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Full text of "Anales de la prensa boliviana; Matanzas de Yáñez, 1861-1862"

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Igariratti  College  Lífirarg 

CHARLES     MINOT 


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ANALES  DE  LA  PRENSA  BOLIVIANA 


XI  L'l ."]  I 


/    -^ 


MATANZAS  DE  YANEZ 


1861^1868 


POR 


O.     RE]3SrjÉ3- 


'^(ó 


SANTIAGO  DE  OHILE 

IMPRENTA    CERVANTES 

Bandera,  73  -^ 

1886 


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7 


MATANZAS  DE  YÁÑEZ 


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VI  PRÓLOGO 

— Ahora  sí  quiero  verle.  No  hay  pieza  conveniente  en 
la  casa;  pero  d  lo  menos  tendrá  la  mesa. 

Y  desde  entonces^  mañana  y  tarde,  fué  nuestro  comen- 
sal aquel  pujante  proveedor  de  las  monjas,      ^ 

Bien  pensado,  tenia  éste  urgencia  inaplazable  de  lan- 
zar esos  aerolitos.  Su  truhanería  hacia  lo  demás:  descri- 
bían una  curva  que  iba  á  espirar  entre  reliquias  que  un 
tiempo  fueran  vasos  de  eleccibny  de  insigne  devoción,  ¡Pe- 
ro él,,,!  ^^Las gacetas  lo  diceny  luego  esfalso,\\  ¿Por  quk 
una  tacha  tan  rigorosamente  condenatoria? 

¡Ahf  Hincan  ellas  á  veces  el  diente  hasta  dejar  abierta 
herida  que  sangra  y  sangra,  ¡Cuántos  hay  que  en  la  inti- 
midad pueden  decir  años  más  tarde,  de  esas  injurias  im- 
presas,  como  el  personaje  del  antiguo  teatro  español: 

Quisiera^  Ensebio,  callarlas 
Y  aun  olvidarlas  quisiera; 
Porque,  cuando  se  repiten, 
Hacen  de  nuevo  la  ofensa. ..! 

Lo  tengo  perfectamente  bien  averiguado,  Á  H  no  le 
causaron  jamás,  ni  en  la  epidermis,  el  más  leve  rasguño 
las  gacetas. 

No  tocaron  nunca  su  persona,  Pero  veíalas  contraídc^, 
en  Bolivia,  á  entronizar  y  á  derrocar  tiranos;  y  eso 
bdstb  para  detestarlas,  aunque  conociese  que  eran  meros 
agentes,  como  el  verdugo. 

Su  espíritu  consen)ador,  que  buscaba  por  el  camino  del 
orden  la  libertad,  sentíctse  agraviado  de  aquellas  vocin- 
gleras, que,  según  él,  servían  para  extraviar  de  la  verda- 
dera senda  á  los  de  arrihlt  y  ti  los  de  abajo,  haciende  que 


r-.". 


PROLOGO  Vil 

lie  resultas  el  país  fuese ^  par  el  precipicio  de  las  vías  de 
hechoy  á  parar  bajo  el  sable  del  despotismo  pacificador. 

Tócale  al  desceñidle nte  reparar^  con  una  muestra  de 
consideración^  la  severidad  de  aquél  juzgador  patriota^ 
cuyo  sepulcro  está  siempre  abierto  en  el  corazón  del  que 
esto  escribe. 

Reconciliémonos  con  esos  girones  del  aliento  social,  que 
nos  llegan  animosos  como  ráfagas  calientes,  traykndonos 
de  lejos  las  pulsaciones  de  la  vida  que  pasó. 

Reconciliémonos;  porque,  si  para  los  contemporáneos 
mienten  y  yerran  las  gacetas,  dicen  verdad  (hasta  la  ver- 
dad misma  de  su  errar  y  de  su  mentir)  para  ante  la 
historia, 

¿Cuándo,  andando  el  tiempo,  no  se  delataron  á  si  pro- 
pias las  falacias  de  la  improvisación  apasionada  ó  inte- 
resada? Solamente  en  casos  muy  excepcionales  la  critica 
lejana  deja  de  discernir,  con  claridad,  aquello  cierto  que 
yacía  escondido  bajo  las  ocultaciones  ó  contradicciones  de 
la  prensa. 

Podría  citar  casos  de  la  historia,  en  que  la  prensa  más 
aviesamente  lisongera  b  calumniadora,  llegó  á  ser  testigo 
jidedigno  de  la  verdad  pasada. 

Un  amigo  conozco  que  á  peso  de  romana  compra  gace- 
teña  vieja  de  Santiago,  Las  twches  de  invierno  se  ocupa 
en  sacar  recortes  y  pegarlos  en  volúmenes  metódicos.  Es 
increible  la  suma  de  verdad  social  y  política  que  allí  que- 
da concentrada,  salta?ido  con  toda  la  fuerza  de  la  vida. 

Enseñóme  una  vez  el  volumen  que  había  formado  con 
las  OrCtuadoncs  de  la  prensa  tocante  al  oro  de  Alfreda 
Farajf.  Eran  un  asombro  de  elocuencia  estas .  páginas» 


L 


1-' 


A'UI  PRÓLOGO 

Aparece  allí  en  persona  la  sociedad  arrebatada  por  d 
vértigo  de  sacar^  de  piedras  brutas^  oro  á  pungidos.  Uno 
siente  los  latidos  de  la  quimera  en  los  cerebros^  y  ve  pro- 
ducirse el  movimiento  en  toda  la  periferia  social,  Actffs^ 
contratos,  litigios,  enlaces,  festines,  entre  personas  ajenas 
del  torbellino,  aparecen  relaciofiados  por  hilos  conduc- 
tores con  la  fe  de  otros  en  los  prodigios  del  famoso  reac- 
tivo. 

La  gacetería  entra  á  la  larga  á  figurar  en  la  categoría 
de  los  demás  documentos  históricos,  que,  como  es  sabido, 
ó  revelan  en  derechura  la  verdad,  ó  la  denotan  informan-, 
do  sobre  ella  indirectarnente  ante  d discernimiento  del  in- 
vestigador. 

Y  tiempo  llega  en  que  se  piude  muc/ias  veces  argumen- 
tar: wLas  gacetas  lo  dicen,  luego  es  cierto,  w 

Ojalá  siroa  de  ejemplo  demostrativo  este  volumen. 

Es  un  libro  de  bolivianos  para  bolivianos.  Con  todo, 
fw  fuera  difícil,  exprimiendo  el  jugo  de  sus  páginas,  fil- 
trar de  la  sustancia  una  bebida  de  BoUvia  para  el  pala- 
dar de  las  demás  gentes. 

Por  mi  parte,  no  he  intentado  ensayarme  como  quiera 
en  una  obra  de  sabor  literario.  Prefiero  modestamente 
servir  á  las  investigaciones  sobre  la  historia  de  aquel  país, 
ofreciéndole  aquí  un  denso  manojo  de  luz  primitiva,  que 
el  arte  narrativo  utilizará  más  tarde  para  sacar  de  las 
sombras  un  suceso  terrible,  expresión  genuina  de  un  esta^ 
do  social  de  la  república. 

Ahora  siete  años  pegada  con  goma  yo  también  y  comen- 
taba en  la  margen  numerosos  periódicos.  Eran  peri&dicos 
de  Solivia,  Asi  pegados  y  comentados,  con  intento  más 


PROLOGO  iX 

hien  bibliográfico  que  histórico^  perecieron  en  ausencia  mía 
esos  recortes^  consumidos  por  las  llamas. 

Mis  amigos  salvaron^  junto  con  no  poca  parte  de  mi 
biblioteca^  los  que  han  servido  para  compaginar  el  pre- 
sente volumen^  y  aquellos  con  que  podríanse  formar  toda- 
vía unos  dos  más. 

Luciano,  en  uno  de  sus  admirables  diálogos^  uos  hace 
asistir  á  una  discusión  con  Hesiodo,  el  docto  cantor  de 
los  tiempos  en  que  la  historia  andaba  confundida  con  la 
fábula, 

Licino  le  dijo:  ^^¿ De  quién  sino  de  ti  mismo,  inspirado 
Hesiodo,  pudiera  yo  saber  lo  que  debo  creerte?  A  vosotros 
oh  poetas,  amigos  predilectos  de  los  dioses  y  esos  autores' 
de  todos  nuestros  bienes,  toca  decirnos  con  franqueza  loque 
sabéis,  y  confesarnos  la  verdad  de  vuestros  dichos  para 
disipar  nuestras  dudas,  w 

Kl  sabio  cadencioso  contestó:  uMis  rapsodias,  querido 
amigo,  no  son  tanto  obra  mía  como  obra  de  las  Musas, 
esas  confidentes  del  Destino,  causante  de  todos  nuestros 
males,  y  consultoras  de  su  libro  inexorable.  A  ellas  píde- 
les cuenta  de  lo  que  han  dicho  por  mi  boca,  y  de  aquello 
que  han  querido  pasar  en  silencio.  ^^ 

Las  gacetas  bolivianas  son  las  Musas  que  han  dictado 
el  presente  centón.  Confidentes  fueron  de  esos  bandos,  au- 
tores de  tantos  males.  El  libro  son  de  sus  designios.  In- 
terrogadas con  calma  todas  á  la  vez,  dan  aienta  hoy  de 
lo  que  dijeron  y  de  lo  que  callaron  entonces. 


ÍNDICE 


PÁQS. 


Pbólogo V 

«ElJnicio  Publicóla 1—202 

cEl  Telégraf  op 203—247 

«El  Constitucional)) 249-273 

«El  Boliviano» 275—282 

«El  Pueblo» 282—306 

«La  Causa  Nacional)) 307 — 332 

«El  Liberal» 333—396 

«El  Club» 397—423 

«El  Sol  de  Setiembre)) 425—448 

Apéndice. —Piezas  del  proceso 451 — 499 


XX9  o^-^L» » jc^c»  gjr-»t3  »>rn^  g  j<r»cg  orncg  gjc-^j  gjcx 


L 


CAPITULO  PRIMERO 


"EL  JUICIO  PUBLICO" 
X861 

Noticia  bibliográfica. — Matanzas  del  23  de  octubre. — Redacción, 
espíritu  y  color  político  de  este  periódico. — Su  arrogante  apa- 
rición.— Idea  general  sobre  sus  trabajos. — Sanción  de  la  vin- 
dicta pública. — ^J.  C.  Barragán;  sus  antecedentes. — Un  folleto 
de  J.  Córdoba,  el  ex-presidente. — ^J.  M.  Santibáñez  y  Barra- 
gán.— Barragán  fiscal. — Apareoe  de  testaferro  contra  Córdoba. 
— Stt  célebre  entrevista  con  R.  Fernández. — Imputa  á  éste  las 
matanzas. — Fernández  contra  la  prensa. — La  mañana  siguien- 
te -de  la  carnicería. — Motivos  para  recordar  lo  poco  que  se 
publicó  sobre  el  espantoso  suceso. 

£9te  periódico  de  La  Paz,  publicado  en  la  Impren- 
ta Paceña,  comenzó  á  aparecer  el  29  de  noviembre 
de  1S61,  y  cesó  con  su  ñiimero  47  el  20  de  marzo  del 
año  siguiente.  £1  numero  19^  correspondiente  al  30  de 


1    < 


K> 


2     ;  Matanzas  de  Yáñez 

diciembre,  es  el  postrero  del  año  1861.  Aunque  des- 
tinado á  ser  eventual,  los  primeros  tiempos  salía  casi 
diariamente  ó  día  por  medio. 

El  folio  común  de  oficio,  á  dos  columnas,  fué  su 
forma  de  tamaño  hasta  el  número  39  (febrero  16). 
Adoptó  el  folio  ordinario  de  gaceta,  un  poco  ancho,  á 
cuatro  columnas,  desde  el  número  40,  correspondiente 
al  20  de  febrero  de  1862.  Este  ensanche  fué  debido 
al  aumento  de  materiales  y  suscritores  á  la  vez. 

La  existencia  de  este  periódico  está  vinculada  al 
recuerdo  de  un  enorme  suceso  de  la  historia  boli- 
viana, en  sus  más  aciagos  días  de  hierro  y  de  dis- 
cordia. 

El  23  de  octubre  de  1861,  el  comandante  general 
de  armas  de  La  Paz,  coronel  Plácido  Yáñez,  en  alta 
noche  mandó  asesinar  con  la  fuerza  pública  á  un  me- 
dio centenar  de  ciudadanos,  que  arbitrariamente  había 
hecho-  encarcelar  días  antes  á  título  de  belcistas  cons- 
piradores. Un  mes  cabal  después  de  este  suceso,  el 
populacho  de  I^  Paz,  cansado  de  ver  impune  y  siem- 
pre revestido  de  autorida^i  al  perpetrador  de  esta  car- 
nicería, tomó  por  asalto  el  palacio  donde  estaba  encas- 
tillado con  su  gente,  y  ajustició  al  criminal  con  dos  de 
sus  cómplices.  Se  retiraron  las  turbas  en  seguida  á  sus 
casas. 

Se  retiró  el  populacho  justiciero  sin  querer  plegarse 
á  la  rebelión  militar  de  tres  cuerpos  veteranos,  rebe- 
lión que  esa  mañana  sirviera  al  pueblo  de  prdudio  y 
base  para  la  ejecución.  Triunfante  y  aterrada  á  la  vez, 
no  se  atrevió  entonces  esa  rebelión  á  vitorear  á  su 


1f- 


\El  Juicio  Públicow  j 

caudillo.  El  caudillo  era  el  Ministro  del  Interior,  Ru- 
perto Fernández,  á  quien  el  pueblo  sindicaba  de  ha- 
ber sido  el  instigador  de  Yáñez.  Ausenté  con  el  go- 
bierno, estaba  á  la  sazón  Fernández  en  Sucre.  La 
soldadesca  rebelde  se  sometió  al  orden  días  después 
sin  resistencia. 

El  Juicio  Publico  es,  en  la  prensa  procesante  de 
estos  hechos  extraordinarios,  el  periódico  que  repre- 
senta propiamente  los  ofícios  de  juez  instructor  y  de 
físcal.  La  acción  del  ministerio  publico  fué  ñoja  y  nula 
aquella  vez.  En  este  concepto,  la  verdad  histórica  de- 
berá informes  importantes  á  esta  publicación. 

Propietarios  y  directores  fueron  los  hermanos  Ba- 
rragán. La  redacción  era  fírmada  una  parte  y  otra 
anónima;  suscrita  los  primeros  tiempos  por  Ezequiel 
Peñaranda  y  los  posteriores  por  Rosendo  Mendieta. 
Pero  era  cosa  sabida  que  el  verdadero  y  principal  re- 
dactor era  el  abogado  J.  Cirilo  Barragán,  que  uno  de 
los  inspiradores  era  el  comerciante  y  ex-director  del 
Colegio  de  Artes  Vicente  Barragán,  y  que  también  in^ 
tervenía  en  la  dirección  Román  Barragán,  quien  tuvo 
una  vez  que  sacar  la  cara  por  el  periódico,  con  motivo 
de  un  juicio  por  jurados, 

Firmantes  ó  no,  ninguna  de  estas  personas  ejercía 
cargo  público  con  sueldo,  y  todos  vivían  de  sus  habe- 
res ó  de  su  trabajo  privado.  Es  increible  el  nervio  de 
soberanía  que  esta  circunstancia  presta  á  los  escritos 
de  esta  gaceta.  Trata  á  los  otros  periódicos  de  alto  á 
bajo.  Aunque  tildada  mañosamente  de  opositora  al 
gobierno,  la  redacción  no  lo  era  en  rigor  de  verdad; 


4  Matanzas  de  Yáñez 

era  independiente  tan  sólo.  El  Juicio  Público  refleja 
esta  independencia  hasta  el  último  día  dé  su  exis- 
tencia 

No  sin  frecuencia  estuvo  de  punta,  como  decirse 
suele,  con  los  escritores  ministeriales;  pero  fué  tan  sólo 
en  cuanto  á  pasiones  é  intereses  que  no  eran  decidi- 
damente los  del  primer  magistrado.  Con  éste  estaba 
de  acuerdo  en  dos  cosas  fundamentales:  mantenimien- 
to del  orden  constitucional,  oposición  á  Ruperto  Fer- 
nández. Esta  oi)osición  suya  era  de  un  tinte  subidísi- 
mo y  encendido. 

En  una  palabra,  el  color  político  de  El  Juicio  Pú- 
blico era  el  belcismo;  su  objetivo  de  combate  el  se- 
tembrismo,  bando  de  los  antiguos  sostenedores  de  la 
•dictadura  de  Linares. 

E^to  explica  sus  disidencias  con  ciertos  escritores 
gobiernistas  de  La  Paz,  que  se  plegaron  por  completo 
á  Achá  después  de  haber  servido  á  Linares. 

Pero  el  bdcismo  y  el  antisetembrismo  de  El  Jui- 
cio PÚBLICO  no  fueron,  desde  un  principio,  como  su 
odio  á  Fernández  y  á  su  séquito,  sentimientos  francos  y 
categóricos.  £1  periódico  surgió  instantáneamente  á 
impulsos  de  la  indignación  que,  en  cierta  hora  propi- 
cia para  dar  expansión  á  esta  clase  de  energía,  produ- 
jeron en  La  Paz  las  matanzas  de  Plácido  Yáñez.  Esta 
ocasión  vino  después  de  ajusticiado  Yáñez  por  el  pue- 
blo, y  después  todavía  de  haberse  sometido  la  sedición 
militar  áe  Balsa  al  orden  legal  (novienibre  28). 

Despejado  de  esta  suerte  el  escenario  dentro  de  la 
ciudad,  y  completamente  pronunciada  una  reacción 


'  wEl  Juicio  Públicow  s 

violenta  de  los  ánimos  contra  el  ministro  Ruperto  Fer* 
nández,  se  presentó  El  Juicio  Piíblico  ceñido  con 
la  toga  de  la  magistratura  constituyéndose  arrogante- 
mente  en  juez  arbitro  y  severo  componedor  de  lo» 
partidos.  Vinieron  los  estrujones  de  la  polémica  y  de  la 
chismografía,  y  aquí  El  Juicio  Público  hubo  de  des- 
tocarse mal  de  su  grado,  arremangándose  á  veces  la 
garnacha,  para  barajar  y  sacudir  recio  y  fuerte  en  la 
condición  de  contrincante. 

Como  quiera  que  tan  sólo  habría  que  rebajar  un 
poco  los  colores  y  suavizar  las  sombras,  para  que  el 
cuadro  fuera  históricamente  verdadero,  como  tomado 
que  es  á  raíz  de  lo  natural,  véase  el  escenario  donde  le 
place  presentarse,  cuando  menos  como  fiscal  del  cri- 
men, á  El  Juicio  Público: 

«•Cuando  en  Bolivia  vemos  el  crimen  y  el  estermi- 
nio  como  último  recurso  de  la  depravación  de  los  par* 
tidos,  es  llegada  la  hora  en  que  la  voz  de  la  conciencia 
del  hombre  honrado  se  alce,  para  enrostrar  á  tan  mal- 
decidos bandos  su  abominable  encarnizamiento. 

«Renunciando  las  facciones  interiores  á  los  fueros 
de  la  naturaleza  y  la  humanidad,  se  han  armado  del 
puñal  alevoso  y  han  levantado  en  cada  lado  el  enroje- 
cido estandarte  de  la  matanza,  que  ha  hecho  brotar  un 
raudal  incontenible  de  sangre  inocente  en  esta  tierra 
de  maldición. 

«iSi  bien  el  germen  de  estas  facciones  estaba  latente» 
llegaron  ellas  á  caracterizarse  al  principio  con  el  nom- 
bre de  ballivianistas  y  crucistas;  después,  de  belcistas  y 
linaristas;  y  hoy  están  de  pie,  sangrientas,  bajo  la  ho- 


6  Matanzas  de  Yáñes 

rríble  consigna  de  setembristas  y  marcistas  (i),  par 
hacer  mañana  una  variante  aiín  más  espantosa. 

'lEn  estas  facciones  hay  sus  tránsfugas,  sus  rene 
gados,  sus  apóstatas,  sus  ^traidores.  Es  muy  corriente 
que  el  más  estrecho  y  favorito  cofrade,  se  convierta  ei 
cruel  verdugo  de  sus  camaradas  de  la  víspera;  porque 
no  profesándose  en  tales  prosejitismos  principio  alguní 
civilizador,  político  ni  humanitario,  la  granjeria  peí 
sonal  es  el  solo  punto  objetivo  de  estos  afiliados;  y  í 
granjeria  subleva  en  ellos  las  pasiones  más  salvaje 
(esta  expresión  es  muy  débil),  subleva  los  instintos  d 
las  bestias  de  que  más  se  horroriza  la  creación. 

'iperfidia,  ingratitud,  desnaturalizada  atrocidad,  soi 
moneda  corriente  entre  los  bandos  de  Bolivia. 

"Pero  el  pueblo,  el  verdadero  pueblo,  ¿en  pos  d' 
qué  va?  Va  como  toda  asociación  de  hombres  culto 
6  bárbaros  en  pos  del  prc^reso.  Y  ¿quién  aleja  y  oscu 
rece  ese  porvenir?  Los  bandos,  que  cada  día  recibei 
y  dan  de  alta  en  sus  ñlas  á  gente  mala,  así  como  dismi 
nuyen  cada  día  en  esas  ñlas  las  plazas  del  honrado,  de 
industrial,  del  progresista,  del  hombre  bueno,  en  fin. 

«Aquellos  en  quienes  aun  no  se  ha  extinguido  L 
luz  de  la  conciencia  humana;  aquellos  que  adn  conser 
van  un  rayo  de  esperanza  en  los  destinos  de  la  especii 
racional,  tomemos  las  armas  en  las  filas  de  esos  hom 
bres  buenos,  para  protestar  contra  la  depravación  di 
los  banderfos  antisociales  llamados  políticos.  Haga 


r 


wEl  Juicio  Públicon  7 

mos  ver  que  si  hay  épocas  lúgubres  para  las  naciones, 
y  ei\  pleno  meridiano  del  siglo  XIX  se  hacen  exhibi- 
ciones de  barbarie,  que  avergonzarían  á  los  cafres  y  á 
los  caribes,  también  puede  llegar  un  día  de  regenera- 
ción, que  haga  conocer  que  la  Providencia  no  aban- 
dona del  todo  á  los  pueblos,  n 

Aquí  se  ve  claramente  al  ciudadano  que,  al  contem- 
plar desde  su  casa  las  horrendas  escenas  de  la  calle» 
salta  afuera  despavorido  en  busca  de  garantías,  y  salta 
pensando  no  tan  sólo  en  lo  presente  sino  también  en  lo 
porvenir  de  su  país.  Pero  al  mismo  tiempo  no  es  difícil 
percibir,  allá  en  el  fondo  de  este  fervor  altanero  por  la 
estabilidad  social  y  por  el  reportamiento  de  los  parti- 
dos, un  algo  más  que  late  y  que  parece  inclinarse  á  ful- 
minar el  anatema  contra  un  bando  en  servicio  de  otros. 

£s  lo  que  desde  allí  á  poco  saltó  con  fuerza  á  la  su- 
perficie en  el  ardor  de  la  polémica.  Es  también  lo  que 
impulsando  con  brío  los  trabajos  de  este  periódico,  le 
hizo  vencer  mil  peligros  en  su  espinosa  carrera,  y  ello 
con  gran  ventaja  de  esa  aureola  victoriosa  con  que  han 
menester  coronarse,  en  sus  sanciones,  la  moral  política 
y  la  vindicta  publica. 

¡Quién  pudiera  dar,  á  estos  movimientos  de  la  pren- 
sa justiciera,  algo  de  esa  indignación  vehemente  y 
contenida  de  ciertos  oradores  ingleses,  que  apareando 
como  dos  corceles  la  pasión  tribunicia  y  el  espíritu 
jurídico,  recorren  la  arena  de  sus  fiscalizaciones  dejan- 
do allí  estampadas,  claras  y  paralelas,  las  huellas  del 
subsanable  error  impetuoso  y  de  la  verdad  estricta  I 

La  indagación  execratoria  de  las  matanzas,  y  el  es- 


4  K 


ÍNDICE 


PAGS. 

Pbólogo V 

«ElJtácio  Públicos 1—202 

€ÚE1  Telégrafo» 203—247 

«El  Gonstiincional)) 249*273 

«El  Boliviano» 275—282 

«El  Pueblo» 282—305 

((La  Cansa  Nacional» 307 — 332 

((El  Liberal» 333—396 

«El  Club» 397—423 

«El  Sol  de  Setiembre» 425—448 

Apéndice. —Piezas  del  proceso 451 — 499 


Matanzas  de  Yáñes 
1  otra  parte.  Están  en  la  prensa  ipaceña  de  estos 
arücularmenCe  El  Telégrafo  contiene  los  des- 
!  El  Juicio  Púbuco  todo  cuanto  se  relaciona 
icusación. 

inia  que  J.  Cirilo  Barragán  sostenía  la  vara  en 
ICIO  Pi^Bi.ico  sin  soltarla  ni  flaqiiear  jamás  un 
Nanido  en  La  Paz  en  condición  modesta,  y  pa- 

constante  habitador  de  la  ciudad,  donde  solía 
cargos  concejiles  6  municipales,  no  era  la  vez 
1  que  tomaba  cartas  en  la  prensa.  Corría  por 
3  su  firma  un  folleto  político,  á  que  es  referente 
ero  2572  de  mi  catálogo  impreso.  La  historia 
producción  es  la  siguiente: 
loba,  presidente  caldo,  se  divertía  un  poco  libi- 
nente  en  el  Perií,  relegado  al  desprecio  de  los 
bían  sido  sostenedores  principales  de  su  gobier- 
:  eran  los  belcistas.  Había  sido  mal  fideicomi- 
el  poder,  y  los  ojos  oposicionistas  se  volvían  al 
mitente  su  suegro,  que  era  Belzu.  No  cesaban 
ibirle  tos  descontentos  á  Europa;  según  el  uso, 
ibían  de  la  manera  siguiente: 
neral,  venga,  venga  sin  tardanza.  Los  pueblos 
an  y  sus  amigos  lo  aguardamos  con  los  brazos 
is,  prontos  á  sacrificarnos  por  usted.  ¿Cómo 

dejarnos  aquí  colgados  ó  entre  las  garras  del 
■  Vuele  á  salvar  á  esta  patria  querida  y  á  derra- 
)r  ella,  junto  con  nosotros,  su  sangre  de  ciuda- 
'  de  soldado.  ¡Viva  el  general  Belzulir 
1  el  ingrato  argonauta  mostrábase  sordo  así  á  los 
¡es  como  á  los  mensajeros.  Y  tanto  fué  que,  á 


w  El  Juicio  Púhlicow  II 

fines  de  1858,  segundo  año  que  comenzaba  para  la 
dictadura  de  Linares,  alguien  les  dijo  que  aquello  era 
una  majadería,  semejante  á  la  de  los  portugueses  aguar- 
dando la  vuelta  del  rey  don  Sebastián  en  su  caballo 
blanco. 

Fué  entonces  cuando  cayó  á  los  pies  de  Córdoba 
un  diluvio  de  cartas  que  decían  así: 

••General,  venga,  venga  sin  tardanza.  Los  pue- 
blos... etc.  ti 

Córdoba  se  entusiasmó  al  escuchar  esta  'música  pa- 
ra él  enteramente  nueva,  se  apercibió  para  emprender 
una  cruzada  restauradora,  y  lanzó  el  célebre  folleto 
precursor  intitulado  Manifiesto  y  Programa,  (Nume- 
ro 2152  de  mi  catálogo  impreso.) 

Córdoba  había  sido  un  agraciado  de  la  ciega  fortu- 
na. Su  rápida  ascensión,  desde  humilde  hasta  encum- 
brada esfera,  no  había  sido  en  alas  de  la  osadía,  la 
intriga  y  el  partidarismo  doctoral  certeramente  com- 
binados, para  un  golpe  de  mano,  en  el  cuarto  de  ban- 
deras de  un  cuartel.  Subió  al  mando  por  las  gradas  del 
favor  legalizado,  dejando  pasmados  á  los  pretendientes. 
El  origen  legítimo  de  su  investidura  no  era  tachable 
según  los  dictados  de  una  sana  política.  En  cualquier 
país  medianamente  constituido,  hubiera  sido  inviolable 
en  su  puesto  de  primer  mandatario. 

Una  vez  echado  al  suelo  por  la  revolución,  el  con- 
cepto público  se  había  uniformado  en  Bolivia  acerca 
de  su  persona.  En  manera  ninguna  ese  concepto  era 
favorable  á  sus  empresas  de  pretendiente.  Lo  mejor 
que  se  pensaba  de  él,  era,  que  la  docilidad  de  su  ca- 


1 


12  Matanzas  de  Yáñez 

rácter  y  la  sensibilidad  un  poco  ingenua  de  su  joven 
espíritu,  le  alejaban  por  completo  de  la  escena  y  de 
los  actores  de  la  política  boliviana. 

Pero  las  cartas  consabidas  y  las  sugestiones  de  los 
proscritos  desesperados,  que  le  rodeaban  en  Puno  y 
Arequipa,  enardecieron  hasta  tal  punto  el  corazón 
bondadoso  de  Córdoba,  que  el  folleto  citado  rompió 
en  desahogos  descompuestos  de  despecho  y  de  coraje. 
Vociferó  imprecaciones  de  odio  al  setembrismo  usur- 
pador, recordándole  el  tenor  de  sus  tablas  de  sangre  y 
de  martirios,  cual  si  quisiese  fundar  en  ellas  títulos 
para  una  retaliación  vengadora. 

Sus  adversarios  entendieron  que  este  era  un  nuevo 
acto  de  docilidad,  y,  sin  culparle  gravemente  por  supo- 
nerle influido,  vieron  con  recelo  detrás  de  Córdoba  un 
impulso  de  terribles  motores  reaccionarios. 

Los  redactores  del  follet'o  de  Córdoba  habían  baja- 
do el  estilo,  hasta  tocar  en  el  tono  habitual  de  la  dia- 
triba altoperuana  de  pura  casta.  La  prensa  seria  del 
interior  le  dijo: 

"Debemos  observar  al  general  Córdoba,  que  la  ma- 
ledicencia y  el  dicterio  sientan  muy  mal  al  que  ocupo 
un  puesto  elevado,  cuyo  recuerdo  debiera  dignificar 
todos  los  actos  ulteriores  de  la  vida,  aun  en  la  rigidez, 
de  la  desgracia. ti 

Córdoba  había  dicho  aludiendo  muy  suavemente  á 
sus  francachelas  de  otros  tie nipos: 

"Si  Bolivia  me  culpa  de  negligencia  ó  de  juvenilesi 
errores,  confieso  que,  en  medio  de  la  depravación  de 
costumbres,  difícil  era  que  la  conducta  del  mandatario 


i?f*'^j.ji- 


i 


\yEl  Juicio  PÚblicO^^  13 

fuese  irreprensible;  pues,  colocado  en  un  centro  de 
corrupción,  á  él  y  á  todos  arrebata  su  ímpetu,  n 

Confesión  doblemente  desacertada,  desdorosa  sin 
ventaja  de  la  discusión,  y  perjudicial  al  proselitismo 
popular  que  Córdoba  se  presentaba  solicitando. 

Los  contrarios  se  pusieron  en  el  caso  mas  favorable 
á  la  intención  de  este  último,  en  el  caso  de  que  no 
había  querido  referirse  al  pueblo  boliviano,  sino  al  cír- 
culo  que  sostenía  y  estrechaba  en  aquel  entonces  al 
gobierno.  Y  le  replicaron  así: 

«Sí  pues  existía  un  mandatario  sin  la  suficiente 
fuerza  de  voluntad  para  resistir  á  ese  torrente  de  co- 
rrupción que  le  impelía,  la  nación  ejerció  uno  de  sus 
más  altos  derechos  y  cumplió  con  el  más  sagrado  d^ 
sus  deberes  al  sustituir,  por  el  recurso  formidable  de 
la  revolución,  á  ese  dócil  y  maleable  mandatario,  otro 
que  consideró  de  patriótic¿^  resolución,  enérgico,  resis- 
tente á  las  mundanales  seducciones,  por  su  fe  mas  pu- 
ra que  los  destinos  del  pueblo. ir 

Mi  opinión  particular  es  que  para  verificar  una 
mudanza  no  debió  tocarse  el  recurso  formidable  de  la 
revolución,  y  que  la  nación,  ó  lo  que  así  se  apellidó, 
contra  todo  derecho  escrito,  faltó  entonces  al  más  im- 
perioso de  sus  deberes  para  consigo  misma.  Pero,  en 
país  sujeto  á  cambios  y  removido  hasta  el  profundo 
por  el  cau(£llaje  y  las  facciones,  el  argumento  era  pro- 
pio del  intelecto  social,  y  fué  reputado  como  un  argu- 
snento  ad  kominem  incontestable. 

£so  no  obstante,  el  folleto  de  Córdoba  contenía  un 
grupo  de  caigos  gravísimos  contra  el  gobierno  de  la 


14  Matanzas  de  Ydñet 

dictadura.  Al  hablar  de  El  Fénix,  de  Sucre,  he  he- 
cho valer  la  parte  eficiente  que  le  cupo  en  las  opinio- 
nes oposicionistas  y  en  los  conatos  revolucionarios  del 
tiempo. 

Esta  simiente  revolucionaria,  ó,  más  bien,  este  pá- 
bulo, era  lo  que  más  temían  de  la  prensa  los  conduc- 
tores del  partido  dominante.  Por  eso,  y  tan  pronto 
como  el  folleto  comenziS  á  circular,  se  dieron  á  reba- 
tirlo duramente  las  gacetas  setembristas,  y  se  pensó  en 
oponerle  cuerpo  á  cuerpo  otro  folleto. 

Sujeto  afable  y  caballeroso  en  su  trato,  José  María 
Santibáñez,  jefe  político  de  La  Paz,  indujo  sagazmente 
al  vecino  pacíñco  y  ajeno  de  las  reyertas  y  granjerias 
políticas,  J.  Cirilo  Barragán,  á  que  publicase  el  folleto 
apetecido. 

i'Es  menester,  le  dijo,  que  un  ciudadano  como  usted 
haga  con  buenos  modos  un  llamamiento  hacia  el  buen 
camino  á  Córdoba.  ¿No  se  conocen  ustedes  desde  la 
infancia  y  han  mantenido  siempre  cordiales  relaciones? 
Pues  usted  es  el  llamado  para  eso,  amigo  mío,  y  el 
hombre  que  debe  en  esta  ocasión  hacer  valer  las  ideas 
progresistas  y  dtÜes  que  profesan  los  hombres  de  or- 
den, enemigos  de  revueltas  estériles...  etc.,  etc.n 

Barragán  se  comprometía  á  escribir  y  se  ecbó  á 
cuestas  un  fardo  superior  á  sus  fuerzas.  En  primer  lu- 
gar, algunos  cargos  eran  de  imposible  ó  dificultosa 
contestación.  En  segundo  lugar,  aquello  de  rebatir  una 
invectiva  con  una  exhortación,  era  como  querer  vencer 
á  un  moro  lanza  en  ristre  invitándole  á  bautizarse. 


M 


w  El  Juicio  Públicow  ij 

£1  propósito  virtual  del  folleto  no  era  disuadir  amis- 
tosamente; pero  Barragán  entendió  que  ese  era  el  ver- 
dadero propósito.  De  aquí  resultó  que  fué  hecho  y 
rehecho,  y,  en  suma,  fué  escrito  garbosamente  por  San- 
tibáñez  y  suscrito  por  Barragán. 

Allí  se  .trata  de  persuadir  á  Córdoba  de  que  aquella 
en  que  ardía  su  corazón  es  malo  y  perverso,  y  ello  á 
mérito  de  consideraciones  generales  muy  atendibles 
según  los  antecedentes  de  los  partidos,  los  trabajos  de 
organización  empeñados  al  presente,  y  las  visiones  y 
previsiones  del  porvenir.  Todo  esto  ¿con  el  tono  sensa- 
to y  el  lenguaje  comedido  y  elegante  propios  del  autor. 
Domina  esa  ñuidez  oratoria  que  contra  las  vías  de 
hecho  inspira  siempre  lá  posesión  del  poder,  señala- 
damente en  países  dilacerados  por  la  anarquía  donde 
es  derecho  decir:  lo  pasado,  pisado. 

El  adagio  personal  y  el  alegro  amistoso,  con  que 
preludia  y  finaliza  la  sonata,  ciñen  á  ésta  armoniosa- 
mente» imprimiéndole  un  timbre  suavísimo  de  soca- 
rrona ironía.  El  introito  ó  adagio  me  parece  ser  de 
Barragán.  Allí  tuvo  él  la  mala  cautela  de  estampar, 
conao  para  un  inevitable  contraste  ulterior  de  estilos, 
esto  que  sigue: 

••Dígase  apego  á  la  apacible  domesticidad  6  falta  de 
connato  espontáneo,  aplazada  ha  estado  siempre  para 
mí  la  entrada  en  los  negocios  pilblicos.it 

Meses  después  Barragán  fué  nombrado  fiscal  del 
distrito  de  La  Paz.  No  era  empleomaniaco,  se  sintió 
abrumado  por  los  expedientes,  tenía  en  ejercicio  otros 


Matanzas  de  Yáiiez 
s  más  productivos,  renunció  una  vez  sin  éxito,  y, 
L,  hizo  dejación  del  puesto  con  motivo  de  lo  si- 
e,  que  fué  notorio  en  La  Paz: 
i  un  aviso  en  las  gacetas  de  esta  ciudad,  en  ei 
ierto  maestro  de  sastrería  ofrecía  premio  al  que 
olviese  un  paleto  del  señor  ministro  Ruperto 
idez,  paleto  que  le  había  sido  sustraído  del  taller. 
>resen(arse  dicho  sastre  en  casa  de  Barragán  á 
ar  obra  le  contó  que,  por  causa  de  aquella  sus- 
¡n,  el  ministro  habíale  vejado  con  dicterios  y 
zas;  le  contó  cómo,  después  de  esto,  su  deseo 
tir  del  mal  paso  tentando  la  buena  suerte  de 
ar  el  paleto.  Pensóse  entonces  en  el  aviso,  y 
;án  lo  redactó, 

ninistro  de  gobierno  hizo  llamar  á  Barragán  á  la 
;  su  despacho,  y,  á  presencia  de  no  sé  cuántos 
lies  y  del  sastre  mismo,  se  entabló  entre  ambos 
iente  diálogo  auténtico: 

'sted  ha  tenido  la  ligereza  de  tomar  el  nombre 
personaje  publico  en  artículos  mal  íntencio- 

\rtículos?  V.  G.  hablará  tal  vez  de  un  aviso  para 
recobrar  una  especie  de  su  pertenencia. 
Isted  me  nombraba  allí  intencional  mente. 
)n  cuanto  á  mencionar  nombres,  V.  G.  conven- 
nmigo  en  que  se  puede  tomar  el  de  Dios  con  el 
3  debido,  si  viene  al  caso. 
jttraño  mucho  que  usted  ande  metido  con  esa 
lia — y  señaló  Fernández  al   sastre, — y  que  un 
naiio  judicial  esté  de  escritor. 


1 


y\El  Juicio  Público\\  77 

— He  tenido  que  ver  con  este  menestral  para  favo- 
recerle;-parece  que  no  hay  ley  que  prohiba  escribir  á 
los  empleados;  antes  bien,  las  hay  que  imponen  á  los 
fiscales  la  obligación  de  defender  á  la  clase  pobre;  que 
en  cuanto  al  empleo,  lo  había  hace  tiempo  renun- 
ciado. 

— Ninguna  de  sus  razones  me  satisface  y  debe  ter- 
minar esta  retahila. 

— Bien;  pero  será  porque  V.  G.  no  quiere  conven- 
cerse y  porque  yo,  si  he  venido  aquí,  ha  sido  por  lla- 
mado de  V.  G.  con  quien  no  recuerdo  haber  tenido 
antes  relación. 

Barragán  salió  y  dejó  en  el  acto  la  fiscalía.  Ello 
pasaba  por  mayo  de  1860,  esto  es,  ocho  meses  antes 
del  mayor  encumbramiento  de  Fernández  por  virtud 
de  su  golpe  de  Estado. 

Estos  eran  lo»  antecedentes  del  hombre  que  empuñó 
la  espada  vengadcrra  de  las  víctimas  de  23  de  octubre, 
subiéndose  para  ello,  con  la  sola  fuerza  del  corazón,  á 
lo  más  alto  de  la  tribuna  periodística  de  la  república. 

Pero  quien  quisiere,  al  trasluz  del  presente  caso, 
conocer  por  el  derecho  y  por  el  revés  la  estofa  de  los 
hombres  del  tiempo  y  de  la  tierra,  tenga  paciencia 
unos  cuantos  meses,  hasta  llegar  al  capítulo  sobre  El 
Eco  del  Norte,  de  la  misma  ciudad  de  La  Paz.  Allí 
asistirá  á  la  ruidosa  prevaricación  de  Barragán  como 
ciudadano. 

Invoca  hoy  la  moral  política,  la  causa  de  los  princi- 
pios republicanos  y  la  majestad  dé  la  ley  contra  el 
sangriento,  mezquino  y  desorganizador  espíritu  de  cau- 


i8  Matanzas  de  YáfUz 

dillaje.  Mafiana,  en  un  torrente  de  sangre  y  lágrimas, 
se  lanzará  á  las  vías  de  hecho  contra  el  régimen  cons* 
titucional,  porque  ya  tiene  amo  á  quien  servir.  Hoy 
son  el  orden  y-  la  ley,  porque  no  son  Belzu  ni  Fernán- 
dez los  ídolos  predilectos  de  su  proselitismo.  Mañana 
se  amotinará  á  secas  contra  el  presidente  recien  electo 
en  las  urnas  y  proclamado  por  el  congreso,  y  ello  para 
seguir  á  Gregorio  Pérez,  militar  alzado  sobre  el  pavés 
revolucionario  por  la  poquedad  enceguecida  del  pro- 
vincialismo localista  de  La  Paz. 

En  cuanto  á  Ruperto  Fernández,  desde  su  primer 
número  El  Juicio  Público  sostuvo  que  él  movió  po- 
sitivamente el  brazo  del  asesino  Yáñez;  pero,  ante  un 
criterio  desapasionado,  no  hizo  valer  para  ello  ninguna 
prueba  .convincente.  Algo  más:  en  toda  la  prensa  de- 
tractora  de  Fernández  no  encuentro  nada  que,  en 
términos  rigurosos,  me  persuada  de  tamaña  imputa- 
ción. 

Más  adelante  dilucidaremos  este  punto,  que  por 
conducto  de  la  prensa  se  relaciona  con  algunas  intimi- 
dades de  la  política  boliviana. 

El  Juicio  Público  en  esta  parte  de  sus  tareas  cía* 
mó  en  coro  con  las  demás  gacetas  gobiernistas.  \Jk 
execratoria  general  rompió  cuando  aquel  cabecilla  e^ 
taba  caído  boca  abajo,  ó  sea  hundido  para  sieínpré. 
Es  justo  reconocer  que  aquel  periódico  se  anticipó- 
algunos  días  para  acelerar  esa  caída.  Femáiide2  se 
incorporó  un  instante  en  Salta:  para  lanzar  á  los  gace- 
teros una  mirada  de  soberano  desprecia 

Él  sabía  muy  bien  hasta  dónde  y  de  lo  que  son  ea 


\\EÍJumo  Públicon  /p 

Bolivia  capaces,  contra  el  caído  en  particular,  los  escri*" 
tores  asalariados. 

"La  prensa  periódica  en  Bolivia,  dijo^  ha  llegado  á 
ser  una  mercancía  para  los  malos  en  perjuicio  de  los 
buenos.  Y  si  no,  recordemos  los  periódicos  desde  la 
época  de  su  existencia  política  hasta  nuestros  días;  j 
se  verá  que  sus  columnas  han  servido  dé  cadalso  para 
reputaciones  respetables,  para  ciudadanos  honrados  y 
hasta  para  personas  que,  por  sus  servicios  á  la  patria  y 
4,  la  humanidad,  debían  creerse  exentas  de  la  difa- 
mación. 

(>£1  ilustre  general  Sucre,  fundador  de  la  república; 
los  generales  Santa  Cruz^  Velasco  y  Ballivián;  los  doc- 
tores Serrano,  Olafieta,  Linares  y  otras  notabilidades 
bolivianas,  han  sido  elogiados  y  vilipendiados  alterna- 
tivamente en  el  poder  ó  en  su  caída;  y  cuando  hasta 
la  memoria  de  los  que  han  muerto  ha  sido  propinada 
por  las  pasiones  desenfrenadas  de  partido,  nada  tengo 
que  extrañar  al  ver  hoy  en  la  picota  mi  humilde  repu- 
tación, fi 

La  versión  que  El  Juicio  Público  da  del  suceso 
nocturno  del  23  de  octubre,  es  el  resultado  de  prolijas 
averiguaciones  que  los  directores  practicaron  en  La 
Paz,  desde  la  mañana  siguiente  hasta  la  fecha  del  apa- 
recimiento del  periódico,  ó  sea  durante  poco  más  de 
un  mes» 

Aquella  mañana  de  horror,  de  ira  y  de  vilipendio 
para  la  ciudad,  salió  el  principal  redactor  á  vagar  en 
busca  de  noticias.  Con  el  natural  deseo  de  contemplar 
el  ctfadto  que  presentaba  la  plaza  en  esos  momentos» 


20  Matanzas  de  Yáñes 

;  confundió  en  los  grupos  despavoridos  de  plebe 
lestiza  que  intentaban  penetrar  en  el  recinto,  AHÍ  eti 
tiarcos  de  sangre  yacían  amontonados  los  cadáveres. 
tejémosle  la  palabra: 

iiLlegados  á  la  esquina  de  Indaburu  encontramos 
Q  grupo  de  centinelas,  jefes  y  oficiales  que  impedían 
r  pueblo  su  ingreso  á  la  plaza.  Había  también  otros 
rupQS  de  curiosos  allí  mismo.  En  esta  actitud  tuvl- 
los  la  insensatez  de  expresar  bien  recio  al  coronel 
ajardo,  ante  los  señores  Ladislao  Marino,  Mon- 
is, etc.,  que  la  escena  que  estaba  á  la  vista  del  mundo 
ra  de  la  barbarie  más  atroz,  el  más  horrible  asesinato. 
»ichos  señores  convinieron  {la  verdad  sea  dicha)  en 
\  funesto  de  los  sucesos.  Pero  algún  individuo  con- 
isto que  las  muertes  habían  sido  consecuencia  de  un 
lotín  de  tropa  y  de  un  ataque  de  la  cholada,  con  la 
rcunstancia  de  haber  sido  arrebatado  del  cuartel  el 
^ronel  Lizárraga,  cual  lo  probaba  su  desaparición 
asta  ese  momento. 

"Replicamos  que,  si  en  realidad  hubo  ataque  de  la 
[lolada,  debió  de  haber  sido  metrallada  esta  gente  por 
s  calles;  pero  que  los  presos,  inocentes  y  durmiendo, 
:an  un  depósito  sagrado  en  poder  de  !a  autoridad,  y 
ue,  el  haber  sido  asesinados  en  tal  condición,  consti- 
lía  un  crimen  de  los  más  salvajes. 

>iSe  nos  dijo  que  habían  sido  muertos  por  orden  del 
imandante  general.  Volvimos  á  replicar  que  éste  era 
ti  asesino  y  que  era  menester  huir  de  esta  región  es- 
antosa. 

"Por  muchas  partes  expresamos  públicamente  núes- 


\jJLl  Juicio  Púhlicow  21 

tro  dolor  esa  mañana.  Si  no  hubo  algún  aviso  á  Yáñez 
que  nos  hubiera  perdido,  fué  afortunadamente  por  la 
nobleza  de  los  señores  que  presenciaron  nuestra  acti- 
tud y  escucharon  nuestras  voces.  Les  estamos  gratos. 
.  »«En  nosotros  este  no  fué  un  acto  de  valor;  era  sola- 
mente un  movimiento  instantáneo  de  la  naturaleza,  el 
moius  natura  que  nos  es  común  con  los  irracionales  al 
aspecto  de  la  sangre  y  los  cadáveres,  antes  que  el  cal* 
culo  haya  venido  á  hacernos  prudentes,  mostrándonos 
de  qué  conveniencias  nos  privaremos,  y  qué  peligros 
podremos  correr,  si  nos  hacemos  partidarios  de  la  jus- 
ticia ó  si  abogamos  por  la  humanidad,  m 

Este  último  párrafo  contiene  solamente  alusiones  de 
polémica.  No  obstante,  sin  intento  y  con  una  inge- 
nuidad terrible,  ¿no  parece  un  latigazo  á  esas  caras 
frías,  mudas  y  durísimas  como  un  candado  de  acero, 
á  esas  caras  que  allí  curioseaban  en  la  plaza  sin  tinte 
ninguno  de  civismo  que  las  animase  en  la  mejilla,  si- 
quiera sea  por  involuntaria  lástima?  El  director  perdió 
toda  prudencia  y  no  supo  allí  lo  que  se  dijo;  pero  los 
nobles  silenciosos  que  le  rodeaban,  si  callaron  enton- 
ces, callaron  también  después.  No  le  acompañaron  á 
indignarse  por  su  país;  pero  tampoco  quisieron  com- 
prometerse mal  delatándole.  Es  esto  lo  que  él  les 
agradece. 

La  prensa  setembrista  y  la  prensa  gobiernista,  que 
juntas  formaban  la  mayoría  de  la  prensa,  sepultaron 
en  una  ola  inmensa  de  olvido  la  carnicería  del  23  de 
octubre.  Por  eso  mismo,  y  persiguiendo  en  ello  una 
especie  de  reparación,  he  querido  conceder,  en  estos 


9t  MaUMsas  iü  Ydña 

ales,  páginas  extensas  al  asunto,  y  por  ende  á  Ei, 
ICIO  PÓBUCO  que  fué,  contra  ese  crimen,  el  campsóa 
nodado  de  la  vindicta  publica. 
Pero  cabe  aquí  ante  todo  una  declaracidn  previa. 
ir  puro  que  se  quiera  suponer  el  celo  de  esta  gaceta 
s  de  obtener  una  reparacidn  justiciera,  y  por  más 
e  su  fervor  en  defender  á  las  que  considera  inocen- 
i  víctimas  sea  muy  sincero,  el  testimonio  y  las  apre- 
iciones  de  El  Juicio  PiSblico  deben  ser  acogidos, 
obstante,  con  la  debida  circunspeccián.  Ello  por 
>tivo5  obvios  de  natura!  prudencia  y  no  por  ninguna 
:ha  grave  ni  caliñcable.  Afortunadamente,  el  perii}- 
■x>  provocó  debates  contradictorios,  por  donde  ha 
dido  recaer  certidumbre  sobre  muchos  puntos  im- 
rtantes  del  suceso. 


)$Í«í«íií4M««9í9íi«(C4M$9«íi0i<Mit4CC9ií<«4MM4tit4t«9$(>if 


CAPITULO    II 


y 


l< 


JUICIO  PÚBLICO 
(Continwuibn) 


Prisiones  en  róasa  de  belcista^. — ^Aprobación  del  gobierno  y  de- 
claración de  sitio. — Matanza  del  23  de  octubre. — Aviso  oficial 
de  YáSez. — Pide  ascenso  para  su  hijo. — Unas  cincuenta  vícti- 
mas* — Declaración  de  un  oflcial  de  guardia. — Relación  hecha 
por  El  Juicio  Público. — Prisión  de  J.  Córdoba. — Celadas. 
— Logran  inquietar  su  espíritu. — Asesinato  de  Córdoba. — 
Victimación  de  F.  P.  Belzu,  de  Hermosa,  de  Espejo  y  de  Val- 
derrama. — Matanzas  de  otros  detenidos  de  categoría. — Ma- 
tanza de  presos  desvalidos. — Leandro  Fernández. — Autos. — 
Una  carta  de  J.  M.  Santibáffez. — ^¿Antecedió  provocación? — 
Luz  que  arroja  la  prensa  sobre  este  punto. — El  gobierno  acuer- 
da no  improbar  la  conducta  de  Yáñez. — Noticias  sobre  unas 
cartas  del  Ministro  del  Interior. 


Visitando  los  departamentos  del  centro  y  del  sur, 
el  gobierno  estaba  ausente  de  La  Paz  desde  los  pri- 


¡^«  •■•tK , 


r>"^ 


24  Matafizas  de  Yáñez 

meros  días  de  setiembre.  Quedaron  desempeñando 
allí  la  jefatura  política  el  doctor  Rudecindo  Carvajal,  y 
la  comandancia  general  de  armas  el  coronel  don  Plá- 
cido Yáñez. 

Por  el  Ministerio  del  Interior  y  con  fecha  28  de 
agosto,  el  gobierno  dispuso  que,  durante  su  ausencia, 
la  Columna  Municipal  de  la  ciudad  quedase  sujeta  al 
mando  inmediato  del  comandante  general,  y  no  del 
jefe  político,  como  lo  prescribía  el  régimen  interior. 

Durante  el  mes  de  setiembre  corrían  en  la  ciudad 
rumores  de  una  próxima  revolución  belcista. 

No  era  inverosímil  que  los  belcistas  conspirasen. 
Tampoco  era  inverosímil  que  las  autoridades  se  des- 
mandasen contra  los  belcistas  so  pretexto  de  conspi- 
ración. Por  el  modo  de  ser  general  de  las  cosas  en  el 
país  y  por  el  rumbo  especial  que  llevaban  en  La  Paz, 
tan  probable  era  entonces  lo  uno  como  lo  otro.     ' 

Por  esto,  y  porque  esos  días  daba  sus  primeros  pa- 
sos en  el  camino  de  su  vigencia  la  recién  promulgada 
constitucitSn,  era  lo  apetecible  y  lo  más  seguro,  que  el 
partido  que  poseía  la  autoridad  y  la  fuerza,  se  estuviese 
á  las  medidas  represivas  en  sostén  del  orden  legal,  que 
no  á  las  preventivas,  odiosas  de  suyo  cuando  no  in- 
justificables. 

En  la  noche  del  29  del  mismo  mes  y  en  la  mañana 
del  día  siguiente  se  practicaron  en  la  ciudad  numerosas 
prisiones.  Pasaba  de  una  treintena  el  numeró  de  los 
arrestados.  Eran  todos  de  lo  más  granado  del  partido 
belcista  allí  existente;  coroneles,  generales,  un  ex-mi- 
nistro  de  Estado,  etc,  , 


\^El  Juicio  Públicow  2S 

£1  1 8  de  octubre  inmediato  fué  aprehendido  en  su 
chacra  y  reducido  á  prisión  el  ex-presidente  de  la  re- 
pública, Jorge  Córdoba. 

Estos  arrestos  y  otros  de  personas  de  inferior  condi- 
ción se  verificaron  de  orden  del  comandante  general, 
con  ó  sin  conocimiento  del  jefe  político,  y  dándose 
por  fundamento  que  la  autoridad  militar  había  descu- 
bierto una  conspiración  de  cuartel  contra  el  orden 
publico. 

Al  gobierno  se  le  informó  que  esta  conspiración  fué 
descubierta  antes  de  estallar.  Ninguno  fué  detenido, 
no  obstante,  en  flagrante  delito;  antes  bien  fueron  arran- 
cados casi  todos  á  deshoras  de  la  cama,  ó  estando  de 
visita  durante  la  primera  parte  de  la  noche. 

También  fueron  encerrados  en  calabozos  veinte  ó 
más  individuos  de  la  clase  de  tropa,  pertenecientes  al- 
gunos á  la  Columna  Municipal,  y  ello  por  considerár- 
seles comprometidos  á  apoyar  en  dicho  cuerpo  el  mo- 
vimiento sedicioso. 

Dirigiéndose  al  gobierno,  el  jefe  político  confirmó  el 
hecho  de  una  conspiración  descubierta,  agregando  que 
la  ciudad  había  salvado  de  grandes  males  merced  á  la 
energía  y  acierto  del  comandante  general. 

Igualmente  avisó  el  jefe  político  al  gobierno  que, 
con  estas  medidas  de  seguridad  y  de  precaución,  la 
ciudad  estaba  ya  tranquila,  y  que  el  pueblo,  lejos  de 
conmoverse,  había  visto  con  disgusto  la  tentativa  se- 
diciosa. 

.    El  gobierno  desde  Pptosí  aprobó  lo  obrado;  dispuso 
que  todos  los  detenidos,  tanto  militares  como  paisanos, 


30  Matanzas  áí  Yáñea 

fites^i  juzgftdos  por  un  consejo  ordinario  de  guerra;  y, 
pira  suspender  el  goce  de  las  garantías  individuales 
del  régimen  constitucional,  declaró  en  estado  de  sitio 
el  distrito  de  La  Faz  y  las  provincias  de  Ingavi  y 
Pacajes. 

Para  dictar  esta  última  medida  se  fundó  en  que  ba- 
bla  llegado  el  caso  constitucional  de  conmoción  inte- 
rior, por  cuanto  el  plan  estaba  dirigido  contra  el  wden 
publico,  y  que  con  temor  se  ignoraba  todo  su  alcrace. 

El  decreto  de  sitio  es  de  5  de  octubre,  expedido  al 
tenerse  conocimiento  de  los  arrestos,  y  al  tiempo  de 
ordenarse  que  se  proceda  militarmente  contra  indivi- 
duos del  fuero  civil  ordinario,  aprehendidos  extraju- 
dicialmente  á  tines  de  setiembre  anterior. 

Desde  años  atrás  la  antigua  capilla  de  Loreto,  sita 
en  el  costado  oriental  de  la  plaza  mayor,  está  destina- 
da á  salón  universitario,  á  recinto  legislativo,  á  prosce- 
nio de  los  pronunciamientos  contra  el  gobierno  exis- 
tente y  á  local  de  otros  actos  públicos  del  vecinda- 
rio de  La  Paz.  Conserva  todavía  su  coro  alto  sobre  la 
puerta  principal,  la  cámara  que  sirvió  de  sacristía  y  otras 
dependencias  interiores. 

En  este  edificio  fueron  encerrados  los  presos  polí- 
ticos. El  general  Córdoba  fué  alojado  en  el  coro. 

Otros  presos  fueron  puestos  en  el  edificio  de  la  po- 
licía situada  cerca  de  allí,  y  también  en  la  cárcel 
pública  y  en  el  cuartel  del  batallón  Segundo,  cuartel 
situado  á  dos  <S  tres  cuadras  de  la  plaza. 

En  él  estado  de  alarma  en  que  á  la  ciudad  mante- 
nían estas  prisiones  en  masa  y  el  proceso  militar  de 


^^El  Juicio  PuHícqh  tf 

t(x}os  lo$  detenidos,  acrecían  de  suyo  ó  por  otras  cau- 
sas los  decires  y  cuchicheos  sobre  una  inminiente  rebe- 
lian  bdcista  apoyada  por  la  cholada. 

£i  17  de  octyl^ire  tuvo  lugar  un  consejo  ordina- 
rio de  guena  p^oa  ju^;ar  á  los  presos  de  la  clase  de 
tropa.  No  tuvo  resultado  y  concluyó  con  escándalo. 
Y^  detenidos  protestaron  allí  que  sus  declaraciones 
habían  sido  adulteradas.  Daba  sus  razones  un  defen- 
sor contra  la  competencia  del  consejo  y  la  organiza- 
ción del  proceso,  cuando  fué  echado  afuera  con  de- 
saire por  el  presidente. 

Á  las  doce  de  la  noche  del  23  de  octubre  se  oyeron 
en  la  plaza  disparos  de  fusil  y  cierta  vocería.  P0C09 
momentos  después  entró  Plácido  Yáñez  en  el  edifícío 
de  Loreto.  Declarando  á  voces  que  quería  escarmen- 
tar á  los  belcistas  sediciosos,  mandó  fusilar  en  el  acto 
á  casi  todos  los  detenidos  allí  existentes,  sacándo- 
les para  ello  de  sus  camas  á  la  plaza.  Haciendo  traer 
á  los  demás  presos  políticos  que  estaban  en  la  policía 
y  en  la  cárcel  pública,  mandó  que  también  fuesen  eje- 
cutados y  lo  fueron  acto  continuo  en  la  puerta  del 
Loreto. 

Al  mismo  tiempo  dispuso  que  fuesen  fusilados  los 
detenidos  que  estaban  aposentados  en  el  cuartel  del 
batallón  Segundo.  Los  militares  José  Santos  Cárdenas 
y  Leandro  Fernández  pasaron  á  aquel  lugar  y  ejecu- 
taron dicha  orden  inexorablemente. 

Fernández  fué  el  que,  subiendo  al  coro  con  algunoe 
soldados,  había  poco  antes  fiisilado  en  su  lecho  al  ge- 
neral Córdoba.  La  primera  orden  de  muerte  dada^or 


28  Matanzas  de  Ydnes 

Váñez  fué  relativa  á  esta  ejecución.  Todas  sus  órde- 
nes fueron  verbales  esa  noche. 

El  alcaide  José- María  Aparicio  fué  quien,  en  esos 
momentos,  había  recordado  á  Váñez  que  en  la  cárcel 
publica  existían  algunos  detenidos  políticos.  Tres  pre- 
sentó y  fueron  ejecutados.  La  prensa  ha  sostenido, 
sin  ser  contradicha,  que  estaban  detenidos  por  causas 
ajenas  de  la  política,  si  bien  habían  servido  al  gobierno 
de  Córdoba  y  eran  partidarios  suyos. 

Estos  son  en  esqueleto  los  hechos  perfectamente 
establecidos  é  incontrovertibles.  Existen,  además,  algu- 
nos pormenores  igualmente  bien  averiguados.  Hé  aquí, 
mientras  tanto,  el  aviso  oficial  que,  por  un  correo  ex- 
traordinario, que  partió  en  la  tarde  del  siguiente  día  24 
de  octubre,  dirigió  Váñez  al  gobierno,  y,  que  éste  reci- 
bió en  Sucre  en  la  noche  del  z8  inmediato,  cuatro  días 
después:  " 

ítÁ  las  doce  de  estu  noche,  dice  con  fecha  atrasada 
.  del  23,  memorable  y  de  eterno  recuerdo  en  los  fastos 
de  la  gloriosa  causa  de  setiembre,  una  turba  desenfre- 
nada acometió  al  palacio,  el  cuartel  donde  se  hallaban 
tres  compaiíías  del  batallón  Segundo  Cazadores  de  U 
Guardia,  el  local  del  Loreto  donde  existían  los  presos, 
el  de  la  cárcel  y  los' puestos  de  guardias  de  ambas  poli- 
cías: los  que  acometían  al  palacio  y  Loreto,  situados 
en  la  circunferencia  de  la  pila,  los  portales  y  la  calle 
del  Comercio,  sostenían  un  fuego  demasiado  activo;  y, 
mientras  se  disponía  la  columna  que  está  encuartelada 
en  palacio,  nos  defendíamos  con  algunos  rifleros  que 
se  colocaron  en  las  ventanas. 


^^  El  Juicio  Fúb¡ico\\  2g 

«'Organizada  y  bien  municionada  que  estuvo  la  tro- 
pa, hice  abrir  las  puertas  del  palacio,  salí  á  la  plaza;  y 
con  el  esfuerzo  y  denuedo  que  distingue  á  estos  va- 
lientes, los  dispersé  á  todos  los  facciosos;  como  éstos 
hicieron-  el  ataque  en  todas  direcciones,  y  el  fuego 
sostenido  de  más  de  media  hora  demostraba  la  te- 
nacidad en  su  inicua  pretensión  de  destruir  el  orden 
publico,  invocando  á  Córdoba:  se  avanzó  con  el  mayor 
esfuerzo,  hasta  conseguir  que  abandonasen  la  plaza: 
mientras  tenía  lugar  este  hecho  horrible,  Córdoba 
acometió  al  ofícial  de  guardia  teniente  segundo  Miguel 
Nüñez  y  tomándolo  del  pescuezo  ordenó  que  lo  ama- 
rrasen, poniéndose  los  demás  presos  en  actitud  muy 
hostil.  Á  este  mismo  tiempo  los  presos  que  permane- 
cían en  el  batallón  Segundo,  consiguieron  atropellar  á 
los  centinelas  y  avanzaron  sobre  el  cuerpo  de  guardia, 
de  cuyas  resultas  ha  sido  herido  el  oficial  de  guardia  te- 
niente segundo  Manuel  Zamorano,  se  han  fugado  cinco 
presos  y  han  muerto  y  sido  heridos  los  que  aparecen 
en  la  lista  que  se  adjunta.  El  coronel  Lizárraga  que 
vivía  en  una  tienda  ¿il  lado  del  cuartel,  ha  sido  asalta- 
do por  los  cholos,  saqueado,  y  no  se  sabe  hasta  este 
instante  cuál  sea  su  suerte. 

'•Momentos  eran  estos,  en  que  para  reprimir  la  au- 
dacia de  los  infames  facciosos,  era  preciso  tomar  una 
medida  enérgica,  castigando  á  Córdoba  que  se  presen- 
taba como  principal  caudillo,  poniéndolo  fuera  de  la; 
escena  de  sus  intrigas;  pues  con  la  muerte  de  éste  y  el 
castigo  ejemplar  de  los  agentes  más  comprometidos 
desde  tiempo  atrás  para  fomentar  la  siedición,  entroni- 


JO  Matansas  de  Yáñes 

2ando  el  imperio  del  desorden  y  vandalaje  no  tenían 
á  quién  invocar  los  tumultuarios.  La  adjunta  lista' 
dará  una  razón  exacta  de  los  que  han  sido  fusilados  en 
el  momento  crítico,  en  que  pretendían  apoderarse  de 
hi  guardia  del  Loreto  y  del  cuartel  del  batallón  Segun- 
do. Menos  mal  es  el  esterminio  de  estos  hombres 
funestos,  que  el  sacrificio  de  las  infinitas  víctimas  que 
que  sf  hubiesen  inmolado  á  su  implacable  odio,  rencor 
y  venganzas. 

"Al  poner  en  conocimiento  del  supremo  gobierno 
este  hecho  tan  escandaloso  y  temerario,  cumpliendo 
con  un  deber  sagrado  de  justicia,  debo  recomendar  al 
teniente  coronel  primer  jefe  de  la  Columna,  Francisco 
Benavente,  el  que  tanto  al  tiempo  de  organizar  su 
fuerza,  cuanto  en  el  ataque  sobre  los  facciosos  que 
acometían  por  la  calle  del  Comercio,  ha  manifestado 
la  mayor  serenidad  y  bizarría;  al  teniente  coronel  José 
Santos  Cárdenas  y  mis  ayudantes  comandante  Luis  B. 
Sánchez,  capitán  Leandro  Fernández  y  el  teniente  pri- 
mero José  Agustín  Franco  y  el  igual  Darío  Yáñez,  que 
cumpliendo  con  su  deber,  han  permanecido  constan- 
temente á  mi  lado,  ejecutando  las  órdenes  que  se  les 
daban;  y  se  ha  distinguido  por  su  valor  el  expresado 
Darío  Yáñez,  cuyo  ascenso  se  deja  al  arbitrio  del  su- 
premo gobierno;  al  capitán  secretario  de  la  causa  y  á 
los  jefes  y  oficiales  de  la  plaza,  que  á  loa  primeros  tiros, 
se  han  presentado  con  el  mayor  entusiasmo  á  ofrecer 
sus  servicios,  expresándose  el  nombre  de  ellos  en  lá 
lista  que  se  incluye. 

'■En  el  fragor  del  fuego  de  los  amotinados  y  los  sos- 


^^El Juicio  Fúblicoít  j/ 

tenedores  de  la  ley,  se  presentó  S.  S.  el  jefe  política 
Dr.  Rudecindo  Carvajal,  que  por  esta  circunstancia  no 
pudo  reunirse  á  palacio,  acreditando  su  celo  é  interés 
por  el  orden  publico;  cí  señor  intendente  de  policía  y 
sus  comisarios,  los  ciudadanos  Camilo  Elío,  médico 
Mariano  Virreira^  Cipriano  Marino  y  el  pensionista 
Felipe  Jurado,  se  han  manifestado  muy  decididos 
p(»r  la  actual  causa,  y  han  ofrecido  sus  servicios  en 
circunstancias  de  no  haberse  aun  restablecido  el  or^ 
den^ 

"Queda  el  orden  público  perfectamente  restablecido 
contra  el  esfuerzo  y  pérfidas  intenciones  de  los  revol- 
tosos, que  tenían  su  plan  perfectamente  combinado, 
premeditado  y  con  los  recursos  de  las  armas  y  muni" 
dones  que  se  habían  proporcionado  y  la  seducción  de 
algunos  riñeros;  y  sólo  al  esfuerzo,  abnegación  y  pa* 
triotismo  de  los  valientes  que  sirven  á  mis  órdenes,  se 
debe  el  triunfo  completo  de  la  causa  de  setiembre,  que 
ya  es  imperecedera  é  incólume.  A  nombre  de  la  na- 
ción he  concedido  un  medio  grado  á  los  oñciales  de 
las  compañías  del  batallón  Segundo,  que  se  expresan 
en  la  lista  que  se  acompaña  y  al  capitán  Antonio  Gu- 
tiérrez.   . 

itAl  terminar  este  parte  también  recomiendo  la  con- 
ducta que  ha  observado  el  saijento  mayor  Demetrio 
Urdininea,  el  que  á  pesar  de  estar  preso,  se  manifestó 
muy  entusiasta  por  la  presente  causa^  p>or  lo  que  se  le 
ha  puesto  en  libertad. 

"Sírvase  V.  G  poner  este  parte  en  conocimiento 
de  S,  E.  el  presidente  provisorio  de  la  república,  ase- 


J2  Matanzas  de  Yáñez 

gurándole  que  el  orden  será  inamoyible  en  este  depar- 
tamento, etc.ri 

RELACIÓN    DE   LOS   QUE   HAN    MUERTO 

Jorge  Córdoba. — Lorenzo  Vega. — José  María  To- 
rres.— Hermenegildo  Clavijo.— ^Pedro  Espejo. — José 
Agustín  Tapia. — Luis  Valderrama. — Francisco  de  Pau- 
la Belzu. — José  María  Ubierna. — Juan  Crisóstomo 
Hermosa.  —  Mariano  Calvimonte. — Victoriano  Muri- 
11o. — José  Ugarte. — ^José  Zuleta. 

TROPA 

Manuel  Aguilar. — Basilio  Suárez. — Manuel  Álvarez. 
— Juan  C.  Cáceres. — Bernardino  Camacho. — Carlos 


Pérez. — Paz,  octubre  24  de  1861.^— El  comandante 
ayudante, — B.  Sánchez, 


Inútil  ha  sido  buscar  en  la  prensa  oficial  ni  en  la  in- 
dependiente la  lista  de  los  muertos  y  heridos  en  cierto 
combate  del  Segundo,  á  que  Yáñez  se  refiere  en  su 
oficio.  El  jefe  de  la  respectiva  sección  ministerial  An- 
tolín  Flores,  al  verificar  de  orden  del  gabinete  la  pu- 
blicación en  Sucre,  certifica  tínicamente  la  lista  de  fu- 
silados que  con  el  título  de  Relación  acompaña  Yáñez 
á  dicho  oficio. 

Un  ápice  al  lado  de  tanta  enormidad.  Yáñez  se  in- 
teresa por  su  hijo.  "Y  se  ha  distinguido,  dice,  por  su 
valor  el  expresado  Darío  Yáñez,  cuyo  ascenso  se  deja 
al  arbitrio  del  Supremo  Gobierno,  n  Con  este  motivo 
un  diario  de  Lima  dijo:  "Esto  muestra  que  el  padre 


r^' 


uEI  Juicio  PÚblÍ€0\\  JJ 

era  sin  duda  ninguna  de  pura  extracción  indígena,  sin 
gota  de  sangre  caucásica  en  las  venas  ni  mucho  menos 
en  la  cara.ii 

Mas  adelante  ha  de  notarse  la  declaración  de  Fran- 
cisco Benavente,  segundo  de  Yáñez  esa  noche.  Allá  no 
es  la  tropa  de  linea  atacada  en  su  cuartel  por  los  fac- 
ciosos; al  revés,  los  del  batallón  Segundo  salieron  de 
su  cuartel  y  se  unieron  en  la  calle  con  los  facciosos 
para  atacar  el  palacio. 

¿Verdaderamente  existió  un  ataque  á  mano  armada? 
Siendo  cierto  que  hubo  tiroteo,  ¿fué  verdadero  ó  simu- 
lado? ¿Tuvo  parte  Yáñez  en  la  simulación,  ó  la  lleva- 
ron á  cabo  otros  para  inñamar  el  encono  de  Yáñez 
contra  el  belcismo  y  dar  suelta  á  su  natural  feroci- 
dad? 

Puntos  son  estos  tan  interesantes  como  complexos; 
pero  adrede  no  he  querido  fíjar  tesis  sobre  ninguno  de 
ellos.  Estractemos  aquí  sin  plan  preconcebido.  Vea- 
mos qué  verdad  clara  y  sincera  se  desprende  de  ese 
raudal  onduloso,  arremolinado  y  á  veces  turbio  con 
que  están  formadas  las  páginas  de  la  prensa  general 
de  estos  días. 

£n  vista  de  las  declaraciones  prestadas  en  la  prensa 
ó  en  autos  por  Cárdenas  y  Fernández,  quienes  en  el 
cuartel  del  Segundo  ejecutaron  como  queda  dicho  las 
órdenes  de  Yáñez,  resulta  que  la  lista  de  muertos  hecha 
por  éste  es  incompleta.  En  ese  cuartel  los  sacrifíca- 
dos  pasaron  cuando  menos  de  treinta  y  seis,  soldados 
y  gente  desvalida  casi  todos. 

¿Intentó  Córdoba  atropellar  á  sus  guardas  en  la 

3 


f  Matanzas  de  YAñez 

la  que  dice  Yáñez?  ¿Se  pusieron  los  demás  presos 

ictitud  hostil,  como  lo  afirma? 

[e  dicho  antes  que  es  punto  establecido  como  in- 

Tovertible,  en  BolLvia,  que  los  presos  fueron  arran- 

is  de  sus  lechos  para  recibir  la  muerte  sin  resisteti- 

El  dicho  de  Váñez  y  el  de  sus  escritores  es  al 
■ecto  lo  único  en  contrario.  En  cuanto  á  lo  que 
-rió  con  el  desventurado  ex-presi dente,  he  aquí  la 
aración  que  por  la  prensa  prestó  e!  teniente  se- 
do Miguel  Núñez,  á  quién  según  Váñez,  Córdoba 
listió  para  acogotarle  en  los  momentos  de  sentirse 
i  en  la  calle.  Dice  así; 

La  noche  del  funesto  23  de  octubre  me  hallaba  de 
rdia,  como  oficial  subalterno,  sin  otro  objeto  que 
odiar  al  finado  general  Córdoba,  sin  embargo  de 

había  un  capitán  y  otro  subalterno  de  guardia. 
A  pesar  de  que  Yáñez  me  dio  orden  que  lo  ejecu- 
,  desobedecí,  y  cuando  consultaba  con  el  capitán 
¡uardia  entró  el  cuñado  de  Yáñez  y  lo  hizo  ejecu- 

como  declararán  los  rifleros  de  quien  recibieron 

orden,  n 

•espués  de  este  preámbulo  refiere  el  hecho  de  la 
Lera  que  sigue; 

A  los  primeros  tiros  la  víctima  trató  de  levantar- 
— (Deben  de  ser  los  tiros  que  al  principio  se  oye- 
en  la  calle.)— "Prevenido  por  mí  á  que  permane- 
1  tranquilo,  lo  hizo;  cuando  de  repente  se  apareció 
oronel  Váñez  en  compañía  del  capitán  Leandro 
lández,  ayudante  y  cuñado,  á  quien  el  capitán  N. 
is  le  impuso  de  lo  ocurrido,  é  inmediatamente  dio 


^' El  Juicio  Públicow  jj 

la  orden  Yáñez  que  lo  ejecutasen.  Obedeciendo  el 
citado  capitán  Fernández  á  la  sentencia  pilatuna,  lo 
mandó  fusilar  en  su  propia  cama.»? 

Este  desobedecedor  de  la  sentencia  pilatuna  y  junto 
con  eso  guardián  supernumerario  del  general,  omite 
lo  que  veo  consignado  á  su  respecto  en  otros  testimo- 
nios. Cuando  entró  Yáñez  por  la  puerta  principal,  y 
cuando  el  capitán  de  guardia  le  informó  que  los  presos 
no  se  habían  movido  de  sus  lechos,  Núñez  saltó  di- 
ciendo desde  el  coro:  «»E1  general  Córdoba  ha  queri- 
do atropellarme.il  Á  lo  que  se  siguió  la  orden  de  •»Pé- 
guenle  cuatro  tiros,  n  con  que  comenzaron  las  matan- 
zas esa  noche. 

Hé  aquí  ahora  cuanto  refiere  El  Juicio  Publico 
como  resultado  de  sus  prolijas  indagaciones  con  res- 
pecto á  la  prisión  y  muerte  de  Córdoba  y  á  las  demás 
ejecuciones  del  Loreto.  Apenas  habría  quizá  que  mo- 
dificar algún  ápice  de  este  relato.  En  vista  de  todo  lo 
que  se  ha  publicado  para  declarar  el  asunto,  me  pare- 
ce exacto  dicho  relato  en  lo  concerniente  á  la  noche 
del  23.  Dice  en  sustancia: 

— Como  es  de  uso  y  costumbre  en  tales  ocasiones, 
se  procedió  previamente  á  sembrar  la  alarma.  Decires 
misteriosos  y  rumores  más  ó  menos  incoherentes  co- 
menzaron á  correr  en  la  ciudad.  Ningún  conocedor 
dejó  de  barruntar  que  eran  síntomas  inequívocos,  de 
que  se  estaba  preparando  el  campo  para  alguna  al- 
caldada ó  tropelía  contra  las  personas  desafectas  al 
gobierno.  Y  en  efecto,  tuvieron  lugar  de  allí  á  po- 
co las  prisiones  en  masa   de  29  y   30  de  setiembre 


Matanzas  de  Yái'iez 
i;cutadas  todas  por  orden  exclusiva  de  la 
¡litar. 

residente  Jorge  Córdoba  pasaba  mientras 
lilo  en  su  chacra.  Desde  que  solapados 
lieron  soplando  bocanadas  de  persistentes 
pudo  bien  presumir  que  con  aquellas  pri- 
itaban  aún  satisfechos  los  setembristas.  V 
Días  después,  el  ex-presidente  era  traído 
■j  reducido  á  prisión. 

ilarmas,  prosigue  El  Juicio  Público,  y 
ios  no  eran  todo  lo  apetecible  para  los  su- 
Yáftez,  Habían  con  ello_logrado,  para  otros 
ar  la  índole  terrible  de  este  hombre  estú- 
n  de  antemano  señaladas  ciertas  víctimas, 
icebido  el  plan  luciferino  de  sacrificarlas 
\  ley.  De  eso  se  trató  después  de  las  prí- 
o  estaba  ya  listo  á  mediados  de  octubre,  y 
ás  que  hacer  sino  dar  la  seftal,  y  servirse 
pública  para  destruir  de  un  golpe,  en  La 
lio  del  partido  belcista.  El  proceso  no  les 
do  satisfactorio. — 

periódico  muestra  en  diversos  pasajes  tal 
intituivo  de  la  inocencia  de  Córdoba,  y  el 
suyo  tan  delicado  con  motivo  de  ciertas  pa- 
ridas por  éste  en  momentos  críticos,  que,  á 
extensión  y  otros  inconvenientes,  prefiero 
e  dejar  toda  la  palabra  á  nuestro  periódico, 
xcesos  solían  a  veces  desequilibrar  la  dis- 
general. Era  además  populachero.  Con 
umerosas  entre  la  cholada,  y  muchas  onzas 


^^El  Juicio  Públicow  J7 

de  oro  éh  los  bolsillos,  el  proyecto  de  evasión  á  favor 
de  un  alboroto  ó  bochinche  en  la  calle,  proyecto  pro- 
pio ó  ajeno,  de  que  se  habló  entonces  por  la  prensa, 
no  es  inverosímil.  Pero  nada  tengo  por  averiguado.  Hé 
aquí  lo  que  sobre  eso  da  como  cierto  El  Juicio  Pú- 
blico: 

•'La  calumnia  y  la  falsía  zumbaban  en  todos  los 
oídos,  como  precursores  de  la  más  espantosa  catás- 
trofe. La  ejecución  de  la  atroz  farsa  fué  preparada  por 
estos  precedentes: 

»»Se  había  instruido  á  dos  soldados  rifleros  para  que, 
aproximándose  á  Córdoba  con  oficios  de  afectada  be- 
nevolencia, le  inspiraran  confianza,  á  fin  de  lograr,  á 
fuerza  de  sugestiones,  hacerle  aceptar  un  plan  de  eva- 
sión para  sí  y  de  salvación  para  los  demás  presos. 

"Desde  luego  Córdoba  rechazó  toda  excitación,  te- 
meroso instintivamente  de  cualquier  infame  lazo,  ase- 
gurando á  los  soldados  seductores  que,  inocente  él  en 
su  conciencia,  nada  podía  temer  en  el  fondo  mismo  de 
su  prisión.  Le  objetaron  los  soldados  que  cuando  se  le 
había  tomado  preso,  era  con  algún  fin  terrible  y  que 
pensase  en  su  salvación,  protestando  que  ellos  podían 
disponer  de  la  guardia  y  de  muchos  Sargentos  de  tropa. 

iiAdviértase  que  el  cabo  Calvimontes  hacía  de  con- 
tinuo la  guardia  á  Córdoba. 

"Al  fin  éste  contestó  á  sus  instigadores  que  él  no  se 
mezclaba  en  nada,  y  que  si  ellos  tenían  algún  designio 
humanitario  lo  verificaran.  Entonces  aseguraron  los 
soldados,  que  el  pueblo  y  la  tropa  estaban  resueltos  á 
salvar  á  un  antiguo  presidente  de  Bolivia,  y  señalaron 


3S  Maiansas  áe  Yánes 

noche  en  que  el  acontecimiento  figurado  tendría  lu- 

r:  era  la  del  23, 

"El  general  Crirdoba,  con  estos  incidentes  alarman- 

i,  no  se  habfa  desnudado  esa  noche.  Advertido  por 

sos  seductores  de  la  hora  de  una  mentida  salvación, 

e  no  era  en  realidad  sino  el  toque  al  degüello  más 

oz,  se  pone  de  pie  á  eso  de  las  doce  de  la  noche  en 

lugar  de  su  prisión,  el  coro  del  Loreto,  y  da  estas 

ees: 

— ¡Muchachos,  aniba! 

oEnliéndase  que  los  soldados  de  la  farsa  habían 

lo  relevados,  y  que  en  lugar  de  ellos  había  de  guar- 

1  un  oficial  y  tropa,  que  nada  sabían  del  plan.  Di- 

0  oficial  quiere  contener  á  Córdoba  que  jadea  di- 
;ndo: 

— ¿No  oyen  que  el  pueblo  me  victorea? 

"Pasaba  en  efecto  un  grupo  por  la  plaza,   de!  que 

ieron  tres  ó  cuatro  voces  de  /  Viva  Córdoba! 

"Le  volvieron  á  echar  ep  su  cama,  donde  quedó 

jy  tranquilo  hasta  que  comenzó  el  estruendo  de  las 

scargas,  seguidas  de  dianas  y  vivas  por  la  autoridad, 

1  que  se  notase  ataque  extraño.  Córdoba  sobreco- 
jo con  estos  sucesos,  y  viendo  ya  desarrollarse  á  su 
;ta  un  plan  inicuo,  una  trama  esjjantosa,  vuelve  á 
liarse  y  dice: 

— Señor  oficial,  he  estado  como  atolondrado  ó  loco, 
le  vertido  no  sé  qué  expresiones. 
"En  este  estado  hace  abrir  Yáñez  el  salón  de  la 
diversidad,  penetra  en  el  recinto  donde  dormían  los 
isos,  dando  estas  voces: 


w  El  Juicio  Públicow  3p 

— Cobardes,  ¿por  qué  no  han  tomado  la  guardia? 
Ahora  me  conocerán. 

i<El  capitán  de  guardia  contestó: 

— Señor  coronel,  nadie  se  ha  movido  de  su  cama. 

»«Y  nótese  que  antes  habían  mandado  á  los  presos 
ponerse  boca  abajo. 

ii£n  esto  un  oñcial  de  guardia  dijo  desde  el  coro: 

— El  general  Córdoba  ha  querido  atropellarme: 

»«La  contestación  de  Yáñez  fué: 

— Péguenle  cuatro  tiros. 

n  De  seguida  el  oficial  preguntó: 

— ¿Cumplo,  señor,  la  orden? 

«»É  hizo  la  pregunta  por  otra  vez.  Contestó  el  capi- 
tán Ríos: 

— Espere. 

*«Y  saliendo  Yáñez,  por  la  puerta  principal  del  sa- 
lón, se  presentó  luego  el  capitán  Fernández,  cuñado 
de  Yáñez,  en  el  coro,  prisión  de  Córdoba,  quién  á  la 
sazón  se  hallaba  boca  abajo,  y  le  dice  Fernández: 

— Siéntese,  picaro. 

»'Lo  hace  Córdoba,  y  en  el  acto  truena  sobre  él  una 
descarga  de  cuatro  rifles.  Después  se  oye  la  voz  de: 

— Péguenle  otro...  otro  más. 

»«Y  fueron  seis  los  balazos  con  los  que  quedó  en 
silencio  profundo  el  coro. 

»«En  esto  volvió  á  entrar  Yáñez  con  mayor  furia  en 
el  salón,  en  compañía  de  su  hijo,  del  comandante  Sán- 
chez y  de  val-ios  oficiales  de  la  plaza,  preguntando: 

— Y  ¿dónde  está  ese  Valderrama?  como  haciendo 
notar  un  motivo  especial. 


40  Malansas  áe  Yáñez 

i'Se  le  contestó  que  se  hallaba  en  la  policía; 
orden  de  traerlo  y  de  que  los  presos  bajasen  á 
para  sacarlos  á  la  plaza.  Sus  expresiones  fueron 

^Que  bajen  esos  picaros  para  sacarlos  de 
en  cuatro. 

"Los  presos  no  se  movieron,  embarcados  pi 
tupor.  Y  entonces  el  comandante  conocido 
tuerto  SáncJuz,  indicó  que  fuesen  muertos  en 
mas;  lo  que  indudablemente  habría  verificádc 
haber  faltado  cápsulas,  las  que  los  soldados  ] 
al  recibir  la  orden  de  la  ejecución  en  las  camai 

"Al  ver  Yáñez  que  los  presos  perraanecíar 
viles  en  sus  lechos,  pidió  con  furia  la  lista  de 
,  sos,  que  debía  tener  el  oficial  de  turno  para  r 
de  la  guardia.  £1  oficial  la  buscó  apresurado, 
trada  que  fué,  empezó  á  llamar  segiin  ella, 

"El  primero  fué  don  Francisco  P.  Belzu 
para  salir  quiso  antes  calzarse,  pues  estaba  d 
No  se  le  permitió  y  fué  obligado  á  salir  desea 
cuanto  salió  de  la  puerta  hacia  la  plaza,  se  oyi^ 
carga  que  lo  derribaba. 

"En  seguida  se  llamó  al  general  Ascarrun; 
dilata  un  tanto  su  salida;  y  se  siguió  llamandi 
lista  al  general  Hermosa.  Este  salió  tranqi 
pronto  como  fué  llamado.  Llegado  puerta  afu 
nó  la  descarga. 

'^Después  fueron  nombrados  por  lista  el 
Calderón  y  el  doctor  Eyzaguirre,  los  mismos 
se  movieron  de  sus  puestos  tan  pronto  como  st 
mó.  Entonces  Yáñez  sin  atenerse  á  la  lista  dij< 


-f»-í"-T^-\' 


wEl  Juicio  Públicow  41 

— Á  ver  el  chileno  Espejo. 

'«Este  salió  pronto  y  resuelto,  y  recibió  su  descarga. 

"En  este  estado  se  oyó  la  voz  descompuesta  de  Val- 
derrama,  que  despavorido  entró  á  darse  contra  la 
mampara  del  salón  gritando: 

— {Favorézcanme  que  me  asesinan! 

»»Lo  sacaron  á  bayonetazos  y  se  le  dieron  varias 
descargas  en  la  plaza. 

••Siguiendo  la  lista  llamaron  á  don  Luciano  Mendi- 
zával,  quien  pidió  que  se  le  permitiera  vestirse.  Mien- 
tras tanto  salió  Yáñez  al  lado  de  afuera  de  la  mampara, 
de  donde  regresó  en  compañía  de  su  hijo.  Intercedió 
éste  por  Mendizával,  expresando  que  bastaba  ya  de 
muertos  y  que  eran  ¡nocentes.  Entonces  suspendió 
Yáñez  las  ejecuciones  diciendo: 

— Agradezcan  á  esta  criatura;  pues  de  otro  modo 
habrían  muerto  todos  ustedes,  picaros. 

•»En  tal  estado  salió  Yáñez  á  la  plaza,  donde  siguie- 
ron las  matanzas  de  los  detenidos  que  se  iban  trayendo 
de  las  prisiones  de  la  policía  y  de  la  cárcel.  Oíase  la 
detonación  de  las  descargas  con  intervalos. m 

Baste  por  ahora  con  lo  copiado.  Hago  merced  al 
lector  del  acarreo  de  presos  desde  la  policía  y  del  aca- 
rreo desde  la  cárcel  pública. 

En  cuánto  á  la  carnicería  que  en  esos  momentos 
tenía  lugar  dentro  del  cuartel  de  arriba,  ó  sea  del  ba- 
tallón Segundo,  el  proceso  levantado  por  El  Juicio 
PÓBT.ico,  en  sus  columnas,  es  riquísimo  en  fragmentos 
descriptivos,  que  horrorizan  el  alma:  ¡Admirable  ma- 
gistratura la  de  la  prensa!  Tuvieron  que  comparecer 


}' 


42  Matanzas  de  Ydñez 

ante  la  mesa  de  redacción  del  periódico,  temerosos  y 
obedientes,  no  pocos  de  los  que  intervinieron  en  la  tra- 
gedia de  aquella  noche. 

En  aquel  recinto  todo  fué  tan  atroz  como  inicuo 
por  punto  general.  No  hay  á  este  respecto  para  qué 
poner  en  prensa  la  crítica  sobre  ciertos  incidentes 
inverosímiles  ó  contradichos. 

En  lo  que  todos  están  contestes  es  en  que  los  dete- 
nidos eran  sacados  individualmente  de  sus  calabozos, 
algunos  medio  desnudos  ó  envueltos  en  sus  coberto- 
res, y  eran  fusilados  sucesivamente  en  un  mismo  sitio, 
á  fin  de  no  ensangrentar  en  diversos  parajes  el  cuartel. 
Puede  calcularse  en  treinta  y  seis  ó  cuarenta  los  cadá- 
veres del  montón  que  allí  quedó. 

En  la  declaración  judicial  de  Francisco  Mogrovejo, 
oficial  que  acompañaba  á  Yáñez  esa  noche,  aparece 
consignado  un  rasgo  sobre  el  primer  impulso  de  Yá- 
ñez, en  los  momentos  críticos  de  un  ataque  que  parecía 
ser  de  tropa  veterana  y,  por  lo  mismo,  nada  desprecia- 
ble. Según  Benavente,  amigo  y  compañero  de  Yáñez, 
éste  creía  ser  ataque  de  las  compañías  del  Segundo 
sublevadas.  Á  pesar  de  eso  dio  colocación  á  su  gente  y 
dejó  el  campo  acto  continuo  diciendo:  "Primero  los 
tiramos  á  todos  esos  conspiradores,  y  luego  los  ata- 
caremos if — (á  los  que  hacían  una  descarga  desde  la 
calle  del  Comercio). — Y  se  dirigió  Yáñez  al  Lo- 
reto. 

Pero  la  declaración  judicial  interesante  es  la  del 
cuñado  de  éste,  la  del  sicario  Leandro  í'ernández.  Si 
hay  justicia  sobre  la  tierra,  este  calificativo  les  per- 


\}  El  Juicio  Público^  4j 

tenece  en  propiedad  perpetua  á  él,  José  Santos  Cár- 
denas y  á  José  María  Aparicio. 

El  procedimiento  criminal  boliviano,  tomado  del 
francés,  adopta,  para  la  actuación  de  estas  entrevistas 
del  juez  con  el  declarante,  la  forma  textual  de  la  inter- 
locución dialogada,  con  preferencia  á  aquellos  relatos 
expositivos  con  sus  que  inagotables  y  sus  sempiternos 
gerundios.  Vamos,  pues,  á  escuchar,  puede  decirse  de 
viva  voz,  á  uno  de  los  principales  cómplices  de  Yáñez. 
Omito  cuanto  es  referente  en  su  declaración  á  lo  que 
se  llamó  el  combate  de  la  plaza,  á  la  entrada  de  Yáñez 
al  Loreto,  etc. 

»« Obediente,  dice  Leandro  Fernández,  á  la  orden 
que  había  recibido,  entré  á  la  habitación  del  general 
Córdoba  y  le  hice  pegar  cuatro  balazos.  Di  parte  al 
coronel  Yáñez,  quien  ordenó  á  Cárdenas  que  en  el 
momento  fuese  á  fusilar  á  todos  los  presos  del  cuartel 
de  arriba,  menos  á  Demetrio  Urdininea,  mandándo- 
nos en  su  compañía  á  Franco  y  á  mí. 

"Entramos  al  cuartel  de  arriba,  en  cuyo  corredor 
encontramos  un  cadáver;  como  la  noche  era  oscura  no 
puedo  dar  razón  de  quién  sería.  Cárdenas,  después  de 
entregarme  á  Urdininea,  se  internó  en  el  cuartel  en 
compañía  de  Franco,  y  principió  á  ejecutar  lo  que  le 
habían  mandado,  desde  la  una  y  media  ó  dos  hasta  las 
tres  ó  cuatro  de  la  mañana,  sin  que  yo  me  hubiera 
mezclado  en  ninguno  de  esos  actos. 

"Verificado  esto,  regresamos  al  Loreto  conduciendo 
á  Demetrio  Urdininea,  donde  dio  parte  Cárdenas  al 
comandante  general,  expresando  que  ya  había  fusilado 


44  Matanzas  de  Yáñt 

todos  los  presos  del  cuartel  de  ar 
ya  á  cuarenta  y  tantos  ó  cincuenta 
■amos  en  la  plaza  varios  cadávere 
ue  habían  sido  ejecutados  por  or 
stas  circunstancias  se  presentó  el  a 
Lparicio,  expresando  que  á  su  ca 
ompromelidos  en  la  revolución, 
landó  que  inmediatamente  los  traje 
ío  vi  más,  porque  me  retiré  á  desci 
iiyo  cuarto  de  banderas  permane 

'^  Preguntado:  ¿Quiénes  eran  los 
lego  de  palacio,  puesto  que  cuam 
áñez  no  quedó  un  solo  hombre,  pi 
>s  fueron  llevados  al  Loreto  y  la  C 
uedó  en  las  bocacalles  de  la  plaza? 

'•Cotttístó:  Nadie,  porque  los  riñe 
consecuencia  de  que  no  había  sin 
i  la  calle  del  Comercio;  debiend 
oreto  no  salió  un  solo  tiro. 
'  "Preguntado.  ¿Cómo  es  que  dice  i 
3  en  los  actos  del  teniente  coronel 
ietoriano  N.  se  le  abalanzó  intercei 
á  quién  trató  de  matarlo  personal 
■las,  y  si  no  lo  hizo  fué  porque  nc 
lo  á  causa  de  estar  estrechado  por 

"  Contestó:  Es  cierto  que  un  indi 
jmbre  ignoro,  me  abrazó  diciendo 
ited  matar,ii  y  yo  ordené  que  lo 
in  abrazado  de  mí  le  pegaron  de  a 


¡|^'i'...'!|j^|j¡i^   ''Í^¡M 


^^  El  Juicio  Páblico^y  4¿ 

que  yo  no  sé  quién  trajo  en  ese  momento  orden  del 
coronel  para  que  matasen  á  todos  los  presos.  Esto  su- 
cedió junto  á  la  puerta  de  su  calabozo. 

^^Preguntado:  ¿Á  qué  distancia.se  hallaba  el  cala- 
bozo, que  se  acaba  de  mencionar,  de  la  puerta  del 
cuartel? 

^^Contestó:  Está  al  interior  como  á  unos  veinticinco 
pasos. 

^^ Preguntado:  Mientras  esto  sucedía,  ¿dónde  se  ha- 
llaba Demetrio  Urdininea.^ 

^^  Contestó:  Estaría  en  la  puerta. 

^^ Preguntado:  ¿Cómo  lo  abandonó  cuando  estaba  á 
su  cargo? 

^^  Contestó:  Con  objeto  de  saber  cuántos  habían  sido 
fusilados,  entré  y  lo  dejé  junto  á  los  soldados  que  es- 
taban en  el  zaguán. 

^^ Preguntado:  ¿k  cuántos  individuos  de  los  ejecu- 
dos  conocía? 

«« Contestó:  No  vi  sino  dos  cadáveres,  uno  de  ellos 
incógnito  y  el  otro  el  rubio  de  quien  he  hablado. 

^^Preguntado.  ¿Cómo  podía  estar  muerto  el  rubio 
cuando,  según  acaba  de  decir,  se  le  abalanzó  y  lo  ma- 
taron después  que  él  había  entrado? 

^^  Contestó:  Antes  de  que  se  me  entregara  á  Urdini- 
nea  entré  con  Cárdenas  y  ordené  que  lo  ejecutaran  al 
individuo  de  que  se  trata;  entonces  fué  que  se  me 
abalanzó. 

^^ Preguntado:  ¿Cómo  más  arriba  ha  expuesto  que 
los  únicos  que  se  internaron  en  el  cuartel  fueron  Cár- 
denas y  Franco? 


Matanzas  de  Ydi'iez 
Recién  recuerdo  que  ta 
h:  Ya  que  recuerda  qi 
amblé n  haber  visto  ó  h 
Yo  hicp  ejecutar  al  sen 
lacho.  No  vi  á  quiénes 

U>:  ¿Quién  fué  el  qup  ; 
mente  fué  perdonado, 
.  de  su  calabozo  y  lo  m: 
Nadie,  ri 

del  seide  me  parece  sul 
T  de  esta  declaración,  I 
de  la  cual  he  cercenad' 
ere  directamente  á  Yáñ 
laraciones  que  se  habr 
inmediata  hecha  con 
se  quiso  abrir  un  juicio 
no  conocimiento  de  ci 
t  octubre,  es  cosa  acer 
stancia  inequívoca  en  \. 
tánea. 

vaya  el  lector  á  imagin 
Cá  constituido  reo,  ni  qu 
lagación  sobre  la  crlmii 
se  pasea  contoneándose 
ros  cómplices  de  Yáñez, 
,  han  escapado  de  I^ 
scondidos  ó  medio  ocu 
caso  que  el  presidente  í 
.eandro  Fernández  ha  e: 


wEl  Juicio  Públicos  47 

que  su  cuñado  Yáñez  procedió  á  los  asesinatos  á  vir- 
tud de  instrucciones  de  S.  E.,  según  documentos  que 
dicho  Fernández  sostiene  haber  poseído  y  que  hubo 
de  poner  en  manos  de  uno  de  los  jefes  de  la  oposición 
parlamentaria.  El  presidente  no  quiere  dejar  correr 
rumores  tan  perjudiciales.  «»Tan  infame  calumnia,  aca- 
ba de  decirse  publicamente  en  nombre  suyo,  merece 
ser  comprobada  y  castigada  mediante  las  formas  esta- 
blecidas por  la  ley.íi  Y  en  Oruro,  el  secretario  general 
de  Estado  requirió  el  23  de  diciembre  al  fiscal  del  dis- 
trito de  Cochabamba,  para  que  allí  se  diesen  de  oficio 
y  sin  tardanza  los  pasos  necesarios  hasta  el  total  fene- 
cimiento de  la  causa. 

Á  la  sazón  crímenes  más  espantosos  había  impunes, 
que  urgía  comprobar  y  castigar  mediante  las  formas 
legales,  y  á  cuyo  efecto  la  secretaría  general  de  Esta- 
do pudo  asimismo  requerir  una  y  diez  veces  á  las  judi- 
caturas, para  la  prosecución  de  la  causa  hasta  su  com- 
pleto fenecimiento. 

Pero  es  lo  cierto,  que  á  este  requerimiento  de  inte- 
rés personal,  la  prensa  debió  la  adquisición  de  cierta 
sumaria  indagatoria,  donde  figura  la  declaración  ó  sea 
confesión  de  Leandro  Fernández.  No  se  exhibieron 
los  decantados  documentos,  y  Achá  se  dio  entonces 
por  vindicado  del  cargo  y  con  razón.  Es  fuera  de  duda: 
no  dio  S.  E.  instrucciones  por  escrito  á  Yáñez,  para 
asesinar  en  la  oscuridad  de  la  noche  con  la  fuerza 
pública  á  presos;  no.  Honra  y  prez  por  ello  á  su  sen- 
tido común.  La  memoria  del  presidente  goce  á  sus 
anchas  de  esta  bienaventurada  inocencia,  lo  más  dis- 


Matanzas  de  Yá 
ernidad  ella  le  ¡ 
z. 

nández,  no  mez 
íes,  despachó  fe 
José  Agustín  Fi 
ipo  nada;  cuan 
:uciones.  ¡Oh!  i 
bara  matanza  d' 
lignación  no  ha 
las  insignias  de 
■emió  (equivoca 
de  aquella  nocí 
toda  una  noche 
tocaron  sino  ci 
r  crueles  encarg 
do,  donde  Ferná 
1  de  Cárdenas, 
dicho  Franco  en 
rectificando  la  p 
e  dicho  Carden; 
mbte,  Pero  ¿qu 
remente  por  la  s 
i  Franco  como 
castellano  pro 
ién  entréPii 
lesde  La  Paz,  al 
de  ser  lynchado 
de  indignación  i 
I  á  este  criminal 
que  intervino  er 


l"^». 


%  • 


^^  El  Juicio  Públi€0\y  4g 

era  ya  conocida  en  todos  los  pueblos  del  tránsito.  Él 
declaró,  no  obstante,  ante  el  juez  lo  que  sigue: 

«De  La  Paz  no  he  salido  de  fuga,  sino  de  día;  pues- 
to que  aun  me  he  presentado  en  público,  y  he  visitado 
por  dos  veces  al  presidente.  En  la  segunda  le  fui  pre- 
sentado por  un  caballero  cuyo  nombre  no  recuerdo, 
pariente  de  don  Luciano  Mendízával.ti 

Si  el  presidente  Achá  no  vio  en  este  negocio  sino 
aquello  que  pudiera  afectar  á  sus  personales  intereses, 
fuerza  es  reconocer  qué  anduvo  errado  en  sus  cuentas 
al  preterir  de  todo  en  todo  para  el  caso  los  intereses 
de  la  vindicta  pública.  Luego  hemos  de  ver  cuan  poco 
barato  va  á  costar  al  primer  magistrado  su  omiso  pro- 
ceder en  todo  lo  que  se  relaciona  con  los  criminales 
del  23  de  octubre. 

José  María  Santibáñez,  que  desde  Tacna  observaba 
atentamente '  los  sucesos,  me  escribió  remitiéndome 
todos  los  papeles  públicos  del  día.  Dice  así  con  fecha 
23  de  noviembre  de  1861: 

'»Aun  no  podemos  conocer  la  verdad  de  lo  ocurrido 
en  La  Paz  la  noche  del  23  del  pasado.  Las  relaciones 
hechas  por  la  prensa,  como  usted  habrá  visto  por  los 
periódicos  que  le  remito,  y  las  relaciones  que  hacen  las 
cartas  particulares  sobre  este  horrible  suceso,  no  sólo 
están  discordes  sobre  los  incidentes  y  circunstancias, 
sino  en  abierta  contradicción  sobre  el  origen,  sobre  la 
naturaleza  y,  en  una  palabra,  sobre  el  fondo  mismo 
del  acontecimiento. 

•'Tengo  á  la  vista  dos  cartas  escritas  por  personajes 
notables  de  I^  Paz,  extranjeros  avecindados  en  el  país 

4 


so  Matanzas  de  Yáñes 

desde  muchos  años,  los  dos  dignos  de  crédito;  y  mien- 
tras en  una  se  dice  que  hubo  realmente  tumulto  popu- 
lar ó  revolución,  y,  por  consiguiente,  combate  con  la 
fuerza  de  línea,  se  asegura  en  la  otra,  con  entera  con- 
fianza, "que  el  pretendido  Ataque  al  cuartel  y  á  la 
plaza  es  una  farsa  grosera,  calculada  para  asesinar  á 
nombre  de  la  ley  á  55  bolivianos  indefensos.»  Vacila 
el  juicio,  y  la  certidumbre  moral  es  imposible  entre 
testimonios  tan  contradictorios. 

'lEsperemos,  puea,  que  el  tiempo  nos  revele  la  rea- 
lidad, que  la  luz  de  la  verdad  aclare  esa  horrible  esce- 
na cobijada  por  la  oscuridad  de  la  noche.  Entretanto, 
creo  yo  que,  cualesquiera  que  hayan  sido  los  motivos 
que  impulsaron  á  Yáñez  á  cometer  estos  actos  de  car- 
nicería, una  vez  dominada  la  situación,  era  feroz,  co- 
barde, bárbaro,  sacriñcar  á  los  que,  como  el  doctor 
Tapia,  permanecían  inofensivos  en  prisiones  apartadas 
del  teatro  de  los  sucesos. 

"Escribo  al  amigo  Salinas  indicándole  la  imperiosa 
necesidad  en  que  se  halla  el  gobierno,  de  someter  á 
un  juicio  severo  al  coronel  Yáñez  para  descubrir  la 
verdad;  porque,  de  otro  modo,  la  misma  oscuridad 
que  reina  da  lugar  á  interpretaciones  desfavorables, 
que  hacen  pesar  sobre  el  gobierno  una  inmensa  res- 
ponsabilidad moral. TI 

Es  fuera  de  duda  que,  durante  los  días  subsiguien- 
tes, los  vecinos  miamos  de  Ia  Paz  no  estaban  conpor- 
des  en  si  hubo  ó  no,  en  realidad,  provocación  6  conato 
sedicioso.  Después  de  dos  ó  tres  semanas,  disipadas 
ya  las  naturales  sombras  del  estupor,  comenzó  á  aso- 


x^EiJuüh  Púhlic<h\  5/ 

marse  y  se  abrió-  ancho  paso  en  los  ánimos  la  certi- 
dumbre clarísima  de  la  verdad:  habíase  positívamente 
simulado  por  la  autoridad  un  ataque. 

Acaso  la  tardanza  de  este  desengaño  contribuyó  no 
poco  á  comprimir  desde  luego  la  cólera  popular,  ha- 
ciendo á  la  postre  más  grande  su  estallido.  £1  hecho 
es  que  el  pueblo  buscó  el  23  de  noviembre  con 
ahinco  al  comisario  primero  Manuel  Monje,  para  lyn- 
charlo  después  que  á  Yáñez.  Él  se  había  puesto  con 
tiempo  á  buen  recaudo.  Acusába^ele  de  que  esa  noche 
fatal  hizo  ademán  de  atacar  la  plaza  mayor  vitoreando 
á  Belzu  para  atraer  incautos. 

<¿Qué  fundamentos  de  carácter  jurídico  pudiera  re> 
vestir  ante  la  historia  esta  popular  creencia?  Hé  aquí 
un  punto  interesante,  acerca  del  cual  el  protocolo  de 
las  declaraciones  periodísticas  arroja  alguna  luz  sufí- 
cientemente  clara,  capaz  de  producir  convicción  en 
juicio. 

Llama  la  atención  que  El  Juicio  Público  no  se 
detenga  á  discutir  ni  averiguar  el  punto.  Pasa  por  en- 
cima de  la  afirmación  relativa  al  ataque,  pisándola  con 
desdén.  No  deja  de  impresionar  al  investigador  esta 
forma  de  desprecio  tratándose  de  un  hecho  tan  capital. 
Cuando  más  dice  irónicamente  el  periódico^  que  le 
muestren  las  señales  materiales  causadas  por  las  balas 
en  los  muros  y  techos  de  los  edificios,  ni  qué  combate 
ha  sido  éste  sin  heridos  en  la  derrota,  sin  persecución 
]>or  las  calles,  sin  más  muertos  literalmente  que  los 
presos  que  arrancó  Yáñez  de  sus  lechos  para  ser  fu- 
silados. 


■>  Pítblkú»  53 

y  que  ni  aun  para  ello  dio 

constancia,  en  nlngiin  do- 
:nsa,  sobre  el  hecho  notable 

sea  transitoria,  de  las  com- 
ez  mismo  en  su  parte  al 
a  tan  grave.  Se  refiere  á  un 
de  uno  de  los  jefes  del  Se- 
i  momentos,  los  detenidos 

sus  centinelas  y  avanzaron 
ia;  hace  valer  el  hecho  de 
iesaparecido,  lo  cual  resultd 
ixactitud  para  el  caso, 
nérgicamente  por  la  prensa, 
lo  que  sigue: 

0  que  los  acometíamos,  se 
su  cuartel;  y  como  en  estos 
por  la  calle  del  Comercio, 
Jenó  que  avanzara  sobre  la 
\.  Yo  avancé  inmediatamen- 
jpo  de  gente  que  venía  en 
:  replegó  á  la  esquina  de  la 
(esquina  noreste),  y  de  allí 
lía  éste,  hasta  que  á  un  sol- 
se  al  presidente  de  la  re- 

1  del  grupo,  y  luego  se  me 
osé  Pinto,  á  quien  le  mandé 
ité  por  qué  motivo  habían 
fuego.  Él  me  contest(í,  que 


5^  Maiansas  ie  Yáñez 

con  motivo  de  haberse  aproKimiido  seis  ti  odio  hom< 
bres  á  la  esquina  del  cuartel,  disparando  tiros,  habían 
salido  en  su  persecución.  " 

i'Como  este  piquete  estaba  á  las  órdenes  del  comi- 
sario mayor  don  Manuel  Monje,  á  quien  en  aqudlos 
momentos  no  vi,  pregunté  por  él  y  Pinto  me  contestó: 
que  había  reñido  con  la  fuerza;  que  cuando  ésta  fué 
rechazada  se  había  ido, 

i'Habiendo  amanecido  el  día  se  presentó  el  señor 
Monje,  y  preguntado  dónde  había  estado,  contestó  á 
Yáñez  y  á  mí:  que  se  había  dirigido  A  casa  del  corre- 
gidor para  que  mandase  un  aviso  aJ  coronel  Cortés,  el 
cual  se  hallaba  con  el  resto  del  batallón  en  AchocaJla.Fi 

1^  declaración  de  Benavente  es  de  una  importancia 
extraordinaria,  por  lo  mismo  que  en  este  punto  no  ha 
ddo  contradicha  ni  rectificada  mediante  la  prensa,  que 
yo  sepa. 

Segiin  Benavente,  acudieron  una  después  de  Otra 
dos  partidas  de  asaltantes  á  la  plaza.  Primeramente, 
ia  fuerza  pública  sublevada,  que  tras  de  un  primer  re- 
chazo se  retiró  en  dirección  de  su  cuartel.  Pasaba  esto 
en  una  esquina  de  la  plaza.  En  segundo  lugar,  casi  al 
mismo  tiempo  y  por  distinta  esquina  llegó  haciendo 
fuego  contra  la  plaza  otro  grupo  de  gente,  y  fué  el  que 
siempre  haciendo  fuego  contra  la  plaza  se  replegó  ¿  la 
esquina  inmediata. 

En  este  grupo  apareció  el  teniente  Pinto;  allí  había 
acabado  de  estar  el  comisario  de  policía  Monje;  «o 
era  aquel  un  mero  pelotón  de  gente  allegadiza;  en  ese 
grupo  est^^Knin  piqutíe  de  la  fuerza  pública,  coman- 


«Eljuiáo  PúMieo-'  SS 

dada  por  dos  agentes  inmediatos  de  la  autoridad. 
¿Por  qué  estaba  allf  ese  piquete  haciendo  fuego  contra 
d  palacio,  adonde  debía  suponer  acuartelados  y  de 
donde  salieron  i  contestar  el  fuego  la  Columna  Muni- 
cipal y  las  witwidades  militares  del  gobierno?  Rebel- 
des no  pedia  haber  por  ese  lado  sido  sostenedores  del 
orden. 

Consta  sin  contradicidn  det  protocolo  los  tres  hechos 
que  siguen:  Una  vez  que  Yáñezy  Benavente  salieron  á 
la  plaza  con  la  columna,  el  palacio  qued(5  desguarnecido 
y  solo,  pues  Váñez  se  llevd  consigo  los  pocos  rifleros 
que  habían  sido  colocados  en  los  balcones  en  tanto  se 
annaba  y  salla  afuera  la  columna.  Cuenta  Benavente 
que  Váiiez  le  dijo  en  esos  momentos;  ''Nos  han  su- 
blevado las  compañías  del  Segundo.n  Dice  el  coronel 
en  su  parte  oficial  que  los  rebeldes  atacaban  á  las  auto- 
ridades en  seis  puntos  diferentes  de  la  publacídn. 

Analizando  esta  parte  del  suceso,  un  periódico  de 
Tacna  dijo:  "¡Y  Yáfle/  y  Benavente  dejaron  mien- 
tras tanto  descubieita  su  retaguardia,  el  reducto  que 
seivía  de  base  á  sus  operaciones  y  á  su  autoridadiu 

YiAet  no  se  curó  para  nada  de  su  retaguardia.  Re- 
cuérdese la  ya  citada  declaraciiín  del  subalterno  Mo- 
^veja  De  atii  aparece  que  tampoco  se  curó  de  su 
vanguardia.  Did  colocación  á  su  gente  y  dejó  el  cam- 
po acto  cwUinuo  diciendo:  "Primero  los  tiramos  i  to- 
dos esos  conspñradoresii — (los  presos  del  Loreto),— "y 
después  los  atacavemosn— ^(á  los  facciosos,  que  hacían 
un  activísima  fu«go;  /•Kj»  sostenido  por  más  de  media 
ifira,  4en«iStrando  la  ttmnidad  de  su  inicua  pretensión  de 


Matanzas  de  Yáñez 
■den  público,  segün  el  aviso  del . 

lero  41  de  El  Juicio  Púbuco  ( 
iguel  Pizarro  rectificando  á  Ber 
sigue  entre  otras  cosas: 
lia  aciaga  noche  lo  que  hubo  d 
irentar  el  motín,  se  dispararon  ! 
bfan  preludiar  la  niatanza  pro} 
combinado.  A  la  detonación  qti 
in  las  tres  compañías  que  est 
la  recoba  de  Sucre,  con  sus 
lo  en  buen  orden.  Habiendo 
:  á  la  media  cuadra,  es  decir, 
licho  cuartel,  en  dirección  á  li 
:Ía  la  plaza  principal,  en  frente 
ion  Domingo  Cardán,  mandó 
je  hacía  de  jefe,  y  dio  la  ord 
;n  á  una  voz  /  Viva  Córdoba!  '. 
aprendieron  la  marcha  adelai 
5  forma  la  casa  de  la  señorj 
itro  ¡Viva  el  general  Belzu!  1 
ínciados  por  el  expresado  docl 
Rada,  don  Fructuoso  Monje  ; 

aquel  barrio;  personas  idóneas 
su  caso  depondrían  la  verdad. 
ito,   de  la  parte  de  la  policía 
astián,  emprendió  movimiento 

Columna  Municipal  el  céleb 
Riéndola  hacia  la  plaza  por  la  c¡ 
ornando  y  repitiendo  los  viva; 


••      ».-  « 


v.El  Juicio  Fúblico\)  S7 

Córdoba,  é  incitando  á  los  artesanos  que  ocupan  algu- 
nas tiendas  de  aquella  calle,  lo  mismo  que  á  los  de 
los  portales  de  la  plaza  mayor,  con  reiterados  golpes 
en  las  puertas,  para  que  salieran  á  tomar  parte,  pues 
que  había  pronunciamiento  y  revolución  á  favor  de  di- 
chos personajes.  Mas  los  inocentes  menestrales,  llenos 
de  cautela,  permanecieron  encerrados  sin  salir  de  sus 
talleres,  pues  que,  por  lo  que  posteriormente  se  ha 
sabido,  habrían  sido  otras  tantas  víctimas  sacrificadas 
con  tan  inicuo  engaño.  Pero  Monje  continúa  con  la 
algazara  y  los  fuegos  vagos  y  al  aire  que  mandaba  dar: 
testigos  de  toda  esta  farsa  y  ficción  fueron  los  que  ha- 
bitan el  barrio. 

"Sería  demasiado  difuso  contraerse  á  objetar  punto 
por  punto  la  plaga  de  mentiras  y  contradicciones  que 
contiene  el  artículo  de  que  me  ocupo:  basta  decir  que 
su  autor  no  se  ha  fijado  en  que  la  fuerza  inferior, 
dispuesta  por  él  en  el  palacio,  que  segiín  asegura,  no 
constaba  más  que  de  70  hombres,  pudiese  superar  y 
vencer  tan  fácilmente  las  de  los.  supuestos  sublevados, 
que  debían  ser  doble  ó  triple  comparadas  con  aquélla; 
y  basta  fijarse  que  en  un  combate  tenaz  de  un  fuego 
activo,  en  calles  y  plazas,  no  hubiera  muertos  ó  heri- 
dos de  una  lí  otra  parte,  cual  pudiera  suceder  en  lucha 
menos  descomunal.  No  aparecen  vestigios  de  más  san- 
gre que  la  que  fué  vertida  á  torrentes,  impía  y  alevo- 
samente, con  motivo  de  los  asesinatos.  Las  leves  heri- 
das que  cita  (á  ser  cierto)  se  las  causarían  entre  sí  los 
mismos  actores  del  drama  sangriento,  incidental  ó 
casualmente,  puesto  que  el  oficial  N...  resultó  con  uix 


5$  Maiansoi  át  Yáñta 

levísimo  raspet<5n,  que  no  lo  inutiHsií  ni  aun  para  rele- 
var la  guardia  al  capitán  Sánchez  que  se  hallaba  en  el- 
I-oreto  mientras  hiio  de  comandante.  A  los  dos  días 
del  suceso,  éste  fué  ajustado  de  su  haber.if 

No  obstante  lo  dicho  más  arriba,  siempre  llama 
sobre  manera  ta  atencidn  el  dicho  aquel  de  Bena- 
vente:  "A  la  hora  después  de  los  fusilamientos,  vinie- 
ron á  la  plaza,  ya  en  orden,  las  compañías  sublevadas.rr 

Miguel  Pizarro  dice  con  tal  motivo  de  Benavente; 
r<Su  descaro,  cinismo  y  atrevimiento  Uega  á  querer 
sustentar  la  estupenda  mentira  de  que  hubo  motín  y 
sublevación  de  las  compañías  que  guarnecían  esta 
ciudad.  iT 

Por  más  que  Pizarro  se  sobresalte  de  indignacitin, 
la  verdad  es  que  el  aserto  de  Benavente  se  conciHa 
muy  bien  con  lo  declarado  por  dicho  Pizarro  y  con  la 
efectividad  de  una  sublevación  de  las  compañías:  su- 
blevación externamente  simulada  con  vivas  y  tiros,  su- 
blevación tan  primorosamente  fingida  que  llegó  al  punto 
de  engañar  al  mismo  Benavente,  quien,  á  la  cabeza  de 
otro  cuerpo  distinto,  dentro  de  la  pbza,  no  podía  sa- 
ber lo  que  fuera  de  allí  pasaba,  sea  mañosamente,  sea 
en  realidad  de  verdad,  con  las  comiiaiSías  del  Se- 

£1  resultado  de  la  indicación  de  Santibáñez  al  mi- 
nistra Salinas  para  que  Yáñez  sea  juzgado,  va  á  verse 
en  el  siguiente  párrafo  del  folleto  de  Ruperto  Fernán- 
dez sobre  estos  sucesos,  pánafo  cuyos  asertos  se 
acuerdan  perfectamente  con  los  documentos  oficiales 
y  la  notariedad  de  los  hechos: 


«•Escribiendo,  .pues,  á  Yáñei,  ^mo  üjunarle  asesi- 
no? ,[C6mo  anticipar  su  ¿dio  él  ministro  que  debía  juz- 
gar de  su  conducta?  Por  eso  es  que,  en  comunicación 
oficial  y  en  la  particular,  ni  se  aprobaba  ni  se  conde- 
naba la  medida  extrema  y  violenta  de  que  Yáñez  daba 
cuenta;  porque  asi  se  resolvió  en  acuerdo  de  gabinete, 
al  que  coocurrieron  Achá,  Bustillo,  Salinas  y  Ávila, 
sin  discrepar  ninguno  de  dios  de  este  pensamiento; 
de  modo  que  asombra  el  descaro  con  que  hoy  se  pre-, 
sentan  estos  iiombres  infamando  la  memoiia  del  que 
ya  no  existen 

Que  en  la  correspondencia  oficial  ni  se  aprobó  ni  se 
reprobó  la  medida  extrema  y  violenta,  lo  está  probando 
con  mayor  elocuencia  el  hecho  de  que  el  gobierno  no 
retiró  á  Yáñez  su  confianza  después  de  la  carnicería: 
siguió  éste  ejerciendo  la  primera  autoridad  militar  del 
departamento  y  no  se  le  sometió  á  juicio.  Puede  que 
el  lector  encuentre  que  todo  esto  significa  una  explí- 
cita aprobación  solemne,  aquella  que  Yáñez  debió 
más  apetecer.  £1  presidente,  además,  colmó  la  me- 
dida de  su  aprecio  particular,  corroborándole  su  con- 
fianza con  otra  mayor  confianza,  que  veremos  más 
adelante. 

£n  cuanto  á  una  circunspecta  reserva  confidencial, 
Ruperto  Fernández  estaba  seguro,  años  más  tarde,  de 
no  haberla  violado  soltando  en  la  ocasión  epístola  com- 
promitente.  Navegando  juntos  entre  Mejillones  y  Co- 
bija, le  toqué  en  discreta  y  urbana  plática  el  caso,  y 
aquel  célebre  corifeo  dijo  cosas  curiosas  que  referiré 
más  adelante,  y  entre  ellas  manifestó  la  seguridad  de 


Matanzas  de  Yáñe¡ 
ían  contra  él  documente 
larán  sin  documentos,  n 
mentes!  Olvidó  aquí  d 
os  cartas  suyas  á  Yáñez 
é  inmediatamente  despi 
lespués  del  lynchamiento 
la  prensa,  y  son  de  la  r 
ria,  I^  primera  fué  escri 
liones  en  masa,  y  la  seg 
natanza  de  los  prisionero 
.  oportunidad  reveladoi 
las. 


i^«  w  r  - 


.MÍíU^LUAJLlUAÍJAi.AltllíJLlUUJ^JUJU.ÍJ.'.  Ui  I'.  ILIZ  t . 


CAPITULO  III 


u 


EL  JUICIO  PUBLICO" 


iseí 


(  Continuación) 

Las  cartas  del  ministro. — Impresión  que  causaron. — Análisis  de 
la  segunda. — Su  sentido. — Estallido  de  la  prensa  limeña. — 
Origen  del  dicho:  "Con  perversidad  y  sin  decoron. — Alcance 
temerario. — La  prensa  independiente  y  sensata. — Unos  jóve- 
nes juristas  y  San  Román. — Caballero. — Barrientos. — Quija- 
rro. — Mayor  encumbramiento  de  Carvajal. — Ecuestre  actitud 
oratoria  del  presidente.— Un  día  de  patria  en  La  Paz. — Fer- 
nández presentado  como  instigador. — Precipitase  á  la  revuelta. 
— Bibliografía — Vanas  incitativas  justicieras. — Diez  años  más 
tarde. — El  proceso  de  la  prensa  es  insufíciente. 

Hé  aquí  la  primera  carta: 

1 1  Señor  coronel  Plácido  Yáñez. — La  Paz. — Potosí, 
octubre  6  de  1861. 


ff 


Muy  querido  amigo:  Su  oficio  y  carta  del  30  me 


02  Matanzas  de  Yd^ez 

han  sacado  de  cuidados,  pues  temía  que  esc 
pajuelas  burlasen  su  vigilancia  y  llevasen 
|)lan  de  conspiración;  pero  usted  les  ha  dad 
una  buena  lección,  que  contendrá  á  los  d* 
hará  ver  que  el  gobierno  y  sus  autoridades 
puestos  á  castigar  los  crímenes. 

iiHan  sido  aprobadas  todas  las  medidas 
debe  obrar  con  confianza,  pues  estando  yo 
nete  no  le  faltará  apoyo  decidido. 

riVea  usted  modo  de  salvar  al  amigo  que 
los  partes  de  la  conspiración;  y  para  el  efecl 
ga  usted  al  fiscal  que  en  las  declaraciones  d 
procure  presentarlo  como  cómplice,  pero  m 
denunciante;  y  al  tiempo  del  consejo  de  gi 
usted  de  que  se  le  absuelva,  lo  cual  será  rr 
saben  preparar  bien  el  sumario.  Á  todo  traní 
ted  salvarlo  de  que  aparezca  haciendo  un  pap 

itPor  el  correo  escribiré  á  usted  más  exti 
pues  hoy  estoy  un  poco  enfermo. 

irMis  afectos  á  Benavente  y  á  los  demás  * 
la  Columna,  que  se  han  portado  muy  bien. 

iiSuyo,  afectísimo  amigo. — Ruperto  Fei 

He  aquí  la  segunda  carta: 

iiSeñor  coronel  Plácido  Yáñez. — La  Pa 
noviembre  4  de  1861. 

"Muy  estimado  amigo:  Por  el  parte  ofici; 
por  su  apreciable  carta  del  27,  estoy  inform 
pormenores  del  suceso  desgraciado  del  23 


^^  El  Juicio  Públicow     '  6j 

che.  Son  tan  variadas  y  apasionadas  las  rdaciones  que 
se  hacen  de  lo  ocurrído  que  es  imposible  formar  un 
juicio  recto  mientras  no  hablemos  personalmente  con 
usted  y  recojamos  informes  imparciales.  Entretanto, 
resalta  un  hecho  que  los  enemigos  de  la  causa  de  se- 
tiembre no  pueden  negar;  y  es  la  seducción  en  el  cuar- 
tel y  el  ataque  á  mano  armada  á  las  autoridades,  dando 
lugar  con  este  hecho  á  la  bizarra  defensa  que  usted  ha 
dirigido  con  energía  y  á  la  que  se  debe  la  salvación  de 
ese  pueblo,  que  hubiese  sido  víctima  del  saco  y  del 
puñal;  por  consiguiente,  las  consecuencias  desgracia- 
das del  hecho  sólo  pueden  imputarse  á  los  que  lo  han 
provocado. 

nSensible  es  que  en  el  batallón  Segundo  haya  pene- 
trado la  desmoralización  por  descuido  ü  otras  causas, 
y  es  preciso  que  usted,  con  su  acostumbrada  actividad, 
saque  de  ese  cuerpo  á  todos  los  contaminados. 

iiPara  mejor  juzgar  del  acontecimiento  del  23  y  sus 
consecuencias,  el  gobierno  se  trasladará  á  esa  ciudad, 
donde  tendremos  ocasión  de  hacer  á  usted  justicia. 

Con  la  esperanza  de  darle  un  abrazo  del  25  adelante, 
me  despido  como  siempre. — Su  afectísimo  amigo  y  S.  S. 
—Ruperto  Fernández.» 

Estas  cartas  causaron  vivísima  impresión  en  toda  la 
repüblica.  La  prensa  del  día  está  llena  de  ellas  y  con 
su  examen.  El  autor  reconoció  la  autenticidad  del 
texto.  Hizo  estribar  en  él  una  parte  de  la  propia  de- 
fensa, bien  así  como  la  mayoría  de  fa  opinión  veía  en 
las  cartas  la  prueba  de  que  Fernández  había  movido 
positivamente  el  brazo  del  asesino. 


(.  '      Matanzas  áe  YdtUs 

i  ja  entonces  Fernández  que  en  esta  c 
10  se  descubren  odio  ni  planes  de  v 
iDtimiento  político  de  una  situación  i 
■  que  á  lo  más  resalla  en  ella  un  esj 
ivor  de  una  represión  enérgica  pan 
^o.  Eugenio  Caballero  saltó  y  le  obsi 
iiiera  espíritu  y  sentimiento  pueden 

se  quiere,  en  tales  cartas,  menos  el  '■ 
nagistrado  en  un  caso  extraordinario  t 
irigirse  á  un  subalterno  que  acaba  de  ] 

de  sangre  la  constitución  y  las  leyes, 
o  que  atañe  á  nuestro  caso  es  que,  t 
izga  ó,  mejor  dicho,  se  prejuzga  sol 
lad  del  acontecimiento  en  la  segunda 
osla  con  calma  un  poco,  ya  que  las  c 
|)oráneas  no  la  consideran  sino  coi 
¡ran  delito.  Me  atrevo  á  creer  que  es 
iz  primera  que  se  examine  tranquilan 
lento,  que  tan  ancho  paso  acertó 
ipo  en  lo  más  extremado  y  fiero  de  la 

u  sentido  me  parece  claramente  fa 
rmidades  cometidas  por  Yáñez. 
te  suponer  es  que  la  variedad  y  la  pa 
linistro  impiden  formarse  de  pronto  U 
lO  él  sostiene  refiriéndose  á  las  not 
[ivas  á  meros  accidentes  sino  á  lo 
I,  Es  aquí  sustancial  aquello  que  sirv 
ar  la  legalidad  ó  ilegalidad  del  procei 
Dor  el  subalterno.  Pues  bien:  según  i 


7sr^  ■f- 


wEl  Juicio  Püblicow  ój 

carta,  este  punto  esencial ísimo  es  ya  conocido  con  cer- 
tidumbre por  el  superior.  El  ministro  sabe  sin  género 
de  duda  que  hubo  seducción*  en  el  cuartel;  tiene  segu- 
ridad sobre  que  hubo  ataque  á  mano  armada  á  las  au- 
toridades. Afirma  estas  cosas  categóricamente  cdmo 
ciertas  y  como  bastantes  para  explicar  el  suceso. 

¿Cómo  es  entonces  que  dice  que  entre  los  informes 
contradictorios  é  interesados,  le  ha  sido  imposible  for- 
marse un  juicio  recto  sobre  lo  ocurrido?  Necesita  ma- 
yores informes  para  pronunciarse,  y  á  renglón  seguido 
cree  en  lo  que  Yáñez  le  refiere  sobre  lo  más  controver- 
tible del  suceso. 

Pero  se  dirá  que  lo  cree  tan  sólo  interinamente,  por 
virtud  de  una  mera  aquiescencia  revocable,  prescrita 
por  la  disciplina  oficial  del  despacho,  la  cual  tiende  á 
favorecer  en  el  primer  momento,  con  una  presunción 
de  verdad,  el  aserto  del  subalterno  informante. 

Nó  es  aceptable  esta  explicación.  El  sentido  de  la 
carta  en  este  pasaje  no  es  hipotético  sino  asertivo.  Con 
referencia  á  las  variadas  y  apasionadas  relaciones  de  lo 
ocurrido,  dice  así: 

iiEntretanto,  resalta  un  hecho,  que  los  enemigos  de 
la  causa  de  setiembre  no  pueden  negar;  y  es  la  seduc- 
ción en  el  cuartel  y  el  ataque  á  mano  armada  á  las  au- 
toridades, dando  lugar  con  este  hecho  á  la  bizarra  de- 
fensa que  usted  ha  dirigido  con  energía  y  á  la  que  se 
debe  la  salvación  de  ese  pueblo,  que  hubiese  sido  víc- 
tima del  saco  y  del  puñal,  n 

El  superior  manifiesta  aquí  resueltamente  que  está 
en  posesión   de  una  parte  importantísima  y  funda- 

5 


i  Matanzas  de  Yáñez 

:al  de  la  verdad,  y  lo  manifiesta  bien  así  como 

1,  en  mitad  de  una  disputa,  dice:  á  lo  menos  esto  es 

>r  eso  no  es  extraño  que,  después  de  esta  conquista, 
1  él  ya  bien  establecida,  en  su  entendimiento,  la 

lisa  suficiente  para  deducir  una  conclusión  incon- 

nal  y  definitiva.  Esta  conclusión  el  ministro  la 

ula  sin  más  trámite,  y  es  absolutoriamente  favora- 

1  proceder  del  subalterno: 

or  consiguiente,  dice,  las   consecuencias   desgra- 

s  del  hecho,  sólo  pueden  imputarse  á  los  que  lo 

>rovocado.Fi 

prensa  de  Lima  dudó  también,  y  no  se  pronun- 
ntre  los  informes  contradictorios  que  la.  llegaron  en 
mer  correo.  El  siguiente  le  trajo  el  oficio  de  Vá- 
\11   I  yó  as      b  o  aquella  confesión  cuando 

d        q  eneldos  los  asaltantes  de  la 

11  g      1  de  proceder  á  castigar  á  Cór- 

1       d  d    enidos.    Aquella  prensa  no 

dó  j  y  ás  trámite  estalló  unánime 

a  \  anez.  Ten^o  esas  publicaciones  á  la  vista, 
rnández,  que  presta  fe  al  informe  de  su  subalter- 
1  todo  lo  demás,  no  para  mientes  en  esta  paladina 
rsión,  que  torna  contra  Yáñez  toda  la  fuerza  de  la 
nción  legal,  y  no  ordenó  el  enjuiciamiento  inme- 

del  que,  según  el  propio  dicho  yla  notoriedad 
lecho,  aparecía  como  feroz  conculcador  de  la 
itución  y  las  leyes. 

aplazamiento  para  no  pronunciarse  sino  después 
Lievos  informes  y  de  oir  á  Yáñez  personalmente. 


w  El  Juicio  PÚblifOw  6j 

^o  resulta  ser,  después  de  lo  dicho,  un  trámite  un 
poco  irrisorio  ó  cuando  menos  inoficioso? 

Fernández  afirma  que  ya  tiene  la  evidencia  de  un 
hecho  que  nadie,  ni  los  enemigos,  pueden  negar;  he- 
cho que  por  sí  solo  sirve  á  caracterizar  la  corrección 
de  los  actos  de  Yáñez;  hecho  que  convierte  dichos 
Qctos  desgraciados  en  cargo  contra  los  provocadores, 

Corforme  á  esta  manera  de  considerar  la  carnicería, 
Yáñez  no  responde  tampoco  de  la  sangre  derramada 
arbitrariamente  sin  necesidad.  La  opinión  del  ministro 
es  muy  clara:  basta  que  haya  habido  ataque  y  seduc- 
ción, para  que  nada  importen,  ni  el  hecho  de  no  haber 
agredido  los  presos  durante  el  conflicto,  ni  el  hecho 
de  haber  sido  fusilados  después  do  vencida  la  rebelión. 
£s  esto  lo  que  se  sabrá  más  tarde  con  mejores  infor* 
formes  en  La  Paz,  «•  donde,  agrega  el  ministro,  tendre- 
mos ocasión  de  hacer  á  usted  justicia, n 

Fernández  no  solamente  desestimó  la  gravísinta  con- 
fesión de  su  subalterno,  y  omitió  por  eso  expedir  la 
orden  de  someterle  inmediatamente  á  juicio.  Ahora  le 
abona  y  alienta  con  doctrinas  que  tienden  á  establecer, 
antes  del  pleno  conocimiento  de  causa,  la  perfecta 
indemnidad  del  breve  y  sumario  fusilador  de  presos. 

Después  de  lo  que  antecede,  ¿no'  parece  que  esta 
justicia,  que  se  va  á  hacer  á  Yáñez  en  La  Paz,  ha  de 
consistir  necesariamente  en  ascenderle  á  general  ó 
cosa  parecida?  Porque  no  ha  de  olvidarse  que,  según 
el  ministro,  á  la  bizarra  defensa  y  á  la  energía  desple- 
gadas por  dicho  jefe  militar,  se  debió  la  salvación  de  lí^ 
c^ud^d  la  noch?  4^1  23  de  octvibr?. 


68  Matanzas  de  Ydñfs 

Concedamos  á  Fernández  que  ni  las  leyes  positivas; 
ni  las  morales,  le  hubiesen  sugerido  criterio  ninguno 
para  juzgar  del  hecho  en  vista  solamente  del  oficio  de 
Yáñez.  Concedámosle  que  en  su  carta  no  soltó  prenda 
valedera,  improbatoria  ni  aprobatoria,  sobre  aquello 
que  debió  someterse  á  juicio  en  el  acto  para  su  pleno 
esclarecimiento.  Siempre  queda  en  la  carta  un  algo 
que  se  trasparenta  y  se  impone,  un  algo  que  se  presta 
hoy  á  una  palmaria  apreciación:  su  tono.  Ciertamente, 
no  es  el  propio  de  un  superior  que  no  quiere  anticipar 
su  fallo  al  dirigirse  á  un  subalterno,  cuya  conducta  en 
breve  tendrá  que  juzgar  sobre  materia  sangrienta  y 
gravísima. 

Cuando  en  el  examen  de  ese  gran  fonógrafo  que  se 
llama  la  prensa,  uno  se  ejercita  un  poco  en  percibir 
con  distinción,  á  la  distancia,  los  diversos  ecos  y  ru- 
mores que  constituyen  la  opinión  de  un  pueblo,  se 
convence  más  bien  que  nunca  que,  en  ciertos  pueblos 
de  carnes  asendereadas  por  rudos  mandobles,  la  opi- 
nión tiene  así  y  todo  en  su  epidermis  puntillos  de  rnuy 
sensible  nobleza,  que  nadie  puede  lastimar  impune- 
mente ni  con  leve  rasgo  de  la  pluma. 

Tal  sucedió  en  Bolivia  con  la  carta  de  Fernández. 
Fué  el  tono  de  ésta,  impasible  ó  mal  nivelado  con  el 
fiel  de  la  consternación  pública,  lo  que  principalmente 
sublevó  con  violencia  los  ánimos.  Dijeron:  nCon  per- 
versidad y  sin  decoro.ip 

En  efecto:  uti  fluido  cordial  circula  á  modo  de  savia  ■ 
en-  el  estilo,  y  este  fluido  dista  enormemente  de  ser 
por  virtud  de  la  ocasión  triste  y  penoso.  Es  una  carta 


I 


\\  El  Juicio  Público 


II 


Ag 


de  espíritu  complaciente  y  alentador.  Poca  cosa  para 
empañar  con  nubes  la  estima  y  buenas  relaciones^  poca 
cosa  cincuenta  ciudadanos  fusilados  á  media  noche 
sin  una  fantasma  siquiera  de  juicio.  Y  se  despide  del 
amigo  con  la  esperanza  de  darle  prontamente  un  abrazo. 

La  prensa  general  encontró  que  esta  carta  signifi- 
caba nada  menos  que  una  aprobación  explícita.  Anto- 
lín  Flores  en  Sucre  y  dicho  Fernández  en  Salta,  fueron 
los  únicos  escritores  que  no  consideraron  así  la  cosa. 

Á  mí  me  parece  que  con  ella  hizo  Fernández  llegar, 
al  espíritu  del  asesino,  confianza  contra  todo  temor 
de  castigo,  y  la  confianza  de  haberse  conquistado, 
á  pesar  de  todo,  un  título  de  merecimiento  á  fuer  de 
buen  partidario  resuelto.  Nada  más  en  el  campo  de 
las  intenciones  y  conjeturas. 

Con  esta  carta,  no  obstante,  han  querido  algunos 
explicar  la  soberbia  y  obstinado  furor  de  Yáñez,  des- 
pués de  las  matanzas,  contra  los  presos  sobrevivientes. 
Poh'ticamente,  y  aun  quizá  jurídicamente  hablando, 
esta  deducción  es  atendible,  siempre  que  pueda  sub- 
sistir después  de  descartado  del  caso  todo  lo  que,  en 
dicha  arrogancia,  hubiese  habido  de  ardidoso  y  bala- 
drón.  La  prensa  no  arroja  datos  sobre  este  particular. 

Con  vista  de  la  carta,  uno  se  explica  ahora  las  for- 
midables intemperancias  de  la  prensa  detractora  de 
Fernández.  Cierto  periódico  daba  entonces,  como 
cosa  existente,  el  ajuste  de  una  aparcería  sanguinaria 
entre  Fernández  y  Yáñez  para  concluir  con  los  belcis- 
tas.  Citaba  los  días  en  que  el  pacto  se  maquinó. 

Quizá  no  fué  esta  especie  sino  una  mera  ironía 


^b  Matanzas  de  Váñeii 

calumniosa,  con  referencia  á  algo  partcldo  á  cierl 
compadrazgos  de  sectarios  sobresaltados,  compadr, 
gos  no  raros  en  las  civiles  discordias,  y  cuyos  cofrad 
en  ocasión  de  alentarse  unos  á  otros  la  confianza, 
concitan  fanáticamente  al  calor  del  vino,  dicienc 
iiHemos  de  concluir  con  esos  malvados.n 

Sea  de  ello  lo  que  fuere,  hoy  asombra  que  DOn 
solo  mérito  de  estas  cartas,  las  pasiones  contem[ 
raneas  hubiesen  sostenido  de  voz  en  cuello,  que  Fi 
nández  movió  positivamente  el  brazo  del  asesino. 
tan  siquiera  debiera  aceptarse  en  sana  Idgica  aque 
otra  conclusión,  que  tanto  propalaron  los  periódic 
de  entorlces:  ti  Luego  Fernández  íiié  el  instigador  i 
Yáfiez..! 

Fué  El  Juicio  Publico  uno  de  los  que,  i  po 
^ndar  el  camino  de  las  acriminaciones  violentas,  Kbá 
á  estos  liltimos  términos  el  peso  de  la  acusación  cont 
Fernández. 

Mientras  tanto,  ¿cuál  era  la  actitud  de  la  pren 
independiente  y  sensata  del  país  al  recibir  la  prime 
hotitiáP 

Esa  clase  de  prensa  no  había  hecho,  por  aqi: 
entonces,  las  conquistas  de  dominio  que  ha  alcanzai 
más  tarde,  y  que  no  han  sido  escasa  parte  en  otorgai 
algunas  prendas  de  seguridad  para  el  porvenir.  M 
por  eso  mismo  su  calificación  del  becho,  si  reflejó  o 
valentía  el  duelo  y  el  agravio  de  las  leyes,  es  claro  q 
nos  dará  una  idea  significativa  sobre  la  conmoci< 
que  sobrecogió  entonces  á  los  buenos.  Nota  importa 
tísima  en  el  concierto  del  criterio  publico  es  aque! 


w  El  Juicio  Públicow  y  I 

conmoción;  debe  ser  destacada  así  de  la  grita  des- 
compuesta como  del  malévolo  silencio,  para  calcular 
por  ahí  lo  que  tuvieron  que  afrontar  Fernández  y  los 
miembros  todos  del  gobierno,  al  consagrar  cual  lo 
hicieron  la  impunidad  del  asesino. 

Tan  pronto  como  se  recibió  la  noticia,  se  fundó  en 
Sucre  un  periódico  con  el  exclusivo  objeto  de  condenar 
el  crimen  y  exigir  con  urgencia  su  condigno  castigo. 
Félix  Acuña  desplegó  en  El  Pueblo  toda  la  intrepidez 
y  el  fervor  patético  de  un  tribuno.  En  su  propio  lugar 
pueden  ser  consultadas  la  cuenta  y  razón  de  su  labor. 
Eran  principalmente  de  combate  sus  columnas;  tradu- 
cían  el  grito  de  vetiganza  de  un  partido  feroz  y  alevo- 
samente agredido  de  muerte.  Pero  había  sido  agredido 
arbitrariamente  á  la  sombra  de  la  ley  por  los  ejecutores 
de  la  ley,  y  esta  circunstancia  prestó,  á  esos  clamores, 
algunos  arranques  muy  capaces  de  llevar  sano  convea- 
oimiento  á  los  espíritus  imparciales. 

Todavía  se  recuerdan  las  interpelaciones  é  increpa- 
ciones de  El  Pueblo  al  presidente,  al  difundirse  la 
noticia  de  que  la  conducta  de  Yáñez  no  había  sido  re- 
probada. 

Curioso  es  que  en  las  demostraciones  legales  que 
por  aquel  entonces  se  hicieron  de  la  enormidad  del 
atentado,  no  figure  el  título  de  njefe  superior  del  nor- 
te, ti  que  pasando  por  sobre  encima  del  jefe  político, 
se  atribuye  Yáñez  en  su  parte  oficial;  título  hasta  ese 
momento  inédito,  de  cuya  anterior  investidura  nada 
publicaron  las  gacetas  del  gobierno,  y  respecto  del  cual 
no  fué  notificado  ni  el  mismo  jefe  político. 


k 


^^-'-t 


y 2  Matanzas  de  Yáñez 

La  autoridad  de  jefe  superior  político  y  militar  es 
vieja  y  soldadesca  importación  colombiana,  entera- 
mente desconocida  por  las  ulteriores  constituciones 
de  Bolivia,  si  bien  tiene  la  virtud  de  suprimir  la  di- 
recta subordinación  jerárquica  de  los  jefes  departa- 
mentales. 

Pocos  días  después  de  llegada  á  Cochabamba  la  no- 
ticia del  23,  apareció  allí  una  hoja  suelta,  suscrita  por 
cinco  jóvenes  juristtis.  Con  el  sentimiento  vivo  de  las 
garantías  consignadas  en  la  recién  jurada  constitución 
y  penetrados  de  honda  pena  por  los  males  que  consigo 
traerá  á  la  sociedad  y  al  Estado  cualquier  barreno  en 
el  régimen  legal,  miran  ante  todo  en  el  suceso  de  La 
Paz  un  crimen  atroz  contra  la  ley  fundamental  de  la  re- 
pública, cometido  por  los  mismos  encargados  especial- 
mente de  ejecutar  y  hacer  ejecutar  allí  las  leyes. 

El  escritor  Victoriano  San  Román, .  presbítero,  que 
encuentra  deliciosos  los  asesinatos,  escribe  confiden- 
cialmente á  Yáñez,  pidiéndole  dinero  para  contestar 
por  la  prensa  á  estos  jóvenes  protestadores.  Tres  años 
después  la  prensa  reveló  esta  carta.  Su  texto  es  curioso. 
Al  punto  se  arrepiente  en  ella  y  agrega  el  sacerdote: 

II Lo  mejor  sería  que  mandase  usted  un  poder  en 
blanco  para  acusarles  judicialmente,  y  que  le  prueben 
que  usted  es  asesino.  Estoy  cierto  que  todos  ellos  irían 
á  parar  á  la  cárcel.  Escriba  usted  al  fiscal  Carmona, 
que  es  su  amigo,  y  mande  dinero  para  abogado  y  pro- 
curadores. Este  es  el  medio  de  poner  freno  á  la  male- 
dicencia de  estos  mozuelos  atolondrados,  n 

Esta  intentona  de  cabala,  del  extravío  del  sentido 


r 


wEl  Juicio  Públicow  7J 

moral  en  alianza  con  las  retrecherías  abogadiles,  no 
tuvo  consecuencias  contra  los  jóvenes  juristas. 

Una  hoja  suelta  de  Oruro  entregó  á  la  indignación 
publica  cierta  carta  de  Francisco  Caballero,  empleado 
judicial  de  alta  clase  en  dicha  ciudad.  Invita  en  ella  á 
Yáñez  á  alzarse  contra  la  constitución  por  Fernández 
el  ministro.  Le  dice,  en  29  de  octubre,  algo  semejante 
á  lo  que  acabamos  de  ver: 

fiPorlos  acontecimientos  de  la  noche  del  23,  no 
pueden  los  setembristas  menos  que  darse  el  parabién  y 
declarar  que  usted  ha  obrado  como  hubiera  obrado 
cualquiera  de  los  que  de  corazón  pertenecen  á  esa  cau- 
sa, que  tantos  sacrificios  nos  cuesta.  Segunda  vez  ha 
sido  usted  el  salvador  del  país,  de  la  causa  y  de  todos 
nosotros.  Si  en  algo  puede  servir  este  su  amigo,  deseo 
que  me  ocupe  para  hacer  su  defensa,  su  completa  jus- 
tificación y  el  encomio  de  su  patriótica  conducta. n 

Tres  días  después  que  los  jóvenes  juristas,  Pablo 
Barrientes,  sujeto  de  recursos  independientes,  amigo 
del  orden,  consagrado  al  trabajo,  que  tenía  el  título  de 
haber  sido  uno  de  los  constituyentes  y  el  de  haber  da- 
do por  cuenta  de  sus  electores  su  voto  para  la  investi- 
dura de  Achá  como  presidente  de  la  república,  alzó  la 
voz  en  otro  papel  suelto  de  Cochabamba,  para  protes- 
tar contra  el  atentado  y  para  reclamar  el  pronto  y  con- 
digno castigo  del  criminal  insigne;  criminal  que  tanto 
había  ultrajado  á  la  humanidad,  cuanto  había  bañado 
en  sangre  inocente  é  ilustre  la  constitución  pactada  á 
tanta  costa  por  todos  los  partidos  de  Bolivia. 
Citaba  el  artículo  7  que  dice  así: 


b 


7^  Matanzas  de  Ydñés 

I. Queda  abolida  para  siempre  la  pena  de  muerte,  á 

ser  en  los  tínicos  casos  de  asesinato,  parricidio  y 
ición  á  la  patria,  entendiéndose  por  traición  la  coni- 
cidad con  los  enemigos  externos  en  caso  de  guerra,  u 
Al  mandar  Yáñez  fusilar  á  ciudadanos  constituidos 

prisión,  y  al  ejecutado  por  sí  y  ante  sí,  ha  agravado 

enorme  crimen  con  tres  circunstancias;  i.*  Haberse 

nsumado  contra  una  prescripción  expresa  de  la  cons- 

lición;  2  *  Las  focmas  horrorosamente  sumarias  de 

ejecución;  3.»  El  numero  de  las  víctimas. 

Cita  Barrientes,  además,  el  articulo  11  de  la  constí- 

:ión,  que  dice: 

itEn  caso  de  conmoción  interior  que  ponga  en  peli- 

3  la  constitución  6  las  autoridades  creadas  por  ella,  - 

declarará  en  estado  de  sitio  el  departamento  ó  pro- 

icia  donde  exista  la  perturbación  del  orden,  quedan- 

alif  suspensas  las  garantías  constitucionales;  pero 
rante  esta  suspensión  el  poder  ejecutivo  se  limitará, 
n  respecto  á  las  personas,  á  arrestarlas  ó  trasladarlas 
I  punto  sitiado  á  otro  de  la  nación,  sí  no  prefieren 
ir  del  territorio.— Bajo  ningdn  pretexto  es  permitido 
iplear  el  tormento  ni  oteo  género  de  mortificación. n 
Váftez  habfa  procedido  á  los  arrestos  en  pleno  régi- 
;n  constitucional,  y  todos  los  ciudadanos  fueron  re- 
cidos  i  prisión  fuera  del  caso  de  delito  /'«  fraganti 
le  las  leyes  comunes  explican. 
£1  artículo  5  constitucional  es  terminante: 
iiNadie  puede  ser  detenido,  arrestado,  preso  ni  con- 
nado, sino  en  los  casos  y  según  las  formas  estableci- 
s  por  la  ley;  ni  puede  ser  jiurga  Jo  por  c 


^^El  Juicio  Páblicow  75 

especiales,  ó  sometido  á  otros  jueces  que  los  designa- 
dos con  anterioridad  al  hecho  de  la  causa,  n 

La  declaración  de  sitio  por  el  gobierno  fué  posterior 
y  cómo  para  legalizar  los  arrestos. 

Segün  Barrientos^  el  artículo  ii  ha  sido  infringido 
por  el  gobierno  por  otro  capítulo  más.  El  estado  de 
sitio  en  que  están  el  distrito  de  La  Paz  y  dos  provincias 
del  departamento,  existe  sin  que  haya  ocurrido  con- 
moción ni  se  haya  perturbado  un  solo  día  el  orden 
reinante.  El  descubrimiento  de  una  trama  conspira- 
dora no  es  conmoción.  El  significado  jurídico  de  esta 
palabra  es  perturbación  violenta,  tumulto,  levantamiento 
6  altercuidn  de  alguna  provincia.  Estado,  etc. 

Con  fecha  20  de  noviembre,  desde  Potosí,  y  en  hoja 
impresa  allí  mismoj  el  setembrista  Antonio  Quijarro 
reclama  enérgicamente  el  jcmgaimeiU»  de  Yáñez,  Jo  re- 
clama  como  una  necesidad  improrrogable  pata  el  go- 
bierno, para  el  setembrismo,  para  Yáñez  y  para  todo  el 
mundo. 

Cree  que  la  declaración  de  sitio  y  el  juzgamiento 
militar  de  los  conspiradores  descubiertos  en  La  Paz, 
son  actos  mconstitucionales.  Afirma  que  hay  en  los 
ánimos  una  tendencia  irresistible  á  preguntarse,  si  estas 
dos  infracciones  fundamentales  no  son  en  buena  lógica 
la  fatal  premisa,  el  golpe  en  la  noble,  la  estocada  á  fon- 
do, que  ha  hecho  brotar  del  cuerpo  social  ese  chorro  de 
sangre,  en  cuyo  charco  yace  ahora  anegada  por  los 
suelos  la  constitución  del  Estado, 

Si  estalló  la  guerra  civil,  si  fu¿  necesario  suspender 
el  régimen  constitucional  en  La  Paz,  si  llegó  entonces 


y 6  Matanzas,  de  Yáñez 

el  caso  de  no  seguir  allá  sino  los  principios .  de  la  ñlo- 
sofía  ó  de  la  religión  ó  de  la  general  conveniencia,  ¿qué 
sombra  de  razón  hay  para  haber  sacriñcado  la  vida  hu- 
mana fuera  de  acto  de  combate?  ¿por  qué  se  ha  viola- 
do la  sagrada  seguridad  del  prisionero?  ¿cómo  es  que 
se  ha  fusilado  á  lo  bárbaro,  á  lo  vil  y  á  lo  cobarde,  cu- 
briendo de  esta  suerte  con  el  sambenito  del  crimen  á 
la  autoridad  publica? 

¡Qué!  ¿Los  belcistas  son  acaso  de  peor  condición 
que  los  facinerosos  salteadores  é  incendiarios,  á  quie- 
nes se  les  interroga,  se  les  defiende,  se  les  sentencia? 
¿Están  declarados  fuera  de  la  ley?  ¿Son  los  parias  de 
Boliviá?  La  nación,  puesta  de  pie  por  la  consternación 
y  el  estupor,  reclama  el  juicio  de  Yáñez,  inmediato, 
solemne,  público,  conforme  á  la  ley. 

Esta  misma  prensa  de  Potosí,  encarándose  á  Achá 
y  á  Fernández,  no  ha  mucho  ministros  y  á  la  Vez  de- 
rrocadores  de  Linares,  les  decía: 

1 1  Los  autores  de  esa  extraña  evolución  política  lla- 
mada ügolpe  de  Estado,  II  han  contraído  un  compro- 
miso formidable,  ó,  usando  su  lenguaje,  han  cargado 
con  una  inmensa  responsabilidad.  Están  obligados  á 
practicar  actos  de  abnegación  á  toda  prueba,  de  un 
desprendimiento  sin  límites,  de  un  patriotismo,  de  lujo, 
de  un  amor  por  la  justicia  llevado  hasta  las  alturas  del 
heroísmo.  Están  obligados  á  todo  eso,  para  convencer 
al  mundo  de  que  la  pureza  de  la.  intención  presidió  á  la 
consumación  del  acto.  Están  obligados  á  todo  eso;  por- 
que así  lo  reclaman  la  justicia,  el. pundonor  y  la  conve- 
niencia pública,  cuando  lo  extraordinario  del  ceño  en 


F 


^^El  Juicio  Públicow  77 

las  acciones  humanas,  hace  que  éstas  fluctiíen  entre  la 
sublimidad  y  el  crimen,  fi 

Tres  días  después  de  recibir  el  presidente  esta  vehe- 
mentísima invectiva,  nombraba  ministro  de  Estado  al 
bueno  pero  acomodaticio  Rudecindo  Carvajal,  que  te- 
nía por  el  momento  la  tacha  insubsanable  de  haber 
sido  primera  autoridad  de  La  Paz  cuando  Yáñez  con- 
sumó á  mansalva  las  prisiones  y  las  matanzas,  y  que 
tenía  el  delito  de  haber  abonado  unas  y  otras  al  día 
siguiente,  mediante  notas  oficiales  de  que  después  se 
arrepintió.  Fué  uno  de  los  recomendados  por  Yáñez 
en  su  parte  oficial  sobre  la  noche  del  23. 

Guando  después  de  haber  otorgado  su  perdón  á  los 
pretorianos  sublevados  por  el  coronel  Balsa,  en  23  de 
noviembre,  entró  el  gobierno  constitucional  á  La  Paz, 
ala  cabeza  del  ejército,  el  28  de  dicho  mes,  detenién- 
dose el  presidente  Achá  en  uno  de  los  puntos  más  do- 
minantes de  la  plaza  mayor,  proclamó  en  voz  alta  al 
pueblo  paceño  allí  congregado  por  el  entusiasmo  ó  la 
novelería.  Deplorando  que  el  breve  tiempo  de  su  au- 
sencia hubiera  sido  señalado  por  tan  funestos  males  en 
la  ciudad,  dijo:  i?Yáñez  ha  muerto  y  su  instigador  vive 
todavía,  n 

Ese  mismo  día  el  ministro  secretario  general  de  Es- 
tado, Manuel  Macedonio  Salinas,  en  una  circular  álos 
jefes  políticos  de  la  república,  dijo  que  el  presidente, 
en  esa  alocución,  había  señalado  al  •»  verdadero  autor 
de  los  asesinatos  del  23  de  octubre,  n 

Alambre  eléctrico  no  había  que  hasta  Sucre  trasmi- 
tiera los  citados  textos  al  señor  ministro  del  Interior 


j*. 


fS  Matanzas  de  Yáñís 

Ruperto  Fernández.  En  cambio,  pechos  tuibutentos 
hay  en  donde  golpean,  como  hitos  conductores,  las 
intuiciones  subitáneas  del  cálculo  político,  con  la  pers- 
picacia suficiente  para  reflejar  en  el  cerebro,  sin  retardo 
de  segundos,  el  hecho  á  el  peligro  que  á  esos  pechos 
se  les  enderezan  desde  lejos.  Noviembre  28:  ese  día 
mismo  se  apercibió  Fernández  en  el  sur  pata  sin  más 
respiro  ni  vagar  declararse  en  rebelión. 

Con  todo  el  ímpetu  de  la  ambición  desapoderada  y 
del  resentimiento  enceguecido,  hacíala  estallar  el  30  en 
Sucre  y  tres  días  después  en  Potosí. 

Fernández,  al  lanzarse  de  propia  cuenta  á  la  revuelta, 
entendía  apoyarse  en  ja  sublevación  áA  btttaüón  Ter- 
cero, encabezada  por  Balsa  en  La  Ts.z  el  23  del  mismo  ■ 
noviembre.  Su  teíégrafo  interior  le  falló  en  esta  parte: 
esa  faAiUfda  sublevación  había  claudicado  el  mismo 
día  ante  la  majestad  de  la  expiación  de  Yáñez.  No 
tuvo  entonces  Fernández  otro  recurso  que  la  fuga 
(diciembre  4). 

La  intentona  de  su  secuaz  Agustín  Morales  en  Po- 
tosí, fué  rechazada  y  desbaratada  sin  demora  el  3, 
como  puede  verse  en  Jul  Pueblo  de  Sucre. 

El  gobierno  supo  en  I^  Paz  el  4  por  la  noche  la  re- 
belidn  fernandista  de  Sucre. 

Ese  día  se  congregó  un  comicio,  que  llamaremos 
oficial,  con  asistencia  de  empleados  y  corporaciones, 
con  golpe  de  vecinos  y  de  curiosos  noveleros.  i-Pero  y 
¿qué  hacía  el  obispo?n  preguntó  un  periódico  después 
de  las  últimas  tribulaciones  de  la  ciudad.  Moraba  en 
su  palacio.  Hoy  aparece  aquí  el  obispo,  quizá  á  con- 


uEl  Juicio  Públicow  7p 

solar  al  gobierno.  Y  se  presentó  Achá  con  sus  minis- 
tros á  despedirse  del  pueblo  paceño  antes  de  partir 
contra  el  perjuro  de  la  constitución,  etc.,  Achá  se 
abstuvo  de  llamar,  á  su  ministro  Fernández,  ministro 
traidor. 

Hago  merced  al  lector  de  todo  lo  que  allí  se  peroró 
y  vociferó.  Dos  tópicos  principales  brindaron  á  manos 
llenas  el  caudal  oratorio:  el  argentino  aventurero,  des- 
organizador  y  corruptor  de  la  patria  ajena;  el  instigador 
de  las  matanzas  del  23  de  octubre.  El  lugar  era  á  gri- 
tos muy  elocuente  á  este  último  respecto.  Estaban  los 
congregados  dentro  del  Loreto.  Todos  se  alentaron  y  se 
enardecieron  contra  el  vandalismo  extranjero.  Por  eso 
El  Juicio  Público  dijo  que  ese  había  sido  un  día  de 
patria,  ««el  espectáculo  más  espléndido  de  nacionalismo, 
■—tal  vez  quiso  decir  de  bolivianismo^ — que  idearse 
pueda.  II 

Entre  los  artesanos  se  firmó  ese  día  una  protesta 
que  decía:  "Este  pueblo  heroico,  este  pueblo  de  haza- 
ñas increíbles  en  la  historia,  bajará  al  malvado  de  la 
silla  que  tantas  ilusiones  ha  creado  á  su  fantasía,  n 

El  7,  en  momentos  de  salir  para  Orurp,  recibió  el 
gobierno  avisos  del  2,  de  Potosí,  por  donde  se  ha  ve- 
nido en  conocimiento  que,  horas  antes  de  estallar  su 
rebelión,  Fernández  hubo  de  ser  aprehendido  en  Sucre 
por  encargo  de  las  autoridades  de  ?otosí.  ¿Era  para 
ser  procesado  como  á  «'verdadero  autor  de  los  as.esi na- 
tos del  23  de  octubrePi»  Á  lo  menos,  cua^ndo  de^de  La 
Paz  se  prescribió  nuevamente  esta  diligencia  á  las  auto- 
ridades de  Potosí,  el  presidente  acababa  de  decir  á 


\ 


■V 


So  Matanzas  Y¿e  Ydñez 

gritos  en  la  plaza:  "Yáñez  ha  rauerto  y  su  instigador 
vive  todavía.  II 

Aquel  cabecilla  sin  escrúpulos  no  pudo  llevar  en 
paciencia  esta  vez  el  cargo  de  instigador;  cargo  en 
verdad  tremendo,  pero  que  si  partía  desde  muy  alto, 
no  estaba  por  eso  mismo  exento  de  tacha  ó  de  sos- 
pecha, ni  exento  de  ser  una  de  las  tantas  imposturas 
6  falsedades  políticas  del  tiempo.  Lo  rechazó  inme- 
diatamente por  la  prensa  en  el  extranj/ero,  cual  si  la 
mancha  perjudicase  á  aspiraciones  todavía  no  extin- 
guidas. 

Diónos  Fernández  en  esta  ocasión  el  siguiente  retra- 
to de  Yáñez: 

«'El  genio  depende,  en  gran  parte,  del  concurso  de 
nuestras  pasiones  buenas  y  malas;  y  á  Yáñez  no  le 
faltaba  esa  reunión  de  unas  y  otras,  ayudadas  por  una 
gran  energía  de  carácter,  para  llevar  á  cabo  lo  que  se 
proponía  sin  que  lo  detuviesen  obstáculos  ni  peligros. 
Su  carácter  participaba  de  los  errores  de  una  viciada 
educación  por  los  hábitos  adquiridos  en  el  cuartel 
desde  la  clase  de  tropa;  de  modo  que  el  prolongado 
imperio  de  la  tiranía  de  nueve  años,  cuyos  rigores  su- 
frió, vino  á  formar  en  él  un  odio  profundo  y  una  espe- 
cie de  horror  á  sus  autores.  Era,  además,  un  hombre 
original:  llegaba  á  convertir  el  valor  en  temeridad,  la 
justicia  en  crueldad,  la  fortaleza  en  capricho,  y  el 
patriotismo  en  intransigencia  perseguidora.  Así  es, 
que  los  atentados  que  cometió,  tal  vez  no  fueron  obra 
de  un  corazón  depravado,  sino  el  producto  de  una 
alma  exaltada,  de  su  fanatismo  político,  ó  los  efectos 


■ni-  \v. 


wEl  Juicio  Públicow  8i 

de  un  torrente  de  circunstancias,  que  no  pudo  ó  no 
supo  dominar.  II 

Fernández  cree  en  este  escrito,  que  el  23  de  octubre 
fué  la  consecuencia  fatal  de  un  motín  de  cuartel,  que 
provocó  la  ira  furiosa  de  Yáñez,  por  cuanto  éste  iba  á 
ser  entonces  la  primera  víctima.  Cree  á  pie  juntillas 
en  los  partes  oficiales  de  Yáñez,  y  sostiene  que  éste, 
rodeado  esa  noche  de  mil  circunstancias  que  no  había 
podido  calcular  ni  prever,  mandó  en  el  conflicto  fusilar 
á  los  presos,  como  un  medio  extremo  para  dominar  el 
peligro  é  intimidar  al  enemigo. 

Contra  el  cargo  de  instigación  dice,  y  dice  con  habi- 
lidad:-    •     • 

.  «'Mis  relaciones  privadas  con  dicho  jefe,  sábenlo 
muchos  en  Bplivia  y  muy  particularmente  los  del  cír- 
culo de  Achá,  no  eran  bastante  buenas  para  inspi- 
i:^rnos  confianza  el  uno  al  otro.  Yáñez,  amigo  íntimo 
y  partidario  de  Achá  desde  Sutimarca,  me  miraba 
con  los  recelos  que  engendra  el  antagonismo  en  po- 
lítica y  como  un  obstáculo  para  el  triunfo  de  su  can- 
didato. 

••El  hecho  mismo  de  su  muerte  ha  venido  á  confir- 
mar este  aserto.  Yáñez  se  encerró  en  el  palacio  sos- 
teniendo al  general  Achá,  de  acuerdo  con  el  ministro 
Avila,  y  combatiendo  en  su  concepto  contra  mí.  Véa- 
se la  nota  de  Avila  en  que  da  parte  del  acontecimiento 
del  23  de  noviembre  desde  Calamarca,  y  véase  la  pro- 
clama del  coronel  Balsa  de  24  del  mismo  mes.n 

El  oficio  y  la  proclama  confirman  lo  que  dice  Fer- 
nández, 

6 


\ 


i. 


n 


82  Matanzas  de  Yáñez 

Sobre  el  cargo  de  instigación,  fuera  de  los  artículos 
especiales  de  los  periódicos,  que  apenas  si  son  en  este 
punto  valederos  como  marcadores  de  la  subidísima 
temperatura  de  las  pasiones,  tenemos  un  folleto  que  el 
imputado  publicó  tocante  á  los  acontecimientos  del 
día,  y  tenemos  otro  que  en  respuesta  safcó  á  luz  inme- 
diatamente Eugenio  Caballero;  Uno  y  ottó  corren  ins- 
critos en  mi  catálogo  impreso,  bajo  los  números  2099 
y  2567. 

Curiosa  es  sin  duda  ninguna  aquella  actitud  ecuestre 
de  Achá,  señalando  con  el  dedo  al  nverdadeto  autor 
de  los  asesinatos  del  23  de  octubre,  n 

Un  editorial  de  El  Comercio  de  Lima,  decía  en  los 
mismos  días  de  la  llegada  del  presidente  á  La  Paz,  que 
el  ministro  Fernández  estaba  obligado,  estaba  forzosa- 
mente compelido,  si  era  inocente,  á  acusar  y  perseguir 
con  energía  á  los  culpados,  á  fin  de  justificarse  él  mis- 
mo.  Y  este  diario  ¿por  qué  no  dijo  ésto  mismo  con 
respectó  á  Achá  en  particular  y  al  gabinete  en  general? 
Es  cosa  vista:  el  ministro  del  interior,  hasta  desde  el 
exterior,  aparecía  llevando  en  hombros  todo  el  peso  de 
una  gran  responsabilidad. 

El  diario  agregaba: 

iiPero  tememos  que  no  lo  haga.  La  prensa  quereci-' 
be  inspiraciones  del  gobierno  de  Bolivia,  en  vez  de 
tronar  contra  el  delincuente,   busca  excusas  á  su  cri-  ' 
men.  Si  cabe  en  lo  posible,  esto  es  más  odioso  todavíe 
que  el  crimen  mismo. 

II Cuando  un  empleado  público  comete  uno  de  esos 
atentados,  el  gobierno  que  no  lo  persigue  por  todas  las 


^^  El  Juicio  Páhtke^^  83 

vías  abiertas  por  las  leyes,  hade  suyo  el  delito  y  tíu^' 
rándolo  estimula  al  crimen,  n 

No  he  podido  conocer  lo  que  este  diario  dijo  cuan-  I 

do  supo,  que  no  Fernández  solo  sino  el  gobierno  en-  1 

tero,  dispusieron  que  continuase  Yáftez  en  el  mando  - 

militar  de  La  Paz,  después  de  su  atentado. 

Mientras  tanto,  véase  lo  que  El  Juicio  Piíblico 
dijo  sobre  el  particular  al  presidente.  Junto  con  diri- 
girle  un  saludo  respetuoso  de  bienvenida,  y  de  signifi- 
carle su  deseo  de  que  el  espíritu  de  orden  qué  reinaba 
en  la  población  encontrase,  de  parte  del  magistrado,  un 
propósito  positivo  de  restablecer  en  ella  el  imperio  de 
la  justicia  y  de  la  seguridad,  indicó,  cual  una  muestra 
inequívoca  de  dicho  propósito,  el  castigo  de  los  asesi- 
nos y  cómplices  del  23  de  octubre. 

Es  amarga  la  ironía  con  que  al  respecto  demostró  su 
desengaño. 

iiCuando  en  el  extranjero,  donde  en  lá  actualidad 
se  nos  está  juzgando  como  á  salvajes,  se  vean  algurtos 
de  nuestros  poriódicos,  eii  los  cuales  se  hacen  brillan- 
tes referencias  del  estado  progresivo  de  nuestra  patria, 
de  nuestros  municipios,  de  nuestra  instrucción  publica 
y  J)ppular,  de  nuestras  magistraturas,  de  nuestros  ejér- 
citos valerosos  y  defensores  de  la  justicia,  se  pregun- 
tará sin  duda:  «[por  qué  en  una  nación  de  tantos  héroes, 
de  tanto  caballero,  de  tantos  sabios,  de  tanta  ilustra- 
ción y  virtud,  se  cometen  á  deshoras  por  la  autoridad 
publica  las  atrocidades  del  23  de  octubre,  contra  las 
cuales  unos  cuantos  protestan  y  á  las  que  los  mas  apa- 
ñan? ¡Qué  contrastes  tan  ridículos  presenta  ante  el 


Matanzas  de  Yáñes 
1  pueblo  en  que  la  impostura  y  la  falsedad 

'ensa  queda  constancia  sobre  cierto  rumor 
,  muy  valido  desde  esos  días  entre  et  pueblo, 
cual  un  conciliábulo  de  perversos  setem- 
i(a  sido  buena  paite  en  inflamar,  hasta  mo- 
tes de  la  catástrofe,  el  fanatismo  y  los  ins- 
(ititz.  Pero  no  se'  pensó  en  poner  á  jueces 
;s  sobre  la  pista  del  hecho  denunciado;  hecho 
ludo  ser  inexacto,  pero  que  hasta  hoy  en  día 
1  como  verosímil. 

ra  eso  peligroso  y  tal  vez  era  muy  ventajoso 
á  los  hombres  de!  gobierno,  que  Fernández 
'natin  el  único  fulminado  por  el  anatema. 
os  más  tarde  este  hombre  llevaba  todavía  el 
diosísimo  cargo  de  instigador. 
la  justicia  histórica  exige  que  se  le  oiga  lo 
;a  posible  sobre  el  punto;  exige  que  se  extraí- 
los  elementos  reconstructores  de  la  verdad, 
los  hasta  hoy  día  en  la  cantera  misma  de  los 
^X  proceso  de  la  prensa  es  insuñciente  para 
e  en  tan  subido  grado. 


^H^^^J^I^f««í§§l^»KI§l§«§Wm§m»WI«í^m^íf§f§^ 


CAPÍTULO  IV 


"EL  JUICIO  PUBLICO" 

iseí 

(Continuación) 

¿Escribió  Achá  á  Yáñez? — Ifiraoralidad  política. — Barruntos. — 
Un  documento  de  confianza. — Carta  satisfactoria. — La  grita 
se  vuelve  contra  Achá. — Escena  nocturna  con  el  hijo  de  Yá- 
ñez.— Acusación  ante  el  congreso. — Rechazo.— Desmedida 
reacción. — ¿Es  admisible  la  absoluta  inculpabilidad  política  de 
Achá? — Achá  no  quiso  jamás  pesquisar  las  matanzas. — Peli- 
grosísima  situación  del  presidente. — Cartas  restropectivas. — 
Un  ministro  insignificante  en  un  gobierno  pretoriano. — Doblez 
del  presidente. — Los  traidores.— Un  banquete  en  Potosí  y 
otros  antecedentes.^— Achá  y  Morales  entregando  á  Belzu  al 
universal  oprobio. — Achá  belcista. — Opiniones  de  Fernández. 
— Aberraciones  que  sirven  de  solaz* 

Cuando  la  prensa  denunció  lj|s  cartas  de  Fernández, 
la  segunda  sobre  todo,  tan  reveladora  del  espíritu  y 
conducta  del  ministro,  todos  preguntábanse  natural- 


Matanzas  de  Yáñez 
:  iiY  Achá  ¿también  ha  escrifo  á  Yáñez?  Si  le  ha 
I  ¿cuál  ha  sido  el  tenor  de  esa  carta  del  presí- 

ecir  verdad,  después  del  acuerdo  de  gabinete 
ncionó  la  impunidad  y  ratificó  la  prepotencia  de 

en  el  lugar  mismo  de  su  crimen,  el  punto  es  de 
lísimo  interés  histórico.  Para  lo  que  es  ju^ar 
la  moral  política  del  gobierno  de  Achá  en  aque- 
isión  solemne,  basta  y  sobra  con  que  esté  bien 
icida  la  verdad  de  aquel  acuerdo.  Y  que  por  él 
lazaron  la  remoción  y  el  juzgamiento  inmediatos 

prensa  proponía,  es  un  hecho  notorio  que  no 

hoy  ser  revocado  á  duda. 
'  contenía  ya  aquel  acuerdo  todo  cuanto  podía 
er  la  arrogancia  del  criminal?  Una  carlita  del 
ente  ¿era  necesaria  aun  más? 
)dio  setembrista  se  había  dado  aquella  noche  el 
de  los  dioses  con  la  sangre  donde  hervía  el  odio 
a.  Belcistas  y  setembristas  fueron  los  dos  facto- 
a  persona  de  Achá  se  presentaba  á  trasmano  del 
I.  El  presidente  aparecía  como  si  dijéramos  colo- 
in  la  sombra  que  la  persona  de  Fernández  pro- 
a,  al  ser  bañada  por  el  siniestro  resplandor  de  la 
za  de  La  Paz.  ¡Era  tan  intensa  y  tan  notoria  la 
e  Fernández!  El  interés  del  presidente  estaba  á 
ultas  ruinosas  de  la  contienda  entre  esos  dos 
s,  cada  uno  de  los  cuales  tenía  su  caudillo,  que 
imente  no  era  Achá. 

ra  tal  en  la  sociedad  la  perturbación  del  criterio 
9,  que  con  sólo  no  retirar  de  su  gracia  á  los  em- 


f 


V. El  Juicio  Fúblicow  87 

pleados  belcistas  y  á  los  empleados  setembristas^  logró 
esquivar  esos  días  el  presidente  buena  parte  de  la  odio- 
sa responsabilidad,  desviándola  hacía  la  persona  de 
Fernández.  £1  discernimiento  sobre  la  responsabilidad 
de  todo^  los  miembros  del  gobierno  que  apadrinó  á 
Yáñez,  no  se  presentó  á  los  ánimos  sino  confusamente, 
ó  si  decimos  mancomunado  con  las  inculpaciones  ge- 
nerales contra  uno  sólo  de  esos  miembros,  contra  Fer- 
nández. Por  eso  es  que  el  presidente  pudo  decir  en 
actitud  ecuestre  y. trágica:  n Yáñez  ha  muerto  y  su  ins- 
tigador vive  todavía.  II 

Pero,  según  aparece  de  algunas  insinuaciones  de  la 
prensa,  el  hecho  concreto  y  enteramente  personal,  de 
haber  escrito  el  presidente  al  asesino  como  si  tal  cosa, 
comenzó  á  asomar  su  feo  semblante  algunos  días  des- 
pués en  las  aseveraciones  de  la  oposición  contra  Achá. 

— Carta  presidencial,  decían,  hay  sin  duda  ninguna. 
Achá  ha  visto  ante  todo  en  este  asunto  el  interés  de  su 
ambición  personal,  que  es  mantener  en  la  fidelidad  á 
Yáñez  y  no  suscitar  con  su  silencio  los  temores  ó  re- 
sentimientos de  éste.  Si  los  periódicos  ministeriales 
propalan  las  cartas  de  Fernández  para  más  perder  al 
rebelde  en  el  concepto  público,  omiten  de  seguro  el 
publiciir  la9  de  Achá  para  no  perjudicar,  ante  ese  mis- 
mo concepto,  al  gobernante  que  costea  esos  periódicos. 
'Unas  y  otras  cartas  han  debido  de  estar  en  poder  del 
servidpr  del  gobierno  que  sacó  á  luz  solamente  las  car- 
tas de  Fernández. — 

Menos  impetuoso  é  infinitamente  más  astuto  que  su 
ministro,  el  presidente  ha  dejado,  entre  los  altope- 


88  Matanzas  de  Yáñts 

ruanos  mismos,  fama  de  artista  consumado  ei 
de  fingir.  La  presunción  no  era  por  eso  infundada.  Por 
aquel  entonces  Achá  rayaba  ya  muy  alto  en  su  fama 
de  artero  y  de  hipácrita.  Según  eso,  era  muy  capaz  de 
haber  salido  del  paso  sin  descontentar  á  Yáñez,  escri- 
biéndole una  carta  perfectamente  dorada  y  cabalística 
á  la  vez. 

La  verdad  es  que,  en  esta  especie  de  estilo,  la  boli- 
viana labia  politi(;a  ha  modulado  verdaderos  primores 
del  arte,  muy  superiores,  en  mi  entender,  á  esos  de- 
chados que  nos  maravillan  al  recorrer  los  diez  y  ocho 
volúmenes,  de  Muratori,  que  se  titulan  Ánnali  d'líalia. 
.  No  faltaban  algunos  que  creyesen  que  Achá,  como 
la  pitonisa  de  Delfos  algunas  veces,  había  preferido 
prud en tfsi mámente  callar,  aunque  arrostrando  las  alar- 
mas de  Yáñez. 

En  estas  y  otras  suposiciones  estaban  los  ánimos 
cuando  la  prensa,  esta  formidable  vocinglera,  entregó 
al  publico  el  siguiente  documento: 

i'Señor  Dr.  Dn — La  Paz, y  noviembre  27  de 

1861. — Mi  querido — Como  supongo  que  la 

noticia  de  los  últimos  sucesos  llegue  á  esa  desfigurada, 
te  daré  una  ligera  idea  de  ellos.  Ya  sabes  los  inauditos 
asesinatos  que  ?1  coronel  Yáñez  cometió  el  23  del  pa. 
sado  con  el  general  Córdoba,  etc.— El  pueblo  todo  es- 
peraba impaciente  el  condigno  castigo  de  tan  insigne 
malhechor;  más  cuál  fué  su  indignación  cuando,  ha- 
biendo llegado  á  esta  ciudad  el  general  Avilan— {minis- 
tro déla  guerra) — p-el  zr  de  éste  por  la  tarde,  el  zz  por 
la  mañana  todos  los  presos  restantes  de  la  horrible  ca- 


liiillmiil 


^^El  Juicio  Públicow  8q 

tástrofe  fueron  puestos  en  libertad,  y  Yáñez^  destinado 
á  hacerse  cargo  del  batallón  Tercero  y  brigada  de  artille- 
ña  que  mandaba  el  coronel  Balsa^  quien  debía  quedar 
de  comandante  general  de  esta  plaza,,, — (Firmado).  Je- 
rónimo, n 

Ruperto  Fernández,  defendiéndose  contra  Achá,  fué 
quien  hizo  valer  esta  prueba  sobre  la  alta  confíanza,  que 
el  asesino  del  23  de  octubre  hubo  de  merecer  al  pre- 
sidente de  la  república,  tan  luego  de  conocerse  el  cri- 
men por  dicho  presidente.  Una  rebelión  frustró  la  me- 
dida oficial,  ó  sea  el  cumplimiento  de  la  medida  oficial, 
y  el  hecho  quedó  por  un  momento  desconocido. 

La  siguiente  nota  es  de  Fernández: 

II Entre  varias  cartas  que  existen  sobre  este  hecho 
he  escogido  la  de  don  Jerónimo  Tobar,  porque  sien- 
do empleado  de  la  administración  de  Achá  y  uno  de 
los  protestantes  contra  mí,  merecerá  más  crédito*" 

Ni  el  hecho  aseverado  ni  la  autenticidad  de  esta 
carta  han  sido  contradichos  por  medio  de  la  prensa.  El 
opúsculo  defensivo  de  Achá  guardó  silencio.  El  pro- 
testante Tobar  enmudeció. 

Llegaba  aquí  en  estos  apuntes,  cuando  cansado  de 
buscar  luz  precisa  sobre  este  particular  en  el  cúmulo  de 
periódicos,  sudtos  y  folletos  del  tiempo,  me  encuentro 
casualmente,  entre  los  papeles  salvados  del  incendio 
que  todos  conocen,  con  esta  antigua  nota  marginal  de 
un  escribiente  mío.  uSe  copia  la  carta  de  Achá  á  Yá- 
ñez  después  de  la  matanza. •• 

Carta  existía.  No  he  parado  desde  entonces'  hasta 
no  dar  con  ella.  Hé  aquí  con  sorpresa  esa  carta.  Mu- 


jft^  >. 


^  Mai^nzas  de  Yáñez 

chas  veces  se  me  había  deslizado  de  las  manos,  oculta 
en  el  Cuerpo  de  documentos  de  cierta  publicación 
de  1S65  destinada,  entre  otras ^osas  análogas,  apro- 
bar (quién  lo  creyera!  la  i^robación  que  Achá  no  fué 
dueño  de  dar  p<»:  causa  de  las  intrigas  que  le  ro- 
deaban: 

irSeñor  coronel  Plácida  Yáñez,— -Sucre,  noviem- 
bre 10  de  i86i. — Mi  tan  querido  amigo: — A  fin  de  que 
no  le  falten  mis;  comunicaciones,  .y  entre  usted  en  cui- 
dados, le  dirijo  ésta  dejando  mi  carta  en  el  correo; 
porque,  como  lo  tengo  insinuado,  salgo  mañana  de 
aquí  con  el  deseo  de  darle  pronto  un  abra;sQ, — Me  tie- 
nen sin  vida  en  este  momento  y  mi  cabeza  e§  un  vol- 
cán con  tanta  pretensión,  solicitudes  y  etiquetas. — :En 
Bolivia  la  presidencia  es  un  suplicio. — Adiós»  traigo* — 
Suyo.— ¡/ofi  María  de  Achá,^^ 

Los  que  se  devanaban  los  sesos  barruntando  sobre 
si  Achá  había  escrito  ó  no  á  Yáñez,  ¿qué  pencaron  al 
leer  esta  epístola  cordial  y  solícita?  Aquellos  que  soste* 
nían^  que  la  prudencia  del  magistrado  no  había  podida 
menos  que  dejar  en  inquietud  al  asesino,  no  escribién- 
dole, ¿qué  dijeron  al  ver  que  dicho  magistrado  corría 
á  dar  un  abrazo  á  su  tan  querido  amigo? 

Esos  que  llegaron  á  imaginarse  que  la  habilidad  ora- 
toria dd  presidente  había  sabido  íiltrar,  en  el  ánimo 
del  reo  algún  beleño,  á  fin  de  contentar  al  subalterno 
mas  sin  soltarle  prendas  sobre  la  aprobación  del  supe- 
rior; esos  tales,  ¿qué  confesaron  cuando  vieron  que, 
no  pbstante  que  el  presidente  partía  junto  ó  antes  del 
correo,  escribió  á  Yáñez,  tan  sólo  para  que  ni  por  una 


r 


^^El  Juicio  Públicow  ^        p/ 

sola  vez  falten  á  éste  sus  cartas,  y  á  fin  de  que  no  én* 
tre  por  ello  en  cuidados? 

Achá  tenía  antagonistas  políticos  y  enemigos  perso- 
nales. Una  vez  que  Fernández  cayo  y  quedó  fuera  de 
la  escena,  14  figura  de  Achá  se  destacó  sola  ante  la 
imaginación  popular.  Se  destacó  así  comg  tendiendo 
la  mano  con  gesto  de  inteligencia  al  asesino.  El  pre- 
sidente oyó,  (}e^de  ese  día,  zumbar  á  sus  oídos  el  nom- 
bre de  Yáñez  como  una  sangrienta  acusación. 

Porque  conviene  saber  que  la  grita  de  émulos  y  opo- 
sitores, ante^  que  el  verdadero  clamor  de  la  conciencia 
pública,  ofuscada  por  las  discordias  del  tiempo,  hacía 
sin  descanso  recaer  la  odiosidad  del  crimen  sobre  el 
presidente,  acusándole  de  una  participación  más  ó 
menos  directa,  y  aun  señalándole  al  aborrecimiento 
público  como  á  instigador  encubierto  de  Yáñez. 

Vano  fué  que  la  ausencia  de  ninguna  prueba  con- 
cluyente  y  que  las.  publicaciones  de  la  prensa  gobier- 
nista desmintiesen  la  inculpación.  £1  espíritu  de  par- 
tido es  infatigable  y  no  cejó.  Mantuvo  constantemente 
vivas  las  vacilaciones  de  la  opinión,  derramando  para 
ello  en  la  prensa,  los  clubs  y  la  tribuna  referencias, 
alusiones  y  toda  suerte  de  amaños  insidiosos. 

La  tormenta  iba  condensando  sus  nublados  y  nu- 
barrones. £1  presidente  se  había  limitado  al  principio 
á  responder  provocando  la  investigación  judicial.  Des- 
pués hizo  dar  á  la  prensa  algunos  documentos  que 
conservaba  en  su  poden  Co^a  es  muy  sabida  que  Achá 
Jsabía  tener  calma,  y  que  su  dominio  sobre  los  demá^ 
comeni^ba.  efícacísino^mente  por  el  dominio  de  sí 


"^'i^- 

w^'-- 


p2  Matanzas  de  Yáñez 

mismo.  Jamás  la  prensa  había  dispuesto  allá  de  mayor 
suma  de  libertad.  Nunca  se  ha  desbocado  tanto  para 
decir  lo  que  se  le  antojase  contra  el  jefe  del  estado. 
Los  anales  del  periodismo  en  Bolivia  deben  á  Achá, 
por  su  gran  tolerancia,  un  testimonio  de  simpatía.  Tan- 
ta magnanimidad  acredito  en  el  hombre  un  temple 
superior. 

A  dar  consistencia  á  la  sospecha  vinieron  los  dichos 
del  hijo  de  Yáñez  y  de  Leandro  Fernández.  Según  éstos, 
el  comandante  general  había  procedido  á  los  fusila- 
mientos á  virtud  de  instrucciones  comunicadas  por  el 
gobierno.  Y  aunque  el  hijo  estaba  interesado  ^n  remo- 
ver el  oprobio  que  había  recaído  sobre  su  nombre,  y  el 
seide  Fernández  estaba  manchado  hasta  los  codos  con 
la  sangre  de  los  asesinatos,  se  concibe  fácilmente  que 
sus  asertos,  propalados  en  país  agitadísimo,  suminis- 
trasen ancha  tela  á  la  maledicencia  contra  Achá. 

Tres  años  trascurrieron  de  esta  manera.  No  se  puede 
decir  que  era  ya  brecha  la  que  la  oposición  tenía  abier- 
ta por  este  lado  contra  el  presidente;  pero  sí  que  el 
naneo  era  ocasionado  á  cómodas  cargas  de  caballería 
•ligera  y  disparos  de  guerrilla.  Porque  aquella  áspera 
sonaja,  odiosa  y  sangrienta,  tendía  á  poner  en  ñla  las 
aprehensiones  y  sospechas  hasta  de  los  ánimos  mas  im- 
parciales y  menos  prevenidos. 

'  Hacia  el  mes  de  setiembre  de  1864  era  cosa  valida 
que  papeles  auténticos  existían,  según  los  cuáles  que- 
daba fndemne,  si  cabe,  la  responsabilidad  de  Yáñez  por 
las  matanzas.  Entre  esos  papeles  estaba  la  orden  da- 
da por  el  presidente  para  que,  al  primer  tiro  sedicioiso 


r 


^^El  Juicio  Públicow  jy 

que  en  La  Paz  se  oyera,  procediese  Yáñez  á  fusilar  á 
cuantos  creyese  comprometidos  en  el  conato,  dando 
cuenta  con  lo  obrado.  Esos  papeles  contenían  también 
las  felicitaciones  que  Achá  y  todos  los  que  le  rodeaban 
dirijieran  al  autor  del  23  de  octubre.  Le  daban  las  gra- 
cias por  haber  en  tal  coyuntura  salvado  al  país  de  una 
horrenda  catástrofe. 

Por  fín  el  asunto  fué  llevado  á  la  asamblea  legislati- 
va, reunida  por  aquel  entonces  en  Cochabamba.  Acu- 
sado el  presidente  ante  este  cuerpo  por  infracciones 
de  la  constitución,  uno  de  los  cargos  formulados  contra 
la  persona  del  mandatario,  fué  el  de  haber  tenido  parte 
en  los  sucesos  del  23  de  octubre. 
-  En  términos  más  concretos  se  decía,  que  no  había 
sido  extraño  á  la  preparación  de  esos  sucesos,  á  los 
cuales,  segün  se  agregaba,  había  más  tarde  otorgado 
amplio  asentimiento. 

Era  jefe  de  la  oposición  parlamentaria  Adolfo  Balli- 
vián,  conocido  en  Bolivia  por  su  callar  benóvolo  y  cuya 
moralidad  publica  infundía,  con  su  rigidez,  respeto  aun 
á  sus  mismos  adversarios.  La  expectación  era  muy  gran- 
de, así  por  esta  circuntancia,  como  porque  era  creencia 
aceptada  que  él  estaba  en  posesión  de  esos  terribles 
do<ítHnentoá.  Parecía  confirmar  esta  creencia  el  hecho 
de  haber  ido  recientemente  á  La  Paz,  y  vuelto  con  ce- 
leridad, Darío  Yáñez.  Este  aseguraba  que  había  traído 
consigo  á  Cochabamba  los  papeles  de  su  padre. 

¿Qué  había  de  positivo  en  todo  esto? 

La  verdad  es  que  hubo  momento  en  que  la  oposi- 
ción creyó,  que   había  sonado  la  hora  de  descargar 


jV  Matanzas  de  YdHe» 

sobre  Achá  un  golpe  postrero  y  mortal.  Darío  Ytícf 
acababa  de  ofrecer  á  Ballivián  la  famosa  orden  origi- 
nal. Habiendo  éste  creído  en  tal  ofrecimiento,  dití  tre- 
gua al  debate  contra  el  gobierno^  en  tanto  se  recobraba 
él  gran  documento  de  manos  de  Ramdn  Estruch,  eit 
cuyo  poder  estaba  depositado,  segiln  decía  Yáñef, 

En  realidad  de  verdad  tal  documento  no  existía. 
Pen^  Como  dice  un  memorialista  coetáneo,  sea  depra- 
vaciiín  mora!,  sea  un  deseo  extraviado  de  lavar  la  me- 
moria paterna  de  aquella  mancha  de  sangre,  el  hecho 
es  que  el  joven  concibió  el  proyecto  de  borrar  un  cri- 
men con  otro  crimen:  determinó  falsificar  una  orden  de 
fusilamiento.  Contaba  para  ello  con  obtener  el  auxilio 
de  su  amigo  y  protector  Estruch,  excelente  calígrafo  y 
dibujante. 

Reconvenido  éste  para  qué  restituyera  tos  documen- 
tos depositados,  entregó  algunas  cartas;  mas  no  la  que 
los  opositores  reclamaban  con  vehemencia.  Con  respec- 
to á  ella  rechazd  como  falso  el  aserto  de  Daifo  Yáñez, 
sobre  que  éste  se  la  había  dejado  á  guardar.  Para  con- 
vencer de  ello  á  Ballivián  y  á  sus  amigos,  se  dispuso 
que  dos  de  éstos,  ocultos  en  un  aposento  contiguo  á  la 
habitación  ^en  que  habían  de  tener  una  entrevista  Da- 
río Yáñez  y  Ramón  Estruch,  escuchasen  y  juzgasen. 

De  noche  y  á  la  hora  convenida,  Néstor  Gatindo  y 
Genaro  Palazuelos,  jóvenes  honorables  y  fidedignos,- 
se  constituyeron  en  una  pieza  oscura  que  comunicaba 
por  una  puerta  con  la  habitación  donde  Estruch  aguar- 
daba al  hijo  de  Plácido  Yáñez.  El  joven  entró.  Escu- 
chemos, acerca  de  lo  que  pasó,  la  declaración  judicial- 


wEl  Juicio  Públicow  Q¡ 

dé  Palazuelos,  que,  conteste  con  la  de  Estrüch  y  conf 
la  de  Galindo,  es  no  obstante  la  más  concreta  al  res- 
pecto de  lo  que  nos  interesa.  Dice  así: 

irY  después  de  las  salutaciones,  le  dirigió  la  palabra 
él  señor  Estruch,  haciéndole  cargos  sobre  cómo  quería 
comprometer  su  reputación,  asegurando  á  todos  haber 
depositado  en  su  poder  los  anteriormente  referidos  do- 
cumentos, siendo  así  que  ni  los  había  visto.  A  lo  que 
contestó  Yáñez  diciendo:  que  en  manera  alguna  trata- 
ba  de  hacerle  quedar  mal,  puesto  que  en  ültinío  resul- 
tado estaba  dispuesto  á  decir  la  verdad;  con  tal  propó-- 
sito  aun  estaba  redactando  una  carta  en  ese  mismo  día. 
Qu6  poco  más  ó  menos,  y  en  este  mismo  setitido,  se 
siguieron  otras  varias  explicaciones,  que  dieron  el  re-» 
sultado  de  hacer  conocer  que  las  repetidas  cartas  ja^ 
más  fueron  puestas  en  manos  ^t  Estruch. 

iiEn  este  estado,  tomó  el  señor  Estruch  la  luz  qué 
había  en  su  habitación  y  pasó,  seguido  de  Yáfiez,  á  la 
en  que  estábamos  nosotros,  y  nos  dijo:  que  si  estaba- 
inos  satisfechos  de  no  ser  éí  depositario  de  papel  algu-. 
no,  así  como  dé  la  impostura  de  Yáñez.  Quien  á  su 
vez,  y  dirigiéndose  á  nosotros,  ños  dijo:  que  puesto  qo€ 
el  señor  Estruch  'había  querido  vindicarse,  él  también 
lo  quería;  y  dedaraba,  en  ese  momento,  que  si  ofreció 
las  tantas  veces  repetidas  cartas,  fué  porque  don  Ra- 
món Estruch  le  había  ofrecido  falsificar  litiá  carta, 
en  el  sentido  de  vindicar  la  memoria  de  su  padre  en 
tuanto  á  los  acontecimientos  del  23  de  octubre. 

iiAl  oír  esto,  don  Ramón  Estruch  se  alteró  en  tér- 
minos que  levantó  demasiado  la  vo7,  y  negó  hacién- 


Ir 


p(5  Matanzas  de  Yáñez 

^ole  el  siguiente  razonamiento:  Que  no  estando  i 
personalmente  interesado  en  vindicar  la  memoria  de 
finado  coronel  Yáñez,  ¿cómo  podía  suponerse  que  s< 
prestara  á  hacer  recaer  ia  responsabilidad  de  los  gra 
yísimos  hechos  del  23  de  octubre,  sobre  otras  persona 
cuya  culpabilidad  no  le  constaba  á  él  en  manera  algu 
na?  En  contestación  á  esto,  replicó  Yáñez:  que  el  hechi 
de  la  falsiñcación  no  importaba  una  calumnia,  puesti 
que  habían  existido  cartas  que  vindicaban  la  memori. 
de  su  padre,  y  que  las  había  tomado  en  La  Paz  doi 
Julio  Méndez. 

"En  este  estado  y  satisfecl)o  el  principal  objeto,  qu 
consistía  en  comprobar  la  no  existencia  de  tales  carta: 
cortamos  la  disputa, don  Néstor  GaÜndo  y  yo,  recor 
viniendo  á  Yáñez,  con  una  dureza  que  sólo  podría  dii 
culpar  la  situación,  sobre  el  perverso  papel  que  habí 
jugado  engañando  á  unos  y  á  otros,  para  hacer  cref 
en  la  existencia  de  los  papeles  ya  mencionados,  y  sobr 
el  más  que  infame  papel  que  había  querido  hacer  u 
presentar  á  otros  individuos,  con  documentos  falsos 
sobre  hechos  de  la  m^  alta  y  grave  responsabÍIÍda( 
Cortada  así  la  disputa  y  cuasi  botado  Yáñez  de  la  cas: 
nos  salimos  después  de  él.-.n 

Habiendo  después  de  esto  comparecido  Darío  Y; 
fiez  á  la  presencia  judicial,  negó  bajo  juramento  que  I 
anterior  conferencia  hubiese  tenido  lugar,  negó  qu 
había  hablado  con  Estruch  lo  que  ya  sabemos,  neg 
que  hubiese  allí  visto  á  Galindo  y  á  Palazuelos,  y  neg 
que  éstos  le  hubiesen  hecho  reconvención  alguna. 

En  una  de  las  cartas  originales  exhibidas,  anterior 


wElJidcio  Páblicow  gj 

las  matanzas,  el  presidente  decía  al  comandante  gene- 
ral Yáñez: 

iiHa  hecho  usted  bien  de  mandar  á  Darío  á  Lima, 
pues  mi  deseo  es  también  que  se  forme  ese  joven;  yo 
lo  recomendaré  al  señor  Bustamente.ii 

No  fué  á  Lima.  Ahora  ya  le  tenemos  perfectamente 
bien  forms^do,  sin  necesidad  de  haber  ido  á  Lima. 
Tres  año$  en  su  propio  país  han  sido  para  ello  sufi- 
cientes á  su  tierna  juventud. 

Impuesto  el  presidente  de  lo  ocurrido,  mandó  le- 
vantar acerca  de  aquella  maraña  y  su  desenredo  una 
sumaria  información,  que,  leída  al  día  siguiente  en  la 
asamblea,  produjo  enojo  improbatorio  en  todos  los 
bancos,  y  un  sentimiento  muy  vivo  en  favor  de  la  ino- 
cencia de  Achá. 

Bajo  esta  doble  impresión,  fué  votado  el  mismo  día 
el  proyecto  de  censura  contra  el  poder  ejecutivo,  pro- 
yecto que  había  propuesto  la  comisión  de  constitución 
y  policía  judicial,  y  que  venía  discutiéndose  con  calor 
desde  cuatro  días  atrás.  En  la  noche  del  i8  de  octu- 
bre de  1S64,  fué  rechazado  en  todos  sus  puntos,  in- 
cluso entre  ellos  el  cargo  relativo  á  las  matanzas. 

Allá  donde  la  presión  atmosférica  está  sobrecargada 
de  recriminaciones  mutuas  y  de  pomün  exacerbamiento, 
es  visto  que  nó  pueden  funcionar  las  balanzas  de  pre- 
cúsión  equitativa,  con  cuyo  auxilio  debiera  distribuirse 
siempre  la  justicia.  Sucedió  que,  á  partir  de  este  ins- 
tante, la  reacción  en  favor  de  Achá,  sobre  el  asunto 
del  23  de. octubre  no  tuvo  ya  límites  en  Solivia  y  aun 
fuera  de  BoKvia  hasta  el  presente  día.  £1  discemi- 

7 


p'á"  Matanzas  de  Yáñez 

miento  en  busca  del  justo  medio  no  apr 
ció,  después  de  entonces,  diferencias  d 
libras,  ni  de  arrobas.  Quintales  habían  í 
el  platillo  del  cargo,  y  se  arrojaron  tonel 
descargo.  Brazo  y  fiel  de  la  balanza  st 
violencia,  y  ya  no  hubo  escala  marcadoi 
grados  posibles, 

Y  tanto  fué  y  ha  sido,  que  años  atráí 
persuasivo  historiador  extranjero,  impre: 
brillo  del  voto  parlamentario  que  se  acá 
ha  ceñido  también  á  su  turno  al  presíd 
la  candida  túnica  de  la  inocencia  radi< 
cho,  entonces,  que  las  gacetas  del  tien 
por  la  ventolera  de  una  reacción  repara< 
procIamadOfá  toda  fuerza  la  ninguna  r 
del  presidente?  ¿Qué  mucho,  que  plu 
magistrado  que  ya  pasó  á  inejor  vida, 
punto  de  Yáñez  y  el  23  de  octubre,  se  f 
rosas  en  tejer  á  la  memoria  de  Achá 
azucenas  y  azahares? 

Por  eso  ahora,  á  mi  vez,  invocando 
moría  aun  no  desagraviada  de  las  víci 
que  no  se  trata  sino  de  un  fallo  de  verd 
cidn  política  é  histórica,  opongo  categó 
restricción  al  alcance  que,  á  aquella  vi 
querido  dar  los  autores  de  los  folletos  i 
la  Biblioteca  Boliviana,  y  el  autor  del  ir 
dio  histórico  sobre  la  administración  de 

Porque,  ciertamente,  una  cosa  es  z 
histórico  no  salir  uno  manchado  materí 


wEl  Juicio  Públicow  pp 

propia  sangre  de  las  víctimas,  y  otra  cosa  es  tiznarse 
rostro  y  manos  con  la  cordial  intimidad  del  empolvo- 
rinado  y  todavía  humeante  asesino;  asesino  y  asesinos 
que  estamos  obligados  nosotros  mismos  á  poner  en  las 
garras  de  la  justicia.  Pero  si  hay  diferencias  entre  es- 
tas cosas,  la  hay  mucho  más  todavía  entre  una  abso- 
luta inculpabilidad  en  los  sucesos  del  23  de  octubre,  y 
el  hecho  de  no  haber  ni  tan  siquiera  improbado  Achá, 
como  mandatario,  el  proceder  del  perpetrador,  con  el 
mérito  solo  del  aviso  de  octubre  24. 

uAsí  tuvo  lugar,  dice  el  historiador  Sotomayor  Val- 
dés,  la  segunda  información  sobre  las  matanzas  del  23 
de  octubre  de  1861,  información  que  acabó  de  excla- 
recer la  absoluta  inculpabilidad  del  general  Achá  con 
respecto  á  aquellos  sucesos,  n 

¡Absoluta  inculpalidad! 

Es  lo  cierto  que  durante  la  administración  de  Achá, 
ni  después,  se  ha  mandado  levantar  especial  informa- 
ción indagatoria  sobre  la  verdad  de  lo  ocurrido  en 
aquella  tremenda  noche.  Mucho  menos  se  organizó 
en  aquel  entonces  un  proceso  para  un  solemne  juicio 
plenario.  En  otro  capítulo  se  verá  la  suerte  de  no  sé 
qué  causas  militares  ó  procesos  comunes,  con  que  se 
entretuvo  á  la  opinión  y  que  quadaron  en  nada.  Eran 
contra  los  subalternos  asesinos  Cárdenas  y  Aparicio. 

La  información  sumaria  de  1861  y  la  de  1864  á  que 
se  refiere  el  párrafo  citado,  y  que  juntas  constan  de 
unas  cuantas  fojas,  se  contrajeron  pura  y  exclusiva- 
mente á  dejar  establecido  este  hecho:  es  jactanciosa 
cuanto  falsa  la  añrmación  de  que  existían  documentos 


L 


Matanzas  ie  Ydfiet 
ditaban  que  el  actual  pTCsídente  de  ta  reptj- 
ié  María  de  Achá,  había  dado  orden  escrita 

se  ejecutasen  Iqe  fusilamientos, 
imien^o  he  dicho?  En  1861,  dos  meses  des- 
iecretarío  general  de  Estado  ya  los  calificaba 
latos.  ¡'Leandro  Fernández,  decía  él  con  fecha 
:iembre,  ha  esparcido  la  voz  de  que  éste  (Yá- 
letití  los  asesinatos  del  23  de  octubre,  en  La 
mandato  del  jefe  supremo  del  estado.ri 
londe  mejor  se  ve  que  el  presidente  consideró 
el  13  de  octubre,  ?s  en  su  orden  general  de 
iembre  de  1861.  Una  vez  trasladado  á  La 
ercioró  por  sí  mismo  de  la  verdad  sobre  lo  ocu- 

noche.  Dice  el  artículo  3.'  de  esa  orden  ge- 

bién  son  borrados  de  la  lista  militar,  por  haber 
ido  en  los  asesinatos  perpetrados  en  la  noche 
e  octubre  ultimo,  el  coronel  Pedro  Cueto,  el 
coronel  graduado  Santos  Cárdenas,  el  sargento 
)emetrio  Urdininea  y  e!  capitán  Antonio  Gu- 

mente,  á  Achá  no  se  le  probó  que  él  hubiese 
.  inaudita  insensatez  de  ordenar,  bajo  su  firma, 
is  á  granel  con  la  fuerza  pdblica.  Lejos  de  eso, 
Kido  que  quien  ta!  sostuvo  es  un  impostor  y 
ro.  Pero  también,  por  otro  lado,  es  cosa  ave- 
que  el  presidente  Achá  no  requirió  jamás  á 
:aiuras,  hasta  obtener  como  debía  el  exclare- 
I  de  aquel  crimen  horrendo,  y  el  castigo  de  los 
cometieron  á  título  de  inmediatos  delegados 


wEl  Juicio  Públicow  lóí 

suyos  aquella  noche.  Lejos  de  eso,  confirmó  su  amis- 
tad cordial  al  asesino  principal,  estorbó  su  juzgamiento 
é  intentó  revestirlo  con  mayor  fuerza  bruta  en  el  tea 
tro  de  su  brutal  atentado. 

Así  es  que,  de  aquella  inculpabilidad  relativa  á  la 
absoluta  inculpabilidad  del  general  Achá  con  respecto 
á  aquellos  sucesos,  hay  una  enorme  distancia.  Dentro 
de  esa  distancia  cabe  una  discreta  reserva  jurídica. 
La  conducta  subsiguiente  de  aquel  magistrado  bien 
equivale  á  un  positivo  am()aro  del  reo.  Su  conducta 
anterior  no  le  abona:  él  había  colocado  y  mantenido 
adrede  á  Yáñez  en  La  Paz,  Lo  equitativo  sería  que  el 
tribunal  de  la  historia  absolviese  á  Achá  de  la  instan- 
cia, mas  no  de  la  acusación. 

Tres  son  las  pirámides  expiatorias  con  que  deudos  y 
amigos  han  intentado,  dentro  de  la  enorme  distancia 
ya  señalada,  exornar  el  túmulo  de  José  María  de  Achá. 
Uno  de  los  folletistas  citados  deriva  de  todos  estos 
antecedentes  las  conclusiones  verticales  que  siguen: 

I.®  1 1  Que  los  asesinatos  de  la  noche  del  23  de  octu- 
bre fueron  la  obra  exclusiva  del  coronel  Yáñez; 

2.*  »»Que  si  algún  cómplice  hubo  en  ellos,  pertene- 
ciente al  gabinete,  ese  cómplice  no  fué  sin  duda  el  ge- 
neral Achá;  y 

3.®  iiQue  el  general  Achá  nunca  dio  una  amplia 
aprobación  á  esa  hecatombe  sangrienta,  y  que,  si  no  la 
condenó  y  castigó  como  correspondía,  fué  porque 
su  autoridad  en  aquella  época  se  hallaba  encadenada 
por  las  redes  de  la  intriga,  como  lo  revelará  algún  día 
la  historia,  ti 


102  Matanzas  de  Ydñez 

Esta  ültiroa  excepción,  fundada  en  k 
intriga,  debe  de  referirse  necesariamenl 
inmediatos  y  posteriores  á  las  matanzas. 

Está  fuera  de  toda  duda  que  Achá  rot 
intriga  venciendo,  en  la  primera  mitad  í 
la  rebelión  setembrista  de  su  ministro 
asimismo,  es  notorio  que  tornó  á  rompe 
gas  venciendo,  en  pocos  días,  la  rebelit 
marzo  inmediato.  Ni  después  de  la  pri 
pues  de  la  segunda  victoria,  su  autoridad 
y  libre  de  intrigas,  se  ocupó  en  exclarece 
sangrienta  hecatombe  de  octubre  23. 

¿Hasta  cuándo  se  pretendía  que  dicha 
guiera  rompiendo  redes  de  intrigas,  para 
que  ya  no  se  sentía  encadenada?  De  sob: 
para  bien  establecer  la  sanción  de  la  vim 
con  tres  años  subsiguientes  de  mando. 

¿Qué  hay  de  efectivo  tocante  á  la  re 
¿Hay  huellas  de  este  hecho  en  los  anal 
sa?  ¿Hé  aquí  un  punto  interesante  qut 
lógicamente  hacia  los  días  de  las  mata 
bre  23  de  1861,  de  donde  nos  habfamo: 
tanto. 

Porque  es  menester,  á  fin  de  abarcar 
todos  sus  lados,  figurarse  una  idea  cabal  1 
del  presidente,  situado  entre  pretoriano! 
cia,  como  eran  los  cuerpos  armados,  y 
del  gobierno  que  sobre  esta  base  conspii 
■  presidente.  Es  menester  figurárselo  sin  a 
autoridad  en  ninguna  de  esas  prestacioní 


r-f-  x^ 


wEl  Juicio  Públicow  loj 

>  • 

requeridas  á  los  ciudadanos  por  todo  régimen  cons- 
titucional, y  figurárselo  sin  apoyo  en  la  moral  deprava- 
da del  tiempo,  que  excusaba  por  costumbre  la  traición 
militar  y  la  traición  política.  , 

Trabajos  históricos  han  aclarado  este  punto.  Por 
ellos  se  ha  visto  que  encontró  sus  armas  el  presidente 
en  el  disimulo  y  la  simulación,  manejadas  con  sere- 
nidad y  maestría  inauditas.  Pero  estas  dilucidaciones 
han  sido  posteriores,  y  aquí  tratamos  ante  todo  de  con- 
servar al  semblante  de  la  prensa  su.  frescura  nativa,  y 
á  su  testimonio  el  timbre  peculiar  de  aquello  que  sue- 
na actuando  por  sí  mismo  en  los  sucesos. 

He  tenido  la  costumbre  de  conservar,  como  otros 
tantos  jirones  de  la  realidad  coetánea,  las  cartas  remi- 
sivas de  los  papeles  públicos  de  Bolivia.  Sus  informes 
é  impresiones  ilustran,  á  las  veces,  cuando  uno  quiere 
explicarse  la  razón  del  mentir,  ó  del  callar  de  la  prensa. 

Dos  que  voy  á  trascribir  aquí  no  me  fueron  dirigi- 
das á  mí,  sino  á  mi  amigo  el  comerciante  argentino 
Napoleón  Pero,  residente  entonces  y  hoy  en  Valpa- 
raíso. Él  me  las  remitió  en  copia  al  remitirme  del  puer- 
to mis  paquetes  de  impresos  por  noviembre  y  diciem- 
bre de  1 86 1.  Las  matanzas  se  supieron  por  el  gobierno 
el  28  de  octubre.  Son  procedentes  dichas  cartas  de 
jefes  mercantiles  de  casas  extranjeras  muy  respetables 
de  Bolivia. 

Dice  la  primera,  llegada  en  el  primer  vapor  de  no- 
viembre y  es  de  Sucre: 

"El  gobierno  está  muy  dividido;  los  únicos  amigos 
entre,  sí  son  Achá  y  Bustillo.  Salinas  es  un    ente  ente- 


I 


Matanimáe  Yáñet 
;  insignificante,  y  Fernández  es  quien  lo  hace 
o  sabe  Achá  cómo  de5pren<lerse  de  Fernán- 
>res  y  Balsa.  Al  salir  de  Potosí  et  gobierno  pa> 
£,  el  general  Achá  mandó  un  extraordinario  al 
[ante  general  de  Oruro  para  que,  descuidando 
,  ilesarme  el  batallón  que  éste  manda.  Fernán' 
supo  en  el  Baño  (cuatro  leguas  de  Potosí),  y 
otro  á  Balsa  para  tjue  tenga  cuidado.  El  lilti- 
;<S  primen?,  y  por  consiguiente  los  proyectos 

quedaron  frustrados  y  el  ministro  triunfante.  En 
\.  E.  reunió  á  todos  los  jefes  y  oñciales  sueltos 
aza  y  á  otros  adictos  á  él,  para  que  tomasen  el 
cuando  Flores  hiciera  salir  su  batallón.n — (En 
el  quedan  todos  los  pertrechos  y  tas  dotaciones 
iulas,  cuando  sale  el  cuerpo  á  lavar.)— ^Supo 
ores,  y  desde  entonces  deja  todos  los  días,'  en 
lo  de  guardia,  cien  hombres  con  bala  dispuesta 
s  salen  los  otros.  Se  habla  mucho  de  un  nuevo 
le  Estado.  £1  partido  de  Linares  se  ha  pegado 
ndez,  el  de  Belzu  á  Bustillo.ii 

años  más  tarde  este  último,  Bustillo,  me  con- 
jul  en  Santiago  estos  hechos  entre  muchos  del 
mo  boliviano.  Entró  en  desenvolvimientos  que 
n  las  sinuosidades  de  la  prensa,  penetrando 
ominios  de  la  historia  propiamente  dicha.  Bas- 
itras  tanto,  con  la  anterior  fotógrafo  de  aquel 
)  pretoriano,  de  pura  estirpe  bizantina  d  me- 
aliana. 

lificativo  de  >iente  enteramente  insigniScante» 
ie  deba  aplicar  en  rigor  de  verdad  i.  Manuel  Ma- 


wElJtddo  Publico^  ios 

eedonío  Salinas.  Reñexione  el  lector,  que  allá  donde  un 
ministro  previene  con  otros  más  veloces  los  correos  se- 
cretos del  primer  magistrado,  y  donde  éste  fragua  mo- 
tines de  cuartel  para  subvenir  al  mantenimiento  del 
orden  legal,  lord  Chatham  y  Cavour,  con  toda  su  cien- 
cia de  gobernación  reformista  y  regeneradora,  pasarían 
también  dentro  de  su  gabinete  por  entes  enteramente 
insignificantes. 

£n  la  segunda  carta  tenemos  ya  que  Balsa,  preveni- 
do á  tiempo  por  el  ministro,  se  ha  largado  de  cuenta 
propia  á  La  Paz,  se  ha  sublevado  contra  el  presidente, 
y  no  ha  podido  proclamar  al  ministro  por  causa  de  la 
ira  popular,  que  aprovechó  del  desorden  para  ejecutar 
á  Yáñez,  á  quien  suponía  instigado  al  crimen  del  23  por 
el  ministro.  Es  escrita  el  24  de  noviembre,  en  La  Paz, 
al  día  siguiente  de  la  ejecución,  hecho  que  ha  dejado 
paralizado  á  Balsa  dentro  de  su  mismo  triunfo.  Dice  así: 

»íMuy  señor  mío:  Para  lo  que  pueda  convenir,  ó 
bien  para  que  sepa  usted  la  verdad  de  todos  los  suce. 
sos,  me  tomo  la  franqueza  de  relatárselos. 

"Con  fecha  4  del  corriente  nos  escriben  de  Sucre 
Achá  y  el  ministro  Fernández.  Asegura  el  primero, 
que  por  los  acontecimientos  del  30  ide  setiembre  y  23 
de  octubre  últimos,  se  veía  obligado  á  abandonar  su 
política  de  fusión,  para  no  aceptar  más  cooperación 
que  k  de  setembristas,  cuyo  caudillo  no  podía  ser  otro 
que  él.  £1  señor  Fernández  nos  dice  con  la  misma  fe- 
día,  que  todo  estaba  arreglado  con  el  general  Achá, 
quien  había  convenido  en  un  cambio  de  gabinete,  por 
lo  que  Bustillo  debía  dejar  la  cartera,  etc.^  eCc. 


io6  Matanzas  de  Yáñez 

"Y  ¡quién  creyera  que  este  hombre  engañaba 
ñor  Fernández  y  á  todos  sus  amigos!  Pues,  en  Pt 
(medio  camino  entre  Sucre  y  Oruro)  hace  reconi 
Melgarejo  por  primer  jefe  del  batallón  Primero, 
vechando  de  que  el  coronel  Flores  quedó  en 
para  venirse  con  Fernández.  El  i6,  al  mismo  tii 
retira  del  cuerpo  dos  capitanes  y  á  cuantos  erai 
gos  de  don  Ruperto  y  de  Flores.  También  nía 
general  Ávila  con  instrucciones  para  que  aquí 
igualmente  en  Húsares,  y  para  que  desarme  el  bí 
Tercero  del  coronel  Balsa.  En  fin,  á  dejar  á  Fi 
dez  fuera  de  todos  sus  amigos. 

"El  22  se  sospecha  aquí  algo  de  todo  lo  refei 
en  esa  noche  se  descubre  que  al  día  siguienti 
desarmado  y  disuelto  el  batallón  de  Balsa,  qui 
mediatamente  pone  el  hecho  en  conocimiento 
demás  jefes,  oficiales  y  tropa;  y  todos  unánimes  i 
ven  batir  al  batallón  Segundo  y  á  la  Columna  W 
pal  {con  los  cuales  iban  á  disolverlos),  y  á  las  ■ 
y  media  de  la  mañana  de  ayer  (un  raes  después 
fusilamientos  de  Yáñez),  se  lanzaron  sobre  la  Col 
la  que  tomaron  sin  resistencia,  é  inmediatamei 
bre  el  batallón  Segundo  que  mandaba  el  corone 
tés.  Han  peleado  ambos  cuerpos  en  la  calle  á  q 
ropa,  y  los  muertos  pasan  de  ciento  y  en  proporc 
heridos.  En  el  combate,  que  ha  sido  muy  sang 
ha  muerto  el  coronel  Cortés  y  otros  muchos  oi 
de  ambos  cuerpos.    El  coronel  Balsa,  herido  c 

a  vivado  á  nadie 


>■  .■  » 


^^El  Juicio  Públicow  loj 

i 'El  coronel  Yáñez  estriba  en  el  palacio  con  cuaren- 
ta hombres,  y  no  quiso  rendirse  después  de  la  toma 
del  Segundo.  El  resultado  ha  sido  que  á  viva  fuerza 
abrieron  la  puerta;  y  la  cholada,  que  se  había  plegado 
á  Balsa,  totnó  á  Yáñez  y  lo  hicieron  pedazos  y  arras- 
traron por  la  plaza,  cometiendo  mil  barbaridades  con 
el  cadáver,  lo  mismo  que  con  el'  de  un  comisario  de 
policía. 

"Nada  sabemos  del  interior  con  certeza,  ni  menos 
de  don  Ruperto;  pero  de  seguro  que  el  22  debían  ha- 
cer en  Sucre  y  Potosí  un  pronunciamiento  contra  el 
general  Achá,  por  cuanto  éste  traicionaba  al  ministro 
Fernández. 

»»De  todo  lo  referido,  y  según  se  ve  hasta  este  mo- 
mento, tendremos  otro  combate  en  ésta  dentro  de  seis 
días,  entre  el  general  Achá,  que  vendrá  de  Oruro,  y 
los  de  acá,  que  no  aflojan.  Ávila  fugó  ayer,  como  á  las 
siete  de  la  mañana,  para  Oruro. 

»»No  tengo  más  tiempo  y  me  repito,  etc.,  etc.»' 

Nicanor  Flores,  en  el  folleto  2436  de  mi  catálogo 
impreso,  folleto  que  con  sus  documentos  es  casi  una 
autobiografía,  declara  sobre  la  situación  del  presidente 
en  Sucre: 

»»Si  no  hubiese  sido  hombre  de  honor  y  caballero, 
no  estaría  hoy  el  general  Achá  mandando  en  Bolivia; 
y  no  porque  yo  le  hubiese  dado  avisos  de  lo  que  se 
tramaba  contra  él,  como  pérfidamente  ha  tratado  de 
hacerlo  creer  alguno,  sino  simplemente  porque  me  ne- 
gué á  poner  en  prisión  al  magistrado  indefenso,  que 
me  había  confiado  la  guardia  de  su  persona." 


io8  Matanzas  áe  yáÜte 

■  En  una  carta  que  viá  esos  días  la  luz  en  el  mime- 
ro  6  de  Zd  Causa  de  Setiembre  de  Sucre,  decía  Flores 
en  noviembre  i6  á  Achá. 

■lAcabemos,  mi  general.  Quédese  usted  con  el  triunfo 
de  haberme  engañado  como  i  un  niño.  Por  mi  parte, 
quiero  llenar  mi  último  deber  declarando  francamente 
lo  que  usted  no  ha  querido  expresar  sino  con  el  hecho: 
Quedan  rotos  todos  y  cada  uno  de  los  compromisos 
que  con  usted  tuve.i' 

Poco  antes  acababa  de  recordarle  que  el  i6  de  ene- 
ro, subsiguiente  día  del  golpe  de  Esladoi  ambos  preto- 
rianos  se  habfan  jurado  recíprocamente  buena  fe  y  leal- 
tad hasta  la  muerte. 

La  prensa  había  dejado  columbrar  la  hondura  de  la 
discordia,  cuya  esencia  deletérea  corroía  ya  las  entra- 
fias  mismas  del  gobierno,  preparando  el  estallido  de 
disturbios  sangrientos.  El  día  de  la  llegada  del  gobier- 
no á  Potosí,  el  4  de  octubre,  si  no  me  equivoco,  tuvo 
lugar  un  banquete  oficial  en  el  palacio  de  la  ciudad. 
Hé  aquí  la  versidn  que  de  los  brindis  principales  di^ 
El  Teligra/o  del  32  de  octubre  en  La  Paz. 

Esta  versidn  no  fué  rectificada  sino  en  cierto  pasaje 
referente  á  Bustíllo. 

El  señor  Fernández, — i'El  momento  es  precioso  y  la 
actualidad  me  exige  revelar  una  verdad  que  debió  per- 
manecer oculta.  Sepa  el  mundo  entero  que  si  me  com- 
prometí á  dar  el  golpe  de  Estado,  como  lo  hice,  en  el 
término  de  veinticuatro  horas,  fué  con  la  condición  de 
hacer  flamear  incólume  la  bandera  de  Setiembre  para 
sostener  esa  causa,  esa  causa  santa,  esa  causa  de  Dios. 


nEl  Juicio  Público^  lop 

Digo  de  Dios,  señores,  porque  lo  es  de  la  humanidad, 
y  todo  lo  que  es  de  la  humanidad  es  divino.  Sean 
caprichos  ó  absurdos,  si  vienisn  del  pueblo,  debemos 
respetarlos,  y  si  sublimes,  exaltarlos...  admirarlos.  Se- 
ñores: yo  brindo  porque  fui  el  autor  de  ese  golpe  de 
Estado  que  debía  dar  nueva  vida  á  la  gran  revolución 
de  Setiembre,  y  no  el  traidor,  como  se  ha  querido  ca- 
lificarme. 

•>¿Yo  traidor  al  señor  Linares?  No  lo  he  sido,  seño- 
res. £1  señor  Linares  no  quería  comprender  su  difícil 

« 

situación,  y  hubo  necesidad  de  que  llegara  el  tristísimo 
momento  de  obrar,  como  obré,  posponiendo  las  afec- 
ciones que  me  ligaban  á  ese  hombre,  á  quien  debemos 
gratitud  y  respeto,  á  la  patria.  Este  es  el  hecho.  Si  el 
general  Achá  obra  contra  los  principios  de  setiembre, 
se  verá  abandonado  de  todos  los  amigos  que  le  rodean, 
del  ejército,  que  es  el  vigía  de  setiembre,  y...  se  verá 
obligado  á  descender  del  mando  con  ignominia,  etc., 
etc.»  (¡Bravo!  ¡Bravo I) 

El  señor  Busiülo, — í»Seis  meses  antes  de  que  dejara 
el  mando  el  general  Belzu,  me  retiré  de  su  servicio,  y 
desde  entonces  no  conservo  con  él  relación  alguna; 
quiero,  pues,  poner  un  sello  en  mis  labios  para  no  to- 
car materias  que  exaltarían...  Ó  bien,  señores,  yo  brin- 
do, no  por  la  causa  de  setiembre,  sino  por  la  causa  de 
la  nación...  de  la  humanidad... •>  (SensaaónJ. 

El  señor  Morales ^  el  doctor  Fernández  y  el  señor  La 
Riva  le  interrumpen  y  le  interpelan. 

«No  quise,  á  propósito,  tocar  semejante  materia... 
pero  sépalo  también  el  publico  que  me  honro  de  haber 


IZO  Matanzas  de  Ydtlez 

sido  ministro  de  Belzu,  como  otro  díí 
haberlo  sido  del  ilustre  general  Achá. 
les  me  ha  injuriado,  asegurando  que  y 
á  S.  E.  el  ilustre  presidente:  protesto 
to.  (Sonrisas,  murmullos  y  toses).  ^^ 
mal  al  homtu'e  que  más  idolatro?  Cu 
BelKU  le  serví  con  lealtad  jídesprendim 
a!  muy  más  digno  general  Achá?»  "^ 

El  señor  Morales. — '¡¿Qué  es  eso  de 
Señores:  asf  como  otras  veces  le  hice 
de  mi  caballo,  así  lo  juro  hacer  mil  ve' 
pretenda  volver  á  Bolivia,  Señores:  o 
preciemos  á  ese  miserable,  que  es  el  bi 
patria;  á  ese  hombre,  por  desgracia  bol 
constituirse  en  jefe  de  bandoleros,  < 
más  sagrados  derechos  del  hombre,  ta 
dad  é  insultando  á  la  humanidad  entei 

"  Belzu  no  vendrá,  señores,  no;  si  q 
crímenes,  que  venga.  (Todos,  "^ue 
ga.'ti).  Señores,  brindemos  por  la  san 
tiembre  que  convlrtiá  en  cenizas  el  mi 
vo!  bravo.'). 

S.  E.  el  Presidente.  "Señores,  yo  b 
sión,  y  porque  á  ese  hombre  de  miseí 
lo  despreciemos;  porque  el  enemigo  di 
no  lo  es  particularmente  del  hombre 
no  imagino  por  un  momento  que  pien 
la  patria  que  desoíd,  á  la  patria  que  III 
de  ignominia.  Belzu  no  volverá.  Yo  p 
ñores,  lo  único  que  ofrezco  á  mt  pa 


wEl  Juicio  Públicow  III 

corazón,  que  inteligencia  no  tengo;  pero  con  los  seño- 
res Fernández,  Salinas  y  Bustillo,  que  me  guiarán  por 
la  buena  senda,  espero  alcanzar  mi  deseo  de  hacer  á 
la  patria  todo  el  bien  que  ambiciono,  ti 

El  señor  La  Riva,  «'Señor  presidente:  en  vano  invo- 
cáis la  fusión.  El  motín  proyectado  en  La  Paz  y  los 
trabajos  reaccionarios  de  los  belcistas,  son  los  resul- 
tados de  esa  fusión  que  invocáis.  £s  preciso  decir  la 
verdad  de  corazón:  estoy  contra  vuestra  fusión.  Ha 
habido  fusión,  pues  la  habéis  proclamado;  y  ¿se  han 
aprovechado  de  ella  para  el  orden?  Con  los  saqueado- 
res de  marzo  es  imposible  la  fusión.  Hay  un  abismo 
que  nos  separa  de  ellos,  como  lo  hay  entre  el  vicio  y 
la  virtud,  entre  la  honradez  y  el  latrocinio,  entre  el  se- 
tembrista  y  el  marcista.n 

En  cuanto  á  ciertas  expresiones  tocadas  de  bajeza 
suma,  que  se  ponen  en  boca  de  Bustillo,  ha  de  tenerse 
en  cuenta  que  El  Telégrafo  era  escrito  por  setembris- 
tas  adversarios  de  aquel  ministro.  Quien  le  ha  conoci- 
do en  la  intimidad  puede  asejgurar  una  cosa.  Bustillo 
no  tenía  corazón  de  esos  como  el  mármol  que  antes  se 
quiebran  que  doblarse,  no;  pero  en  su  espíritu  brilla- 
ban como  potencias  dos  claridades,  la  sensatez  y  la 
perspicacia.  Lo  que  El  Telégrafo  le  atribuye  supone 
que  carecía,  aquel  estadista,  del  conocimiento  necesa- 
rio para  evitarse  un  perjuicio  grave:  el  de  prosternarse 
públicamente  ante  un  ídolo. 

He  conservado  adrede  las  manecillas  tipográficas  de 
El  Telégrafo, 

Lo  curioso  es  oír  aquí  á  José  María  de  Achá  exe- 


L 


IJ2  Matanzas  de  Yáñtz 

erando  á  Belzu.  Las  gacetas  gobiernistas  elogiaron  con 
tal  motivo  su  enérgica  y  patriótica  elocuencia. 

Recuérdase  mucho  un  dicho  suyo:  «En  Bolivia  no 
tienen  memoria,  n  Y  así  deb^  de  ser.  Porque,  á  la  ver- 
dad, solamente  en  pueblos  sordos  por  completo  á  los 
gritos  del  día  de  ayer,  y  donde  el  individuo  olvida  has- 
ta lo  que  le  es  más  personal,  pudo  haber  un  Achá  que, 
ocho  años  más  tarde,  se  presentase  pintando  con  horror 
y  detestación  al  mismo  pretoriano,  cuya  tiranía  militar 
sostuvo  con  las  armas  por  más  de  cuatro  ó  cinco  años. 

Achá  fué  belcistá.  Se  alzó  por  él  contra  la  autoridad 
del  congreso  y  del  gobierno  popular. 

Achá  fi^é  además  uno  de  los  declarantes  que, 
en  1850,  trasmitió  á  los  jueces  militares  ciertas  confi- 
dencias ó  quejas  de  Belzu,  moribundo  ó  convaleciente 
á  causa  de  las  heridas  que  Morales  le  infiriera  cuando 
intentó  asesinarle.  Achá  en  dicho  proceso  contribuyó 
con  eficacia  á  llevar  al  patíbulo  á  Laguna,  para  vengar 
á  Belzu. 

Ni  se  diga  que  el  hecho  quedó  sepultado  en  los  ar- 
chivos. José  Gabriel  Telles,  en  el  folleto  118  de  mi 
catálogo  impreso,  publicó  el  año  1856,  entre  las  más 
condenatorias,  la  declaración  de  Achá»  Es  ella  tan  te- 
rrible, que,  para  quien  conoce  la  astucia  de  todos  estos 
políticos  hasta  en  la  hora  de  la  muerte,  y  particular- 
mente la  astucia  y  vengativa  índole  de  Belzu,  no  pue- 
de menos  que  entender  sino  que  Belzu  quiso  decir, 
por  intermedio  de  Achá:  «Fusílenme  á  Laguna,  n  Y 
Laguna  fué  fusilado. 

Lo  que  en  sus  escritos  Fernández  aduce  contra 


wEl  Juicio  Püblicow  113 

Achá,  contribuye  no  poco  á  sugerirnos  una  idea  del 
escabrosísimo  terreno,  del  volcán  quizá,  sobre  que  pi- 
saba el  presidente,  cuando  el  atentado  de  La  Paz  vino 
á  reclamar  de  él  un  pronto  y  ejemplar  castigo.  Fer- 
nández, que  al  derrocar  á  Linares  había  invocado  Ja 
impopularidad  que  á  éste  su  protector  y  jefe  habían 
acarreado  sus  persecuciones  arbitrarías,  no  podía  con- 
formarse con  la-  política  de  fusión  que  pretendía  im- 
plantar Achá.  Su  idea  fija  era  que  debía  gobernarse 
con  el  apoyo  exclusivo  de  los  setembrístas,  poniéndose 
para  ello  á  raya  de  su  ruina  ó  exterminio  al  belcismo. 

li  Nadie  ignora,  dice,  que  la  marcha  del  gobierno  se 
había  desviado  completamente  del  sendero  que  le  abrió 
el  golpe  de  Estado;  que  las  preferencias  de  Achá  por 
el  partido  belcista  inquietaban  seriamente  á  los  setem- 
brístas; y  que  esa  natural  desconfianza  é  inquietud  de 
unos  y  otros,  imprimían  un  carácter  incierto  y  agitado 
á  la  política  del  gabinete.  Á  este  tiempo  el  partido  bel* 
cista,  apoderándose,  por  medio  del  ministro  Bustillo, 
de  las  pasiones  del  mandatario  débil,  preparaba  sorda- 
mente la  mina  que  debía  estallar  bajo  los  pies  de  un 
gobierno  sin  unidad  de  acción. 

nEste  partido  conspiró  al  principió  para  derribar  al 
ministro  que  representaba  la  causa  de  setiembre,  el 
cual  le  servía  de  obstáculo,  á  fin  de  hacer  triunfar  más 
tarde,  en  medio  del  desorden  general,  su  causa  perso- 
nal, que  el  buen  sentido  publico,  la  sana  razón,  y,  so- 
bretodo, las  tempestades  revolucionarias  habían  recha- 
zado pnra  siempre. 

"Todos  esos  trabojos,  diriLjid  .s  por  es;)íi¡H!s  tiirhu-- 


IX^  Matanzas  it  Yámz 

lentos  y  peligrosos,  cuyos  elementos  ordir 
chusma  y  la  agitación,  se  removían  tenebros 
chando  la  coyuntura  de  mostrarse  á  la  luz 

tiEl  general  Achá,  semejante  á  esos 
rostro  risueño,  de  exterior  pacifico,  de  m 
nuantes,,  que  ocultan  en  su  seno  el  venen 
siones  y  unos  odios  violentos,  continuaba  inr 
zando  á  ambos  partidos,  al  belcista  y  al 
debilitando  á  éste  y  fortaleciendo  á  aquél, 
do  sus  fuerzas  para  la  lucha  en  que  más  t 
despedazarse,  para  que,  de  entre  sus  ruinas 
se  alzase  el  partido  acliista,  que  nunca  ha 
fuera  del  circulo  de  su  familia. 

iiEn  tal  situación  se  proyectó  la  visita 
lamentos  del  siir,  sin  plan  ni  objeto  de  uti 
ca;  y  al  mismo  tiempo  recibió  Achá  una  dt 
dada  de  la  conspiración  que  se  tramaba  po 
tas  con  motivo  de  haberse  aproximado  su 
que  debía  estallar  á  la  salida  del  gobierno  j 
pas  que  guarnecían  La  Paz.  No  hizo  cas< 
ni  del  clamor  público  {pues  los  principales 
la  ciudad  le  representaron  los  riesgos  á  quí 
expuestas  sus  vidas  y  propiedades  con  un 
intempestiva),  y  abandonó  La  Paz  sobrepi 
las  instancias  é  inconver 'entes  que  se  le 
por  uno  de  los  ministros,  que  fu(  yo. 

"Existen  muchas  personas  respetables 
que  atestiguan  este  hecho..  De  modo  que 
premeditación  ó  sin  ella,  dejó  preparado  el 
bahía  (le  ¡irodiuir  tantos  desastres.  Su  del 


wEl  Juicio  Públicaw  líS 

falsía  no  le  permitieron  conjurar  á  tiempo  los  males 
que  amenazaban  al  país,  y  que  hubieran  sido  precabi- 
dos  con  sola  la  presencia  del  gobierno  y  del  ejército 
en  La  Paz.  Por  todo  remedio,  llamó  al  coronel  Yáñez, 
que  estaba  en  Cochabamba,  pues  quería  dejar  la  im- 
portante plaza  de  La  Paz  en  manos  de  un  amigo  suyo 
que  no  tuviera  compromisos  políticos  conmigo;  y  para 
tranquilizar  á  los  paceños  les  dijo  á  su  despedida:  nOs 
dejo  al  valiente  coronel  Yáñez,  que  es  el  terror  de  los 
pajuelerps  y  con  quien  no  se  jugarán  los  conspirado- 
resji  Y  esa  su  previsión  ha  quedado  cumplida  en  todas 
sus  partes  á  costa  de  muchas  víctimas. 

••Pero  aún  no  es  todo.  Descubierta  la  conspiración 
antes  denunciada,  Yáñez  llamó  á  varios  de  los  com- 
pronfietidos,  y  les  dijo:  ••  que  si  persistían  en  perturbar 
úoxátvíy  los  fusilaría  con  la  constitución  en  el  pecho.w 
Esta  ocurrencia  la  participó  al  general  Achá  en  carta 
particular,  y  éste  la  publicó  en  los  salones  de  palacio, 
con  aire  risueño  y  satisfecho  por  su  acertada  elección, 
de  comandante  general,  en  la  persona  del  coronel 
Yáñez. 

•'Posteriormente  he  encontrado  la  explicación  de  es- 
ta conducta,  porque  he  visto  una  carta  del  general 
Achá  al  coronel  don  Agustín  Morales,  en  la  que  le 
^Kt'.  Los pajueleros  me  han  pagado  mal;  es  una  canalla 
d laque  es  preciso  exterminar,  Y  si  esto  decía  al  jefe 
superior  del  sur,  con  quien  no  tenía  buenas  relaciones, 
la  presunción  está  porque  dijese  lo  mismo  á  Yáñez, 
jefe  superior  del  norte,  que  era  su  amigo  de  íntima 
confianza, 


L 


Il6  Matanaas  áe  Váñez 

\\\a  carta  original  que  contiene  los  conceptos  copia- 
dos, existe  en  poder  del  coronel  Morales,  y  no  sólo  se 
publicará  oportunamente,  sino  que  servirá  para  apoyar 
una  acusación  cuando  se  reúna  la  próxima  asamblea 
nacional. 

iiPoi  complemento  de  esta  conducta,  Cuando  Achil 
pensó  en  separar  al  coronel  Balsa  del  mando  del  bata- 
llón Tercero,  premió  la  conducta  de  Yáñez  eligiéndo- 
lo para  reemplazar  á  Balsa.  Así  aparece  de  las  órdenes 
que  el  ministro  de  la  guerra  Avila  comunicó  en  La 
Paz,  la  víspera  del  movimiento  encabezado  por  Balsa. 
Tengo  varias  cartas  de  La  Paz  que  revelan  este  he- 
cho, y  publico  al  final  una  de  persona  fidedigna."         ' 

Es  la  carta  que  arriba  queda  trascrita,  cuando  pro- 
puse la  presente  tesis,  sobre  si  Achá  improbó  ó  se 
dispuso  á  castigar  los  asesinatos  del  23  de  octubre. 

Prosigue  un  momento  más  Fernández,  á  quien  es 
menester  oír  mucho  ya  que  ha  sido  condenado  en  de- 
masía. 

"El  general  Achá  y  su  ministro  Salinas,  con  hipo- 
cresía sin  igual,  parecieron  asustados  de  la  situación 
violenta  del  país,  pronunciado  abiertamente  contra  la 
fusión,  tan  mal  entendida  y  peor  realizada  por  ellos;  y 
advertidos  por  mí  del  peligro  que  corrfa  el  orden  pú^ 
blico,  y  de  la  necesidad  de  un  cambio  en  la  política, 
tomaron  el  consejo  imparcial  de  personas  respetables 
de  la  capital  Sucre.  Fueron  llamados  los  señores  Hi- 
larión Fernández,  Andrés  María  Torrico  y  Gregorio 
Anibarro,  y  de  común  acuerdo  se  resolvió  verificar  di- 
cho camMo,  fchiindose  el  gobiinw  rn  fratf"  d'l pnrtids 


wEl  Juicio  Públicow  iij 

setemhrista  para  gobernar  con  él^  por  ser  el  más  prepon- 
derante en  la  nación  y  el  único  que  proclamaba  prin- 
cipios. 

t'El  general  Achá  contrajo  este  solemne  compromiso 
por  actos  oficiales,  á  presencia  de  los  altos  funcionarios 
de  la  corte  suprema,  del  consejo  de  Estado,  del  tri- 
bunal general  de  cuentas  y  de  las  corporaciones  depar- 
tamentales; y  mandó  publicar  su  nuevo  programa  en 
el  numero  4  de  El  Constitucional^  periódico  oficial. 
Veamos  ahora  cómo  llenó  sus  ofrecimientos." 

Fernández  refiere  aquí  las  separaciones  inesperadas 
de  Morales  en  la  jefatura  superior  del  sur,  de  Flores  y 
otros  jefes  y  oficiales  en  el  batallón  Primero;  el  envío 
de  Ávila  á  La  Paz  para  sacar  á  Balsa  del  batallón  Ter- 
cero, y  ello  á  fin  de  entregar  el  mando  de  dicho  cuer- 
po al  perpetrador  de  la  carnicería  de  octubre  23,  etc. 

Cosa  que  no  poco  divertirá  al  lector  es  la  santa  in- 
dignación con  que  Fernández  estalla  contra  la  doblez 
y  perfidia  de  Achá,  y  la  sacratísima  cólera  de  Achá  por 
la  traición  y  alevosía  de  Fernández.  ¿No  hemos  oído 
poco  ha  á  Morales  execrando  á  Belzu  en  los  estrados 
de  la  moral  universal,  por  causa  de  sus  concusiones  y 
porque  con  su  depravación  insultó  á  la  humanidad;  á 
Belzu,  que,  á  lo  menos,  no  fué  jamás  rapaz  mercader 
con  los  dineros  públicos,  y  que,  siguiendo  ciego  el  na- 
tural instinto,  veneró,  como  cualquiera  otro  padre,  la 
virtud  y  el  pudor  de  sus  hijas? 

Convenido  si  por  estas  y  otras  aberraciones  se  pinta 
entre  los  hombres  á  la  justicia  vendada.  Pero,  sin  duda 
ninguna,  los  principios  morales  han  de  ser  tan  necesa- 


iiS  Matansas  de 

ríos  al  hombre  social  como  lo! 
seres  que  viven,  cuando  vemo: 
sin  ley  saltan  heridos  en  el  ali 
y  se  duelen  con  elocuencia  d 
tenido  ocasión  de  cometer. 

Dejémoslos  que  de  esta  su( 
á  otros,  en  estas  sus  discordias 
nes  con  la  sangre  y  el  sudor  <j 
con  ver  que,  al  menudearse  %> 
arbitrariedad  y  de  perfidia,  vaj 
tiendo  todos  en  lo  íntimo  la  tori 
más  todavía,  que  ninguno  de 
á  sorbos  la  triunfadora  impur 
consolémonos  de  la  expulsión  i 
que  caen  sin  remedio  en  el  ab; 
de  la  intriga  y  de  la  fuerza,  qu 
tes  las  fauces,  asfixiado  cada  u 
hacia  arriba  resuello  moral  de ; 
buena  fe  y  de  respeto  á  las  ley 


^ 


^^^^^.♦^♦♦^♦^^^♦^^^^♦♦♦^♦^T^^'0^>^ 


CAPÍTULO  V 


"EL  JUICIO  PUBLICO." 

1861 

(C4>ntinuacibn) 

Ufanía  paceña  por  el  lynchamun(o.—l^vc&  clases  elevadas. — Co- 
micip  político. — El  pueblo  y  el  motín  de  Balsa. — Retrospecto 
délas  matanzas. — Rudecindo  Carvajal.— Su  aviso  al  gobier- 
no.—Una  primera,  consulta  suya. — Iniquidad  que  aconsejó  y 
obtuvo. — Yáñez  quería  matar  pronto  y  harto. — Carvajal  intenta 
detenerle  con  consultas  al  gobierno. — Dos  nuevas  consultas. — 
Declaración  de  sitio — Una  ingenuidad  terrible  de  Carvajal. — 
Responsabilidad  del  gobierno. — Pobre  Carvajal. — denuncia  la 
jefatura  y  se  queda. — Un  padre  de  la  Buena  Muerte. — Carva- 
jal el  24  de  octubre. — Lágrimas  matutinas  de  Vega. — El  fiscal 
Sanginés.— Muerto  el  perro. 


"Quisiera  ir  con  la  calma  de  un  río;  pero  me  arre- 
bata un  torrente.  I»  Así  decía  Montesquieu,  no  obstante 
que  sabía  empuñar  con  vigor  la  brújula  en  el  océano 


I20  Matanzas  de  Ydñes 

de  sus  ideas.  Es  también  lo  que  pudiera  decir  el  que, 
descendiendo  á  lo  pasado,  quisiese  allá  bogar  dentro 
del  caudaloso  oleaje  de  la  prensa,  en  un  país  removido 
hasta  el  profundo. 

Un  rápido  nos  ha  llevado  ya  sin  quererlo  hasta  la 
expÍ!K:ii5n  de  Yáñez.  Mientras  tanto,  siguiendo  íirhies 
por  el  álveo  del  río,  tendríamos  todavía,  antes  de  eso, 
que  tocar  con  algunas  afluencias  y  confluencias  de  he- 
chos importantes.  Estas  corrientes  de  pasión  y  opinión, 
á  la  manera  de  un  motor  hidráulico  formidable,  son 
las  que  nos  llevarían,  con  la  mayor  suma  de  fuerza,  á  la 
caída  profunda  que  se  llama  el  lyníhamienío  popular  de 
aquel  desventurado. 

Dice  El  Juicio  Público,  con  referencia  á  la  tremen- 
da expiación  del  23  de  noviembre: 

iiA  los  periódicos  que  increpan  á  La  Paz  apatía  y 
abyección  en  los  días  de  las  matanzas  y  horrores  re- 
cientes, este  heroico  pueblo  ha  contestado  con  la  cabe- 
za de  los  asesinos.  ¡Qué  respuesta  tan  formidable  y 
iublimeln 

La  prensa  general  se  refirió  más  principalmente  á  las 
í3ases  superiores  de  la  ciudad;  al  señorío  acomodado,  á 
los  diputados,  á  los  jueces,  etc. 

No  se  puede  negar  que  la  plebe  paceña,  provocada 
más  que  nada  por  la  impunidad  insolente  y  amenazan- 
te del  asesino  y  sus  cómplices,  reasumió  tumultuaria- 
mente la  soberanía,  para  el  solo  acto  de  hacer  justicia 
je  Dios  lynchando  á  los  culpados.  Pero  el  cargo  de 
!os  periódicos  en  lo  principal  quedó  siempre  de  pie. 

El  vecindario  no  asomó  cabeza  en  esto  para  nada. 


wEl  Juicio  Público^  121 

Hizo  acto  de  presencia  en  comicio  político,  después  de 
ejecutado  Yáñez,  cuando  estaba  ya  vencida  bajo  el  peso 
de  la  ira  popular  la  triunfante  rebelión  fernandista  de 
Balsa.  Malherido  éste  físicamente  y  también  en  lo  mo- 
ral, vio  que  su  atentado  perecía  de  hora  en  hora  dentro 
del  vacío.  Vio  que  perecía  de  inanición,  y  abrió  enton- 
ces puertas  á  una  junta  de  vecinos. 

Allí  acudieron  los  políticos.  Se  presentó  el  belcis- 
mo  y  ¿cómo  no?  En  el  comicio  aquel  se  trató  de 
rectificar  principalmente  la  aguja  de  marear,  un  poco 
perturbada.  Los  patricios,  en  tal  coyuntura,  forma- 
ron colectividad  para  mantener  á  flote  la  nave  po- 
lítica. Mostraron  acto  continuo  la  popa  al  árido  islote 
solitario  representado  por  Balsa,  y  maniobraron  para 
enderezar  rumbo  hacia  las  amplias  aguas  del  tínico 
poder  subsistente,  que  era  el  gobierno.  Esto  consta  con 
inequívoco  sentido  en  los  documentos  de  la  prensa. 

Caso  de  haber  quedado  Balsa,  sobre  victorioso  con- 
tra las  armas  del  orden  legal,  fuerte  además  moralmen- 
te,  sea  por  la  adhesión  ó  sea  por  la  indiferencia  popular, 
las  que  para  el  caso  dan  allá  lo  mismo,  ¿habrían  vuelto 
las  espaldas  airosamente  los  vecinos,  cual  lo  hicieron,  á 
aquel  pretoriano  de  Fernández?  ¿Habría  existido,  y  caso 
de  existir  el  comicio,  habría  su  civismo  afrontado  á 
Balsa?  ¿Habría  usado,  para  ello,  de  un  poco  de  denue- 
do en  combinación  con  algiín  sentimiento  de  respeto 
al  orden  legítimo?  ¿Habría  declarado  rebelde  usurpador 
á  Balsa? 

Cuando  se  verificó  el  comicio,  no  solamente  estaba 
ya  Balsa  ^  imposibilidad  física  y  moral  de  tener  pro- 


V 


122  Matansas  de  Ydñez 

babilidades  de  éxito  contra  el  régimen  lega!.  La  barra 
en  el  comido  fué  inmensa.  Cuando  uno  de  los  patri- 
cios pidid  que  se  explicase  el  sentido  de  las  palabias 
habiéndose  verificado  un  cambio  político,  contenidas  en 
el  bando  de  convocatoria,  el  pueblo,  con  tono  amena- 
zador, gritd:  "jQue  se  expliquen!  ¡que  se  expliquen!" 
Por  eso  una  gaceta,  refiriendo  lo  que  también  consta 
de  los  documentos,  dice; 

"Afuera  se  hablaba  del  bofetón  que  el  pueblo  había 
dado  á  esta  tentativa  revolucionaria.  En  ese  ¡listante 
triunffí  ya  el  pueblo  con  su  fuerza  moral.  Nada  había 
que  esperar." 

Más  equitativo  sería  decir  que  nada  había  entonces 
que  temer  de  la  tentativa  revolucionaria.  £1  comicio 
de  vecinos  antes  bien  tenía  mucho  que  temer  y  mucho 
que  esperar  del  gobierno  legal. 

Y  ¿dónde  estaban,  mientras  tanto,  las  autoridades 
legítimas? 

Rudecindo  Carvajal  era,  cuando  las  matanzas,  el  jefe 
político  en  esta  sociedad  compuesta  de  soldados,  de 
presupuestívoros,  de  plebe  turbulenta  y  holgazana,  de 
señorío  sin  civismo  ni  mayor  cultura,  de  iridiada  estií- 
f)ida  y  de  industriales  tímidamente  egoístas.  Las  fuer- 
.  zas  sociales  militantes  eran  dos:  la  soldadesca  pretoriana 
y  la  plebe  proselitista.  Una  y  otra  de  casta  indígena  ó 
mestiza,  y,  por  lo  mismo,  radicalmente  incapaces  am- 
bas de  comprender  y  practicar  los  deberes  republicanos. 

Las  clases  todas,  sin  exceptuar  la  indígena,  que  tam- 
bién suministraba  núcleos  de  formación  á  la  estructura 
política,  componían  en  comiín  el  protoplasma  de  donde  ■ 


•y. 


wEl  Juicio  Públicow  12 J 

se  venían  derivando  y  desprendiendo  los  gérmenes 
de  vida,  que,  convenientemente  fermentados  y  fecun- 
dados en  sus  intrínsecos  requisitos,  por  condiciones 
externas  que  no  es  del  caso  referir,  creaban  malas 
fuerzas  orgánicas  y  lanzaban,  como  es  notorio,  la  arbi- 
trariedad y  la  violencia  á  producir  la  anaquía. 

£1  estado  social  tenía,  pues,  raíces  hondas;  y  no  ten- 
dría  yo  más  que  enumerar  somexsimente  los  actos  oñ- 
ciáles  de  aquel  referido  mandatario,  para  que  se  viese 
reflejada  en  su  persona  la  naturaleza  especial  del  hom- 
bre político  boliviano,  nacido  fatalmente  del  desorden 
para  el  desorden,  buscando  siempre  el  equilibrio  de 
sus  actos  en  la  cuerda  de  las  exigencias  de  partido, 
entre  dos  puntos  fijos  que  son  el  hoy  y  el  mañana  de 
su  hogar,  y  todo  á  la  luz  de  nociones  confusísimas 
sobre  responsabilidad  moral  en  política" 

Y  téngase  presente  que  Rudecindo  Carvajal  no  per- 
tenecía al  gremio  numeroso  de  los  pervertidos.  Nada 
menos  que  eso.  Era,  más  que  un  hombre  de  leyes,  un 
excelente  ciudadano  según  los  tiempos  de  su  país. 

Pero  léase  el  folleto  numero  375  de  mi  catálogo  im- 
preso,  folleto  donde  trató  él  de  explicar  sus  circuns- 
tancias y  su  actitud  de  primera  autoridad  durante  las 
matanzas  de  Yáñez.  Allí  se  verá  á  las  claras,  que  su 
criterio  indicador  del  deber,  fluctuó  á  menudo,  entre  la 
complacencia  al  mandón  y  la  impopularidad  del  mo- 
mento. 

La  figura  de  este  conspicuo  y  muy  bien  quisto  per- 
sonaje de  la  política  boliviana,  es  un  luminosísimo  tér- 
mino de  comparación,  para  medir  la  talla  moral  de 


L 


134  Maianzat  de  Yáñez 

tantos  otros  personajes  inferiores  d  peores,  como  son 
los  que  de  ordinario  se  forman  en  las  entrañas  de  esa 
misma  política.  No  he  recibido  !a  corona  fúnebre  del 
pnícer;  pero  estoy  seguro  que  ella  es  un  monumento 
ciclópeo,  erigido  por  el  provincialismo  paceño  en  sitio 
muy  prominente  del  panteón  nacional.  En  los  momen. 
tos  de  mayor  exaltación,  la  prensa  de  los  agraviados  le 
guardó  miramientos  increíbles. 

Carvajal  es,  por  lo  mismo,  un  carácter  digno  de  ser 
conocido  á  través  del  suceso  que  nos  ocupa.  Al  revés 
del  comiin  de  los  políticos  altoperuanos,  su  palabra 
suele  ser  ingenua  y  sincera  dentro  de  sus  cautelas.  Es 
ella  la  que  nos  va  á  transparentar  sus  actos  £1  amor 
entrañable  al  puesto  pdblico  está  por  ella  misma  dela- 
tado con  pruebas  heroicas.  Comenzó  con  fuerza  á  dar 
de  sí  ese  amor  en  el  hombre,  al  punto  mismo  también 
que  comenzó  lo  terrible  á  diseñarse  en  la  situación. 

En  las  personas  de  Carvajal  y  de  Yáñez,  colocadas 
frente  á  frente,  se  ven  representados  el  civilismo  y  el 
militarismo,  ó  sean  el  doctor  y  el  pretoriano,  dos  ti|K>s 
genuinos  y  dos  factores  de  la  política  boliviana.  Habla 
el  doctor: 

iiEn  los  días  próximos  á  la  salida  del  gobierno  para 
ei  Sur,  se  anunció  en  La  Paz  con  profundo  y  casi  uni- 
versal disgusto,  que  el  coronel  Plácido  Yáñez  quedaría 
altf  de  comandante  general.  Por  mi  parte  sentí,  al  sa- 
berlo, viva  repugnancia  á  continuar  de  jefe  político. 
Sien  comprenderá  cualquiera  la  razón  de  mi  antipatía, 
tocante  al  individuo  que  se  asociaba  á  mi  persona  en 
el  gobierno  local. 


wEl  Juicio  Pubtícow  I2S 

itRepresefnté  de  palabra  al  ministró  de  gobierno  mi 
deseo  de  separarme  del  puesto,  sin  franquearle  expli- 
caciones sobre  las  causales  que  verdaderamente  me 
asistían.  Igual  insinuación  hice  ante  el  señor  presi- 
dente. Mas  me  redujeron  á  la  resignación,  de  una 
parte  las  amistosas  manifestaciones  de  ambos  persona^ 
jes,  y  de  otra  el  empeño  y  hasta  súplicas  bondadosas 
de  muchos  caballeros  de  mi  afecto,  para  que  no  dejara 
la  jefatura.  La  prensa  misma  se  opuso,  como  puede 
verse  en  El  Telégrafo  del  mes  de  agosto  del  citado 
año  6i,  á  que  se  me  admitiera  la  renuncia  del  puesto 
que  ocupaba. 

nSin  duda  creían  éstos  que  yo  serviría,  con  la  auto- 
ridad política,  de  algún  contrapeso  á  Yáñez,  cuyo  ca- 
rácter arbitrario  y  feroz  harto  conocían  y  temían. 

iiMal  de  mi  grado  hube,  pues,  de  conformarme  con 
tni  posición  pública  en  ese  momento,  y  cuando,  en 
verdad,  sentía  muy  distante  de  mi  ánimo  la  persuasión 
de  que  pudiera  el  hombre  del  derecho  y  de  anteceden- 
tes opuestos  en  política  á  los  de  Yáñez,  hacer  respetar 
las  garantías  de  todos,  y  mucho  menoB  las  de  aquellos 
tan  enconadamente  aborrecidos  por  el  militar  despó- 
tico, á  cuyas  órdene3  estaba  sujeta  exclusivamente  la 
fuerza  material  del  distrito. 

•iPor  nota  ofícial  del  ministerio  del  interior  se  me 
previno,  desde  luego,  en  28  de  agosto,  que  durante  la 
ausencia  del  gobierno,  la  columna  municipal  de  la  ciu- 
dad quedaba  al  mando  inmediato  del  eomandante  ge- 
neral. I^^  autoridad  política  se  veía  asi  del  todo  desar- 
niíuiíi  }p^<]i;inte  esta  suprema  (lis|K>sici(5n.ii 


120  Matanzas  de  Yáñez 

Los  preliminares  eran  amenazadores;  pero  nadie 
hubiera  creído  que  lo  tremendo  había  de  comenzar 
tan  luego  al  punto.  Prosigue  Carvajal: 

i'Muy  pocos  días  después  de  haber  dejado  La  Paz 
el  presidente  de  la  república,  insinuaba  Yáñez  su  régi- 
men de  arbitrariedad,  ordenando  secretamente,  y  como 
jefe  militar  del  departamento,  la  prisión,  sin  causa  co- 
nocida, del  señor  Diego  Povil,  Se  hallaba  éste  én  la 
ciudad,  y  ya  le  precftdía  la  orden  para  que  se  le  apre- 
sase al  llegar  á  Corocoro,  hacia  donde  era  sabido  que 
debía  encaminarse. 

iilnformado  yo,  por  un  aviso  particular,  de  esa  me- 
dida clandestina  y  atentatoria  á  las  garantías  indivi- 
duales, que  acababa  de  proclamar  la  nueva  carta, 
comprendí  esa  total  ausencia  de  escrúpulos,  en  el  co- 
mandante general,  para  lanzarse  á  las  violaciones  de  la 
ley.  Y  guiado  prudentemente  por  el  sentimiento  de 
respeto  á  los  derechos  legítimos  del  ciudadano,  me 
propuse  evitar  semejante  tropelía,  haciendo,  prevenir, 
con  reserva  de  Aii  persona,  a!  señor  Povil,  sobre  el  peli- 
gro que  lo  amagaba  en  su  viaje  á  Corocoro. 

"Él  marchó,  sin  embargo.  Pero  burlando  las  ase- 
chanzas de  la  partida,  que  de  orden  de  Yáñez  le  per- 
seguía, apareció  al  cabo  refugiado  en  el  Perú.  Cordial- 
mente  he  debido  complacerme  de  mi  conducta;  pues 
no  hay  duda  que  así  se  salvó  aquel  caballero  de  pere- 
cer entre  los  victimados  en  b  horrenda  catástrofe  de 
octubre. 

iiExiste  en  la  ciudad  de  La  Paz  el  amigo  respetable 
de  qiiicn  me  valí  para  dar  aviso  al  sei^or  Povil. 


l^Y 


wEl  Juicio  Públicos  127 

r»De  tal  manera  principiaron  las  transgresiones  del 
funesto  comandante  general,  tan  justamente  repugna- 
do por  el  pueblo,  quien  rara  vez  sé  engaña  en  sus  pre- 
sentimientos y  previsiones. 

M En  pos  de  este  hecho  vimos  sucederse  algunos  días 
de  tranquilidad;  y  no  se  divisaba  el  menor  síntoma  de 
perturbación  en  el  orden  publico.  Bajo  tal  aspecto  pre- 
sentaba  yo  el  estado  político  del  Norte  en  mis  corres- 
pondencias particulares  al  jefe  de  la  nación. 

iiLlegó  finalmente  el  30  de  setiembre  á  torcer  él 
curso  de  las  cosas. 

.  mEíi  la  noche  de  ese  día  y  eri  la  mañana  del  si- 
guiente se  habían  hecho  varias  prisiones  por  mandato 
exclusivo  de  la  autoridad  militar.  Sorprendido  con  tal 
ocurrencia,  la  que  vino  á  participarme  ^ú  mi  casa  el 
señor  Vega,  intendente  de  policía,  á  las  siete  de  la  ma- 
ñana, inmediatamente  me  apersoné  con  el  jefe  Yáñez. 

1 1  De  sus  explicaciones  resultaba  que  sé  había  descu- 
bierto una  conspiración  de  cuartel,  en  el  momento 
mismo  de  estallar.  Me  manifestó  muchas  pruebas 
hasta  materiales  sobre  el  caso:  y  creí,  en  efecto,  como 
creyeron  algunas  personas,  entre  otras  el  ilustre  gene- 
ral Browñ,  que  era  evidente  la  tentativa  de  una  revolu- 
ción por  el  partido  belcista  contra  el  gobierno,  n 

Rudecindo  Carvajal,  vocal  antes  de  ahora  de  una 
corte  de  justicia,  consideró  correctas  las  prisiones  en 
masa,  hechas  por  la  autoridad  militar  en  pleno  régimen 
constitucional,  sin  previo  estado  de  sitio  ni  forma  jurí- 
dica ninguna. 

Al  mismo  tiempo  que  Yáñez,  Carvajal  informó  al 


128  Matanzas  de  Ydñez 

gobierno  de  la  manera  siguiente,  en  setiembre  30.  Este 
documento  no  lo  ha  publicado  él;  se  lo  publicaron  á  él. 

•'Por  los  partes,  dice,  que  dirige  con  el  presente  ex- 
traordinario S.  S.  el  comandante  general,  se  impondrá 
el  gobierno  de  haberse  cortado  á  tiempo  los  planes  de 
conspiración  tramados  por  los  partidarios  de  Belzu,  para 
entronizar  á  su  caudillo  en  el  mando  de  la  república 
y  desquiciar  el  orden  constitucional  que  actualmen- 
te rige. 

»Han  sido  presos  los  principales  autores  del  plan  de 
conspiración,  así  como  las  clases  é  individuos  4^  tro- 
pa en  la  columna  municipal,  con  quienes  contaban  y 
sobre  quienes  tenían  sus  trabajos  establecidos,  para  que 
estallara  un  motín  de  cuartel  como  base  del  movimien- 
to. La  lista  nominal  de  unos  y  otros  individuos  la 
acompaña  á  su  comunicación  el  señor  coronel  Yáñez. 

»»La  actividad,  vigilancia  y  acierto  de  este  funciona- 
rio, en  sus  medidas  de  precaución  y  seguridad,  han 
salvado  á  esta  ciudad  y  al  país  de  los  peligros  que  los 
amenazaban...  if 

Y  junto  con  esto  decía  también  al  gobierno: 

"Aun  no  se  conocen  los  pormenores  del  plan  de 
conjuración:  aprehendidos  sus  autores  y  sindicados  en 
él,  recién  se  principiará  con  los  procedimientos  judicia- 
les que  descubran  la  verdad  de  las  cosas,  n 

Tarjo  aquí  el  recikn^  no  por  lo  incorrecto  sino  por 
lo  pintoresco. 

Esos  días  se  hizo  cómplice  de  detención  arbitraría  el 
fiscal  del  distrito  Saturnino  Sanc;¡nés,  qtiien  estaba 
o'í'iga  l<\  pí)r  el  artículo  440  c!c  \\\  It  v  dtl  j n  ccdimicn- 


r 


wEl  Juicio  Públicow  I2g 

to  criminal,  á  trasladarse  inmediatamente  á  las  caree* 
les,  á  hacer  poner  en  libertad  á  los  detenidos 

Carvajal  indicó  al  gobierno,  que,  puesto  que  los  ciu- 
dadanos aprehendidos  habían  conspirado  sobre  la  ba- 
se de  un  motín  de  cuartel,  su  juzgapciiento  debía  ser 
por  un  consejo  de  guerra,  como  lo  previene  para  esos 
motines  el  código  de  enjuiciamiento  militar.  Sus  pa- 
labras al  respecto  no  son  menos  dignas  de  citarse  que 
las  anteriores: 

»»A  lin  de  proceder  con  acierto  en  materia  tan  deli- 
cada) y  que  los  conspiradores  no  se  acojan  a  las  formas 
de  la  constitución  que  no  han  sabido  respetar,  dirijo 
á  V.  G.  la  presente  consulta.»! 

Magnífico  encontró  el  gobierno,  si  bien  un  poco 
basto  ó  grueso  el  procedimiento  aconsejado  por  su  je- 
fe político  de  La  Paz.  Encontró  áspero  aquello  de  arro- 
jar á  puntapiés  á  los  presos  políticos  que  corriesen  á 
asilarse  en  la  constitución.  A  fin  de  perfilar  y  bruñir 
un  tanto  el  procedimiento,  dispuso  y  declaró  el  estado 
de  sitio.  • 

¿Cosa  más  eficaz  y  sencilla?  De  esa  manera  queda- 
ban suspendidas  en  La  Paz  las  garantías  constitucio- 
nales. Podía  entonces  un  comandante  de  armas  apre- 
hender, por  sí  y  ante  sí,  á  un  medio  centenar  de 
ciudadanos  alegando  que  estaban  en  sus  casas  y  en  los 
cuarteles  conspirando,  según  se  vería  muy  bien  des- 
pués que  se  supiese  la  verdad.  Podíase,  además,  proce- 
der militarmente  contra  estos  delincuentes  civiles  y  po- 
líticos del  fuero  común.  Y  todo  esto,  que  no  podía 

9 


I 


2 JO  Matanzas  de  Yáñíz 

liacerse  ayer  y  se  hizo  ayer,  fué  licito  eiiti 
hoy  se  declara  que  desde  hoy  en  adela 
poder  hacerse. 

Según  él  nos  lo  asegura,  aquí  habían  si 
de  Carvajal.  Refiere  que  su  colega  Yáftez 
pronto  y  harto. 

¿No  había  éste  intentado,  al  siguiente 
siones,  hacer  juzgar  á  los  detenidos  poi 
verbal  de  guerra?  ¿No  había  intentado  ej* 
do  cuenta  con  lo  obrado?  Pues,  precisamei 
ner  BU  terrible  brazo,  el  jefe  político  invi 
diente  de  los  consejos  ordinarios  de  guei 
consulta  al  gobierno.  Ello  á  sabiendas  de 
éste  desechado  tamaño  arbitrio,  Pero,  á 
ponía  traba  por  algunos  días  á  la  viole 
hombre,  y  se  ganaba  tiempo  para  ver  de 
negocio  formas  más  regulares.  Tal  es  la  si 
que  declara  Carvajal. 

Ahora  el  gobierno  salía  adoptando  dí 
los  consejos  de  guerra, 

¿Era  para  complacer  á  Yáñez,  para  qu 
diese  á  matar  harto  y  pronto  á  punta 
marciales?  La  historia  tendría  sobrados 
sospecharlo  respecto  del  gobierno. 

Adoptados  los  consejos  ordinarios  de 
hacer? 

Dos  cosas  se  le  ocurrieron  en  esta  tribi 
vajal,  y  dos  cosas  logró  hacer  con  maestr 
mente  altoperuana:  detuvo  otra  vez  el  br 


Juicio  Publican  l^I 

ueva  consulta  al  gobierno,  y  deja 

i  de  que  había  á  la  sazón  renun- 
e  político. 

porque,  de  los  documentos  que 
mente  el  furor  de  Váñez,  y  tam- 
y  epístola  de  renuncia  le  sirvie- 
larco  de  sangre  del  23  de  octubre. 
:aduras  al  día  siguiente.  Nítido 
do  empuñar,  acto  continuo  de  la 
la  cartera  de  Hacienda  en  el  go- 
jngularlsimo. 
>ii  estas  dos: 

orno  autores  de  un  plan  de  cons- 
rden  piSblico,  ¿podrán  pedir    el 

que  les  acuerda  la  constitucitín 
>  de  la  república,  suspendiéndose 
miento  militar  que  se  sigue?  To- 
1  en  adelante  complicados  segiín 

(¡serán  arrestados  y  sometidos  á 

bien,  conforme  al  estado  de  si- 
:ura  á  mandar  trasladarlos  de  un 
idblica.si  es  que  no  preñriesen  sa- 

sabiduría  del  gobierno.  No  po- 
lación  so  pretexto  de  no  querer 
midad  jurídica.  La  constitución 

cautelosa  contra  la  arbitrariedad 
ego,  decía,  que  se  restablezca  el 
hogares  las  personas  trasladadas. 


1 


rst  Matansas  de  Ydñtt 

y  serán  sometidas  á  juicio  coníbmie  al  aitfculb  5.41 

Este  artículo  declaraba  atentatorio  todo  procedi- 
miento que  no  fuera  el  del  fuero  común. 

DespuéE  de  haber  pedido  venik  para  cumplir  ó  no 
con  la  constitución,  Carvajal  concluye  refiriéndose  á 
loE  presos  futuros  con  estas  ingenuas  palabras,  terribles 
de  puro  ingenuas: 

I'  Porque  no  cabe  duda,  que  si  todos  han  de  ser  so- 
pietidos  á  juicio,  conio  los  que  actualmente  se  hallan 
presos,  es  ineficaz  la  tnedída  de  sitio  que  se  ha  toma- 
do con  respecto  á  esta  ciudad,  medida  que  supone  el 
estado  de  conHagrpciiin  d  conmoción  del  departamento 
li  provincia  que  gon  declarados  en  estado  de  sitio. 
Felizmente,  esta  ciudad  y  ti  distrito  de  Pacajes  é  In- 
gavi  se  conservfin  en  paz  y  tranquilidad;  porque  no 
existe  una  conmoción  abierta  y  declarada,  aunque  hu- 
biese tenido  lugar  un  conato  de  rebelídn.'i 

Hasta  excesiva  es  ja  palabra  conato  de  rebelwn:  des- 
cubrimiento de  un  pl^n  de  conspiración  sería  lo  exacto. 
Nada  hubo  extemo,  segün  Váñez  y  Carvajal  cuando 
I  dieron  aviso  al  gobierno.  La  sociedad  no  ñié  alarmadk 
sino  con  la^  prisiones  en  masa. 

Vuelvo  á  repetir:  hay  sobrados  indicios  para  que  la 
historia  pueda  sospechar  que  el  gobierno  quería  dejar 
hacer  ^1  feroz  Yáñez  en  La  Paz  por  medio  de  los  con- 
sejos de  guerra. 

Pobre  Cai'vajal.  También  consultó  sobre  otro  punto: 

•I  Últimamente  deseo  saber:  si  la  circunspección, 
encargada  en  la  nota  á  que  contesto,  se  ha  hechotam- 
bién  extensiva  al  comandante  general  del  departa- 


wÉi  Juicio  Püblkow  73^ 

mentó;  y  9i  «stft  aüioíidad,  en  las  medidas  que  acor- 
dare y  ejecutare,  lo  hará  por  si  sola  ó  de  acuerdo  con 
la  jefaHira. 

"Tanto  más  urgente  -es  este  esclarecimiento  que 
solicito,  chanto  que  el  señor  comandante  genera!,  en 
sus  actos  y  comunicaciones  oficiales,  se  titula  jefe  su- 
perior del  Norte^  sin  que  hasta  la  fecha  conozca  yo  de 
un  B}odo  oficial  las  condiciones  civiles  ó  militares  de 
esa  superioridad,  tf 

Fué  en -esta  misma  iecha  (octubre  12)  cuando  elevó 
la  renuncia  de  que  se  ha  hablado»  Este  paso  era  para 
un  hombre  de  leyes  inaplacable.  Era  muy  de  sospe- 
charlo: Yá^ez  estaba  adredé  para  proceder  por  las  vías 
'de  hecho  encima  del  régimen  constitucional. 

Oigamos  cómo  explica  el  mismo  Carvajal  estos  pro- 
-cedimientos  suyos;  oigámosle  sin  interrupirlc},  que  su 
modo  de  decir  es  siempre,  allá  en  el  fondo,  el  del  hom- 
bre bueno: 

«'  ¿Qué  pude,  que  debí  hacer,  mayormente  cuando 
se  ponían  á  mi  vista  pruebas,  y  en  mis  manos  de  auto- 
dad,  por  algunos  del  mismo  partido  y  que  hoy  figu- 
ran en  «empleos  püblicos,  cartas  de  Arequipa,  Puno  y 
Tacna,  todas  en  igual  sentido,  denunciando  una  próxi- 
ma tenftativa  de  rebelión? 

"  Nada  lógico  es  juzgar  de  acontecimientos  extraor- 
dinarios, en  los  momentos  en  que  se  efectúan,  con  la 
mistna  serenidad  y  acierto  qué  cuando  ya  han  pasado, 
y  sé  tiene  un  conocimiento  casi  indudable  de  los  ante- 
cedentes que  los  han  motivado.  Ahora  que  la  socie- 
dad ha  podido  columbrar  los  motivos  misteriosos  para 


1^4  Matanzas  de  Yáñez 

sucesos  tan  funestos,  se  discurre,  se  examina  y  se  pío- 
nunciael  fallo  con  una  calma  estoica  contrato  que 
se  hizo,  y  se  señalan  los  remedios  que  pudieron  haber- 
se empleada  para  evitar  el  mal. 

riCon  tales  antecedentes  y  en  cumplimiento  de  mis 
obligaciones  públicas,  al  paso  de  dar  parte  al  supremo 
gobierno,  dirigí  una  circular  á  las  demás  jefaturas  po- 
líticas, comunicando  el  descubrimiento  en  La  P^  de 
un  conato  de  anarquía. 

irEn  esos  momentos  me  participó  el  comandante 
general  su  designio,  ya  deliberado,  de  someter  á  los 
detenidos  á  un  consejo  verbal  de  guerra  que  los  juzgase 
sobre  la  marcha,  juntamente  que  á  quince  á  más  solda- 
dos de  la  columna,  á  quienes  tenía  en  prisión  rigurosa 
y  mortificante. 

"Me  alarmó  sobre  manera  semejante  proyecto,  cuya 
concepción  entrañaba  indudablemente  intenciones  si- 
niestras; y  de  sübito  se  me  ocurrió  proponer  la  idea  de 
un  juicio  en  consejo  ordinario  de  guerra,  conforme  al 
código  militar  vigente.  Mas  le  hice  ver  la  necesidad  de 
consultar  previamente  con  el  gobierno. 

iiExasperado  se  resistía  Yáñez  á  desechar  su  primer 
pensamiento.  Al  cabo  de  una  dilatada  conferencia  lo 
reduje  á  mi  parecer,  logrando  mi  propósito  de  ganar 
tiempo  á  tin  de  favorecer  á  los  arrestados  políticos.  Me 
lisonjeaba  la  esperanza,  y  aun  la  positiva  presunción, 
de  que,  interviniendo  el  gobierno,  se  desechase  el  juz- 
gamiento indicado,  y  que  aquél  impusiese  por  lo  mismo, 
al  comandante  general,  bajo  de  responsabilidad,  un 
procedimiento  más  legítimo  y  ajeno  de  vaguedades 


r 


\\  El  Juicio  Público  \y  IJS 

respecto  de  su  sana  interpretación,  para  la  garantía  y 
defensa  de  los  sindicados  en  la  tentativa  de  convulsión 
interior. 

fiAlcanzado  mi  objeto  de  contener  por  aquel  medio 
la  violencia  á  que  se  disponía  Yáñez,  nos  dirigimos  por 
separado  al  supremo  gobierno. 

"Seguidamente  comuniqué,  en  mi  oficina,  al  señor 
tesorero  don  Manuel  Camilo  Crespo,  allí  presente,  el 
arbitrio  mío  para  resguardar,  á  los  acusados,  de  los 
arranques  arbitrarios  del  funcionario  que  ya  se  titulaba 
jefe  superior  del  Norte.  Igual  confidencia,  en  desahogo 
de  mis  congojas  del  momento,  deposité  en  mi  amigo 
el  señor  Bustamante,  llegado  de  Oruro  á  la  sazón,  de 
paso  para  el  Perú  en  comisión  oficial.  También  impuse 
de  aquel  arbitrio  oportuno  al  señor  fiscal  del  distrito 
doctor  Saturnino  Sanginés. 

iiEste  digno  magistrado,  con  el  celo  que  lo  distin- 
gue, se  apersonó  en  la  jefatura  para  informarse,  de  si 
era  efectivo  que  hubiese  estallado  una  conspiración  de 
cuartel,  y  si  había  delito  evidente  para  el  arresto  de 
tantos  ciudadanos;  pues  que,  como  custodio  de  la  ley, 
no  debía  él  permitir  las  infracciones  en  que  podía  haber 
incurrido  la  autoridad  militar. 

nSegún  llevo  dicho,  yo  le  expuse,  que,  en  la  conve- 
niencia forzosa  y  momentánea  de  frustrar  el  perverso 
designio  concebido  por  Yáñez,  de  proceder  al  juicio  de 
los  presos  en  consejo  verbal  de  guerra  y  dar  cuenta 
con  lo  obrado,  le  había  sugerido,  para  evitar  males 
irreparables,  la  idea  del  juicio  militar  ordinario,  con- 
sultándolo antes  con  el  gobierno. 


1^6  Matanzas  de  Yéñez 

•iFara  no  dar  campo  á  las  desconñanzas  del-coBoan- 
dante  general  sotKe  la  verdad  de  la  consulta  por  mi 
parte,  le  llevé  m¡  nota  relativa  que  se  cerró  y  selló  en 
su  presencia.  De  tales  precauciones  era  preciso  valer- 
se, para  contener  sus  ímpetus  á  un  déspota  semejante, 
y  no  dejar  resquicio  á  su  genio  suspicaz. 

'iFor  ese  mismo  espíritu,  reconocido  en  su  carácter, 
era  dable  suponerle  muy  capaz,  en  aquellas  circunstan- 
cias, de  violar  tenebrosamente  mis  comunicaciones  al 
gobierno.  Y  ¿de  qué  género  de  intrigas  hubiera  sido 
incapaz  quien,  con  sus  posteriores  atentados,  ha  escan- 
dalizado al  mundo? 

itFor  aquella  razón  hube  de  limitarme,  en  dichas 
comunicaciones,  despachadas  por  un  correo  extraordi- 
nario, á  expresar  lo  muy  preciso,  consonando  en  lo 
posible  con  algunos  conceptos  de  Yáñet  y  ain  descubrir 
todavía  mis  propias  apreciaciones  sobre  ks  miras  si- 
niestras que  á  éste  le  suponía,  ni  mi  estado  de  inquie- 
tud en  orden  al  proyecto  de  juzgamiento  que  le  había 
contrariado. 

iiA  poco  de  esto,  el  citado  señor  fiscal  instó,  me- 
diante mi  cooperación,  porque  se  entregase  á  los  dete- 
nidos á  disposición  de  los  jueces  del  fuero  comdn. 
Yáñez,  en  tono  soberbio  repuso  que  él  sólo  era  respon- 
sable de  la  conservación  del  orden  publico,  teniendo 
para  ello  facultades  que  á  todos  excluían  del  derecho 
de  contrariar  sus  determinaciones,  bien  fuesen  muy  ile- 
gítimos los  pretextos. 

irAun  más  sucedió,  en  este  sentido,  con  el  señor  lis- 
cal  doctor  Sanginés,  como  se  verá  al  fin  de  estas  páginas 


..J 


^^El  Juicio  PMicow  /J7 

(Dúcumenias  números  2^  3  y  4)^  sobre  lo  cual  excuso 
comentar. 

iiYáñez,  cuya  calidad  de  jefe  superior  del  Norte  no 
conocía  yo  oficialmente,  roe  dirigió  en  1 2  de  octubre 
una  nota-orden,  para  que  la  tesorería  publica  suspen- 
diese el  pago  de  pensiones  á  muchos  individuos  por  él 
carneados  de  belcístas.  A  ün  de  guardar  toda  la  pru- 
dencia posible  en  mi  conducta,  al  atravesar  por  tan 
azarosa  situación^  y  no  obstante  de  serme  extraña  su 
competencia  para  dictar  semejante  medida,  trascribí  la 
orden  al  señor  tesorero,  y  en  la  misma  fecha  elevé  el 
original  al  conocimiento  del  suj^remo  gobierno  por  el 
órgano  respectivo.  (Documento  número  j,) 

trOmito  hablar  de  varias  otras  medidas  posteriores, 
relativas  á  destitución  de  empleados  subalternos,  como 
sindicados  de  belcistas;  medidas  que  igualmente  puse 
en  coBoctmioito  del  gobierno,  -con  fecha  19  del  citado 
octubre. 

"Por  todo  lo  referido  se  viene  en  conocimiento  del 
grado  de  omnipotencia  que  Yáñez  se  arrogaba;  y  sólo 
podía  poner  coto  á  tamaños  desafueros  la  suprema  au- 
toridad, dercuyas  benéficas  disposiciones  se  esperaba 
el  remedio  á  tan  ciitica  situación. 

iiHabÚLÜ^ado,  finalmente,  el  correo  tcayendo,  no 
lo  qne  se  aguardaba,  sino  providencias  que  debían  em- 
peorar el  estado  de  las  cosas  y,  por  el  abuso,  dar  en- 
sanche á  la  audacia  del  comandante  general  y  jefe 
superior  del  Norte,  para  átropellarlo  todo  como  fatal- 
mente sucedió.  £1  gobierno,  en  acuerdo  de  gabinete, 
resolvió  el  juzgamiento  en  consejo  de  guerra  ordinario, 


L 


,■* 


1^8  Maia?iza$  de  Yd/lez 

de  los  detenidos  belcistás,  declarando  al  mismo  tiempo 
los  distritos  de  La  Paz  é  Ingavi  en  estado  de  sitio. 

I? El  decreto  de  sitio  apuró  él  malestar.  Vacilé,  por 
mi  parte,  en  cumplirlo  dentro  de  mi  jurisdicción,  apo- 
yándome en  el  precepto  del  gobierno,  de  que  tan  lue- 
go como  hubiese  desaparecido  la  circunstancia  de 
conmoción,  se  le  avisase  para  mandar  cesar  el  estado 
de  sitio.  La  conmoción  de  hecho  no  existía:  se  trataba 
únicamente  de  comprobar  y  juzgar  el  intento  de  ella 
que  se  había  descubierto.  Yáñez,  empero,  á  quien  re- 
presenté el  caso,  se  negó  con  incontrastable  tenacidad 
á  mi  propósito.  Sólo  me  quedó  el  recurso,  á  la  vez  que 
de  publicar  el  decreto,  de  hacer  ante  el  supremo  go- 
bierno las  observaciones  contenidas  en  mi  oficio  de  12 
de  octubre.  {Documento  número  6,) 

«I En  la  misma  ocasión,  á  causa  de  mi  angustiada  si- 
tuación para  continuar  una  lucha  moral  con  mil  arbi- 
trios sostenida  contra  las  demasías  de  Yáñez;  y  viendo 
ya  que  sin  el  inmediato  apoyo  del  gobierno,  impotentes 
serían  todos  mis  esfuerzos  para  rectificar  el  giro  legal 
de  las  cosas,  tan  fanáticamente  torcido,  elevé  mi  re- 
nuncia en  forma.  {Documento  número  7.)?! 

Gran  silencio  guardó  el  gobierno  tocante  á  la  supe- 
rioridad septentrional  que  Yáñez  se  arrogaba.  En 
cuanto  á  la  renuncia,  contestó  en  octubre  20  que  él, 
Carvajal,  era  un  buen  ciudadano,  un  probo  magistrado, 
uno  de  esos  hombres  necesarios  etc.;  que  se  quedase 
no  más  en  la  jefatura  y  que  á  la  patria  hiciese  ese  nue- 
vo sacrifici9,  muy  requerido  en  los  momentos  por  la 
opinión  y  por  el  gobierno,  etc. 


r 


\y  El  Juicio  Pttbiicow  i^g 

Y  Carvajal  se  quedó.  Dejó  el  puesto  en  noviembre 
para  subir  al  ministerio. 

Evidentemente,  Carvajal  tenía  miedo  á  Yáñez,  y 
Carvajal  llevaba  á  cuestas  antecedentes  de  belcista,  si 
bien  es  cierto  que  tiempo  hacía  que,  por  andar  fuera 
de  las  ñlas,  no  respondía  á  la  lista  del  partido.  Por 
esto,  y  porque  temía  la  tacha  de  desleal  al  gobierno, 
molestábale  mucho  la  idea  de  aparecer  como  encubri- 
dor indulgente  de  las  faltas  del  belcismo,  ya  que  el 
concepto  público-  no  cesaba  de  colocar  del  lado  de  este 
bando  las  secretas  simpatías  de  Carvajal.  Otra  razón 
más  era  ésta  para  haberse  retirado  desde  un  principio. 

iijAi!  de  mí,  se  decía,  si  con  entereza  contrarío  las 
arbitrariedades  y  violencias  de  Yáñez.  Capaz  es  esté 
furioso  de  pensar  que  estoy  patrocinando  á  mis  anti- 
guos amigos,  y  todavía  hasta  es  capaz  de  sentarme  te- 
rriblemente la  mano,  imputándome  complicidad  en  el 
plan  revolucionario  de  que  les  acusa,  n 

Esto  explica  por  qué  este  empleomaniaco  doctor, 
muy  lejos  de  reprobar  el  atentado  de  las  prisiones  en 
masa,  se  sintió  fácilmente  llevado,  no  sólo  á  tolerarlas, 
sino  también  á  cohenestarlas  oficialmente. 

El  acento  candoroso  de  su  estilo  irritó  á  los  ami- 
gos de  Achá.  Hoy  por  hoy,  no  recaiga  tanta  severidad 
sobre  el  individuo  como  sobre  su  medio  ambiente 
social.  Á  mi  juicio,  su  sano  corazón  era  exclusivamente 
suyo  propio;  su  ofuscamiento  moral,  que,  así  comió  lo 
estamos  viendo,  se  amañaba  á  la  iniquidad  por  retener 
un  puesto  público,  obra  era,  ante  todo,  de  los  tiempos 
en  aquella  tierra.. 


i40  Matanzas  de  Yámz 

Entcftba  yo  al  despacho  del. presidente  Tomás  Frías 
en  el  palacio  de  Oruro,  el  aao  1875,  en  el  montieato 
que  salía  un  hombre  gmnde,  rostro  encendido,  edad 
cercana  á  los  sesenta.  El  presidente  me  dijo: — "^Le 
conoce?"  Y  cuando  advirtió  la  sorpresa  de  n^i  curio- 
sidad 'ál  saber  que  aquel  que  había  salido  era  Car- 
vajal, agregó: — "Acaba  de.  prestarme  su  juran»ento 
de'mmistro  de  Hacienda.  Es  oíidnista  laborioso  y  en- 
tendido en  nuestros  arreglos  rentísticos,  corazón  sose- 
gado y  espíritu  recto.  Un  excelente  padre  de  la  Buena 
jMuerte,  para  ayudar  en  su  agonía  á  este  mi  gobierno, 
ya  próximo  á  cesar." 

Espíritu  recto,  perfectamente;  pero  me  parace  que 
:1a  rectitud  implica  cieírta  entereza  de  carácter. 

Por  lo  demás,  ni  una  palabra  entonces  ni  poco  des- 
pués sobre  el  antecedente  de  las  matanzas.  La  opiniÓD 
de  Tomás  Frías,  con  todo,  tiene  para  mí  mucha  fuer- 
za. Espero  que  este  su  total  olvido  del  23  de  octubre 
.sea,  para  el  lector,  otro  rasgo  pintoresco  del  país. 

Carvajal,  como  ya  se  sabe,  suscribió  al  día  siguiente, 
bajo  el  dictado  de  Yáñez,  la  célebre  circular  á  los  jefes 
políticos  de  la  república,  documento  en  que  se  coho- 
nesta lo  sucedido  la  noche  del  23  de  octubre. 

Ruperto  Fernández  asegura  que  así  también  se  lo 
escribió  á  él  en  carta  particular.  Carvajal  le  decía:  "La 
xiudad  se  ha  salvado  de  una  catástrofe  mediante  la 
actividad  y  energía  del  comandante  general." 

Yáñez  dijo  en  su  parte  al  gobierno  sobre  -el  aj  de 
pctubre: 

•«En  el  fragor  del  fuego  de  los  amotinadas  y  los  sos- 


r 


wEt  Juicio  Páhltcow  141 

tenedí>res  de  la  ley,  se  presentd  S.  S.  el  jefe  político, 
doctor  Rudecindo  Carvajal,  que  por  esta  circunstancia 
no  pudo  reunirse  á  palacio,  acreditando  su  celo  é  in- 
terés por  el  orden  público.'» 

Lejos  de  desmentir  este  grosero  embuste,  Carvajal 
sopo  corresponder  á  la  fineza  recomendaticia  con 
análoga  fineza  en  su  célebre  circular.  Mentira  por 
mentira. 

Él  se  ha  quejado  por  cuanto  un  periódico  de  Co- 
chabamba  calificó  de  mañoso  aquel  parte.  Fué  tímida 
7  mañosamente  inicuo. 

Llegó  á  la  plaza  en  el  día,  atravesando  los  grupos 
de  pueblo  mudo  y  aterrado.  Se  despachaba  en  el  pa- 
lacio un  correo  extraordinario.  Era  ineludible  oficiar 
sobre  lo  ocurrido  al  gobierno.  Á  Carvajal  no  le  cons- 
taba la  reniega  por  amotinamiento  popular.  Exigió  que 
se  le  diese  «n  parte  oficial  del  suceso;  Fué  ese  parte 
con  la  añadidura-  de  algunos  elogios  á  Yáñez,  lo  que  ^ 
en  copia  legalizada  trasmitió  al  gobierno,  y  lo  que, 
para  usar  de  otra  condescendencia,  trasmitió  en  su 
circular  oficiosa  á  los  jefes  políticos  de  la  república. 

"Así  procuré,  dice  ingenuamente,  poner  á  cubierto 
mr  responsabilidad  sobre  la  inexactitud  que  pudiera 
haber  en  los  hechos  relatados.  •» 

El  parte  que  le  pasaron,  en  su  brevedad,  era  á  pedir 
de  boca.  Decía: 

'•Á  eso  de  las  doce  y  cuarto  de  anoche,  han  sido 
atacados  á  fuerza  de  fuego  todos  los  puntos  de  guardia 
de  esta  población,  por  una  facción  de  hombres  que  iti*> 
vocaban  el  nombre  del  exgeneral  don  Jorge  Córdoba, 


L 


142  Matanzas  de  Yáñez 

habiendo  muerto  y  resultado  heridos  varios  individuos 
de  tropa  y  particulares  en  el  combate ^^ 

Suscribe  este  parte  como  intendente  de  policía 
Máximo  de  la  Vega.  Pero  éste  no  había  presenciado 
muertes  en  combate  sino  asesinatos.  Á  las  cuatro  de 
Ja  mañana,  según  afirma  Carvajal,  "vino  Vega  á  parti- 
ciparme lo  ocurrido,  lleno  de  terror  y  espanto  y  con 
las  lágrimas  en  los  ojos  por  las  victimaciones  que  ha- 
bía presenciado.»» 

¡Qué  lágrimas  las  de  Vega! 

Carvajal  cuenta  sus  angustias  con  colores  que  están 
sacados  de  la  notoriedad  de  los  hechos,  y  que  nos  pin- 
tan el  aire  ambiente  donde  á  sus  anchas  respiraban  los 
instintos  del  insigne  malhechor  publico.  Dice: 

1 1  En  esos  momentos  no  contaba  con  recurso  alguno 
que  me  sirviese  de  apoyo.  Me  hallaba  aislado  y  luchan- 
do, en  mi  impotencia,  contra  la  exaltación  de  un  fu- 
rioso que  respiraba  sangre  y  venganza. 

«I El  comandante  general  aseguraba  que  había  sofo- 
cado una  conmoción  popular  combinada  con  un  motín 
de  cuartel,  y  no  existía  un  solo  individuo,  de  los  pocos 
que  permanecían  en  la  plaza,  que  asegurase  lo  con- 
trario. Los  jefes  y  oficiales  que  presenciaron  las  esce- 
nas de  esa  noche,  estaban  subordinados  á  la  autoridad 
militar  de  Yáñez  y  dependían  inmediatamente  de  él. 
Ninguno  se  habría  prestado  á  dar  una  declaración  que  , 
contradijese  los  asertos  de  su  jefe,  y  menos  hubiese 
obedecido  á  mi  llamamiento,  hecho  con  el  fin  de  le- 
vantar una  sumaria  información  para  esclarecer  la  ver- 
dad de  todo  lo  ocurrido  en  esa  funesta  noche. 


r 


^^  El  Juicio  Públicow  14J 

«•Cada  uno  tenía  fija  la  vista  en  el  carácter  feroz  y 
exaltado  de  Yáñez.  Nadie  quería  pasar  por  el  trance 
de  agonía  á  que  fué  sometido  el  capitán  don  -Benigno 
Guzmán.  Este  joven  oficial,  hoy  comandante  de  ejér- 
cito y  mayor  de  plaza  de  la  capital,  entró  en  La  Paz 
con  el  batallón  Cortés  (el  batallón  Segundo  comandado 
por  Cortés),  á  que  pertenecía.  Sorprendido  con  las 
ejecuciones  que  habían  tenido  lugar,  tuvo  la  impru- 
dencia de  lamentarlas  en  un  estrecho  círculo  de  ami- 
gos. Yáñez,  á  quien  no  le  faltaban  espías,  supo  la  ocu- 
rrencia y  mandó  llamar  al  capitán.  Inmediatamente 
que  éste  se  presentó,  dio  la  orden  para  que  fuese  fusi- 
lado en  el  salón  mismo  de  la  casa  de  gobierno.  Los 
rifleros,  que  servían  de  retén  y  escolta  al  comandante 
general,  tenían  ya  preparadas  sus  armas,  y,  en  el  mo- 
mento de  descargarlas  ¡un  milagro  salvó  á  Guzmán!ii 

Este  milagro  fué  la  intervención  tan  casual  como 
afortunada  de  Benavente.  Éste  entraba  ese  momento 
é  hizo  recuerdo  á  Yáñez,  que  el  oficial  Guzmán  era 
deudo  inmediato  del  presidente  Achá. 

"Habría  deseado  que  otro  más  enérgico  y  menos /«- 
silánime  que  yo  hubiese  ocupado  en  esos  días  aciagos 
la  jefatura  política  de  La  Paz.  Quizá  uno  de  tantos 
valientes  que  después  ha  criticado  mi  conducta  habría 
hecho  un  ejemplar  castigo  con  Yáñez,  mandándolo  fu- 
silar sobre  el  montón  mismo  de  sus  víctimas,  n 

Después  de  consumados  ó  conocidos  tamaños  exce- 
sos y  tamañas  flaquezas,  compréndanse  ahora  los  esta- 
llidos de  la  prensa  independiente. 

Pero,  antes  de  recoger  estos  clamores  de  la  huma- 


J44  Matanzas  de  Ydñez 

nidad  indignada,  citará  un  caso  pintoresco,  para  cerrar 
este  punto  sobre  los  irreparables  agravios,  que  los  ma- 
gistrado» de  La  Paz  infirieron  á  la  constitudón  y  á  las 
leyes,  en  laa  personas  de  los  detenidos  y  saerificados  en 
octubre. 

IDespués  de  ocho  días  que  los  ciudadanos  estaban 
sumidos' en  los  cárceles  bajo  tribunales  de  sangre  y  con 
alarma  de  la  sociedad  entera,  Saturnino  Sanginés,  el 
ñscal,  á  petieióo  de  parte  y  no  de  oficio,  dirigid  timidí- 
simamente  una  nota  indagatoria  al  comandante  gene- 
ral, no  tampoco  sobre  las  prisiones  en  masa,  sino  tan 
síSIo  sobre  la  del  hijo  de  la  persona  ocurrente  y  acerca 
de  la  autoridad  que  estuviese  juzgándole.  Los  demás- 
detenidos  no  le  merecieron  atención. 

No  sé  3Í  Yáñez  toniá  por  lo  serio  este  reclamo  del 
custodio  de  las  garantíasi  individuales,  sustentáculo  de 
las  personas  y  propiedades,  portaestandarte  á  abande- 
rado de  la  conciencia  públícaj  atalaya  avanzado  de  la 
sociedad,  etc.,  con  que  los  retumbantes  documentos 
oficiales  de  Solivia  solían  denominar  á  estos  señores 
fiscales.  No  sé  si  entendió  que  lo  que  este  Sanginés 
quería,  era  recabar  ó  apañar  para  sí  un  documentito 
de  ulterior  resguardo,  á  fin  de  estarse  á  su  sombra  más 
quedo  que  nunca  en  su  casa. 

Había  por  ahí  en  la  ley  del  procedimiento  criminal 
una  prescripción  primordialísima,  pero  algo  riesgosa 
de  cumplir  en  la  ocasión,  y_que  Sanginés  se  había  cui- 
dado muy  bien  de  no  cumplir,  siquiera  sea  humilde- 
mente, ante  Yáñez;  y  dice  así  á  los  fiscales  tpcante  á- 
prísiones  arbitrarias: 


1. 


^^  El  Juicio  Público  w  I4S 

í»En  caso  de  alegarse  causa  legal  para  la  detención, 
harán  conducir  al  detenido  inmediatamente  ante  su 
juez  respectivo.» 

No  había  remedio:  era  ineludible  encararse  á  la  fiera 
y  decir  á  presencia  suya  á  los  detenidos: — «« A  la  calle 
todos.'»  Ó  bien,  si  bien  se  quiere  y  para  más  conceder: 
— iiÉstos  al  fuero  comiín,  aquéllos  al  militar  ordinario, 
y  yo  estaré  allá  para  ver  todo  eso.»  Yáñez  de  seguró 
no  obedecía.  Perfectamente.  Pero  á  costa  sólo  de  uil 
acto  de  entereza  Sanginés  quedaba  indemne  con 
honor. 

Bien  sabía  el  coronel  Yáñez  que  no  ha  sido  raro  en 
la  milicia  el  acudir  derecho  á  un  puesto  de  muerte  y 
perecer  allí  á  sabiendas  por  honor  y  por  deber.  No  mé 
parece  que  el  presente  fuese  en  el  foro  un  caso  seme- 
jante. Mas,  quizá  aquel  acto  reposado  de  celo  intrépi- 
do y  generoso,  hubiera  provocado  una  crisis  oportuna 
en  el  furor  de  Yáñez,  cayendo  esta  rectitud  sobre  ese 
furor,  ó  conjo  centella  ó  como  baño  de  antipiriña. 

Carvajal  y  Sanginés  cambiaron  después  cartas  de 
purificación  sobre  su  conducta,  cargando  en  la  romana 
todo  el  peso  á  la  furia  de  Yáñez.  Hay  que  creer  sobre 
su  palabra  á  estos  dos  togados,  que  se  hacen  profun- 
das genuflexiones  para  darse  mutuo  testimonio  de  su 
respectiva  ñdelidad  con  la  ley.  Es  esto  lo  vínico  diver- 
tido que  encuentro  entre  los  escombros  de  aquella  tra- 
gedia sangrienta. 

Entretanto,  dada  esa  furia  salvaje,  me  parece  que 
si  hubo  alguien  en  La  Paz  que  estaba  expresamente 
remunerado  para — y  obligado  á — morir  antes  que  un» 

19 


I 


TY"! 


146  Matanzas  de  Yáñez 

cualquiera  de  las  cincuenta  víctimas  del  23  de  octubre, 
ese  era  sin  duda  Saturnino  Sanginés. 

De  los  términos  que  usó  Yáñez  al  dar  respuesta  á 
la  tímida,  tardía  y  forzada  pregunta  del  fiscal,  se  dedu- 
ce que  el  primero  no  tomó  al  segundo  por  lo  serio, 
pensando  quizá  que  se  las  había  meramente  con  uno 
cualquiera  del  vulgo,  ó  sea  con  un  curial  trémulo  y  en- 
corvado. No  temió  equivocarse  y  le  echó  socarrona- 
mente  este  bufido: 

"Mientras  tanto,  el  silencio  se  debe  imponer  y  no 
admitir  recursos  de  esta  naturaleza,  los  que  se  propo- 
ne esta  comandancia  general  no  escuchar,  como  cua- 
lesquiera otros  que  se  le  puedan  dirigir  por  las  autori- 
dades, que  por  condescendencia  con  los  conspiradores^ 
parece  que  toman  una  parte  interesada  en  lo  que  de- 
bían reprobar,  pidiendo  más  bien  que  recaiga  el  con- 
digno castigo.  1 1 

Chitón  con  esto  ó  como  el  vulgo  dice;  i» Muerto  el 
perro. II  ■ 


CAPÍTULO  VI 


"EL  JUICIO  PUBLICO" 

leei 

{Continuación) 

Invectivas  contra  el  egoísmo  paceño. — Hojas  impresas  apelan  á 
la  ira  popular. — Noble  actitud  indignada  de  la  prensa  peruana. 
— Temple  vehementísimo  de  la  prensa  tacneña. — La  América 
y  El  Comercio, — Excitaciones  marciales. — Deprecaciones. — 
Lo  furibundo  y  lo  gemebundo. — La  tecla  biográñjdii.  —  Ecos  in* 
teridfes  por  un  escarmiento. — El  Pueblo  y  otras  publicaciones. 
— Increpaciones. — El  santo  obispo  con  su  clero. — Alarmas. — 
Un  rayo  de  esperanza. — Yánez  amenazador. —  Un  capitán  de 
guardia. — Consejo  del  obispo. — Las  suplicantes  tocando  á  las 
puertas  de  Balsa. — Libertad  de  los  detenidos. — Rugidos  del 
coraje  popular. — Un  curioso  tipito  boliviano:  el  vividor  donr. es- 
tico. 


Un  impreso  boliviano  de  Tacna,  fechado  en  noviem- 
bre 5,  decía  entre  otras  cosas,  bajo  la  impresión  cau- 
da en  dicha  ciudad  por  las  matanzas: 


14^  Matanzas  áe  Váñez 

II... Hay  una  consíderac¡i5n,  lo  decimos  con  profunda  ' 
tristeza,  que  lleva  la  muerte  hasta  el  fondo  mismo 
alma:  no  podemos  comprender  cómo  es  que  cuando  I 
se  juega  tan  atrozmente  con  la  vida  humana...,  no  se  I 
levanta  la  ciudad  en  masa  para  esterminar  el  mal!,.. 
¿Qué  es  del  patriotismo  nacional,  qué  de  esos  esforza- . 
dos  ciudadanos  de  otros  tiempos?  ¿Cuál  es  el  hombre,  | 
cuál  es  el  monstruo,  que  arrebatado  de  santa  indigna-  i 
ción  no  se  subleva,  como  la  tempestad,  contra  los  ac-  ; 
tos  antisociales,  contra  las  crueldades  de  marca  mayor,  I 
contra  los  crímenes  de  imponderable  gravedad,  contra  I 
las  maldades  sin  término  de  comparación,  contra  el  I 
asesinato,  en  fin,  de  los  ancianos,  de  los  enfermos,  de  I 
los  ministros  del  altar?...  ¡Qué  pueblos,  qué  hombres,  I 
qué  tiemposlii 

Días  antes,  otra  hoja,  también  impresa  en  Tacna  \ 
[noviembre  \.°\  invocaba  con  más  fe  y  confianza  al  I 
pobre  pueblo,  de  cuyos  rangos  habían  sido  inmolados  I 
10  menos  de  treinta  individuos.  Mostrando  más  segu-  F 
ra  la  venganza,  fiándola  á  estas  toscas  manos,  qui 
saben  escamotear  nada  ni  prestidigitar  en  política, 
:fa  á  Yáñez: 

'iSicario:  ¿por  qué  habéis  enlutado  vuestra  patria? 
soldado  soez:  ¿por  qué  habéis  manchado  tan  negra-. 
Tiente  la  historia  de  BoHvia?...  líien  pronto  caerá  s 
>re  vuestra  cabeza  la  venganza  del  pueblo,  que  es 
ie  Dios.it 

La  misma  prensa  boliviana  de  Tacna  decía  en  otra 
30ja  suelta,  con  relación  á  la  gallarda  avilantez  o 


w  El  Juicio  Püblicow  I4g 

que  Yáñez  se  mostraba  en  La  Paz,  merced  á  las  tole- 
rancias del  egoísmo  y  del  miedo: 

II Desgraciado  el  país  donde  un  inmundo  esbirro, 
hez  del  pueblo,  hijo  de  la  canalla,  puede  impunemente 
disponer  de  vidas  y  haciendas...  Los  pueblos  que  no 
saben  defender  su  libertad  merecen  besar  sus  ca- 
denas, m 

Otra  hoja  impresa  el  14  de  noviembre,  en  Tacna,  y 
que,  como  las  anteriores,  tuvo  vasta  circulación  en  Bo- 
livia,  vista  la  radical  impotencia  de  los  bolivianos  re- 
sortes sociales,  pedía  la  intervención  de  los  gobiernos 
de  América  para  devolver  la  salud  viable  á  tan  dilace- 
rada república.  Decía  entre  otras  cosas: 

r  I  Insultada  la  moral  en  el  santuario  mismo  de  las 
leyes,  rasgado  el  código  fundamental  por  el  soldado 
que  ayer  juró  custodiarlo,  escarnecida  la  religión  con 
el  ultraje  de  sus  ministros,  y  reducidas  á  la  orfandad 
en  un  momento  de  calor  tantas  familias  ilustres,  son 
precedentes  muy  notables  para  añrmar  que  en  Bolivia 
la  barbarie  ha  levantado  su  trono  sobre  las  ruinas  la 
civilización.  Deber  de  los  pueblos  y  gobiernos  ameri- 
canos es,  pues,  emplear  los  medios  de.  combatir  esa 
barbarie  y  restablecer  la  civilización  vecina,  si  se  quiere 
conservar  la  propia,  n 

La  prensa  genuinamente  peruana,  ligada  entonces 
por  muchos  vínculos  con  la  política  boliviana,  estuvo 
casi  unánime  en  reprobar  el  23  de  octubre  y  en  pedir 
el  pronto  castigo  de  los  culpados. 

En  este  sentido,  escribieron  los  redactores  de  El 
Comercio  y  áe  El  Independiente^  de  Lima,  y  los  de  El 


^ 


i$o  Matanzas  de  Yáñez 

Porvenir  y  át  La  América^  de  Tacna.  Estas  gacetas 
circulaban  ampliamente  en  Bolivia. 

El  número  7,115  át  El  Comercio  decía: 

fiY  si  todo  no  ha  sido  mas  que  un  motín  fígurado, 
con  premeditación  de  matar,  como  lo  aseguran  con- 
textes  todas  las  comunicaciones  de  Bolivia,  Yáñez  no 
sólo  es  caliñcable  de  asesino,  sino  también  de  cobarde 
y  villano  asesino. n 

El  número  7,109  decía: 

M Pasajeros  venidos  de  Arequipa  nos  aseguran  que  á 
•ultima  hora  se  había  recibido  allí  la  noticia  de  la/uga 
del  degollador  Yáñez.  Quiera  el  cielo  que  eso  sea 
exacto.  Si  el  mal  causado  por  el  asesino  no  tiene  re- 
medio, así  se  salvaría  á  lo  menos  el  honor  de  esta  Amé- 
rica, probándose  con  la  fuga  de  Yáñez,  que  el  gobierno 
de  Bolivia  estaba  dispuesto  á  castigarlo  con  la  severi- 
dad á  que  se  ha  hecho  acreedor,  n 

Al  publicar  el  parte  de  Yáñez  al  gobierno.  El  Mer- 
curio de  Iquique^  decía  en  su  número  18,  entre  otras 
cosas: 

iiEn  momentos  que  acababa  de  saciar  su  sed  de 
sangre  en  la  aristocracia  de  la  desgraciada  Bolivia, 
aquel  tirano  americano  detalla  á  grandes  rasgos  su  me- 
morable carnicería,  carnicería  que  ni  el  polvo  de  los 
años  borrará  en  Bolivia,  n 

Al  leer  dicho  parte,  los  redactores  de  El  Indepen- 
diente^ de  Lima^  que  atónitos  se  ocuparon  al  principio 
en  analizar  las  noticias  breves  y  concisas  de  los  prime- 
ros correos,  estallaron  reprobando  á  Yáñez  sin  más 
trámite  en  el  número  227.  Dijeron: 


^^  El  Juicio  Públtcow  iji 

iiEscribimos  estas  líneas  dominados  todavía  por  la 
profunda  impresión  de  temor  y  de  espanto,  que  ha 
producido  en  nuestro  ánimo  la  lectura  de  las  comuni- 
caciones venidas  por  el  vapor  del  Sud.  El  crimen  que 
el  comandante  militar  Yáñez  acaba  de  cometer,  es  un 
atentado  capaz  no  sólo  de  desacreditar  á  Bolivia,  sino 
á  todo  un  continente.  Por  fortuna,  el  Perií  ha  contes- 
tado, por  su  parte,  con  un  grito  unánime  de  reproba- 
ción, n 

Según  un  escrito  de  la  época,  las  ofícínas  departa- 
mentales, las  cancillerías  consulares,  los  escritorios 
mercantiles,  las  imprentas  más  conocidas,  recibían  en 
La  Paz  estos  papeles  de  formidable  censura,  papeles 
con  cuya  remisión  los  editores  peruanos  se  apresuraban 
á  significar  su  simpatía  á  la  ciudad  y  á  las  familias  do- 
lientes. El  Comercio  tenía,  además,  suscritores  en  La 
Paz,  en  Sucre  y  probablemente  también  en  Cocha- 
bamba. 

Cartas  directas  de  La  Paz  y  Arequipa,  y  los  infor- 
mes de  un  corresponsal  suyo  en  el  Desaguadero,  deter- 
minaron el  juicio  de  El  Comercio  desde  la  primera 
hora.  En  su  número  7,105  encabezaba  así  sus  comu- 
nicaciones recibidas: 

»La  Paz  ha  sido  teatro  de  una  matanza  tan  odiosa, 
que  es  imposible  que  haya  un  solo  americano  que  oiga 
narrar,  sin  sentir  rubor,  los  episodios  de  ella.  Como 
hijos  de  este  continente  y  como  hombres,  no  podemos 
menos  que  protestar  contra  asesinos  que  infaman  á  los 
pueblos  sudamericanos.  Baldón  eterno  sobre  los  ase- 
sinos de  San  Juan  y  de  La  Paz.  La  maldición  del  cielo 


IS2  Mt/anz'as  ái  Yáñcs 

y  de  los  hombres  persiga  por  todas  partes  sus  pasos.» 

Días  después,  al  recibir  el  número  459  de  £1  Teté- 
grafo,  correspondiente  al  27  de  octubre,  exclamó  aquel 
diario  en  su  ya  citado  número  7,ir5: 

"Coronel  Yáñez:  atentados  de  esta  naturaleza  nunca 
lograron  cubrirse  con  una  tira  de  papel,  ni  se  borran 
con  cuentos  tristemente  forjados  por  et  estoicismo  de 
algún  escritor  sanguinolento.  En  las  tumbas  heladas 
donde  yacen  aquellas  víctimas,  sacrificadas  á  un  mortal 
odio  de  partido,  reciban  de  la  justicia  un  soplo  de 
valor  para  deciros  enérgicamente:  que  lo  que  habéis 
mandado  compaginar  en  El  Telégrafo  es  mentira.  I^s 
sombras  que  os  rodean  os  dicen:  ¡mentira!  Vuestra 
conciencia  criminal  desde  el  fondo  os  grita;  ¡mentira!" 

Son  notables  estas  impresiones  de  la  prensa  extraña 
que,  vecina  á  los  sucesos,  observaba  las  cosas  de  Bo- 
íl via. 

La  prensa  de  Tacna  figura  en  otra  categoría.  Indu- 
dablemente se  puso  por  simpatía  al  servicio  de  los 
agraviados  y  del  resentimiento  público  en  Bolivia.  Qui- 
zá en  alguna  parte  su  redacción  fué  inspirada  ó  Influida 
por  la  emigración  residente  en  la  ciudad.  I.^  prensa 
tacneña  circulaba  profusamente  en  Bolivia.  Tenía  su 
parte  en  la  polémica  de  los  partidos  interiores.  Siem- 
pre ha  sucedido  que,  cuando  el  periodismo  indepen- 
diente es  medroso  a  yace  amordazado  en  Bohvij,  la 
prensa  de  Tacna,  ó  cuando  menos  su  imprenta,  ha 
servido  de  tribuna  á  la  oposición  boliviana. 

Encaminado  á  lastiniar  saludablemente  en  lo  vivo 
el  sentimiento  nacional,  es  un  articulo  de  La  América 


\\  El  Juicio  Füblicow  i§j 

de  aquella  ciudad.  Entre  varias  especies  conducentes 
á  presentar  ante  el  pueblo  boliviano  un  sombrío  retrato 
de  sus  conductores,  contiene  lo  que  sigue: 

uTan  extraordinarios  sucesos,  horribles  en  el  fondo, 
atroces  en  la  forma,  que  propagan  por  todas  partes  la 
alarma  y  el  peligro,  anunciando  en  el  continente  ame- 
ricano la  peor  de  las  reacciones,  la  reacción  de  la  bar- 
barie, han  puesto  á  Bolivia  en  estado  de  sitio,  conti- 
nental, hanla- constituido  en  completo  entredicho  con 
todas  las  naciones  del  mundo,  y  especialmente  con  las 
repúblicas  vecinas,  que  rechazan  indignadas  ^1  contagio 
del  mal. 

ii¿Quién,  en  adelante,  tratará  con  Bolivia,  uncida 
como  está  al  carro  del  crimen?»» 

El  tono  y  conclusiones  del  suelto  impreso  el  14.de 
noviembre  en  Tacna,  y  el  espíritu  del  anterior  párrafo 
de  La  América ,  se  hallan  en  perfecta  armonía  con  un 
editorial  de  El  Comercio  de  Lima,  aparecido  también 
estos  mismos  días. 

Encuentra  éste,  en  el  texto  del  oficio  de  Yáñez  al 
gobierno,  la  medida  de  la  sima  en  que  ha  caído  el  es- 
tado social  boliviano;  porque  allí  el  pretexto  que  se 
invocó  al  matar,  de  oficio  se  declara  ahora  paladina- 
mente por  sí  mismo  un  mero  pretexto:  ¡tanta  es  la  fri- 
volidad con  que  Yáñez  se  presenta  alegando  meras 
frases  en  favor  de  un  crimen  tan  grande,  cometido  con 
la  fuerza  pública  en  un  pueblo  civilizado! 

Y  después  de  algunos  consejos  referentes  á  la  elec- 
ción de  hombres  públicos,  el  tal  artículo  dice: 

"La  indolencia  con  que  miran  los  estadistas  ameri- 


1^4  Matanms  de  Ydñez 

canos  la  falta  de  sensatez,  dignidad  y  patri< 
que  algunos  gobiernos  se  conducen,  es  inco 
é  ¡njustiñcable.  La  no  intervención  se  ha  llt 
la  negación  de  advertencias  y  consejos  a 
Para  que  Bolivta  tenga  derecho  á  las  sim] 
América,  necesita  ser  más  humana  y  ocupan 
temente  de  la  ci^lización  y  mucho  menos  <j 
sicidn  de  empleos." 

Enderezado  precisamente  al  espíritu  de 
la  clase  popular,  cuya  sencillez  no  juega  pa 
la  baraja  de  los  empleos,  es  un  artículo  c 
.  que  apareció  en  El  Comercio  de  Lima,  corre 
al  1 8  de  noviembre  y  que  fué  transcrito  en  B 
se  dice: 

i'Esperad  un  momento.  El  castigo  es  neci 
gara  el  día.  Dios  es  justo.  El  asesinato  y  e 
nunca  quedaron  impunes.n 

Otro  artículo,  boliviano  probablemente, 
ció  en  la  prensa  de  Lima,  circuló  en  Bolivia 
crito  en  La  Paz,  se  muestra  espantado  y  a 
lo  acaecido  en  esta  illiima  ciudad.  Concluyi 

iijPueblos!  ¡despertad!  Vuestro  adormec 
más  funesto  que  el  letal  marasmo  de  las  la) 
tinas.  Sacudid  ¡a  vergonzosa  inercia  que  os  a 
fended  vuestos  tesoros  dilapidados,  vuest 
encadenada,  vuestra  vida  amenazada  por  h( 
catombes!" 

El  I."  de  noviembre,  en  Iquique,  se  escr 
prensa  lo  siguiente,  bajo  la  impresión  del  ( 
griento: 


wEl  Juicio  Piiblicou  7/5 

"¡Pueblo  boliviano!  ¿Dónde  has  sepultado  el  pa- 
triotismo que  tanto  te  caracteriza?  ¿Cómo  consientes 
que  se  improvisen  cadalsos  para  tus  ilustres  hijos...? 
etcétera. 

En  una  hoja  boliviana  de  Tacna,  tras  un  cuadro  des- 
consolador de  la  república,  en  que  aparecían  el  crimen 
triunfante,  las  garantías  violadas,  el  pueblo  en  disper- 
sión, las  muchedumbres  hambrientas,  etc.,  etc.,  se  dijo 
más  ó  menos  ppr  este  mismo  tiempo: 

"¡Pueblo  de  Bolivia!  ¡Lo  que  nos  asombra  es  vues- 
tra larga  paciencia  1» 

En  un  artículo  suscrito  el  1 1  d^  noviembre  en  Iqui- 
que  y  que  circuló  en  La  Paz,  impreso  en  La  América 
de  Tacna,  Juan  de  la  Cruz  Benavénte  pinta  á  los  hom- 
bres de  I^  Paz  confundiendo  sus  lágrimas  con  la 
sangre  derramada,  y  proclama  á  las  mujeres  á  íin  de 
que  sean  ellas  las  que  asalten  el  palacio  para  castigar 
á  Yáiíez. 

>'Id,  les  dice,  al  antro  del  asesino  con  todas  las  que 
sean  esposas,  madres  ó  hijas,  y  arrojadle  de  La  Paz, 
donde  le  toleran  los  hombres,,,  etc." 

Venían  igualmente  de  Tacna  hojas  sueltas  como  la 
que  lleva  por  título:  Una  lágrima  sobre  la  tumba  de  las 
victimas  del  2j  de  octubre. 

Para  cada  una  de  las  víctimas  ilustres  ó  distinguidas 
hay  un  rasgo  de  ardiente  conmiseración  en  esta  necro- 
logía. Este  obituario  consigna,  como  allí  se  dice,  los 
ayes  doloridos  de  millares  de  amigos  y  parientes,  ayes 
también  por  la  patria  querida,  que  rueda  al  abismo. 

"Mas  no:  el  espíritu  alienta  aun.  Heroicos  hechos 


1 


ijó.  Maganzas  de  Yáñez 

hablaron  en  favor  de  vuestra  historia,  y  ellos  serán  la 
garantía  de  vuestro  porvenir.»» 

En  el  estilo  fúnebre  la  prensa  del  interior  no  se  dejó 
sobrepujar  por  la  prensa  boliviana  del  exterior. 

Lo  qlie  llamaremos  aquí  el  tono  mertor  del  reclamo 
político  con  sus  varios  semitonos  se  asila  á  veces  en 
la  literatura.  El  espíritu  de  partido  tiene  dondequiera 
una  nota  deprecatoria,  que  concierta  maravillosamente 
bien  con  esas  peroratas  gemebundas  é  inofensivas,  que 
á  menudo  resuenan  al  borde  de  los  sepulcros  en  Boli- 
via.  Este  concierto  se  acuerda  con  el  disimulo  y  la  si- 
mulación intencionales,  que  están  en  la  índole  de  la 
raza. 

Porque  no  se  puede  negar  que  la  literatura  de  cres- 
pones, cirios,  ampolletas,  guadañas  y:  paños  negros  con 
calaveras  y  canillas  blancas,  es  género  predilecto  del 
ingenio  mediterráneo  boliviano.  Esa  es  allá  cuerda  so- 
nora, cuya  amplitud  se  aviene  á  variedad  de  sones  y 
sonsonetes.  Uno  de  ésos  sones  suele  ser  el  odio  ó  el 
resentimiento  político.  La  nota  fúnebre  ha  solido  es- 
tampar alguna  vez  páginas  de  radiosa  alevosía.  Invisi- 
ble como  el  filo  de  una  daga  florentina,  la  malicia  de 
la  prensa  lastimera  y  lúgubre,  en  Bolivia,  ha  tenido 
ocasiones  de  no  dejarse  sentir  sino  cuando  ha  apare- 
cido clavada  ya  en  el  corazón  de  un  adversario. 

En  el  presente  caso  Sucre,  Cochabamba  y  Potosí 
nos  han  dejado  .muestras  muy  curiosas.  Por  senderos 
apartados  y  floridos,  llenos  de  inmortalidad  y  de  eter- 
nos descansos,  el  espíritu  político  se  encaminaba  ma- 
lignamente, en  estas  producciones,  á  excitar  la  venganza 


w  Él  Juicio  Público^}  /J^ 

del  pueblo  de  La  Paz.  Uno  que  no  conociese  el  tecla- 
do de  ardidosos  resortes  de  la  prensa  altoperuana,  pu^ 
diera  candorosamente  caer  en  la  celada  patética  de 
estos  compungidos  escritos.  Formaría  quizá  candoro- 
samente con  estas  plegarias  un  lacrimatorio  al  uso  an- 
tiguo, para  ofrendarlo  hoy  día  tipografiado  á  los  manes 
de  los  belcistas  inmolados  el  23  de  octubre. 

Con  fecha  5  de  noviembre,  un  boliviano  residente 
en  Tacna  publicó  en-  EL  Porvenir  de  dicha  ciudad 
un  artículo  mixto,  pues  se  puede  fácilmente  descoma 
poner  en  dos  partes,  una  gemebunda  y  otra  furibunda. 
£n  mitad  de  su  carreta  la  pluma  del  escritor,  cansada 
de  fingir  ternezas,  comienza  á  chisporrotear,  y  de  re- 
pente, como  si  ñiera  el  metálico  punto  extremo  de  una 
corriente  eléctrica,  descarga  su  ira  vengadora  incitan- 
do al  pueblo  paceño  á  la  rebelión. 

Las  notas  medias  de  este  registro  de  sonidos  tan 
distantes,  son  también  aquellas  en  que  brilla  más  la 
hipocresía  plañidera  propia  de  esta  clase  de  escritos 
políticos! 

— Noche  lóbrega  en  la  ciudad.  La  bestia  feroz  acaba 
de  ser  desencadenada  por  sus  domadores;  Mientras 
tanto,  sueño  dulcísimo  de  los  corderos  inocentes  en^ 
las  prisiones,  etc.  En  seguida,  carnicería  por  calles  y 
plazas,  etc.  Silencio  sepulcral,  etc»  Al  día  siguiente,  luz 
del  sol  del  siglo  XIX  alumbrando  la  hecatombe,  la 
infortunada  nación  muda  de  espanto,  la  América  indig- 
nada y  atónita,  etc.,  etc. 

—Mirad  á  este  antiguo  mandatario  supremo,  amorta" 
jado  con  sus  hiimedas  y  teñidas  sábanas;  contem|)]ad 


í§S  Matanzas  je  Ydñez 

más  allá  al  sabio  jurisconsulto,  revolcada  j  tinto  en  su 
propia  sangre;  aquí,  un  virtuoso  hacendista  durmiendo 
desnudo  el  sueño  eterno  en  las  baldosas  de  la  plaza; 
allá,  el  montón  de  cadáveres  destrozados  á  bala  de  ce- 
rradas descargas,  etc.,  etc. — 

No  ñilta  en  este  escrito  uno  solo  de  esos  lugares  ora- 
torios prescritos  en  sus  recetas  por  los  retóricos  ate- 
nienses, y  que  se  ven  brillar  con  todas  las  pompas  de 
la  decadencia  en  las  arengas  de  los  sofistas  alejan- 
drinos. 

fiY  escucho  el  ¡ai!  de  los  agonizantes.  Y  la  voz  de  un 
padre  que  dice:  hijo  mío,  ¿dóndeestás?  Y  la  de  un  hijo 
que  exclama:  padre  mío,  ¿por  qué  me  habéis  abandona- 
do? Y  la  de  un  esporo  que  dice:  esposa  mía,  las  dulces 
caricias  que  me  brindabas  en  los  primeros  días  de  nues- 
tro amor,  sírvenme  también  de  consuelo  en  los  dltimos 
momentos  de  mi  vida. 

II Y  oigo  la  voz  del  matador  que  dice:  herid  sin  com- 
pasión, bala  con  ellos.  Y  los  genízaros  se  lanzan  como 
lobos  hambrientos  á  devorar  su  presa.  ¡Y  principió  la 
matanza  y  se  consumó  también!  jAh!  ¡Terrible  y  tristí- 
simo espectáculo,  cuadro  desgarrador,  la  ciudad  de  La 
Paz  un  lúgubre  panteón! 

iiDel  seno  de  ese  pueblo  infortunado,  por  entre  el 
ahullido  y  algazara  de  los  asesinos  salió  el  eco  del  ¡ai! 
de  las  víctimas; eco  que  vaga  incierto  por  la  atmósfera  de 
Bolivia;  eco,  que  resonando  en  el  corazón  de  los  ame- 
ricanos, ha  puesto  en  guardia  á  los  habitantes  del  mun- 
do de  Colón,  y  ha  sido  como  una  consonancia  de  la 
voz  aquella  que  decía:  Despierta  Itatia, 


^^El  Juicio  PiMicow  ijg 

iiSi,  Bolivia  va  á  despertar,  porque  el  eco  de  ese  ¡ai! 
no  se  extinguirá.  £1  estará  eternamente  clamando  ven- 
ganza. Y  la  venganza,  os  lo  digo,  ha  de  llegar. '  Pero, 
¡temblad,  malvados!  jtemblad  asesino!  Porque  la  ven- 
ganza de  los  pueblos  es  terrible. . . . 

iiiArriba,  bolivianos!  La  infamia  y  el  baldón  para  vo- 
sotros si  permanecéis  indiferentes,.,  etcn 

Hago  á  los  pacientes  lectores  merced  de  la  perora- 
ción flamígera  proclamando  en  esta  parte  el  desquite 
sin  cuartel. 

También  la  cuerda  biográfíca  se  puso  al  servicio 
de  la  indignación,  para  tocar  en  sus  resortes  motrices 
la  formidable  máquina  popular.  £1  más  certero  fué  Pe- 
dro Lozano.  £n  una  hoja  suelta  impresa  en  Cochabam- 
ha  decía: 

nLa  publica  indignación  que  ha  corrido  por  todoar 
los  ángulos  de  la  república,  haciendo  hervir  cada  cora- 
zón, cada  vena  de  las  almas  generosas»  me  ha  puesto 
la  pluma  en  la  mano  para  mostrar  ligeramente,  que  ese 
anatema  horroroso  contra  los  matadores  del  general 
Córdoba,  tiene  un  fondo  noble  de  verdadera  justicia,  n 

La  muerte  del  general  fué^  sin  duda  ninguna,  la'  que 
más  impresionó  al  país.  Parece  que  el  gobierno  mismo, 
con  presunciones  ó  con  certidumbre  de  su  inocencia, 
mandó  por  correo  extraordinario  orden  de  ponerle  en 
libertad.  Llegó  tarde.  Al  leer  el  pliego  (cuenta  una  ga- 
ceta) dijo  Yáñez:  nHace  dos  diasque  está  libre  y  des-, 
cansando  en  grandes,  ir 

Agrupando  Lozano  un  conjunto  de  hechos  públicos 
CQncretos,  presenta  encima  de  ellos  á  aquel  hijo  del 


1 


,   l6o  Matanzas  de  Váñez 

pueblo  paceño;  lo  presenta  descollando  entre  Untos 
poderosos  de  plebeya  estirpe,  descollando  por  su  filan- 
tropía con  los  desgraciados  y  con  los  pobres,  mientras 
ejercía  mandos  que  ensoberbecen.  Le  sigue  en  su  rápi' 
da  cartera,  hasta  verle  empuñar  el  estandarte  de  la  cle^ 
mencia  y  de  la  inviolabilidad  de  !a  vida,  una  vez  .que 
hubo,  por  el  camino  de  la  elección  directamente  popu- 
lar, pisado  el  solio  de  la  suprema  magistratura.  Allí  le 
contempla,  y  allí  acumula  las  citas  para  demostrar  que 
Córdoba  seguía  apellidándose,  entonces  como  siempre 
i'hijo  del  pueblo,  ir 

Tales  fueron  las  formas  indirectas  y  solapadas,  con 
que  la  escasa  prensa  independiente  del  interior,  pre- 
tendió seguir  el  impulso  vigoroso  y  turbulento,  si  bien 
muy  fuera  de  la  tangente,  que  á  los  ánimos  daba  desde 
Tacna  el  espíritu  boliviano  allí  asilado.  Pero  también 
hubo  formas  francas  y  categóricas. 

Fué  sin  disputa  en  intensidad  primera  entre  las  pri- 
meras El  Pueblo,  periódico  de  Sucre,  su- escritor  Félix 
Acuña.  Aun  cuando  no  se  hubieran  estampado  en  la 
república,  otras  manifestaciones  oportunas  de  un  noble 
espíritu  justiciero,  era  de  creer  que,  para  el  desagravio 
debido  por  la  conciencia  publica  d  la  moral  histórica, 
había  de  bastar  como  testimonio  vindicatorio  este  solo 
eco  vehemente,  sostenido,  intrépido  y  generoso.  Fué 
un  grito  de  esos  que  se  lanzan  sea  lo  que  fuere  el  hoy 
d  el  mañana  de  quien  los  lanza;  fué  un  anatema  que 
parecía  envolver  en  el  reato  de  Yáñez  al  gobierno  y  á 
un  partido  declarado  preponderante.  Ese  gobierno 
era  el  gcdñemo  boliviano,  que  quiere  decir  atropella- 


cr^ 


w  El  Juicio  Públicow  i6i 

dor;  ese  partido  era  el  setembrísta,  que  quería  decir 
bando  de  violentísimos  arranques. 

Mientras  reinaba  sepulcral  silencio  en  La  Paz,  y 
cuando  el  gobierno  ni  siquiera  improbaba  teóricamente 
la  carnicería,  Yáñez  veía  con  ira  que  la  gaceta  sucrense 
circulaba  en  la  ciudad,  haciendo  que  los  ánimos  se 
cobrasen  y  reportasen  allí  para  perseguir  un  castigo. 

»»Como  siempre,  decía  El  Pueblo^  Solivia  ha  estado 
sumida  en  la  abyección.  Extraño  ha  sido  para  algunos 
que  se  hubiera  levantado  siquiera  una  voz  débil  contra 
el  matador  inhumano. . .  Ciertamente,  que  se  han  resen- 
tido nuestros  hábitos  de  esclavitud  y  humillación...  La 
impunidad  del  crimen  que  hoy  oprime  nuestros  corazo- 
nes (pensemos  con  la  calma  de  la  reflexión),  ¿á  qué 
dólorosas  y  sangrientas  consecuencias  conducirá  á  los 
hombres  que,  constituidos  en  legítima  defensa,  tuvieran 
que  prevenir  la  agresión,  repeler  la  fuerza  con  la  fuerza, 
la  violencia  con  la-  violencia?  La  venganza  de  los 
agravios,  comprimida  un  momento  por  la  vehemencia 
del  dolor,  con  el  ardor  de  la  indignación  se  inflama 
como  la  pólvora,  y  enciende  el  fuego  inextinguible  de 
una  reacción  creciente,  impetuosa.  Porque  la  expan- 
sión, tanto  en  lo  físico  como  en  lo  moral,  está  siempre 
en  razón  directa  de  la  compresión.»» 

Proféticas  y  singulares  palabras. 

En  otro  lugar  ya  hemos  visto  el  moderado  pero 

enérgico  grito  de  justicia,  levantado  por  Antonio  Qui- 

jarro  en  Potosí,  y  por  los  jóvenes  juristas  y  por  Pablo 

Barrientos  en  Cochabamba. 

Unas  honradamente  patrióticas  como  las  anteriores, 

II 


102  Malaitzai 

otras  políticamente  intencioi 
se  ven  en  los  escritos  piíblii 
taciones  del  resentimiento  í 
hora  tras  hora,  junto  con  Íq\ 
Paz.  Llegaban  también  inc 
llegaba  y  hablaba  con  pun: 
mencia  á  la  sociedad  pacen, 

La  sociedad,  ó  sean  las  el 
increpaciones  especiales. 

En  una  de  las  protestas  i 
de  ahora  he  citado,  se  dice  > 

¡íV  ¿quién  ha    levantado 
atentado?  ¿quién  ha  osado  r 
villanos  asesinatos?  Y  ¿qué 
gados  del  pueblo,  que  planti 
sus  garantías?  ¿Qué  hacen  1 
dictador  y  los  que  maldijeron  d  Belzu,  á  Córdoba, 
Linares,  por  sus  abusos?  ¿Qué  hacen  los  que  rij 
marcha  de  la  repiiblica,  y  los  que  otras  veces  o 
taron  al  pueblo  y  le  aconsejaron  que  defendies 
derechos?  ¡Tristes  preguntas!   Y,  entretanto,  el  p 
desfallece,  tiembla  de  horror,  y  desespera  de  su  di 
en  medio  del  letargo  mortal  de  los  que  le  prome 
su  felicidad!...  ¿Por  qué  no  exigen  una  reparacic 
insulto  y  una  satisfacción  para  el  pueblo?... 

líY  ¿de  dónde  nace,  pues,  el  estupor  universa 
silencio  de  todos  los  que  representan  la  socieda 
su  patriotismo,  sus  luces  y  su  celo  por  las  gar 
públicas?  El  miedo,  tal  vez  el  ejemplo  de  otros  g 
nos,  la  debilidad... 


JVT 


li- 


li 


\  El  Juicio  Públicow  163 

Hombres  de  luces,  de  patriotismo,  de  voluntad 
firme,  escritores  acendrados  y  celosos  por  él  bien  de 
la  sociedad,  diputados  del  61,  autoridades  guardado- 
ras de  la  ley,  sacudid  vuestro  letargo;  estáis  haciéndoos 
criminales  con  vuestro  silencio,  que  el  pueblo  traduci- 
rá, y  con  razón  quizá,  por  tolerancia,  debilidad  y  co- 
bardía... 

MjLa  sangre  vertida  cobarde  y  villanamente  sobre  las 
frescas  páginas  de  una  constitución,  que  ayer  naciera  de 
la  soberanía  del  pueblo,  ha  ahogado  la  voz  de  los  es- 
píritus más  fuertes,  que  no  han  podido  ó  no' han  osado 
levantarla  en  alto,  y  ha  dado  el  ultimo  golpe,  el  golpe 
mortal,  á  toda  esperanza  de  prosperidad,  á  toda  fe  en 
el  gobierno,  á  toda  confíanza  en  sus  prohombres  y  á 
toda  garantía  de  sus  más  caros  derechos!  La  república 
agoniza...  1 1 

Diez  meses  apenas  que  había  sido  derribada  la  dic- 
tadura de  Linares,  á  título  principalmente  de  que 
mutilaba,  con  sus  antojos  arbitrarios,  las  instituciones 
republicanas.  Tan  reciente  era  la  fecha,  que  habría  sido 
imposible  olvidar,  que  uno  de  los  objetivos  de  la  re- 
forma fué  conquistar  el  goce  de  las  garantías  indivi- 
duales, y  la  inviolabilidad  de  la  vida  por  causas  políti- 
cas. Tres  meses  apenas  que  la  flamante  constitución 
Ijabía  sido  jurada  en  este  sentido,  promulgándose  con 
beneplácito  de  todos  como  un  pacto  de  transacción 
patriótica  entre  los  partidos. 

Por  más  grande  que  se  suponga  ser  el  extravío  de 
éstos  y  su  mala  fe,  tales  hechos  y  los  correspondientes 
dictados  actuales  de  la  razón  pública,  tenían  necesaria- 


n 


164  Matanzas  de  Yáñes 

.mente  que  abrirse  paso  en  todas  las  conciencias  boli- 
vianas, viniendo  sus  palpitaciones  á  tocar,  como  si 
fueran  un  requerimiento  severo,  á  las  puertas  del  ve- 
cindario numeroso  donde  se  habían  aposentado  el  cri- 
men y  sus  perpetradores. 

A  esta  excitación  á  las  jerarquías  superiores  de  la 
sociedad  paceña,  para  un  esfuerzo  moral  y  combinado, 
tendente  á  buscar  un  desagravio  á  la  vindicta  pública, 
se  agregaron  ciertas  interpelaciones  á  cuerpos  ó  perso- 
nas determinadas. 

n¿Qué  hace  el  obispo,  qué  han  hecho  los  sacerdo- 
tes?ri  Esta  pregunta  salió  de  la  prensa  boliviana  de 
Tacna.  En  su  sobresalto  llegaba,  ni  más  ni  menos,  á 
demandar  al  pastor  diocesano  denuedo  y  abnegación. 
Los  hechos  van  á  decirnos,  que  con  exigir  ai  magnate 
y  d  su  grey  de  operarios  mero  civismo,  ó  sea  ardor 
boliviano  en  sangre  humana,  el  periodista  habría  pedi- 
do enormente  demasiado. 

El  montón  de  cadáveres  y  el  charco  de  sangre  coa- 
gulada cubrían  una  parte  de  la  acera  y  calle,  que  en  la 
plaza  enfrentan  á  la  puerta  del  Loreto.  Era  la  mañana 
del  24  de  octubre.  Se  concibe  la  consternación  y  de- 
sesperación de  las  familias,  que  se  agolpaban  á  saber 
cada  cual  la  suerte  que  !e  había  cabido  en  la  carnice- 
ría. El  pueblo  inferior  se  arremolinaba  atónito  en  la 
puerta  del  cuartel  dei  Segundo,  y  se  derramaba  en  pe- 
lotones hacia  el  cementerio.  Centinelas  apostados  por 
todas  partes  estorbaban  el  libre  acceso  á  los  sitios  san- 
grientos. 

En  esto,  que  eran  las  nueve  de  la  mañana,  11^  de 


wEl  Juicio  Públicon  l6^ 

Achocalla  el  coronel  Cortés  con  una  parte  del  batallón 
de  su  mando,  el  Segundo.  La  otra  parte  había  figurado 
en  La  Paz  la  noche  del  23  de  octubre.  Asomó  á  la  pla- 
za haciendo  resonar  alegremente  sus  músicas  y  trompe- 
tas. Fué  esta  música  un  rayo  de  esperanza  para  los  que 
hasta  aquí  habían  librado  con  vida  en  las  prisiones. 
Recibían  constantemente  las  amenazas  de  Yáñez  sobre 
que  proseguiría  los  fusilamientos,  con  vista  del  proceso 
y,  más  que  todo,  según  fuere  ó  no  agresiva  la  actitud 
exterior  del  populacho. 

Ni  obispo,  ni  clerecía,  ni  señorío  viril,  aparecieron 
en  esos  momentos,  siquiera  sea  para  hacer  acto  público 
de  presencia  compasiva  por  nada  ni  por  nadie.  El  obis- 
po aparece  más  tarde,  días  después,  entre  bastidores, 
favoreciendo  una  salida  de  señoras  y  criaturas  desoladas 
á  la  calle,  á  mendigar  descasa  en  casa  misericordia  y 
garantías. 

Una  pintoresca  polémica  se  sostuvo  algún  tiempo 
después,  desde  El  Telégrafo  por  una  parte  y  El  Juicio 
PUBLICO  por  otra,  sobre  á  cuál  jefe  militar  la  humani- 
dad doliente  debió  su  mayor  gratitud  en  estos  trances. 
Los  candidatos  á  la  guirnalda  fueron  varios.  Uno  de 
ellos  ¡quién  lo  creyera!  fué  el  gobierno  mismo.  ¿No 
pretendió  un  momento  hacer  creer  al  vulgo,  que  había 
destacado  de  Sucre  al  ministro  de  la  Guerra  por  sólo 
redimir  á  los  cautivos?  Pero  la  prensa  hizo  ver  con  ,toda 
evidencia  que  el  ministro  vino  expresamente  á  desar- 
inar  al  cabecilla  fernandista  Balsa.  Esto  no  obsta  para 
que  por  añadidura  hubiera  traído  instrucciones  huma- 
nitarias en  favor  de  los  cautivos.  El  campo  de  esta  re- 


5  Matanza¡ 

gacetera  quedó  sembí 
lida  ésta  en  el  matraz 
rdad  para  la  crónica  ( 
■rde  pronto,  los  afligid 
n  el  coronel  Cortés  iit 

I  presente,  se  lanzar: 
:  matador;  no  reparara 
á  ta  sociedad,  al  gobíi 
sticia.M 

ro,  por  lo  mismo  que 
sin  mezcla,  tenía  bien 
!n  de  la  disciplina  mi 
res  civiles.  Se  negó  á 
lo,  no  deliberó  con  ni 
comandante  general  ^ 
rdía  de  vista  y  lo  teñí; 
ijicarpo  Eyzaguirre  ci 
ia  veintena  de  compa 
'asados  algunos  días  e 
cólera  del  asesino,  a 
el  grito  humanitario  i 
■sperar  la  protección  d 
:o,  cada  instante,  y  c 
lazas  de  aquel  frenéti 
juiera,  una  detonado 
to,  y  tras  eso  una  < 

1  este  estado  de  mort£ 
j  los  presos,  cuando  e 


'¡icio  J'iiblÍ(ou  léf 

el  corone!  Balsa  al  mando  del 
m  escuadrón  de  Húsares  y  de 
ría.  Nuevo  rayo  de  esperanza 
nnsttrnaciij  corazón  de  los  dt- 

oii  la  sanjjre  del  3.i  de  wtubrp. 
ir  un  loiiirapesíi  al  (>f>der  exter- 

1,  cercado  de  recelos  y  descon- 
iferaba  amenazas  de  muerte  y 

en  las  personas  de  los  detent- 
s  personas  querían  oírle,  y  eran 

de  lo  hecho  y  se  ufanaba  con 
icer.  Su  jactancia  tenía  los  aires 
'  segura  de  sí  misma. 

que  tales  amenazas  iban  á  te- 
1  ó  cual  noche.  I^  inocencia  y 
'enturados  penetraron  hasta  el 
uardianes.  Quiso  consolarlos  d 
Tres  de  ellos  recibieron  de  un 
^ue  sigue: 

resuelto  á  sacrificarme,  y  sola- 
er  podrán  hacer  con  ustedes  al- 
idré  que  armarles  con  los  fusiles 
se  defiendan," 

y  aliento,  estas  palabras  lleva- 
de  los  detenidos.  Consideraron 
sus  vidas.  No  había  tiempo  que 
¡dirigirse?  Buscar  amparo  en  el 
io  hasta  aquí,  era  menester  que 


i68  Matanzas  de  Yáñez 

éste  hablase  por  si  lograba  interponerse  entre  las  victi- 
mas y  el  sacrificador.  Comunicaron  los  detenidos  su- 
cuita  á  una  ó  dos  esposas,  y  éstas  hicieron  lo  demás. 
En  menos  de  una  hora  habfan  disturbado  todas  las  fa- 
milias. La  sociedad  infantil  y  femenina  se  puso  en 
alarma.  La  población  salid  entonces  á  la  calle  á  mos- 
trar interés  pacífico  por  los  amagados.  Por  vez  prime- 
ra hubo  zozobra  en  comün,  compasión  y  misericordia 
á  la  luz  del  claro  día. 

El  ronco  y  vulgar  susurro  se  encargaba,  por  su  lado, 
de  esparcir  la  especie  de  que  Yáñez  se  alistaba  para 
pasar  á  cuchillo,  en  alta  noche,  á  los  del  Ijireto.  De- 
cires misteriosos  agregaban  que  serían  todos  sepulta- 
dos secretamente  en  el  traspatio  de  aquel  edificio.  Este 
individuo  aseguraba  haber  visto  afilar  los  cuchillos, 
aquél  otro  había  visto  abrir  los  fosos.  Terror  frenético 
se  apodera  de  las  pobres  familias.  Madres,  esposas  é  hi- 
jas salen  como  locas  á  la  calle.  Comienza  una  femenina 
propaganda  de  duelo,  un  vía  crucis  para  implorar  con- 
miseración y  auxilios. 

Fué  en  esta  coyuntura  cuando  el  obispo  tuvo,  den- 
tro de  su  palacio,  ojos  para  ver  y  oídos  para  escuchar 
y  corazón  para  sentir  y  boca  para  decir: 

— i'Vayan  reunidas,  vayan  sin  tardanza  á  casa  del  co- 
ronel Balsa;  yo  haré  que  las  acompañen  los  padres 
guardianes  de  San  Francisco  y  de  la  Recoleta  y  el  co- 
mendador de  las  Mercedes.  Pero  ¡por  amor  de  Dios! 
cuidado  Con  provocar  tumultos  que  pudieran  ser  fu- 
nestos á  los  desdichados  presos:  vayan  por  parcialida- 
des y  obren  con  prudencia." 


^  ^^  El  Juicio  Públicow  i6p 

Hé  aquí  de  cuerpo  entero  el  obispo.  A  la  mañera 
de  éste  también  se  conmovían  todas  las  gentes  de  igle- 
sia que  imploradas  fueron.  Daban  consejos.  Con  esta 
actitud,  él  y  su  clero  pudieron  dar  la  respuesta  á  la 
hoja  antes  referida,  que  decía  con  desesperado  candor 
«'•Obispo  de  La  Paz!  .¡Sacerdotes  de  Bolivia!  ¿Por 
qué  habéis  permanecido  tranquilos  cuando  la  sangre 
de  vuestros  hijos  corría  á  torrentes?  ¿No  sabéis  que  el 
arzobispo  de  París  se  presentaba,  crucifijo  en  mano, 
en  los  formidables  arrabales  de  San  Antonio,  predican- 
do la  paz  y  la  concordia  entre  hermanos  anarquizados, 
y  que,  herido  por  el  plomo  homicida  y  derramando 
sangre  á  borbollones,  decía  gozoso:  nDios  quiera  que 
la  mía  sea  la  ultima  que  se  derrame:  el  buen  pastor 
debe  dar  la  suya  por  sus  ovejas?»! 

Las  puertas  de  la  casa  de  Balsa  se  abren  á  estos 
grupos  de  mujeres  suplicantes,  presididas  por  religio- 
sos. Clamorean,  cercan  al  hombre,  le  arrancan  una 
promesa  generosa.  Ante  la  humanidad,  ante  la  patria, 
ante  Dios,  se  hace  responsable  de  la  vida  de  tanto  ciu- 
dadano indefenso,  él  ciudadano  armado.  Así  lo  jura  á 
madres,  esposas,  hijas,  amigas  y  señoras  compasivas 
allí  gimiendo.  El  arbitrio  queda  concertado:  tropa  de 
su  batallón  cubrirá  la  guardia  del  Loreto;  los  sayones 
de  Yáñez  serán  relevados  por  soldados  de  confianza; 
en  vez  de  matadores  habrá  custodios.  Estas  segurida- 
des devolvieron  un  poco  de  calma  á  las  familias. 

£1  relevo  que  se  consideraba  salvador  no  pudo,  em- 
pero, verificarse  fácilmente,  ni  sin  altercados  con  los 
tenientes  de  Yáñez,  nf  sin  resistencia  de  Yáñez  mismo. 


m  Malangas  de  Vd/ieS 

tal  el  terror  qiíe  éste  hombre  lial 
ralas  gentes,  que  era  opinión  cas 
,  que,  sin  el  relevo,  los  presos  del  L 
sacrífícados  irremisiblemente  la 
estalló  la  rebeliÓJi  de  Halsa,  iiiiich 
»lo  lle};ara  v    eje<  iitLira  en  \'áñe?^  1 

ero  todaviii  más  antes  ljuc:  ese  r¡eí;g 
lOvienibre  llegó  á  La  Paz  el  ministre 
ichó  esa  tarde  el  clamor  general,  nc 
vigilantes  de  Balsa  rondaban  en  la 
;to,  habló  con  los  oficiales  del  Tere» 
jardia  del  edificio.  Pudo  quizá  pi 
no  aquel  frenesí  sanguinario  de  qu 
estaba  Váñe?.  poseído.  Tomó  su  n 
:auciones  para  el  día  siguiente.  Por 
lo  se  présenlo  en  el  I.orelo  y  puso  f 
os.  El  alborozo  fué  inmenso  en  1 
les  desde  este  niomento  los  rugldO! 
r. 

1  acto  revistió  solemnidad  y  íaé  mu 
í  couio  lo  refiere  £¿  Telégrafo  en 
;ro  is  de  1862): 

El  día  indicado,  en  compañía  de  I 
les  y  del  vecindario,  se  apersonó'i  — 
¡uerra  general  Celedonio  Ávila) — » 
eto  y  puso  en  plena  libertad  á  eso: 
dé  un  momento  á  otro  aguardaban, 
acerbas  anglistias,  la  hora  fatal  de 
Éstos,  semejantes  al  resucitado  Lázs 


^^f"*  »      i 


y\El  Juicio  Públicó\\  171 

da  Escritura,  manifestaban  á  porfía,  con  las  más  paté- 
ticas expresiones,  sus  sentimientos  de  eterna  gratitud 
al  ángel  tutelar  que  les  h^bia  salvado  la  vida. 

"El  general  Ávila,  lleno  de  las  más  tiernas  emocio- 
nes en  esta  grandiosa  escena,  los  abrazó,  y  confundido 
entre  ellos  les  dijo:  *»AI  daros  la  libertad  he  cumplido 
(on  las  prescripciones  del  jefe  supremo  de  la  nación, 
quien  ha  conocido  (¡ue  sois  víctimas  de  la  más  nefan- 
da maldad.  >i 

"Repitió  esto  mismo  á  las  corj^oraciones  civiles  y 
eclesiásticas,  que  se  presentaron  en  su  alojamiento  al 
objeto  de  darle  las  gracias  por  el  acto  magnánimo  que 
en  aquel  día  había  ejercido," 

Después  de  esto,  Avila  pasó  toda  ese  día  y  esa  no- 
che departiendo  amigablemente  con  Yáñez. 

En  varios  pasajes  de  las  declaraciones  publicadas  se 
hacen  referencias  al  dicho  aquél  de  Yáñez,  á  los  cons- 
piradores,  de  «fusilarlos  con  la  constitución  en  la  ca 
beza,it  ó  bien  Kcon  la  constitución  en  el  pecho,»  ó 
según  otros  »*en  la  frente.  ••  En  lo  sustancial  el  dicho 
no  parece  ser  inexacto,  si  se  ha  de  dar  crédito  á  los 
mismos  á  quienes  fué  dirigido. 

Por  otro  lado  ya  hemos  visto  que  Ruperto  Fernán- 
dez refiere,  que  sabedor  Achá  de  esta  ocurrencia  por 
carta  particular  del  mismo  Yáñez,  la  celebraba  en  los 
salones  del  palacio  en  Sucre.  No  he  visto  que  los  es- 
critores de  Achá  negasen  este  aserto  de  Fernández. 

Según  éste,  el  presidente  se  holgaba  públicamente 
de  haber  acertado  eligiendo  á  Yáñez  para  el  comando 
militar  de  La  Paz  eii  aquellas  circunstancias.  \.o%  pa- 


IJ2  Matanzas  de  Yáñtz 

'.Uros  (belcistas)  iban  á  tener  allí  en  dicho  coronel 
horma  de  su  zapato. 

Ya  hemos  visto  que  Yáñez  cumplió  su  palabra:  fu- 
tí á  los  belcistas  con  la  constitución  en  sus  pechos, 
lora  va  á  verse  el  caso  de  un  individuo  azotado  con 
constitución  en  las  nalgas. 

El  anciano  Francisco  Romero  Mamani,  corregidor 
;  indígenas  en  Escoma  y  Guaichu  por  los  años 
■  i^3^i  guarda  de  la  ribera  oriental  del  Desaguadero 

tiempos  inmediatamente  posteriores,  y  hoy  en  día 
^acil  de  menor  y  mínima  cuantía  en  la  ciudad  de 
i  Paz,  pasó  en  la  tarde  del  a  de  noviembre  á  la  tien- 
i  de  í^uardientes  y  botillería  de  doña  Ignacia  Sala- 
r,  con  motivo  de  una  notificación,  y  allí  se  expresó 
1  términos  duros  contra  los  recientes  asesinatos  del  23 
;  octubre.  No  faltan  concurrentes  á  estos  estableci- 
ientos.  Al  día  siguiente  por  la  mañana,  Mamani  era 
ducido  á  prisión,  y,  á  pocos  momentos,  acompañado 
;  sus  gendarmes,  se  aparecía  allí  Yáñez  en  persona, 
"xLO  llamar  á  alguien  que  entró  á  poco.  "¿Este  es  Ma- 
ani?" — preguntó.  El  recién  entrado  respondió:  "Ma- 
ani." 

Lo  que  después  pasó  lo  refiere  dicho  Mamani  en  su 
nnunicado  de  diciembre  3,  inserto  en  el  número  14 
liciembie  19)  de  El  Juicio  POblico: 

"Sin  más  formalidad  que  su  bárbara  y  satánica  fero- 
dad,  he  sido  tendido  en  tierra,  habiéndoseme  desear- ' 
ido  con  la  mayor  inhumanidad  más  de  trescientos 
alos. 

"Nótese  que  en  ese  trance  fatal,  en  que  creí  exhalar 


wEl  Juicio  Públicow  i'/j 

el  ultimo  aliento,  por  razón  de  mi  edad  octogenaria, 
con  las  lágrimas  y  ruegos  más  suplicantes  pedí  que  se 
me  sometiera  á  juicio,  para  con  ^u  resultado  más  bien 
sufrir  el  fusilamiento  con  que  se  me  amenazó.  Todo 
fué  en  vano.  El  tirano  estaba  acompañado  de  su  hijo, 
quien  con  fría  indiferencia  espectaba  ese  cuadro  que 
para  otro  hombre  hubiera  sido  lastimoso...  Este  suce- 
so se  verificó  á  presencia  de  todos  los  detenidos  de  la 
cárcel,  los  más  por  sospechas  del  terrorista... »i 

Hubo  polémica  con  ocasión  de  esta  denuncia.  Lo 
peor  para  Mamani  es  que  Mamani  por  nadie  fué  des- 
mentido. Todos  confirman  por  la  prensa  el  hecho  de 
la  azotaina.  Pero  es  justo  declarar  que  los  concurren- 
tes ala  pulpería  no  aparecen  aquí  como  delatores. 
Desempeñó  este  oficio  la  dueña  de  casa,  la  Salazar. 
Pretendiendo  ésta  alzar  el  cargo,  lo  confiesa  por  la  pren- 
sa paladinamente: 

••Confieso,  dice,  que  como  mujer  me  asusté,  y  temí 
que  comprometiera  mi  casa.  Es  por  esto  que  en  con- 
versación se  lo  avisé  á  Jiménez,  sin  que  después  hu- 
biese tenido  conocimiento  del  resultado,  que  ha  sido 
tan  aflictivo  para  el  imprudente  alguacil,  n 

Jiménez  era  ni  más  ni  menos  comisario  de  policía. 
En  la  pila  bautismal  le  pusieron  Bartolomé  Luis.  Su 
postrera  intervención  en  este  negocio  fué  cuando,  in- 
terrogado por  Yáñez,  respondió:  "Mamani;!!  y  se  dio 
comienzo  á  la  flagelación  del  anciano. 

Ya  hemos  podido  sorprender  lo  que  hizo  por  aque- 
llos días  el  obispo.  Los  personajes  y  las  corporaciones 
fueron  increpados  á  la  par  del  obispo.  Mas,  para  po' 


Matanzas  á 
inder  sobre  el  punto 
Lrse,  de  la  prensa,  qi 
,  al  i>ont<Sn,de  las  c( 
onldn  aferrado  con  g. 
social,  y  que  el  qii 
examinar. 

e,  en  mar  tan  revuel 
cosa  fácil  pescar  con 
n  pintorescos,  por  ej 
e  Jiménez,  como  el 
ados  á  la  vez  dan  d' 
E  señorea.  Ix»s  rasgo 

depresión  moral  d 
ndos  sin  duda  ningí 
,  y  consisten  en  hec 

á  la  publicidad  y  á 
i  colectivamente  pa; 
s  muy  determinadas 
js  diputados,  las  co 

la  magistratura  jud 
to  con  el  vecindario 

ciudadanos,  no  se 
:ada  cual  á  nids  no  | 
»:ho  social  tan  giue 
i¡  con  dedos  ni  con  c 

en  especie  y  vivo  i 
is  memorables.  Hec' 
lidad  colectiva  de  ü 
liento  solidario  al  br 
2  ser  de  todos  y  de  c; 


riíT-^' 


.  ^^El  Juicio  Públicou  lys 

el  mismo  enorme  monstruo  sociológico,  que  se  trata 
de  estudiar  analíticamente  por  partes,  ó  sea  en  alguna 
de  sus  articulaciones,  ó  sea  más  bien  en  algunos  de 
sus  nervios  motores?  ¿No  es  todo  Bolivia? 

Eso  de  quedarse  agazapado  en  su  casa,  cuando  uno 
está  quietecito  allí  y  la  arbitrariedad  ensangrienta  las 
demás  casas  contando  con  el  mutismo  de  los  no  ultra- 
jados, es  recurso  de  tímidos  egoístas,  indiferentes  á  la 
cosa  pública  é  indignos  del  elogio  ó  vituperio  de  la 
prensa.  No  hay  más  que  dejar  que  esta  innoble  mez- 
quindad pontifique  majestuosamente  puertas  adentro. 
¿Qué  nos  diría  si  la  interrogásemos.^  Este  gran  callar 
colectivo,  por  causa  de  enseñar  demasiado,  no  enseña 
nada.  Por  eso  renuncio  á  trasuntar  aquí  algunas  de 
sus  resonancias,  porque  es  innegable  que  tiene  en  la 
prensa  ruidos  este  gran  callar. 

Antes  que  al  vulgo  anónimo  y  poltrón  prefiero  á  su 
legítimo  engendro,  prefiero  la  persona  del  soldado  pre- 
toriano.  El  acto  público,  bueno  ó  malo,  contiene  una 
afirmación  positiva  sobre  la  vida  política,  y  la  vida 
política  de  una  sociedad  es  escuela  moral  y  expe- 
rimental. Los  vividores  domésticos,  que  no  saben  salir 
al  comicio  de  la  sociedad  ni  en  los  grandes  días,  no 
tienen  puesto  ni  cabida  en  el  tribunado  de  la  prensa, 
que  es  instituto  republicano  del  espíritu  público.  Con 
vista  de  ellos  me  explico  con  claridad  á  Yáñez,  y  eso 
me  basta.  Mientras  tanto,  Yáñez,  impulsado  en  su 
ferocidad  por  el  fanatismo  político,  crece  á  mi  vista 
cien  codos  delante  de  los  vividores  domésticos.  ¡Qué 
tipito  este! 


Ij6  Matantes  de  Yáñez 

De  todo  lo  anterior  se  deduce  claranii 
en  que  deben  tomarse  las  jactanciosas  j 
Juicio  Póblico: 

"Á  los  (jeriódicos  que  increpan  á  L 
abyección  en  los  días  de  las  matanzas  y  h 
tes,  este  heroico  pueblo  ha  contestado 
de  los  asesinos.  ¡Qué  respuesta  tan  foi 
blimeiii 


^iIi4M^iS^4^4&i?«<i^-^i¡^j^d^^i^%^^^^<^^.^^«^^ 


CAPITULO  Vil 


"EL  JUICIO  PUBLICO" 

leea 

(Conclusión) 


Sarcasmos  sobre  las  matanzas. — Definición  del  setembrismo.— 
El  golpe  de  Estado. — Ofensas  á  los  personajes  caídos. — La 
aristocracia  feble. — El  motín  belcista  y  la  prensa  belcista. — 
Una  declaración  aguardada  con  curiosidad. — Conflicto  de  El 
Juicio  Público. — Malévolas  transcripciones. — Táctica  burda 
de  ataque. — Fuerzas  para  pacificar  el  Sur. — Las  leyes  y  el 
militarismo  pretoriano. — Últimos  momentos  de  El  Juicio  Pi  ■ 
BLico. — Su  opinión  postrera  sobre  los  partidos. 

En  El  Libera!,  de  Sucre,  se  dio  cuenta  de  un  suel- 
to, aparecido  los  primeros  días  de  febrero  en  La  Paz, 
sobre  el  descubrimiento  de  una  conspiración  en  favor 
de  Belzu.  Los  ciudadanos  con  tal  motivo  sometidos  á 
juicio  se  descartaron  bien,  fueron  absueltos  y  todo 
quedó  en  nada.  Menos  la  alarma,  que  era  grande,  en 

12 


ijS  Matanzas  de  Yáñez 

ibrma  de  una  inquietud  indecible,  y  menos  la  rí 
3elcista,  que  indudablemente  se  apercibía  para  las  vías 
ie  hecho. 

En  la  hoja  aquella  se  decía:  ¡'¿Buscaban  un  gobier- 
no de  garantías?  Contesten  los  infames  revoltosos 
3el  23  de  octubre."  A  este  cruel  sarcasmo  se  siguieron 
3tros.  En  un  periódico  se  dijo  que  si  mañana  resonara 
;n  Solivia  otro  vez  el  nombre  de  Belzu,  también  tor- 
naría á  resonar  el  violín  del  23  de  octubre. 

No  sé  lo  que  sintieron  entonces  los  belcistas.  Lo  que 
5S  El  Juicio  Público  no  perdió  su  aplomo.  Replicó: 
iiY  si  ese  nombre  se  pronunciara  por  superchería  y 
para  satánicos  designios,  ¿qué  harían  entonces  los  ino- 
:entes?  Repetirán  sólo:  venga  Dios  contra  el  infier- 
no.i' 

A  ese  espíritu  resuelto,  según  cierto  calificativo  de 
Ruperto  Fernández,  para  concluir  con  los  belcistas, 
luestro  periódico  le  da  el  nombre  de  nespíritu  degolla- 
dor propio  del  setembrismo.'t 

Ensayóse  con  tal  motivo  en  definir  y  establecer  la 
filiación  política  del  setembrismo.  El  punto  es  de  in- 
;erés.  Es  el  concepto  piíbüco  del  belcismo  respecto  del 
ietembrismo,  estos  dos  grandes  y  fieros  bandos  de  las 
discordias  bolivianas. 

Decía  así: 

iiEs  preciso  que  nos  entendamos. 

"Si  por  setembrismo  se  comprende  progreso,  Hber- 
;ad,  imperio  de  la  razón,  desarrollo  industrial,  ensan- 
:he  de  los  derechos  del  hombre,  instrucción  del  pue- 
jln,   en   fin,   realización  de   In   veídfldera  repiíblícn, 


■■      J"* 


\y  El  Juicio  Piíblicow  lyg 

entonces  no  hay  boliviano  honrado  que  no  sea  setem- 
brista,  ni  puede  haber  cosmopolita  que  no  corriera  á 
acogerse  á  tan  espléndida  bandera.  Los  que  así  entien- 
den el  setembrismo  y  obran  en  este  sentido,  son  los 
regenadores  de  la  patria,  los  nobles  soldados  del  por- 
venir. Su  memoria  será  venerada  por  las  generaciones. 
Entonces  el  setembrismo  es  y  será  la  más  noble  de  las 
causas. 

"Empero,  si  la  palabra  setembrismo  se  toma  por 
consigna  para  dar  cima  á  aspiraciones  bastardas,  para 
formar  bandeh'os  exclusivistas,  para  hacer  un  centro 
de  reunión  al  proselitismo  sangriento  y  exterminador 
del  bando  que  se  cree  rival:  si  el  setembrismo  ha  de 
ser  la  clave  de  un  constante  monopolio  del  poder,  para 
tener  aprisionado  á  ese  noble  pueblo  que  otro  día,  lle- 
no de  ilusiones,  consumara  una  revolución  social  con 
la  fe  más  pura  en  mejores  destinos:  si  el  setembrismo 
ha  de  marcar  la  división  más  bárbara  y  funesta  de  par- 
tidos, y  ha  de  consignar  en  nuestra  historia  la  era  de 
Tiberio  y  Diocleciano,  entonces  los  setembristas  de 
tal  bando  serán  los  renegados  de  la  naturaleza,  los  ver- 
dugos y  depredadores  de  la  humanidad. 

"Es  preciso  distinguir  el  setembrismo-causa,  del  se- 
tembrismo-pretexto. 

"El  cristianismo  es  y  ha  sido  desde  su  cuna  la  más 
grande  causa  de  la  especie  humana,  y  ¿cuántas  abomi- 
naciones no  se  han  cometido  en  su  nombre  por  I9S 
falsos  cristianos,  por  los  correligionarios  de  la  hipocre- 
sía? No  hay  crimen  que  no  haya  cometido  Fernández, 
d  Antecristo  del  setembrismo,  á  nombre  del  setem* 


!^^^ 


i8o  Matanzas  de  Yáñez 

brismo.  Lo  invocó  á  tiempo  de  cometer  la  más  infame 
de  las  traiciones, — la  del  14  de  enero.  Lo  invocó  Yá- 
ñez con  su  cuadrilla  en  las  negras  horas  de  las  matan? 
zas  de  dormidos.  Entre  los  afiliados  del  crimen  que 
capitaneaba  Fernández,  se  hizo  del  ««Viva  setiembre" 
la  contraseña  de  sangre  y  el  nema  de  las  comunicacio- 
nes públicas  y  privadas.  Invocaron  setiembre  los  trai- 
dores á  la  patria,  en  50  de  noviembre  último,  al  tiempo 
de  vender  la  patria  al  extranjero,  y  en  el  instante  de 
atravesar  los  corazones  de  los  ilustres  defensores  del 
honor  nacional  con  el  plomo  asesino. 

"La  causa  de  setien>bre  fué  aclamada  por  una  gran 
mayoría  de  la  nación;  sí,  como  lo  es  toda  causa  de  los 
pueblos.  Pero,  ¿qué  se  propusieron  éstos  "con  tan  so- 
lemne proclamación?  Lo  diremos  sencillamente:  el  im- 
perio pleno  del  derecho  y  el  rápido  impulso  del  pro- 
greso. Uno  de  los  votos  más  ardientes,  consignados  en 
las  actas  populares,  fué  dar  las  más  altas  franquicias  á 
la  emisión  del  pensamiento  por  la  prensa,  emisión  que 
tanto  aborrecen  las  tiranías  y  tanto  temen  los  cómpli- 
ces de  grandes  crímenes  contra  la  sociedad. 

••La  primera  herida  mortal  dada  á  la  causa  de  se- 
tiembre, fué  el  decreto  de  31  de  marzo;  autocrática 
ordenanza,  que  condenó  al  silencio  á  un  pueblo,  en 
momentos  en  que  más  necesitaba  de  la  libre -emisión 
del  pensamiento  para  fijar  sus  destinos. 

••Los  pueblos  recibieron  un  primer  desengaño,  vie- 
ron la  esterilidad  de  tantos  sacrificios  recientes  por  la 
libertad,  y  desesperaron  de  su  salud,  traicionados  por 
los  caudillos  que  tantos  bienes  les  habían  hecho  etitte- 


^^El  Juicio  Públicow  i8i 

ver  en  falaces  promesas,  que  se  hicieron  pedazos  el 
día  que  empuñaron  esos  caudillos  el  poder. 

••Pero,  al  silencio  de  la  prensa  sigúese  siempre  el 
sordo  rugir  de  la  opinión  comprimida,  dispuesta  siem- 
pre á  estallar.  Así  sucedió;  y  el  malestar  público  se 
pronunció  desde  aquel  momento,  para  marchar  sin 
detenerse  con  creciente  cortejo  de  calamidades.  La 
opinión  zumbaba  indignada  debajo  de  la  compresión. 

••Hubo  un  partido  que  creyó  poder  aprovechar  de 
esta  disposición  crítica  de  los  ánimos,  para  proclamar 
la  reacción,  porque  los  partidos  han  buscado  siempre 
en  el  descontento  popular  el  apoyo  de  sus  tentativas. 
La  política  se  colocó  en  la  ruta  funesta  de  los  hechos: 
estallaron  motines,  se  levantaron  patíbulos  políticos  y 
fué  ultrajada  y  cubierta  de  oprobio  la  faz  de  una  noble 
revolución. 

"Cuando  se  proclama  la  causa  del  derecho  y  de  la 
justicia,  es  un  atroz  ultraje  á  ella  ftiisma  el  tesón  de 
sostenerla  con  sangrientas  violencias. •• 

¿Cómo  negar  que  dentro  de  esta  invectiva  hay  un 
manojo  de  verdades  históricas? 

Pero  lo  que  está  muy  bien  caracterizado  es  el  per- 
petuo prurito  de  los  setembristas,  de  cubrir  sus  iniqui- 
dades de  tres  años  con  el  entusiasmo  popular  y  revolu- 
cionario, que  un  día  los  pusiera  en  posesión  del  poder. 

Dice  que,  á  pesar  de  este  estado  de  cosas,  los  hom- 
bres de  bien  y  la  masa  popular,  cuyo  instinto  certero 
rara  vez  se  equivoca  en  la  explicación  de  los  hechos 
públicos,  miraron  con  marcadísimo  desvío  ó  con  des- 
precio el  golpe  de  Estado  del  14  de  enero.  Presintie- 


l82  Matanzas  de  Yáñez 

ron  que  iba  á  ser  preludio  de  un  mayor  envilecimiento 
de  los  caracteres  políticos. 

"Un  hecho  de  profunda  perfidia,  por  grandes  obje- 
tos que  se  propusiese,  era  incapaz  de  fundar  ningdn 
orden  de  cosas  laudable  ni  legítimo,  i' 

El  crimen,  segiin  nuestro  periódico,  no  puede  ser- 
vir de  base  para  nada  que  esté  llamado  á  establecer 
derechos  y  obligaciones  recíprocas,  como  son  aquellos 
que  constituyen  el  mecanismo  de  tm  partido  en  ejer- 
cicio del  poder. 

Tocando  la  cosa  más  de  cerca,  dice  sobre  la  dicta- 
dura: 

'•La  dictadura  del  doctor  Linares  había  llegado  á 
fatigar  al  pueblo.  Habiéndose  inaugurado  su  adminis- 
tración bajo  los  auspicios  del  derecho,  declaró  e!  he- 
cho y  la  violencia  como  el  único  símbolo  de  su  gobier- 
no. La  absorción  del  espíritu  nacional  en  una  férrea  y 
caprichosa  voluntaH,  de  la  cual  estaban  colgadas  todas 
las  garantías  sociales,  había  hecho,  ante  la  nación,  vi- 
talmente necesario  el  descenso  de  Linares  del  poder. 
De  otro  lado,  á  lo  último  ya  no  ejercía  el  dictador,  por 
la  creciente  gravedad  de  sus  males,  ese  poder  sino  para 
satisfacer  las  perversas  miras  de  un  extranjero,  cuya 
depravación  afectó  aquél  haber  descubierto  en  hora  ■ 
postuma. 

"Fernández  era  el  alma  de  esa  dictadura:  conocía 
bien  este  aventurero  que  él  pueblo  se  exasperaba  de 
un  gobierno  que  él  mismo,  el  aventurero,  habla  calcu- 
ladamente conducido  al  desacierto. 

'iLa  nación  conocía  al  fatal  mentor,  al  criminal  ins- 


w  El  Juicio  Píblicow  i8g 

tigador  que  Linares  sostenía  á  despecho  de  todos  lus 
balivianos.  Fernández  no  era  al  fin  sino  un  funesto 
prestidigitador,  que  sabía  agitar  erltre  sus  manos  á  una 
momia  irascible,  á  cuya  voluntad  presunta  sacrificaba 
la  vida  y  los  intereses  nacionales  de  un  país  de  heroi- 
cos recuerdos. 

><Esta  era  la  actitud  de  Bolivia  la  víspera  del  14  de 
enero. 

"La  madrugada  de  este  día  sorprendió  al  pueblo  con 
el  rumor  de  un  cambio  político.  Todos  se  agitaron. 
Diversos  rumores  circulaban  -  sobre  la  índole  del  acon- 
tecimiento. Muchos  le  creían  popular. 

"Pero,  más  tarde,  un  intenso  y  desgarrador  desen- 
gs^  sembró  el  espanto  en  todos  los  espíritus  y  heló 
todo^  los  corazones.  Fernández  á  la  cabeza  de  un  ba- 
tallón era  el  que  proclamaba  el  motín  militar. 

»»Su  presencia  arrancó  un  grito  de  maldición  al  pue- 
blo. Las  miradas  de  indignación  y  desprecio  seguían 
poT  todos  lados  á  todos  los  que  aprobaban  aquel  exe- 
crable suceso.  Tuvo  que  soportarlas  el  general  Sán- 
chez, que  ascendido  poco  há  por  el  dictador,  paseó  ese 
día  por  la  plaza  mayor  su  ignominia  y  su  ingratitud,  á 
la  cabeza  de  una  división  seducida  y  engañada. 

»«E1  pueblo  es  siempre  noble  en  sus  primeros  arran- 
ques. En  ese  día  po  vio  ya  en  Linares  sino  una  vícti- 
ma digna  de  miramientos,  y  convirtió  su  odio  contra 
una  infidencia  la  más  inesperada.» 

Ni  una  palabra  sobre  el  otro  reo  de  esa  atroz  infi- 
dencia, el  actual  presidente  Achá. 

El  estado  mayor  del  partido  setembrista,  en  La  Paz, 


Tt? 


184  Matanzas  de  Yáñez 

estaba  muy  resentido  con  El  Juicio  Público,  tanto 
por  sus  acriminaciones  un  poco  genéricas  respecto  á 
las  carnicerías  del  23,  cuanto  por  ciertas  transcripcio- 
nes, aun  más  recriminatorias,  tomadas  de  la  prensa 
belcista  por  nuestra  gaceta. 

Según  estos  escritos,  el  setembrismo  (y  esta  palabra 
usada  en  absoluto)  había  estimulado,  azuzado  é  infla- 
mado los  feroces  instintos  de  Yáñez. 

Como  en  ese  estado  mayor  estuviesen  figurando 
hombres  verdaderamente  intachables  y  dignos  de  gran 
respeto,  como  Tomás  Frías,  Evaristo  Valle  y  Adolfo 
Ballivián,  El  Juicro  Público  hubo  de  restringir  el  al- 
cance de  ^sos  escritos,  con  entereza  ciertamente,  y 
poniendo  á  salvo  los  derechos  de  la  prensa  garantida, 
pero  diciendo  en  desagravio  lo  siguiente: 

í» Algunos  escritores  quieren  suponer  que  pretende- 
mos hacer  recaer  los  crímenes  del  23  de  octubre  en 
el  partido  setembrista.  Error.  No  queremos  sino  qué 
recaiga  sobre  sus  verdaderos  autores.  Una  absoluta 
generalización  sería  demasiado  injusta.  Nuestro  tesón 
de  buscar  pruebas,  es  por  conocer  la  verdad,  para  ha- 
cer una  justa  apreciación  del  hecho  y  de  sus  perpetra- 
dores. 

»íSi  hacemos  algunas  transcripciones,  es  por  dar  á 
conocer  á  todos  el  juicio  que  la  prensa  de  otras  partes 
ha  hecho  del  acontecimiento  más  alarmante,  por  su 
ferocidad,  que  en  el  presente  siglo  ha  podido  tener  lu- 
gar en  un  pueblo  del  orbe  cristiano.»» 

Pero  llegó  el  caso  en  que  los  tres  individuos  nom- 
brados acusasen  la  transcripción   de  un  suelto  de  la 


w  El  Juicio  Púhlicow  1 8^ 

prensa  boliviana  de  Tacna,  múXyúdiáo  ¡Adelante^  setem- 
bristas!  Ijí  transcrijíción  fué  condenada  en  la  perso- 
na de  su  garante  Román  Barragán.  Éste  dijo  de  nuli- 
dad ante  la  corte  suprema  y  la  obtuvo.  Mientras  se 
tramitaba,  no  sin  peripecias  y  emociones,  este  juicio 
de  imprenta,  El  Juicio  Público  se  mostró  duro  y 
durísimo  contra  los  setem  bristas. 

Antes  se  había  ensañado  contra  los  infidentes,  y  por 
lo  mismo,  secuaces  de  Fernández,  dejando  en  paz  á 
los  leales  al  dictador,  entre  los  cuales  figuraban  Frías, 
Valle  y  Ballivián.  Ahora  los  disparos  son  también  con- 
tra los  leales,  á  quienes  trata  de  señalar,  en  mal  punto, 
á  las  animadversiones  mestizas  ó  plebeyas. 

Pinta  el  aristócrata  de  las  viejas  monarquías  euro- 
peas, benéfico,  patriota,  etc.,  y  habla  de  que  la  aristo- 
cracia no  tiene  razón  de  ser  en  nuestras  repúblicas: 

••Por  desgracia  vemos  en  las  repúblicas  esas  aristo- 
cracias de  impostura,  esas  noblezas  postizas,  que  co- 
mo cosa  bastarda,  son  el  reverso  de  la  virtud  y  de  la 
fraternidad  filosófica.  En  tales  sociedades,  donde  la 
igualdad  debía  ser  la  esencia  del  cuerpo  colectivo,  esa 
igualdad  de  la  razón  y  de  la  religión,  que  establece  ne- 
cesariamente las  categorías  del  verdadero  mérito;  en 
esas  sociedades,  por  la  más  funesta  aberración,  saltan 
á  engreírse  aristócrat*\s  hechizos,  que  toman  la  inhuma- 
nidad por  hidalguía,  el  egoísmo  é  indiferencia  cruel  ha- 
cia sus  semejantes  por  gran  tono,  la  absorción  de  la 
sustancia  pública  por  título  hereditario,  y  el  eterno 
monopolio  del  poder  por  blasón  incuestionable  de  la 
raza. 


/iRÍ  Matanzas  dt  Ydfíez 

"El  aristócrata  de  esta  laya,  si  no  mira  con  estúpida 
lifeTcncia,  se  complace  en  las  calamidades  piiblicas 
:e  no  le  tocan.  Verá  morir  al  pueblo  de  hambre  y 
snudez,  y  una  mirada  sañuda  y  desdeñosa  tan  sólo 
sponderá  á  lo^  lamentos  de  \í  desgracia;  verá  cadá- 
res  de  ilustres  víctimas  no  aristócratas,  de  inocente 
merme  pueblo  descuartizado  ert  las  plazas  por  la  ma- 
I  de  un  verdugo  consabido,  y  lejos  de  verter  tJna 
;rima,  de  hacer  un  gesto  de  horror  á  la  sangre  co- 
endo  y  á  los  miembros  humanos,  esparcidos,  ese 
istócrata  trabajará  por  infamar  la  memoria  de  tas 
:[imas,  para  emponzoñar  hasta  el  mismo  dolor  de  las 
lérfanas  familias. 

"Sacando  argumento  de  hechos  infaustos  que  por 
ucho  tiempo  pasaron,  y  contra  los  que  ha  habido  las 
ás  sublimes  protestas,  perseguirá  al  inocente  pueblo 
1  permitirle  un  momento  de  reposo,  haciéndole  re- 
rcerse  sin  consuelo  entre  la  miseria  y  la  ignorancia; 
de  esto  sacará  también  cómodo  pretexto  para  hacet- 
morir  por  el  látigo  y  el  tormento,  en  los  traspatio 
!  cuarteles  y  en  el  abandono  de  los  páramos, 
•i'l'al  es  el  ligero  paralelo  entre  el  verdadero  noble  y 
aristócrata  bastardo." 

Los  setembristas  de  El  Telégrafo  motejaron  como 
la  falta,  á  El  Juicio  Público,  el  que  su  espíritu  y 
ndencias  más  ó  menos  bien  encubiertas  fuesen  bel- 
slas. 

El  hecho  es  que  El  Juicio  PtíBLico  apareció  para 
clamar  el  desagravio  de  la  moral  pública,  cuando  di- 
10  bando  acababa  de  ser  asesinado  en  las  personas 


^^El/uicw  Públicow  187 

d/£  cincuenta  de  sus  miembros.  Es  también  un  hecho 
que  dejó  el  palenque  de  la  prensa  cuando  acababa  de 
estallar  en  Sucre  un  motín,  que  invocó  á  Belzu  contra 
la  constitución  y  las  leyes. 

Es  lo  que  bien  interesa  consignar  en  estos  anales 
del  periodismo.  Ese  deslinde  cronológico  señala  á  esos 
clamores  su  valedero  diapasón,  y  de  aqueste  diapa- 
són arrancó  El  Juicio  Público  su  nota  dominante  y 
memorable.  Lo  demás  ^qué  nos  importa  ahora?  Todo 
induce  á  creer  que  no  tenía  á  Belzu  por  candidato,  y 
que  tampoco  lo  t^nía  una  parcialidad  respetable  del 
bekismo. 

Estalló  aquel  motín,  y  los  redactores  de  nuestra  ga- 
ceta quedaron  colocados  en  una  posición  espinosa, 
ellos  que  venían  defendiendo  con  intrepidez  á  los 
caídos,  defendiéndolos  en  campo  legal  con  armas  lí- 
citas. 

••Aquí  los  queremos  ver,n — se  dijeron  entonces  con 
maligno  placer  los  setembristas  de  El  Telégrafo^ — "aquí 
los  queremos  ver.  Esos  redactores  tendrán  ahora  que 
hablar,  ora  reprobando  con  la  energía  más  vehemente 
aquellas  tendencias  proditorias,  ora  aprobando  un  he- 
cho en  que  sólo  la  ceguedad  é  interés  depravados  de 
un  infame  partido  pueden  fundar  esperanzas. *• 

El  sábado  15  de  marzo  salió  por  la  tarde  el  nume- 
ro 46  de  El  Juicio  Público,  que  era  aguardado  con 
ansiedad  desde  las  primeras  horas  del  día.  Sus  pala- 
bras revestían. para  todos  una  doble  solemnidad:  la  de 
una  determinación  concienzudamente  adoptada  y  la 
de  un  sabor  inusitado  y  peregrino  en  Bolivia,  donde 


i88  Matanzas  de  Yáñez 

lo  común  eran  sólo  prensa  autoritaria  y  prensa  revolu- 
cionatía.  Hé  aquí  esas  palabras: 

»Se  sabe  que  en  la  capital  de  la  repdblica  ha  esta- 
llado un  movimiento  revolucionario,  y  que  la  suprema- 
autoridad  se  prepara  á  reprimirlo  con  prontitud,  por 
los  medios  que  la  ley  pone  en  sus  manos.  Muy  bueno, 
muy  oportuno. 

»«Así  como  deploramos  los  males  de  nuestra  desgra- 
ciada patria,  así  también  tenemos  la  satisfacción  de 
que  rija  una  constitución  y  un  gobierno  que  ha  pro- 
testado acatarla  hasta  en  sus  ápices.  Que  cumpla  tan 
solemne  juramento,  y  esto  le  acarreará  más  glorias  que 
mil  triunfos  sobre  hermanos  y  mil  ovaciones  del  parti- 
do vencedor. 

fiUn  gobierno  nacional  no  tiene  la  fatal  necesidad 
de  apoyarse  en  un  partido  para  combatir  á  otros.  La 
ley  y  los  medios  de  ejecutarla,  que  los  pueblos  han 
depositado  en  sus  manos,  son  suficientes  para  reprimir 
los  avances,  tanto  de  las  personas  como  de  los  mismos 
partidos. 

irCada  uno  de  éstos  está  en  acecho  de  los  destinos 
de  la  patria,  para  darles  el  giro  que  más  conviene  á  su 
índole  y  á  sus.  intentos.  Si  el  gobierno  ha  tenido  la 
ventura  de  sorprender  á  tiemix)  las  tramas  de  un  par- 
tido, que  castigue  á  los  verdaderos  delincuentes,  con- 
forme á  esa  ley  tantas  veces  invocada. 

I» Pero  que  no  vuelva  á  suceder,  por  Dios,  que  se 
entregue  un  partido  aprisionado  á  la  rabia  de  su  rival. 

»»Aun  no  acaba  de  deplorar  el  mundo,  con  respecto 
á  Bolivia,  los  horrores  de  semejante  política.... n 


wEl  Juicio  Públicox\  i8g 

Es  menester  estar  muy  al  tanto  de  la  política  boli- 
viana, para  poder  saborear  todos  los  ápices  de  consu- 
mada malicia  contenidos  en  estos  serenos  y  llanísimos 
conceptos.  Pero  es  terreno  pecaminoso  el  de  querer 
glosar  muy  á  fondo  la  prensa  de  partidos  tan  encona- 
dos y  astutos.  No  obstante,  la  malicia  puede  conocerse 
por  el  verdadero  furor  con  que  dichos  conceptos  fueron 
recibidos  por  El  Telégrafos  en  su  numero  486,  corres* 
pendiente  al  19  de  marzo. 

Entretanto,  dos  cosas  saltan  á  la  vista  en  este  artícu- 
lo: primera,  no  existe  la  aguardada  reprobación  enér- 
gica, vehemente,  de  las  tendencias  proditorias  del  bel- 
cismo;  segunda,  un  gobernante  puede  sostenerse  en 
Bolivia  sin  el  apoyo  resuelto  de  un  partido,  siéndole 
en  tal  caso  suficientes  los  medios  legales  para  contener 
los  desmanes  de  las  facciones  anárquicas. 

¿Está  dicho  esto  último  con  un  sentido  práctico 
capaz  de  parar  el  golpe  del  calificativo  que  merece  lo 
que  no  está  dicho  con  sinceridad?  Lo  primero  ¿acredita 
un  deseo  decidido  de  ver  consolidadas  las  instituciones 
wfihn>fiid^^an¿amieBtfeQ  de),  ordcrn  legal?  En  uno  y 
oÉft^casa  me  parece  que  no,  Y  no  hay  pora  qué  mora- 
lizar aquí  sobre  el  deber  tribunicio  de  apoyar^  por  sqI»& 
cualquier  otro  interés,  el  principió  de  autoridacE,  auto- 
ridad legítima,  contra  los  embates  de  la  solditdesca^ 
pretoríana,  en  un  país  minado  y  contraminado  por  la^* 
faecionesr  del  caudillaje. 

Pero  á  donde  no  puede  uno  seguir  á  El  Telégrafo 
es  hasta  la  severidad  con  que  condena,  en  los  escrito- 
i^s  de  El  Juicio  Publico,  su  improbación  tibia  dej 


-bk^^ 


igo  Matanzas  de  Yáñez 

motín  belcista  y  su  reclamo  simultáneo  de  garanlías  al 
poder  represor.  ¿Debían  anatematizar  por  malvados  á 
sus  correligionarios  sediciosos?  Tanto  rigor  de  viijud 
apenas  era  exigible  de  huhianos  lidiadores,  si  la  pren- 
sa es  escueta  de  disciplina  democrática  para  milicianos 
políticos,  y  no  claustro  cenobítico  de  votos  solemnes 
para  heroísmos  de  otro  mundo.  La  gaceta  setembrista 
exigía  bien,  pero  exigía  demasiado  de  la  gaceta  beícista. 

Entretanto,  era  deber  de  toda  prensa  honrada  sos- 
tener al  presidente  legítimo  Achá  contra  todo  avance 
revolucionario. 

Duro,  durísimo  conflicto  para  los  intrépidos  belcis- 
tas  de  El  Juicio  Piíulico,  que  ya  veían  coronados  sus 
valerosos  esfuerzos  con  una  vastísima  circulación  del 
periódico  en  toda  la  república.  Esta  circulación  aumen- 
taba la  influencia  positiva  del  periódico  mucho  más 
allá  de  los  muros  de  L:^  Paz,  en  momento  que  estaba 
próxima  á  abrirse  la  campaña  electoral  déla  legislatura 
y  de  la  presidencia. 

Pero  tuvieron  el  noble  sentimiento  de  su  situación 
nueva.  Aun  vencida,  la  rebelión  belcista  acababa  de 
desautorizar  la  palabra  de  los  redactores,  que  para  bel- 
cistas  habían  reclamado  justicia  conforme  á  las  leyes  y 
contra  las  vfas  de  hecho.  Por  eso,  y  antes  que  bastar- 
dear el  timbre  distintivo  del  periódico  con  otros  tonos 
y  otras  modulaciones,  bajaron  de  la  tribuna  dejando 
la  escena. 

Los  adversarios  no  sospecharon  esta  dimisión.  Creían 
que  los  propietarios  y  redactores  habían  de  seguir  ma- 
niobrando, segiin  los  casos,  tras,  contra  ó  al  sesgo.de 


i\El  Juicio  Públicow  igi 

* 

la  corriente.  Olvidaron  que  en  Solivia  á  nueva  weixaf 
óm^  nueva  gaceta. 

El  Juicio  Publico,  á  su  t|o]gada  stfbfifsteifcia  eco- 
nómica, juntaba  entonces  la  ventaja  moral  y  positiva 
del  reciente  triunfo  que  acababa  de  obtener,  en  la  su- 
prema corte,  contra  los  tribunales  de  La  Pan.  En  el 
citado  numero  46  dice  tX  respecto  lo  siguiente: 

M Hacemos  la  transcr¡pc¡<índe  un  papel  suelto  de  Tac- 
na titulado  ¡SetembrisfaSy  adelante!  para  dar  á  conocer 
la  impresión  que  ha  hecho  eti  los  ánimos  la  causa  que, 
con  tenacidad,  se  siguió  á  nuestro  editor  responsable 
pm  el  simple  hecho  de  una  transcripción.  Pero  es  pre- 
ciso qoe  cot^ozca  el  mundo,  que  si  en  Bolivia  hay  al- 
gunos j^ces  que  desconocen  los  deberes  de  su  sagrado 
ministerio,  también  hay  altos  magistrados  que  dan  ex- 
piéndidas  pruebas  de  encumbrada  justificación.  Así  ha 
sucedido  en  nuestro  ca^o,  con  la  excelentísima  corte 
soprema  de  la  nación,  á  cuya  eminente  probidad  de- 
bemos el  h^ber  cesado  toda  persecución  á  nuestro  res- 
pecto y  el  gozar  hoy  de  la  plenitud  de  las  garantías 
indtviduales.il 

La  transcripción  acusada  y  condenada  en  La  Paz,  fué 
la  que  nuestro  periódico  hizo  del  suelto  tacneño  inti- 
tulado  ¡Adelante^  setembristas!  Contenía  inculpaciones 
injustas  y  sangrientas  contra  determinadas  personas. 
El  nuevo  suelto  que  hoy  transcribe  contiene  el  siguiente 
párrafo,  que  copio  aquí  para  que  se  conozcan  á  la  vez 
el  temple  de  todo  el  escrito  y  la  perversa  hipocresía 
del  periódico  transcriptor; 

•'¿Creéis,  ¡x)r  vchlüraj  matar  la  idea  despedazando 


ig2  Matanzas  de  Yáñes 

el  cráneo  que  la  cobija?  Ó,  como  aquel 
historia,  «ipensáís  acaso  contener  el  océ 
una  copa?  ¡Necios!  Suponéis  que  cort: 
á  los  que  se  quejan  y  sacando  los  ojos  á 
habéis  hecho  olvidar  vuestras  iniquidad 
Os  asemejáis  á  los  asesinos  que  borran 
huellas  de  la  sangre  derramada,  como 
eso  no  siguieran  arrastrando  consigo  h 
ata  al  crimen,  soga  que  tarde  6  temprati 
los  sobre  la  horca.  Aun  humea  la  sang 
los  setembristas  en  las  manchadas  cal 
¡Quién  lo  creyera!  Todavía  el  setembri; 
aguzando  en  secreto  el  puñal  homicida, 
en  secreto!  ¿No  está  la  justicia  en  poi 
están  confiados  á  ellos  los  altos  puestosi 

El  Telégrafo  declaró,  después  de  esta 
que  en  adelante  no  guardaría  ya  miram 
critores  que  habían  depuesto  toda  bue. 
cusión,  abjurando  del  respeto  debido  i 
los  colegas  del  periodismo,  hasta  el  pui 
invectiva  más  allá  de  una  vehemencia 
aun  en  tiempo  de  mayor  exaltación  qu< 
etc.,  etc. 

El  Juicio  Público  no  tuvo  ningiín 
en  convenir  en  todo  esto,  mas  sin  darse 
¡'Francamente  decimos,  agregó,  qne  nc 
escritos,  ni  como  algunos  de  los  que  coi 
gra/o,  ni  como  el  intitulado  ¡Setembr 
transcrito  en  El  Juicio  Pi5blico.  Son,] 
presión  del  encarnizamiento  de  los  part 


w  El  Juicio  Públicow  ig^ 

el  pueblo  y  el  gobierno  debieran  contener  en  sus  justos 
límites  como  á  esos  seres  atacados  de  insania.'» 

Indudablemente  que  esta  táctica  de  combate  .no  era 
ingeniosa;  pero  su  misma  calidad  basta  estaba  tejida 
como  para  sacar  de  quicio  á  los  contrarios;  y  así  suce- 
día en  efecto.  Éstos  gastaban,  no  obstante,  algunos 
adarmes  de  espíritu  agudo  al  preparar  sus  grajeas. 
Así,  por  ejemplo,  decían  lo  siguiente,  que  tiene  impor- 
tancia para  las  nomenclaturas  históricas,  y  que  alude 
con  oportunidad  al  famoso  saqueo  de  marzo,  ejecutado 
por  los  belcistas  en  1849,  y  á  las  recientes  expoliacio- 
nes de  Sucre  y  Potosí,  también  en  marzo  consumadas: 

(«Los  partidos  que  hicieron  la  revolución  de  1857  to- 
maron la  denominación  de  setembrisias^  es  decir,  que 
rehusaron  llevar  el  nombre  de  linaristas  por  temor  de 
que  se  les  tachara  de  ser  bando  personal.  ¿Por  qué  el 
partido  belcisia  no  abandonaría  esta  denominación,  to- 
mando asimismo  el  nombre  del  mes  en  que  siempre 
se  ha  hecho  notable?  Por  nuestra  parte  creemos  que 
debieran  ellos  adoptar  el  de  marcistas.  Marzo  es  el  mes 
de  acontecimientos  memorables  de  nuestra  historia. 
En  un  marzo  los  belcistas  se  hicieron  célebres,  en  otro 
marzo  quieren  renacer  á  una  mayor  celebridad." 

Por  esos  momentos  la  ansiedad  general  en  La  Paz 
era  extremada,  con  respecto  al  resultudo  del  choque 
entre  la  división  constitucional  puesta  al  mando  del 
general  Gregorio  Pérez,  y  las  fuerzas  revolucionarias 
organizadas  por  los  belcistas  en  Sucre  y  Potosí. 

Pérez  acababa  de  salir  de  La  Paz  el  14  de  marzo 
con'  dirección  á  la  capital  de  la  república,  llevando 

^3 


194 


Matanzas  de  Yáñez 


consigo  el  batallón  Primero.  Debían  de  incorporársele 
en  Oruro  una  sección  de  artillería,  el  regimiento  Sucre 
y  la  columna  municipal  de  aquella  ciudad. 

Por  correo  extraordinario  se  supo  el  15  que  los  fac- 
ciosos habían  desocupado  Sucre  el  1 1  con  la  mira  de 
pertrecharse  y  engrosarse  en  Potosí.  Comunicaciones 
fidedignas  aseguraban  que  el  vecindario  sucrense  no 
había  tomado  parte  y  que  reprobaba,  in  petto  se  en^ 
tiende,  el  movimiento.  Burlas  y  rechiflas  de  los  estu- 
fiiantes  habían  acompañado  á^su  salida  á  los  cabecillas 
Torrelio  y  Aguilar.  Las  autoridades  legítimas,  pronta- 
lamente  restablecidas,  hacían  esfuerzos  para  que  los 
vecinos  formularan  una  protesta  por  escrito  contra  el 
motín  pretoriano  de  la  columna  municipal,  motín  que 
constituía  el  origen  militar  y  base  única  de  la  rebelión. 

Con  esta  ultima  noticia  y  con  la  de  no  ser  más  que 
unos  doscientos  hombres  los  que  los  facciosos  habían 
logrado  organizar  y  movilizar  en  tan  pocos  días,  los 
partidarios  del  gobierno  decían  el  15  por  boca  de  El 
Telégrafo:  nÁ  nuestro  juicio,  la  pacificación  del  sur 
será  completa,  porque  los  facciosos  de  Sucre  carecen 
de  apoyo  moral  y  material,  m 

Antes  de  partir  Pérez,  al  pretoriano  Balsa  le  bajó  de 
lo  alto  un  amor  muy  grande  á  la  constitución  y  á  las 
leye^.  Junto  con  empaparse  en  sangre  y  enlutar  un 
centenar  de  hogares,  habíalas  conculcado  á  secas,  sin 
invocar  nada  ni  á  nadie,  el  23  de  noviembre  del  año 
próximo  pasado. 

1 1  Circunstancia  es  esta,  dice  ahora,  en  que  sería  una 
mengua  para  todos  los  hombres  de  corazón,  para  los 


r». 


\El  Juicio  Públicow  igs 

que  conservan  un  resto  de  amor  al  país  y  á  sus  insti- 
tuciones, y  en  especial  para  los  militares  de  honor,  no 
empuñar  la  espada  y  volar  en  apoyo  de  los  defensores 
del  orden,  n 

£1  gobierno  le  dio  las  gracias,  ofreciendo  utilizar  sus 
servicios  oportunamente. 

Este  aplomo  increíble  valió  á  Balsa  mansas  brisas 
de  olvido  que  fueron  á  soplar  benéficas  sobre  sus  he- 
ridas. El  trivialísinio  concepto  uno  hay  sanción  moral 
en  Bolivia,ri  comenzó  á  descender  como  bálsamo  para 
él  y  como  hiél  para  los  huérfanos  é  inválidos  constitu- 
cionalistas  del  23  de  noviembre. 

Muy  pronto  hemos  de  ver  también  al  actual  general 
en  jefe  de  los  defensores  del  orden,  á  Gregorio  Pérez, 
alzarse  á  su  vez  contra  ese  orden  invocando  su  yo,  por 
ser  éste  preferible  á  la  constitución  y  las  leyes.  El  pro- 
selitismo  que  entonces  acaudilló  este  pretoriano  costó 
igualmente  mucha  sangre  y  daños  al  país. 

Hé  aquí  lo  que  á  punto  mismo  dice  un  impreso  de 
estos  momentos  para  caracterizar  la  actual  rebelión 
soldadesca  de  Sucre: 

'iQuisiéramos  que  se  reúnan  todos  los  belcistas  en 
sinagoga  plena,  y  que  después  de  meditada  discusión 
y  puesta  la  mano  sobre  el  pecho,  sin  dar  oído  más  que 
á  las  inspiraciones  de  la  conciencia  y  de  la  razón,  nos 
respondieran  á  esta  pregunta:  ¿Qué  motivos  tenéis 
para  revolucionaros?  Los  hombres  de  corazón  callarían. 
Un  belcista  exaltado  y  rojo,  que  quisiese  romper  el 
silencio  para  expresar  su  pensamiento  con  franqueza  y 
audacia,  nos  diría: — n Nosotros  hacemos  la  revolución 


igó  Matansas  de  Yái 

simplemente  para  que  gobierne  Bi 
años  de  prosctipcilin  hemos  sufric 
prohombres  han  sido  asesinados  ei 
queremos  dominar,  porque  querer 

Se  recordará  la  manCTa  arroganl 
que  El  Juicio  Público  aparecid 
diar  entre  los  partidos,  cada  vez  ir 
tud  de  su  egoísmo  y  sus  rencores  i 
quisiese  cerrar  el  ciclo  de  sus  traba 
tuando  la  falacia  de  aquel  orinan: 
de  marzo  se  presenta  él  vistiendc 
la  tc^a  de  arbitro  arbitrador  y  am 
Con  la  formalidad  imperturbable 
menzar  de  nuevo  sus  tareas,  dice:. 

riQue  el  pueblo  imparcial  y  sen; 
cián  respectiva  de  los  bandos,  ] 
.  diestra,  con  previsora  conciencia 
que  amaga.  Respecto  de  nosotros, 
procurado  dar  pruebas  de  imparci 
clones,  acusando  el  crimen  en  cua 
mos  hecho  una  irrevocable  profe 
pendencia,  y  esto  nos  es  característ 
crea  que  pudiéramos  someter  nui 
ningiin  caudillaje.  Lo  que  hemos  i 
nemos  entre  los  partidos  para  que 

tiTampoco  nos  arredra  la  amen 
fiscal,  ni  otras  que  se  nos  hacen  n 
te.  No  lo  primero,  porque  existe  u 
cional  que  garantiza  el  cumplimien 
vas  á  la  libertad  individual,  sin  ce 


^\  El  Juicio  Púhlicoyy  /p7 

de  los  partidos  en  furia.  No  lo  segundo,  porque  el  apo- 
yo de  una  conciencia  pura  desconoce  todo  temor. . . 
ir  Nos  complacemos  al  leer  los  partes  de  haber  ter- 
minado ó  de  estar  próximo  á  terminar  el  motín  del  Sur. 
Ojalá  los  negocios  públicos  tomen  su  marcha  normal 
y  que  entremos  de  una  vez  en  el  palenque  en  que  sólo 
deban  luchar  la  razón  y  la  ley,  cuyo  eco  es  el  periodis- 
mo y  con  cuya  arma  podemos  lidiar  con  ventaja  noso- 
tros los  escritores  públicos,  enemigos  naturales  de  las 
vías  de  hecho.  Sucediendo  al  actual  conflicto  la  calma 
política,  calmará  también  la  efervescencia  de  los  parti- 
dos..." 

Pero  antes  que  eso  suceda  y  durante  el  actual  con- 
flicto, fué  táctica  de  nuestra  gaceta  el  vituperar  el  mo- 
tín setembrista  de  noviembre  en  el  Sur  y  en  el  Norte, 
señalado  por  la  traición  de  Fernández  en  Sucre  y  por 
el  sangriento  combate  de  Balsa  en  La  Paz.  Ahora  bien,  • 
los  amigos  de  estos  cabecillas  rodeaban  actualmente  al 
presidente  Achá  en  la  ultima  ciudad,  y  las  alusiones  y 
referencias  de  El  J  Jicio  Público  tendían  á  abochornar 
á  los  cortesanos  y  á  impresionar  á  Achá,  sembrando 
entre  unos  y  otros  la  poca  gana  de  anatematizar  con 
furor  el  actual  motín  belcista  del  Sur. 

Aquella  confianza  en  el  buen  éxito  de  la  campaña 
contra  los  facciosos  no  estaba  exenta  de  zozobras,  y 
con  razón.  En  Potosí  había  dos  mil  fusiles  y  mucho 
dinero  en  la  casa  de  Moneda.  Esto  era  grave.  En  una 
solución  librada  á  la  brutalidad^de  la  fuerza,  entra  por 
mucho  en  el  cálculo  de  probabilidades,  como  factor, 
el  acaso  sin  lógica. 


-    igS  Matansas  de  Yáñez 

En  los  encuentros  de  las  facciones  del  caudillaje  bo 
liviano  era  principal  agente  el  militarismo;  y  el  mili- 
tarismo, por  el  estado  social  engendrado,  era  aleve, 
desvergonzado  y  sin  principios.  Genízaros  e!  presidente, 
en  su  proclama  de  uso  y  costumbre,  llamaba  á  los  trai- 
dores de  la  columna  municipal  de  Sucre;  pero  los  que 
de  I.a  Paz  y  Oruro  iban  á  combatirlos  en  sostén  de  la 
ley,  eran  también  genízaros,  como  pudo  certificarlo 
más  tarde  el  mismo  Achá,   presidente  constitucional. 

Lo  cierto  es,  que  cuando  el  9  de  abril  llegó  á  La  Paz 
la  noticia  de  la  total  dispersión  de  los  rebeldes,  no 
pudo  menos  que  confesar  en  un  documento  publico,  el 
gobierno,  que  su  espíritu  acababa  de  salir  de  una  mor- 
tal inquietud, 

A  la  sazón  veinte  días  hacía  que  El  Juicio  Publi- 
co había  dejado  de  existir.  No  cantó  su  muerte  como 
el  cisne  su  próximo  fin,  ni  celebró  con  pompa  sus  pro- 
pias exequias  como  Carlos  V  al  abandonar  la  munda- 
nal batalla.  Firme  al  pie  de  la  brecha  estaba  en  el  pos- 
trero, cual  estuvo  en  el  primero  de  sus  días,  asumiendo 
la  judicatura  política  en  el  foro  tempestuoso  de  los 
partidos,  zurrando  á  manteniente  al  setembrismo  pa- 
ceño, si  bien  ahora  más  qne  nunca  particularizándose 
contra  éste,  mediante  el  ardid  pueril  de  no  llamarle 
partido  sino  partidos. 

Pero  su  mal  intento  le  delata  ante  nosotros;  y 
véase  sí  su  generalización,  meramente  verbal,  no  es 
también,  por  muchos  conceptos,  una  generalización 
sustancial,  con  sentido  perfecto  y  justicieramente  histó- 
rico, respecto  de  todos  los  bandos,  e!  belcista  incluso. 


^\  El  Juicio  Público  w  JQ0 

Las  alusiones  locales  y  personales,  perdidas  para  la 
posteridad,  no  perturbarán  sino  acentuarán  la  integri- 
dad del  juicio.  Dice: 

mLos  partidos  conjuran  en  su  ayuda  á  todos  sus  afi- 
liados, no  importa  si  son  grandes  criminales,  no  im- 
porta si  el  anatema  universal,  y  el  de  ellos  mismos, 
han  marcado  la  frente  de  algunos  renegados  de  la  pa- 
tria y  de  la  humanidad. 

II Los  últimos  acontecimientos  de  la  capital  no  han 
hecho  sino  servir  de  piedra  de  toque,  para  conocer  los 
grados  de  iracundia  que  se  profesan  los  dos  partidos 
belcista-y  setembrista.  Se  miden  de  hito  en  hito,  se 
amenazan,  se  denuestan,  se  enfurecen  y  se  lanzan  al 
terreno  de  la  lucha. 

II  i  Qué  diferencia  de  esta  época  á  aquella  en  que, 
habiéndose  levantado  el  pendón  de  extranjero  motín 
por  Fernández  en  Sucre!  El  pueblo,  el  verdadero  pue- 
blo, levantó  su  majestuosa  frente,  prestó  su  apoyo  al 
gobierno,  y  en  pocas  horas  quedó  aniquilada  la  perfidia 
del  huésped  ingrato,  y  salvado  el  honor  nacional.  Su- 
cedió instantáneamente  la  paz,  la  clemencia  con  todos 
los  delincuentes  políticos,  que  se  cobijaron  bajo  la  égida 
del  espíritu  de  confraternidad  y  filantropía,  que  carac- 
teriza al  pueblo  boliviano,  con  pocas  excepciones. 

nPero  los  partidos,  los  envenenados  partidos,  más  se 
resignan  al  baldón  de  coyunda  extranjera  que  á  la  re- 
conciliación, exigida  por  los  futuros  destinos  de  Boli- 
via,  por  la  naturaleza  y  por  la  misma  religión. 

"Sobre  los  partidos  está,  no  obstante,  ese  pueblo, 
hijo  predilecto  de  Dios,  compuesto  de  propietarios,  in- 


^ 


20Ó  Matanzas  de  Yáñez 


dustriales;  pensadores  y  artesanos.  Son  las  abejas  de 
la  Ref)ública.  Sus  tareas  y  lucubraciones  se  ven  á  me- 
nudo interrumpidas  por  los  zánganos  partidaristas,  que 
no  les  permiten  elaborar  el  espléndido  panal  de  las 
sociedades,  que  consiste  en  el  progreso  y  la  ventura. 

«•Pero  ese  pueblo  se  ilustrará  al  fin  sobre  sus  ver- 
daderos intereses;  conocerá  que  los  partidos  son  el 
enemigo  capital  de  su  dicha  y  reposo,  y  ahogará  los 
partidos  todos  á  la  vez  con  esa  omnipotencia  que  sólo 
es  concedida  á  un  designio  verdaderamente  nacional 

»»Bien  sabemos  que  todas  las  revoluciones  de  Boli- 
via,  que  marcan  otras  tantas  eras  luctuosas,  harv  venido 
acompañadas  de  un  abundante  y  falaz  cortejo  de  prin- 
cipios, propósitos  y  promesas  más  ó  menos  lisonjeros. 
¿Qué  han  viáto  como  consecuencia  los  pueblos?  Tan 
sólo  el  eclipsarse  cada  día  más  y  más  la  estrella  de  su 
porvenir,  socavarse  más  bajo  sus  plantas  la  fosa  de  su 
ruina.  El  partido  que  domina  hoy,  siempre  más  detes- 
table que  el  que  dominó  la  víspera. 

"Y  no  sólo  eso:  cada  partido  á  su  vez  ha  fundado,  en 
el  aniquilamiento  de  Bolivia,  su  título  para  dominarla 
eternamente.  Cada  partido  dice:  »»Yo  operé  una  revolu 
ción  social  en  tal  época  ó  mes;  esta  revolución  ha  he- 
cho de  la  patria  un  cadáver;  pues  bien,  de  allí  arranca 
mi  exclusiva  prerrogativa  de  eterno  dominio." 

«»Es  abominable  el  contraste  que  forma  la  actualidad 
tristísima  del  país  con  las  balandronadas  de  principios, 
progreso  y  perfectibilidad  social  que  arrojan  los  parti- 
dos. Y  lo  remarcable  es  que  el  mundo  ya  contempla 
compasivo  y  horrorizado  á  lá  joven  nación,  explotada. 


wEl  Juicio  PúbltCOw  201 

deshonrada  y  envilecida  antes  de  haber  llegado  á  la 
pubertad. 

"Con  atroz  injusticia  los  partidos  de  Bolivia  se  dis- 
putan hoy  la  presa.  Aparte  de  que  en  los  sistemas 
republicanos  el  gobierno  nacional  debe  resolver  y  re- 
primir las  odiosas  parcialidades,  entre  nosotros  no  hay 
partido  que  pueda,  con  justicia,  atribuirse  la  satisfac- 
ción de  haber  labrado  un  bien  positivo  á  la  patria,  be- 
neficio que  pudiera  fundar  un  título  de  merecimiento, 
raucho  menos  que  le  concediera  la  prerrogativa  exclu- 
siva del  mando. 

"Este  prurito  exclusivista  no  es  estéril,  sino  dema- 
siado fecundo  en  calamidades.  Fernández  dijo:  Quiero 
mandar  tan  sólo  con  el  partido  setembrista.  Y  una  divisa 
semejante  es  en  su  caso  la  de  todos  los  partidos,  y  por 
mandar  entienden  nuestros  políticos  dominar^  poseer^ 
aniquilar. 

"Los  partidos  han  sido  incapaces  de  obrar  el  bien 
alejándonos  del  mal.  En  adelante  continuarán  demos- 
trando su  impotencia  como  una  calamidad  inevitable 
de  la  patria. 

"Buen  ejemplo  tenemos  de  esta  verdad  en  la  rebe- 
lión extranjera  de  noviembre  próximo.  En  ese  aconte- 
cimiento, tan  alarmante  para  la  [dignidad  y  honra  na- 
cional, los  partidos  ¿qué  hicieron?  Guardar  lá  actitud 
del  egoísmo  y  de  la  intriga,  conservar  esa  espectación 
del  cuervo  para  lanzarse,  cuando  convenga,  sobre  la 
consabida  presa  descuidando  al  rival,  ó  bien  para  po* 
nerse  á  merced  del  vencedor  haciéndoselo  propicio  y 
aplazar  las  tentativas. 


202  Matanzas  de  Yáñez 

í'Sólo  los  pueblos,  con  su  heroísmo  innato  y  con  el 
sentimiento  intuitivo  del  honor  nacional,  pudieron  en- 
tonces salvar  la  patria,  al  gobierno  y  las  instituciones, 
del  conflicto  más  calamitoso  que  han  ofrecido  nuestros 
lúgubres  anales. 

»«¡ Pueblos  de  Bolivia!  reinstalaos  en  vuestros  dere- 
chos, que  tan  sólo  así  los  partidos  depondrán  sus  pre- 
tensiones liberticidas,  y  se  retirarán  arrepentidos  á  una 
vida  de  reparación.*» 

Las  adulaciones  de  siempre  al  pueblo  boliviano  por 
su  heroísmo  ionato  y  su  vivo  sentimiento  del  honor 
nacional.  Es  indudable  que  los  escritores  allá  necesitan 
el  uso  de  esta  salsa,  puesto  que  con  ella  todos  guisan 
sus  manjares.  Pero,  francamente,  esto  de  que  el  pueblo 
de  Bolivia,  compuesto  de  artesanos,  propietarios,  indus- 
triales y  pensadores,  sea  el  pueblo  predilecto  de  Dios, 
me  parece  poco  conciliable  con  aquello  de  que  el  mun- 
do ya  contempla  horrorizado  á  la  joven  nación,  envile- 
cida aintes  de  llegar  á  la  pubertad. 


■I  •   • 


>f$^»^$^K€$<>^e^K^^€»»€$^c»»^»»^$^>^-^$^H>^^ 


CAPÍTULO  VIII 


"EL  TELÉGRAFO" 

1868—1864 

iseí 

Noticia  histórica  y  bibliográfica. — Los  coroneles  Flores  y  Balsa 
ligados  á  Fernández. — Achá  se  deshace  del  primero  é  intenta 
•  lo  propio  con  el  segundo. — Libertad  de  los  presos  políticos. — 
Alarmantes  rumores  en  La  Paz. — Estalla  la  rebelión  del  Ter- 
cero.— Combate  con  el  Segundo, — El  grito  popular:  ¡La  cabe- 
za de  Yáñezl — Yánez  en  el  palacio. — Su  ejecución  por  el  pue- 
blo.— Dos  ejecuciones  más.  • 

Si  El  Juicio  Público^  bien  compulsado  por  la  críti- 
ca, puede  contener  y  contiene  en  efecto  el  proceso 
histórico  del  23  de  octubre,  no  presenta  la  misma  fuen- 
te copiosa  de  información  con  respecto  al  hecho  co- 
rrelativo de  las  matanzas.  La  ejecución  de  Yáñez  un 
raes  cabal  después,  debe  estudiarse  en  toda  la  prensa 
del  día,  pero  más  principalmente  en  El  Telégrafo. 


304  Matanzas  de  Ydñez 

Este  periódico  de  La  Paz  apareció  el  sábado  r6  de 
octubre  de  1858,  y  concluyó  con  su  niSraero  755 
el  31  de  diciembre  de  1864.  Acababa  entonces  de  con- 
sumarse en  Cochabamba  el  gran  motín  militar  enca- 
bezado por  Mariano  Melgarejo  {diciembre  28),  que 
echando  por  tierra  al  gobierno  legítimo  y  el  régimen 
constitucional,  entrañó  para  el  país  las  consecuencias 
de  una  revolución,  pero  revolución  de  la  peor  estirpe 
soldadesca  que  allá  se  recuerda.  £1  despotismo  [wr 
ella  entronizado,  durante  sus  seis  años  de  tropelías,  de 
violencias  y  de  patíbulos,  no  dió  cabida  á  las  empre- 
sas dei  periodismo  que  no  fueran  abyectas  de  espíritu 
ó  venales  por  sus  medios  de  subsistencia. 

Durante  los  dos  primeros  años  y  meses  de  su  exis- 
tencia, Et  Telégrato  sostuvo  la  dictadura  de  Lina- 
res. Por  ello  no  se  podrá  concluir,  que  los  jóvenes 
qtie  redactaban  con  ardimiento  esas  columnas,  care- 
ciesen de  digiiidad  tribunicia,  ni  que  su  adhesión  de 
sectarios  á  la  persona  del  caudillo  setembrista  dejase 
de  ser  sincera  y  patriótica. 

Cuando  dos  de  los  ministros  de  Estado  (enero  14 
de  1861),  maniataron  y  expulsaron  al  dictador  invo- 
cando libertad  y  protestando  abnegación,  pero  en  rea 
lidad  para  quedarse  uno  y  otro  en  la  arena,  á  dispu- 
tarse á  brazo  partido  la  presidencia,  El  Telégrafo 
debía  naturalmente  de  experimentar  y  experimentó 
con  efecto  ima  dislocación  en  su  espíritu.  Había  que 
pasar  bruscamente  de  la  defensa  á  la  condenación  de 
la  dictadura,  purante  el  breve'Jnterregno  del  estupory 
del  rubor  redactó  la  sección  editorial  Félix  Reyes  Ortiü. 


1 


»»-£■/  Telégrafow  20S 

Pasó  el  intervalo  agudo  6  áspero  de  la  transición. 
Muy  sin  demora  la  convocatoria  de  la  asamblea,  la 
campaña  electoral,  los  ideales  legislativos  de  una  re- 
forma, la  congregación  respetable  del  cuerpo  nacional, 
abrieron  á  los  escritores  públicos  sendas  y  puntos  de 
mira  elevados  y  que  implicaban,  como  antecedente  ló- 
gico y  como,  requisito  político,  la  aceptación  del  orden 
existente  y  aun  su  defensa  por  sobfe  los  hechos  con- 
sumados el  14  de  enero. 

Reanudó  entonces  con  desahogo  sus  tareas  El  Te- 
légrafo, tareas  conservadoras  del  poder  constituido, 
considerando  las  cosas  desde  el  punto  de  vista  de  las 
facultades  del  gobierno  y  de  las  obligaciones  de  los 
gobernados. 

Usaba  lente  de  color  y  de  aumento  al  practicar  sus 
observaciones  en  este  sentido.  La  sangre  setembrista 
se  agolpaba  hirviendo  á  su  cerebro,  al  contemplar  las 
faltas  ó  desmanes  del  belcismo. 

Por  eso  no  lialló  palabras  elocuentes  con  que  deni- 
grar las  matanzas  de  Yáñez  y  perseguir  á  los  culpados 
y  culpables.  Desplegó  en  cambio  un  enorme  silencio. 
Con  todo,  se  negó  con  valor  y  nobleza  á  calumniar  á 
las  victimas. 

¿Su  subsistencia  material?  No  libre  estuvo  jamás,  en 
su  carrera,  de  subvenciones  ministeriales  ó  gajes  gu- 
bernativos, á  título  remuneratorio  de  servicios  y  por 
contrata.  Así  y  todo,  no  perdió  del  todo  el  espíritu  de 
empresa  independiente,  aspirando  en  lo  posible  á  con-  • 
tar  con  suscripciones  libres  en  el  comercio  y  en  el 
vecindario,  y  abriendo  en  una  de  sus  páginas  un  trc- 


1 


2o6  Matanzas  dt  Yáñes 

cho  é  palestra  neutral,  accesible  aun  para  las  polémicas 
políticas  de  cierto  temple  ó  alcance. 

Puede  concluirse,  que  durante  los  seis  añgs  de  su 
total  duración,  los  ecos  de  este  periódico  respondían  á 
la  necesidad  moral  del  orden  en  las  diversas  esferas 
política,  religiosa  é  Industrial,  que  constituían,  junto 
con  la  enseñanza  publica  y  la  vida  municipal  de  La 
Paz,  lo  más  activo  del  movimiento  del  país  y  de  la  lo- 
calidad. Fué  por  eso  sostenedor  <S  amigo  de  los  tres 
gobiernos  que  se  sucedieron  en  el  poder  desde  1858 
hasta  1864;  y  son  á  saber:  la  dictadura  de  Linares,  el 
triunvirato  del  golpe  de  Estado,  la  presidencia  de 
Achá. 

Su  forma  de  tamaño  ha  sido  habitualmente  el  folio 
mayor  de  gaceta  boliviana  á  cuatro  columnas,  con  ex- 
cepciones momentáneas  del  folio  comdn  de  oficio  á 
dos  columnas.  Aparecía  ya  trisemanal,  ya  bisemanal, 
ya  eventual,  ya  también  diariamenle,  si  bien  esto  üllt- 
rao  por  breves  intervalos.  La  Imprenta  de  Vapor  y  la 
Imprenta  de  la  Opinión  se  han  alternado  para  publi- 
car El  Telégrafo. 

El  año  1861,  El  Telégrafo  tocaba  en  enero  5  al 
número  306  y  en  marzo  31  al  número  329. 

Desde  el  número  330,  correspondiente  al  15  de 
marzo,  se  publica  diariamente  en  folio  común  de  ofi- 
cio á  dos  columnas,  hasta  el  número  459  correspon- 
diente al  27  de  octubre.  Nicolás  Acosta,  el  erudito 
autor  de  los  Apuntes  para  la  Bibliografía  PertoáisHca 
de  la  Ciudad  de  La  Paz,  da  cuenta  del  número  460 
(noviembre  27)  en  la  misma  forma  de  tamaño,  número 


••jÉ"/  Telégrafo\\  20J 

que  no  conozco;  y  debe  de  ser  interesante,  por  cuanto 
contiene  la  primera  parte  de  un  relato  cuyo  término 
veo  en  el  número  461,  relato  referente  á  la  rebelión  de 
Balsa,  muerte  de  Yáñiz  y  demás  sucesos  en  la  ciudad 
acaecidos  entre  23  y  28  de  noviembre  de  1861. 

Desde  el  número  461,  correspondiente  al  4  de  di- 
ciembre, apareció  eventualmente  El  Telégrafo,  vol- 
viendo á  su  habitual  forma  grande,  ó  sea  cuatro 
columnas  en  folio  de  gaceta.  El  último  número  del 
año  186 1  es  el  468,  correspondiente  al  28  de  di- 
ciembre. 

Tocaba  El  Telégrafo  en  su  número  458  cuando 
sobrevinieron  las  matanzas.  El  número  459,  del  27  de 
octubre,  salió  por  obra  de  fuerza  mayor  publicando  los 
documentos  y  la  versión  del  asesino  sobre  aquellos 
horrores.  Calló  seguidamente  un  mes  entero. 

Sucesos  ligados  con  las  matanzas  son  los  que,  un 
mes  cabal  después,  tornaron  á  ensangrentar  la  ciudad 
de  La  Paz.  Me  refiero  al  motín  de  Balsa  y  á  la  expia- 
ción de  Yáñez. 

Las  publicaciones  de  la  prensa  coetánea  contienen 
materiales  suficientes,  á  mi  juicio,  para  un  cabal  esta- 
blecimiento de  la  verdad  sobre  aquellos  sucesos.  El 
Telégrafo  ante  todo.  Sé  decir  que  hasta  su  núme- 
ro 476  (febrero  5  de  1862)  contando  desde  el  ya  cita- 
do número  460  (noviembre  27  de  1861),  contiene  lo 
más  luminoso  de  la  polémica  contradictoria  de  afir- 
maciones, negaciones  y  rectificaciones,  que  se  suscitó 
esos  días  sobre  el  suceso  principal  y  sus  incidencias. 
Pueden  tomarse  en  cuenta,  á  mayor  ilustración  ó  abun- 


2oS  Matanzas  de  \ 

damiento,  lo  publicado  por  El 
números  2  y  13  {noviembre  30  y  1 
el  rarísimo  pliego  suelto  paceño 
gaáa  del  23  de  Nm'iembre,  el  ni 
sucrense  La  Causa  Nacional  (< 
lleto  inscrito  en  mi  catálogo  ¡n 
ro  888. 

El  que  quiera  tomar  á  lo  seri 
historia  al  militarismo  pretoriam 
en  estas  fuentes  impresas  hacer  < 
y  menudencias,  sobre  el  escándE 
la  expiación  famosa  del  23  de  1 
La  Paz. 

Mientras  tanto,  hé  aquí  lo  qui 
ver,  se  presenta  como  bien  averi 
de  los  hechos,  sobre  los  primero 
constitución  de  1861  en  elvíací 

Desde  que  la  asamblea  na 
arrancada  á  una  batalla  paríame 
perto  Fernández  boliviano  de  r 
colegirse  que  este  corifeo  políti 
mente  á  la  presidencia  de  la  rt 
ejecutó  ese  día  un  acto  de  jus 
abrió  ancha  puerta  á  la  ambiciór 
bre.  Es  la  verdad  que,  para  ce 
ministro  de  Estado,  no  había  « 
declaratoria,  declaratoria  con  ta: 
y  por  lo  mismo  con  no  inferií 
tida. 

Los  coroneles  Nicanor  Flore 


r 


iiJS'/  TeUgrafayy  20^ 

« 

gentinos  de  nacimiento,  y  bolivianos  hasta  lo  más 
hondo  del  corazón  como  Fernández,  si  bien  no  con  los 
títulos  muy  calificables  que  á  éste  asistían  para  obte- 
ner el  nacimiento  legal,  estaban  ligados  á  él  por  íntima 
amistad  y  por  una  perfecta  comunidad  de  opiniones 
políticas.  Tenían  respectivamente  el  mando  de  los  ba- . 
tallones  Primero  y  Tercero  del  ejército. 

Á  la  sazón  Fernández,  en  el  puesto  de  ministro  del 
Interior,  suscitaba  embarazos  de  todo  género  á  los  tra- 
bajos conciliadores  del  presidente  Achá,  trabajos  enca- 
minados á  reclutar  y  formarse  un  partido  personal  pro- 
pio, en  campo  situado  entremedias  del  belcismo  y  del 
setembrismo.  Junto  con  esto  y  por  consecuencia,  el  mi- 
nistro, declarándose  en  abierta  pugna  con  los  belcistas, 
asumía  en  el  poder  la  gestión  de  los  intereses  del  par- 
tido setembrista,  poderoso  partido  de  odios  vengativos, 
compuesto  de  hombres  resueltos  y  muy  agraviados  del 
belcismo. 

Trece  días  después  de  haber  sabido  el  suceso  de 
las  matanzas,  el  presidente  partió  para  el  Norte,  dejan- 
do en  Sucre  á  Fernández  y  á  Flores,  quienes  debían 
reunífsele  en  pocos  días  más  en  Oruro.  Escapaba  de 
una  mansión  peligrosa,  de  entre  las  redes  y  asechanzas 
que  rodeaban  su  inerme  autoridad  legal. 

Tanto  aquellos  corifeos  como  todos  los  setembristas 
de  su  facción,  quedaron  adormecidos  con  el  beleño 
que  les  había  propinado  Achá,  sobre  que  un  cambio 
abiertamente  setembrista  de  política  debía  presto  con- 
•  sumarse  en  la  gobernación  del  país.  Achá  no  encontró 
inconveniente  para  que  se  declarase  en  un  periódico 

14 


3Í0  Matanza 

oficial,  á  nombre  ^e)  gobi 
políticamente  el  Estado, 
brazos  del  partido  seiemb 

A  tres  jornadas  antes  < 
de  noviembre  separó  á  Fl< 
llón  Primero,  haciendo  a 
jefe  al  coronel  Mariano  M 
ba  que  se  quedara  en  Su 
dante  general  de  armas.  I. 
Chayanta,  el  17,  destacó  < 
al  ministro  de  la  Guerra  ( 
parar  del  comando  del 
título  de  jefe  superior  po 
debía  tomar  el  mando  di 
puesta  del  Tercero,  del  es 
sección  volante  de  arliller 
Tercero,  y  algunos  creen  í 
la  división. 

Otros  arreglos  en  el  eje 
dentes  todos  á  separar  de  i 
ministro,  confiándoles  ce 
nando  los  huecos  con  ofi 

El  general  Avila  llegó  á 
Esquivó  con  maña  las  exi; 
por  una  orden  general  api 
ascensos  del  23  de  octul 
con  él.  Le  manifestó  que 
nado  por  el  presidente  p 
mando  del  Tercero. 

A  Balsa  se  le  propuso 


'afo»  ai  I 

ral  de  La  Paz.  Él  califíci5 
rada  la  proposición, 
ano,  el  ministro  puso  en 
Jcos  del  LoreCo.  Igual- 
alabozos,  á  los  soldados 
mbre  en  el  concepto  de 

i  Paz,  en  todas  sus  esfe- 
ilato  que  esos  señores  y 
■lentes  todos  del  23  de 
nientos,  del  simulacro  de 
erfa. 

con  su  división  se  acen- 
}s  rumores  de  un  próxi- 
por  la  mano  del  mismo 
:  enero  ultimo. 
secretas  insinuaciones  de 
jna  revuelta  setembrista. 
con  urgencia  las  cosas, 
I  el  siguiente  punto  de 
il  23  del  octubre,  tenía  él 
política  semibelcista  del 
prometerse  de  un  inme- 
orial  del  inflexible  Fer- 

)residente  de  la  república 
tel  general,  una  división 
sCros  del  despacho.  En 
co  aguardaba  los  aconte- 
de  la  reptíblica. 


3t2  Matansas  de  Ydñes 

El  coronel  Balsa,  sea  que  así  lo  tei 
usara  como  ardid  de  seducción,  hizo 
del  22  á  los  jefes  y  oficiales  de  su  r 
tallen  Tercero  sería  desarmado  al  sij 
esto  se  llevaría  á  cabo  por  medio  del 
y  de  la  columna  municipal. 

Váñez,  con  unos  cuarenta  rifleros  i 
esa  noche  en  la  Caja,  ediñcio  coloni 
guio  sureste  de  la  plaza  mayor,  ángul 
dos  calles  que  desembocan  en  la  esq 
Id  columna  municipal  no  ocupaba  yi 
cío,  como  en  tiempos  de  mayor  des 
público.  Estaba  en  el  cuartel  de  San 

Eran  las  cuatro  y  veinte  y  cinco  m 
dnigada,  cuando  se  oyó  en  el  centro 
detonación  ligera  de  tiros  de  fusil.  M 
despertaba  sobresaltada  la  población 
de  descargas  y  tiroteos  consecutivo 
un  combate  dentro  de  la  ciudad. 

Era  que  el  batallón  Tercero,  al  m 
Narciso  Balsa  y  Federico  Tardío,  ap 
piezas  de  artillería  y  por  la  columna 
taba  al  batallón  Segundo  en  su  cuarl 
Recreo.  Las  cosas  habían  comenza 
siguiente: 

Sin  ser  sentido  y  en  obra  de  poct 
con  dos  compañías  del  Tercero,  se  ; 
lumna  municipal  y  la  incorporó  sin 
fílas.  Tardío,  al  mando  de  las  otras  ci 
cero,  y  la   artillería  y  la  columna 


y\El  Telégrafos  2x3 

órdenes,  pasaron  acto  continuo  á  sitiar  y  á  intimar  ren- 
dición  en  su  cuartel  al  batallón  Segundo. 

Una  partida,  destacada  por  Balsa  en  los  primeros 
instantes  para  observar  en  la  plaza  mayor  los  movi- 
mientos del  comandante  general,  disparó  inopidamente 
algunos  tiros,  los  primeros  que  se  oyeron  y  que  fueron 
para  el  Segundo  un  alerta  del  peligro.  Dispertó  y 
corrió  á  las  armas. 

Una  descubierta  improvisada  al  instante,  mientras 
adentro  se  armaba  el  batallón,  cruzó  no  lejos  de  la 
puerta  algunos  fuegos  con  gente  del  Tercero,  en  la 
calle  del  Recreo,  calle  que  por  delante  del  cuartel  sube 
al  oeste  hacia  los  barrios  centrales.  Mas,  al  punto 
mismo,  vítores  patrióticos  y  voces  fraternales  introdu- 
jeron allí  la  incertidumbre,  mientras  ambas  partidas 
avanzaban  en  dirección  convergente;  y  poco  después 
la  confusión  era  grande  al  encontrarse  unos  y  otros 
compañeros  de  armas.  No  ha  podido  averiguarse  de 
cuál  grupo  partieron  primero  las  protestas  pacíñcas. 

Acababa  entonces  de  formarse  el  batallón  á  la  iz- 
quierda de  la  puerta  del  cuartel.  Momentos  después 
llegó  Tardío  con  tres  compañías  del  Tercero.  ¿Qué 
ocurría?  Súpose  entonces  allí  toda  la  verdad.  Acababa 
este  batallón  de  sublevarse  con  los  demás  cuerpos  de 
la  plaza,  y  exigía  que  el  Segundo  siguiese  este  movi- 
miento para  salvar  la  patria. 

En  orden  silencioso  de  formación  permanecían  am- 
bos cuerpos,  firmes,  armas  al  hombro,  muy  cerca  uno 
del  otro,  mientras  el  comandante  Pablo  Caballero,  jefe 
accidental  del  Segundo,  conferenciaba  con  Tardío.  Por 


214-  Matanzas  de  Váñez 

breves  momentos  nada  anunció  alH  que  estos  dos  cuer- 
pos veteranos  del  ejército,  hablan  de  peleai'  luego  el 
uno  contra  el  otro. 

Vítores  y  algunos  disparos  de  fusil  resonaban  fuera 
del  recinto.  Pelotones  de  plebe  turbulenta  comenza- 
ban á  fluir.  Una  parte  del  Tercero,  la  columna  mu- 
nicipal y  la  artillería,  mientras  tanto,  habían  tomado 
posiciones  dominantes  y  seguras  en  torno  del  cuartel. 
Un  toque  de  corneta  aguardaban  para  romper  el 
fuego. 

Apareció  entonces  Balsa  al  centro  de  una  escolta  de 
rifleros  y  seguido  de  su  cometa  de  órdenes.  Avanzó 
por  el  flanco  hasta  el  centro  del  batallón  sitiado.  Fué 
recibido  con  un  abrazo  por  Caballero. 

Todo  parecia  allí  de  paz,  con  tendencias  á  un  ave- 
nimiento, que  señalase  al  débil  la  trivial  zaga  del  mal 
fuerte,  cuando  se  presentó  el  coronel  José  María  Cor- 
tés, primer  jefe  del  Segundo.  Este  hombre  noble  y  va- 
liente cambió  al  punto  la  faz  de  las  cosas,  señalando  á 
los  suyos,  con  ascendiente  moral  irresistible,  la  senda 
del  deber. 

Balsa  escapó  allí  de  la  muerte.  Obra  fué  ya  lodo  de 
segundos.  Cortés  apostrofa  á  sus  soldados,  ordena  que 
disparen  sobre  el  traidor,  él  mismo  le  descerraja  un 
pistoletazo,  su  escolta  rodea  á  Balsa  herido,  salvan 
presto  con  él  en  brazos  el  corto  espacio  que  los  sepa- 
ra de  sus  compañeros,  retíranse  á  su  línea  de  comba- 
te, suena  la  corneta  de  Balsa  y  se  rompe  el  fuego  con- 
vergente contra  el  batallón  Segundo. 

Mientras  el  enemigo  repechaba  la  vía  pública  para 


wEl  Telkgrafoy\  2IS  ■ 

ganar  la  esquina  de  la  Moneda,  tiempo  breve  tuvo  el 
coronel  Cortés  para  desplegar  en  secciones  su  fuerza,  á 
fin  de  resistir  con  individualidad  á  los  diferentes  pun- 
tos del  ataque.  Estaban  los  suyos  á  pecho  descubierto 
en  la  calle.  La  derecha  extrema  de  los  contrarios, 
aquella  que  6,e.  más  cerca  les  acosaba,  habíase  para 
petado  á  la  entrada  de  la  Alameda  detrás  de  unas  ta- 
pias frente  al  cuartel. 

"Fuego  y  avancenti  tocaba  la  corneta  de  Balsa;  y  el 
fuego  era  vivísimo  de  una  y  otra  parte,  sin  que  el  avan- 
ce fuera  posible  para  nadie  en  aquellos  momentos. 

Casi  al  mismo  tiempo  de  trabarse  el  combate  en 
condiciones  tan  desventajosas  para  las  armas  de  la 
ley,  recrudecía  el  brío  de  los  contrarios  con  creces  de 
mortandad  para  las  filas  del  Segundo.  Tuvieron,  éstas 
que  replegarse  hacia  el  cuartel,  al  paso  que  se  estre- 
chaba en  torno  suyo  el  círculo  de  fuego,  por  virtud  de 
un  refuerzo  inesperado  que  acababa  de  recibir  el  ene- 
migo. 

Tenía  Balsa,  el  grueso  de  sus  fuerzas  y  su  base  dé 
operaciones  hacia  el  occidente,  en  la  calle  del  Recreo, 
esquina  y  puente  de  la  Moneda,  á  la  derecha  de  Cor- 
tés. Por  las  bocacalles  de  su  retaguardia  y  de  su  mano 
izquierda  afluía  en  oleadas  el  populacho  preguntando: 
ii¿Y  Yáñez.^  ¿Cuál  va  contra  YáñezPir 

Vista  su  actitud,  obvio  fué  el  ardid  de  decirles  que 
Yáñez  se.  defendía  allá  abajo  con  el  Segundo  den- 
tro del  cuartel.  No  oyeron  más.  Las  turbas  entraron 
furiosas  al  ataque,  poniéndose  de  parte  de  los  rebel- 
des con  piedras  y  con  palos,  con    las  armas  de  los 


2l6  Matanzas  de  Ydñez 

muertos  y  de  los  heridos,  y  con  el  torrente  de  sus  pe- 
chos y  de  sus  gritos  que  servían  de  antemural  y  de 
aliento  á  los  soldados  de  Balsa. 

La  resistencia  del  Segundo  fué  valerosa  por  más  de 
media  hora.  Fué  mucho  durar.  En  aquella  situación 
no  era  suficiente  el  valor  del  soldado  boliviano,  exce- 
lente en  el  primer  impulso.  AUí,  para  salir  con  éxito 
y  triunfar,  se  habían  menester  otros  requisitos  mora- 
les en  el  valor.  Desde  el  primer  momento  un  desastre 
fué  indefectible  y  todo  se  confabulaba  para  acelerarlo. 

Muy  al  principio  cayó  mortalmente  herido  el  hom- 
bre heroico,  el  coronel  Cortés.  Estaba  también  fuera 
del  combate  su  segundo  el  coronel  graduado  Miguel 
Lizárraga.  Caballero  era  algo  conferenciador  con — y 
un  poco  abrazador  de — los  traidores  que  se  acercaban 
á  intimarle  rendición.  ¿Quién  hubiera  sostenido  entre 
las  balas  el  valor  del  soldado?  ¿Quién  hubiera  infla- 
mado su  constancia  y  su  fe  en  la  buena  causa? 

Los  rifleros  de  Yáñez  no  acudían  en  auxilio  de  estos 
defensores  del  orden,  ni  llamaban'la  atención  del  ene- 
migo por  otros  puntos.  Entre  muertos  y  heridos  ya- 
cían en  el  campo  unos  ciento  treinta  soldados,  casi 
todos  del  Segundo.  Á  eso  de  las  seis  y  media  de  la 
mañana  la  dispersión  era  completa.  Un  puñado  de 
valientes  intentó  hacerse  fuerte  algún  tiempo  más  en 
el  cuartel.  Sobrevino  un  asalto,  y  el  cuartel  fué  entrado 
en  tropel  por  plebe  revuelta  con  granaderos. 

Antes  de  que  aquello  se  verificase.  Caballero  atra- 
vesaba los  fuegos,  ganaba  las  alturas  de  San  Pedro, 
ponía  en  salvo  dos  compañías  y  las  incorporaba  en  el 


>yEÍ  Ttlegrafg<y  317 

Quenco  con  el  escuadrón  HiSsares.  Prudencia  á  que 
más  tarde  correspondid  el  gobierno  sacándole  del  cuer- 
po, y  enviándole  á  sentarse  en  una  oñcina  militar  de 
Santa  Cruz. 

Húsares  y  aquel  resto  de!  Segundo  emprendieron 
todo  ese  día  la  retirada  hasta  Calamarca. 

Mientras  á  cuatro  y  cinco  cuadras  de  la  plaza  ma- 
yor se  verificaba  este  combate,  Yáñez  no  dio  un  paso 
fuera  de  aquel  recinto  central.  AI  principio  estuvo  den- 
tro de  la  Caja;  en  seguida  se  paseó  un  rato  con  su  es- 
colta por  las  aceras  como  en  observación  ó  en  ademán 
demostrativo. 

Los  grupos  de  curiosos  decían  al  verle:  "Yáñez  está 
por  el  ordeni'.  Otros  replicaban:  i-Y  entonces  ¿porqué 
no  acude  á  apoyar  al  Segundo?ii  Nadie  ixidia  afirmar 
con  seguridad  ni  lo  uno  ni  lo  otro.  En  aquellos  mo- 
mentos la  inercia  de  Yáñez,  así  podía  traducirse  por 
bien  entendida  reserva  estratégica  en  favor  del  orden, 
como  por  complicidad  con  la  rebelión.  Era  cuando 
menos  una  inercia  con  astucia. 

Á  lo  último,  Yáftez  se  encerró  con  toda  su  gente  en 
el  palacio,  ediñcio  alto  y  sólido,  bien  que  muy  expug- 
nable  por  fuerzas  superiores.  Pocos  momentos  antes 
había  emprendido  la  fuga  e!  general  Avila  á  reunirse 
en  el  Quenco  con  el  escuadrón  Húsares,  llevándose  la 
seguridad  de  que  Yáñez  se  sostendría  por  el  orden  en 
el  palacio.  * 

Las  fuerzas  de  Balsa  estaban  triunfantes.  Con  eso 
todo  era,  sin  embargo,  encogimiento  en  tomo  de  los 
jefes  rebeldes.  Viendo  estaban  que  del  fragor  humean- 


2i8  Matanzas  de  Yáiiez 

te  de!  combate  surgía  i  ndeiwn diente  una  i 
nueva.  Viendo  estaban  que  se  iba  levantand 
un  solo  hombre,  y  que  se  engrosaba  y  se  arm, 
enfurecía  y  se  lanzaba  hacia  la  plaza  la  mayor  ■ 
las  fuerzas  numéricas  militantes:  ia  masa  popu 
pacta,  sedienta,  inmensa  y  soberana. 

"La  cabeza  de  Yáñez,ii  fué  su  único  peni 
cuando,  á  eso  de  las  siete  y  media  de  la  mat^a 
naban  en  la  calle  del  Recreo  las  dianas  de  la 

Ellos,  estos  jefes  sin  fe  ni  ley,  acababan  d 
con  sangre  á  los  leales,  para  labrar  sobre  esta 
la  usurpación  de  Ruperto  Fernández;  y  hé  aqi 
voluntad  enfurecida  del  pueblo  se  apoderal 
victoria,  para  ajusticiar  á  ios  que  la  fama  s 
desde  un  mes  atrás,  como  sanguinarios  precur 
Fernández. 

Sin  ley  ni  fe,  se  ha  dicho;  pero  ¿cámo  du 
en  esos  momentos,  la  conciencia  de  su  delito 
gantó  más,  ante  su  estupor,  la  majestad  d( 
sanción  inesperada  y  tremenda  de  la  justicia  ( 

Torrentes  de  plebe,  encabezada  por  grupc 
derables  de  cholos  armados,  desembocaban  ei 
por  las  calles  que  van  á  acabar  juntas  en  la 
del  palacio.  i'¡La  cabeza  de  Yáñez,  la  cabez¡ 
ñez!"  es  el  grito  formidable  de  aquella  muche 
que  venía  del  combate,  ebria  entre  el  olor  d 
vora  y  la  sangre,  arrebatada  por  el  impulso  d 
de  la  venganza,  buscando  con  clamoreo  atro 
asesino  del  23  de  octubre. 

Entre  la  multitud  que  llenaba  de  cabezas 


.,.^_J 


'Ei  TeUgmfoo  219 

i  y  granaderos  de  Balsa  resaltaban 
en  la  supetñcie  pardusca  y  moví- 
.nchas  que  flotaban  de  aquf  para 
desarraigado  sobre  las  olas  en  un 

1  antes  huido  por  encerrarse  en 

n  de  parte  del  motín  triunfante, 

;ntos  su  desengaño  con  indecible 

1  rendija  dz  las  cerradas  ventanas 

,  que  estaba  levantada  sin  remedio 

acha  de  la  vindicta  nacional,  ha- 

nplada  un  mes  entero  en  la  ciudad 

lielos  del  terror  en  el  fuego  inten- 

nprimido. 

:n  la  fuga,  jl^  evasión  dentro  de 

uros  sitiados! 

1  palacio  tenía  que  ceder  al  impul- 

Un  caí^onazo  la  abrió  de  par  en 
lia  en  una  columna  hizo  temblar 
Jn  popular  invadió  el  patio  y  todo 
esta  fábrica.  La  ola  creciente  lie- 
segundo  piso  y  lo  cubrió  en  todos 
Gente  y  gente  seguía  con  empuje 

El  nivel  perseguidor  subió  enton- 
asta  llenar  sus  cámaras  y  galerías. 
!"  fué  un  grito  inmenso  y  prolon- 
en  este  momento  en  la  plaza.  Allí 
á  Yáfiez  en  el  caballete  de  uno  de 
)s  del  edificio.  Raro  y  misterioso 
a  de  la  ciudad  entera,  él  mismo 


320  Matanzas  de  Ydt 

subfa  por  sus  pies  al  más  culmin: 
pudiera  imaginar.  No  fué  larga  su 
detonación,  y  el  atl ético  cuerpo  del 
de  octubre  cafa  al  profundo  de  la  i 

Cárdenas,  Fernández  y  Aparic 
Sánchez  eran  buscados  por  todas  pi 
Leopoldo  Dávita,  que  se  hizo  odÍ( 
cementerio  el  día  de  las  inhumacic 
en  la  calle  de  la  Caja.  El  ayudante 
Sánchez  recibió  la  muerte  denlro  c 
dados  de  Yáñez  fueron  amnistiad 
liario  del  palacio  fué  tocado.  El  pi 
hogares  silencioso. 

Tal  es  lo  que  considero  cierto 
sobre  los  extraordinarios  sucesos  d 
tan  enormes  dichos  sucesos,  que  i 
por  volver  á  la  prensa  en  busca  de 
res.  Entremos  á  las  oñcinas  de  E 
encima  de  la  mesa  de  redacción, 
frescos  de  este  periódico  y  toda 
de  estos  días.  Busquemos  algunos 
ja,  que  es  inmensa. 


*»<*<*^«í^<*=<*-«=c*3c«>c^<^c4|c>eígcc^o^^^ 


CAPITULO  IX 


"EL  TELÉGRAFO" 

(Conclusión) 

1861 

Pormenores  sobre  el  23  de  noviembre. — Últimos  momentos  de 
Cortés. — El  combate  según  Caballero. — Confusión  y  falacia 
de  Balsa  vista  la  actitud  del  pueblo. — Cómo  describe  el  com- 
bate.— Su  defensa  contra  un  cargo  grave. 

Agustín  Aspiazu,  sujeto  honorable,  que  ha  desem- 
peñado altos  puestos  públicos  y  que  merece  fe,  fué  tes- 
tigo ocular  de  muchos  sucesos  de  este  día.  Su  relato 
fué  la  pieza  que  abrió  la  polémica  investigadora  de  la 
verdad.  En  El  Telégrafo  del  4  de  diciembre  (nú- 
mero 461)  refiere  tocante  á  la  muerte  de  Yáñez  lo  que 
BÍgue: 


■  232  Matanzas  de  Yáñez 

•lUn  hombre  de  atlética  estatura  aparece  en 
los  techos  de  la  policía  y  más  de  cinco  mil  v> 
áamaxi:  ¡Él  es.'  'el  asesino.  Un  sargento  del  I 
Tercero  le  pone  el  punto,  y  á  la  detonación  i 
sigue  el  estruendo  de  un  cuerpo  que  se  despl 
una  elevación  inmensa. 

'■Abierta  la  casa  del  señor  García,  en  cu5 
cayó  Yáñez,  la  multitud  se  arroja  sobre  su  cad; 
conducido  á  la  plaza. 

iiA  la  voz  de  que  Yáñez  lia  muerto,  la  t 
genteii— (la  gente  espectadora  que  llenaba  la 
vecinas,  mientras  el  populacho  actor  ocupaba  \ 
la  plaza,  el  palacio  y  la  calle  de  la  Caja) — use  f 
en  la  plaza  por  las  cuatro  bocacalles,  como  ol 
tas  cataratas.  ^ 

■ilxis  soldados  que  escoltaban  el  cadáver,  ' 
como  otras  tantas  hojas  secas  en  un  remolino  c 
I^  gorra  de  la  víctima  es  arrojada  por  los  ai 
bastante  algazara;  en  seguida  la  levita,  luego 
talones,  y  Últimamente  los  vestidos  interiores. 

itjAl  Lorelo,  a!  Loretoln  gritó  la  multitud,  y 
ver  fué  conducido  al  salón  de  la  Universidad, 
se  le  dirigieron  varios  apostrofes  por  causa  de  1 
mas  sacrificadas  en  la  noche  del  23  de  octubre 

nOtra  vez  comienza  á  agitarse  la  multitud 
mando  oleadas,  el  cadáver  es  arrastrado  por  e 
lacio,  á  pesar  de  millares  de  voces  que  gritaba 
cenizal!  ri 

Aspiazu  reflere  lo  que  sigue  tocante  al  comfc 
crítica  con  conocimiento  de  la  polémica  invest 


■v^-z  % 


"jE'/  Telegrafon  22j 

no  tendría  que  rectificarle  sino  puntos  pocos  sustancia- 
les. Uno  de  ellos  es  el  diálogo  entre  Cortés  y  Balsa,  cu- 
ya efectividad  tampoco  afirma  asertivamente  Aspiazu: 

II Hacía  meses  que  el  pueblo  murmuraba  de  un 
nuevo  golpe  de  Estado,  que  debía  ser  dado  por  el  mi- 
nistro Fernández.  Esta  conversación  se  hizo  más  ge- 
neral á  la  llegada  del  coronel  Balsa  y  en  la  víspera  del 
23  de  noviembre.  Los  hechos  han  justificado  la  des- 
confianza del  pueblo;  éste  se  engaña  pocas  veces. 

iiÁ  las  cuatro  y  veinticinco  minutos  de  la  mañana 
de  dicho  día,  la  población  fué  despertada  por  dos  des- 
cargas consecutivas  de  tres  ó  cuatro  fusiles.  Era  el  ba- 
tallón Tercero  que,  comandado  por  sus  jefes  Narciso 
Balsa  y  Federico  Tardío,  y  con  cuatro  piezas  de  arti- 
llería, asaltaba  al  batallón  Segundo,  alojado  en  el  cuar- 
tel de  la  calle  del  Recreo. 

1 1  Se  dice  que  antes  de  principiar  los  fuegos,  d  coro- 
nel Balsa  llamó  al  coronel  Cortés  y  le  dijo:  n Amigo, 
todo  el  ejército  se  ha  pronunciado  por  Fernández  y 
sólo  resta  que  el  cuerpo  de  su  mando  complete  este 
pronunciamiento.»!  Á  lo  cual  se  dice  que  contestó  el 
coronel  Cortés:  Que  si  todo  el  ejército  estaba  pronun- 
ciado, el  batallón  Segundo  tendría  ocasión  de  dar 
pruebas  de  su  valor  y  lealtad  al  gobierno.  Que  á  esto 
se  oyeron  un  grito  de  ¡viva  Fernández!  y  un  pistole- 
tazo disparado  á  quemarropa  contra  N.  Caballero,  ter- 
cer jefe  del  batallón  Segundo.  En  este  mismo  instante 
Cortés  es  herido  mortalmente  por  una  bala  de  rifle,  y 
el  fuego  se  rompe  entre  ambos  cuerpos. 

"A  las  cinco  de  la  mañana  el  batallón  Tercero,  des- 


22^  Matanzas  de  Yáñez 

tacado  en  pequeñas  partidas,  ocupaba  los  siguientes 
puntos:  Esquina  superior  del  hospital  de  mujeres,  es- 
quina inferior  de  la  calle  de  la  Merced,  esquina  de  San 
Agustín,  esquina  de  la  casa  de  Moneda,  alturas  de 
Cara-güichinca,  calle  de  San  Jorge  y  torres  del  hospi- 
tal y  de  las  Recogidas. 

iiTodas  estas  partidas  hacían  un  vivo  fuego  con- 
tra el  cuartel  de  la  calle  del  Recreo  y  contra  algu- 
nos destacamentos  del  batallón  Segundo,  que  luchaban 
á  cuerpo  descubierto.  El  jefe  Caballero,  con  un  pu- 
ñado de  valientes,  se  abre  paso  por  medio  de  los  ene- 
migos, arroja  á  varias  partidas  de  sus  puestos  y  se 
dirige  al  Alto  por  San  Pedro.  Los  destacamentos  del 
batallón  Segundo  se  reconcentran  en  el  cuartel  soste- 
niendo un  fuego  activo. 

1 1  Poco  antes  de  las  siete  de  la  mañana  aparece  una 
bandera  blanca  en  el  cuartel.  Otra  bandera  del  mismo 
color  aparece  en  el  puente  de  la  Moneda.  Las  paces 
estaban  aceptadas  por  ambas  partes  y,  sin  embargo,  el 
fuego  no  cesaba. 

iiAl  principio  de  la  refriega,  e1  coronel  Balsa  es  he- 
rido en  el  muslo.  Un  dependiente  de  don  Claudio 
Rivero  le  ofrece  poner  un  paño  de  aguardiente:  el  he- 
rido acepta  la  oferta,  y  al  dirigirse  á  la  tienda,  es  lla- 
mado por  unas  señoritas  que  presenciaban  el  combate 
desde  las  ventanas  de  la  casa  de  don  Juan  Mas.  Cuan- 
do se  le  vendaba  la  herida,  el  coronel  Balsa  se  expresó: 
II Han  querido  hacerme  tragar  una  pildora  dorada,  pero 
use  han  equivocado. m 

II Parece  que  estas  palabras  se  referían  á  la  indicación 


N 


wEl  Telegrafow  23S 

que  se  le  hizo  día  antes,  de  que  se  encargara  de  la 
comandancia  general  de  este  departamento. 

n Vendada  la  herida,  el  coronel  Balsa  montó  á  caba- 
llo á  dirigir  en  persona  el  combate.  El  corneta  de  ór- 
denes  del  batallón  Tercero  daba  las  señas  de  avancen 
y  ataquen, 

II Al  cabo  de  dos  horas  y  media  de  un  fuego  soste- 
nido, el  cuartel  es  tomado  por  el  Tercero,  ayudado  por 
la  cholada. 

M Durante  la  lucha,  Yáñez  permanecía  en  el  palacio 
con  cuarenta  hombres.  Muchos  hacían  lá  siguiente 
pregunta:  ii¿Yáñez  está  en  la  revoluciónpn — mNo,  con- 
testaban unos;  va  guardando  la  plaza. n — mSí,  contesta- 
ban otros;  ¿por  qué  no  baja  á  proteger  el  cuartel,  n 

1 1  Yáñez  estaba  en  la  revolución;  y  á  haber  atacado 
con  sus  cuarenta  hombres,  por  retaguardia  de  cual- 
quiera de  las  partidas  del  batallón  Tercero,  el  triunfo 
habría  estado  por  el  batallón  de  Cortés,  n 

Á  Balsa  se  le  imputó  una  alevosía,  la  muerte  de 
Cortés  durante  el  diálogo.  Se  organizó  un  proceso. 
Este  relato,  como  se  ve,  no  confirma  el  cargo.  La  ver- 
dad es  que  no  hubo  diálogo. 

Agustín  Aspiazu  también  refiere  lo  siguiente: 

"A  eso  de  las  ocho  y  media  de  la  mañana  me  di- 
rigí al  hospital  con  mi  amigo  don  Ramón  Mas,  á  ver 
al  coronel  Cortés.  Cuado  llegamos,  el  sacerdote,  des- 
pués de  darle  la  absolución,  le  dijo: 

— Los  señores  Mas  y  Aspiazu. 

— Que  pasen,  contestó  el  enfermo. 

"Y  tomando  luego  nuestras  manos  nos  dijo: 

15 


230  Matanzas  de  Yáñes 

—\o  limero  en  defensa  de  las  leye. 
mi  hijo. 

iiEntra  el  hijo  y  se  lanza  en  brazos dt 
un.  rato  de  silencio,  interrumpido  por  ! 
padre  moribundo  y  del  hijo  herido  en  ■ 
bate. 

"Los  espectadores  no  pueden  permai 
ran  juntamente  con  el  joven  descenso 
menta  pot  su  padre. 

•iDespues  de  algunos  instantes,  el  tm 
pora  y  pregunta  al  hijo: 

— ¿Quiénes  han  vencido? 

— Los  facciosos. 

— ¿Tomaron  el  cuartel? 

—Si. 

— ¿Has  recogido  el  equiíjaje? 

— Todo  se  lo  han  llevado. 

— ¿Y  los  papeles?  ¿Y  mi  cartera? 

— Están  en  mi  poder.    , 

—Abrázame Conozco  que  me  qut 

instantes  de  vida.,..  Amigos,  decid  al 
i[ue  la  suerte  de  mí  hijo  le  queda  confi 

El  coronel  no  falleció  en  ese  momer 
mismo  narrador  fidedigno; 

i'l'asada  esta  atroz  escena — (el  lynd 
ñez)— me  dirigí-  segurida  vez  al  hospit; 
del  doctor  Ramón  Salinas,  á  ver  al  cot 
(  "El  enfermo,  al  parecer,  no  corría 
ligro,  á  pesar  de  que  la  herida  se  I 
entre  la  clavícula  y  el  omoplato.  Los  p 


piísr- 


íi-fi*/  TeUgrafow '  22j 

taban  comprometidos,  y  esto  nos  hizo  concebir  muchas 
esperanzas. 

••Inmediato  al  lecho  del  coronel  Cortés,  se  hallaba 
postrado  un  joven  oficial.  En  su  pálido  semblante  ya  co- 
menzaban á  notarse  los  primeros  signos  de  la  muerte. 

— Señor,  me  dijo  tendiéndome  la  mano  ensangren- 
tada, un  poco  de  caldo.  Siento  un  ardor  que  me  de- 
vora. 

— ¿En  dónde  está  usted  herido?  le  pregunté. 

— Aquí,  me  contestó,  mostrándome  una  enorme  he- 
rida en  la  boca  del  estómago. 

♦•Inmediatamente  llamé  al  cura  don  Juan  de  Dios 
Medina,  para  que  le  prestase  los   auxilios  espirituales. 

— ¿Cree  usted  que  mi  herida  es  de  muerte?  me  dijo. 

uLuego  dando  un  profundo  suspiro: 

— jAh!  no  quisiera  morir. 

—¿La  gracia  de  usted?  le  pregunté. 

— Vicente  Arraya,  natural  de... 

'•Un  grito  de  dolor  vino  á  interrumpir  estas  últimas 
palabras. 

»»En  seguida  bajé  al  depósito  de  los  muertos.  Entre 
éstos  se  hallaba  tendido  el  joven  oficial  N.  Balsa.  Has- 
ta estas  horas,  que  serían  las  once  de  la  mañana,  las 
víctimas  pasaban  de  treinta  allí,  y  los  heridos  de 
ochenta. 

"A  las  dos  de  la  tarde  regresé  al  hospital. 

"Cortés  acababa  de  espirar.  El  hijo  estrechaba  sollo- 
zante las  manos  heladas  del  padre.  Muchos  jóvenes 
con  los  ojos  arrasados  en  lágrimas,  presenciaban  esta 
desesperante  escena,  Arraya,  presa  ya  de  la  muerte, 


22S  Matanzas  de  Ydñez 

comprimía  con  ambas  manos  su  herida  del  estómago. 

"Por  la  tarde,  el  carro  fúnebre  atravesaba  lacalle 
Ancha  conduciendo  el  cadáver  de  Yáñez.  En  lugar  de 
plañideras,  sagufan  el  carro  una  turba  de  mujeres  fu- 
riosas. Le  hacían  cargos  por  las  víctimas  del  23  de  oc- 
tubre. En  esto  el  cadáver  es  arrebatado  y  arrastrado, 
y  otra  vez  puesto  en  exposición  vergonzosa. 

i'El  hombre  que  un  mes  antes  había  infundido  te- 
rror á  70,000  habitantes,  era  hoy  la  buria  y  el  juguete 
del  más  débil. 

iiDe  noche  reina  en  la  población  la  oscuridad  y 
el  silencio  de  los  sepulcros.  Amanece  el  24  sin  el  me- 
nor desorden.!' 

Un  soldado  del  Tercero,  que  se  hallaba  de  guardia 
en  el  hospital,  giraba  la  vista  en  todas  direcciones  bus- 
cando alguno  en  quien  descargar  su  fusü.  Á  este  tiem- 
po se  presentó  á  la  puerta  del  hospital  el  abogado 
Martín  Paredes  Campos.  El  semblante  del  soldado  se 
cubrió  de  alegría.  uNo  podía  haber  ¡legado  más  i 
tiempo,  dijo.  Usted  es  el  juez  que  en  Sicasica  me  apre- 
sóir,  Y  sin  más,  disparó  el  arma  sobre  Paredes  Campos, 
Erró  el  tiro  y  exclamó  desoldado  dando  una  patada 
contra  el  suelo:  'tiMal  haya  sea!''  Se  preparaba  á  un 
segundo  disparo  cuando  alguien  estorbó  su  intento. 
El  doctor  dijo:  ''Hé  ahí  á  lo  que  se  expone  en  Bolivia 
un  juez."  y 

Un  testigo  fidedigno  refiere  de  ese  sitio  y  momento 
lo  que  sigue: 

'■Otro  soldado  ebrio  recibe  orden  de  despejar  la 
multitud  de  gente  que  se  hallaba  en  el  patio  del  hos- 


y\El  TeUgrafow  22^ 

pital.  "¡Señores,  retirarse!»?  dice;  y  sin  más  prevención 
hace  fuego.  La  bala  pasó  silvando  por  eocima  de  una 
multitud  de  cabezas  sin  herir  á  nadie.  Un  joven  que 
estaba  á  mi  lado  dijo:  »'En  estos  instantes  más  se  apre- 
"cia  la  vida  de  un  perro  que  la  de  un  hombre.»» 

Pocos  días  después  del  suceso  circulaba  en  La  Paz 
una  hoja  suelta,  en  folio  común  de  gaceta  boliviana,  á 
tres  columnas,  impresa  por  la  Imprenta  del  Pueblo  en 
Oruro.  Desde  un  principio  fué  rara  esta  publicación. 
No  obstante,  contiene  dos  documentos  de  valor  esen  - 
cial  sobre  el  motín  de  23  de  noviembre. 

Es  el  primero  una  carta  de  oficio  del  general  Ávila 
al  presidente,  datada  en  Calamarca  el  24,  una  jornada 
al  sur  de  La  Paz.  Avisa  brevemente  lo  ocurrido  en  la 
ciudad  hasta  el  momento  de  su  salida,  las  siete  de  la 
mañana  más  ó  menos. 

El  segundo  documento  es  un  parte  de  la  misma  fe- 
cha y  lugar,  suscrito  por  el  comandante  Pablo  Caba- 
llero, tercer  jefe  del  batallón  Segundo.  Comunica  lo 
ocurrido  en  el  campo  del  combate  hasta*  el  momento 
que  tuvo  él  por  conveniente  abandonarlo,  para  ganar 
en  retirada,  con  parte  de  la  gente,  el  ribazo  de  San 
Pedro  y  de  allí  el  camino  real  por  el  Quenco  hasta 
Calamarca. 

Su  relación  contradice  y  acrimina  á  Balsa.  Hízose 
valer  en  el  proceso  de  asesinato,  bien  así  como  el  testi- 
monio de  otra  carta  escrita  por  el  segundo  jefe  Lizárra- 
ga.  El  presidente  consideró  como  político  el  delito 
del  23  de  noviembre,  y  lo  cubrió  con  un  decreto  de 
amnistía.  La  suprema  corte  declaró  que  aquella  muer- 


2JO  Matanzas  de  Váñi 

te  ocurrió  en  delito  militar.  En  esta  causa  se  mandó 
sobreseer  el  7  de  marzo  de  1861. 

Caballero  refiere  las  cosas  de  la  manera  siguienle  a 
Avila: 

riHacía  muchos  días  que  corría  el  rumor  de  que  la 
división  Ualsa,  que  había  llegado  á  aquella  ciudad 
el  15  del  presente  mes,  proyectaba  una  revolución  en 
que  se 'proclamaría  la  elevación  del  ministro  Fernán- 
dez á  la  suprema  magistratura. 

itLa  salida  del  escuadrón  Húsares,  de  La  Paz,  y  la 
entrada  á  la  misma  de  V.  G.,  parecieron  disipar  aque- 
lla vocinglería,  ó  á  lo  menos  así  lo  creían  las  personas 
que  no  se  persuaden  hasta  dónde  puede  llegar  la  per- 
üdia  humana. 

iiEI  coronel  Corles,  el  igual  Lizárraga  y  yo  descan- 
sábamos en  esta  persuación,  y  más  que  todo  en  los 
sentimientos  patrióticos  y  de  elevada  nobleza,  de  que 
suponíamos  poseídos  á  los  jefes  y  oficiales  del  bata- 
llón Tercero.  Nos  limitábamos,  por  consiguiente,  á 
•  tomar  en  nuestro  cuartel  las  precauciones  de  mera 
seguridad  para  el  orden  interior. 

uLa  noche  del  22  era  yo  jefe  de  día,  y  como  tal  salí 
tarde  de  la  noche  á  rondar  los  cuarteles  y  puestos  de 
guardia.  Serían  las  tres  y  media  de  la  mañana  cuando 
llegué  al  cuartel  del  batallón  Tercero.  Me  anuncié  en 
mi  calidad.  Se  me  contestó  que  diera  media  vuelta, 
pues  el  jefe  había  ordenado  que  no  se  abriera  la  puerta 
á  nadie.  Regresé  á  mi  cuartel, 

irHacia  media  hora  que  estaba  allí  cuando  oí  una 
descarga  de  fusilería,  que  venía  de  la  esquina  de  la 


rtnr; 


casa  de  Moneda  y  otros  tiros  del  puente  que  está  á 
retaguardia.  Llamé  á  ]a  guardia  sobre  las  armas,  y 
mientras  los  capitanes  de  las  demás  compañías  hacían 
lo  propio,  ya  estuvieron  presentes  el  primero  y  segundo 
jefe,  quienes  mandaban  formar  las  compañías  en  el 
patio  y  repartían  cápsulas. 

nAunque  el  fuego  había  cesado  en  este  corto  inter- 
valo, temiendo  el  jefe  que  los  enemigos  tomaran  algu- 
nas posiciones  ventajosas,  ordenó  inmediatamente  que 
salieran  las  fuerzas  á  la  calle  para  afrontarse  á  aquéllos. 

»»E1  coronel  Balsa,  que  anunciándose  como  mayor 
de  plaza,  había  hecho  abrir  el  cuartel  de  la  columna 
municipal,  y  que  sacando  de  allí  toda  la  fuerza,  lo 
mismo  que  la  artillería  (que  existía  en  la  Merced) 
había  destacado  una  parte  de  sus  fuerzas  sobre  Cara 
vichincha  y  San  Pedro,  posiciones  dominantes  de 
nuestro  cuartel,  y  el  resto  en  la  Alemeda,  tras  de  unas 
paredes  que  existen  frente  al  cuartel,  y  de  los  solares 
del  cuartel  nuevo;  hallándose  el  grueso  de  las  fuerzas- 
en  toda  esa  calle  que  se  halla  á  la  derecha  del  cuartel. 

riColocados  así,  y  formando  el  batallón  Segundo  á 
la  izquierda  del  cuartel,  se  rompió  el  fuego  por  una  y 
otra  parte  con  una  viveza  muy  tenaz.  Mientras  tanto, 
por  orden  del  jefe,  atacaba  yo  con  una  partida  á  los 
enemigos  situados  en  la  quebrada,  el  capitán  Teodoro 
Villalpando  se  dirigió  á  la  esquina  del  hospital  por  don 
de  aparecieron  algunos  soldados  de  la  parte  contraria, 
el  mayor  Eleodoro  Camacho  atacaba  á  los  de  San  Pe- 
dro, y  el  coronel  primer  jefe  acometía  de  frente  con  el 
resto  de  las  fuerzas. 


¿ji  Matanzas  de  Ydñes 

ifEn  este  estado  hizo  tocar  el  coronel  "cesar  el  fue- 
goir.  Obediente,  mandé  en  retirada  d  la  partida  que 
comandaba,  y  me  replegué  sobre  las  del  primer  jefe. 

"Entonces  vi,  señor  general  ministro,  un  hecho  que 
parece  inaudito. 

riEI  coronel  Balsa  traía  su  fuerza  de  flanco  por  las 
dos  veredas  de  la  calle,  al  medio  venían  tres  piezas  de 
artillería,  y  él  á  la  cabeza  victoreando  á  '^sus  her- 
manos del  batallón  Segundo,  al  orden  y  á  S.  E.  el 
general  Achá.n  Llega  donde  estábamos,  me  abraza 
con  expresiones  de  cordial  cariño  y  me  pregunta  por 
el  coronel  Cortés.  Al  echarme  el  brazo  al  cuello,  me 
asesta  al  oído  una  pistola,  cuyo  frío  me  hace  agachar 
rápidamente,  y  la  bala,  en  vez  de  tocarme,  hiere  á  un 
soldado  que  se  hallaba  á  mis  espaldas. 

"Seguidamente  toma  la  otra  pistola,  y  le  da  un  tiro 
al  primer  jefe,  que  se  hallaba  á  poca  distancia.  Ésle, 
aunque  herido,  grita  conmigo  n;  traición  Ni  Y  tomando 
un  fusil  por  el  cañdn  daba  de  golpes  á  los  enemigos, 
en  tanto  que  los  nuestros  rompían  un  violento  fuego 
sobre  aquéllos. 

"La  lucha  se  bizo  entonces  sangrienta  y  encarnizada, 
como  lo  es  toda  lucha  cuerpo  á  cuerpo. 

"El  primero  y  segundo  jefe  estaban  heridos  y  fuera 
de  combate.  No  me  era,  por  consiguiente,  posible 
pasar  más  allá  de  la  esquina  de  la  Moneda,  hasta  donde 
retrocedieron  los  enemigos.  Retrocedí,  pues,  hacia  el 
cuartel,  y  de  allí  seguí  para  la  Alameda,  de  donde  nos 
hacían  fuego. 


n^/  TeUgrafon  •  íj^ 

"Cuando  quise  volver  al  cuartel,  no  me  era  ya  posi- 
ble. El  enemigo  había  ya  ganado  el  alojamiento  del 
primer  jefe  que  está  frente  á  dicho  cuartel.  Dejando 
entonces  en  la  Alameda  al  ayudante  mayor  Pablo 
Iriarte  para  que  sostuviera  el  fuego,  me  dirigí  á  San 
Pedro  con  el  capitán  Tomás  Fontao.  Allí  encontré  al. 
mayor  Camacho,  quien,  levemente  herido  había  esca- 
pado de  los  enemigos  que  le  hicieron  prisionero. 

•'Acompañado  de  éstos,  viendo  que  me  faltaban  las 
suficientes  cápsulas  para  volver  sobre  el  enemigo,  y 
viendo  al  mismo  tiempo  que  por  la  falta  de  los  jefes 
estaba  en  dispersión  la  mayor  parte  de  nuestra  fuerza, 
me  retiré  á  las  alturas  de  San  Pedro.  De  allí,  por  el  si- 
lencio en  que  quedó  el  cuartel,  noté  que  ya  estaba  to- 
mado éste.  Esperanzado  entonces  en  la  protección  del 
escuadrón  Húsares,  me  dirigí  á  esta  parte,  siendo  lo 
demás  del  conocimiento  personal  de  V.  G. 

"Mientras  S.  S.  el  primer  jefe  pueda  dar  á  V.  G.  una 
información  nominal,  acerca  del  comportamiento  de, 
los  jefes,  oficiales  y  tropa  del  batallón  Segundo,  séame 
permitido  decir  á  V.  G.,  que  nunca  he  visto  mayor 
bizarría,  y  que  me  es  sensible  deplorar  la  muerte  der 
capitán  Agapito  Villegas,  y  las  heridas  de  los  señores 
jefes  Cortés  y  Lizárraga  y  de  los  oficiales  Pomier, 
Arraya  y  otros.  Oportunamente  se  pasará  una  relación 
de  éstos  y  de  los  de  la  clase  de  tropa  que  han  perecido 
en  un  fuc^  activo  de  más  de  tres  horas  de  duración; 
ptuliendo  asegurar  desde  ahora  que  ha  sido  mayor  la 
pérdida  del  enemigo,  cuya  tropa,  engañada  villana- 


234  Malanzas  di  Vane: 

mente,  está  hasta  ahora  en  la  persua 
leado  por  el  orden  y  contra  un  hatal 
Kan  rebelde." 

El  24  \a.m.á  Balsa,  titulándose  jefe 
y  militar  del  Norte,  una  proclama  a 
mando.  Entre  otras  cosas,  decía  á  1 
Tercero:     ■ 

"Habéis  salvado  I.a  Pa?.  y  vengad 
política  del  Estado.  El  monstruo  del  : 
llenó  de  terror  y  espanto  á  esta  indi 

"No  hay  poder,  por  fuerte  y  ca 
que  pueda  resistir  á  vuestro  valor;  ; 
granaderos  del  Tercero. 

ri;Soldados!  Habéis  ennoblecido  i 
soldado  boliviano;  y  la  historia,  la  g 
ria...  etc." 

En  los  documentos  oficiales  del  go 
que  los  soldados  del  Tercero  hab(a 
una  nueva  traición  las  armas  del  sol 
que  la  constitución  del  Estado,  mu 
sido  vengada  por  el  motín  de  Balss 
pisoteada  una  vez  más  con  escarnio  t 

Balsa  decia  también  en  su  proclam 
dos  habían  peleadi>  por  el  pueblo  y 
siendo  por  ello  acreedores  al  titulo 
¿aderes  del  más  populoso  y  denodado  p 

Que  Balsa  adule  al  pueblo  paceño 
ficativos  que  más  lisonjean  á  su  prov 
dad  populosa  y  denodada, —cosa   es 


uEl  Telégrafo^  235 

forme  con  el  sentido  práctico  de  cualquier  jefe  de 
facción.  Además,  acababa  él  de  palpar  que  el  popula- 
cho enfurecido  era  capaz  de  algo,  en  su  hora,  cpntra 
un  jefe  fuerte  y  caprichoso,  soberbio  de  su  ferocidad. 
Pero  lo  que  raro  me  ha  parecido  y  hasta  indigno  es 
que  El  Juicio  Piiblico^  periódico  justiciero,  pretendie- 
se prestar  asenso  á  la  otra  patraña  de  Balsa;  es  á,  sa- 
ber, que  el  23  de  noviembre  tuvo  por  objeto  castigar 
al  autor  del  23  de  octubre. 

Desde  el  día  mismo  que  Balsa  entró  con  sus  fuer- 
zas á  La  Paz,  quedó  Yáñez  en  precaria  situación  y, 
para  el  caso  de  un  choque  ó  conflicto,  á  merced  de 
aquel  jefe.  ¿Por  qué  entonces  no  aprehendió  al  asesi- 
no? ¿Por  qué,  siquiera,  no  puso  en  libertad  á  tanto 
ciudadano  arbitrariamente  detenido  .  y  amagado  de 
muerte?  Un  desmán  ó  atentado  suyo  en  obsequio  de 
la  constitución,  de  la  humanidad  ó  de  la  vindicta  pu- 
blica, hubiera  sido  bastante  para  sujetar  á  castigo  al 
autor  del  23  de  octubre,  y  fuera  preferible  en  todo 
caso  al  crimen  revolucionario  del  23  de  noviembre. 

CcJh  sobrada  razón  los  hechos  denotan  que  ese  de- 
signio no  cupo  en  la  mente  de  Balsa  la  madrugada 
del  23.  El  Telégrafo,  en  su  número  471,  de  ene^ 
ro  13  de  1862,  decía  rebatiendo  la  especie:  . 

"Todos  sabían  que  Yáñez  dormía  en  el  palacio,  y  el 
coronel  Cortés  frente  al  cuartel  de  la  calle  del  Recreo. 
Si  Balsa  quería  castigar  á  Yáñez,  ¿por  qué,  en  vez  de 
dirigirse  al  cuartel,  no  se  dirigió  al  palacio?...  Si  Balsa 
quiso  castigar  á  Yáñez,  ¿cómo  es  que  éste  liltimo  se 
paseaba  muy  fresco  en  la  plaza  durante  el  combate,  á 


n 


336  Matansas  dt  Yáñez 

pifesencia  de  un  destacamento  del  batalMn  Tercero, 
situado  en  la  esquina  inferior  de  la  Caja?" 

El  Juicio  Público  no  rectificó  ni  podía  rectificar  ta 
verdad  de  este  hecho  notorio.  Estaba  esos  días  dado  á 
elf^iar  á  Balsa,  sea  por  mero  espíritu  de  oposición  al 
gobierno,  sea  con  la  mira  de  atraer  hacia  el  belcismo 
los  resentimientos  y  la  desgracia  de  aquel  pretoriano 
de  armas  tomar.  Evadióse  por  una  oblicua  sahda  y 
dijo: 

"¿Quién  podrá  negar  que  Balsa, — inocente  ó  crimi- 
nal, leal  ó  traidor, — fué  el  medio,  tortuoso  si  se  quie- 
re, de  que  se  valió  Dios  para  infligir  un  castigo  que 
sólo  su  brazo  hubiera  impuesto?  Dígasenos:  dquíén 
hubiera  operado  ese  castigo, — primer  paso  de  la  rege- 
neración del  país  y  de  la  vindicta  de  !a  humanidad? 
Señálesenos  á  ese  predestinado,  que  lo  que  es  entre 
nosotros  creemos  que  nadie,  nadie,  hubiera  castigado 
á  Váftez.  Estas  son  nuestras  convicciones.'' 

Balsa  quiso  castigar  á  balazos  al  Segundo,  que  se 
mostraba  fiel  á  su  bandera  sosteniendo  el  orden  legal. 
En  prueba  de  ello,  un  articulista  saltó  en  la  prensa  con 
esta  otra  pregunta  contundente: 

"Si  el  motín  se  proponía  castigar  á  Vái^ez,  ¿cómo  es 
que,  cuando  el  pueblo  se  asoció  al  ataque  en  el  su- 
puesto de  ser  contra  Yáñez  el  motín,  los  del  Tercero 
le  hacían  creer  que  dicho  asesino  se  había  encastillado 
en  el  cuartel  del  Segundo,  lo  que  era  y  resultó   falso?" 

El  Telégrafo  asestó  á  El  Juicio  Público  el  golpe 
postrero  con  esta  otra  pregunta  del  número  473  (ene- 
ro 10): 


»jE/  Teligrafaw  2^7 

"Si  el  combate  del  33  de  noviembre  no  tuvo  otro 
objeto  que  castigar  á  Yáñez,  ¿con  qué  motivo  se  con- 
vocó el  día  24  á  este  vecindario  en  el  salón  de  la  Uni- 
versidad? ¿Sería  para  que  se  juzgara  á  Yáñez,  que  ya 
estaba  muerto?'» 

El  Juicio  Público  cayó  en  la  veleidad  de  colgar  á 
Balsa  también  el  título  de  libertador  de  los  detenidos. 
El  Telégrafo  apoyó  por  merecido  el  dictado. 

"Ese  día,  dijo,  esta  sociedad  ha  tenido  la  gloria  de 
recibir  en  su  seno  á  todos  los  malhechores  que  de  lá 
cárcel  se  fugaron  á  favor  del  motín." 

Por  desgracia  para  el  periódico  belcista*  tan  efectivo 
es  el  hecho  de  esta  fuga,  como  el  de  la  convocatoria 
al  vecindario,  por  haber  ocurrido  un  cambio  político^ 
según  decía  el  bando  publicado  por  orden  de  Balsar 

Para  mayor  confusión  de  El  Juicio  Público^  pocos 
días  después  Balsa  mismo,  forzado  á  una  declaración 
con  que  poder  rebatir  la  fama,  que  le  imputaba  delito 
de  muerte  alevosa  en  la  persona  del  coronel  Cortés, 
manifestó  por  la  prensa,  entre  otras  cosas,  sus  miras 
con  respecto  á  Yáñez  en  las  siguientes  palabras: 

"Eran  las  cuatro  de  la  mañana  cuando  ordené  al 
teniente  coronel  Tardío  que  con  tres  compañías  del 
batallón  se  situara,  sin  dejarse  sentir  de  nadi^,  en  el 
puente  de  la  Moneda.  Luego  mandé  cuarenta  hoinbres 
para  que  rodearan  la  manzana  de  la  Caja,  con  la  orden 
de  hacer  preso  á  Yáñez  siempre  que  intentase  salir  de 
ella  ó  se  propusiese  hacer  cualquier  acto  de  oposición. " 

No.  La  ausencia  solamente  de  un  pretexto  cualquie- 
ra confesable,  pudo  hacerle  decir  en  su  prpclania  que 


2jS  Matanzas  de  Yáñez 

quiso  vengar  la  constitución  y  libertar 
no  á  La  Paz.  Fué  un  motín  á  secas  el 
pro|)io  herido,  para  entronizar  á  un  u 
con  la  trascendencia  de  un  cambio  po 
por  los  suelos  la  constitución. 

No  perdamos  esta  oportunidad  de 
Balsa.  Su  palabra  tiene  valor  esencial 
ria  del  suceso.  Así  también  se  verá 
que  su  objetivo,  el  23  de  noviembre,  m 
el  batallón  Segundo.  Él  contíntia: 

i-En  seguida  me  dirigí  personalmer 
pañías  al  cuartel  de  la  columna  muí 
ésta  sin  ninguna  resistencia,  marché 
'  con  las  compañías  que  estaban  bajo 
Tardío,  y  durante  la  travesía  por  las 
tiros  por  el  lado  de  la  Caja. 

"Juzgando  por  estos  tiros  que  se 
combate  entre  el  coronel  Váñez,  que 
'  guardia  en  la  Caja,  y  los  cuarenta  ho 
yo  apostado  en'rededor  de  ésta,  apre 
hacia  el  puente  de  la  Moneda. 

"Al  llegar  á  la  esquina  de  San  Ag 
mi  ayudante  para  que,  adelantándose, 
dio  que  yo  era  el  que  avanzaba  con  m 
hiciera  movimiento  nt  ruido  alguno 
aproximación. 

iiMuy  luego  regresó  el  ayudante  as 
no  había  un  solo  hombre  en  el  puenti 

"En  este  momento  oí  unos  tiros  y 
te  del  batallón  de  Cortés,  A  fin  de  i 


v*»^r 


y\El  Telégrafo w  2jg 

que  allí  ocurría  y  de  buscar  á  Tardío,  marché  en  aque- 
lla dirección,  seguido  de  algunos  rifleros  y  de  mi  cor- 
neta de  órdenes. 

«•Pocos  instantes  después  descubrí  que  las  compa- 
ñías de  Tardío  estaban  muv  cerca  del  batallón  de 
Cortés. 

"Apresuré  entonces  mis  pasos  hasta  encontrar  á 
Tardío.  Díjome  éste,  al  verme,  que  el  batallón  de 
Cortés  se  había  rendido,  y  que,  por  este  motivo  y 
también  por  tomar  una  buena  posición  militar,  había 
abandonado  el  puente  y  se  había  aproximado  hasta 
aquel  punto. 

••Con  esta  seguridad  avancé  hasta  el  centro  de  dicho 
batallón,  donde  encontré  al  comandante  Caballero. 
Saludándome  éste  afectuosamente,  me  dio  un  abrazo 
en  señal  de  paz  y  amistad.  Con  lo  cual  acabé  de  con- 
vencerme de  la  realidad  de  la  rendición  de  aquel 
cuerpo. 

•»En  tales  circunstancias  salió,  no  sé  por  qué  acci- 
dente, el  tiro  de  una  pistola  que  yo  llevaba  en  la  mano, 
é  hirió  á  uno  de  los  soldados  del  batallón  de  Cortés. 

••Sorprendido  y  apesadumbrado  por  este  accidente, 
me  aproximé  á  dicho  soldado,  me  incliné  sobre  su 
cuerpo  tendido,  y  principiaba  á  darle  satisfacciones, 
ofreciéndole  una  pronta  curación  y  un  buen  obsequio 
pecuniario,  cuando,  de  improviso  y  tomándome  brus- 
camente de  un  brazo,  me  arrebató  de  aquella  posición 
y  de  aquel  lugar  el  sargento  mayor  don  José  Camacho, 
acompañando  esta  acción  violenta  con  estas  expresio- 
nes: "jLo  matan,  mi  coronel  !m 


240  Matanzas  de  Yáñez 

•lAl  acento  agudo  de  estas  palabras,  y  en  el  momen- 
to de  verme  arrastrado  por  el  mayor  Camacho,  distin- 
guí recién  al  coronel  Cortés,  que  colocado  cerca  de  mí, 
ordenaba  á  sus  soldados,  con  ademán  furioso,  que  me 
matasen  al  instante.  A  estas  voces  él  y  sus  soldados 
descargaron  sobre  nosotros;  él  sus  pistolas  contra  mí, 
y  aquéllos  sus  fusiles  contra  los  míos. 

««De  resultas  de  esta  imprevista  y  repentina  descarga, 
fui  yo  herido  en  la  pierna  por  Cortés,  quedando  ut^a 
multitud  de  mis  soldados  tendidos  en  línea  sobre  el 
suelo. 

«•En  tan  crítica  circunstancia  fui  súbitamente  arran- 
cado, otra  vez,  de  en  medio  de  aquel  peligro  inminen- 
te por  el  sargento  Peñaranda,  quien  me  colocó  en  un 
instante  en  medio  de  mis  granaderos.  Con  ellos  retro- 
cedí hacia  el  puente,  para  preparar  la  defensa  q  el 
ataque,  en  la  lucha  que  tan  inesperadamente  había 
comenzado  el  coronel  Cortés. 

««Debo  adveitir  aquí,  que  esta  retirada  fué  hecha  por 
los  soldados  de  mi  batallón  defendiéndose,  esto  es, 
haciendo  fuego  contra  sus  agresores. 

««Cuando,  vuelto  de  mi  sorpresa,  hube  colocado  las 
fuerzas  de  mi  mando  en  las  posiciones  más  ventajosas, 
lo  cual  se  hizo  con  la  celeridad. posible,  ordené  recién 
que  principiara  el  ataque  contra  el  cuartel. 

«•En  estos  momentos  y  en  medio  del  ruido  de  la 
fusilería,  oí  upas  voces  de  soldados  que  decían:  «'Ya 
cayó  Cortésri  Por  ellas  comprendí  que  el  coronel  Cor- 
tés había  sido  muerto  ó  herido,  n 

Bajo  la  primera  impresión  del  dolor,  el  hermano  del 


•El  Telkgrafon  241 

cd  un  violentísimo  escrito  contra 
;sa  muerte  con  el  cargo  de  alevo- 
w  Nacional,  de  Sucre,  en  su  nü- 
inte  al  10  de  diciembre  de  1861. 
nítidos  á  El  Telégrafo  asegura- 
E  pública  insistió  en  la  imputación 
no  reina  todavía   pacífico    silen- 

n  detenimiento  este  asunto  en  los 
Mi  parecer  es  favorable  á  la  ino- 
)  á  juicio  de  buen  varón, 
liando,  aquel  pretoriano  está  libre 
i  el  proceso  aparecen  en  su  contra 
¡os,  y  son  tachables  é  inforntales. 
iCa  indignación  del  momento  hu- 
:l  castigo  de  Balsa,  es  indudable 
t  éste  incluido  en  la  amnistía  sin 
>ía  dictado  el  presidente  Achá  al 
spués  á  La  Paz. 

i  se  limitó  á  dar  versiones  ó  co- 
lenos  desfavorables  y  execratorios 
I  jefe  guardaba  desdeñoso  silencio, 
la  verdad  de  lo  ocurrido,  que  e! 
izgase  como  quisiera.  Salió  á  la 
con  una  invectiva,  tan  sólo  para 
ie  desprecio  á  la  muchedumbre  dt; 

m  su  juramento  á  la  constitución, 
]re  y  de  soldado  para  con  el  que 
,s  armas  del  orden  y  de  la  ley,  etc. 


242  Matafizas  de  Yáñez 

I f Estoy  caído,  dijo,  y  esto  basta  para  explicar  el  valor 
y  la  injusticia  de  mis  adversarios  de  la  prensa. n 

Su  invectiva  estaba  calculada  para  causar  impresión 
en  las  gentes,  y  á  fe  que  la  causó.  Habla  con  gravedad 
de  hidalguía  y  de  los  nobles  sentimientos  propios  de 
un  corazón  bien  puesto.  Todo  esto  arde  en  su  pecho 
con  fiereza  brillante,  y  fué  significado  con  verdad  y 
energía. 

Puede  parecer  ello  increible  al  lector  extranjero; 
pero  no  cabe  duda  qu<e,  sintiendo  y  expresándose  asi 
después  de  su  prevaricato.  Balsa  era  sincero  y  acertaba 
además  á  ser  elocuente  ante  la  sociedad  boliviana.  El 
aire  ambiente  estaba  allí  constituido  con  la  química 
necesaria  para  alimentar  la  vitalidad  genésica  del  mili- 
tarismo. Hay  vigor  nativo  en  la  avilantez  de  Balsa.  Los 
pulmones  del  pretoriano,  tipo  del  traidor  desvergonza- 
do sin  saberlo,  podían  respirar  á  sus  anchas  en  seme- 
jante atmósfera. 

Tan  luego  como  principió  á  ganar  terreno  en  la  opi- 
nión la  creencia  de  que  había  él  dado  muerte  alevosa 
al  noble  Cortés,  su  humor  impasible  cedió  de  su  ma- 
jestad, y  el  hombre  se  sintió  lastimado  en  lo  vivo  de 
sus  sentimientos.  ¿Se  podía  ser  sin  desdoro  traidor  pu- 
blico, pero  no  asesino  común?  La  verdad  es  que  érale 
insoportable  que  el  vulgo  dejase  de  ver  eií  él  un  héroe 
pretoriano,  cubierto  en  su  perfidia  con  la  aureola  de  la 
desgracia.  Acudió  por  su  honor  ante  los  tribunales  y 
saltó  á  nuestra  arena,  á  la  prensa. 

Acabábamos  de  verle  sin  descaecer,  sin  bastardear  de 
lo  que  cumple  á  uií  cabal  genízafo  híicedoí*  de  sultanes. 


>'El  Teligrafon  243 

No  turbado  ni  con  mucho  el  sentido,  no  turbado  por 
el  oloi  capitoso  de  toda  esa  sangre  traidora  y  de  toda 
esa  sangre  leal,  derramadas  tan  sólo  por  su  innoble 
culpa.  ¡Quién  piensa  en  eso!  Trivial  y  desusada  sensi- 

Pero  ¡ah!  esto  otro,  este  asesinato,  con  su  sangre  y 
sus  lágrimas,  es  cosa  diferente.  Esto  sí  que  traspasa  el 
alma.  A  un  lado,  fe  militar,  que  aquí  está  el  verdadero 
punto  de  honor.  Y  lo  que  se  decía  sobre  esta  otra 
sangre  derramada,  le  arrancó  la  calma.  Visible  es  la 
pena  que  á  su  espíritu  causaba  aquel  odioso  cargo.  Sus 
palabras,  al  recordarlo,  están  tocadas  de  emoción  pro- 
funda. 

A  su  descalabro  se  mostraba  sensible.  A  su  espíritu 
no  se  asomó,  entretanto,  ni  la  más  remota  sospecha  de 
que  el  jefe  había  manchado  para  siempre  su  honor  y 
su  memoria,  rasgando  como  lo  hizo  la  bandera  consti- 
tucional fiada  á  su  defensa.  Ceda  esto  en  su  abono. 
No  lo  sintió  adentro  ni  ello  le  punzó  desde  afuera. 
Presto  hemos  de  oirle  una  vez  más.  El  lector  va  á 
presenciar  este  curioso  fenómeno  psicológico,  ó  sea 
más  bien  dicho  sociológico.  La  ignorancia  de  Balsa, 
sobre  que  puede  caber  deshonra  en  una  perfidia  políti- 
ca y  militar,  es  á  todas  luces  invencible.  El  candor  de 
esta  traición  es  purísimamente  virginal. 

Enfermo  y  triste  desde  el  25  de  noviembre,  no  tardó 
mucho  tiempo  sin  caer  él  también,  y  según  me  parece, 
algo  bajo  el  peso  de  la  vida.  Por  este  lado  es  leve  su 
memoria  ante  la  moral  histórica.  Éste  á  lo  menos  no 
ofreció  el  espectáculo  de  una  rehabilitación  ultrajante! 


244  Matanzas  de  Yáñ 

Quizá,  en  sus  líltimos  momentos, 
deseado  es  que  los  rasgos  que  1 
arrancó  á  su  pluma  militar,  preva 
cepto  público,  así  como  si  fuesen 
conciencia  triste  pero  tranquila,  ó 
la  sinceridad  de  su  alma,  festón  c 
más  tarde  entrambos  sepulcros. 

Es  lo  que,  por  virtud  de  una  pía 
voy  d  hacer  transcribiendo  aquí  alg 
fos.  Tienen  la  elocuencia  de  una  d 
lación  de  las  borrascas  revoluciona 
dor  de  que  se  venía  hablando.  Lé 
fluye  de  lo, hondo  tanta  sencillez  d 

ifProbo  y  humano  por  carácte 
perder  lo  que  más  estimo  en  el  mu 
ría  sin  vacilar  á  perder  la  vida  (y  ojalá  que  hubiera 
concluido  en  la  jornada  del  23),  antes  que  manchar 
mi  honra  con  una  acción  indigna.  Durante  los  aí^os 
que  cuento  de  vida  y  en  los  mil  lances  más  ó  me- 
nos peligrosos  en  que  me  he  encontrado,  he  puesto 
siempre  mi  mayor  empeño  en  observar,  conforme  á 
mis  naturales  sentimientos,  las  regbs  de  la  decencia, 
de  la  humanidad  y  de  lo  que  se  llama  valor  de  bue- 
na ley. 

"Nunca,  jamás,  se  me  ha  imputado  una  acción  de 
que  pudiera  avergonzarme,  y  cuánto  menos  alguna 
que  pudiera  cubrirme  con  el  odioso  manto  del  crimen. 
Estaba  reservado  al  doctor  Manuel  José  Cortés,  hoy 
poseedor  del  portafolio  de  Instrucción  Pública,  el  lla- 
marme asesino  de  su  hermano. 


irto  al  coronel  Cortés. 
Por  el  contrarío,  casi  he  sido  yo 
idefcnsa.  ^Cómo  hacer  para  que 
:l  señor  ministro  de  Instnicción, 
á  fin  de  que,  calmando  su  dolor  por  la  irreparable  pér- 
dida de  su  hermano,  me  haga  la  justicia  que  exijo,  y  á 
la  que,  por  mis  antecedentes  y  por  mi  conducta  publi- 
ca, me  juzgo  acreedor  sin  embargo  de  hallarme  hoy  en 
desgracia? 

i'El  sentimiento,  cualquiera  que  sea  su  intensidad,  y 
cualquiera  que  sea  la  causa  que  lo  produzca,  no  da 
derecho  á  nadie  para  ser  injusto,  es  decir,  para  hacer 
acriminaciones  falsas,  desnudas  de  toda  verdad. 

"Veinte  y  cuatro  años  han  pasado  desde  que,  de 
edad  de  diez  y  seis  años,  me  enrolé  en  clase  de  cadete 
en  el  ejército  de  línea  de  Bolivia.  Durante  este  largo 
tiempo  he  concurrido  á  todos  los  sucesos  de  armas  que 
han  tenido  por  objeto,  ya  sostener  el  imperio  de  la  ley 
y  de  las  instituciones,  ya  conservar  la  integridad  terri- 
toiial  de  la  república. 

"Entre  otros  hechos,  sólo  mencionaré  el  combate  de 
Mecapaca,  el  año  1841,  en  que  fui  el  único  oficial  as- 
cendido por  el  presidente  Ballivián:  e!  de  la  famosa 
jornada  de  Ingavi,  en  que  fui  premiado  con  una  meda- 
lla de  honor,  y  recomendado- por  el  consejo  marcial 
que  caliñcó  la  conducta  de  los  jefes  y  oficiales  que 
combatieron  en  ella. 

"Tampoco  dejaré  de  hacer  notar,  que  en  el  año 
de  1848,  peleé  en  favor  del  soberano  congreso  conslitu- 
ente;  y  que,  consecuente  con  mis  principios  y  opinio- 


246  Matanzas  de  Ydñez 

nes  políticas,  fui  jefe  y  vencedor  diez  años  deáj^ués  en 
la  batalla  de  Cuchiguasi. 

•«En  estos  combates,  como  en  otros  muchos  cuya 
referencia  omito,  me  he  visto  rodeado  verdaderamente 
de  graves  peligros;  pero  siempre  he  salvado  de  ellos 
sin  ninguna  nota  que  pudiera  manchar  mi  reputación. 

«>Mucho  menos  pudiera  haber  adquirido  esa  nota  en 
el  combate  del  23,  y  especialmente  en  conflicto  con  un 
amigo  como  el  coronel  Cortés,  á  quien  siempre  estimé. 

••Para  que  el  señor  ministro  se  convenza  de  que  yo 
no  he  sido  quien  hirió  á  su  hermano,  quiero  hacer  una 
relación  sucinta  y  clara,  sin  ambages  ni  reticencias,  de 
lo  ocurrido  en  aquella  mañana,  apoyándola  en  la  de- 
claración judicial  de  personas  dignas  de  entero  crédi- 
to. En  atención  á  ella  no  dudo  que  el  señor  Cortés 
rectificará  su  juicio,  respecto  del  modo  como  falleció 
su  distinguido  hermano.  »i 

Este  es  el  lugar  de  los  párrafos  narrativos  que  hemos 
visto  arriba.  Y  concluye  Balsa  de  esta  manera: 

••Tal  es  la  relación  verídica  que,  á  fe  de  caballero  y 
de  hombre  honrado,  hago  de  los  sucesos  ó  circunstan- 
cias que  dieron  lugar  á  la  muerte  del  coronel  Cortés.  * 
De  ella  no  resulta,  ni  que  yo  hubiese  tenido  conferen- 
cia ó  entrevista  de  clase  alguna  con  aquél,  en  tales 
momentos,  ni  que  yo  lo  hubiera  muerto  ó  herido.  Quien 
diga  lo  contrario  falta  á  la  verdad  y  la  ofende  villana- 
mente, por  sólo  vender  lisonjas  y  adulaciones  al  señor 
ministro  de  Instrucción  Publica. 

••Para  probar  esto  me  hallo  dispuesto  á  sostener  la 
verdad  de  mi  relación  ante  cualquier  juez  ó  tribunal. 


'.^/  Telégrafos  247 

ironel  Cortés,  que  no  murió  fin  el 
:  ser  herido  y  que,  durante  su  per- 
pital,  estuvo  recibiendo  á  sus  ami- 
con  ellos  acerca  de!  suceso  del  23, 
>or  la  prensa  don  Agustín  Aspiazu, 
le  que  lo  hubiese  herido, 
rdad,  haberme  dirigido  tal  ¡nculpa- 
ue  conmigo  estuviese. 
oira  parte,  uno  de  esos  soldados 
un  campo  de  batalla,  resignándose 
10,  sin  proferir  pueriles  quejas,  Mu- 
laz  de  arrojar  mentirosas  acrimina- 
ra de  nadie,  y  todavía  mucho  me- 
i  que  supieron  combatir  lealmente 

nando  del  seüor  ministro  Cortes,  y 
dirigido  cartas  anónimas  A  Sucre 
'isos  falsos,  que  rectifiquen  su  juicio 
2  desgraciada  del  coronel  Cortés 
°s  siempre  litil  y  loable  en  cualquie- 

lis  detractores  pueden  hacer  de  mí 

ecialmente  ahora  que  me  hallo  des- 

ir  mis  heridas,  con  tal  que  respeten 

la  y  conservada  al  través  de  nume- 

isitudes.'i 

Sn  está  escrita  por  Narciso  Balsa  en 

:iembre  de  1861, 


>CO;OCO;>:o0005CiOCOCCCOCCCCOCOQ£f 


INSTITUCIONAL" 
iseí 

:nibte.— I^ociedail  ilel  Urden.— Lia ma- 
leral  Péiei. — Capilulaciones.— Endada 
;jérciio.— Yifieiy  3a|sa.— Rebelión  de 
gobierno. — Flojfs  y  Achá. — Bíblíi^ra- 

de  jefe  superior  [jolitíco  y  militar 

rigió  el  23  al  presidente  de  la  niu- 

1  estos  términos: 

nando  ha  creído,  como  yo,  llenar 

i  deberes  más  sagrados  impuestos 

I,  en  cuyas  manos  depositó  el  pue- 

tas,  señor,  fueron  pisoteadas  por 

as  respetar. 

f  al  respetable  cuerpo  (¡ue  preside 

de  hoy,  d  horas  cinco  de  la  tarde. 


2^o  Matanzas  de  Yáñez 

en  el  salón  de  la  Universidad,  á  nombrar  las  autorida- 
des que  deben  mantener  el  orden  en  el  país  y  garantir 
la  propiedad,  no  tiene  el  que  suscribe  por  objeto  arras- 
trar á  US.  á  un  compromiso  político,  y  sí  sólo  poner 
en  práctica  la  libertad,  primer  principio  que  invoca  el 
soldado  republicano.»' 

El  presidente  de  la  municipalidad  contestó  el  mis- 
mo día:  que  acababa  de  dar  las  órdenes  conducentes 
á  la  reunión,  en  la  seguridad  de  que  esta  aquiescencia 
no  importaba  de  su  parte  ni  de  parte  de  la  corporación 
municipal  un  compromiso  político,  y  sí  sólo  el  deseo 
de  cautelar  la  tranquilidad  pública  y  la  propiedad,  in- 
minentemente amenazadas  en  aquellos  momentos. 

Publicado  un  bando  convocatorio  por  orden  de 
Balsa,  y  circulados  oficios  á  varias  autoridades  y  cor- 
poraciones en  el  mismo  sentido,  el  jefe  rebelde  hacía 
estribar  la  reunión  de  la  junta  popular,  en  el  hecho  de 
haber  ocurrido  la  mañana  del  23  un  cambio  político. 

El  domingo  24  se  verificó  á  las  cuatro  de  la  tarde  la 
junta.  Allí  concurrió  el  segundo  de  Balsa,  Federico 
Tardío,  en  el  concepto  de  dar  cuenta  del  cambio  y 
dejar  constituido  el  comicio.  Al  punto  de  entrarse  á 
deliberar  se  retiró.  Presidía  Diego  Monroy  como  ca- 
beza del  ayuntamiento. 

Antonio  Gutiérrez,  un  jefe  militar  en  retiro,  no  ad- 
mitió el  hecho  ni  el  dicho  de  que  se  hubiera  verifica- 
do el  día  anterior  un  cambio  político.  Fué  apoyado 
por  la  concurrencia.  Continuó  entonces  exponiendo, 
que,  existiendo  establecido  legalmente  un  gobierno 
nacional,  no  era  lícito  arrogarse  facultad  ninguna  de 


r^.ir- 


wEl  Constitucional^^  2^1 

nombrar  empleados.  Lo  contrario  sería,  de  parte  de  la 
junta,  cometer  un  grave  delito  contra  la  constitución. 

El  presidente  de  la  junta  indicó  entonces,  que  nada 
era  más  natural  que  la  subsistencia  de  las  autoridades 
legales  existentes  antes  del  suceso  del  23.  Propuso  que 
en  su  mérito  se  llamase  á  Rudecindo  Carvajal,  jefe 
político  legítimo. 

Apoyaron  esto  todos  los  patricios.  La  muy  numero- 
sa barra  popular  que  asistía,  hizo  manifestaciones  ca- 
lurosas de  asentimiento. 

Tornóse  á  instar,  á  manera  de  interpelación,  sobre 
el  sentido  que  se  había  querido  dar  á  las  palabras 
cambio  político^  contenidas  en  el  bando  convocatorio. 
El  presidente  puso  término  á  este  debate,  que  amena- 
zaba ser  tempestuoso,  con  todo  de  ser  inmensa  la  ma- 
yoría que  apoyaba  con  insistencia  el  restablecimiento 
de  las  autoridades  legales. 

Acto  continuo  se  dio  aviso  de  lo  ocurrido  á  Balsa, 
diciéndole  que  quedaban  restablecidas  las  autoridades 
legales. 

El  25  estaba  la  ciudad  silenciosa  y  á  la  vez  inquieta. 
Los  más,  ocupados  en  averiguar  noticias.  Y  en  mentir, 
según  dice  un  cronista  de  la  prensa,  en  mentir  cada 
cual  conforme  á  su  pasión  política. 

Por  la  noche  hubo  conciliábulos  y  negociaciones. 

••Eran,  dice  un  periódico  de  la  ciudad,  hombres  de 
paz  y  de  justicia,  de  actividad  y  de  entusiasmo,  los  que 
trabajaban  por  disminuir  los  males  del  país.»» 

Así  se  pasó  la  noche  confiriendo  lo  más  conveniente 
á  la  salvación  del  orden  y  de  la  propiedad.  El  resul- 


2J2  Matanzas  de  Yáñt 

tado  de  todo  este  hormigueo  fué  el 
un  caudillo  tranquilizador,  y  que  \ 
carácter  meramente  local  y  de  buen 

Al  día  siguiente  se  mandó  llamar 
capaca  al  general  Gregorio  Pérez. 
lando  á  redimirlos  á  todos  y  á  salv3 
Esto  no  podía  ser  á  secas:  partió  ui 
al  señalado  del  dedo  público, 

Á  las  cinco  de  la  tarde  del  aé  se 
sámente  la  Sociedad  del  Orden,  c 
nos  respetables,  pacíficos,  capaces 
con  sus  influencias  de  imprimir,  en  i 
un  movimiento  vigoroso  á  la  opinió 
orden  legal. 

Pero  parece  que  era  punto  men 
según  el  estado  social  y  los  hábitos, 
desempeñase  ningún  acto  de  pres 
sólo,  como  persona  mayor  de  edad 
Cierto  es  también  que  subsistía  den 
soldadesca  de  Balsa,  rebelde  y  sin  < 

En  sus  debates,  actas  y  oficios  e: 
valer  con  algún  alarde  los  impulsos 
lectiva,  como  si  no  tuviese  la  junta 
orden  y  la  legitimidad  de  los  poden 
Parece  que  éste  era  un  sentimiento  > 
escogidos. 

Es  posible,  según  esto,  que  si  la  i 
amado,  como  sus  representantes,  el 
porque  es  mejor  y  más  útil  que  el  ( 
temor  á  la  soldadesca  pretoriana  hi 


i'El  Consiiluñonal»  syj 

un  tropiezo  ese  día,  mas  nunca  una  imposibilidad  para 
obrar  por  sí  solos  el  bien.  Entonces  no  se  hubieran 
visto  las  cosas  menguadas  y  grotescas  que  se  vieron. 
Vaya  un  ejemplo: 

Punto  muy  interesante  para  esas  gentes  y  muy  de 
consecuencias,  fué  el  saber  quién  había  sido  eP  primer 
mortal  que  en  aquellos  mares  desconocidos  descubrió 
tierra.  Premio  tía  de  tener  algún  día,  como  lo  tuvo  el 
marinero  descubridor,  en  la  carabela  de  Colón.  Sépalo 
la  historia  por  boca  de  la  prensa: 

iiHonroso  es  mencionar  el  nombre  del  distinguido 
señor  Pedro  Iturri,  que  fué  el  primero  en  indicar,  co- 
mo oportuna,  la  intervención  pacífica  del  señor  general 
Pérez,  á  quien  debía  arrancársele  del  retirg  rural  que 
habla  elegido  para  no  tener  mas  participación  en  los 
acontecimientos  de  nuestra  nada  halagüeña  política. n 

Esta  cuerda  de  las  recomendaciones  captatorias  vi- 
braba que  dio  gusto*  estos  días.  De  un  escrito  suyo 
aparece  que  Iturri  andaba  lleno  de  satisfacción  y  de 
esperanzíis. 

Rudecindo  Carvajal  salió  entonces  á  luz  para  servir 
al  restablecimiento  del  orden  bajo  la  égida  benéfica  de 
Pérez,  y  mientras  el  gobierno  supremo  proveía  lo  con- 
veniente á  la  causa  pública.  Dice  un  periódico: 

"El  señor  jefe  político,  que  no  ha  descansado  un 
solo  instante  por  el  bien  del  país,  que  no  excusó  nin- 
guna coyuntura  para  contribuir  a  la  pacificación,  aplau- 
dió este  pensamiento,  el  de  llamar  al  general  Pérez. 
Mamado  el  señor  Tardío  para  que  emitiese  su  voto 
sobre  este  particular,  convino  en  ello. 


2^4-  Matanzas  de  Yáñez 

»i  Véase  la  descripción  que  hicimos  en  el  numero  an- 
terior, n 

Eso  sí  que  no.  Basta  con  lo  copiado  y  con  lo  que 
se  copiará,  para  que  veamos  lo  interesante  aquí;  y  es 
la  manera  cómo  vecindario  y  plebe  van  á  una  forman- 
do y  formando  al  caudillo  pretoriano.  Siguen  las  pom- 
pas. 

Antonio  Fernández,  un  cronista  de  la  prensa,  refiere 
lo  que  sigue: 

«I Se  nombró  una  comisión  de  jóvenes  amigos  del 
general  Pérez,  quienes  condujeron  á  éste  la  nota  fir- 
mada por  los  señores  Carvajal  y  Tardío.  Le  hicieron 
una  exposición  verbal  sobre  la  situación  de  La  Paz  y 
sobre  la  necesidad  de  su  presencia  en  ella.  Dócil  y 
sensato,  el  modesto  general  Pérez  aceptó. 

mEI  26  se  rumoreó  la  venida  de  este  señor:  el  pue- 
blo se  agitó,  y  convencido  hacia  las  cinco  de  la  tarde 
de  la  verdad,  cubrió  contento  las  calles  por  donde  en- 
tró aquél. 

1 1  Decíase  que  venía  á  proclamarse,  ó  á  sostener  la 
revolución.  Al  principio  se  ansiaba  por  ver  su  persona: 
y  después,  por  saber  su  pensamiento.  La  arenga  del 
señor  Monroy  descorrió  el  velo,  y  manifestó  la  insensa- 
tez de  los  que  atribuían  ambición  ó  decepción  á  un 
hombre  de  bien  á  toda  prueba. 

1 1  El  señor  Monroy  le  expresó:  que  el  pueblo,  de 
acuerdo  con  la  fuerza  armada,  le  habían  llamado  como 
al  ángel  tutelar  de  la  paz,  del  orden  y  de  las  institu- 
ciones: que  como  representante  que  fué  de  la  nación 
en  la  asamblea  que  dio  una  constitución  y  una  auto- 


onstitucionala  25$ 

comprometido  á  realizar  el  pensa- 
resado  por  aquel  cuerpo  soberano: 

Sociedad  del  Orden,  compuesta 
bles  ciudadanos,  é  instalada  hacfa 
lifestaba  el  deseo  vehemente  de 

después  de  tanta  sangre  vertida, 

I  contestó:  riHombre  del  orden, 
y  de  las  instituciones,  me  esfor- 
záis y  darle  paz  y  tranquilidad,  de- 
posible,  mi  sangre,  sacrificando  mi 
ción.ri 

ir  el  coinentario  elocuente  que  da 
labras  de  Gregorio  Pérez, 
ocos  meses  este  hombre  de  orden, 
;  instituciones,  se  alzará  contra  e! 
,  alegando  pura  y  simplemente  que 
presidente,  que  el  que  acaban  de 
piíblicos  y  de  proclamar  el  con- 

ido  se  esforzó  en  hundir  un  poco 
:  el  presente  de  una  contienda  ci- 
iolenta,  sazonada  con  provincialis- 
derramamiento  copioso  de  sangre 
er  él  presidente  contra  las  insCitu- 

nplió  su  fervorosa  promesa  de  es- 
\i  y  tranquilidad  á  su  país,  derra- 
:angre  y  sacrificando  su  vida  por 


256  Matanzaí 

Y  ha  de  tenerse  muy  en 
era  entonces,  como  dicen 
pacfñco.  Habló  con  la  m 
lector  puede  estar  comprem 
sido  todo  lo  malo  que  liiz< 
tes  de  esta  otra  ambición  e¡ 

Conocíle  poco  después  c 
tiago.  Me  dejó  la  impresió 

Tanto  y  tanto  fué  lo  cju 
saberse  cómo  su  talla,  que 
en  agosto  18  de  1862,  hab: 
de  los  gigantes. 

Leo  en  un  memorialista, 
plaza  mayor  de  La  Paz, 
blanco.  Vestía  gran  uniforr 
en  la  cabeza  un  plumero  c 
ba  lindísimo,  arrebatador. 
amor  provine  i  alista,  como 
pulacho  por  los  cuatro  án 
gárselo. 

Algo  por  el  estilo  me  ha 
sencial  Guillermo  Matta. 
arrogante  y  marcial,  en  ur 
en  tropel  le  cercó  y  estorbf 
muro  y  dejarle  fijo  en  un  si 
los  y  cholas,  prodigándole 
le  las  piernas  y  los  estribos 

Hoy  por  hoy,  durante 
bre,  por  ignorarse  sí  la  fue 
orden  ó  resistirá  á  las  del 


'E¡  Cohstitvaonalu  2¿j. 

visitas  y  tarjetas  y  recados  y  gimo- 
>arte  de  la  sociedad  paceña. 
1  despacharon  un  correo  extraordi- 
e  Achá,  comunicándole  la  manera 
:ión  del  vecindario  congregado  en 
[lido  el  restablecimiento  det  orden 
kliante  una  transacción  con  los  jefes 
cibió  esta  noticia  en  Calamarca,  y  la 
;brar  como  una  nueva  dichosa,  por 
:emor  de  un  próximo  derramamiento 

i;  la  Sociedad  del  Orden,  envió  á 
rno  una  comisión  honorable:  Su  en- 
durase reducir  á  éste  á  la  clemencia 
.  Debía  arrancarle  promesas  valede- 
intos  concretos.  Eran  los  principales: 
lediante  una  capitulación,  derogación 
>,  amnistía  para  los  amotinados. 
pranoel  presidente  al  Quenco,  posta 
as  de  la  ciudad.  AIK  recibió  la  me- 
>  diplomático,  la  del  obispo  diocesa- 
sión  arriba  dicha.  Recibió  también 
litulación  solicitada  por  los  rebeldes, 
s  armas,  y  en  cambio  exigían  olvido 
puridad  para  sus  personas,  etc.  £1 

á  todo  sin  dificullad  y  con  señales 
icencia.  Como  era  natural,  nada  es- 
ni  firmó, 
o  quedaron  seguros  ni  satisfechos. 

presidente  condiciones  que,  junto 
17 


2^8  Matanzas  de  YMez 

con  impetrar  garantías  personales,  imponían  formas  y 
exigían  concesiones  propias  sólo  de  una  convención;  y 
en  estas  solemnidades  no  quiso  Achá  consentir. 

Retiraron  entonces  sus  primeros  ofrecimientos.  £1 
ejército  llegaba  mientras  tanto  á  extramuros  de  la  ciu- 
dad. 

Por  esto»  y  porque  el  espíritu  de  discordia  y  el  tem- 
ple bélico  de  la  soldadesca  rebelde  no  estaban  en  la 
sazón  del  todo  sometidos,  creyóse  durante  el  día  que 
habría  combate  en  las  calles  de  la  ciudad. 

Aquí  fueron  los  buenos  oficios  de  Pérez.  El  vecinda- 
rio, agazapado  en  sus  casas.  Propúsose  aquél  ante  todo 
evitar  un  desborde.  Tenía  que  correr  de  uno  á  otro 
cuartel,  perorar  á  la  tropa,  sosegar  á  aquellos  hombres 
desesperados  por  huir  ó  pelear.  No  faltó  quien  les  so- 
plara al  oído  que  el  presidente  venía  á  quintarlos  y  á 
fusilar  oficiales  y  jefes. 

En  esto  sacaron  del  cuartel,  en  silla  de  manos,  al 
coronel  Balsa.  La  conmoción  fué  muy  viva. 

"Habían  peleado  aquellos  soldados,  dice  un  cronis- 
ta  de  la  prensa,  por  amor  á  este  jefe  solamente,  sin 
tener  otra  idea  que  seguirle  y  ejecutar  su  voluntad.  I^ 
subordinación  es  la  gran  virtud  del  soldado.  Por  eso 
es  un  crimen  abusar  de  esta  virtud.  Fué  conducido 
aquel  jefe  á  casa  del  cónsul  del  Ecuador  señor  Ara- 
puero." 

Es  importante  que  se  sepa  el  estado  de  impotencia 
física  en  que  yacía  Balsa.  Esto  disminuye  algunos  qui- 
lates á  las  intrepideces  legitimistas  de  aquellas  horas. 

Por  fin  obtúvose  que  los  rebeldes  se  resignarán  á 


"Él  Constitucional''  j/p 

deponer  las  armas,  á  trueque  del  perd<in  de  sus  vidas 
y  de  ser  eximidos  de  cualquiera  humillación  6  vejamen 
degradante.  La  promesa  fué  verbal. 

Llegó  el  presidente  con  su  comitiva  á  la  plaza.  El 
concurso  era  inmenso,  señaladamente  de  cholada.  Da- 
mas en  los  balcones,  flores,  vítores,  etc. 

Luego  entró  el  ejército  y  á  su  cabeza  el  general  Ce- 
ledonio Avila.  Componíase  del  batallón  Primero,  al 
mando  del  coronel  Mariano  Melgarejo;  de  una  parte 
del  batallón  Segundo,  denominado  hoy  Cortés,  al  man- 
do del  comandante  Pablo  Caballero;  de  un  escuadrón 
de  caballería  á  las  órdenes  del  sargento  mayor  Lucin- 
do  Revilla;  del  escuadrón  Húsares,  á  las  del  teniente 
coronel  Juan  Antonio  Rojas;  del  escuadrón  Bolívar,  al 
mando  del  coronel  Carlos  de  Villegas. 

Poco  más  tarde  entró  la  columna  de  Omasuyos,  á  las 
órdenes  del  coronel  Ignacio  Zapata,  á  la  que  se  reunió 
luego  la  columna  de  Corocoro.  Estas  dos  columnas, 
unidas  á  las  dos  compañías  del  Segundo,  salvadas 
del  desastre  del  23,  formarán  en  adelante  el  bata- 
llón Cortés. 

Por  entre  la  vocería  y  los  vivas  saltó  de  repente  y 
comenzó  á  acentuarse  y  á  rugir  un  grito  terrible:  ''¡La 
cabeza  de  Cueto!  ¡La  cabeza  de  Cuetoln  El  piqHilacho 
quería  más  cabezas. 

Reñriéndose  i  esta  escena,  El  Telégrafo  dijo: 

"¿Por  qué  la  cabeza  de  Cueto?...  Que  el  día  del 
combate  ultimo  estuvo  al  lado  de  Yáñez.  Pero  él  igno- 
raba que  Yáñez  estuviese  comprometido  en  revolución 
algUna... 


loo  Matanaas  de  YáHes 

■'Aquí  nos  viene  una  filosofía  muy 
tal...  No  hay  en  Bolivia  muchos  Yáfi 
Bolivia  muchos  pueblos  que  se  cebe 
Cuando  haya  esos  tiranos,  abortos  di 
difícil  calcular  que  habrá  pueblos  abor 
I.a  reacción,  por  otra  parte,  es  siempr 
la  acción;  la  venganza  más  que  la  ofi 
un  pueblo  más  que  la  de  un  hombre.' 

Segtin  aparece  de  algunas  referen 
prensa  ministerial,  hacia  camino  desd 
los  ánimos  la  creencia  de  que  Yáñez 
mente  el  33  de  acuerdo  con  Balsa.  1 
solamente  que  dejd  hacer  ese  día  al  t 

En  el  número  483  de  El  Teligrá/o, 
al  13  de  marzo  de  18Ó2,  Manuel  San 
un  artículo  muy  notable,  en  que  se 
una  perfecta  connivencia  con  la  rebelí 

Para  -  demostrarlo,  el  articulista  a ñ 
mandante  general  Yáñez  eludió  la  sal: 
de  artillería,  salida  prescrita  por  el  g( 
el  13  de  noviembre;  que  de  acuerdo  c 
al  oficial  de  guardia  de  la  columna 
Manuel  Camino,  que  en  la  ronda  noc 
cibiera  al  mayor  de  plaza  sin  el  trám: 
la  persona  previamente,  á  cuya  franqu 
Balsa,  titulándose  mayor  de  plaza,  ei 
al  cuartel  y  se  apoderase  de  la  colum 
un  destacamento  del  Tercero  huía  al  í 
Segundo,  Yáñez  con  su  partida  de  rií 
esquina  del  palacio,  punto  dominanti 


Constitucional»  261 

itacar  la  retaguardia,  á  pesar  de 
il  Ávila;  y  que,  una  vez  conven- 
I  amotinados,  se  encastilla  con 
sin  quemar  un  grano  de  polvo- 
rácter  iracundo,  y  con  todo  de 
1  febril  y  muy  recientes  sus  des- 
il,  etc.,  etc. 

indez  en  Oruro,  decía  á  Yáñez 
re,  en  la  carta  auténtica  que  ten- 
0  III,  página  73. 
;rno  había  resuello  poner  en  li- 
breo que  en  este  correo  hubiera 
\  ¿qué  dirá?  Ya  es  sabido  que 
inete  y  natural  es   que  haga  por 

nás  abajo  cada  día.  La  prueba 
□rales  de  la  jefatura  superior  del 
;sa  jefatura;  todo  lo  cual  era  el 
3s  el  último  golpe,  es  decir,  la 
ernández,  que  la  tienen  dispues- 
nismo  tiempo  que  la  disolución 
;ro  y  Tercero,  ■ 
i  mero  está  dispuesto  el  golpe 
general  deberá  ir  al  cuartel  es- 
ar  él  mismo  orden  para  que  sal- 
e  tiempo  caer  la  columna  muni- 
cuartel.  Para  disolver  el  Tercero 
bien  las  medidas  á  fin  de  aga- 
jmientos. 
:abado  el  negocio,  y  desparecida 


302  Maíansas  de  Yáñez 

causa,  y  creado  el  gobierno  de  los  pajueleros  á  nues- 
a  costa,  con  nuestros  esfuerzos  y  sacriñcios. 

"La  separación  de  usted  es  un  hecho  indudable,  y 
ucho  más  con  los  ültímos  sucesos.  Fernández  delte 
r  conducido  á  la  República  Argentina. 

iiEsta  es,  amigo,  nuestra  sítuacidn,  y  este  el  trance 
;l  que  tenemos  que  salvar  nuevamente  á  la  causa  de 
tiembre-  Y  lo  conseguiremos  sólo  uniéndonos  los 
tembñstas  como  lo  hemos  sido  siempre. 

"Le  incluyo  una  carta  de  Sucre  que  acaba  de  llegar, 
deseo  que  en  contestacidn  á  ésta  me  diga  usted  con 

franqueza  de  nuestra  amistad,  lo  que  piensa  usted 
:erca  de  lo  que  en  ella  le  dicen;  teniendo  entendido 
le,  desde  Oruro,  todo  el  Sur  está  conflagrado  con 
:e  pensamiento,  que  'es  el  ünico  que  puede  sal- 
imos. 

"Piense  usted  que  vamos  andando  á  entregamos 
aniatados  á  los  pajueleros,  y  mañana  ¿qué  será  de 
jsotras?  ¿qué  será  de  usted  en  particular?  No  hay 
ás  que  la  horca,'  de  la  cual  podemos  librarnos  haden- 
}  un  esfuerzo,  de  los  que  sabemos  hacer. 

¡■Encargo  á  usted  mucha  reserva  de  mi  carta,  y  de- 
o  que  usted  me  conteste  aunque  sea  por  extraordi- 
irio,  dirigido  al  comandante  general  de  Oruro.  i> 

Este  documento  ¿viene  á  confirmar  el  aserto  de  San- 
itebanP  Nadie  lo  dudó  desde  entonces. 

No  reposó  muchos  dfas  después  de  su  entrada  á  \^ 
az  el  presidente. 

En  la  ultima  asamblea  constituyente  se  discutió  y 
irobó  una  moción  famosa;  aquella  que  declaiatMi 


•I El  ConsHtuewHal<\  26 ji 

bien  de  la  patria  los  ministros  Achá  y 
ido  derribaron  del  poder  á  lu  jefe,  el 
s.  Antonio  Quijarro  dijo  entonces  en  la 

os  en  que  los  ministros  de  Estado  no 
lirse  en  delegados  de  la  soberanía  na- 
H'ecto  de  destituir  á  un  mandatario  su- 
aar  el  principio  contrario  fuera  abrir 
ndable  en  las  leyes  y  en  los  actos  piS- 
la  autorizar  á  los  actuales  ministros  del 
i,  para  que  mañana  le  obsequien  á  él 
de  Estado.it 

lente  lo  que  acababa  de  suceder  en  el 
)lica.  El  ministro  del  Interior  enviaba 
:u  renuncia,  y  dos  días  después  por  el 
y&  el  decreto  de  su  destituci<in  al  presi- 
péndice  de  quedar  encatrado  del  su- 
:1  autor  del  decreto.  Fernández  contaba 
na  con  que  otra  asamblea,  constituyente 
,  había  de  declarar  que  él  había  torna- 
:  á  merecer  bien  de  la  patria. 
nos  visto  en  otra  parte,  el  expreso  que 
ia  al  gobierno,  habíase  puesto  de  Sucre 
atro  días.  Es  el  plazo  ordinario  de  un 

Había  cabalgado  al  trote  en  cuarenta 
e  posta,  para  recorrer  las  124  leguas 

median  entre  una  y  otra  ciudad,  fastas 
la  cuenta  extraoficial,  suman  unas   140 

46  cuadras  cada  una,  á  raz¿n  de  150 
ra.  Todo  esto  estaba  medido  como  en 


204  Matanzas  de  YiUlez 

tiempos  de  la  colonia,  con  la  mira  d< 
de  sus  salarios  á  los  indios  postillones 

El  día  siguiente  fué  consagrado  á  J 
para  la  nueva  campaña.  Salieron  las 
tería  precedidas  del  escuadrón  Hüsai 
ci<ín  de  artillería  que  estaban  fuera  d< 
guarnición  de  infantería  y  de  coracero 
dó  en  La  Paz  á  las  órdenes  del  genen 

Además,  se  declaró  en  estado  de  si 
Sucre;  se  refundió  el  despacho  de  loi 
ríos  de  Estado  en  una  secretaría  gene 
pueblo  y  al  ejército  las  proclamas  de  i 
Achá  lució  este  día  la  procacidad  del 
torio  en  campaña,  peculiaridad  del  pai 
que  la  conducta  de  Fernández  merecí 
ñcativos.  Al  ejército  dijo  el  presidenti 

i'Aün  no  acabáis  de  sofocar  el  grito 
salió  de  los  cuarteles,  cuando  vuestra 
mandada  en  el  Sur  para  restablecer  el 
rio  de  las  leyes.  El  insigne  traidor  Ru 
se  ha  investido  por  sí  y  ante  sí  del  pi 
comprime  la  opinión  de  la  capital  de  '. 
la  columna  municipal,  puesta  á  sus  dr< 
leal  coronel  Olañeta.» 

La  historía  no  tendrá  que  quitar 
enunciación  del  hecho. 

La  rebelión  de  Fernández  tuvo  un 
interesante.  Contra  el  uso  frecuente, 
Hunciamienlo. 

Hasta  entonces  en  el  país  todo  m< 


El  CorntitHcionaUi  265 

respectivo  comicio  reasumídor  de  la 
de  la  respectiva  protesta  ñnnada  en 
a  el  caudillo  de  la  revolucián.  Por 
ítico,  en  vez  de  decir  amotinarse  ii 
jítr  el  pronunciamiento,  tal  día  hubo 
\ax\o  prepara  su  pronunciamiento  fxm 
lerpo  del  ejército,  etc. 
:e:  "Fernández  comprime  la  opinión 
cargo  es  exacto.  ¿Por  qué  omitió 
te  ordinario  y  facilísimo  del  pronun- 
Tcntcs  y  lirmantes  hormiguean  en 
ides.  Su  motín  por  este  lado  fué  ex- 
;  del  acta  firmada  por  muchos,  un 
rmado  por  Fernández,  que  decía: 
supremo  de  la  repiíblica." 
que  era  del  Interior,  Fernández  se 
to  de  su  motín  con  los  elementos 
ad  ptiblica:  el  jefe  político  Pedro 
lante  de  armas  Nicanor  Flores,  la 
.  Fué  aquel  un  acto  administrativo, 
íembre,  día  de  preparativos  y  de  des- 
nte  tuvo  por  útil  el  concunir  á  una 
i.  El  Constitucional  (numero  6 
scribe  del  modo  que  sigue  este  acto 

ís  solemne  en  este  día  fué  la  reunión 
cado  por  el  gobierno  en  el  salón  de 
Loreto).  Rebosaba  hasta  la  plaza  la 

;e  acompañado  de  los  ministros  de 


-  .»-l 


266  Matanzas  de  Itáñez 

Estado.  Con  la  lectura  del  documento  de  la  investidu- 
ra de  Fernández,  da  cuenta  de  la  situación  al  puebla 
Sus  entusiastas  palabras  por  el  sostenimiento  de  la 
constitución,  eran  contestadas  con  protestas  enérgicas 
del  pueblo.  Los  nombres  de  Fernández,  Morales  y  Flo- 
res, asociados  á  recuerdos  de  victimaciones  en  el  Pra- 
do de  Sucre,  en  Copacabana,  en  el  recinto  mismo  del 
Loreto,  hizo  brotar  la  indignación  de  todos  los  labios. 

"¡Qué  inmensa  diferencia  entre  Fernández,  que  in- 
sulta á  la  soberanía  nacional  al  investirse  del  poder  su- 
premo por  sí  y  ante  sí,  y  el  general  Achá,  que  llama  al 
pueblo  para  encargarle  el  triunfo  de  su  propia  causa! 

»»La  protesta  entusiasta  que  publicaremos  es  la  con- 
testación auténtica  con  que  el  denodado  pueblo  paceño 
responde  al  llamamiento  del  gobierno." 

Encabeza  esta  protesta  en  favor  del  orden  constitu- 
cional á  toda  costa  y  en  contra  de  cualquiera  rebelión, 
el  general  Gregorio  Pérez. 

Un  poco  tarde  vino  Achá  á  recordar  los  fusilamien- 
tos de  Flores  en  Copacabana  y  el  crimen  de  Morales 
en  el  Prado  de  Sucre. 

Reo  era  este  último  de  un  delito  comün.  ¿Por  qué, 
en  vez  de  conferirle  mando  y  hasta  magistraturas  mili- 
tares, no  entregó  su  persona  á  los  tribunales  de  justi- 
cia? La  política  del  país  hacía  esto  imposible,  se  dirá, 
Cuando  la  dignidad  no  está  en  las  cosas,  es  razón 
demás  para  que  no  huya  de  las  palabras  del  primer 
magistrado. 

En  su  proclama  á  la  nación,  Achá  decía  de  Fernán- 
dez, con  referencia  á  Flo^es,  lo  que  sigue: 


?r^"5»^ 


t^El  Constitudonalw  267 

»£n  su  despecho  é  insensata  vanidad,  califícó  de 
revolución  oficial  el  acto  de  haber  yo  separado  del 
mando  de  un  batallón  á  un  jefe  traidor,  que  debía  con- 
sumar el  nefando  crimen,  y  que  es  abominable  por  sus 
asesinatos  en  Copacabana,\\ 

Me  inclino  á  creer  que  Achá,  antes  del  30  de  no- 
viembre, no  tenía  pruebas  de  la  traición  de  Flores,  ó 
mejor  dicho,  de  su  intención  traidora,  cuando,  al  sepa- 
rarle del  Primero,  le  confío  la  comandancia  general  de 
Sucre.  El  calificativo  propio  y  decoroso  en  aquel  so- 
lemne documento  oficial  debía  ser  otro. 

Había  alzamiento  indigenal  en  Omasuyos  el  año 
1S60.  Allá  fué  Flores  con  una  brigada  á  pacificar  por 
las  armas  la  tierra.  Era  dictador  Linares  y  ministro  de 
la  Guerra  José  María  de  Achá.  En  oficio  de  16  de  oc- 
tubre, éste  trasmitió  á  Flores  las  instrucciones  á  que 
debía  sujetar  su  conducta  militar.  Allí  se  lee  literal- 
mente, entre  otras  cosas,  lo  que  sigue: 

»»Dispone  S.  E.  el  presidente,  que  á  los  indios  que 
han  figurado  como  jefes  de  la  sublevación,  los  mande 
.  ejecutar  inmediatamente;  y,  si  entre  éstos  figuran  algu- 
nos de  los  asesinos  del  doctor  Guerra,  aunque  no  figu- 
ren como  jefes,  tengan  también  el  mismo  destino  qtie 
aquéllos, w 

Flores  despachó  á  la  eternidad  cinco  prisioneros  in- 
dígenas. El  gobierno  aprobó.  ¿Dónde  tiene  ahora  la 
memoria  Achá  para  salir,  desde  el  altísimo  puesto  que 
ocupa,  con  un  sarcasmo  tan  atroz  contra  sí  mismo? 

Flores  contestó  por  la  prensa  con  calma  imperturba- 
ble y  con  fuerza:  . 


208  Matanzas  de  '. 

"Si  aijut;lbs  ejecuciones  puec 
de  Copacabana,  no  soy  yo  por  c 
pías  están  mis  manos.  No  me  v 
Recibí  órdenes  terminantes.  La! 
me  obligaba  la  disciplina  milita 
cuanto  me  fué  posible.  Di  cuen 
debfa  darla.  Se  aprobó  mi  conc 
ella.  ¿Sobre  quién  debe  recaer  1 

La  prensa  de  Achá  guardó  p 

Las  autoridades  de  Potosí  se 
aprehender  á  Morales,  Flores  ] 
El  golpe  estaba  hábilmente  con 
tarse  la  noche  del  30  de  novien: 
llegaba  de  vuelta  el  conductor  s 
Clones,  y  avisaba  que  Flores, 
sublevados,  caerían  en  armas  pr 

En  camino  para  Oruro  y  con 
tieron  de  La  Paz  Achá  y  su  esl 
mañana  del  6  de  diciembre  (i). 

Era  algo  que  atentaba  á  todoí 

(I)  Lugar  es  este  de  fijar  ciertas  Te 
de  1S61,  que  andan  un  poco  disconformes  en  la  prensa.  El 
Constitucional,  periódico  del  gobierno,  es  la  üiente  autocizadi 
respeclo  de  ellas.  El  4  por  la  noche  supo  el  gobierno  en  La  Pac 
la  relwliún  de  Fernández  en  Sucre;  el  5  tuvo  lugar  el  comicio  de 
corporaciones  y  aalorídades  para  la  despedida  de  Achá;  el  6  salió 
á  campaíia  para  el  Sat  el  presidente;  al  siguiente  d(a  por  la  no- 
che se  supo  en  La  Paz  la  intentona  y  rechazo  de  Moiales  en  Po- 
(cni,  que  el  presidente  supo  el  6  al  anochecer  en  Calamaica;  el 
8  supo  hit  en  CancoUo  ta  fuga  de  Fernández,  7  el  10  se  hint 
piiblica  en  La  Paz. 


iiE¡  Constiiudonatiy  26^ 

en  La  Paz,  primeramente  el  gran  desconcepto  público 
de  Fernández  después  de  las  matanzas,  y  en  segundo 
lugar  el  buen  sentido,  muy  favorable  al  gobierno  legí' 
timo,  de  que  tenía  dadas  prendas  el  vecindario  de  Po- 
tosí. En  este  centro  de  recursos  militares  mandaba 
como  jefe  político  el  coronel  Hilarión  Ortiz,  militar 
valiente,  pundonoroso  y  no  menos  amante  de  las  leyes 
que  José  María  Cortés.  A  su  disposición  estaba  la  co- 
lumna municipal  del  departamento. 

Era,  además,  dueño  de  improvisar,  armar  y  movili- 
zar un  cuerpo  de  partidarios  de  la  constitución,  com- 
puesto de  empleados  públicos,  comerciantes,  mineros, 
etc.  El  régimen  legal  había  logrado  hacer  esta  impor- 
tante conquista  de  voluntades,  én  aquel  vecindario 
laborioso,  de  inveterados  hábitos  sumisos  y  obedientes. 

Las  autoridades  de  Oruro  habían  propendido  desde 
un  principio  á  dejar  aislada  la  rebelión  en  Sucre,  mien- 
tras de  norte  y  sur  se  concentraban  fuerzas  para  ir  á 
ahogarla  en  su  cuna.  El  jefe  político,  coronel  Lorenzo 
Velasco  Flor,  acuarteló  luego  al  punto  el  batallón  cí- 
vico de  la  ciudad.  Él  decía  que,  sin  aguardar  refuerzos 
veteranos  de  La  Paz,  estaba  listo  á  marchar  de  un 
instante  á  otro  á  Potosí,  movilizando  para  ello  aquel 
batallón  mal  armado,  y  llevándose  consigo  parte  del 
escuadrón  Sucre,  unas  dos  piezas  de  artillería  y  la  co- 
lumna municipal. 

Esta  última,  la  gendarmería,  era  en  todas  las  ciuda- 
des tropa  en  toda  regla  del  país,  y,  por  lo  mismo,  casi 
igual  en  calidad  á  las  que  formaban  el  ejército  de  lí- 
nea. Pero  su  condición  sedentaria  las  predisponía  á 


>7a 


Matanzas  de  Yáñez 


dar  oídos  á  las  promesas  de  la  incansable  conspiracidn 
desorganizadora,  que  tiene  su  asiento  habitual  en  los 
centros  urbanos  de  la  república. 

Jefe  superior  militar  del  Sur  era  el  general  Agreda. 
A  él  correspondía  el  comando  de  las  fuerzas  combina- 
das de  Oruro  y  Potosí. 

Largas  distancias,  diferencias  en  la  sociabilidad  de 
los  siete  centros  urbanos,  y  vida  im  poco  aparte  en  lo 
intelectual  y  económico,  imprimen  un  modo  de  ser  fe- 
deratÍTO  á  las  agrupaciones  territoriales  de  la  familia 
boliviana. 

Al  día  siguiente  de  la  salida  de  Achá,  El  Consti- 
tucional aparecía  con  estas  palabras  de  última  hora: 
'  nEl  infame  Morales  y  su  pandilla  han  sido  vergon- 
zosamente derrotados  en  Potosí,  la  madrugada  del  3 
de  los  corrientes  (diciembre),  por  los  valientes  y  leales 
general  Sebastián  Agreda  y  coronel  Hilarión  Ortiz." 

Y  con  esta  breve  cita  queda  conduido  este  capítulo 
sobre  El  Constitucional,  periódico  oficial,  cuya  bi- 
bliografía contiene  algo  digno  de  saberse  por  los  curio- 
sos investigadores,  á  mérito  de  ser  dichas  columnas  un 
tepertorio  auténtico  de  las  actuaciones  gubernativas, 
durante  unos  meses  en  que  el  poder  ejecutivo  estuvo 
ambulante  de  aquí  para  allá,  como  la  guarnición  de 
reserva  de  una  plaza  sitiada,  cuando  se  ve  en  el  caso 
de  acudir,  ya  á  las  brechas  abiertas,  ya  á  los  baluartes 
que  han  apagado  sus  fuegos. 

Nicolás  Acosta,  en  su  opúsculo  203  de  mi  catálogo 
impreso,  dice  que  fuera  de  los  números  5  y  6,  los  de- 
más de  este  periódico  se  publicaron  fuera  de  La  Pa2. 


■<* 


uEl  Constitucional^  271 

Es  un  error  excusable.  En  1862  han  existido  en  la  re- 
pdblica  periódicos  con  este  título  y  que  no  correspon- 
den á  la  presente  empresa  ofícial. 

Eventual  á  tres  y  después  á  cuatro  columnas  del 
folio  mayor  de  gaceta  boliviana,  este  repertorio  de  los 
actos  administrativos  del  gobierno  apareció  sucesiva- 
mente en  Sucre  (números  i,  2,  3  y  4),  en  La  Paz  (nú- 
meros 5  y  6),  en  Oruro  (nümeros  7,  8,  9  y  10),  y  en 
La  Paz  (nümeros  1 1  hasta  el  43).  En  Sucre  por  la 
Imprenta  Boliviana,  en  Oruro  por  la  del  Pueblo,  en  La 
Paz  por  la  de  Vapor. 

El  numero  i.^  apareció  el  26  de  octubre  de  186 1;  el 
día  29  sacó  dicho  numero  un  suplemento  con  los  docu- 
mentos llegados  al  gobierno  sobre  las  matanzas.  El  nit- 
mero  43,  último  que  tengo  á  la  vista,  es  correspondiente 
al  2  de  noviembre  de  1862.  Desde  el  número  24 
(abril  5)  apareció  á  cuatro  columnas,  sin  ensanche  en 
su  forma  de  tamaño.  La  materia  contenida  en  los  bole- 
tines de  Oruro,  fué  inmediatamente  incorporada  á  la 
edición  paceña.  Esto  mismo  se  hizo  siempre  que  el  go- 
bierno se  expedía  fuera  de  La  Paz  por  medio  de  otras 
gacetas. 

Mariano  Donato  Muñoz  dirigió  la  publicación  en 
Sucre,  Félix  Reyes  Ortiz  en  La  Paz, 

El  II  de  noviembre,  el  presidente  con  dos  de  los 
ministros  y  su  estado  mayor  general  salieron  de  Sucre, 
Bajo  la  dirección  del  ministro  del  Interior  apareció  en- 
tonces el  número  4  de  El  Constitucional,  último  pu- 
blicado en  dicha  capital. 

El  áo  instalaba  el  gobierno  su  despacho  eo  Oruro,  y 


2'^2  Matanza 

el  a5  tenia  que  abandonar 
Paz  por  la  rebelión  de  Bal 
no.  Fué  parada  de  breves 
taba  de  regreso  en  Oruro  c 
Fernández  en  Sucre.  Allí 
un  mes. 

Á  estos  días  correspond 
reftos  de  El  Constituck 
se  decretaron  nuevos  honi 
mantés  borraduras  militar 
nández,  ascensos  á  los  oíi< 
ensanchaba  su  cora2i5n  co 
diplomática  del  Fenf,  y  p 
monto  de  las  fuerzas. del  t. 
ciembre  levantd  el  estado 
quedd  vigente  la  constituc 
secretaria  general  fué  supr 
expedirse  por  los  cuatro  d 

Por  más  que  sea  fuenl 
cronológica  intitulada  Col 
á  tomar  muy  á  lo  serio  la 
ción  de  los  jefes  instructc 
que  allí  ñgura  (tomo  IV  dt 
el  I."  de  enero  de  1862  ei 
todavía  entonces  en  Orun 
Paz  el  9  de  dicho  mes  y  í 
tarde. 

Así  consta  de  El  Con< 
dicos  del  día. 

V  tiempo  es  ya  que  dig 


T5«r,-i-.^ 


•I-E/  Constitucional^  27 j 

Norte,  cuajada  de  hechos,  y  que  penetremos  de  una 
vez  en  la  prensa  del  Sur,  preñada  de  ideas.  Pero  es 
fuerza  que  llevemos  de  La  Paz  en  la  carpeta  El  Boli- 
vianOy  periódico  de  Yáñez,  para  que  nos  sirva  de  puen- 
te natural  al  observar,  en  su  propio  teatro,  actos  y 
pasiones  que  muy  bien  se  ligan  con  las  pasiones  y  los 
actos  de  aquel  hombre. 


18 


tHh-^=«='*"*==»«*==*==íí«*> 


'ÍTULO  XI 


LNO"  Y  "EL   PUEBLO" 

3ei-isea 

-.s  calumiiiosas  de  El  Boliviano. — 
ñero  459  de  Eí  Tííégm/o.—Fatiíica. 
Sucre.— Félix  AcuBa.— Clama  por  el 
nvecliva  contra  el  sctembrííiiio. — In- 
aa  del  verbo  B<lnt. — Palinodia  del  bel- 
luevos, — Buslillo. — Napoleón   Agreda 


La  Paz  y  El  Pueblo  de  Sucre 
mente  después  de  las  matanzas, 
tro  en  contra  de  Yáñez. 
in  periódico  bisemanal,  en  folio 
latro  columnas,  publicado  en  la 
apareció  el  2  de  noviembre  y  sü 


2j6  Matanzas  de  Yáñez 

ultimo  número  es  el  6,  publicado  el  20  del  mismo  mes, 
tres  días  antes  de  ser  ajusticiado  el  inspirador  y  soste* 
nedor  de  la  publicación,  Plácido  Yáñez. 

Generalmente  se  atribuye  la  redacción  á  Pedro  Te- 
rrazas y  á  Mariano  Picolómini.  £1  primero,  no  obs- 
tante, protestó  oportunamente  con  energía,  que  jamás 
había  tenido  intervención  directa  ni  indirecta  en  esta 
publicación,  n  Interpelo,  dijo,  á  la  conciencia  de  los 
redactores,  editores  ó  impresores  para  que  me  desmien- 
tan, si  falto  á  la  verdad,  m 

Proponiéndose  defender  las  matanzas  del  23  de  oc- 
tubre, su  tópico  general  es  acriminar  y  denigrar  á  las 
víctimas,  presentándolas,  por  medio  de  declaraciones 
testimoniales,  «como  Tevducionaríos  de  envenenados  y 
desorganizadores  propósitos,  en  cuyos  planes  entraba 
por  mucho  el  saquee,  -el  incendio  y  los  patíbulos  de  la 
ciudad  de  La  Paz.  Según  esto,  Yáñez,  haciendo,  abor- 
tar y  f  eprimiendo  estas  maquinaciones  -de  una  manera 
oportuna  y  adecuada  al  escarmiento,  había  libertado  á 
la  población  de  su  ruina  y  á  la  república  de  una  in- 
fausta vergüenza;  pues  los  belcistas  eran  ni  más  ni  jne- 
nos  una  gavilla  de  malvados,  sin  freno  moral,  de^rtic- 
tores  por  instinto^  preñados  <ie  odios  furiosos,  «te. 

Pero  lo  que  más  se  encamina  en  este  periódico  á  su 
ñn^pecial,  dejustiñcar  la  ferocidad  del  2 3rde octubre, 
es  todo  lo  que  publica  para  hacer  ver  qu^  las  vÍ€ti«Hifi 
se  hicieron  esa  noche  reos  in  /ragantí  <le  un  4elito  d^ 
sublevación  á  mano  armada,  en  connivencia  con  el 
populacho  que  por  afuera  arremetía  á  balazos  «oqiü^ 
los  ;PUotos  de  guoicdia. 


wEl  Boliviana\y  277 

Gomo  por  las  informaciones  fidedignas  de  El  Juicio 
P^licatsXA  demostrado  que  no  ocurrió  tal  levanta- 
miento de  la  cholada,  que  los  detenidos  perecieron 
quietos  é  inermes,  que  no  hubo  ataque  verdadero  sino  1 
simulado  en  un  cuartel  y  en  la  plaza,  mediante  tiros  al 
aire  é  insidiosos  vítores,  etc.,  no  hay  para  qué  ocupar- 
se en  extractar  este  periódico,  poco  informativo  de  la 
verdad,  y  donde  no  resalta  sino  una  protervia  seca  y 
repugnante. 

£1  gobierno,  ni  en  sus  días  de  mayor  furor  contra 
los  belcistas,  se  atrevió  á  prohijar  las  calumnias  de  El 
Boliviano.  En  actos  y  documentos  confesó  siempre 
que  los  fusilamientos  de  esa  noche  fueron  asesinatos 
feroces.  Lo  mismo  dijo  su  prensa  más  autorizada. 
%  El  Boliviano  circuló  muy  poco,  además.  Casi  se 
puede  decir  que  fué'  secuestrado  de  la  circulación  ó 
destruido  por  el  brazo  de  la  indignación  popular  pace- 
ña. El  hecho  es  que  en  La  Paz  misma  es  rarísimo. 
Los  cuatro  ó  cinco  coleccionistas  allí  existentes,  apenas 
si  conocían  dos  números  cuando  Nicolás  Acosta  pu- 
blicó, en  1876,  sus  bien  informados  Apuntes  para  la 
Bibliografía  Periodística  de  la  Ciudad  de  La  Paz, 

Disipado  un  poco  el  vértigo  durante  el  día  subsi- 
guiente, Yáñez,  al  lucir  la  claridad  del  segundo  ó  del 
tercero  día,  sintió  en  su  pecho  la  urgencia  de  presentar 
al  país  la  noche  del  23  de  octubre,  no  á  la  luz  de  su 
personal  furor  sangriento,  sino  á  la  de  una  conñagra- 
ción  tremenda,  estallada  por  dentro  y  fuera  de  los 
cuarteles. 

Como  inspirador  del  periodismo  ese  día,  su  idea  do- 


378  Matanzas 

minante  es  presentarse  radl 
grado  con  su  temerario  arroj 
triunfante^  en  un  conflicto  e 
de  las  instituciones  constituí 
rosos  trances  de  sangre  y  tr 
que  pasíir  venciendo.  Condi 
mente  en  la  lobreguei  de  ur 
naciones  anteriores.  Pero  al 
y  su  energía,  que  no  le  han 
tante  en  mitad  del  caCaclism< 
reprimido  con  severidad  eje 
miento  proditorio,  para  mayí 
público,  perjuicio  irreparablt 
la  gloriosa  causa  de  setierabí 

Tal  es,  con  su  espíritu  y  s 
lo  más  encumbrado  que  se 
en  las  demás  producciones, 
dísticas,  que  esos  días  á  la 
debieron. 

Ese  es  también  el  pensam 
abominables  embustes,  imp 
para  explicar  á  Yáñez. 

El  Boliviano,  escrito  ir 
mas  diestros  en  manejar  la  d 
peñó  en  desenvolver  ese  pen 
especies  demostrativas  respe( 
de  aquella  noche.  Pero  lo  q 
la  mente  de  aquel  hombre,  a 
responsable  ante  el  país,  no  < 


elmanou  sjg 

imprevisivamente  revelado- 
;n  otra  parte. 

onstancia  que  el  35  de  octu- 
reo  expreso,  orden  terminan- 
■  inmediatamente  en  libertad 

ordenó  al  fiscal  de  la  causa 
esa  misma  mañana  éste  pi- 
le echar  bandos  para  rema- 
1.  Ahora  urgfa  presentar  el 
iviano.  El  correo  partta  el  2  7. 
los  que  de  allí  salen  para  el 
ra  en  todas  direcciones.  De 
el  territorio,  donde  está  I^ 
dos  ios  puntos  de  la  repiibU- 

imprimir,  para  ser  llevado 
lambiín  lo  genuino  y  lo  pri- 
le  Yáñez. 

irtió  el  24,  fué  para  comuní- 
quello  que  la  posteridad  pue- 
ción  indagatoria  del  culpado, 
faz  del  país  consta  de  lo  que 
dinario  del  27,  El  Bouvia- 
o  seis  días  más  tarde,  con 
marias,  tendentes  á  corrobo- 
}nes  del  correo, 
ampada  á  dos  columnas,  en 

pliego  de  oficio,  debajo  de 
uy  conocida  en  los  anales  de 
randes  dimensiones.  Es   El 


28p  .  Maianzas  de  Yéñez 

Telégrafo,  En  ese  menguado  tamaño  se  presentó  aqué- 
lla tarde  la  gaceta  setembrista. 

De  allí  tomó  la  prensa  del  Pacífico,  y  probablemen- 
te de  allí  se  difundieron  por  el  mundo  civilizado  la 
proclama  de  Yáñez,  un  parte  del  comisario  de  poHda 
Monje  y  unos  relatos  suscritos  por  un  Villar  y  por  un 
Toranzos,  literatura  de  horca  y  ctichillo^  como  los  calificó 
la  prensa  de  Tacna. 

Resalta  en  Yáñez  el  propósito  de  acriminar  á  Cór- 
doba. Acabamos  de  verlo:  órdenes  acababa  de  recibir 
para  ponerle  en  libertad. 

Dice  que  los  amotinadores,  invocando  á  dicho  ge- 
neral, tomaron  la  plaza  y  forzaron  las  puertas  del  Lo- 
reto  para  sacar  á  su  caudillo  y  á  los  presos  que  allí 
existían.  Asegura  que  en  el  cuartel  del  batallón  Se- 
gundo se  sostenía  una  lucha  tenaz  con  los  presos  que 
dentro  había  y  con  los  cholos  que  de  fuera  atacaban, 
apoyados  por  algunos  rifleros  que  Córdoba  había  po- 
dido seducir.  Dice  que  Córdoba,  en  esas  circunstan- 
cias, luchó  por  dos  veces  con  el  oficial  que  le  hacía  la 
guardia.  Quería  poner  á  éste  preso,  lo  que  no  pudo 
conseguir. 

Uno  se  explica  que  Yáñez  faltase  enormemente  á  la 
verdad  en  su  proclama,  puesto  que  tenía  un  enormísi- 
mo interés  en  ocultar  ó  cuando  menos  en  presentar 
disculpable  su  furor  sangriento.  Nó  se  hallaban  en  tan 
dura  extremidad  los  que  se  firman  Villar  y  Toranzos. 
Es  lícito  creer  que,  al  mentir  éstos  calumniando  á  las 
víctimas,  procedían  bajo  la  presión  sobresaltada  de 
Yáñez  en  este  momento  solemne. 


''\El  B&iiviano"  ¿Sí 

Decía  Toianzos,  que  treinta  y  ocho  presos  fueron 
puestos  en  libertad  esa  noche  por  el  cabo  Terán;  que 
Éstos  atacaron  á  balazos  el  cuei^o  de  guardia,  hiriendo 
á  su  comandante;  que  el  jefe  Sánchez  y  el  oñcial  Tejc- 
rina,  despertando,  hicieron  en  las  cuadras  tomar  las 
armas  á  la  tropa  de  linea  y  fusilaron  algunos  presos 
que  hacían  fuego. 

Discutiendo  atónito  un  periódico  peruano  las  noti- 
cias de  Boiivia,  preguntaba  á  este  respecto: 

"Y  ¿con  qué  armas  hacían  fuego  esos  presos  ai  la 
guudia  no  fué  rendida?  Las  armas  existentes  en  las 
cuadns  fueron  tomadas  por  los  oficiales  Sánchez  y  Te- 
jerina,  cuando  despertaron  é  hicieron  armarse  á  la  tro- 
pa, l^jos  de  servirles  á  los  presos,  esas  armas  sirvieron 
para  fusilarlos.  ¿Ó  el  señor  Váñez  permitía  el  uso  de 
armas  particulares  á  los  presos?'' 

Villar  decía  que  dos  compañías  del  batallón  Segun- 
do y  la  mayor  parte  de  la  columna  municipal  hablan 
sido  compradas  para  apoyar  el  levantamiento  de  la 
plebe. 

Esta  testiñcación  aparece  como  única  y  como  ins- 
tantáneamente olvidada  en  e!  protocolo  de  la  prensa. 
Eso  sí,  los  presos  del  cuartel  del  Segundo  eran  en  gran 
parte  soldados  sueltos,  sindicados  de  seducción,  perte- 
necientes á  aquellos  cuerpos. 

Después  de  haber  publicado  todas  estas  cosos,  los 
directores  de  El  Tdégra/o,  como  arrojando  la  pluma 
y  romi»endo  sus  prensas,  escribieron  en  el  último  ren- 
glón del  número  459,  que  las  contenía: 

"¡Desesperado  y  para  siempre  muere  El  Telép-afo!'* 


382  Matanzas  de  Ydi. 

Vuelto  más  tarde  á  b  vida,  un 
áwote  coa  el  belcísmo,  usando  ur 
nobleza  que  cubriecon  de  honra  á  i 
viuia,  declararon  los  setembristas  c 
que  sigue: 

»A1  ver  la  prensa  profanada  con 
hecha  acerca  de  los  sucesos  del  i 
mos  la  suficiente  energía  para  prc 
atrocidades,  publicando  que  £1  Te 
perado.'i  (Febrero  3  de  1862,  niin: 

Mientras  que  en  La  Paz  enn 
mayor  y  por  desesperación  la  prí 
aparecía  en  Sucre  Ei.  Pueblo,  cél 
energía  y  á  veces  por  la  violencia  d 
nicio. 

Este  periódico  eventual,  publica 
en  papel  de  oficio  por  la  Imprenta 
el  3r  de  octubre  de  1861.  Su  ni 
postrero,  salió  á  luz  en  ia  primera 
de  r86a.  Su  editor  responsable  y 
linico  redactor  fué  el  abroado  Féli 
Sucre  hacia  iSio  en  cuna  pobre  ; 
allí  mismo  el  29  de  agosto  de  186^ 
naba  la  presidencia  de  la  corte  si 
saca. 

Acuña  concibió  la  determinad 
periódico  para  lanzar  un  grito  enéi^ 
defender  la  inocencia  de  las  vícEin 
y  ejemplar  castigo  del  23  de  octub 

Sin  dotes  ni  preparación  literarii 


:i  Putblo«  383 

il  lenguaje,  que  no  sin  motivo 
diterial,  inserto  en  el  numero  a 
bre  9),  y  el  otro  intitulado  El 
era  transparenda,  que  aparecid 
1  numero  4,  p&saron  por  aquel 
3  de  elocuencia  en  el  género 

la  pacato.  Señalóse  en  los  ülti- 
ismo  y  su  odio  al  setembrismo. 
xtremidades  ardientes  que  con 
riodisia. 

ielzu,  fué  ante  todo  abogado 
nada  del  gobierao,  y  estuvo  en 
itre  los  servidores  del  caudillo. 
Trasmisión  Legal  figuró  algo 
persecuciones  setembristas  la- 
1,  hasta  el  punto  de  inflamar  el 
lucha  en  la  plaza  de  corifeo 
pertenece  á  este  agitado  perío- 

;,  como  ciudadano,  abogado, 
iiputado  y  juez,  ha  dejado  en 
nión  de  bueno  segün  su  tiem- 
;  ocasión  y  poco  para  la  prensa 

ibre  de  calidad  duradera  y  ca- 
li; pero  en  él  la  hipérbole  apa- 
fuerza  del  pensamiento.  Esta 
áe  la  vulgaridad  ese  estilo.  Por 
as.  Acuña  posee  una  hacha  de 


384  Matamas  <ü  Ydñez 

leñador.  En  cambio,  su  frase  gruesa  y  toja  como  un 
tizón  de  fuego,  golpea,  quema  y  tizna  cabe-eos  sin  tocar 
jamás  en  los  suelos. 

Dentro  de  seis  números  de  El  Pueblo  logró  aquel 
alx^ado  concentrar  inmensos  raudales  de  ira,  la  ira 
que  las  persecuciones  setembristas  babfarr  arrancado  á 
su  pecho  durante  tres  años.  Día  hubo  en  que  sulñen- 
do  esa  ira  con  sus  llamas  un  peldaño  -más  de  altura  en 
la  mente  del  periodista,  logró  la  pluma  abarcar  en  toda 
su  generalidad  la  gran  ira  del  partido  beictsta. 

El  Pueblo  acometió  desde  su  námero  r  la  fiscal 
zación  enérgica  del  atentado  de  Váñez,  uCreíanos, 
dijo,  que  en.  la  crisis  salvadora  de  eneron — (la  caída  del 
dictador  Linares)— "habíase  regenerado  el  poder  y  re- 
cobrado su  justa  y  pacíñca  acción;  creíamos  que,  cc«i 
el  planteamiento  de  un  régimen  constitucional,  habíase 
reconstituido  el  edificio  publico,  cuando  menos  sobre 
las  bases  de  una  perfecta  seguridad  individual.  ¡Vana 
esperanza!" 

Encárase  al  presidente  Achá  para  advertirle  que  mi- 
re bien  lo  que  ha  pasado,  porque  aquella  sangre  estará 
salpicando  su  frente,  en  tanto  que  la  vindicta  póblica 
y  la  humanidad  no  sean  desagraviadas.  V  ¿á  quién 
sino  al  supremo  jefe  incumbe,  en  caso  tan  extraordi' 
narío,  ejercer  sus  atribuciones  ejecutivas  para  presbff 
toda  eficacia  á  la  acción  de  la  justiciaP  Maestra  por 
eso  asombro  por  el  rumor  que  corre,  que  el  gobierno 
no  ha  improbado  siquiera  la  matanza  del  33  de  o& 
tabre. 

El  Pueblo  encuentra  en  las  palabras  del  oficio  dt 


Vááez  U  iconfesíáa  naás  atroz  de  la  ferocidad  de  éste. 
CiMklba,  ultim&do  para  que  ya  no  tuviese  á<quieH 
iewcaf  en  adelante  los  facciosos,  ullúnado  después 
que  la  tropa  habla  dispersado  completamente  á  dichos 
Sanáasvt,  «iUimado  porque  se  prestfitíUia  coroo  prioci- 
falicauáillo  fluentras  dormía  en  su  cajaboao,  etc.,  £tc.; 
los  Aesais  piisicinecos,  castigados  ejentplarmeate  con 
4l  Hi^io,  fpor  cuanto  Váñez  opina  que  estaban  d« 
antemano  comprometidos  á  fomentar  la  sedición. 

"Yáfiec  está  en  sA  deber  de  justiñcat  su  oonducta. 
iHmta'este  «toBtento  se  sesenta  como  la  más  aangui- 
juiw  y  ifcroz.  Si  él  jiistiSca  que  fué  mevjti^le  la  muer; 
4e  láe  ios  fusilados;  si  coe  ese  liecho  ha  alK^do  en  su 
auna  una  -espantosa  revolucjón,  comiHáinieado  el  de- 
»rden  f  «ncadenando  la  anarquía,  que  se  le  premúi 
sí,  que  se  le  premie. " 

Si.  PiwsLO  fiosttene  que  d  juzgamiento  de  Yáfiez 
es  vmií  necesidad  de  la  política  franca  y  leal  del  go- 
bierno. JDiscute  el  punto  y  no  disimula  sus  temores 
respecto  de  una  probable  impunidad  escandalosa.  Se 
extremece  á  la  sola  idea  de  tamaña  impunidad,  por  la 
tmnenda  provocadón  que  ella  envolvería,  y  como  si 
eliredactoradivinEne  lo  que  sucedió.  £n  el  ciyiftulo  VI, 
página  i6i,  he  citado  estas  palabras.  ' 

Hac£ Aotar  que  uno  de  los  fusilados,  el  ex-presiden- 
te  Cócdoba,  inauguró  y  sostuvo  dos  años  el  gobierno 
de  la  [mansedumbre  y  de  la  clemencia  en  Bolivia,  y 
qiK  dsoretó,  jamás  infringió  y  mantuvo,  por  entre  ten. 
taócnes  ile  saagre,  el  principio  de  la  inviolabilidad  de 
la  «da  itUMM». 


286  Matanzas  de  Vdñes 

Elmuy  conocido  periodista  Pedrí 
suelto  necrolt^ico,  dice,  refiriéndose  ; 
tiro  en  que  Córdoba  fué  inmolado  po 
bles: 

"El  que  sancionó  la  inviolabilidad 
na  debía  morir  fusilado,  sin  garantú 
santuario  de  la  ley,  en  el  sitio  mismo 
dos  del  pueblo  abolieron  por  su  eje 
muerte.  I- 

Eugenio  Caballero  recordaba  en  ui 
que,  durante  la  administración  de  Có 
administración,  II  como  él  dice,  Yáñez 
Se  vio  comprometido  en  el  motín  de 
gravemente  y  estuvo  preso.  Bien  proi 
torio,  Córdoba  le  echó  tierra  á  eso.  Y 
se  fué  a  vivir  tranquilamente  á  su  cas 

Cuenta  el  pueblo,  que  días  antes  c 
de  Fernández  en  Sucre,  el  presidente  A 
dido  á' ciertas  insinuaciones  cautelos 
Kjlmposible!  Fernández  no  traicionar. 
dos  gobiernos  de  que  es  miembro  int 

Acuna  afirma  lo  que  sigue,  un  pocí 
algo  de  los  escritos  de  Fernández, 
parte: 

frLos  setembristas  han  trabajado  c( 
gftima  de  los  pueblos,  suscitando  de 
táculos  á  la  política  de  fusión.  No  bai 
naciones,  ni  hubo  artificios  que  no  ba 
ción,  ni  existe  palanca  que  no  hayan  r 
hacer  surgir  en  torno  del  gobierno  ] 


..£■/  Pueblo»  2S7 

%  desconñanzas  respecto  de  los  belcistas. 
:  conflicto  entre  hombres  de  un  mismo 
cto  traducido  á  la  prensa,  entre  un  sucio 
lonalidades  ruines  y  aleves  ataques  al 
ro  que  descollaba  en  el  gabinete  por  su 
1...  De  aquí  ese  predominio  insolente, 
sjercer  presión  sobre  el  presidente  y  s\is 
do  vacilar  las  creencias  hasta  en  el  buen 
eral  Achá...  De  aqut  ese  grito  impío  de 
burlando  la  conñanza  de  los  partidos, 
er  instantáneas  explosiones  de  desorden, 
dieran  normalizar  en  el  país  la  discordia 
ir  partido  de  la  diVisidn  y  desprestigio 

is  han  rechazado  en  La  Paz,  lo  sabéis, 
infamia  á  que  el  traidor  los  invitara  con 
ambio  poñHco.  Ellos  han  proclamado  el 
ido  vigente  el  régimen  constitucional. 
il  jefe  de  la  nación  entre  calurosas  ex- 
:  patriotismo,  lanzando  en  La  Paz  gritos 
contra  los  perturbadores  de  la  tranqui- 
las elocuente  que  exhibirse  pueda  de  la 
belcista  Acuña,  al  expresar  estos  con- 
cuando  días  más  tarde  (en  Solivia  estas 
ipidamente)  estallaba  en  Sucre  el  motín 
rzo.  Acuña  alzó  su  voz  entera  y  honrada 
I,  y  para  aconsejar  á  sus  correligionarios 
;equio  del  bien  pdblico,  sometimiento 
gimen  constitucional. 


3t8S  Matanzas  de  Y,áñez 

Dice  Acuña  que  la  palabra  Belzu,  en  boca  de  los 
seteiabrístas,  tiene  la  virtud  satánica  de  poner  en  acti- 
vidad, dentro  de  sus  cerebros^  las  células  orgánicas  del 
miedo  y  en  s^us  corazones  las  fíbras  impulsoras  dd  mal, 
Aciago  y  m^ico  vocablo:  en  las  cifras  de  sus  dos  bre- 
ves articulaciones,  encierra  la  fórmula  algébrica  de  un 
valor  equivalente  á  la  más  alta  potencia  de  protervia  y 
de  avilantez,  de  que  antes  y  ahora  fuera  capaz  aquel 
sañudo  bando  perseguidor.  Porque  es  cosa  tan  usada 
como  vista  que,  en  profiriendo  ellos  las  dos  silabas  fa- 
tales, al  punto  como  por  ensalmo  se  revuelcan  en  ^lus 
antros,  y  se  lanz¿ui  afuera  enceguecidas  las  furias  todas 
de  la  perversidad  setembrista 

En  vista  de  lo  que  con  vigor  incomparable  nos  di- 
ce Acuña  aquí,  no  puede  uno  menos  que  exclamar: 
iqué  de  cosas  no  les  habrá  hecho  Belzu  á  los  setem- 
bristas!  Preciso  es  convenir,  por  eso,  en  que  la  tesis 
está  planteada  con  singular  arrogancia.  La  espada  ^ 
de  dos  filos,  y  sería  menester  esgrimirla  con  maestría. 

Crece  de  punto  la  curiosidad  de  observar  la  dialéc- 
tica usada  en  esta  invectiva  por  el  tribuno  belcista, 
cuando  uno  recuerda  la  fama,  de  especie  particular, 
que  circunda  el  nombre  de  Belzu  en  el  exterior.  En  un 
libro  impreso  años  atrás  en  París,  se  dice  por  uno  que 
visitó  el  país: 

II Belzu  fué  uno  de  aquellos  tipos  curiosos  de  la  his- 
toria americana  que  merecen  un  estudio  especial.  Co- 
mo ninguno,  ha  tenido  el  talento  de  fanatizar  con  su 
persona  las  masas,  hasta  el  punto  de  merecer  el  nom- 
bre que  con  justicia  se  Je  ha  aplicadotoá^  ;de  un^  veizt 


de.Mahoma  boliviano.  El  pueblo  y  la  indiada  que  en 
ese  país  es  muyiiumerosa,  le  adoraban  de  una  manera 
extraña.  Si  há  habido  un  nombre  popular,  en  el  sentido 
genuino  de  esta  palabra,  en  algún  país,  ese  nombre  es 
el  de  Belzu  en  Bolivia.  No  hay  quien  no  lo  sepa.  Aun 
en  él  día,  los  indios  de  las  altas  mesetas  de  la  cordille- 
ra vierten  lágrimas  á  su  recuerdo.  Belzu  es  hoy  un  ti- 
po más  que  un  personaje  histórico,  i» 

£1  asunto  propuesto  por  Acuña  es  contencioso  en 
sus  antecedentes.  Fué  Belzu  un  inicuo  tirano,  y,  no  obs- 
tante eso,  su  administración  contiene  puntos  dignos 
de  estudió.  La  trasmisión  legal  del  mando,  y  de  re- 
sultas el  gobieirno  apaciguador  y  envuelto  en  formas 
presidido  por  Córdoba,  han  servido  de  circunstancias 
atenuantes  al  partido  belcista.  Este  partido,  como  lo 
veremos  más  adelante,  ha  utilizado  todo  esto  en  sus 
polémicas  con  el  setembrismo;  bando  que  conspiró  sin 
tregua  nueve  años,  derribó  á  Córdoba  con  la  constitu- 
ción de  1 85 1,  y  fundó  en  reemplazo  otra  tiranía,  tiranía 
perfectamente  estéril  para  el  reposo  público  y  para  el  ré- 
gimen legal,  y  con  cosas  á  su  vez  dignas  de  estudiarse. 

Compréndase  ahora  si  El  Pueblo  tenía  armas  y 
recursos  para  sus  invectivas.  El  hecho  es  que  éstas  le 
dieron  fama.  Fué  desmedida  esta  fama,  no  sólo  con- 
sideradaJiteraria  sino  también  políticamente.  La  parte 
política  tiene  importancia  histórica. 

Sostiene  Acuña,  con  buenas  razones  de  polémica,  co- 
sas que  hoy  no  revisten  el  mismo  interés  que  entonces. 
Sostiene  que  el  belcismo  paceño  fué  puesto  adrede  en 
prisiones,  para  ser  entregado  dormido, el  2;^  de  octubre 

t9 


1 


t2go  Mcttantas  de  Yáñez 

á  la  saña  de  su  rival  el  setembrtsmo.  Sostiene  que  este 
último  ha  descendido  al  ínñmo  grado  de  la  prostitucióiv 
política,  al  dejarse  acaudillar  por  el  insigne  traidor  y 
verdugo  de  su  propia  causa  Ruperto  Fernández,  etc. 

Pero  lo  verdaderamente  muy  notable  entonces  y 
hoy  y  que  también  sostiene  Acuña,  es  esto  que  sigue: 

Los  motines  setembristas  de  23  y  30  de  noviembre 
ultimo,  contra  el  actual  régimen  constitucional  creadp 
ide  comi&Q  acuerdo  por  todos  los  partidos,  el  setembris- 
ta  incluso,  han  impreso  en  la  frente  de  éste  el  estigma 
de  lá  depravación  revolucionaria.  Cese  de  hoy  en  adu- 
jante su  sempiterno  himno  heroico  á  la  gloriosa. causa 
de  setiembre.  De  hoy  más,  su  propia  infamia  le  sella 
los  labios  para  venir  nuevamente  á  enrostrarle  sus  fal- 
tas pasadas  albelcismo.  ¡Silencio!  Inclinarse  respetuo- 
sos delante  del  belcismo.  Este  partidp  da  hoy  precia^ 
ros  ejemplos  de  su  sumisión  á  las  leyes.  Ha  renunciado 
para  siempre  á  las  vías  de  hecho. 

Bajo  la  impresión  moral  cauáiada  por  esta  manera 
patriótica,  republicana  y  nueva  de  argumentar  por  la 
parte  de  un  partido  caído  y  prentendiente,  circuló  laya 
referida  invectiva  de  Acuña  sobre  el  vocablo  Bdzu 
pronunciado  por  labios  setembristas. 

No  ha  faltado  quien  escriba,  no  há  mucho  tiempo, 
un  volumen  muy  sentido  y  bien  dicho  en  favor  del 
gobierno  setembrista.  Hasta  es  allí  considerado  como 
estadista  el  caudillo.  Entretanto,  las  persecuciones  por 
desquite  y  las  persecuciones  preventivas  (no  como  pre- 
tenden algunos  las  represiones  sangrientas  de  Linares) 
claman  todavía,  y  prestah  con  su  ihiquidad  y  su  reftcor 


V 


-elocuencia  á  la  colera  de  Acuña,  á  pesar  del  tiempo  y 
de  todas  las  defensas  posibles. 

Hé  aquí  un  extracto  de  la  invectiva: 

-^El  estadista  que  esa  palabra  nombra  pasó  ya  con 
fuero  á  la  serena  historia,  desde  el  momento  mismo  en 
que;  sumiso,  trasmitió  el  poder  publico  á.  un  sucesor 
salido  de  las  uinas  electorales. 

— ¿Sus  faltas  anteriores?  Este  gran  caso  ejemplar  de 
)a  trasmisión  legal,  en  Bolivia,  borró  esas  faltas  en  la 
cuenta  corriente  de  los  partidos,  regenerados  de  hoy 
más  por  el  hecho  de  dicha  trasmisión,  regenerados  para 
entrar  en  éampo  nuevo  á  lidiar  con  nuevas  armas. 
Belzu  descendió,  el  primero,  por  las  gradas  de  la  ley  á 
la  condición'  de  simple  ciudadano.  Cerraba  tras  sí,  para 
éi  y  para  todos,  el  período  de  las  vías  de  hecho.  ¡Con 
cuánta  mayor  razón  se  puede  sostener  que  acababa 
también  de  suprimir  en  sus  enemigos  el  derecho  polí- 
tico de  las  represalias  violentas! 
[:  ■  — Pero  ¿qué  hicieron  sus  enemigos?  Vencidos  en  el 
nuevo  campo  abierto  al  régimen  legal,  apelaron  á  las 
vías  de  hecho  y  consumaron  en  tres  años  una  oSra 
desmedida  de  violencias  contra  los  amigos  de  Belzu. 
Se  hartaron  de  desquites  y  vengazas.  Y  cuando  la 
usura  en  los  cobros  del  rencor  clamaba  á  la  concien- 
cia pública  con  gritos  doloridos,  una  mañana  dos  mi- 
nistros del  dictador  maniataron  y  expulsaron  al  jefe  del 
gobierno,  y  dijeron  á  la  nación  lo  que  va  á  leerse: 

— «'Este  caudiUo,  que  tan  fuerte  se  proclamaba,  no 
consiguió,  con  sus  violencias  de  genio  y  de  carácter, 
trias  que  organizar  la  oposición  y  lanzar  tiuevod  gér^ 


2gz  Matanzas  de  Yáñez 

Tnenes  de  irritación  y  de  desorden,  aun  entre  los  hom- 
bres más  adictos  á  la  causa  que  representaba,  fi  (Ma- 
nifiesto de  la  Junta  Gubernativa  de  enero  15  de  1861). 

— Y  ésos  secuaces  del  mal  caudillo  son  los  que  hoy 
en  día,  á  la  sombra  del  régimen  constitucional,  quieren 
de  nuevo  suscitar  persecuciones  y  perpetuar  en  su  pa- 
tria las  borrascas  inclementes  de  la  anarquía.  ¿Por 
qué?  Porque  tan  sólo  á  favor  de  la  guerra  civil  viven 
ellos  fuertes  contra  las  leyes.  Y  por  eso  es  que  ahora 
gritan  en  son  de  alarma  ¡Belzu!  á  sus  fieros  setem- 
bristas. 

— No  pueden  nada  dentro  de  las  prácticas  constitu- 
cionales que  hoy  imperan,  y  profieren  ¡Belzu!  como  si 
quisieran  decir:  »»¡Aquí  nuestros  sicarios!-i 

—Porque  Belzu  ha  sido  para  los  setembristas  la  su- 
prema razón  de  Estado  del  despotismo,  un  pregón 
de  prescripciones,  una  guadaña  sangrienta. 

— Belzu  han  dicho;  y,  con  este  nombre  preñado  de 
falaces  peligros  y  conflictos,  han  publicado  edictos  de 
destierro,  han  poblado  las  cárceles,  han  levantado  ca- 
dalsos. Belzu\  y  luego  al  punto  comenzaban  las  bati- 
das rurales,  las  requisas  domiciliarias,  las  sorpresas  á 
deshora,  las  intimaciones  para  dejar  el  hogar  ó  la  pa- 
tria. 

-^Porque  Belzu  estaba  escrito,  como  timbre  herál- 
dico, en  las  vitelas  invitatorias  que  entre  sí  se  distri- 
buían los  setembristas  para  tales  pasatiempos,  que  son 
los  festines  con  que,  en  días  sombríos,  han  querido 
aturdir  esos  políticos  los  pavores  de  su  ambición. 

'^BelzUi  en  el  vocabulario  setembrista,  es  el  verbo 


^  ■■■'-:•  ^ 


•»jE/  PíublOw  2pj 

activo  y  pasivo  de  la  política  setembrista.  Su  modo 
indicativo,  ¡a  revolución  belcista  que  desde  afuera  ruge  d 
nuestras  puertas^  tenía  tiempos  y  números  de  invención 
ingeniosa.  El  subjuntivo  tenía  condicionales,  y  se  cpnr 
jugaba  mediante  persecuciones  linaristas,  preventivas 
de  la  revolución  adentro.  No  pudiendo  ya  la  persecu-* 
ción,  el  30  de  noviembre  ultimo  acaban  de  usar  la  re- 
belión preventiva. 

— Imagínese  cualquiera  todo  lo  que  hay  de  inicuo, 
de  aleve  y  de  pérfido  en  el  doble  sentido  con  que,  esos 
gramáticos  de  la  corrección  sangrienta,  usan  la  fatal 
palabra. 

— '»Diz  que  Belzu  viene,  n  Corríase  la  voz  en  tiem: 
pos  de  Linares,  y  no  tardaba  en  verificarse  lo  que  to- 
dos, de  norte  á  sur  de  ia  república,  han  visto.  Centena- 
res de  bolivianos  que  huían  despavoridos,  camino  del 
ostracismo,  escarpando  las  rocas  andinas,  trasmontan- 
do á  pie  las  nevadas  cumbres,  en  busca  de  extranjero 
asilo;  mientras  que  otros,  menos  listos,  eran  deportados 
á  mortíferas  selvas,  ancianos  no  pocos,  la  salud  que- 
brantada para  siempre,  la  vida  suspensa  entre  el  ham- 
bre y  las  fieras. 

— ¡Terrores  y  violencias  con  la  sola  virtud  de  una 
palabra;  terrores  y  violencias  que  por  tanto  tiempo  han 
hecho  hervir  en  nuestras  venas  la  hiél  de  la  indignación 
santa! 

—••Belzu  regresa  de  Europa. »i  Y  Belzu  mientras  tan- 
to recorría  Italia  y  Francia  estudiando  sus  institu- 
ciones. » «¿Conque  Belzu  vuelve  á  BoliviaPn  dijo  el 
íuerte  caudillo  popular  de  la  libertad;  y,  apellidando 


\ 


2p4i  Matanzas  de  Yánez 

entonces  la  salud  pública,  se  declaró  en  14  de  marzo 
de  1858  dictador  indefinido,  irreponsablé  y  terrible. 

— ¿Que  los  belcistas  conspiraron  y  estallaron?  ¡Pues 
no!  De  resultas,  es  claro.  Un  estad©  de  cosas  tan  vio- 
lento debía  engendrar  necesariamiente  fuerzas  de  reac- 
ción, que  el  derecho  natural  amplía  y  la  común  defeiea 
impulsa.  De  aquí  debieron  venir  explosiones  del  suifri- 
miento  comprimido.  Y  con  efecto"  vinieron,  unas  veces 
en  el  Sur  y  otras  en  el  Norte,  y  vinieron  poniendo  en 
gran  auge  el  derecho  penal  de  represión.  La  dicta- 
dura ¡ay!  ejerció  este  derecho  á  punta  de  cadalsos, 
hasta  inmolar  presbíteros  y  salpicar  con  sangré  los 
altares. 

— El  golpe  de  Estado  fué  apenas  una  gran  crisis  del 
mal  y  no  su  extirpación.  Eliminó  al  caudillo  y  desar- 
mó á  los  setembristas,  dejando  no  obstante  que  siguie- 
sen, como  hasta  ahora,  infiltrando  ponzoña  en  las  venas 
del  poder,  para  armar  su  brazo  de  saña  ó  de  recelo 
contra  los  inermes  belcistas. 

— Todos  lo  saben;  todos  recuerdan  la  tremenda  no- 
che del  23  de  octubre  último.  Vociferando  Belzu,  el 
feroz  setembrista  de  La  Paz  ha  segado  en  sus  camas 
nobles  cabezas  encanecidas,  esforzados  pechos  ilustres^ 
preciosas  víctimas  que  han  caído  sin  proceso  y  sin  de- 
jar ni  la  mas  leve  huella  de  delincuencia  política. 

— Hoy  mismo  mueven  sus  palancas  de  vieja  astucia 
y  procuran  retemplar  en  sus  secuaces  los  enconos  vie- 
jos. ¿Quieren  todavía  otros  mártires?  Pero  eso  sería  ya 
regalarse  voluptuosamente  con  el  sabor  de  la  sangre. 
Y  si  no  ¿por  qué  entonces  ciertas  autoridades  andan 


nEl  Pueblen  2g¡ 

ya  con  alarmas  sobre  pretendidos  aprestos  de  los  bel- 
cistas  en  el  exterioi?  «Belzu  en  Tacnan  han  soplado  al 
oído  del  jefe  del  Estado,  á  ñn  de  enervar  su  espíritu 
conciliador,  complicar  su  política,  llevar  por  donde 
quiera  la  zozobra. 

— ^¿Pretenden  acaso  provocar  acciones  'y  reacciones 
violentas,  á  ñn  de  preparar  el  desprestigio  del  actual 
gobernante,  y  abrirse  paso  por  allí  al  suspirado  imperio 
del  absolutismo  setembrísta?  ¡Jamás!  que  aquí  están 
ante  todo  nuestros  pechos. 

— Los.  que  hemos  bebido  gota  á  gota  el  cáliz  de  las 
persecuciones  sangrientas  del  setembrismo,  no  tolera- 
remos jamás  la  restauración  de  la  causa  setembrista. 
Hoy  en  día  vivimos  reposando  de  las  fatigas  á  la  som- 
bra del  régimen  constitucional,  al  amparo  tutelar  de  un 
mandatario  emanado  de  la  ley,  constituido  encima  de 
las  facciones.  Albergando  tranquilas  aspiraciones  natu- 
rales y  legítimas,  fiaremos  la  'suerte  del  partido  á  la 
marcha  regular  del  buen  gobierno,  prestando  á  este 
último  nuestro  leal  y  enérgico  concurso,  sobre  todo 
para  estorbar  el  paso  á  la  reconquista  setembrista. 

— Es  ya  iniítil  que  estos  empedo^rridos  secuaces,  co- 
mo en  las  funestas  guerras  civiles  de  otro  tiempo, 
enarbolen  ahora  el  nombre  de  Belzu  como  pendón  de 
combate.  Los  hombres  que,  derrocando  en  1857  ¿1 
gobierno  constitucional,  proclamaron  la  famosa  causa 
de  setiembre,  que  tan  duramente  conocemos;  los  hom- 
bres que  en  noviembre  30  de  186 1  acaban  de  prostituir 
el  estandarte  de  esa  causa  á  los  pies  del  mismo  Ruperto 
Fernández,  contra  el  actual  régimen  constitucional  que 


2§^  Matafizas  de  Yáñez 

habían  contribuido  á  implantar  en  el  reciente '  congre- 
so, esos  hombres  no  pueden,  no,  competir  en  buena 
lid  con  los  hQ\c\^i^  pajueleros,  que  con  la  trasmisión 
afianzaron  en  desmedro  propio  el  régimen  constitucio- 
nal de  1855,  y  Qu^  hoy  apoyan  el  régimen  de  1861 
como  simples  ciudadanos  sin  poder  ni  autoridad, 

— Un  esfuerzo  patriótico  más  de  parte  de  nuestros* 
fieles  correligionarios;  y,  el  aliento  político  del  perverso 
y  fementido  bando,  habrá  sucumbido  bajo  el  peso  de 
una  decrepitud  bienhechora;  habrá  sucumbido  para 
siempre  bajo  el  renaciente  oleaje  de  una  actualidad 
fecunda. 

— ««El  tiempo,  que  en  su  marcha  natural  deja  caer  el 
polvo  de  la  nada  sobré  las  huellas  humanas,  no  arras- 
tra en  su  empuje  ascendente  sino  hombres  nuevos  y 
nuevas  cosas  para  el  porvenir  .del  mundo."  — 

Este  arranque  oratorio  de  El  Pueblo  revistió  in- 
mensa autoridad  moral  en  toda  la  república  durante... 
dos  meses  y  medio»  Es  uno  de  los  tantos  casos  curio- 
sos que  ofrece  el  periodismo  allá.  ¿Qué  pasó?'  Senci- 
llamente, un  motín  belcista.  Con  lo  que  claudicó  aver- 
gonzada tamaña  elocuencia. 

Por  fundadas  que  fueran  estas  reconvenciones,  iqyé 
valor  podían  tener  siendo  diatriba,  proferida  á  campo 
raso  de  las  vías  de  hecho,  campo  donde  crece  con  la 
abundancia  de  la  mala  yerba  la  diatril^a?  Su  fuerza 
estuvo  en  que  era  lanzada  la  invectiva  desde  un  pedes- 
tal, en  el  pacífico  palenque  de  la  prensa  constitucional 
lista.  Ese  pedestal  era  el  sometimiento  patriótico  del 
belcismo  al  régimen  legítimo.  Ahora  bien:  lá  inme- 


■<•. 


^^El  Puebio\\  ¿p7 

diata  rebellón  de  marzo  convirtió  en  mogote  de  basura 
el  zócalo  marmóreo.  Fué  arrojado  dicho  material  á 
las  encrucijadas  donde  se  asaltan  unas  á  otras  las  fac- 
ciones anárquicas. 

Un  belcista  de  gran  calidad  me  ha  asegurado  que  la 
invectiva  de  Acuña,  con  su  motín  complementario,  tu- 
vieron el  peso  de  un  acontecimiento  trascendente.  «»No 
sabría  decir  cuál  perjudicó  más  á  cuál,  si  la  invectiva 
al  motín,  ó  el  motín  á  la  invectiva.  No  todo  es  cons- 
pirar y  asaltar;  un  partido  tiene  que  medirse  á  puño  y 

■ 

lengua  diariamente  con  sus  rivales,  y  nosotros  queda- 
mos desde  entonces  mancos  y  tartamudos,  n 

Esto  debe  indicarnos  que  en  el  concepto  público 
hacían  ya  su  camino  la  necesidad  y  la  majestad  del  ré- 
gimen constitucional. 

Bien  merecido  tuvo  este  descalabro  el  belcismo, 
bando  sin  principias.  Aquella  triste  palinodia  le  devol- 
vió su  descrédito,  un  tanto  olvidado  por  las  faltas  de 
su  rival.  De  hoy  más,  en  las  contiendas  de  la  prensa, 
descenderá  cien  palmos  el  nivel  de  la  ciudadela  donde 
tenía  él  belcismo  enarbolada  su  bandera. 

El  eje  sobre  que  giraba  el  partido  tenía,  como  el  de 
todos  estos  bandos,  un  polo  de  odio  y  el  otro  de  amor. 
Es  indudable  que  d  escritor  sucrense  logró  verter  con 
fuerza  y  ^entereza  la  iracundia  de  la  inmensa  mayoría. 
Estoen  cuanto  al  polo  del  odio.  Tocante  al  otío  polo, 
Acuña  no  acertó  á  posar  esta  extremidad  del  eje  de 
rotación  sobre  punto  de  amor  firme  y  seguro  para  el 
equilibrio.  Ni  todos  renunciaban  ?L  Belzu  como  caudi- 
llo, ni  todos  los  belcistas  eran  corregibles. 


2^  Matanzas  ie  Yáñez 

Era  lo  propio  que  acoQteda  eti  las  ñlas  del  partido 
setembrista.  Había  deserciones,  para  lo  peor  y  tam- 
biéfi  para  lo  mejor,  en  uno  y  otn>  bando.  Y  era  un 
progreso  político. 

Acuña  había  situado  resueltamente  las  aspiracioines 
del  partido  belcista  en  el  campo  legal;  había  desakir 
ciado  á  Belzu  como  caudillo  por  las  vías  de  hecha  El 
partido  belcista,  por  su  composici<}n,  ó  sea  por  el  nivel 
social  de  la  gran  mayoría  de  sus  sectarios,  era.  incapaz 
de  comprender  aquel  acto  de  civismo  político,  ni  mu- 
cho menos  era  capaz  de  realizar  este  desprendimienta 
patriótico. 

Mereció  la  improbación  destemplada  de  El  Juicio 
Público  (número  i6  de  diciembre  23).  Este  órgano 
caracterizado  del  belcismó  paceño  calificó  á  Acuña  de 
escritor  parcialista.  Sostuvo  que  el  actual  gobierno, 
legal  como  era,  no  debía  buscar  otr^  apoyo  que  el  de 
la  nación  para  sostenerse,  ni  tener  otra  norma  que  la 
justicia  eterna  para  sistemar  sus  actos  administrativos. 
Dijo  que,  lo  que  el  escritor  sucrense  pretendía,  era  gra- 
bar en  el  reverso  de  la  aciaga  medalla  cabalística  dé 
Fernández:  que  Achá  se  echase  exclusivam^^e  en  bra- 
zos del  partido  belcista. 

El  vigor  de  esta  caída  contundente  no  debe  ser  juz- 
gado por  la  crítica  literaria.  El  grupo  át  EI/MÍÍÍ0  M- 
blico  prevaricó,  después  de  muy  pocos  meses,  e»  ¿1 
motín  de  agosto,  para  entronizar  al  pretoriano  Féte& 
Acuña,  el  noble  Acuña,  cerró  sus  puertas  á  sus  viejos 
amigos  el  día  de  la  rebelión  de  marzo.  ¡Qué  digo!  Sa- 
lió al  pronunciamiento,  y,  por  entre  murmullos  y  amena^ 


zas,  reprobó  aquel  atentado  contra  la  con3títuci<ín  y  las 
leyes. 

Luego  que  percibió  El  Pueblo  que  se  había  colo- 
cado fuera  de  la  corriente  belcista,  paró  sus  prensas. 
£1  escritor,  después  de  unos  días  de  campo,  tornó  tan 
sólo  á  su  papel  sellado.    . 

Y  es  digno  de  notarse  que,  tres  años  más  tarde,  uno 
de  los  autores  del  motín  belcista,  declaró  casi  llorando 
ante  el  gentío  que  rodeaba  la  fosa  de  Félix  Acuña:  que, 
á  pesar  de  aquella  grave  disidencia,  nunca  había  podi- 
do arrancar  del  pecho  el  sentimiento  de  admiración  y 
de  respeto,  que  le  inspirara  el  intrépido  escritor^  pa- 
triota. 

Véase  al  respecto  la  pieza  á  que  es  referente  el  nú- 
mero 2,486  de  mi  catálago  impreso. 

Son  verdaderamente  oratorias  las  ya  citadas  palabras 
de  Acufta: 

ífEl  tiempo,  que  en  su  marcha  natural  deja  caer  el 
polvo  de  la  nada  sobre  las  huellas  humanas,  no  arras- 
tra en  su  empuje  ascendente  sino  hombres  nuevos  y 
nuevas  cosas  para  el  porvenir  del  mundo,  n 

Nada  cuyas  huellas  hayan  sido  más  prontamente 
borradas  por  los  polvos  del  tiempo,  nada  más  estéril 
para  la  labor  del  porvenir  que  aquel  partido  belcista 
tan  famoso,  que  tenía  la  pujanza  de  revolver  la  tierra 
boliviana  hasta  en  los  yacimientos  primitivos  de  su  so- 
ciaUlidád,  hasta  en  sus  estratificaciones  indigenales 
más  inertes. 

La  amiente  del  porvenir  estaba  en  el  cercada  del 
partido  setembrista,  dfe  este  vengativo  luchador  de 


joo  Matanzas  de  Yáñez 

/blanca  cimera,  de  sudores  vanos  é  impotentes,  de  ar- 
mas que  herían  hasta  al  ponerse  en  guardia.  De  allí 
salieron  los  hombres  nuevos  y  las  nuevas  cosas  del 
partido  constitucionalista,  único  bando  sano  y  fuerte 
de  éstos  tiempos,  que  será  vencido  y  no  morirá. 

Aunque  en  hogar  belcista,  Félix  Acuña  pertenecía, 
sin  duda  ningún^,  á  la  raza  de  los  hombres  nuevos 
para  nuevas  cosas.  ¿Sus  viejos  odios?  También  los' te- 
nían por  su  lado  los  puritanos  del  setembrismo,  que, 
formando  la  agrupación  llamada  impropiamente  dé 
los  rojos^  supieron  por  sus  virtudes  y  sus  servicios 
echar  las  bases  conciliadoras  del  partido  constituciona- 
lista. 

No.  El  tribuno  que  afrontó  el  desprecio  y  el  resen- 
timiento de  sus  propios  amigos,  por  apartarlos  del  mo- 
tín pretoriano,  por  señalarles  las  vías  legales  como 
única  esfera  para  sus  trabajos,  era  muy  capaz  de  sentir 
con  grandeza,  en  el  alnia,  la  significación  patriótica  de 
la  concordia. 

¿Que  pregonaba  la  exclusión  y  el  anonadamiento 
del  setembrismo?  Claro  se  está  si  con  terror  personal 
estaba  viendo  alzarse,  enconadísima  y  terrible,  la  reac- 
ción setémbrista,  con  Ruperto  Ferhández  á  la  cabeza.' 

No  obstante,  el  20  de  noviembre,  diez  días  antes 
del  motín  de  este  caudillo,  Acuña  consideraba  todavía 
posible  en  Bolivia  la  política  fusionista.  Visiblemente 
impresionado,  aconsejábala  como  cosa  de  necesidad 
improrrogable,  y  suplicaba  al  general  Achá  que  no  de- 
jase de  mirarla  desde  el  punto  de  vista  cristiano. 

Es  la  verdad  que  los  tiempos  eran  de  crueles  incer- 


f^.T 


uEl  Puebloxx  joi 

m 

tidumbres,  así  para  los  belcistas  como  para  los  setem- 
brístas.  £1  presidente  Achá  cabalgaba  el  potro  del 
mando,  estribando  de  un  lado  en  una  parcialidad  dé 
setembristas  y  de  otro  en  una  parcialidad  de  belcistas. 
I^  cuesta  de  la  fusión  era  empinada,  el  potro  indómito, 
y  los  postillones,  que  eran  los  ministros  actuales,  eran 
hombres  que  habían  aprendido  el  oficio  arreando  en  los 
desfiladeros  ya  de  uno  ó  ya  de  otro  campo.  Largas  no 
había  dado  el  tiempo  todavía,  para  que  el  presidente 
hubiera  podido  poner,  en  pie  de  campaña,  un  bando 
propiamente  personal  y  de  su  entera  Confianza. 

Antes  de  la  rebelión  de  Fernández,  la  inquietud  de 
los  belcistas  era  grande  en  Sucre.  En  el  complicado 
aspecto  de  las  cosas,  la  fusión  se  les  presentaba  como 
una  tabla  de  salvamento.  Esa  rebelión  frustránea  les 
despejó  un  tanto  el  horizonte,  neutralizando  el  perni- 
cioso efecto  causado  por  cierta  noticia  sobre  el  descu- 
brimiento de  una  conspiración  belcista  en  La  Paz.  La 
formidable  invectiva  antes  extractada,  tiene  el  coraje 
propio  de  quien  sale  de  mortales  zozobras,  para  en- 
trar de  improviso  á  devolver  golpe  por  golpe. 

Véase  si  el  caso  no  era  como. para  contar  insegu- 
ramente con  el  bien  de  dormir  en  el  hogar  todas  las 
noches,  ó  como  para  tener  pesadillas  de  destierros, 
carcelazos  y  encuentros  de  armas.  Refiriéndose  á  las 
maquinaciones  belcistas  de  I^  Paz,  una  mañana  del 
mes  de  noviembre  El  Constitucional^  gaceta  del  minis- 
terio, soltó  estas  categóricas  palabras: 

••Con  este  triste  desengaño,  el  gobierno,  que  inició 
tan  placentera  como  patrióticamente  el  sistema  fiisio* 


'I 


302  Matanzas  ik  Yáñez 

nista,  se  ha  visto  pxecisado  á  retroceder,  y  se  propone 
en  adelante  regir  la  república  apoyándose  en  el  partido 
iietembrista.M 

Recordando  largos  años  atrás  estos  tiempos  de  agí* 
tactoi^es  y  recelos,  me  decía  Rafael  Bustillo  aquí  en 
Santiago: 

riEn  aquella  tempestad  de  odios  y  de  aspiraciones, 
el  peligro  veníanos  de  todos  lados.  Cada  uno  temía 
ser  fulminado  ó  por  detrás,  ó  desde  arriba,  ó  de  frente. 
Y  había  todavía  otro  peligro  bajo  las  plantas.  Ese  nos 
mantenía  á  todos  ñrnáes  de  pecho  pero  blandos  de 
piernas,  como  los  marinos  cuando  combaten,  que  se 
baten  por  no  hundirse  y  para  hundir.  El  tal  peligro  era, 
no  la  exclusión  del  propio  y  la  preferencia  del  contra- 
rio bando  por  el  gobierno,  sino  la  caída  del  gobierno 
mismo  á  los  golpes  de  una  reacción  violenta  del  ene- 
migo. 

••Dentro  del  nutridísimo  caserío  de  la  pequeña  capi- 
tal, los  antagonistas  de  la  polémica  se  daban  diariamente 
codo  con  codo  yendo  y  viniendo,  ó  tropezaban  unos  con- 
tra otros  cuando  caminaban  leyendo  absortos  las  furi- 
bundas ñlípicas.  Imprenta  había  donde  se  servia  uno  y 
otro  bando,  la  cual,  para  evitar  trompones  y  garrota- 
zos, tenía  dos  entradas,  una  para  los  belcistas  y  otra 
para  los  setembristas.o 

Bustillo  fué  también  uno  de  los  que  en  esta  ocasión 
se  separaron  del  belcismo  intransigente.  Su  declaración 
consta  de  la  gaceta  ministerial  que  acabamos  de  ci- 
tar. Pero  entre  la  separación  de  Acuña  y  la  de  Busti- 
llo hay  esta  diferencia:  Acuña  no  aceptó  diiió  más  tarde 


r,~rri 


:y  por  mano  del  congreso  un  puesto  en  la  magidtraturt, 
núentras  que  Bustillo  recibió  de  Achá  primeramente 
una  cartera  ministerial  y  después  una  misión  diploma 
tica.  Esta  última  incontinencia  hubo  de  cerrarte  con 
desdoro  la  entrada  al  congreso  de  1862. 

£l  Pueblo  paga  un  tributo  de  simpatías  á  un  ma- 
logrado defensor  del  gobierno  constitucional  en  estos 
idias  tremendos:  á  Napoleón  Agreda,  aquel  agraciado  y 
despejadísimo  mancebo  que,  en  la  madruga  del  3  de 
diciembre  de  1&61,  cayó  herido  de  muerte  bajo  los 
portales  del  palacio  de  Potosí,  cuando,  al  Udo  de  su 
padre  don  Sebastián  el  general,  salió  á  hacer  frente  á 
los  que  pretendían  asaltar  el  cuartel,  capitaneados  por 
Agustin  Morales. 

La  prensa  de  Sucre  y  la  de  Potosí  llevaron  á  esta 
sepultura  nmtutina  ñores  vistosas  de  papel  pintado, 
como  si  la  hora  y  el  sitio  no  les  brindasen  para  la 
ofrenda  siemprevivas  frescas  y  naturales.  Hablaron  de 
aplicación  ejemplar,  de  lucidísimos  estudios,  de  talento 
descollante,  de  heroico  valor  y  de  colmadas  dotes. 
Nada  de  eso.  Era  uno  de  tantos.  Sus  títulos  valederos 
al  recuerdo  son  otros,  que  constan  como  ciertos  é  in- 
dudables. ^ 

En  la  figura  de  Napoleón  Agreda  uno  ve  claramente 
bosquejado  un  individuo  genuino  de  la  raza  altope- 
ruana  y  de  la  juventud  de  su  tiempo.  La  pasajera  vi- 
bración de  su  existencia  se  desprendió  un  punto  de  la 
masa  coral  de  las  demás,  para  signar  una  nota  propia 
^uya  en  la  página  del  día. 

El  i."*  de  mayo  de  1859  hacía  én  Sucte,  deíitíó  dfe 


I  / 


^04  Matanzas  de.  Yáñez 

hogar,  turbado,  cuando  la  madre  lloraba  la  ausencia 
del  esposo,  y  el  eSposo  rñilitaba  peregrinando  en  las 
breñas  de  la  política. 

Para  no  venir  á 'menos  ni  bastardear  de  lo  que  ren- 
día la  tierra  boliviana,  un  día  se  hacía  llevar  del  cole- 
gio á  la  cárcel  por  revolucionario,  y  de  la  cárcel  al 
colegio  para  graduarse  ert  leyes  arités  de  salir  al  destie- 
rro. Los  jueces  le  habían  ábsüelto,  mas  no  la  policía 
de  Linares.  Los  profesores  lo  aprobaron  unánime- 
mente. 

Es  fuerza  reconocer,  que  el  guardián  setémbrista  de 
la  ciudad^  anduvo  ese  día  laxo  como  un  mínimo  obser- 
vante de  las  reglas  del  partido:  dio  sueltas  á  Napoleón 
por  unas  horas,  á  íin  de  que  se  presentase  en  la  Uni- 
versidad. 

.  Cuando  el  joven  iba  del  consejo  de  guerra  á  la  comir 
.sión  de  exámenes,  dijo  á  uno  que.pasaba:  »«Dél  aula  á 
la  jaula  y  de  la  jaula  al  aula,  á  fin  de  ser  á  toda  costa 
un  doctor  chúquisaqueño.M  Ironía  finísima,  que  bien 
pudiera  guardar  para  su  pincel  la  historia. 

Fué  la  ultima  sonrisa  de  su  jovialidad  maligna  y  fis- 
gona. Volvió  pensativo  del  destierro,  nublada  á  veces 
la  frente  como  si  le  asaltaran  tristes  presentiraiéntosi 
Pero  había  nacido  en  la  ruta  frecuentada  y  no  se 
había  formado  para  tomar  otra .  ruta  independiente'. 
Entró  en  la  carrera  de  los  empleos  bajo  el  gobierno 
constitucional. 

El  Sur  amenazaba  tempestad,  y  se  designó  al  padre 
para  tener  el  superior  comando  militar  de  esos  depar- 
tamentos. La  víspera  de  esta  separación  el  joven  logró 


wEl  Pueblo 


II 


30S 


penetrar  á  solas  al  despacho  del  presidente  en  Oruro, 
y  le  dijo: 

«Lo  sé,  habrá  combates.  Es  ocasión  que  yo  cum- 
pla con  dos  deberes:  quisiera  defender  con  mi  pecho 
la  constitución,  y  quisiera  estar  en  el  peligro  al  lado  de 
mi  padre.  Moriría  con  gusto  peleando  por  ella  junto  á 
él.  Señor,  pido  aquella  gracia,  n  ^ 

El  presidente,  parándose,  le  puso  conmovido  una 
mano  sobre  el  hombro  y  con  la  otra  le  ciñó  una  espa- 
da  de  oficial.  «Pronto  á  Potosi,  le  dijo;  de  esta  calidad 
de  defensores  há  menester  allá  la  buena  causa,  n 
'^  Despuntaba  la  claridad  del  día  cuando  Morales,  que 
acababa  de  atropellar  sin  estrépito  una  avanzada  no  le- 
jos de  la  Alameda,  se  deslizó  cautelosamente  en  la 
plaza  mayor  de  Potosí.  Allí  destacó  un  pelotón  sobre  el 
palacio,  donde  dormían  aposentados  las  autoridades,  la 
guarnición  y  los  agentes  de  la  policía. 

Había  ya  logrado  penetrar  sin  estorbos  en  este  últi- 
mo despacho,  y  trataba  Morales  de  pasar  al  departa- 
mentó  del  cuartel,  cuando  fué  sentido  por  los  jefes, 
rechazado  al  punto  y  arrojado  con  los  suyos  á  la  calle. 
La  guarnición  guiada  por  el  general  Agreda  salió  en- 
tonces á  la  plaza.  Morales  se  incorporaba  en  ese  ins- 
tante al  grueso  de  su  gente  y  emprendía  marcha  en 
retirada,  mas  no  sin  volver  caras  un  momento  para 
hacer  disparar  una  descarga. 

Napoleón  Agreda  cayó  herido  y  espiró  al  lado  de  su 
-padre. 


20 


■****««**«*«♦«*♦**' 


ULO  XII 


NACIONAL" 


presideute. — Su  ambición. — Pre- 
i. — Trabaja  por  el  setembrismo 
maníResla  ceder  á  eslas  miras. — 
Medidas  contrarias  i  Fernándei. — 


ción  y  disuelta  la  asamblea 
presidente  provisional  más 
itemporizar  con  las  dos  enco- 
le estaba  dividida  la  repübli- 
;lfa  á  aplazar  las  resoluciones . 
tntaba  delante  de  cualquiera 


3o8 


Matanzas  de  Yáñez 


medida,  capaz  de  lastimar  los  respectivos  intereses  re- 
celosos del  belcismo  ó  del  setembrismo. 

Era  excusado  exigirle  que  no  se  desviara  del  sen- 
dero abierto  por  el  golpe  de  Estado,  conforme  al  cual 
los  actuales  usufructuarios  del  poder  no  debían  que- 
dar  supeditados  á  las  exigencias  del  belcismo,  sino 
antes  bien  debían  propender  á  dejar  establecida  en  la 
república  la  preponderancia  del  partido  setembrista, 
para  el  mejor  ejercicio  del  régimen  constitucional. 

Achá  se  resistía  á  imprimir  al  gobierno  tendencias 
preferentemente  favorables  al  setembrismo.  Mucho 
más  resistía  el  favorecer  la  prepotencia  de  este  bando 
con  detrimento  del  belcismo,  por  más  que  intentaron 
demostrarle  que,  con  sus  fluctuaciones  y  con  su  pro- 
miscuo trato  de  belcistas  y  setembristas,  lo  que  estaba 
labrando,  en  suma,  era  el  predominio  próximo  y  de- 
sastroso  del  belcismo. 

En  privado  solía  á  veces  caer  en  dudas  y  descon- 
fianzas el  presidente. 

Era  de  clara  razón,  de  modales  corteses  y  afables, 
dócil  al  consejo,  de  palabra  circunspecta  sin  aparecer 
taimada.  Tocaba  en  la  persuasión  y  hasta  se  empina- 
ba sobre  la  elocuencia,  cuando  su  frase,  culta  y  militar 
á  la  vez,  se  esforzaba  en  pintar  cómo  el  magistrado 
anhelaba  vivamente  dar,  para  sus  pasos,  con  la  verda- 
dera senda  del  bien  del  país. 

Uno  de  los  signos  habituales  y  simpáticos  de  su  cor- 
tesanía, era  el  escuchar  con  atención  profunda  á  su 
interlocutor.  Abría  por  eso  entrada  franca  i  toda  cíese 


i'La  Causa  Nadonah  30^ 

de  dictámenes.  Sugestiones  contradictorias  llegabaí)  con 
facilidad  hasta  sus  oídos.  ¡Cuántas  de  estas  sugestiones 
no  estaban  ligadas  estrechisimamente  con  exigencias 
menesterosas  y  con  peticiones  de  empleos!  Limitados 
eran  éstos  en  número,  y  los  pretendientes  formaban 
una  suma  diez  veces  mayor.  De  aquí  la  necesidad  de 
excluir  á  éste  y  llamar  á  aquél,  necesidad  preñada  de 
inconvenientes  gravísimos  en  aquellos  momentos. 

¿De  veras  deseó  complacer  á  todos  sin  disgustar  á 
ninguno.'  La  tarea  era  imposible.  Entretanto,  momen- 
tos había  en  que  se  mostraba  desesperado.  Achá  aca- 
bó por  sentar  plaza  de  magistrado  débil,  ante  sus  inme- 
diatos consejeros. 

En  piíblico  y  hablando  en  abstracto,  mostrábase  niuy 
resuelto  y  nunca  indeciso. 

Declaraba  que  había  escrito  fusión  en  la  bandera 
de  su  gobierno.  Decía  que  esta  política  cumplía  á  sus 
deberes  de  mandatario  transitorio,  mayormente  cuando 
el  país  se  preparaba  á  entrar  en  la  liza  electoral,  para 
la  renovacián  de  todos  los  poderes  del  Estado  confor- 
me al  nuevo  régimen. 

Agregaba  que,  para  esta  liza,  era  su  deseo  más  ar- 
diente equilibrar  en  la  balanza  oficial  á  los  partidos 
políticos,  á  fin  de  que  entrándose  sobre  bases  equitati- 
vas á  ensayar  la  vigencia  de  la.  constitución,  los  parti- 
dos se  reorganizasen  ampliamente  dentro  del  ejercicio 
r^ular  de  las  instituciones,  se  desenvolviesen  allí  en 
competencia,  y  el  preponderante  conquistase  ctwno  pa- 
cífica victoria  el  poder  en  el  campo  de  la  legalidad. 


¡lo  Matanzas  de  Yáñez 

Todo  esto,  que  era  de  todos  y  para  todos,  no  fué 
óbice  para  que  el  presidente  tuviera  también  en  mira 
sus  intereses  particulares. 

Su  intento  más  verdadero  era  atraerse  prosélitos  per- 
sonales en  ambos  campamentos,  á  la  sombra  del  hala- 
go, la  confianza  y  las  promesas.  En  cuanto  a  los  recal- 
citrantes belcistas  ó  setembristas,  que  peleasen  allá  sus 
odios  y  se  despedazaran  unos  con  otros,  á  fin  de  apro- 
vecharse él  del  botín,  reunir  los  dispersos  y  quedar 
solo. 

Estas  miras  maquiavélicas  podrán  ser  tan  mezquinas 
cuanto  lo  han  demostrado  después  los  hechos;  pero  es 
fuera  de "  toda  duda,  que  la  fórmula  alta  y  hábilmente 
política  estaba  hallada  por  Achá,  para  decorar  y  con- 
decorar sus  intereses,  Fernández,  mal  de  su  grado, 
tenía  que  reprimir  sus  bríos;  y  los  reprimió  algiín  tiem- 
po, cuando  más  le  impulsaban  esos  bríos  á  aniquilar  al 
belcismo,  para  conquistarse  un  premio,  el  de  ser  él  en 
adelante  caudillo  del  partido  setembrista. 

La  asamblea  constituyente  se  clausuró  el  15  de 
agosto.  Cuando  el  gobierno  dejó  La  Paz,  en  setiem- 
bre, estallaron  las  primeras  graves  disidencias  entre  el 
presidente  y  su  ministro,  tocante  á  la  dirección  que 
convenía  imprimir  en  los  negocios.  Luego  en  Potosí 
se  hizo  público  el  desacuerdo.  Fernández  no  podía 
resignarse  con  la  presencia  de  Rafael  Bustillo  en  el 
gabinete,  ni  mucho  menos  con  el  ascendiente  que  este 
hábil  belcista  alcanzaba  día  á  día  en  los  consejos  de 
Achá. 

Así  estaban  las  cosas,  cuando  circunstancias  inevi- 


"La  Causa  Namnaln  jn 

.nejos  de  Fernández  y  sus  tra)»jos  en  el 
iujeron  al  presidente  á  quedaí  en  Sucre 
rced  de  aquel  hombre  osado  y  de  sus 
[ue  eran  los  soldados  de  Flores  y  de  Mo- 
olvide  que  aquél  era  jefe  del  batallón  Pri- 
i  del  presidente,  y  éste  comandante  de 
como  tal  disponía  en  Sucre  de  la  colum- 

■nández  en  aprovechar  la  coyuntura?  Fió- 
le él  por  su  parte  no  se  prestó.  Fernández 
do  menos  que  la  ¡dea  brotó  en  su  cere- 
Mra  apoderarme  con  violencia  del  man- 
iritodos  los  bolivianos  que  pude  despren- 
há  y  mandarlo  al  exterior,  sin  resistencia 
do  visitaba  los  departamentos  del  Sur 
batallón  de  mí  entera  confianza  por  es- 
tras  tanto  el  ministro  que  la  política  del 
)  se  deñnía  todavía  en  favor  de  aquella 
e  setembristas  que  él  acaudillaba.  Otra 
abrista  repugnó  siempre  al  autor  del  14 
;tendfa  él,  ni  más  ni  menos,  un  cambio 
¡terio.  Quería  que  fuesen  llamadas  al  go- 
as  que  merecieran  toda  su  confianza. 
lestar  ante  Achá  estas  exigencias,  Fer- 
nía  otra  cosa  que  hacer  sino  usar  la  dia- 
al  del  setembrismo:  et  país  está  abierta- 
iciado  por  la  gran  causa  gloriosa  de  la 
:  setiembre;  el  país  rechaza  al  belcismo 
compuesto  con  raras  excepciones  de  la 


.^7j>  Matanzas  de  Yáñez 

gente  sin  propiedad,  ó  sin  industria,  6  sin  ocupación 
conocida,  y  que  no  proclama  principios,  ni  sirve  á  otra 
idea  que  á  la  de  entronizar  á  su  caudillo  Belzu,  ídolo 
de  las  chusmas  turbulentas  y  saqueadoras. 

Otra  faz  del  asunto  eran  los  peligros  personales,  que 
tanto  Achá  como  Fernández  corrían  al  sentir  que  se 
avecinaba  de  cerca  una  reacción  belcista.  Ésta  no  po- 
día sino  ser  terrible  después  de  las  matanzas  de  octu- 
bre. Ella  envolvería  en  una  total  ruina  todos  los  inte- 
reses y  á  todos  los  parciales  formados  á  la  sombra  de 
la  obra  comün,  el  golpe  de  Estado. 

En  los  consejos  del  gobierno,  el  ministro  agotaba 
todas  las  artes  de  la  retórica  y  de  la  intriga,  para  de- 
mostrar al  presidente  y  á  los  demás  individuos  del  ga- 
binete, qué  los  tétminos  medios  de  la  fusión  conducían 
derechamente  á  la  anarquía.  Á  su  entender,  la  fusión 
era  una  tregua,  cuando  los  tiempos  eran  de  guerra, 
guerra  hasta  aniquilar,  al  belcismo,  origen  permanente 
de  próximas  catástrofes. 

Dentro  de  su  encerramiento  sin  industria,  agitación 
y  malestar  tenían  que  haber  necesariamente  en  aqtíella 
sociedad  ó  agregado  de  castas  y  de  razas,  combatida 
sin  tregua,  en  su  geográfica  y  etnológica  deformidad 
constitutiva,  por  las  necesidades  ordinarias  de  la  lucha 
por  la  vida,  lucha  formidable  allá  donde  milita  en  pri- 
mera fila  fel  ocio  indigente  y  depravado. 

Y  no  cabe  duda  que,  la  agitación  y  el  malestar  habi- 
tuales, estaban  ahora  exacerbados  por  la  presión  de  la 
atmósfera  moral,  sobrecargada  de  desconfianzas  red* 
procas  y  áé  ese  desabriiíiiento  indecible,  piropio  de 


»»Z<z  Causa  Nacwnalw  jij 

los  espíritus  que  se  interesan  con  exceso  en  los  tiego- 
cios  políticos. 

La  oratoria  de  Ruperto  Fernández,  pesando  la  siiui 
ción,  cargaba  en  el  platillo  de  los  males  peculiares  de 
la  actual  política  fusionista,  la  agitación  y  malestar  pro- 
fundos de  la  sociedad  boliviana. 

Estos  dolores  eran  causados  por  dolencias  crónicas, 
por  los  estragos  que  de  tiempo  atrás  venían  haciendo 
en  ella  los  vicios  de  la  barbarie  soldadesca,  por  el  cinis- 
mo en  que  yz  tocaba  la  prostitución  e«ipleomaniaca, 
por  el  furor  cada  vez  más  enceguecido  de  las  facciones 
desorganizadoras,  por  la  turbulencia  de  la  plebe  igno- 
rante y  sectaria,  por  la  ausencia  de  un  partido  de  pro- 
pietarios é  industriales  que  sirviera  de  cuadro  ó  núcleo 
á  una  milicia  conservadora,  y  por  aquel  sempitertio 
círculo  vicioso  del  purgatorio  nacional  que  se  resume 
en  estas  palabras:  somos  revolucionarios  de  puro  pobres^ 
y  somos  pobres  por  revolucionarios. 

Por  fin,  la  separación  voluntaria  de  Rafael  Bustillo 
del  gabinete,  separación  impuesta  á  este  individuo  pot 
la  fuerza  de  las  cosas  del  momento,  dio  alientos  á  Fer- 
nández en  su  empresa  de  ver  cambiado  conforme  á 
sus  miras  todo  el  ministerio.  Fué  entonces  cuando  in- 
sinuó la  perspectiva  de  su  renuncia  en  caso  de  que  no 
se  verificase  ese  cambio.  uVeo,  señor, — dijo  al  pre- 
sidente,— que  estoy  en  desacuerdo  con  mis  compañe- 
rc(s,  y  siéndome  imposible  proseguir  de  esta  suerte  en 
las  tareas  del  gobierno,  acompañaré  á  usted  solamente 
hasta  Cóchabamba,  donde  pienso  retirarme. ir 
Insistía  enérgicamente  en  que  el  país  entero  estaba 


214  .  Matanzas  de  Yáñez 

pronunciado  por  la  causa  de  setiembre,  y  en  que  urgía 
llamar  al  ministerio  otras  personas  que  por  sus  antece- 
dentes y  opiniones  políticas  inspirasen  confianza  al 
setembrismo. 

Achá  ofrecía  meditar  todo  esto  con  madurez,  de- 
mandaba nuevos  datos,  rogaba  á  su  ministro  que  no 
dejase  de  asistirle  con  sus  consejos,  y  se  mostraba 
'  convencido  con  el  entendimiento,  é  irresoluto  con  la 
voluntad. 

Esto  pasaba  después  de  las  prisiones  en  masa.  Presto 
vinieron  los  nuevos  datos  y  una  mayor  asistencia  de 
consejos. 

Después  de  las  matanzas  obtuvo  Fernández  que  el 
presidente  y  el  ministro  Salinas  se  mostrasen  en  Sucre 
disuadidos  por  fin  de  su  política  fusionista.  Convinie- 
ron en  que  era  efectivamente  imposible  apartar  de  las 
vías  de  hecho  al  belcismo. 

Yáñez  y  Fernández  les  presentaban  esos  atentados 
de  la  autoridad  como  la  prueba  más  concluyeníe  de 
la  implacable  conspiración  belcista.  Hé  aquí  el  pa^p 
que  este  bando  daba  á  los  esfuerzos  del  gobierno  para 
llamarle  á  la  conciliación  y  á  la  legalidad.  Y  Achá  y 
Salinas  confesaron  que  el  aserto  era  indudable,  y  Achá 
escribió  que  los  pajueleros  le  habían  pagado  mal  y  que 
pensaba  acabar  con  ellos. 

Hay  que  distinguir  entre  la  tesis  y  la  prueba  jde  la 
tesis.  La  intransigencia  y  la  depravación  del  belcismo 
eran  la  cosa  más  probable  del  mundo.  Las  prisiones 
soldadescas  en  masa  de  ciudadanos  inviolables,  y  las 
matanzas  á  granel  de  belcistas  dormidos,  constituyen 


wr 


:-rm 


wLa  Caíisa  Nacional \\  ^jij 

ün  argumento,  ciegamente  muy  extraordinario,  para 
demostrar  aquella  depravada  intransigencia.  Pero,  por 
extraño  que  parezca,  el  hecho  del  argumento  es  his- 
tórico. 

Á  Fernández,  en  el  ofuscamiertto  del  despecho,  se 
•le  ha  escapado  decir  que  aquellos  dos  señores  no  cre- 
yeron de  veras  en  la  fuerza  del  argumentó.  Se  hallaban 
cuando  menos  en  el  caso  de  aquel  otro;  qne  necesitaba 
de  ver  para  creer.  Dijo: 

•»E1  general  Achá  y  su  ministro  Salinas,  con  hipo- 
cresía sin  igual,  parecieron  asustados  de  la  situación 
violenta  del  país,  pronunciado  abiertamente  contra  la 
fusión  tan  mal  entendida  y  peor  realizada  por  ellos.  Y 
advertidos  por  mí  del  peligro  que  corría  el  orden  pu- 
blico, y  de  la  necesidad  de  un  cambio  en  la  política, 
tomaron  el  consejo  imparcial  de  personas  respetables 
de  la  capital  Sucre.  Fueron  llamados  don  Hilarión  Fer- 
nández, don  Andrés  María  Torrico  y  don  Gregorio 
Aníbarro.ii 

La  mayor  prueba  de  la  hipocresía  está  en  haber  con- 
ferido lo  conveniente  con  estos  tres  enemigos  jurados 
del  belcismo. 

De  común  acuerdo  entre  el  gabinete  y  estos  tres 
setembristas  se  resolvió  verificar  un  cambio  radical  en 
la  política  del  gobierno.  El  programa  había  de  jesu- 
mirse  así:  echarse  en  brazos  del  partido  setembrista, 
para  i'egir  con  su  apoyo  la  administración  del  Estado. 

Fernández  á  la  isizón  había  ya  progresado  lo  bastan- 
te en  su  labor  infatigable,  de  recobrar  la  confíanzsí  y 
coñciÜarse  la  adhesión  de  la  parte  más  numerosa  y  re- 


Jí6  Matanzas  de  Yáñez 

suelta  del  bando  setembrista.  Podía  á  lo  menos  consi- 
derarse como  caudillo  necesario  de  los  setembrístas 
menos  escrupulosos  en  política  y  más  sobresaltados 
contra  el  belcismo.         *      * 

Cuando  oyó  que  Achá  consentía  en  apartarse  de  los 
términos  medios  en  la  presente  época  de  transición,  y 
que  consentía  en  poner  á  raya  al  belcismo  en  provecho 
del  setembrísmo,  un  horizonte  risueño  se  abrió  á  sus 
aspiraciones,  lisonjeándose  con  la  esperanza  de  obte- 
ner, para  su  candidatura,  el  triunfo  en  las  muy  próxi- 
mas elecciones  presidenciales. 

La  preponderancia  del  setembrismo  quedaba  esta- 
blecida, y  ¿cuál  otro  del  partido  podía  exhibir,  como 
caudillo,  un  agregado  mayor  de  fuerzas  vivas  con  raí- 
ces en  esa  clase  de  opinión  que  quita  y  pone  mandil 
nes  en  el  país? 

Achá  contaba  personalmente  con  pocos  partídaríos; 
y  si  bien  su  provisional  investidura  suprema  era  legíti. 
ma,  y  daba  prestigios  y  arbitrios  considerables  á  su 
poseedor,  señaladamente  si  éste  era  jefe  militar,  era  en 
cambio  esencialmente  pretoriana  la  naturaleza  socidó- 
gica  del  gobierno  en  Bolivia,  y  con  preteríanos  con- 
taba ya  Fernández,  allá  donde  tuviesen  soldados  que 
mandar  Balsa,  Flores,  Morales  y  otros  jefes  dd  ejér- 
cito. 

Todo  lo  cual  era  motivo  de  los  celos  y  recelos  del 
no  menos  ambicioso  Achá.  Porque  estaba  escrito  que 
estos  dos. negros  autores  del  golpe  de  Estado,  no  ha- 
bían de  lavar  con  el  desprendimiento  perscmal  la  man- 
cha de  su  traición  á  Linares.  Para  mayor  realce  de  la 


í'Z^  Causa  Nacionah^  317 

moral  política  >en  la  historia,  uno  y  otro  inmediata- 
mente  han  de  presentarnos  el  espectáculo  de  un  ra- 
bioso antagononismo  de  sed»  sed  de  mando,  y  por 
causa  del  cu»}  competían  en  apartar  á  porfía  de  sus 
labios  los  raudales  de  aonegación  patriótica,  que  la 
posesión  transitoria  del  poder  les  brindaba  para  cal- 
marse á  si  propios  y  para  rehabilitarse  entre  los  bue- 
nos. 

iQué  había  de  contentarse  Fernández  con  acuerdos 
tcn^ftdos  en  conejo  de  gabinete!  Prendas  queria  &egu> 
rss,  UiequívocQs  testimonios,  el  sello  de  un  solemne 
c^EQfH^miso,  atar  á  Achá  al  setembrismo  con  la  co- 
yunda de  Ja  fe  pública. 

Upa  ocasión  brillante  y  solemne  iba  á  presentarse  á 
p.anto.  "S/nágiQ  que  fuese  aprovechada,  y  lo  obtuvo. 

£q  una  de  esas  reuniones  aparatosas  á  que  son  muy 
aficionf^dos  los  bolivianos,  en  la  despedida  del  presi^ 
dente  al  partir  para  el  Norte,  se  congregaron  en  el  gran 
salón  del  palacio  los  altos  poderes  nacionales,  como 
sQn  la  suprema  corte,  el  supremo  tribunal  de  cuentas 
y  el  consejo  de  Estado.  Allí  estaban  también  las  auto- 
ridades,  corporaciones  y  tribunales  departamentales. 
Delante  de  este  concurso  Achá  declaró  su  determina- 
ción de  separarse,  por  escarmiento,  de  su  anterior  po- 
lítica fqsionista,  para  no  gobernar  en  adelante  sino  con 
ei  apoyo  del  partido  setembrista. 

Una  carta  del  tiempo  y  que  se  publicó,  dice  que  el 
páivo  tuvQ  esa  noche  que  dobdar  con  fuerza  el  pico 
QQ|)tra  el  bor^  de  la  jaula,  para  ver  de  dar  impulso 
elástico  á  su  vuelo  al  amanecer.  Esto  debe  de  referirse 


3lS  Matantas  de  YdA 

á  que  la  víspera  de  la  salida,  sea  p 
pues  de  la  solemne  arenga  las  tuvi 
sea  pOT  cumplir  con  algún  ofrecimii 
entrad  á  Ruperto  Fernández  los  oí 
culo  de  periódico,  articulo  en  que 
declaración  hecha  de  viva  voz  en 
despedida.  Este  es  el  escrito  qui 
Constitiuional,  y  que  tantas  zozobrs 
belcistas. 

Tanto  urgía  á  Achá  salir  cuanto 
verío  de  Sucre,  como  era  útilísimo  á 
á  solas  allí  unos  días  después  de  las  i 
En  saliendo,  el  presidente  recobraba  su  seguridad  per- 
sonal, y  con  ella  podía  esforzarse  por  entrar  en  el  ejer- 
cicio pleno  de  su  autoridad.  Quedándose  el  ministro, 
era  ya  dueño  de  combinar  á  sus  anchas  ciertos  arre- 
glos con  Flores  y  con  Morales,  dos  principales  propug- 
náculos de  su  creciente  ambición. 

El  Otro  era  Balsa,  el  más  bien  armado  de  los  tres. 
Estaba  allá  en  l^a  Paz  á  la  cabeza  de  una  divisiún. 
Muy  ui^ente  era  por  eso  á  Fernández  disponer  acá  en 
el  Sur  las  cosas  á  su  amaño,  por  si  llegaba  pronto  el 
caso  de  coger  á  Achá  entre  doa  fuegos. 

En  otra  parte  hemos  visto  ya  cómo,  después  que  se 
hubo  alejado  un  tanto  de  la  capital,  adoptó  el  presi- 
dente medidas  que  le  pusiesen  en  posesión  efectiva  del 
poder,  y  que  apartasen  de  su  lado  las  asechanzas  y 
desarmasen  las  pretensiones  de  su  ministro.  También 
hemos  visto  la  contrariedad  y  el  despecho  que  aquellas 


1  Causa  Nacionahí  31^ 


;es  como  oportuí 

S'  (.). 

icipio  amonestaciones  persuasivas, 

iones  que  dejaban  puerta  abierta  á 
y  por  último  se  preparó  á  la  re- 

„  j   „. idujo  con  urgencia  á  Balsa  á  que  la 

diese  base  amotinando  acto  continuo  la  división  que 
comandaba. 
'  Paso  previo  fué  renunciar  el  27  el  cargo  de  minis- 
tro del  Interior.  Y  como  eran  á  la  sazón  alarmantes 
las  noticias  que  del  Perd  venían,  y  eran  tales  que  acon- 
sejaban á  todo  boliviano  verdaderamente  tal,  ó  aplazar 
sus  conatos  anárquicos  á  renunciar  á  ellos  ante  el  pe- 
ligro extemo  de  la  patria,  Fernánde?.  encontró  expedí 
tivo  obviar  este  inconveniente  por  medio  de  un  párrafo. 
Este  párrafo  dice  así: 
F  "Si  una  guerra  extranjera  pusiera  en  peligro  la  inde- 
pendencia de  la  patria,  ó  el  ponzoñoso  elemento  reac- 
cionario comprometiese  los  sagrados  derechos  de  la 
sociedad,  y  V.  E.  se  decidiese  á  sostener  vigorosamente 
la  causa  de  setiembre,  me  hallará  á  su  lado  como  el 
último  de  sus  servidores,  ir 

También,  y  para  lo  que  pudiere  servir,  hizo  uso  del 

párrafo  el  coronel  Agustín  Morales,  antes  de  tomar  el 

comando  militar  de  los  rebeldes.  Escribió  igualmente 

el  27: 

«Señor  presidente!  1^  adjunta  instruirá  á  usted  de 


(1)  Véanse  los  espitólos  IV  desde  la  pigin 
pidaaaoQi 


,  103  y  VIH  en  U 


J20 


Matanzas  de  Ydñéz 


la  tormenta  que  se  prepara  coyatra  el  psiís  al  otro  lado 
del  Desaguadero.  Si  ella  es  evidente,  como  parece, 
puede  usted  disponer  de  mis  servicios  para  ^ly^r  al 
país;  porque,  cuando  se  halla  éste  en  peligro,  yo  olvido 
lo  que  puede  contrariar  este  objeto,  n 

Tomadas  e$tas  precauciones,  encaminadas  á  salvar 
al  paí$  de  las  tormentas  que  le  preparaban  sus  enemi- 
gos exteriores,  los  conjurados  quedaron  en  espera  de 
noticias  sobre  la  tormenta  que  ellos  por  su  parte  ta^n- 
bien  preparaban  al  país  dentro  del  territorio. 

Estas  noticias,  más  pronto  quizá  que  se  esp^r^bg, 
llegaron  á  Sucre  el  29  confirmadas  con  1^  proclaiiig  (}e 
Achá  en  Oruro,  que  presentaba  á  su  ministro  cq^o 
premeditado  caudillo  del  motín  de  Balsa.  No  hat^ 
tiempo  que  perder. 

Es  necesario  reconocerlo:  sus  propios  manejo^  (^li- 
garon á  Fernández  esta  vez  á  escoger  entre  la  fuga  61a 
revuelta.  Él  optó  por  la  revuelta.  Y  tan  acertadainiente 
optó,  que  unas  cuantas  horas  de  atraso  en  rebel^nne, 
hubieran  puesto  su  persona,  y  á  sus  secüapes  Fiares  y 
Morales,  en  las  garras  de  los  esbirros  que  galopando 
venían  de  Potosí  á  enjaularlos  á  todos  y  enviarlos  al 
exterior. 

Esto,  que  hoy  fuera  lo  más  conveniente  á  Fernán- 
dez, ento;ices  hubiera  sido  considerado  por  él  como  un 
chasco  amargo. 

El  pueblo  estaba  bajo  la  impresión  de  las  muy 
recientes  exequias  de  Linares,  y  doblaban  por  un  canó- 
nigo en  los  campanarios  4e  la  ciu4ad,  cuando  Ffi|m^- 
dez  se  encaminó  con  su  séquito  al  cuartel,  se  Jj^^ptO* 


."i 
f 


'íZrtT  Causa  Nacionalw 


32Í 


clamar  presidente  por  la  columna  municipal,  mandó 
convertir  los  dobles  en  repiques,  se  ciñó  la  banda  que 
acababa  de  servir  para  las  exequias  de  Linares,  se  diri« 
gió  al  palacio  y  expidió  allí  el  decreto  y  proclama  de 
su  rebelión. 

Los  motivos  en  que  funda  su  pronunciamiento  con- 
tra la  constitución  y  contra  la  autoridad  legítima  de 
Achá,  son  dignos  de  recordarse  por  lo  increibles. 

Declara  que  asume  el  mando  supremo  de  la  repú- 
blica, por  cuanto  los  cambios  verificados  por  Achá  en 
el  ejército  importan  una  revolución  oficial,  equivalente 
á  una  deslealtad  para  con  él,  Fernández,  jefe  del  se- 
tembrismo;  y  por  cuanto  el  afán  de  Achá  por  conten- 
tar á  dos  partidos,  su  prurito  de  aplazar  toda  medida 
trascendente,  su  táctica  de  conjurar  toda  complicación 
orillándola,  eran  pasos  que  conducían  derechamente  á 
lá  anarquía,  y  convenía  desenlazar  con  una  revuelta 
esta  política,  impropia  de  gobiernos  republicanos. 

Todo  esto  es  literal,  así  como  la  afirmación,  de  que 
el  país  es  hoy  víctima  de  la  ambición  más  absurda. 

Inmediatamente  sobre  la  base  de  la  columna  muni- 
cipal tomáronse  hasta  unas  cien  altas  entre  los  cholos 
más  revoltosos.  Por  medio  de  la  secretaría  general, 
confiada  á  Manuel  Buitrago,  antiguo  colega  de  Fer- 
nández en  el  gobierno  de  Linares,  se  giró  á  cargo  de 
la  tesorería  departamental  por  fondos  para  movilizar 
una  expedición  contra  Potosí,  para  muñir  de  una  caja 
militar  á  estos  expedicionarios,  y  para  atender  á  la 
guarnición  de  cien  hombres  que  en  Sucre  quedaba  á 
escoltar  á  S.  E.  el  nuevo  presidente. 

21 


>.# 


/ 


J2S  Matanzas  de  Ydnez 

Esa  misma  noche,  30  de  noviembre,  Agustín  Monh 
les  partía  á  Potosí»  á  la  cabeza  de  las  huestes  liberta- 
doras, que  tocaban  al  número  de  unos  ciento  cincuen< 
ta  hombres. 

Una  jornada  habían  éstos  ganado  cuando  comenza- 
ron las  tribulaciones  de  Fernández.  Sus  noticias  de 
La  Paz  eran  desoladocas:  Yáñez  lynchado^  Balsa  herí- 
do,  su  rebeli^Sn  claudicante,  el  nombre  del  extranjero 
Fernández  puesto  en  la  picota  del  odio  popular  como 
instigador  del  asesino,  Achá  á  marchas  forzadas  con  su 
V  ejército  sobre  La  Paz,  á  recoger  y  añanzar  la  vídoriá 

del  orden  constitucional. 

£1  4  de  diciembre  temprano  recibía  Fernández  las 
comunicaciones  oficiales  que  avisaban»  á  las  autorida- 
des de  Sucre,  el  completo  restablecimiento  del  gobier- 
no legítimo  en  La  Paz.  Poco  más  tarde,  ese  mkmo 
día»  un  correo  expreso  le  avisaba  el  rechazo  y  fuga  de 
la  expedición  de  Morales  la  madrugada  del  3  en  Po- 
tosí. Suceso  es  este  que  tengo  referido  de  ligera,  en  el 
capítulo  XI,  página  305. 

Con  sigilo  á  eso  de  las  once  de  la  misma  noche, 
Ruperto  Fernández  iba  á  su  vez  de  fuga,  camino  de  la 
frontera,  con  los  principales  setembristas  comprometi- 
en  la  rebelión* 

Uno  sólo  se  quedó,  un  coronel,  el  mismo  que,  en 
desempeño  de  la  jefatura  política  del  distrito,  habíase 
adherido  con  el  propio  carácter  á  la  subversión  del 
orden  constitucional,  poniendo  demás  de  eso  á  las  ór- 
denes de  Fernández  la  columna  del  ínunicipio*  Lia- 


HTHT" 


■•I 


•'Za  Causa  Nacional \y  jjj 

mábase  Pedro  Olañeta,  célebre  más  tarde  por  sus  des- 
caradas bajezas  en  tiempos  de  Melgarejo, 

La  madriígada  del  5  fué  encontrado  en  el  cuartel, 
contraído  á  la  reaccionaria'  tarea  de  disolver  la  escolta 
preadencial  del  fugitivo^  ello  como  en  ademán  de  pres- 
tarse otra  vez  al  orden  restaurado.  Acto  continuo  es- 
cribió al  jefe  superior  militar  del  Sur  la  siguiente  curiosa 
carta  de  oficio,  que  los  periódicos  circularon  en  toda  la 
república. 

"Señor  general:  Arrastrado  atrozmente,  como  suce- 
de con  los  hombres,  me  he  visto  sin  saber  cómo  com- 
prendido» contra  mi  voluntad,  en  la  farsa  que  se  ha 
operado  en  estos  días.  Hoy,  señor  general,  sometido 
á  las  deliberaciones  que  US.  quiera  tomar  de  mi  indi- 
viduo, como  soldado  que  soy,  no  he  tenido  otro  inte- 
rés que  el  conservar  el  orden  publico,  después  de  kt 
fuga  de  los  principales  cabecillas  de  la  revolución 
de  30  del  pasado,  esperando  que  US.  sabrá  conside- 
rarme con  las  garantías  que  le  están  en  sus  manos  y 
querer  á  los  qué  vuelven  del  letargo  y  engaño.»* 

El  presidente  Achá,  que  era  blando  á  la  clemencia, 
perdonó  el  delito  y  tamaña  indignidad,  y  cosechó  de 
este  ingrato  nuevas  traiciones  á  la  causa  constitucional. 

Instado  ó  no  instado,  para  que  se  encargue  de  la 
autc»:idad  superior  del  distrito  de  Chuquisaca,  al  objeto 
de  conservar  el  orden  en  los  momentos  de  acefalía  en 
que  se  encontraba  la  capital,  por  la  fuga  de  Fernández 
y  de  sus  secuaces,  Manuel  José  Cortés  asumió  aque- 
lla autoridad  en  Sucre  accidental  ó  trahsitoriamente, 


334  Matansa 

mientras  el  gobierno  de  If 
na  que  se  hiciera  allí  cai^i 

De  este  modo  quedaba 
titucional,  alterado  en  el  c 
motín  de  noviembre  30. 

Este  mismo  día  del  añ( 
el  niimero  i  de  La  Caus/ 
dico  de  la  adminisCracidn 
cer  junto  con  ella. 

Su  fonna  de  tamaño  fu¿ 
liviana  á  tres  columnas, 
toda  especie,  corresponde 
polémica,  etc.  Desde  el  1 
nuyó  muy  poco  el  papel  y 
composición.  La  primen 
apareció  en  la  Imprenta 
ro  22,  correspondiente  al 
[venta  fué  siempre  la  de  I 

Hasta  el  numero  13, 
correspondiente  al  26  d( 
apellidaba  modestamente 
sustancia  órgano  de  los 
nizado  el  23  de  diciembr 
ro  14,  que  apareció  en  a 
meses  de  interrupción,  se 
expreso  de  periódico  ofici 

Aunque  sujeto  á  días 

otros  tiempos  como  quine 

aparecimiento  un  periódic 

Mi  colección  llega  hasta 


i  sazdn  m  Cochabani- 
amblea  legislativa,  y  á 
ro  meses  de  vida.  He 
no  sacó  sino  muy  po 
latro. 

fo  la  redacción  Bene- 
TÍo  cuando  no  recita 
'  famoso  en  la  farma- 
ríple  de  amapola  que 
s  todo,  hasta  sobre  la 
marzo  de  1S63  se  hizo 

este  periódico  lleva  ea 
de  su  contenido.  Las 
)  forman  es  cierto  una 
de  esta  gaceta;  pero 
i  materia  semioñcial  y 
;n  que  toda  ella  en  ar- 
s  de  la  administración 

dos  meses  que  experi- 
6z  La  Causa  Nacio- 
Icista  en  que  se  ocupa 
lestro  periódico  un  ar- 
mtos  sobre  ese  aten- 

;ontra  Fernández,  La 
tiple  que,  por  sobre 
trazando  agudamente 

:a.  Pero  en  el  conjunto 


j^  Jfa/anaas  d 

ni  todas  las  voces  son  de  pee 
todos  liinpias,  ni  los  falsete! 
cidn  el  acento  de  la  verdad. 

De  los  documentos  publi< 
pocos  de  los  cuales  pueden  c 
htdonal  y  en  La  Causa  Nac 
trabajos  de  zapa  contra  la  caí 
de  meses  atrás  por  Fernándc 
á  sur,  y  se  encaminaban  á  coi 
militares,  á  fin  de  deberlo  ti 
traidón  j^retoriana.  Pero  es 
piecisitín  la  responsabilidad  c 
tan  vilipendiado. 

La  prensa  gobiernista  ha  p: 
maquinaba  maduramente  des 
de  Estado.  Allá  esto  quería  á 
premo  con  la  fuerza  armada  j 
integrante  del  gobierno.  Es  i 
menos  es  preciso  distinguir. 

Fernández,  ante  todo,  busc 
cimentar  sus  aspiraciones  sup 
si  decimos  entre  los  propios 
lo  que  implica,  no  hay  duda 
muy  posible  un  motfn  alevosi: 
desde  luego. 

£1  teclado  para  mover  est 
gabinete  de  ministro  del  Int 
tendían  primeramente  á  la  ■ 
ejército,  fuerzas  mdviles  y  pai 
atnbalante  del  gobierno  bolivi 


que  son  guamkiones  fijas 
>d  \-eterana. 

jas  muy  grandes  en  esta 
trabajos;  trabajos  de  íoj- 
de  su  poder  pt^ftioo,  en> 

pieconcebida  de  fiar  pre- 
nto  á  un  golpe  militar  ya 

6  no  se  ditrfa;  este  era  un 
idez  ignoraba;  dependía  de 

poder  obtenerse  el  poder 
i  esto  es  lo  que  los  hechos 
Y  creo  también  que,  aan 
lo  dicha  confirmaciiin,  la 
omplicada  l;dx)r  era  en  sí 
)ra.  fiaste  adrertir  que  era 
3e  las  leyes,  contraría  á — 
la  conservación  tndispen- 

los  esfuerzos  det  ministro 
-ñas  electorales. 
Bolivia  exclusivamente  á  la 
id  está,  eso  sí,  en  que  ella 
io,  tas  urnas  son  aobera- 
les  é  independientes.  Mu- 
obierno  ó  un  pretendiente 

mández  por  apartar  de  sU' 
y  por  sustentar  el  settoi- 
fustdn  podía  acarrear  la 


^28  Matanzas  de  Ydñez 

debilidad  y  la  caída  del  orden  político  actual,  y  entona 
ees  ya  no  habría  urnas  soberanas  en  la  república  sino 
despotismo  belcista.  La  preponderancia  del  setembris- 
mo  salvaba,  en  su  concepto,  la  paz  y  las  urnas,  Y  to- 
davía este  salvamento  no  era  todo  para  él. 

Aspiraba  á  merecer  la  confianza  y  la  gratitud  de  este 
último  bando,  hoy  descalabrado  y  caído,  pero  bando 
numeroso,  mejor  compuesto  que  su  rival  y  no  menos 
furibundo  para  la  lucha.  £1  nervio  pretoriano  que 
Fernández  le  presentaba  como  prenda  de  fuerza  y  co- 
mo aporte  suyo  á  la  alianza,  era  el  gaje  más  preciado 
para  captarse  la  confianza  del  setembrismo,  el  timbre 
más  fuerte  para  sellar  el  pacto.  Ahora  el  partido  podía 
lanzarse,  como  allá  se  dice,  con  la  seguridad  de  que 
las  urnas  y  su  resultado  serían  mantenidos. 

¿Por  qué  no  aguardó  las  urnas?  Los  hechos  contie- 
nen la  respuesta.  Por  incontinencia  y  bastardía  de 
ambición. 

Cuando  el  presidente  desbarató  los  trabajos  de  su 
ministro  en  una  parte  del  ejército,  el  ministro  resolvió 
sublevar  la  otra  parte.  Entonces  y  sólo  entonces.  Eso 
tiene  el  poder  contar  con  genízaros;  están  rfesueltps  á 
todo  á  una  señal;  el  ánimo  está  listo  siempre  al  golpe 
pérfido.  Dígase  lo  que  se  quiera:  un  solo  adarme  de 
conciencia  ó  de  honra  es  en  todo  caso  íín  estorbo.  No 
hay  milicia  tan  excelente  por  su  presteza  como  la  pre- 
toriana.  Cae  como  el  rayo,  con  brillo;  y  su  brillo  está 
en  la  sorpresa  de  su  desvergüenza  y  de  su  alevosía. 

Antes  de  saber  el  motín  de  Balsa,  ¿tenía  ya  resuelto 
Fernández  atentar,  contra  el  orden  legal?  Algunos  dicen 


.a  Causa  NácioHoli'  32^ 

,  desde  que  comenzaron  á  acentual 
con  el  presidente,  desde  las  tent: 
desarmar  el  batallón  Primero  (i),  t 
á  sus  pretorianos,  y  les  encarecí 
eñaL 

esto.  Cita  lo  que  en  2 1  de  noviem 
de  la  columna  municipal  de  Potos 
duardo  Dávalos.  Decíale: 
•Á,  como  jefe  inmediato  de  lacolun 
lad  del  orden  publico  en  esa  ciudac 
otros  lo  alteren,  no  siendo  los  be 
is  trabajos  bien  arreglados  por  toda 

explicación.  Fernández  no  contab 
iro  sino  contra  los  belcistas.  Al 
(rtiz,  y  este  jefe  no  era  pretorianc 
>r,  sumiso  á  las  leyes  y  estaba  resuel 
por  ellas.  Allí  estaba  también  ^r( 
toda  la  confianza  del  presidente.  L 
I  era  muy  corruptible,  y  en  marz 
casi  tan  corrompida  como  la  de  Si 
ho  decir;  pero  aquellos  dos  jefes  1 
erco,  y  se  esforzaban  actualmente  e: 
I  que  en  las  ñlas  había  dejado  Me 

>n  todo,  no  fueron  tan  satisfactorio 
«  prometían, 

gnienm  del  capitulo  IV,  págraa  i6i  en  4 


jjo  Matanzas  de  Ydñez 

Morales  pudo  caer  de  sorpresa  liasta  las  [mertas  tiel 
palacio  y  del  cuartel,  merced  á  la  traición  de  tres  cb* 
misarios  de  policía,  apostados  desde  el  Pilcom^  para 
observar  los  movimientos  de  Fernández  en  Sucre.  Por 
esta  misma  causa,  las  fuerzas  de  Morales  sorprendie- 
ron una  pequeña  fuerza  que  se  organizaba  en  Bdrt^^ 
nueve  leguas  antes  de  Potosí,  y  desbarataron  uttá 
avanzada  apostada  en  el  camino  á  Sucre,  y  tonumm 
cautivo  al  ayudante  de  la  comandúncia  general  que  en 
dtwervación  rondaba  por  esos  campos. 

Y  tanto  no  contaba  Fernández  con  mngdh  níbvi- 
mtento  originario  6  proviniente  de  Potosí,  que  su  carta 
á  Dávalos  contenía  también  esto  que  sigue: 

»»^Me  escriben  de  esa  ciudad,  que  el  coronel  Orttz  se 
rodea  de  lodos  los  belcistas,  y  trata  de  desairar  á  los^ 
empleados  setembristas,  creyendo  con  demasiado  can- 
dor que  los  primeros  han  de  apoyar  de  buena  fe  al 
gobierno  del  general  Acbá. 

«•Este  error  puede  conducirnos  desgraciadamente  i 
la  ruina  de  la  causa  de  setiembre,  que  es  de  la  nación; 
y  es^reciso  que  usted  no  caiga  en  esa  trampa,  ni  per- 
ínita  que  á  la  columna  municipal  entren  hombres  qtie 
no  inspiren  confíanza  por  sus  compromisos  coh  la  re- 
volución de  setiembre.  Pesa  sobre  usted  etc.i» 

Pero  al  mismo  tiempo,  y  seguramente  para  alentar 
un  poco  la  confianza  ó  el  entendimiento,  el  ministro 
decía  al  jefe  de  la  columna: 

"Las  noticias  últimas  de  La  Paz" — (Balsa  estaba 
ya  allá  con  su  división) — "han  calmado  nuesira  in- 
quietud, y  por  eso  he  resuelto  quedarme  aquí  unos 


:  Causa  Namnali^  jji 

días  niás,  hasta  recibir  una  contestación  del  pKsid«nt« 
sobre  varios  puntos  de  la  política  interior,  que  se  com- 
plica mis  y  trms,  por  k  influencia  que  tan  tomando 
algunos  pajueleros  en  los  cot^ejds  del  gabinete. 

'iLa  separación  del  coconel  Flores  del  batallón  Pri- 
tuero,  y  la  del  coronel  Morales  de  ta  comandancia 
genend,  h*n  e;usperado  al  partido  setembrísta,  que  se 
snpooe  arlado  en  las  esperanzas  que  el  general  Achá 
le  hizo  concebir  al  tiempo  de  lu  salida  de  esta  ciudsd, 
de  echarse  en  los  bracos  del  partido  setembrista.  Mi 
permanencia  ha  contribuido  mucho  á  calmar  la  agita- 
ción de  los  ánimos.  II 

Toda?Í3  en  estos  mismos  días  desaprobaba  su  con- 
ducta al  presidente  por  las  remociones  de  Flores  y  de 
Morales,  iratándole  á  que  formasen  un  nuevo  gabinete 
que  imprimiera  temple  setembrísta  al  gobierno.  En- 
tonces todavía  le  decía:  uLo  hecho  ya  no  tiene  rame- 
db;  procuremos  ahora  pM-ar  sus  consecuencias.^ 

No  cjd>e  duda  que  sus  tratos  y  compromisos  preto- 
ríatws.  aceleraron  los  pasos  de  Fernández  á  la  rebellón 
del  30,  Pronunciado  Balsa,  era  imposible  no  prMiUn- 
ciarse.  ¡Cómo  dejarle  colgado,  y  mucho  mia  cuando 
Achá  acababa  ya  de  descubrir  todas  las  connivencias 
pretorianas  de  su  ministro! 

Ese  mismo  día  30  escribía  Fernández  al  corcniel 
Lorenzo  Velasco  Flores,  jefe  político  y  militar  de 
Oturo: 

"Mi  querido  amigo:  Ha  llegado  el  momento  de  las 
pruebas,  y  usted  que  tantos  ofrecimientos  roe  tiene 
hechc»,  quiero  ver  cómo  se  porta...  Si  usted  es  setem- 


33'  Ma 

brísta  de  corazón  me  ayudará;  y  si  no,  allá  nos  ve- 
remos.'! ' 

Al  comandante  de  armas  de  Tanja,  coronel  Nicolás 
Rojas,  le  decía  el  29  de  noviembre: 

"Los  desaciertos  del  general  Achá  han  provocado 
en  los  pueblos  y  en  el  ejército  una  revolución.  En  La 
Paz  el  coronel  Balsa  con  su  división,  compuesta  del 
batallón  Tercero,  Húsares,  restos  del  Segundo  y  cua- 
tro piezas  de  artillería,  se  pronunció  el  23,  y  el  genera) 
Achá  quedaba  en  Oruro  con  sólo  el  Bolívar  y  los  res- 
tos del  batallón  Primero,  que  no  le  pertenece. 

iiEs  llegado  el  momento  de  salvar  la  causa  de  se- 
tiembre... Agreda,  vino  á  Potosí  como  jefe  superior, 
y  hoy  mismo  sale  el  coronel  Morales  sobre  él  con  una 
fuerte  columna.  Cuento  con  su  cooperación  decidida,ii 

Circunstancias  imprevistas  y  otras  causas  estorbaron 
el  motín  en  Tanja. 

La  execratoria  de  Fernández  ha  abultado  estas  y 
otras  faltas  del  hombre.  La  execratoria  de  los  caudillos 
vencidos  es  -una  evolución  bélica  de  la  prensa  boli- 
viana, evolución  que  no  por  ser  lógica  deja  de  ser  im- 
petuosa en  sus  desahogos. 


n 


324  Matanzas  de  Yáñez 

acorde  entre  sí  sino  también  disconforme  con  las  reglas 
del  contrapunto  y  la  composicidn,  cuando  maneja  la 
batuta  ese  maestro  que  se  llama  opinión  pública,  ó  si 
decimos  para  el  caso  las  opiniones  bolivianas. 

Primera  parte,  en  todas  estas  sinfonías,  después  de 
la  invocacidn  al  vencedor,  es  una  execración,  la  del 
caudillo  que  acaba  de  caer. 

Un  amigo  pretendía  estudiar  el  gobierno  de  Santa 
Cruz  en  los  periódicos  de  la  década  crocista.  El  héroe 
le  tenía  ya  casi  deslumhrado  con  sus  pruebas.  Le  en- 
señé los  periódicos  de  la  sinfonía  velasqmsia  y  aun  los 
de  la  halüvianisla,  dos  sinfonías  subsiguientes,  cuyas 
primeras  partes  desenvuelven  un  mismo  tema  bajo  el 
titulo  de  Restauración.  Este  formidable  expurgatorio 
política  y  administrativo  le  mostró  una  faz  opuesta  de 
las  cosas,  y  hasta  le  señaló  el  alto  sitio  para  colocarse 
el  investigador  en  medio. 

La  execratoria  del  caudillo  Fernández  como  preten- 
diente es  tan  furibunda^  que  hace  pensar  en  las  raíc^ 
que  la  ambición  de  aquél  debía  de  tener  en  uno  de  tos 
bandos  ¿qué  digo?  en  todos  los  bandos  bolivianos. 

Parano  desvianne  lejos  de  la  prensa  en  mis  asectos, 
recuerdo' á  este  propósito  las  siguientes  afirmaciones  de 
un  periódico  setembrista,  El  Telégrafo  (número  463  de 
diciembre  iz  de  1861),  'afirmaciones  que  no  fueron, 
en  lo  sustaiKÍal,  contradichas  ni  en  el  ardor  de  la  po- 
lémica: 

•lApenas  se  instaló  la  asamblea  nacional,  cuando 
los  antisetembristas,  que  veían  en  Fernández  un  ángel 
Salvador,  le  coronafon  con  las  flot-es  de  tumultuoso 


\  El  Liberal"  jyj 

11  patriotismo  y  enaltecieron  su 
ulo  de  rojos  á  los  ver4aderos  se- 
rían en  todo  esto  triturada  U  ?no- 
spara  más  exaltar  á  aquél. 
.  que  un  pueblo  entero  ha  con- 
storia  habrá  de  recoger  á  fin  de 
aginas. 

de  poder,  se  creyó  con  todo  eí 
dulacióo  le  preseirtara,  y  coaeete 
u  elevación  era  indudable. 
lidó  este  primer  triunfo,  era  me- 
u  declaratoria  de  boliviano, 
lutisino.  En  este  acto  de  eterna 
ación  sin  ejemplo,  los  setembris* 
orror  los  rostros,  y  los  aniisetern- 
n  estrepitosos  gritos,  dirigiendo 
quienes  veían,  por  todo  estc^  que 
jugaba  con  la  conciencia  de  los 
ludibrio  de  la  asamblea  y  humi- 

os,  hechos  que  no  pueden  tie^r- 
ron  á  pleno  sol,  delante  de  lodo 

[ue  algo  por  el  lado  de  la  sensibi- 
a  de  Fernández,  que  no  era  dura, 
lada.  Su  amor  al  poder  tenia  mu- 
10  de  sus  escritos  se  le  escapó  un 
;cible  amargura.  Indudablemente, 
i  buscarle  muchas  deslealtades  y 
y  tniichos  tnliiSfiigios.   Encoli- 


JJÓ  Matanzas  a 

traron  allá  á  solas  y  sin  malla 
apuñalearon  sin  piedad. 

íQué  sancidn! 

Históricamente  quiere  est< 
política  no  le  dañó  sólo  en  to 
clon,  sino  que  también  le  arn 
de  homenajes  y  protestas,  < 
aspiraba  á  vivir  en  la  religión 

Alguien  ha  dicho:  nEl  hon 
te.li  Uno  se  siente  desintegra 
a^^a  creencia.  ¡Qué  no  será 
después  del  30  de  noviembrí 
nández  fué  asaltado  y  robad 
cuadrilla  de  fementidos. 

Lo  que  en  su  execratoria  e 
carie  en  lo  sensible,  fué  sin  < 
gularisimo  denuesto  de  adví 
versal  de  extranjero,  que  se 
lluvia  de  fuego  sobre  Sodoma 

Cosa  es  muy  sabida  que  el 
cólera'boliviana  es  arrojar  á  f 
un  pecador  es  infligirle  una 
vez  se  dejó  ver  que  arrojarle  < 
jero  en  la  frente,  es  la  conde 
nández  fué  arrojado  del  parí 
sobre  ninguna  otra  cabeza  cei 
bia  la  espada. del  arcángel  e: 
sobre  la  cabeza  de  Fernández 

Aun  concediendo  que  Boli 
de  promisión  para  sólo  los  e 


•lEl  Liberain  ,7^7 

e  extienda  sino  el  universo  de  las 
iulta  que  sobrepujaron  la  medida 
de  la  sentencia  contra  Fernández. 
quellos  desdenes  al  advenedizo  y 
jigantesco  por  el  extranjero  Fer- 
osan  la  prensa  y  los  documentos 
eron  entonces  lo  más  terrible,  y 
apaz  de  estorbar  una  leve  sonrisa 

jorrecidos  en  Solivia  me  he  acer 
erior,  con  vivísima  curiosidad:  á 
lávente  y  á  Ruperto  Fernández, 
entonces,  y  sólo  entonces,  he  ve- 
xir  qué,  dentro  de  diversos  bandos, 
n  desquite  de  ese  aborrecimiento, 
hasta  admiradores.  Me  despedí,  y 
tpatfa  lidiaban  por  abrirse  paso  en 

r  que  esto  mismo,  durante  el  fragor 
1  también  en  la  conciencia  de  mu- 
os  ó  imparciales  de  Bolivia?  Á  pesar 
o  no  descuidasen  en  e!  trato  el  uso 
rlitos  de  la  Sagacidad,  es  indudable 
:l  don  de  colarse,  como  por  obra  de 
s  ánimos  para  avasallar  voluntades, 
le  Quevedo  decía  que  en  los  autos 
>lderón,  el  tentador  de  la  flaqueza 
se  dejaba  caer  en  la  escena  con  tal 
marcialidad,  que  más  bien  parecía 
>  dueño  de  casa. 


j^S  MatíHzas  d¿  Ydaez 

Los  sucesos  i)iíbHcos  en  Bbüvia  distan  trecho  para 
semejarse  á  un  escenario  religioso.  Pero  la  folletería  y 
la  gacetería  proclaman  de  vo¿  en  cuello,  que  en  la  co- 
m)ddia  de  la  política  figura  siempre  allá,  como  prota- 
gonista, el  enemigo  malo  entre  comparsas  ó  legiones  de 
demonios.  ¿Qué  raro  es  entonces  que  aquellos  dos 
altos  personajes  de  Estado,  cada  uno  en  su  época, 
hayan  dirigido  más  de  una  vez  la  tramoya,  la  intriga  ó 
la  catástrofe,  imprimiendo  á  sus  burlas  contra  la  fe  po- 
lítica una  avilantez  luciferina,  reluciente  y  corruptora? 

Benavente  no  era  precisamente  lo  que  se  llama  un 
hombre  malo,  sino  cualquiera  otra  cosa  menos  temi- 
ble, pero  más  irritante.  Poseía,  además,  los  atributos 
del  cómico  de  alto  coturno,  y  sé  decir  que  entraba  en 
escena  á  lo  conquistador,  irresistiblemente. 

Sabía  en  Lima  que  los  emigrados  me  habían  col* 
mado  el  cerebro  de  carbón  en  polvo,  de  basura  y  de 
podre  á  su  respecto.  Se  presentó,  no  obstante,  á  la 
bienvenida  y  al  primer  conocimiento.  Echando  un  pa- 
so atrás,  con  aquella  grandiosidad  que  le  era  caracte- 
rística exclamó:  «»¡  Ah!  El  vivo  retrato  de  su  noble  pa- 
dre. Venga  ese  pecho.»»  Y  me  estrujó  contra  su  corazón 
entre  sus  brazos. 

Calcule  el  lector.  Hombre  desarmado  y  hombre  ga« 
nado  al  golpe. 

Ruperto  Fernández  era  torvo  y  un  poco  desmañado 
en  apariencia;  pera  dentro  de  todo  eso  sabía  ser  íntimo 
y  cordial  con  quien  quería.  Con  el  que  esto  escribe 
su  primer  saludo  fué  un  gruñido.  La  relación  del  caso 
no  tiene  interés  general. 


"El  Liierai"  339 

ie  entender  con  este  caiKliilo  c¿le- 
a  eso  que  se  llama  famüiarmente 
0.  Y  tanto  debe  de  ser  asi,  que,  con 
iido  muy  insinuante,  y  %i  mis  bien 
timígo  los  primeros  momentos,  su 
o  paso  en  mi  curiosidad  y  en  mi 

lettraji  conversadoaes  pudiera  deri- 
uo  canal,  y  este  canal  nos  Uavaría 
mUanzas  y  al  de  la  rebelión  de  no- 
;odo  está  ya  irai^citameiue  ambe> 
los  anterioreE.  Fernández  confiímii 
n  ápice  su  expocicidn  de  Salta.  Una 
ra.  Al  mencionai  el  a&o  1861,  dijo: 
in  enmienda."  Pero  ¿de  parle  de 
do  que  errores  suyos. 
Etencia  que  la  noche  del  33  de  oc- 
iva  sediciosa,  oo  precisamente  de 
,  sino  de  los  choiot  en  la  calle  «oa 
:ipado  de  los  presos  principales  y 
□os  soldados  del  cuartel  Yá&et  no 
hes  aguardando  de  un  momento  i.  ■ 
Todo  esto  trafa  exasperado  y  medio 
re.  Es  una  vulgaridad  la  so^>echa  de 
otros  una  tentativa  sediciosa,  con  U 
t  de  sí,  una  vez  por  todas,  aquel  so- 
iñez  vivía, 
menos: 

de  ímpetu  no  puede  existir  comfiU- 
|udla  soche  está  deaotande  que  en 


^^  Mata 

Yáñez  hubo  ímpetu  á  i 
¿Qué  complicidad  cabt 
no  existid  concurso  d 
nianifestaciiín  explícita 
dudar  sobre  el  concurs 
en  el  repentino  de  Yi 
Sucre. 

"Se  dice  que  con  pn 
previendo  fácilmente  q 
ira  hicieran  lo  demás.  ! 
y  del  pensamiento  críi 
mentó  físico,  ñera  echa 

"Agregan  que  esto  n 
mis  intenciones;  que  e: 
mente  cálculos  recdndi 
nen  que  Yáñez  quedd 
instigado,  y  que  este  hi 

"Pero  no  advierten, 
que  la  efectividad  exb 
cubierto  por  este  lado 

"Un  mismo  vínculo 
cente  y  á  mf  el  cuipadi 
Uno  y  otro  sostuvimos 
de  las  prisiones  en  ma 
sus  informes  sobre  la 
uno  y  otro  acordamo 
improbar  desde  luego  I 
rencia:  que  Achá  fué, 
aquel  hombre  á  I^  Pa: 

i'El  no  enjuiciamie 


in  fué  acorda 
lete.  Ningur 
amos  cuatro 
rsario  declar 
Lvila),  partids 


la  exécralo  ri 
lebía  dejar  : 

la  atención  i 
memoria  de 
mportante  d< 
1  Segundo  co 
artel.  Tocan 
sobre  el  vftK 
liferencial,  hi 

ie  octubre  pi 
¡no  de  la  re 

nte  su  carrer 
'  valor  á  toda 
y  convenía' 
tancias  deter 
lando  el  fue. 
i  un  valiente 
5  proditorios. 
ante  general, 
orcionada  al 


34^  Matanzas  de  Yáñez 

mientras  d  gobierna  iba  al  Sur  á  desbaratar  las  manió 
bras  de  Morales,  quien  hacía  alarde  de  tener  en  StH 
manos  la  suerte  del  país... tt 

Hay  ó  hubo  en  la  República  Argentina  un  ministro 
de  Estado,  chicheño,  natural  de  Tupiza,  repüblita  de 
Bolivia.  Este  indmduo  tiene  horror  al  hombre  y  al 
nombre  boliviano.  Huyeles  el  cuerpo  como  si  fueran 
iHia  brasa  de  fuego.  Ha  escrito  una  obra  en  dos  pai^ 
tes,— ^ttiabajos  médicos  y  trabajos  literarios, — que  per* 
tewecen  ciertamente  en  cuerpo  y  alma  á  la  bibliografía 
ftrgentiria. 

Al  fevés  de  este  personaje,  Fernández  era  argentíiio 
en  Bo$ivia.  Era  hijo  de  un  con&nel  de  ía  indepen- 
dencia, que  emigrado  por  esta  causa  tuvo  este  \ci]o^ 
antes  de  1825,  en  una  regnícola  délas  Provincias  Uni- 
das del  Río  de  la  Plata.  Fernández  era  bonaerense. 

Peií)  tanto  el  tupiceño  en  el  Plata  como  el  bo- 
jiaerense  en  Bolivia,  no  querían  llevar  el  nombre  cali- 
fittttíVDde  6U  naícimiento.  ¿Á  cuál  le  era  esto  ventajoso 
y  á  cuü  no?  De  seguro,  en  la  elección  de  Femáirfer 
hubo  generosidad,  amor  que  solo  se  siente  y  no  se  ex- 
plica. 

Uno  que  le  trató  muy  de  cerca  un  tiempo  decí^ 
q«e  no  tuviera  Fernández  ^famiás  la  éalma  suSciaiie 
para  componer  un  libro.  Sus  escritos  son  adm  de  uiut 
vida  agitadísima.  Figuran;  entre  los  folletos  de  la 
bibliografía  boliviana,  bajo  los  mSmeros  348,  843, 2099 
y  2387  de  mi  catálogo  impreso. 

Depuesta  al  parecer  toda  ambición  cuamio  le  conocí, 
y  entregado  por  completo  al  ejercicio  de  la  abogacía 


en  el  litoral,  al  hablarme  de  ciertos  cuantiosos  asuntos 
que  á  su  cargo  corrían,  me  dejd  la  impresión  de  un 
hombre  astuto  y  perspicaz  en  esos  manejos,  con  el 
criterio  legal  no  quizá  sullcientemente  ilustrado  por  el 
estudio,  pero  listo  en  ingeniar  medios  expeditivos  y 
concluyentes. 

Estadistas  hay  por  cuyas  venas,  entre  el  cerebro  y 
las  manos,  vibra  ganoso  el  ñüido  veriñcador.  Si  este 
hombre  poliiico  era  también  un  estadista,  cual  sostie- 
nen muchos  bolivianos  de  su  tiempo,  pertenecía  sin 
duda  ninguna  á  aquella  dase  de  estadistas  que  dicen 
]ioco  y  hacen  mucho. 

Desde  la  cima,  no  por  cierto  de  las  grandezas  sino 
de  las  desventuras  de  Bolivia,  jamás  pudo  Fernández 
consmtir  en  que  se  le  negase  el  nombre  de  boliviano. 
Apellidarle  argentino  era  herirle;  no  esto  por  desprecio 
6  malquerencia  á  los  argentinos,  muy  lejos  de  eso, 
sino  á  causa  de  otro  amor  exclusivo  y  excluyente. 

Ya  puede  comprenderse  si  esta  parte  flaca  y  vulne- 
rable del  hombre  de  partido,  habrá  ó  no  servido  de 
blanco  comodísimo  y  mortal  á  sus, adversarios,  así  en 
la  prensa  como  en  la  tribuna  de  Bolivia. 

Por  este  lado  La  Causa  Nacional,  de  Sucre,  so- 
brepujó á  El  Juicio  Piiblico,  de  La  Paz,  en  injusticia 
y  en  violencia. 

Trifón  Medinacelí,  escritor  gobiernista,  olvidó  en  el 
primer»  de  dichos  periódicos,  al  calificar  la  condición 
política  de  ese  nacimiento,  que  ninguna  potestad  so- 
berana había  disuelto,  antes  de  1S35,  la  comunidad  y 
el  vinculo  que  existían  entre  las  altas  y  las  bajas  pro- 


344  Matanzas  de  Yáñ 

vincias  de  un  mismo  virreinato, 
madre  por  seguir  al  padre,  optan 
siempre  por  Bolivia  cuando  se  ve 
política. 

Bolivia  fué  desde  entonces  el  üi 
nández;  inorando  allí,  vivía  domes 
iguales;  era  boliviano  hasta  la  mé 
La  asamblea  constituyente  de  i8i 
moral  es  muy  respetable,  no  pii<j 
cuencia  de  estos  hechos,  Ponien 
sesión  asaz  tempestuosa,  declaró  á 
boliviano  de  nacimiento. 

Un  escritor  boliviano  defendid  ; 
camente  en  esta  y  en  otras  much 
de  la  execratoria,  durante  la  exe 
de  la  execratoria.  Ese  escritor  es  A 
gado,  natural  de  Sucre,  fundador  ; 
BERAL,  eco  muy  interesante  de  la  i 

Semanal,  de  Sucre,  apareció  el  9 
dos  meses  después  de  caído  Fernái 
el  niimero  24  (agosto  3).  I^  forma 
de  gaceta  menor  á  tres  columnas, 
números  aparecieron  en  folio  con 
columnas.  Usó  de  la  Imprenta  1 
Beeche. 

Abierta  y  briosamente  contrario 
cusa  sus  simpatías  muy  decidida: 
Fernández  y  Morales,  proclama 
Ciregorio  Pérez  á  la  presidencia,  y  1 


El  Liberal»  34S 

a  presidencial  de  José  María  de 

!  independencia  respecto  del  se- 
il  advertir  que,  por  amor  á  Fer- 
antibelcistas  furiosos,  está  dis- 
imper  lanzas  con  el  setembrismo 
I  primero  y  desprecia  al  segundo. 
El  Liberal  pretende  desatar  el 
íanzainiento  legal  del  orden  pú- 

puede  ser  más  interesante.  La 
lelto  es  pintoresca, 
inseña  y  ensueño,  iris  y  áncora 
partidos  todos,  y  para  los  hom- 
insternados  viven  fuera  de  las 
^piración  ardiente  hacia  el  plan- 
1  constitucional  en  la  repiSblica, 
ingre  derramada  y  de  tanta  ruina 
ar  este  objetivo,  venimos  á  la 

que  "hemos  marchado  siempre 
uestros  esfuerzos,  agotando  pri- 
para  luego  matar  en    nosotros 

m  i  ni  st  rae  ion  Sucre,  la  observan- 
ciona),  de  parle  de  los  gobiernos, 
aratosa,  en  realidad  fementida  y 
de  revoluciones.  Debía  suceder 
atre,  extinguida  en  el  ánimo  po- 
:1  imperio  del  derecho,  se  alzara 
e  la  fuerza,  como  arbitra  arbitra- 


i.'  "f 


^ 


J4Ó  Matanzas  de  Yáñez 

dora  y,  junto  con  eso,  como  fomentadora  de  nuestras 
contiendas  civiles. 

— De  aquí  han  resultado  males  que  empeoran  cada 
vez  más  y  más  el  terreno  para  el  planteamiento  del  ré- 
gimen constitucional.  Han  sido  maleados  los  hábitos 
sumisos  y  otros  varios  antecedentes  coloniales,  muy 
favorables  al  buen  orden.  Hanse  acumulado  para  la 
labor  política  entidades  perniciosas  y  fuerzas  disol- 
ventes. 

— ¿Quién  no  contempla  hoy  minado  por  donde 
quiera  el  principio  de  autoridad?  '¿Quién  no  ve  alzarse 
por  todas  partes  altanero  el  espíritu  de  insubordinación? 

— Lo  que  es  la  administración  del  municipio,  antes 
de  ahora  no  infecunda  en  quehaceres  de  índole  comu- 
nal, es  hoy  rodaje  chillón  y  favorable  -tan  sólo  á  inte- 
reses mezquinos. 

— Más  nos  valiera  estar  recién  salidos  de  una  tiranía 
á  lo  Rozas,  que  no  como  estamos,  en  campo  esterili- 
zado por  el  desprestigio  de  las  instituciones,  vivaquean- 
do bajo  el  plomo  de  nuestras  discordias,  transidos  por 
el  frío  de  nuestros  desengaños  y  de  nuestro  escepti- 
cismo. Más  nos  valiera;  porque  así  quizá,  como  nuestra 
hermana  del  sur,  surgiríamos  ahora  animosos,  merced 
al  escarmiento  de  una  experiencia  fí^ca,  y,  por  lo  sus- 
mo,  aguijoneadora  del  espíritu.  De  este  mod»  RdseA- 
tregariamos  ahora  con  amor  nuevo  y  con  rirgins^  entiF 
siasmo  á  las  prácticas  de  la  vida  libre  per  el  d^^echo  y 
dentro  del  derecho. — 

Nada  dice  este  político  sobre  la  práctica  4el  trabajo 
allá  donde  refnan  el  ocio  y  la  pobreza  revolucionarios, 


..J 


"El  Liberal»  J, 

nada;  ni  se  digna  ver  que  la  ubicación  geográfk 
sido  no  escasa  parte  en  favorecer  el  reportamicnt* 
cional  entre  nuestras  hermanos  del  Plata.  No.dej 
ser  curiosa  esta  prescindencia  de  una  ecuación  tar 
portante  para  el  planteamiento  del  problema.  A 
va  á  verse  con  mayor  exttnñeza  el  remate  de  todo 
lirisnto. 

— ¿Qué  hacer  para  encarrilar  este  país  desenca 
do  por  treinta  y  siete  aflos  de  trastornos?  ¿Por  di 
y  cómo  buscar  el  sendero  legal  entre  escombros 
tados  en  todas  direcciones  por  las  vías  de  hechi 
cuando  aqui  el  caudillo  ef  todo  y  la  ley  nada! — 

Uno  tiene  que  reconocer  el  valor  incisivo  y  coi 
to  de  los  términos  con  que  el  problema  está  ptenb 
Por  eso  mismo  se  deseara  que  este  ingeniero  con! 
tor  no  prescindiera  de  la  esencíalísima  ecuación 
nómica.  Pero  lo  admirable  es  su  descubii miento 
incógnita  apetecida. 

— "Perdida  la  autoridad  de  la  ley,  no  queda 
esperanza  que  el  hombre.  Elegir  á  uno  capaz  de  t 
dr  ¿  la  práctica  los  principios  fundamentales  de : 
tro  sistema  político,  etc.,  etci' 

Es  indispensable,  después  de  esto,  copiar  tn^ 
mente  lo  demás  hasta  la  conclusión  del  artlcukr 

liHarto  nos  ha  enseñado  una  dokiioga  eipenc 
para  no  abandonar  de  una  vex  «sa  carrera  testi 
de  aventura  y  desengaño. 

"Sólo  hi  verdad  tiene  el  poder  de  reconqui» 
confianza:  recurramos,  pues,  á  ella  para  salvar  la 
litaciones. 


348  Matanzas  de  Yáñez 

•*  La  oportunidad '  se  aproxima*, '  sepamos  aprove- 
charla. •> 

Se  refiere  aquí  á  las  urnas  electorales. 

Esto  de  la  verdad  al  respecto  de  un  Salvador,  ó  sea 
del  Verbo  encarnado  en  un  Redentor,  es  solución  un 
poco  teológica  ó,  más  bien,  judaica.  Nada  dice  el  es- 
critor sobre  la  dificultad  que  hay  de  dar  con  el  verda- 
dero Mesías,  entre  tantos  falsos  Mesías  como  son  los 
preconizados  por  los  pseudo-profetas.  El  Mesías  de  El 
Liberar  era  el  bueno  de  Gregorio  Pérez. 

¿No  es  verdaderamente  curioso  ver  cómo,  en  el  país 
del  militarismo,  la  planta  del  caudillaje  germina  espon- 
táneamente, así  en  los  cerebros  cultivados  como  entre 
los  baldíos,  tanto  entre  la  plebe  inconsciente  y  secuaz 
como  entre  los  políticos  que  elaboran  la  razón  de  Es- 
tado? 

En  esto  hay  algo  para  desesperarse,  por  no  poder 
salir  algiín  día  del  círculo  vicioso  en  que  la  sociedad 
se  retuerce  desde  la  independencia  acá.  Así  lo  indica 
otro  periódico,  preguntándose  qué  dirán  nuestros  pa- 
dres los  fundadores,  qué  dirán  de  su  malhadada  obra, 
qué  dirán  desde  sus  sepulcros.  Pero  no  todos  han  des- 
cendido á  esta  mansión. 

<^¡Almas  ilustres  y  virtuosas;  idos  á  gozar,  en  el  otro 
mundo  celestial,  de  la  bienandanza  que  se  os  debía  y 
que  OB  ha  sido  negada  en  esta  triste  vidali» , 

jEn  el  otro  mundo...! 

Son  las  palabras  de  despedida,  un  poco  acibaradas 
sin  duda  ninguna  para  los  lectores  del  tiempo,  qué  un 
eco  de  la  prensa  boliviana  dirige  á  uno  de  esos  ilustres 


.> ,.  yj. 


V  Liberal» 

quien  se  partía  para 
I  viajero  ha  vuelto. 
udido  no  era  otro  q 
del  célebre  gueirille 
Manuel  Aseen sio  Pad 
a  ella  misma,  de  esa  i 
is  meridionales  del  A 
que  dicha  señora  habí 

0  una  pensión  mensu 
con  fuerza  de  ley;  per 
suspendida  á  virtud 
biemo;  orden  cuyos 
3  pudo  reparar  en  tie 
lente  por  el  jefe  supeí 

de  esas  órdenes  dict 
netáticas  del  tesoro,  > 
zo  á  ciegas:  i'Se  suspt 
;l  pago  de  pensiones 

1  triste  anuncio  es  El 
2.  Fué  la  única  de  la 
¡te  fallecimiento.  Razi 
lación  no  pueda  más 
nró  debidamente  la  \ 
muerte  de  la  bercúca 

D  la  lanza  con  empuje 
ilanco  mameluco,  blu 
casco  liviano  de  bruf 


1 

SSO  Maíanstms  de  Yáüez 

coa  cimera,  la  tenieiita  coronela.dexkis  giserriUas  <k  k 
independencia  altoperuana,  comparte  hoy  día,  enla 
imaginación  del  pueblo,  comparte  con  su  ilustre  esposo 
la  marcial  legendaria  nombradla  de  caudillos  deno- 
dados y  constantes,  caudillos  de  las  partidas  de  cam- 
pesinos, que  en  servicio  de  la  causa  patriota  regaron 
con  su  sangre  las  antiguas  provincias  de  La  Plata  jr 
Potosí. 

E^  do&a  Juana  Asurduy,  de  sai^re  mestiza  en  ese 
grado  de  cruzamiento  en  que  predomina  más  bien 
que  la  t^z  indígena  el  tinte  andaluz.  Nació  en  Chur 
quisaca  el  8  de  marzo  de  1781,  y  allí  mismo  rindió 
el  álátao  suspiro  el  25  de  mayo  de  1862,  á  la  edad 
de  81  años. 

Mayo  25,  célebre  fecha  de  au  ciudad  natal,  por  ser 
k  dd  nacimiento  de  la  ca'usa,  á  que  debía  doáa  Juana 
consagrar  sus  años  juveniles  de  amor,  de  gl(^  y  de 
libertad. 

Su  espíritu  no  fué  extraño,  ni  con  mucho,  á  la  ru- 
dimentaria  educación  que  la  colonia  brindaba  aiia  á 
linajiudos  y  adinerados  criollos.  Pasó  algún  tiempo 
«entue  monjas  con  el  Año  Cristiano  debajo  de  los  ojo& 
Cumplía  los  24  el  día  justo  y  cabal  de  1805  en  que 
se  desposaba  con  Padilla.  Siete  años  apenas  de  hogar 
apacü)le  le  tenía  el  destino  reservada 

Desde  181 2  el  infatigable  jefe  de  montoneros,  siem- 
pre sobre  el  caballo,  apareciendo  tan  pronto  en  un 
k^gar  como  en  otro,  se  consagró  enterameafte  á  la 
•guerra  contra  los  realistas;  guerra  de  partidarios,  de 
caballería  irregular  y  ligera,  entre  sierras  y  breñas,  con 


"El  Liberah  351 

emboscadas  y  ^rpresas,  sin  cuarteles  de  invierno  ni 
comisaría  proveedora.  Doña  Juana  peleaba  al  lado  del 
esposo  y  más  de  una  vez  la  tocó  llevar  al  combate  al- 
gunas partidas.  Cinco  años  aquellos  de  infatigables 
correrías  y  terribles  encuentros. 

Desde  1S16  tos  ejércitos  realistas  señorearon  predo- 
minantes los  centros  principales  del  Airo  Perú.  \a. 
terrible  republiqueta  andante  del  ^r  recibió  nido 
g(%>e,  golpe  nunca  bien  reparado,  en  el  sangriento 
combate  del  Villar.  De  allí  escapó  herida  doña  Juana 
dejando  en  el  campo  entre  los  mtiertos  á  su  esposo. 
Unióse  entonces  á  las  caravanas  de  la  eniigración  á  la 
Argentina  y  dejó  el  Alto  Perú. 

Alguna  vez  en  Salta  las  montoneras  de  Güemes  la 
llamaron;  su  grado  de  tenienta  coronela  le  abrid  un 
puesto  en  esas  ñlas;  el  propio  instinto  de  la  guerra  la 
arrancaba  quizá  del  albergue  al  campamento.  Fen» 
hay  tiempos  que  no  vuelven  á  buscar  al  que  una  vee 
dejux)n  en  la  soledad  de  los  recuerdos.  Estaba  ella 
fuera  de  sus  montes  y  laderas;  había  perdido  su  égida 
marcial  en  la  jornada  de  1816.  La  esposa  de  Padilla 
no  estaba  destinada  á  figurar  ni  señalarse  entre  I09 
gauchos,  tomo  entre  los  cholos  voluntarios  había  sabi- 
do figurar  y  señalarse. 

Hubo  de  volver  al  ht^ar  íijo  y  pacifico  en  poblado, 
resignada  á  su  nueva  suerte,  que  era  otra  batalla,  la  de 
■trabajar  para  vivir  y  suspirar  en  tierra  extraña. 

Por. fin,  el  estruendo  de  Ayacucho  resonó  en  el  hos- 
pitalario asilo  como  un  llamamiento  del  suelo  natal. 
Fué  de  los  primeros  en  repatriarse.  Un  año  después, 


1 


JJ2  Matanzas  de  Yáñez 

en  1825,  Simón  Bolívar  le  estrechaba  la  mano  en 
Chuquisaca  y  decretaba  su  pensión. 

En  llegando  hubo  de  abrir  una  nueva  suerte  de  cam- 
paña, la  de  los  litigios  engorrosos  y  gravosos,  para  re- 
vindicar  un  predio  de  su  propiedad,  no  bien  adquirido 
en  su  ausencia  por  terceros. al  amparo  de  la  ley  marcial 
de  los  realistas.  Pero  de  mano  de  los  vencedores  halló 
pronta  justicia  por  la  vía  administrativa,  y  luego  ai 
punto  pasó  á  labrar  la  tierra  en  pos  de  adquirir  por 
allí  un  bienestar  para  la  vejez. 

No  lo  alcanzó.  I^ejos  de  eso,  en  sus  ültimos  años 
tuvo  que  vender  aquella  finca  para  hacer  frente  á  pre* 
miosas  necesidades.  £1  presupuestó  nacional  Seguía 
anualmente  glosando,  en  la  partida  de  pensiones,  el 
ítem  aquel  de  Simón  Bolívar:  '«Á  la  tenienta  coronela 
de  la. patria  doña  Juana  Asurduy...  480  pesos.n  Pero 
el  pago  era  alguna  vez  intermitente  y  precario.  Los 
tiempos  no  eran  de  plata  sino  de  hierro.  No  eran  dife- 
rentes de  aquellos  en  que  ella  guerreaba  por  fundar 
esta  patria  independiente  y  sin  ventura. 

No  alardeaba,  sin  embargo,  de  lo  pasado  ni  murmu- 
raba de  lo  presente.  Era  sobria  de  palabras  como  un 
veterano.  Algunos  niños  curiosos  y  ladinos,  en  sabien- 
do que  moraba  de  paso  en  la  ciudad,  nos  costeábamos 
hasta  su  alojamiento  y  la  acosábamos  á  preguntas. 
Imposible .  que  se  prestara  nunca  á  un  franco  relato. 
Pero  una  vez,  tocada  seguramente  en  la  noble,  abrié»- 
dosele  con  ceño  varonil  las  ventanillas  de  la  nariz  casi 
,tanto  como  la  boca,  esclamó: 


nEl  Liberaba  JS3    ' 

««¡Guay,  que  al  fin  rajaron  Ja  tierra  aquellos  chape- 
tones malditos!t> 

Rajaron  la  tierra,  Esto  sí  que  es  escapar  llevando 
el  terror  y  velocidad  del  rayo. 

Pero  todo  esto  es  ya  historia  antigua.  Veamos  un 
Tetrospecto  de  historia  contemporánea. 

Un  periódico  de  Potosí  decía  en  diciembre  de  1861, 
refiriéndose  á  la  facción  de  setembristas  acaudillada 
por  Fernández: 

í'Uná  facción  iinplacable,  desconociendo  los  senti- 
mientos fusionistas,  de  reconciliación  y  de  fraterni- 
dad que  había  proclamado  el  gobierno  de  mayo,  pre- 
tendía sostenerse  en  el  poder  á  toda  costa,  dominar  la 
república  sin  piararse  en  medios,  por  criminales  y  ne- 
fandos que  fueran. 

*»Esa  facción,  ¡X)seída  de  ideas  oligárquicas,  teme- 
rosa de  que  con  Ja  fusión  se  le  cayese  de  las  manos 
un  poder  que  creía  ejercer  con  derecho  exclusivista, 
levantó  el  estandarte  .de  la  rebelión  contra  el  gobierno 
de  mayo,  proclamando  para  mayor  ignominia  á  un 
extranjero,  que  había  tratado  de  establecer  en  Bolivia 
su  do0iinación  por  medio  de  la  sangre  y  del  terror. 

mLos  escandalosos  asesinatos  de  La  Paz  en  23  de 
octubre,  e«as  víctimas  sacrificadas  en  el  silencio  de  la 
noche,  esos  lagos  de  sangre,  que  han  manchado  la 
historia  de  Bolivia  con  crímenes  propios  sólo  de  hordas 
antropófagas,  han  sido  las  premisas  de  aquella  rebelión. 

»»Lo8  acontecimientos  del  23  de  noviembre  en  La 
Paz,  del  30  del  mismo  en  Sucre  y  del  3  de  diciembre 
en  Potosí,  por  donde  se  ha  manifestado  aquella  rebe- 

23 


^     3j4  Matanzas  de  Yáñez 

lión,  han  hecho  correr  nueva  sangre  en  La  Paz  y  en 
Potosí,  y  son  la  consecuencia  inevitable  de  los  trabajos 
que  se  iniciaron  con  las  matanzas  de  octubre. 

"Muchas  víctimas  tenemos  á  estas  horas  que  deplo- 
rar. Pero,  entretanto,  el  buen  sentido  del  pueblo  boli- 
viano, que  miró  con  horror  los  asesinatos  y  con  des- 
dén la  nefanda  rebelión,  ha  salvado  al  país  de  la 
espantosa  anarquía  en  que  parecía  hundirse,  y  ha  res- 
rablecido  radiante  y  puro  el  régimen  constitucional,  m 

Es  un  tópico  habitual  de  la  prensa  de  Bolivia  este 
del  buen  sentido  del  pueblo  boliviano  salvándose  per- 
petuamente á  sí  mismo,  y  salvando  á  punta  de  amor 
al  orden  la  civilización  del  género  humano.  Los  perió- 
dicos de  todos  los  colores  y  los  caudillos  de  cualquiera 
talla  están  allá  concordes  en  el  sistema  viejo  y  nuevo 
de  adular  por  este  lado  al  pueblo  boliviano.  Prodigan 
á  la  opinión  del  país,  á  la  gloriosa  sensatez  de  la  hija 
predilecta  de  Bolívar,  los  términos  de  son  más  lison- 
jero y  de  más  sarcástico  sentido. 

¡Ay  del  escritor  boliviano  que  se  atreviera  á  en- 
rostrar á  ese  pueblo  sus  enormes  faltas!  Que  cosechara 
impopularidad  sería  cosa  lógica,  aun  cuando  hablara 
oportunamente  para  la  enmienda.  Pero  es  el  caso  que 
el  mundo  se  le  vendría  encima.  Con  la  mejor  buena 
fe  los  hijos  de  Bolivia  le  fulminarían  el  anatema  de 
infame  traidor.  Contemplarían,  allá  en  su  majestad 
inviolable,  contemplarían  á  este  reprobo  de  los  repro- 
bos arrastrando  las  cadenas  del  universal  desprecio, 
baja  la  frente,  escondiéndose  de  sus  semejantes  por 
los  senderos  de  una  vida  oscura  y  miserable. 


-  .^ 


»E¡Liberal>t  j^j 

En  los  tópicos  adulatoríos  un  candidato  ó  pteten- 
diente  no  debe  allá  retroceder  ni  ante  lo  asquerosa 
Así,  por  ejemplo,  es  de  grandes  resultados  para  la  po- 
pularidad frases  como  esta;  "Me  postro  de  hinojos  á 
besarle  las  llagas  á  la  purísima  Bolivia."  ¡Labios  y  na- 
rices sobre  aquellas  llagasl  La  nauseabunda  mentira  es 
uno  de  los  rasgos  más  patéticos  y  enérgicos  de  la . 
prensa  política. 

Por  aquí  puede  verse  que  el  periddico  potosino  no 
anduvo  temerario  con  sus  sarcasmos  adúlatenos  sobre 
el  buen  sentido  y  amor  al  orden  del  pueblo  boliviano, 
y  tiene  mucha  razón  cuando  establece  enlace  estrecho 
entre  los  sucesos  del  último  semestre  de  i86i  en  el 
norte  y  en  el  sur  de  la  repiíblica. 

Hay  que  recordarlo  nuevamente.  Por  pacto  recién 
jurado  de  todos  los  partidos,  imperaba  entonces  é  im- 
pera todavía  una  liberal  y  cautelosa  constitución  polí- 
tica. Gobernantes  y  gobernados  están,  pues,  coloca- 
dos en  el  caso  de  acreditar  su  patriotismo  y  su  buen 
sentido  en  vísperas  de  unas  elecciones,  que  serán  ge- 
nerales y  para  la  renovación  de  todos  los  poderes  del 
Estado. 

En  las'prisiones  en  masa  y  en  las  matanzas  de  bel- 
cistas  hemos  visto  lo  que,  tocante  á  observancia  cons- 
titucional, pudo  ofrendar  ante  el  buen  sentido  del  país 
el  poder  ejecut¡voysu,políticafusionista.  En  la  rebelión 
femandista  de  sur  y  norte  hemos  visto  lo  que,  para  la 
cabal  vigencia  del  pacto,  brindó  la  lealtad  de  los  se- 
tembristas.  Pero  existe  en  la  república  otro  partido. 
Ahora  vamos  á  ver  cómo  sabfan  cumplir  sus  deberes 


^2^  MaUaaás  dt  Yáñes 

políticos  y  praclkáT  sti  sometimtento  á  l«  1^  los  bel- 
.cislas. 

El  encadetumiento  de  los  hechos  es  aquí  manffies- 
to;  pero,  francamente,' me  parece  que  por  entre  estos  he- 
chos no  saha  á  figurar  crano  factor  del  producto  el 
buen  sentido  del  pueblo  boliviano. 

Setembiistas  y  belcistas  he  dicho.  Por  ellos  entien- 
do aquí  la  parte  gruesa  de  uno  y  otro  partido^  la 
turbamulta  más  apasionada  que  intelectual,  esa  que 
milita  impetuosamente  en  las  revoluciones  bc^ivianas. 
Bien  se  puede  advertir  que  estas  dos  mayoiias  befigc- 
nntes,  cada  una  por  su  lado,  no  prestaban  su  apoyo  al 
gobierno  legal.  Fiados  en  este  turbul^Uo  mal  espfíitu, 
un  poco  distante  del  buen  sentido  político,  los  direc- 
tores de  las  rebeliones  de  cuartel  que  hemos  presen- 
ciado y  vamos  todavía  á  presenciar  desde  los  bakooes 
de  la  prensa,  cuentan  y  contarán  siempre  de  s^uro 
con  tener  prosélitos  y  con  poder  engrosar  sus  filas  de 
combate  tan  luego  de  haber  Utazado  su  grito  contra  el 
orden  legal. 

Son  las  columnas  de  un  peiiódico,  nutridísimo  de 
informaciones,  en  el  lugar  propio  de  los  sucesos^  las 
que  van  á  poner  delante  de  nuestros  ojos  un  escándalo 
más,  el  escándalo  que  en  la  primera  página  del  régi- 
men constitucional  vigente  hacta  ya  falta,  el  escanda 
belcisU.  £n  des^rgüenza  y  audacia  la  prevaricación 
bekista,  no  quiere  ir  en  zaga  de  la  prevaricación  sc- 
tembrísta,  al  lanzarse  por  la  pendiente  de  las  vías  de 
hecho. 

Como  siempre,  genizaros  sin  fe  ni  1^  darán  cala 


r^ 


••<£/  Liberahy  J57 

casa  de  gobierno  el  primer  golpe  de  mano,  golpe  fun- 
damental del  trastorno,  y  lo  darán  á  la  persona  misma 
que  tiene  en  ellos  fíada  la  custodia  de  su  autoridad  y 
del  orden  legal. 

Este  periódico  informativo  es  El  Liberal. 


-  ^«r»  ->#»— í[íji^.4 


ERAL" 


\  Sucre. — Agreda 

)estaca  el  gobierno  la  división 
Potosí. — Agreda  y  Orliz  no 
I^ombale  de  la  Caijterla. — Cn- 
lailiia  de  los  zurrones. — Con- 
. — Los  rebeldes  en  retirada  á 
'isión  Pérei. — La  piensa, 

isterio  de  Gobierno,  Isaac 
una  hoja  suelta  que  daba 
iescubierta  el  lunes  lo  de 
lombre  que  él  da  á  lo  que 
Liyo,  transcrito  por  El  I.i- 

ablemente  Salinas),  según 


jóo  Matanzas  de  Yáñez 

aparece  de  la  fírma,  escribe  á  su  tk)  don  Isidoro  Belzu 
manifestándole  la  situación  política  del  país  y  4a  soitm- 
7ie  ilusión  que  Belzu  padece  pretendiendo  vencer  en  d 
campo  electoral: — que  el  único  medio  de  entrar  en  el 
poder  es  verificar  una  revolución,  para  cuyo  efecto 
basta  con  que  proporcione  500  fusiles  en  las  fronteras, 
y  mande  un  despacho  de  general,  tres  de  coroneles  y 
autorización,  con  firma  completa,  al  señor  cónsul  ar- 
gentino don  Pedro  Sáenz  para  que  opere  á  su  arbitrio; 
pues  éste,  aunque  sabe  que  Belzu  le  tiene  mal  afecto, 
hará  todo  con  su  plata,  influencia  y  talento  político,  etc. 

"Esta  carta  fué  tomada  al  militar,  retirado  hace 
años,  Gregorio  Castillo,  en  el  punto  de  San  Andrés, 
más  allá  de  Corocoro,  camino  á  Tacna. 

•'Traído  éste,  se  ha  fugado  de  Corocoro,  mediante 
su  tío  el  jefe  político  don  Manuel  Velasco  Flor,  quien 
se  halla  sometido  á  juicio  por  esta  falta. 

«•Han  sido  reducidos  á  prisión  el  señor  Sáenz  y 
don  Ramón  Salinas,  médico;  y  se/ les  sigue  el  juicio 
•respectivo  por  los  jueces  competentes. 

»'La  carta  será  publicada  cuando  termine  el  estado 
«umario  de  la  causa. 

"La  Paz  está  tranquila..» 

No  es  la  verdad  que  estuviese  tranquila  sino  ex- 
teriormente.  El  gobierno  sentía  rugir  debajo  de  sus 
pies  una  conspiración  belcista,  y  quería  dar  la  voz  de 
alarma  para  defenderse  y  ser  defendido.  Quería  que 
se  pusiese  de  pie  en  favor  del  orden  su  propio  partido 
oficial,  y  además  uno  de  los  partidos  que  con  más 
violencia  atacaba  al  gobierno.  Este  partido  no  era  otro 


que  la  facción  setembrista.  Porque  cm  de  esperar  que 
este  bando  se  estremeciese  al  oír  con  amago  el  nom- 
bre de  Belzu. 

Los  ecos  de  la  prensa  setembrista  acreditan  que  así 
sucedió  con  efecto.  El  bando  entero  se  levantó  al  alerta 
en  todas  sus  filas;  desde  la  vanguardia  intransigente  y 
conspiradora,  hasta  la  secta  puritana  y  sedentaria;  desde 
aquelia  parcialidad  que  no  había  tenido  escnápnlo  en 
dejarse  encabezar  á  mano  armada  por  Ruperto  Fer- 
nández, hasta  la  caterva  que,  junto  con  otros  sedi- 
mentos del  oleaje  político,  comenzaba  á  conglome- 
rarse en  torno  del  aspirante  Agustín  Morales.  El 
ultra-setembrismo  detestaba  con  cólera  al  presidente 
Achá;  pero  más  odiaba  con  rencor  profundo  y  con 
miedo  á  Belzu. 

Con  d  alerta  del  gobierno  se  juntaba  ése  algo  en  los 
átomos  de  la  atmósfera  política,  precursor  de  una  bo- 
rrasca. 

En  estos  últimos  días  escribía  el  presidente  á  Agre- 
da, jefe  político  y  militar  en  Sucre,  sobre  que  Belzu 
pensaba  penetrar  de  incógnito  á  La  Paz,  con  el  objeto 
de  dar  cima  á  los  trabajos  que  allí  se  maquinaban  en 
su  favor.  Murmurábase  cautelosamente  en  Sucre  que 
Belzu  vendría  á  Oruro  con  sigilo,  lo  cual  acreditaba 
como  existente  una  base  de  fuerza  que  encabezar  y  co- 
ino  muy  próximo  un  estallido.  Por  último,  el  rumor  de 
tina  revuelta  en  Sucre  mismo^  revuelta  con  la  mira  de 
restablecer  allí  el  mando  de  Belzu,'  llegó  á  oídos  de  las 
autoridades  políticas. 

De  resultas,  Agreda  había  prevenido  al  jefe  de  Po- 


..j 


j62  Matanzas  de  Yáñez 

tosí  para  que  estuviese  alerta;  había  estimulado  el  celo 
del  comandante  de  la  guarnición  de  la  capital;  habíale 
ordenado  que  dispusiese  una  salida  pronta  de  la  tropa 
a  acantonarse  en  Yotala,  á  fin  de  preservarla  del  temi- 
ble contagio  urbano.  lEstámos  en  marzo  de  1862. 

Pasada  sin  novedad  la  fiesta  callejera  del  carnaval 
sin  que  se  oyeran,  en  las  ruedas  cantantes  y  danzantes 
de  esas  noches,  más  que  vítores  de  los  cholos  á  Agus- 
tín Morales, — »»ídolo  de  todos  ó  de  la  mayor  parte  de 
los  artesanos  de  aquí,»»  dice  El  Liberal, — nada  por 
las  apariencias  hacía  presentir  un  movimiento  en  sen- 
tido .tan  diametralmente  opuesto;  y  lo  era,  en  verdad, 
cualquiera  tentativa  que  abriese  el  camino  del  poder  á 
Belzu,  víctima  escapada  milagrosamente  del  puñal  de 
Morales. 

Día  señalado  para  que  saliese  la  tropa  era  el  8  por 
la  mañana.  £1  7  á  las  cuatro  de  la*  tarde  cundió 
la  voz  por  la  ciudad  de  »»¡alboroto  en  el  cuartel!  ¡revo- 
lución!» Agreda  se  sentaba  en  esos  momento?  á  la 
mesa.  Salió  inmediatamente  armado  y  seguido  de  su 
ayudante.  Por  el  camino  al  cuartel  se  le  juntaron  dos 
oficiales  fieles. 

¿Qué  había  pasado?  El  teniente  coronel  José  Benito 
Canales,  en  quien  el  jefe  político  tenía  depositada  su 
confianza,  procediendo  de  acuerdo  con  el  oficial  de 
guardia  Serapio  Carrasco,  acababa  de  sublevar  la  co- 
lumna en  el  cuartel  de  San  Francisco,  y  había  proclama- 
do presidente  de  la  república  á  Manuel  Isidoro  Belzu. 

Un  pelotón  de  unos  quince  hombres  con  las  armas 
preparadas,  á  la  cabeza  del  cual  se  puso  aquel  jefe, 


U  Liberal» 

Itata  por  donde  debía  11 

entínela,  en  la  esquina 
areció  el  pelotón.  Algu 
icnló  una  descarga  sobr< 
1  su  ayudante  hacia  el  i 
mido  opuesto  Canales 
is  de  fusil.  Se  encontrar 
pistoletazo,  hubo  Can£ 
arle  el  arma.  Al  habla  i 

lución  es  por  Belzu.-  ¿L. 


t  al  cuartel. 

,  la  tropa  fué  gratificada 
omesas.  Acudieron  al 
etirados;  mas  no  Rivad 
js  que  gozaban  pensioi 
Q  Torrelio,  Aguilar,  Peñs 
i  sueldo  ni  pensión, 
ntaron  en  la  prisión  de  i 
o  belcista,  entre  los  cu 
Torrelio,  Luis  Guerra  (i 
.,  Peñaranda  y  otros.  D 
ena  por  la  situación  del 
los  por  una  parte  y  Ágrí 
;ución: 
úieral  en  los  pueblos  ) 


'j64-  Matanzas  de  Yáñez 

ejército.  No  deseche  usted  tan  bella  ocaskki,  y  acep- 
tándola, póngase  á  la  cabeza  de  ella  para  dhigitia. 
'  — Solamente  en  este  sitio  pudieran  ustedes  habenne 
hecho  semejante  propuesta.  La  rechazo  con  indigna^ 
cf($n  y  eneigfa.  Ustedes  ofenden  mi  honor. 
•  — Pero  ¿no  es  usted  amigo  de!  general  Belzu? — pre- 
guntó Guerra. 

— ¡No!  Jamás  lo  he  sido  ni  lo  seré  en  nii  vida. 

Á  esta  respuesta  Guerra  presentó  á  Agreda  una 
carta,  y  le  dijo: 

— Esta  es  para  usted.  Léala. 

Tomóla  Agreda,  y  notando  que  iba  diñada  Al  Se- 
ñor Don...,  sin  designación  de  nombre  ni  s^Hido, 
quiso  devolverla  con  aspereza,  y  dijo: 

— Yo  no  me  llamo  Señor  Don  y  nada  tengo  que  ver 
con  este  papel. 

Guerra  insistió  con  encarecimiento  para  que  la  carta 
fuese  leída  sin  acalorarse. 
'   Agreda  leyó  en  sustancia  lo  que  sigue: 

'»Estoy  resuelto  á  salvar  la  patria  y  á  practicar  el 
último  sacrificio.  Ud.,  que  es  mi  amigo  verdadero,  me 
ayudará  en  mi  empresa,  que  no  será  difícil  cuando  ha> 
ya  patriotismo. — Manuel  Isidoro  Belstt.» 
^  ¿Era  auténtica?  Agreda  aseguró  por  la  prensa  que 
no  sabría  decirlo.  Las  gacetas  tampoco  dSucidaron  el 
punto,  que,  á  la  verdad,  fué  y  es  de  escasísimo  interés. 
Qué  importa  si  el  fondo  de  las  cosas  era  el  de  siem- 
pre: incitativa  á  la  traición,  salvar  á  la  patria,  liltimo 
sacrificio,  etc.  Nunca  ha  de  dejar  de  hallarse  un  mili- 


J 


H^l  Lideraiw  j᧠

tar  dispuesto  á  encabezar  un  motín.  ¿Quién  será. él? 
Podía  ei  nombre  dejarse  en  blanco. 

Aquí  ñiUó  en  el  papel  aquello:  *>de  todas  partes  me 
llaman."  Pero  de  viva  voz  se  había  ya  declarado  por 
los  circunstantes  la  universal  invocación  á  Belzu.    . 

Se  retiiaron  los  belcistas.  Quedó  tan  sólo  un  hom- 
bre, que  Agreda  dice  que  no  había  visto  nunca.  Éste 
le  dijo: 

— Soy  hermano  del  comisario  Chavarría.  Fui  á  La 
Paz  por  negocio  particular.  De  ahí  me  mandaron  .  á 
Tacna.  Soy  el  conductor  de  esa  carta  sin  rótulo.  £1  ge- 
neral Beku  me  encargó  que  la  entregase  xd  señor  Gue- 
iTft.  Así  lo  he  verificado  sin  que  nadie  más  lo  supiera. 

Y  salió.  Á  pocos  momentos  entró  José  Vicen  \ 
Dolado,  yerno  y  uno  de  los  principales  partidarios  de 
Belzu,  y  dijo  á  Agreda: 

' — Cuidadoso  por  usted,  traigo  mi  cama  y  vengo 
acompañarle  esta  noche. 

Durmió,  con  efecto,  en  el  cuarto  de  banderas,  al  la- 
do de  Agreda,  entre  los  centinelas. 

Á  la  mañana  se  despidió  dici&ndo  que  iba  á  ver  si 
lograba  mejorar  la  condición  del  prisionero. 

Á  poco  rato  volvió  asegurando  que,  mediante  escri- 
tura de  fianza,  había  conseguido  la  traslación  de  Agre- 
da á  casa  de  Dorado,  donde  el  primero  seguiría  custo- 
diado por  una  guardia  Agreda  aceptó.  Inmediatamente 
fué  trasladado  á  la  casa  y  recibido  allí  con  todo  género 
de  atenciones  por  la  familia. 

£1  rigor  de  las  revoluciones  bolivianas  está  á  me- 


j66  Matanzas  de  Yáñez 

nudo  templado  por  escenas  intermediarían  de  cortesía 
intrigante  y  de  generosidad  caballeresca.  Más  de  una 
vez,  en  estas  últimas,  el  "hoy  por  tí  y  por  mí  mañana" 
asoma  cautelosamente  la  cabeza  entre  los  embates  de 
las  pasiones  enconadas.  Pero  no  es  menos  cierto  que 
la  mujer  tercia  siempre  con  el  desprendimiento  de  una 
efusiva  bondad.  Casos  se  citan  de  heroica  abnegación 
femenina  al  servicio  del  adversario. 

La  esposa  de  Dorado  era,  por  otra  parte,  una  nobi- 
lísima matrona,  acaso  la  más  distinguida  de  su  tiempo. 
Era  la  poetisa  y  literata  Mercedes  Belzu  de  Dorado, 
hija  legítima  de  la  escritora  Juana  Manuela  Gorríti. 

Como  es  de  regla,  el  motín  proclamatorio  necesita- 
ba decorarse  con  la  respectiva  acta  de  pronunciamien- 
to. Algunos  quisieron  esa  noche  aplazar  para  después 
del  combate  el  cumplimiento  de  esta  formalidad.  Te- 
mían que  fuese  demasiado  omisa  ü  hostil  la  actitud 
del  vecindario.  Prevalecía,  no  obstante,  la  opinión  de 
los  que  pensaban,  que  no  les  faltaría  vecindario  que 
poder  presentar,  ante  los  demás  pueblos,  como  clamo- 
reador  de  Belzu  y  fírmante  del  acta. 

El  8  es  convocado  el  vecindario  al  gran  salón  de 
tales  pronunciamientos.  No  concurrió  ni  con  mucho  la 
mayoría,  ni  aun  la  mitad,  ni  tan  siquiera  un  octavo  del 
vecindario;  pero  hubo  concurrentes  de  calidad  según- 
dona  y  tercerona  en  el  número  bastante  para  salir  del 
paso,  más  ó  menos  como  tantos  otros  acertaron  antes 
á  salir. 

Cuando  llegó  la  hora  de  las  responsabilidades,  el 
gobierno  dijo  hábilmente  que  suspendía  todo  proce- 


¡•El  Liberal'i 


3(>7 


ú  conlra  los  simples  ñrmantes,  en 
alescencia  inconsciente  respecto  de 
iignilicancia  social  respecto  de  otros, 
ario  pudo  entonces  sin  riesgo  salir  de 
£jar  un  desistimiento,  6  á  hacer  en 
iencia  con  su  negativa.  Dicho  sea  en 
\  parte  prefirió  hacer  esto  más  tarde, 
jelcistas  camino  de  Potosí, 
imicio  donde  compareció  el  belcista 
ín  queda  dicho  en  las  páginas  287 
1  constitución  para  reprobar  aquel 
convencer  á  sus  correligionarios  que, 
:s,  obtendrían  el  triunfo  de  su  causa 


"•■•'■'^ 


I  transacciones  con  el  partido  domi- 
lar  medros  personales?  Jamás!ri  Le 
chinas  de  general  reprobación.  Y  co- 
lese  ya  por  otra  parte  muy  explicable, 
ifael  Bustillo  en  el  comicio,  quien  ha- 
ita  la  personalidad  más  conspicua  del 
y  acaso  en  la  república,  los  cargos  y 
'  los  denuestos  de  pasados  y  traidores 
los  cuchicheos  y  murmullos,  consí- 
1  nota  discordante  de  Félix  Acuña. 
scistón  en  el  bando  belcista.  Desde 
edó  diseñada  con  más  firmeza  la  fu- 
e  claramente  hubo  de  señalarse  más 
odujo  escándalos  de  prensa  muy  te- 
les belcistas! — decía  pocos  días  des- 


$68  Matanzas  de  Yáñez 

{Miés  El  Liberal; — documento  "que  es  un  insuHo  de 
la  verdad,  del  buen  sentido,  de  ^ste  pueblo  y  de  la  re- 
piiblica.'i 

Se  extendió  con  efecto  y  se  firmó  el  acia  de  (iso, 
desconocedora  de  la  autoridad  del  gobierno  establecido 
y  que  concedía  facultades  .omnímodas  al  ciudiUo  pro 
clamado,  etc.  Del  comicio  salieron  nombrados  Maria- 
no Torrelio  por  jefe  de  las  tropas  revolucionarias,  Jo^ 
Vicente  Dorado  por  prefecto  y  José  María  Aguilar 
por  comandante  de  armas.  Era  éste  un  reputitdo  jefe 
de  caballería,  hidalgo,  de  cara  blanca,  caldo  lastimosa- 
mente en  extravío. 

Esa  noche  fueron  arrestados  los  tenientes  coroneles 
Gabino  Pizarroso  y  Federico  Tardío;  los  doctoras 
Omiste,  Mercado  y  Oropeza,  con  más  Juan  José  Cho- 
pitea. 

'  El  coronel  Aguilar,  confiriéndose  á  sí  propio  el  gra- 
do de  general,  dirigió  á  los  pueblos  la  proclama  de  uso 
y  costumbre.  Decía  entre  otras  cosas: 

itMuchos  caudillos  de  segundo  orden,  dividiéndola 
nación  en  distintas  facciones,  á  cual  más  encarnizadas 
unas  ^contra  otras,  prometían  un  porvenir  talvez  mis 
luctuoso  que  la  pasada  dictadura.  Sólo  un  hombre 
puede  dominar  la  situación  del  país,  y  este  es  el  ilus- 
tre capitán  general  Manuel  Isidoro  Belzu.n 

El  9  y  lo,  al  mando  de  ciertos  comisarios,  fueron 
destacadas  en  diferentes  barrios  partidas  para  erigir 
cantidadas  de  dinero  á  sujetos  determinados  y  para 
sacar  caballos  de  las  casas  particulares.  Como  no  ha- 
bía en  el  pueblo  entonces  coches  de  ninguna  suerte  de 


<'El  liberal-i  jóff 

servicio,  el  único  vehículo  eran  las  muías  y  los  caba- 
llos. Hasta  en  nuestros  dfas  no  hay  casa  mediana- 
mente acomodada  que  no  tenga  por  eso  pesebre  con 
muías  y  caballos  de  silla. 

No  habiendo  sido  encontrado  en  casa  Manuel  Sán- 
chez de  yelasco,  magistrado  de  la  suprema  corte,  la 
anciana  su  esposa  fué  llevada  a!  cuartel  de  policía. 
Hubo  de  entregar  dos  mil  pesos  á  trueque  de  ser  puesta 
en  libertad. 

Agrega  El  Liberal,  que  de  análoga  manera  lograron 
juntar  hasta  diez  mil  pesos  los  amotinados.  El  hecho 
me  parece  inexacto. 

Es  cuenta  aparte  lo  qu^  hubiesen  apañado  del  teso- 
ro departamental,  que  t^ulzá  no  sería  mucho  más  de 
dicha  suma. 

Mariano  Aguilar,  una  de  los  que  figuraron  en  esta 
rebelión,  escribía  á  un  coronel  su  amigo,  residente  en 
Padilla,  empeñándole  "á  coadyuvar  allá  al  pronuncia- 
miento de  la  capital.  Decíale  entre  otras  cosas: 

•iLa  América  horripilada  recuerda  los  asesinatos  de 
I-a  Paz,  y  es  precisó  acabar  con  los  setembristas,  sin 
que  quede  uno  solo  pn  Bolivia.  Ha  llegado  la  hora  de 
nuestra  venganza,  y  es  preciso  no  pensar  ya  más  que 
en  exterminarlos.  ' 

"El  nombre  de  Jíehu  será  nuestro  grito,'  y  se  acaba- 
rán ya  los  sufrimientos  de  nuestros  ariiigos.  Haga  us- 
ted entender  á  los  cholos  que  los  haremos  ricos,  y  que 
se  alisten  para  formar  una  columna,  que  será  bien  gra- 
tificada; pues  tendremos  plata  de  grado  ó  por  fuerza.'' 

Agreda  no  quedó  más  de  doce  horas  tranquilo  er. 


v»  —i  f 


•^ 


j^o  Háatanzas  de  Ydñez 

casa  de  Dorado.  No  sin  sorpresa  á  las  7  de  esa  misma 
noche  fué  conducido  al  cuartel  entre  dos  nías  de  gen- 
darmes. Allí  se  le  señaló  un  calabozo  6  cuarto  interior 
para  alojamiento  con  centinela.  Al  día  siguiente  Dora- 
do lo  condujo  á  una  habitación  que  le  tenía  preparada 
en  el  cuartel  de  policía. 

Engrosada  con  presidarios,  cholos  díscolos  y  hara- 
ganes de  levita  raída,  la  columna  facciosa  marchó  el  1 1 
con  dirección  á  Potosí.  Agreda  estaba  con  el  caballo 
ensillado  para  seguir  junto  con  ella,  cual  se  le  tenía 
prevenido  un  día  antes.  En  el  momento  de  la  partida 
se  presentó  Aóis  y  le  dijo  que  quedaba  en  libertad. 

Dos  horas  después  se  restablecía  el  orden  legal  en 
la  ciudad.  Agreda  partió  seguidamente  á  incorporarse 
en  las  filas  que  debían  sostener  al  gobierno  en  Potosí. 
••Voy  á  buscar, — dijo  en  la  proclama  de  estilo,— voy 
á  buscar  la  victoria  ó  la  muerte,  n 

Pero  no  encontró  ni  muerte  ni  victoria. 

Esa  tarde  y  esa  noche  la  reprphación  del  atentado, 
por  todas  las  clases  de  la  sociedad,  fué  tanta  y  tan 
vehemente  en  los  estrados  y  corrillos  de  la  capital,  que, 
aun  amortiguando,  para  obsequio  de  la  historia,  la  vi- 
veza de  la  pintura  hecha  por  varios  periódicos,  siempre 
se  pudiera  hoy  día  calificar  de  anatema  esa  reproba- 
ción enérgica  y  unánime.  Hasta  belcistas  improbaron 
el  motín  belcista. — ^n  Belcistas  caseros  contra  belcistas 
del  monte,  M  decía  un  papel  coetáneo  al  notar  las  con- 
quistas que,  en  este  campo,  venía  haciendo  el  presi- 
dente Achá  más  bien  que  el  régimen  legal. 

VA  jefe  político  sustituto  Gregorio  Aníbarro,  perse- 


\^El  Liberaba    '  j// 

guido  y  viejo  detestador  de  Belzu,  enfrascó  sus  bríos 
todos  en  este  levantamiento  del  espíritu  publico  contra 
sus  antiguos  adversarios.  Quisiera  que  se  convirtiese 
en  un  formidable  concurso  de  voluntades,  que  robus- 
teciendo la.  autoridad  del  gobierno,  aplástase  para 
siempre  de  miierte  moral  á  los  belcistas. 

Como  no  había  horas  que  perder  á  fín  de  benefíciar 
al  intento  el  calor  de  los  ánimos,  en  la  mañana  siguien- 
te 12  convocó  á  comicio  á  todo  el  pueblo  para  protes- 
tar contra  el  atentado  escandaloso. 

Aníbarro  era  lo  que  puede  decirse  la  crema  genuina 
de  un  neto  chuquisaqueño  á  las  derechas.  Mostró,  no 
obstante,  en  la  ocasión  más  presteza  que  conocimiento 
de  la  tierra  nativa.  £1  gran  salón  de  los  pronuncia» 
mientos  y  de  las  protestas  contra  los  pronunciamientos 
se  abrió;  mas,  para  alzar  la  voz  ^n  público  contra  lo 
que  se  estaba  reprobando  con  calor  en  privado,  la 
asistencia  fué  lastimosamente  escasa. 

Gentes  había,  que  por  su  calidad  y  condición  ajena 
de  los  empleos,  estaban  llamadas  á  prestar  su  más  fír-: 
me  apoyo  moral  al  orden.  Todos  ellos  quisieran  no 
ver  sustituido  el  orden  actual  por  el  mando  belcista. 
Pero  en  hora  oportuna  no  habían  salido  á  ahogar  con 
la  persuasión  el  pronunciamiento,  cuánto  n^énos  ha- 
bían de  salir  á  reprobarlo  ahora  qne  el  motín  estaba 
ea  campaña  abierta  contra  la  constitución  y  las  leyes. 
Bien  'merecían  que  otro  motín  tras  otro  motín  vinieran, 
á  pisotearles  el  rostro  y  el  vientre. 

Lá  reunión  se  formó  de  empleados  en  consorcio  de 
ünds  dos  centenares  de  particulares,  i-aplana  mayor 


■n 


jy2  Matanzas  de  Yáñez 

de  esta  guardia  de  honor  de  la  ley  pacífica,  se  compu- 
so de  unos  quince  principales  de  la  ciudad,  no  extraños 
á  la  política  militante  ni  satios  enteramente  dé  renco- 
res. Las  filas  de  la  protesta  se  compusieron  de  estu- 
diantes universitarios,  de  buenas  gentes  segufidonas  y 
de  artesanos  acomodaticios. 

La  ciudad  albergaba  un  promedio  de  tres  mil  varo- 
nes en  estado  de  alzar  la  voz  como  ciudadatios  activos 
y  pasivos,  tres  mil  patriotas  capaces  de  sacar  inmensas 
ventajas  para  su  país,  con  solo  hacer  acto  de  presencia 
colectiva  en  ocasión  tan  oportuna. 

Els  lícito  creer  que  si  los  belcistas  no  hubieran  e^^po^ 
liado  los  dos  mil  pesos  y  no  hubieran  robado  muías  y 
caballos  y  sillas  de  montar,  no  hubiera  existido  tampo- 
co ni  ésta  correteada  y  trabajosa  protesta  escrita. 

Quedóse  Aníbarro  echando  bandos  para  que  las 
genteis  no  anden  formando  grupos,  no  se  reúnan  en 
ningún  paraje  más  de  ocho  individuos,  se  cierren  de 
día  y  de  noche  fondas  y  cafés,  vengan  por  la  noche 
al  palacio  los  comerciantes  á  organizarse  y  salir  en 
patrullas,  y  haciendo  á  todos  saber  que  él  sabrá  de- 
fender el  orden  legal  con  la  fuerza  armada  de  que  dis- 
pone. 

Medid^  precaucional  de  los  revolucionarios  fué  po- 
ner desde  el  mismo  día  7  en  incomunicación  Sucre 
con  Potosí.  Avanzadas  destacadas  en  los  caminos  de 
acceso,  estorbaban  que  ningún  aviso  partiera  de  la  ca- 
pital á  las  autoridades  potosinas.  Éstas,  en  tal  conflic- 
to, mandaron  una  partida  exploradora  compuesta  de 
oficiales  de  la  plaza  y  de  algunos  jóvenes  voluntarios, 


> 


j 


•«s;*; 


llenos  de  ardor  y  entusiasmo  por  cooperar  á  la  des- 
truccción  del  motín  de  Sucre. 

Esta  partida  capturó  en  Quivincha  al  cabecilla  co- 
ronel José  Martínez,  alias  el  Colachueca^  belcísta  de 
mala  calidad  y  de  peores  antecedentes.  También  fue- 
ron aprehendidos  con  él  tres  más  que  le  acompañaban 
en  esos  campos.  Todos  fueron  á  parar  á  la  Moneda 
para  mayor  seguridad  de  sus  personas.  Este  hecho  in- 
signiñcante  no  fué  sin  consecuencias  en  Potosí. 

¿Qué  hacía  entretanto  el  gobierno?  El  gobierno  boli- 
viano está  siempre  en  vela  por  su.  existencia.  Seguía 
ahora  con  ojo  atento  la  contienda  de  odios  belcistas  y 
setembristas;  seguíala  inquieto  Achá,  dispuesto  á  soltar, 
en  defensa  de  su  autoridad  y  de  su  subsistencia  efi  el 
mando,  aquí  la  jauría  belcista  contra  el  motín  setem- 
brista,  allá  «viceversa  la  jauría  setembrista  contra  el 
motín  belcista.  Pero  su  mayor  empeño  era  en  obtener 
la  lealtad  del  ejército,  y  en  beneficiar  el  apoyo  moral 
que  le  prestaba  la  débil  autoridad  de  la  constitución. 

Aplicando  hoy  el  oído  á  los  rugidos  de  la  prensa  de 
entonces,  puede  uno  calcular  la  intensidad  con  que 
vibraba  y  era  sacudida  por  sus  resortes  el  alma  huma- 
na, sacudida  para  todo  linaje  de  emociones,  hasta  las 
más  contrapuestas  y  tremendas. 

«Estamos  ya  en  el  segundo  día  de  carnavales,  de 
estas  locas  y  divertidas  fiestas.  Suspendemos  nuestros 
trabajos  para  dar  expansión  á  los  sentimientos  del  co- 
razón y  á  los  anhelos  del  alma.  Humor,  buen  humor, 
bellas  y  encantadoras  hijas  de  Sucre.  Animación  y 
entusiasmo,  ardorosos  é  inteligentes  hijos  de  la  capital. ir 


>   H 


■  I 


*    f 


2J4  Matanzas  de  Ydñez 

Así  decía  £l  Liberal,  abriendo  á  los  placeres  el 
raudal  de  la  vena  epicúrea,  la  antevíspera  del  7  de 
marzo  en  Sucre.  ¡Del  7  de  marzo  que,  enseñoreado 
del  país,  hubiera  sido  un  abismo  de  males  para  el  ban- 
do á  que  pertenecía  aquel  periódico! 

Para  el  gobierno  no  había  néctar  ni  -beleño  capaz  de 
prestar  á  sus  vigilias  mortales  la  paz  siquiera  de  una 
sola  siesta. 

La  máquina  motriz  de  una  general  revolución  bel- 
cista  de  toda  la  república  estaba  situada  debajo  de 
sus  pies,  en  La  Paz  misma,  que  no  hubiera  podido  el 
gobierno  dejar  un  momento  para  salir  á  campaña,  sin 
que  luego  al  punto  hubiese  dado  trecho  á  un  estallido 
subterráneo,  ó  á  una  defección  de  los  pretorianos  guar- 
dadores de  la  plaza.  Como  queda  dicho  en  el  capítu- 
lo VII,  página  193,  hubo  entonces  de  desprender  una 
división  pacificadora  del  Sur  al  mando  del  general 
Gregorio  Pérez. 

ti  Allá  les  envía  A  cha  una  oruga  que  ustedes  en  el 
Sur  van  á  transformar  en  una  brillante  mariposa  que 
le  libe  el  panal  á  Achá,ii  dijo  con  tal  motivo  cierta 
carta  inserta  en  un  periódico. 

El  tiempo  se  encargó  de  confirmar  la  profecía  so- 
bre esta  mariposa,  que  no  pasó  de  mariposa.  £1  panal 
fué  de  sangre.  Dura  cosa:  no  era  dable  pisar  la  cerviz 
á  un  caudillo  por  medio  de  un  teniente,  sino  á  costa 
de  ver  á  este  delegado  convertido  en  otro  nuevo  cau- 
dillo más  enhiesto  y  soberbio  que  el  primero. 

Nt)  podía  el  gobierno  tener  temores  del  lado  de 
Cochabamba.  Allá  en  el  valle  estaba  acantonado  el 


Liberal"!  ^75- 

i  noticias  más  seguras  eran 
claraban  en  mayoría  contra  el 
biertamente  las  exacciones  y 

en  Sucre.  Improvisóse  en  la 
3  de  unas  500  plazas  al  man- 
1,  y  se  promovía  en  el  valle  de 
un  escuadrón  mdvil  con  cua- 
irido  regimiento.  Por  el  lado 
ieron  trabajos  para  movilizar 

estorbar  en  Quiroga  cuánto 

á  Santa  Cruz. 

:iijn  trasladaba  sus  reales  al 
podía  ser  considerado  en  el 
)so  de  recursos. 
evolucionaría,  no  sin  cometer 
ines  de  uso  en  tales  casos,  se 
zo  á  Potosí,  ya  Agreda  estaba 
á  ¡as  once  de  la  mañana, 
ontrá  al  jefe  político  y  inilitar 
cíales  de  la  guarnición.  Fué 
iciones  debidas  á  un  fiel  com- 
ozmente  acudía  á  compartir 
ciudad.  Sus  primeras  interro- 

naturalmente  á  saber  el  nii. 
;rza  armada  con  que  Potosí 

(a  allí  motivo  para  desesperar 

constaba  de  unas  doscientas 
ida  y  reglada.  Unos  ochenta 


jyó  Matanzas  de  Ydnez 

voluntarios,  todos  ellos  empleados  y  trabajadores  de  la 
casa  de  Moneda,  guarnecían  con  buenos  rifles  este 
«norme  y  sólido  edificio  de  la  época  colonial.  Un  me- 
dio centenar  de  jóvenes  resueltos,  todos  ellos  comer- 
ciantes y  dependientes  del  gremio  de  minería,  formaba 
una  partida  montada  y  armada  de  rifles  á  las  órdenes 
de  Narciso  de  La  Riva,  un  propietario  particular. 

Estas  tres  fuerzas  estaban  animadas  de  un  excelente 
espíritu  marcial  en  favor  del  orden.  Los  ánimos  se 
mostraban  decididos  á  defender  la  constitución  y  á 
sus  autoridades  con  valor  y  con  honor  juntíuxiente. 
Agreda  revistó  las  armas  y  municiones,  exhortó  á  la 
tropa  y  fué  acogido  con  protestas  ardorosas  y  aclama- 
ciones. 

Tanto  la  guarnición  de  la  Moneda  como  los  volun- 
tarios de  La  Riva,  miraban  la  empresa  desde  un  punto 
to  de  vista  menos  legitimista  y  más  particular.  Los  bel- 
cistas  venían  presididos  de  una  triste  fama.  Sus  exac- 
ciones y  extorsiones,  requeridas  todas  ellas  por  la 
necesidad  extrema  de  sostenerse  y  moverse,  provoca- 
ban, en  las  gentes  que  vivían  pacíficamente  de  su  tra- 
bajo al  amparo  del  orden  legal,  sentimientos  repulsivos 
semejantes  á  los  que  inspiran  los  bandoleros  y  saltea- 
dores de  caminos.  La  rebelión  belcista  supo  rodearse 
de  esta  atmósfera  desde  el  primero  hasta  el  ultimo  mo- 
mento de  su  existencia. 

Su  caso  fué  tan  ejemplar,  que  desde  entonces  el 
motín  pretoriano  procuró  siempre  tener  dinero  fiscal 
en  caja  para  las  primeras  gratificaciones  del  cuerpo 
traidor,  y  contar  de  seguro  con  cantidades  ciertas  en 


n  El  Lióeral  II  J77 

)lico,  ó  con  los  fondos  de  alguna  obra  pía 
wcia  ya  vista  de  antenianu.  Las  épocas  en 
1  en  las  tesorerías  departamentales  la  con- 
ligenal,  han  sido  por  eso  de  muchos  temo- 
rden  público. 

lido  muy  fea  suerte,  dispersándose  á  me- 
sin  figurar  en  ningiia  combate,  una  fuerza 
en  Sucre  de  la  misma  manera  que  estos 
ie  Potosf.  Bien  es  cierto  que  los  de  la  ca- 
ites que  laboriosos  particulares,  setembrís- 
ros  y  detestadores  del  belcismo,  con  mucha 
ante  y  ningunas  obras  positivas. 
}mo  jefe  de  mayor  graduación,  asumió  el 
lerior  de  las  fuerzas  de  Potosí, 
lera  de  toda  duda,  que  desde  la  llegada  de 
>tan  en  el  ánimo  del  coronel  Ortiz  singu- 
ías. 

Q  día  13,  al  retirarse  ambos  de  uno  de  los 
ares,  el  coronel  dijo  al  general: 
ba  y  estoy  dispuesto  á  salir  hasta  Samasa, 

allí  á  esos  bandoleros. 

igo, — Agreda  contestó,^ — no;  eso  sería  fa- 

tropa  en  vano.  Aguardemos  á  que  vengan, 
que  ü  otro  punto  de  las  goteras  podremos 
1  mayores  ventajas. 

ituralmente  indicado  para  un  aposesiona- 
:uno  era  el  de  ¡as  alturas  de  la  Cantería. 
irdÓ  sobre  esta  operación  ese  día.  No  se 
ra  en  practicar  un  reconocimiento, 
a  mañana  salia  de  la  jefatura  á  caballo  Aní- 


37^  Matanzas  de  Yáñez 

ceto  Arce,  un  industrial  interesado  por  el  orden  públi- 
co. Elncontróse  con  Agreda  y  le  dijo: 

— Me  dio  cita  para  hoy  á  esta  hora  el  coronel  Ortiz, 
~á  fín  de  salir  á  examinar  los  campos  de  San  Roque  y 
de  la  Cantería,  y  ahora  me  dice  que  está  ocupado.  Más 
tarde  volveré. 

— Bueno,  amigo» — contestó  Agreda; — iremos  juntos. 

Ni  Agreda  ni  Ortiz  fueron  jamás.  El  primero  hubo 
de  atenerse  en  todo  á  los  informes  que  poco  más  tarde 
le  trasmitió  Arce  sobre  aquellas  localidades. 
-     El  coronel  Francisco  Yáñez  estaba  en  el  Baño  en 
observación.    Acompañábale  una  partida  de  jóvenes 
allegadizos,  deseosos  de  prestar  sus  servicios  á  la  causa 
de  las  leyes  junto  con  los  detensores  de  la  plaza.  Tan 
luego  como  el  coronel  divisó  á  los  rebeldes,  retrocedió 
dos  leguas  hacia  la  ciudad  y  trasmitió,  como  es  de 
creerse,  el  pronto  aviso  á  la  plaza.  A  medida  que  hubo 
de  ir  retrocediendo  ante  el  avance  de  los  enemigos, 
fué  despachando  emisarios  de  alerta  á  las  autoridades. 
Por  ultimo  llegó  él  mismo  á  las  goteras  de  la  ciudad 
con  los  rebeldes  á  la  vista,  sin  que  el  campo  estuviese 
todavía   ocupado  por    las  armas  constitucionalistas. 
¿Habían  resuelto  estos  soldados  no  salir?  No,  sin  duda 
ninguna;  porque,  andando  un  poco  más,  pudo  él  adver- 
tir que  llegaban  éstos  al  arrabal  de  San  Roque  con  la 
pretensión  de  ocupar  á  tiempo  las  alturas. 

El  tiempo  había  trascurrido,  dentro  de  la  ciudad, 
sirl  que  se  supiese  si  los  defensores  de  la  plaza  salían 
al  campo  ó  se  quedaban  á  combatir  en  las  calles  ó  en 
sus  cuarteles.  Agreda  estaba  en  su  habitación  cuando 


.iberal'i  379 

le  dijo: — "Señor  general,  ya 
rpresa.  Agreda  ha  sostenido 
;ia  de  1o^  partes  trasmitidos 

:sta  llegada  debieron  de  ha- 
el  Oniz.  En  oficio  del  día 
ués  la  prensa,  decía  á  horas 

la  Guerra: 
aria  debe  dormir  esta  noche 

mañana  á  esta  hora  tendré 
car  á  V.  G.  el  triunfo  de 
cciosos.i' 

;r¡do  que  el  estado  de  ánimo 
)¡amente  el  de  un  vencido. 
arcial  ardimiento  contra  los 
es  digno  de  notarse  que  no 
¡os  de  eso:  se  desmontó  del 
go  para  quedar  de  igual  con- 
ereno  las  órdenes  de  mando, 
>¡o  en  lo  más  reñido  del  en- 

tar,  que  antes  de  salir  Ortiz 

e  los  aguardemos  aquí  no 

estaba  usted  dispuesto  á  sa- 

í  Agreda, 

«  Ortiz. — Ya  está  ensillado 

;ral. 

:  las  tres  de  la  tarde,  200  in- 


jSq  Matuuzas  de  Ydñez 

fantes  de  la  columna  municipal,  y  unos  cincuenta 
rifleros  montados.  Tenían  que  combatir  contra  450 
insurgentes,  de  los  cuales  tan  solo  60  eran  vetera- 
nos. Cerca  de  300  hombres  de  combate,  reclutados  de 
improviso  para  la  rebelión  en  siete  días.  Era  mucho 
para  Can  mala  causa  en  distritos  tan  hostiles  al  bel- 
cismo. 

Gran  consternación  reinó  desde  este  momento  en 
la  chindad.  Oyóse  muy  luego  un  nutridísimo  fuego  de 
fusilería  hacia  el  lado  de  la  Cantería  por  el  espacio  de 
media  hora.  Momentos  después  anuía  por  las  calles  la 
gente  vencedora.  Algunas  personas  piadosas  traían  en 
una  camilla  el  cadáver  ensangrentado  y  desnudo  del 
coronel  Ortiz. 

Démosle  la  palabra  á  Agreda  respecto  de  loque 
había  ocurrido.  Es  fuente  autorizada.  De  este  relato 
aparece  la  imprevisión  y  el  desconcierto  de  que  dieron 
pruebas  lastimosas  los  jefes  militares  de  la  plaza,  y  el 
mismo  Agreda  antes  que  todos. 

"Al  llegar  á  las  puertas  de  la  Alameda  encuentro  al 
coronel  Yáñez  con  su  partida;  le  pregunto  por  el  ca- 
mino que  traían  los  enemigos,  siempre  en  la  inteligen- 
cia de  que  se  hallaban  distantes.  Me  dice: — »*El  ca- 
mino de  la  Cantería;  ya  están  cerca. «<  Mando  que  tome 
la  vanguardia  y  redoble  el  paso. 

t^Llego  al  arco.  Descubro  q\ie  los  enemigos  subían 
por  la  falda,  espaldas  del  Condorcunca.  Cambio  de 
direccícki  por  la  derecha  y  salgo  al  campo  por  un  es- 
trecho paso.  Formo  en  columnas  por  mitades  y  avan- 
EO  al  trote  con  intención  de  ocupar  aquella  altura. 


r 


ti^/  LiberOihx  381 

Cuando  llegué  á  la  base  lod  enemigos,  dómindndo  ya 
la  cúspide,  rompen  un  fuego  activa 

»<  Al  instante  mando  al  teniente  coronel  Davalo^  con 
dos  mitades  á  que  se  posesione  de  aquel  punto  intere* 
sante.  S%oIe,  animaiido  las  miUides,  qué  trepan  la 
cima  con  la  bravura  del  soldado  boliviano.  Cuando  los 
enemigos  daban  ya  la  espalda,  sentí  los  fue^  del 
resto  de  nuestra  columna,  que,  sin  motivo  en  mi  con- 
cepto, los  dirigían  sin  orden  ni  método.  Bajo  presuroso. 
Ni  la  voz  de  sus  jefes  ni  el  toque  de  cometa  pudo  ya 
contenerlos. 

•  ««Unos  cuantos  soldados,  de  los  quel  el  señor  Ortiz 
enganchó  en  aquellos  días,  y  que  estaban  ya  én  media 
falda,  habían  vuelto  la  cara  y  disparado  sobre  sus  com- 
pañeros. Esta  fué  la  causa  de  los  fuegos  desordenados, 
del  pánico  que  se  trasmitió  en  toda  nuestra  lín^a  y  de 
la  derrota  que  sufrimos  en  consecuencia. 

"Al  misdio  de  ella,  envuelto  entre  los  fugitivos,  es- 
cuché  una  voz  que  decía: — »»Dávalos,  ya  no  puedo 
más;  favorézcame  usted.  »•  Vuelvo  la  vista  y  veo  que  el 
generoso  y  valiente  teniente  coronel  Dávaloá,  én  mo- 
mentos tan  difíciles  y  apremiantes,  se  baja  del  caballo 
y  se  lo  da  á  Ortíz.  Ya  no  le  vi  más.  \ 

"En  Caisa  supimos,  por  un  sargento,  que  habí£^  si<}o 
víctima  de  la  traición  y  de  la  infamia  de  un  soldado 
suyo.  ¡Desgraciado  coronel!  Habría  dado  la  mitad  de 
mi  sangre  por  volverle  á  la  vida.»» 

La  verdad  es  que  la  columna  municipal  de  Potosí 
^  no  merecía  toda  confianza.  Oficiales  y  clases  suyos 


3^^ 


Matanzas  de  Yáñez 


había  que  estaban  á  la  sa^^n  pr<5fugo$  ó  procesados  por 
delito  de  seducción. 

El  vecindario  y  la  masa  popular  de  Potosí  acogieron 
á  puerta  cerrada  á  los  rebeldes  triunfadores.  Dice  una 
carta  de  Potosí  impresa  en  El  Constitndicfnal,  de 
La  Paz: 

=  «I Los  propietarios,  empleados  y  artesanos  huyeron  y> 
se  encerraron  en  sus  casas.  En  la  plaza  paseaban  sólo 
Frontaura  como  prefecto  del  departamento,  el  argen- 
tino Zamudio  como  administrador  de  correos,  Torrelio 
y  Árien  de  plumas  blancas  (causas  únicas  de  este  ban- 
dalaje),  y  varios  otros  de  plumas  negras  é  insignias  de 
coroneles.  El  palacio  era  un  laberinto...» 

No  era  completo  el  triunfo  todavía.  Lo  atduo  y  lo 
más  interesante  de  la  empresa  quedaba  por  acometer. 

En  el  centro  de  la  ciudad  de  Potosí,  y  ocupando 
unas  dos  manzanas  de  su  planta,  álzase  el  célebre 
edificio  de  la  casa  de  Moneda,  gigantesco  y  macizo 
monumento  de  granito,  que  desde  los  días  de  la  coló-, 
nia  esconde  en  el  dédalo  de  sus  patios,  oficinas,  pasi- 
llos, talleres  y  recámaras,  un  mundo  de  secretos  dra- 
máticos y  de  leyendas  populares.  Allí  estaba  el  director 
encerrado  con  sus  ochenta  voluntarios,  dispuesto  á 
soportar  un  sitio  de  pocos  días,  mientras  venían  en  su 
auxilio  del  Norte  tropas  regladas  del  gobierno. 

Corríase  que  dentro  del  edificio  había  inmensos 
tesoros  y  considerables  pertrechos  y  armamento. 

Los  belcistas  venían  precedidos  de  la  triste  fama  que 
sabemos,  fama  de  expoliadores  y  exactores.  Por  eso,  en 
aposentándose  dentro  de  la  ciudad,  desplegaron  con 


on  los  vencidos  y  r 
iesvios  y  repulsas  qi 
lanifestarles. 
y  su  codicia  en  otra 
epasaban  por  delar 
y  no  veían  cómo 
-  pTontamente  aquel 
ia,  la  noche  y  h  m 

^nes  elementales  ei 
en  la  Moneda.  O  f 
jedar  allí.  Un  emi 
arnición  cívica.  No  i 
s,  ni  los  sujetos  sos| 
)s  abiertamente  coni 
Allí  quedaron  algún 
os  José  Martínez, 
)s,  de  valor  equívoca 

iero  dejar  la  palabn 
me  sobre  estos  sucí 

ñor.  Apenas  pudier< 
sve  horas.  En  este 
or  de  la  Moneda  i 
tas  intrigas  de  tos  et 
lente  desalentaban 
un  el  orden,  sino  qi 
a  Martínez,  que  se  h 
un  calabozo.   Del   I 


'^^ 


jS^.        .  Matanzas  fU  Yáñez 

modo  pusieron  en  libertad  á  los  demás  presos  que 
eran  custodiados  en  ]a  casa  de  igual  manera. 

«Desventurados  los  jefes  de  la  casa,  si  hulnesen  re- 
tardado la  capitulación  por  media  hora  más.  La  muer- 
te les  aguardaba  seguramente  en  premio  de  su  lealtad 
y  servicios. 

••Habiendo  caído  desgraciadamente  la  Moneda  en 
manos  de  los  enemigos,  puesto  en  libertad  Maitinez 
y  los  demás  presos,  y  en  poder  de  éstos  todos  los  em* 
pleados  de  aquélla,  se  dio  principio,  sei>or,  á  la  exac- 
ción de  los  caudales  públicos. 

••Extrajeron  55,406  pesos  5  y  medio  reales  de  los 
fondos  de  la  Moneda  y  banco  de  rescates;  20,000  pe- 
sos de  la  propiedad  del  azoguero  Matías  Arteche,  que 
se  hallaban  en  poder  del  tesorero  don  Mariano  Sa- 
las; 1,000  pesos  depositados  secretamente  por  el  con- 
tador de  monedas  en  poder  de  don  Manuel  Anselmo 
Tapia,  pertenecientes  á  los  pensionados.  La  denuncia 
de  este  depósito  se  hizo  por  otro  empleado  bekísta. 
No  contentos  con  tanto  caudal  que  se  distribuyeron 
libremente  como  botín  de  guerra,  impusieron  además 
un  empréstito  á  los  señores  comerciantes,  mineros  y  ca- 
sas de  la  ciudad.  Eln  seguida  arrebataron  con  violencia 
del  interior  de  las  casas,  de  los  ingenios  y  de  todas  las 
haciendas  del  cercado,  cuantos  caballos  y  muías  encon- 
traron; de  tal  modo  que  cada  uno  de  los  jefes  y  oficia- 
les han  conducido  dos  ó  tres  animales  para  su  re- 
monta, d 

Uno  no  sabe  qué  creer.  El  ministro  de  Hacienda, 
en  su  memoria  de  1862,  declara  que  las  rapiñas  fisca- 


r 


"^/  Liberalw  gS^ 

les  de. tos  reyolucionarios  de  mar^o  y  los"  gíistos  exce- 
dentes á  que.  dieron  lugar,  forman  un  total  de  103,000 
^  tná$  pe$os.  El  ministro  de  <jobiemo,  en  su  ntemoría 
de  jese  año,  dijo  que  ocasionaron  al  tesoro  publicó  una 
pérdida  de  150,000  pesos,  sin  decir  si  contando  $(un^ 
bien  los  gastos  represivos,  y  sin  especificar  si  la  pérdi- 
da es  en  Potosí  solamente,  bien  que  dándolo  ^  á  en- 
tender. ' 

Los  zurrones  de  plata  amonedada  tiesaparecieron. 
^ómo  no  había  de. ensanchárseles  el  corazón  á  .áque? 
líos  hombres?  . 

Rebosando  entusiasmo  y  patriotismo,  el  corojiel  Ma- 
riano Torrelio,  de  raza  indigeha,  titulándose  general  y 
yéi^  superior  militar  del.  Sur,  dirigió  el  16  á  la  fuerza 
rebfelde,  que  él  apellidaba  ejército  libertador,. wna  pror 
clama  gfíindiJocuente  que  concluía  a$í; 

«'Compañeros  de  armas:  El  caminó  que  eondute  iai 
templo  de  la  gloria. está  cubierto  de  espinas  y  /precipi- 
cios. Vosotros,  que  lleváis  el  estandarte  de  la  confraf- 
ternidad,  superaréis  todas  las  dificultades,  para  que,  eo 
el  suelo  de  la  querida  hija  de  Bolívar,  imperen  los  prip- 
cipios  republicanos  que  hemos  proclatóado.  Juntos  nos 
sentaremos  en  el  festín  de  la  libertad,  m 

Quince  días  permanecieron  en  Potosí  los  revolucio- 
narios proveyéndose  de  cuanto  pod/an  apetecer  parg 
•  uiia  larga  campaña.  Destruyeron  el  armamento  qufi  no 
pod/an  llevar.  Tenían  dinero,  pero  nada  obtenían  por 
compra.  Despojaron  de  sus  muías,  caballos,  monturas  y 
correaje  á  todos  los  ingenios  de  laboreo  y  beneficio  de 
las  inicias,  Reclutaron  gjente  en  estos  establecimientos 

25 


■»  I. 


"^ 


j86  Matanzas  de  Yáñez 

entre  los  trabajadores.  En  una  palabra,  dejaron  des- 
montadas las  faenas  mineras,  con  daño  enorme  de  una 
industria  que  es  procomunal  por  sus  beneficios,  como 
que  éstos  se  distribuyen  en  aquella  ribera  entre  los  ri- 
cos, los  pobres  y  el  fisco. 

El  despojo  de  los  ingenios  y  el  enrolamiento  de  sus 
trabajadores,  eran  dos  actos  que  por  sí  solos  bastaban 
para  acarrearle^  el  odio  del  vecindario  entero.  Es  tam- 
bién lo  más  censurable  que  cometieron,  y  aquello  con 
que  hubieron  de  soltar  la  máscara  de  afectada  mode- 
ración, exhibida  la  tarde  de  su  victoria. 

Hízose  el  vacío  en  torno  de  los  libertadores.  Egoís- 
mo no  fué  ni  indiferencia  lo  que  el  pueblo  de  Potosí 
acertó  á  desplegar  estos  días  á  la  faz  de  la  soldadesca 
opresora.  La  ciudad  volvió  con  desprecio  las  espaldas 
á  los  exactores  públicos.  Las  casas  se  cerraron,  ningún 
ciudadano  transitaba  por  las  calles,  la  población  pre- 
sentaba el  aspecto  de  un  cementerio.  Ante  esta  actitud 
tan  imponente  y  tan  hostil,  tuvieron  los  revolucionarios 
belcistas  que  quedarse  aislados  en  el  palacio  y  los  cuar- 
teles. 

Por  eso  un  documento  autorizado  ha  podido  muy 
bien  afirmar,  que  el  vecindario  de  Potosí  no  tenía  para 
•qué  protestar  por  escrito  á  la  faz  de  la  república  contra 
aquellos  opresores. 

'«Si  la  ilustrada  Sucre, — dice, — ha  protestado  solem. 
nemente  contra  la  facción  de  filibusteros  y  rotos,  que 
de  su  seno  se  ha  levantado  furiosa,  el  pueblo  de  Poto- 
sí y  muy  señaladamente  todos  los  setenibristas,  es  de- 
cir la  mayoría  de  este  vecindario,  ha  sabido  maldecirla 


1 1  Et  Liberal \  \ ,  j<?7 

con  arrogancia  y  valor  bajo  la  presión  de  ochocientas 
bayonetas.»? 

Los  jefes  belcistas  hubieran  querido  lucir  en  saraos, 
misas  de  gracia,  retretas,  etc.,  los  penachos  y  entorcha- 
dos que  les  decretara  Belzu  desde  Tacna.  Nada  de 
esto  fué  posible.  El  pueblo  desplegó  en  cambio  un 
espectáculo  muy  significativo.  Honráronse  con  pompa 
extraordinaria  los  restos  del  coronel  Ortiz.  Todo  el 
mundo  asistió  á  esta  ceremonia  con  recogimiento.  Dis- 
cursos patéticos,  llenos  de  civismo,  fueron  pronuncia- 
dos  en  las  calles  por  donde  pasaba  el  fúnebre  convoy. 

Después  de  esta  manifestación  se  comprende  muy 
bien  que  los  belcistas  no  se  atrevieran  á  convocar  el 
vecindario  para  un  pronunciamiento,  de  donde  saliera 
á  brillar  la  consabida  acta  reasumidora  de  la  soberanía, 
cuajada  de  firmas  proclamatorias  del  caudillo  redentor. 

La  prensa  y  algunos  documentos  oficiales  pintan 
vejámenes  y  atropellos  cometidos  esos  días  contra  las 
personas.  Posible  es  que  hayan  ocurrido  algunos  casos 
sueltos  y  por  motivos  especiales;  pero  es  fuera  de  toda 
duda  que  esos  negros  colores  tienen  su  origen  en  el 
enojo  causado  por  las  exacciones  públicas  y  privadas 
arriba  dichas. 

No  había  completamente  vuelto  espaldas  la  legión 
de  rebeldes  belcistas,  cuando  se  hizo  cargo  acciden- 
talmente de  la  jefatura  política  un  vecino  principal  de 
Potosí,  José  G.  de  Quesada.  En  su  informe  es  él  quien 
ha  podido  decir,  bajo  el  imperio  de  una  viva  impre- 
sión y  después  de  lo  arriba  transcrito,  esto  que  sigue: 

•'Aquí,  con  la  mano  en  el  corazón  y  la  vista  fija  en 


3S8 


Maianzas  de  Yánez 


el  deber,  y  como  industrial,  separado  de  la  vida  pú- 
blica^ sin  aspiraciones  á  ella,  y  con  la  independencia 
necesaria  para '  no  engañar  al  gobierno,  debo  franca- 
mente hacerle  saber:  que  el  partido  setembrísta,  com- 
puesto de  individuos  de  todas  clases  y  condiciones  de 
este  ilustre  vecindario,  ha  sabido  desplegar  contra  el 
bandalaje  armado,  de  Sucre,  un  patriotismo  y  una  ac- 
tividad tal,  que  sin  hipérbole  puedo  decir  que  sólo  son 
propios  de  los  tiempos  heroicos  de  Roma.  Y  si  tanto 
valor  y  entusiasmo  han  escollado  en  la  Cantería  de  esln 
ciudad,  sólo  ha  sido  debido  á  los  estúpidos  y  cajH'icbo- 
sos  empeños  de  alguien,  que  quería  sojuzgar  al  malo- 
grado coronel  Ortiz.ii 

Esta  ultima  estocada  á  fondo  hizo  saltar  á  Sebastián 
Agreda.  Saltó  á  la  prensa  con  su  folleto  374  de  mi 
.catálogo  impreso.  Propúsose  explicar  su  conducta  mili- 
tar en  Sucre  y  Potosí,  durante  los  días  que  corren 
desde  el  7  hasta  el  14  de  marzo. 

En  otros  de  sus  escritos  Agreda  nos  ha  dejado  tristes 
muestras  de  la  procaqidad  altoperuana  en  sus  arran- 
ques más  descompuestos.  Su  estilo  es  aquí  muy  mo- 
derado, particularmente  con  Quesada. 

No  tenía  el  gobierno  por  qué  dudar  aquella  vez  de 
la  lealtad  de  Agreda.  Eso  sí,  pruebas  no  tuvo  ni  de  su 
actividad  ni  de  su  pericia. 

Es  común  la  creencia  que  después  del  desastre  de 
la  Cantería  se  encerró  Agreda  en  la  Moneda. 

Salió  fugitivo  del  campo  el  14,  acompañado  de  Vá- 
ñez,  Dávalos,  dos  ofípiales  más  y  unos  trece  jóvenes 
riñeros  voluntarios  de  Potosí.  En  Caisa  quedó  Yáñez 


«El  Liberal^  s8g 

con  los  rifleros  á  hacer  la  guerra  en  los  alrededores. 
Por  ahí  cerca  andaban  también  otros  rifleros  volunta- 
rios montados.  Estaban  capitaneados  por  Mariano  Ba- 
rrenechea,  coronel  en  retiro  y  propietario  irK3ustrial 
como  Yáñez.  Debían  en  combinación  operar  en  Por- 
co,  provincia  donde  pudiera  decirse  está  enclavada  la 
ciudad  de  Potosí, 

Váñez  maniobró  con  presteza  y  acierto.  El  ii  destro- 
zó completamente  en  La  Lava  un  destacamento  de  re- 
beldes, que  pretendía  llegar  hasta  Puna,  capital  de  la 
provincia,  con  la  mira  de  levantar  por  Belzu  esas  po- 
blaciones. 

Agreda  y  Dávalos  pasaron  á  la  capital  de  la  provin- 
cia de  Chichas,  á  prevenir  cualquier  movimiento  sedi- 
cioso por  esta  parte,  que  es  abundosa  de  gentes  ague- 
rridas y  de  abastecimientos  El  jefe  político  Ventura 
Machicado  ya  tenía  en  Cotagaita  bien  armados  y  equr- 
pados  go  infantes  y  30  caballos,  que  en  plazo  de  veinti- 
cuatro horas  pudieron  partir  con'Ágrega  á  Vitiche.  De- 
bían allí  juntarse  con  unos  60  caballos  de  lanza  que 
lior  su  lado  debía  mandarle  el  jefe  político  de  Cinti, 
no  sin  reservarse  á  más  de  eso  unos  30  infantes  para 
guarnición  de  Camargo.  Hubo  aquí  un  movimiento 
sedicioso  con  pronta  reacción  y  algunas  desgracias. 

Plan  era  de  Agreda  hallarse  el  28  de  marzo  en-  las 
inmediaciones  de  Vjiiche,  á  la  cabeza  de  unos  350 
hombres.  Creyólo  por  un  momento  realizable.  El  jefe 
político  de  Tarija  ofreció  despacharle  el  za  unoS  200 
veteranos  bien  armados.  Pero  ni  los  de  Cinti  ni  los  de 
Tarija  llegaron  nunca,  y  Agreda  entonces  se  presentó 


jp¿7  Matanzas  de  Yáñez 

solo  en  el  Baño  en  el  cuartel  general  de  la  división  Pé- 
rez, manifestando  sus  desebs  de  acompañar  á  éste  en 
la  campaña.  Pérez  tuvo  á  bien  contestarle:  »»que  la  al- 
ta clase  militar  del  general  Agreda  no  le  daba  ocasión 
de  satisfacer  esos  deseos,  n 

El  general  Pérez,  que  siguiendo  de  Oruro  el  camino 
ordinario  á  Potosí,  se  había  desviado  desde  las  alturas 
de  Leñas  hacia  el  oriente,  con  la  mira  de  ganar  á  los 
rebeldes  el  camino  de  Sucre,  y  evitarse  á  sí  propio  la 
angostura  de  San  Bartolomé,  se  encontraba  á  nueve 
leguas  de  Potosí  con  su  división  de  todas  armas,  en 
actitud  de  querer  cuando  menos  arrinconar  en  Chichas 
la  rebelión  belcista.  Advertidos  de  este  bien  pensado 
movimiento,  los  rebeldes  desocuparon  con  precipita- 
ción Potosí  en  la  madrugada  del  29  de  marzo,  y  logra- 
ron ganar  la  delantera  en  el  camino  de  Sucre  á  las  ar- 
mas constitucionales. 

Ufanos  llegaron  á  Sucre  el  i.®  de  abril.  Decían  á 
cuantos  se  les  acercaban:  "Pérez  ha  contramarchado 
de  Leñas;  sabe  muy  bien  que  los  que  aquí  manejan 
este  negocio  son  gentes  que  lo  entienden,  n  Á  otros  les 
decían  en  la  intimidad:  "No  sabemos  por  el  momento 
si  emprender  marcha  á  Oruro  ó  á  Cochabamba.  El 
general  Belzu  debe  de  estar  á  estas  horas  en  La  Paz 
con  500  rifleros,  etc.n  Y  no  faltaba  cierta  clase  de  mu- 
jeres que  corrieran  estas  especies  con  que  consterna- 
ban á  la  ciudad. 

El  Centinela  del  Orden^  gaceta  potosina,  de  un  solo 
número  quizá,  se  encargó  de  sacudir  la  lana,  á  estas 
perniciosas  entrometidas.  Decía  de  las  de  Potosí,*  que 


nEl  Liberal'^  jgi 

ercenarias  estuvieron  encargadas  de 
unos  pata  el .  valor  y  otros  para  el 

z,  caminó  con  celeridad  por  la  ruta 
El  3  de  abril  estuvo  en  son  de  ata- 
e  la  capital.  El  4,  mediante  tiroteoü 
Uros  dentro  y  fuera  de  la  ciudad, 
r  efusión  de  sangre  á  los  1,500  re- 

VIH  y  IX  hemos  podido  figurarnos 
'strategia  desplegada  en  estos  com- 
civil  boliviana.  \  eso  que  allá  se  las 
das  por  ambas  partes.  Una  pasada  i 
,s  constituyen  algunas  veces,  en  tale: 
¡ento  de  mayor  precisión  y  maestría 
i  con  arte,  que  supongan  el  valor  j 
is  disciplinadas,  fiados  á  maniobran 
;an  de  la  rutina  elemental,  son  im 
s  de  raza  indígena  ó  mestiza,  mer 
ilución  permanente,  que  libran  át 
■  del  combate  al  éxito  de  un  primei 

a  de  aquel  militarismo  tan  famosc 
í-ertido  como  destructor,  rico  de  co 
aspirantes,  y  á  cuya  entereza  y  pe 
cho  la  república  su  honor  y  la  inte 
torio,  para  no  deberles  hoy  día  un; 
ra mente  honorable. 
r  de  todas  las  páginas  gárrulas  y  reso 
ibieron  entonces  sobre  la  campai^i 


•^•^ 


392 


Matanzas  de.  Yáñez 


meridional  del  general  Pérez  contra  los  rebekies  bekis- 
tas,  formaría  un  volumen  y  este  volumen  representa  al- 
gunos kilogramos  de  peso  y  algunos  centímetros  de  sü- 
perficie  cúbica.  lAh!  El  ojo  atento  no  ve  allí  escrito  el 
sano  entusiasmo  inspirado  por  el  triunfo  de  la  cons 
titución  y  del  gobierno  legítimo.  Ese  volumen  pretende 
convertirse  én  un  pedestal  de  granito,  donde  pronto  se 
vea  entronizado  á  un  nuevo  caudillo  de  la  rebelión 
contra  las  instituciones. 

Los  periódicos  de  Sucre  y  Potosí  y  numerosas  hojas 
sueltas  están  llenos  con  los  pormenores  de  aquella 
campaña.  Fué  demás  de  eso  decantada,  más  bien  que 
contada,  por  el  jefe  de  estado  mayor  en  el  folleto  448 
de  mi  catálogo  impreso.  De  los  documentos  aparece 
que  la  pericia  del  general  en  jefe  escapó  de  una  obvia 
emboscada  por  la  misericordia  de  Dios. 

Un  espíritu  crítico  advierte  en  las  operaciones  finales 
de  la  hueste  pacificadora  flojedad.  Agreda,  no  tanto 
por  cohformarse  con  el  querer  anticipado  de  su  com- 
pañero, como  por  desconfianza  en  la  lealtad,  valor  y 
disciplina  de  su  viciada  tropa,  había  preferido  com- 
batir á  campo  abierto  en  Potosí.  Pérez  en  Sucre,  con 
gran  confianza  en  los  cuerpos  reglados  de  su  mando, 
no  quiso  forzar  la  externa  posición  enemiga  y  aguardó 
adentro  á  ser  acometido.  Se  ocurre  preguntar:  ¿en  cuál 
caso  estuvo  más  expuesta  la  ciudad  al  saco  y  las  vio- 
lencias? 

Para  resolver  debe  tomarse  en  cuenta  respecto  de 
Pérez  el  resultado,  que  al  acierto  juntó  lo  humanitario. 
Su  actitud  defensiva  y  contenida  bastó  á  la  dispersión 


r 


de  tos  contrarios,  y  el  derramamiento  de  sangre  fi>¿ 
]X)r  eso  relativamente  escaso. 

Las  campanudas  [iroclamas  presidenciales  de  uso  y 
costumbre,  al  ejército  por  su  lealtad  incomparable  y 
á  la  nación  por  su  amor  al  orden,  rebosan  de  entusias- 
mo y  concluye  una  de  ellas,  á  tontas  y  i  locas,  coA 
este  irónico  despropósito: 

'I  Las  naciones  del  nuevo  mundo  os  observan,  para 
dirigir  un  justo  reproche  á  las  testas  coronadas  de  Eu- 
ropa, que  creen  incompatible  el  orden  con  las  institu- 
-ciones  democráticas!  I 

El  corazón  de  Achá  labró  de  un  golpe  un  áar«e 
broche,  con  que  quedó  cerrado  el  proceso  del  calmen 
belcista.  Otra  amnistía  más,  y  van  tres  en  favor  de 
otros  tantos  atentados  contra  el  orden  constítuctonat, 
durante  los  nueve  meses  que  apenas  lleva  éste  de  eiis- 
tencia.  Pero  si  quedaba  restablecido  en  todas  part«  el 
imperio  de  la  suprema  ley  política,  ¿cómo  exigir  que 
la  amnistía  no  exceptuara  á  los  principales  traidores 
La  prensa  malcontenta  de  las  pasiones  sometidas,  pero 
no  domadas,  era  eso  lo  que  del  presidente  exigía  con 
ingratitud  y  desenfada  Éste,  no  obstante,  supo  aquella 
vez  colocarse  con  entereza  en  la  altura  propia  del 
magistrado  justo  y  magnánimo. 

De  tempestad  de  odios  pudiera  calificarse  )a  vio- 
lencia de  la  prensa  oficial  y  de  )a  prensa  setembrista 
contra  el  belcismo,  vencido,  pero  siempre  temible,  pOr 
ser  pennanentes  en  la  repdblica  tas  malas  fuerzas  so- 
ciales con  que  pudiera  de  nuevo  reorganizarse  aqiNl 
bando.  No  bastó  que  alzaran  el  grito  de  reprobación 


jg4  Matanzas  de  Yáñez 

los  vecindarios  de  Cochabamba,  La  Paz,  Oruro,  etc., 
mediante  protestas  acordadas  en  comicios  públicos. 
Tronaron  en  la  prensa  los  viejos  rencores  y  recrudeció 
el  ímpetu  de  inflamadas  pasiones. 

La  alternativa  misma  de  temor  y  de  esperanza, — 
triunfo  en  Potosí  y  derrota  en  Sucre, — con  que  señaló 
su  rápida  carrera  el  movimiento  del  7  de  marzo,  remo- 
vió hondamente  los  ánimos  é  hizo  estallar  con  mayor 
fiereza  la  conturbada  ira.  ' 

Para  los  que  de  lejos  observamos  las  cosas  es  un 
poco  inoficioso  saber  cuál  revolución  boliviana  es  más 
execrable. que  cuál.  Pero  no  debía  de  ser  así  para  los 
que  eran  actores  en  la  mortal  contienda,  ni  mucho 
menos  para  los  damnificados  espectadores.  Estaban 
avezados  todos  á  lo  rudo,  y  podían  más  bien  que  na- 
die sentir  en  el  cuerpo  las  magulladuras  de  una  rudeza 
y  de,  otra  rudeza. 

Aquella  manera  atropelladora,  rapaz  é  impúdica  con 
que  se  señalaron  los  marcistas,  contribuyó  no  poco  á 
hacer  odiosa  inm^iatamente  su  memoria. 

Luego  también  hasta  la  muerte  misma  de  Ortiz, 
culto  y  apuesto  militar,  de  origen  patricio  en  Sucre, 
ciudad  de  jerarquías  y  linajes,  respetados  grandemen- 
te por  aquel  entonces  todavía,  daba  creces  al  enojo 
contra  los  que  habían  quebrado  para  siempre  esa  visi- 
ble espada,  puesta  con  valor  y  lealtad  al  servicio  de  las 
instituciones. 

Todo  esto  daba  materia,  menos  que  por  su  monto 
por  su  rápido  recaudo,  para  que  la  prensa  enconase 


r 


iiEl  Liberal:!  ^gs 

con  sus  escritos  la  herida  causada  en  la  imaginación 
de  las  gentes. 

El  Liberal  estalló  de  los  primeros  en  el  sui  de  la 
repiiblica,  teatro  de  aquel  atentado  y  sus  desmanes, 
Y  ¿por  qué  nó  habíamos  nosotros  ahora  de  tomar  nota 
ejemplar  de  estos  y  otros  furores,  ya  apagados  en  su 
sitio,  para  trasmitirlos  más  lejos,  como  los  ecos  comar- 
canos trasmiten  á  otros  ecos  y  á  otros  ecos  los  gritos 
estentóreos? 

"¡Ladrones!" — les  gritó  la  gaceta  sucrense  cuando 
todavía  imperaban  los  amotinados  y  se  preparaban  á 
regresar  de  Potosí  á  Sucre.  Y  se  ve  que  al  punto  per- 
dió ya  del  todo  la  decorosa  compostura,-  que  no  debe 
jamás  abandonar  el  mjnisterio  de  la  prensa,  siquiera  sea 
en  la  hora  del  combate  ni  aun  al  desplegar  coraje  inu- 
sitado. "¡Ladrones!" — les  gritó  entonces;  y,  con  más 
título  á  disculpa  que  otros  periódicos,  tornó  á  gritarles 
"¡Ladrones!"  cuando  los  jefes  del  motín  huían  despa- 
voridos al  exterior. 

i'La  cuadrilla  de  ios  Amaya  de  Mizque  nada  era  en 
comparación  de  esta  otra  cuadrilla.  ¡Qué  calamidad 
para  Solivia!  Al  solo  nombre  de  Helzu  se  ha  levanta- 
do de  los  suelos  la  chusma  famélica,  corrompida,  sin 
más  religión  que  el  puñal,  el  saco,  el  robo  y  todo  gé- 
nero de  iniquidades,.. 

"De  la  cárcel  han  salido  los  facinerosos  más  reinci- 
dentes, y  han  sido  colocadas  de  capitanes  y  oficiales 
en  la  división  belcera  que  los  bandidos  formaron  aquí. 
¡Testigo  todo  el  pueblo  si 


3g6  Matanzas  dé  Yáñez 

«'Los  hombres  más  perdidos,  de  taberna  y  de  puna) 
en  cinto,  eran  los  otros  ofíciales  y  jefes.  El  escuadrón 
ioh!  ««el  escuadrón  sagrado^  era  compuesto  de  perdi- 
dos y  pervertidos,  de  los  hombres  más  viciados  de  la 
sociedad,  de  ebrios  consuetudinarios." 

Esta  lava  de  volcán,  sometida  hoy  al  crisol  del  análi- 
sis, da  buena  ley  de  verdad.  Está  averiguado  que  el  mo^ 
tín  dio  suelta  y  empleó  en  sus  ñlas  á  todos  los  presida- 
rios de  la  cárcel  de  Sucre.  El  que  se  nombra  escuadrón 
sagrado  se  compuso  de  haraganes  sin  ofício  y  con  levi- 
ta raída;  caterva  de  militares  sin  pensión  que  abunda 
en  las  poblaciones  de  Solivia,  frecuenta  malos  sitios, 
sirve  de  larva  en  el  fermento  de  las  conspiraciones,  y 
sale  en  cardumen  á  la  plaza  pública  los  días  de  revuel- 
ta, como  sale  voraz  una  peste  de  lagartos  y  caimanes  á 
las  riberas  del  Marmoré  después  de  una  inundación. 


.     .  CAPÍTULO    XV 

"EL    CLUB" 

leei-iees 

pensauíieiUo  de  una  asociación  particulu  apaciguado 
si. — Propósilos  de  apoyar  i  la  autoridad,  de  acón 
trseila  al  bueo  légimea. — Se  ha  de  e¡ercitar  part 
Uva  y  ddibeíativaniente  el  derecho  de  petición.  — 
el  Club  ConstLlucional  con  estas  miras. — Su  ói| 
prensa. — Doctrinas  contradictorias  í  átealUablís. 
cho  de  petición  ante  la  municipalidad, — Estallido  d 
dia, — Se  disuelve  el  Club. 

Un  grupo  de  jóvenes  patriotas  y  muy  int* 
vecinos  de  Potosí,  vivamente  impresionjulc 
terribles  acontecimientos  que  desde  23  de  ( 
venían  sticediendg  en  la  repiiblica,  y  qu^  co 
de  sangre,  odios  y  escándalos,  venfan  mar< 
pasos  incipientes  de  la  recién  promulgada  cot 
convinieron  en  fundar  un  club  político  de  fn 
ñca,  completamente  ajeno  del  espíritu  de  < 
cefiido  en  todo  á  la  ley. 


jpS  Matanzas  de  Ydñez 

Dar  allí  ejeiiipio  y  norma  de  vene 
fundamental,  ser  respetuosos  con  la 
aconsejarla  y  ya  en  disuadirla  al  res| 
actos  6  medidas,  no  reconocer  bandc 
guno  de  los  asociados,  profesarse  en  ( 
tolerancia,  etc.,  etc.;  todo  con  la  mi 
acudir  juntos,  caso  necesario,  en  auxi 
bienestar  social  y  de  las  garantías  indi 

¿De  qué  manera?  Mediante  el  ejerc 
tades  constitucionales  de  reunión  y  d( 
gadas  al  ciudadano,  y  que  el  club  se  pi 
como  actos  preparatorios,  para  enseg 
dura  y  colectivamente  el  derecho  de  ] 
poderes  públicos  6  las  autoridades  toe 

El  club  había  de  reunirse  para  et 
por  convocatoria  pública,  previo  aviso 
seguridad;  tendría  su  mesa  directiva,  s 
y  un  órgano  en  la  prensa;  no  formu 
ción  sobre  intereses  generales  ó  lo< 
acuerdo  de  la  mayoría  y  siempre  por 
junta  delegada,  etc.  etc. 

Ver  establecidas  entre  ia  corporaci 
y  la  autoridad  una  franca  y  liberal' 
érala  meta  á  que  aspiraban  los  promc 
Esperaban  para  eso  que  el  club  prc 
fuesen  proscritos  de  las  labores  sobrt 
esos  recelos  mutuos,  demasiado  frec 
'gracia,  entre  el  poder  y  la  opinión. 

Muy  lejos  del  estado  presente,  el  c 
bajar  para  que  gobernantes  y  gobernai 


^<El  Cluhn  jgg 

0  de  la  esfera  comunal,  hasta 
las  inevitables  divergencias  no 
enojo  los  ánimos,  ni  alterar  la 
el  pdblico  reposo. 

la  y  este  concierto,  una  vez  esta- 

1  club,  habrán  de  redundar  en 
los  de  abajo  como  de  los  de 
|uien  más  habrá  de  salir  medrado 
la  acción  gubernativa  entonces, 
i  más  desembarazada  y  fructuosa 
ir  la  justicia,  en  el  agitado  campo 
:chos  de  los  ciudadanos, 
nonio  Quijarro,  Demetrio  Calvi- 
ipos  prometíanse,  según  aparece 

promotoras,  nada  menos  que 
villa  imperial  de  su  nacimiento, 
de  la  edad  de  oro,  que  el  héroe 
■esca  contempló  con  sus  propios 
LS  afortunadas. 

e  los  estatutos  y  de  las  explica- 
y  de  que  el  periódico  El  Club 
imo  y  selecto  archivo, 
'echa  del  2  de  diciembre  de  1861; 
en  su  totalidad  de  seis  páginas 
El  3  sobrevino  la  intentona  fer- 
:ontra  la  plaza.  Este  número  apa- 
1  de  ofício  á  dos  columnas.  El 
de  febrero  22  de  1862,  ycontie- 

responsables  de  Ei.  Club  Déme- 


^oo  Matanzas  de  Yáñez 

trio  Cajviiuonie,  Pedro  A.  Nogaks,  Il<lefoi>£o  L.9^r»- 
va,  Daniel  Campos,  Juan  Ts^a,  Mariano  B.  Airuet» 
y  el  Ibmado  el  Pedro  Hachi  Vargas, 

Estamos  alu^a  en  diciembre  de  iS6i.  £n  marzo 
{H^iíao  coyuntura  se  presentó  (cuando  los  facciosos 
helcistas  cayeron  sobre  la  plaza),  que  nos  hizo  ver,  que 
tal  vitalidad  cívica  y  tanto  vigor  de  e^;)íritu  público 
existían  en  el  vecindario  de  Potosí,  que  sólo  se  baya;B 
menester  allí  organización,  pilotos,  rumbos  y  otras  co* 
sas  que  son  de  arte  y  entendimiento,  para  obtener  dd 
concurso  de  esas  buenas  voluntades  resueltas  graiKies 
ventajas  en  obsequio  de  la  causa  constitucional. 

Por  eso  nada  raro  es  que  el  libro  de  inscripciones 
del  club  tuviese,  en  el  promedio  de  diciembre,  pobifir 
das  de  abundantes  firmas  sus  páginas  abiertas  de  p^ 
en  par.  Como  en  toda  asociación  de  la  especie,  había 
allí  nombres  adocenados  y  vulgares,  y  eso  entraba  con 
mucho  acierto  en  las  miras  del  club.  La  generalidad 
era  sana,  sin  sospecha  y  respetable.  Y  aunque  apare- 
cían como  adherentes  no  pocos  doctorcitos  empleoma- 
niatos  é  intrigantes,  no  figuraba  en  el  club  ninguno  de 
esos  militares  retirados  ó  cuartistas,  casi  todos  haraga- 
nes y  de  escuela  pretoriarta. 

Por  entre  la  ñorescencia  de  l^s  tecnias  democráticas, 
s6  asomó  también  entonces  el  grano  conservador,  bien 
así  ccMno  debió  de  asomarse  el  tropel  de  otras  muchas 
buenas  ideas  en  aquellas  inteligeticias  ardieí^tes.  Recor- 
dando las  actuales  convulsiones  de  la  república,  d^cía 
la  prensa  del  club: 

"Puígs  bien,  en  este  momento  de  crisis,  en  este  mo- 


r 


uEl  Cbibn  401 

mentó  de  conflicto  para  la  patria  y  de  terror  para  lo 
buenos  ciudadanos,  parece  que  el  peligro  común  h 
unido  á  los  hombres,  y  les  ha  hecho  conocer  la  neces 
dad  de  trabajar  en  favor  del  orden,  tan  enérgicament 
como  en  favor  de  la  libertad. 

iiAniniado  de  este  sentimiento  noble  y  patridtlco,  s 
ha  formado  á  sí  mismo  y  por  sí  mismo  el  ciub  const 
tucional.  Ijjs  ciudadanos  de  I'otosl  se  han  convencid 
de  que,  3in  orden,  no  puede  haber  verdadera  garantís 
sin  unión  no  puede  haber  fuerza,  y  sin  libertad  n 
puede  haber  progreso.  Así  es  que  se  ha  formado  í 
club  constitucional  llevando  por  lema  orden,  unión 
libertad. 

'■El  club  se  propone  sostener  el  orden  á  toda  cost! 
Comprende  que  sólo  por  este  medio  puede  salvarse  6 
país  de  la  ruina  y  de  la  disociación,  á  que  marcha  coi 
pasos  precipitados.  Comprende  que  sólo  con  el  ordei 
puede  alcanzarse  la  libertad,  ese  brillante  faro  de  1 
civUización  moderna.  Comprende  que  sdlo  un  régimei 
constitucional  puede  asegurar  el  ejercicio  de  las  garar 
tías  de  libertad  y  de  igualdad,  que  forman  hoy  el  en 
sueño  de  los  patriotas  del  mundo, 

"Una  triste  y  dolorosa  experiencia  ha  venido  ya  . 
manifestarnos,  que  marchando  de  revolución  en  revc 
lución,  no  hemos  hecho  otra  cosa  que  arruinar  el  país 
Lo  hemos  detenido  en  la  brillante  carrera  de  civiliza 
ción  á  que  están  llamados  ¡os  pueblos  hispano-ameri 
canos,  y  por  este  camino  nos  veremos  expuestos  quiz- 
alguna  vez  á  perder  nuestra  independencia  autonómica 

iiHijos  de  la  libertad,  nacidos  en  el   ardor  heroio 


./o?  Matanzas  de  Yáñez 

de  la  independencia,  no  podíamos  transigir  con  la 
tiranía  ni  con  el  despotismo.  Deseábamos  un  gobierno 
nacional  y  justo,  un  gobierno  que  olvidado  de  todo 
rencor  y  ajeno  de  toda  bandería,  reuniese  á  todos  los 
bolivianos  bajo  una  sola  égida,  el  pabellón  nacional, 
emblema  de  la  libertad  y  de  las  garantías. 

«•Eso  deseábamos;  y,  como  ninguno  de  nuestros  go- 
biernos correspondió  á  esta  halagüeña  esperanza,  á 
este  ideal  que  se  habían  formado  los  hijos  de  la  inde- 
pendencia, nos  hemos  levantado  contra  todos  los  go- 
biernos, y  á  todos  los  hemos  echado  abajo  por  medio 
de  una  revolución. 

»»Pero,  desgraciadamente,  el  medio  que  habíamos 
escogfdo  para  alcanzar  la  libeitad  que  deseábamos,  era 
el  menos  á  propósito  para  hacemos  libres. 

«'Hemos  marchado  de  revolución  en  r/svolución,  y 
la  libertad  que  buscábamos  ha  huido  de  nosotros  como 
una  sombra  fugaz.  Porque,  en  verdad,  una  revolución, 
por  santa  que  sea,  no  puede  crear  sino  déspotas  y  ti- 
ranos. 

«•Un  orden  legal  en  que  se  sustituya  el  imperio  de 
las  leyes  á  la  arbitrariedad  del  sable;  un  régimen  cons- 
titucional en  que  el  mandatario  de  la  república  no  salga 
de  la  cartuchera  del  soldado,  sino  del  ánfora  en  que 
está  depositada  la  voluntad  nacional,  es  el  único  que 
puede  salvar  al  país  y  realizar  los  ensueños  de  libertad 
que  forman  la  ilusión  de  nuestra  vida  política. 

•«Convencidos  de  esta  verdad  por  largas  y  dolorosas 
decepciones,  hoy  nos  proponemos  sostener  el  orden  y 
líi  torístitücidri,  cotí  la  eRpetñh?.ft  de  que,  cittietitadas 


^^ 


..£/  Clubi^  403 

nzaretnos  la  verdadera  libertad  y 
senda  del  progreso.i' 
bor  pusieron  en  planta  los  direc 
1  para  beneficiar  el  riquísimo  ve 
n,  de  un  lado  el  buen  espíritu  de 
y  de  otro  la  propia  experiencia 
icarmiento  de  las  revoluciones? 
iteresantfsimo  de  dilucidar,  i  por 
er  'establecido  pruebas  en  mano, 
es  son  las  doctrinas  profesadas  y 

iquel  entonces,  que  el  club  cons- 
no  quería  hacer  la  guerra  en.  la 

;bía  ser  contra  los  enemigos  del 
los  que  conspiraban  y  se  amoti- 
.  las  autoridades.  V  naturalmente 
n  tiempos  de  guerra,  deliberando 
10;  prestando  al  gobierno  su  con- 
lespués  de  cada  victoria  obtenida, 
el  poder  el  premio  en  concesiones 
íactoras,  á  lo  menos  con  respec- 
'otosí.  Ij3  positivo  y  lo  político  era 

patriotismo  convencido,  en  aquel 
ar  porque  la  necesidad  moral  del 
1110  una  urgencia  inaplazable,  pre- 
[suprema,  á  los  vecindarios  acó- 
gremio  de  los  propietarios  rura- 
lo  eminentemente  práctico  y  lítii 


^04  Matanzas  de  Yáñez 

era,  que  estas  fuerzas  naturales  é  interesadas,  de  la  so- 
ciabilidad, coadunasen  toda  su  eficiencia  en  las  entrañas 
y  en  el  brazo  de  un  bando  militante,  de  un  legítimo 
partido  republicano,  annado  para  sostener  por  donde 
quiera  á  toda  costa  el  régimen  vigente. 

Indudablemente,  como  decfa  una  gaceta  de!  tienipo: 
'iguerra  en  la  guerra.^ 

Entretanto,  el  grupo  promotor  del  club  se  proponía 
contener,  ante  todo,  los  abusos  autoritarios  y  ensayar 
un  ensanche  en  el  ejercicio  de  las  libertades  pdblicas. 
Santo  y  muy  bueno;  pero  es  el  caso  que,  en  este  pun- 
to, era  de  temer  que  el  club  quedara  pronto  colocado 
en  las  ñlas  de  la  oposictdn  al  actual  gobierno. 

Sí  para  alguna  campaña  se  preparaba  el  club,  era 
precisamente  para  dar  contra  las  usurpaciones  y  abu- 
sos de  los  poderes  públicos.  Tendrá,  pues,  que  colo- 
carse frente  á  frente  á  la  autoridad,  de  potencia  á 
potencia.  Y  si  no  ¿á  dónde  van  á  parar  ciertas  convic- 
ciones proclamadas  por  los  directores? 

Declararon  que  estaban  convencidos  de  que  las  de- 
masías y  desmanes  autoritarios  eran  los  provocadores 
únicos,  (5  cuando  menos  principales,  de  los  trastornos 
del  orden  público.  Desde  la  roca  de  esta  seguridad  ex- 
perimental ¿iban  á  tender  sus  redes,  á  trillar  el  vado,  á 
echar  sus  puentes  de  paz  y  legalidad  á  la  ribera  de  los 
anarquistas? 

El  lector  va  á  juzgar  si  había  medio  de  hacer  política 
positiva  con  estos  tribunos  líricos; 

"Si  el  gobierno,  decían,  quiere  marchar  paralela- 
mente con   la  opinión  del  pueblo,  sabrá   encontrar 


"El  Club"  405 

íntica  esa  opinión  en  la  palabra  colectiva 
dos. 

nodo  calla  el  acento  de  la  impostura  que 
Jo  el  nombre  de  la  opinidn  popular.  Los 
:iculares  de  los  favoritos  quedan  amorda- 
;uto  engaño  deja  de  precipitar  en  el  error 
lulo. 

no  un  derecho,  un  deber,  la  libre  asocia- 
iudadanos,  si  comprenden  que  deben  ser 
;omo  seres  libres  é  inteligentes,  y  no  co- 
e  agregado  pasivo  de  hombres  sujetos. 

las  catástrofes  revolucionarias  que  esta- 
;!  exceso  del  poder,  ya  por  desacuerdo  de 
pinión  popular,  tal  es  el  más  trascendental 
ub...      . 

S  central  no  se  propone  utilizar,  á  su  vo- 
^ndencias  suyas  exclusivistas,  la  fuerza  y 
le  todos  los  miembros  que  pertenezcan  al 
nité,  que  será  nombrado  por  los  socios, 
rá  ser  más  que  un  ejecutor  de  todo  lo  que 
club  en  general.  El  club  es,  pues,  el  so- 

•  Carencia  de  espíritu  público.  Hé  aquí  las 
ociales,  señaladas  siempre  por  nuestros 
isadores.  Iniciarnos  en  el  uso  de  aquel 
»mbatir  estos  dos  males..." 
iques  de  independencia  estaban  sa^ona- 
dsitos  ya  manifiestamente  opositores.  Na- 
jr  el  país  t:omo  estos  ecos  espontáneos  y 
enerosos,  que  aterrados  por  el  espectáculo 


4o6  Matanzas  de  Yáñez 

de  sangrientas  tropelías  y  por  conspiraciones  tene- 
brosas, aspiran  con  todo  eso  á  mayor  libertad  aún  y  á 
menor  autoridad.  Porque  los  promotores  del  club  de- 
cían á  sus  prosélitos: 

»*C!erto  es  que  los  resabios  del  coloniaje  nos  dieron 
el  espíritu  de  obediencia  ciega,  el  hábito  de  abdicar  la 
iniciativa  personal  en  punto  á  trabajo  y  con  respecto  á 
la  cosa  pública,  para  esperarlo  todo  de  la  autoridad. 
Cierto  que  las  más  de  las  veces  todas  las  injusticias, 
todas  las  tropelías,  todas  las  indignidades  del  poder, 
han  sobrepasado  las  protestas  aisladas  y  sordas  del 
ciudadano. 

»»Pero  ¡basta!  El  pueblo  debe  ser  ya  el  pueblo:  im- 
ponente como  el  océano,  sensato  como  la  razón,  justi- 
ciero como  la  historia... 

»» Hacemos,  pues,  un  llamamiento,  párá  que  com- 
prendiendo todos  sus  derechos  é  intereses  legítimos, 
cumplan  sus  deberes  cívicos  asociándose  libremente. 

»» Queremos  ver  si  aun  vivimos  en  medió  de  una 
sociedad  dispuesta,  por  su  apatía,  á  ser  mandada  como 
una  turba  de  rusos. 

•'Queremos  ver  si  merece  el  vasallaje. 

"Queremos  ver  si  sensible  por  fin  aíite  ef  testamen- 
to de  libertad  legado  por  sus  heroicos  antecesores,  ya 
puede  poner  el  peso  de  su  opinión  .en  la  balanza  ad- 
ministrativa y  política  de  los  gobiernos... 

«*¡Sí!  No  lo  dudamos.  Fácil  será  á  todos  comprender 
que  la  divergencia  de  los  ánimos  fué  siempre  un  pe- 
destal para  las  arbitrariedad:  dividir  para  reinar^  dije- 
x<M  los  déspotas. 


^yEl  Club; 

"jHa  llegado  el  lieiiipo  de  que,  en  saní 
comunidad  de  intereses,  en  solidaridad  di 
bienes,  unirse  para  serfmrtts  digan  los  pi 

Las  lineas  que  antecedieron  inmediata 
que  acaban  de  leerse,  decían  asf: 

"Al  ensayar  este  derecho,  ya  tan  comúr 
del  mundo  civilizado,  el  club  se  propor 
despertar  la  comunicación  adormecida  en 
gobierno,  quiere  anudar  estos  anillos  di 
cadena  que  rotos  se  chocan  y  entrechoca) 
tablecer  esa  armonía  y  entablar  ese  com' 
de  comitentes  y  comisionados. 

"No  lo  dudemos:  por  este  impolítico  y 
vorcio,  la  opinión  ptiblica  se  ha  model 
regla  de  una  actitud  pasiva,  la  inmutab 
fuerza  de  inercia.  No  lo  dudemos:  esta  es 
la  cual  un  trabajo  misterioso,  íntimo,  sei 
en  todas  las  clases  de  la  sociedad  para  arra 
sistemático  á  todo  gobierno  y  producir  Is 
cia  de  los  buenos  en  todo,  la  separación 
sociedad  y  de  la  autoridad,  la  política  de  1 
y  de  la  negación  incrédula,  qu^es  la  más 
gonzosa  que  un  pueblo  democrático  pudi 

'tOjalá  que  nuestro  ensayo  no  venga 
una  decepción  más.'> 

La  obra  de  pacificación  y  de  buen  enci 
consistía,  para  ellos,  no  en  aplacar  en  la 
trabajo  privado,  de  la  enseñanza  popular  y 
patriótico  de  las  clases  superiores,  aquel : 
di  do  por  la  cosa  publica  y  aquella  codicia 


^o8  Matanzas  de  Yáñez 

vora  de  los  gobernados,  ardor  y  codicia  que  con  sus 
asaltos  quitaban  el  sueño  de  la  seguridad  propia  á  los 
gobiernos,  haciéndoles  consumir  sus  vigilias,  la  sangre 
boliviana  y  el  tesoro  en  la  ardua  tarea  de  conservarse 
por  la  fuerza. 

Hablaban  en  Potosí  esos  días  de  opinión  bien  for- 
mada y  de  libertad  sanamente  sentida  por  masas  de 
plebe  indígena  ó  mestiza,  ignorante,  tributaria  ciega 
del  caudillaje  soldadesco,  factor  principal  de  las  revo- 
luciones de  Bolivia.  Proponían  las  manifestaciones 
colectivas  del  espíritu  de  libertad,  escenas  grandiosas 
y  temibles  hasta  en  democracias  bien  equilibradas  y 
munidas  de  buena  educación  política;  las  proponían 
como  contrapeso  al  poder  provocador  y  como  elemen- 
to conservador  del  orden. 

Tomemos  aquí  nota  de  estos  clamores  del  malestar 
social.  Cuanto  más  elocuentes,  tanto  más  denuncian 
el  turbamiento  del  concepto  público.  Los  periodistas 
que  con  esos  clamores  razonan  para  ilustrar  á  las  gen- 
tes, se  dirigían  única  y  virtualmente  á  la  escasa  mino- 
ría que  pudo  oirles,  á  la  minoría  que  sabía  leer  y 
escribir.  El  factor  formado  por  la  inmensa  mayoría 
era  sordo;  ese  no  podía  ser  influido  por  los  escritores. 
¿Será  por  eso  que  éstos  no  toman  en  cuenta  la  eficien- 
cia positiva  de  ese  factor  en  los  hechos  de  caudillaje  y 
de  seducción,  propios  de  la  política  boliviana?  Y  ese 
factor,  no  obstante,  el  factor  de  la  plebe  revoluciona- 
ria, representaba  la  mayor  cantidad  de  fuerza  ponde- 
rable  en  la  ecuación  qué  nos  ocupa. 

Cualquiera  ve  que  es  inexacta  semejante  manera  de 


r 


plantear  los  problemas  sociales.  Esta  álgebra 
debidamente  con  el  más  ni  con  el  menos  los 
tes  positivos  y  negativos  que  le  suministra 
político.  Da  en  su  trinomio  como  efectivo 
sociales  que  no  existen,  ó  que  existen  ob 
sentido  contrario.  Eleva  á  una.  potencia  d 
raices  que  apenas  si  consentirían  una  adia 
multiplicación  simple. 

El  Club  decía  paladinamente:  "á  discordi. 
dia.ti  Después  de  eso  pensaba  nadar  en  un  c 
libertad.  Á  la  discordia,  que  brotaba  sólo  co 
za  de  los  jugos  propios  de  la  tierra,  el  cK 
oponerle  la  concordia  derivada  de  las  ideas  rf 
de  un  agrupamiento  de  ciudadanos,  congre) 
profeso  para  sentir  concordia. 

I.os  hechos  van  á  decirnos  que  esto  caree: 
tido  práctico.  La  discordia  va  á  persistir  i 
abundantemente  por  sí  sola.  La  concordia 
inventada  por  obra  de  esfuerzos  combinado 
inventada  ni  para  empeñarse  en  un  solo  emb 

Redactadas  las  bases  del  club  y  nombrada 
ta  provisional,  dióse,  en  fines  de  noviembre 
conocimiento  de  la  formación  del  club  al  jei 
y  al  fiscal  de!  distrito. 

Este  aviso  se  lo  impusieron  á  si  mismos  v 
mente  los  individuos  de  la  comisión,  pues  : 

■  prescrito  como  requisito  por  la  ley  fundamer 
república.  Se  proponían  revestir  el  aparecin; 
club  y  todas  sus  operaciones  ulteriores  con 

■  teres  de  legalidad,  publicidad  y  espíritu  de  c 


4IO  Malanzas  de  Yáiiez 

son  propios  de  una  asociaciÓQ  sana  y  bien  intencionada. 

Presidía  por  aquel  entonces  la  administración  local, 
en  Potosí,  un  sujeto  que  ya  conocemos,  culto,  de  bue- 
na raza,  franco,  moroso,  poco  avisado  y  de  sentimientos 
ipuy  caballerescos.  Caso  curioso.  Más  bien  que  intea- 
cionalmente  tocado  de  habilidad,  fué  á  parar  esta  vez 
sin  prentenderlo  á  los  linderos  de  la  habilidad  más  con- 
sumada. ¿Cómo?  Siguiendo  el  camino  de  la  novelería 
entusiasta  de  los  promotores  del  club.  Desplegó  una 
tolerancia  suntuaria,  sin  otra  intención  que  acordar  su 
tono  de  voz  al  diapasón  romanesco  que  las  cosas  lle- 
vaban. 

La  jefatura  contestó  inmediatamente  autorizando  la 
existencia  del  club  sin  traba  ni  restricción  ninguna.  £1 
físcal  no  contestó;  antes  requirió  á  la  jefatura  para  que 
impidiera  la  reunión  del  club,  mientras  no  se  obtuvie- 
se para  ella  una  licencia  del  supremo  gobierno. 

Se  fundaba  en  el  artículo  213  del  código  penal  pro- 
mulgado el  6  de  noviembre  de  1834. 

En  casos  como  el  presente,  el  pago  del  alquiler  de 
casa  suele  ser,  más  tarde  ó  más  temprano,  la  soga  vul- 
gar que  estrangula  estas  corporaciones,  ahogándoles  en 
la  garganta  la  voz  del  espíritu  pübliqo,  antes  que  los 
recelos  del  poder  envíen  sus  sargentos  al  recinto  de  las 
sesiones. 

£1  jefe  político  de  Potosí  tuvo  la  magniñca  idea  de 
libertar  de  este  peligro  á  la  asamblea  deliberante.  Le 
otorgó  una  franquicia,  se  la  otorgó  con  la  mejor  buena 
fe  dd  mundo,  sin  celada,  por  evitarle  de  veras  un  gra- 
vamen ruinoso,  y  turbando  para  ello  el  apartamiento 


'•El  Club.,  411 

de  un  edificio  consagrado  poi  la  ley,  cona^rado  hac 
en  sus  muros  y  sus  bancos,  á  especial  y  delieadÍHii 
instituto. 

Porque  consta  de  las  ¡nfomiacionea  de  la  [H%n! 
que  á  petición  de  los  interesados,  la  jefatura  puso 
disposición  del  club,  para  sus  juntas  y  debates,  una  1 
las  aulas  del  colegio  de  Pichincha,  con  tal  que  I 
reuniones  de  aquél  no  perjudicaran  á  las  tareas  esc 
lares  de  éste. 

Hiio  más  el  coronel  Hilarión  Ortiz.  Felicitó,  á  noi 
Imc  del  gobierno,  'lá  los  jóvenes  patriotas  que  con  t 
loables  ñnes  se  proponen  llevar  á  la  práctica  los  prin 
píos  fundamentales  que  consagra  la  constitución,  n 

El  8  de  diciembre  fué  convocado  por  la  prensa 
club  para  su  reunión  inaugural.  Verificóse  el  12  del  m 
mo  con  solemnidad  y  con  gran  concurso  de  ciiidadaní 
Honró  la  sesión  con  su  presencia  el  jefe  político. 

Adelantándose  el  presidente  Antonio  Quijarro  pi 
nuncio  el  discurso  inaugural.  Los  bolivianos  son  a 
cionadfsimos  á  la  literatura  académica  y  á  las  reunión 
solemnes.  Luego  al  punto  de  comenzar,  e!  orad 
enuncia  el  gran  salto  mortal  de  equitación  republíi 
na,  que  por  encima  de  las  mayorías  del  caudillaje  s 
dadesco,  y  para  norma  democrática  de  costumbres ' 
tierra  de  Bolivia,  pretende  el  club  dar  para  ir  á  caer 
centro  mismo  de  esos  comicios,  que  con  c(»ici«ii 
homogénea  de  sus  deberes  y  derechos,  deliberan 
otros  países  sobre  la  cosa  piiblica: 

"Permitidme  que  sea  sincero  y  que  os  diga  conc 
tera  convicción:  la  reunión  pacifica  y  constitucioi 


T^M 


4.17  Matanzas  de  Yáñez 

que  tiene  lugar  en  este  recinto,  después  de  las  escenas 
de  sangre  y  de  horror  que  han  helado  de  espanto  á  la 
nación,  y  que  la  han  hecho  deplorar  la  pérdida  de  pre- 
ciosas existencias,  como  la  del  valiente  caballero  coro- 
nel Cortés;  esta  reunión,  digo,  después  de  tan  angus- 
tiosos acontecimientos,  verificada  por  ciudadanos  que 
quieren  aspirar  el  soplo  vivificante  de  la  vida  demo- 
crática, y  entregarse  á  las  tranquilas  y  dignificadoras 
emociones  de  la  libertad,  forma  ciertamente  un  bello 
contraste  capaz  de  enorgullecer,  y  nos  da  derecho  para 
augurar,  que  de  esos  terribles  desmoronamientos  que 
hacen  estremecer  el  edificio  social,  se  abren  nuevos 
horizontes  y' que  la  obra  del  progreso  avanza. m 

Es  probable  que  el  auditorio  entendiese  mejor  que  el 
que  esto  escribe  el  sentido  de  una  palabra  exótica  que 
el  orador  usa  en  los  siguientes  conceptos.  Si  por  ella 
se  entiende  el  gobierno  de  una  sola  capa  social,  gobier- 
no que  él  reprueba,  es  verdaderamente  inconcebible 
cómo  en  Bolivia,  á  fuerza  de  comicios  deliberantes,  se 
pudieran  conglomerar  ó  sea  más  bien  refundir,  en  una 
sola  capa  compacta  y  soberana,  las  estratificaciones  so- 
ciales formadas  por  la  mayoría  de  indios  quichuistas  ó 
aimaristas  ó  guaraníes,  por  los  mestizos  provinientes 
del  cruzamiento  de  estas  razas  entre  sí  y  con  la  espa- 
ñola, y  por  los  criollos  que  forman  desde  la  colonia  en 
escasa  minoría  la  superficie  superior  que  sabe  leer  y 
escribir  y  habla  castellano.  Desde  luego,  la  igual  apti- 
tud para  el  gobierno  de  sí  mismos  por  sí  mismos,  que 
el  señor  presidente  del  club  atribuye  á  estas  razas  y  á 
estas  castas,  se  vería  trabada  en  su  ejercicio,  como  en 


"£/  Club;  413 

la.  gran  fábrica  de  Babel,  por  la  diversidad  de  len- 
guas. 

"Compleja  sin  duda  es,  dijo,  la  causa  de  los  escasos 
adelantamientos  de  Bolivía  en  el  movimiento  ascen- 
sional  del  progreso,  del  malestar  político  y  de  la  insen- 
sata guerra  civil  que  la  devora.  No  se  puede  descono- 
cer esta  verdad.  Pero  también  es  evidente,  que  el 
manantial  más  fecundo  del  infortunio  público,  con  esta 
d  la  otra  excepcidn,  se  halla  en  el  hecho  de  haberse 
establecido  la  estratocracia  como  forma  ordinaria  de 
gobierno. 

i'Cietto  es  que  este  mal  no  sólo  aflige  á  Bolivia,  y 
que,  lejos  de  ello,  él  se  extiende,  como  una  inmensa 
plaga,  sobre  todos  los  Estados  de  Hispano  América. 
Pero  esa  generalidad  del  mal,  que  hiere  á  toda  una 
raza,  sirve  para  demostrar  que  proviene  de  una  causa 
común,  mas  no  que  debamos  resignarnos  á  él. 

i'Bien  sabéis,  señores,  que  son  inherentes  al  gobier- 
no estra  toe  rático  males  incalculables,  como  lo  son- á 
todos  los  gobiernos  monopolizados  por  una  clase  de 
la  sociedad.  Diarias  y  terribles  enseñanzas  nos  inculcan 
esta  verdad  en  Bolivia.  Nos  parece  que  atín  sentimos 
las  vibraciones  de  la  última  catástrofe  que  ha  sacudido 
la  máquina  social. 

"Innegable  como  es  el  mal  que  estoy  señalando,  si 
no  queremos  que  se  perpetúe,  trabajemos  por  vigori- 
zar las  instituciones  sociales,  y  tendamos  sin  descanso 
á  llevarlas  al  terreno  de  la  práctica.  Facilitemos  á  la 
opinión  pública  medios  de  manifestarse  con  unidad, 
de  una  manera  auténtica,  y  tal  que  no  puedan  adutte- 


414 


Matanzas  de  Yáñez 


rarla  los  falsiñcadores  políticos.  Propendamos,  en 
cuanto  nos  sea  posible,  á  que  la  propaganda  de  lá 
verdad  aspire  á  la  universalidad  de  la  nación. 
.  «Hé  aquí  cabalmente  uno  de  los  objetos  del  club 
constitucional.  Hacer  que  la  verdadera  opinión  reine, 
que  la  soberanía  no  sea  una  palabra  sin  sentido,  que 
el  ciudadado  por  humilde  que  sea  su  posición  no  des- 
aparezca, en  las  complicaciones  sociales^  como  la  gota 
en  la  inmensidad  del  océano.  ¡Ojalá  que  fuera  dable 
multiplicar  las  sociedades  de  este  género  tanto,  que  no 
sólo  las. hubiera  en  las  ciudades  y  los  cantones,  sino 
también  que  se  las  ramificara  en  cada  barrio  y  aun  en 
cada  gremio... 

Estas  son  ideas  pertenecientes  á  una  colectividad 
pensadora  del  vecindario.  Su  enunciación  nos  advier- 
te de  algo  curioso:  la  miopía  al  contemplar  como  obstá- 
culos sustanciales  los  simples  síntomas  del  disturbio 
desorganizador  que  anida  en  las  entrañas  del  cuerpo 
social.  Es  propio  del  vulgo  que  razonando  estime  como 
causas  esenciales  del  mal  político  los  meros  síntomas. 

El  orador  se  encara  contra  dos  mortales  enemigos: 
los  dificultistas  y  los  indiferentistas.  Por  su  boca  hemos 
visto  cómo  el  intelecto  boliviano  sube  á  la  altura  para 
formarse  concepto  de  la  extensión  de  su  estado  social. 
Ahora  vamos  á  ver  cómo  penetra  en  la  hondura  para 
calcular  su  profundidad.  Veamos  solamente  lo  que  dice 
de  los  diñcultistas  el  orador.  En  ello  hay  una  alusión 
desdeñosa  contra  quien  quiera  que  objete,  como  im- 
practicable y  como  inconducente,  la  existencia  en  Po- 
tosí del  club  observador  v  fiscalizador. 


.,A 


xLos  din  cultistas,  á  quienes  un  ei 
pericoU^ros  de  la  sociedad,  no  pued 
adelante  sin  quejarse  de  las  dificulta* 
encontrar  en  la  ejecución,  dificultad 
son  invencibles.  Los  dificultistas  abu 
p<^rc  país,  más  que  lo  que  puede  ii 
condenan  irremisiblemente  todo  gene 
nes,  y  con  tono  de  profunda  convi 
"Eso  que  ustedes  qnieren  establecer 
bueno  en  otras  partes;  aquí  no  hay  to 
pulíanos,  y  es  una  utopia  de  muc 
implantadón  de  instituciones  que  jmt 
cido.ii 

>iPor  deferencia  al  sentido  común, 
ciiín  de  este  linaje  no  bay  por  qué  ref 
la  esgrimen  bastaría  deciries:  "Si  no 
democráticos,  ,ino  es  verdad  que  algui 
empezar  por  crearlos?  ¿Por  ventura  ir 
docta  de  aquel  necio,  que  con  el  lit 
aguardaba  la  dltima  moda  para  bacer 

"Pero  donde  se  ostentan  más  con< 
callisCas,  es  cuando  nos  hablan  de  la 
zación  política  y  administrativa  que  si 
en  el  país;  del  arbitrarismo  de  nuestro 
de  la  irremediable  facilidad  con  que 
expresión  del  pensamiento  público, 
ejercicio  de  las  libertades. 

"Por  lo  que  á  mí  respecta,  y  círcu 
la  actualidad,  afirmo  que  ese  temor  se 

"Además,  diré  que  to  que  frecuei 


I  -     ',' 


416  Matanzas  de  Yáñez 

apellidado  libertad,  en  puridad  ha  debido  caliñcarse 
de  explosiones  de  la  licencia,  estallidos  del  interés  in*' 
dividual  en  busca  de  egoistas  satisfacciones.  Aun  cuan- 
do esto  no  fuera  así,  ¿no  es  verdad  que  podríamos 
interrogar  al  poder  despótico  y  arbitrario,  como  refiere 
la  historia  que  se  interrogó  á  Felipe  II,  monarca  abso- 
luto sin  igual:  ¿Y  qué  harías,  si  cuando  tii  dijeras  ^/, 
todos  respondieran  noh\  ¡Ah!  Si  existen  déspotas,  pre- 
cisamente es  porque  abundan  escla,vos.ii 
•  En  Bolivia  «[abundaban  en  inmensa  mayoría  los  ver- 
daderos ciudadanos?  Á  lo  menos  iban  en  adelante  á 
abundar  de  un  golpe  y  como  por  ensalmo,  ¡Obra  del 
club  en  las  ciudades,  los  cantones,  los  suburbios  y  los 
gremios!  Hasta  el  ejemplo  histórico  es  curioso  aquí,  el 
del  pueblo  que  no  se  encaró  jamás  ni  pudo  sociológi- 
camente encararse  en  España  al  rey  su  amo. 

Presumo  que  el  lector  estará  ya  viendo  la  avería 
pintada. 

Una  gaceta  del  tiempo  dijo  que  este  discurso  fué 
admirable  por  su  seso  y  por  su  peso.  El  orador  era 
uho  de  los  constituyentes  de  1861.  Desde  entonces  el 
vecindario  de  Potosí  le  colmó  con  sus  sufragios  para 
que  fuese  su  representante  en  el  cuerpo  legislativo.  Es 
hoy  uno  de  los  diplomáticos  y  estadistas  de  Bolivia. 

El  jefe  político  declaró  instalado  el  club,  y  desde 
este  día  entró  en  el  ejercicio  de  sus  funciones. 

La  primera  sesión  que  celebró  fué  para  examinar 
una  ordenanza  sobre  patentes  que  acababa  de  dictar 
la  municipalidad.  Después  de  un  debate  en  que  la  or- 
denanza fué  combatida  y  condenada,  acordóse  usar 


contra  ella  el  derecho  de  petición,  elevando  al  consejo 
de  Estado  un  memorial,  en  el  que  solicitaba  el  club 
la  suspensión  de  aquel  impuesto.    > 

El  concejo  municipal  se  consideró  con  esto  invadi- 
do en  el  ejercicio  de  sus  atribuciones  constitucionales. 
Pronunciáronse  acalorados  discursos  en  aquel  consis- 
torio. Entre  los  cabildantes  era  casi  unániftie  el  con- 
cepto, de  que  el  club  entablando  estaba  verdadera 
competencia  á  la  autoridad  del  municipio,  y  que,  así 
los  debates  públicos  como  el  reclamo  colectivo  sobre 
las  patentes,  tendían  á  hacer  odiosa  la  gabela  y  á  des- 
pojar de  sus  prestigios  á  la  corporación  ante  las  masas 
populares. 

En  carta  de  ofício  al  presidente  del  municipio,  la 
junta  central  del-  club  explicó  respetuosamente  el  pro- 
cedimiento y  el  reclamo.  Explicólo  desde  el  punto  de 
vista  democrático  y  constitucional,  tarea  fácil  y  rudi- 
mentaria, y  desde  el  punto  de  vista  de  la  opdirtunidad  y 
conveniencia  de  la  medida,  lo  cual  está  sujeto  á  apre- 
ciaciones específicas  que  no  nos  competen  ni  inte- 
resan. 

Un  largo  capítulo  pudiera  aquí  escribirse  sobre  la 
maraña  de  chismes  y  correteos,  que  con  tal  motivo  se 
armó  en  Potosí  desde  el  9  hasta  el  12  de  febrero,  días 
en  que  los  actos  de  ambas  corporaciones  se  produje- 
ron y  produjeron  el  conflicto.  No  se  dio  largas  á  nada, 
todo  fué  un  estallido,  la  atmósfera  estaba  cargada  de 
electricidad,  este  fluido  no  era  el  de  la  concordia.  Par- 
tió el  correo,  y  partió  llevando  al  gobierno  paquetes  de 
fósforo  y  paquetes  de  bilis. 

27  . 


^i8  Matanzas  de  Yáñez 

Tal  fué  el  primer  y  postrer  ensaya  que  de  sus  fon- 
ciones  hizo  el  club  constitucional  de  Potosí.  No  sé  lo 
que  después  pensaron  sus  apóstoles  de  la  prensa,  ni  la 
respetable  agrupación  de  vecinos  criollos  que  le  servía 
de  nücleo.  Ella,  en  este  paso  inicial  de  las  tareas,  se 
vio  supeditada  á  la  masa  mestiza,  que  entró  allí  á  hom- 
brearse en  son  de  igualdad  democrática  con  el  señorío. 

Quizá  el  fracaso  vino  á  advertir  á  los  fundadores,  que 
hay  prácticas  democráticas  atenienses  y  anglosajonas, 
imposibles  en  una  sociabilidad  compuesta  de  indios, 
mestizos  y  criollos,  etnológicamente  antagónicos,  so* 
ciológicamente  inamalgamables  al  efecto  de  producir, 
en  consorcio,  un  mismo  interés  y  una  homogénea  ap- 
titud para  la  cosa  publica. 

Esto  no  obstante,  sorprende  en  este  suceso  sin  gra- 
vedad política  la  violencia  con  que  asomó  en  él  la 
cabeza  el  espíritu  de  casta,  luciendo  su  procacidad  alto* 
peruana  y  dándonos  la  medida  de  la  discordia  social. 

Días  después  el  órgano  ofícial  del  club,  entre  otras 
cosas  de  subidísimo  tinte,  decía  lo  que  aquí  sigue  por 
vía  de  ejemplo.  A  cada  municipal  le  tocó  su  gota  en 
este  asperges  de  agua  maldita: 

•»El  club  fué  acusado;  y  ¿porqué?  Porque  ese  día  no 
se  compuso  más  que  de  masa  ruda,  de  insolente  plebe 
y  de  un  populacho  jtumultuoso.  Fué  acusado  porque 
los  peticionarios  eran  pobres  é  infelices,  y  porque  el 
totum  potest  no  sabía  de  qué  vivían  los  peticionarios. 
Pues  bien,  si  hay  autoridad  sobre  la  tierra  que  así  pre- 
gunte y  así  hable  fuerza  es  responderle. 

"Si  esos  peticionarios  no  viven  de  la  usura  que  pro- 


'  ducen  los  grandes  capitales;  sí  esos  peticionarioB  no 

viven  en  la  holgania  consumiendo  los  talegos  forma- 
dos por  la  próspera  fortuna  en  el  silencio  y  la  oscurí- 
■  dad  del  tiempo;  si  na  viven  de  las  prevaricaciones,  de 
la  chicana  y  de  la  estafa;  si  no  viven  del  monopolio, 
de  la  adulación  y  de  la  vil  granjeria;  si  no  viven  usur- 
pándole lo  suyo  al  pobre,  al  huérfano,  á  i»  viuda  y  al 
jornalero;  si  no  viven  de  la  empleomanía  ó  vendiendo 
la  fe  publica;  si  no  viven  de  esta  suerte  los  peticionarios; 
y  si  pues  viven  satisfaciendo  todas  sus  necesidades  con 
modestia  y  pobreza,  y  el  peso  de  la  ley  no  ha  caldo 
!  hasta  ahora  sobre  ellos,  claro  es  que  viven  de  algo  que 

sea  lo  contrario  de  lo  enunciado,  de  algo  que  sea  pro- 
I  ducido  por  el  trabajo  material   á  mental,  y  que  viven 

¡  del  sudor  de  su  frente. 

I  •'Pero  falta  todavía  que  preguntar,  «jen  qué  duermen 

!  y  qaé  comen?  Bien  pudieran  preguntar  eso  también, 

I  seguros  de  que  no  dejará  de  haber  una  voz,  por  hu- 

I  milde  que  sea,  que  conteste  asi:   duermen  en  la  paja 

pero  con  sueño  tranquilo,  sin  aquellas  emociones  que 
causa  la  fiebre  devoradora  del  rico;  comen  lo  que  pro- 
duce la  tierra  y  no  el  fruto  del  sudorde  otro  hombre... 
"El  establecimiento  del  club  constitucional  es  el 
complemento  del  desarrollo  de  las  ideas  democráticas; 
es  una  institución  liberal  por  excelencia  y  un  fecundo 
generador  de  liberudes  públicas. 
I  iiNo  es,  no,  el  mercado  de  intrigas  viles,  sino  un 

acto  solemne  de  la  manifestación  de  los  derechos  del 
ciudadano.  No  es  el  lugar  donde  el  esclavo  rinde  hu- 
millación ftl  tirano,  sino  templo  donde  el  patriotismo  y 


-»-»;—  ycr 


^ 


^ 


420  Matanzas  de  Yáñez 

la  virtud  se  admiran  y  acatan.  Es  por  ultimo  el  solio 
de  la  libertad,  rodeado  de  ese  pueblo  que  ejercita  sus 
derechos  y  reclama  sus  garantías. 

iiSi  unión  é  igualdad  son  el  móvil  y  objeto  de  sus 
acciones,  y  la  libertad  el  estandarte  de  su  partido,  ¿qué 
será  del  ambicioso  turbulento,  que  aborrece  la  paz  y 
ama  la  guerra  intestina,  como  medio  de  realizar  sus 
ensueños  sanguinarios?  ¿Qué  será  del  ignorante  intruso 
si  se  deja  llevar  de  los  arranques  de  su  corazón  per- 
verso, en  una  dirección  opuesta  á  los  intereses  del 
pueblo?  ¿Qué  será  del  defensor  de  la  tiranía,  del  adula- 
dor sin  vergüenza,  del  frío  y  del  indiferente? 

«« Fácil  será  compreiíder  que  sus  delirios,  sus  ten- 
dencias, sus  maquinaciones,  sus  intrigas  y  sus  afanes 
por  el  mal  público,  escollarán  contra  el  patriotismo  de 
•todo  un  pueblo  esforzado,  que  los  llenará  de  infamia 
marcándoles  con  la  señal  que  mancha  la  frente  de  los 
desgraciados...  M 

De  la  fugaz  memoria  del  club  constitucional  de 
Potosí  queda  constancia  plena  en  El  Club,  su  órgano 
en  la  prensa  de  la  ciudad.  Las  diez  y  seis  páginas  en 
folio  mayor,  de  que  consta  su  colección  cabal  de  tres 
números,  se  contraen  exclusivamente  á  su  objeto.  Co- 
-mo  todas  estas  gacetillas  transitorias,  están  dichas  pá- 
ginas preñadas  de  espíritu  boliviano  y  animadas  por  la 
intención  política  del  momento.  Con  más  derecho  que 
otras,  ellas  debían  fígurar  en  el  libro  de  las  ideas  de  la 
época. 

Y  en  esto  de  las  ideas  del  tiempo  y  de  sus  focos  de 
irradiación,  ha  de  tenerse  muy  en  cuenta  que  acabamos 


F"^ 


'  .i 


de  tantear  el  sentido  práctico  de  las  ideas  bolivianas, 
en  manantial  del  llano  y  nó  en  vertiente  de  las  cum- 
bres. 

Para  utopías  reformistas  Cochabamba.  Vivían  eñ 
Atenas,  con  Mirabeau,  unos  decididos  por  Stuart  Mili 
y  otros  en  favor  dé  Cousin.  Juntas  hervían  en  La  Paz 
las  mezquinas  pasiones  y  las  pasiones  terribles,  tragan- 
do sangre  y  echando  espuma  de  intrigas  y  de  alevosía. 
En  Sucre  pontificaba,  entre  sus  mestizos  politiqueros, 
la  poltronería  opinante  y  dogmática  del  señorío  acomo- 
dado. Estas  gentes  no  servían  para  nada  viril  en  favor 
del  buen  gobierno.  '  • 

Potosí,  vecindario  dócil,  un  poco  por  costumbre  en- 
corvado ante  la  arbitrariedad  soldadesca,  era  con  todo 
eso  un  vecindario  sencillo,  que  había  visto  ya  mucho 
dentro  de  su  histórico  recinto,  que  comerciando  con 
esto  ó  con  aquello  y  pellizcando  por  aquí  ó  por  allá  su 
argentífero  cerro,  comía  y  bebía  gran  parte  con  el  tra- 
bajo de  sus  manos  como  Dios  manda. 

En  la  hondura  que  ya  por  aquel  entonces  se  habían 
cavado  á  sí  mismas  las  cosas  bolivianas,  es  punto  cu- 
rioso de  advertir,  que  la  prensa  de  las  cuatro  ciudades 
principales  tenía  conciencia  clara  del  mal,  y  que  con- 
cebía, como  único  tolerable  y  posible  régimen  de  vida 
política,  el  régimen  constitucional. 

De  La  Paz  hemos  visto  ya  demasiado.  Dé  Sucre 
algo,  y  queda  todavía  algo  por  ver.  En  esta  corte  doc- 
toral está  el  areópago  moralizante.  Nos  ha  de  decir  lá 
prensa  sucretise  su  fallo  histórico  sobre  el  setembrismo. 
.    lastima  que  én   estos  días  de  hierro  y  fuego  no 


42:1  Matanzas  de  Ydñez 

tenga  plaza  la  fantasía  cochabambina  con  sus  ideali- 
dades sociológicas.  Allí  sí  que  hay  cosas  inauditas  que 
ver.  La  ideología  bizantina  del  régimen  constitucional 
fundará  allá  su  cátedra  dentro  de  pocos  meses. 

Un  volumen  muy  interesante  de  los  anales  de  la 
prensa^  durante  el  gobierno  de  Achá,  debería  intitular- 
se La  apelación  al  pueblo^  y  en  esas  páginas  tiene  Co- 
chabamba  el  lugar  más  luminoso.  Son  ellos,  además, 
los  que  han  ensayado  mejor  el  régimen  municipal,  y 
los  que  con  pruebas  valederas  han  servido  más  á  la 
enseñanza  primaría  en  Bolivia. 

Prescindamos  de  las  facciones  y  de  sus  hipocresías  y 
de  sus  apostasías.  Demos  oídos  únicamente  á  la  razón 
publica,  manifestada  por  ecos  sanos  y  unánimes  de  la 
prensa.  Si  como  no  cabe  duda  el  intelecto  boliviano 
tiene  ya  conciencia  clara  de  la  gravedad  del  mal,  y  si 
su  consenso  ha  adoptado  como  específico  único  un 
remedio,  ó  sea  mejor  dicho  un  régimen,  el  régimen 
constitucional,  ¿qué  decir  de  los  alcances  de  ese  inte- 
lecto cuando  uno  ve  que  la  fuerza  de  su  colectividad 
se  queda  en  lo  intuitivo,  y  que,  en  pasando  de  allí  á  lo 
trascendente,  se  descompone  y  se  disuelve  dicha  fuer- 
za con  verdadera  lástima? 

tara  dar  con  una  muestra  ó  un  ejemplo  nos  he- 
mos quedado  en  este  buen  Potosí,  árido,  frío,  paca- 
to, arruinado,  y  que  es  con  todo  eso  centro  material 
de  recursos  políticos  en  la  república.  Nos  hemos  que- 
dado aquí,  para  que,  al  contemplar  el  alcance  práctico 
de  las  ideas  de  Potosí,  se  pueda  ver  a  fortiori  la  demos- 
tración específica  de  las  ideas  en  Bolivia. 


nEl    avhu 

El  método  era  seguro.  Porque,  si  el  movir 
las  ideas  políticas  en  aqueste  centro  social,  p 
cuado  para  los  raudos  vuelos  por  la  rarefací 
lectual  y  física  del  aire  ambiente,  nos  sumir 
su  andar,  en  vez  de  paso  enderezado  y  firme, 
gantes  contoneos  ó  un  ritmo  lírico  febril,  clai 
que  tendremos  una  idea  del  loco  ditirambo  d 
se  arremolinan  en  los  cerebros  allá  en  las  otrai 
dades,  centros  mucho  más  cultos  y  animado! 
gantes  que  Potosí. 


1 


PÍTULO  XVI 

)L    DE  SETIEMBREi. 

IBSl 

petiodismo  boliviano. — Los  tres  periodos 
I.— FtJIetos  y  periódicos  del  primer  perio-^ 
segundo  El  Seld'  Setiembre. — Su  numero 
las  matanus. — Guerra  de  Linares  á  la  co* 
iva. — Su  mala  p^ina  polItíCH. — La  gran 
ibre, — Fenómeno  de  refracción  moral.— 

la  nómina  bibliográfica  de  los  pe- 
rnos compulsados,  el  argumento  de 
tiempo  transcurrido  entré  principios 
[  y  ñnes  de  abril  de  1862. 
:ones  eñ  casa  ajena,  ni  penetrar  en 

el  palacio,  ni  en  los  conciliábulos 
iresenciado  en  !a  arena  de  la  prensa 
es  de  la  historia  boliviana  durante 

prisión  en  masa  de  los  belcisias,  la 


420  Matanzas  de  Yáñez 

matanza  de  los  mismos,  la  rebelión  fernandista  del  Sur 
y  del  Norte,  el  lynchamUnto  popular  de  Yáñez,  la  re- 
belión belcista  del  Sur,  el  perjurio  y  el  pisoteo  de  la 
constitución  de  1861  pactada  por  los  partidos  bolivia- 
nos, y  como  suma  de  cuentas  el  afianzamiento  de  la 
autoridad  militar  de  Achá,  y  sus  seguridades  de  obte- 
ner la  presidencia  constitucional  en  las  elecciones  que 
ya  comienzan. 

No  se  dirá,  no,  que  son  eminencias  poco  dominantes 
las  que  forma  coo  sus  cdumnas  esta  construcción  que 
sé  llama  la  prensa.  En  Bolivia  el  año  1S61  tenemos  un 
ejemplo.  Nos  hemos  paseado  á  \o  largo  de  la  gs^eria 
en  un  edificio  semestral  de  unaá  diez  puertas.  Con 
sólo  asomamos  desde  allí  á  la  calle  y  á  la  plaza,  be* 
mos  podido  contemplar,  en  toda  su  verdad,  la  cosa 
publica  que  aciertan  á  ejecutar  en  su  patria  las  faccio- 
nes bolivianas,  tras  el  afán  enfurecido  y  sai^riento  de 
sus  discordias  sin  salida. 

Pero  nada  hemo»  dicho  sobie  la  manem  como  está 
sffi  constituido  y  compartido  este  observatorio,  y  es  lo 
que  voy  á  hacer  pegando  aquí  con  goma  io  que  ahora 
diez  años  esctibía  en  la  Revista  Chilena^  de  Santia- 
go, con  motivo  de  un  opúsculo  estadístico  sobre  la 
prensa  de  La  Paz  aparecido  en  Bolivia.  Decía  lo  que 
sigue: 

»»ün  inventario  general  de  las  publicaciones  perió- 
dicas que  han  existido  en  Bolivia  es  tarea  vasta  y  labo- 
riosa, no  precisamente  porque  en  suma  la  prensa  tenga 
allá  una  actividad  intensa  ó  mayor,  por  ejemplo,  que 
en  Chile,  la  Argentina  ó  Colombia,  sino  por  causa  de 


r 


«El  Sel  áe  Sttiembrt^  437 

la  pasajera  existencia  de  esas  mismas  hojas  volanderas, 
que  con  su  respectiva  serie  de  pocos  números,  tienen, 
no  obstante,  que  figurar  todas  en  un  catálogo  como 
otras  tantas  entidades  bibliográficas,  señalada  cada  una 
no  sólo  por  su  título,  sino  también  por  el  espíritu  y 
tendencia  de  toda  la  publicación  durante  su  efímera  vi- 
da. Todas  ellas  van  desapareciendo  unas  tras  otras 
con  el  interés  ó  pasión  del  momento  que  las  dictó,  pa- 
ra ceder  su  puesto,  al  cabo  de  una  treintena  ó  de  un 
centenar  de  números,  á  otras  gacetillas  con  título  dis- 
tinto y  tendencias  diferentes. 

"En  La  Paz  han  solido  aparecer  gacetas  de  publi- 
cación cotidiana;  pero  e!  diario  propiamente  dicho, 
con  su  duración  de  años  y  su  perseverancia  de  prc^ 
sitos  políticos,  no  ha  existido  casi  mmca  en  Solivia,  ni 
como  empresa  industrial  de  un  editor,  ni  como  arma 
política  de  un  partido,  disciplinado  para  la  lucha  per 
manen  te  dentro  de  un  reducto  de  principios. 

"En  cambio,  !as  gacetillas  eventuales,  que  con  viva' 
cidad  febril  se  publican  á  la  vez  en  las  seis  ciudades 
principales  de  la  república,  no  son  de  ordinario  meno! 
de  ao,  subiendo  su  número  en  épocas  transitorias  has- 
ta 50  ó  60,  sin  contar  la  variedad  de  hojas  sueltas,  que 
de  diez  años  á  esta  parte,  absorven  no  poco  de  la: 
polémicas  sobre  intereses  públicos  ó  privados.  Unas 
de  acuerdo  j^otras  en  abierta  polémica,  todas  esas  ga- 
cetillas representan,  con  el  matiz  local,  las  diversas 
parcialidades  militantes  en  que  está  dividida  la  opi- 
nión en  materia  política.  El  debate  se  empeña  de  con- 
tinuo en  pro  ó  en  favor  del  gobierno,  haciendo  toda) 


438  Matanzas  de  Yáñez- 

vincular  ciegamente  el  interés  público  ó  la  salvación 
nacional  en  el  triunfo  ó  predominio  de  una  persona, 
que  es  el  jefe  6  candidato  de  la  facción  ó  partido  que 
paga  la  imprenta.  Escribe  el  que  tiene  tintero  y  papel. 
No  se  usa  el  tajar  la  pluma. 

••Como  la  política,  ocupación  ó  preocupación  de 
todos,  está  allá  sujeta  á  vaivenes  y  cataclismos  ince* 
santes,  se  explica  por  qué  esas  pequeñas  empresas  se 
organizan  tan  sólo  para  atender  á  la  exigencia  local  de 
la  hora  presente,  y  por  qué  nacen  y  desaparecen  las 
gacetas  con  tanta  prontitud,  sin  dejar  por  eso  vacío 
nunca  el  campo  de  la  publicidad.  El  móvil  de  hoy 
cambia  y  se  transforma  mañana,  á  veces  con  u^a  rapi- 
dez vertiginosa,  y  para  cada  nuevo  impulso  los  brazos  se 
mudan  ó  se  alternan,  como  para  un  combate  singular 
cuerpo  á  cuerpo. 

.  "De  esta  manera  anónima  y  casi  dispersa  se  man* 
tiene  en  Bolivia  cotidianamente  una  publicidad  cente- 
llante y  formidable,  poco  vecina  en  su  espíritu  á  la 
atmósfera  serena  del  sano  patriotismo,  y  palpitando 
con  todas  esas  intermitencias  del  pensamiento  y  esas 
volubilidades  de  la  pasión,  propias  tan  sólo  de  espíri- 
tus que  alientan  en  una  sociedad  convulsionada  habi- 
tualmente  por  la  anarquía. 

«Ya  se  comprende  la  importancia  histórica  que  á  la 
yuelta  de  una  generación  comenzará  á  teoer  el  acopio 
de  todas  estas  hojas  volanderas.  No  sabemos  cómo 
los  anales  de  aquel  país,  tan  menesteroso  de  enseñan- 
zas elocuentes,  pudieran  más  tarde  establecer  su  tesoro 
de  experiencias  domésticas,  sin  atender  á  la  crónica 


i£J_ 


«El  Sol  di  Sthembre»  4ig 

I  de  errores  y  extravíos  que  se  encierra 
eriódicos,  sin  asistir  á  sus  rudos  deba- 
tos  oficiales  y  los  hechos  pdblicos,  sin 
uz  de  su  fuego  la  intencidn  y  sus  mdvi- 
en  sus  páginas  esos  arrebatos  trreftexí- 
:os,  que  al  disimulo  arranca  el  ardor 
la  improvisación. 

del  arte  histórico  estos  escritos  encie- 
la riqueza  magnífica.  Cuando  pretenda 
incial  presentarse  con  sus  adherencias 
1  estas  hojas  las  que  darán  las  telas  y 
ariosos  y  característicos,  para  vestir  cl 
lechos  al  uso  de  su  época.  ¡Qué  matices 
Considerada  en  este  punto  de  vista,  la 
ina  fuente  original  donde  ir  á  limpiar 
lulcrales  del  tiempo,  que  empañan  y  os- 
stancia  el  aspecto  de  lo  pasado.  No  es 
;gurar,  que  bien  usadas  sus  aguas,  re- 
pocas  arideces  en  el  campo  de  la  na- 
an  algunas  cosas  hasta  dejarlas  ñaman- 
ciertas  fisonomías  con  la  frescura  de  la 

1  considerarlo  así  los  contemporáneos,  á 
sspíritu  implacable  de  destrucción  que 
ntra  la  gacetería.  El  us¿  doméstico  y  el 
co  de  los  gaceteros  acaban,  al  cabo  de 
on  todo  lo  que  ayer  no  más  lanzaba  la 
a  expresión  duradera  de  la  actualidad, 
ios,  y  ya  se  venden  al  peso  de  romana 
dientes  ó  luminosas,  que  en  sus  rápidos 


I 

430  Matanzas  de  Yáikz 

vuek»  Ilevaft  consigo^  s^tín  el  tenor  sublime  de  sus 
rótulos,  el  eco  de  los  pueblos,  la  voz  de  la  razén,  el 
estandarte  nacional,  el  bien  publico,  el  anatema,  la 
conciliación,  la  juventud,  la  libertad,  el  orden,  la  lej 
la  patria,  etc.  ' 

"Sin  desatender  la  prensa  de  otras  localidades  de 
Bolivia,  que  á  fuer  de  coleccionista  infatigable  el  señor 
Acosta  trata  de  salvar  de  la  destrucción,  allegando  to- 
das las  formas  tipográficas  que  asume  en  dichas  locali- 
dades el  pensamiento  boUviano,  en  el  presente  opúscu- 
lo se  contrae  á  consignar  tan  sólo  lo  que  es  peculiar  al 
periodismo  de  La  Paz,  su  ciudad  nativa.  Lo  hace  ano- 
tando año  por  año  y  con  las  más  prolijas  designaciones 
descriptivas,  no  menos  de  170  publicaciones  entre 
diarios  y  periódicos,  durante  los  cincuenta  y  dos  años 
corridos  desde  que  en  dicha  ciudad  se  introdujo  la 
imprenta: 

«Los  datos  estadísticos  que  arroja  este  catálogo  tan 
concreto  y  específico,  son  numerosos  é  interesantes. 
Vemos  en  él  figurar  un  diario  que  alcanza  al  tomo  X, 
contando  catorce  años  de  una  existencia  no  exenta  de 
vicisitudes  y  de  algunas  interrupciones.  Entre  otros  de 
menor  duración,  se  menciona  un  periódico  semanal 
que  se  publicó  sin  interrupción  diez  años  cabales  con 
un  mismo  espíritu  predominante.  Periódicos  eventua- 
les son  los  que  llenan  gran  parte  del  catálogo;  pero  no 
son  pocos  los  que  fenecen  después  de  tres  ó  cuatro 
años  de  existencia.  El  año  de  1848  hubo  en  La  Paz 
3  diarios,  3  periódicos  bisemanales,  2  trisemanales  y  4 
eventuales.  El  año  1861  hubo  2  diarios,  2  periódicos 


r 


II 


El  Sol  de  Seüembreu 


43^ 


biseinanates,  2  trisemanales  y  14  eventuales^  La  prensa 
de  1872  era:  2  diarios,  2  periódicos  bisemanales  y  i^ 
eventuales. 

><Si  se  advierte  que  los  intereses  comerciales  ó  de 
otro  orden  figuran  en  parte  nimia,  ó  no  í^msn  para 
nada,  en  las  columnas  de  estas  gacetas,  todas  ellas 
esencialmente  políticas,  se  habrá  de  convenir  en  que 
la  actividad  de  los  debates  sobre  la  cosa  publica  suele 
asumir,  en  La  Paz,  proporciones  relativamente  consi- 
derables.» 

Acabamos  de  verlo:  veinte  gacetas  políticas  sólo  en  la 
ciudad  de  La  Paz  en  1861.  Ello  se  explicó  entonces  fá- 
cilmente. Debemos  distinguir  tres  períodos  para  la  pren- 
sa en  el  expresado  año.  El  último  período  es  el  nuestro. 
No  sé  cómo  pudiéramos  figurarnos  una  idea  cabal  de 
la  acentuación  de  los  ecos  que  han  servido  para  el 
presente  libro,  si  no  conocemos  el  timbre  de  las  épo- 
cas que  antecedieron  y  engendraron  dichos  ecos. 

El  primer  período  corre  desde  enero  hasta  mayo,  y. 
el  segundo  desde  el  \,\  de  dicho  mes  hasta  fines  de 
agosto. 

Cuando  en  enero  14  de  1861  sobrevino  en  La  Paz 
el  golpe  de  Estado,  la  prensa  entró  en  un  período  de 
actividad  extraordinaria  en  todo  Bolivia.  Echando  ese 
golpe  de  Estado  al  suelo  una  dictadura,  que  tanto  ha- 
bía hecho  enmudecer  el  pensamiento  libre  en  todas 
sus  manifestaciones  sociales,  fué  también  un  golpe  de 
impulsión  al  espíritu  boliviano,  y  obtuvo  que  éste  se 
lanzara  á  la  arena  política  desplegando  allí  sus  fuerzas 
anas  viriles.  La  prensa  fué  en  la  ocasión  el  circo  de-  las 


43?  Matanzas  de  Ydmz 

fieras,  y  esas  fíeras  eran  las  ¡deas  y.  las.  pasiones  desen- 
cadenadas en  su  primer  embate  de  libertad. 

El  1 6  de  eneró  al  amanecer  llegó  á  Oruro  la  primera 
noticia  documentada  del  suceso.  Desde  este  punto  y 
sin  pérdida  de  momentos  se  propagó  con  ella  el  asom- 
bro por  todas  las  villas  y  aldeas  en  la  ruta  de  Potosí, 
en  la  de  Sucre  y  en  la  de  Cochabamba.  Consulto  la 
gacetería  del  tiempo,  y  advierto  que  en  la  primera 
quincena  de  febrero  era  ya  inmensa  la  agitación. en  to- 
das partes. 

Considérese  que  los  belcistas  volvían  de  la  opresión 
á  la  expansión;  volvían  del  destierro  ó  de  sus  escondi- 
tes ó  de  las  zozobras  cotidianas  de  su  hogar;  volvían 
echando  chispas  de  ira  y  de  venganza  como  unos  ener- 

■ 

gúmenos. 

Con  una  plumada  sería  imposible  marcar  lo  que  por 
el  alma  de  la  comunión  setembrista  pasaba  en  estos 
momentos.  Pero  lo  que  sentían  no  era  ciertamente  so- 
siego esos  sectarios. 

Con  raudos  bríos  se  armó  al  punto  la  disputa  por  la 
prensa. 

No  se  olvide  que  no  cabían  á  la  sazón  contemplacio- 
nes á  ningún  poder  reinante.  Los  hombres  de  la  junta 
gubernativa  tenían  que  hacerse  perdonar  su  felonía  sin 
ejemplo,  y  la  autoridad  de  la  junta  era  temporal  ó 
transitoria.  ¿Quién  será  mañana  el  nuevo  César?  Nadie 
lo  sabía.  £1  país  estaba  en  plena  campaña  electoral,  y 
de  los  comicios  iba  á  salir  una  asamblea,  y  los  poderes 
de  esa  asamblea  eran  constituyentes.^ 

«Vencer  ó  morírit  era  la  divisa  de  los  dos  bandos 


wEI  Sol  de  *Setiembre\^  4jj 

más  poderosos  en  que  estaba  dividida  la  república,  esto 
es,  de  los  belcistas  ü  oprimidos  de  ayer,  y  de  los  se- 
tembristas  ó  derrocados  de  hoy  día.  Ninguno  tenía 
«pie  seguro  en  el  poder,  y  lo  codiciaban  ambos  con 
todas  las  vehemencias  de  la  ambición  por  desquite  y 
por  miedo. 

"Fusiónif  escribía  en  su  bandera  una  nueva  parcia- 
lidad. Esta  agrupación  pretendía  ganarse  las  personas 
asimilables  y  los  intereses  conciliables  de  uno  y  otro 
partido,  á  íin  de  formar  con  estos  elementos  y  el  ele- 
mento militar  un  tercer  partido,  que  sirviera  de  base  á 
la  candidatura  de  José  María  de  Achá  á  la  presidencia 
de. la  república.  ^ 

Documentos^  son  de  valor-  esencial  para  la  historia 
del  golpe  de  Estado  ciertos  folletos  coetáneos,  dictados 
(para  más  bien  decir)  por  el  acontecimiento  mismo. 

Fué  el  primero  de  todos  la  Exposición  que  dirige  D. 
José  María  Linares  d  sus  compatriotas.  Tan  luego  co- 
mo llegó  el  dictador  expulsado  á  Valparaíso,  lanzó  esta 
amarga  y  honda  queja  contra  la  bastarda  ambición  y 
la  negra  perfidia  que  acababan  de  arrebatarle  el  poder. 

Días  después  y  de  la  cámara  de  Linares  salía  la  pu- 
blicación de  Mariano  Baptista,  intitulada  El  14  de 
Enero  en  Bolivia. 

Un  mes  adelante  Linares  remitió  impreso  á  laasam 
hlea  el  informe  político  y  administrativo  que  llevabr 
por  titu\o:  Mensaje  que  dirige  el  ciudadano  /osé  María 
Linares  á  la  contención  boliviana  de  t86i. 

Evaristo  Valle,  como  ministro  durante  la  dictadura, 
informó  á  la  asamblea  en  un  folleto  sobre  los  ramos 

28 


434  Matanza^  de  Ydñez 

de  culto  y  de  enseñanza  publica  que  habían  corrido  á 
su  cargo. 

Las  inculpaciones  hechas  por  Linares  y  por  Baptista, 
menos  que  de  ningún  calibre  poh'tico,  eran  de  enorme 
peso  moral  para  la  dignidad  y  rectitud  de  carácter  de 
los  tres  autores  del  golpe  de  Estado.  Así  lo  entendte- 
ron  luego  al  punto  ellos  mismos,  y  sus  respuestas  no 
se  dejaron  aguardar  en  La  Paz.  J//  respuesta  titúlase  el 
folleto  de  Achá,  Contestaábn  queda  V.  Ruperto  Fernán- 
dez se  llanca  el  segundo  folleto,  y  Contestación  dd  gene* 
ral  Manuel  A,  Sánchez  lleva  en  su  portadada  el  tercero. 

Pertenecen  á  e$tie  momento  político  los  foUetóA  9576, 
3027  y  3440  de  mi  catálago  impreso. 

La  cuenta  y  razón  de  la  prensa  poMtiba  de  estos  días, 
sus  días  de  mayor  tempestad,  no  caben  dentro  de  este 
libro.  Pertenecen  á  esa  parte  de  los  aisles  que  debería 
titularse  El  golpe  de  Estado,  Libro  mucho  más  intiore- 
sante  que  el  presente;  porque,  si  los  trasuntos  que  £of- 
man  éste  aciertan  á  reflejar  algo  de  la  fisonomía  social, 
los  que  deben  componer  aquél  transparentan  en  Bolivia 
el  !alma  humana  con  algunas  de  sus  más  intensas  vi- 
braciones. 

Aquel  arranque  de  la  prensa  de  1861,  que  dilató  su 
impulso  cuatro  meses  con  demostraciones  de  fogosísi- 
ma actividad,  fué  á  espirar  á  las  puertas  de  la  asamblea 
constituyente. 

Durante  dicho  período  aparecieron  en  La  Paz,  fuera 
de  los  órganos  estrictamente  oficiales  y  de  El  TeUgra^ 
fo^  estos  periódicos  de  poca  dura  pero  de  mucha  inten- 
ción, qufe  tengo  á  lá  Vistn. 


uEl  Sol  de  SeüetnhHw  4j§ 

El  Indicador^  que  sostenía  la  candidatura  presiden- 
cial de  uno  de  los  triunviros,  el  general  Manuel  Anto- 
nio Sánchez;  La  Linterna^  papel  setembrista  y  opositor 
á  los  triunviros;  La  República^  en  sostén  y  defensa  de 
estos  últimos;  El  Padre  Cobos^  periódico  satírico  por 
Félix  Reyes  Ortiz;  La  Bandera  Tricolor^  órgano  enér- 
gico del  partido  belcista;  La  Concordia^  órgano  de  los 
parciales  del  general  Gregorio  Pérez,  caudillo  en  cier- 
nes; otro  salvador  más,  que  indudablemente  ya  se  sen- 
tía aguijoneado  por  el  clamor  de  la  patria,  pues  había 
dado  en  gustarle  la  letra  de  molde  para  salutaciones  y 
gratulatorias  populacheras. 

La  Voz  de  la  Juventud^  periódico  setembrista,  y  el 
Eco  del  Ejército,^  adversario  del  anterior  y  fusiofíista, 
participan,  por  su  espíritu,  de  la  impulsión  primera  o 
arranque  arriba  mencionado,  si  bien  ambos  aparecie- 
ron en  I^a  Paz  cuando  ya  había  abierto  sus  sesiones  lá 
asamblea. 

.  En  Cochabamba  vieron  la  luz  publica  esos  días  El 
Cazador,  que  no  conozco  sino  por  sus  debates  con  El 
Crepúsculo,  órgano  de  las  utopias  de  Lucas  Mendoza 
de  la  Tapia,  quien  quería,  entre  otras  cosas  increíbles, 
un  directorio  de  cinco  mienibros  para  gobierno  defini- 
tivo dé  Bolivia.  Esté  último  periódico  era  favorable  al 
golpe  de  Estado,  bien  así  como  lo  era  también  allí  mis- 
mo La  Actualidad,  órgano  retemplado  de  los  belcistas ' 
contra  los  sétembristás^  Proclama  éste  la  fusión  con 
Achá  por  presidente,  mientras  que  El  Tiempo  invocaba 
á  este  mismo,  mas  sin  excusar  su  odio  á  los  belcistas. 
De  El  Constitucional^  que  poi*  entonces  escribieron 


I 


4j6  Maganzas  de  Yáñez 

algunos  jóvenes,  conozco  tan  sólo  un  número,  el  nú- 
mero I,  en  defensa  de  la  administración  dictatorial. 

En  Potosí  La  Situación^  redactado  con  vigor  por 
Antonio  Quijarro,  enarbolaba  bien  alto  las  enseñas  se- 
tembristas,  así  para  juzgar  y  calificar  el  acto  del  14  de 
enero,  como  para  entrar  en  lucha  con  los  belcistas  y 
con  los  fusionistas  de  Achá  al  derredor  de  las  urnas 
electorales.  El  Amigo  del  Pueblo  es  otro  periódico  se- 
tembrista  coetáneo,  de  Potosí. 

Un  grupo  de  fíeles  linaristas,  puritanos  caballerosos 
del  setembrismo,  sostuvieron  por  este  tiempo  en  Sucre 
El  Fhnix^  para  justificar  por  sus  fines  patrióticos  y  por 
la  enormidad  de  los  obstáculos  los  actos  de  la  dictadu- 
ra. Pretendieron  también  traer  á  reunión  á  los  setem- 
bristas  de  la  república,  á  quienes  suponían  no  sin 
motivo  estupefactos  por  el  asalto  inaudito  y  sorpresivo 
del  14  de  enero. 

Nada  más  noble  que  el  tono  ni  más  laudable  que  los 
trabajos  que  dominan  en  esta  nutrida  publicación. 
Desenvolvieron  los  ideales  de  lo  que  ellos  denomina- 
ban el  setembrismo  genuino  para  la  obra  de  la  regene- 
ración delpais.  Eran  las  doctrinas^  según  ellos,  que 
Linares  hubiera  realizado  si  le  hubieran  dejado  tiempo 
de  hacer,  ó  más  bien  si  hubiera  sido  capaz  de  hacer. 

lÁ  Causa  de  Setiembre  apareció  allí  en  la  primera 
hora,  en  febrero,  y  llegó  eventualmente  con  sus  seis 
números  hasta  octubre.  Se  midió  cuerpo  á  cuerpo  con 
los  belcistas  de  Bolivia,  y  principalmente  con  los  de 
La  Actualidad  de  Cochabamba,  periódico  de  largo  y 
apasionado  aliento. 


í'El  Sol  de  Setiembre"  ^^y 

El  niiniero  postrero  de  La  Causa  de  Setíe//i6re  Sipare- 
ció  para  dar  alas  á  la  revolución  de  Ruperto  Fernández. 
En  la  sumaria  organizada  sobre  dicho  atentado  figura 
ese  boletín  como  el  cuerpo  de  un  delito.  Véase  al  res- 
pecto el  folleto  1913  de  mi  catálogo  impreso. 

En  la  primera  quincena  de  febrero  apareció  igual- 
mente en  Sucre  otro  campeón  de  la  causa  dictatorial, 
fulminador  implacable  de  todos  los  belctstas  del  uni- 
verso mundo:  tal  es  SI  Centinela  de  la  Revol^dbn  de 
Setiembre.  Según  tengo  á  la  vista,  sacó  sus  pliegos,  en 
folio  mayor  de  gaceta  á  tres  columnas,  hasta  tocar  en 
el  número  29,  correspondiente  al  12  de  octubre.  Llegó 
la  noticia  de  las  matanzas  de  belcistas  á  granel,  y... 
¿para  qué  más  ya? 

La  Causa  de  los  Pueblos  era  el  órgano,  en  Sucre,  de 
los  intereses  y  pasiones  belcistas,  antes  de  quedar  con- 
gregada en  La  Paz  la  asamblea  nacional  el  i ."  de  mayo. 

Con  este  hecho  quedó  abierto  para  la  prensa  otro 
período,  período  especiante  y  de  menor  actividad,  que 
acaba  con  la  clausura  de  aquel  célebre  cuerpo  consti- 
tuyente el  15  de  agosto. 

No  hay  para  qué  tomar  nota  de  las  publicaciones 
periodísticas,  que  por  haberse  producido  durante  las ' 
sesiones,  están  empapadas  en  el  espíritu  de  aquel  gran 
momento  parlamentario.  \^  verdad  es  que  lo  intenso 
de  la  lucha  se  había  trasladado  entonces  á  la  tribuna. 
Diré  sólo  que  en  julio  4  comenzó  á  aparecer  en  Sucre 
un  periódico  setembrista,  bajo  la  impresión  de  esos 
tremendos  debates  del  belcismo  con  el  setembrismo. 
Este  periódico  es  El  Sol  de  Setiembre. 


43i 


Matanzas  de  Yéñez 


Publicado  por  la  Imprenta  Boliviana  en  pliegos  del 
folio  común  de  oñcio  á  dos  columnas,  echó  á  la  circu-» 
lación  eventual  seis  números,  nutridísimos  de  setena^ 
turismo,  hasta  poco  antes  de  las  matanzas  de  Yáñez.* 
Obra  era  del  grupo  selecto,  flor  de  los  leales  á  Lina- 
res, de  esos  que  en  el  primer  período,  ó  sea  en  el 
momento  político  del  golpe  de  Estado,  habían  escrito 
El  Fénix.  El  sol  de  setiembre  no  podía  ser .  otro  que 
Linares,  '>el  señor  Linaresn,  como  ellos  no  dejarónr 
nunca  de  nombrarle. 

La  idea  que  movió  el  aparecimiento  é  inspiró  los^ 
escritos  del  presente  periódico  es,  que  el  dictador  José- 
María  Linares  supo  mostrarse  digno  de  la  confíafiza 
nacional,  durante  los  tres  años  y  meses  que  ejerció  la 
suma  del  poder  público  en  Solivia.  Ello  en  contradic- 
ción razonada  y  apasionada  con  los  diputados  que  en 
la  asamblea  pretendían,  por  aquel  entonces,  que  se 
declarase  legislativamente  lo  contrario. 

Un  suceso  notable  prolongó  hasta  la  época  de  las 
matanzas  este  setembrista  eco,  correspondiente  al  se- 
gundo período  de  la  prensa  de  1861.  Las  ideas  y  sen-- 
timientos  que  dictaron  El  Sol  de  Setiembre  durante 
el  período  legislativo,  aparecieron  con  su  antiguo  títu- 
lo cuando  espantaba  Yáñez;  aparecieron  dictando  el 
postrero  acento  convencido  de  los  puritanos. 

Si  es  cierto,  como  secuenta,  que  Ruperto  Fernández 
tenía  iluminado  el  semblante  por  intenso  placar  se- 
tembrista,  cuando  á  media  noche  corrió  á  comübkar^ 
al  préndente  Achá  en  su  lecho  la  noticia  dé  las  má-- 
tanzas,  fuerza  es  reconocer  que  esa  islegHa  no  tuvo 


r 


•lEl  Sol  de  Se¡temiire¡f  4J^ 

rama  ^litica  de  ser  en  tal  momento;  ¡jues,  con  que- 
dar destruido  el  meollo  del  belcismo  en  La  Par,  no 
pueda  ni  con  mucho  el  partido  belcista  en  Bolivia,  y 
porque  lo  que  á  esas  horas  acababa  de  perecer  sin 
esperanza  era  más  bien  el  setembrísmo,  con  la  muerte 
de  su  caudillo  Linares  el  6  de  octubre  en  Valparsfao. 

En  efecto,  casi  al  mismo  tiempo  llegaron  á  Sucre  la 
noticia  de  esa -íBuerte  y  la  noticia  de  las  matanzas. 
Eliode  noviembre  reapareció  enlutado  El  Sol  de 
Setiembre,  en  la  persona  de  su  ndmero  7  y  postrero. 
Fué  un  pliego  en  folio  mayor  de  gaceta  á  cuatro  co- 
lumnas, al  cual  se  siguió  días  después  otro  pliego  igual 
de  alcance,  con  la  discurseria  y  verserla  fdnebres  de 
uso  allá  un  día  de  exequias.    , 

Salió  esta  vez  tan  sólo  para  llorar  sinceramente,  en 
todos  los  tonos  de  la  prosa  y  del  verso,  la  muerte  del 
amado  y  admirado  caudillo,  "el  héroe  de  !a  historia 
contemporánea  de  Bolivia,  héroe  cuya  estatua  merece 
ser  colocada  al  lado  de  las  de  Bolívar,  de  Sucre  y  de 
Ballivián,  ornada  la  frente,  por  los  bolivianos  todos, 
con  una  guiñarla  de  rosas  entretejidas  con  laurel. n 

También  sucumbió  entonces  ¡lara  siempre  el  setem- 
brismo.  De  sus  ruinas,  durante  la  administración  de 
Achá,  iba  á  nacer,  con  el  concurso  de  algunos  recién 
venidos  y  en  ausencia  de  no  pocos  desertores,  el  gran 
partido  constitucionalista  de  Bolivia,  que  había  de 
proponerse  otra  cosa  que  el  bien  en  abstracto  y  la  mo- 
ralidad en  general;  partido  político  en  la  acepción  le- 
gítima y  rigurosa  de  la  palabra,  pues  aspiraba  concre- 
tamente á  ensayar  reformas  preconcebidas  de  índole 


"  *  r 


440  Matanzas  de  Yánez  < 

i 

administrativa»  dentro  de  las  fórmulas  sagradas  de  una 
suprema  ley  común  de  labor  y  de  combate. 

De  aquí  el  interés  que  entraña  el  estudio  .de  la  ad-; 
minístración  de  Achá. 

Cuando  llegó  la  noticia  de  la  muerte  de  Linares  el 
gran  debate  sobre  los  actos  dictatoriales  tocó  á  su  tér- 
mino, arrojando  menos  apasionados  pero  más  razona- 
dos destellos. 

Dije  en  otra  parte  que  esa  dictadura  fué  estéril  para- 
el  reposo  público  y  para  el  régimen  legal,  y  que  con 
todo  eso  sus  trabajos  eran  dignos  de  estudiarse.  *  Eran- 
lo  y  todavía  lo  son.  La  dictadura  produjo  arl)itrariedad^ 
para  todos,  y  cosechó  revolución  para  todos  y  para  bí 
propia;  pero  dejó  surcos  de  labranza  para  otros  que: 
quisieren  cruzar  con  el  arado  el  campo. 

Por  más  que  se  empeñen  los  belcistas  en  demostrar  \ 
lo  contrario,  no  hay  que  desconocer  el  puñado  de. 
buena  simiente  que  el  espíritu  reformador  del  setem- 
brismo  acertó,  durante  su  gobierno,  á  arrojar  en  el  te-, 
rreno  administrativo.   Estos  precedentes,  muy  luego, 
no  habían  de  ser  inútiles  en  Bolivia  para  nuevos  arre-- 
glos,  ni  para  franquear  un  poco  el  paso  al  estableci- 
miento del  régimen  constitucional. 

Este  último,  para  que  pudiera  ser  ensayado  como  pa-. 
lestra  de  legítimos  partidos  poh' ticos,  había  nienester 
como  mínimun  un  cierto  aporte  de  esfuerzos  individua- 
les, un  agregado  indispensable  de  buenas  voluntades; 
reclamaba  el  ejercicio  de  ciertas  virtudes  republicanas: 
ineludibles,  y  esas  virtudes  las  desplegaron,  contra  to- 
da suerte  de  tentaciones,  individuos  salidos*  del  setem-- 


¡lEl  Sol  de  Setiembre"  441 

brismo  puritano.  Esto  habla  muy  alto  en  favor  del  an- 
tiguo jefe. 

El  dictador  Linares  había  declarado  guerra  á  muer- 
te á  la  corrupción  y  al  abuso  en  el  desempeño  del  ser- 
vicio público.  Fué  su  punto  de  mira  más  culminante. 
Y  ciertamente,  aunque  los  resultados  no  correspondie- 
ron al  ardor  del  intento  sino  á  lo  adocenado  de  Ioe 
medios,  es  innegable  que  el  sucesor  débil  cosechó  no 
poco  de  lo  que  aquel  poder  fuerte  había  conseguido 
en  tres  años  sembrar. 

Pero,  á  la  vuelta  de  esta  límpida  página  adminis- 
trativa, ¡qu5  cúmulo  de  errores  y  qué  ineficacia  de  re- 
sortes desgastados  borronean,  con  sus  tropiezos  y  caí- 
das, la  página  política  del  setembrismo!  Y  es  esta 
página  política  indudaWemente  la  ardua  página  y  la 
página  de  oro,  aquella  donde  es  menester  escribir  con 
mayor  acierto;  porque  también  es  la  página  credencial 
■  del  estadista,  la  que  se  impone  por  sí  misma  luego  a! 
punto,  y  en  la  que  más  se  miran  y  cuidan  de  leer  los 
contemporáneos. 

Sucumbió  el  setembrismo  para  siempre.  Hasta  el 
nombre  aquel  de  setembrismo  era  ya  una  inconvenien- 
cia lógica  y  moral,  en  el  nuevo  estadio  político  abiejto 
en  el  año  1861  por  los  sucesos. 

Á  Linares  siempre  repugnó  que  el  bando  de  sus 
parciales  se  bautizara  en  el  poder  con  el  nombre  de 
partido  linarista.  Los  primeros  meses  del  triunfo  la 
causa  se  denominó  "el  cañón  de  setiembre.iF  y  poco 
después  en  definitiva  "la  revolución  de  setiembre.n 
Mal  nombre,  apodo  irrisorio  y  oprobioso,  ahora  en  la 


44^ 


Matanzas  de  Yáñez 


actualidad  más  bk;n  que  nunca,  ahora  que  se  abría  el 
juicio  de  jseskiencia  <ie  la  tlictadura,  regulando  para 
ello  el  peso  de  los  cargos  por  la  altura  de  la  confianza 
popular  de  setiembre. 

Recordaba  ese  nombre  la  sublevación  de  la  artillería 
de  Oraro  el  %  de  setiembre  de  1857,  contra  el  gobier- 
no jurado  al  pie  de  las  banderas,  el  gobierna  constituí 
cional  y  apaciguador  de  Jorge  Córdoba.  Fué  aquelht 
la  traición  más  negra  y  más  ingrata,  entre  las  más  des- 
vergonzadas y  pérfidas  que  recuerda  el  militarismo 
pretoríano  en  Bolivia. 

Hora  de  vértigo  para  Antonio  Vicente  Peña,  hom- 
bre bien  nacido,  de  raza  caucásea,  culto,  educado  para 
el  honor.  Su  propia  conciencia  le  abatió  desde  el  día 
siguiente  la  cabeza.  No  estaba  hecho  para  la  avilantez 
pretoriana.  No  levantó  más  la  frente.  Desde  entonces 
vivió  en  la  oscuridad  el  que  llevaba  una  carrera  bri- 
llante. Murió  sin  valimiento  y  retirado  en  Santa  Cruz, 
st^  suelo  natal. 

Esta  sublevación  ftié  una  de  las  bases  de  la  gran  revo- 
lución de  setiembre  y  uno  de  los  motivos  de  su  nombre. 

I^  revolución  fué  ciertamente  grandiosa.  Se  levan- 
taron hasta  las  piedras.  {Qué  ensueños,  qué  novelería^ 
qué  loco  entusiasmo,  qué  transporte  de  la  nación  entera! 
Nueva  era  de  libertad,  de  orden  y  progn^o  abierta  de 
un  golpe. 

Inclinarse  todos,  que  ahí  pasa  el  caudi)h>  suspirado, 
el  conspirador  implacable  de  nueve  años;  inclinarse 
todos,  que  pasa  el  estadista  trayendo  bien  meditadas  y 
resueltas,  por  su  talento  docto,  todas  las  solaciones  de) 


if^/  Sol  de  Setiembre  w  ^^j 

presente  y  del  porvenir,  soluciones  que  el  mtlitatismo  no 
ha  hecho  sino  complicar  con  su  sable  estúpido.  Y  llo- 
vían como  un  diluvio  sobre  la  persona  de  Linares  ka 
aclamaciones,  las  ñores  y  las  lágrimas  de  la  veneración 
agradecida  y  del  patriotismo  esperanzado. 

En  acogidas  de  tan  universal  y  espontáneo  ardi- 
miento no  hay  para .  qué  mentar  las  salvas,  repiques, 
músicas,  arcos  y  festines  de  uso  común  en  Bolivia  con 
los  vencedores  revolucionarios.  Pero  deben  recordarse 
los  programas  de  administración  y  gobierno,  que  aun- 
que triviales  por  sus  perspectivas  esplendorosas  y  por 
la  fuerza  centrífuga  de  sus  buenas  intenciones,  esta 
vez  se  salieron  de  la  ordinaria  órbita  para  estar  bien 
á  nivel  de  las  promesas  del  caudillo  y  de  los  deseos 
del  pueblo.  Estos  programas  fueron  otra  de  las  bases 
de  la  revolución. 

Setiembre,  revestido  con  todas  las  galas  primaverales 
de  una  naturaleza  tropical,  setiembre  presenció  de  pie 
estas  sublimes  escenas,  y,  con  el  impulso  vital  de  sus 
ardores  renacientes,  las  estrechó  entre  sus  brazos  gigan- 
tescos, lastiñócon  fulgores  imborrables  en  la  imagina- 
ción de  la  juventud,  y  les  dio  su  nombre  sonoro  y 
parecido  ciertamente  al  estampido  fugaz  del  cañón. 

Pero  setiembre  no  muere  sino  que  pasa  y  vuelve,  y 
reaparecerá  hasta  la  consumación  de  los  siglos  recor- 
dando esto  que  sigue:  la  causa  que  lleva  su  nombre 
en  Bolivia^  por  estos  obstáculos  y  por  los  otros  (nin- 
guno de  allanamiento  previsto  ó  improvisado  por  el 
profeta  á  pesar  de  ser  todos  habituales),  fracasó  con  su 
equipo.de  laudables  intenciones,  fracasó  en  isu  empeño 


444  Matanzas  de  Yáhez 

de  realizarlas  por  los  medios  rutinarios  del  militarismo, 
que  son  los  extrañamientos  f>or  precaución,  la  mordaza 
de  la  prensa,  la  cárcel  por  sospechas,  los  fusilamientos 
por  delitos  políticos,  el  despotismo  desmañado  y  bron- 
co por  sistema. 

Véase  por  esto  si  no  es  cierto,  que  el  apelativo 
adoptado  por  el  linarismo,  era  el  propio  nombre  de 
un  testigo,  acusador  hoy  de  aquel  bando  político:  el 
mes  de  setiembre. 

Esta  revolución  de  setiembre,  con  tanto  énfasis  y 
vocinglería  alardeada  después  de  su  caída,  es  uno  de 
los  fenómenos  más  curiosos  del  alucinamiento  político.' 

La  causa  de  setiembre  es  santa  porque  es  la  causa 
de  Dios,  decía  Ruperto  Fernández.  Pero  pudo  agre- 
gársele, por  vía  de  correctivo,  que  lo  fué  sólo  en  su 
pascua  florida  de  Navidad,  en  setiembre,  cual  su  nom- 
bre lo  declara.  Después  de  entonces  los  setembristas 
se  consagraron  á  la  causa  del  diablo,  ó  sea  si  quieren  á^ 
la  causa  de  Dios  por  los  medios  del  diablo. 

Aquel  mes  glorioso  había  dejado  imperecederos  re- 
cuerdos en  el  espíritu  de  sus  usufructuarios.  Compren- 
do perfectamente  lo  que  al  presente  pasaba  en  el  inte-  • 
rior  de  éstos.  Llenaban  con  la  imagen  del  bien  perdido 
el  vacío  abierto  ahora  por  la  realidad  de  su  pérdida. 
Esa  imagen  era  la  del  voto  popular  de  setiembre;  esa  - 
realidad  era  la  negrura  sin  ejemplo  del  14  de  enero. 
Estas  fuertes  impresiones  trabajaban  su  alma,  ausen-  - 
tándola  (permítaseme)  de  la  política  positiva. 

Un  día  cierto  filósofo  contemporáneo  propuso  á  la 
prensa  científica  de  Europa  este  problema  nuevo:. No  ^ 


wEl  Sol  de  Setiembren  44$ 

há  mucho  estaba  yo  alegre,  ¿porqué  estoy  ahora  triste? 
¿Qué  nube  me  ha  envuelto  sin  advertirlo  mi  concien- 
cía?  Afuera,  todo  lo  mismo:  ¿porqué  una  mudanza  tan 
completa  adentro? 

Main  de  Biran  trató  entonces  de  explicar  el  hecho 
por  lo  que  él  llamaba  la  refracción  moral. 

Según  este  filósofo,  la  conciencia  está  envuelta  por 
una  atmósfera  de  leves  percepciones  inconscientes,  ve- 
nidas de  nuestros  órganos,  y  todo  lo  qué  de  fuera 
llega  no  penetra  en  nosotros  sino  refractándose  en  ese 
medio.  Ahora  bien:  si  sobreviene  un  cambio  en  dicha 
esfera  inconsciente,  se  produce  en  la  conciencia  esa 
mudanza  cuyas  razones  ó  caudales  nosotros  no  vemos, 
pero  que  á  veces  contrastan  demasiado  con  la  realidad 
externa. 

•  En  los  setembristas  el  fenómeno  de  hi  refracción 
moral  se  determinó  más  patentemente  si  cabe.  La  no- 
vedad sobrevino  afuera,  y,  cuando  la  impresión  se  in- 
ternó á  tocar  á  las  puertas  de  la  conciencia,  salió  lo  in- 
consciente á  recibir  á  lo  real;  y  eran  lo  inconsciente 
todas  esas  percepciones  inmarcesibles  venidas  del  mes 
de  setiembre,  que,  flotando  sin  cesar  en  las  moradas  de 
la  memoria,  estaban  dispuestas  á  envolver  y  empapar, 
y  empapaban  y  envolvían  hasta  lo  más  seco  y  duro 
que  por  allí  se  presentase. 

¿Hay  todavía  setembristas?  se  preguntaban  cuando 
murió  Linares.  Y  ¡cómo  no  ha  de  haberlos!  era  su  in- 
genua respuesta.  Los  habrá  mientras  haya  en  Bolivia 
altas  aspiraciones,  mientras  el  imperio  de  la  justicia 
sea  una  necesidad  inaplazable,  mientras  la  libertad  sea 


446  Matanzas  de  YdfUz 

el  punto  concéntrico  de  las  instituciones  irrevocable- 
mente adoptadas,  mientras  sea  un  deber  combatir  todo 
lo  adverso  á  los  principios  constitutivos  del  orden  so- 
cial, mientras  el  patriotismo  sea  una  religión  de  los  ciu- 
dadanos, religión  que  nos  obligue  á  morir  por  el  bien  y 
por  todo  lo  que  es  de  origen  divino  en.  la  humanidad. 

No,—  agreglaban, — no,  jel  setembrismo  no  ha  muerto! 
¡La  gloriosa  causa  de  setiembre  está  de  pie!  ¡Arriba,  se- 
tembristas! 

Y  no  había  medio  de  sacar  de  aquí  á  los  hombres 
de  setiembre.  Fuera  de  ellos  no  había  sino  reprobos  y 
enemigos.  Ellos  eran  desde  setiembre  la  grey  escogida 
para  prc^ugnáculo  de  la  causa  de  Dios  en  Solivia. 
Ellos  y  la  ^anta  causa  formaban  una  sola  entidad  po- 
lítica. 

Pero  es  la  verdad  que  caídos  caudillo  y  bando  con 
la  suma  á  cuestas  de  no  pocas  iniquidades  y  de  mu- 
chos desaciertos,  los  hombres  del  setembrismp  queda- 
ron destituidos  de  su  encargo  político,  quedaron  inca- 
pacitados  para  invocar  de  nuevo  la  santa  causa  que 
habían  bastardeado,  y  cuánto  más  inhabilitados  para 
que  se  les  confíase  de  nuevo  en  Bdlivia  el  servicio  de 
Dios.  Era  menester  que  la  cosa  pública  se  pusiese  de 
hoy  más  á  prueba  de  otros  hombres,  aun  cuando  fue- 
ran adversarios  del  setembrismo.  Es  lo  que  el  pueblo 
entendió  con  su  admirable  instinto. 

Muerto  había  quedado,  ante  la  razón  política,  el 
bando  setembrista;  muerto  á  impulso  de  ese  levísimo 
golpe  tremendo  que  se  llamó  ««el  golpe  de  Estado,  m 
Fué  sepultado  al  mismo  tiempo  que  Linares,  en  octu- 


r 


rEl  Sol  de  Setiembrfn  ^7 

bre,  junto  con  las  victimas  belcistas  del  23,  uNoche, — 
dijo  Yáñez, — memorable  y  de  eterno  recuerdo  en  los 
fastos  de  la  gloriosa  c&usa  de  setiembre.n  Invocatoria 
injusta,  pero  que  muestra  hasta  dónde  estaba  verificán- 
dose entonces  en  los  espfriius  el  fenómeno  aquel  de  la 
refracción  moral. 

y  es  lo  particular  en  la  prensa,  eco  fídelísimo  de  las 
agitaciones  del  país  desde  el  golpe  de  Estado  hasta  la 
elección  constitucional  de  Achá,  que  según  ella  de- 
muestra, tampoco  los  belcistas,  absortos  en  la  pasión  de 
las  elecciones  parlamentarias  y  presidenciales,  y  por 
ende  en  la  gran  polémica  de  cargo  y  data  sobre  la  dic- 
tadura, no  se  dieron  cuenta  exacta  del  sitio  vulnerable 
y  mortal  donde  ir  b.  asestar,  con  el  machete  de  la  lógi- 
ca política,  el  golpe  postrero  y  de  gracia  al  setembrís- 
mo  romanesco,  despechado  y  violento. 

¿Qué  más?  Hasta  desconocían  en  sus  gacetas  los 
belcistas  ó  pasaban  por  alto  los  días  gloriosos  del  mes 
de  setiembre,  y  hasta  negaban  el  santo  encargo  fiado 
entonces  á  los  brazos  regeneradores  del  linarismo  por 
el  voto  unánime  de!  pueblo;  cuando  la  fuerza  de  l.i 
dialéctica  aconsejaba  á  los  belcistas  conceder  todo  eso 
á  manos  llenas,  para  más  ponderar  la  indignidad  de  la 
cuenta  rendida  y  el  abuso  de  la  confíanza  defraudada. 

Pero  bien  pronto  habló  el  país  entero  en  los  comi- 
cios electorales  más  libres  que  hayan  existido  en  el 
mundo.  Eso  sf,  que  cuando  el  debate  fué  llevado  de  la 
prensa  á  la  tribuna,  la  argumentación  belcista  cobró 
más  nervio  y  desplegó  formas  más  incisivas. 

¡f,ástiniat  todo  eso  quedaría  sobrado  aquí.  Basle  coH 


448 


Matanzas  de  Yáñez 


lo  dicho  para  comentar  los  escritos  de  El  Sol  de  .Se- 
tiembre. Y  basta  para  poner  fin  á  este  libro  sobre  las 
matanzas  nocturnas  de  Yáñez,  contempladas  á  la  luz 
dé  las  publicaciones  de  la  prensa. 


PIÉSITIDIOE 


r 


HílAfkfH^ot  0MtHtH  W.Jm'*  í  A>M*t  gM*«ft#iit'»< 


PIEZAS  DEL  PROCESO 


1861-1862 

Autos  referentes  á  los  detenidos  y  á  las  matanzas. — Consejo  de 
guerra  del  if  del  octubre. — El  general  Córdoba  es  sentenciado 
i  muerte  dos  dfas  después  de  sepultado. — Concepto  popular 
acerca  de  los  procesos.— Informaciones  luminosas  suministra- 
das por  la  prensa. — Selección  de  lo  declarado  en  ella  por  los 
unos  y  por  los  otros. — Publicación  de  diez  y  siete  cal»lleros 
sobrevivientes. — Otra  de  Julián  Urquidi. — Otra  del  general 
Ascarruni.  —Declaración  judicial  de  Pedro  Zúñiga.— Publica- 
ción de  un  relato  atribuido  á  Lorenio  Foronda. — Pormenores 
n  este  relato  contenidos. 


I^  prensa  boliviana  ha  convenido  unánimemente  en 
llamar  matanzas  del  Loreto,  á  todas  las  que  Plácido 
Yáñez  mandó  ejecutar  ó  ejecuta  por  sí  mismo  en  La 
Paz  la  noche  del  23  de  octubre  de  1861. 

He  dicho  en  otra  parte  que  proceso  especial  sobre 
este  suceso  no  existe,  porque  nunca  se  levantó  ni  se 
mandó  levantar;  pero  hubo  autos  militares  concernien- 
tes á  laa  víctimas  antes  y  después  de  su  inmolación,  y 
relativos  á  algunos  de  los  cómplices  de  Yáñez,  no  co- 


45^ 


Matanzas  de  Yáñez 


mo  tales,  sino  como  reos  de  privados  delitos  aquella 
noche.  Éstos  autos  podrían  descomponerse  hoy  todos 
cronológicamente  en  tres  cuerpos  generales,  compren- 
sivo cada  uno,  si  bien  se  quiere,  de  cuadernos  par- 
ciales. Tomando  como  punto  de  partida  su  iniciación, 
estos  cuerpos  generales  serían: 

Primero:  los  autos  militares  de  lo  que  se  llamó  la 
conspiración  descubierta  antes  de  estallar,  y  con  cuyo 
nombre  se  ejecutaron  las  prisiones  en  masa  de  belcis- 
tas,  comenzadas  en  la  noche  del  .29  de  setiembre 
de  1861. 

Segundo:  la  sumaria  información  militar  concernien- 
te á  lo  que  se  denominó  la  revolución  del  23  de  octu- 
bre, sofocada  y  castigada  esa  misma  noche.  Compren- 
de las  tentativas  de  seducción  á  los  centinelas  y  el 
amotinamiento  de  los  presos. 

Tercero:  Los  autos  iniciados  en  diciembre  inmedia- 
to contra  Cárdenas,  Aparicio  y  no  sé  cuáles  otros,  co- 
mo reos  de  particulares  delitos  en  aquella  ocasióiv;  in- 
dividuos todos  ellos  á  quienes  la  autoridad  tuvo  que 
someter  floja  y  aparatosamente  á  juicio,  ya  á  más  no 
poder  con  el  peso  del  clamor  general. 

Se  comprende  perfectamente  que  toda  esta  papela- 
da no  formaría  sino  una  parte  del  proceso  histórico. 
Para  la  debida  instrucción  de  este  proceso  definitivo, 
es  diligencia  esencial  el  acumular  toda  la  documenta- 
ción política  del  día  y  los  anales  de  la  prensa. 

Providencia  de  oficio  sería  inmediatamente  encargar 
reos  á  los  poderes  aplicadores  y  ejecutores  de  la  ley, 
que  dejaron  impune  el  atentado  y ,  omitieron  la  opor- 
tuna pesquisa. 

Punto  muy  interesante  es  saber  el  estado  y  paradero 
de  las  causas  militares  seguidas  por  Yáñez  contra  los 
detenidos,  primeramente  como  á  conspiradores  desde 
sus  casas  antes  del  29  de  setiembre,  en  seguida  como 
á  conspiradores   dentro  de .  las  prisiones    días  antes 


Apéndice. — Piezas  del  proceso  4.53 

del  23  de  octubre,  y  después  como  á  revolucionarios  esa 
noche  en  connivencia  con  la  cholada  arremetedora  des- 
de las  calles.  Parece  que  todos  estos  autos  ó  una  parte 
solamente,  la  relativa  á  la  noche  del  23  quizá,  fueron 
remitidos  al  gobierno  unos  doce  días  después  de  dicha 
fecha,  sin  que  hoy  yo  sepa  el  grado  de  instrucción  que  ^ 
revestían. 

La  prensa  informa  que,  á  los  quince  días  de  iniciada 
la,  primera  causa,  ya  estaban  muy  voluminosos  y  en  es- 
tado de  verse  los  autos,  no  obstante  que  á  los  presos 
del  Loreto  se  les  había  tomado  su  confesión  solamen- 
te, y  no  además  de  ésta  la  previa  indagatoria  que  las 
leyes  prescriben.  Lo  cierto  es  que  el  16  de  octubre  se 
dio  la  orden  para  que,  al  siguiente  día  17,  se  celebrara 
el  consejo  de  guerra  ordinario  que  debía  juzgar  á  los 
conspiradores  de  setiembre.  Debía  presidir  este  tribu- 
nal el  general  de  división  Manuel  de  Sagárnaga. 

Una  sucinta  crónica  que  por  aquellos  tiempos  cir- 
culó sobre  lo  ocurrido  en  La  Paz  los  últimos  tres  me- 
ses, y  que  está  inscrita  en  mi  catálogo  impreso  bajo  el 
numero  31,  dice  al  respecto  lo  que  sigue: 

»'Se  presentaron  los  reos  del  cuartel  de  arriba,  en 
aquel  temible  recinto,  con  toda  la  ufanía  de  una  con- 
ciencia sin  reproche.  Se  leyó  el  proceso  por  el  fiscal,  y 
dos  de  los  acusados  notaron  que  sus  declaraciones  no 
eran  las  que  habían  oído  leer;  que,  puesto  que  se  tra- 
taba de  la  culpabilidad  de  un  hecho  revolucionario  y 
del  descubrimiento  de  la  verdad,  no  podían  dispensar- 
se de  reclamar  ante  el  consejo  sobre  las  alteraciones 
que  habían  advertido  en  sus  exposiciones.  Sin  embar- 
go de  tan  atroz  aberración  el  consejo  nada  dijo  sobre 
el  particular. 

*»Un  hábil  defensor  de  uno  de  los  reos,  con  el  aplo- 
mo de  la  razón  y  de  la  justicia,  expuso:  que  ni  el  con- 
sejo era  competente  ni  el  proceso  se  hallaba  bien  orga- 
nizado; y,  á  tiempo  de  dar  sus  razones,  el  presidente  lo 


454  Matanzas  dt  Yáñtz 

mandó  salir  fuera  y  salió  con  el  último  desaire.  Seme- 
jante incidente  es,  sin  duda,  escandaloso  y  un  ultraje  á  la 
ilustración  del  siglo,  á  la  circunspección  del  acto  y  á 
los  derechos  naturales  del  hombre. 

•lAsí  terminó  el  numorándum  consejo  de  guerra,  de* 
jando,  por  su  puesto,  descubierta  la  farsa  y  en  trans- 
parencia  á  sus  autores,  n 

Por  otro  conducto  se  sabe  lo  mismo.  El  Juicio  Pu- 
blico afirmaba  en  diciembre  9  que,  en  el  último  con- 
sejo de  guerra,  varios  soldados  aseguraron  que  sus  de- 
claraciones habían  sido  alteradas. 

Siempre  es  mucho  menos  esta  falsedad,  aunque  vi- 
llana, que  echar  fuera  á  un  defensor  arrostrando  para 
ello  el  escándalo  ante  el  mundo. 

Tamañas  monstruosidades  puede^n  revocarse  á  duda. 
Para  concederles  asenso  se  requiere  que  estén  bien  con- 
firmadas. Entretanto,  quien  conozca  un  poco  algunos 
recovecos  del  cuartel,  propios  de  la  política  soldadesca 
del  país,  acaso  no  encontraría  de  todo  punto  inverosí- 
mil dichas  monstruosidades. 

Por  si  pareciere  que  esta  opinión  desdice  de  la  me- 
sura propia  de  un  imparcial  analista,  no  tiene  cualquie- 
ra boliviano  sino  hojear  el  boletín  de  sesiones  de  la 
asamblea  legislativa  de  1862,  donde  puede  encontrar 
la  constancia  de  un  hecho  referente  al  cuaderno  de 
autos  concerniente  al  general  Córdoba.  Éste  fué  sen- 
tenciado á  muerte  dos  días  después  de  asesinado;  es 
el  mismo  fiscal  quien  lo  confiesa  ante  el  congreso.  En 
una  representación  suya,  fecha  12  de  agosto  de  ese 
año,  reproducida  por  las  gacetas  del  día,  dice  así: 

"El  25  de  octubre — (es  el  teniente  coronel  Ángel  Fa- 
jardo quien  habla), — fui  llamado  y  requerido  por  la 
causa,  que  se  hallaba  en  el  mismo  estado  dicho,  sin 
conclusión  fiscal.  Exigido  á  terminarla,  se  me  mandó 
poner  la  sentencia  á  horas  once  de  la  mañana  del  día 
subsiguiente  al  asesinato  del  encausado... if 


r 


Aphidia.—- Piezas  del  proceso  4^ 

En  la  tierra  de  las  rebeliones  militares  el  congreso 
debió  premiar  la  doble  prueba  que  dio  entonces  Fajar- 
do de  subordinación  y  disciplina.  No  sé  si  las  leyes 
bolivianas  obligan  á  los  fiscales  á  poner  cierta  clase  de 
sentencias  cuando  así  se  lo  manda  el  superior.  Lo  que 
■es.  á  algunos  quizá  les  agrade  más,  en  este  pretoriano, 
Ift  manera  como  califica  de  inocente  su  proceder  ante 
los  legisladores.  Él  dice: 

"Un  muerto  dos  días  antes,  era  designado,  dos  días 
después  de  sepultado,  á  la  pena  capital.  Esto  importo 
como  sentenciar  á  nada,  6  vice  versa  no  tener  facul- 
tad de  sentenciarlo  á  que  resucite  á  sufrir  otra  conde- 
na, y  esto  en  la  circunstancia  predicha...i[ 

El  fiscal  Pedro  Cueto,  organizador  de  los  procesos 
generales  cayó  en  completa  desgracia.  El  dia  de  las  ex- 
piaciones, el  23  de  noviembre,  clamando  el  pueblo  por 
la  cabeza  del  anciano  coronel,  buscaba  á  éste  por  todas 
partes  para  proceder  á  lyncharlo  al  par  que  á  Váñez. 
Ya  hemos  visto  que  el  gobierno  lo  expulsó,  con  igno- 
minia, del  ejército. 

Este  hecho,  así  como  también  el  hecho  de  que  el 
gobierno  no  haya  dado  publicidad  á  estos  procesos,  ni 
inmediatamente,  ni  después  en  sus  días  de  furibundas 
recriminaciones  á  los  belcistas,  lalvez  denoten  algo  de 
muy  significativo  en  favor  de  la  opinión  vulgar;  es  á 
saber:  que  toda  esa  pajjelada  era  escandalosa  é  inicua, 
apenas  explicable  por  el  enceguecimiento  del  odio  y 
del  miedo  y  por  la  perversión  moral  de  sus  autores. 

Véase  en  El  Boliviano  lo  que  ocurrió  con  un  pri- 
mer ensayo  de  publicación  hecho  por  Váñez  con  in- 
tento de  justificar  las  matanzas. 

£n  cambio  de  la  oscuridad  judicial,  la  prensa  ha 
publicado  importantes  piezas  producidas  ante  el  ju- 
rado de  la  opinión.  Los  sindicados,  los  culpables  y  los 
delincuentes  del  23  de  octubre  dejaron  oír  con  liber- 
tad sus  cargos  y  descargos  impresos.  Los  agraviados 


vn- 


4$6  Matanzas  de  Yáñez 

sobrevivientes  ocuparon  también  por  su  parte  las 
luninas  de  la  prensa.  Puede  afirmarse^  que  todos  los 
actores  activos  y  pasivos  del  acontecimiento,  han  com- 
parecido en  los  periódicos  como  deponentes.  Del  ca- 
pullo de  sus  dichos  contextes  ó  contradictorios,  se 
puede  fácilmente  hoy  hilar  la  verdad  en  la  rueca  de  la 
crítica,  se  pueden  armar  la  trama  y  la  urdimbre  con 
que  haya  de  labrar  tela  fína  de  historia  una  lanzadera 
bien  manejada. 

En  obsequio  de  la  verdad  y  del  arte  que  la  cuenta 
he  allegado  una  selección  sustancial  de  producciones 
en  el  pro  y  en  el  contra  respectivos.  Mi  parecer  es  que, 
sobre  aquella  catástrofe,  tenebrosa  hasta  en  sus  ante- 
cedentes y  consiguientes,  la  prensa  coetánea  arroja  un 
torrente  de  luz  ejemplarizadora  de  los  hombres  y  re- 
tratadora del  país.  Lástima  fuera  no  salvar  del  olvido 
esta  parte  tristísima  de  los  anales  bolivianos. 

Porque  es  indudable  que  hay  un  estado  social  pro- 
fundamente humano,  por  todo  extremo  elocuente, 
hasta  en  ciertas  piezas  menudas  de  este  proceso  de  un 
pueblo  durante  sus  horas  de  mayor  discordia,  de  vér- 
tigo y  de  inaudita  impunidad.  Tengo  aquí  sobre  la 
mesa  algunos  recortes  de  la  prensa  de  bandería,  recor- 
tes que,  en  la  iracundia  de  su  encono,  muestran  ¡qué 
digo!  son  ellos  mismos  las  trizas  de  un  terrible  estado 
social,  ya  insoldable  ni  por  la  liga  de  la  ley  con  la 
comprensión  de  la  fuerza.  Estos  recortes  patentizan  el 
espesor  de  la  fractura  producida  en  las  tablas  de  la 
ley  constitucional,  por  las  propias  autoridades  jura- 
mentadas para  contrarrestar,  dentro  del  buen  régimen, 
el  embate  de  las  pasiones  desorganizadoras. 

El  año  1861  El  Juicio  Público  destinó  lo  princi- 
pal de  sus  columnas  á  dar  vado  al  cúmulo  de  informa- 
ciones y  testimonios  sobre  el  23  de  octubre  y  23  <ie 
noviembre.  Durante  los  meses  de  enero  y  febrero 
de  1S62  prosigue  y  pone  tármino  á  su  tarea.  Calla  por 


Apéndice. — Piezas,  del  proceso  4J7 

fin,  sea  porque  esté  ya  agotada  1^  materia^^  sea  porque 
otros  intereses  reclamen  su  atención. 

Este  es  el  momento  de  agrupar  algunos  traslados  ó 
extractos  sobre  el  suceso  de  las  matanzas.  El  Juicio 
PÚBLICO  suministra  lo  más;  lo  menos  ha  sido  traído 
aquí  de  otras  publicaciones  coetáneas. 

En  su  número  5,  correspondiente  al  5  de  diciembre, 
aquél  periódico  publicó  una  declaración  suscrita  por 
unos  diez  y  siete  de  los  detenidos  que  salvaíon  de  la 
carnicería.  Son  los  siguientes:  Luciano  Alcoreza,  Ma- 
teo Belmqjite,  Policarpo  Eyzaguirre,  Pastor  de  la 
Riva,  José  M.  Calderón,  Saturnino  Quachallíi,  Lucia- 
no Mendizával,  Juan  Saravia,  Miguel  Sardón,  Francis- 
co Medina,  Antonio  Palma,  Manuel  Palma,  José  R. 
Bayarri,  Abelardo  Rodrípez  (sic),  Feliciano  Ceballos, 
Toribio  Sanginés  y  Manuel  Pizarro. 

Todos  estas,  según  tengo  entendido,  ó  son  personas 
notables  ó  son  miembros  bien  conocidos  del  partido 
belcista. 

Protestan  que  el  proceso  consiguiente  á  las  prisiones 
en  masa  no  fué  sino  una  trama  ardidosa,  ó  mas  bien 
.  una  celada  para  hacer  caer  á  víctimas,  que  Ruperto 
Fernández  consideraba  como  estorbos  á  sus  prodito- 
rios planes  ambiciosos.  Dicen  que  á  sabiendas  de  la 
índole  sanguinaria  y  violenta  de  Yáñez,  dicho  Fernán- 
dez le  confió  la  comandancia  dé  armas  para  servirse 
de  él  como  de  un  sicario.  Que  Demetrio  Urdininea 
fué  asociado  á  Yáñez  para  esos  fines,  etc.,  etc. 
.  Según  eso,  Urdininea  tentó  á  los  incautos  N.  Zuleta, 
antiguo  criado  del  general  Belzu,  y  á  José  Ugarte,  ex- 
sereno mayor  de  La  Paz,  para  que  reclutasen  prosélitos 
'  en  el  medio  batallón  Segundo  que  guarnecía  la  plaza. 
Estos  fueron  á  poco  constreñidos  á  que  hablaran  para 
la  revolución  á  personas  decentes  del  vecindario.  Ur- 
dininea aseguraba  á  estos  agentes,,  que  se  contaba  para 
una  revolución  con  muchos  soldados  de  la  columna 


45^  Matanzas  de  Yáñez 

municipal  y  con  los  sargentos  del  escuadrón  Húsares. 

Zuleta  se  abocó  al  malogrado  Francisco  ^  de  Paula 
Belzu,  so  pretexto  de  preguntarle  con  interés  afectuoso 
por  su  hermano  el  general.  Fué  entonces  cuando  le 
indicó,  que  tan  sólo  hacían  falta  fulminantes  de  fusil 
para  llevar  á  cabo  un  magníñco  trastorno,  que  Zuleta 
consideraba  posible  contándose  cual  se  contaba  con 
Urdininea.  Francisco  de  P.  Belzu  aconsejó  al  criado 
que  no  se  metiera  en  empresas  tan  peligrosas. 

Viendo  Urdininea  que  nada  avanzaba  por  esta  vía,  co- 
mo ni  tampoco  en  sus  pérfidas  conferencias  para  tentar 
al  conocido  revolucionario  Diego  Povil,  ex-prefecto  de 
la  época  de  Belzu,  dictó  á  Zuleta  una  carta  que  éste 
escribió,  y  se  suponía  dirigida  á  un  tal  N.  Rosel,  del 
cantón  de  Luribay,  suscrita  por  las  iniciales  S.  S»  Allí 
se  prevenía  que  los  imaginados  sargentos  del  escua- 
drón Húsares,  cuerpo  que  no  se  nombraba,  hicieran 
ya  el  movimiento  convenido,  puesto  que  el  3  de  octu- 
bre iba  á  estar  el  general  Belzu  en  Corocoro,  y  que  en 
La  Paz  se  debía  contestar  á  ese  movimiento  en  la  ma- 
drugada del  30  de  setiembre. 

Yáñez  mandó  tomar  esta  carta  á  las  doce  de  la  no- 
che del  29  de  dicho  mes,  de  poder  de  un  pobre  hom- 
bre, N.  Zúñiga,  escogido  de  antemano  al  efecto.  Ella 
sirvió  de  cabeza  de  proceso.  Aprehendidos  ya  una 
hora  antes  cuatro  de  los  supuestos  conspiradores,  los 
señores  Espejo,  Gutiérrez,  Bayarri  y  Mendizával  pre- 
senciaron el  hecho  siguiente: 

Encarándose  Yáñez  á  estos  detenidos,  antes  de 
abrir  la  consabida  carta,  les  relató  el  contenido  de  ella 
diciéndoles:  "Picaros,  canallas,  aquí  está  el  plan  de 
la  conspiración  de  ustedes,  y  ahora  verán  cómo  los 
fusilo  con  la  constitución  en  la  cabeza.?»  En  seguida, 
alargó  el  pliego  cerrado  al  teniente  coronel  Benavente, 
quien  con  mano  trémula  rompió  el  sello  y  leyó  lo  que 
sabía  Yáñez. 


r 


Apéndice. — Piezas  del  proceso  4sg 

"Puesto  que  aun  nada^sabla  Yáñez  hasta  entonces, 
como  lo  aseguró  impávido,  ¿cómo  es  que  horas  antes 
habían  sido  capturados  los  individuos  sindicados  de 
■conspiradoresPiF  Los  declarantes  sostienen  que  tan  ini 
cua  prataña  quedó  preparada  por  Fernández  para  quf 
Yáñez  la  ejecutase  por  medio  de  Urdininea. 

En  la  madrugada  del  30  de  setiembre  todos  los  su 
puestos  conspiradores  fueron  sorprendidos  en  cami 
dentro  de  sus  respectivas  moradas;  y  cayeron,  sin  re 
sistencia,  ni  escape,  ni  dificultad,  en  poder  de  los  agen 
tes  de  Váñez,  ' 

Después  de  diez  días  de  encarcelamiento  y  de  se 
guras  expectativas  de  quedar  libres  todos  de  un  ¡ns 
tante  á  otro,  no  aparecía  ninguna  cita  contra  los  su 
puestos  degolladores  incomunicados.  Ni  se  atinaba  cor 
lo  que  se  les  debía  preguntar.  Unos  eran  interrogado: 
sobre  si  tenían  noticia  de  una  revolución  y  sobre  quié 
nes  debían  dar  fulminantes  para  ella;  otros,  si  en  si 
viaje  á  Copacabana  habían  oído  algo  sobre  el  imagina 
do  trastorno;  á  éstos  se  les  preguntaba  por  la  conversa 
ción  que  tuvieron  al  tomar  tin  vaso  de  cerveza  día: 
antes  de  su  captura;  á  aquéllos  sobre  la  intención  coi 
que  fueron  olraequiados  los  jefas  y  oficiales  del  Según 
do  y  del  Tercer  batallón  en  el  cantón  de  Caracato;  ; 
en  fin,  á  los  demás,  si  conocían  á  Zuleta,  á  Povil,  i 
Zúñiga  ó  á  Obando. 

Hé  ahí  los  hilos  y  la  madeja  de  la  tremenda  revuel 
ta  que  debía  comenzar,  según  los  interrogatorios,  po 
la  muerte  de  Váñez  y  de  su  segundo  Benavente,  y  qui 
habla  de  seguirse  con  el  incendio,  el  saqueo  y  el  de 
güelio  etc.  etc.  ii¡Santo  Dios,  qué  honda  inmoralidac 
para  darse  trazas  con  que  perseguir  á  los  que  temía  ; 
odiaba  el  extranjero  Fernández  y  sus  secuacesln 

En  ia  causa  no  había  más  que  las  confesiones  di 
trastornos  por  Zuleta  y  Ugarte,  unas  citas  á  Povil ; 
TJrquidi — (la  declaración  de  éste  en  las  columnas  di 


•^r 


460  Matanzas  de  Yáñez 

El  Juicio  Público  puede  verse  mas  adelante), — y 
careos  de  Urdininea  con  los  dos  desventurados  ya 
dichos. 

Urdininea  se  hizo  sorprender,  á  los  quince  días  de 
detenido,  cierto  numero  de  cajas  de  fulminantes^  que 
se  decía  debieron  servir  para  la  revolución. 

Pero  ni  esta  estratagema  ni  los  indicios  que  maño- 
samente suministraban  algunos  soldados  que,  escogi- 
dos al  ojo  por  Yáñez,  aparecían  presos  como  sospe- 
chados del  contagio  sedicioso,  establecían  una  base 
sqfíciente  de  acusación,  presentable  ante  el  publico  ni 
ante  el  gobierno  contra  tanto  ciudadano  perseguido  á 
título  de  criminal  contra  la  seguridad  del  Estado.  <[Eran 
éstos  los  delincuentes  de  cuyas  maquinaciones  espan- 
tosas Yáñez  había  salvado  á  la  ciudad,  mediante  los 
esfuerzos  de  su  vigilancia  y  patriotismo? 

En  tal  conflicto  fué  menester  forjar  otros  procesos 
para  encubrir  los  pérñdos  manejos  del  primero.  Tal 
fué  de  forzado  el  acuerdo  á  este  respecto,  que  ya  no 
se  volvió  á  hacer  mención  de  la  causa  principal  ni  del 
crimen  que  había  dado  origen  á  las  prisiones  en  masa 
de  29  y  30  de  setiembre,  á  las  dos  memorables  procla- 
mas de  Yáñez  tocando  á  rebato,  al  sitio  de  la  ciudad 
y  dos  provincias  por  el  ejecutivo,  y  á  las  vociferaciones 
de  la  prensa  antagonista  ó  asalariada.  Esta  ultima,  ya 
en  El  Telégrafo  y  ya  en  £1  Boliviano^  fundado  expro- 
feso para  ello,  se  esmeró  en  sembrar  el  espanto  con  la 
pintura  antojadiza  de  los  asesinatos  premeditados  por 
los  supuestos  conspiradores. 

La  ocasión  de  nuevos  procesos  y  de  una  carnicería 
con  el  nombre  de  represión  instantánea,  se  fué  á  bus- 
car tentando  con  maña  á  los  detenidos  á  que  se  esca- 
pasen de  una  muerte,  que  no  se  cesaba  de  pintárseles 
como  segura.  Nada  se  logró;  fué  necesario  entonces 
forjar  un  motín  para  ultimar  en  sus  lechos  á  los  dete- 
nidos. 


Apíndice. — Hezas  del  proceso  461 

Hacinados  en  un  calabozo  oscuro  los  que  declai 
ron  en  la.  primera  causa,  y  asesinados  sin  compasión 
descargas,  excepto  el  famoso  Urdininea,  que  resul 
haber  estado  entre  dichos  presos  para  espiar  sus  m 
mínimos  movimientos,  el  proceso  quizá  y  sin  qui 
rehecho  de  nuevo  en  el  laboratorio  del  fiscal  Cuet 
no  pudo,  sin  embargo,  rendir  mérito  tan  siquiera  pa 
apellidar  tentativa  á  eso  que  se  había  comenzado  pi 
calificar,  ante  el  país,  de  conspiración  descubierta 
tiempo  de  estallar. 

i'No  queremos  recordar  lo  que  hemos  sufrido 
ensayarse  con  nosotros  la  mashorca;  y  relegando 
olvido  lo  pasado,  con  la  mano  comprimida  al  corazó 
perdonamos  de  buena  fe  i.  nuestros  detractores,  a 
como  agradecemos  profundamente  á  los  que  nos  hí 
considerado  víctimas  inocentes  y  líbertádonos  del  sací 
ficio  que  se  nos  tenía  preparado.  ¡Quiera  el  cielo  no: 
vuelvan  á  repetir,  por  la  recrudescencia  de  las  pasione 
otras  escenas  tan  crueles  y  degradantes  como  las  qi 
hemos  atravesado! ... " 

Este  manifiesto  está  fechado  en  1^  Paz  á  5  de  c 
ciembre  de  r86i. 

Se  han  omitido  aquí  en  mucha  parte  los  conceptc 
y  frases  que  contienen,  acriminatorios  cargos  conti 
Fernández.  Son  simples  imputaciones,  sin  pruebas,  t 
tono  propio  de  agraviados. 

Julián  Urquidi,  militar  en  retiro  absoluto,  emplead 
antes  de  los  sucesos  en  la  mayoría  de  la  columna  mi 
nicipal,  ante  la  mesa  de  redacción  de  los  escritores  c 
El  Juicio  Público  (número  3  de  diciembre  2),  con 
pareció  y  declaró  lo  que  en  sustancia  sigue: 

En  los  días  anteriores  á  las  prisiones  en  masa,  < 
sargento  mayor  Demetrio  Urdininea  encontró  á  Urqu 
di,  y  previos  los  preámbulos  del  caso  para  alentar  I 
confianza,  le  dijo; — "Usted,  que  está  en  la  columr 
municipal,  tiene  proporción  de  seducir  á  la  clase  d 


402  Matanzas  de  Yáñez 

tropa  y  sargentos  para  una  revolución,  cuyos  trabajos 
tengo  muy  adelantados  por  otras  partes,  n  Urqui4i 
aceptó  la  invitación  y  las  promesas,  pero  aceptó  fingi- 
damente. 

Éste,  que  conservaba  buenas  relaciones  anteriores 
con  Yáñez,  se  hallaba  un  día  en  la  puerta  del  palacio 
conversando  en  el  puesto  de  guardia.  £1  comandante 
general,  pasando  por  allí,  le  reconvino  ásperamente,  y 
le  dijo  que  si  volvía  á  verle  por  esos  sitios  vería  Urqui- 
di  lo  que  es  bueno. 

Urdininea  se  abocó  una  segunda  vez  con  Urquidi  é 
inquirió  de  él  lo  que  hubiese  adelantado  en  la  empresa 
consabida.  Contestó  que  muy  bien  y  que  tenía  habla- 
dos á  muchos  de  la  tropa.  Todo  sin  ser  cierto. 

En  un  tercer  encuentro  Urdininea  reconvino  á  Ur- 
quidi por  su  morosidad^  Este  salió  del  paso  diciendo 
fingidamente  que  ya  tenía  prontos  á  los  dos  sargentos 
primeros  de  la  columna. 

En  una  cuarta  y  última  entrevista  Urquidi  es  citado 
por  Urdininea  á  su  casa  para  hablar  del  negocio.  La 
cita  hecha,  Urdininea  se  fué  con  Zuleta.  La  entrevista 
debía  tener  lugar  el  28  de  setiembre.  Urquidi  estaba 
receloso  y  temía  mucho  á  Yáñez;  no  concurrió. 

En  la  mañana  del  29  fué  hecho  preso  Urquidi  con 
todos  los  demás.  Estando  en  tal  condición  en  palacio, 
el  jefe  Benavente  le  reconvino  diciéndole:  que  cómo, 
estando  tan  considerado  en  la  columna,  había  tenido 
la  villanía  de  seducir  dos  sargentos  primeros. 

Como  Urquidi  tenía  en  su  conciencia  la  seguridad 
de  no  haber  hablado  á  nadie  acerca  de  las  proposiciones 
de  Urdininea,  declara  que  comprendió  al  punto  que 
éste  era  el  agente  secreto  de  Yáñez  para  una  trama  in- 
fernal. 

Con  fecha  11  de  diciembre  de  1 861  comparece  en 
las  columna  de  El  Juicio  Público  (número  12  de 
diciembre  15)  el  anciano  general  Calixto  Ascarrunz, 


Apéndice. — Piezas  del  proceso  46-3 

pariente  del  ex-presidente  Behu  y  su  partidario.  Es  uno 
de  los  que  escaparon  de  la  muerte  la  noche  del  23. 
Declara  en  sustancia  lo  siguiente; 

Tiene  perfecta  seguridad  sobre  que  no  ha  existido 
conspiracitin  belcista;  que  las  tramas  á  dicho  partido 
atribuidas  han  sido  nada  más  que  una  invención  ma- 
quiavélica para  exterminarlo;  que  Ruperto  Fernández 
es  el  autor  de  esta  cabala  tenebrosa,  interesada  como 
estaba  su  ambición  en  hacer  desaparecer  el  obstáculo 
más  fuerte  para  llegar  á  sus  fines;  que  dicho  Fernán- 
dez es  propiamente  quien  ha  armado  el  brazo  ciego  y 
torpe  del  feroz  Yáñez;  que  los  gaceteros  de  El  TeU- 
grafo  y  de  El  Boliviano  prepararon  la  atmósfera  de 
desconfianaa  y  recelos,  en  que  había  de  inflamarse  el 
rencor  salvaje  del  asesino;  que  este  rencor  inspiró  á 
éste  Cavilosas  arterías,  encaminadas  á  saciar  sus  odios 
á  la  sombra  de  un  pretexto;  que  el  presidente  Achá 
fué  engañado  al  tomar  como  efectiva  cosa  la  fantasma 
de  una  conspiración,  y  al  echarse  en  brazos  de  los 
crueles  setembristas  contra  los  belcistas,  mirando  de 
reojo  á  éstos  y  como  á  enemigos  intransigentes;  que  el 
decantado  proceso  vino  á  revelar  la  inocencia  del  bel- 
cismo  y  á  poner  en  conflicto  á  los  inventores  de  la  pa- 
traña revolucionaria;  que  bien  se  han  guardado  de  no 
publicar  ese  proceso  en  el  tiempo  sobrado  que  tuviercMi 
desde  las  matanzas  hasta  la  expiación,  y  cuando  dicha 
publicidad  casi  era  reclamada  como  una  necesidad  inde- 
clinable de  su  vindicación;  que  Yáñez  obró  el  23  con 
toda  la  premeditación  de  un  enconadísimo  agente,  en- 
cardado de  preparar  con  astucia  y  de  consumar  con 
ferocidad  un  golpe  mortal;  que  á  los  generales  -Her- 
mosa y  Aicoreza  y  al  teniente  coronel  Espejo  les  tenía 
él  anunciado  el  propósito  de  clavarles  á  balazos  la 
constitución  en  el  pecho;  que  es  notorio  en  la  ciudad 
que  se  habían  mandado  cavar  zanjas  profundas  el  día 
anterior  en  el  cementerio;  que  Yáñez  instruyó  á  los 


»  V 


464  Matanzas  de  Yáñez 

sargentos  Calvimonte  y  Vilches  pasa  que  en  la' prisión 
propusiesen  la  fuga  al  irialogrado  general  Córdoba,  etc.; 
que  en  prueba  Calvimonte  fué  fucilado  para  que  con 
él  perezca  su  secreto,  y  que  Vilches  ha  desaparecido 
misteriosamente  y  se  cree  que  está  ya  sepultado;  que 
el  público  ha  visto  con  indignación  el  juicio  seguido  á 
dicho  general,  fundado  en  la  declaración  de  dos  sol- 
dados instruidos  al  efecto,  y  en  la  de  su  tierno  criado 
amenazado  por  los  azotes,  las  cuales  declaraciones  han 
constituido  la  plena  prueba  con  que. pidió  la  muerte  el 
físcal  de  la  causa;  que  Yáñez  no  quedó  saciado  el  23 
de  octubre,  sino  que  pensaba  concluir  con  los  sobre- 
vivientes la  noche  anterior  á  la  llegada  del  ministro  de 
la  Guerra,  quien  al  siguiente  día  puso  en  libertad  á  los 
'titulados  reos;  que  hubieran  perecido  todos  sin  reme- 
dio, á  no  ser  que  el  coronel  Balsa  mandó  soldados  de 
su  batallón  á  cubrir  la  guardia  de  los  detenidos,  y  ello 
por  compasión,  á  requerimiento  de  las  familias  y  para 
frustrar  de  ese  modo  las  miras  del  implacable  asesi- 
no... etc. 

Muchas  otras  generalidades  poco  instructivas  afírma 
bajo  su  palabra  Ascarrunz.  Ha  sido  necesario  consig- 
nar solamente  las  anteriores  aquí,  por  venir  de  su  per- 
sona y  porque  estuvo  en  realidad  de  verdad  unos  53 
días,  puede  decirse,  en  capilla  con  el  Jesús  en  la  boca. 

En  cuanto  á  los  cargos  que  se  le  hicieron  y  por  los 
cuales  fué  á  dar  á  la  cárcel,  dice  lo  siguiente  el  ancia- 
no general: 

"Mi  supuesta  criminalidad  se  basaba  en  haberme 
dicho  Benavente,  en  mi  prisión,  que  Zúñiga  aseguró 
haberme  entregado  una  carta.  Puesto  en  libertad,  mi 
primer  cuidado  fué  aclarar  este  único  punto  de  cita. 
Usando  de  mi  derecho,  pido  entonces  que  judicial- 
mente declare  Zúñiga,  y  por  la  absoluta  negación  de 
éste,  quedó  destruida  dicha  cita.  De  manera  que  mi 
inocencia  está  completamente  probada,  y  sólo  resulta 


w 


Apéndice. — Piezas  del  proceso  46^ 

la  red  que  se  tendía  sirviendo  de  instrumento  el  pérfi- 
do traidor  Demetrio  Urdininea,  que  tan  infamemente 
figura  como  agente  principal  en  la  declaración  del 
expresado  Züñiga... 

'•Creo  que  con  el  documento  auténtico  que  á  conti* 
nuación  publico,  conocerán  la  nación  y  el  gobierno  mi 
absoluta  inocencia.  Hoy  no  pretendo  más  que  poner* 
me  á  salvo  de  cualesquiera  otras  violencias  que  quisie* 
ran  cometerse  en  mi  persona;  porque  cierto,  estoy,  que 
los  enemigos  del  titulado  partido  belcista,  no  cesarán 
de  estar  inspirando  desconfianzas  al  general  Achá,  para 
convertir  ese  brazo,  que  debiera  edificar  el  monumen* 
to  de  la  fusión,  en  el  de  perseguidor. 

««Señor  general  Achá:  que  la  justicia  marque  vues- 
tros pasos;  que  con  ella  lavéis  la  sangre  vertida  en 
vuestra  legal  administración;  que  las  garantías  ofrecir 
das  á  los  ciudadanos  no  sean  ya  una  mera  promesa 
sino  un  hecho;  que  Bolivia,  en  fin,  cese  ya  de  ser  el 
teatro  de  sangrientas  escenas,  y  que  reinen  en  ella  or- 
den, paz  y  progreso.  1 1 

Pedro  Züñiga  declaró  ante  el  juez  parroquial,  á 
requerimiento  de  Ascarrunz,  lo  que  entre  otras  cosas 
sigue  textual: 

«'Que  habiendo  arribado  á  esta  ciudad,  y  á  los  dos 
ó  tres  días  de  su  llegada — (de  Tacna), — lo  encontró 
Demetrio  Urdininea  y  le  dijo  al  que  declara:  í»que  se 
trabajaba  una  revolución,  para  lo  que  contaba  con  el 
comerciante  Povil,  quien  era  el  cabecilla,  y  que  él 
había  quedado  en  esta  ciudad  como  agente  principal: 
que  se  hallaba  resentido,  porque,  habiendo  sido  te- 
niente coronel,  lo  habían  rebajado  á  mayor  y  que  le 
daban  una  corta  pensión. n  El  que  declara  le  contestó: 
«•que  haría  muy  mal,  y  que  no  debía  ser  ingrato  con 
un  gobierno  que  le  daba  un  pan  que  comer,  n 

«'Que  después  de  esta  entrevista  fué  dicho, Urdini- 
nea por  repetidas  ocasiones  á  la  casa  del  qué  expone. 


4&6  Matúft9msíte  VMes 

paca  Ikrvarlo i  la  saya,  á «fecto  de inostrarle^ima corta 
escntá  i  Povü  'didéndole  á  éste:  ««que  la  nevoloción 
marchaba  «n  buen  pie.»i  Que  dicha  carta  iba  CK>n 
nombre  supuesto,  la  que  llevó  un  tal  N.  Espada^  oooi- 
ptiitQ  de  ZiiVeta. 

•«Que  d  29  de  setiemtoe,  Ur4¡ninea  hablaba cxmí^üí 
teniente  ooponel  Benavente  en  la  pueita  dÉÜ^paiaxsio 
con  (bastante  entusiasmo,  después  de  loo^íle  entrad 
el  primero  «tía  carta  dhngtda  á  un  satg/Mx)^  para  ei 
punto  de  Luribay,  cuyo  contenido  igiiom;  ia  <qae  se  le 
hiso  aceptar  á  la  fuetza  y  gttítt^eétudóh  sA  que  deckera 
oon  cuatro  pesos.  Despi^  xle  ésto  fu,é  á  buscar  al  uol- 
yor  de  plaza  para  -eftOieggtfle  dicha  carta,  porque  d  ^eft* 
ponente  sospechaba  q«e  fuese  alguna  intriga  de  Urdi- 
nin^^p^o^iBO^enoontrando  á  dicho  nxayor  de  plaea, 
seÜDé  á  su  (cassk 

^'Qive  habiéndolo  tomado  preso  á  las  diez  de  la 
noch¿,  ^entregó  la  carta  á  un  cORvísarto  depoücía,  cuyo 
nom^bre  ignora,  advirtiendo  á  dicho  comisario  que  «era 
carta  que  le  había  entregado  Deoietrio  XJit&ainea. 
Desfpués  de  lo  cujd,  I»  llevaron  preso  ai  fxriado,  y  de 
aUí  ai  duaitel  de  Sucve  «donde,  da  ^oche  dd  cg  de  oc- 
tubre,  los  reunieron  á  todos  los  presos  que  se  hallaban 
eo  déoh<»  cuartd  'en  «en  calabozo,  y  el  mayor  de  ]^kiza 
oidené  que  los  ñisilaraa;  habiendo  el  exponente  ¿dva- 
do  «rrtie  los  cadáveres  que  lo  cubrieron. 

«•Que  la  misma  declaración  ha  prestado  en  d  pro- 
ceso que  se  seguía  por  la  supuesta  conspiración.  Ésta 
dijo  ser  la  verdad  en  fuerza  del  juramento,  etcn 

José  Santos  Cárdenas,  el  mayor  de  plaza,  publicó 
el  4  de  diciembre,  en  La  Paz,  una  relación  vindicato- 
ria de  su  conducta,  como  ejecutor  de  los  fusilamientos 
á  granel  verificados  en  el  cuartel  del  Segundo.  Mi  co- 
lección de  sueltos  ha  quedado  descabalada  por  el 
incendio  en  esta  parte,  y  me  es  imposible  compulsar 
ít5Lttta4iti6títt  nquí  áqtiel  irtipoHnntísitnrt  dotiiirtento. 


v  U 


ApkmUcei-^Piems  del  proceso 


467 


Demias  de  Ta  quciosidad  que  inspira  el  ver  cómo  4iraté 
de  sífKerarse  aquel  ^hombre  feroz,  su  atestado  t^idría 
aquí  valor  esencial  par»  -d  pleno  conocimiento  de 
causa  prescrito  por  la  equidad  ée  la  justicia. 

Los  números  9  y  10  de  El  Juicio  Público,  corres- 
pondientes al  II  y  12  de  diciembre,  puUicaron  un 
relato  muy  por  menudo  de  lo  ocurrido  en  la  nache 
del  23  de  octubre  en  el  cuartel  del  Segundo.  Sabido 
es  que  aquí  tuvo  lugar  el  prólogo  de  la  tragedia;  de 
de  aquí  partieron  los  primeros  '  tiros,  aquellos  que  al 
puntó  de  ser  sentidos  hicieron  decir  á  Yáñez,  según 
refiere  su  segundo  Benavente:  »«Nos  han  sublevado 
las  colmpama&  del  Segundo,  ri  Dicho  relato  es  hecho 
por  uno  de  los  presos,  el  antiguo  oficial  retirado  Lo- 
penzo  Foix>nda,  quien  cuenta  lo  que  pasó  y  lo  cjue 
fMiéo  ver  ü  oír  esa  noche  en  el  cuartel.  Los  redactores 
ío  publican  en  la  sección  editorial  del  periódico;  pero 
el  relato  les  ha  sido  remitido,  ellos  mismos  no  lo  han 
recogido  de  boca  del  declarante. 

Éste  no  desautorizó  dicha  declaración  por  la  prensa, 
qoe  sepamos. 

Así  y  todo,  desde  que  El  Juicio  Público  la  entre- 
gó diciendo  que  la  daba  tal  cual  se  la  habían  dado, 
declinó  al  respecto  de  ella  toda  responsabilidad;  y  este 
waevo  testimonio,  sobré  la  existencia  de  una  satáiMca 
superchería  para  preludiar  con  un  motín  los  asesinatos, 
asume  un  carácter  un  poco  anónimo  y  algo  desestima- 
ble  en  este  proceso,  si  se  atiende  á  que,  en  las  demás 
declaraciones.  El  Juicio  Público  ha  actuado,  puede 
decirse,  como  notario  y  sobre  la  mesa  de  su  redacción, 
para  autentizar  las  firmas  de  los  declarantes. 

Fuerza  es  pot  eso  omitirlo  por  más  que  añada,  á  lo 
ya  sabido,  pormenores  nuevos  é  interesantes.  En  sus- 
tancia, ellos  son  referentes  á  las  reiteradas  tentativas  y 
á  los  relevos  dé  ciertos  centinelas,  para  con  unas  y  otros 
ver  de  hacer  caer  á  los  infelices  detenidos  en  cualquier 


-^ 


"^ 


4.68  Matanzas  de  Yáñez 

desliz  tendente  á  acometer  como  facilísima  la  empresa 
de  escaparse,  ó  á  entrar  en  un  complot  que  les  devol- 
viese la  libertad  á  favor  de  un  alboroto. 

No  obstante  las  anteriores  consideraciones,  voy  á 
entresacar  algunas  particularidades,  que  caracterizan 
unas  el  hecho  del  23  con  verosimilitud  y  sin  acriminar 
por  demás  á  nadie  gravemente,  y  otras  que,  si  acentúan 
la  responsabilidad  moral  de  Cárdenas,  es  en  un  punto 
que  está  confirmado  por  la  declaración  de  Leandro 
Fernández,  que  se  verá  más  adelante. 

Foronda  fué  aprehendido  la  noche  del  2  de  octubre 
y  llevado  acto  continuo  á  presencia  de  Yáñez  en  el 
palacio.  Este  sacó  una  lista  del  bolsillo  al  ver  á  Foron- 
da y  dijo:  >»¿Con  que  éste  es  el  picaro  de  ForondaPn 
Y  ordenó  que  fuera  puesto  en  una  pieza  del  piso  supe- 
rior del  palacio,  y  trasmitió  al  oído  algún  encargo  al 
comisario  Vera. 

Poco  rato  después  entró  el  comandante  general 
en  el  cuarto  del  preso.  Le  denostó  en  tono  violento, 
diciéndole  que  era  un  picaro,  un  saqueador  de  los 
tiempos  de  Belzu  y  Córdoba.  Le  preguntó  que  en  qué 
correteos  estaba  esas  noches,  y  si  andaba  conquistando 
la  cholada  para  una  revolución. 

Foronda  contestó  que  para  tales  cosas  no  tenía  ni 
recursos  ni  influencia;  que  desde  tiempos  de  la  confe- 
deración había  servido  á  los  mandatarios  como  cual- 
quier otro  militar;  que  fué  dado  de  baja  á  consecuen- 
cia de  una  retirada,  que  hizo  de  Pelechuco  en  cierta 
cruzada  de  Linares  contra  el  gobierno;  que  en  tiempos 
de  Córdoba  estuvo  sujeto  a  una  exigua  pensión  otor- 
gada antes;  que  constantemente  había  estado  atenido 
á  su  trabajo  personal  para  subvenir  á  la  alimentación 
de  su  familia,  etc. 

Yáñez  iracundo  replicó:  que  tenía  pruebas  del  deli- 
to, que  iba  á  sentar  mano  de  hierro  sobre  belcistas  y 
cordobistas,  que  haría  humear  todás  esas  cabezas,  y 


Aphidtce. — Piezas  del  proceso  ^6p 

que  si  Foronda  quería  salvarse  no  tenía  sino  descu- 
brirle el  plan  de  los  revolucionarios. 

Nótese  este  "hacer  humear  cabezas  de  belcistas  y 
cordobistas.il  Hace  recordar  el  íangis  montes  et  fumi- 
gant  del  gran  lírico  sagrado.  He  visto  fusilará  un  hom- 
bre: efectivamente,  el  cadáver  quedó  humeando. 

Aquel  insistió  en  sus  denegaciones;  el  enojo  de  Vá- 
ñez  subió  á  furor.  Llamó  con  amenaza  dos  rifleros. 
Entraron.  Entonces  ordenó  que  llevasen  al  preso  al 
cuartel  de  la  Recoba.  Allí  fué  puesto  incomunicado  y 
tendido  boca  abajo.  Cueto,  el  fiscal,  le  interrogó  tres  ó 
cuatro  días  después,  sobre  si  conocía  á  Urdininea,  á 
Zuleta,  á  Ugarte  y  á  otros,  y  sobre  cuáles  tratos  de  re- 
volución tenía  con  éstos.  Habiendo  respondido  que 
no  conocía  á  ninguno,  quedó  en  paz  dentro  de  su  ca- 
labozo hasta  la  noche  del  23. 

Gritos  de  /  Viva  Córdoba.'  ;  Vira  Behu!  habían  sali- 
do del  cuarto  de  prevención  á  eso  de  las  doce  en  esa 
noche.  Los  centinelas  habían  dicho  á  los  presos:  ¡Afue- 
ra! Ya  están  libres.  ¡Afuera,  vayan  á  armarse!  Los 
presos  no  se  movieron.  Se  habían  disparado  adentro 
algunos  tiros  ai  aire.  Tropa,  comandada  por  el  sargen- 
to mayor  graduado  Claudio  Sánchez,  acababa  de  salir 
á  la  calle.  Eran  poco  más  de  las  doce  de  la  noche.  V 
continúa  el  relato: 

"Después  de  ha.berse  dado  dentro  del  cuartel  y  en 
la  puerta  los  tiros  al  aire,  y  oidose  los  vivas,  tanto  á 
Belzu  y  Córdoba  como  al  orden  y  al  general  Achá,  se 
oyeron  también  en  el  interior  varias  descargas  de  fusil. 
Preguntó  Foronda  al  antedicho  cabo  ¿por  qué  era  eso? 
y  éste  contestó  que  estaban  fusilando  á  todos  los  pre- 
sos en  sus  camas,  como  ■  en  realidad  había  sucedido. 
En  este  trance  el  oficial  de  guardia  Gorena  entró  en 
el  calabozo  de  Foronda  y  los  demás;  los  hizo  levantar 
de  sus  camas,  donde  permanecían  inmóviles  para  ha- 


470  Makinzas  de  Yáñez 

cer  resaltar  su  inocencia,  y  los  obligó  á  pasar  á  oteo 
calabozo  en  que  estaban  reuniendo  otros  presos. 

tt'Reunidos  que  fueron,  entraron  el  tuerto^  Sánchez, 
el  cuñado  de  Yáñez  Leandro  Fernández,  y  Cárdenas, 
quien  en  alta  voz  dijo:  A  ver  esosfácaros  beldstas  y  ear- 
dobistasy  que  mueran  todos.  Y  empezó  en  efecto  á  hacer 
fusilar  dentro  del  mismo  calabozo  indicado,  en  el  que 
á  bakt  y  bayoneta  murieron  los  presos;  debiendo  ftor 
tarse  que,  durante  esta  mortandad,  dicho  Cárdenas 
ponía  en  salvo  á  Demetrio  Urdininea. 

u£n  este  mismo  acto  sucedió  un  incidente.  Llama- 
ron del  lado  de  la  puerta  principal  á  un  hombre,  qjae 
lo  era  el  cojo  Victoriano  N.,  con  el  objeto  de  que  fue-! 
se  fusilado.  Este  desgraciado,  en  su  desesperación,  se 
abalanzó  al  capitán  Fernández  y  lo  abrazó  tan  fuerte- 
mente que  éste  no  podía  desprenderlo.  £n  esta  actitud 
la  víctima,  en  medio  de  los  lamentos  más  tristes,  le 
decía  al  capitán:  xque  no  lo  matasen,  que  ante  Dios  y 
los  hombres  era  inocente,  que  tenía  tiernos  hijos  que 
perecerían  si  no  hacía  arreglo  alguno  con  ellos.»!  Fer*- 
nández  en  medio  de  estos  alaridos,  quiso  hacer  uso  de 
sus  pistolas  contra  el  infeliz  Victoriano;  pero  vio  que 
éste,  con  la  desesperación  de  la  muerte,  lo  había  estre- 
chado de  manera  á  impedirle  todo  movimiento:  como 
además  los  rifleros  no  podían  desprenderlo  ni  hacer 
fuego  sobre  ambos,  ordenó  Fernández  que  dejasen  al 
desdichado,  en  ademán  ó  con  aire  de  perdonarlo.  Taa 
pronto  como  Fernández  se  vio  libre  de  aquel  desespe- 
rado. Cárdenas  hizo  tomar  á  la  víctima  por  los  cabellos 
y  arrastrarla  fuera  del  calabozo,  é  inmediatamente  fué 
destrozado  á  balazos  en  medio  de  los  más  punzantes 
gritos. 

«Después  de  esto,  el  mismo  Cárdenas,  mayor  de 
plaza,  volvió  á  entrar  en  el  calabozo,  y  viendo  aun  vivo 
á  Foronda  le  dijo:  "que  cómo  había  escapado  ese  pka- 
ro  belcista  saqueador,  y  que  muy  luego  sería  fusilado; 


qtm  á  Córdoba  lo  habían.  b«cho  peUakar  ^^  m*  cai^a» 
y  <^tte  fnesen.ahQi»sus»pftr^hiairÍQe¿;1fUw^)fem:iUci^^ 

"En  seguidai  Ciidee^  ocdenó  que  se  saqi^i^tv \m  «ar< 
á¿«eces. <& loiS  ítisHddQs. iitam nfui^rj»., Al; hi^^f  ^li^gis- 
¿vo  ó.  exam^Q  dbeUioi;»  como  eo  vn  moaítóia  di(>  cqs4<¿^ 
oiQertos^  recoBt)ciemft  qw  llabío»  qu^^dd:^  c^s-  viá^ 
Msma«3i  Obandb  y  N*  S(IÍA33.  BiS^ost.  al:  vess^,  de^cu- 
báírtos,,  gsrttmroR  díapcfcyQridos!  dicb»doj  quet  ya  q^w.  b 
dmna.  psoviácoieíar.tQs  Mmw  p^r  r-^^peto  ¿  ^ia 

debíase  conservárseles  vivos  y  perdonarlos».  Cárd^ü&as^ 
stii:  hdcef  easQ  de  Dio»  m  d^  tos*  lame^to^,  ii^andc^  que 
los  indicados  Saliía^  y  Obas^do  pasa^^en  al  calabozo 
doiídie  estaha  Foronda;,,  y  allí  fueron  acabado*  de  ma^ 
tar." 

En  este  punto,  y  á  propósiio  de  estos  ^jeetrtoreSi 
que  sift  duda  ninguna  aventajaj^on  ^n  encarni^ansiento 
ai  mismo  Yáftez,  los  redactores  de  El.  Jükio  Púcwco 
consignan  al  margen  esta  notita:  "El  objeto  de  k>^ 
mamadores,  al  reunir  en  un  solo,  y  secreto  recinto  á  las 
víctimas  que  asesinaban,  era,  sin  duda,  paya  que  la 
aangre  se  acumulase  en  lugar  determinado  y  oculto*  <j 

Prosigue  el  relato: 

"Sacados  al  patio  estos  nuevos  cadáveres,  volvió  á 
entrar  en  el  calabozo  Cárdenas,  el  sereno  mayor  Ra- 
naón  Reto  y  el  carcelero  Aparicio^  y  expresaron  qui^ 
fusilasen  á  todos  k)§  presos  restantes  con  la  cQnstitUr 
eiiÓR  en  la  frente.  En  efecto,  llamaron  á  Celada  fuera 
de  su  calabozo,  é  intmediatamente  fué  fusilado» 
.  »»En  e$te  moi«ento  entro  el  fiscal  con  su  secretario 
Antonio  Gutierre?,  y  tom4  una  razón  ó.  nota-  de  los  que 
existían  en  el  cuartel,  tatito  vivos  coitta  muertos^  De 
estos  últimos  no  se  sabe  cómo  hubiesen  dispuesto,  ni 
de  su  número,  pues  en  aquel  recinto  sólo  reinaban  el 
terror  y  la  muerte. 

"Así  terminaron  las  escenas  del  23  de  octubre  por 
la  noche,  que  en  el  cuartel  Sucre  han  sido  más  feroces 


47^  Matanzas  de  Yáñez 

y  sangrientas  que  en  ninguna  otra  parte,  con  tantos 
infelices  individuos  de  tropa  y  de  pueblo,  sacrifícados 
sin  más  delito  que  su  miseria  y  su  indefensión. 

i«Al  día  siguiente  24  vino  don  Santos  Cárdenas  con 
pistolas  en  la  cintura  y  un  rifle  en  la  mano^  é  hizo  las 
más  terribles  amenazas  á  los  presos  restantes^  insís* 
tiendo  siempre  en  su  tema  favorito  de  que  los  karia 
fusilar  con  la  constitución  en  la  frente;  y  ordenó  al  ca- 
pitán de  guardia  que,  en  cuanto  levantaren  la  cabeza, 
fusile  á  todos... 

i>Á  las  tres  de  la  tarde  entró  el  comandante  general 
Yáñez  en  el  cuartel¿  y  tras  él  un  religioso  del  convento 
de  la  Merced,  el  que  trajo  un  mensaje  de  su  prela- 
do para  aquél.  No  se  supo  su  contenido.  Yáñez  pre- 
guntó al  religioso,  que  quién  era  ese  prelado:  contestó 
el  otro  que  era  el  padre  Conde.  Yáñez  encargó  al 
mensajero,  que  también  á  dicho  padre  le  haría  dar 
cuatro  balazos. 

»í Habiendo  entrado  aquél  al  calabozo  donde  estaba 
Foronda,  expresó  que  se  habían  escapado  los  mayores 
criminales.  Y  saliendo  al  patio,  el  mismo  Yáñez  dijo 
que:  ««esos  cobardes  y  débiles  no  habían  sabido  cum- 
plir ni  llevar  á  cabo  las  instrucciones  que  se  les  die- 
ron... •«  No  se  sabe  á  quiénes  se  refería  con  estas 
expresiones.  »»Pero  (continuó)  ellos  desaparecerán  en 
este  momento.*»  En  efecto,  hizo  sacar  á  Züñiga  para 
que  fuese  ejecutado;  y  estando  los  rifleros  para  tirarle, 
Yáñez  dijo:  «»Es  preciso  que  le  acompañen  otros,  y 
para  ello  debo  ver  el  proceso.»»  Y  ordenó  que  se  pu- 
sieran platinas  y  grilletes  á  los  restantes.»» 

Hasta  aquí  el  relato  de  Foronda. 


■^■^■^^^^^^-^^^'Í'J^^^^^-^.^^^^^^ 


DeclaiAcióa,  por  la  prensa,  de  Félix  Endarra. — La  viuda  de 
Tapia  culpa'  í  Benavente, — Éste  rechaza,  en  la  prensa  de 
Sucre,  el  caigo  y  refiere  lo  ocurrido  esa,  noche. — Varios  an- 
tecedentes é  incidencias  posteriores. — Comentario  de  £l  Jui- 
cio PÚBLICO. ^Declaran ón  judicial  de  Leandro  Femán.lei. 
— Declaración  por  la  prensa  del  coronel  Bayarri. — Una  rec- 
tilícación  de  Cárdenas. — Lo  ijue  éste  encuentra  inexacto.— 
Otro  fragmento  de  Cárdenas. — ¿Hubo  motín  en  el  cuartel  de 
las  ejecuciones? — Declaración,  por  la  prensa,  de  András  Cue- 
to, hijo  del  fiscal.— Castigo.— Lo  que  es  en  Bolivia  un  inten- 
dente de  policía. 

En  el  niímero  26  de  El  Juicio  Pi5blico,  corres- 
pondiente al  13  de  enero  de  i86z,  Félix  Endarra, 
antigilo  maestro  mayor  de  panaderos,  como  de  cin- 
cuenta años,  declara  lo  siguiente; 

iiEl  I."  de  octubre  del  aciago  61  me  enrolaron  entre 
el  ntímero  de  las  víctimas  predestinadas  á  las  matan- 
zas del  23.  Manuel  Guerra,  ronda  de  las  garitas,  Palza, 
Jiménez  y  otro  disfrazado,  ftieron  los  que  me  pren- 
dieron y  sacaron  enfermo  de  mi  cama,  después  de  una 
requisa  la  más  inquisitorial  de  cuanto  había  de  más 
secreto  en  mi  casa.  Me  llevaron  preso  y  me  pusieron 
en  un  calabozo  con  Meneses;  mas,   habiendo   sido 


1 


474  Maiaftzas  de  Yánes-  • 

puesto  éste  en  libertad,  quedé  preso  en  compañía  del 
finado  Victoriano  Murillo,  José  María  Campero  (hijo) 
y  el  victimado  Lorenzo  Vega. 

"Desde  luego  es  de  notar  que  eittpi^aton  Jas  .insi- 
nuaciones de  los  centinelas,  que  en  todos  los  calabo2X)s. 
hacían  á  los  presos,  diciéndoles: — ^íque .debían  tentar 
un  esfuerzo  para  librarse  de  tan  injusta  prisión  y  que 
ellos  los  apoyarían;»' — estando,  como  se  ha  visto,  com- 
binados estos  centinelas  con  Yáñez,  para  llevar  á  cabo 
sus  infernales  proyectos  de  asesinatos  contra  pacíficos 
é  inocentes. 

ii Llamado  ante  el  fiscal  Cueto,  me  preguntó  éste  si 
conocía  á  Zuleta  y  á  Züñiga.  Le  dije  la  verdad:  que  no 
los  conocía  ni  sabía  si  existían  eri  este  mundo.  Á  esto 
me  repuso  el  fiscal  que  yo  había  tenido  reuniones  de 
sedición  en  mi  casa.  Sin  embargo,  me  dijo  también, 
conociendo  mi  inocencia:  "¿Qué  enemigos  tiene  Ud. 
para  estar  tan  constantemente  perseguido  y  chismea- 
do?" Le  respondí  que  un  hermano  mío  Manuel  Irusta 
y  un  Francisco  Zorrilla  se  habían  conflagrado  para  per- 
derme; el  primero  por  los  motivos  viles  de  interés  que 
dije  al  principio,  y  el  segundo  por  haberme  opuesto  yo 
á  que  se  case  con  mi  hijastra,  por  lo  que,  perdida  toda 
esperanza,  me  juró  con  necia  saña  que  me  perseguiría 
hasta  la  muerte. 

"Esta  fué  mi  declaración  y  todo  cuanto  tenía  que 
exponer  en  ella;  la  declaración  de  un  hombre  honrado 
y  pacífico,  ajeno  de  toda  política  y  mucho  más  de  tra- 
mas de  una  conspiración,  urdida  por  monstruos  per- 
versos para  lograr  sus  inicuos  fines.  Concluida  mi  der 
claración  me  retiré  á  mi  calabozo  hasta  el  25  poc  la 
noche. 

"Todo  lo  que  pudiese  referir  yo  de  esta  tremenda 
noche,  como  víctima  milagrosamente  escapada,,  al  mis- 
mo tiempo  de  corroborar  la  fe  y  verdad  de  los  hechos 
horribles  que  se  cometieron,  nunca  puede  pintar  >b 


Apéndke. — Piezas  del  proceso  47^ 

crueldad  y  saña  del  matador  Váñei  y  sus  insignes  cijm- 
¡itices  de  asesinata 

"Eran  las  doce  ó  una  de  la  mañana,  cuando  otmoü 
en  el  cuartel  dos  tiros  dados  al  aire:  estos  tivoi  salieron 
deL  lado  del  corral  dirigidos  á  la  preTencitin,  y  los  cen- 
tinelas que  habían  sido  pre venció nalnteníe  cambiados, 
fingieron  sorprenderse:  inmediatamente  vino  el  cabo 
de  guardia  á  ordenar  á  lo$  centinelas  de  los  c^aboíios, 
que  ak  menor  movímienEo  fusilaran  á  todos  k»  presos. 
En  esto  sucedió  el  íu^o  nutrido  y  exterminoáor  de 
los  asesinos,  que  nos  Ilend  á  todos  de  espanto:  por  to- 
das partes  se  oían  descargas  y  tiros  de  wi  combate 
ht  más  estiiptdamente  urdido,  y  nosotros  no  atinába- 
mos á  descifrar  lo  que  pasaba,  y  nos  hallábamos  eo  la 
más  horrible  confusión.  iSolAuíente  las  que  hemos  ago- 
nizado'en  medio  de  los  tormentos  de  esa  espantosa 
noche,  y  que  parece  un  sueño  infernal  de  hoiror,  po- 
demos idear  hasta  dónde  puede  llegar  la  feriactdad  de 
Váñez  y  su  pandilla  de  asesinos! 

i'En  medio  de  esta  confusión  cesó  un  poco  el  fuego; 
pero  fué  para  llevar  á  cabo  el  infernal  proyecto  de 
nuestros  asesinos:  así  es  que  un  rato  después  nos  arrea^ 
ron  á  todos  los  presos  al  calabozo  núm.  i.°,  donde  nos 
reunieron,  como  en  un  redil  á  mansos  corderos,  sin 
permitirnos  casi  que  nos  vistiéramos,  al  menos  á  Ips 
tres  que  estábamos  en  un  mismo  calabozo,  diciéndo- 
ttos  que  no  había  para  qué,  puesto  que  íbamos  á  mo- 
rir. Al  instante  entraron  Leandro.  Fernández,  cuñado 
de  Yááez,  Sánchez  el  tuerto,  célebre  consejero  de 
•  Yü\ez,  y  e!  mayor  de  pUza  Cárdenas:  todos  manifes- 
laban  un  aspecto  horrible  y  una  especie-de  algazara 
diabólica. 

"Es  imposible  concebir  lo  horriblemente  atroz  de 
este  instante;  ese  trasteo  de  presos  despavoridos,  esa 
confusión  y  angustias  de  nuestra  suerte:  paréela  que  la 
provideneía  misma  había  dejado  de  serl  Pero  lo  <|uc 


476  Afatanzas  de  Yáñez 

más  nos  espantaba,  eran  los  gritos  infernales  de  Sán- 
chez, Cárdenas  y  Fernández  que  decían:  ««que  mueran 
estos  picaros  belcistas  y  cordobistas!  que  no  quede 
ninguno!  fuego!  mátenlos!  mátenlos... !ii  Así  gritaban, 
echando  espuma  por  la  boca  como  fieras  enfurecidas: 
y  todo  fué  muerte,  destrucción,  horror,  sangre,  labe- 
rinto de  unos  que  caían,  de  otros  que  trataban  de 
ocultarse  entre  los  ya  muertos,  de  otros  que  corrían 
con  la  bayoneta  sepultada  en  sus  entrañas  y  hasta  de 
los  mismos  muertos  que  nadaban  en  tanta  sangre! 
¡Santo  Dios,  cuánta  crueldad,  cuánto  terror  para  asesi- 
nar indefensos! 

i*Por  un  designio  providencial  hemos  quedado  para 
contarla  uno  que  otro  testigo  de  tan  tremenda  histo- 
ria, desconocida  hasta  hoy  aun  á  la  ferocidad  del  cora- 
zón más  perverso  y  depravado. — En  medio  de  esta 
carnicería  salió  libre  el  infinitamente  infame  y  malvado 
Demetrio  Urdininea,  que  hasta  se  hizo  atormentar  por 
ser  espía:  ¡ejemplo  incomprensible  de  mostruosidad! 

«í  El  24  en  la  mañana  aparecieron  Cárdenas  y  demás 
verdugos,  armados  de  rifles,  pistolas  y  puñales,  á  ha- 
cernos saborear  sus  terribles  amenazas  á  los  pocos  que 
habíamos  sobrevivido,  pero  que  ellos  no  conserva- 
ban sino  por  tener  el  infernal  placer  de  procurarse 
otro  condigno  espectáculo,  ó  la  continuación  del  que 
se  había  inaugurado  por  primera  vez  en  este  mundo: 
entre  sus  amenazas  nos  decían  estos  blasfemos,  que  nos 
harían  fusilar  con  la  constitución  en  la  frente;  dicho 
usual  de  Yáñez,  y  su  gavilla.  Á  las  3  de  la  tarde  rea- 
pareció Yáñez,  y  viendo  que  algunos  habíamos  que- 
-dado,  entre  los  cuales  Ztíñiga,  Foronda  y  yo,  ordenó 
que  al  momento  desapareciésemos;  y  estando  Zúñiga 
para  ser  ejecutado  el  primero,  y  los  rifleros  en  prepa- 
ren^ dijo  Yáñez  que  algunos  más  debían  acompañar 
nos,  para  lo  que  debía  vtr  el  proceso.  Entretanto  man- 
dó se  nos  pusiesen  prisiones,  y  el  verdugo  Aparicio  se 


Apéndice. — Piezas  del  proceso  ^77 

complació  eri  remachárnoslas  con  un  placer  de  Satanás. 

"En  estas  circunstancias  oi  un  recado  que  el  coman- 
dante general  de  las  matanzas  mandó,  no  sé  á  propó- 
sito de  qué,  al  R.  padre  Conde,  con  el  comisario  Pan- 
toja,  diciéndole:  que  le  haría  pegar  cuatro  balados. 
Pero  esto  en  términos  más  altivos  y  groseros. 

I' El  25  á  las  ocho  de  la  noche  nos  condujo  Cárdenas, 
el  mayor  de  plaza,  á  la  cárcel  á  las  19  víctimas  restantes 
del  23,  con  orden  de  Yáñez,  para  que  se  nos  ejecutara 
al  primer  tiro  que  hubiese.  Permanecimos  allí  hasta 
el  7de  noviembre,  en  que  nos  dispersaron  por  diferentes 
puntos  distantes,  con  la  previa  advertencia  de  que  si 
hablábamos  ó  nos  quejábamos,  siquiera  con  una  sola 
palabra,  nos  costaría  caro.  Yo  fui  conducido  á  Araca, 
siri  saber  dónde  ni  qué  suerte  habían  corrido  mis  com- 
pañeros, hasta  que  la  providencia  nos  manda  al  general  ■ 
Avila  y  nos  libró  del  monstruo  Yáñez  en  la  madruga- 
da del  23  de  noviembre." 

I-a  viuda  del  doctor  y  ex-ministro  de  Estado  José 
Agustín  Tapia  culpa,  entre  otros,  á  Francisco  Bena- 
vente,  jefe  de  la  columna  municipal  que  Yáftez  tenía 
acuartelada  en  el  palacio,  y  le  inculpa  el  ser  uno  de  los 
cómplices  en  el  asesinato  de  su  esposo  la  noche  del  23 
dé  octubre.  Con  este  motivo  Benavente  sale  á  rechazar 
este  cargo  en  la  prensa  de  Sucre,  y  declara  lo  que 
sigue: 

'iHallándome  acuartelado  con  la  tropa  de  mi  mando 
en  el  palacio  de  gobierno,  oí,  á  eso  de  las  doce  de  la 
citada  noche,  una  voz  fuerte  que  decía  utirosti.  En  ese 
acto  estaba  yo  recostado  en  mi  cama,  y  como  siguie- 
sen las  voces  y  los  tiros  de  fusil,  rae  levanté  inmedia- 
tamente, tomé  la  espada,  y  antes  de  salir  de  m¡  ha- 
bitación, penetró  en  ella  una  bala  atravesando  una 
ventana  y  dos  puertas.  Entonces  salí  precipitadamente, 
al  corredor  y  allí  encontré  al  coronel  Yáñez,  quien  me 
dijo  estas  palabras; 


4jd  MaUmttuie  Yáñez 

— Nos  han  sublevado  las  compañías  dd  "Segunda; 
forme  usted  su  fuerza,  mientras  yü  contengo  á  los  su- 
blevados desde  las  ventanas  con  los  pocos  riáes  que 
tengo. 

)<£l  fuego  no  cesaba  en  la  plaza. 

«<A1  formar  la  fuerza  en  el  patio,  la  que  en  aqudlos 
momentos  no  pasaba  de  setenta  hombres,  fué  herido 
«n  soldado.  Luego  que  estuvo  ordenada  ella,  mandé 
cargar  las  armas,  y  habiéndoseme  reunido  el  'coman- 
dante  general,  abrimos  la  puerta  principal  del  palacio 
y  sfilímos  á  la  plaza. 

"Los  sublevados,  viendo  que  los  acometíamos,  se 
retiraron  en  dirección  de  su  cuartel;  y  como  en  estos 
momentos  se  iiacía  fuego  por  la  calle  debComerdo,  d^ 
comandante  general  ordenó  que  avanzara  sobre  la  cs^ 
quina  con  veinte  hombres.  Yo  avancé  inmediatamente 
é  hice  retroceder  al  grupo  de  gente  que  v«nk  en  díndc- 
ción  de  la  plaza.  Él  se  replegó  á  la  esquina  de  lacnsa 
del  gener&il  Ballivíán — (esquina  noroeste)-^  ;de  allí 
me  hacía  fuego,  y  yo  sostenía  éste,  hasta  que  áütn  sel- 
dado  le  ordené  que  vivase  al  presidente  de  lá  repú- 
blica. 

üA  este  viva  ccmtestaron  del  grupo,  y  luejgo  se  me 
dio  á  conocer  el  teniente  José  Pintó,  á  quién  le  mahdé 
avflfnzar,  y  le  pregunté  porqué  motivo  habían  salido 
del  cuartel  haciendo  fuego.  Él  me  contestó  qu^  owi 
motivo  de  haberse  aproximado  seis  ü  ocho  hx>mkÁ'es  á 
la  esquina  del  cuartel  disparando  tiros,  habían  salido 
en  su  persecución. 

»«Como  este  piquete  estaba  á  las  órdenes  del  comi- 
sario mayor  don  Manuel  Monje,  á  quien  en  aquellos 
momentos  no  vi,  pregunté  por  él,  y  Pinto  me  contestó: 
que  había  venido  con  la  fuerza,  y  que  cuando  ésta  fué 
rechazada  se  había  ido. 

í»  Habiendo  amanecido  el  día,  sé  presentó  el  jseñof* 
Monje,  y  preguntado  á  dóhde  había  estado,  coiitestd 


Apéndm.  —  Piezas  del  proceso  ¿j^^ 

íA  coty^nel  Yáñez  y  á  mí:  que  se  híibía  dirigido  á  casa 
del  corregidor  para  que  mandase  un  aviso  al  coronel 
Cortes,  ^el  cual  se  hallaba  con  el  resto  del  batallón  en 
Achocalla. 

»»El  fuego  de  esta  noche  dio  por  resultado  tres  sol^ 
d&dos  heridos,  uno  de  la  columna  de  mi  mando,  dos 
pertenecientes  á  la  quinta  compañía  del  bataltón.  Uno 
de  éstos  se  encontró  poco  más  arriba  de  la  puerta  de 
Loreto;  otro,  que  había  caído  en  la  esquina  del  Obispo, 
se  %ké  arrastrando  hasta  las  dos  cuadras,  donde  unas 
mujeres  lo  disfrazaron  y  lo  llevaron  á  un  rancho:  de 
allí  «e  le  condujo  al  hospital 

•'Mientras  yo  guardaba  el  puesto  que  se  me  había 
ootíñado,  el  comandante  general,  después  de  haber  dis- 
persado á  los  revolucionarios,  había  mandado  abrir  la 
pcierta  de  Loreto  y  hecho  fusilar  al  general  Córdoba  y 
otros  señores.  Á  la  hora  después  de  los  fusilamientos, 
vinieron  á  la  plaza,  ya  en  orden,  las  compañías  subleva- 
das, y  como  á  horas  tres  de  la  mañana  se  me  aproxi- 
mó el  coronel  Yáñez  y  me  dijo: 

—He  fusilado  á  algunos  de  esos  criminales. 

mYo  le  contesté: 

—Usted  sabrá  lo  que  ha  hecho. 

"Restablecido  el  orden  me  retiré  á  palacio,  dejando 
la  fíierza  al  matido  de  los  tenientes  Ercilla  y  Camino. 
Me  hallaba  yo  en  la  sala,  y  á  uno  que  otro  de  los  ofi- 
ciales que  entraban  les  pregunté:  ¿á  quiénes  ha  fusiJad© 
el  comandante  general?  Pero  nadie  me  podía  dar  ra- 
zón, hasta  que,  á  las  siete  de  la  mañana,  me  manifestó 
la  lista  de  los  ejecutados  un  ayudante  que,  si  mal  no 
recuerdo,  fué  el  teniente  Barriga.  Impuesto  entonces 
de  ella,  quedé  sumamente  sorprendido  porque  com- 
prendí que  Yáñez  había  cometido  un  verdadero  aten- 
tado, y  para  informarme  mejor  acerca  de  lo  sucedido^ 
salí  fuera  después  que  los  cadáveres  habían  sidd  tott- 
ducidos  al  panteón. 


480  Matanzas  de  Yáñez 

"Pregunté  al  capitán  José  María  Rivas,  que  en  esa 
noche  estuvo  de  guardia  en  Lóreto,  si  los  presos  ha- 
bían hecho  resistencia,  ó  si  él  los  encontró  armados  en 
los  momentos  del  motín  de  la  tropa;  y  me  contestó  que 
ninguno  se  había  movido,  ni  se  les  encontró  armas: 
que  sólo  el  general  Córdoba  había  luchado  por  dos  ve- 
ces con  el  oficial  que  le  hacía  la  guardia,  queriendo  sa- 
lir afuera. 

í'Al  señor  Máximo  Vega,  intendente  de  policía,  le 
hice  igual  pregunta  con  respecto  á  los  señores  Tapia, 
Valderrama  y  Ubierna,  y  me  dijo  que  ninguna  resis- 
tencia habían  hecho,  y  que  más  bien  los  dos  últimos  se 
hallaban  dispuestos  á  sostener  el  orden. 

'•Estos  datos  me  convencieron  plenamente  de  que 
se  había  castigado  á  hombres  inocentes,  y  entonces  re- 
solví ponerme  de  acuerdo  con  el  coronel  Cortés,  para 
tomar  con  él  algunas  medidas  que  evitaran  los  ulterio- 
res extravíos  que  Yáñez  pudiera  haber  tenido. 

>  i  Habiendo  entrado  á  la  ciudad  dicho  coronel  Cor- 
tés con  el  resto  del  batallón,  á  horas  ocho  y  media  del 
24,  tuve  ocasión  de  verle  á  las  cinco  de  la  tarde  en  pa- 
lacio; pero  no  pudimos  acordar  cosa  alguna,  porque  el 
coronel  Yáñez  no  nos  dio  lugar.  Al  día  siguiente  me 
dirigí  á  casa  de  dicho  coronel  á  horas  doce.  Al  entrar 
en  su  habitación  salía  el  mayor  Eleodoro  Camacho;  y, 
hallándome  sólo  con  aquél,  le  signifiqué  el  atentado 
que  se  había  cometido,  que  la  población  estaba  aterra- 
da, y  le  supliqué,  que,  como  jefe  más  caracterizado,  dis- 
pusiese lo  que  debíamos  hacer  para  tranquilizar  la  ciu- 
dad. El  señor  Cortés  me  contestó: 

"Que  era  cierto  cuanto  yo  le  había  dicho;  pero  que 
"  ya  no  se  podía  tomar  medida  alguna,  desde  que  el 
»*  hecho  se  había  sometido,  por  el  coronel  Yáñez,  á  la 
»*  deliberación  del  gobierno,  constituyéndose  respon- 
«•  sable  de  sus  consecuencias;  que  se  debía  esperar  el 
»'  resultado,  y  que,  en  el  caso  que  Yáñez  quisiese  co» 


Apéndice, — Pkzas  del  proceso  481 

i»  meter  otro  atentado,  lo  evitaríamos,  quitándolo  del 
»*  medio,  ff 

"Después  de  este  desgraciado  suceso,  ordenó  Yáñez 
tiue  se  les  privase  de  toda  comunicación  con  sus  fami- 
lias á  los  presos  que  quedaban  en  Loreto;  y  como  yo 
no  podía  ver  con  intiiferencia  esta  medida,  me  interesé 
varias  veces  con  ^quiél,  sufriendo  los  malos  modos  y 
sosteniendo  con  él  (?oestíones  desagradables,  para  que 
revocase  esta  ord^n,  lo  que  no  pude  conseguir.  Pero 
sí  obtuve  el  permiso  de  que  las  familias  de  los  señores 
Policarpo  Eyzaguirre,  Luciano  Mendizával,  Guachalla, 
Saravia  y  Sardón  pudiesen  entrar  á  verlos.  Apelo  al  tes- 
timonio de  dichas  familias,  y  al  del  teniente  coronel 
Nolasco  Vega,  quien  sabe  cuántas  veces  me  empeñé 
por  conseguir  la  comunicación  de  los  presos. 

"Otra  ocasión  tomé  interés  para  que  el  comandante 
general  permitiera  que  un  médico  entrase  á  curar  al 
teniente  coronel  Bayarri,  en  su  prisión,  suplica  que 
hacían  doña  Mercedes  Ballivián  y  la  esposa  de  aquél, 
á  quienes  se  negó  á  aceptar  el  comandante  general;  y, 
tan  luego  como  obtuve  el  permiso,  salí  del  cuartel  y 
encontré  á  estas  señoras  en  una  tienda  de  la  esquina 
de  la  Caja,  y  les  avisé  que  se  había  conseguido  lo  que 
solicitaban,  y  dado  la  orden  para  la  entrada  del  mé- 
dico. 

"En  cuanto  pude  serví  á  las  familias  de  los  presos. 
Si  no  conseguí  todo  lo  qne  solicitaban,  no  fué  porque 
yo  hubiese  dejado  de  insinuarme  con  Yáñez,  cuyo  ca- 
rácter era  bastante  fuerte. 

"Antes  del  suceso  del  23  fueron  presos  los  señores 
Bustillo  y  Cordero,  quienes,  por  el  mal  estado  de 
su  salud,  no  podían  soportar  el  rigor  de  la  prisión,  y  se 
empeñaban  con  muchas  personas  para,  guardar  la  pri- 
sión en  sus  casas.  Yáñez  no  aceptaba  las  garantías  que 

31 


4S2  Matanzas  de  Yáñez 

aquéllos  ofrecían,  ni  quería  oír  nada  á  este  respecto. 
Yo  lo  persuadí  para  que  accediera  á  tan  justa  petición, 
concurriendo  al  empeño  que  hacían  otras  personas,  y 
en  esta  concesión  tuve  gran  parte,  como  pueden  decir 
los  mismos  señores. 

"El  24  de  octubre  fué  presentado  al  comandante 
general,  por  unos  indios,  el  cabo  Lastra,  que  pertene- 
cía á  la  columna  de  mi  mando,  y  que  se  hallaba  preso 
en  el  cuartel  de  las  compañías  sublevadas.  Inmediata- 
mente ordenó  Yáñez  que  lo  fusilasen.  Cuando  ya  se 
hallaba  amarrado  Lastra  para  la  ejecución,  oyendo  las 
voces  de  éste  entré  á  la  sala,  y  le  pregunté  dónde  se 
había  hallado.  Me  contestó  que  en  los  momentos  de 
la  revolución  del  cuartel,  se  había  ido  de  fuga  al  cerro, 
de  donde  fué  conducido  por  los  indios. 

•*Con  esta  exposición,  le  dije  á  Yáñez  que  no  había 
delito  para  fusilarlo,  y  me  replicó  que  era  clase  y  que 
debía  morir.  Yo  alegué  que  no  era  delincuente,  desde 
que  no  se  había  mezclado  en  la  conspiración,  y  al  fin 
conseguí  salvarle  la  vida;  pero  Yáñez  suspendió  la  or- 
den del  fusilamiento,  disponiendo  que  fuese  conducido 
al  cuartel  del  coronel  Cortés  para  que  fuese  castigado 
con  500  palos;  orden  que  según  supe  se  había  cumpli- 
do, pero  no  con  ese  numero.  . 

••A  los  pocos  días  después  de  este  suceso,  tuvo 
aviso  Yáñez,  de  que  el  mayor  graduado  Benigno  Guz- 
mán,  del  batallón  Segundo,  había  criticado  sus  actos 
en  una  visita.  Inmediatamente  lo  hizo  llamar  á  pala- 
cio, y  cuando  Guzmán  entró  á  la  sala,  Yáñez  exaltado 
le  reconvino  fuertemente,  y  ordenó  que  en  el  acto  le 
quitasen  la  espada  y  lo  fusilasen.  La  tropa  obedecien- 
do esta  orden  tomó  inmediatamente  las  armas,  y  cuan- 
do Guzmán  se  hallaba  á  punto  de  perder  la  vida,  me 
introduje  al  salón,  y  le  dije  á  Yáñez  que  se  contuvie- 
se, porque  no  había  razón,  ni  derecho  para  fusilar  á 
aquel  oficial.  Yáñez  insistió  en  la  medida;  pero  al   fin 


Apéndice. — Piezas  del  proceso  4S3 

cedió  á  las  reflexiones  que  le  hice,  y  mandó  suspender 
la  ejecución  ordenando  quedase  preso,  de  donde  lo 
inandó  al  cuartel  general. 

"Interpelo  al  expresado  Guzmán  i»ara  que  exponga 
si  esto  es  cierto,  lo  mismo  que  al  cabo  Lastra  en  la 
parte  que  le  corresponde, 

t'Desde  el  momento  que  salimos  de  iialacio  con  el 
coronel  Yáñez,  á  contener  el  motín  de  la  plaia,  no  tu- 
vimos ocasión  de  hablar  sobre  los  fusilamientos,  hasta 
el  24  á  las  doce  del  día,  hora  en  que  pude  encontrar- 
lo solo  en  su  dormitorio.  Entonces  suscitó  él  mismo 
conversación  sobre  las  ocurrencias  que  tuvieron  lu- 
gar, y  yo  le  manifesté  abiertamente  mi  opinión,  conde- 
nando los  fusilamientos;  porque  aquél  no  tenía  dere- 
cho ni  causa  motivada  para  imponer  la  pena  de  muerte 
á  unos  presos  desarmados  y  que  no  habían  tomado 
parte  alguna  en  el  motín;  y  que  esta  medida  no  i)odría 
él  justificar  ante  el  gobierno  ni  ante  la  sociedad.  Yá- 
ñez  me  repuso  bastante  agriado,  que:  "yo  no  era  quien 
iidebía  hacerle  esos  cargos,  y  que  él  sabría  lo  que  ha- 
■ibta  de  coritestar  á  los  que  se  le  hiciesen;"  con  lo  que 
terminamos  la  conversación. 

irEn  cartas  particulares  que  dirigí  á  S.  E.  y 'al  ex- 
ministro Fernández,  les  referí  el  hecho  y  les  dije  que 
tenía  el  sentimiento  de  no  haberme  hallado  en  aque- 
llos momentos  al  lado  de  Yáftez,  que  á  estarlo,  lo 
habría  contenido.  El  señor  Carvajal,  jefe  político  en 
ese  entonces,  y  hoy  ministro  de  Hacienda,  me  oyó 
hablar  varias  veces,  reprobando  aquel  hecho:  á  otras 
muclias  personas  que  hablaron  conmigo  en  La  Paz, 
acerca  de  los  sucesos  del  23,  les  manifesté  mi  reproba- 
ción; y,  si  esto  no  es  así,  interpelo  á  la  persona  ó  per- 
sonas que  me  hubiesen  oído  aprobar  los  fusilamientos, 
para  que  me  desmientan. 

"Algunos  escritores,  que  escriben  ])or  escribir,  y  que 
no  saben  lo  que  escriben,  han  querido  salpicarme  con 


4^4  Matanzas  de  Yáñez 

la  sangre  de  las  víctimas  del  23.  Uno  de  ellos,  encarta 
escrita  á  Tacna,  y  publicada  en  el  periódico  de  aquella 
ciudad,  ha  asegurado  que  yo  hice  fusilar  á  más  de 
treinta  individuos  de  tropa  en  el  cuartel,  á  donde  nó 
tuve  motivo  para  haberme  aproximado,  pues  es  sabido 
que  yo  permanecí  en  la  esquina  del  Comercio,  sin  mo- 
verme de  ella,  como  se  me  había  mandado.  ¿Por  qué 
no  habéis  averiguado  bien  los  hechos,  señor  escritor, 
para  consignarlos  en  un  documento  publico?  Otro  de 
los  escritores,  al  referir  el  fusilamiento  con  que  fué 
amenazado  el  mayor  Guzmán,  afirma  que  yo  fui  uno 
de  sus  sacrificadores,  cuando  es  público  que  le  salvé 
la  vida,  como  puede  exponerlo  el  mismo  Guzmán. 

'•Tal  es  la  relación  verídica  de  los  sucesos  de  la  no- 
che del  23  de  octubre:  de  ella  resulta  que  yo  no  estu- 
ve presente  á  las  ejecuciones  de  las  víctismas,  que  me 
hallaba  en  un  lugar  apartado,  y  que  sólo  supe  de  ellas 
en  la  mañana  del  24,  Si  esto  es  evidente  ¿cómo  se 
atreve  la  viuda  del  señor  Tapia,  á  clasificarciíne  de 
cómplice  en  el  fusilamiento  de  su  marido?  Habéis  he- 
rido, señora,  mi  honor^  del  modo  más  cruel  é  injusto; 
pero  os  perdono  en  respeto  de  vuestro  indefenso 
dolor. 

••Si  yo  hubiese  ejecutado  las  órdenes  de  Yáñez,  para 
victimar  á  los  presos,  ó  hubiera  estado  siquiera  presen- 
te á  la  victimación,  quizá  podría  hacérseme  responsa- 
ble de  esa  sangre;  pero  yo  no  he  tenido  directa  ni 
indirectamente  parte  alguna  en  esos  atentados,  y  ojalá 
que  antes  de  perpetrarse  hubiesen  llegado  á  mi  noti- 
cia. Pues  entonces  habría  salvado  la  vida  de  los  presos, 
como  salvé  la  del  cabo  Lastra  y  mayor  Guzmán,  po- 
niéndome entre  el  sacrificador  y  las  víctimas. 

njuzgue  ahora  el  publico  de  los  hechos,  y  de  la 
parte  que  me  ha  cabido  en  ellos,  y  juzgue  también  si 
ha  tenido  razón  la  viuda  del  señor  Tapia,  para  llamar- 
me asesino.  II 


>*..^ 


Apéndice, — Piezas  del  proceso  48^ 

Esta  declaración  está  suscrita  por  Francisco  Bena- 
vente,  en  Sucre  á  16  de  enero  de  1862. 

Al  reproducir  este  interesante  relato,  en  sus  núme- 
ros 34  y  38  (febrero  4  y  12  de  1862),  El  Juicio  Pú- 
blico le  opone  un  correctivo  de  soberano  desdén,  en 
la  parte  relativa  á  la  sublevación  de  dos  compañías  del 
ejército.  Entrega  al  desprecio  de  la  ciudad  de  La  Paz 
entera  la  desvergüenza  que,  según  nuestro  periódico, 
deja  presumir  en  su  autor  tamaño  embuste.  Considera 
semejante  aserto  una  blasfemia  contra  la  notoriedad  y 
el  buen  sentido  público,  unánimes  en  declarar  sobre 
este  punto,  que,  cierto  ataque  en  son  sedicioso  ocurri- 
do esa  noche,  no  fué  sino  una  inicua  é  insidiosa  patra- 
ña. Apela  á  todo  el  vecindario  para  que  diga,  si  no  es 
verdad  que  no  han  quedado  en  la  plaza  ni  en  las  ca- 
lles más  estragos  visibles,  más  sangre,  ni  más  cadáve- 
res que  los  causados  por  los  fusilamientos  de  Yáñez. 

Pero  ya  en  otro  lugar  se  ha  hecho  ver,  que  el  hecho 
de  la  insidiosa  patraña  puede  conciliarse  muy  bien  con 
el  aserto  de  Benavente.  Este  estaba  en  la  plaza  con  su 
gente,  y  bien  pudo  haber  tomado  como  cosa  verdadera 
la  patraña  insidiosa  que  se  forjaba,  con  otra  tropa,  "en 
las  calles  vecinas  entre  las  sombras  de  la  noche.  La 
popular  certidumbre  sobre  que  hubo  simulacro  de  com- 
bate, en  vez  de  tiroteo  verdadero,  sobrevino  largos  días 
después  del  suceso.  Esa  certidumbre  á  posteriori  es  la 
que  ha  inspirado  el  desprecio  con  que  está  sazonada 
esta  rectificación  de  El  Juicio  Público. 

Ya  hemos  visto  una  parte  de  la  declaración  de 
Leandro  Fernández,  el  feroz  ejecutor.  Veamos  ahora 
la  parte  donde  dicho  oficial  refiere  lo  ocurrido  en  el 
combate  de  la  plaza  y  en  el  Loreto.  Esta  declaración 
fué  prestada  ante  la  justicia  ordinaria  en  Cochabamba. 
Dice: 

"Esa  noche  dormía  yo  en  el  cuarto  de  prevención 
en  compañía  de  Cárdenas,  el  teniente  primero  N.  Ji- 


486  Matanzas  de  Yáñez 

ménez,  el  oficial  de  guardia  teniente  primero  N.  N.,  el 
mayor  N.  Solís,  el  teniente  segundo  N.  Barriga,  ídem 
primero  N.  Mogrovejo,  teniente  primero  Ercilia  y  otros 
muchos  cuyos  nombres  no  recuerdo.  Á  eso  de  la  una 
y  media  de  la  mañana  golpearon  la  ventana  del  cuarto 
en  que  dormíamos,  no  sé  si  fué  el  sereno  mayor  ó  al- 
gún comisario,  expresando  que  habían  dado  tiros  en 
el  cuartel  de  arriba.  Inmediatamente  nos  vestímos  v 
fuimos  á  dar  parte  al  comandante  general,  á  quien  en- 
contramos que  también  se  vestía. 

••Entretanto  crecía  el  fuego,  á  cuya  consecuencia  el 
coronel  Yáñez  colocó  en  cada  una  de  las  ventanas  del 
palacio  dos  rifleros,  de  los  seis  que  tenía  consigo,  con 
orden  de  que  dirigieran  sus  tiros  al  Loreto,  de  donde  se 
daban  otros  tiros.  Hecho  esto,  bajamos  del  alto  del 
palacio  y  armamos  la  columna  municipal,  repartiendo 
cápsulas  y  demás  objetos  necesarios,  y  salimos  con  di- 
rección al  Loreto,  donde  había  cesado  completamente 
el  fuego.  Al  mencionado  lugar,  es  decir  al  Loreto,  sólo 
continuamos  marchando  N.  Franco,  el  coronel  Yáñez, 
su  hijo  Darío  del  mismo  apellido,  el  teniente  coronel 
Cárdenas,  el  igual  Luis  Sánchez,  yo  y  los  seis  rifleros; 
habiendo  quedado  distribuida  la  columna  en  las  cua- 
tro bocacalles,  á  órdenes  del  teniente  coronel  Bena- 
vente  y  demás  oficiales  que  tengo  mencionados. 

'•Llegamos  al  Loreto,  cuya  puerta  golpeó  el  coronel 
Yáñez,  llamando  al  capitán  de  guardia  N.  Rivas,  y 
preguntándole  qué  novedad  había.  Este  abrió  la  puer- 
ta y  contestó:  que  nada  había  adentro;  que  sólo  de  la 
plaza  habían  pegado  unos  tiros  y  pateado  la  puerta 
con  las  expresiones  de  /  Viva  Córdoba!  La  guardia  ha- 
bía estado  sobre  las  armas,  las  que  estaban  cargadas 
por  orden  de  Rivas,  quien  la  había  puesto  á  cargo  de 
Bernardo  Gandarillas.  Como  tengo  dicho,  expuso  Ri- 
vas que  no  hubo  novedad  en  el  Loreto;  que  lo  línico 
que  había  tenido  lugar  era  que  Córdoba  había; tratado 


I  ^k2 


Apéndice.  —Piezas  del  proceso  48'^ 

dé  amarrar  á  Miguel  Niíñez,  que  lo  custodiaba  en  el 
coro,  por  medio  de  los  seis  rifleros  que  le  servían  de 
guardia. 

»»Á  este  parte  dijo  el  coronel  Yáñez  que  por  qué  no 
le  habían  pegado  cuatro  balazos,  y  ordenó  á  Nüñez  por 
dos  veces  mandara  ejecutar  al  general  Córdoba;  órde- 
nes jque  fueron  desobedecidas  bajo  el  pretexto  de  que 
no  tenían  cápsulas.  Visto  esto,  se  me  dio  la  misma 
orden  por  el  comandante  general  en  presencia  de  Cár- 
denas, Luis  Sánchez,  Franco,  su  hijo  Darío  y  el  tenien- 
te segundo  Barriga,  entregándome  para  el  efecto  un 
cajón  de  cápsulas. n 

El  teniente  coronel  José  Bayarri,  con  fecha  12  de 
diciembre,  declara  en  el  número  463  de  El  Telégrafo 
lo  que  sigue: 

»»Es  el  caso  que  la  noche  del  29  de  setiembre  últi- 
mo, á  horas  diez  y  media  poco  más  ó  menos,  fuimos 
aprehendidos  en  la  tienda  de  mi  hermano  político  To- 
más Crespo,  situada  en  la  plaza  principal,  el  teniente 
coronel  Antonio  Gutiérrez,  don  Pedro  Espejo  y  yo. 
Habiéndonos  conducido  al  palacio  custodiados,  se  nos 
reunió  allí  con  don  Luciano  Mendizával,  á  quien  en- 
contramos acostado,  pues  lo  habían  capturado  con 
anterioridad. 

••Á  cosa  de  la  una  ó  dos  de  la  mañana,  fué  introdu- 
cida una  persona  á  la  habitación:  este  individuo,  según 
supimos  después,  se  llamaba  Pedro  Zúñiga,  á  quien 
condujeron  ó  hicieron  entrar  llenándolo  de  impreca- 
ciones é  insultos  groseros  y  torpes.  Apersonándose 
entonces  el  nefando  Yáñez,  dijo,  poseído-  de  la  más 
brutal  impaciencia  y  furia: 

—  Ya  se  halla  descubierto  el  plan  de  la  revolución  que 
intentaban, 

•'Vertiendo  estas  expresiones  antes  de  haber  proce- 
dido á  la  apertura  y  lectura  de  una  carta  ó  comunica- 
ción ficta  y  forjada  exprofeso,  como  punto  de  partida 


4S8  Afatanzas  de  Ydñez 

para  sus  ulteriores  perversos  designios;  y  nos  dirigilí 
las  palabras  siguientes:  ^ 

— Picaros^  los  he  de  fusilar  con  la  constitudim  in 
la  cabeza,  ' 

H  Entonces  el  teniente  coronel  Benavente,  qoe  taiíi- 
bién  estaba  allí,  se  propuso  leer  dicha  carta  en  vi>z 
alta,  principiando  poco  más  6  menos  en  los  tériyiños 
siguientes:  uSeñor  don  S.  S.,  etc.  Mi  querido  amigo: 
i' Aviso  á  usted  que  el  general  está  muy  pronto  y  cei^a, 
<'y  que  en  ésta  la  columna  se  halla  en  buena  disposi- 
"ción  y  lista;  y  usted  hable  á  Húsares  todo  esto...  etc.i< 
Con  más  otras  particularidades  que  no  fué  posible  re- 
tener ni  fijarse  en  ellas.  Al  advertir  nosotros  semejante 
imp>ostura  y  perfídia,  no  pudimos  menos  que  estar 
poseídos  de  una  justa  indignación. 

'•Según  se  ha  llegado  á  inquirir  y  consta  á  cuantos 
conocen  la  malhadada  ficción,  el  origen  de  ésta  se 
acordó,  sin  duda,  en  algún  conciliábulo  tenebroso,  de( 
modo  que  aparece,  á  saber: 

»»En  momentos  en  que  pasaba  por  la' «puerta  del  pa- 
lacio el  expresado  Zúñiga,  le  salió  al  encuentro  Deme- 
trio Urdininea,  quien  ha  adquirido  una  perfecta  cele- 
bridad con  haberse  prestado  dócil  á  representar  odiosos 
papeles  en  tan  espantosos  sucesos,  y  le  dijo: 

— ^Amigo,  sé  que  usted  se  marcha  para  Luribay,  y 
hágame  el  servicio  de  llevar  esta  carta. 

•íZúñiga  le  replicó  que  era  positivo  que  se  encami- 
naba para  Cochabamba;  m'as  no  para  el  punto  que 
se  le  había  indicado,  por  cuya  razón  no  podría  com- 
placerlo. 

ííÁ  lo  que  le  repuso  Urdininea  que  sería  mejor  que 
tomase  la  ruta  que  le  había  mencionado  desde  que  era 
mucho  más  inmediata  á  Cochabamba. 

i 'Continuando  con  sus  excusas  aquél,  le  contestó: 

— No,  señor." 

'•En  tales  circunstancias  recurrió  Urdininea  al  ex- 


Aféndüe'. — Piesas  áet  proceso  48^ 

pedieiite  de  una  especie  de  itiandalo,  por  el  que,  simu- 
lando una  empeñosa  insinuación,  insistid  en  que  de 
todos  modos  se  encomendase  de  su  trasporte,  siquiera 
para  mandarla  con  otro  de  quien  pudiera  valerse  en  el 
tránsito,  y,  para  obligarlo,  lo  gratiücó  con  cuatro  pe- 
sos. Á  tan  exigente  porfía  le  con  descendí  ó,  recibiendo 
incautamente  la  carta,  y  se  dirigió  á  su  alojamiento. 

i'No  habían  trascurrido  algunos  momentos  desde 
esta  escena,  cuando  habiendo  mandado  tras  él  á  quie- 
nes lo  capturasen,  no  bien  entró  en  su  habitacii^  se 
apoderaron  de  su  persona  y  de  la  carta  antedicha,  lo 
mismo  que  de  un  documento  de  cancetamiento  del 
dueña  de  casa,  que  estaba  sobre  una  mesa. 

'iCon  tan  detestable  superchería  cómeme  la  serie 
de  atrocidades  inauditas  llevadas  á  cabo,  de  un  sistema 
torpemente  calculado,  cuyos  resultados  proditorios  y 
sangrientos  han  sido  las  matanzas  y  asesinatos  horroro- 
sos; sin  que  en  el  espacio  de  los  veinte  y  tres  días  que 
■  antecedieron,  pudiese  justificarse  ni  comprobarse  cosa 
alguna  que  presentase  el  aspecto  del  delito  imputado 
y  supuesto. 

"Referir  las  mortificaciones,  vejámenes  y  tormentos 
que  sufrimos  en  la  prisión,  sería  interminable.  Baste 
decir  que  todos  los  que  sobrevivimos,  después  de  la 
espantosa  catástrofe,  no  contábamos  con  un  instante 
de  seguridad,  como  si  se  nos  hubiera  deparado  una 
continua  agonía;  porque  la  idea  de  la  muerte  nos  an- 
gustiaba incesantemente,  con  el  ejemplo  y  la  memoria 
de  nuestros  desgraciados  compañeros,  que  fueron  vic- 
tinrados  tan  brutal  é  inhumanamente. 

"Hacer  reminiscencias  de  aquellos  actos  nefandos, 
en  los  que  tuvieron  parte,  como  cómplices,  coloborado- 
res  é  instrumentos  dóciles,  todos  ¡os  que  formabas  el 
círculo  de  la  bestia  feroz,  cuyo  calificativo  se  le  ha 
aplicado  ai  forajido  Váñez,  sería  preciso  enumerar 
todos  los  sicarios  y  esbirros,  que  con  íntima  convicción 


490  Matanzas  de  Yáftez 

el  pueblo  los  conoce  y  los  distingue  individualmente. 
Uno  de  ellos,  recomendado  en  el  parte  inicuamente 
forjado  por  el  perverso  Yáñez,  con  el  dictado  de  biza- 
rro teniente  coronel^  es  Cárdenas,  quien  se  expidió  en 
cuanto  se  le  encomendaba,  con  todo  celo  y  agilidad, 
ejecutando  la  carnicería  mas  inhumana  en  el  cuartel 
de  arriba  con  los  desventurados  que  se  hallaban  presos, 
sorprendiéndolos  en  sus  camas  desnudos  y  despreve- 
nidos al  inminente  riesgo,  cuya  realidad  tocaron  fatal- 
mente... ti 

En  su  primera  juventud  fué  cuando  Bayarri  ingresó 
al  ejército.  Tocóle  concurrir  á  las  campañas  del  Perú 
combatiendo  en  Yanacocha,  Pampas,  Bichongos  y  So- 
cabaya.  Se  halló  en  la  batalla  de  Ingavi.  Se  había 
.sometido  al  mando  legal  de  Achá,  aceptando  del  teso- 
ro una  pensión  de  retiro. 

En  el  mismo  número  en  que  apareció  la  antedicha 
declaración.  El  Telégrafo  publicó  una  breve  y  poco  im- 
portante rectificación  de  Cárdenas.  Tan  sólo  por  pro- 
venir de  este  inhumano  subalterno,  el  más  cruel  asesi- 
no esa  noche  después  de  Yáñez,  es  fuerza  copiarla 
aquí  íntegra.  Dice  así: 

»»En  la  vindicación  que  tengo  escrita  con  fecha  4 
del  actual,  al  hacer  en  el  acápite  cuarto  la  relación  de 
lo  ocurrido  en  el  cuartel  de  la  antigua  recoba,  donde 
más  bien  salvé  veintiún  presos,  porque  no  tenía  las 
mismas  ideas  y  carácter  sanguinario  que  Yáñez,  apare- 
ce citado  como  uno  de  los  individuos  que  presenciaron 
la  orden  de  éste,  para  que  se  me  fusile,  porque  no  fue- 
ron ejecutados  todos  los  presos  indicados,  el  capitán 
Vargas;  éste  ha  sido  un  error  involuntario,  en  lugar 
de  decir  ó  referirme  al  capitán  Valverde,  que  estuvo 
junto  con  Yáñez.  Y  más  bien  el  mayor  Gervasio  Var- 
gas, que  en  ese  acto  se  presentó,  casi  fué  fusilado  por 
el  mismo  Yáñez,  que  le  acometió  con  su  pistola,  y  fué 
despedido  de  la  plaza;  advirtiendo  que  en  las  mismas 


Apirtdiee. — Piesas  del  proceso  4gi 

circunstancias  el  cruel  Yáñez  asesinó  á  N,  Vega,  con 
ios  soldados  que  estaban  á  sus  órdenes. 

■  rCon  este  motivo  aprovechp  también  la  ocasión  de 
contradecir  lo  que  se  asegura  en  el  niímero  6  de  Ei, 
J  Uicio  PUBLICO,  articulo  Horror  á  los  tiranos,  relativa- 
mente á  mi  persona,  de  haber  sido  quien  mandé  eje- 
cutar á  aquéllos  del  modo  inhumano  que  se  describe. 
Kste  artículo  se  escribió  sin  duda  antes  de  verse  mi 
vindicación,  en  la  que  he  refei ido  las  circunstancias 
del  caso,  y  observé  otra  conducta  muy  distinta  de  la 
que  se  nie  imputa,  y  sólo  apremiado  por  esa  fatal  ac- 
tualidad en  que  me  hallaba;  y  en  el  curso  de  los  deta- 
lies  que  se  irán  analizando  resaltará  la  verdad  de  mis 
exposiciones.  Por  fin,  no  se  quiera  también  tomar 
ai^umento  contra  mi  de  la  hora,  que  sólo  por  error  de 
pluma,  aparece  en  mi  vindicación,  de  las  tres  de  la 
mañana,  cuando  se  fusiló  por  Yáñez  al  general  Córdo- 
ba, que  fué  más  antes,  como  lo  sabe  el  pueblo.— Zff 
Paz,  diciembre  g  de  /Jíí/.— Santos  Cárdenas,  fi 

Me  parece  que  El  Juicio  Público  ha  fallado  á  la 
justicia  con  respecto  á  Cárdenas.  Ha  debido  insertar 
ó  extractar  en  sus  columnas  la  defensa  de  diciembre  4. 
Prescribíaselo  asi  el  hecho  solo  de  provenir  de  un  in- 
dividuo contra  quien  estaba  dicho  periódico  acumulan- 
do tantos  testimonios  condenatorios. 

Del  articulo  de  El  Juicio  Público  es  necesario 
copiar  aquí  los  párrafos  que  Cárdenas  quiere  ver  recti- 
ficados. Son  casualmente  en  dicho  artículo  los  únicos 
párrafos  que  contienen  relación  de  hechos.  Es  por  de- 
más exquisito  y  extraño  el  puntillo  del  hombre  éste, 
I.^  escuece  la  epidermis  una  perorata  política,  que  se 
compone  de  simples  apreciaciones.  Dice 'la  perorata 
en  diciembre  6; 

'■Con  Váñeí  pagaron  su  complicidad  el  mihtar  Luis 
Sáncheü,  que,  en  la  noche  de  la  impía  y  salvaje  carni- 
cería del  23  de  octubre,  decía  gue  se  fusile  á  los  presos 


4g2  Matanzas  de  Yáñez 

rn  sus  propias  camas:  así  es  que  desnudos  y  dormidos 
fueron  sorprendidos  en  la  Universidad.  Expi<5  también 
sus  crímenes  el  comisario  Leopoldo  Dávila,  quien,  con 
despotismo  y  amenazas,  vejaba  á  todos  los  dolientes 
que  en  el  panteón  querían  desahogar  sus  sentimientos, 
derramando  sus  lágrimas  sobre  los  cadáveres  destroza- 
dos y  sangrientos  de  padres,  hermanos,  esposos,  hijos, 
parientes  y  amigos. 

«Pero  se  libertaron  de  la  cólera  del  pueblo  y  de  su 
tremendo  poder,  el  militar  Santos  Cárdenas  que  á  íoélos 
los  infelices  soldados  presos  en  un  calabozo, .  en  el 
cuartel  de  la  antigua  recoba,  calle  arriba  de  la  plaza 
mayor,  los  mandó  fusilar  dándoles  fuego  á  discreción 
como  d  un  grupo  de  cerdos, 

t< Pigmea,  como  eres,  debe  ser  también  tu  alma,  y 
menguado  tu  corazón,  tus  inclinaciones,  y  nada  hidal- 
gos tus  sentimientos. 

«'El  carcelero  José  María  Aparicio,  alias  el  Toncoro, 
ds  igual  estatura  y  temple,  quien,  entre  los  que  fusiló, 
comprendió  también  á  José  Torres,  que  estaba  recluso 
por  cosas  muy  privadas  y  por  diferencias  con  su  mu- 
jer. Estos  y  otros  sicarios  aun  existen,  á  los  cuales  no 
dudamos  que  el  gobierno  mandará  someter  á  juicio. i? 

Las  palabras  tarjadas  son  en  sustancia  las  que. Cár- 
denas encuentra  inexactas.  Justamente  las  que  cual- 
quiera que  lea  el  citado  artículo  consideraría  dictadas 
al  periodista  por  sólo  el  calor  del  debate. 

Los  párrafos  anteriores  y  posteriores  del  editorial  de 
El  Juicio  Público,  editorial  de  donde  he  sacado  los 
que  acaban  de  leerse,  son  una  invectiva  contra  las  ten- 
dencias violentas  de  los  que  ejercen  un  mando  cual- 
quiera en  Bolivia.  El  lema  es  este  artículo  de  la  cons- 
titución: 

!•  Nadie  puede  ser  detenido,  arrestado,  preso  ni  con- 
denado sino  en  los  casos  y  según  las  formas  estableci- 
das por  la  ley,  etc.n 


■"V  .■ .- c  ■ 


«14» 


Apéndice, — Piezas  del  proceso 


493 


Es  precisamente  aquel  artículo  uno  de  los  que,  esa 
noche,  desligaban  á  Cárdenas  de  toda  obediencia  mi- 
litar de  mera  ordenanza,  y  que  facultad  le  daban  para 
ponerse  á  buen  recaudo  á  trueque  de  no  bañarse  en 
uti  lago  de  sangre  inocente. 

No  he  podido  haber  en  este  momento  la  hoja  suel- 
ta de  diciembre  4,  de  donde  están  tomadas  las  ante- 
riores y  subsiguientes  palabras  de  Cárdenas.  Hay  que 
copiar  aquí  lo  que  de  ellas  otros  han  copiado  en  las 
polémicas  de  la  prensa. 

Todo  lo  que  éste  haya  proferido  tocante  á  la  carni- 
cería del  cuartel  de  la  antigua  recoba,  ó  sea  t\  cuartel 
del  Segundo,  es  precioso  aunque  nada  nuevo  diga.  Hé 
aquí  otro  parrafito  suyo  citado  por  José  Agustín  Fran- 
co, en  su  comunicado  inserto  en  el  numero  8  de  El 
Juicio  Público: 

*»En  ese  mismo  acto,»? — dice  Franco  que  dice  Cár- 
denas en  su  escrito  vindicatorio, — »»me  ordenó  (Yáñez) 
también  con  la  mayor  severidad,  que  marchara  al  cuar- 
tel de  la  antigua  recoba  á  fusilar  á  todos  los  presos  que 
estaban  allí,  sin  que  deje  á  ninguno,  lo  que  presenció 
el  teniente  Franco  y  algunos  oficiales  de  la  columna. n 
Franco  sostiene  que  esta  referencia  es  sobre  que  él 
presenció  el  acto  de  darse  la  orden,  y  no  el  acto  de  los 
fusilamientos  mismos. 

Nadie  duda  de  que  la  orden  fué  dada.  Yáñez  con- 
fiesa que  terminado  el  combate  la  dio  para  castigar  á 
los  detenidos.  Hizo  de  juez.  Cárdenas,  Fernández  y 
Aparicio  desempeñaron  entonces  el  oficio  de  alguaciles 
de  sangre.  Cumplieron  todos  de  esta  suerte  lo  ofrecido 
por  Yáñez,  de  fusilar  á  los  detenidos  con  la  constitu- 
ción en  el  pecho. 

Hé  aquí  otro  breve  fragmento  de  la  publicación  he- 
cha en  defensa  suya  por  Cárdenas.  Está  citado  por  un 
peri<5dico: 

••Me  dirigí  al  cuartel  donde  se  me  dio  una  descarga 


494  Matanzas  de  Yáñez 

de  fusilería,  y  logré  con  sólo  m¡  denuedo  y  valor,  sin 
dar  un  tiro,  tranquilizar  el  motín,  habiendo  encbntrado 
ya  dos  muertos,  que  no  supe  quiénes  eran,  fusilados 
por  Claudio  Sánchez,  que  había  estado  antes  que  yo.n 

Claudio  Sánchez  se  presentó  con  este  motivo  para  ser 
juzgado  y  fué  absuelto  por  la  justicia  militar  ordinaria. 

Note  el  lector,  que  si  Yáñez  comisionó  á  Cárdenas 
y  á  Fernández  para  ir  á  fusilar  presos  en  el  cuartel  del 
Segundo,  y  los  mandó  solos  y  entraron  solos,  era  sin 
duda  porque  no  temía  que  en  ese  cuartel  hubiera  ocu- 
rrido novedad  contra  el  orden  y  la  disciplina,  cuánto 
menos  si  hubiera  sabido  que  allí  se  habían  sublevado 
la  tropa  ó  los  presos. 

Recuérdese  sobre  lo  principal  la  declaración  de  Fer- 
nández, quien  también  llegó  al  cuartel  juntamente  con 
Cárdenas.  Confirma  que  ambos  fueron  enviados  allí 
solos;  no  ciertaraeute  á  afrontar  ilesos  descargas  cerra- 
das, ni  á  tranquilizar  ningún  motín  á  fuerza  de  bravu- 
ra y  sin  disparar  un  tiro.  Se  les  envió  á  fusilar  á  man- 
salva presos  con  la  fuerza  pública  aposentada  en  ese 
cuartel.  Penetraron  en  éste  y  procedieron  á  desempe- 
ñar su  tarea  sin  el  menor  tropiezo,  sacando  sucesiva- 
mente de  sus  calabozos  á  los  presos,  dando  la  muerte 
á  todos  en  un  mismo  sitio,  encontrando  siempre  obe- 
dientes para  la  matanza  á  los  soldados.  Nadie  allí  osó 
desobedecer  á  estos  sicarios. 

Aun  cuando  no  existiera  la  confesión  de  Fernández 
sobre  la  manera  y  circunstancias  con  que  breve  y  ex- 
peditivamente se  consumaron  en  el  cuartel  las  ejecu- 
ciones, manera  y  circunstancias  que  alejan  toda  idea 
de  amotinamiento  sofocado  por  Cárdenas  en  el  acto  d 
antes  de  verificarse  esas  ejecuciones,  está  el  proceso 
general  de  la  prensa,  conteste  sobre  el  hecho  de  que 
los  presos  no  se  movieron  esa  noche  en  sus  calabozos 
sino  para  tenderse  boca  abajo,  .y  que  fueron  victimados 
sin  hacer  ellos  la  menor  resistencia. 


J 


Apéndice.— Piezas  del  proceso  4^5 

-  En  et  número  461  de  El  Telégrafo,  correspondiente 
al  4  de  diciembre,  se  presentó  ante  la  opinión  Andrés 
Cueto,  hijo  del  fiscal  Pedro  Cueto,  y  se  anunció  de 
esta  manera; 

i'Con  el  profundo  pesar  que  al  hijo  causa  la  calum- 
nia que  contra  su  padre  se  desala,  haciéndole  victima 
de  injustas  venganzas,  llamo  hoy  día  la  atención  pú- 
blica, y  ruego  á  los  hombres  sensatos  se  dignen  escu- 
charme, y  después  fallar,  absolviendo  ó  condenando  á 
ini  desgraciado  padre.  Y  yo,  que  tengo  la  conciencia 
de  la  sanidad  de  sus  intenciones;  yo  que  conozco  la 
verdad,  ¿cómo  no  he  de  esperar  la  absolución  del  jui- 
cio recto  de  la  opinión  públicaPn 

El  que  con  modos  tan  persuasivos  así  comienza,  se 
echa  no  obstante  á  cuestas  la  tarea  de  una  probanza 
dificultosísima,  primero  por  su  naturaleza  esencialmen- 
te negativa,  y  segundo  porque  va  contra  el  hecho  tan- 
gible y  notorio.  Este  hecho  no  es  otro  que  el  propósito 
mancomunado,  de  Cueto  y  Yáñez,  de  perseguir  de 
muerte  en  La  Paz  á  los  presos  belcistas,  por  medio  de 
un  proceso  militar. 

Entretanto,  la  pieza  que  va  á  leerse  es  de  importan- 
cia histórica.  En  ella  puede  notarse  un  dato  que  arroja 
inmensa  luz  sobre  uno  de  los  puntos  más  oscuros  de 
esta  catástrofe  tenebrosa.  Esta  defensa  contiene  una 
revelación.  En  su  vista  pedia  el  fiscal  nada  menos  que 
la  libertad  inmediata  de  los  que  habían  sido  detenidos 
en  setiembre.  ¡La  libertad!  No  fué  escuchado.  Las 
complacencias  de  Cueto  con  el  superior  furioso  no  fue- 
ron, pues,  de  tan  indómita  índole,  qije  no  cayeran 
quebrantadas  debajo  de  algún  peso  enorme,  el  peso 
jurídico  de  la  inocencia  de  los  detenidos. 

¡La  libertad  inmediata  de  los  que  fueron  asesinados! 
Tan  sólo  se  pidió  que  quedaran  en  la  cárcel  tres  ó 
cuatro  belcistas  hasta  que  se  evacuaran  ciertas  citas 
del  proceso.  Era  qav/A  lo  más  que   podía  hacer,  .en 


4'96  Matanzas  de  Yáñez 

obsequio  de  su  odio  6  de  su  docilidad  aquel  pobre  fis- 
cal. Repito  que  este  dato  es  de  un  valor  capitaL 

La  defensa  del  padre  hecha  por  el  hijo  prosigue  así: 

"Don  Napoleón  Quijarro,  en  un  papel  suelto,  qtie 
es  el  apasionado  eco  de  las  victimas,  dice  de  mi  padre: 
i*  Fiscal  perpetuo,  estuvo  en  el  plan  tenebroso  de  los 
"acontecimientos  de  la  noche  del  23  de  octubre  ül- 
"timo.ti 

i'No  comprendo  cómo  pudiera  aventurarse  semejan- 
te aserto,  sin  fundarlo  en  algiin  hecho,  en  algún  dato, 
y  también  debía  ser  revelado  al  público  para  conven- 
cerlo; porque  la  sola  palabra  de  un  hombre  ique  es- 
cribe tomando  un  seudónimo,  no  puede  ser  basta^ute 
comprobante  ^e  un  delito  que  á  todos  nos  tiene  ate- 
rrorizados. 

i'La  noche  del  23  de  octubre,  en  que  tuvo  lugar  tan 
infausto  suceso,  se  recogió  mi  padre  á  casa  á  las  nueve, 
y  se  puso  á  dormir  á  las  once  según  su  costumbre.  Á 
las  tres  y  media  oyó  que  se  le  golpeaba  la  puerta;  y  era 
el  sirviente  que  estaba  en  la  puerta  de  calle,  quien  le 
avisó  que  un  ofícial  lo  llamaba  á  nombre  del  coman- 
dante general.  Lo  hizo  entrar,  y  era  el  sargento  mayor 
retirado  don  Santiago  Ayoroa,  que  le  repitió  que  el  co- 
mandante general  lo  llamaba.  Como  era  natural,  le 
preguntó  si  había  alguna  ocurrencia,  y  le  contestó:  que 
había  estallado  un  motín;  pero  que  había  sido  sofocado 
y  fusilados  muchos  de  los  presos. 

*«Mi  padre  púsose  á  vestir  inmediatamente,  y  en  ese 
momento  entró  don  Toribio  Eduardo,  dueño  de  la  ca- 
sa, avisándole  que  desde  la  media  noche  había  habido 
tiros,  y  que  ha  debido  haber  alguna  revolución.  Poco 
después  salió  mi  padre  á  la  calle,  y  fué  visto  por  las 
señoritas  Bacarresa.  Llegó  á  la  plaza  y  vio  terimnado 
aquel  espectáculo  lúgubre,  que  lo  llenó  de  terroí.  A  pe- 
sar de  que  Yáñez  era  hombre  que  nó  permitía  una  ^ok 
reflexión  contraria  á  sus  ideas,  mi  padre  con  modo 


J 


r 


,  Apéndice.^  Piezas  del  proceso  4^J 

^uave  le  hizo  reproches  que  por  supuesto  fueron  desa- 
tendidos. 

"Llamado  otra  vez,  díjole  Yáñez  que  era  nombrado 
■juez  fiscal  para  que  organice  una  .sumaria;  y  mi  padre 
se  excusó,' resistió  con  tenacidad,  alegando  que  era  jefe 
[Kililico  de  Corocoro,  y  que  tenía  necesidad  de  dispo- 
ner su  marcha.  Pero  Yáftez  insistió  hasta  decirle  que  lo 
hacia  responsable,  y  que  darla  parte  al  supremo  go- 
bierno de  su  negativa  á  prestar  un  servicio,  que  él  creía 
importante. 

"Mi  padre,  subalterno,  ¿podía  desobedecer  á  un  jefe 
superior,  constituido  legalmente  por  el  supremo  go- 
bierno? Aceptó  la  comisión  sin  voluntad  espontánea, 
y  porque  su  deber  así  lo  prescribía.  V  se  forma  una 
acusación  de  esie  simple  hecho,  como  si  no  conocieran 
que  al  militar  no  le  es  dado  deliberar  sobre  la  acepta- 
ción ó  renuncia  de  una  comisión  de  esta  naturaleza. 
No  tiene  más  que  obedecer. 

"Pero  bien:  ¿por  qué  se  hace  un  crimen  de  haber 
sido  juez  fiscal,  cuando  esta  función  es  determinada 
por  la  leyP^Qué  crimen  es  ser  fiscalía  Conozco  que  es 
odioso  el  puesto,  ¡lorque  tiene  que  perseguir  y  porque, 
mientras  se  descubre  la  verdad,  aun  el  inocente  tiene 
que  sufrir;  pero  el  líscal  ¿es  responsable  de  esto?  Aun 
en  lo  civil  es  odioso  el  destino  de  acusador  piíblico; 
porque  los  sindicados  ó  los  reos  no  miran  la  ley  sino 
la  persona  que  los  acusa.  Está  en  la  naturaleza  de  las 
pasiones  que  los  acusados  y  los  reos  odien  al  fiscal  y 
al  juez. 

i'No  me  es^  pues,  muy  extraño  que  esas  pasiones  se 
desenfrenen  hby  día,  aprovechando  de  la  crisis  que 
acabamos  de  pasar;  pero  esos  hombres  no  tienen  ra- 
ón,  y  no  la  tienen  aún  más  si  reconocen  la  verdad  de 
s  hechos  relatados,  y  de  que  en  la  organización  de  la 
Diaria  nada  ha  habido  de  ilegal. 

"No  la  ha  habido  tampoco  en  las  opiniones  de  mi 


4(^S  Matanzas  de  Yáñes 

padre,  y  si  alguna  vez  las  opiniones  fiscales  pndieran 
constituir  un  crimen,  sepan  los  detractores  que  en  su 
\  primera  vista,  que  corre  en  el  expediente  relativo  á 

aquel  suceso,  concluyó  por  pedir  que  inmediatamente 
se, pusiera  en  libertad  á  todos  los  sindicados,  excepto  á 
tres  6  cuatro,  contra  quienes  había  citas  que  debían 
ser  exclarecidas  con  los  careos  y  otros  medios  que  sólo 
pueden  tener  lugar  en  el  juicio. 

'•Me  refiero  á  un  documento  irreprochable  y  exis- 
tente; y  no  creo  que  la  pasión  pudiera  seguir  hasta  ei 
grado  de  desconocer  la  fuerza  de  esta  razón,  que  por 
sí  sola  bastaría  á  justificar  á  mi  padre  calumniado. 

••Fuera  de  los  testigos  presenciales  que  he  citado, 
ahí  están  los  jefes  y  oficiales  de  la  columna  municipal, 
los  de  las  tres  compañías  del  batallón  Segundo  y  todos 
los  empleados  de  policía,  que  afirmarán  que  mi  padre 
entró  á  la  plaza  cuando  ellos  estaban  formados  y  cuan-: 
do  ya  había  pasado  toda  la  horrible  escena;  ¿cómo  pu": 
do,  pues,  estar  en  el  plan  tenebroso? 

••Interpelo  á  la  conciencia  de  los  hombres  honrados, 
y  me  harán  justicia.  Y  cuando  quieran  los  apasiona- 
dos poner  por  todo  comprobante  de  acusación,-  que 
han  pedido  la  cabeza  de  mi  padre  y  que  el  pueblo  lo 
acusa,  yo  les  diré:  ••Malos  caballeros  sois,  porque  de- 
••cís  lo  que  no  creéis;  pues  sólo  los  estúpidos  ó  los  muy. 
••malos  pueden  creer,  que  los  gritos  de  unos  cuantos, 
••son  bastante  proceso  para  condenar. •• 

••Esos  gritos  pueden  ser  de  unos  cuantos  malhe- 
chores reunidos,  á  quienes  mi  padre  ha  tenido  que. 
castigar  en  el  largo  tiempo  qne  ha  sido  intendente  de 
policía.  Esos  gritos  pueden  ser  dados  por  otros  que 
han  sido  azuzados  por  tantos  caballeros  que  se  creen 
honrados,  y  que  hacen  alarde  de  pedir  la  cabeza  de  los 
*  que  constantemente  hemos  sido  sus  enemigos  políti- 

cos. Y  esos  son  los  que  hablan  de  justicia:  esos,  otros 
tantos  caribes  que  quieren  sangre  de  los  inocentes, 


Apéndice. — Piezas  del  proceso  41^ 

para  vengar  la  que  fué  derramada  por  un  furioso  sin- 
gular de  nuesta,  historia. — Andrés  Cueto.» 

El  suelto  paceño  intitulado  La  madrugada  del  2j  de 
noi'ientbre,  suelto  que  comenzó  á  circula  el  25,  al  enu- 
merar' los  individuos  á  quienes  buscó  el  pueblo  para 
hacer  con  ellos  justicia  de  Dios,  contenía  las  palabras 
siguientes,  y  son  ias  que  han  dado  mateen  á  la  pieza 
anterior:  n...  á  don  Pedro  Cueto,  el  perpetuo  fiscal  de 
sangre  y  director  tenebroso  de  las  farsas  preparatorias 
de  las  matanzas,  y  á  otros  muchos  esbirros  y  caribes  de 
la  caverna  llamada  policía.'' 

Bl  29  de  noviembre,  día  siguiente  de  su  llegada  á  La 
Paz,  el  gobierno  expidió  una  orden  general  en  que  se 
daba  de  baja  con  ignominia  y  se  borraba  de  la  lista  mi- 
litar al  antiguo  intendente  de  policía  y  reciente  fiscal  de 
guerra  que  nos  ocupa.  El  decreto  decía  que  S,  E.  "ha 
visto  con  indignación  la  execrable  conducta  observa- 
da por  el  coronel  Pedro  Cueto  en  la  crisis  pasada,  y, 
no  siendo  permitido  que  jefes  de  este  proceder  perte- 
nezcan en  el  ejército  actual,  dispone...  etc." 

Desde  que  se  consolidó  el  gobierno  pretoriano  en 
Bolivia,  con  la  ciudad  de  La  Paz  po*  sede  habitual,  la 
intendencia  de  policía  es  allí  el  instrumento  que  eje- 
cuta toda  suerte  de  tropelías  y  extorsiones  soldadescas 
contra  los  individuos  ó  el  vecindario.  Su  atribución 
principal  es  atentar  contra  las  garantías  individuales. 
Apenas  hay  persona  de  buena  clase  y  de  nobles  sen- 
timientos que  se  preste  á  desempei^ar  este  destino 
ahora.  Hace  cerca  de  treinta  años  que  ejercen  el  ofi- 
cio, en  casi  todas  las  intendencias,  militares  pretoria- 
nos,  es  decir,  de  esos  que  á  punta  de  motines  quitan 
y  ponen  presidentes  de  la  república. 


J.^