
conspiracitin belcista; que las tramas á dicho partido
atribuidas han sido nada más que una invención ma-
quiavélica para exterminarlo; que Ruperto Fernández
es el autor de esta cabala tenebrosa, interesada como
estaba su ambición en hacer desaparecer el obstáculo
más fuerte para llegar á sus fines; que dicho Fernán-
dez es propiamente quien ha armado el brazo ciego y
torpe del feroz Yáñez; que los gaceteros de El TeU-
grafo y de El Boliviano prepararon la atmósfera de
desconfianaa y recelos, en que había de inflamarse el
rencor salvaje del asesino; que este rencor inspiró á
éste Cavilosas arterías, encaminadas á saciar sus odios
á la sombra de un pretexto; que el presidente Achá
fué engañado al tomar como efectiva cosa la fantasma
de una conspiración, y al echarse en brazos de los
crueles setembristas contra los belcistas, mirando de
reojo á éstos y como á enemigos intransigentes; que el
decantado proceso vino á revelar la inocencia del bel-
cismo y á poner en conflicto á los inventores de la pa-
traña revolucionaria; que bien se han guardado de no
publicar ese proceso en el tiempo sobrado que tuviercMi
desde las matanzas hasta la expiación, y cuando dicha
publicidad casi era reclamada como una necesidad inde-
clinable de su vindicación; que Yáñez obró el 23 con
toda la premeditación de un enconadísimo agente, en-
cardado de preparar con astucia y de consumar con
ferocidad un golpe mortal; que á los generales -Her-
mosa y Aicoreza y al teniente coronel Espejo les tenía
él anunciado el propósito de clavarles á balazos la
constitución en el pecho; que es notorio en la ciudad
que se habían mandado cavar zanjas profundas el día
anterior en el cementerio; que Yáñez instruyó á los
» V
464 Matanzas de Yáñez
sargentos Calvimonte y Vilches pasa que en la' prisión
propusiesen la fuga al irialogrado general Córdoba, etc.;
que en prueba Calvimonte fué fucilado para que con
él perezca su secreto, y que Vilches ha desaparecido
misteriosamente y se cree que está ya sepultado; que
el público ha visto con indignación el juicio seguido á
dicho general, fundado en la declaración de dos sol-
dados instruidos al efecto, y en la de su tierno criado
amenazado por los azotes, las cuales declaraciones han
constituido la plena prueba con que. pidió la muerte el
físcal de la causa; que Yáñez no quedó saciado el 23
de octubre, sino que pensaba concluir con los sobre-
vivientes la noche anterior á la llegada del ministro de
la Guerra, quien al siguiente día puso en libertad á los
'titulados reos; que hubieran perecido todos sin reme-
dio, á no ser que el coronel Balsa mandó soldados de
su batallón á cubrir la guardia de los detenidos, y ello
por compasión, á requerimiento de las familias y para
frustrar de ese modo las miras del implacable asesi-
no... etc.
Muchas otras generalidades poco instructivas afírma
bajo su palabra Ascarrunz. Ha sido necesario consig-
nar solamente las anteriores aquí, por venir de su per-
sona y porque estuvo en realidad de verdad unos 53
días, puede decirse, en capilla con el Jesús en la boca.
En cuanto á los cargos que se le hicieron y por los
cuales fué á dar á la cárcel, dice lo siguiente el ancia-
no general:
"Mi supuesta criminalidad se basaba en haberme
dicho Benavente, en mi prisión, que Zúñiga aseguró
haberme entregado una carta. Puesto en libertad, mi
primer cuidado fué aclarar este único punto de cita.
Usando de mi derecho, pido entonces que judicial-
mente declare Zúñiga, y por la absoluta negación de
éste, quedó destruida dicha cita. De manera que mi
inocencia está completamente probada, y sólo resulta
w
Apéndice. — Piezas del proceso 46^
la red que se tendía sirviendo de instrumento el pérfi-
do traidor Demetrio Urdininea, que tan infamemente
figura como agente principal en la declaración del
expresado Züñiga...
'•Creo que con el documento auténtico que á conti*
nuación publico, conocerán la nación y el gobierno mi
absoluta inocencia. Hoy no pretendo más que poner*
me á salvo de cualesquiera otras violencias que quisie*
ran cometerse en mi persona; porque cierto, estoy, que
los enemigos del titulado partido belcista, no cesarán
de estar inspirando desconfianzas al general Achá, para
convertir ese brazo, que debiera edificar el monumen*
to de la fusión, en el de perseguidor.
««Señor general Achá: que la justicia marque vues-
tros pasos; que con ella lavéis la sangre vertida en
vuestra legal administración; que las garantías ofrecir
das á los ciudadanos no sean ya una mera promesa
sino un hecho; que Bolivia, en fin, cese ya de ser el
teatro de sangrientas escenas, y que reinen en ella or-
den, paz y progreso. 1 1
Pedro Züñiga declaró ante el juez parroquial, á
requerimiento de Ascarrunz, lo que entre otras cosas
sigue textual:
«'Que habiendo arribado á esta ciudad, y á los dos
ó tres días de su llegada — (de Tacna), — lo encontró
Demetrio Urdininea y le dijo al que declara: í»que se
trabajaba una revolución, para lo que contaba con el
comerciante Povil, quien era el cabecilla, y que él
había quedado en esta ciudad como agente principal:
que se hallaba resentido, porque, habiendo sido te-
niente coronel, lo habían rebajado á mayor y que le
daban una corta pensión. n El que declara le contestó:
«•que haría muy mal, y que no debía ser ingrato con
un gobierno que le daba un pan que comer, n
«'Que después de esta entrevista fué dicho, Urdini-
nea por repetidas ocasiones á la casa del qué expone.
4&6 Matúft9msíte VMes
paca Ikrvarlo i la saya, á «fecto de inostrarle^ima corta
escntá i Povü 'didéndole á éste: ««que la nevoloción
marchaba «n buen pie.»i Que dicha carta iba CK>n
nombre supuesto, la que llevó un tal N. Espada^ oooi-
ptiitQ de ZiiVeta.
•«Que d 29 de setiemtoe, Ur4¡ninea hablaba cxmí^üí
teniente ooponel Benavente en la pueita dÉÜ^paiaxsio
con (bastante entusiasmo, después de loo^íle entrad
el primero «tía carta dhngtda á un satg/Mx)^ para ei
punto de Luribay, cuyo contenido igiiom; ia <qae se le
hiso aceptar á la fuetza y gttítt^eétudóh sA que deckera
oon cuatro pesos. Despi^ xle ésto fu,é á buscar al uol-
yor de plaza para -eftOieggtfle dicha carta, porque d ^eft*
ponente sospechaba q«e fuese alguna intriga de Urdi-
nin^^p^o^iBO^enoontrando á dicho nxayor de plaea,
seÜDé á su (cassk
^'Qive habiéndolo tomado preso á las diez de la
noch¿, ^entregó la carta á un cORvísarto depoücía, cuyo
nom^bre ignora, advirtiendo á dicho comisario que «era
carta que le había entregado Deoietrio XJit&ainea.
Desfpués de lo cujd, I» llevaron preso ai fxriado, y de
aUí ai duaitel de Sucve «donde, da ^oche dd cg de oc-
tubre, los reunieron á todos los presos que se hallaban
eo déoh<» cuartd 'en «en calabozo, y el mayor de ]^kiza
oidené que los ñisilaraa; habiendo el exponente ¿dva-
do «rrtie los cadáveres que lo cubrieron.
«•Que la misma declaración ha prestado en d pro-
ceso que se seguía por la supuesta conspiración. Ésta
dijo ser la verdad en fuerza del juramento, etcn
José Santos Cárdenas, el mayor de plaza, publicó
el 4 de diciembre, en La Paz, una relación vindicato-
ria de su conducta, como ejecutor de los fusilamientos
á granel verificados en el cuartel del Segundo. Mi co-
lección de sueltos ha quedado descabalada por el
incendio en esta parte, y me es imposible compulsar
ít5Lttta4iti6títt nquí áqtiel irtipoHnntísitnrt dotiiirtento.
v U
ApkmUcei-^Piems del proceso
467
Demias de Ta quciosidad que inspira el ver cómo 4iraté
de sífKerarse aquel ^hombre feroz, su atestado t^idría
aquí valor esencial par» -d pleno conocimiento de
causa prescrito por la equidad ée la justicia.
Los números 9 y 10 de El Juicio Público, corres-
pondientes al II y 12 de diciembre, puUicaron un
relato muy por menudo de lo ocurrido en la nache
del 23 de octubre en el cuartel del Segundo. Sabido
es que aquí tuvo lugar el prólogo de la tragedia; de
de aquí partieron los primeros ' tiros, aquellos que al
puntó de ser sentidos hicieron decir á Yáñez, según
refiere su segundo Benavente: »«Nos han sublevado
las colmpama& del Segundo, ri Dicho relato es hecho
por uno de los presos, el antiguo oficial retirado Lo-
penzo Foix>nda, quien cuenta lo que pasó y lo cjue
fMiéo ver ü oír esa noche en el cuartel. Los redactores
ío publican en la sección editorial del periódico; pero
el relato les ha sido remitido, ellos mismos no lo han
recogido de boca del declarante.
Éste no desautorizó dicha declaración por la prensa,
qoe sepamos.
Así y todo, desde que El Juicio Público la entre-
gó diciendo que la daba tal cual se la habían dado,
declinó al respecto de ella toda responsabilidad; y este
waevo testimonio, sobré la existencia de una satáiMca
superchería para preludiar con un motín los asesinatos,
asume un carácter un poco anónimo y algo desestima-
ble en este proceso, si se atiende á que, en las demás
declaraciones. El Juicio Público ha actuado, puede
decirse, como notario y sobre la mesa de su redacción,
para autentizar las firmas de los declarantes.
Fuerza es pot eso omitirlo por más que añada, á lo
ya sabido, pormenores nuevos é interesantes. En sus-
tancia, ellos son referentes á las reiteradas tentativas y
á los relevos dé ciertos centinelas, para con unas y otros
ver de hacer caer á los infelices detenidos en cualquier
-^
"^
4.68 Matanzas de Yáñez
desliz tendente á acometer como facilísima la empresa
de escaparse, ó á entrar en un complot que les devol-
viese la libertad á favor de un alboroto.
No obstante las anteriores consideraciones, voy á
entresacar algunas particularidades, que caracterizan
unas el hecho del 23 con verosimilitud y sin acriminar
por demás á nadie gravemente, y otras que, si acentúan
la responsabilidad moral de Cárdenas, es en un punto
que está confirmado por la declaración de Leandro
Fernández, que se verá más adelante.
Foronda fué aprehendido la noche del 2 de octubre
y llevado acto continuo á presencia de Yáñez en el
palacio. Este sacó una lista del bolsillo al ver á Foron-
da y dijo: >»¿Con que éste es el picaro de ForondaPn
Y ordenó que fuera puesto en una pieza del piso supe-
rior del palacio, y trasmitió al oído algún encargo al
comisario Vera.
Poco rato después entró el comandante general
en el cuarto del preso. Le denostó en tono violento,
diciéndole que era un picaro, un saqueador de los
tiempos de Belzu y Córdoba. Le preguntó que en qué
correteos estaba esas noches, y si andaba conquistando
la cholada para una revolución.
Foronda contestó que para tales cosas no tenía ni
recursos ni influencia; que desde tiempos de la confe-
deración había servido á los mandatarios como cual-
quier otro militar; que fué dado de baja á consecuen-
cia de una retirada, que hizo de Pelechuco en cierta
cruzada de Linares contra el gobierno; que en tiempos
de Córdoba estuvo sujeto a una exigua pensión otor-
gada antes; que constantemente había estado atenido
á su trabajo personal para subvenir á la alimentación
de su familia, etc.
Yáñez iracundo replicó: que tenía pruebas del deli-
to, que iba á sentar mano de hierro sobre belcistas y
cordobistas, que haría humear todás esas cabezas, y
Aphidtce. — Piezas del proceso ^6p
que si Foronda quería salvarse no tenía sino descu-
brirle el plan de los revolucionarios.
Nótese este "hacer humear cabezas de belcistas y
cordobistas.il Hace recordar el íangis montes et fumi-
gant del gran lírico sagrado. He visto fusilará un hom-
bre: efectivamente, el cadáver quedó humeando.
Aquel insistió en sus denegaciones; el enojo de Vá-
ñez subió á furor. Llamó con amenaza dos rifleros.
Entraron. Entonces ordenó que llevasen al preso al
cuartel de la Recoba. Allí fué puesto incomunicado y
tendido boca abajo. Cueto, el fiscal, le interrogó tres ó
cuatro días después, sobre si conocía á Urdininea, á
Zuleta, á Ugarte y á otros, y sobre cuáles tratos de re-
volución tenía con éstos. Habiendo respondido que
no conocía á ninguno, quedó en paz dentro de su ca-
labozo hasta la noche del 23.
Gritos de / Viva Córdoba.' ; Vira Behu! habían sali-
do del cuarto de prevención á eso de las doce en esa
noche. Los centinelas habían dicho á los presos: ¡Afue-
ra! Ya están libres. ¡Afuera, vayan á armarse! Los
presos no se movieron. Se habían disparado adentro
algunos tiros ai aire. Tropa, comandada por el sargen-
to mayor graduado Claudio Sánchez, acababa de salir
á la calle. Eran poco más de las doce de la noche. V
continúa el relato:
"Después de ha.berse dado dentro del cuartel y en
la puerta los tiros al aire, y oidose los vivas, tanto á
Belzu y Córdoba como al orden y al general Achá, se
oyeron también en el interior varias descargas de fusil.
Preguntó Foronda al antedicho cabo ¿por qué era eso?
y éste contestó que estaban fusilando á todos los pre-
sos en sus camas, como ■ en realidad había sucedido.
En este trance el oficial de guardia Gorena entró en
el calabozo de Foronda y los demás; los hizo levantar
de sus camas, donde permanecían inmóviles para ha-
470 Makinzas de Yáñez
cer resaltar su inocencia, y los obligó á pasar á oteo
calabozo en que estaban reuniendo otros presos.
tt'Reunidos que fueron, entraron el tuerto^ Sánchez,
el cuñado de Yáñez Leandro Fernández, y Cárdenas,
quien en alta voz dijo: A ver esosfácaros beldstas y ear-
dobistasy que mueran todos. Y empezó en efecto á hacer
fusilar dentro del mismo calabozo indicado, en el que
á bakt y bayoneta murieron los presos; debiendo ftor
tarse que, durante esta mortandad, dicho Cárdenas
ponía en salvo á Demetrio Urdininea.
u£n este mismo acto sucedió un incidente. Llama-
ron del lado de la puerta principal á un hombre, qjae
lo era el cojo Victoriano N., con el objeto de que fue-!
se fusilado. Este desgraciado, en su desesperación, se
abalanzó al capitán Fernández y lo abrazó tan fuerte-
mente que éste no podía desprenderlo. £n esta actitud
la víctima, en medio de los lamentos más tristes, le
decía al capitán: xque no lo matasen, que ante Dios y
los hombres era inocente, que tenía tiernos hijos que
perecerían si no hacía arreglo alguno con ellos.»! Fer*-
nández en medio de estos alaridos, quiso hacer uso de
sus pistolas contra el infeliz Victoriano; pero vio que
éste, con la desesperación de la muerte, lo había estre-
chado de manera á impedirle todo movimiento: como
además los rifleros no podían desprenderlo ni hacer
fuego sobre ambos, ordenó Fernández que dejasen al
desdichado, en ademán ó con aire de perdonarlo. Taa
pronto como Fernández se vio libre de aquel desespe-
rado. Cárdenas hizo tomar á la víctima por los cabellos
y arrastrarla fuera del calabozo, é inmediatamente fué
destrozado á balazos en medio de los más punzantes
gritos.
«Después de esto, el mismo Cárdenas, mayor de
plaza, volvió á entrar en el calabozo, y viendo aun vivo
á Foronda le dijo: "que cómo había escapado ese pka-
ro belcista saqueador, y que muy luego sería fusilado;
qtm á Córdoba lo habían. b«cho peUakar ^^ m* cai^a»
y <^tte fnesen.ahQi»sus»pftr^hiairÍQe¿;1fUw^)fem:iUci^^
"En seguidai Ciidee^ ocdenó que se saqi^i^tv \m «ar<
á¿«eces. <& loiS ítisHddQs. iitam nfui^rj»., Al; hi^^f ^li^gis-
¿vo ó. exam^Q dbeUioi;» como eo vn moaítóia di(> cqs4<¿^
oiQertos^ recoBt)ciemft qw llabío» qu^^dd:^ c^s- viá^
Msma«3i Obandb y N* S(IÍA33. BiS^ost. al: vess^, de^cu-
báírtos,, gsrttmroR díapcfcyQridos! dicb»doj quet ya q^w. b
dmna. psoviácoieíar.tQs Mmw p^r r-^^peto ¿ ^ia
debíase conservárseles vivos y perdonarlos». Cárd^ü&as^
stii: hdcef easQ de Dio» m d^ tos* lame^to^, ii^andc^ que
los indicados Saliía^ y Obas^do pasa^^en al calabozo
doiídie estaha Foronda;,, y allí fueron acabado* de ma^
tar."
En este punto, y á propósiio de estos ^jeetrtoreSi
que sift duda ninguna aventajaj^on ^n encarni^ansiento
ai mismo Yáftez, los redactores de El. Jükio Púcwco
consignan al margen esta notita: "El objeto de k>^
mamadores, al reunir en un solo, y secreto recinto á las
víctimas que asesinaban, era, sin duda, paya que la
aangre se acumulase en lugar determinado y oculto* <j
Prosigue el relato:
"Sacados al patio estos nuevos cadáveres, volvió á
entrar en el calabozo Cárdenas, el sereno mayor Ra-
naón Reto y el carcelero Aparicio^ y expresaron qui^
fusilasen á todos k)§ presos restantes con la cQnstitUr
eiiÓR en la frente. En efecto, llamaron á Celada fuera
de su calabozo, é intmediatamente fué fusilado»
. »»En e$te moi«ento entro el fiscal con su secretario
Antonio Gutierre?, y tom4 una razón ó. nota- de los que
existían en el cuartel, tatito vivos coitta muertos^ De
estos últimos no se sabe cómo hubiesen dispuesto, ni
de su número, pues en aquel recinto sólo reinaban el
terror y la muerte.
"Así terminaron las escenas del 23 de octubre por
la noche, que en el cuartel Sucre han sido más feroces
47^ Matanzas de Yáñez
y sangrientas que en ninguna otra parte, con tantos
infelices individuos de tropa y de pueblo, sacrifícados
sin más delito que su miseria y su indefensión.
i«Al día siguiente 24 vino don Santos Cárdenas con
pistolas en la cintura y un rifle en la mano^ é hizo las
más terribles amenazas á los presos restantes^ insís*
tiendo siempre en su tema favorito de que los karia
fusilar con la constitución en la frente; y ordenó al ca-
pitán de guardia que, en cuanto levantaren la cabeza,
fusile á todos...
i>Á las tres de la tarde entró el comandante general
Yáñez en el cuartel¿ y tras él un religioso del convento
de la Merced, el que trajo un mensaje de su prela-
do para aquél. No se supo su contenido. Yáñez pre-
guntó al religioso, que quién era ese prelado: contestó
el otro que era el padre Conde. Yáñez encargó al
mensajero, que también á dicho padre le haría dar
cuatro balazos.
»í Habiendo entrado aquél al calabozo donde estaba
Foronda, expresó que se habían escapado los mayores
criminales. Y saliendo al patio, el mismo Yáñez dijo
que: ««esos cobardes y débiles no habían sabido cum-
plir ni llevar á cabo las instrucciones que se les die-
ron... •« No se sabe á quiénes se refería con estas
expresiones. »»Pero (continuó) ellos desaparecerán en
este momento.*» En efecto, hizo sacar á Züñiga para
que fuese ejecutado; y estando los rifleros para tirarle,
Yáñez dijo: «»Es preciso que le acompañen otros, y
para ello debo ver el proceso.»» Y ordenó que se pu-
sieran platinas y grilletes á los restantes.»»
Hasta aquí el relato de Foronda.
■^■^■^^^^^^-^^^'Í'J^^^^^-^.^^^^^^
DeclaiAcióa, por la prensa, de Félix Endarra. — La viuda de
Tapia culpa' í Benavente, — Éste rechaza, en la prensa de
Sucre, el caigo y refiere lo ocurrido esa, noche. — Varios an-
tecedentes é incidencias posteriores. — Comentario de £l Jui-
cio PÚBLICO. ^Declaran ón judicial de Leandro Femán.lei.
— Declaración por la prensa del coronel Bayarri. — Una rec-
tilícación de Cárdenas. — Lo ijue éste encuentra inexacto.—
Otro fragmento de Cárdenas. — ¿Hubo motín en el cuartel de
las ejecuciones? — Declaración, por la prensa, de András Cue-
to, hijo del fiscal.— Castigo.— Lo que es en Bolivia un inten-
dente de policía.
En el niímero 26 de El Juicio Pi5blico, corres-
pondiente al 13 de enero de i86z, Félix Endarra,
antigilo maestro mayor de panaderos, como de cin-
cuenta años, declara lo siguiente;
iiEl I." de octubre del aciago 61 me enrolaron entre
el ntímero de las víctimas predestinadas á las matan-
zas del 23. Manuel Guerra, ronda de las garitas, Palza,
Jiménez y otro disfrazado, ftieron los que me pren-
dieron y sacaron enfermo de mi cama, después de una
requisa la más inquisitorial de cuanto había de más
secreto en mi casa. Me llevaron preso y me pusieron
en un calabozo con Meneses; mas, habiendo sido
1
474 Maiaftzas de Yánes- •
puesto éste en libertad, quedé preso en compañía del
finado Victoriano Murillo, José María Campero (hijo)
y el victimado Lorenzo Vega.
"Desde luego es de notar que eittpi^aton Jas .insi-
nuaciones de los centinelas, que en todos los calabo2X)s.
hacían á los presos, diciéndoles: — ^íque .debían tentar
un esfuerzo para librarse de tan injusta prisión y que
ellos los apoyarían;»' — estando, como se ha visto, com-
binados estos centinelas con Yáñez, para llevar á cabo
sus infernales proyectos de asesinatos contra pacíficos
é inocentes.
ii Llamado ante el fiscal Cueto, me preguntó éste si
conocía á Zuleta y á Züñiga. Le dije la verdad: que no
los conocía ni sabía si existían eri este mundo. Á esto
me repuso el fiscal que yo había tenido reuniones de
sedición en mi casa. Sin embargo, me dijo también,
conociendo mi inocencia: "¿Qué enemigos tiene Ud.
para estar tan constantemente perseguido y chismea-
do?" Le respondí que un hermano mío Manuel Irusta
y un Francisco Zorrilla se habían conflagrado para per-
derme; el primero por los motivos viles de interés que
dije al principio, y el segundo por haberme opuesto yo
á que se case con mi hijastra, por lo que, perdida toda
esperanza, me juró con necia saña que me perseguiría
hasta la muerte.
"Esta fué mi declaración y todo cuanto tenía que
exponer en ella; la declaración de un hombre honrado
y pacífico, ajeno de toda política y mucho más de tra-
mas de una conspiración, urdida por monstruos per-
versos para lograr sus inicuos fines. Concluida mi der
claración me retiré á mi calabozo hasta el 25 poc la
noche.
"Todo lo que pudiese referir yo de esta tremenda
noche, como víctima milagrosamente escapada,, al mis-
mo tiempo de corroborar la fe y verdad de los hechos
horribles que se cometieron, nunca puede pintar >b
Apéndke. — Piezas del proceso 47^
crueldad y saña del matador Váñei y sus insignes cijm-
¡itices de asesinata
"Eran las doce ó una de la mañana, cuando otmoü
en el cuartel dos tiros dados al aire: estos tivoi salieron
deL lado del corral dirigidos á la preTencitin, y los cen-
tinelas que habían sido pre venció nalnteníe cambiados,
fingieron sorprenderse: inmediatamente vino el cabo
de guardia á ordenar á lo$ centinelas de los c^aboíios,
que ak menor movímienEo fusilaran á todos k» presos.
En esto sucedió el íu^o nutrido y exterminoáor de
los asesinos, que nos Ilend á todos de espanto: por to-
das partes se oían descargas y tiros de wi combate
ht más estiiptdamente urdido, y nosotros no atinába-
mos á descifrar lo que pasaba, y nos hallábamos eo la
más horrible confusión. iSolAuíente las que hemos ago-
nizado'en medio de los tormentos de esa espantosa
noche, y que parece un sueño infernal de hoiror, po-
demos idear hasta dónde puede llegar la feriactdad de
Váñez y su pandilla de asesinos!
i'En medio de esta confusión cesó un poco el fuego;
pero fué para llevar á cabo el infernal proyecto de
nuestros asesinos: así es que un rato después nos arrea^
ron á todos los presos al calabozo núm. i.°, donde nos
reunieron, como en un redil á mansos corderos, sin
permitirnos casi que nos vistiéramos, al menos á Ips
tres que estábamos en un mismo calabozo, diciéndo-
ttos que no había para qué, puesto que íbamos á mo-
rir. Al instante entraron Leandro. Fernández, cuñado
de Yááez, Sánchez el tuerto, célebre consejero de
• Yü\ez, y e! mayor de pUza Cárdenas: todos manifes-
laban un aspecto horrible y una especie-de algazara
diabólica.
"Es imposible concebir lo horriblemente atroz de
este instante; ese trasteo de presos despavoridos, esa
confusión y angustias de nuestra suerte: paréela que la
provideneía misma había dejado de serl Pero lo <|uc
476 Afatanzas de Yáñez
más nos espantaba, eran los gritos infernales de Sán-
chez, Cárdenas y Fernández que decían: ««que mueran
estos picaros belcistas y cordobistas! que no quede
ninguno! fuego! mátenlos! mátenlos... !ii Así gritaban,
echando espuma por la boca como fieras enfurecidas:
y todo fué muerte, destrucción, horror, sangre, labe-
rinto de unos que caían, de otros que trataban de
ocultarse entre los ya muertos, de otros que corrían
con la bayoneta sepultada en sus entrañas y hasta de
los mismos muertos que nadaban en tanta sangre!
¡Santo Dios, cuánta crueldad, cuánto terror para asesi-
nar indefensos!
i*Por un designio providencial hemos quedado para
contarla uno que otro testigo de tan tremenda histo-
ria, desconocida hasta hoy aun á la ferocidad del cora-
zón más perverso y depravado. — En medio de esta
carnicería salió libre el infinitamente infame y malvado
Demetrio Urdininea, que hasta se hizo atormentar por
ser espía: ¡ejemplo incomprensible de mostruosidad!
«í El 24 en la mañana aparecieron Cárdenas y demás
verdugos, armados de rifles, pistolas y puñales, á ha-
cernos saborear sus terribles amenazas á los pocos que
habíamos sobrevivido, pero que ellos no conserva-
ban sino por tener el infernal placer de procurarse
otro condigno espectáculo, ó la continuación del que
se había inaugurado por primera vez en este mundo:
entre sus amenazas nos decían estos blasfemos, que nos
harían fusilar con la constitución en la frente; dicho
usual de Yáñez, y su gavilla. Á las 3 de la tarde rea-
pareció Yáñez, y viendo que algunos habíamos que-
-dado, entre los cuales Ztíñiga, Foronda y yo, ordenó
que al momento desapareciésemos; y estando Zúñiga
para ser ejecutado el primero, y los rifleros en prepa-
ren^ dijo Yáñez que algunos más debían acompañar
nos, para lo que debía vtr el proceso. Entretanto man-
dó se nos pusiesen prisiones, y el verdugo Aparicio se
Apéndice. — Piezas del proceso ^77
complació eri remachárnoslas con un placer de Satanás.
"En estas circunstancias oi un recado que el coman-
dante general de las matanzas mandó, no sé á propó-
sito de qué, al R. padre Conde, con el comisario Pan-
toja, diciéndole: que le haría pegar cuatro balados.
Pero esto en términos más altivos y groseros.
I' El 25 á las ocho de la noche nos condujo Cárdenas,
el mayor de plaza, á la cárcel á las 19 víctimas restantes
del 23, con orden de Yáñez, para que se nos ejecutara
al primer tiro que hubiese. Permanecimos allí hasta
el 7de noviembre, en que nos dispersaron por diferentes
puntos distantes, con la previa advertencia de que si
hablábamos ó nos quejábamos, siquiera con una sola
palabra, nos costaría caro. Yo fui conducido á Araca,
siri saber dónde ni qué suerte habían corrido mis com-
pañeros, hasta que la providencia nos manda al general ■
Avila y nos libró del monstruo Yáñez en la madruga-
da del 23 de noviembre."
I-a viuda del doctor y ex-ministro de Estado José
Agustín Tapia culpa, entre otros, á Francisco Bena-
vente, jefe de la columna municipal que Yáftez tenía
acuartelada en el palacio, y le inculpa el ser uno de los
cómplices en el asesinato de su esposo la noche del 23
dé octubre. Con este motivo Benavente sale á rechazar
este cargo en la prensa de Sucre, y declara lo que
sigue:
'iHallándome acuartelado con la tropa de mi mando
en el palacio de gobierno, oí, á eso de las doce de la
citada noche, una voz fuerte que decía utirosti. En ese
acto estaba yo recostado en mi cama, y como siguie-
sen las voces y los tiros de fusil, rae levanté inmedia-
tamente, tomé la espada, y antes de salir de m¡ ha-
bitación, penetró en ella una bala atravesando una
ventana y dos puertas. Entonces salí precipitadamente,
al corredor y allí encontré al coronel Yáñez, quien me
dijo estas palabras;
4jd MaUmttuie Yáñez
— Nos han sublevado las compañías dd "Segunda;
forme usted su fuerza, mientras yü contengo á los su-
blevados desde las ventanas con los pocos riáes que
tengo.
)<£l fuego no cesaba en la plaza.
«<A1 formar la fuerza en el patio, la que en aqudlos
momentos no pasaba de setenta hombres, fué herido
«n soldado. Luego que estuvo ordenada ella, mandé
cargar las armas, y habiéndoseme reunido el 'coman-
dante general, abrimos la puerta principal del palacio
y sfilímos á la plaza.
"Los sublevados, viendo que los acometíamos, se
retiraron en dirección de su cuartel; y como en estos
momentos se iiacía fuego por la calle debComerdo, d^
comandante general ordenó que avanzara sobre la cs^
quina con veinte hombres. Yo avancé inmediatamente
é hice retroceder al grupo de gente que v«nk en díndc-
ción de la plaza. Él se replegó á la esquina de lacnsa
del gener&il Ballivíán — (esquina noroeste)-^ ;de allí
me hacía fuego, y yo sostenía éste, hasta que áütn sel-
dado le ordené que vivase al presidente de lá repú-
blica.
üA este viva ccmtestaron del grupo, y luejgo se me
dio á conocer el teniente José Pintó, á quién le mahdé
avflfnzar, y le pregunté porqué motivo habían salido
del cuartel haciendo fuego. Él me contestó qu^ owi
motivo de haberse aproximado seis ü ocho hx>mkÁ'es á
la esquina del cuartel disparando tiros, habían salido
en su persecución.
»«Como este piquete estaba á las órdenes del comi-
sario mayor don Manuel Monje, á quien en aquellos
momentos no vi, pregunté por él, y Pinto me contestó:
que había venido con la fuerza, y que cuando ésta fué
rechazada se había ido.
í» Habiendo amanecido el día, sé presentó el jseñof*
Monje, y preguntado á dóhde había estado, coiitestd
Apéndm. — Piezas del proceso ¿j^^
íA coty^nel Yáñez y á mí: que se híibía dirigido á casa
del corregidor para que mandase un aviso al coronel
Cortes, ^el cual se hallaba con el resto del batallón en
Achocalla.
»»El fuego de esta noche dio por resultado tres sol^
d&dos heridos, uno de la columna de mi mando, dos
pertenecientes á la quinta compañía del bataltón. Uno
de éstos se encontró poco más arriba de la puerta de
Loreto; otro, que había caído en la esquina del Obispo,
se %ké arrastrando hasta las dos cuadras, donde unas
mujeres lo disfrazaron y lo llevaron á un rancho: de
allí «e le condujo al hospital
•'Mientras yo guardaba el puesto que se me había
ootíñado, el comandante general, después de haber dis-
persado á los revolucionarios, había mandado abrir la
pcierta de Loreto y hecho fusilar al general Córdoba y
otros señores. Á la hora después de los fusilamientos,
vinieron á la plaza, ya en orden, las compañías subleva-
das, y como á horas tres de la mañana se me aproxi-
mó el coronel Yáñez y me dijo:
—He fusilado á algunos de esos criminales.
mYo le contesté:
—Usted sabrá lo que ha hecho.
"Restablecido el orden me retiré á palacio, dejando
la fíierza al matido de los tenientes Ercilla y Camino.
Me hallaba yo en la sala, y á uno que otro de los ofi-
ciales que entraban les pregunté: ¿á quiénes ha fusiJad©
el comandante general? Pero nadie me podía dar ra-
zón, hasta que, á las siete de la mañana, me manifestó
la lista de los ejecutados un ayudante que, si mal no
recuerdo, fué el teniente Barriga. Impuesto entonces
de ella, quedé sumamente sorprendido porque com-
prendí que Yáñez había cometido un verdadero aten-
tado, y para informarme mejor acerca de lo sucedido^
salí fuera después que los cadáveres habían sidd tott-
ducidos al panteón.
480 Matanzas de Yáñez
"Pregunté al capitán José María Rivas, que en esa
noche estuvo de guardia en Lóreto, si los presos ha-
bían hecho resistencia, ó si él los encontró armados en
los momentos del motín de la tropa; y me contestó que
ninguno se había movido, ni se les encontró armas:
que sólo el general Córdoba había luchado por dos ve-
ces con el oficial que le hacía la guardia, queriendo sa-
lir afuera.
í'Al señor Máximo Vega, intendente de policía, le
hice igual pregunta con respecto á los señores Tapia,
Valderrama y Ubierna, y me dijo que ninguna resis-
tencia habían hecho, y que más bien los dos últimos se
hallaban dispuestos á sostener el orden.
'•Estos datos me convencieron plenamente de que
se había castigado á hombres inocentes, y entonces re-
solví ponerme de acuerdo con el coronel Cortés, para
tomar con él algunas medidas que evitaran los ulterio-
res extravíos que Yáñez pudiera haber tenido.
> i Habiendo entrado á la ciudad dicho coronel Cor-
tés con el resto del batallón, á horas ocho y media del
24, tuve ocasión de verle á las cinco de la tarde en pa-
lacio; pero no pudimos acordar cosa alguna, porque el
coronel Yáñez no nos dio lugar. Al día siguiente me
dirigí á casa de dicho coronel á horas doce. Al entrar
en su habitación salía el mayor Eleodoro Camacho; y,
hallándome sólo con aquél, le signifiqué el atentado
que se había cometido, que la población estaba aterra-
da, y le supliqué, que, como jefe más caracterizado, dis-
pusiese lo que debíamos hacer para tranquilizar la ciu-
dad. El señor Cortés me contestó:
"Que era cierto cuanto yo le había dicho; pero que
" ya no se podía tomar medida alguna, desde que el
»* hecho se había sometido, por el coronel Yáñez, á la
»* deliberación del gobierno, constituyéndose respon-
«• sable de sus consecuencias; que se debía esperar el
»' resultado, y que, en el caso que Yáñez quisiese co»
Apéndice, — Pkzas del proceso 481
i» meter otro atentado, lo evitaríamos, quitándolo del
»* medio, ff
"Después de este desgraciado suceso, ordenó Yáñez
tiue se les privase de toda comunicación con sus fami-
lias á los presos que quedaban en Loreto; y como yo
no podía ver con intiiferencia esta medida, me interesé
varias veces con ^quiél, sufriendo los malos modos y
sosteniendo con él (?oestíones desagradables, para que
revocase esta ord^n, lo que no pude conseguir. Pero
sí obtuve el permiso de que las familias de los señores
Policarpo Eyzaguirre, Luciano Mendizával, Guachalla,
Saravia y Sardón pudiesen entrar á verlos. Apelo al tes-
timonio de dichas familias, y al del teniente coronel
Nolasco Vega, quien sabe cuántas veces me empeñé
por conseguir la comunicación de los presos.
"Otra ocasión tomé interés para que el comandante
general permitiera que un médico entrase á curar al
teniente coronel Bayarri, en su prisión, suplica que
hacían doña Mercedes Ballivián y la esposa de aquél,
á quienes se negó á aceptar el comandante general; y,
tan luego como obtuve el permiso, salí del cuartel y
encontré á estas señoras en una tienda de la esquina
de la Caja, y les avisé que se había conseguido lo que
solicitaban, y dado la orden para la entrada del mé-
dico.
"En cuanto pude serví á las familias de los presos.
Si no conseguí todo lo qne solicitaban, no fué porque
yo hubiese dejado de insinuarme con Yáñez, cuyo ca-
rácter era bastante fuerte.
"Antes del suceso del 23 fueron presos los señores
Bustillo y Cordero, quienes, por el mal estado de
su salud, no podían soportar el rigor de la prisión, y se
empeñaban con muchas personas para, guardar la pri-
sión en sus casas. Yáñez no aceptaba las garantías que
31
4S2 Matanzas de Yáñez
aquéllos ofrecían, ni quería oír nada á este respecto.
Yo lo persuadí para que accediera á tan justa petición,
concurriendo al empeño que hacían otras personas, y
en esta concesión tuve gran parte, como pueden decir
los mismos señores.
"El 24 de octubre fué presentado al comandante
general, por unos indios, el cabo Lastra, que pertene-
cía á la columna de mi mando, y que se hallaba preso
en el cuartel de las compañías sublevadas. Inmediata-
mente ordenó Yáñez que lo fusilasen. Cuando ya se
hallaba amarrado Lastra para la ejecución, oyendo las
voces de éste entré á la sala, y le pregunté dónde se
había hallado. Me contestó que en los momentos de
la revolución del cuartel, se había ido de fuga al cerro,
de donde fué conducido por los indios.
•*Con esta exposición, le dije á Yáñez que no había
delito para fusilarlo, y me replicó que era clase y que
debía morir. Yo alegué que no era delincuente, desde
que no se había mezclado en la conspiración, y al fin
conseguí salvarle la vida; pero Yáñez suspendió la or-
den del fusilamiento, disponiendo que fuese conducido
al cuartel del coronel Cortés para que fuese castigado
con 500 palos; orden que según supe se había cumpli-
do, pero no con ese numero. .
••A los pocos días después de este suceso, tuvo
aviso Yáñez, de que el mayor graduado Benigno Guz-
mán, del batallón Segundo, había criticado sus actos
en una visita. Inmediatamente lo hizo llamar á pala-
cio, y cuando Guzmán entró á la sala, Yáñez exaltado
le reconvino fuertemente, y ordenó que en el acto le
quitasen la espada y lo fusilasen. La tropa obedecien-
do esta orden tomó inmediatamente las armas, y cuan-
do Guzmán se hallaba á punto de perder la vida, me
introduje al salón, y le dije á Yáñez que se contuvie-
se, porque no había razón, ni derecho para fusilar á
aquel oficial. Yáñez insistió en la medida; pero al fin
Apéndice. — Piezas del proceso 4S3
cedió á las reflexiones que le hice, y mandó suspender
la ejecución ordenando quedase preso, de donde lo
inandó al cuartel general.
"Interpelo al expresado Guzmán i»ara que exponga
si esto es cierto, lo mismo que al cabo Lastra en la
parte que le corresponde,
t'Desde el momento que salimos de iialacio con el
coronel Yáñez, á contener el motín de la plaia, no tu-
vimos ocasión de hablar sobre los fusilamientos, hasta
el 24 á las doce del día, hora en que pude encontrar-
lo solo en su dormitorio. Entonces suscitó él mismo
conversación sobre las ocurrencias que tuvieron lu-
gar, y yo le manifesté abiertamente mi opinión, conde-
nando los fusilamientos; porque aquél no tenía dere-
cho ni causa motivada para imponer la pena de muerte
á unos presos desarmados y que no habían tomado
parte alguna en el motín; y que esta medida no i)odría
él justificar ante el gobierno ni ante la sociedad. Yá-
ñez me repuso bastante agriado, que: "yo no era quien
iidebía hacerle esos cargos, y que él sabría lo que ha-
■ibta de coritestar á los que se le hiciesen;" con lo que
terminamos la conversación.
irEn cartas particulares que dirigí á S. E. y 'al ex-
ministro Fernández, les referí el hecho y les dije que
tenía el sentimiento de no haberme hallado en aque-
llos momentos al lado de Yáftez, que á estarlo, lo
habría contenido. El señor Carvajal, jefe político en
ese entonces, y hoy ministro de Hacienda, me oyó
hablar varias veces, reprobando aquel hecho: á otras
muclias personas que hablaron conmigo en La Paz,
acerca de los sucesos del 23, les manifesté mi reproba-
ción; y, si esto no es así, interpelo á la persona ó per-
sonas que me hubiesen oído aprobar los fusilamientos,
para que me desmientan.
"Algunos escritores, que escriben ])or escribir, y que
no saben lo que escriben, han querido salpicarme con
4^4 Matanzas de Yáñez
la sangre de las víctimas del 23. Uno de ellos, encarta
escrita á Tacna, y publicada en el periódico de aquella
ciudad, ha asegurado que yo hice fusilar á más de
treinta individuos de tropa en el cuartel, á donde nó
tuve motivo para haberme aproximado, pues es sabido
que yo permanecí en la esquina del Comercio, sin mo-
verme de ella, como se me había mandado. ¿Por qué
no habéis averiguado bien los hechos, señor escritor,
para consignarlos en un documento publico? Otro de
los escritores, al referir el fusilamiento con que fué
amenazado el mayor Guzmán, afirma que yo fui uno
de sus sacrificadores, cuando es público que le salvé
la vida, como puede exponerlo el mismo Guzmán.
'•Tal es la relación verídica de los sucesos de la no-
che del 23 de octubre: de ella resulta que yo no estu-
ve presente á las ejecuciones de las víctismas, que me
hallaba en un lugar apartado, y que sólo supe de ellas
en la mañana del 24, Si esto es evidente ¿cómo se
atreve la viuda del señor Tapia, á clasificarciíne de
cómplice en el fusilamiento de su marido? Habéis he-
rido, señora, mi honor^ del modo más cruel é injusto;
pero os perdono en respeto de vuestro indefenso
dolor.
••Si yo hubiese ejecutado las órdenes de Yáñez, para
victimar á los presos, ó hubiera estado siquiera presen-
te á la victimación, quizá podría hacérseme responsa-
ble de esa sangre; pero yo no he tenido directa ni
indirectamente parte alguna en esos atentados, y ojalá
que antes de perpetrarse hubiesen llegado á mi noti-
cia. Pues entonces habría salvado la vida de los presos,
como salvé la del cabo Lastra y mayor Guzmán, po-
niéndome entre el sacrificador y las víctimas.
njuzgue ahora el publico de los hechos, y de la
parte que me ha cabido en ellos, y juzgue también si
ha tenido razón la viuda del señor Tapia, para llamar-
me asesino. II
>*..^
Apéndice, — Piezas del proceso 48^
Esta declaración está suscrita por Francisco Bena-
vente, en Sucre á 16 de enero de 1862.
Al reproducir este interesante relato, en sus núme-
ros 34 y 38 (febrero 4 y 12 de 1862), El Juicio Pú-
blico le opone un correctivo de soberano desdén, en
la parte relativa á la sublevación de dos compañías del
ejército. Entrega al desprecio de la ciudad de La Paz
entera la desvergüenza que, según nuestro periódico,
deja presumir en su autor tamaño embuste. Considera
semejante aserto una blasfemia contra la notoriedad y
el buen sentido público, unánimes en declarar sobre
este punto, que, cierto ataque en son sedicioso ocurri-
do esa noche, no fué sino una inicua é insidiosa patra-
ña. Apela á todo el vecindario para que diga, si no es
verdad que no han quedado en la plaza ni en las ca-
lles más estragos visibles, más sangre, ni más cadáve-
res que los causados por los fusilamientos de Yáñez.
Pero ya en otro lugar se ha hecho ver, que el hecho
de la insidiosa patraña puede conciliarse muy bien con
el aserto de Benavente. Este estaba en la plaza con su
gente, y bien pudo haber tomado como cosa verdadera
la patraña insidiosa que se forjaba, con otra tropa, "en
las calles vecinas entre las sombras de la noche. La
popular certidumbre sobre que hubo simulacro de com-
bate, en vez de tiroteo verdadero, sobrevino largos días
después del suceso. Esa certidumbre á posteriori es la
que ha inspirado el desprecio con que está sazonada
esta rectificación de El Juicio Público.
Ya hemos visto una parte de la declaración de
Leandro Fernández, el feroz ejecutor. Veamos ahora
la parte donde dicho oficial refiere lo ocurrido en el
combate de la plaza y en el Loreto. Esta declaración
fué prestada ante la justicia ordinaria en Cochabamba.
Dice:
"Esa noche dormía yo en el cuarto de prevención
en compañía de Cárdenas, el teniente primero N. Ji-
486 Matanzas de Yáñez
ménez, el oficial de guardia teniente primero N. N., el
mayor N. Solís, el teniente segundo N. Barriga, ídem
primero N. Mogrovejo, teniente primero Ercilia y otros
muchos cuyos nombres no recuerdo. Á eso de la una
y media de la mañana golpearon la ventana del cuarto
en que dormíamos, no sé si fué el sereno mayor ó al-
gún comisario, expresando que habían dado tiros en
el cuartel de arriba. Inmediatamente nos vestímos v
fuimos á dar parte al comandante general, á quien en-
contramos que también se vestía.
••Entretanto crecía el fuego, á cuya consecuencia el
coronel Yáñez colocó en cada una de las ventanas del
palacio dos rifleros, de los seis que tenía consigo, con
orden de que dirigieran sus tiros al Loreto, de donde se
daban otros tiros. Hecho esto, bajamos del alto del
palacio y armamos la columna municipal, repartiendo
cápsulas y demás objetos necesarios, y salimos con di-
rección al Loreto, donde había cesado completamente
el fuego. Al mencionado lugar, es decir al Loreto, sólo
continuamos marchando N. Franco, el coronel Yáñez,
su hijo Darío del mismo apellido, el teniente coronel
Cárdenas, el igual Luis Sánchez, yo y los seis rifleros;
habiendo quedado distribuida la columna en las cua-
tro bocacalles, á órdenes del teniente coronel Bena-
vente y demás oficiales que tengo mencionados.
'•Llegamos al Loreto, cuya puerta golpeó el coronel
Yáñez, llamando al capitán de guardia N. Rivas, y
preguntándole qué novedad había. Este abrió la puer-
ta y contestó: que nada había adentro; que sólo de la
plaza habían pegado unos tiros y pateado la puerta
con las expresiones de / Viva Córdoba! La guardia ha-
bía estado sobre las armas, las que estaban cargadas
por orden de Rivas, quien la había puesto á cargo de
Bernardo Gandarillas. Como tengo dicho, expuso Ri-
vas que no hubo novedad en el Loreto; que lo línico
que había tenido lugar era que Córdoba había; tratado
I ^k2
Apéndice. —Piezas del proceso 48'^
dé amarrar á Miguel Niíñez, que lo custodiaba en el
coro, por medio de los seis rifleros que le servían de
guardia.
»»Á este parte dijo el coronel Yáñez que por qué no
le habían pegado cuatro balazos, y ordenó á Nüñez por
dos veces mandara ejecutar al general Córdoba; órde-
nes jque fueron desobedecidas bajo el pretexto de que
no tenían cápsulas. Visto esto, se me dio la misma
orden por el comandante general en presencia de Cár-
denas, Luis Sánchez, Franco, su hijo Darío y el tenien-
te segundo Barriga, entregándome para el efecto un
cajón de cápsulas. n
El teniente coronel José Bayarri, con fecha 12 de
diciembre, declara en el número 463 de El Telégrafo
lo que sigue:
»»Es el caso que la noche del 29 de setiembre últi-
mo, á horas diez y media poco más ó menos, fuimos
aprehendidos en la tienda de mi hermano político To-
más Crespo, situada en la plaza principal, el teniente
coronel Antonio Gutiérrez, don Pedro Espejo y yo.
Habiéndonos conducido al palacio custodiados, se nos
reunió allí con don Luciano Mendizával, á quien en-
contramos acostado, pues lo habían capturado con
anterioridad.
••Á cosa de la una ó dos de la mañana, fué introdu-
cida una persona á la habitación: este individuo, según
supimos después, se llamaba Pedro Zúñiga, á quien
condujeron ó hicieron entrar llenándolo de impreca-
ciones é insultos groseros y torpes. Apersonándose
entonces el nefando Yáñez, dijo, poseído- de la más
brutal impaciencia y furia:
— Ya se halla descubierto el plan de la revolución que
intentaban,
•'Vertiendo estas expresiones antes de haber proce-
dido á la apertura y lectura de una carta ó comunica-
ción ficta y forjada exprofeso, como punto de partida
4S8 Afatanzas de Ydñez
para sus ulteriores perversos designios; y nos dirigilí
las palabras siguientes: ^
— Picaros^ los he de fusilar con la constitudim in
la cabeza, '
H Entonces el teniente coronel Benavente, qoe taiíi-
bién estaba allí, se propuso leer dicha carta en vi>z
alta, principiando poco más 6 menos en los tériyiños
siguientes: uSeñor don S. S., etc. Mi querido amigo:
i' Aviso á usted que el general está muy pronto y cei^a,
<'y que en ésta la columna se halla en buena disposi-
"ción y lista; y usted hable á Húsares todo esto... etc.i<
Con más otras particularidades que no fué posible re-
tener ni fijarse en ellas. Al advertir nosotros semejante
imp>ostura y perfídia, no pudimos menos que estar
poseídos de una justa indignación.
'•Según se ha llegado á inquirir y consta á cuantos
conocen la malhadada ficción, el origen de ésta se
acordó, sin duda, en algún conciliábulo tenebroso, de(
modo que aparece, á saber:
»»En momentos en que pasaba por la' «puerta del pa-
lacio el expresado Zúñiga, le salió al encuentro Deme-
trio Urdininea, quien ha adquirido una perfecta cele-
bridad con haberse prestado dócil á representar odiosos
papeles en tan espantosos sucesos, y le dijo:
— ^Amigo, sé que usted se marcha para Luribay, y
hágame el servicio de llevar esta carta.
•íZúñiga le replicó que era positivo que se encami-
naba para Cochabamba; m'as no para el punto que
se le había indicado, por cuya razón no podría com-
placerlo.
ííÁ lo que le repuso Urdininea que sería mejor que
tomase la ruta que le había mencionado desde que era
mucho más inmediata á Cochabamba.
i 'Continuando con sus excusas aquél, le contestó:
— No, señor."
'•En tales circunstancias recurrió Urdininea al ex-
Aféndüe'. — Piesas áet proceso 48^
pedieiite de una especie de itiandalo, por el que, simu-
lando una empeñosa insinuación, insistid en que de
todos modos se encomendase de su trasporte, siquiera
para mandarla con otro de quien pudiera valerse en el
tránsito, y, para obligarlo, lo gratiücó con cuatro pe-
sos. Á tan exigente porfía le con descendí ó, recibiendo
incautamente la carta, y se dirigió á su alojamiento.
i'No habían trascurrido algunos momentos desde
esta escena, cuando habiendo mandado tras él á quie-
nes lo capturasen, no bien entró en su habitacii^ se
apoderaron de su persona y de la carta antedicha, lo
mismo que de un documento de cancetamiento del
dueña de casa, que estaba sobre una mesa.
'iCon tan detestable superchería cómeme la serie
de atrocidades inauditas llevadas á cabo, de un sistema
torpemente calculado, cuyos resultados proditorios y
sangrientos han sido las matanzas y asesinatos horroro-
sos; sin que en el espacio de los veinte y tres días que
■ antecedieron, pudiese justificarse ni comprobarse cosa
alguna que presentase el aspecto del delito imputado
y supuesto.
"Referir las mortificaciones, vejámenes y tormentos
que sufrimos en la prisión, sería interminable. Baste
decir que todos los que sobrevivimos, después de la
espantosa catástrofe, no contábamos con un instante
de seguridad, como si se nos hubiera deparado una
continua agonía; porque la idea de la muerte nos an-
gustiaba incesantemente, con el ejemplo y la memoria
de nuestros desgraciados compañeros, que fueron vic-
tinrados tan brutal é inhumanamente.
"Hacer reminiscencias de aquellos actos nefandos,
en los que tuvieron parte, como cómplices, coloborado-
res é instrumentos dóciles, todos ¡os que formabas el
círculo de la bestia feroz, cuyo calificativo se le ha
aplicado ai forajido Váñez, sería preciso enumerar
todos los sicarios y esbirros, que con íntima convicción
490 Matanzas de Yáftez
el pueblo los conoce y los distingue individualmente.
Uno de ellos, recomendado en el parte inicuamente
forjado por el perverso Yáñez, con el dictado de biza-
rro teniente coronel^ es Cárdenas, quien se expidió en
cuanto se le encomendaba, con todo celo y agilidad,
ejecutando la carnicería mas inhumana en el cuartel
de arriba con los desventurados que se hallaban presos,
sorprendiéndolos en sus camas desnudos y despreve-
nidos al inminente riesgo, cuya realidad tocaron fatal-
mente... ti
En su primera juventud fué cuando Bayarri ingresó
al ejército. Tocóle concurrir á las campañas del Perú
combatiendo en Yanacocha, Pampas, Bichongos y So-
cabaya. Se halló en la batalla de Ingavi. Se había
.sometido al mando legal de Achá, aceptando del teso-
ro una pensión de retiro.
En el mismo número en que apareció la antedicha
declaración. El Telégrafo publicó una breve y poco im-
portante rectificación de Cárdenas. Tan sólo por pro-
venir de este inhumano subalterno, el más cruel asesi-
no esa noche después de Yáñez, es fuerza copiarla
aquí íntegra. Dice así:
»»En la vindicación que tengo escrita con fecha 4
del actual, al hacer en el acápite cuarto la relación de
lo ocurrido en el cuartel de la antigua recoba, donde
más bien salvé veintiún presos, porque no tenía las
mismas ideas y carácter sanguinario que Yáñez, apare-
ce citado como uno de los individuos que presenciaron
la orden de éste, para que se me fusile, porque no fue-
ron ejecutados todos los presos indicados, el capitán
Vargas; éste ha sido un error involuntario, en lugar
de decir ó referirme al capitán Valverde, que estuvo
junto con Yáñez. Y más bien el mayor Gervasio Var-
gas, que en ese acto se presentó, casi fué fusilado por
el mismo Yáñez, que le acometió con su pistola, y fué
despedido de la plaza; advirtiendo que en las mismas
Apirtdiee. — Piesas del proceso 4gi
circunstancias el cruel Yáñez asesinó á N, Vega, con
ios soldados que estaban á sus órdenes.
■ rCon este motivo aprovechp también la ocasión de
contradecir lo que se asegura en el niímero 6 de Ei,
J Uicio PUBLICO, articulo Horror á los tiranos, relativa-
mente á mi persona, de haber sido quien mandé eje-
cutar á aquéllos del modo inhumano que se describe.
Kste artículo se escribió sin duda antes de verse mi
vindicación, en la que he refei ido las circunstancias
del caso, y observé otra conducta muy distinta de la
que se nie imputa, y sólo apremiado por esa fatal ac-
tualidad en que me hallaba; y en el curso de los deta-
lies que se irán analizando resaltará la verdad de mis
exposiciones. Por fin, no se quiera también tomar
ai^umento contra mi de la hora, que sólo por error de
pluma, aparece en mi vindicación, de las tres de la
mañana, cuando se fusiló por Yáñez al general Córdo-
ba, que fué más antes, como lo sabe el pueblo.— Zff
Paz, diciembre g de /Jíí/.— Santos Cárdenas, fi
Me parece que El Juicio Público ha fallado á la
justicia con respecto á Cárdenas. Ha debido insertar
ó extractar en sus columnas la defensa de diciembre 4.
Prescribíaselo asi el hecho solo de provenir de un in-
dividuo contra quien estaba dicho periódico acumulan-
do tantos testimonios condenatorios.
Del articulo de El Juicio Público es necesario
copiar aquí los párrafos que Cárdenas quiere ver recti-
ficados. Son casualmente en dicho artículo los únicos
párrafos que contienen relación de hechos. Es por de-
más exquisito y extraño el puntillo del hombre éste,
I.^ escuece la epidermis una perorata política, que se
compone de simples apreciaciones. Dice 'la perorata
en diciembre 6;
'■Con Váñeí pagaron su complicidad el mihtar Luis
Sáncheü, que, en la noche de la impía y salvaje carni-
cería del 23 de octubre, decía gue se fusile á los presos
4g2 Matanzas de Yáñez
rn sus propias camas: así es que desnudos y dormidos
fueron sorprendidos en la Universidad. Expi<5 también
sus crímenes el comisario Leopoldo Dávila, quien, con
despotismo y amenazas, vejaba á todos los dolientes
que en el panteón querían desahogar sus sentimientos,
derramando sus lágrimas sobre los cadáveres destroza-
dos y sangrientos de padres, hermanos, esposos, hijos,
parientes y amigos.
«Pero se libertaron de la cólera del pueblo y de su
tremendo poder, el militar Santos Cárdenas que á íoélos
los infelices soldados presos en un calabozo, . en el
cuartel de la antigua recoba, calle arriba de la plaza
mayor, los mandó fusilar dándoles fuego á discreción
como d un grupo de cerdos,
t< Pigmea, como eres, debe ser también tu alma, y
menguado tu corazón, tus inclinaciones, y nada hidal-
gos tus sentimientos.
«'El carcelero José María Aparicio, alias el Toncoro,
ds igual estatura y temple, quien, entre los que fusiló,
comprendió también á José Torres, que estaba recluso
por cosas muy privadas y por diferencias con su mu-
jer. Estos y otros sicarios aun existen, á los cuales no
dudamos que el gobierno mandará someter á juicio. i?
Las palabras tarjadas son en sustancia las que. Cár-
denas encuentra inexactas. Justamente las que cual-
quiera que lea el citado artículo consideraría dictadas
al periodista por sólo el calor del debate.
Los párrafos anteriores y posteriores del editorial de
El Juicio Público, editorial de donde he sacado los
que acaban de leerse, son una invectiva contra las ten-
dencias violentas de los que ejercen un mando cual-
quiera en Bolivia. El lema es este artículo de la cons-
titución:
!• Nadie puede ser detenido, arrestado, preso ni con-
denado sino en los casos y según las formas estableci-
das por la ley, etc.n
■"V .■ .- c ■
«14»
Apéndice, — Piezas del proceso
493
Es precisamente aquel artículo uno de los que, esa
noche, desligaban á Cárdenas de toda obediencia mi-
litar de mera ordenanza, y que facultad le daban para
ponerse á buen recaudo á trueque de no bañarse en
uti lago de sangre inocente.
No he podido haber en este momento la hoja suel-
ta de diciembre 4, de donde están tomadas las ante-
riores y subsiguientes palabras de Cárdenas. Hay que
copiar aquí lo que de ellas otros han copiado en las
polémicas de la prensa.
Todo lo que éste haya proferido tocante á la carni-
cería del cuartel de la antigua recoba, ó sea t\ cuartel
del Segundo, es precioso aunque nada nuevo diga. Hé
aquí otro parrafito suyo citado por José Agustín Fran-
co, en su comunicado inserto en el numero 8 de El
Juicio Público:
*»En ese mismo acto,»? — dice Franco que dice Cár-
denas en su escrito vindicatorio, — »»me ordenó (Yáñez)
también con la mayor severidad, que marchara al cuar-
tel de la antigua recoba á fusilar á todos los presos que
estaban allí, sin que deje á ninguno, lo que presenció
el teniente Franco y algunos oficiales de la columna. n
Franco sostiene que esta referencia es sobre que él
presenció el acto de darse la orden, y no el acto de los
fusilamientos mismos.
Nadie duda de que la orden fué dada. Yáñez con-
fiesa que terminado el combate la dio para castigar á
los detenidos. Hizo de juez. Cárdenas, Fernández y
Aparicio desempeñaron entonces el oficio de alguaciles
de sangre. Cumplieron todos de esta suerte lo ofrecido
por Yáñez, de fusilar á los detenidos con la constitu-
ción en el pecho.
Hé aquí otro breve fragmento de la publicación he-
cha en defensa suya por Cárdenas. Está citado por un
peri<5dico:
••Me dirigí al cuartel donde se me dio una descarga
494 Matanzas de Yáñez
de fusilería, y logré con sólo m¡ denuedo y valor, sin
dar un tiro, tranquilizar el motín, habiendo encbntrado
ya dos muertos, que no supe quiénes eran, fusilados
por Claudio Sánchez, que había estado antes que yo.n
Claudio Sánchez se presentó con este motivo para ser
juzgado y fué absuelto por la justicia militar ordinaria.
Note el lector, que si Yáñez comisionó á Cárdenas
y á Fernández para ir á fusilar presos en el cuartel del
Segundo, y los mandó solos y entraron solos, era sin
duda porque no temía que en ese cuartel hubiera ocu-
rrido novedad contra el orden y la disciplina, cuánto
menos si hubiera sabido que allí se habían sublevado
la tropa ó los presos.
Recuérdese sobre lo principal la declaración de Fer-
nández, quien también llegó al cuartel juntamente con
Cárdenas. Confirma que ambos fueron enviados allí
solos; no ciertaraeute á afrontar ilesos descargas cerra-
das, ni á tranquilizar ningún motín á fuerza de bravu-
ra y sin disparar un tiro. Se les envió á fusilar á man-
salva presos con la fuerza pública aposentada en ese
cuartel. Penetraron en éste y procedieron á desempe-
ñar su tarea sin el menor tropiezo, sacando sucesiva-
mente de sus calabozos á los presos, dando la muerte
á todos en un mismo sitio, encontrando siempre obe-
dientes para la matanza á los soldados. Nadie allí osó
desobedecer á estos sicarios.
Aun cuando no existiera la confesión de Fernández
sobre la manera y circunstancias con que breve y ex-
peditivamente se consumaron en el cuartel las ejecu-
ciones, manera y circunstancias que alejan toda idea
de amotinamiento sofocado por Cárdenas en el acto d
antes de verificarse esas ejecuciones, está el proceso
general de la prensa, conteste sobre el hecho de que
los presos no se movieron esa noche en sus calabozos
sino para tenderse boca abajo, .y que fueron victimados
sin hacer ellos la menor resistencia.
J
Apéndice.— Piezas del proceso 4^5
- En et número 461 de El Telégrafo, correspondiente
al 4 de diciembre, se presentó ante la opinión Andrés
Cueto, hijo del fiscal Pedro Cueto, y se anunció de
esta manera;
i'Con el profundo pesar que al hijo causa la calum-
nia que contra su padre se desala, haciéndole victima
de injustas venganzas, llamo hoy día la atención pú-
blica, y ruego á los hombres sensatos se dignen escu-
charme, y después fallar, absolviendo ó condenando á
ini desgraciado padre. Y yo, que tengo la conciencia
de la sanidad de sus intenciones; yo que conozco la
verdad, ¿cómo no he de esperar la absolución del jui-
cio recto de la opinión públicaPn
El que con modos tan persuasivos así comienza, se
echa no obstante á cuestas la tarea de una probanza
dificultosísima, primero por su naturaleza esencialmen-
te negativa, y segundo porque va contra el hecho tan-
gible y notorio. Este hecho no es otro que el propósito
mancomunado, de Cueto y Yáñez, de perseguir de
muerte en La Paz á los presos belcistas, por medio de
un proceso militar.
Entretanto, la pieza que va á leerse es de importan-
cia histórica. En ella puede notarse un dato que arroja
inmensa luz sobre uno de los puntos más oscuros de
esta catástrofe tenebrosa. Esta defensa contiene una
revelación. En su vista pedia el fiscal nada menos que
la libertad inmediata de los que habían sido detenidos
en setiembre. ¡La libertad! No fué escuchado. Las
complacencias de Cueto con el superior furioso no fue-
ron, pues, de tan indómita índole, qije no cayeran
quebrantadas debajo de algún peso enorme, el peso
jurídico de la inocencia de los detenidos.
¡La libertad inmediata de los que fueron asesinados!
Tan sólo se pidió que quedaran en la cárcel tres ó
cuatro belcistas hasta que se evacuaran ciertas citas
del proceso. Era qav/A lo más que podía hacer, .en
4'96 Matanzas de Yáñez
obsequio de su odio 6 de su docilidad aquel pobre fis-
cal. Repito que este dato es de un valor capitaL
La defensa del padre hecha por el hijo prosigue así:
"Don Napoleón Quijarro, en un papel suelto, qtie
es el apasionado eco de las victimas, dice de mi padre:
i* Fiscal perpetuo, estuvo en el plan tenebroso de los
"acontecimientos de la noche del 23 de octubre ül-
"timo.ti
i'No comprendo cómo pudiera aventurarse semejan-
te aserto, sin fundarlo en algiin hecho, en algún dato,
y también debía ser revelado al público para conven-
cerlo; porque la sola palabra de un hombre ique es-
cribe tomando un seudónimo, no puede ser basta^ute
comprobante ^e un delito que á todos nos tiene ate-
rrorizados.
i'La noche del 23 de octubre, en que tuvo lugar tan
infausto suceso, se recogió mi padre á casa á las nueve,
y se puso á dormir á las once según su costumbre. Á
las tres y media oyó que se le golpeaba la puerta; y era
el sirviente que estaba en la puerta de calle, quien le
avisó que un ofícial lo llamaba á nombre del coman-
dante general. Lo hizo entrar, y era el sargento mayor
retirado don Santiago Ayoroa, que le repitió que el co-
mandante general lo llamaba. Como era natural, le
preguntó si había alguna ocurrencia, y le contestó: que
había estallado un motín; pero que había sido sofocado
y fusilados muchos de los presos.
*«Mi padre púsose á vestir inmediatamente, y en ese
momento entró don Toribio Eduardo, dueño de la ca-
sa, avisándole que desde la media noche había habido
tiros, y que ha debido haber alguna revolución. Poco
después salió mi padre á la calle, y fué visto por las
señoritas Bacarresa. Llegó á la plaza y vio terimnado
aquel espectáculo lúgubre, que lo llenó de terroí. A pe-
sar de que Yáñez era hombre que nó permitía una ^ok
reflexión contraria á sus ideas, mi padre con modo
J
r
, Apéndice.^ Piezas del proceso 4^J
^uave le hizo reproches que por supuesto fueron desa-
tendidos.
"Llamado otra vez, díjole Yáñez que era nombrado
■juez fiscal para que organice una .sumaria; y mi padre
se excusó,' resistió con tenacidad, alegando que era jefe
[Kililico de Corocoro, y que tenía necesidad de dispo-
ner su marcha. Pero Yáftez insistió hasta decirle que lo
hacia responsable, y que darla parte al supremo go-
bierno de su negativa á prestar un servicio, que él creía
importante.
"Mi padre, subalterno, ¿podía desobedecer á un jefe
superior, constituido legalmente por el supremo go-
bierno? Aceptó la comisión sin voluntad espontánea,
y porque su deber así lo prescribía. V se forma una
acusación de esie simple hecho, como si no conocieran
que al militar no le es dado deliberar sobre la acepta-
ción ó renuncia de una comisión de esta naturaleza.
No tiene más que obedecer.
"Pero bien: ¿por qué se hace un crimen de haber
sido juez fiscal, cuando esta función es determinada
por la leyP^Qué crimen es ser fiscalía Conozco que es
odioso el puesto, ¡lorque tiene que perseguir y porque,
mientras se descubre la verdad, aun el inocente tiene
que sufrir; pero el líscal ¿es responsable de esto? Aun
en lo civil es odioso el destino de acusador piíblico;
porque los sindicados ó los reos no miran la ley sino
la persona que los acusa. Está en la naturaleza de las
pasiones que los acusados y los reos odien al fiscal y
al juez.
i'No me es^ pues, muy extraño que esas pasiones se
desenfrenen hby día, aprovechando de la crisis que
acabamos de pasar; pero esos hombres no tienen ra-
ón, y no la tienen aún más si reconocen la verdad de
s hechos relatados, y de que en la organización de la
Diaria nada ha habido de ilegal.
"No la ha habido tampoco en las opiniones de mi
4(^S Matanzas de Yáñes
padre, y si alguna vez las opiniones fiscales pndieran
constituir un crimen, sepan los detractores que en su
\ primera vista, que corre en el expediente relativo á
aquel suceso, concluyó por pedir que inmediatamente
se, pusiera en libertad á todos los sindicados, excepto á
tres 6 cuatro, contra quienes había citas que debían
ser exclarecidas con los careos y otros medios que sólo
pueden tener lugar en el juicio.
'•Me refiero á un documento irreprochable y exis-
tente; y no creo que la pasión pudiera seguir hasta ei
grado de desconocer la fuerza de esta razón, que por
sí sola bastaría á justificar á mi padre calumniado.
••Fuera de los testigos presenciales que he citado,
ahí están los jefes y oficiales de la columna municipal,
los de las tres compañías del batallón Segundo y todos
los empleados de policía, que afirmarán que mi padre
entró á la plaza cuando ellos estaban formados y cuan-:
do ya había pasado toda la horrible escena; ¿cómo pu":
do, pues, estar en el plan tenebroso?
••Interpelo á la conciencia de los hombres honrados,
y me harán justicia. Y cuando quieran los apasiona-
dos poner por todo comprobante de acusación,- que
han pedido la cabeza de mi padre y que el pueblo lo
acusa, yo les diré: ••Malos caballeros sois, porque de-
••cís lo que no creéis; pues sólo los estúpidos ó los muy.
••malos pueden creer, que los gritos de unos cuantos,
••son bastante proceso para condenar. ••
••Esos gritos pueden ser de unos cuantos malhe-
chores reunidos, á quienes mi padre ha tenido que.
castigar en el largo tiempo qne ha sido intendente de
policía. Esos gritos pueden ser dados por otros que
han sido azuzados por tantos caballeros que se creen
honrados, y que hacen alarde de pedir la cabeza de los
* que constantemente hemos sido sus enemigos políti-
cos. Y esos son los que hablan de justicia: esos, otros
tantos caribes que quieren sangre de los inocentes,
Apéndice. — Piezas del proceso 41^
para vengar la que fué derramada por un furioso sin-
gular de nuesta, historia. — Andrés Cueto.»
El suelto paceño intitulado La madrugada del 2j de
noi'ientbre, suelto que comenzó á circula el 25, al enu-
merar' los individuos á quienes buscó el pueblo para
hacer con ellos justicia de Dios, contenía las palabras
siguientes, y son ias que han dado mateen á la pieza
anterior: n... á don Pedro Cueto, el perpetuo fiscal de
sangre y director tenebroso de las farsas preparatorias
de las matanzas, y á otros muchos esbirros y caribes de
la caverna llamada policía.''
Bl 29 de noviembre, día siguiente de su llegada á La
Paz, el gobierno expidió una orden general en que se
daba de baja con ignominia y se borraba de la lista mi-
litar al antiguo intendente de policía y reciente fiscal de
guerra que nos ocupa. El decreto decía que S, E. "ha
visto con indignación la execrable conducta observa-
da por el coronel Pedro Cueto en la crisis pasada, y,
no siendo permitido que jefes de este proceder perte-
nezcan en el ejército actual, dispone... etc."
Desde que se consolidó el gobierno pretoriano en
Bolivia, con la ciudad de La Paz po* sede habitual, la
intendencia de policía es allí el instrumento que eje-
cuta toda suerte de tropelías y extorsiones soldadescas
contra los individuos ó el vecindario. Su atribución
principal es atentar contra las garantías individuales.
Apenas hay persona de buena clase y de nobles sen-
timientos que se preste á desempei^ar este destino
ahora. Hace cerca de treinta años que ejercen el ofi-
cio, en casi todas las intendencias, militares pretoria-
nos, es decir, de esos que á punta de motines quitan
y ponen presidentes de la república.
J.^