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Full text of "Archivos de medicina, cirugia y especialidades"

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iKims  D[  lim.  cnitiii  f  íspíciiiioiidb 


archivos  de  medicina, 
cirugía  y  especialidades 

(publicación   semanal) 
Fundador:  José   Madinaveitia 

Director:  J.   Sanchis   Banus 

REDACTORES 

E.  Carrasco    J.  Torre  Blanco    R.  Fraile    H.  G.  Mogena 
José  Segovia    V.  Celada    C.  García  Casal    A.  G.  Tapia  H. 

J.  A,  MüNOYERHO      a.    Gutiérrez  (Buenos Aires) 

« 

G.  ICHOK  (París.) 

COLABORADORES 

Juan  Madinaveitia        A.  G.  Tapia         L.  Olivares 
L.  Urrutia         J.  Goyanes        J.  S.  Covisa         G.  Marañoh 


TOMO      XXV 

Octubre  a   Diciembre  de  192© 


REDACCIÓN  Y  ADMINISTRACIÓN 

LARRA»   6,    TELÉFONO,    ISQO   J. — APARTADO    DE   CO&RSOS   N.**    233 

MADRID 


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•Jji  ARCHIVOS    DE    MEDICINA 

cirugía  y  especialidades 


TRABAJOS    ORIGINALES 


ORIGEN    Y    EVOLUCIÓN    DE    LAS    INFECCIONES    PÚTRIDAS 
Y  SU  TRATAMIENTO   SÉRICO.— INVESTIGACIONES 

EXPERIMENTALES 

por  .     '       .    , 

M.  Welnberop 

Jefe  de  Servicio  en  el  Instituto  Pasteilr,  de  París 

y 
B.  Ginsbourg. 


En  1923  uno  de  nosotros  ha  publicado  en  esta  Revista  (i)  los 
resultjados  de  sus  investig?ciones  sobre  los  trauffiíatismos  (infec-' 
ciones  bacterianas  de  las  heridas  y  empleo  del  suero  antigangre- 
noso en  Cirugía  y  Medicina).  Las  investigaciones  verificadas  du- 
rante ta  guerra  y  renaudadas  en  el  trabajo  mencionado  son  in- 
teresantes, no  solamente  porque  ellas  han  llevado  al  descubri- 
miento del  suero  antigangrenoso  empleado  actualmente  con  mti-^ 
cho  éxito  a  título  preventivo  y  curativo  en  las  heridas  infectadas, 
y  en  la  mayor  parte  de  las  enfermedades  producidas  por  los  mi- 
crobios anaerobios,  sino  también  porque  ellas  han  suscitado  un 
nuevo  interéis  para  el  estudio  de  las  enfermedades  polimicrobia- 
nas  y  su  tratamiento.  Estas  investigaciones  son  tanto  más  im- 
portantes cuanto  que  ahora  sabemos  que  en  muchos  casos  una' 
inifección  considerada  exclusivamentie  icomo  Jmonotnícrobiana  es„ 
en  realidad,  polimicrobiana,  gracias  a  Jas  infecciones  secunda- 
rias, que  pasando  desapercibidas,  modifican  completamente  la  evo- 
lución de  la  enfermedad  agravando  su  ;pronóstico. 

(i)    Archivos.  Tomo  XII.  29  septiembre  1023.  • 


Esle  nuevo  trabajo  represeiua,  .según  nuestra  opiuion^^rS^^ 
greso  cu  el  estudio  de  las  inici;i:ioiies  putr.tlas,  por  cuyo  estudio 
Duiíieioius  investigadorüa  han  traiaüo  de  dcscutirir  las  ieyes  de  ia 
evolución  y  de  deti.iniir.ar  los  microl>io3  que  en  ella  toman  parte. 
Pero  el  estudio  de  esta  cuestión  no  ha  podido  ser  profundizado, 
sino  poco  a  poco  y  a  nied.da  que  se  perieccionahan  la  técnica 
bacteriológica,  y  se  enriquecían  nuestros  coiiocinisintos  sobre  d 
nietabo  isnio  microbiano  y  principa. mente  sobre  la  degradación, 
de  las  materias  proteicas  por  las  bacterias. 

Se  sabe  ahora  que  si  la  putrefacción  de  las  substancias  protei- 
cas se  acompaña  en  general  de  la  producción  de  niuncrosas  subs- 
tancias fétidas,  aminas  volátiles,  mcrcaptanej,  etc.,  hay  casos  en 
donde  ia  descon3posi|CÍón  de  ^sLos  proteidos  puede  conlimiarse 
liasta  un  estado  m:is  avanzado,  llegando  a  la  formación  de  Nllj, 
COo,  H.O,  sin  la  menor  salida  de  olor  desagradable.  V,  Omeí.ia.-js- 
Ki  (i)  ha  demosirado  recientemente  que  una  proteolosis  micro- 
biana puede  estar  perfumada,  este  autor  ha  aislado  en  efecto  un 
microbio':  "bacterium  esteroaromáLicum",  que  digiere  el  Euerof 
coagulado,  la  clara  de  huevo  coagulada  y  otras  substancias  aíbu- 
rainoides,  produciendo  un  olor  valeriánico  agradable. 

Se  ven  hechos  aná'ogos  cuando  se  estudian  los  diferentes  mo- 
dos de  destrucción  de  los  tejidos  in  vivo.  En  ciertos  casos,  como 
por  ejempl.o  en  los  animales  infectados  por  el  B.  histolytique,  nin- 
gún olor  desagrdable  acompaña  a  ia  histolisis  microbiana.  Por  el 
contrario,  en  otros  casos  los  tejidos  en  vías  de  descomposición 
producen  un  olor  nauseabundo  insoportable.  Nosotros  hemos  tra- 
tado en  mieslras  experiencias,  que  ?erán  relatadas  más  lejos,  de 
provocar  íii  vivo  el  desarrollo  ele  una  histo'isis  de  olor  agradable, 
asociando  los  anaerobios  patógenos  no  proteolitlcos  con  el  bacte- 
riiim  csteroaromático,  pero  estos  ensayos  han  dado  resultados  ne- 
gativos. 

Puesto  que  la  hístnlisis  microbiana  pnede  ser  lo  mismo  inodo- 
ra o  pútrida,  es  lógico  de  reservar  el  término  de  putrefacción  úni- 
camente a  fa  histolisis  microbiana  pútrida. 

E^  fácil  de  reproducir  in  vitro  la  putrefacción  de  los  tejidos' 
muertos,  pero  no  es  lo  mismo  cuando  se  trata  de  provocar  in 
tñvo  en  los  animales  de  laboratorio  los  diferentes  procesos  putre- 
facto'; observados  en  el  hombre. 

Tomemos  un  caso  de  apendicitia  gangrenosa,  de  gangrena  pul- 
monar o  de  flemón  pútrido;  aislemos  los  microbios  de  estas  lesio- 

cvoorjfaniímy.    Jmirnaí    nf 


frl     V.    L.    OmHta' 


!.    Arnma-iiríi(lucine   1 
■■■  393-4I9. 


—  7  — 

lies  y  estudiemos  su  poder  patógeno.  Veremos  que  si  entre  estos 
microbios  se  encuentran  especies  patógenas  es  muy  raro  que  sean 
capaces  de  provocar  ellas  solas  lesiones  pútridas  en  el  animal .♦  Se 
obtienen  mejores  resultados,  aun  cuando  muy  inconstantes,  cuan- 
do se  asocian  las  especies  aisladas,  o  bien  cuando  se  inyecta  bajo 
la  piel  o  en  el  muslo  de  cobaya  la  serosidad  pútrida  tomada  del 
enfermo.  Estos  datos  prueban  que  la  destrucción  pútrida  de  los 
tejidos  es  en  general  el  resultado  de  la  acdón  combinada  de  dos 
o  de  varios  microbios  y  que  lio  puede  tener  lugar  más  que  en 
ciertas  condiciones  que  permitan  a  cada  microbio  asociado  de  ju- 
gar su  papel  en  la  destrucción  avanzada  de  las  materias  proteicas. 

El  estudio  de  la  flor  amicrobiana  de  las  lesiones  pútridas,  así 
t!omo  las  experiencias  practicadas  in  vitro,  permiten  ya  indicar 
algunas  de  estas  condiciones. 

Estas  son  de  varios  órdenes.  Los  microbios  myy  proteoHticos 
-son,  generalmente,  patógenos;  no  pueden,  en  general  desarrollar- 
se en  el  organismo  animal  más  que  a  favor  de  la  toxina  segregada 
por  los  microbios  asociados,  lo  que  explica  el  origen  polimicro- 
biano  de  la  mayor  parte  de  las  infecciones  pútridas. 

Un  segundo  factor  miuy  importante  del  desarrollo  de  un  mi- 
<:robio  proteolítico  es  la  reacción  alcalina  del  medio.  Si  las  espe- 
cies asociadas  hacen  el  medio  más  o  menos  ácido,  la  multiplica- 
t:ión  de  este  microbio  disminuye  o  se  detiene  completamente.  Este 
hecho  ha  sido  puesto  en  evidencia  varias  veces  en  el  curso  de  las 
investigaciones  hechas  in  vkro.  Entre  los  trabajos  recientes  tene- 
mos los  de  J.  C.  ToRREY  y  Morton  Ckahn  (i),  de  Aznar  y  Ji- 
ménez (2)  sobre  la  asociación  del  bacilo  acidófilo  con  algunos  mi- 
'crobios  putrefactos.  Nosotros  hemos  estudiado  de  manera  sinto- 
mática los  efectos  de  las  asociaciones  in  vitro  de  varias  especies 
proteolíticas  (sporógenes,  bifermentas,  putrificus,  pyocianique)  con 
los  microbios,  anaerobios  y  aerobios  que  se  encuentran  en  las  he- 
ridas. Las  mezclas  de  estos  microbios  han  sido  sembradas  en  los 
medios  más  diversos :  caldo  ordinario,  caldo  ligeramente  o  fuer- 
temente glucosado  (i  por  i.ooo  a  2  por  i.ooo),  caldo  ordinario 
•ghicosado  con  yema  de  huevo,  suero  coagulado,  etc. 

El  conjunto  de  los  hechos  observados  hasta  ahora  en  todas 
-estas  experiencias  demuestran  que  un  barílo  proteolítico  no  puede 
•desarrollarse  en. presencia  de  un  microbio  sacarolítíco,  más  que 
•cuando  los  ácidos  y  los  álcalis  producidos  en  el  metabolismo  de  las 

(i)    J.  C.  Torrey  y  Morton  C.  Kahn:  Journal  of  Infect.  Diseases,  33« 
l)iciembre,  1923,  p.  482. 


(2) 


)re,  1923,  p.  402. 
J.  Giménez  y  Aznar:  Bol.  Soc.  Biol.  iM"adrid,  10.  1923. 


r — ~ — 1 

^g^  especies  asociadas  se  equilibran.  La  neutralización  tjfiie  lugar,  so-    ^^^1 
bre  todo,  cuando  el  cultivo  del  proteolitico  se  favorece,  y  al  mismo- 
tiempo  ha  sido  c!  primero  que  ha  empezado  a  desarrollarse.  Estas 
(ibservaciones  son  muy  interesantes  ya  que  explican  ciertos  hechos 

»  observados   en  el  curso  de  la  evolución   del   proceso  pútrido  «r    ^^H 
Es    evidente   que  el  papel   del   microbio   putrefacto   es   tanto-    ^^| 
niás  importante  cuantos  sus  fermentos  proteolíticos  son  más  acti- 
vos. Ciertos  putrefactos  digieren  muy  lentamente  las  substancias 
proteicas,  siendo  capaces  destruirlas  completamente  atacando  con 
una  energía  mucho  mayor  los  productos  de  degradación  coino  las 
peptonas  v  los  ácidos  aminados.  Asi,  por  ejemplo,  el  B.  piilrificits 
dijere  mucho  más  de  prisa  un  trozo  de  clara  de  huevo  coagulada 
cuando  éste  ha  sido  anteriormente  atacado  por  uno  o  dos  micro- 
bios asociados.  Otras  veces  la  digestión  de  los  proteicos  se  hace  en 
varios   tiempos,  asistiendo   a  una   verdadera   división   del  trabajo 
correspondiendo  cada  tiempo  a  la  acción  especial  de  una  especie 
microbiana.  Se  comprende  así.  porque  en  ciertos  casos  de  infecdón    ^^H 
pútrida  ha  sido  imposible  aislar  microbios  capaces  ellos  solos  de    ^^| 
digerir  completamente  las  materias  proteicas.  ^^^| 

Los  datos  que  acabamos  de  exponer  se  apoyan  sobre  todo  en- 
experiencias  hechas  in  vilro.  Nosotros  hemos  querido  demostrar 
estas  observaciones  procurando  reproducir  ín  vivo  un  cierto  nú- 
mero de  procesos  pútridos.  La  mayor  parte  de  los  autores  que  nos- 
han  precedido  en  esta  vía,  como  por  ejemplo,  Veilt.on  y  sus  cola- 
boradores (ZuBER,  GuiLi-ERMOT,  RisT,  H.alle")  no  han  tenido  éxi- 
to, en  general,  más  que  reproducir  en  los  animales  de  Jaboratorio 
pequeñas  lesiones  pútridas  casi  siempre  curables  cuando  ellos  ex- 
perimentaban con  microbios  aislados.  Los  anaerobios  que  habían 
servido  para  sus  experiencias  provenían  en  la  mayor  parte  de  los 
casos  de  apendicitis,  de  gangrena  pulmonar  o  de  otitis.  Estos  mi- 
crobios eran  poco  patógenos  y  perdían  rápidamente  su  vitalidad- 
Weinbekc  y  Seguin  habiendo  mostrado  que  es  posible  provocar 
una  infección  pútrida  mortal  por  la  inyección  al  cohaya  de  una 
mezcla  de  B.  s[<oráge»es  y  B.  perfringens  han  repetido  estas  ex- 
periencias para  completarlas  y  extenderlas  a  todas  las  traumato- 
sis pútridas  observadas  en  los  heridos  de  guerra.  Nuestro  trabajo 
ha  sido  facilitado  por  las  enseñanzas  que  poseemos  ahora  sobre  la 
frecuencia  de  las  diferentes  especies  putrefactas  encontradas  en 
las  lesiones,  por  sus  propiedades  fermentativas,  asi  como  por  tas 
asociaciones  «licrobianas  en  las  cuales  han  sido  observadas. 

I-os  capítulos   que    siguen    resumen  estas   investigaciones,  a^ 


J 


-como  nuestros  ensayos  de  tratamiento  sérico  de  las  traumatosis 
pútridas. 

A. iNFECaONES   PÚTRIDAS  EXPERIMENTALES   A  B,  SporÓgCíies. 

El  papel  etiológico  del  B,  sporógenes  en  las  infecciones  pútri- 
das ha  sida  establecido  por  los  trabajos  de  Weinberg  y  Seguin 
(i).  Estas  inviestügaciones  se  asemejan  a  las  de  Miss  Robertson  (2), 
qu€  ha  intentado  reproducir  una  infección  pútrida  asociando  el 
B,  perfring^ns  al  S.  oedematis  maligni  (Koch)  ;  los  cajracteres  que 
asocia  a  ésta  última  especie  no  dejan  ninguna  duda  sobre  su  iden- 
tidad: el  anaerobio,  aá  designado,  no  era  otro  que  el  B,  sporó- 
genes. 

La  inoculación  al  cobaya  de  la  mezcla  de  cultivos  de  B.  per- 
fringens  (i  c.  c.)  y  B.  sporógenes  (i  c.  c.)  provoca  una  gangrena 
gaseosa  pútrida:  "la  piel  desprovista  de  pelos  se  toma  de  un  color 
gris  verdoso  maloliente".  La  lesión  es  extremadamente  pútrida. 
Los  múscujos  son  íicuados,  grisáceos ;  las  venas  son  negruzcas  obli- 
teradas. Se  forma  ima  gran  bolsa  de  gas  y  un  edema  seroso  rojo 
grisáceo  extendido  a  una  parte  del  tejido  conjimtivo  de  la  piel  del 
abdomen.  En  la  serosidad  pululan  los  dos  microbios  (3). 

Esta  aísocioción  exalta  la  virulencia  de  los  dos  anaerobios. 
Nuestro  colaborador  Trias  (4)  ha  visto  en  el  curso  de  sus 
investigaciones  sobre  la  fagocitosis  en  las  infecciones  polimicro- 
bianas,  d  mecanismo  d)e  esta  exaltación  de  virulfenda:  los  leucoci- 
tos llegan  al  punto  de  inoculación  mucho  más  tarde  que  en  los 
casos  de  inyección  del  B.  sporógenes,  solo  o  del  5.  perfringens. 
Así  protegidos  por  la  toxina  del  B.  perfringens,  los  dos  microbios 
profileran  abundantemente  y  se  hacen  capaces  de  matar  al  animal. 

Notemos  que  la  exaltación  de  esa  virulencia  del  B,  sporógenes 
no  es  más  que  temporal ;  le  ha  sido  imposible  a  Trias  el  conser- 
var a  este  microbio  el  alto  grado  de  virulencia  que  le  confiere  esta 
asociación;  aun  después  de  un  gran  número  de  pases  sobre  el  co- 
baya, el  B,  sporógenes,  separado  del  anaerobio  asociado  B.  per- 
fringens, no  provoca  en  el  cobaya  mus  lesiones  podp/  i{niíx)r- 
tantes. 

Es  también  fácil  de  reproducir  lesiones  pútridas  por  la  aso- 

(i)  Weinberg  y  Seguin:  C.  R.  Soc.  Biol.,  79,  1916,  p.  1.028,  y  La  gan- 
í/rena  gaseosa.   Masson,   París   1918,  p.  297. 

(2)  Mis  Robersont:  The.  journ.  of  Phath.  and.  Batt,  1916,  pági- 
üas327-349. 

(3)  Weinberg  y  Seguin:  La  gangrene  gazcuse,  p.  297. 

(4)  Trias:  C.  R,  Soc,  Biologie,  91,  1924,  p.  5i9- 


r  -dadón  del  B,  sporófjeftes  aun  con  dosis  ínfima  de!  B.  his:(olytÍque,  J 

como  lo  prueba  la  experiencia  silente,  en  la  cual  hemos  inocula-  ] 

■do  en  los  cobayas  mezclas  de  cultivos  en  caldo  con  yema  de  huevo  I 
de  veinticuatro  horas. 

'         TESTiúos:  a)     B.  histolyticiis:   i/io  c,  c.  cobaya  Aúg  (320  gr.)  =  iji  noche 
ia-ig. 

b)  B.  sporéfi"ics:  2  c.  c.  cobaya  A62  (2S0  gi'.l  ^  sobrevive  sin  presen- 
tar ninguna  lesión. 

Cobayas  inyectados  con  las  mesetas  de  los  dos  microbios: 

-.  B.hislo!yticiis:    1/20   c.  c.    +  -S.    sf'orogencs:    i/ioo   c.   c.    cobaya    A63 
"o  gr.)  =    iS  mañana  de!   17. 
B.    hisiolylicus:     1/10    c.    c.    +    B,    sporogcnes:     i/iOO    c.    c,    cobaya 
ÍA63  ^=  (^  noche  18/19, 

~,  histolylicus :  i/io  c  c.  +  B.  sporogcnes:  1/25  c.  c,  cobaya  A67 
(370  gr.)  —    «   mafiana  del   17. 

B.  hisíolyticus;  l/io  c.  c.  -j-  B.  sporogcnes:  í/2  c.  c.  cobaya  A64 
¡^400  gr.)  =    *  noche  18/19. 

B.  hlstnlyticits:  l/lO  c.  c,  !+  B.  sporogen,:s:  1  c.  c  cobaya  A56  (ciia- 
rocientos  sesenta  gramos)  ^^    lí  mañana  del   I?. 

(ilTTOFSIAS : 

Cobaya  AóS:  Putrefacción  ligera  de  la  piel  y  del  músculo  digerido. 
Cobaya    Á63:    Lesiones    pútridas    de    la    piel,    placas    grisáceas    sobre   el 
inúsculo   rojo   sombrío. 

Cobaya  A6j:  Putrefacción  marcada.  Masa  muscular  licuada,  rojo  gri- 
sáceo de  olor  muy  fétido. 

Cobaya   A6j:    Piel   verdosa   con   rezumamíento  al   nivel   del   muslo   y   de 
lia  región  submamaría  del   lado  inyectado. 
*        La  cruz  (Si)  indica  la  muerte  del  animal, 

A  la  incisión  de  la  piel  se  cae  sobre  una  bolsa  de  líquido  negruz- 
co fétido.  La  cara  profunda  del  revestimiento  cutáneo  es  verdosa ; 
la  piel  se  separa  fácilmente  a  consecuencia  de  la  distención  del  te- 
jido conjuntivo  subcutáneo,  Los  músculos  tienen  manchas  grisá- 
ceas, las  venas  son  negruzcas;  no  hay  congestión  de  las  ví.sceras. 

Cobaya  <466:  La  piel  putrefacta  se  ha  roto,  la  lesión  muscular 
es  negruzca,  fétida.  En  las  serosidades  musculares  de  estos  cobayas 
se  encuentran  los  dos  microbios  inyectados. 

Asociando  al  B.  sporógenes  el  vibrión  séptico  o  cl  5.  oedema- 
rcm  Weinberg  y  Secuin  no  han  podid':>  reproducir  le-;iones  pú- 
tridas más  que  en  ciertas  condiciones.  Para  comprender  estos  re- 
sultados hav  que  recordar  que  estos  autores  han  probado  que  el 


—  II  — 


filtraao  del  cultivo  del  B.  sporógCnes,  se  comporta  de  manera  di- 
ferente en  frente  de  las  especies  anaerobias.  Si  no  ejerce  ninguna 
influencia  sobre  la  toxina  del  B.  perfringens,  neutraliza,  por  el  con- 
trario, a  la  dosis  de  i  c.  c.  la  toxina  contenida  en  una  dosis  mortal 
de  vibrión  séptico  o  de  B.  ocdcmaiiens.  Se  comprende,  pues,  que 
para  llegar  a  reproducir  en  el  cobaya  una  traumatosis  pútrida  a 
V.  séptico  +  B.  sporógenes  o  a  jB.  ocdematicns  +  S.  sporógcnes, 
-es  necesario  inocular  una  mezcla  que  encierre  más  de  una  dosis 
mortal  de  anaerobio  patógeno.  De  esta  manera,  a  pesar  de  la  neu- 
tralizacióu  de  una  parte  de  la  toxina  por  lo  fermentos  B,  sporó- 
genes qued?xá  en  la  mezcla  suficiente  toxina  intacta  a  favor  de  la 
cual  los  do^  microbios  inyectados  podrán  multiplicarse  en  el  múscu- 
lo y  dar  lugar  a  lesiones  pútridas  graves. 

La  asociación  sporógenes  +  fallax  no  da  más  que  lesiones 
poco  marcadas. 

Es  curioso  de  ver  los  resultados  de  la  asociación  del  B.  ypo- 
rógcnes,  con  otros  anaerobios  proteoKticos.  Así  las  asociaciones 
sporógenes  +  hifermentans^  sporógenes  +  aerofctidus,  no  provo- 
can más  que  una  tumefacción  pasajera  del  miembro  inoculado, 
mientras  que  la  asociación  sporógenes  +  putrificus  (5  c.  c.  -f-  6 
c.  c.)  da  lugar  a  menudo  a  la  formación  de  grandes  flictenas  gri- 
ses que  se  secan  en  algunos  días,  y  de  un  edema  extenso  de  la 
•pared  abdominal  que  se  absorbe  rápidamente  dejando  una  pared 
engrosada  de  consistencia  acartonada. 

Sucede  lo  contrario  con  la  asociación  de  este  anaerobio  con  el 
£.  coli,  como  lo  demuestra  la  experiencia  siguiente,  practicada 
con  una  especie  no  patógena  del  B.  sporógenes. 


TESTIGOS  : 


B.  coli:  1/4  c  c.  cobaya  32-98  (360  gr.)  •=  tumefacción  pasajera  del 
muslo. 

B.  crli:  i/io  c.  c.  cobaya  76-88  (360  gr.)  -=  ninguna  lesión. 
B.  coli:  1/20  c.  c.  cobaya  74-84  (380  gr.)  —  ninguna  lesión. 
B.  sporógenes:  3  c  c  -f-  B.  coli  1/4  c.  c.  cobaya  32-76  (410  gr.)  =  iji    en 

T'eintitrés  horas. 

B.  sporógenes:  3  c  c  +  B.  coli  i/io  c.  c.  cobaya  72-76  (37c  gr.)  =  í<  en 
veintitrés  horas. 

B.  sporógenes:  3  a  c.  -|-  i5.  coli  1/2  c.  c.  cohaya  09-66  (370  gr.)  =  líl  en 
•cincuenta  y  cuatro  horas. 

En  la  autopsia  de  los  tres  últimos  cobayas  se  ve  que  las  le- 
-sionies  de  aspecto  uniforme  difieren  solamente  en  intensidad ;  mus- 
lo tumefacto  no  pútrido;  subfusiones  hemorrágicas  sobre  el  peri- 


)  prmapaimente  del  lado  inyectado,  edema  hemoTrágico 
teido  celuJar  subcutáneo  de  la  región  tónico  abdominal ;  liquido  ro- 
jizo y  gaseoso  en  las  fosas  ilíacas ;  congestión  de  la  pierna  (no  dige- 
rida, indolora)  de  las  visceras  y  del  pulmón.  En  estas  ítsiones  no  se 
encuentra  más  que  el  B.  coU.  Esta  asociación  microbiana  ha  dado 
por  resultado  exaltar  en  alto  grado  la  virulencia  del  B.  coli  a  favor 
de  la  fagocitosis  completa  del  B.  sfiorógcncs. 

Los  mismos  hechos  habían  sido  señalados  por  WeineErg  y 
Otelesco  en  el  caso  de  la  asociación  del  B.  sporógenes  con  el 
B.  pratetts- 

En  resumen,  la  asociación  del  B.  sporógenes  con  loá  anaero- 
bios patógenos  de  !a  gangrena  gaseosa  provoca  lesiones  pútridas 
extremadamente  marcadas  de  la  piel  del  tejido  celular  subcutá- 
neo y  de  los  músculos.  Ciertas  condiciones  son  a  veces  necesarias 
dependiendo  de  la  acción  neutralizante  que  ejerce  el  filtrado  del 
cultivo  putrefacto  sobre  los  microbios  asociados. 

Inoculado  con  el  B.  coU  o  con  el  B.  prateus  el  B.  sporógenes, 
desaparece  rápidamente  de  la  lesión,  no  sin  haber  anteriormente 
exaltado  la  virulencia  de  los  anaerobios  asociados. 

Hay  que  recordar  que  Donaldsos  y  Joyce  (i)  lian  aconse- 
jado sembrar  las  heridas  átonas  no  pútridas  con  el  Reading  baci- 
lus.  (B.  sporógenes).  para  libradas  de  los  restos  macerados  y  ace- 
lerar su  cicatriz aciiín.  Las  experiencias  que  hemos  citado  en  este 
capítulo  muestran  con  qué  facilidad  se  desarrolla  a  menudo  una 
infección  pútrida  mortal  en  el  cobaya  inyectado  con  un  cultivo 
de  B.  sporógenes.  asociado  a  un  número  ínfimo  de  microbios  anae- 
robios, como  por  ejemplo,  el  B.  pcrfringms  o  el  B.  histolyticns. 
Es,  por  tanto,  evidente  que  el  método  terapéutico  propuesto  por 
Ifis  autores  ingleses  presentarían  un  verdadero  peligre  para  un  en- 
fermo portador  de  gérmenes  anaerobios  patógenos,  tanto  más  cuan- 
to que  la  presencia  de  un  pequeño  número  de  bacüus  de  uno  de 
estas    especies    microbianas   puede    fálcilmente   escapar   a!   primer 


I 
I 

i 


W 


¡álisis  bacteriológico. 


I. — Infecciones   pútridas   experimentales   a   B.   hifermentans. 

El  B.  hifermentans  ha  sido  aislado  en  1902  por  Tissier  y 
Martelly  de  la  carne  en  putrefacción ;  es  un  agente  activo  de  la 
desintegración  a  la  vez  de  los  proteidos  y  de  los  gluceidos  durante 
la  guerra  y  ha  sido  encontrado  en  la  flora  de  las  heridas  por 
T1.SSIEH,  Weinberg  y  Seguin,  Diiperie,  Mrss  Hempi 

(i)    Donaldson  y  Jovce:  Thr  Lancet,  33  septiembre  igi?,  páiís. 


laag    por      ^^_ 

Ü 


—  13  -. 

Esta  especie  no  ha  sido  considerada  como  patógena.  Sttt  emí- 
bargo,  cultivada,  en  la  mezcla  de  los  productos  de  la  digestión  pép- 
tica de  hígado  de  buey  y  de  carne  de  vaca,  hemos  podido  encontrar 
en  el  cobaya  por  inyección  intramuscular  de  3  a  5  c.  c.  de  cul- 
tivo de  24  horas,  Jesiones  marcajdas  aunque  pasajeras :  tumefacción 
del  muslo,  edema  de  la  pared  abdominal;  algunas  veces  un  ab- 
ceso  que  sie  formaba  en  el  lugar  de  la  inoculación  levantando  la  piel 
denudada  y  rezumante  qiíe  daba  paso  a  un  líquido  grisáceo  inolo- 
ro  (i). 

El  B.  bifernt^entans  juega  un  papel  activo  en  la  etiología  de 
ciertas  infecciones  pútridas.  Weinberg  y  Seguin  le  han  señalado 
los  primeros,  asociando  estte  anaerobio  al  B,  pcrfríngens,  han  po- 
dido reproducir  en  el  cobaya  lesiones  pútridas  características,  vi- 
niendo nuestras  experiencias  a  completar  nuestros  trabajos. 

Nosotros  hemos,  asociado  sistemáticamente  d  B,  bifermentans 
a  los  anaerobios  de  las  traumatosis,  así  como  al  B,  coli  y  al  pro- 
teusy  para  aclarar  lo  mejor  posible  el  mecanismo  de  su  acción  pu- 
trefacta in  vivo, 

A. — ^AsociACiÓN  DEL  B,  perfrifigens  y  del  B,  bifermentans. 

Hemos  realizado  numerosas  modalidades  de  esta  asociación, 
la  más  frecuente  encontrada  en  las  heridas.  El  protocolo  detallado 
de  nuestras  experiendasf  queda  consignado  en  la  tesis  doctoral  de 
uno  de  nosotros  (2);  no  insistiremos  aquí,  por  tanto,  más  que  en 
los  resultados  esenciales. 

Hemos  inyectado  en  el  músculo  del  cobaya  la  mezcla  de  una 
dosis  mortal  de  un  cultivo  de  B,  perfringens  en  caldo  glucosado 
de  24  honas  y  cantidades  crecientes  de  cultivo  de  B  bifermentans 
en  caldo  glucosado  del  mismo  tiempo. 

Experiencia  del  14  de  noviemhre  de  1923- 

TESTIGOS  : 

B.  perfringens:  1/20  c.  c.  cobaya  B49  (340  gr.)  =  «í»  en  cuarenta  y  ocho 

toras. 

B.  perfringens:  1/2  c.  c.  cobaya  B50  (350  gr.)  =  *  en  cincuenta  y  cin- 
co horas. 

B,  hifermentatvs:  5  c.  c.  cobaya  A13  (270  gr.)  =  *  en  doce  horas. 

Ninguna  lesión  local. 

(i)  M.  Weinberg  y  B.  Ginsbourg:  Infections  putrides  experimentales 
uvec  bifermentans.  C.  /?.  de  la  Soc,  de  Biologie,  90,  p.  326. 

(2).  B.  Ginsbourg:  Traumatosis  putrides  experimentales  amicrobes  anae- 
robies.  These  de  París,  1924. 


r 


EXPERIENCIA  ; 

B.  perfringcní:  1/20  ce  -\-  B.  biiermeMans  3  c 
3s)  —  a  ca  treÍHia  Iwras. 

B.  perfrifigens:  i/io  c.  c.  -f-  B.  bifermentans  2  ¡ 
osj  :=  yí  en  cuarenta  y  tres  horas. 

e.  perfringetts :  1/2U  c.  e.  -¡..  tí.  bifermentans  3  i 
Ds)  :^  ®  OÍ  cuarenta  y  tres  horas. 

B.  perfriiigens:  1/4  c.  c.  t-  B.  bifermentans  5  ( 
os)  =:  .91  en  diez  y  seis  horas  y  media. 


c  cobaya  Aia  ^40 

.  c.  cobaya  A4  (3Ü0 
.  c.  cobaya  Aj  (3?o 
,  c.  cobaya  AS  (370 


Los   testigos   649.   Eso  presentaron   un    flemón   Easeoso   hcinorrágico   < 
racteristico  sin  fetidez. 

í-obaya  AS:  Flemón  gaseoso,  olor  pútrido,  !a  piel  del  muslo  inyectada,  y 
de  una  parle  del  abdomen  está  húmeda,  verdosa,  desprovista  de  pelos.  A  la 
incisión  exhala  gas  fétido;  mioÜsis  de  la  mayor  parte  de  los  músculos  del 
muslo,  coloreado  en  rojo  sucio  con  partes  grisáceas ;  el  fémur  está  en  parte 
denudado.  Los  músculos  abdominales  del  lado  de  la  lesión  c^tán  digeridos. 
Edema  gelatinoso  rosa  sucio,  bilateral,  que  se  extiende  hasla  el  cuello.  A  la 
abertura  de  la  pared  torácicoabdominal  se  obseiTa  una  congestión  intensa  de 
las  cápsulas  suprarrenales  en  todo  su  espesor.  Una  congestión  menos  mar- 
cada  del  riñon,   del  higado   y  del   bazo.    Los   pulmones,   blanquecinos,   ante- 

El  frotis  de  ia  serosidad  muscular  muestra  'a  iiresencia  de  dos  microbios. 
en  el  estado  vegetativo  y  de  raros  esporos  de  B.  bifermentans  aislados  o  en 

La  siembra  en  agar  profundo  de  «na  gota  de  esta  serosidad,  permite  dar- 
se mejor  cuenta  de  las  cantidades  respectivas  de  los  dos  gérmenes.  En  efec- 
to, el  aspecto  particular  en  fresa  de  las  colonias  del  tí.  bifermentans  en  agar, 
ef  bien  diferente  de  las  del  B.  perfringens,  mientras  que  sobre  los  frotis  los 
dos  microbios  cspurulados  se  distingiuen  más  difícilmente,  el  B.  bjfcrmenlanx 
no  puede  ser  diagnosticado  más  que  por  la  abundancia  de  las  cadenas  y  de 
los  esporos  centrales.  £1  examen  del  agar  muestra  3  por  lOo  de  colonias  de 
este  ultimo  microbio. 

Cobaya  A5:  La  piel  presenta  los  mismos  caarteres  pútridos  que  en  el 
cnbaya  A8 :  la  incisión  se  cae  sobre  una  bolsa  pútrida  de  líquido  verdoso.  El 
fdema  hemorrágico  es,  sobre  todo,  muy  mareado  0.  la  izquierda  del  lado  de 
fa  inyección.  Los  músculos  abdominales  están  digeridos.  La  capa  medular  de 
la  cápsula  suprarrenal  está  fuertemente  congestionada.  Sobre  d  frirtís  de  la 
serosidad:   B.  pcrfrimjens    f  B.   hifennenlans  espuralados. 

Cobaya  A4:  Flemón  gaseoso  pútrido  del  muslo  y  del  abdomen.  La  piel 
del  abdomen  está  húmeda,  verdosa,  depilada  a  trazos. 

1-a  incisión,  de  la  pared  del  flemón  revela  la  existenda  de  una  bolsa  de 
pus  rojiía,  ligeramente  fétida.  El  fémur  está  en  parte  denudado.  Miolisis 
abdominal  ligera  de]  lado  inyectado.  Edema  hemorrágico  poco  extenso  de 
tos  dos  lados.  Los  pulmones  están  pálidos ;  la  capa  medular  de  las  cápsulas 
suprarrenales  está  muy  congestionada.  En  la  serosidad  pútrida  se  e 
los  dos  microbios ;  e!  B.  bifermentans  está  esporulado. 

Cobaya  Á¡2:  Las  mismas  lesiones  de  miolisis  pútrida  del  mt;slo.  t 


—  15  — 

te  congnestión  de  las  visceras  abdominales;  pulmones  blancos.   Presencia  de 
<ios  microbios  (algunos  esporos  del  B.  bifermentans)  en  la  serosidad. 

As¡^  yernos  que  todos  los  cobayas  inoculados  con  la  mezcla  de 
una  dosis  mortai  de  B.  perfnngcns  y  de  una  cantidad  bastante 
considerada  de  5.  bifermentans  presentan  lesiones  pútridas  mar- 
cadas cuya  int-ensidad  recuerda  d  cuadro  de  las  traumatosis  pú- 
tridas a  B,  sporogenes, 

LsL  presencia  de  cantidades  mínimas  de  B.  bifermentans  es  su-^ 
ficiente  para  dar  lugar  a  una  infección  pútrida  mortal  de  B,  per- 
fringens.  Inoculando  la  mezcla  de  cantidades  rápidamente  morta- 
les de  este  último  anaerobio  (1/4  a  i  c.  c.  de  un  cultivo  de  24  ho- 
ras en  caldo  glucosado)  y  de  un  décimo  a  un  veinte  avo  c.  c. 
de  im  cultivo  de  B.  bifermentans,  se  provocan  las  mismas  le- 
siones de  miollisis  pútrida  aun  cuando  menos  acentuadas  si  la 
muerte  ha  sido  excepcionaknente  rápida. 

Se  observa  algunas  veces  la  muerte  del  animal  aun  cuando  se 
opere  con  dosis  no  mortajes  del  agente  patógeno.  Así  el  cobaya. 
A26  (330  gramos),  inoculado  con  1/20  de  c.  c.  de  un  cultivo  de 
B.  per  fringens  (no  matlando  más  que  al  1/4  de  c.  c.)  mezclado> 
a  I  c.  c.  de  putrefacto  muere  en  dos  días  y  medio.  Esta  asocia- 
ción microbiana  tiene  por  efecto  de  exaltar  la  virulencia  del  B.  per- 
fringens. 

La  fetidez  de  las  traumatosis  no  es  siempre  un  síntoma  inicial. 
Puede  aparecer  bruscamente  en  el  momento  donde  los  esporos  de 
los  microbios  putrefactos  encuentren  en  la  herida  condiciones  fa- 
vorables a  su  desarrollo.  Para  intentar  reproducir  la  putridez  tar- 
día se  han  empleado  directamente  cantidades  variables  de  B.  bifer- 
mentans en  las  lesiones  a  B,  perfringens,  ya  bien  constituidas,  bien, 
sea  3  horas  y  media  aproximadamente  después  de  la  inyección  del. 
microbio  patógeno,  cuando  el  muslo  del  animal  muestra  una  fuerte- 
tumefacción.    Los  cobayas   A84,  A85,    B89,   A83  y   Cl   muertos 
de  14  a  45  horas  y  media  después  de  la  infección  secundaría,  pre- 
sentan todos  los  síntomas  precedentemente  descritos  de  las  trau- 
matosis pútridas;  sólo  el  cobaya  A86  que  sucumbió  6'h.  50  mi- 
nutos después  de  la  inyección  de  1/2  c.  c.  de  cultivo  putref acto- 
muere  de  un  flemón  gaseoso  no  fétido.   Estíos  hechos  muestran 
que   el  B.   bifermentans  puede   desarrollarse  secundariamente   en- 
una  herida  a  favor  del  B.  perfringens  y  que  es  necesario  un  cierto- 
tiempo  para  as^urar  la  descomposición  pútrida  de  los  tejidos  ya. 
atacados  por  el  anaerobio  patógeno. 

Una  observación  inesperada  nos  ha  excitado  a  nuevas  inves- 
tigaciones. Uno  de  los  cobayas  testigos  inoculado  con  d  B.  per--- 


r 


fringens,  solo  y  colocado  en  una  caja  separada  murió  de  infec-i 
ción  pútrida.  En  la  serosidad  muscular  pululan  ai  lado  d«l  B. 
fringens  el  B.  bifefmentans.  ¿D(e  dónde  vendría  esta  infección  se- 
cundaria ?  Una  contaminación  debida  a  la  jeringa  no  era  probable; 
parece  más  verosimil  admitir  que  la  piel  inflamada  del  cobaya  ha- 
brá sido  manchada  por  la  aguja  cardada  de  esporos  de  B,  hifer- 
mentatis;  en  efecto,  los  trabajos  de  CourmoNt,  han  revelado  la 
posibilidad  de  la  infección  intrasubctitánea,  cuya  iiiqx>rtanda  ha 
sido  realzada  por  las  siguientes  investigaciones  de  Eesredka. 

Para  confitinar  esta  hipótesis  de  una  infección  intrasubcutánea 
natural,  hemos  practicado  las  experiencias  siguientes: 

Seis  cobayas  han  sido  inoculados  a  las  once  y  veinticinco  en  la 
pierna  con  1/4  de  c.  c.  de  un  cultivo  de  B.  perfiing^ns.  en  caldo-glu- 
cosado  de  veinticuatro  horas ;  enseguida  de  la  picadura  el  punto  de 
inyección  ha  sido  quemado  con  hierro  al  rojo.  Se  depila  entonces  el 
inoculado  de  tres  de  estos  cobayas  C19  (332  gr.\  C16  {2S0  gr.)  y  Cii 
(265  gr.),  y  !a  piel  se  frota  con  un  algodón  empapado  de  un  cul- 
tivo de  24  horas  de  B.  btfermcnicms  en  caldo  glucosado.  .  , 

Los  otros  tres  cobayas;  C12  (220  gr.),  C20  (420  gr.)  y  Cu 
(430  gr.)  sufren  el  mismo  tratamiento,  pero  a  laa  cinco  y  cuarto, 
es  decir,  seis  horas  después  de  la  inoculación  del  microbio  pató- 
geno -Presentan  ya  en  este  momento  una  tumefacción  apredable 
del  muslo  y  un  ligero  edema  de  la  pared  abdominal :  a  la  presión 
de  la  pierna  de!  cobaya  Cii,  rezuman  algunas  gotas  de  serosidad. 
.Al  día  siguiente  por  la  mañana  todos  los  cobayas  se  han  muerto. 
salvD  el  Cao  que  sucumbe  a  las  cincuenta  horas.  El,  protocolo  de 
autopsia  que  sería  fastidioso  de  reproducir  aquí  en  detalles,  de- 
muestra para  todos  los  animales :  piel  verdosa,  olor  nauseabundo, 
miolisis  pútrida;  C20  presenta  además  algunos  punios  grisáceos 
sobre  el  peritoneo. 

&i  ios  frotis  de  las  serosidades  se  encuentran,  abundantes  B.  bi- 
fermentans  que  se  presenta  sobre  todo  en  cadenas  de  longitud  no 
acostumbrada  (16  elementos)  y  poco  espundado.  En  c!  cobaya  C20 
que  ha  resistido  más  tiempo  a  la  infección  hay  numerosas  cadenas 
que  comprenden  gran  número  de  esporos. 
Ji  Esta  experiencia  aporta  una  contribución  al  estudio  de  la  in- 

Ifecdón  transcutánea.  Muestra  que  la  piel  ligeramente  traumatiza- 
da (por  la  depilación),  inflamada  o  no.  se  deja,  fádhnente  atrave- 
sar por  el  B.  bfermentans.  La  cantidad  considerable  de  cadenas  de 
este  microbio  observadas  en  los  írotis  hace  suponer  que  es  gracias 
a  su  formación  en  cadenas  que  el  germen  inmóvil  puede  progre- 
sar a  través  de  los  tejidos. 
J 


h 


—  17  — 

Hemos  propuesto  el  nombre  de  microbios  de  "entrada"  a  es- 
tos gérmenes  de  infección  secundaría  que  por  la  infección  trans- 
cutánea  pueden  ser  llamados  a  jugar  un  papel  importante  en  lá 
evolución  al  la  enfermedad.  El  B.  bifermentans  ¿puede  invadir  la 
piel  sana  de  un  miembro  enfermo?  para  no  traumatizar  la  piel 
<lel  miembro  inyectado  hemos  in^^culado  los  cobayas  por  la  cara 
extema  del  murió  y  puesto  el  liquido  de  inyección  (cultivo  de 
B,  perfringensj  en  la  masa  muscular  interna ;  se  practicó  taonbién 
4ma  depilación  discreta  antes  de  verificar  el  frotamiento.  En  estas 
condicioes  así  como  en  todos  los  casos  en  donde  la  frotación  se 
hacía  sobre  la  piel  sana  de  un  miembro  no  inyecitado  o  inyectado 
•con  caído  estéril,  ninguna  lesión  pútrida  apareció.  Estos  resulta- 
dos negativos  indican  que  el  B,  bifermentans  no  adquiere  propieda- 
des patógenas  nuevais  al  contacto  de  la  piel,  para  la  cual  el  está  do- 
tado de  una  gran  afinidad  y  que  la  distensión  mecánica  (por  él  caldo) 
o  inflamatoria  de  un  grupo  muscular,  no  permite  a  este  microbio 
de  violar  la  integridad  ;de  la  piel  subyacente.  Para  hacer  esto  es 
indispensable  una  lesión  de  la  piel  como  la  que  se  provoca,  por 
ejemplo,  por  la  depiladón,  en  la  cual  Levaditi  y  Nicolau  en  sus 
-estudios  sobre  la  vacuna  han  demostrado  la  acción  irritante  sobre 
el  epidermis  todo  entero,  reaccionando  por  niunerosas  carioquinesis. 

Asociación  del  B.  bifermentans  v  del  5.  hisfoliticus. 

Hemos  inocuiad't)  al  cobaya  mezclas  de  una  dosis  mortal  de 
B.  histoKticus  y  cantidas  crecientes  de  B.  bifermentans. 

it:sticos  : 

a)  B.  hisiolyticus:  Los  cobayas  C33  (410  gr.)  y  C94  (400  gr.)  están  in- 
yectados con  1/4  de  c.  c.  de  un  cultivo  de  este  germen  en  caldo  con  clara 
-de  huevo  de  diez  y  ocho  horas,  mueren  en  veinticuatro  a  cuarenta  horas. 
Kn  la  autopsia  se  encuentra  una  enorn?e  míolisís  no  pútrida. 

b)  B.  bifermentans:  Los  cobayas  C76  y  C65  reciben  3  y  5  c.  c.  de  un 
cultivo  en  caldo  glucosado  de  veinticuatro  horas,  cantidades  que  son  rápida- 
mente absorbidas. 

Cobayas  inyectados  con  la  inescla  de  dos  microbios. 

Cobaya  C58  (400  gr.) :  B.  hisiolyticus:  1/4  c.  c.  +  ^-  bifermentans:  dé- 
•cimo  c.  c. 

Cobaya  C85  (430  prr.):  B.  hisiolyticus:  1/4  c.  c.  +  B.  bifermentans:  vm 
cuarto  centímetro  cúbico. 

Cobaya  C09 :  (380  gr.) :  B.  hisiolyticus:  1/4  c.  c.  +  B.  bifermentans:  un 
•centímetros  cúbicos, 

Cobaya  C41  (440  pr.) :  B.  histolyticus:  1/4  ce  +  B.  bifermentans:  tres 
-centímetros  cúbicos. 


Al  día  siguieiile  loi  cuaLio  aaiiuales  jM^seotan  signos  mercados, 
tle  putrefíicción;  la  piei  está  húmeda,  depilada,  verdosa,  de  olor 
nauseabundo.  La  piel  del  cobaya  C41,  está  desgarrada,  viéndose  un 
caldo  muscular  grisáceo,  en  el  cual  baña  ei  fémur  denudado.  Ai 
cabo  de  algunas  horas  la  piel  del  cobaya  C58,  C85  y  C69  estallan 
igualuicnte.  Sobre  los  músi:ulos  en  vías  de  digestión  se  ve  la  pre- 
sencia de  grandes  placas  de  un  color  gris  sucio.  Le  lesión  es  terri- 
blemente fétida;  el  estado  laaiientable  de  los  animales  hace  necesa- 
rio el  sacrificio  imuetlialo.  Eu  la  lesión  se  encuentran  en  ios  cuaii» 
cobayas  los  dos  microbios  esponjados. 

La  puti-idez  provocada  por  esta  asociación  microbiana  da  lugar 
;i  una  intensidad  notable.  Parece  que  la  proteolisis  debida  al  B.  his~ 
tolitictís,  ijennite  más  rápidamente  al  ü.  befcrmcntans  liberar  loa 
compuestos  arpmáticos  y  ios  ácidos  grasos  volátüe-;  que  caracteri- 
zan su  metabolismo  y  cuyo  conjunto  produce  un  olor  particular- 

I    mente  fétido. 

I  Para  completar  el  estudio  de  la  asociación  del  B.  bifermentans 
y  del  B.  hislaliticus  hemos  inoculado  al  cobaya  mezclas  de  dosis 
pequeñas  (1/4  a  i/io  de  c.  c.)  de  estos  dos  microbioí. 

Ij03  resultados  se  revelaran  idénticos.  Cualquiera  que  sea  la 
modalidad  de  esta  asociación  sJanpre  aparece  fuertemente  putre- 
facta. 

T^s  experiencias  que  acabamos  de  citar  son  las  más  demostra- 
tivas. Asociando  con  otros  microbios,  el  B.  bifermenians  no  pro- 
voca más  que  lesiones  pútridas  inconstantes  y  poco  marcadas.  Se- 
remos breves  en  su  descripción. 

Asociación  del  B.  bifermeiitans  y  del  vibrión  séptico. 
La  inocidadón  de  cantidades   débiles  de  V.   séptico,   no  per- 
mite o  muy  raro  y  débilmente,  al  B.   bifermenians  de  jugar  su 
pa^  putrefacto.  I^  experiencia  sigílente  muestra  por  c!  contrario 

'  la  acción  favorable  <1c  fnprtes  (íósis  del  microbio  paíóí;rno. 

■  TESTirajs: 

Los  cobavas  B^i   (soa  gr.l   y   B6?   (4go   gr.l   ¡.lüculados   respectivamente- 
I   cen   1/4  y   1/20  de  c.  c.   de  iin  cultivo  de  V.  sópticn  en  caldo  crní  clara  de 
huevo  de  veinticuatro  horas  mueren   en  la  noche.  Se  encuentran  lesiones  ti- 
licas no  pútridas, 
I  Cobayas  inyectados  cmi  Ins  mezclas  de  dos  microbios.— Lns  cobayas   C71 

(.170  KT-)  y  B83  (393  ex-)  reciben  1/4  c.  c.  de  un  cultivo  de  V.  séptico  -f  tres 
cmtimetros  cübicos  de  «11  cultivo  de  B.  hifcrmenlaii.^  en  caldo  glucosado  de 
veinticuatro  horas  ^z  9  por  la  linche. 

I^S  cobayas  B80  (jyn  gr-1  y  B5í)  (390  g:r.>  reciben  1/4  c,  c,  de  culti- 
vo V.  séptico  +  5  c.  c.  (¡el  putrifiriií:  ^  iff  iiorhe. 

El  cobaya   B74  (400  gr.)  es  inyectado  c»n   1/2  c.  c.  de  cultivo  de  V.  »ép- 


1 


D  +   ./TC 


:.  c.  de  B.  bifermentan»  =  -í¡f  tuche, 


—  19  — 


El  cobaya  B72  (400  gr.)  recibe  1/2  c.  c.  de  V.  séptico  -{- 1  c.  c,  ét  B,  bi- 
fermentans  =   ^  noche. 

El  cobaya  B70  (390  gr.)  recibe  1/2  c.  c.  de  V.  séptico  -f-  3  c.  c.  de  B.  bi- 
fermentans  =   ^  noche. 

El  cobaya  B73  (390  gr.)  recibe  1/2  c.  c  de  V.  séptico  -|-  5  c.  c.  de  putri- 
f»cus  =  ^    noclie. 

AUTOPSIAS : 

I 

No  tendremos  en  cuenta  niás  que  las  lesiones  que  difieran  de  aquellas  del 
üemón  tífico  a  V.  séptico. 

Cobaya  B71:  Lesiones  y  olor  pútrido  poco  marcado;  no  es  posible  reco- 
nocer el  B.  bifermentans  en  los  frotis. 

Cobaya  B74:  La  piel  no  es  mal  oliente;  algunas  veces  a  la  incisión  salen 
iraporcs  pútridos.  En  los  írotis  se  encuentran  dos  gérmenes. 

Cobaya  B63:  Olor  pútrido  ligero  de  la  piel;  en  los  írotis  de  la  serosidad, 
presencia  de  dos  microbios. 

Cobaya  B80:  Piel  verdosa  y  fétida;  en  la  serosidad  se  encuentran  los 
dos  microbios. 

Cobaya  B69:  Olor  pútrido  ligero;  en  la  serosidad  se  encuentra  V.  sép- 
tico  +  B,  bifennentaiis  esporulado. 

Cobaya  B72:  No  hay  fetidez.  En  los  frotis,  V.  séptico  sólo. 

Cobaya  B70:  Piel  verdosa  de  olor  putrefacto.  Vena  superficial  negra 
tvombosada.  En  el  edema  se  encuentran  los  dos  microbios. 

Cobaya  B73:  Olor  francamente  nauseabundo.  Piel  verdosa  y  placas  gri- 
sáceas sobre  el  muslo  rojo  sombra  no  digerido.  En  los  frotis  de  la  serosidad 
se  eiKuentran  los  dos  microbios. 

Las  dosis  fiaertes  de  V.  séptico  (al  menos  1/4  de  c.  c,  es  decir, 
«enos  de  5  dosis  mortales)  han  permitido  algunas  veces  al  B.  bi- 
fermentans inociilado  en  grandes  cantidades  (por  lo  menos  3  c.  c.) 
de  provocar  un  proceso  pútrido  ligero,  siempre  limitado  a  la  piel 
y  al  tejido  celtilar  subcutáneo. 

Los  otros  modos  de  infección  por  el  B,  bifermentans  de  una 
lesión  a  V.  séptico  por  inyección  secundaria  o  por  frotamiento  no 
han  dado  It^ar  a  grandes  lesiones;  en  ésas  condiciones  se  ve  que 
la  putrefacción  de  la  serosidad  se  traduce  frecuentemente  por  la 
salida  de  gas  fétido  cuando  se  enciende  la  piel. 

Asociación  del  B.  bifermentans  y  del  B.  odematiens. 

El  cobaya  infectado  con  la  mezcla  de  una  dosis  rápidamente 
mortal  (en  ocho  horas  aproximadamente)  de  B.  oedentatiens  y  de 
cantidades  diferentes  de  B.  bifermentans  muere  siempre  de  trau- 
matosis  edematosa.  El  cuadro  clínico  difiere  cuando  el  germen 
patógeno  deja  al  microbio  putrefacto  el  tiem]>o  necesario  para  pro- 


ducir  la  dcgradacióu  de  los  proteicos  hasta  ios  productos  volátiles 
fétidos.  He  aquí  un  ejemplo: 

El  cultivo  de  B.  oedemaiiens  eti  caldo  de  clara  de  liticvo  de  tres 
horas,  mata  al  colraya  de  460  gramos  en  cinco  días  a  la  dosis  de 
1/20  c.  c.  Se  iaiyecta  al  cobaya  la  mezcla  de  i  a  lo  dosis  mortales  de 
este  cultivo  y  de  cantidades  crecientes  de  tni  cultivo  no  virulento 
de  B.  bifertitentans  en  cíildo  simple  de  18  horas: 

■J     1/20  de  c.  c.  (\íi  B.  í'c¡lci:i^li-'i!s  +  1   c.  c,  de  B.  bifcniu-nlans.  Coba- 
I  ya   B97   {3?Ci  gr.)  se   sacrifica   al   cuarto   día. 

1/20  de   c.   c.   de   B.  nedctiuitiens   +   i    c.   c.   de   B.   Mfcrmeiilaim.    Coba- 
(  ja  ¿95  (355  gr)  ~   *  •^n  treinta  y  seis  horas, 

1/20  de   c.  c.   de   B,    uedematiens    +  3   c.   e.   de   B.    Iiifcnnenlans.   Coba- 
1  Ci  (385  Kr.)  —   9>  en  sesenta  horas. 

1/20  de  c.   c.   de   B.   ní-demalicm   +  5   c.   c.   de   B.   bifennci\tans,   Ci)ba- 
1  ¿1   (310  gr.)  =   *  en   treinta  r  cil\a-  Jwrai. 


,    bifcrmenla 


Coba- 


AUTfií'siAS : 

Ccibiiya    B</7 ;    Olor   de    la    lesión    ligeranwiilc    félidii. 

Cobaya  Bgs :   Piel  vtrdosa,  mal  oliente,  no  Iiíiim'da  ni  iiti)naílii. 

Cohaya  Ci:  Putrefacción  de  !a  piel;  todíi  el  le jido_ subcutáneo  del  lado 
o  iivectado  está  verdoso;  los  músculos  del  muslo  inoculado,  nu  digeridos,  y 
iiíin  recubiertos  de  placas  jírisáceas. 

Cohaya  C4:   Piel  verdosa,   pútrida;    flictena  hemorragica. 

En  todos   los   animales  kis   sSnlomas   pútridos   no   aparecen   ba>;ia  algunas 
r  lloras  antes  de  la  muerte. 

b)     1/2   c.   c,   de  /f.   ...-A-KW/iViu   -I- 
|_ya  Cío  (43"  pi".)  =  1?  eii  doce  horas. 

2  c.  c.  de  B.  oedematieits  -{-   1   c.   c.  de   fi.   hifcmienlans.   Cobaya  B96 
I  (430  gr.)  =    *  en  veintiocho  Iwras. 
1         1/2  c,  c.   de  /í.  iiriteinatiens  4-  3   c.   e.  de  B.  bifír 
¡  (420  Rr.)   ---    S  en  veintiocho  horas. 

1/2  c.  c.  de  B,  oedemaliens  -\-  3   1 
.  (.I-'S  Ki"-)  —   *   en  veintitrés  horas. 

En  esta  serie  sólo  el  cobaya  E99  ha  presentado  muy  tardíamen- 
te una  ligera  putridez  de  la  piel. 

Hay  que  hacer  notar  que  los  cobayasí  inoctdados  ¡xir  las  mez- 
clas que  no  llevaban  más  que  1/20  de  c.  c.  de  B.oedcvicltcns.  3  de 
los  4  han  muerto  antes  que  el  testigo;  la  virulencia  de  este  gemien 
ha  sido  muy  eííaltada  por  su  a-sociaí-ión  con  el  B.  hifermentans. 

Para  concluir,  una  infección  a  yj.oí'í/nKíi/iÉttí  lentamente  mortal 
puede  ¡i.!ginias  veces  bajo  la  acción  de  una  cantidad  grande  (por 
lo  menos  i  c.  c.l  de  B.  hifennenfans  evolucionar  haci,T  la  putridez, 
pero  c^ta  limitada  sobre  todo  a  la  piel  y  al  tejido  subcut.íneo. 


.   Cobaya  B99_,j 
,   de  B.   Hfírmentans.   Cobaya   BgS  ■ 


—  ¿I  — 


Asociación  del  B.  bífenncníans  y  del  B.  acrofctidus. 

Nuestro  cultivo  de  B,  aerofctidus,  está  actualmente  desprovisto 
de  todo  poder  putrefacto  in  mvo;  la  inyección  intramuscular  de 
4  c.  c.  de  un  cultivo  de  24  horas  en  caldo  gl acosado  a  2  por  1.000 
no  provoca  en  erl  cobaya  más  que  tma  débil  tumefacción  del  muslo 
y  un  edema  poco  marcado  de  la  pared  abdoiminal  que  excede  en 
una  semana. 

Hemos  inoculado  al  cobaya  A94  (300  gramos)  3  c.  c.  y  al  cobaya 
A95  (310  gramos)  4  c.  c.  de  un  cultivo  de  cada  tmo  de  los  dos 
rnicrobios.  El  primer  animal  presenta  al  día  siguiente  tumefacción 
dd  muslo  y  edema  abdominal.  El  miembro  enfermo  vuelve  a  su  as- 
pecto normal  en  una  semana,  pero  el  tejido  edematoso  adquiere 
una  consistencia  acartonada  en  donde  luego  asienta  una  ulceración 
de  bordes  netos,  inodora,  que  cicatriza  sin  incidentes.  E)  cobaya  A05 
era  portador  de  dos  flictenas  grises,  en  la  pierna  inoculada  y  en  el 
abdomen  que  se  reunieron  en  48  horas  ix)r  una  lengüeta  de  piel 
grisácea  y  mal  oliente.  Estas  flictemjas  se  escarificaron  y  el  animal 
curó  en  15  días,  guardando  como  vestigio  del  proceso  cicatricial 
el  muslo  contraído. 

I^  presencia  en  el  músculo  del  cobaya  de  cantidades  apreciables 
(3-4  c.  c.)  de  estos  dos  microbios  ha  suscitado  la  a¡)arición  de  un 
síntoma  que  uno  u  otro  de  los  dos  gérmenes  son  incapaces  de  pro- 
ducir uno  de  ellos  solamente,  síntoma  frecuente  en  las  infecciones 
pútridas:  la  flictena  gris. 

"La  asociación  dd  B.  hifermcji'ans  y  del  B.  putrificus  ha  dado 
resultados  análogos :  edema  abdominal  que  desaparece  rápidamente, 
o^ran  flictena  gris  sobre  el  músculo  tumefacto.  Por  el  contrario  el 
cobaya  no  reacciona  a  la  inoculación  de  mezclas  variables  de  cultivo 
de  B,  bif^rmenfans  y  de  B.  fallax  c¡ne  por  una  ttmiefacción  pasaje- 
ra del  miembro  infectado. 

En  el  caso  de  la  asociación  del  fí.  hifermcntans  con  el  B!  cali 
o  con  el  B.  proteiis  se  encuentran  los  hechos  ya  observ^ados  con  el 
B,  sporóg^nes  desaparición  rápida  del  microbio  anaerobio  y  exal- 
tación de  virulencia  de  los  géfmenes  anaerobios. 


C. — Infecciones  pútridas  experimetai^es  a  B.  putrificus. 

El  ¿?.  putrificus,  se  ha  encontrado  en  la  flora  de  las  heridas  de 
guerra.  Antes  de  estudiar  el  paipel  patógeno  de  esta  anerobio  es 
necesario  decir  a:lgimas  palabras  de  su  indentidad.  En  efecto  los  sa- 


» 

I 


bios  ingleses  del  Medical  Research  Cofnmittce  y  co¡i  ellos  otros  -í 
bacteriólc^os  amfcricaiios  como  Ivan  C.  IIal,  no  leconocen  hi>J 
existencia  de  la  especie  putrifkiís.  Esta  nu  sería  niás  nue  una.  mez- 
cla del  B.  sparogenes  y  de  lui  bacilo  a  esporos  tenuinales  despro- 
vistos de  fcraientos  proteus  sacariilitioos ;  e!  B.  cochekarius  de 
DoL-GLAS,  Flejiíng  y  CoLEBROK.  Sabemos  hr>y  que  ia  descripción 
de  BiENSTOR  es  en  parte  inexacta,  este  satrio  ha  tenido  entre  las 
manos  un  cultivo  de  B.  pafñficus  contaminado  por  el  B.  sporo- 
genes.  En  reaíidad,  ei  B.  putriflcus  a  pesar  de  -'^n  nonibre,  es  lenta 
y  débilmente  proteulitico  como  lo  lian  confinnando  liis  recientes 
trabajos  de  Reddish,  Rettger,  Wüinuiírg,  Azkar  y  J.  M.  üut- 
Hia. 

Se  ha  aislado  de  las  materias  fecales  de!  hombre  nonnal  mi 
gran  número  de  cultivos  de  B.  putnfictts  (iiie  se  les  ha  klentiíicado 
con  la  ayuda  de  pruebas  de  aglutinación  cruzada.  Estos  últimos 
autores,  han  mostrado  que  en  esita  espede  entran,  no  solamente 
cultivos  puramente  proLeolíticos,  sino  también  mezclas  igualmente 
capaces  de  provocar  la  fennenlación  de  los  gluceidos.  Estas  pro- 
piedades sacaroliticas  muy  variables  se  extienden  a  un  gran  nú- 
mero de  azúcares. 

Estos  últimos  cultivos  a  la  vez  proteos  y  sacaroliticos,  se  en- 
cuentran muy  a  menudo  en  el  intestino  del  hombre  y  de  los  ani- 
males. También  nos  hemos  servido  en  nuestras  experiencias  de  iin 
cultivo  parecido,  H26n,  aislado  en  nuestro  laboratorio. 

El  cultivo  del  B.  pulñficiís  se  hace  lenta  y  débilmente  en  los 
medios    usuales.  Tratando    st^n  la  técnica    de  Stickel  y  Me- 
YER  (i),  la  carne  de  vaca  e  híga<Ío  de  buey,  mezclando  los  produc- 
tos de  la  digestión  pépticas  de  \Vf-:nberg  y  Goy  han  obtenido  un  J 
medio  muy  favorable  al  cultivo  de  este  anaerobio,  Sembrando  ( 
este  caldo,  anterionnente  regenerado,  el  B.  futrifkiis  da  en  24  ho^J 
las    un    ailtivo    abundante,   enturbiado  uniformemente  el   medio^ 
según  los  cultivos,  formando  un  depósito  espeso  en  el   fondo  deíj 
tubo.  La  inoculación  de  3  a  5  c.  c.  de  este  cultivo  en  el  múscutó] 
o  debajo  de  la  piel  del  cobaya,  provoca  una  fuerte  tuniefaeción  lo 
cal  y  edenta  de  la  pared  abdominal.  Estas  lesiones  desaparecen  rá-'l 
])idamente,  al5;iiiias  veces,  sin  embargo  el  edema  se  endurece  y  lail 

(i)  Hacer  macerar  la  mezcla  siguienie ;  carne'  picada,  400  gr. :  tripa  li 
cerdo  rksgrasada  y  picada,  400  gr. ;  CIH,  40  gr. ;  agua  a  50",  4.000  gr. ;  i 
deja  de  diea  y  ocho  a  veínlictialra  lloras  ,liasta  coloración  amarillo  verdosa"! 
(reacciones  del  biuret  y  del  tryptophane  positivas).  Detener  entonces  la  pepto- 
niací&n  y  Uewir  el  medio  dnrantc  diez  minutos  a  Itxf.  Guardar  durante  la 
Bocbe  en  la  l:elera,  decanlar  a  las  veinticuatro  horas,  volver  a  calentar  a 
Iw  70".  alcalinízat  y  esterilizar  al  autoclave. 


"    ^       - 


— ás- 
pid se  depiia,  pero  todo  entra  en  el  orden  norniaJ  en  una  decena 
ée  días. 

Nuestras  experiencias  con  el  B.  ptítrificus  están  calcadas  de 
las  precedentes  y  se  han  hedió  asociando  esta  especie  en  im  gnuí 
número  de  representantes  de  la  zona  microbiana  de  las  heridas. 

AsociACióx  DEi,  B.  putrificus  Y  DEL  B.  pcrfringes. 

Nuestros  primeros  ensayos  practicados  con  cultivos  del  B,  pu- 
trificus en  caldo  glucosado  al  2  por  i.ooo  o  en  agua  peptonada 
azucarada  fueron  completamente  negativos.  I^  causa  de  estos  fra- 
casos puede  deberse  en  paite  a  la  ix>breza  de  los  cultivos  dd  pe- 
trificus.  En  efecto,  las  experiencias  realizadas  con  cultivos  en  me- 
<iió  ch  (carme  e  hígado  peptonizado)  llevan  a  otros  resultados». 
Hemos  inoculado  la  mezcla  de  dos  cultivos  de  los  dos  anaerobios, 
T»en  en  la  piel  o  en  el  tejido  muscular.  El  cultivo  del  B,  perfringens 
'Cn  caldo  con  dará  de  huevo,  de  24  horas,  matando  al  coba)ra  de 
320  gramos  en  10  a  12  horas,  a  lal  dosis  de  i/io  de  c.  c.  en  in- 
yección intramuscular  y  1/4  de  c.  c.  en  inyección  sulKutánea. 

a)  Inyecciones  subcutáneas. 

B.  perfringens:  1/4  c.  c.  -f-  B.  putrificus:  3  c.  c,  cobaya  B30  (390  gra- 
mos) =  ijí  en  diez  y  ocho  horas. 

B,  perfringens:  1/4  c.  c.  -}-  B.  pxUrificus:  3  c.  c,  cobaya  B25  (310  gra- 
mos) =  91  en  la  noche. 

B,  perfringens:  1/4  c.  c.  -f-  B,  putrificus:  5  c.  c,  cobaya  B17  (470  gra- 
mos) =  9t  durante  la  noche. 

B,  perfringens:  1/4  c.  c.  -{-  B.  putrificus:  5  c.  c,  cobaya  B18  (430  gra^ 
mos)  =  ^  durante  la  noche. 

b)  Inyecciones  intramusculares. 

B.  perfringens:  i/io  c  c.  -f-  B.  putrificus:  3  c.  c,  cobaya  B22  (330  gra- 
nas) =  líf  en  treinta  horas. 

B.  pcrfriivpcns:  i/io  c.  c.  -{-  B,  putrificus:  5  c.  c,  cobaya  B37  (330  gra- 
mos) =  ijí  durante  la  noche. 

B,  perfringens:  1/4  c.  c.  -f-  B.  putrificus:  5  c.  c,  cobaya  B29  (420  gra- 
mos) =  91  durante  la  noche. 

B,  perfringens:  1/4  c.  c.  -f*  B.  putrificus:  5  c.  c,  cobaya  B16  (530  gra- 
mos) i=  #   durante  la  noche. 

j^UTCPSIAS  : 

Cobaya  B30:  Piel  verdosa  y  mal  oliente,  algunas  manchas  grises  en  las 
.lesiones  miolíticas. 

Cohaya,  B25:  Muy  ligera  putrefacción  de  la  piel. 

Cobayas  B17  y  B18:  Ningún  síntoma  pútrido. 

Cobaya  B22:  Piel  verdosa,  de  olor  pútrido,  no  húmedo.  Miolisis  eJnormc 
110  pútrida. 

Cobayas  B27  y  B16:  Ningún  signo  de  putrefacción. 

En  estos  animales  se  dis?tin^ie  sobré  los  frotis  de  la  serofeídad 


— — — - 

muscular  la  presencia  de  dos  microbios  el  B.  pcyfñn¡]ens  toman- 
do ei  Grain  y  el  B.  pittrificus  portador  algunas  veces  de  un  espo- 
ro leiinmaJ  a  nienudo  decolorado  pr-r  el  método  di^  Gkam. 

La  putrefacdón  siempre  poco  murcada,  está  limitada  a  la  piel; 
ísta,  de  un  tiute  verdoso,  exhala  un  ligero  olor  nauseabundo. 

Rq)itiendo  esta  experiencia  con  e!  mismo  cultivo  y  con  el  H73, 
igualmente  proíeosacaroHtico,  hemos  obtenido  resultados  idénticos- 
cualquiera  ijue  fuesen  las  proporciones  de  nuestras  mezclas  y  su 
modo  de  inoculación.  Son  necesarias  fuertes  dosis  (3-5  c  c.)  de 
microbio  putrificus. 


Asociación  dei.  B.  putrtfie 


.  histolyticus. 


Hemos  visto  en  los  capítulos  precedentes  que  la  niiolisis  intea- 
provocada  por  el  B.  histolyticus,  da  li^ar  a  materiales  favorar 
bles  al  metabolismo  del  B.  sporoger.es'  y  de/  B.  bifertnenians,  sioi- 
do  lo  mismo  para  el  B.  putrificiis;  la  asociación  que  nosotros  va- 
mos a  estudiar  aíiora  parece  Ja  más  favorable  para  el  desarrollo 
de  las  facultades  putrefactas  ¡;i  zi'^'o  c!e  este  anaerobio;  he  aquí  la 
prueba: 

Inoculación  ¡iiti-aniuscular  de  mezclas  de  oiltivos  de  24  horas  I 
de  B.  piitrifkiis  (cultivo  H26n)  en  caldo,  hígado  de  vaca  y  del  B,Á 
histolyticns  en  caldo  con  clara  de  huevo  (4  abril  1124.  19  horas);! 


.  cobaya  B34  (^oo  gr-)   =   I 


Cohayas  inyectados   con   la  meseta  de   doí  t 


I.  hisiolylicus: 
iros)  7=  Si  noche 

fl.  hisiolytkus: 
mosl  =^  9f  noche 

B.  hiítolyticus: 

moG)   =:  iff  tioche 
ií..  hislolylicns: 

1-mOS)  ^  #  nocllc 
B.  hittolylí 
r.,         - 
Aun 


:.,  cobaya  Bis  (440  gri-l 
.,  cohaya  B31  (440  gra-  J 


del  5  al  6  de  abrfl. 

1/10  c.  c,  +  B.  ¡Hítrificiu 
del  5  a!  6  de  abril. 

l/io  c.  c.  +  B.  putrificu 
del  6  al  7  abril. 

í/io  c.  r.  -h  fí.  Mrif¡r« 
del  í  al  'I  de  abrÜ. 

l/io  c.  c.  +  a.  fnlrificu. 
i)  =  41  noche  del   5  al  6  de  abril. 

AUTOPSIAB : 

Cobaya  BiS:   Putrefacción  ligera  de  la  piel   grisácea,  levantada  (sínto- 
■que  aparecen  ya  a  las  vemtiima  horas  de  la  infección),  músculo  DonnaL 


—  25  — 

Cobaya  B31 :  Piel  húmeda,  grisácea,  ligeramente  maloliente;  el  aspeofeo 
jdel  músculo  es  normal;  en  la  serosidad  niuscular,  presencia  exclusiva  del 
i?,  kistolytícus. 

Cobaya  B33:  La  piel  de  este  animal  se  abre  a  las  seis  de  la  mañana,  síen- 
áo  entonces  verdosa,  y  da  un  olor  putrefecto.  Ix>s  músculos  no  se  adhieren 
a  la  piel  a  causa  de  la  lisis  completa  del  tejido  conjuntivo;  están  recubier- 
tos de  placas  verdosas  y  bañados  en  una  serosidad  de  objetos  grisáceos.  El 
7  de  abril,  la  miolisis  pútrida  se  acentúa.  La  autopsia  permite  mejor  po- 
ner en  evidencia  todos  estos  síntomas;  la  piel,  húmeda,  francamente  verdo- 
$SLf  íe  deja  depilado  en  tma  gran  superñcie.  En  la  serosidad,  presencia  de 
dos  microbios  esporulados. 

Q>baya  B53:  Piel  desgarrada  grisácea,  ligeramente  maloliente.  Músculo 
normal.  En  la  serosidad  muscular  el  B.  histolyticus,  B.  putrificus,  y  cocos 
rué  toman  el  Gram  que  atestiguan  la  contaminación  secundaria. 

Cobaya  B24:  Desde  la  mañana  del  5,  la  piel  exhala  un  olor  fétido.  Pu- 
trefacción marcada  de  la  piel,  dejándose  fácilmente  depilar,  estando  los 
músculos  en  vía  de  digestión.  Presencia  de  dos  microbios  en  la  lesión. 

.  Un  hecho  domina  la,  sintomatología  de  todas  estas  lesiones:  la 
putrefacción  de  la  piel  mucho  más  marcada  que  en  ías  experien- 
cias precedentes  practicadas  con  el  B.  perfringens.  La  piel  está 
húmeda,  teñida  de  verde,  exhalando  un  olor  fétido  y  dejándose 
depilar  la  piel  con  la  mayor  facilidad  en  una  gran  extensión.  Esta 
fragilidad  del  pelo,  es  debida  a  la  impregnadóri  cutánea  de  los 
productos  sulfurados  volátiles  deliberados  en  abundancia  por  el 
B,  putrificus. 

Dosis  fuertes  de  los  microbios  han  provocado  la  putrefacción 
a  la  vez  de  la  piel  y  del  músculo  (cobaya  B24),  pero  siempre  me- 
nos acusada  que  en  los  casos  de  traumatosis  experimentales  a  B. 
bifermentans. 

Hemos  repetido  estas  experiencias  haciendo  variar  las  dosis  de 
jB.  histolyticus  (1/4  a  i/loo  c  c),  mezcladas  a  3  c.  c.  de  cultivo 
dd  B,  putrificus  (cultivo  H63).  I-os  resultados  obtenidos  fueron 
sempre  iguales  o  inferiores  a  los  expuestos  más  ariba.  Algunas 
Teces  la  inoculacón  de  la  mezcla  de  1/4  de  c.  c.  de  cultivo  de  B, 
histolyticus  (dosis  mortal  en  18  a  24  horas)  y  de  3  c.  c.  de  cultivo 
de  B.  putrificus  no  provocaron  lesiones  pútridas. 

La  asociación  dd  B.  putrificus  al  V.  séptico,  al  B.  oedema- 
tiens  o  al  i>.  fallax  provoca  lesiones  mucho  menos  pronunciadas  e 
inconstantes  y  siempre  localizadas  al  tejido  cutáneo. 

Estos  hechos  parecen  indicar  una  cierta  afinidad  del  B.  putri- 
ficus  para  la  piel.  Hemos  querido  comprobar  esta  hipótesis,  in- 
yectando en  el  dermis  del  cobaya  dosis  débiles  (algunas  dédmas 
de  c.  c.)  de  cultivo  de  este  germen :  en  los  dos  a^iimales  inoculados 
se  observa  congestión  y  espesamiento  de  la  piel  que  se  cubre  al 


cabo  de  ui»  a  tres  días,  de  costras  negniccas;  la  induraoón  c 
üparew  eti  una  semana  en  un  cobaya,  mientras  que  en  d  otro,  ' 
costras  dají  lugar  a  una  escara  que  evciliicioia  sin  incidentes. 

HemiJs  visto  más  arriba  los  resultados  de  asodación  del  B,  pt^ 
irificus  y  de  los  dos  otros  putrefactos,  los  B.  sporogenos  y  B. 
ferntetitatis.  Con  c!  ií.  acrofctidits.  se  obtienen  las  mismas  lesioi 
paíiajeras,  acodiipañadas  otras  veces  de  fiictenas  grises. 

Weixbiíkg.  Otelesco  (r),  han  scüalado  y:i  lo*  efectos  de  I 
asociación  del  B.  putrifkus  y  del  protcus.  Les  heiiws  encontrar' 
sustituyendo  el  protetis,  al  B.  coH  como  lo  muestran  las  pxfx 
cias  siguientes: 

El  cobaya  A20  (3Ó0  gramos),  recibe  bajo  la  piel  1/4  de  ce.  i 
un  cultivo  en  caldo  simple  de!  B.  ptilñfícus,  no  paíógcno,  y  : 
pectivaiiiente  1/4  de  c.  c,  r/10.  1/20  de  c.  c.  de  cultivo  de  coKbi 
cilo.  Sucumben  en  12  a  20  horas  con  edema,  gelatinoso  hcmorrági^ 
co  de!  tejido  celular  stibcutáiieo,  extendido  desde  d  muslo  a  l 
la  pared  abdcaninal ;  el  peritoneo  eslá  recubierífo,  algunas  veces  ( 
los  dos  lados  de  un  punteado  licinorrágíoo  intenso;  las  visceras.  ] 
en  particuar  las  cápsulas  sirprar  renal  es,  están  tumefactas  y  coití 
gestionadas.  I-as  lesiones  no  oírecen  nii^n  carácter  putrefacto 
en  las   serosidades  pulula  el   B.   coH.   Basándose  en  los   trabaja! 
perseguidos  in  vitro,  Birn-^tock  'liabía  llamado  la  atención  sobre  < 
antagonismo  de  estos  dc«  «licrobios.  Xitestras  experiencias  exl 
dtdas  a  esta  noción  de  la  patología,  han  añadido  este  dato  aún  inex-fl 
plicable;  la  exaltación  de  la  vindencia  del  B.  coli  es  concoimtanttJ 
de  la  desaparición  absoluta  del  B.  putrifinis. 


Para   terminar    esta  parle    de   nuc-sir.i   trabajo,    reooniaren» 
qite  hemos  intentado  igualmente  provocar  la  formación  de  una  hi^^fl 
tolisis  de  olor  agradable.  Con  este  objeto  hemos  inyectado  a  I 
c61>ayas  mezclas  de  culti\os  de  los  diferentes  anaerobios  patóger 
T  de  baíierittm  estcroaromatlctutt. 

Inyectando  a  la  dosis  de  3  a  5  c  c.  de  un  cultivo  de  24  Y 
en  caldo  .'•iucosado  de  este  microl)io,  provoca  en  d  cobaya  una  t 
mefacdón  del  muslo,  que  cura  en  algunos  diafi. 

I^^esiones  considerables  lian  sido  obtenidas  por  la  inyección  1 
los  coliayas,  de  mezclas  de  B.  pcrfringetis  (i/io,  1/20  c,  ».)  y  t 
B.  esleroaromatinim  (i-2  c.  c).  Los  coliayas  han  miierto  en  1 

FivpFRn   y   OTE1.F1C0,   C.   R,   de  la   Socictf   (1*   Bitilofrie,   8-1,   1 


— -27  — 


36  horas.  La  núolisis  intensa,  observada  en  estos  animales  era  ino- 
dora. Cosa  curiosa,  d  B,  esteroaromaiicum  desaparece  casi  comple- 
tamente  de  estas  lesiones,  no  habiéndosele  niás  que  en  muy  peque- 
ño  número  en  los  frotis  de  la  serosidiad  muscular. 


D. — Tratamiento  de  las  infeccicíMes  pútridas  experimentales 

Las  infecciones  pútridas  experimentales  mpnomicrobianas  y  las 
más  graves  y  las  m/is  características,  son  aqueílas  que  se  provocan 
por  la  inyección  de  cultivos  virulentos  de  B.  esporógenes.  Es  muy 
fácil  de  prevenir  y  curar  estas  infíxxiones  por  d  empleo  de  suero 
específico  preparado  por  uno  de  nosotros.  Los  resultados  son  ex- 
cdentes  y  rápidos,  sirviéndose  dd  suero  antiesporógenes,  antitóxi- 
co,  o  dd  suero  a  la  vez  antitóxino  y  antSmicrcAiano. 

Cuando  se  trata  <le  infección  pútrida  bimícrobiana,  dos  casos 
pueden  presentarse;  podemos  luchar,  oon  los  queros  especificoB, 
contra  los  dos  anaerobios  a  la  vez,  o  bien  no  estamos  armados  más 
que  co^ra  tm  solo  agente  pat^eno. 

Consideramos  la  primera  eventualidad,  la  seroterapia  espedfica 
de  las  infeccione^  producidas  por  el  B,  sporógencs  asociada  a  uno 
de  los  anaerobios  patógenos  de  la  gimgreiia  gaseosa.  He  aqiri  un 
ejemplo: 

Traumatosis  pútrida  del  cobaya  producida  por  la  asociación 
fierfringcjis  +  sporóg^nes;  tratamiento  por  la  mésela  de  sueros 
específicos.  Experiencia  del  9  de  jidio  de  1924. 

6  cobayas  reciben  cada  uno  en  inyecrión  intramuscular,  una 
mezcla  de  i/io  c.  c.  de  un  cultivo  de  B  pcrfHngens  (caldo  gluco- 
cosado  al  i  por  100,  de  24  horas)  y  de  i  c.  c.  de  un  cultivo  de  B, 
sporógenes  (caldo  simple,  de  24  horas),  seis  horas  después  los  ani- 
males presentan  ya  lesioi>es  muy  características  (tumefacción  dd 
muslo,  edema  de  la  parte  inferior  del  abdomen),  a  dos  de  ellos 
(cobaya  B4,  260  gramos,  y  B7  270  gramos),  se  inyecta  en  la  lesión^ 
misma  5  c.  c.  de  suero  (3  c.  c.  de  siicro  antiperfringens  -}-  2  c.  c.  de 
suero  anti-sporógenes).  Dos  de  los  otros  cobayas  (B9  300  gramos 
y  A48  280  gramos),  reciben  la  misnia  dosis  de  suero  sobre  la  vena. 
En  estos  últimos  las  lesiones .  locales  son  extensamente  deshrida»- 
das  con  bisturí.  Los  oal^ayas  se  tes  coloca  en  grandes  locales  de 
vidrio,  desinfectados  y  llenos  de  heno  esterilizado,  a  fin  de  evitar 
las  infecciones  secundarias.  Los  dos  cobayas  no  tratados,  guarda- 
dos como  testigos,  sucumben  en  menos  de  24  horas  con  una  gan- 
grena gaseosa  pútrida,  típica. 


w 


Las  lesioiios  rcgrisan  muy  rápidajnente  en  1 

os.eii  la  ^eiiíi:  al  día  siguiente  por  la  mañana,  el  muslo  t'Stá  e 
tumefacción,  no  exlmlando  olor  pútrido  y  el  edema  ha  diíminuidí 
notableniientL',  En  los  cobayas  tratados  por  el  enlpleo  local  del  s 
ro,  el  orlor  pi'itri<lo  de  las  lesiones  desaparece  igualmente  desde  s 
día  siguiente,  pero  la  regresión  del  edema  pulmonar  y  de  la  tumQ| 
facción  del  muslo  sigue  una  marcha  más  lenta. 

Esta  experiencia,  muestra  que  una  traumatosis  pútrida  exp< 
menta]  produriíla  pov  la  asociación  pcrfringe^'s  -\-  s¡>oróijenes, 
rápidamente  al  trataaiiieniopor  la  mezcla  de  los  sueros  esj>eci6 
■Los  mejiwcs  resultados  se  obtienen  por  la  inyección  intra 
de  suero  y  el  d es brid amiento  de  las  lesiones  locales,  la'\:id 
seguida  cuidadosamente  con  agua  fisioFógica. 

Se  obtienen  también  buenos   resultados  tratando  por  la  í 
cía  de  los  dos  sueros  específicos,   las  infecciones  pútridas  pr 
cadas  por  las  asociaciones  del  B.  sporógcnCs  con  otros  anaerolMí| 
patínenos  (X.  séptico,  ocdemalU'ns,  histolyticus^. 

Sabiendo  i^ue   las  lesiones  pútridas  producidas  pot   la   msyi 
parte  de  los  cultivos  del  B.  sparógcnos.  casi  siempre  curadas  ( 
poEftáneamcntc.  aun  cuando  sean  muy  in;irL-adíis,  y  que  por  i 
parte  este  anaerobio  no  adquiere  una  gran  virulencia  sino  a 
con  ptras  especies  microbianas,  nos  liemos  prej^ntado  si  sería  f 
sible   cu'tar   esta   traumatosis,   rompienido   estas   asociaciones 
el  empleo  de  un  solo  suero  especifiL-o  activo  enfrente  del  microtó 
inás  patógeno. 

Esta  hipótesis  parece  tanto  más  plausible  cuanto  que  el  suca 
nonnal  de  caballo  posee  a  menudo  propiedades  aglutinantes  j 
ttiastásicais  en  frente  del  B.  sparágcncs  (WeiIíhehc  y  Segu^ 
Blanc  y  PozERSKf,  Comisión  inglesa  de  investigaciones  sobre  I 
anaerobios).  Además,  uno  de  nosotros  ha  visto  durante  la  guerí 
heridas  muy  graves  cuya  flora  encerraba  el  /í.  sporogencs 
después  de  la  inyección  de  la  mezcla  de  suero  antigangrenoso.  ■ 
-rcnteniendo  el  suero  anihporogcnes. 

Nuestras  siq3osicioi>es  .se  han  realizado:  los  cobayas  infectadoí 
por  ]a  asociación  sporóge^rs  -\-  perfríngens  curan  a  consecuencia  <i 
!a  inyección  intravenosa  de  2  a  3  c.  c.  del  suero  antiperfringcf 
y  del  de sbrid amiento  de  los  tejidos  cnfennos.  Es  necesario  hac^ 
liotar  que  la  curación  ilefinitiva  de  los  animales  asi  tratados  1 
césita  más  tiempo  que  eu  el  caso  del  tratamiento  por  los  dos  suí 
ros  específicos,  y  que  sus  lesiones  presentan  aún  putridez  <" 
Ires  días  después  de  la  inyección  del  suero, 

Estas   experiencias   muestran  que   si  bien   es   preferible  trata 
una  tratmiatosis  pútrida  bimicrobiana  por  un  suero  bivalente. 


—  2y  — 

puede  períecíainente  cinrar  estas  traaimatosis  con  la  ayuda  de  un 
solo  suero  específico.  Esto  deshace  la  asociación  microbiana,  .su- 
prime el  microbio  dominante,  cuya  desaparición  es  inmediatamen- 
te seguida  de  una  disminución  considerable  de  la  virulencia  del 
microbio  putrificus.  Hemos  dado  a  esta  rotura  de  las  asociacio- 
nes microbianas  el  nombre  de  cataxm  (de  la  ¡>alabra  griega  kata- 
sia:   dislocación,  rompimiento),  (i) 

Hemos  aplicado  este  procedimiento  terapéutico  al  tratamiento 
de  las  infecciones  pútridas  producidas  por  diferentes  anaerobios 
patógenos  asociados  a  otros  microbios  putrefactos  (B,  bifemten- 
tans,  B,  putrificus,  B.  protens  y  B,  cali). 

También  hemos  estudiado  los  poderes  ant  i  tóxicos  preventivo 
y  curativo  del  suero  antíperfringens,  enfrente  de  la  infección  pro- 
ducida por  la  asociación  perfringens  +  bifermentans. 

Sil  poder  antitóxico  es  nnuy  neto;  los  cobayas  inyectados  en 
el  muslo  con  una  mezcla  de  B.  perfringens  (1/4  c.  c.  +  i5.  bifer- 
mentans (3  c.  c.)  dejada  durante  una  hora  en  contacto  con  i  c.  c.  de 
suero  antíperfringens,  se  muestran  al  día  siguiente  bien  indemnes 
o  portadores  de  una,  pequeña  lesión  local  que  desaparece  ^n  uno 
a  tres  días. 

Poder  preventivo. — Experiencia  del  28  de  noviembre  de  1923. 
Cobayas  de  400  a  500  gramos.  Dos  testigos  (C.  i  y  C.  4)  reciben 
en  el  muslo  una  mezcla  de  1/4  c.  c.  de  cultivo  de  B.  perfrin- 
gens +  3  c.  c.  de  cultivo  de  B,  biferfnentans ;  mueren  en  48  ho- 
ras, presentando  lesiones  pútridas  muy  extensas.  Otros  ocho  co- 
hayas reciben  la  víspera  i  c.  c.  (cobaya  A98,  C3),  1/2  c.  c.  (A97, 

(i)  Recordemos  las  investigaciones  de  Wiss  Nevin  (C.  R.  Soc.  Biolo- 
^ie  32,  1919,  p.  140),  que  ha  estudiado  el  poder  preventivo  de  los  sueros 
antigangrenosos.  En  estas  experiencias  el  suero  antiperfringen  solo  no  ha 
protegido  al  cobaya  contra  la  infección  mixta;  es  necesario,  sin  embargo, 
í?acer  notar  que  este  autor  ha  inyectado  los  cobayas  preparados  con  una  mez- 
cla de  tres  microbios  {(perfringens  +  sporogenes  +  V.  séptico  o  perfrin- 
cens  -f"  sporogenes  +  oedematiens)... 

Para  Wiss  Nevin,  el  suero  anti-V.  séptico  solo  o  el  suero  antioedema- 

tiens  solo  protege  el  cobaya  contra  la  infección  mixta  trimicrobiana  (per- 
fringens -4-  y.  séptico  -}-  sporogenes  o  perfringens  -f-  oedematiens  +  spo- 
rogenes); para  nosotros  se  podría  obtener  un  resultado  parecido  en  los  ca- 
íios  donde  el  cultivo  de  B.  perfringens  utilizado  sea  poco  virulento.  Por  lo 
<íemás,  es  imposiBle  juzgar  del  valor  de  estas  'iltimas  cxperienciíis ;  el  autor 
TíO  ha  empleado  testigos,  y  no  sabemos,  por  tanto,  si  la  dosis  de  la  mezcla 
niicrobianna  que  inyectaba  a  los  cobayas  inmunizados  pasivamente  era  capaz 
tle  producir  lesiones  gangrenosas,  gaseosas,  pútridas  en  los  cobayas  testigos. 
Este  punto  es  importante,  porque  el  B.  sporogenes  no  se  hace  virulento  más 
cue  en  el  organismo  animal  en  el  caso  en  que  esté  mezclado  en  ciertas  pro- 
porciones más  patógenas  que  él. 


I 


C5),  1/4  c.  c.  (C6  y  C8)  y  i/io  c.  c.  (A99  y  A^^d^u^fl 
antiperfringes,  se  inyecta  con  h.  misma  cantidad  de  inczda  micro-l 
biana.  Todos  estos  «riiaj'as  han  sobre^^i^ndo ;  otros  dos  110  han  ¡>re~l 
sentado  níngitiia  lesión.  Los  otros  haii  niosírtido  tina  pccji^ña  fl 
tumefacción  del  nmslo,  que  ¡la  desaparecido  en  dos  a  tres  días,  j 
En  dos  cabayas  inyectados  primkivMneiiite  con  i/¿  y  i/io  de  c  c.  J 
se  ha  visto  tumefacción  del  muslo,  y  una  flictena  que  ha  cnradoj 
mstantáneaniente.  ■ 

Poder  curativo- — Experiencia  del  17  de  enero  de  1924.  Dietfl 
y  mieve  cobayas  recil>eii  cada  uno  en  inyección  intramuscular  eitm 
el  muslo  la  mezcla  de  1/4  c.  c.  de  pcrfringcns  y  3  c.  c.  de  &í/*r^l 
menlans,  Tres  cobayas  quedan  como  testigos.  Los  otros  seis,  di- 1 
vididos  en  cuatro  lotes,  se  tratan  seis  horas  después  de  la  inyec-.'l 
ción  de  la  mezcla  microbiana,  en  el  momento  en  que  presentan  1 
ya  síntomas  característicos  de  la  infección  (tumefacción  del  mus-'l 
lo,  edema  más  o  menos  extenso  del  abdomen),  I 

Estas  experiencias  muesitra:i  que  las  inyecciones  locales  de  J 
fiuero  dan,  por  lo  menos,  tan  Ijuenos  resultados  como  las  inyec-  1 
ciones  intravenosas;  los  cobayas  del  primer  lote  reciben  en  la.l 
vena  1/2  c.  c.  de  suero  diluidti  en  i  y  1/2  de  suero  fisiológiai;fl 
lodos  los  demás  reciben  i  c.  c,  de  suero  +  i  de  suero  fisiológico.! 
El  muslo  infectado  es  desbridado  y  lavado  con  agua  fisiol^cáJ 
en  los  de  la  cuarta  serie.  m 

Rcsiillados. — Los  cobayas  te-;tÍgos  (ES5.  ES7  )■  Eioo)  ntiterak.l 
en  24  a  27  horas  de  traumatosis  pútrida.  Los  mejores  resultad*»  \ 
se  han  obtenido  en  los  animales  fiel  cuarto  lote  (E86,  E90.  Egt  i 
y  E96),  tratados  a  la  vez  por  la  inyección  intravenosa  de  suero  y  J 
«I  desbridamicnto  de  la';  lesiones  locales,  seguido  de  un  lavado  del 
suero  fisiolijgico.  En  todos  estos  cobayas  se  ha  visto  al  día  s¡-  1 
guíente  de  la  experiencia  una  rc,^resión  muy  típica  de  las  lesiones.  4 
Estas  últimas  exhalan  -un  ligero  olor  nauseabundo  en  tres  de  lo»  1 
cuatro  cobayas.  Los  animales  han  curado  «n  dos  a  cuatro  <lía«.  I 
De  los  cuatro  cohayas  del  tercer  grupo  (C48,  C92.  C93,  Croo*  J 
inyección  intravenosa  de  suero,  desbridamicnto  sin  lavado),  tres.J 
han  sobrevivido:  de  los  cuatro  cobaya.s  del  segundo  lote  (E83,  1 
E84,  Kr^.  Eqq  ;  inyección  intravenosa  de  i  c,  c.  de  suero,  lesio-  1 
nes  desbridadas),  dos  han  sobrevivido;  finalmente  no  hemos  obte-.l 
nido  más  que  una  sola  curación  en  los  cuatro  cobayas  de  la  pri-'l 
mera  serie  tratados  únicamente  por  la  inyección  intrai'enosa  dell 
1/2  c,   c.   de   suero  atitiperfringens. 

Resultados  i>arecidos  se  han  obtenido  en  el  tratainiento  de  las 
infecciones  pútridas  por  la  asociación  pcrfrhiijeiis  -\-  putrifiais. 

Todos  estos  hechos  muestran  que  cualquiera  que  sea  el  micro- 


—  31  — 

\¿o  putrefacto  con  el  cual  el  B,  pcrfringens  se  encuentra  asociado 
d  suero  específico  preparado  contra  este  anaerobio  puede  ser  su- 
fidoite  paira  romper  esta  asociación  y  llevar  a  la  curación  de  la 
infección  pútrida. 

Seria  fastidioso  de  dar  aquí  los  protocolos  de  las  numerosas 
experiencias  hechas  por  nosotros  sobre  el  tratamiento  catáxico  de 
las  kifeociones  produdadas  .por  la  asociación  del  B.  sporógenes,  del 
B.  bifermentans  y  del  B,  putrificus,  con  los  anaerobios  patógenos 
(V.  séptico,  oedeinatiens,  his4olicitus).  Será  suficiente  de  hacer  no- 
tar que  los  resultados  obtenidos  han  sido  en  general  idénticos  a 
aquéllos,  vistos  para  las  asociaciones  del  B.  pcrfringens.  Sin  em- 
bargOy  debe  hacerse  una  mención  especial  para  el  tratamiento  de 
ks  infecciones  pútridas  {yyv  las  asociaciones  del  B.   histolyticus. 

Para  impedir  la  evolución  de  una  lesión  pútrida,  por  la  aso- 
dadón  de  un  microbio  putrefacto  y  del  B,  histolyricíis,  hay  que 
inyectar  preventivamente  los  cobayas  con  im  c.  c.  por  lo  menos  de 
suero  antihistolyticus  fuertemente  antitóxico,  el  suero  que  ha  ser- 
vido para  las  experiencias  titulaba  3.000  unidades,  es  decir,  que 
neutralizaba  a  i  por  3.000  de  c.  c.  una  dosis  mortal  de  toxina  his- 
tolitica. 

Estas  infecciones  pútridas  son  las  más  difíciles  de  tratar.  Pero 
se  Il^ga,  sin  enibargo,  a  curarlas  con  la  condición  de  intervenir  lo 
más  tarde  cuatro  o  seis  horas  después  de  la  ipoculación  de  la 
mezda  microbiana.  El  cobaya  es  rápidamente  desintoxicado  y  el 
desarrollo  de  las  lesiones  se  detiene.  Desgraciadamente  la  toxina  y 
los  fermentos  segregados  por  el  B,  histolyticus  obra  tan  rápida- 
mente in  vivo  que  muy  a  menudo  los  vasos  y  los  músculos  están 
ya  disodados  en  el  mometno  de  la  inyección  del  suero.  El  cobaya 
sobrevive  a  la  infección  conservando  su  pata  retraída;  algunas  ve- 
oes  ésta  se  amputa  esiK>ntáneamente.  Es  muy  difícil  de  conservar 
estos  animales  en  convalecencia  porque  sus  heridas  extensamente 
abiertas  favorecen  una  infección  secimdaria. 

Ya  hemos  mencionado  que  el  B.  sporógenes  u  otro  anaerobio 
putrefacto  asociado  con  un  cultivo  poco  virulento  de  B.  coli  o  de 
B.  proteiis  exalta  la  virulencia  de  estas  especies,  desapareciendo  el 
mismo  del  punto  de  inoculación.  Era,  pues,  de  prever  que  en  los 
animales  infectados  por  una  de  estas  asociaciones  microbianas,  co- 
mo por  ejemplo  sporógenes  +  eoH  se  benefidarían  del  tratamiento 
por  el  suero  ^nti-sporogenes  y  esto  lo  ha  mostrado  la  exi^rienda. 

Existen,  pues,  casos  en  donde  el  tratamiento  catáxico  p^iede  ser 
dirigido  no  contra  los  microbios  virulentos  de  una  asociación  mi- 
crobiana, microbios  que  deberían  ser  considerados  como  los  agen- 
tes dominantes,  sino  bien  contra  d  microbio  [yjco  patógeno  que  jue- 


ga  un.  papel  etioiógico  importante  en  la  evolución  de  la  i 
producida  por  los  microbios  asociados. 

Se  observan  igualmente  hechos  análogos  cuando  se  aplica  el 
principio  de  la  cataxía  a  la  vacunoterapia,  aun  en  lu.s  casos  en 
donde  la  destrucción  pútrida  de  los  tejidos  está  asegurada  por  la 
acción  combinada  de  varias  especies  microbianas.  Un  ejemplo  ex- 
celente es  el  d;i4o  ¡xir  las  recientes  investigaciones  sobre  la  rinitis 
ocenosa.  Nuestro  colega  Dujardin-Baumetz  ha  mostrado,  en  cola- 
boración con  M,  Mai. HERBÉ,  que  se  llega  a  mejorar  y  aun  a  cu- 
rar esta  infección  fétida  con  las  inj-ecciones  de  anatoxina  difté- 
rica, tratamiento  que  hace  desaparecer  rápidamente  de  la  lesión  el 
híicflo  pseudodiftérico.  Este  microbio  es  ccmpletamente  atóxico  y 
nunca  patógeno,  pero  se  encuentra  siempre  asociado  a.  otras  bacte- 
rias; así  en  un  caso  que  nosotros  hemos  podido  últimamente  es- 
tudiar gracias  a  la  amabilidad  de  M.  DujARDiN-BAfMETZ,  hemos 
encontrado  cinco  especies  diferentes:  fi.  psatdo  diftérico,  nettmo- 
hucilo  de  Fkielander,  B.  proleus,  B.  coli  y  estafilocos.  ' 


CONCLUSIONES 


Las  investigaciones  experimentales  resumidas  en  esta  ¡Memoria 
y  los  docimientos  que  poseemos  sobre  la  flora  microbiana  y  loa 
aspectos  dinicos  de  los  diferentes  prcesris  pútridos  observados  en 
el  hombre  nos  permiten  sacar  nociones  generales  sobre  la  etiolo- 
gía, patogenia  y  evolución  de  la  pujtref  acción  in  i'k/o. 

I."  Algunas  esf)ecies  microbianas  elaboran  fermentos  muy  ac- 
tivos, a  la  vez  prot eolíticos,  sacaroííticos  y  lipolíticos.  capaces,  de 
provocar  la  lisis  de  todos  los  elenients  de  los  tejidos  infectados, 
comprendiendo  no  solamente  las  células  sino  también  las  fibras 
conjuntivas  y  elásticas. 

La  histolísis  microbiana  puede  perseguirse  sin  producción  de 
sustancias  nial  alientes.  Se  debe  pues  restT\'ar  d  término  de  "pu- 
trefaoáón"  cuando  se  trate  de  lesions  observadas  en  el  organismo 
animal  a  histolisis  microbiana  pútrida. 

2."  Para  que  la  histolísis  microbiana  11egT.ie  al  estado  de  pu- 
trefacción hace  falta  que  la  desintegración  de  las  materias  pro- 
teicas de  los  tejidos  esté  bastante  avanzada  para  llegar  a  la  for- 
mación de  sustancias  fétidas.  La  putrefacción  es.  pues,  función 
de  !a  intensidad  de  las  propiedades  proteoliticas  de  ios  nucroírios. 

Este  hecho  explica  la  gran  variedad  de  lesiones  observadas  así 
como  e]  orden  de  frecuencia  en  el  cual  se  encuentran  las  diferentes 
especies  protcfliticaie  en  lo<i  prnce-íns  pútridos:  el   B.  sporñ/jrtifs. 


-  33  - 

que  ocupa  el  palmer  lugar  y  produce  las  legiones  más  graves. 
E«  seguido  luego  por  el  B,  bifermentans,  el  B,  putrificus,  el  B.  pro-- 
teus,  el  B,  piodánico,  etc. 

3/  La  marcha  de  la  putrefacción  está  expresamente  unida  a 
la  virulencia  de  las.  especies  putrefactas.  Estas  últimas  son  excep- 
cionalmcnte  virulencas;  lo  más  a  menudo  no  se  desarrolla  en  el 
organismo  más  que  al  abrigo  de  utio  o  vatrio^  microbios  tóxicos 
no  proteolíticofi. 

4/  Asi  la^  infecciones  pútridas  esenciales,  producidas  por  una 
misma  especie  microbiana^  a  la  vez  tóxica  y  putrefacta,  ton  raras. 
Lo  más  a  menudo,  el  proceso  putrefacto  constituye  un  accidente 
secundario  observado  en  el  curso  de  un  gran  nám¡ero  de  infeccio- 
nes agudas  o  crónicas,  cualquiera  que  sea  su  naturaleza  o  asiento 
(traumatosis,  infecciones  pulmonares,  apendicitís,  otitis,  ciertas  in- 
fecciones de  las  vias  genitourinarias,  etc.). 

Existen  igualmente  infecciones  pútridas  esenciales  de  flora  poli- 
micfobiana;  en  estos  casos,  todas  las  especies  que  forman  parte  dé 
esta  flora,  aun  aquéllas  que  son  consideradas  como  no  proteolíticas. 
contribuyen  al  progreso  de  la  histolisis,  ya  que  ellas  atacan  cier- 
tos productos  de  la  desintegración  de  las  siustancias  proteoliticas. 
EstOA  microbios  no  son  en.  general  patógenos  y  los  focos  pú- 
tridos qwe  provocan,  como  por  ejemplo  ciertos  casos  de  gangrena 
pulmonar  y  de  traumatosis  pútrida,  evohicionan  muy  lentamente. 
Algunas  veces  se  asiste  ál  denudamiento  «ipido  de  estos  focos 
debido,  en  general,  a  una  infección  secundaria  producida  por  un 
microbio  patógeno,  que  viene,  bien  de  la  mucosa  vecina  (**  microbio 
de  salida"),  bien  por  la  piel  ("microbio  de  entrada"),  ésta  pa- 
rece a  menudo  intacta,  siendo  ya  artacada  por  el  proceso  inflama- 
torio ittbya<:enDe. 

Se  comprende  igualmente  que  un  foco  inflamatorio  subcutáneo 
o  inüramuscular  no  pútrido  agote  el  siguiente  a  consecuencia  de 
•una  contaminación  por  un  microbio  de  entrada  putrefacto  que  se 
ha  fraguado  paso  a  través  die  la  piel  que  se  ha  he¿ho  permeable. 

6/  La  histolisis  pútrida  se  hace  en  general  sobre  el  conjunto 
de  los  tejidos  atacados ;  algunas  veces  ataca  sobre  todo  el  músculo 
o  bien  «e  limita  exclusivamente  a  la  piel  y  al  tejido  celular  subcu- 
táneo, como  lo  ha  demostrado  las  experiencias  practicadas  con  el 
B.  putrificus. 

En  ciertos  casos  de  infección  pútrida  no  se  encuentran  lesio- 
nes notables  de  los  tejidos,  aun  cuando  exhale  un  olor  muy  fétido. 
Esto  proviene  de  la  plasmolisis  fétida  producida  por  ciertas  espe- 
cies putrefactas  como  por  ejemplo  el  B,  putrificus,  que  ataca  len- 
tamente las  sustancias  albuminoideas,  pero  desintegran   fácilmen- 


r 


-  34  - 


te  los  ¡woductos  adaptados  de  la  digestión  de  los  proteicos  que 
pasado  a  los  exhudados  inflamatorios.  Este  hecho,  visto  muchas 
veces  en  el  curso  de  nuestras  experiencias  sobre  los  animales, 
se  observa  en  el  hom¡)re  por  ejeiri|¿o  en  la  iieritonitis  y  la  pleure- 
sía pútrida. 

7.'  La  evolución  rápida  de  un  proceso  pútrido  hacia  la  ler- 
ffiinación  fatal  se  observa  sobre  todo  cuando  los  microbios  putre- 
factos se  asocian  a  especies  patógenas,  que  no  acidifican  sensible- 
mente el  medio  y  cuya  toxina  no  se  altera  por  sus  fermentos. 
Es  así  que  nosotros  hemos  obtenido  lesiones  pútridas,  las  más 
graves  en  los  cobayas  inyectados  con  mezclas  de  cultivo  de  diferen- 
tes microbios  putrefactos  y  de  B.  perfringens  o  de  B.  histoly- 
ticus. 

Si  se  asocian  bacilos  putrefactos  poco  patógenos  (ciertos  cultir 
vos  de  B.  sporogenes  -f-  B.  bifernientans  +  B-  sporogenes  -\- 
B.  putrificus,  B.  sporógenes  -|-  aerofctidus,  etc.)  se  provoncan  en 
general  en  el  cobaya  la  formación  de  importantes  lesiones  que  re- 
gresan espontáneamicnte, 

8.°  Es  muy  fácil  de  combatir  las  infecciones  pútridas  por 
inyección  al  enfermo  de  sueros  específicos.  Cuando  no  se  posi 
sueros  activos  contra  todos  los  microbios,  habiendo  producido 
un  caso  dado  la  histolisis  pútrida,  hay  que  recurriir  a!  tratamiento 
catáxico,  que  consiste  en  romper  una  asociación  microbiana  neu- 
tralizando el  microbio  patógeno  que  domina  por  la  inyección  deL 
suero   específico  correspondiente. 

La  inyección  del  suero  debe  ser  practicada  por  vía  venosa,  qi 
asegura,  la   des  intoxicación   general    del   organismo.    Para   que 
tratamiento  practicado  sea  realmente  eficaz  es  indispensable,  biení 
sea  de  suprimir  completamente  el  foco  de  infección  (resección  di " 
apéndice  gangrenoso),  bien  de  desbridar  extensamente  y  de  lai 
con  agua  fisiológica  (traumatosis,  peritonitis,  pleuresías  pútrid; 
de  manera  a  llevar  bs  tejidos  enfermos  permaebles  al  paso  de  I1 
anticuerpos  específicos. 

Esta  colaboración  del  seroterapeuta  y  del  cirujano  es  obligati 
ría.  Es  ella,  según  creemos  nosotros,  la  que  dará  los  mejores 
sultados  en  el  tratamiento  de  !a  gangrena  pulmonar  cuando  un 
tudio  profundo  de  la  flora  microbiana  de  esta  infección  peri 
la  preparación  de  un  suero  polivalente  especifico.  Después  de  hi 
ber  preparado  al  enfermo  por  la  inyección  de  suero,  el  cirujai 
podrá  atacar  el  foco  pútrido  sin  temor  de  complicaciones  grav< 
que  siguen  muy  a  menudo  a  la  intervención  quirúrgica  sobre 
pulmón. 


1  en 


CASO    DE    APENDICITI8    PERFORADA.  —  AUTO- 
OBSERVACIÓN 

por    el 

Dp.  Lorenzo  Olronés, 

(Médico  del  Hospital  Barmbeck,  de   Hamburgo.) 


¡Otra  apendicitis  perforada!,  dirá  seguramente  el  compañero 
lector.  ¿Qué  beneficio  me  va  a  reportar  su  lectura?  Pasemos  a  otra 
cosa.  Pero  antes  de  hacerlo  me  permitiré  decirle:  **No  es  el  caso 
en  sí  lo  que  me  ha  inducido  a  publicarlo,  sino  los  cuidados  post- 
ox>eratorios  a  que  ha  sido  sometido  en  unos  de  los  hospitales  más 
modernos  de  Alemania,  y  que  han  sido  hechos  con  una  regulari- 
dad y  esmero  tales,  que  creo  ha  de  interesar  su  conocimiento  no 
sólo  al  cirujano,  sino  también  al  médico  genera]." 

Historia  clínica, — Se  trata  de  un  joven  de  veinticuatro  años 
sin  antecedentes  familiares  ni  patológicos  especiales.  Hábito  as- 
ténico. 

Durante  los  días  30  y  31  de  agosto,  catarro  faríngeo  febril;  el 
interesado  no  abandona  por  ello  sus  ocupaciones  en  el  Hospital. 

El  día  I  de  septiembre  (después  de  haber  trabajado  como  de 
ordinario  y  de  haber  hecho  ejercicios  deportivos  durante  una  hora 
y  media)  se  inicia  a  las  once  y  media  de  la  noche  un  malestar  ge- 
neral, acompañado  de  dolor  en  la  región  epigástrica;  el  enfermo 
vomita  y  tiene  algo  de  diarrea;  cree  se  trata  de  una  simple  indi- 
gestión y  no  pide  auxilio  médico;  no  obstante,  como  el  dolor  per- 
siste y  le  impide  dormir,  se  administra  una  inyección  de  medio 
centigradno  de  morfina  que  le  pemiite  escansár. 

A  la  mañana  siguiente  (día  2  de  septiembre)  el  dolor  vuelve  á 
arreciar  y  el  paciente  avisa  al  director  del  Hospital  que  está  en- 
fermó ;  un  compañero  lo  visita,  y  encuentra :  abdomen  tenso  y  do- 
joroso;  tiemperatm-a,  37,2;  pulso,  70,  con  buena  tensión;  7.500  leu-^ 
cocitos  por  milímetro  cúbico;  ruega  al  enfermo  que  orine,  y  no  pue- 
de hacerlo;  en  vista  de  todo  ello,  avisa  á  los  cirujanos. 

A  las  diez  de  las  mañana  los  dolores  se  hacen  violentos  e  in- 


I 


-36- 

soportables ;  a  Tas  once,  el  profesor  Oemlecker  (jefe  del  depar- 
tLimeiito  quirúrgico)  visita  al  paciente,  comprueba  ser  mayor  el 
dolar  a  nivel  de  la  fosa  ilíaca  derecha  que  en  la  izquierda,  y  tam- 
bién que  aquél  no  es  superficial  (al  pellizcar  la  píel),  sino  profun- 
do (al  comprimir  y  descomprimir  el  aMornen  con  un  dedo  aplica- 
do verticalmente  sobre  el  mismo);  la  facies  del  enfermo  es  afilada 
y  produce  impresión  de  gi-avedad;  el  pulso  sigue  bien  (80),  y  lo 
mismo  la  temperatura  (37,2), 

Se  propone  la  intervención,  que  es  aceptada  en  seguida. 
A  las  doce,  previa  inyección  de  pantopón  (para  moderar  los 
dolores  y  la  nerviosidad  de!  paciente),  anestesia  general  con  éter-  ■ 
cloroformo,  e  incisión  en  la  fosa  ilíaca  derecha ;  se  encuentra 
el  apéndice  gangrenoso  y  perterado  nadando  en  abundaníe  pus 
(cuyo  análisis  idteríor  demostró  la  presencia  del  col  i  bacilo),  y 
las  asas  intestinales  vecinas  enrojecidas  y  con  exudadas  fibrosos 
en  su  superfcde.  Se  practica  apendectomía  típica,  la\'ado  cuida- 
doso de  las  asas  más  afectadas  con  suero  fisiológico  tibio  y  drenaje 
con  un  tubo  de  goma  de  20  centímetros  de  longitud,  dirigido 
oblicuamente  hacia  la  pelvis. 

CurSo  posto perotorio  y  cuidados  correspondientes.  Primer  ditt 
(3-IX),— El  enfermo  se  encuentra  relativamente  bien,  y  no  ha  vo- 
mitado; temperatura.  37,5;  pulso,  80.  A  las  siete  de  la  mañana,  pre-^. 
vio  enema  de  glicerina  (10  centímetros  cúbicos),  le  aplican  simul- 
táneamente y  durante  veinte  minutos  calor  seco  en  el  abdom< 
(mediante  una  caja  de  madera  con  lámparas  de  incandescencia 
su  interior)  y  ima  sonda  rectal.  A  las  ocho  le  golpean  el  pecho 
una  tohalla  empapada  en  agua,  helada,  ordenándole  además  que 
pire  profundamente, 

A  las  nueve,  cambio  de  aposito,  que  está  empapado  de  serosi- 
dad heanátic.-'..  A  las  diez,  el  enfermo  orina  espontáneamente  (gla' 
ctísa  =  negativa ;  albúmina  ;=  positiva  débil ;  reacdón  ^=  alcalina).. 
Al  mediodía,  ingesítión  de  algún  pequeño  sorbo  de  te  frío,  que  dew. 
termina  hipo  y_jiáusMs. 

Por  la  tarde  aumentan  los  dolores  abdominales.  Se  practican 
de  nuevo  la  aplicación  de  calor  9000  y  de  sonda  rectal,  así  como 
los  golpeteos  torácicos  con  agua  helada.  Además  se  friccionan 
talones  y  nalgas  del  enfermo  con  solución  de  sublimado  al  3,5 
JJX».  Por  la  noche.  iny<ecdón  de  morfina  (0,015  firs.). 

Día  2."  (4-IX). — -Kl  enfermo  se  encuentra  peor,  con  mal  csti 
general  y  aumento  de  los  dolores  abdominales.  Oriiia  e3i>ontáne*- 
mente.  pero  no  expulsa  gases  por  el  ^no;  temperatura,  37.8:  pul- 
so. 80.  Se  le  practican  los  mismos  cuidados  que  el  día  anterior, 
más  un  eneima  a  goías  de  un  litro  de  solución  de  doruro  sódi        ' 


J 


—  37  — 

g  por  i.cxx>  y  cambio  diel  aposito  seco  en  otro  humedecido  con 
suero  fisiolq^d  estéril.  Además,  eü  enfermo  bebe  pequeños  sor- 
6os  <íe  champán  helado,  observaíido  que  cada  uno  dé  ellos  provo- 
ca movimientos  intestinales:  no  obstante,  tampoco  durante  este  día 
•e  presentan  ventosidades.  Por  la  noche  se  repite  la  inyección  de 
morfina,  pero  el  eníetroo.  excitado  (quizá  por  el  champán),  apenas 
duerme,  y  se  sienta  en  la  cama  dos  veces,  obligando  a  una  activa 
vigilancia  por  parte  deí  persona;!  de  guardia. 

Día  ^.^  CS-TX). — Sensación;  subjetiva  de  mejoría :,  El  tubo  ha 
drenado  mós  que  en  días  anteriores.  Temoeratura,  ^7.^ ;  pulso,  80. 
Se  practican  los  mismos  cuidí^dos  nue  durante  el  primero  y  segun- 
de día;  además  el  enfermo  bebe  café  y  te  frios.  que  son  bien  to- 
lerados, haciendo  innecesario  el  enema  a  gotas.  Hacia  el  mediodía 
se  presentan  ventosidades. 

Por  k  noche,  se  admiinistn».  al  paciente  un  sello  de  Rumpel. 

Día  '4,^  (6-IX). — Se  acentúa  la  meioría.  El  tubo  ha  drenado 
mudho.  Temt)eratura.  yj^'z*,  pulso,  60.  Cuidados  como  en  días  an- 
teriores. Dieta  de  leche  y  purés. 

Día  ^^  r7-TX). — Igual,  aproxiimadamenite,  oue  el  anterior.  Se 
acorta  el  tubo  de  drena ie  y  se  aplica  aposito  seco.  No  se  utilizan 
ya  la  sonda  rectal  v  el  calor,  sino  un  enema  i^bonoso. 

El  mismo  día  tiene  lug?r  ya  una  deposición  espontánea. 

Día  6P  fS-TXy — Se  cortan  los  puntos  de  sutura  cutáneos.  De- 
posición espont^ánea.  Dieta  sólida,  suave. 

Día  7P  Cq-IX). — ^Expulsión  espontánea  del  tubo  de  drenaje; 
taponamiento  con  gasa  y  bálsamo  del  Perú.  El  enfermo  es  sacado  a 
la  galería  a  respirar  el  aire  libre. 

Días  sucésífüos. — ^Taponamiento  diario  de  la  herida  operatoria 
con  gaisa  y  bálsamo  del  Perú.  Cura  de  aire  libre.  Mejoría  progresi- 
va locail  y  general. 

Consideraciones  finales. — No  es  sólo  una  intervención  bien  eje- 
cutada lo  que  salva  a  los  enfermos ;  los  cuidados  postoperatorios 
tienen  ya  por  lo  menos  tanta  importancia  como  aquélla.  Y  en  par- 
ticular para  una  peritonitis,  una  vez  realizada  la  operación  dé  dre- 
naje, y,  si  es  ixísíble  la  eliminación  de  la  causa,  las  afusiones  frías 
que  estimulan  la  respiración  y  los  vasomotores,  la  aplicación  simul- 
tánea de  la  sonda  rectal  y  del  calor  sobre  el  abdomen  que  combate  el 
meteolrismo  (estimulando  al  propio  tiempo  el  peristaltismo),  la  ad- 
ministracáón  prudencial  de  bebidas  frías  en  la  medida  que  el  en- 
fermo h&  tolere  o,  a  falta  de  ello,  el  enema  a  gotas  para  evitar 
la  deshidratación  de  los  tejidos,  y  el  ai>ósito  húmedo  para  favorecer 
d  drenaje,  son  una  serie  de  cuidados  que,  oportunamente  practi- 


cados  pueden  contribuir  a  salvar  a  mudios  enfermos,  evitando  ade- 
más, no  sólo  las  complicaciones  generales,  coano  la  neumonía,  sino 
ríimbién  las  locales,  como  por  ejemplo,  las  fístulas  estercorác^as* 

Hamburgo,  21  septíemibre  1926. 


TRABAJOS  ANALIZADOS 


P.  JÁuREGui  y  A.   Etchegorry.—  Los  quistes  hemátloos  del  hígado. 

Revista  de  Cirugía  de  la  Habana,  núm.  3  1926. 

Consideraremos  en  este  artículo  una  consecuencia  del  traumatismo  del 
hígado,  muy  poco  frecuente:  el  hematoma  subcapsular  de  hígado  o  quiste 
hemático  del  mismo. 

Sabemos  que   las   lesiones  traumáticas  del   hígado  pueden  producirse: 

I. o  Por  un  cuerpo,  que  penetra  o  atraviesa  esa  viscera,  del  exterior  al 
interior,  vale  decir  por  herida. 

2.0    Por   contusión. 

Hablaremos  de  estas  últimas. 

Hay  contusión  de  hígado  cuando  las  lesiones  que  se  observan,  siempre 
consecutivas  a  una  violencia  externa,  no  se  acompañan  de  ninguna  solución 
de  continuidad  total  de  la  pared  y  no  comunican  con  el  exterio.  En  ésta 
la  piel  está  por  lo  general  intacta,  lo  masmo  que  los  músculos;  el  hígado 
es  el  solo  machacado  o  desgarrado  a  pesar  de  que  para  que  haya  contu- 
sión no  son  necesarias  esas  condiciones,  pues  la  piel  puede  estar  macha- 
cada; pero  al  contrario  cuando  hay  una  comunicación  entre  el  exterior  y  el 
hígado  a  través  de  tm  orificio  o  desgarradura  nos  encontramos  en  presen- 
cia de  una  herida.  La  persistencia  de  la  pared  establece  una  diferencia  no- 
table, entre  la  herida  y  la  contusión:  la  pared  es  un  muro  que  imjpedirá 
la  infección  y  protegerá  a  la  lesión  del  hígado. 

El  hígado  puede  estar  contusionado  por  causas  directas  o  indirectas  o 
de  contragolpe;  estas  últimas  son  más  raras. 

Las  causas  directas  son  innumerables.  Todas  las  violencias  que  vienen  a 
ejercitarse  sobre  el  hipocondrio  derecho,  golpes  de  bastón,  puñetazos,  golpes 
de  lanza  de  carro,  pasajes  de  ruedas  de  carro  sobre  los  hipocondrios,  ca- 
ídas sobre  cuerpos  dm-os  (cordón  de  vereda,  pasamano  de  escalera),  sobre 
cualquier  cuerpo  saliente  o  sitio  cortante,  pueden  dañar  al  hígado  y  pro- 
ducir la  contusión  sin  romper  la  pared. 

tas  lesionjes  del  hígado  dependen  en  gran  parte  del  grado  de  defen- 
sa de  la  pared:  son  tanto  más  intensas,  cuanto  menos  se  defienden  sus 
músculos. 

Las  presiones  violentas  entran  las  catisas  directas  de  contusión;  son 
necesarias  presiottes  notables   para   llegar  a   dañar   el   hígado,   tales  como 


—  40  — 

aprisionaimaito  det  hipocondrio  entre  dos  paragolpes  de  ferrocarril,  pasaje 
de  las  ruedas  de  vehículos,  etc.  El  mecanismo  es  de  lo  más  sencillo ;  el  hí- 
gado es  aprisionado  entre  las  costillas  y  la  columna  vertebral. 

Las  contusiones  por  contragolpe  o  indirectas  se  producen  por  una  cnor- 
lae  vibración  d:El  hígada,  el  que  relativamente  hbre  de  la  cavidad  abdomi- 
nal, tiende  a  continuar  las  lineas  de  fuerza.  Ahora  bien;  por  dislocación  de 
las  capas  hepáticas  nace  el  hematoma  iiilrahcpáíko,  se  desprende  el  parén- 
Qiiíma  de  los  vasos  resistentes  y  la  sangre  se  coagula  en  cavidades  centra- 
les dando  lugar  a  lo  que  desde  hace  mucho  tiempo  se  llama  apoplejía  he- 
pática. 

Etioloyía  y  palogeiiia, — Existen  una  cantidad  de  causas  predisponentes 
que  obran  modihcando  el  peso,  densidad  y  vasi:ularizacióa  del  hígado.  Estas 
causas  son  de  orden  patológico  las  unas,  fisiológico  las  oirás. 

Entre  las  causas  patológicas  es  evidente  que  todos  los  estados  patoló-  • 
gicos  acarreando  la  dismJaución  de  volumen  del  hígado  pecmitirím  al  ór- 
gano escapar  más  fácilmente  a  los  traumatismos;  la  recíproca  es  verdad 
para  todos  aquellos  casos  que  al  contrario  han  traída  el  aumento  de  volu- 
men de  dicha  viscera.  Se  citan  entre  estas  raodíficacionesi  siafridafc  ta-.  ú 
l^arénquima  hepático,  en  particular  en  los  tuberculosas,  alcohólicos,  hígado 
grasoso  y  sobre  todo  eti  bs  palúdicos. 

En  el  número  de   las  predisposiciones   fisiológicas   es   preciso  citar   de 
entrada   las  particularidades   anatómicas    del   hígado   y    sobre    la    cual   t 
insistió   Cruveii.hier.   Deda   Croveilhier  que   "no   hay   órgano    más 
ceptible  de  presentar  la  contusión  que  el  higado,  por  ser  el  órgano  que  me- 
jor  llena  las   condiciones   primordiales   para   la   desgarradura,    el   peso   y  Is 
frogiiidad".   La  situación  topográfica  entre  la  armazón  costal  y  la  columoB  J 
vertebral,  sus  medios  de  sostén  que  lo  dejan  muy  móvil  en  los  casos  de  pre-1 
sión  directa.   Es  el  hígado  tm  órgano  muy  vascular,  la  hemorragia  e 
casos  e3  temible  y  ésta  a  pesar  de  la  pequeña  presión  de  la  vena  porta  guel 
l'»carrea  la  mayor  cantidad  de  sangre,   es  fuerte  y  duradera,  porque; 


poder  retraerse  y  arrollarse; 
igula  difícilmente;  3,",  loa 
1  comparación  a  los 
del  diafragma  y  dd 


,  debido  a  los 


hepáticas  de  pared  delgadas 
[)orque   la   sangre   mezclada  < 
i  hepáticos  tienen  muy  pocos  í 
íes.  bazo  e  intestino ;   4.°,  porque  los  1 
peritoneo   entretienen  oscilaciones   de  presión  t 

El  hombre   es   por   lo  general   más   atacado   que  la  mujer 
[  acudentes  más  frecuentes  a  que  el  primero  está  expuesto. 

Señalaremos  finalmente  la   influencia  que  puede  tener  desde  el   punto   de 

\  vista  del  traumatismo,  el  estado   de  plenitud  o   de  vacuidad  de  las  visceras 

I  labdomínales,  el  volumen  y  vascularización  del  órgano,  según  la  época  de  la 

digestión  y  la  iialura!e/a  de  la  aliitientaciórL 

Entre  las  causas  detcrminautes   del   traumatismo   hemos  lüeho   ya   cuáles    ' 
eran;  choque  directo,  presión  y  choque  itidirecto  y  en  raras  ocasiones  se  e 
el  caso  de  esfuerzo  muscular. 

En  los  dos  casos  por  nosotros  observados,  las  causas  determinantes  I 
sido:  en  el  primero,  golpe  directo  de!  hipocondrio  contra  la  vereda;  en 
segundo,  golpe  del  hipocondrio  derecho  cotttra  una  bota  do  fool-ball. 


Anatomía  patológica, — ^Las  lesiones  de  la  contusión  varían  s^^  qfue 
la  cápsula  de  Glisson  esté  intacta  o  desgarrada.  En  el  primer  caso  se 
{Constata  una  serie  de  lesiones  que  obran,  sea  en  la  superficie,  sea  en 
la  profundidad  del  órgano.  Las  más  superficiales  son  las  esquimosis  o  de- 
rrames sanguíneos,  que  levantan  la  cápsula  de  envoltura  bajo  la  presión  de 
un  relieve,  y  a  veces  dan  lugar  a  la  formación  de  tumoraciones  con  todo  el 
aspecto  clínico,  como  radioscópico  de  los  quistes  hemáticos.  Elstos-  quistes 
corresponden  a  una  desgarradura  del  hígado  más  o  menos  profunda.  La  san- 
gre contenida  en  ellos  es  más  o  menos  fluida  o  como  la  jalea  de  la  gro- 
sella, espesa  y  muy  coloreada.  Diremos  de  paso  que  el  observar  la  cápsula 
de  Glisson  intacta  es  bastante  raro. 

Estudio  clínico. — Interesantes  son  los  casos  clínicos,  pues  es  muy  difícil 
hacer  el  diagnóstico  diferencial  con  los  quistes  hidatídicos  del  hígado,  sobre 
todo,  a  veces,  como  en  nuestro  caso  segundo  en  que  la  intradermorreacción 
de  quiste  hidatídico  fué  positiva  y  el  equilibrio  leucocitario  en  los  dos  casos 
dio  una  moderada  eosinofilia  (S  por  ico). 

Sin  embargo,  en  el  s^:undo  caso  se  hizo  diagnóstico  de  probabilidad  de 
quiste  hemático  de  hígado  dando  suma  importancia  al  antecedente  del  trau* 
niatismo.  La  sintomatología'  se  caracteriza  por  los  siguientes  síntomas^: 

Dolor. — Este  síntoma  se  caracteriza  por  ser  sordo,  profundo,  continuo, 
c  brando  en  la  región  del  hipocondrio  derecho  e  irradiándose  hacia  el  ombligo, 
apéndice  xifoides  o  espalda  derecha  como  en  el  cólico  hepático. 

Para  Boyer,  el  dolor  en  la  espalda  estaría  en  relación  con  la  cara  cón- 
cava. Este  dolor  en  los  quistes  hemáticos  se  acentúa  con  la  respiración  y 
con  el  esfuerzo.  La  ictericia  en  estos  casos  es  muy  rara. 

El  hipo  ha  sido  observado  en  algunos  casos  de  traumatismo  de  hígado, 
simulando  quistes. 

OwEN  ha  pensado  que  se  observaría  en  los  formados  a  expensas  de  la 
cara  convexa  del  hígado,  teniendo  en  cuenta  su  vecindad  con  el  frénico. 

La  resinración  es  corta,  penosa,  acelerada;  los  enfermos  ponen  en  juego 
los  músculos  respiratorios  accesorios  y  ensayan  de  inmovilizar  el  diafragma, 
donde  las  contracciones  son  dolorosas  y  cuyo  juego  puede  ser  obstaculizado 
por  el  mecanismo  abdominal.  Por  lo  general,  estos  enfermos  se  observan  con 
el  cuadro  de  un  chocado,  es  decir,  con  palidez,  hipotermia,  pulso  acelerado  e 
hipotenso,  vómitos,  náuseas.  Nuestro  segundo  enfermo  fué  visto  con  un 
cuadro  alarmante,  con  tma  defensa  exagerada  de  los  músculos  del  hipocon- 
drio deecho,  con  anemia,  palidez,  sudores  fríos,  que  hizo  pensar  en  el  primer 
momento  en  una  hemorragia  del  hígado. 

En  el  examen  de  orina  suele  haber  pequeñas  cantidades  de  pigmentscoión 
biliares  y,  a  veces,  gluoosuria  pasajera.  Los  enfermos  pueden  tener,  a  veces, 
agitación,  insomnios,  delirios,  etc.  A  estos  síntomas  suelen  agregarse  trastor- 
nos digestivos,  lengua  saburral,  náuseas,  vómitos  biliosos,  constipación,  etc. 
La  temperatora  suele  ser  a  veces  subfebril  como  en  nuestro  segundo  caso 
c^ic  oscilaba  entre  37,5  y  37,8,  llamando  la  atención  que  cada  vez  que  era 
movilizado  y  Jtercutido  al  ser  examinado  la  temperatura  subía,  así  como 
también  aumentaba  el  dolor. 

Respecto  a  los  signos  físicos,  se  constata  aumento  del  volumen  del  hígado 


de  matidez  y  se  manifiestan  inmóviles. 

Respecto  a  las  reacciones  biológi< 
k  intradermorreacción  positiva,  y  la 

■   A  título  ilustrativo  podemos 


hidatídico.  Las  bases  pulmonares  daú  ¡t 


de  la.  bibliografía  extranjera 


Caio  de  Rausted.- — La  cápsula  de  Glisson  de  la  convexidad  del  hí( 
tiene  la  forma  de  an  quiste,  aumaitada  por  una  hemorragia  y  presenta 
ca  del  borde  anterior  del  órgano  una  niplura  de  medio  centímetro  de  li 
por  la  cual  salió  medio  litro  de  sangre  liacia  el  abdomen;   por  debajo  de 
cápsula,   levantada,    la   cúpula   hepática   está   ro-ta.   Los    síntomas   graves   áeV 
primer  momento   desaparecieron   pronto,  el   pulso   se  Via  puesto  más   lento   y 
más  fuerte. 

Se  produjo  im  colapso   por   la   presión,   aumentó   el   hematoma  y   estalló. 

Coso  de  ScHUcnAnuT,.— Se  trata  de  un  paciente  gue  recibió  una  coz  de 
caballo  contra  d  hipccondrio  izquierdo.  El  único  síntoma  objetivo  era  una 
aceleración  y  pequenez  de  pulso,  L03  dolores  de  ¿aparecieron  con  el  trata- 
miento expectante;  pero  a  los  ^ince  días  reaparecieron  con  gran  brusquedad, 
empeoramiento  del  estado  general,  abombamiento  del  ejiigastrio  que  da  lugar 
a  una  laparotomía. 

El  abdomen  superior  estaba  Heno  de  sangre  que  provenía  de  una  cavidad 
del  tamaño  de  una  manzana,  llena  de  coágulos.  Este  hematoma,  antes  cerra- 
do, había  estallado. 

Caso  de  Biek. — Mencionado  en  la  dbertación  de  Ady,  Se  trataba  de  una 
muchacha  de  nueve  años,  que  se  había  caído,  golpeándose  el  hipocondrio  de- 
recho y  el  abdomen  sobre  un  pasamanos  de  escalera.  Hasta  los  catorce  días 
del  accidente  iba  a  la  escula  sin  ninguna  molestia,  hasta  que  el  décimo  quin- 
to día  sintió  fuertes  dolores  en  el  lado  derecho,  falta  de  apetito,  pesadez  ge- 
neral, etc. 

El  abdomen  se  presentaba  abombado  y  muy  doloroso  a  la  presión.  Ti 
bien  se  presenta  meteorizado. 

En  la  laparotomía  que  se  efectuó  tres  semanas  después  corría  sangre 
gruzca  del  abdomen,  la  mano  penetraba  en  una  cavidad  profunda  del  161 
hepático  derecho,  llena  de  coágulos  de  sangre  y  fragmentos  de  partlf 
hepáticas.  Curó  a  los  dos  meses. 

Coso  de  Lecerf,— Descrito  por  Adleh   (fr.  vereisiftg  d.  archivs  BerUt 
13  de  julio  de  1891 ;  Deutsche  tned,  vochenschr,  1892,  núm.  2,  pág.  38. 
ración  transpleural.  Curado. 

Caso  de  TiETZE.— Un  níBo  de  siete  años  contrajo  con  una  caída  del  cual 
lo  piso  una  contusión  de  la  cara,  una  fractura  del  brazo  y  muslo.  Dolor  fuer- 
te en  e!  lado  derecho  del  abdomen-  Timpanistno.  Pulso  110,  tenso.  Durante 
tres  días  albúmina  y  glucosa  en  la  orina.  Saltaba  a  la  vista  la  palidez  y  la 
frecuencia  del  pulso  (120  a  130).  A  los  catorce  días  se  presenta  un  tumor 
en  la  región  del  hígado.  Este,  aumentando  de  volumen,  es  muy  doloroso  S 
la  presión.  Exudado  pleural  e  infartos  pulmonares  derechos.  Fiebre  irregular 
y  sin  ictericia. 


I 


.-— y- 1^>-. -•»*«•* >^  •>  ••"* 


—  43  — 


Como  se  había  supuesto  abceso  subf fénico;  al  mes  y  medio  se  le  abrió 
el  séptimo  espacio  intercostal  y  diafragma.  Ningún  abceso.  La  punción  dio 
por  resultado  en  una  profundidad  considerable,  un  quiste  con  un  líquido  acuo- 
so sanguíneo.  Curación  larga  de  tres  meses. 

En  los  boletines  sanitarios  del  ejercita  prusiano  hay  series  de  casos 
no  operados  con  contusión  hepática,  curado^,  y  en  los  cuales,  durante  algún 
tiempo,  el  hígado  o  un  solo  lóbulo  aumentaba  de  volumen  Boletín,  1892-1894, 
página  124;  1899-1900,  ipág.  95).  Probablemente  se  ha  tratado  de  rupturas 
centrales  cerradas,  así  como  en  el  caso  29  de  Hagem  (Atti  dei  XI  Confresi 
Med,  Intemaeionale.  Roma,  94,  Voluraten  IV,  1895,  núm.  25).  Transpleural. 
Curado. 

DoRAk  ha  curado  un  pseudoquiste  unilocular:  quiste  grande  después  de 
un  traumatismo  de  tres  años,  que  ocupaba  el  lóbulo  cuadrado  y  toda  la  mitad 
izquierda  del  lóbulo  derecho,  por  abertura  y  drenaje.  El  quiste  contenía  me- 
dio litro  de  bilis  verde. 

O'CoNNOR  ha  operado  ocho  meses  después  de  un  golpe  recibido  de  un  buey 
un  hematoma  intrahepático  grande. 

Lahr  ha  visto  producirse  una  peritonitis  mortal  a  consecuencia  del  esta- 
llido espontáneo  de  una  hemorragia  enquistada. 

Grasser,  en  la  disertación  de  Oberhofers,  ha  encontrado  supuración  de 
tina  hemorragia  enquistada  que  contenía  tres  secuestros  hepáticos  después 
de  más  de  un  año  de  traumatismo. 

MooR  y  ScHOMLORM  (discrtacióa  de  Daüer)  han  observado  dos  hemorra- 
gias subfrénicas  enquistadas. 

Tratamiento. — En  nuestra  opinión,  el  tratamiento  de  elección  es  el  quirúr- 
gico, sobre  todo  cuando  los  quistes  adquieren  gran  volumen,  pues  la  espec- 
tación  prolongada,  que  puede  conducir  a  la  curación  por  reabsorción  del 
mismo,  entraña  un  peligro  para  el  enfermo  por  las  posibilidades  de  ruptura, 
como  se  ha  constatado  en  varios  casos. 

La  vía  a  elegir  está  supeditada  a  la  localización  del  mismo.  Nuestras  dos 
observaciones  fueron  abordadas  por  vía  transpleuro-diafragmática. 

Se  puede  cerrar  la  brecha  sin  drenaje  después  de  vaciado.  En  nuestra  pri- 
mera observación  dejamos  un  pequeño  tubo  dttrante  cuarenta  y  ocho  horas 
que  no  retardó  la  curación  y  que  permitió  salir  la  última  parte  del  contenido. 
Esta  (precaución  fué  tomada  a  causa  del  gran  tamaño  del  quiste. 

La  anestesia  local  es  suficiente. 

1  H.    G.    MOGENA 


H-  SCHULTZ.— Téonloa  de  la  pslooterapla.  Medicina  Germano-Hispano- 
americana, n&m,  4,  1926.  . 

Psicoterapia  no  quiere  decir  tratamiento  de  los  síntomas  psíquicos,  pues 
nosotros  comprendemos  en  ella  todos  los  métodos  psíquicos  destinados  a 
influir  terapéttticaiiiente  sobre  el  individuo  enfermo.  Puede  ocurrir  que  un 


síntoma  físico  sea  de  origen  tan  acentuadamente  psíquico,  que  únieamente 
rueda  mejorarlo,  o  curarlo— en  los  casos  favorables—,  una  influencia  psi- 
tiuica,  como  podemos  comprobarlo  especialmenic  en  todas  aquellas  enferme- 
dades funcionales,  en  el  amplio  sentido  del  concepto,  ya  se  trate  del  asma, 
de  una  neurosis  cardiaca,  de  jaqueca,  neurosis  gástrica  o  intestinal,  pru- 
lito,  etc.  Mas  también  tiene  considerable  importancia  la  faceta  psíquica  de 
algunas  enfermedades  graves  de  carácter  indudablemente  orgánico,  en  las 
i|ue,  empleada  la  psicoterapia  con  oportunidad,  se  obtienen  tan  sorprendentes 
residtados,  que  no  podemos  menos  de  lamentar  amargamente  que  se  aban- 
done esta  esfera  de  acción  en  manos  de  curanderos  que  saben  sacarla  gran 
provecho.  Como  en  un  articulo  de  cortas  dimensiones  es  muy  difícil  ex- 
plicar toda  la  técnica  de  la  psicoterapia  hemos  de  limitarnos  a  someras  indi» 
raciones  sobre  los  puntos  más  esenciales. 

La  pucDterapia  concebida  en  el  sentido  critico  y  universal  que  sietni 
la  he  concedido  (t),  no  deberá  limitarse  jamás  al'  empleo  parcialista  de 
método,  pues  habrá  de  abarcar  según  el  estado  y  circunstancias  del 
íérmo  la  hipnosis,  la  autosugestión  y  sugestión  a  distancia,  el  tratami 
por  loa  ejercicios  (psicoterapia  racional),  la  psícocatarsís  y  el  psicoanálí 
L-n  sus  distintas  aplicaciones. 

La  técnica  de   la  hipnosis  es  muy    fácil   en   prindpio.    Se   reduce 
sin  forzar  al  enfermo,   provoque  el   médico  un  estado  de  relajación  o 
dono  interno  y  de  pasividad,  con   completa  entrega  de  su  conducta 
sentativa    e    ideatíva    para  que   sea    dirigida    médicamente.    Ya   han 
para  siempre   los  tiempos    de  los    milagros  del  hipnotismo.    Sabemos 
aquella  parte  de   la   hipnoterapia  que  antes   se   denominaba   sugestión 
es  lo  destciro  en  la  conducción  e  influencia  sobre  el  hipnotizado.  Por 
"la  general  no  es  índifrnt  que  el  hipnotizado  se   sumerja  en  un  stieño 
timdo  propiamente  dicho  y  después  no  recuerd;  nada   de  lo  ocurrido, 
tras  permaneció  dormido,  o  que  no  llegue  a  alcan/ar  este  grado  de  su 

Por  regla   general,   sólo  se  persiguen   estados    de    hipnosis   en   a 
5  en  que  queremos  adueñamos'  de  la  sensibilidad  del  sujeto  para 
n:nado5  objetos;  por  ejemplo,  para,  efectuar  operaciones  o  suprimir  el  do! 
m  él  parto,  mediante  la  provocación  de  un  estado  de  hipnosis  pura. 

r  buenos   resultados  duraderos  se  concede   en   la  técnica  general 
s  poco  valor  a  la  profundidad  de  sui'ño  alcanzada  en  cada  seut 
y   en  cambio  s!   que   lo   concedemos    a   la   frecuente   y   suficiente  repetida 
del  tratamiento  hipnótico. 

Los  buenos  resultados  de  la  hipnosis  es  deben  al  trabajo  constante 
de  larga  duración  y  a  pprescíndií;  de  toda  superchería;  nada  de  m^ia 
de  prestidigjtacíón. 

En  algunos  casos  preparamos  la  provocación  de  la  hipnosis  expli 
a  lo9  sujetos  dotados  de  cierta  cultura  el  proceso  del  fenómeno,  adaí 
donos  como  es  consiguiente  a  sui  inteligencia.  Insistimos  cecea,  del  enfi 
en  que  carecemos  de  una  fuerza  poienle  y  misteriosa,  y  (pie  en 
o  tratamos  de  desposeerle  de  su  libre  albedrioj  o  forzársele,  pues 

íi)    Víase  la  obra  del  autor  Seeíischf  KveutienbehcHdlung,  3."  «d., 


1 

mte   ^ 


-45  — 

« 

^ólo  nos  servimos  de  la  hipno$is  para  encontrarnos  ante  un  estado  en  que 
:sea  eficaz  la  sugestión. 

Aclaramos  que  la  sugestión  en  estado  de  hipnosis  es  mucho  más  eñcaz 
«que    la  sugestión   en   estado    de    vigilia,  particularmente    sobre    la  esfera 
somática,  pero  que   el  verdadero   núcleo   de  la   personalidad   escapa  a   su 
influencia,   en   forma   tal,   que  las  sugestiocües  jamas  son   tan   eficaces  que 
mduzcan  a  obrar  en  contradicción  con  la  intima  conciencia  del   individuo. 
Hechas  las   precedentes   aclaraciones,   en   modo   alguno  esperemos,  sino 
-que  hemos  de  proceder  inmediatamnte  a  intervenir  con  la  mayor  naturali- 
•ddd  e  ingenuidad  que  sea  posible.  Esta  parte  de  la  técnica,  la  "prepara- 
ción psíquica",  puede  facilitarla  el  médico  entregando  a  las  personas  cultas 
^bras  apropiadas  para  que  las  lean  (i).  En  los  enfermos  incultos  y  pocos 
inteligentes  nos   limitamos   a   unas   palabras   de   iniciación,    indicando,   por 
ejemplo,    que    mediante  el    sueño    queremos    calmar    los    nervios,    lo    cual 
levanta  las  fuerzas,  alivia  los   dolores,  etc.  Si  la  inteligencia  del   enfermo 
no  es  de  grandes  alcances,  y,  por  lo  tanto,  no  puede  comprender  otra  cosa, 
1^0    tengo   inconveniente    alguno    en    hablarle    de  magnetización,   o   de   un 
tratamiento  mediante  pases  magnéticos,  caso  de  que  esto  sea  lo  que  com- 
l>renda  mejor. 

El  médico  experto  en  el  tratamiento  hipnótico  hipnotiza  sean  las  que 
-sean  las  condiciones  del  medio  ambiente  en  que  tenga  que  ejecutar  su 
trabajo.  Los  colgas  con  poca  práctica  y  experiencia  hipnótica  hacen  bien 
*en  caudir  si  ello  les  facilita  la  provoocación  del  fenómeno,  a  colocar  el 
enfermo  ea  un  cuarto  tranquilo,  poco  iluminado,  sentándolo  en  un  cómodo 
s'llón,  sobre  lo  que  he  de  advertir,  por  ser  lo  que  únicamente  tiene  im- 
portancia, que  cabeze  y  brazos  deben  de  descansar  cómodamente. 

Colocadoi  el  enfermo  en  la /forma  que  acal)amos  de  indicar  se  le  invita 
a  que  mire  fijamente  un  obpeto,  o  los  ojos  del  médico,  comenzado  en- 
tonces nuestras  •  manipulaciones  sugestivas  por  frotes  lentos  y  regulares 
•de  los  brazos,  describiéndole  con  voz  persuasiva  las  sensaciones  que  debe 
-experimentar:  "Permanezca  completamente  tranquilo.  Su  cuerpo  se  volverá 
-poco  a  poco  más  pesado,  cansado  y  caliente.  Observará  cómo  se  fatigan 
los  ojos,  cómo  siente  esta  ligera  presión  que  ejerzo  alrededor  de  los  ojos, 
cómo  los  párpados  se  van  cerrando.  Cada  vez  siente  más  la  necesidad 
-de  cerrar  los  ojos.  Cada  vez  se  sentirá  más  cansado  y  somnoliento.  Está 
usted  completamente  tranquilo,  pesado,  cansado." 

Por  regla  g?eneral,  muy(  pronto  se  cierran  espontáneamente  los  ojos 
del  enfermo,  frecuentemente  después  de  haber  parpado  antes;  caso  de 
tardar  en  producirse  esta  reacción,  pasamos  suavemente  la  yema  del  dedo 
pulgai*  por  la  frente  de  arriba  a  abajo,  empujamos  el  párpado  hacia  abajo 
y  cerramos  el  ojo  del  sujeto  mientras  afirmamos  con  acento  de  convicción: 
** Ahora  se  hallan  los  ojos  fuertemente  cerrados", 

Bien  pronto  observamos  que  el  enfermo  relaja  su  musculatura  y 
tnaatiene  pasivamente  la  actitud  en  que  se  halle  colocado,  en  la  que  per- 
ánanec  tranquilamente  sin  neoesidod  de  cambiar  su  posición  mediante 
inoviinientos  activos.  Se  observa,  con  frecuencia,  que  en  este  estado  de 
tir'paosis  ligera  que  los  enfermos  mantienen  fácilmente  y  sin  fatiga,  durante 
floras,   la  actitud  que  se  haya  impreso  al   cuerpo.   También  desaparece  la 


I 

I 


ni)tí¿li  de  eapacio  y  tiempo,  en  íoima  tal,  que  despertado  e!  sujeto  ai  cabo. 
(fe  cuatro  horas  creen  que  solamente  han  transcurrido  pocos  miautos,  fenó- 
meno' de  gran  importancia  para  utilizarlo  con  objeto  de  interrumipir  hábitos 
nocivos  (nicotoina,  ttiorfina). 

Para  consefruir  grados  más  profundos  de  hipnosis  se  reduce  paulatina- 
mente el  campo  de  la  conciencia  insistiendo  el  médico  en  las  sugestiones : 
"Cada  vez  sentirá  más  sueno,  se  encontrará  más  fatigado.  Ya  no  oye- 
nada  de  lo  que  octirre  alrededor  de  usted.  Ya  no  me  oye  hablar.  Cada~ 
vez  duerme  usted  más  profundamente". 

No    6Ób    tiene    importancia    psicoterápica   el   método    de    provocar    la 
hipnosis,  sino  también,   acaso  mayor,   el   modo   de  despertar  al  sujeto.  La 
técnica   exige    imperiosamente    que    se    borre    completamente    la    huella   Be- 
toda  sugestión    cuya    persistencia   y    actuación    ulterior  no    deseemos,  pucfcj 
en  caso  contrario,  el   individuo  las   conserva   durante   estado   de  vigilia.  Nos^-I 
referimos,  principalmente,  a  las  sensaciones  de  cansacio  y  relajación  mufr;  f 
cular,  que  caso  que  no  se  tas  haga  desaparecer  con  todo  cuidado  durantft  m 
el   sueño,  muchas   veces   provocan   fácilmente  estados,   que  persisten  semanaSi,  J 
enteras,    etc.,   que    he    descrito    detalladamente    en   mi    trabajo   "AteracÍone$.C 
de  la  salud  consecutivas  a  la  hipnosis"    (MAnnoLU),  Halle,  1922). 

Al  emitir  las  aueestiones  deben  éstas  formularse  en  tal  forma,  que  ii  i 
enfermo  se  encaje  en  ellas  realmente.  En  casos  muy  raros  basta  c 
orden  o  prohibición  simple.  Las  sugestiones  deben  de  ser  demostrativas*! 
ly  posibles  de  experimentarse.  Por  ejemplo,  deseamos  que  desapareí 
una  taquicardia  tóxica.  En  la  mayor  parte  de  los  casos  no  bastará 
manera  alguna  con  asegurar  al  enfermo  que  su  corazón  late  tranquilamente 
sino  que  es  necesario  concentrar  la  atención  del  enfermo  sobre  el  feod-l 
meno  de  la  actividad  cardiaca,  mediante  repetidos  e  insistentes  requeri-^a 
mientos  para  que  dirija  !a  atención  en  este  sentido,  con  objeto  de  por^'3 
decirlo  así,  "sensibilizar"  el  corazón.  En  casos  de  esta  naturaleza  poden 
proceder  poco  más  o  menos  del  modo  siguiente:  "Usted  siente,  i 
momento,  las  sacudidas  producidas  par  las  contradicciones  de  su  corazón  t 
plena  actividad,  percibe  claramente  las  pulsaciones  de  su  corazón,  r 
nota  perfectamente  los  latidos,  no  hay  duda  de  que  late  su  corazón...  percibe 
ahora  que  las  pulsaciones  son  más  lentas  y  tranquilas...  aun  muchos  tniftV 
tranquilas,  más  regulares...  continúan  completamente  tranquilas  y  regulaTi>B 
res".  Este  problema  lo  conocían  muy  bien  los  antiguos  hipnotizadores, 
noniinádolo  "redacción  de  la  suficstión"  que,  como  se  comprende,  debe  de-1 
modiñcarse  según  los  c 

Gracias  al  genial  neurólogo  e  investigador  Óscar  Vogt  sabemos,  desde'  1 
1S990,  que  enfermos  juciosos  y  razonables  pueden  ser  educados  para  qnel 
se  provoquen  la  hipnosis  en  su  domicilio,  y,  por  consiguiente,  puedan  titili-  I 
sarla.  Se  le  denominó  método  aiilohipnólico  o  autasagestivo,  por  desgrad&tj 
desacreditado  en  la  actualidad  por  los  profecías  profanos  de  la  escuelai.J 
(te   Nancy  desprovistos  de  juicio  c 

Las  maniobras  sugestivas  generales  desempeñan  en  la  práctica  médica  u 
papel  mucha  más  importante  del  que  creen  muchos  médicas.  En  principiO>fl 
siempre  deben  de  ser  elaboradas  en  forma  de  que  todo  intento  de  ii  ~ 


—  .47  — 

sugestiva  se  relacione  sólo  con  órdenes  racionales  (sugestión  racional  lar- 
irada). 

La   psicoterapia  racional    comprende   todos    los   métodos  médicos  gene- 
rales   educadores    e    instructivos,    prestando    marcado   carácter    pedagógico 
y,  por  tanto,  es  opuesta  a  os  métodos  más  bien  hipnotizados  y  articiales, 
liallándose  basada  sobi^  principios  y  métodos  lógicos. 

,  Poco  podemos  decir  en  pocas  palabras  de  la  técnica  especial  de  estos 
métodos,  por  lo  cual  vamos  a  ocuparnosi  de  una  de  las  ramas  más  jóvenes 
^e  la  psicoterapia,  dd  psicoanálisis. 

El    método   psicocatártico   consiste   en   provocar    un   estado  de   hipnosis 

y  despertar  entonces  los  recuerdos  que,  más  o  menos  subconscientemente, 

'«se  hallan  relacionados    con    los    síntomas    morbosos,   con  objeto   de    des- 

.  prenderlos  de   las  tensiones  emotivas   adheridos   con   los   últimos, a  fin  de 

<\vie  sean  accesibles  a  una  elaboración  consciente.  .  t     , 

Supongamos  que  se  trata  de  un  caso  de  diarrea  nerviosa  en  una  en- 
ierma.  Provocada  la  hipnosis  recordamos  a  la  enferma  el  síntoma  y  la  invi-  ' 
tamos  a  que  nos   comunique   cuantos   recuerdos  se  vayan  despertando.   Por 
regla  general,   primeramente   nos    refiere   los  episodios    de    la    última  crisis 
•que  ha   sufrido,    y   luego,    poco   a   poco,    recuerda   acontecimientos  pasados 
-cada  vez  más  lejanos.  Por  nuestra  parte,  insistimos  para  que  recuerde  más 
acontecimientos,  observándose  que   paulatinamente  se  olvida  la  enferma  de 
repetir  datos  sobre  su  enfermedad  y  que,  al  fin,   se  llaga  a  obtener  datos 
tle  la  sensación  inicial,  poco  más  o  menos  en  la  siguiente  forma:   "Ahora 
ine  encuentro  en  mi  despacho.    Ahora   suena   la  campana...    debo   acercar- 
me al    jefe  porque  siempre  tengo  miedo  de  que  me   reprendan...  el  jefe 
siempre  es  muy  seco  conmigo...  ahora  se  repiten  los  dolores  de  vientre... 
me  acuerdo  en  este  momento  de  cuando  iba  a  la  escuela...  desearía  salir  al 
retrete,  pero  temo  pedir  permiso...  tengo  dolores  de  vientre." 

En  realidad  se  observa,  con  mucha  frecuencia,  que  síntomas  comple- 
^l^mente  orgánicos  desaparecen  en  el  momento  en  que  se  comprueba  y 
rsuelve  el  complejo  psíquico  a  ellos  unido.  La  psicoctarsis  debe  efec- 
"tuarscí  en  estado  de  hipnosis  ligera,  no  en  estados  profundos  acompañados 
de  amnesia,  pues  en  este  caso  sabemos,  por  experiencia,  que  la  amnesia 
acarrea  frecuentemente  falseamiento  de  los  recuerdos. 

El  psicoanálisis  propiamente  dicho  persigue  a  misma  finalidad  que  la 
psicocatarsis,  pero  en  estado  de  vigilia.  Por  esta  causa  es  muy  frecuente 
tjue  los  síntomas  sean  más  rebeldes  por  hallarse  relacionados  con  cualquiera 
•aspiración  de  la  subconsciencia.  Por  ejemplo,  un  paciente  no  puede  co- 
mer porque  el  movimiento  de  la  boca  y  de  la  lengua  se  hallan  relacionados 
•en  la  subconsciencia  con  las  prohibitivas.  El  individuo  se  halla  firmemente 
persuadido  de  que  a  él  no  le  está  "permitido**  sanar,  porque  subconsciente- 
mente desea  la  enfermedad  y  la  muerte  de  individuos  odiados.  No  puede 
ponerse  de  acuerdo  con  su  cónyuge  porque  subconscientenrente  no  puede 
-desligarse  de  sus  padres.  El  objto  perseguido  por  el  psicoanálisis  es  descubrir 
estas  ideas   subconscientes  y  guiar   su  elaboración  consciente. 

Los  principios  técnicos  del  psicoanálisis  son  muy  simples:  según  las 
*  reglas  psicoanalíticas  *'  no  es  preciso  que  los  enfermos  conversen  con 
pensamientos  y  recuerdos  sin   juzgarlos   ni  que   falte   detalle. 


—  48  — 

lA  experiencia  nos  dice  que  en  este  experimentó  de  "asociación  lit>re'^ 
se  detiene  el  individuo  precisamente  cuando  la  imaginación  roza  BtíMh- 
Clones  át  eipedal  importancia.  La  totalidad  de  los  conflicto^  que  el  Indi-^ 
viduo  ha  tenido  con  «1  medio  «e  deiiarrollftñ  de  ette  modo  en  el  campcK 
de  ia  conciencia,  ^ea  la  vida  instintiva  en  su  forma  primitiva  o  lunpUadt^ 
(SiGMUND  Freund),  O  el  valor  y  combatividad  «n  la  vida  social  (Altiúb^ 
ADLES)  o  el  cmicepto  del  mundo  y  el  desaffollo  psíquico  (C,  G.  Jvkg)  <v 
todos  eftos  conflictos  y  alifunos  otros  que  acepta  el  autor.  Esperamoofc. 
ocupamos  en  otro  trabajo  de  algunos  puntos  de  la  técnica  psicoanalitica  (t)«.. 

j »  aa* 

(l)    Véase  la  obra  del  autor  Manual  de  Técnica  Psicoterápica,  Berlín^ 
Fischer»  1924. 


archivos  de  medicina 
cirugía  y  especialidades 

Tomo  XXV  g  ^   octubre  de  1 926  JV*^  YIL 


OONOCimiÉNTOS    RECIENTES    SOBRE    LA    ETIOLOGÍA    DE 

LA     ESCARLATINA 

por 

Aoh  lile      Urbal  n 

del  Instituto  Pastear 


Las  investigaciones  sobre  el  virus  de  la  escarlatina  han  sido 
objeto,  durante  estos  últimos  años,  de  numerosos  trabajos,  prin^ 
cipalmente  por  parte  de  los  bacteriólogos  italianos  y  americanos. 
Lb  etiología  de  esta  afección  ha  sido  considerada  de  una  manera 
muy  diferente  por  estos  últimos  autores. 

La  escuela  ilialiana,  con  Di  Cristina,  Caronia  y  Sindoni,  De 
v'^iLLA,  PollitzEr,  etc,  admiten  que  el  agente  patógeno  de  la  es- 
carlatina es  el  diplococo  de  Di  Cristina,  germen  muy  pequeño, 
que  se  encuentra  en  el  límite  de  la  visibilidad.  Parece  que  este  mi- 
crobio se  encuentra  sien^re  en  la  sangre,  medula  ósea  y  líquido 
cefalorraquídeo  de  los  escarlatinosos  en,  período  exantemático,  y 
<|Uie  no  se  encuentra  en  los  sujetos  curados  o  convalecientes  de  es- 
carlatina, ni  en  los  sujetos  sanos.  Sólo  brota,  en  estricta  anaercf- 
biosis,  en  el  medio  complejo  de  Tarrozzi  Noguchi,  que  contiene 
líquido  de  ascitis  y  fragmentos  de  órganos  de  cobaya  o  de  conejo. 

La  inoculación  intravenosa  de  cultivos  del  diplococo  de  Di 
Cristina  a  conejos  provoca  una  enfermedad  caracterizada  por 
adeilgazamiento,  enrojecimiento  de  la  piel  y  mucosas  y  descama- 
ciones. Puede  manifestarse  una  enfermedad  muy  parecida  en  este 
mismo  anknal  por  la  inyección  intravenosa  de  sangre  de  escarla- 
tinosos en  período  agudo. 

En  am.bos  casos  la  enfermedad  experim-ental  de  los  conejos  de- 
pende de  un  microorganismo  idéntico  al   aislado  en  los  escarla- 

tincísos. 

•     CaÁONia  y  SiWdOni  parece  q¡ue  han  conseguido  provocar  una 

cscárlstíína  típica' en' cinco  niños  convalecientes  de  sarampión  por 


—  so- 
la incKulación  subcutánea  de  cultivos  de  génueiies  aislados 
teiiieiite. 

Las  reacciones  de  aglutínadón  y  de  desviación  de!  complemen- 
ta efectuadas  con  él  suero  de  enfermos  o  de  convalecientes  de  es- 
carlatina, o  con  suero  de  animales  infectados  experimental  mente,, 
dan  resultados  positivos  en  presencia  de  un  antigeno  constituido  por 
una  emulsión  de  gérmenes  de  Di  Cristixa.  Y  cosa,  todavía  más 
curiosa:  el  suero  de  los  escarlatinosos,  o  de  los  conejos  infectados, 
fija  el  complemento  no  sólo  en  presencia  de  esta  emiüsión  micro- 
biana, sino  también  frente  a  un  aiitigeno  constituido  por  escamas 
de  escarlatinosos. 

Según  Caronia  y  Sikdoni,  el  microorganismo  de  Di  Crist.na 
pasa  seguramente  en  un  periodo  determinado  de  su  vidfe  por  una. 
tase  ultramicroscópica,  porque  han  podido  obtener  este  germen 
partiendo  del  filtrado  de  mucosidad  faríngea  de  enfermos  e  in- 
cluso deÜ  filtrado  de  los  cultivos. 

Por  medio  de  cultivos  de  este  microbio  los  autores  ita]iano»_ 
habrían  obtenido  una  vacuna  cuyo  valor  profiláctico  estaría 
firmado  por  algunas  estadísticas,  y  en  particular  por  las  de  Slj 

IJONl,   PfATTtl.r,   jACOItOVICS,   ROMANO.   CtC. 

Por  último,  De  Villa,  Polutzek  y  Rapisardi,  inyectando 
el  dermis  pequeñas  cantidades  de  emulsiones  de  cultivos  muertos 
o  fiitrado  de  cultivo,  obtienen  en  muchos  niños  que  no  han  sufrido 
la  escarlatina  una  reacción  especial,  que  se  caracteriza  por  el  enro- 
jecimiento e  infiltración;  esta  reacción  no  aparece  en  los  sujetos 
convalecientes  de  escarlatina  o  curados  de  esta  afección  desde  hace 
algún  tiempo. 

Estas  investigaciones,  aun  cuando  muy  minuciosas  y  bien 
rígidas,  no  parecen  haber  convencido,  fuera  de  Italia,  a  muí 
bacteriólogos. 

Por  mi  parte,  en  el  curso  de  experimentos  todavía  inéditos  ul 
liíando  la  técnica  de  Di  Cristina,  no  he  podido  obtener,  partiei 
de  la  sangre  de  escarlatinosos,  hemocultivos  positivos. 


ano^^ 
c(d^| 


En  oposición  con  las  investigaciones  de  la  escuela  italiana, 
sabios  americanos  DocHíiz,  G.  F.  EírcK,  G.  H,  Dick  y  Zingher, 
"  etcétera,  admiten  que  el  estreptococo  hemolítíco  aislado  de  las  le- 
siones escarlatinosas  es  el  agente  patógeno  de  la  escarlatina.  He 
aquí   resumidas   las  principales   conclusiones  a  que  lian   lle|_ 
Existe  una  raza  específica  de  estreptococos  heraolíticos  aislados  i 
la  garganta  o  de  las  lesiones  escarlatinosas.  Si  se  inocula  al  hoi 


—  51  — 

bre  o  a  los  animales  un  ailtivo  de  estos  estreptococos,  se  provoca 
la  aparición  de  la  enfermedad.  En  los  sujetos  receptivos  la  toxina 
obtenida,  por  la  filtración  de  los  cultivos  del  estreptococo  escarla- 
tinoso  provoca  todos  los  síntomas  de  la  escarlatina  y  los  inmuniza, 
inyectada  en  el  dermis,  diluida  al  i  por  i.ooo,  o  más,  esta  toxina 
da  lugar  a  una  reacción  positiva  en  mis  sujetos  receptivos  (reac- 
ción de  Dick),  y  no  provoca  ninguna  reacción  en  los  sujetos  no 
receptivos:  convalecientes  o  curados  de  escarlatina,  etc.;  es  decir, 
en  aquellos  cuyos  humores  contienen  una  antitoxina  capaz  de  neu- 
tralizar in  vivo  la  toxina  escar latinosa,  (i) 

Además,  el  suero  de  los  convalecientes  o  de  los  sujetos  inmu- 
nizados por  la  toxina,  así  como  el  de  los  animales  tratados  por  el 
estreptococo  hemoütico,  neutraliza  la  toxina  estreptocódca  in  vi" 
iTO,  Por  último,  el  suero  de  caballo  inmunizado  con  el  estreptococo 
escadatinoso  influenciaría  muy  favorajblemente  el  desarrollo  de  la 
escarlatina. 

Basándose  en  estas  observaciones,  consideran  los  autores  ame- 
ricanos la  escarlatina,  como  una  toxemia  y  no  como  ima  septicemia 
debida  a  un  virus  filtrable.  Para  ellos,  el  estreptococo  hemolítico 
cscarlatinoso  sería  el  agente  específico  de  esta  afección. 

*  *  * 


Consecutivamente  a  estos  importantes  trabajos  muchos  bacte- 
riólogos de  todos  los  países  han  confirmado  o  rechazado  las  in- 
>estígaciones  de  los  sabios  americanos  sobre  el  estreptococo  escar- 
}atinoso. 

^Chr.  Z,oellEr  ha  introducido  en  Francia  la  reacción  Dick  y 
buscado  la  confirmación  de  la  teoría  americana  sobre  la  etiología 
ae  la  escarlatina.  Si  bien  en  el  conjunto  y  la  mayoría  de  los  casos 
los  hechos  recogidos  por  este  autor  concuerdan  con  la  hipótesis  dd 
papel  patógeno  dd  estreptococo,  existen  también  algunos  casos 
discordantes,  que  sólo  podrán  ser  explicados  por  nuevas  investi- 
gadones.  Zoeller  ha  demostrado  que  en  la  raza  amarilla  la  r€H 
accíón  de  Dick  es  rara  vez  positiva,  cosa  que  va  de  acuerdío  con 
la  noción  epidemiológica  de  la  inmunidad  de  los  amarillos  hacia 
la  escarlatina. 

Recientemente  Charles  Nicolle,  E.  Conseil  y  P.  Durand 
habrían  reproduddo  la  escarlatina  en  un  sujeto  voluntario  por 

(i)  Aquí  se  trataba,  pues,  de  una  reacción  de  receptividad  hada  la  es- 
carlatina, oamparable  a  lo  que  es  la  reacdón  de  Schick  para  la  difteria. 


i 


una  inoclílacióii  inlraamigdalina  de  un  cultivo  de  eatrepvtococo 
lado  de  un  caso  de  escarlatina. 

Por  dio  llegaron  a  la  conclusión  de  que  el  estreptococo  escar- 
laíínoso  es,  en  efecto,  e!  agente  de  esta  afección.  "Toda  discusión 
'resulta  inútil  a  cstc  respecto",  dicen,  y  la  vacunación  preventi' 
contra  esta  enfermedad  se  impone,  por  consemencia,  en  las  coa- 
iliciones  formuladas  por  G.  F.  Dick  y  G.  H.  Dick. 


I 


Algiuios  sabios  polacos:  Brokman,  Fiíjgin,  Herzfeld,  Mayz- 
nEr  y  pRzESMiCKi,  lian  controlado  los  resultados  de  las  experien- 
cias de  los  autores  italianos  y  americanos  iitiiizatido  sus  técnicas. 

En  una  primera  serie  de  investigaciones  han  practicado 
acción  de  Dick  eu  seiscientas  personas,  y  lian  confimiado  ciertas 
conclusiones  de  los  sabios  americanos :  sensibilidad  a  la  toxina  del 
estreptococo  escarlatinoso  de  los  sujetos  respectivos,  aparición  de 
la  antitoxina  en  el  organismo  de  tos  convalecientes,  aparición  de 
!a  enfermedad  únicamente  en  las  personas  sensibles  a  la  toxina,  et- 
cétera. Por  último,  de  cuarenta  y  un  sujetos  inoculados  con  lii 
ttucina  con  las  dosis  indicadas  por  Dick,  treinta  y  tres  han  sido  in- 
munizados. 

Luego,  con  el  fin  de  estudiar  el  parentesco  biológico  que  pu- 
diese existir  entre  el  estreptococo  escairlarinoso  y  el  germen  de  Di 
(Jristina,  los  autores  han  utilizado  dos  métodos :  el  de  las  reaccío- 
ijes  cutáneas  y  el  de  la  imiiuiiidad  cruzada. 

Primero  han  comparado  los  resultados  proporcionados  por  las 
reacciones  de  De  Villa  y  de  Dick.  Observaron  que  en  cincuenta 
casos  en  que  se  efectuaron  simultáneamente  estas  reacciones  si^o 
se  obtuvieron  resultados  positivos  concordar.tes  tres  veces.  Por  úl- 
timo, en  catorce  casos  en  que  han  empleado  para  la  inmunización 
!a  vfijcuna  italiana,  quedaron  sorprendidos  al  observar  la  aparición 
de  la  antitoxina  estreptocócica  en  ocho  de  ellos. 

Por  ello,  en  una  segunda  serie  de  experiencias  han  buscado  cuál 
podria  ser  la  relación  que  parecía  existir  entre  la  vacuna  de  Ca- 
KONiA  y  el  estreptococo  escarlatínoso. 

La  vacuna  italiana  está  constilfuida  por  im  cultivo  deí  germen 
<X^  Di  Cristina  en  medio  Tarozzi-'Noguchi.  Aliora  bien,  este  nie- 
_3iQ  contiene  líquido  de  ascitis  y  tejido  animal  machacado :  bazo,  hí- 
gado o  riñon  de  cobaya  o  de  conejo.  ¿Qué  es  lo  que  producía,  la 
aparición .  de  la  antitoxina  estreptocócica  después  de  la  inyección 
de  la  vacuna  de  CarOnia?  ¿Eran  los  gérmenes  o  las  partes  consr 
lituyentes  del  medio?  He  aquí  muy  condensados  los  resultados  que 


„-  H 


—  sa- 
lían obtenido  lo§  ^.utores  polacos  en  el  curso  de  sus  investigacio- 
pes:  el  suero  de  conejos  inmunizados,  bien  con  el  medio  TAR0Z2ti-' 
íSOGUCHi   '*no  sembraba*' y  bien  con  !a  vacuna  antiescarlatiñosát,  • 
ag-hitina  en  ambos  casos  a  la  misma  proporción  (de  i  por  646  a 
I  por  2.560)  eí  estreptococo. 

Lo$:  sujetos  que  tienen  reacción  Dick  positiva  inmunizados  con' 
la  vacuna  o  con  d  medio  de  ^cdltivo,  presentan  ulteriormente  una' 
reacción  de  Dick  n^ativa  y  su  suero  aglutina  el  estreptococo. 

El  suero  de  dos  conejos  vacimados  con  la  ascitis  del  medio  Ta- 
Rüzzi-NoGUCHi  no  lia  aglutinado  el  estreptococo  escárlatinoso. 

Por  último,  el  suero  de  conejo  inmunizado  con  la  vacuna  antiés- 
carlatinosa  o  con  ios  órganos  machacados  de  Cobaya  neutraliza  in 
viiro  la  toxina  esfreptocócica. 

Resultaría,.  piie$,  de  estas  experiencias  que  los  anticuerpos  que' 
aparecen  consecutiva/mente  a  las  inyecciones  de  la  vacuna  de  Cá- 
KüNiA,  se  hallan  únicamente  bajo  la  dep!en4encia  de  los  órganos  d¿' 
cobaya  que  c(>ntíen^  esta  vacuna  y  no  tienen  ninguna  especificidad 
hacia  el  estreptococo  escárlatinoso.  No  se  puede  uno,  pues^  fundar 
en  su  presencia  para  decir  que  existe  un  parentesco  biológico  entre 

este  germen  y  el  diplocooo  de  Di  Cristina, 

■  » 

*  *  * 

¿  Qué  conclusión  debemos  aprovechar  de  esta  larga  nota  ?  ¿  A  qué' 
agente  atribuir  exactamente  la  escarlatina? 

Fuera  de  los  sabios  italianos  no  parece  que  el  diplococo  de.  Di 
Cristina  sea  considerado  por  la  mayoría  de  los  bacteriólogos  como. 
el  germen  especifico  de  esia  enfermedad. 

Por  otra  parte,  el  origen  estreptocócico  de  la  escarlatina  está 
lejos  de  ser  admitido  por  todos  los  autores  que  se  han  ocupado  de 
la  cuestión.  Los  mismos  G.  F.  Dick  y  G.  H.  Dick  han  conferido 
la  enfermedad  utilizando  dos  grupos  diferentes  de  estreptococo  he- 
molítíoo. 

Además  no  siempre  es  posible  reproducir  la  escarlatina  con  el 
estreptococo  hemolitíco,  aislado  de  la  garganta  de  los  enfermos. 
Por  el  contrario,  Grunbaum,  Casagrandi,  Cantacuzéne,  Ber- 
NHARDT,  Landsteiner,  Levaditi  y  Prasek  han  conseguido  pro- 
vocar la  escarlatina  en  monos  uitilizando  sangre,  líquido  pericar- 
díaco  y  moco  fáríng-eo  tomado  de  los  enfermos.  Bétrnhardt  ha 
probado  de  una  manera  segura  la  filtrabilidad  del  virus  escárla- 
tinoso. ,.  . 

Recientemente  Zlatogoroff,  Derkatsch  y  Nasledyschewa 
han  coníiTmado  que  el  agente  susceptible  de  provocar  la  esca.Tlatóxv^ 


p.Nperi mental  se  cncu-eiitra  en  la  cavidad  bucal,  la  sangre  y  los 
ganos  internos  de  los  enfermos,  y  que  atraviesa  los  filtros  (vil 
íiitrable).  Esta  enfermedad  experimenta!  pusde  ser  reproducida 
sólo  por  este  virus  filtrable,  sino  también  por  el  estreptococo  he- 
moHtico  aislado  de  los  mismos  producios  patológicos,  teniendo  el 
virus  escarÜatinoso  el  poder  de  fijarse  .sobre  este  germen  y  de  con- 
lerirle  así  las  cualidades  antigenas  observadas  por  los  autores. 

Cantacuzéne  y  Bonciu  han  hecho  observaciones  semejantes. 
Poniendo  en  contacto  de  un  filtrado  de  orina  o  de  exudado  farín- 
geo tomado  de  un  es  car-latinos  o,  un  estreptococo  banaj  le  hacen 
susceptible  de  ser  aglutinado  por  el  suero  de  un  escarlatinoso.  Todo 
pasa,  dicen  estos  autores,  como  si  este  gemien  encontrase  en  estos 
filtrados  algtmos  dementes  específicos  absorbibles  capaces  de  cor 
ferirles.  después  de  la  absorción,  una  agliitinabilidad,  que.  por 
dem/is,  persiste  hereditariamente. 

R.  Martin  y  A.  Lafaille  han  confirmado  enteramente 
hechos.  Además  han  observado  que,  colocando  otros  microbios  (< 
tafilocooo,  bacilo  pseudo-diftérico,  bacilo  de  Ekerth)  en  condicio- 
nes de  cultivo  idéntico,  podíaii  adquirir  las  niisraas  proipiedadea,  y 
que  se  volvían  aglutinables  por  el  suero  de  convalecientes  de 
carlatina. 

Para  concluir,  admitiremos,  pues,  que  el  agente  de  la  escat 
tina  es  iin  virus  filtrable,  desempeñando  el  estreptococo  hacia  eí 

ÁS  el  pape!  que  desempeña  el  estafilococo  hacia  d  virus  afti 
(Vallée). 

Este  papel  de  vector  del  virus  de  la  escarlatina  parece  que 
Kén  pertenece  a  otros  microbios. 

¿Pertenece  también  al  germen  de  Di  Cristina?  La  experii 
Lidón  ha  de  demostirarlo. 


bibliografía 


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—  55  ~ 

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lXXXII,  1924,  núm.  4,  p.  265  et  301;  t.  LXXXII,  1924,  núm.  7;  ton» 
1 XXXII,  1924,  núm.  16;  t.  LXXXIII,  1924,  núm.  2. 

Di  Villa:  Pediatría,  1924,  núm.  11. 

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DocHEZ,   Avery   et   Lancefield:   Joum.   ^xper.   Med.,  t.    XXX,    1919, 

1.  179. 

Grunbaum:  Brít,  med.  Joum.,  1904. 

Jakobovics:  Orvosí  Hetílap,  11  mai  1924. 

Landsteiner,  Levaditi  et  Prasek:  C.  R.  Soc.  Bíol,  t.  LXX,  191 1, 
j.  641  et  C,  R,  Acad.  Se,  i  mai  191 1,  p.  1.190. 

Martin  et  Lafaille  :  C,  R.  Soc.  Bíol,  t.  XCV,  1926,  p.  284. 

Nicolle  (Ch.),  Conseil  (E.)  et  Durand  (P.)  :  C,  R.  Acad.  Se,  26  avril 
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Piatelli:  Policlínico,  núm.  18,  1924. 

Pollitzer:  Présse  Medie,  27  déc.  1924,  p.  1.034. 

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S1NDON1:  Pediatría,  núm.  16,  1923;  núm.  5,  1924;  núm.  8,  1924;  Riñas- 
•censa  medica,  núm.  s,  1924. 

Zingher:  Proc.  Soc.  exper.  Bíol.  a.  Med.,  1924,  pp.  293,  385,  508;  Joum. 
Amer.  med.  Assoc,  núm.  6,  1924. 

Zlatogoroff,  Derkatsch  et  Nasledyschewa  ;  Centr.  f.  Bakt,  Orig,, 
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Zoeller:  Bull  Soc,  med.  Hóp.,  12  déc.  1924  et  mars  1925;  Soc.  Med. 
publ.  et  Génie  sanit.,  28  janv.  1925;  C.  R.  Soc.  Bíol.,  13  déc.  1924;  31 
janv.  1925;  7  fév.  1925;  20  avril  1925;  6  juin  1925;  6  mai  1926;  Présse 
Medie,  13  janv.  1926. 

(Escrito  expresamente  para  Archivos  de  Medicina,  Cirugía  y  Espe- 
cialidades). 


Cuando  Faiíraeus  comunicó  a  la  Asamblea  de  CiriijáS 
Estocolmo  la  llainada  reacción  que  lleva  su  nombre,  señaló  sui  uffi 
lidad  en  clínica  para  el  diagnóstico  del  embarazo;  pero  pronto  b 
'.  icieron  observaciones  que  pusieron  de  manifiesto  la  falta  de  í 
pecificidad  de  la  reacción;  procesos-  genitales  ajenos  al  embarazo 
I  ijflamaciones,  tumores  malignos,  etc.),  o  extragenilaJes  fiii[a:,:iij- 
nes,  titberculosis  pulmonar  en  ciertos  estados,  anemias,  enfermedad 

"entoj.  E.  Cesari  propuso  el  primero  el  empleo  de  la  sedinKjnta- 
'  don.  Algunos  datos  referentes  a  esta  cuestión  son  bien  antiguos 
/.Hipócrates).  HunteR  estudió  el  fenómeno;  más  tarde,  con 
Hewson,  se  adelantó  en  el  e se laTes:! miento  científico  de  la  cue^  ~ 
tion;  luego  Johan  Muller,  Nasse  complementaron  estos  coik 
cimientos,  E.  Cesari  propuso  el  primero  el  empleo  de  1e 
lorreacción  en  veterinaria.  Fahraeus  la  aplicó  a  ia  patología  huí 
mana,  y  él  y  LtNzenmeier  vulgarizaron  !a  reacción. 

Los  hemalíes,  su  •■-pendidos  en  el  plasma,  tienen  tendencia  c 
dimentar  reuniéndose  en  grupos  o  agregadcs  de  diferentes  tat 
ños  que  se  disponen  en  forma  reticular.  Por  los  espacios  que  lift 
tan  las  mallas,  discurre  el  plasma  en  dirección  contn^ia  a  la  de  i 
mesa  descendente  de  eritrocitos.  La  formación  de  los  agregad^ 
guarda  relación  con  la  velocidad  de  sedimentarse  la  masa  sangt 
nea. 

Como  factores  preponderantes  de  ¡a  agrupación  y  prectpitai 
se  han  señalado  la~s  variaciones  ocurridas  en  el  plastna  o  las  » 
ficaciones  del  hematíe.  Parece  deducirse,  resumiendo  la   cuestión, 
,iíiíe  en  el  plasing.  reside  /p  causa  primaria  de  la  reacción,  por  ¡os  . 


—  57  — 

trabajos  de  Fahraeus,  Linzenmeier^  Maccaburini^  Oettingen^ 
etcétera.  Nosotros  hemos  repetido  las  experiencias  de  Maccabru' 
.\j,  prescindiendo  en  ellas  del  factor  plasmático  y  comprobando 
un  marcadisimo  retraso  en  la  sedirmntación,  Mendaza  y  Vega 
Hazas,  estudiando  el  papel  que  ctmbos  factores  juegan,  conclu^ 
yen  que,  ''para  una  misma  cantidad  de  hematíes*'  el  plasma  tiene 
la  mayor  importcmcia.  Sin  embargo,  el  factor  hematíe  ha  de  te^ 
ncrse  en  cuenta.  Descubierta  su  influencia  en  la  antigüedad,  fué 
confirmada  por  Nasse,  Fahraeus,  etc.,  quedando  demostrado  que 
íttw  disminución  en  la  cifra  de  hem^atíes  de  un  millón,  dupUca  la 
velocidad  de  sedimi/entación.  Si,  por  el  contrarío,  aumenta  el  nú- 
mero  el  eritrocitos,  entonces  sobreviene  un  alargamiento  en  el  tienp 
po  de  la  sedimentación.  .... 

Se  da  una  importancia  grande  al  aumento  en  el  plasma  de  las 
flucciones  globulina  (Fahraeus,  Salomón)  y  fibrinógeno  (Star- 
UNGÉR,  Gramm,  Linzenmeier),  substancias  que  elevarían  la  vis^ 
cosidad  plasmática,-  Se  han  relacionado  estas  variaciones  aibumi- 
iioideas  con  la  carga  eléctrica  del  hematíe.  La  repulsión  de  los  eri- 
trocitos seria  función  de  su  potencial  eléctrico,  a  su  vez,  en  reía- 
i  ion  con  Ice  carga  de  las  substancias  absorbidas  en  su  superficie, 
i^l  disminuir  la  carga  déctrica  del  hematíe,  debido  a  una  adsorción 
superficial  de  fibrinógeno  y  globulina  (substancias  de  punto  iso» 
déctrico  más  próximo  al  punto  neutro  que  ei  de  tas  albúminas) 
ocurre  el  apüamdento  de  los  hematíes  y  su  sedimentación,  jugando 
también  un  papel  en  la  agregación  la  fuerza  de  adherencia  de  las 
^^-ibstancias  viscosas,  como  ha  quedado  demostrado  por  los  tra- 
^0?  de  Weste!rgreen,  Hober,  Linzenmeier  y  Mónd. 

Se  han  señalado  también  en  el  fenómeno  las  influencias  de  la 
colesterina  (Kurten)  y  la  lecitina  (Linzknmeier,  Gyorgy),  así 
(-omo  del  contenido  calcico  y  del  cloruro  sódico  del  plasma,  a  ten- 
sión del  oxígeno  y  del  anhídrido  carbónico j  la  cantidad  de  azúcar, 
etcétera.  Se  relaciona  el  fenómeno  con  el  grado  de  dispersión  mi- 
celar  de  los  albuminoides  del  plasma.  El  aumento  de  la  globulina 
y  d  fibrinógeno,  de  no  tan  fina  dispersión  como  fas  albúminas, 
^ae  por  consecuencia  una  tendencia  a  la  fheuhción  que  se  tradu- 
cifn  por  ima  mayor  velocidad  en  la  precipitación  de  los  hematíes. 
í í»  cambio,  el  predo/mmio  de  las  albúminas  estabiUza  el  plasma  y 
sobreviene  un  alargamiento  de  la  velocidad. 

Síntesis :  Se  conocen  algunas  influencias  que  intervienen  mo- 
edificando  la  reatcióñ.  El  hecho  primario  parece  residir  en  el  pías- 
^if(i  cd  Ocurrir  /ay  ^modificaciones  tisulares,  con  el  predominio  en-^ 
tonces  de  las  fracciones  albuminoides  fibrinógeno  y  globulifia. 


UDSEKVACIONES    CLÍNICAS 


Debemos  recordar  que,  dentro  d&  tos  limites  de  la  normalidad, 
existen  amplias  oscilacionjes  (Ghagert),  y  que  la  sangre  de  mujer 
sedimenta  con  más  rapidez  que  la  del  hombre.  Una  velocidad  más 
rílardada  que  la  considerada  como  fisiológica,  no  debe  interpretar- 
se como  indicadora  de  un  proceso  patológico,  salvo  las  insuficien- 
cias hepáticas  y  las  diátesis  exudativas  infantiles.  Puede  consi- 
derarse un  valor  anormal  en  la  mujer  un  tiempx)  de  menos  de  i6o 
a  i8o  minutos  (notación  Línzenmeiek)  ;  en  el  hombre,  de  seis 
horas.  Durante  el  dia  se  producen  algunas  oscilaciones.  La  peque- 
ña aceleración  que  se  dice  e.xiste  en  la  menstruación,  no  es  acep- 
tada por  todos.  En  lo  que  haioe  referencia  a  la  influencia  de  las 
comidas,  pracficanios  la  extracción  de  sangre  en  ayunas  y  la  re- 
acción de  17°  a  20°  centígradas,  ya  que  la  temperatura  tiene  in- 
fluencia en  el  distinto  grado  de  velocidad.  La  técnica  y  la  notación 
empleadas  por  nosotros  han  sido  las  de  Linzenmeier. 

Con  una  jeringa  de  i  c.  c.  que  contiene  0,2  de  solnciótt  de  ct- 
fato  sódico  al  4  por  100,  se  extrae  sangre  de  una  de  ¡as  medianas 
del  antebrazo  hasta  completar  el  centímetro  cúbico;  la  mésela  debe 
hacerse  con  cuddado  y  sin  agitar.  Ha  de  disponerse  de  tubos  de  vi- 
drio especiales,  de  4  mm.  de  diámetro  interior  y  de  6,5  cnt.  de  al- 
tura, la  correspondiente  arce,  esíá  marcada  con  la  división  O 
por  debajo  de  esta  indicación  y  a  la  distancia  respectiva  de  6  mi- 
límetros están  marcadas  las  divisicmes  6,12  y  18.  En  estos  tubos 
s€  verterá  la  sangre  citratada,  cuidando  de  que  permanezcan  ver- 
tírales  e  inmóviles  en  el  portatubos  en  tanto  dure  la  reacción,  le- 
yendo los  tiempos  que  tarda  el  limite  hemático  en  ¡legar  a  estas 
divisiones,  o  mejor  y  más  sencillamente,  puede  esperarse  a  que 
coincida  can  la  división  18,  expresando  entonces  en  minutos  el 
tiempo  de  la  reacción. 

En  Tisiologia,  hemos  practirado  !a  reacción  en  enfermos  con 
distintas  localizaciones  de  la  infección,  la  mayoría  de  ellos  tuber- 
culosos pulmonares.  En  gran  número  de  los  historiados  se  ha  se- 
guido la  evolución  dei  mal  lo  mismo  en  los  sometidos  a  tratamiento 
higiénico  como  en  los  que  se  ha  empleado  el  neumotorax,  la  sano- 
ciisina,  eto.  En  los  casos  de  tuberculosis  activa  ha  existido  una 
aceleración  que  se  relacionaba  con  la  gravedad  deí  proceso.  El  au- 
mento de  velocidad  se  ha  manifestado  más  intenso  en  nuestros  ca- 
so? de  tuberculosis  puíníonar.  En  la  forma  úícerocasoosa.  con  ha- 
llazgo de  bacflos  de  Kocli  en  el  esputo  y  fiebre  de  38"  y  39"  hemos 


—  50  — 

encontrado  tiempos  variabltes  según  la  extensión  e  intensidad  del 
padecimiento  de  12  a  45  miniítos. 

No  creetnos  que  tenga  influencia  en  la  velocidad  el  que  la  lesión 
^ea  abierta  o  oeraiada,  porque  en-  eníermos  con  tuberculosis  pul- 
monar crónica  fibrosa,  también  oon  el  hallazgo  del  bacilo  de  Koch 
y  fiebre  de  37''  a  38"*,  el  tiempo  llegó  \a  55  y  130  minutos.  En  las 
tubenculosis  pulmonares  incipientes,  el  tiempo  de  la  reacción  es- 
taba abreviado.  En  enfermos  con  pleuritis  tuberculosa  con  derrame 
^seiTpfiíbriniaso,  el  tiempo  fué  dte  25  a  82  minutos;  pero  debe  con- 
signarse que  en  algunos  de  estos  casos  existían'  también  signos 
pulmonares  de  lesión.  En  la  peritonitis  tuberoulosa  el  tiempo  in- 
vertido fué  de  25  a  50  minutos.  En  el  lupus  tuberculoso,  alguno 
^XMi  lesión  pulmonar,  variaba  el  tiem-po  de  38  a  56  minutos.  Con- 
signamos los  tiempos!  enoontradlos  sin  pretender  crear  limites  se- 
f^m  la  localización  del  proceso.  No  hemos  hallado  casos  de  tu- 
"berculosis  pulmonar  manifiesta  con  tiempos  normales,  que,  sin  em- 
bargo, se  citan  (Zadek,  Petschacher),  aceleración  que  tampoco 
^se  demuestra  en  la  caquexia  y  la  agonía. 

Donde  la  vekxádad  de  precipitalción  ha  servido  de  verdadera 
lutiHdíad  practicándola  i^epietidamente,  ha  sido  al  seguir  la  evolución 
•de  una  tuberculosis  somietida  a  los  tratamientos  médico  (higiénico, 
sanocrisina),  o  los  quiráirgicos  (neumotorax).   En  una  comiunica- 
•ción  de  Ibs  señoties  R,  Mata^  Viar  y  uno  de  nosotros  a  la  Acadte- 
Tilia  de  Ciencias  Medicáis  de  Bilbao,  citábamos  varios  casos  some- 
tidob  a  tratamiento  por  la  sanocrisina,  en  que  la  reacción  de  Fah- 
raeüs  había  servido  de  excelente  indicador  en  la  marcha  de  la 
enfermedad,  consignando  que  siendb  un  dato  sintético  muy  feliz  paira 
juzgar  la  maifcha  del  proceso,  no  parecía  ser  el  guía  más  inDportan- 
le  para  eJecdón  de  dosis  y  patisias  entre  las  mismas,  cornüo  quiere 
BoGASON.  Para  nosotros,  rosplecto  a  los  resoiltados  de  los  trata- 
íuientos,  es  miejor  indicador  que  la  fiiebre,  el  peso  y  los  métodos 
•exploratorios  dínicos  y  radiológicos,  pudíendo  considerarse  como 
fórmula  o  principio  general  que  cuanto  menores  dfras  se  obtengan 
tanto  más  grave  se  piesenta  el  prooeso  pulmonar,  practicando  la 
Tealodón  con  intervalos  en  d  mismo  paciente.  En  el  caso  especial 
del  neumotorax,  infonma  de  la  actividad  del   foco  oolapsado  en 
las  lesioflies  umüateraies.  A  la  tercera  insufladón,  los  valores  son 
itíayores  en  los  casos  favorables.  En  otros,  en  particular  habiendo 
lesiones  büateraíes  y  profundas  de  un  lado,  se  ham  obtenido  en  tin 
prmdpio,  la  primera  semana,  dfras  mayores ;  pero  después,^  an- 
tes que  nada,  el  auniento  de  vdioiddad  ha  adelantado  y  permitidlo 
juzgar  más  tarde  de  k  mtalignádlad  dd  caso.  Viene  a  ser  lia  sedi- 
laentomeacdón  un  indicador  dd  estado  de  resistenm.  áfc  ot^sívs.- 


_  6o  — 

UTO  toberciilosü  [rente  a  Ja  infección  bacilar  (Dlimont).  Estas  nues- 
tras modestas  dtéuccioraes,  san  parecidas  a  las  que  encontramos 
en  3a  lileralTura  que  hace  referencia  a  la  cuestión. 

En  Ginecología  es  un  indicador  de  la  íntemisidiad  de  los  pro- 
cesos inflamatorios,  sea  cualquiera  sii  naturaleza,  sirvieudo  más 
^^■elniente  al  clínico  y  siendo  uiás  fino  indica.doír  que  'las  curvas  tér- 
micas y  leucocitarias ;  el  deseqmübrio  plasmático  es  más  sensible 
en  3a  maná  í estación  de  restos  il^másioos  y  exiistejicia  de  gérme- 
íies.  Nuestras  pesquisas  son  coirfinniaidones  de  las  de  Linzenme- 
lER.  Friedlander,  Hallberg,  etc. 

Valotíimos  muestra  afirmación  con  algunos  datos  reiogidos  ea 
rnestras  historias. 


18.200    leucocitos.  Granulocitosis  abso^ 

luta  y  relariva. 
ig.700  id.  I.a  misma  polinucleosis  que 

24.000  id.  Gianulocitosis  absoluta  y  re- 

9.400  id.  L.iiiíocitosis  relativ 
11.000  id.  Fórmula  normal. 


Salpingitis 

purulenta. 

84      " 

" 

10.000  id.   Ligera  llntocitosis. 

Ane.'íílis. 

15      " 
15      '■ 

'. 

15.500  id.  Granulocitosis  absoluta 

lativa. 
19.200  leucocitos. 

Apendicitis 

y  embarazo. 

45       " 

Fiebre. 

18.000  id.  Granulocitosis   franca. 

Abceso 

ovárico. 

20       ■' 

Subfebril. 

8.000  leucocitos. 

jCarametriiis 

y  anexitis. 

7       " 

r.'^xi  ij.  Gratnilficitiisls  refativa. 

Parame  Iritis. 

55       " 

Apircxia. 

7.500  id.  Fórmula  nontial. 

A be eso 

ovárico. 

11       " 

Subfebril. 

0.000  id.         "             " 

Anexitis. 

g.500  id.  Linfocitosis  relativa. 

Parametritis. 

10 

Febril. 

1Z.000  id.   Fórmula  normal. 

Anexitis. 

75       " 

Apirexia. 

8.300  leucocitos. 

—  6i 


• 


J)iaSnÓ8lieo  olinieo  Sedimentación  i.'     Estudio     homocítico 


"  12      "  Febrícula.    14.000  " 

"  16      **  Apirexia.     12.000  " 

»*  29      "  **  11.000  id.  Linfocitosis. 

"  20      *'  *'  11.000  id.  Fórmula  normal. 

"  45       "  Subfebril.     15.000  íd.Graifulocitosis  absoluta  y  lin- 

focitosis absoluta  y  relativa. 

Esta  misona  sensibilidad  die  lia  neaodón  se  ha  seguido  demios- 
trando  al  sieguir  la  "evolución  dje  los  paxKesos  flegmásicos;  de  esta 
maniera,  disponiendo  de  un  revelador  dtí  estado  de  agudeza  díe  la 
lesión,  se  prescindió  del  tratamiento  operatorio  en  todois  aquellos 
casos  en  que  la  sedimtentación  bajaba  die  60  ímtiutos.  En  las  inter- 
venciones con  aboesos  ováricos  no  hubo  complicación  operando 
siempre  que  la  sedimentiación  no  indicaba  agudeza,  sometidos  has- 
ta entonoes  a  tratamáiento  médico.  Los  resultados  anotadas  en 
i.7  casos  die  intervenciones  por  anexitis  sion  'satisfactorios,  obte- 
niéndose en  todos  la  curación  sin  fod".mación  de  exudados.  Linzen- 
MEiER  encuentra  en  casos  de  siedimentación  ocurráda  entre  los 
40  a  60  minutos  de  oonvaliecencias  largas ;  en  los  de  30  hubo  que 
cerrar  por  ser  la  infección  activa.  Friedlander  considieria  el  tiem- 
po de  30  minutos  itifiección  fresca ;  el  de  60,  inf ección  latente,  ex- 
tluyiendo  la  idea  de  initervendón.  García  Casal  señala  100  mi- 
nutos el  tiempo  límite. 

A  pesan:  de  ser  Ja  vdooixíad  de  precipitación  indicadora  de  la 
ai^nideza  d-e  una  flegmasía,  en  un  aboeso  ová'ilico  antiguo  con  re- 
cias paredes  aistecloras,  tuvimos  un  tiempo  de  76  minutos ;  los  cul- 
tivos del  líquidio  seropurulento  obtenido  resultaron  negativos.  Este 
hecho  de  Ibs  tíempois  lentos  en  viejos  aboesos  ováricos  ha  sido  ya 
señalado  par  Linzenmeier.  En  un  caso  dte  peritonitis  localizada 
por  rotura  de  un  abceso  ováirioo,  antes  que  toda  otra  manifesta- 
ción dlínica,  enoontramosi  un-  tiem<po  de  10  «mdniutos.  En  un  quiste 
no  inflamatorio  de  ovario  con  Wassiermann  positivo  en   sangre, 
leimps  un  tiempo  de  scdimientadión  de  40  minutos;  este  aumento 
(U  velocidad  obsiervado  en  la  lúas  ha  sido  señalado  iieperidamiente, 
y  se  ha  hecho  notar  su  importaocia  en  la  sífilis  congénita. 

Después  die  las  iínterventionies,  emplleando  aníestjesia  etérea,  he- 
mos enccmtüna'djo  que  velocidades  retardadas  experimentaban  una 
aceler^ón,  que ;  ha  durado  allgún  tiempo  después  de  la  lapiaroto- 
mía.  Aparte  de  k' influencia  que  el  inevitable  manoseo  quirúrgico 
pifeda  tener  en  la  véoMad,  se  imputa,  á  la  artesitesia  general  cier- 
to papd  en  la  abmviación  del  tiempo  observada.  En  casos  ínter- 


1 


venidos  con  amostesia  local,  la  velocidad  no  aimnenta  tonto 
perg). 

El  raáxiiniun  de  aceleración  es  a  los  tres  o  cuatro  días  3 
vfcinle  aproximaílajueiMe  vucíve  a  su  primera  dfra 

El  juicio  que  foimamos  sobre  el  valor  de  la  erilrosedl'Tnea 
ción  en  los  embarazos  extrauterinos  con  accidentes  hemurrágic 
difiere  algo  de  lo  que  leímos  ¿.obre  este  asunto.  Se  dice  que  oí 
ze  gran  servicio  para,  efl  diagnóstico  diferencial  entre  un  proo 
fiegmásico  anexial  y  otro  henjorrágioo,  teniendo  en  cuenta  í 
"en  toda  reacción  cuya.  aJceteríición  sea  nrayor  que  el  límite  a: 
iicial  de  40  minutos,  el  dSagnóstioo  debe  inclinarse  a  on  proc 
inflamatorio  agudo  o  subagudo,  y  si  la  aceleración  es  menor  a  t 
barazo  extrauterino.  Cuanto  más  diste  en  un  sentido  o  en  el  o 
dt!  limite  fijado  más  seguro  es  ed  düagnói-tico".  Si  Ja  velocií 
rebasara  eSe  tiempo  «mrtonces  es  útül  la  difuminadón  de  la  suf 
.ficie  glóbulo  plasmática  (García  Casal,  Haro,  Echevarría),  c 
investigaoón  de  la  cantidad  de  he¡iiioglobin,'i  y  a!  estudio  henu 
tico.  " 

Citaremos,  agrupados  en  dos  tipos,  algunt>s  ca^os  demosbí 
por  su  contraste. 

Tipo  I.    Tiempo  de  sedimenlación,  47  minutos.  7.500  leucocitos  í 
Hemoglobina,   60   X    lOO.   Fórmula  leucocitaria   1 

Tiempo  de  sedimentación,  40  minutos.  9,700  leucocitos  w 
Fórmula  corraal.  Hemoglobina,  55  X  100.  Apirexia.  ' 

ipo  2.     Sedimentación,   dos  minutos.   10.000  leucocitos.  85   X 

nulocitos  neutrófiloE.  Hemoglobina,  50  X    loo-   Fiebre, 
Tiempo  de  sedimentación,  24  minutos.  20.000  leucocitos.  Gi 
locitosis  absoluta  y  relaliva;   ésta,  de  80  X   loo.   Henuí 
na,  35  X  loo.  Fiebre. 


snuej 


Como  estos  resulíados,  obcenidos  en  casos  dínicamenti 
ferencaables,  amotamos  junto  a  tíemlxw  lentos,  oíros  más  abra 
dos,  si  bien  en  mayor  mímiero  los  primerea  (Lafita  y  nosotí 

Se  ha  atribuido  esta  aceleración  a  la  infección  del  hemato< 
o  de  la  trompa  o  a  la  hipog'lobulia.  Cneemos  nosotros,  sin  pre 
der  sentar  deducciones  categóricas  que  quizá  diependa  de  la 
posidón  anatómica  de  colecdonarse  rf  dierrame,  ya  que  en  n 
iTos  casos  de  Fahkaeus  lento  se  encontró  la  sangre  aiskdaj 
capsidada,  en  cambio,  en  los  otnos  tiempos  3a  abeordón  < 
gre  derramada  se  realizaba  mejor  en  pleno  peritoneo. 


;  aiisJada  V 
:^ón  deja 
«o.  Lftjfl 


—  63  — 

enoontradas  dioen.,  por  su  imegularidaid  en  d  tiempo,  de  la  difi- 
cultad die  diferenciar  por  la  sedimentación,  los  estados  genitales 
íegmásicos  de  lo®  bemonrágicos. 

Su  valor  diagnóstico  creemios  quie  es  escaso,  ya  que  en  el  emr 
barazo  extrauterino  oon  accidlenitie  agudo  se  puede  llegar  a  cáfras 
tan  bajas  como  las  obtenidas  en  la  más  aguda  inflaimación,  sin  que 
sirva  de  dato  diferendail!  en  esstios  cajsos,  la  imiprecisión  en  los  limi- 
tes de  la  superficie  hemátiioa,  diotalle  observado  igualmenite  en  las 
ilegsnasias,  cuando  la  vdocidad   se  encuentra  rebajada.   Nuestro 
últímo  caso  citado  es  digno  die  remarcarse.  Puede  existir  una  ieu^ 
cQcítoisis  maniifijQsta  oon  grantáoditosás  absoluta  y  relativa,  eatadb 
febrál,  oon  wi  tiempo  de  sed&mientaiaión  abreviado,  correspondiembe 
a  los  señaladlos  en  la  inflamlalción,  originado  por  hemorragiía.  in- 
terna. Ni  aun  pretendliiendb  oompktat  los  datos  obtenidos  por  te.  re- 
acción de  Fahraeus,  probadio  su  ínconsítante  valor,  oon  otros  me- 
dios de  laboratorio,  como  son  el  hallazgo  de  la  cantidad  de  hemo- 
iglobina  y  el  número  y  la  relación  de  leucocitos,  hemos  conseguido 
aclairar  los  ooofiilsiioinies,  ya  que  puede  haber  leuicocitosis  postbemo- 
nigica.  La  difra  die  hmiogílobina  la  encontitamos  casi  constante- 
inente  rebajada,  pemo  esite  dato  se  encontró  igualmente  en  otros 
prooesos  genitalies. 

En  embarazos  extrauterinos  con  hemorragia  antigua,  con  co- 
águlos en  vías  die  organizlaoión,  encontramos  tiempos  lentos  (70 
minutois).  En  uno  de  los  caso®,  el  tícttipo  hallado  al  mes  de  oourri- 
ílo  él  accidlente  (30  minutos),  fué  más  abreviado  que  en  el  momen- 
to del  catadismo  (70  minutos)  (la  enferma  no  consinttíó  la  inter- 
vencaóo  hasta  esa  fecha,  ¡sin  guardlar  el  reposo  recomendado). 

Riesuimíen:  La  rseafctíón  llamaida  de  Fahraeus,  que  no  es  espe- 
cíficla,  tiene  valod'  para  el  estudio  de  la  evolución  de  la  tuberculosis,, 
consídieránidola  dlespués  de  seguirla  en  enfermos  somtetidos  a  hi- 
giene, •samocrisina  y  neuimlotorax,  como  medSo  más  sensible  que 
los  dínioDs  y  de  laboratoirio  que  dSspnemos,  debiendo  figurar  en 
la  práctica  corriente  por  su  sencillez  dleí  técníta. 

Otro  tanto  pddiemíois  dbdir  ád  vaJor  de  lia  sedSmenitación  en  la 
iiidicatíón  de  restos  ínflamatotriois  virtrilentos,  así  coímlo  en  d  es- 
ttwfio  de  la  evolución  de  ima  flegmasía  anexíal.  La  exitsenicila  de 
focos  con  gruesas  paredies  periféricas  puede  pasar  desapercibida 
para  esta  reacción.  La  lúes  y  la  antemiía  aceleran  la  velocidad. 

En  d  embarazo  exibrauterilno  con  accidentes  hemorrágioos,  no 
tiene  el  interés  que  en  las  fli^|lmlateias,  por  confundirse  con  frecuenr 
cía  los  tiempos  de  anubosi  procesos ;  la  busca  de  otros  medios  auxi- 
liares de  laboratorio  proporciona  poca  orientación. 


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PoppER  y  Kreindi.er;  I -t  velocidad  de  sedimentación  durante  la  hemoclaaia 
digestiva.  Presse  Medícale.  Diciembre,  1924. 

E.  Mata,  Viar  y  Bilbao:  Tratamiento  de  la  T.  P.  por  la  sanocrlsina.  Pri- 
meros  resultados.    Comunicación   a   la    Academia   de    Ciencias   de   Bilbao. 

?.\L0MÓN  y  Valtis  :  Valor  clínico  de  la  V.  P.  en  la  T.  P.  Reviie  de  la  Tu- 
hercidosc.  3  S.  Tomo  VI.  núm.  2,  Marzo,  192.'!. 

Salomón  y  Valtis  :  Valor  de  las  variaciones  de  la  V.  P.  en  la  T.  P.  Presse 
Medícale,  p.  644.  Mayo.  1925. 

SrtVACo  y  Villafané:  La  Semana  Médica.  Buenos  Aires.  Enero,   1926. 


—  65  — 

Xalabater:  Sobre  el  valor  de  la  V.  de  precipitación  en- la  T.  P.  Revista  Mé- 
dica de  Barcelona,  Tomo  II,  núm.  8.  Agosto,  1924. 

2adek:  Valor  de  la  V.  P.  La  Medicina  Germano-Hispano- Americana.  Ju- 
nio de  1926. 


TRABAJOS    ANALIZADOS 


Y\'.  FiTCK  CHENEv^SIgnífioaolón  de  la  aolorhldrla.  Tlie  Significan- 
ce  oí  Aclorhydria.  Jottmal  of  the  Amer..  Med.  Assoc.  Vol.  LXXXVII, 
número  i,  11126. 

Para  asegurar  que  la  aclorhidria  existe  es  necesario  hacer  un  análisis 
fraocionado  de  jugo  gástrico;  una  simple  extracción  del  contenido  del  es- 
tómago no  es  suficiente,  ya  que  los  cuarenta  y  cinco  o  sesenta  minutos  puede 
j»  encoirtrarse  ácido  clorhídrico  libre  y  aparecer  más  tarde;  de  aqui  que 
fas  extracciones  haya  que  hacerlas  fraccionadas  hasta  las  dos  horas.  Ni  U 
sintomatologia,  ni  el  examen  a  rayos  X,  tampoco  nos   indicará  nada. 

Después  de  saber  que  el  estómago  no  segrega  ácido  ciohidrico  libre,  bus- 
caremos la  causa  de  este  trastorno.  En  la  anemia  perniciosa  será  ima  de  las 
causas  que  pensaremos  primero,  ya  que  la  asociación  ha  sido  desde  hace 
mucho  tiempo  reconocida :  es  tan  constante  esta  asociación  que  no  se  po- 
drá decir  que  exista  anemia  perniciosa  si  se  encuentra  en  el  contenido  gástri- 
co ácido  clorhídrico  libre.  La  aclorhidria,  en  algunos  casos,  precede  al  cua- 
dro heinatológicD  típico  de  esta  enfermedad ;  así,  varios  años  antes,  los  en- 
fermos se  quejan  de  trastornos  gastrointestinales,  principalmente  de  dia- 
rrea con  falta  de  ácido  clorhídrico  en  el  estómago,  y  a  los  cuales  siguen  una 
ciebilidad  progresiva  parestesias  en  las  manos  y  i^ies.  grande  palidez  y  re- 
5'Midos  ataques  de  dolor  y  ulceraciones  en  la  lengua  y,  más  pronto  o  más 
tarde,  el  análisis  de  la  sangre  confionará  el  diagnóstico. 

De  aquí  que  se  haya  considerado  por  algunos  autores  a  ta  ausencia  de 
ácido  clorhídrico  libre  como  la  causa  real  de  la  anemia  perniciosa;  a  falta 
de  secreción  permitiría  el  paso  a  través  del  estómago  de  organismos,  tales 
como  estreptococos  o  badlus  wclchii.  en  tal  número,  gue  sus  toxinas  pro- 
ducirían hemolisis  y  disturbios  en  ¡a  producción  sanguínea.  Para  otros  au- 
tores la  aclorhidria,  lo  mismo  que  otras  manií estaciones  de  la  anemia  per- 
niciosa, es  la  consecuencia  de  algiin  veneno  no  identificado,  que  ejerce  su 
influencia  sobre  las  células  secretoras  de  la.  mucosa  gástrica  mucho  más 
pronto  que  en  otros  órganos. 

La  aclorhidria  en  el  diagnóstico  del  cáncer  de!  estómago  se  viene  con- 
siderando como  im  dato  ftindamental ;  cuando  esto  se  presenta,  el  cáncer 
I   ha   progresado    tanto,    que    este    signo    no    seria    necesario    para    el 


-^   '-  —  67  — 

diagnóstico,  segúii  la  neoplasia  se  va  desarrollando  la  secreción  de  ácido 
clorhídrico  libre  disminuye;  esto  es  debido  a  varios  factores,  principalmente 
a  la  toxina  producida,  la  cual  inhibe  o  destruye  las  células'  secretoras.  La 
anacidez  oon^leta  sólo  se  presenta  en  los  estados  terminales,  y  es  necesario 
in&istir  que  no  diremos,  porque  exista  ácido  clorhídrico  libre,  que  no  se 
trata  de  cáncer  gástrico;  el  examen  a  rayos  X  será  necesario  en  todos 
aquellos  casos  dudosos. 

El  valor  de  la  adorhidria  en  el  diagnóstico  del  cáncer  gástrico  puede 
resumirse  de  la  siguiente  manera:  Con  una  historia  más  o  menos  prolon- 
gada de  indigestión  con  pérdida  de  peso,  fuerza  y  color,  la  aclorhidría  des- 
pués de  una  comida  de  prueba,  confirmará  la  impresión  de  la  existench  tu- 
tnoral;  pero  si  con  todas  las  demás  condiciones  t\  análisis  fraccionado  niues 
tía  la  exia'.encia  de  ácido  clorhídrico  libre  en  limitas  normales  o  algo  dis- 
tn'nuídos.  no  diremos  per  eso  que  el  cáncer  no  yzd  la  causa  de  loe  demás 
síntomas. 

La  &i>Mncia  de  ácido  clorhídrico  i  Aro  Cb  un  si.;no  ce  gastrits  crónica, 
encontrando,  además,  en  el  jugo  gástn:o  í^tan  cantidad  de  moco  en  ayuna?, 
y  en  ctros  casos,  restos  de  comidas  anteriores  que  irr  ca  el  trastorno  moic;*. 
En  la  historia  o  examen  físico  de  enfermos  con  gastritis  crónicas  en- 
contraremos mal  hábito  alimenticio^  bien  por  la  cantidad,  calidad,  tempera- 
tura, trituración  y  regularidad  de.  las  comidas;  trastornos  que  dan  lugar  a 
éxtasis  en  la  circulación  a  través  de  la  pared  gástrica,  tales  como  cirrosis 
bepática  o  congestiones   crónicas;  deglución  de  material   infectado,   pus   y 
l^aeteria^  bien  sea  de  las  amígdalas  o  dientes,  particularmente  por  piorrea 
•  por  enfermedades  de  tráquea  o  bronquios.  £n  estos  casos,  la  salud  gene- 
ral se  conserva  bien  aun  cuando  los  síntomas  gástricos  sean  de  larga  du- 
ración, faltando  la  pérdida  de  peso  y  color  que  caracteriza  el  cáncer,  siendo 
también  excepcional  la  existencia  de  dolor,  y  en  el  examen  a  rayos  X  no 
encontraremos  fallas  en  el  cx)ntomo  del  estómago. 

Se  ha  visto  por  muchos  autores  una  relación  inmediata  entre  la  aclor- 
liidria  y  las  enfermedades  crónicas  de  la  vesícula  biliar ;  según  una  estadís- 
tica de  Aldor,  retmiendo  las  investigaciones  de  diferentes  autores,  la  hir 
Poclorhidria  o  la  adorhidria  se  presentan  en  la  mitad  de  los  pacientes  con 
colecistitis  crónica.  Blalock^  en  206  enfermos  de  vesícula,  encontró  ador- 
cidria  en  23  por  100. 

Para  explicar  la  relación  que  haya  entre  la  falta  de  secreción  de  ácido 
clorhídríco  libre  y  las  enfermedades  vesiculares,  se  han  dado  tres  teorías: 
rara  algunos,  se  trataría  de  una  hormona  produdda  en  las  vías  biliares  o 
en  el  duodeno  que  estimularía  la  secredón  gástrica,  la  cual  hormona  esta- 
ría destruida. en  las  enfermedades  de  la  vesícula;  pero  tal  hormona  no  ha 
podido  nunca  ser  demostrada,  y,  además,  ni  en  todas  las  enfermedades  ve- 
siculares hay  adorhidria,  ni  existe  siempre  que  la  vesícula  ha  sido  quitada; 
según  los  trabajos  de  Dahl-Iversen,  en*  los  experimentos  hechos  en  perro», 
monos  y  cobayas,  la  extirpación  de  la  vesícula  no  modificaba  la  secredón 
del  áddo  dorhídrico  libre. 

La  segunda  teoría  es  que  la  adorhidria  es  un  reflejo  debido  a  la  inerva^ 
Cfón  común  de  la  vesícula  y  del  estómago,  y  que  cuando  lesionada  la  punr 


cióii  de  uno,  la  del  otro  también  lo  estaba;  pero,  como  vemos,  csios  d6*>J 
trastornos  no  están  siempre  asociados  y,  por  :ilt¡rao,  para  Aldos  sería  la 
gastritis  crónica  que  se  asocia  en  cierto  número  de  casos  a  la  colecistitis,  la 
que  produciría   la  aclorhidria  y,   por  tanto,   también   eiKontrarianios   un   ex- 
ceso de  moco  que,  como  hemos  vístu,  es  lo  que  caracterizaba  a  este  estado. 

En  la  degeneración  subaguda  del  cordón  espina!  también  se  encuentra 
aclorhidria;  los  síntomas  y  signos  de  esta  enfermedad  son  semejantes  a  los 
que  tan  frecuentemente  se  presentan  en  la  anemia  perniciosa. 

La  ausencia  de  secreción  de  ácido  elorhidrico  libre  del  estómago  no 
siempre  significa  anemia  perniciosa,  enfermedad  maligna  gástrica,  gastritis 
crónica,  ezifcrmedad  de  la  vesícula  o  del  cordón  espinal,  sino  que  tandiién 
puede  ser  debido  a  un  simple  trastorno  funcional.  En  la  enfermedad  de 
Glenakd,  visceroectosis  con  neurastenia,  es  muy  frecuente;  pero  en  la  neu- 
rastenia  sola   también   se   encuentra.   En   el   histerismo  se  le  ha  considerada 


H.    G.    MOGEMA 


5.  CoMETTo,— El  tlKnte  en    los   niños.    Revista  de  Ciencias  Médicofl^ 
Buenos  Aires,  nim.  96,  1526. 

El  llanto  de  los  niños  en  los  primeros  meses  de  la  vida,  por  s 
y  por  BU  persistencia,  puede  alterar  la  tranquilidad  y  la  felicidad  del  i. 
por  eso  conviene  conocer  las  circunstancias  y  el  motivo  por  qué  llorao  f 

El  llanto  de  un  niñito  es  muy  mortificante,  tanto  más  penoso  c 
pequdio  es,  sobre  todo  si  no  se  conocen  las  causas  que  lo  origina»;  por.J 
cual  toda  madre  debe  saber  interpretarlas  y  conocer  la  forma  de  evitarlu.  1 
Ante  todo,  debemos  mencionar  el  llanto  fisiológico  normal  y  neces 
Nace  el  niño  llorando;  es  su  primer  síntoma  de  entrar  a  la  vida; 
que  no  llora,  o  que  llora  débilmente  los  primeros  días,  debe  preocupar  a 
padres  y  al  médico.  Generalmente  es  un  débil  congénito  que  posee  pocas  fu^ 
ías  para  la  lucha  por  la  vida  y  que  cualquier  circunstancia  puede  ocaskx 

El  niño,  dice  Parkot,  en  los  primeros  meses  de  su  existencia  no  tiene  o 
lenguaje  que  el  grito;  sólo  por  su  intermedio  se  expresa  para  decir: 
hambre,  tengo  frío,  tengo  sed  o  sufro;  es  a! 
nodriza  y  a  los  que  lo  rodean. 

El  grito  del  niño  sano  es  fuerte  y  bien  s 
CTiistiluido  por  una  serie  de  expiraciones  p 
meros  meses  de  la  vida,  el  llanto  es  seco;  duratití 
sin  lágrimas.  ' 

Los  niños  sanos  lloran  cuando  no  pueden  satisfacer  sus  necesidades  fisídl 
gicas:  lloran  de  hambre,  lloran  de  sueño,  lloran  para  expresar  un  deseo,  q 
la  madre,  con  esa  intuición  que  la  naturaleza  le  ha  dado,  comprende  lo  que 
el  pequeño  quiere,  lo  que  ras  caprichos  exigen. 


*s  un  ruido  expiratoJ 

y  ruidosas.  En  los  | 

las  primeras  semanas  tloj 


—  69  — 

Cuando  se  trata  del  recién  nacido,  cada  detalle  tiene  su  importancia.  Des- 
de un  principio  las  madres  deben  hacer  un  pequeño  esfuerzo  para  no  mi- 
xi;arlo  demasiado,  si  no  más  tarde  será  necesario  violentarse  para  hacerle 
perder  los  malos  hábitos  que  ella  misma  le  ha  enseñado.  Los  niños  pronto  se 
acostiunbran  a  ser  mimados,  y  a  medida  que  van  creciendo  se  mostrarán  más 
exigentes:  querrán  estar  siempre  en  los  brazos  de  la  madre,  transformándola 
en  su  esclava,  no  dejándola  comer  ni  dormir  a  gusto;  haciéndosele  todo  tra- 
bajo imposible,  y  lo  que  es  aún  peor,  molestando  el  sueño  de  su  padre,  que 
al  día  siguiente  debe  salir  a  trabajar.  Ya  el  niño  sabe  que  llorando  consigue 
todo  lo  que  desea;  su  poca  experiencia  se  lo  ha  enseñado. 

Los  niños  suelen  llorar  por  hambre;  su  llanto  es  periódico,  y  se  produce 

otando  se  acerca  el  momento  en  que  debe  tomar  su  alimento.  Es  el  reloj  que 

indica  la  hora  de  la  comida.  Todo  niño  que  pida  su  alimento  antes  de  las 

flos  horas,  debe  preocupar  a  su  madre  y  hacer  comprobaciones  con  la  balanza 

i:<ara  saber  si  toma  por  vez  la  cantidad  necesaria  de  pecho  y  si  aumenta  los 

giamos  diarios  de  acuerdo  con  la  edad  (25  a  30  gramos  los  tres  primeros 

meses;  15  a  20,  del  cuarto  al  sexto  mes;  12  a  15,  del  sexto  al  octavo,  y  diez 

gramos  los  cuatro  meses  siguientes. 

El  llanto  por  sueño  se  produce  cuando  su  débil  organismo,  cansado  por 
las  excitaciones  del  mundo  exterior,  necesita  reposo;  no  lo  consigue  en  se- 
gíiida,  y  entonces  manifiesta  su  incomodidad  llorando.  ^ 

Citaré  dos  casos  en  que  me  ha  tocado  intervenir : 

Sm  motivo  apreciable,  un  niño  de  seis  meses  de  edad,  sano,  bien  cuida- 
<ío  y  mejor  alimentado,  un  día  empieza  a  llorar  en  forma  intensa  y  continua ; 
se  llama  al  médico  de  la  familia,  y  no  consigue  que  con  sus  numerosas  indi- 
caciones se  calme  el  niño;  el  padre,  después  de  haber  transcurrido  un  día 
y  dos  noches  en  esta  situación,  justamente  alarmado,  solicita  ima  consulta 
con  otro  facultativo;  bastó  que  fuera  el  niño  desnudado  completamente  al 
ser  examinado  para  que  dejara  de  llorar.  Fué  como  un  milagro.  Investi- 
gando la  causa  de  este  éxito,  se  comprobó  que  en  una  de  las  batitas  que 
tenia  puesta  había  una.  espina  de  un  arbusto,  y  que  en  la  espalda  del  niño 
existía  una  pequeña  desgarradura  ocasionada  por  esa  espina. 

Tanto  el  sufrimiento  del  niño,  como  la  desesperación  de  los  padres,  se 
hubiera  evitado  con  sólo  cambiarle  la  ropa  interior. 

Segtmdo  caso:  Observé  uñar  vez  en  una  casa  pudiente  que  habían  to- 
mado una  niñera  inglesa,  una  mtrse,  que  un  niño  de  cuatro  meses  de  edad 
en  seguida  de  ser  vestido  lloraba  desconsoladamente;  la  madre  ya  no  sabía 
qxié  hacer,  y  solicitó  la  presencia  del  médico.  Bastó  desnudar  al  bebé  para 
Qííe  el  llanto  se  calmara.  ¿  Qué  había  sucedido  ?  La  tmrse,  al  vestir  al  niño, 
jcolocó  im  pequeño  alfiler  de  gancho  para  sostener  la  faja  que  se  ilama 
ombliguero,  y  había  atravesado  de  parte  a  porte  la  piel  del  abdomen  de  la 
pi^bre  criatura. 

El  llanto  por  incomodidad  por  estar  cansado  el  niño,  debido  a  que  su 
ct'4rpec¡to  tiene  que  estar  demasiado  tiempo  en  una  misma  posición,  por- 
Que  Ja  madre  tiene  la  costumbre  de  fajarlo  ajustado  con  una  larga  fira 
^  un  género  grueso,  que  lo  molesta,  le  produce  picazones,  especialmente 
durante  los  días  de  calor,  y  el  niño  demuestra  llorando  su  mc.omo^\^^e^. 


Entre  nosotros,  especialmente  er 
rJdional  que  habitan  nuestros  territt 
tiene  el  mal  hábito  de  vestir  al  ] 
parece  va  a  ser  conservado  c 


:  los  extranjeros  de  la  Euroj»  me-. 
)s,  y  aun  entre  sus  descendientes,  se 
o  de  una  manera  tan  ajustada  que 
.    los   brazos   aproximados    y 


pegados  al  cuerpo,  las  piernas  extendidas  y  mantenidas  rígidas  por  el  i 
daje;  el  niño  queda  aprisionado  como  dentro  de  un  estuche,  y  lejos  de 
que.  como  creen  miKlias  madres,  se  desarrollen  il'icchos,  scniejanlEs  ven- 
daies  son  perjudiciales;  pues  cualquier  compresión  del  abdomen  u  del  pe- 
cho impide  el  libre  funcionamiento  de  la  respiración  y  de  la  circulación, 
ocasionándole  molestias,  y  por   lo  tanto,  motivos  continuos  para   llorar. 

Los  niños  lloran  con  frecuencia  pnrque  tienen  sed.  especialmente  en  et 
verano,  cuando  sufren  trastornos  digestivos,  l:m  comunes  en  esta 
Sed  que  aumenta  la  intensiifad  si  tienen  diarrea  y  fiebre.  Lloran  c 
mente,  con  im  llanto  lastimero,  buscando  una  irola  de  agua  que  apague  la 
sequedad  de  su  garganta,  con  lo  cual  terminarían  sus  sufrimientos.  Pero 
eiiiste  entre  las  familias  un  insensato  prejuicio  de  que  el  agua,  cuando  los 
r.iños  están  enfermos,  puede  hacerles  mal,  y  se  'a  suprimetL 

El  agua  hervida  nunca  está  contraindicada,  y  puede  dársele  al  niño  cuan- 
tas veces  tenga  sed,  esté  sano  o  enfermo. 

Estableciendo  una  transición  entre  el  llanto  fsiológico  y  el  patológico, 
reberaos  recordar  el  llanio  habitwil.  Se  observa  en  niños  descendientes  de 
padres  nerviosos,  artríticos,  y  expresan  en  diátesis  mediante  el  llanto  íre- 
[uente:  excitados,  agitados  por  el  menor  motivo,  lloran  continuamente;  son 
los  niños  "terriblemente  llorones",  que  hacen  la  desesperación  de  los  pa- 
ires y  el  tormento  de  sus  nodrizas.  Se  buscan  las  causas  que  puedan  mo- 
tivar estos  iimsitados  gritos,  no  se  las  encuentra,  el  niño  sigue  llorando,  y 
ía  situación  así  se  prolonga  seit>anas  y  meses  hasta  que  un  buen  día  d 
llanto  cesa  y  vuelve  la  tranquilidad  del  hogar.  Para  calmar  a  estos  lloro- 
11(3  poco  puede  hacerse:  evitarles  excitaciones,  baños  calientes,  colocarlos, 
cuando  lloran,  boca  abajo;  algunas  veces  así  se  calman. 

Llanto  palológico.— Nada  más  común  que  im  niño  que  este  enfermo 
üure,  manifestando  en  esa  forma  su  dolor  o  su  malestar,  que  áébe  ser  bien 
interpretado  en  cada  caso  y  darle  la  importancia  que  tiene. 

En  las  afecciones  digestivas,  pueden  producirse  dolores  ocasionados  por 
¡oi  eólicoí  inlestinales ;  el  niño  llora  briosamente;  se  retuerce,  dicen  las 
nadres,  mueve  su  tronco  en  todas  direcciones,  retrae  las  extremidades  in- 
feriores, y  el  cólico  termikia  con  la  expulsión  de  gases  y  materias  feca- 
Ls ;  su  principio  y  su  terminación  son  igualmente  bruscas.  Se  repite  va- 
reas veces  en  el  día  o  en  la  noche.  Son  casi  siempre  ocasionados  por  trans- 
gresiones del  régimen  alimenticio  y  por  estar  cometido  el  niño  a  una  ali- 
mentación inadecuada. 

Lo  primero  que  debe  hacerse  para  que  no  se  produzcan  los  cólicos,  es 
someter  aJ  bel>é  a  una  alimentación  adecuada  a  su  edad,  a  intervalos  re- 
gulares, no  darle  de  comer  a  cada  momento,  sino  rada  tres  horas  como  mí- 
nimo. Para  calmarle  los  dolores,  pueden,  aplicársele  fomentos  calientes  en 
el  vientre,  baños  tibios,  enemas,  un  purgante  de  aceite  de  ricino  y  aljffitt 
medicamento  anticapasmódico. 


—  71  — 

Desde  los  primeros  días  que  el  niño  nace,  las  madres,  y  especialmente 
las  abuelas  (que  todo  quieren  saberlo),  suelen  darle  a  beber  cocimientos 
4e  cereales  (agua  de  arroz,  de  cebada,  etc.),  infusiones  de  yerbas,  y  obte- 
iiiendo  como  resultado  la  producción  de  fermentaciones  gastrointestinales, 
"desarrollándose  gases  que  serán  la  causa  de  cólico^  y  vómitos. '  No  hay  que 
-compartir  con  la  errónea  creencia  de  que  los  cólicos  los  tienen  fatalmente 
íodas  las  criaturas;  dicen  es  el  flato,  y  no  les  llama  la  atención. 

E^ta  idea  errónea,  muy  difundida,  hace  que  el  niño  sea  una  víctima  des- 
de que  nace  y  un  candidato  a  sufrir  dolores  producidos  por  la  ignorancia 
-de  sus  padres  sobre  los  preceptos  fundamentales  de  higiene  infantil.  A  los 
riños  pequeños  sólo  debe  dárseles  agua  hervida,  sin  azúcar,  en  una  mama- 
•dera  esterilizada. 

Hay  niños,  muchos  de  esos  que  toman  cocimientos  de  cereales  desde 
<ivít  han  nacido,  que  inmediatamente  que  toman  el  pecho  lloran,  sufren 
fuertes  dolores  de  estómago,  algunas  veces  acompañados  de  vómitos  por- 
tnjc  existe  una  irritación  de  su  mucosa  gástrica,  producida  y  sostenida  por 
falta  de  régimen.  Basta  someter  al  niñito  a  nn  régimen  dietético  apropia- 
-do  para  que  toda  esa  sistomología  dolorosa  se  modifique. 

Debe  tenerse  mucho  cuidado  con  el  láudano,  que  muchas  madres  suelen 
administrar  a  sus  hijos.  Es  un  medicamento  peligroso,  que  contiene  opio, 
l)or  lo  que  sólo  debe  ser  manejado  en  los  lactantes  por  un  médico  experto 
7  exiperímentado  en  las  afecciones  del  niño. 

Otras  afecciones  dolorosas,  aunque  raras,  que  conviene  que  una  madre 
conozca  su  existencia.  Un  niño  que  de  improviso  llore  desesperadamente, 
^oe  tenga  deposiciones  sanguinolentas,  vómitos.,  etc.,  debe  llamarse  a  un 
ínédico  en  seguida,  porque  puedie  tratarse  de  ima  oclusión  intestinal  por 
invaginación,  que  necesita  la  presencia  de  un  cirujano.  Tanto  más  pronto 
^e  interviene,  tanto  más  éxito  tendrá  la  operación. 

Niños  que  padezcan  de  hernia  umbilical,  inguinal  o  crural  y  que  ten- 
^3n  su  llanto  persistente,  es  conveniente  que  los  padres  hagan  examinar 
^  hernia,  pues  puede  haberse  estrangulado;  en  ese  caso  se  constatará  un 
^ulto  doloroso,  que  por  más  que  se  comprima  no  se  reduce,  y  no  se  puede 
wtroducir  en  el  abdomen  como  antes;  además,  se  acompaña  de  vómitos, 
timpanismo,  constipación,  etc.  Como  en  el  caso  anterior,  se  necesita  un  ci- 
nijano  con  toda  urgencia.  Más  tiempo  se  demora,  más  se  expone  la  vida 
de  niño. 

Otras  veces,  un  detalle  insignificante  puede  ser  causa  de  que  el  niño 
üore  cada  vez  que  tenga  que  mamar.  Un  lactante  tiene  un  coriza  vulgar 
(resfrío  de  nariz),  que  obstruye  sus  vías  nasales.  La  succión  le  impide  la 
respiración  por  la  boca,  y  como  por  el  coriza  no  puede  respirar  por  la 
nariz,  suelta  el  pezón  para  respirar  y  llora. 

La  otitis  aguda  (inflamación  del  oído  medio),  es  una  causa  frecuente  de 
llanto.  Siempre  que  un  niño  tenga  un  coriza  y  que  llore  descohsolada- 
tncnte,  tanto  de  día  como  de  noche,  que  no  se  calme  con  aproximarlo  al 
pecho,  debe  hacernos  sospechar  que  tiene  una  inflamación  de  los  oídos. 
La  caja  del  tímpano  contiene  exudados   (pus),  y  hasta  tanto  éste  no  per- 


-  72  — 

'    fore   la   membrana    del    tinipaiio  y   apareíca   por    el    conducto    auáitívo    i 
tcrno,  el  dolor  no  se  calmará. 

Coroáumenlc  la   madre  nos   manifiesta   que   hace  días    el   niño    está    1 
friado,  con  obstrucdón  nasal,  con  o  sin  tos,  y  gue  después  le  ha  aparecido- 


i  de  cabeza,  cierre  de  los  pár- 
observa  que  lleva  sus  manitaa 
a    hecha   por    intermedio    de    la. 


un   llanto  qu'e   se   acompaña  con  movimietitt 
padoE,  y  en  algunos  niños  mis  crecidos  se 
al   oído.  Todo  ocasionado   por   una   infeccii 
-    trompa  de  Eustaquio. 

Para  evitar  la  otitis,  conviene  instilar  dentro  de  la  narii  de  todo  niñc 
resfriado,   varias  gotas   de  vaselina  liquida  gomcnolada  al   lo  por   loo. 

Para  calmar  el  dolor  de  oido,  puede  introducirse  por  el  conducto  audi' 
tivo  «eterno  de  ocho  a  diez  gotas  de  g'licerina  íenicada  con  cocaína,  ca- 
lentada 3  baño  maría,  varias  veces  al  día,  o  aceite  caliente,  fomentos, 

Todas   las  afecciones  dolorosas,   especialmente   inflamatorias,   que   puedeiv. 
ocasionar  el   llanto,   necesitan   una  observación    atenta   y  continuada  de 
r.adre  y  del  módico  para  poder  hacer  el  diagnóstico  e  indicar  el  tratamien- 
to para  cada  caso  particular. 

El   llanto   en   la   fí/Üif   hereditaria,   el   llanto   sifilítico  {signo    del   doctoi 
rsTo).   Corresponde  a   Sisto,  el   malogrado  médico   argentino,   el   mérit 
ir  el   primero   que  llamó   la  atención   del   llanto   que  en  los   primeros 
si'S  de  la  vida,  se  observa  en  los  niños,  ocasionado  por  lesiones  de  origeaS' 

En  los  niños  hercdosifilí ticos  pueden  observarse  algunas  veces  signos  evi- 
dentes, otras  sólo  manifestaciones  sospechosas,  y  en  algunos  casos,  sólo 
se  observa  el  llanto,  sin  ninguna  manifestación  apreciable.  jCuálea  son  los 
caracteres  del  llanto  sifilítico? 

I."  La  ausencia  de  otra  causa  que  puede  explicarlo  (hambre,  afección 
apuda  dolorosa). 

2."  La  edad :  son  niños  pequeños,  en  general  menores  de  tres  meses,  y- 
por  excepción  puede  observarse  en  nifios  mayores.  Comby  cita  un  caso  de- 
diez  meses. 

3.'    La  presencia,  la  intensidad  y  persistencia  del  grito,  que  se  mnes— 
'a  rebelde  a  los  tratamientos  usuales. 
4.°    Predominio  nocturno  del   síntoma ;   son  niños  que  lloran 
[■che  que  de  día. 

Su  exageración  cuando  se  toca  o  se  mueve  e'l  niño. 
Es   provocado  o   exageradi   por   la   prciión   de   las   extremidades   dfr 
los  huesos  largos. 

Su  desaparición  rápida  mediante  el  tratamiento  anti sifilítico.  En 
ctianto  3  las  lesiones  que  provocan  el  dolor,  y,  por  lo  tanto,  ocasionan  eí 
anlo  son  osteo  condritis  específicas. 
Más  de  ima  vez  he  tenido  ocasión  de  tratar  nifios  llorones  que  habiai»' 
recorrido  diversos  consultorios  médicos  sin  resultado,  sin  dar  sus  padres. 
antecedentes  de  avariosis,  ni  los  niños  presentar  estigmas  luéticos,  y,  siti- 
cmbargo,  con  un  simple  tratamiento  mercurial,  he  visto  desaparecer  en 
lianlo  son  osteo  condritis  específicas. 

El  llanto  de  la  atrepsia,  de  la  descomposición,  el  último  período  de  la 


leiv. 

'di 


—  73  — 

conocida  gastroenteritis:  Es  un  llanto  violento  y  tenaz  al  principio.  Este 
grito,  dice  Parrot,  al  cabo  de  cierto  tiempo,  cambia  de  tono  y  se  vuelve  de 
pronóstico  cuando  pierde  su  intensidad  y  se  hace  quejumbroso.  Cuando  el 
enfermo  sigue  empeorando,  se  transforma  el  llanto  en  una  queja  monóto- 
na, prolongada,  desgarrante:  es  el  más  triste,  el  más  desolado  de  los  gritos 
humanos. 

Si  bien  no  se  trata  de  un  dolor  localizado  en  el  estómago  o  en  el  in- 
testino, sino  de  un  sufrimiento  interno  y  profundo,  expresión  de  la  vida 
que  se  agota,  de  la  nutrición  que  no  se  realiza.  Felizmente,  entre  nosotros,, 
con  la  mayor  ilustración  del  pueblo  sobre  conocimiento  de  higiene  ali- 
menticia infantil  y  los  médicos  mejor  preparados  que  antes  en  afecciones  de 
la  infancia,  los  casos  de  atrex>sia  con  cada  vez  más  raros;  muy  pocos  son 
los  que  anualmente  se  observan,  tanto  en  la  clientela  privada,  como  en  el 
hospital. 

Por  último,  no  debemos  dejar  de  lado  el  llanto  provocado  por  la  pre- 
sencia del  médico,  que  muchas  veces  puede  llegar  a  dificultar  el  examen  clí- 
nico. La  culpa  casi  siempre  a  tiene  la  misma  familia,  que  presenta  al  mé- 
dico como  el  "coco",  asustando  al  niño  cuando  está  sano,  sin  darse  cuen- 
ta que  más  tarde,  cuanü.:  necesita  del  auxilio  del  facultativo,  su  mal  hábito 
puede  licuar  a  que  el  médico  no  paeda  efectuar  un  buen  examen,  a  precisar 
vm  disgnóstico  para  indicar  un  apropiado   tratamiento. 

J.     A.     MUÑOYERRO. 


i 


Hans  H.  Meyer.— Farmacología  de  la  diuirosis.  La  Medicina  Germa- 
no-Hispano- Americana,  núm.  4.  1926. 

La  secreción  de  la  orina  en  el  riñon  depende  principalmente  de  los  si- 
guientes factofes: 

1,^  De  la  cantidad  de  agua  qiie  contenga  la  sangre  que  por  el  rífión 
cirpnla,  es  decir,  del  grado  de  \hidremia.  La  sangre  contiene  alrededor  de 
Bo  por  IQO  de  agua,  fijada  a  ^as  albúminas  y  a  los  lipoides  del  plasma  que* 
en  él  se  encuentran  en  soluoión  coloidal,  o  sea,  en  estado  de  imbibición. 
Para  hacer  posible  la  secreción  del  agua  de  la  orina,  es  preciso  que  se  haga 
menos  estable  o  se  destruya  en  parte  esta  combinación  del  agua  con  los 
citados  alcaloides;  este  proceso  puede  tener  lugar  con  ayuda  de  energía 
mecánica  o  quimica. 

Actúa  como  energía  mecánica  la  presión  de  filtración,  que  exprime  el 
agua  de  imbibición  del  coloide  ingurgitado.  Perol  a  medida  que  aumenta  la 
conc^tración  del  coloide  crece  también  rápidamente  la  resistencia,  la  "pre- 
sión de  imbibición",  que  se  opone  a  la  presión  que  exprime.  La  presión  de 
imbibicián  (mejor  dicho  estaría  la  corriente  de  imbibición)  es  en  el  plasma 
de  30  a  40    tam.  de  Hg.  por  regla  general ;  para  que  pueda  ser  superada 
y  se  expríma  agua  en  el  glomérulo,  se  exige  por  lo  menos  una  presión  san- 
íoínea  proporcional  en  los  va^os  aferentes  del  riñon.  Ahora  bien,  basta  que 
la  cwKOitración  del  plasma  aumente  en  un  i  ó  2  por  100  para  que  ninguna 


I  •  ' 


h: 


presión  sanguínea  fisiológicamente  posible  sea  capaz  de  exprirair  agua  áet 
plasma.  Por  eso  se  elimina  la  orina  en  cantidades  escasas  o  nulas  después 
de  una  sed  prolongada,  de  sudores  profusos  y  de  grandes  pérdidas  de  agua 
debidas  a  grandes  diarreas. 

Por  el  contrario,  cuando  pasa  afiria  de  los  tejidos  al  plasma  sanguíneo 
disminuye  intensamente  la  presión  de  imbibición  del  mismo,  de  manera  que 
el  agua  sobreañadida  se  exprime  entonces  fádl  y  rápidamente  en  el  glomé- 
rulo,   aunque  sea  muy  baja  la   presión   sanguínea. 

Gracias  a  la  energía  flñcnqjií'nica  de  su  afinidad  con  el  disolvente,  las 
sales  solubles  en  agua  sustraen  a  los  coloides  una  parte  de  su  agua  de  imbi- 
bición. El  agua  sustraída  como  disolvente  de  las  moléculas  salinas  se  en- 
cuentra! entonces  libre  de  la  fuerza  de  imbibición  eiercida  por  los  coloides 
y  es,  por  lo  tanto,  susceptible  de  ser  filtrada  en  el  mismo  grado  en  que 
atraviesan  con  ella  el  filtro  renal  las  sales ;  pero  en  el  caso  de  que  estas 
ültitnas  no  puedan  atravesairlo.  retienen  el  agua  en  proporción  que  depende 
de  su  afinidad  de  solubilidad,  es  decir,  de  su  (cesión  osmótici.  Así,  puede 
suceder  que  dentro  de  determinadas  condiciones,  algunas  sales  no  sólo  no 
favorezcan   la   díiu-esis,   sino   que  lleguen  incluso  a  inhibirla. 

a."  De  la  presión  y  velocidyad  con  qne  ¡a  corriciile  sanguínea  atraviesa 
las  asas   vasculares  del   glomérulo   y  los   restantes  capilares   renales 

Si  es  demasiado  baja  la  presión  sanguínea,  que  habrá  que  calcular 
en  los  vasos  renales  un  20  a  30  por  100  menor  (|ue  la  que  se  registra  a  ni- 
vel de  la  carótida,  para  poder  sobreponerse  a  la  fuerza  atracción  imbibitoria 
del  plasma  sanguÍTico,  disminuye  o  cesa  la  secreción  de  orina.  Como  ea 
natural,  también  se  suspende  inmediatamente  esta  última  cuando,  no  obstante 
existir  una  presión  sanguínea  elevada,  la  sangre  fluye  muy  lentamente  ii 
incluso  se  estanca  a  nivel  del  glomérulo,  a  causa  de  contracciones  espástícas 
de  las  asas  capilares  o  de  éxtasis  venosa.  Una  vez  eliminada  el  agua  dis- 
líOnible  para  la  orina  en  un  moniento  dado,  asciende  rápidamente  la  pre- 
sión imbibitoria  de  la  sangre  espesada  y  estancada  en  las  asas  glomerulares 
y  se  opone  a  todo  nuevo  desprendimiento  de  agua;  tají  sólo  con  la  llegada 
de  nueva  sangre,  suficientemente  rica  en  agua,  podrá  volver  a  segregarse 
orina.  De  ahí  que  disminuya  la  diuresis  tanto  en  la  insuficiencia  cardiaca 
de  alto  grado  o  en  los  casos  de  parálisis  del  territorio  vascular  del  a 
como  oon  ocasión  de  espasmos  vasculares  renales  o  de  éxtasis  ^ 
los  vasos  del  rifión. 

3."  De  la  secreción  y  absorción  a  nivel  de  los  canalicalos  t 
Aparte  de  la  eliminación  líquida  (tue  tiene  lugar  eu  el  glomérulo,  que 
funciona  a  manera  de  filtro,  se  verifica  también  una  secreción  propiamente 
dicha  (independíenle  de  la  presión  sanguínea),  en  cuya  virtud  se  eliminan 
probablemente  agua  y  seguramente  determinadas  substancias  sólidas  (ácido 
úrico,  p.  e.),  a  través  del  epitelio  de  los  canalículos  uriníferos.  Esta  secreción 
se  encuentra  probablemente,  del  mismo  modo  que  la  d^  las  glándulas  pro- 
[ñam^nte  dichas,  bajo  la  influencia  de  nervios  que  llegan  al  rifión  y  basta 
a  las  células  epiteliales ;  pero  esta  hipótesis  no  ha  podido  ser  confirmada 
liasta  ahora  mediante  una  prueba  experimental  conclujente^  Se  ha  demostrado. 

cambio,  que  en  los  tubos  contorneados  tiene  lugar  una  reabsorción  de 


»^c    

/5    — 

la  solución  procedente  de  los  gloménilos,  que  afecta  tanto  al  agua  ootno 
a  las  substancias  en  ella  disueltas  y  que  depende  tanto  de  la  cantidad  total 
•de  la  orina  segregada  como  de  su  composición  cualitativa. 

De  estas  consideraciones  previas  se  desprenden  los  siguientes  puntos  de 
TÍsta  para   las  influencias   farmacológicas   sobre   la   secreción   renal. 

a)    Influencias  ejercidas  sobre  la  sangre. 

Cuando  son  normales  el  aparato  circulatorio,  los  ríñones  y  los  tejidos 
«del  organismo,  la  diuresis  es  aproximadamente  proporcional  al  ingreso  de 
agua  y  puede,  por  tanto,  aumentársela  en  el  grado  apetecido  mediante  la 
ingestión  de  bebidas  acuosas. 

Resulta  interesante  en  el  terreno  teórico  que  cuando  se  administra  a  los 
animales  de  experimento,  agua  destilada  exenta  en  absoluto  de  sales,  estañ- 
ado el  animal  en  ayunas,  no  se  presenta  una  diuresis  apreciable  (Hashimo- 
To);  el  agua  pura  queda  fijada  por  el  intestino  y  sólo  es  cedida  muy  lenta 
e  imperceptiblemente  a  la  sangre  y  al  riñon.  Basta,  sin  embargo,  con  una 
pequeña  cantidad  de  sales,  como  la  que  contiene  el  agua  corriente  de  ca- 
ñería, para  oponerse  a  esta  imbibición  de  los  tejidos  y  hacer  posible  su  paso 
Tapido  a  la  sangre  y  a  la  orina. 

La  diuresis  provocada  por  el  suministro  de  bebidas  o  por  inyecciones 
intravenosas  de  solución  isotónica  de  Ringer  sólo  tiene  por  objeto  el  lavado 
-del  riñon  y  de  la  vejiga,  y  la  dilución  de  la  orina,  y  sirve  para  una  mejor 
suspensión  de  las  substancias  disueltas  (algunas  sales,  urea,  etc.);  pero  no 
provoca  la  deshidratación  del  organismo.  Otra  cosa  sucede  cuando  la  hi- 
dremia  no  tiene  lugar  a  favor  del  agua  ingresada,  sino  a  expensas  de  los  te- 
jidos del  organismo. 

Después  de  toda  sangría  copiosa  y  siempre  que  se  produzca  un  des- 
•censo  considerable  de  la  presión  del  líquido  contenido  en  las  arterias  y 
•«n  los  capilares,  pasa  linfa  desde  los  tejidos  al  torrente  circulatorio,  enri- 
<3[ueciendo  la  proporción  de  agua  de  la  sangre  ya  que  la  linfa  contiene 
uiia  cantidad  tres  veces  menor  de  coloides  albuminosos  que  el  plasma 
sanguíneo;  a  causa  de  la  menor  presión  imbibitoria  se  produce  entonces 
Ja  diuresis  y  la  deshidratación  del  organismo. 

Mientras  que  esta  hidremia  consecutiva  a  la  sangría  tiene  lugar  por 
filtración  debida  a  diferencias  de  presión  hidrostática  entre  los  vasos 
sanguíneos  y  los  espacios  linfáticos  la  IJegada  de  sales  a  la  sangre  ocasiona 
litna  corriente  osmótica  que  atrae  agua  de  la  linfa  y  de  los  tejidos  a  la 
sangre  por  un  mecanismo  de  osmosis,  privando  al  mismo  tiempo  a  los 
coloides  del  plasma  de  una  parte  del  agua  fijada  por  ellos,  dejándola  en 
condiciones  de  poder  ser  eliminada.  Si  el  riñon  es  permeable  para  las  sales 
ingresadas,  elimina  dichas  sales  juntamente  con  el  agua:  aumenta  la  diu- 
resis. 

Muchas  sales  y  ciertas  substancias  pseudosalinas,  es  decir,  que  desarro- 
llan efectos  osmóticos,  pero  que  por  lo  demás  se  comportan  como  indiferen- 
tes, son  fácilmente  absorbidasí  en  el  intestino  v  pueden  servir  como  diuréti- 
cos. Pero  desde  un  punto  de  vista  práctico  sólo  entran  en  consideración  en 
•este  sentido  el  nitrato  y  el  acetato  potásicos  y  la  urea-- 

La   acción   osmótica   de  estas   substancias    se   manifiesta  ea   cv^\.to   ^\- 


I    el   plasma    sanguíneo    reduce    la    presión    imbibitorfa    de  3 
coloides    plasmáticos;    provoca    una    corriente    osmótica    de    agua    desde 

s  linfáticos  perivasculares  y  de  ios  tejidos  a  la  sangre;  a  nivel  i 
riñon  da  lugar  a  un  aumento  del  liquido  eliminado,  porque  se  opone  al 
espesamiento  de  la  orina  en  los  canales  uriníferos.  del  mismo  modo  que 
las  sales  impiden  en  el  intestino  el  espesamiento  del  contenido  intestinal 
y  provocan  la  diarrea,  es  decir,  la  eliminación  de  grandes  cantidades  de 
líquidos;  finalmente,  al  d«ingurgitar  y  contraer  el  tejido  renal,  dilata  los 
vasos  del  riñon   y   facilita  de   este  modo   la   circulación   local. 

La  fuerza  osmótica  de  las  sales  depende  de  la  caiiiidad  y  no  de  la 
calidad  de  sus  Sones,  siempre  que  se  encuentren  disueltos ;  ello  quiere  decir 
que  la  influencia  ostiiótica  de  las  sales  de  potasio  y  sodio,  por  ejemplo, 
es  idéntica;  pero  son  díslíntas  dichas  sales  en  cuanto  a  su  aecián  químico 
sobre  el  poder  de  imbibición  y  de  fijación  de  agua  de  los  coloides,  de  los 
tejidos  y  de  la  sangre:  los  iones  de  sodio  las  atanenta  (acrecen  la  apetes 
de  los  tejidos  por  el  agua,  los  hace  i 
de  potasio  ejercen  efectos  opuestos  y  lo 
de  mercurio,  que  estimulan  por  tanto  1; 
L   tanto   que   los   iones   de   sodio    • 


las  sales  sódicas  lacha  t 
fluencia   química, 
ioies  de  potasio  se 
con  la  que  resulta  de   i 


las   propicios   a!   edema) ; 

mismo  actúan,  al  parecer,  los  «n 

eliminación  de  agua  y   la  itiurof 

;  oponen   a   ellas.    Por    consiguiente,   \ 


acción  positiva  osmótica, 
que  favorece  la   formación  de   edemas : 
:n  cambio,  su  acción  diurética  de  origen  O! 
efectos  químicos  des  ingurgitantes. 


El   poder  de   itnbtbiciSn   de  los   coloides   de   los  tejidos   r 
tan  sólo  bajo  la  influencia  del  sistema  nervioso  central  por  intermedio  de  1 
hormonas   del   liroidfs  y   de  la   hipófisis.   Con   esta   última   influencia   i 
dan   relación   la  acción   diurética   de   los   preparados  tiroideos   y  los   efec 
antidiuréticos   de   las   inyecciones   de   hipofisina,   que   se   observan   dentro  J 
derlas  condiciones. 


b)    Jnflue 


s  ejercidas  sobre  los  riñe 


El    papel    más   importante    corresponde    a    una    irrigación   suficiente 
tiflón.  Por  eso  disminuye  la  diureas  aiando  es  deficiente  la  función  ( 
diaca  y  por  eso  pueden  reanudarse   las   funciones  renales  í 
cuados   mediante   la   administración   de   la   digital  y   otros   tónicos   cardin 
(adom's,  eonvallaria,  evónimo,  escila,  estrofanto,  etc-).  En  apoyo  de  la  1 

don   indirecta   lograrla   mediante   el   estímulo    de   la    función   cardiaca  vi« 

la   dilatación    directa   de   los  vasos    renales,   ocasionada   por   la  digital.    Sin 
embargo,    desde   el   punto    de    vista   práctico    resulta    importante    saber    que 
esta  dilatación  activa  puede  transformarse  en  tina  vasoconstricción  muy  a 
Inada  cuando  se  emplean  grandes  dosis  de  digital,  en  cuyo  caso  vudve  j 
disminuir  o   amilarse   la    diuresis    a.umentada    en    un   principio, 
haber  mejorado  la  circulación  general. 

I-os    obstáculos    circulatorios    consisten  muy   a    menudo    en 

usa   de  los   capilares   renale'.   singularmente   de  los   i 


aer    que 
ly  acen- 

is  v^^H 


—  77  — 

del  glomérulo.  Esto  sucede  probablemente  en  la  a^mria  refleja.  La  con- 
tracción refleja  de  los  vasos  renales  puede  ser  provocada  desde  el  sistema 
nervioso  central;  éste  influye  en  el  mismo  sentido  sobre  los  vasos  renales 
y  cutáneos,  es  decir,,  que  los  estímulos  que  provocan  la  constricción  refleja 
de  los  vasos  cutáneos  (por  ejemplo  el  frío),  o  su  dilatación  (por  ejemplo, 
los  baños  calientes),  ejercen  también  el  mismo  efecto  sobre  los  vasos  renales. 
Pero  la  anuria  refleja  propiamente  dicha,  que  tiene  lugar  a  causa  de  irri- 
^ciones  sensitivas  en  los  uréteres  o  qtie  es  provocada  por  irritación  sim- 
pática de  un  riñon  a  partir  del  otro,  posee  un  centro  reflejo  propio  que, 
según  sospechamos,  no  reside  en  el  sistema  nervioso  central,  sino  en  los 
ganglios  periféricos  del  sistema  simpático.  Estos  reflejos  se  distinguen  de 
los  que  tienen  un  origen  central,  por  su  larga  duración  y  porque  no  pueden 
-ser  suprimidos  con  ayuda  de  los  narcóticos  de  acción  central  (doral,  alcohol, 
-etcétera),  contra  lo  qeu  sucede  con  los  reflejos  procedentes  del  cerebro  o  de  # 
la  medula. 

No   conocemos   remedios   capaces    de    suprimir   o    evitar    con   seguridad 
•dichos  reflejos.   Pero,  por  otra  parte,  se  puede  conseguir  la  dilatación  de 
Jos  vasos  renales  y  aumentar   la   irrigación  del   riñon   con  ayuda  de  una 
serie  de  medicamentos.  En  primer  lugar,   toda  hidremia  ejerce  de  por   sí 
directamente  una  dilatación  de  esta  naturaleza;  lo  mismo  sucede  con  muchas 
substancias  irritativas  y  f logísticas  que  llegan  a  la  sangre  y  a  los  ríñones, 
<x^tno  las  cantáridas,  la  cubeba,  los  terpenos,  etc.;  también  actúan  probable- 
mente del  mismo  modo  las  especias  diuréticas  y  numerosos   remedios  po- 
pulares, como  los  cocimientos  de  enebro  y  de  hojas  de  abedul  y  de  equi- 
^eto^  etc. 

También   la  urea  y  el   nitrato  potásico   dilatan  directamente   los   vasos 
renales  y  también  ejercen  esta  acción  de  un  modo   especialmente   intenso 
la.   cafeína,  la  teobrotnina  y  su  isómero  la  teofilina  o  teocina.  La  dilatación 
local  directa  de  los  vasos   del  glomérulo  por  medio   de  la  cafeína  queda 
^^dticida  en  grado  variable  por  la  acción  excitante  de  la  medula  sobre  los 
centros  vasomotores,  que  puede  provocar  también  una  constricción  de   las 
arteriolas  renates  y  contrarrestar  así  en  parte  la  dilatación  capilar  en  los 
gloménilos.   Esta  acción  no  se  presenta  con  el  uso  de  teobromina  y  teo- 
íi^ina,  cuyos  efectos  diuréticos  son,  por  lo  general,  más  seguros.  Pero  cuando 
^os  vasos  glomerulares   se  encuentran  alterado^  o   incapaces   de  dilatación, 
*s  muy  reducida  o  nula  la  diuresis  provocada  por  la  cafeína  o  por  la  teo- 
bromina,   ta   tanto   que  todavía  puede   manifestarse    a   nivel   de  los    tubos 
^riníferos   patológicamente   alterados.    Por   otra   parte,   la   acción    diurética 
intensa  de  los  susodichos,  derivados  de  las  purinas  (que  también  se  extiende 
^  los  componentes  disueltos  de  la  orina)  no  descansa  tan  sólo  en  la  mayor 
irrigación  del  riñon,  sino  también  en  una  modificación  funcional  perfecta- 
fnente  demostrable  del  epitelio  de  los  tubos  contorneados.  En  dichos  tubos 
tienen  lugar,  lo  mismo  que  en  el  tubo  intestinal,  junto  a  los  procesos  de 
secreción,  procesos  de  reabsorción,  en  virtud  de  los  cuales  se  absorben  a 
través  del  epitelio  algunas  substancias  eliminadas  durante  el  filtrado  en  el 
^sxnénúOf  tales  obmo  los  cloruros  y  la  glucosa,  reintegrándose  asi  a  la 
sangre.  Está  demostrado  que  esta  reabsorción  qu«da  disminuida  o  anulada 


mediante  la  cafeína  y  k  teobromina,  en  lo  que  se  refiere  a  loa  ctoriiTOt^ 
s  de  sospechar  Que  también  queda  limilada  \<x  reabsorción  del  agua  y  de 
otros  componentes  de  la  orina. 

Finalmente,  para  la  expulsión  de  la  orina  hacia  el  exterior,  ha  de 
«erse  en  cuenta  la  función  de  los  uréteres  y  de  la  vejiga  La  obstrucción 
espástica  de  los  uréteres  se  opone,  como  es  natural,  a  la  evacuación  de  la 
orina;  no  sabemos  si  en  ocasiones  puede  estorbar  la  evacuación  de  la  orina 
una  paresia  de  sus  movimientos  peristálticos,  si  bien  lo  consideramos  proba- 
ble. La  expulsión  de  la  orina  contenida  en  la  vejiga  depende  de  la  relajación 
del  esfínter  vesical  interno,  contraído  tónicamente,  y  de  la  contracción 
simultánea  de  la  capa  muscular  extema  de  k  vejiga.  El  espasmo  del 
esfínter  hace  imposible  la  evacuación  de  orina,  aun  cuando  esté  repleta 
la  vejiga.  Los  únicos  medicamentos  capaces  de  suprimir  con  segurií 
casi  absoluta  la  obstrucción  espástica  de  la  vejiga,  son  las  sales  de  pi 
(cloruro,  acetato  o  nitrato). 


c)     La  composición  de  la  o 


LU-idü^ 
lotadH 


I  de  la  orina  depende  en  gran  parte  de  la  alimentación  i' 
los  alimentos  vegetales  proporcionan  una  orina  alcalina,  en  tanto  que  los 
de  origen  animal  dan  lugar  por  regla   general  a  una  orina  árida. 

Se  puede  aumealar  artificialmente  la  alcalinidad  de  la  orina  mediante 
la  administración  de  carbonatos,  de  sales  vegetales  o  de  aguas  minerales 
■alcalinas  acídulas.  Pero  si  se  trata,  no-  de  llevar  a  la  orina  álcalis  (para 
aumentar  así  su  riqueza  en  sales),  sino  de  disminuir  sus  componentes  áci- 
dos, resulta  el  carbonato  calcico  el  remedio  adecuado :  fija  los  ácídov 
con  los  que  íorma  en  el  intestino  compuestos  de  difícil  solubilidad,  es- 
pecíalmenle  fosfatos  y  sulfatos,  con  lo  que  impide  su  paso  a  la  orina. 
La  orina  queda  empobrecida  en  sus  componentes  ácidos  y  con  ello  se  re- 
duce también  su  contenido  ch  sales,  lo  que  es  de  gran  importancia  para 
la  disolución  de  los  uratos.  De  este  modo  quedan  explicados  los  buenos 
resultados  que  se  consiguen  con  tas  aguas  minerales  aciduloalca  linas  en 
el  tratamiento  de  la  diátesis  urálica. 

Es  posible  convertir  en  acida  la  reacción  de  la  orina  o  aumentar  su- 
grado  de  acídeü  dentro  de  los  límites  moderados,  mediante  la  administra- 
ción de  ácido  clorhídrico ;  pero  esta  medicación  sólo  puede  aplicarse  dentro 
de  estrechos  limites.  La  orina  se  hace  también  acida  después  de  administrar 
cloruro  calcico,  porque  el  ion  caldo  se  elimina  en  su  mayor  parte  por  el 
intestino  bajo  la  forma  de  carbonato  y  de  fosfato,  en  tanto  que  los  iones 
de  cloro  pasan  a  !a  sangre  y  a  la  orina  aumentando  el  grado  de  acidez 
de  esta  última.  También  sucede  algo  parecido  con  el  sulfato  magnésico; 
los  iones  de  magnesio  se  eliminan  por  el  intestino  en  forma  de  bica.rbonatos 
y  fosfatos  de  magnesio  y  de  amonio,  en  tanto  que  una  gran  parte  del 
ácido  sulfúrico  se  absorbe  y  se  elimina  por  los  ríñones. 

Para  el  tratamiento  de  la  fosfaturia  es  Importante  la  aplicación  pro- 
longada  de   este   método   de  numentar   la   acidez   áe   la   orina ;   merced  a  & 


—  79  — 

es  posible  transformar  los  concrementos  de  los  fostíatos  bibásicos  de  calcio 
en  fosfato  monobásico  soluble. 

La  reacción  alcalina  de  la  orina  y  la  formación  de  concrementos  que 
de  aquélla  resultan  se  deben  en  muchos  casos  a  la  descomposición  de  la 
urea  por  la  fermentación  amoniacal.  Esta  puede  ser  combatida  mediante 
el  uso  de  antisépticos  urinarios,  restabledéndoise  así  la  reacción  normal 
de  la  orina.  Entre  los  antisépticos  que  actúan  sobre  las  vías  urinarias  se 
cuentan:  el  éter  de  hidroquinona  (arbutina)  contenido  en  las  hojas  de 
gayuba,  el  éster  fenilsalidlico  (salol),  el  aceite  de  sándalo,  el  de  cubeba, 
el  bálsamo  de  copaiba  y  los  compuestos  que  dejan  en  libertad  aldehido 
fórmico:  la  tetramina  hexametilénica  {ur  otro  pina)  que  desprende  aldehido 
fórmico  en  medios  de  raección  neutra  o  acida,  y  el  helmitol  y  el  hippol, 
que  lo  desprenden  en  medio  de  reacción  alcalina.  También  el  asul  de 
-metileno  pasa  en  grandes  cantidades  a  la  orina,  actuando  probablemente 
como  antiséptico,  del  mismo  modo  que  sobre  el  hígado. 

La  eliminación  de  los  uratos  por  los  ríñones  depende  en  general  de 
las  purinas  contenidas  en  los  alimentos  y  de  la  f tmción  de  las  glándulas 
intestinales;  pero  también  queda  determinada  probablemente  por  la  función 
secretora  específica  del  riñon.  Tanto  el  atophán  y  el  novatophán  (a  dosis 
(le  2  a  3  gramos  al  día),  como  las  grandes  dosis  de  ácido  salicílico  provocan 
una  intensa  eliminación  de  ácido  úrico;  todavía  no  se  ha  podido  determinar 
con  seguridad  si  se  trata  en  estos  casos  de  una  influencia  directa  sobre 
d  riñon  o  de  una  acción  sobre  el  metabolismo  celular  del  organismo. 

J.   M. 

G.  Levy. —  Radioterapia  y  radlodlagnóstioo  de  los  tumores  del 
encéfalo.    Revue  neurologique.  Año  32,  tonK>  II,  núm.  5. 

Kl  diagnóstico  del  tratamiento  de  los  tumores  cerebrales  representan 
prácticamente  dos  asuntos  muchas  veces  de  los  más  difíciles  de  resolver 
para  el  neurólogo.  En  tsi^  trabajo,  comipuesto  de  dos  capítulos  distintos, 
^"^  pasa  sucesivamente  revista!  a'  los  datos  dados  por  la  radiología  y  los  re- 
siiltados  terapéutioos  obtenidos  con  la  radioterapia,  no  aplicándose  este 
estudio  más  que  a  los  tumores  de  la  regiói^  hipofísaria. 

El  examen  radiológico  de  los  tumores  cerebrales,  completamente  indis- 
P<?nsablel  en  el  examen  clínico,  puede  dar  datos  qu  se  colocan  en  tres  gru- 
pos: 

i.^'  Alteraciones  óseas  de  las  paredes  o  de  las  suturas  craneanas  o  de 
ia  silla  turca,  incluso  en  los  tumores  de  la  región  no  hipofísaria ;  alterado- 
res del  peñasco,,  del  conducto  auditivo  interna  (en  los  tumores  del  acústico 
en  particular),   de  los  canales    semicirculares,  del  agujero  óptico. 

2«  Inclusiones  histológicas  intratumorales ;  deposito  de  sales  de  cal 
en  los  psamomas  o  incluso  en  ciertos  aneurismas ;  la  inclusión  de  cálculos  de 
oxalto  de  cal  en  el  parénquima,  excepcional;  las  inclusiones  óseas  que 
corresponden  a  tumores  de  la  bóveda  propagados  a  las  meninges. 

3.»    La  ventriculografía  siguiendo   el  método   ideado   por  Dandy  puede 


—  íü 


i 


dar  dalos  sobre  la  morfología  de  los  ventrículos  laterales,  la  libre  i. 
pación  de  los  espacios  subaragnoideos  con  los  ventrículos  o  de  los 
sos  ventrículos   entre    si. 

L.,  después  de  haber  mostrado  el  papel  respectivo  de  las  terapéutíi 
liativas  (trepanación  dccompresiva)  y  curativas,  emite  la  opinión  muy  juP 
tificada  que  todas  las  üeoplasias  infiltradas  que  no  puedan  obtener  ningún- 
lieneficio  por  la  intervención  quirúrgica,  deben  ser  tratadas  lógicamente  con 
la  radioterapia,  i  Cuáles  son  los  resultados?  Desijués  de  una  revista  muy 
completa  de  los  hechos  observados  hasta  ahora,  L.  investiga  el  problema 
desde  el  punto  de  vista  más  general;  estudi;^  sucesivamente;  la  ridiosensí- 
hiliJad  de  los  tumores  en  general ;  las  reaccione?  particulares  bis  a  bis  de 
los  rayos  X  y  del  radium,  de  los  (ejidos  nervioso  sano  y  patológico;  las 
ojndiciones  aiialomofisiológícas  proiñas  del  encéfalo,  debidas  a  que  el  en- 
céfalo está  encerrado  en  una  cavidad  inextensible  Si,  en  efecto,  existe 
üu  síndrome  de  hiperteiLsión  intracraneana,  la  trepanación  decompresiva  de- 
berá preceder  a  la  radioterapia.  Si  no  existe,  esta  intervención  podrá  impo- 
nerse en  presencia  de  un  síndrome  de  hipertensión  persistente  consecutivo  a  !a 
irradiación :  las  dosis  deberán  ser  siempre  pequeftas,  sobre  todo  en  el  ro- 
mienzo  del  tratamiento.  De  esta  manera  han  podido  obtenerse  resultados 
eficaces  en  ciertos  casos ;  aun  mejores  serán  probaLO emente  obtenidos 
el  tratamiento  más  precoz  de  los  enfermos  y  el  periecci 
técnicas.  No  hay  que  olvidar,  sin  embargo,  que  las  recaídas  son  excepdoi 
?i's,  y  que  no  poseemos  hasta  ahora*  ningún  criterio  de  la  destnictiórt 
pleta  de  un  tumor  por  la  radioterapia. 

J.  M.. 


M.  Jacod  y  R.  Bersttoin.— Sobre  una  forma  particular  de  vért 
go8   unidos  a   las  sinusitis  anteriores,       {Annales  des  miU 
de  eoreilie.  Tomo  XHV,  núm.  8). 

J.   y   B.   han  podido  observar  en   estos   dos  úllin 
fermos,  una  forma  de  vértigos  muy  especial  durante  sinusitis  anteriores  a 
das.   Su   relación  con  la   einosistis  es  clara.  Sobrevienen   y   desaparecen 
■el  primer   brote   de   la    afección;   vuelven  si   la  infección   sínusiana   vucli^ 
varían,    incluso    de   intensidad,   con   la   importancia   de  !a 

La  claridad  de   los  síntomas  y   de   la   evolución   ai  chocar 
paralelismo   absoluto   entre   la   sintistíis  y   hs  vértigos.   Ninguno   de   los   i 
ícmios  observados   había  tenido   anteriormente   trastornos  del  equilibrio;   I 
des  lo  han  visto  aparecer  bruscamente  desde  el  comienzo  dd  la  afección  I 
nusiana  muy  intensamente  en  el   primer   período ;   el   desequilibrio  dcsa 
ció  en  cierto.s  casos  con  una  rapidez  inesperada,   después 
purulenta   abundantemente   supurada ;    por    el    contrario,    cuando   la   i 
era  solamente   catarral,   fueron   desapareciendo  poco   a  poco  con   la  i 
progresiva  de  la  cefalea  y  del  coriza, 

ia  segunda   particularidad    de   estos    trastornos   vertigiaosos    es    1 
¡/•láad  absoluta  de  hs  órganos  que  provocan  kahiUialmente  el  i!fseiiuiht/f 
En  Iodos  los  enfermos  !a  audición  era  normal,  así  como  el  laberinto  poílj 


—  8i  — 

rior  examinado  por  las  pruebas  rotatorias  y  térmicas.  Estos  enfermos  no 
tenían  ni  lesión  del  fondo  del  ojo,  ni  disminución  del  campo  visual,  ni  tras- 
tomos  de  la  .musculatura. 

Además,  los  vértigos  unidos  a  la  sinusitis  anteriores  no  tienen  el  mis- 
mo aspecto  clínico  que  los  trastornos  debidos  a  nna  lesión  óptica  o  vestibu- 
lar. No  están. ntnica  acomipañados  de  nistagmus  en  las  posiqiones  extremas 
de  la  mirada,  y  ,no  tienen  carácter  giratorio.  Son  de  predominancia  ante- 
rior. En  la  estación  de  pie,  más  todavía  que  en  la  marcha,  los  eiiXermos 
están  atraídos  hacia  adelante,  como  empujados  por  un  voluminoso  cuerpo 
extraño  un  poco  móvil,  en  la  región  del  seno  frontal.  La  atracción  se  hace 
más  fuerte  si  el  enfermo  baja  la  cabeza  o  inclina  el  cuerpo  hacia  adelante. 
Cerrar  los  ojos  no  tiene  ninguna  acción;  pero  da  una  impresión  de  que  el 
suelo  se  desplaza  bajo  sua  pies.  El  desequilibrio  no  llega  nunca  a  producir 
la  caída  y  no  se  acompaña  de  náuseas. 

El  gran  desequilibrio  de  predominancia  anterior  es  de  corta  duración, 
y  cesa  después  de  tres  o  cuatro  diaa  Persiste  mucho  tiempo  bajo  ?a  for- 
ma atemiada. 

La  patogenia  de  estos  vértigos  es  de  las  más  imprecisas.  Los  autores 
admiten  un  trastorno  de  desorientación  segmentaria  en  relación  con  la  mo- 
¿i^cación  de  volumen  y  de  peso  de  un  segmento  de  nuestro  individuo,  que 
hemos  observado  desde  nuestra  infancia  y  a  la  que  estamos*  habituados. 

J.    M. 


J.  DuRAND.— Las  lesiones  disooiadas  del  VIII  par.  Lesiones  oo- 
«ileares  y  lesiones  vestibulares  puras.  (Annales  des  maladies  de 
roreill  Tomo  XLIV,  núm.  8). 

La  embriología  y   la   anatomía  explican  por  qué  el   aparato  vestibular 
y    el  aparato  coclear  enferman  habitualmente   simultáneamente.  Sin  embar- 
í?o,   Ko    es    excepcional  el    encontrar  en  clínica  lesiones  aisladas   de    estos 
^•s  aparatos.  Esto  es  excepcional  para  las  vías  centrales.  Las  lesiones  pe- 
^iféricai  aisladas  de  los  aparatos  coclear  y  vestibular  están  mejor  conocidas. 
Lü  naturaleza  de  las  lesiones,  no  más  que  su  asiento,  no  pueden  servir 
^^   base  a  una  clasificación  metódica.  ÉV  autor,  después  de  haber  demostra- 
do que  en  las  asociaciones  c  ocle  ove  stihulares,  la  intensidad  o  la  evolución 
^   las  lesiones  de  cada  aparato  no  es  siempre  paralela,   lo   que  constituye 
^n  primer  grado  de  disociación  pasa  revista  a  los  grandes  capítulos  etio- 
^?iccs  de  la  patología  del  oído  interno  en  que  la  diosociación  verdadera  ha 
P^ido  ser  estudiada. 

En  los  tramnatimws  directos  (balazo)   no   se  encuentran  jamás  lesiones 
disociadas.  En  la  conmoción  laberíntica  se  han  podido  observar,  experimen 
cimente,   ksicmes  vestibulares  muy  poco  marcadas.    En    las    sorderas  pro- 
visionales, quizá  en  casos  de  histerotraumatrsmos,  se  trata  de  una  hipoexci- 
^büidad  vestibular. 

Hn.  las .  laberintitis  purulentas,   consecutivas  a  una  supuración   del  oído 
»»^,,pocde    ser    observada  la   laberintitis   circunscrita"  (Haütant). 


^^^E^^pií^taca  casi  siempre  a,  los  ikis  aparaloó  coclear  y  vestibular,  a,- 
maltáiieameHte.  Puede  atacarlos  aisladamente  (Hautant,  Ramadier).  Cual- 
quiera que  sea  la  etiología  de  una  lesión  codear  o  vestibular  reviste  siem- 
pre en  sus  grandes  líneas  la  misma  sintomalogia :  sordera  laberíntica,  poi 
una  larte;  vértigos,  desequil  ib  ración,  nystagtnus  espontáneo,  trastornos  de 
las  reacciones  vestibulares,  por  otra.  Se  deben  distinguir  lesiones  disocia- 
das  post-arsenicales  y  lesiones  durante  una  sífilis  no  tratada.  Se  observan 
lesiones  disociadas  post-arsenicales,  que  se  traían  de  accidentes  tóxicos,  de 
atcidentes  tipo  Herxheimer  (exacerbación  inmediata  ríe  los  síntomas  bají. 
la  influencia  del  tratamiento),  neurorrecidivas  (accidentes  Tierviosos,  que  so- 
brevienen tardíamente  después  de  la  administración  de  ima  dosis  terapéutica 
ligera).  Durante  una  sífilis  no  tratada,  las  lesiones  disociadas  son  o  cocleares 
c!  vestibulares.  Dos  signos  capitales  permiten  reconocer  una  lesión  codea," 
sifilítica:  el  descenso  del  límite  superior  de  los  tonos  y  la  disminución  efe 
la  conducción  ósea.  Las  lesiones  vestibulares  pueden  instalarse  sin  síntorTias 
aparentes  y  no  ser,  concentrada  más  que  por  el  examen  sistemático,  o,  por 
al  contraria,  acompañarse  de  crisis  de  vértigos.  La  heredo -sífilis  produce, 
menos  frecuentemente  que  la  sífilis  adquirida,  lesiones  disociadas. 

El  autor  estudia  todavía  estas  manifestaciones  en  otras  afeccionrss  las 
meningitis  cerebro-espinales  o  agudas,  ia  ttrterioesclerosis.  el  angio-espasmn 
del  laberinto,  las  afecciones  intracraneales  (tabes,  'umores  de!  ángulo  potito- 
cercbuloso). 

Las  observaciones  que  acompañan  a  este  trabajo  muestran  la  rpalidad  y 
ei  interés  de  las  lesiones  del  VIII  par,  que  tienen  importancia,  no  solamen- 
te en  medicina  legal  (Lebmovez  y  Hautant),  sino  que  debo  ser  extendida  a 
tilda    la  patología  del  oído    interno. 

J,    M. 

H,  LissF.R  y  C.  H.  Sheparosom,  Tetan  ia  paratireoptiva  tratada  por 
el  extracto  parablroldeo  <te  CoWlp.lEjnioírínohi/y.  Tomo  IX,  nú- 
mero 5). 

Collip  ha  podido  aislar  recientemente  de  lis  paratiroides  un  principio 
activo,  que  llama  paratirina,  y  que,  inyectado  bajo  la  piel,  produce  un  au- 
mento del  caldo  sanguíneo ;  a  dosis  demasiado  elevadas,  esta  bipercalcemia 
trae  mucbas  veces  la  muerte  del  animal.  Por  eso  hay  que  investigar  cui- 
dadosamente la  cantidad  de  Ca'  durante  el  tratamiento,  pues  parece  que  las 
dosis  se  acumulan, 

í^gunos  casos  de  tetania  han  sido  ya  tratados  con  un  éxito  rápido  {C»t- 
LR,  CoLLip  yLEiTcn),  L.  y  S,  relatan  el  primer  ejemplo  de  tetania  para  "i- 
renptiva  sometido  a  la  paratirina.  Se  trata  de  u:ia  mujer  de  ircinia  años, 
operrida  de  un  tumor  adenomatoso  voluminoso,  que  se  extendía  por  dcbaj'i 
del  esternón  y  detrás  de  la  tráquea.  Tres,  de  las  paratiroides  fueron  accidea- 
tahntnte  sacadas  con  el  lunior;  la  suerte  de  la  cuarta  quedó  desconocida. 
Desde  la  mañana  siguiente  de  la  operación,  !a  tetania  se  inanifestó  y  la 
gravedad  aumentó  considerablemente.  Durante  las  tres  primeras  semanas 
se  administró  un  gramo  de  lactato  de  Ca  en  ingestión,  sin  ningún  resultado; 


'   —83  — 

el  Ca  de  la  sangre  era  ocho  miligramos.  Se  comenzaron  entonces  las  in- 
>ecciones  de  paratírina,  suprimiendo  el  lactato  de  Ca,  Una  primera  serie 
de  inyecciones  cotidianas  de  12  a  37  unidades  hizo  montar  el  Ca  de  ocho 
miligramos  a  diez  miligramos.  Al  mismo  tiempo  que  los  -  trastornos  subje- 
tivos desaparecían  casi  inmediatamente,  los  síntomas  objetivos,  signo  tíe 
Chvostek,  de  Trousseau,  de  Erb,  ponían  más  tiempo  en  desaparecer.  Te- 
miendo una  hipercalcemia  peligrosa,  la  dosis  de  paratirina  fué  reducida  y 
^espaciada  dtutmte  algunos  días;  el  Ca  cayó  de  nuevo  por  debajo  de  ocho 
miligramos,  algunos  trastornos  reaparecieron  (parestesias,  signos  de  '1* Rous- 
seau y  de  Chvostek).  Se  comenzaron  entonces  otra  vez  las  inyecciones 
ciarías  a  dosis  de  10  a  25  unidades ;  el  Ca  subió  bruscamente  a  12  miligra- 
mos. Como  la  enferma  notaba  falta  de  energía,  se  dejó  la  paratirina,  el  Ca 
bajó  a  siete  miligramos,  a  pesar  áe\  la  administración  de  tres  gramos  de  lac- 
tato de  Ca  por  día,  cosa  que  condujo  a  inyectar  de  nuevo  la  paratirina,  diez 
unidades  todos  los  días,  dosis  suficiente  para  mantener  el  Ca  a  8,q  mili- 
gramos. 

Será  prematuro  el  pronosticar  el  porvenir  de  esta  enferma,  que  tendrá 
que  continuar  sin  duda  con  estas  inyecciones;  pero  se  puede  decir  que  la 
paratirina  parece  ser  una  medicación  verdaderamente  específica  de  la.  letanía 
de  origen  paratiroideo. 

E.  Carrasco  Cadenas. 


P.  Lereboullet  y  Saint-Girons  (de  París).—  Cómo  examinar  y  tra- 
tar a  los  lactantes  vomitadores.  (Le  Journal  medical  frangais. 
Tomo  XIV,  núm.  7). 

Se  podría  suponer,  por¡  la  multiplicidad  de  los  travamientos,  que  se  pue- 
den en  el  lactante  oponer  al  vómito,  que  este|  síntoma  es  muy  rebelde  a  la 
medicación  y  presenta  comúnn^'ütei  ima  gravedad  real.  No  hay  nada  de  esto, 
y  gcíveralmente,  los  vomitadores  son  enfermos  que  curan.  No  se  llega  siem- 
pre del  primer  golpe  al  tratamiento  eficaz  ;l  hace  falta  muchas  veces  tantear : 
pero  se  llega,  casi  constantemente,  a  triunfar  sobre  los  vómitos,  si  se  re- 
cuerda que  su  origen  alimenticio  es  con  mucho  el  más  frecuente.  La  toma 
del  seno  derecho  debe  ser  reblada  convenientemente.  Según  los  casos,  se 
podrán  utilizar  las  leches  hiperazucaradas,  cremosas,  homogeneizadas,  la 
leche  condensada  y,  sobre  todo,  la  leche  seca. 

Las  medicaciones  varían  según  la  naturaleza  de  los  vómitos:  vómitos 
pasajeros  de  origen  alimenticio,  vómitos  habituales  unidos  a  la  heredosífilis, 
vómitos  tenaoesi  debidos  a  la  extenosis  pilórica. 

El  agua  de  cal,  con  un  jarabe  gomoso;  el  siibnitrafo  de  hismulo  (Mar- 
f.\k),  dan  muchas  veces  buenos  resultados.  La  tintura  de  belladotia  al  ií» 
i>el  Codcx  1908,  a  la  dosis  de  una  a  tres)  gotas  por  día,  eni  poción,  asocia- 
da o  no  al  bromuro  de  potasio,  puede  ser  empleada  útilmente;  pero  con 
pmdencia. 

El  gardenal  a.  la  dosis  diaria  de  uno  a  tres  comprimidos  de  i  centigramo, 
*!jerce  una  acción  sedante  favorable  sobre   el  estómago 

La   medicación   antianafiláctica   puede    recurrirse   con    la   administración 


Si  ^ 


r  maiffiP 


de  peplonas  tie  leche  Las  inyecciones  subcutáneas  de  leclic   :lebcii  s 
jadas  con   precaución 

La  medicación  de  cs/^mofilia   está  a  veces   indicada :   belladona,   adrena- 
lina, cloruro  de  calcio.  Loa  rayos  ultravioletas   son   recomendables   en   este 

El  tratamiento  especifico  debe  ser  instituid»  frecuentemente,  incluso  «• 
ausencia  de  síntomas  clínicos  n  serológicos.  en  cuanto  el  lactante  es  sos- 
pechoso. El  Iralamiento  quirúrgico  es  iiii  tratamiento  de  excepción,  pues 
<pic  no   se  aplica   más  que   a  la  estenosis   pilórica   bien  diagnosticada. 


pueMt 


J.  Parisut.  L,  Cornil  y  P.  Hansal.— Observaciones  anatomopatoló- 
glcas  sobre  la  gastritis  torminal  de  ios  tuberculosos  pulmo- 
nares cavltarios.    Kcvuc  medicat  de   l'Rst.   Tumo   53.   núm.    ip. 

P.,  C.  y  H.  han  podido  sacar  el  estómago,  entre  tres  cuartos  de  liora  y 
do»  horas  después  de  la  n«ierte  de  tres  tuberculosos  cavitarios,  y  practi- 
car asi  exámenes  histológicos  de  este  órgano  con  un  mínintum  de  causas 
de  error.  Han  hecho,  adamas,  para  mayor  seguridad,  exámenes  leslig-M 
en  individuos  no  tuberculosos,  en  mucosas  gástricas  sacadas  durante  ope- 
raciones quirúrgicas  o  doce  o  veinticuatro  horas  después  de  la  muerte.  En 
los  tres  casos  observados  vieron  lesiones  de  gastritis  intersticial.  En  ia 
legión  fúndica  y,  sobre  todo,  en  la  región  pilórica,  las  lesiones  de  gastritis 
subaguda  estaban  caracterizadas  por:  i.",  la  degeneración  granulosa  y  va- 
cuolar  de  las  células  glandulares ;  2.°,  un  infiltrado  inflamatorio,  muy  abun- 
dante de  tipo  linCuplasmático  intersticial,  con  hiperplasia  de  los  foliculoi 
linfoides,  sin  lesiones  especificas  tuberculosas;  3.",  una  congestión  conside- 
rable de  los  vasos  de  la  miKosa  y  de  la  submucosa  e  incluso  algunas  lesiones 
de  periarterilis  y  da  per  i  flebitis.  En  un  caso  existiai  además,  una  perígastri 
tis  nodular  tuberculosa  subagnda,  testigo  local  de  la  generalización  perito- 

E.stas  no  son  lesiones  autoliticas  ni  una  capa  purulenta  debida  a  la  de- 
glución de  los  esputos,  ni  la   leiicopedesia  fisiológica   de   Loepbr, 

?.,  C.  j  H.  dan  un  papel  muy  importante  a  los  productos  tuberculoso! 
cr.  la  patogenia  de  estas  lesiones  sin  que  el  bacilo  intervenga  direcíainente 

J.    M. 

RirADEAL'-DuMAS  y  J.  Debkav  (de  París).-  El  tratamiento  dO  la  hl- 
patrepsia  y  de  la  atrePsta.  {U  Journal  medical  frattfais.  Tome 
XIV.  núm.  7). 

La  atrcl-sia  os  un  estado  patológico  de  la  primera  infancia  que  liajr  qiu 
saber  impedir:  i.",  prescribiendo  raciones  suficientes  a  los  niños  normales. 
2  o,  temiendo  la;  inanición  en  los  niños  enfermos  de  trastornos  digestivos  f 
de  infecciones  diversas;  3.",  sabiendo  cuidar  o  modificar  los  terrenos  pre- 
dispuestos. 


:  •    .  —  ís  — 

Ms  muy  raro  que  una  hipotrepsía  convementemente  tratada  no  Ctíre. 
pero  ¿s  esencial  d  no  llegar  detnasdado  tarde,  pues,  en  presencia  de  una 
.itxre^psia  confirmada,  ¿uando  un  niño  ha  perdido  más  del  38  por  loo  de  su 
pe^so,  el  metabolismo  basal  ha,  caído  por  debajo  dé  la  normal,  el  pronóstico 
es  extremadamente  pesimista.  Es  evidentemente  igual  cuando  la  atrepsia 
titái  en  relación  con  una  sífilis  visceral  grave  0|  una  tuberculosis*. 

JOesde  el  punto  de  vista  del  tratamiento  hay  que  comenzar  por  el  es- 
tal>lecimiento  de  tm  régimen  apropiado:,  leche  de  mujer;  en  su  falta,  leche 
de    burra,  leche  condensada,  leche  en  polvo  y  harinas  vitaminadas. 

Como  medicaciones  adyuvantes,  se  puede  recurrir  a  la  insulina  (Noeé- 
covjjiT  y  Max  Levi),  a  la  hemoterapia  por  vía  subcutánea  o  intravenosa, 
a   1«4  helioterapia  natural  o  artificial   (rayos  ultravioletas). 

J.   A.   MUÑOYERRO. 


S.    BoNNAMouR.— La  muerte  súbita  en  ia  neumonía  senil.     Lyon 
THedical,  Tomo  136,  núm.  4a 

X^  muerte  súbita  en  las  formas  latentes  ambulatorias  de  la  neumonía  de 
los  viejos  es  biem  conocid2i|  desde  Hourmann  y  Dechambre,  y  se  encuentra 
una  hepatización  gris  muchas  veces  muy  extendida  en  ancianos  que  pare- 
ci^íx  sanos. 

B.  insiste  en  la  necesidad  de  moverse,  de  salir;  pues  será  un  signo  reve- 
ladcM:  de  estas  neumonías  que  si  son  ambulatorias,  se  manifiestan  por  im- 
P<^rtantes  signos  físicos. 

I-a  muerte  púbíta  puede  aiun  sobrevenir  durante  el  curso  de  la  reumónía 
o*"<Íinaria  del  viejo  o  durante  la  convalecencia  Excepcionalmente  en  ei 
iiií^o  y  en  el  adulto  es  frecuenta  desde  hace  sesenta  años. 


A.  M.  Brogsitter  y  W.  Dreyfüsz.— La  acción  del  sistema  nervio- 
so sobre   la  secreción   renal.    Archiv  fur  experinventalle  Fatholo' 
gie  und  Pharmakologie.  Tomo  CVII,  fascículo  5-°  y  6.» 

B.  y  D.,  después  de  sus  experiencias  citadas  ya,  se  han  preguntado  si  d 
sistema  nervioso  vegetativo  no  ejercerá  igualmente  una  influencia  en  la  re- 
Pilacióa  del  umbral  de  eliminación  renal  de  las  sustancias  disueltas,  y  han 
cHttdiado,  en  este  sentido,  la  glucosuria  floricínica.  Muchos  argumentos  apo- 
yan el  origen  simpático  tónico  de  la  glucosuria  fioricínica:  su  exageración 
^bssimpaticotónicos,   en  particular  durante  el  embarazo  (Grotp,^ 
^obhmann),   la  acción  núdriática   de  la   floricínica  en   el  ojo   de  la  rana 
uESCHHDoaF),  la  ausencia  de  glucosuria  floricínica  en  los  individuos  trata- 
^  por  la  ergotamina,   sustancia  simpáticotropa  (Teschendorf).  La  per- 
sistiacia  4^1  fenómeno  en  los  rjñones  completamente  desnervados  (Krautkr) 
^  ^tnsken  eliminal'  la  hipótesis  de  una  acción  que  se  ejercería  en  las  ternii- 
^ones  simpáticas.  £s  interesante  saber,  en  estas  condiciones,  si  la  atro- 


-  ■-*/■ 


ara5Íni(>átÍco,  es  capaz  de   disminuir  1; 
nci'yiica,  o  la  pilotarpiíia,  excitando  el  parasímpáticu.  exagerarla. 

Las  experiencias  de  B.  y  D.  fian  sido  hechas  en  individuos  con  riñoties 
noimales.  Han  respondido  a  lo  que  se  podía  esperar  en  la  hipótesis  de  una 
actión  sinipaticotropa  de  la  floricina;  después  de  la  inyección  de  atropina, 
la  glucosuria  se  hizo  catorce  veces  más  débil  en  un  caso  A;  siete  veces 
Illas  débil  ea  otro  caso,  B ;  después  de  la  inyecíóii  de  pilocarpina,  se  Inizo 
dos  veces  mayor  en  el  caso  A;  seis  veces  mayor  en  el  caso  B.  Por  el  con- 
trario, en  dos  asmáticos,  en  estado  de  dcsectuilibrio  neurótico  maniñesto,  los 
resultados  fueron  paradójicos:  resistencia  tanLo  fuerte,  tanto  débil  a  la 
1  floricínica,  acción  de   la  pilocarpina  nula  o  paradójica. 

J.    M.     'J 


R.  W.  Me.  Nealv. — Siinpateotoinfa.,perlarteriai, /úiirnQ/.^.M..^.To-H 

mo  XVI,  núm.  2,  julio  1926. 

La  simpatectomla  periarterial  ha  sido  muy  practicada  en  los  últimos 
afios.  Consagrada  a  un  ataque  quinírgico  sobre  esa  porción  enigmática  de 
nuestra  anatomía,  o  sea  el  sistema  simpático  o  autónomo,  ha  ejercido  el 
erecto  estimulante  que  suele  engendrar  con  tanta  frecuencia  la  investieación 
en  un  campo  comparativameníe  desconocido.  La  aplicación  de  la  simpatecto- 
(iiia  periarterial,  o  histonectomia,  según  prefiere  designarla  Schilf,  en  la  te- 
rapéutica quirúrgica,  ha  planteado  muchos  problemas  pertinentes  con  respecto 
a  la  certeza  de  la  hipótesis  fisiológica  en  que  se  funda. 

ia  primera  persona  qi»  practicó  la  simpatectomia  periarterial  fué 
jABOtJijiy,  quien  extirpó  en  i88g  I03  tejidos  periarteriales  de  la  femoral 
para  airar  ciertas  úlceras  perforantes  del  pie.  La  operación  pasó  a  la  oscuri- 
dad hasta  1913,  en  que  Leriche  publicó  un  trabajo  relativo  a  la  extirpa- 
ción y  resección  de  los  nervios  peri vasculares  en  ciertos  síndromes  doloro- 
sos de  naturaleza  arterial,  y  en  algunos  trastornos  tróficos.  JDesde  aquel 
trabajo,  ha  publicado  otros  muchos,  comunicando  los  resultados  obtenidos 
con  la  operación  en  varios  trastornos  de  supuesto  origen  n  euro  vascular. 

En  1921,  el  mismo  autor  describió  los  efectos  de  la  operación,  repasó 
sus  observaciones  e  investigaciones  y  comunicó  los  resultados  en  sesenta  y 
cuatro  casos  operados.  Eso  pareció  disipar  la  imaginación  de  los  cirujanos 
de  todas  partes,  y  la  consecuencia  es  que  ahora  se  practica  la  operación  en 
el  grupo  más  caprichoso  de  trastornos  vasculares.  En  varias  ocasiones, 
Lericbe  ha  mencionado  su  aplicabilidad  en  el  tratamiento  de  la  enfermedad 
de  Raynaud,  la  eritrom  el  algia,  la  causalgia,  el  trofedema,  las  úlceras  tró- 
Fcas,  los  mufiones  dolorosos  de  la  amputación,  las  secuelas  isquémicas,  las 
úlceras  varicosas,  el  eczema  varicoso,  la  cojera  intermitente,  la  tromboan^- 
tis  obliterante  y  los  trastornos  del  tipo  de  Babi^ski-Froment.  Recientemen- 
te, se  han  agregado  a  ese  grupo  algo  afín,  estados  tales  como  las  fracturas 
desunidas,  las  infecciones  agudas  de  los  miembros,  las  lesiones  tuberculosas 
del  hueso,  la  lepra,  la  osteomielitis  aguda  y  los  trastornos  pelvianos  de  la 
mujer.  Anatómicamente,  el  campo  abarca  casi  todos  los  vasos  accesibles 
que  se  denudan  para  aliviar  la  patología  loca!  o  cercana. 


—  87  — 

• 

Tanto  aquí  coma  en  el  extranjero  han  aparecido  muchos  trabajos  relati- 
vos a  la  anatomía  y  fisiología,  historias  clínicas  y  modificaciones  de  la  téc- 
nica operatoria.  Dichos  autores  han  discrepado  a  tal  punto  en  sus  resultados 
y  expresado  opiniones  tan  divergentes  que  nos  parece  que  ha  llegado  la  Jiora 
de  tratar  de  formular  un  juicio  crítico  conciso,  a  fin  de  poder  interpretar 
y  aquilatar  debidamente  los  resultados  del  procedimiento. 

Es  nniy  esencial  establecer  primero  lo  que  conocemos  con  respecto  a  la 
anatomía  y  fisiología  de  la  porción  del  sistema  nervioso  simpático  que  se 
encuentra  enlazada  con  la  operación».  Además,  ese  conocimiento  quizá  sir- 
va para  explicar  fenómenos  clínicos  consecutivos  a  la  aplicación  dé  la 
simpatectomía  periarterial  a  los  vasos  periféricos. 

La  operación  se  propuso  primitivamente  con  el  objeto  principal  de  ata- 
car las  disfunciones  simpáticas  del  aparato  vasomotor  en  que  predominaba 
una  acción  vasoconstrictora.  Luego  se  ensanchó  el  campo  hasta  compren- 
der los  estados  que  (podrían  beneficiarse  por  medio  de  la  hiperemia  activa 
que  se  esperaba  conseguir,  di^ninuyendo  el  tono  vasoconstrictor  •  normal,  ó 
estimulando  los  elementos  vasodilatadores. 

La  técnica  de  la  operación,  tal  como«  la  practican  la  mayor  parte  de  los 
médicos,  consiste  en  aislar  una  arteria  periférica  en  una  distancia  4e  8  a 
10  cm.  Se  incinde  longitudinalmente  la  vaina  vascular  o  adventicia  de  dicho 
sector  del  vaso. 

Después  de  la  disección  de  la  vaina  periarterial,  se  presentan  las  siguien^ 
tes  reacciones,  que  parecen  ser  bastante  constantes,  y  que  según  han  podido 
demostrar  la  mayor  parte  de  los  observadores, 'dependen  en  mayor  o  menor 
grado  del  estado  del  vaso  y  de  la  forma  y  lo  completo  de  la  operación.  En 
•:1  sitio  de  la  denudación  vascular,  se  produce  una  contracción  primaria  que 
puede  hacer  disminuir  el  vaso  a  la  tercera  o  hasta  la  cuarta  parte  de  su 
tamaño  normal.  Puede  desaparecer  el  pulso,*  pero  casi  nunca  se  interrum- 
•pe  la  circulación.  Después  de  la  contracción  inicial,  y  al  cabo  de  tres  a 
quince  horas,  tiene  lugar  una  dilatación  de  la  arteria  e  hiperemia  del  miem- 
bro, con  aumento  de  i,i  a  i,7  c.  de  temperatura,  sensación  de  calor  en  el 
miembro,  hipertensión  y  dilatación  de  las  asas  capilares.  La  hiperemia 
dura  de  algunos  días  a  varias  semanas. 

Aunque  LericheI  hizo  mucho  hincapié  en  la  completa  denudación  pe- 
rivascular  en  una  extensión  considerable  del  vaso,  otros  sujetos  han  co^ 
municado  reacciones  muy  semejantes  con  modificaciones  de  la  técnica.  Por 
ejemplo,  NovAK  obtuvo  resultados  con  la  mera  incisión  de  la  vaina  vascu- 
lar y  despegamiento  de  las  adherencias  descubiertas  en  la  circunferencia. 
Ahsens  ha  aconsejado  recientemente  la  disección  circunferencial  roma  de 
la  adventicia  en  una  distancia  de  i  ó  i,5  cm,,  dejando  la  vaina  unida  en 
ambos .  extremos,  procedimiento  ése  al  que  denomina  "símpaticolisisí*.  Hand- 
LEY  ha  propuesto  la  inyección  de  alcohol  en  mmtos  equidistantes,  de  la  cir- 
cunferencia del  vaso,  declarando  que,  aparte  de  la  contracción  local  prima- 
ría del  vaso,  todas  las  otras  reacciones  son  semejantes  a  las  de  la  neurecr 
tomfa. 

Las  reacciones  que  tienen  lugar  han  sido  explicadas  por  Leriche,  Ho5- 
LBA^M,  Kapís,.  Brüjíing  y  otros,  en  esta  forma;  La  contracción  primaria. 


1 


en  el  sitio  operado  se  debe  a  la  excitación  traumática  de  las  fibras  vaso- 
constrictoras. Los  fenómenos  secundarios  se  deben  a  la  interrupción  de  las 
vías  de  las  fibras  vasomotoras,  que,  según  se  cree,  desde  su  arranque  en  la 
porción  dorsolumbar  de  los  ganglios  medulares  forman  principalmente 
una  red,  que  se  comum'ca  con  los  vasos  del  miembro.  Esa  inlermpción  de 
las  fibras  poslganglionares  elimina  el  predominio  del  tono  vasoconstric- 
tor. Tatnbién  se  cree  que  podrían  interrumpirse  igualmente  cualesquiera 
vias  sensoriales  larcas  que  pudieran  afectar  por  reflejo  la  tonicidad  vascu-  . 
lar,  o  transmitir  por  sí  mismas  sensaciones  dolomías. 

Aiínque  convengamos  en  que  se  presentan  la  contracción  primaria  y  fe- 
nómenos secundarios  en  forma  más  o  menos  pronimciada  en  la  mayoría 
de  k>&  casos,  sin  embargo,  hay  muchas  incongniidades  en  la  explicación 
Je  que  se  deban  esencialmente  a  interrupción  de  los  largos  haces  vasomo- 
tores que  inervan  los  vasos  periféricos.  Conviénese  en  que  esos  fenómenos 
son  frecuenteniente  transitorios,  y  esa  evanescencia  militarla  tnuy  pode- 
rosamente contra  la  escplicación  de  que  las  reacciones  dependen  de  alguna 
marcada  interrupción  anatómica  de  las  vías  vasomotrices.  Además,  la  inves- 
tigación experimental  demuestra  que  la  disposición  de  los  nervios  vasomo- 
tores es  por  segmentos,  y  no  puede  interrumpirla  más  que  localmente  la 
operación,   tal  como   se  practica  en  la   actualidad. 

El  clásico  experimento  de  Claüde  Bernabd  indicó  por  primera  vez 
la  distribución  segmentaria  de  los  nervios  vasomotores.  Hace  poco,  Km- 
MER  y  TODD  han  demostrado  que  los  vasos  de  los  miendiros  superiores 
reciben  sus  nervios  simpáticos  segmentariamente  de  troncos  nerviosos  e^ 
jieciales.  Las  ramillas  nerviosas  se  distribuyen  de  dichos  troncos  a  los  vasos 
a  ciertas  distancias,  que  se  acortan  cada  vez  más,  3  medida  que  llegamos 
a  Tas  porciones  más  distaics  de!  miembro.  Esa  distribución  vascular  co- 
rresponde bastante  bien  a  la  d6  los  nervios  en  la  jwcl  y  musculatura  de  la 
misma  zona. 

Pona  investigó  la  distribución  nerviosa  a  las  arterias  de  los  miembros 
inferiores,  descubriendo  un  reparto  fragmentario  semejante  al  observado 
en  los  miembros  superiores,  y  muchos  experimentos  han  corroborado  esa 
distribución    segmentaria. 

Langley  demostró  que  la  reacción  normal  de  los  nervios  vasomotores 
a  la  excitación  consiste  en  vasoconstricción  en  la  zona  inervada,  y  además, 
que  la  excitación  de  los  simpáticos  lumbares  evoca  vasoconstricción  que 
defaparece  al  llegar  a  los  nervios  periféricos. 

Antes  de  discutir  los  otros  experimentos  referentes  a  la  fisiología  de 
!a  actividad  vasomotriz,  quizá  sea  prudente  tomar  de  BAYtiss  la  fcvesti- 
qaciÓn  de  los  factores  que  rigen  el  estado  normal  de  la  tonicidad  vascular, 
neclara  dicho  autor  que  el  tono  se  debe  a  una  proi«edad  natural  del  múscu- 
lo liso,  y  a  los  continuos  impulsos  vasoconstrictores  que  envía  la  excitadóo 
tónica  del  centro  vasoconstrictor.  Otros  factores  consisten  en  las  contrac- 
ciones evocadas  por  la  epinefrina  cuando  dicha  substancia  existe  en  la 
sangre,  y  quizá  también  en  la  contracción  con  que  reaccionan  a  la  natural 
tuerza  dilatadora  de  la  tensión  sanguínea. 

De    dichos    factores    nos    interesan    en    particular    el    Contim» 


•       —89  — 

vasoconstrictor  que  es  la  variable  con  cuya'  modiíkación  se  tsperzha,  afec- 
tar el  equilibrio  de  los  vasos  periíéricos,  pues  el  ataque  encaminábase  prin- 
cipalmente a  la  interrupción  de  las  fibras  eferentes  eliminando  asi  el  do- 
minio del  centro  vasoconstrictor  sobre  los  vasos  periféricos.  Milko,  Schilf 
y  otros  han  demostrado  la  futilidad  de  interrum^wr  un  número  considerable 
de  fibras,  extirjjando  un  segmento  de  la  vaina  vascular,  pues  no  pudieron 
cambiar  la  circulación  dfel  miembro  de  un  perro  excitando  la  vaina  de  la 
femoral.  Wiedopf  tampoco  observó  alteraciones  pletismográficas  en  la  pata 
de  un  perro  después  de  la  simpatectomía  periarterial.  Melzner  extirpó  la 
vaina  perivascular  de  la  arteria  renal  de  un  perro,  sin  observar  diferencias 
histológicas  entre  el  riñon  operado  y  el  otro.  Bovino  demostró  que  se 
mantienen  los  reflejos  vasomotores  después  de  la  simfpatectomía ;  pero  se 
extinguen  al  resecar  los  nervios  periféricos. 

Dado  el  acumulo  de  datos  de  que  los  efectos  de  la  operación  no  se  deben 
a  la  interrupción  de  los  haces  eferentes.  Brüning  indicó  que  proceden  de 
la  interrupción  de  los  aferentes,  que  se  supone  también  pasan  a  las  vai- 
tias  periarteriales  de  los  vasos  periféricos.  Ya  en  1917,  Akdué  Thomas  in- 
dicó que  los  nervios  de  la  vaina  vascular  transmiten  sensaciones  profun- 
cUis,  explicación  esa  que  pareció  plausible,  y  ayudó  a  explicar  la  desapari- 
ciói^  del  dolor,  tan  frecuente  en  los  enfermos  operados.   La  experimenta- 
ción de  Friedrich  pareció  apoyar  esa  teoría,  pero  las  investigaciones  de 
Denning,  quien .  repitió  la  labor  de  Friedrich  en  mejores  condiciones  de 
comprobación,   demuestran   que   la   adventicia   de   los   vasos   periféricos   no 
contiene  fibras  vasodilatadoras  ni  sensoriales  largas.  Las  investigaciones  de 
WiEDHOPF  apoyan,  al  parecer,  la  labor  de  Denning. 

Se  ha  ofrecido  otra  explicación  de  la  hiperemia  postoperatoria  en  un 
miembro.  Ya  se  sabe  que  la  excitación  de  un  nervio  sensorial  o  mixto  pro- 
duce una  marcadísima  alteración  vasomotriz,  Loven  demositró  ya  en  1886 
cae  la  excitación  del  gran  nervio  auricular  de  un  conejo  produce  vasodilata- 
ción  en  la  oreja.  También  demostró  que  la  excitación  del  crural  anterior  de 
im  perro  produce  dilatación  local  de  los  vasos  sanguíneos  de  la  extremidad, 
con  vasoconstricción  en  otra  parte  e  hipertensión  general.  Esos  experimen- 
(fis  indican  la  existencia  de  nervios  vasodilatadores  activos  que  reciben  im- 
pulsos reflejos  por  intermedio  de  las  fibras  sensoriales  de  la  rajz  dorsal,  o 
que  quizá  sean  antidrómicos,  correspondiendo  en  todos  sentidos  al  ''reflejo 
aiíónico"  de  Langley. 

'  LaIiven  estiró  los  nervios  ciático  y  safeno  de  un  anciano  como  remedio 
para  la  arterioesclerosis  e  hipotermia  del  pie,  y  produio  hitJertemia  con  al- 
guna parálisis  motriz.  La  microscopía  capilar  revdó  dilatación  de  los  capi- 
lares de  los  dedos  del  lado  operado.  En  ese  caso,  es  posible  que  los  resulta- 
dos se  debieran  a  excitación  refleja  de  las  fibras  vasodilatadoras  o  interrup- 
ción de  las  fibras  vasoconstrictoras  que  van  a  la  superficie  del  nervio  peri- 
lenco. 

Fundándose  en  sus  experimentos,  Mosser  y  Taylor  deducen  que  la  sim- 
fatectomfa  periarterial  en  los  perros  y  los  gatos  jamás  ha  producido  hiper- 
temia.  Sin  embarga,  la  produce  constantemente  la  inyección  alcohólica  del 
áátieo  a  ont  potencia  suficiente  para  provocar  parálisis  motriz. 


Ijfl!  conclusiones  que  debemos  sacar  de  la  reseña  anterior  son  qué  no  te- 
5  prueba  alguna  de  que  ni  los  haces  vasomotores  ni  sensoriales  largos 
rrcorran  la  adventicia  vascular.  Cabe  muy  poca  duda  de  que  la  operación 
rroduce  aileraciones  vasomotrices  y  quizá  alevinas  sensoriales,  pero  no  esta- 
mos justificados  en  atribuirlas  a  ningún  ataque  específico  practicado  sobre 
las  fibras  simpáticas  que  cruzan  las  vainas  vasculares.  Esta  actitud  encuentra 
apoyo  en  la  experimentación  y  en  la  aparición  de  reacciones  semejantes  tras 
procedimientos  operatorios  que  no  se  aproximan  en  nada  a  la  neurectomia 
total  de  las  fibras  per  i  vasculares.  Además,  debemos  mostramos  reservados  al 
mlerpretar  los  resultados.  En  algíinos  casos  de  úlceras  tróficas  de  ambos 
niiembros,  la  simpatectomia  periarteríal  ha  producido  resultados  beneficiosos 
en  ambos  lados.  Se  ha  observado  algo  semejante  en  la  enfermedad  de  IÍAY- 
N'AUD,  en  la  que  la  operación  en  un  miembro  ha  producido  mejoría  bilateral. 
A  la  luz  de  nuestros  conocimientos  actuales,  muchos  de  los  fenómenos  clí- 
nicos quizá  procedan  del  reposo  oblÍRado  en  cama,  en  tanto  que  otros  resul- 
tados quizá  se  deban  al  efecto  beneficioso  de  1a  hiperemia  producida,  dima- 
narte de  la  inflamación  que  produce  el  traumatismo  local  y  la  subsecaeiite 
cicatrización.  En  algunos  casos  el  alivio  o  disminución  del  dolor  puede  pro- 
ceder de  la  interrupción  de  los  nervios  sensoriales.  Así  también,  esa  dismi- 
nución temporal  del  dolor  puede  conducir  a  la  hiperactividad  fisiológica  de 
los  músculos  voluntarios,  lo  cual  se  acnmlpaña  de  hiperemia  activa.  En  el 
tjltimo  análisis  hay  que  tomar  en  cuenta  los  efectos  psíquicos,  y  puede  haber 
algún  beneficio  procedente  de  la  actividad  voluntaria  que  evoca  el  deseo  dJel 
enfermo  de  revelar  mejoría. 

A  pesar  de  que  hay  pocas  enfermedades  en  que  puedan  observarse  tras- 
tomos  vasomotores  puros  o  relativamente  puros,  el  neurólogo  y  el  cirujano 
pueden  prestar  un  verdadero  servicio,  estableciendo  un  ataque  feliz  contra 
dichas  dis  función  es. 

Los  resultados  clínicos  de  la  operación  actual  distan  mucho  de  ser  satis- 
factorios. Podemos  explicar  muchos  fracasos,  como  debidos  a  falta  de  co- 
uocirtuentos  de  la  patogenia  exacta  de  muchos  estados  en  los  que  se  ha  rea- 
lizado la  operación.  En  aijíunos  casos,  la  patología  era  tal  que  parecía  im- 
posible producir  una  marcada  reacción  fisiológica  con  ninguna  operación.  En 
afecciones  vasculares  tales  como  la  tromboangiítis  obliterante,  la  patología 
lundamental  consiste  en  marcadas  alteraciones  orgánicas  y  organización  del 
trombo  que  obstruye  la  luz  del  vaso.  Tampoco  es  lógico  esperar  la  menor 
alleradon  en  afecciones  orgánicas,  tales  como  "a  arterioesclerosis  primaria  o 
secundaria.  Aunque  esos  dos  estados  representan  una  afecdón  orgánica  de 
los  vasos  sanguíneos  llevada  a  su  extremo,  constituyen  ejemplos  de  las  gran- 
des demandas  que  se  imponen  a  dicha  operación.  En  estados  tales  como  la 
CHUsalgia,  cuya  patogenia  se  encuentra  todavía  en  duda  y  el  estado  parece  re- 
\e!ar  una  evolución  autolimitada,  no  parece  prudente  atacar  los  vasos  san- 
guíneos. En  esos  casos,  Lewis  y  Gatewood  han  logrado  magníficos  resulta- 
tíos,  myectando  alcohol  a!  6o  por  lOO  en  el  nervio  periférico,  y  Tayior  y 
KlCE  han  aconsejado  hace  poco  la  inyección  ds  alcohol  en  el  ciático,  como 
sustituto  de  la  simpatectomia  periarlerial  de  las  femorales  o  popliteas. 
Al  repasar  la  literatura,  vemos  constantemente  que  el  análisis  critico  de 


—  0Í  — 

las  historias  clínicas  no  apoya  el  entusiasmo  de  los  factores  de  la  operación. 
Con  deniasiada  frecuencia  aquéllos  hablan  elocuentemente  de  la  temprana  me- 
joría revelada,  y  concluyen  tartamudeando  que  la  aparente  curación  sólo  fué 
transitoria.  Eso  se  patentiza  sobre  todo  en  las  comunicaciones  de  úlceras  cró- 
nicas que  revelan  indudable  mejoría  durante  la  fase  hiperémica,  pero  recu- 
rren al  desaparecer  esa  reacción. 

Brandenburg  recopiló  las  estadísticas  de  ocho  cirujanos  alemanes,  que 
comprenden  ciento  tres  casos,  y  declara  que  aunque  la  mayoría  de  los  en- 
fermos se  benefician  durante  algún  tiempo,  son  raros  los  resultados  perma- 
nentes. 

HoHLBAUM  declara  que  la  operación  fracasó  en  los  casos  de  trastornos 
vasomotores  debidos  a  lesiones  nerviosas. 

£1  mismo  Leriche  manifiesta  que  los  resultados  no  son  siempre  com- 
pletos en  la  causalgia  y  las  úlceras  tróficas;  en  la  gangrena  senil,  malos,  y 
tn  la  neuritis  ascendente  y  la  eritromelaígia,  tm  fracaso. 

WiNSLOW  comunica  tres  ca^s  de  tromboangiítis  y  uno  de  enfermedad  de 
Eaynaud,  en  los  que  la  operación  fracasó.  Yo  he  practicado  la  operación 
veintidós  veces  en  veinte  enfermos:  En  diez  casos  de  tromboangiítis  oblite- 
rante, imo  bilateral;  en  siete  casos  de  gangrena  arterioesclerótica,  uno 
bilateral,  y  en  un  caso,  cada  uno,  de  enfermedad  de  Raynaud,  gan- 
grena 4^abéticsL  y  úlcera  crónica  de  la  pierna.  En  un  número  considerable 
hubo  mejoría  temporal ;  pero  todos  recurrieron,  menos  tres,  y-  en  éstos  la 
mejoría  no  pasó  de  ligera.  En  un  trabajo  anterior,  ya  he  comunicado  la  apli- 
cación de  la  simpatectomía  unida  a  la  ligadtu'a  de^la  vena  principal. 

La  reciente  visita  de  Royle  y  Hunter  a  este  país  reavivó  el  interés  en  la 
cirugía  del  simpático,  y  varios  cirujanos  han  aplicado  la  técnica  de  dichos 
autores  para  la  ramisectomía  y  la  ganglionectomía,  con  el  objeto  de  atacar 
las  fibras  vasomotrices,  antes  de  distribuirse  a  los  vasos  periféricos.  Adsón  y 
Brown  han  indicado  que  pueden  aliviarse  los  trastornos  vasomotores,  depri- 
miendo a  permanencia  o  destruyendo  los  hiperactivos  influjos  vasoconstrictores 
de  las  arteriolas  acras.  A  su  entender,  puede  íogiarse  ese  resultado  en  los 
miembros  inferiores  con  la  simpatectomía  lumbar.  Este  nuevo  plan  parece  re- 
posar sobre  una  base  más  lógica  que  la  simpatectomía  perivascular.  Sin  em- 
bargo, la  gravedad  del  procedimiento  mismo,  tal  como  lo  ha  descrito  Royle 
y  modificado  Adson,  constituye  un  enorme  obstáculo  a  su  empleo  general 
como  terapéutica  (piirúrgica. 

Suélese  designar  a  la  simpatectomía  periarterial  como  procedimiento  com- 
parativamente sencillo;  pero  se  han  publicado  un  sinnúmero  de  referencias  a 
percances  observados  durante  la  operación,  o  después,  y  han  sido  algo  fre- 
cuentes los  accidentes,  tales  como  infección  de  la  herida,  perforación  de  la 
arteria,  hemorragias  secundarias,  seudoaneurismo,  artcriotrombosis  y  gangre- 
na del  miembro. 

Aunque  nos  vemos  obligados  a  confesar  que  la  simpatectomía  perivascu- 
lar no  ha  cumplido  las  promesas  que  parecían  tan  hala¿\ueñas,  cuando  se 
describió  por  primera  vez,  sin  embargo,  ha  resultado  útil  por  avivar  mucho 
interés  en  el  sistema  simpático  y  despertado  a  la  profesión  médica  a  las  po- 
sibilidades dé  la  cirugía  neurovascular. 

J.  S. 


\ 
^ 


Después  de  k  experiencia  de  Claude  Bernard, 
ción  de  los  esplácnicos  determinan  poliuria,  miichus  trabajos  han  si<lo  con- 
yagrados  a  la  acción  del  sistema  nervioso  sobre  la  secreción  renal.  X-a  es- 
cjeta  de  Asher  se  ha  consagrado  particularmente  a  esta  cuestión,  y  ha  lle- 
gado a  las  siguientes  conclusiones ;  E]  esplácnico  contiene  ñbras  inhibidora 
de  la  diuresis;  el  neumogástrica,  ñbras  estimuladoras  de  la  diuresis. 
estas  condiciones,  la  atropina  debe  disminuir  la  c 

comprobada,  en  los  animales.  (Thompson,  Ginsbsc,  Abl,  Walti,  Po£ 
card).  Pero  la  experiencia  no  ha  sido  hecha  en  el  hombre.  B.  y  D.  la  han 
Intentado  en  diez  hombres,  jsomelidos  a  un  régimen  de  alimentación  y  de 
bebida  particularmente  cuidado,  e  indemnes  de  toda  afección  aguda  Mties- 
tran,  a  título  de  ejemplos,  el  protocolo  detallado  de  estas  experiencias  e 
ii'dividuos,  uno  cuyo  funcionamiento  renal  podia  ser  considerado  como  r 
mal ;  el  otro,  cuya  permeabilidad  renal  estaba  disminuida.  La  dosis  de  tí/ji 
pina  inyectada  era  de  un  miligramo. 

Los  hechos  observados  son  los  siguientes ;  La  inyección  de  atropina  i 
termina  una  disminución  de  la  excreción  urinaria,  y  esto  no  solamente 
el  agua,  sino  también  para  el  cloruro  de  sodio,  para  el  ácido  úrico  y  a 
nina;  es  particularmente  acentuada  y  precoz  para  esta  última  sustancia,! 
acción  inhibidora  de  la  atropina  está  más  marcada,  en  el  riñon  normal  f 
ea  el  riñon  cuya  permeabilidad  está  alterada.  B  y  D.  creen  que  produa 
^no  solamente  una  acción  vasoconstrictora  sobre  la  circulación  renal, 
una  acción  propiamente  secretora,  que  se  ejerce  de  una  manera  gtooatf 
el  conjunto   de   las  eliminaciones   renafes. 


ti.  Kaffaele.—  La  alimentación  duodenal  como  tratamiento  da| 
Úloera  géstrioa.     (La  Riforma  médica.  Tomo  XXXI,  núm.  36.) 

Einhom   ha  enseñado,  en  1911,  que  se  poda  curar  a  los  enfermos  dej 

cera  gástrica  alimentándoles  por  medio  de  una  sonda  duodenal  de  tJ 

ma  eipecial.  Después  de  algunos  años,  el  90  por  100  de  los  ulcerosos  at- 
raUn;  para  los  otros  hacia  falta  repetir  el  tratamiento.  Las  investigacio- 
nes quirúrgicas  se  reservaban  asi  a  un  pequeño  número  de  casos.  Este  nue- 
vo mílodo  fué  aplicado  por  el  mismoi  Einhorn  en  el  tratamiento  de  hemo- 
TUgias  y  de  perforaciones  de  estómago  o  de  trastornos  dispépticos  conse- 
cutiTOS  a  las  gastro-enlerostomia.  Aaroh  y  Morgan,  en  América;  Damade, 
en  Francia,  han  obtenido  igualmente  buenos  resultados.  R.  publica  una  db- 


—  93  — 

servación  de  úlcera  yusta-pilórica  en  que  el  método  se  ha  mostrado  favo- 
rable, después  que  otros  tratamientos  habían  fracasado.  Estima  que  no  está 
bastante  conocido  ni  aplicado,  sobre  todo  en  Italia.  Garbat,  en  América,  ha 
observado  recientemente  que  la  alimentación  duodenal  provoca  al  mismo 
tierapo  una  abundante  secreción  de  ácido  clorhídrico,  y  preconiza  la  admi- 
ristración  de  álcalis  antes  de  la  comida.  R.  no  tiene  las  mismas  ideas,  y  ob- 
serva que  la  alimentación  duodenal  ha  curado  numerosos  casos  de  úlcera, 
m  añadir  los  álcalis. 

H.    G.    MOGENA 


A.  FoNio.— El  valor  de  la  leucocitosis  en  la  apeitdlcltis  des- 
de el  punto  de  vista  diagnóstico  y  pronóstico.  (Schweisc- 
rischc  medisinische  Wochensrift.  Tomo  LV,  núm.  34 .) 

En  gran  número  de  casos  difíciles,  la  leucocitosis  ayuda  al  diagnóstico 
tie  la  apendicitis.  Pero  su  estudio  da  sobre  todo  datos  preciosos  para  reco- 
nocer el  grado  de  las  lesiones  apendiculares  y  peritoneales :  la  leucocitosis 
y  la  fórmula  leucocitaria  de  la  sangre  dan,  en  efecto,  una  imagen  de  la 
imíKírtancia  y  de  la  naturaleza  de  la  infiltración  leucocitaria  en  las  paredes 
<lel  apéndice.  Las  gráficas  trazadas  según  312  casos  operados,  dan  las  me- 
■dias  siguientes :  apendicitis  crónica,  6.000  a  9.000  con  linfocitosis,  y  muchas 
"veces  eosinofilia;  apendicitis  subaguda,  8.000  a  9.000  con  ligera  polinucleo- 
^is;  apendicitis  incipiente,  8.00Q  a  11.000  con  polinucleosis  franca,  sin  cosi- 
=noíilos;  apendicitis  aguda,  10.000  a  14.000;  apendicitis  gangrenosa  o  ílegmo- 
^osa  abceso  apendicular  o  pcriapendicular,  10.000  a  28.000.  En  la  peritonitis 
apencücular,  las  cifras  son  generalmente  del  mismo  orden  que  en  estos  úl- 
timos casos;  pero  otras  veces  las  cifras  son  débiles;  puede  incluso  haber 
leucopenía,  cayendo  la  cifra  a  3.000  Estas  últimas  formas  son  de  un  pro- 
j'ósfico  grave,  bien  porque  la  perforación  haya  sido  muy  brutal  y  no  haya 
dejado  tiempo  a  producir  ninguna  reacción,  sea  que  la  médula  ósea  es  in- 
capaz de  reaccionar.  Sin  embargo,  se  puede,  incluso  en  estas  circunstancias 
<Iesfavorables,  obtener  la  curación,  a  condición  de  reducir  al  más  estricto 
^únimum  el  choque  operatorio:  anestesia  local,  intervención  mínima.  Se  ve 
entonces,  después  de  la  intervención,  un  aumento  de  la  leucocitosis,  que 
'anuncia  el  restablecimiento  de  la  situación. 

J.  M. 


X  SusMANN  Galant.—  EpIlcpsías  de  origen  genital.    (Schweiserische 
^nedisinische  Wochensrift.  Tomo  LV,  núm.  36.) 

S.  G.  da  una  observación  muy  detallada  de  una  mujfer  cuyas  crisis,  sien- 
"^  manifiestamente  epilépticas  (pérdida  completa  de  conocimiento,  convulsio- 
nes clónicas  y  tónicas,  trismus,  micciones^  involuntarias),  recordaban  muchas 
veces  también  a  crisis  histéricas.  La  primera  crisis  apareció  por  la  noche, 


-  94  — 

3  de  la  primera  meiistruación  de^tués  de  tw! 
e:iibaraiD,  la  amenorrea,  de!  amamantamiento  había  durado  un  año.  De^de- 
entonces,  los  hechos  se  repitieron  regularmente  en  cada  época  menstrua!; 
durante  un  embarazo,  cada  periodo,  que  hubiera  debido  responder  a  una 
éixjca  menstrual,  estaba  marcado  por  una  serie  de  cuatro  o  cinco  crisis.  Bíii 
Lmbargo,  en  el  intervalo  de  las  menstruaciones,  se  producían  a  veces  igual- 
intnle  crisis,  provocadas  por  sueños,  contrariedad  es ,  golpes  en  la  cabeza  o. 
un   dtilor    íisico. 

S.  G.  discute,  a  propósito  de  esta  observación,  la  idea  ile  hisicro-trau- 
nialismo.  y  el  papel  de!  factor  genital,  que  debe  ser  considerado  como  n 
iicasión  y  no  como  la  causa  de  las  crisis. 


.«)    m 

I  (lue  liastifc^' 


J.  voR  Deecrwanden.— Una  forma  especial  do   perlonlxis  orói 
oa.  [Sdnvcisetische   mcdhinischíi  ¡Vochciisrifl. 

Esta  forma  es  la  qtie  lia  sido  ya  asilada  en  ifj-'i  por  Kumer,  y  que  liastifc' 
ahora  no  ha  sido  observada  más  que  en  mujeres.  D.  lia  observado  cinca 
nuevos  casos,  que  le  han  permitido  cnmpletar  su  historia.  Es  una  forma 
eminentemente  crónica,  piies  puede  durar  meses  e  incluso  años.  Comienza 
muchas  veces  después  de  un  pequeño  traumatismo  de  la  ranura  periungueal, 
como  sucede  muchas  veces  a  las  mujeres  durante  los  cuidados  de  la  casa  (>■ 
después  de  arreglarse  las  unas.  El  ,borde  de  la  uña  está  rojo,  edematoso, 
jMíro  no  toma  el  aspecto  de  una  inflamación  francamente  agudo,  como  en  el 
panadizo.  El  borde  de  la  uña  está  muchas  veces  recubierto  por  pequeñas  es- 
camas blancas.  La  ranura  está  algunas  veces  llena  de  costritas  pardo  claro 
más  o  menos  adherentes.  La  presión  en  el  borde  inferior  del  rodete  periun- 
Kueal  hace  a  veces  salir  una  gota  de  secreción  purulenta  espesa.  La  uña  lio. 
se  altera  sino  muy  tardíamente.  La  afección  comienza  siempre  en  un  solo 
Oedo;  más  tarde,  puede  ganar  otros  dedos  de  la  misma  mano  o  de  la  otra 

Los  cultivos  de  pus  en  gelosa  dan  cuatro  clases  de  gérmenes;  leviiduitw, 
eslafilococos,  bacilos  fusiformes  Gram  negativos,  y  pequeños  bacilos  áe  for- 
ma de  bastón  con  bordes  redondeados,  Gram  negativos.  Son  estas  dos  úl- 
timas especies  las  que  dominan  en  los  frotis.  D.  ha  tratado,  con  !a  ayuda 
(le  cada  uno  de  estos  cu-lt¡vos,  de  reproducir  la  perionixis.  Las  tentativas  haa 
sido  hechas  en  el  cobaya ;  pero  no  resultaban  siiin  a  condición  de  abrir  ffl- 
chamente  la  ranura  periungueal  y  practicar  la  inoculación  lo  más  profun- 
damente posible.  Como  las  lei-aduras  no  producen  perionixis,  deben  ser 
reparadas,  contrariamente  a  la  opinión  de  Kumer ,  los  estafilococos  no  dati 
más  que  panadizos  agudos;  los  bacilos  fusiformes  pueden  encepe  ion  alme- 
te dar  cuatro  una  vez  bien  determinar  la  perionixis.  siendo  la  marcha  de  esta 
:  francamente  aguda.  Sólo  e!  bastón  de  bordes  redondeados  Gran»- 
vo  ha  determinado  en  los  cuatro  casos  en  el  cobaya  una  peri.inixsis. 
aiül.iga  a  la  que  sei  observa  clínicamente  en  el  h^imbre,  y  que  dura  íre*  o 
\  '¿latTO  geoiana»  tf«  fetroceder. 


95 


Fl  diagnóstico  puede   ser  difícil  por   la   nosografía  tan   extensa   de  las 

^ríonixis.   Pero   curar   simplemente   después   de   la   introducción   profunda 

ta  por  D.   puede  curar  simplemente   después   de  ?a  introducción   profunda 

<íc  Dovarsenobenzol  en  polvo  en   la   ranura    periungueal.    La   aplicación    es 

reo  dolorosa;  se  repite  dos  veces  por  semana;  lleva  a  la  curación  en  ocho 

^  quitice  días. 

^  J.  M. 


F  L.EURET  y  J.  Caussimon.— De  las  fiebres  menstruales  en  (á  tuber- 
culosls  pulmonar.    {Rezme  de  la  Tuberculoso.  Tomo  VI,  núm.   6,) 

En  esta  importante  Memoria  L.  y  C.  estudian  primero  minuciosamente 
los  diversos  tipos:  fiebre  premenstrual,  fiebre  menstrual,  fiebre  postmens- 
trual    de  las  tuberculosis  pulmonares. 

Ca  fiebre  premenstrual  y  menstrual  no  son  muchas  veces  más  aue  \z 
•exageración  de  un  fenómeno  fisiológico  normal.  En  otros  casos,  se  nota 
^n  aumento  de  la  amplitud  de  las  oscilaciones  térmicas  durante  las  reglas 
■^  una  hipertermia  en  campana  o  una  elevación  del  nivel  medio  de  la  tem- 
l>era,tura  durante  las  reglas. 

En  las  tuberculosas  con  amenorrea  dos  grupos  pueden  encontrarse:  en 
la  enfermas  con  amenorrea  silenciosa  no  se  encuentra  en  la  época  habi- 
tual de  las  realas,  ninguna  modificación  de  la  curva  térmica;  en  caso  de 
amenorrea  activa,  las  enfermas,  en  la  época  habitual  de  sus  regla?,  tienen 
las  diversas  reacciones  térmicas  descritas,  solamente  falta  el  fluj  >  cata- 
mea  i^l.  Los  autores  investigan  en  seguida  la  curva  térmica  en  las  tubercu- 
losa»   enfermas  de  disimenorrea. 

L^is  reacciones  térmicas  postmenstruales  pueden  ser  benignas  o  graves; 
les  stutores  relatan  casos  de  reacción  postmenstrual  grave,  renal  o  menín- 
^'^3..  tales  casos  traducen  un  verdadero  esparcimiento  a  distancia  de  lesiones 
^^^t-culosas  nuevas. 

Estas  reacciones  térmicas  parecen  estar  estrechamente  ligadas  a  la  na- 
tursileza  evolutiva  o  no  evolutiva  de  las  lesiones  pulmonares.  Los  autores 
^istiiiguen  tres  eventualidades: 

T.&    En  caso    de    lesión    estabilizada    no  evolutiva,    reacción    menstrual 
"^^  tipo  normal,  es  decir,  fiebre  premenstrual  y  descenso  de  la  temperatura 
^^H"ante  el  flujo,   esta  reacción  tanto  más   discreta  cuanto   la  estabilización 
•tsté  más  acentuada. 

2.a    En  caso  de  lesión  evolutiva,  aumento  de  la  amplitud  de  las  oscila- 
ciones térmicas,  elevación   del  nivel    medio    de   la  temperatura  durante  el 
ftujo;   según  los   casos,   se  puede  observar   una   reacción  térmica   consecu- 
tiva o  postmenstrual,  que  traduce  siempre  la  actividad  de  las  lesiones  pul- 
inonares^ 

3.'  La  transición  entre  un  período  de  mejoría  y  de  agravación  o  inver- 
samente, se  traducen  por  una  hipertermia  en  campana  durante  el  flujo 
menstrual. 

í/.  y  C.  discuten  en  seguida,  ampliamente,  las  diversas  opiniones  emití- 


—  96  — 

das  sobre  la  patogenia;  papel  de  las  enfermedades  infecciosas  y  de  ¿aft. 
afecciones  genitales;  teoría  tóxica;  teorías  vasomotoras  y  nerviosas;  teoria. 
endocrina.  Terminan  investigando  el  papel  de  los  brotes  bacilémicos  tubercu- 
losos que  han  podido   frecuentemente  poner   en  evidencia. 

La  menstruación  y,  sobre  todo,  la  menstruación  febril^  es  para  ciertas 
tuberculosas  la  ocasión  de  una  agravación^  clara  de  la  enfermedad..  Duran* 
te  los  fenómenos  fluxionales  menstruales  se  rompe  la  frágil  barrera  qut 
stpara  las  lesiones  de  la  sangre  circulante,  y  de  ello  resulta  una  septicemia 
bacilar  que  puede  ser  el  punto  de  partida  de  la  formación  de  focos  nue- 
vos, pulmonares  o  ^xtrapulmonares  ;^  todo  depende  del  enquistamicnto  más 
o  menos  al  derramo  e  bacilos  en  la  sangre  durante  el  brote  fluxional.  Cicr- 
tas  tuberculosas  se  reinfectan  ellas  mismas  cada  mes  durante  las  reglas^ 
y  «e  matan  así  poco  a  poco. 


/ 1 


J.  T.  B. 


^:rchivos  de  medicina 

Cri^UGIA    Y  ESPECIALIDADES 


LA  sífilis  como  CAUSA  DE  LOS  SÍNDROMES  EXTRA' 

PIRAMIDALES 

por 

J.  Bejarano  y  J.  A.  QAy. 


Existen  una  porción  de  síndromes  integrados  por  las  más  diver- 
S3-S  ¡perturbaciones  hiperquinéticas,  aquinéticas  y  miotónicas,  depen- 
dietntes  de  lesiones  de  los  núcleos  grises  de  la  base  diel  cerebro, 
^^Tiipados  recientemente  por  Staufenberg  con  el  nombre  de'"sin- 
diXDmes  extrapiaramidales". 

La  etiología  de  estas  afecciones  fué  en  un  principio  completa- 
^'^^'^tite  desconocida  y  se  estudiaban  reunidas  en  el  amplio  y  vago 
&^^po  de  las  neurosis,  aunque  sin  sospechar  las  estrechas  relacio- 
^•^s  que  las  unían  entre  sí. 

Fué  Jelgersma  el  primero  que  en  la  autopsia  de  un  enfermo  de 
Parálisis  agitante  describió  lesiones  atróficas  que  interesaban  el 
i^úceo  lenticular,  porción  lateral  del  tálamo,  cuerpo  de  Luys,  fibras 
^trio-luysianas  y  asa  lenticular. 

Las  investigaciones  anatómicas  posteriores  de  C.  y  O  Vogt, 
A.LZHEIMER,  WiLsoN,  Lewy,  R.  Hunt,  Tretiakoff,  etc.,  han  de- 
mostrado lesiones  de  idéntica  localización,  contribuyendo  al  cono- 
amiento  de  la  fisiología  de  los  núcleos  grises  de  la  base  del  cerebro. 
En  especial,  gracias  a  los  trabajos  de  C.  y  O.  Vogt,  sabemos 
^  la  actualidad  que  las  lesiones  del  "pallidus"  producen  la  hiper- 
^nía,  así  como  las  del  "estriataim"  el  temblor. 

A  pesar  de  irse  aclarando  el  "substratum"  anatómico  de  estos 
procesos,  la  etiología  seguía  siendo  obscura  y  para  explicarla  se 
rfearon  las  más  diversas  hipótesis. 

Kubitz-Stamler  defendió  con  tesón  la  influencia  etidógica 
^  la  sífilis,  sin  que  por  entonces  pudiera  pasaír  esta  afirmación  de 
'a  categoría  de  una  hipótesis.  Sin  embargo,  desde  un  principio  se 


-..ixií-  ■• .-.- 


m 


señaló  la  hipótesis  de  alguno  de  estos  procesos  en  individuos  afec- 
to.'; de  parálisis  general  progresiva  con  típicas  alteraciones  de  !i- 
guido  cefalorraquídeo  (Jaküií),  sin  ver  en  esta  asociadón  más  que 
una  mera  coincidencia. 

La  aparición  de  gran  número  de  estos  síndromes  extrapirami- 
dales  a  partir  de  la  pandemia  gripal  de  1917-18  y  de  sus  sucesivos 
y  parciales  brotes  epidémicos,  en  los  que  se  observaron  muchos 
casos  de  encefalitis,  han  aportado  datos  de  excepcional  interés  para 
el  conocimiento  de  aquellos  síndromes. 

El  virus  filtrable  de  Levaditi  se  localiza  en  los  núcleos  grises 
raescoefálicos  y  provoca  alteraciones  histológicas  de  carácter  Ín¿a- 
matcffio  subagudo,  consistentes  en  lesiones  vasculares  con  inültra- 
ción  perivascular  de  células  redondas  y  proliferación  de  la  neuro- 
gUa,  lesiones  bien  parecidas  a  las  de  la  sífilis,  según  hizo  notar 
Ecónomo,  y  distintas  en  cambio  de  las  de  tipo  degenerativo  que  se 
encuentran  en  el  Parkinson  genuino. 

Mezclados  con  estos  síndromes  postencefaliticos,  recayendo  co- 
Tno  ellos  en  personas  Jóvenes,  sin  poderlos  diferenciar  clínicamen- 
te de  éstos,  han  sido  señalados  por  URECniA,  Lhermitte  y  Cor- 
nil, CoppoLA,  Lafoka,  CovisA  y  Bejarano,  algunos  síndromes  ex- 
trapiramidales  de  etiología  indudablemente  sifilítica. 

El  hecho,  tal  vez  casual,  de  haber  observado  en  tres  años  cinco 
enfermos  de  esta  naturaleza,  y  el  estudio  crítico  de  algunos  de  los 
numerosos  trabajos  consagrados  al  estudio  de  los  síndTomes  post- 
encefaliticos (r),  nos  hace  suponer  que  el  número  de  parkinsonis- 
mos sifilíticos  es  mucho  mayor  del  que  generalmente  se  cree,  v 
recomendar  calurosamente  que  se  investigue  siempre  con  lodo 
cuidado  en  «ste  sentido. 

La  diferencia  de  pronóstico  de  ambas  afecciones  es  enorme, 
pues  así  como  la  sífilis,  vascular  o  gomosa,  estamos  seguros  de 
mejorarla  extraordinariamente  en  todos  los  casos,  en  el  parkin- 
sonismo postencefalítico  han  fracasado  más  o  menos  ruidosamente 
todos  los  remedios  empleados. 

BiLLiGHEiMER.  fundándose  en  el  parecido,  ya  señalado  por 
Ecónomo,  entre  las  ]e?'n'"*=  nn!Jtniv.nn.i(-í\iAm'(.^=.  ^•■r,A,,^A',~  „ —  i.. 


i  anatomopatológicas  producidas  por  la 
sífilis  y  Jas  que  se  encuentran  en  estos  síndromes  extr^piramidales. 
emplea  sistemáticamente  fricciones  de  mercurio,  citando  un  caso 
de  curación. 

También_  parece  hablar  en  este  sentido  el  hecho  de  que  Hans 
Haff,  trabajando  con  material  de  Ecónomo,  reconoce  el  fracaso  de 

(i)    Véase,   sobre  todo,  el  de  Cañizo.    (Congreso  para  el  Progreso  de 
las  Ciencias.  Salamanca.  1923.) 


-•99  — 

todos  los  medicamentos  ensayados  a  excepción  del  yoduro  sódico 
intravenoso  a  dosis  altas  (6  a  lo  grs.),  que  ha  proporcionado  éxi- 
tos brillantes. 

Meana  (2),  en  los  doce  enfermos  que  estudia  en  su  tesis  en- 
cuentra en  uno  Wassermann  positivo  y  Lance  con  cuña  sifilítica, 
a  pesar  de  lo  cual  no  cree  que  la  sífilis  desempeñe  ningún  papel 
como  causa  predisponente  ni  díeterminante. 

Las  cinco  observaciones  siguientes  nos  permiten  hacer  algunas 
consideraciones  generales  acerca  de  este  imiportante  asunto,  desde 
luego  con  carácter  provisional,  en  tanto  que  nuevos  y  más  nume- 
rosos casos  de  esta  índole  nos  hagan  variar  o  persistir  en  nuestro 
criterio. 

i.°  El  estudio  detenido  de  cuatro  de  estos  enfermos  nos  mues- 
íira  un  síndtome  parkisoniano  puro  con  típicas  alteraciones  de  lí- 
quido céfaloraquideo  y  sin  ningún  otro  síntoma  de  neuroeje.  Esto, 
unido  al  hecho  de  no  haber  observado  nunca  la  coincidencia  de  estos 
síndromes  con  la  demencia  paralítica  (tan  frecuente  según  los  auto- 
res alemanes),  nos  hace  suponer  que,  al  menos  entre  nosotros,  son 
mas  frecuentes  los  síndromes  puros  y  casi  excepcionales  las  men- 
cionadas asodadonies  de  Parkinson  y  parálisis  general. 

2P  Estos  síndromes  de  etiología  sifilítica,  se  presentan  de  igual 
modo  que  los  encefalíticos  y,  a  diferencia  del  Parkinson  verda- 
dero, preferentemente  en  individuos  jóvenes,  oscilando  la  edad 
por  nosotros  observada  entre  los  treinta  y  treinta  y  ocho  años. 

l!"  Son  síntomas  tardíos  con  relación  a  la  fecha  de  la  infec- 
ción sifilítica,  algunos  extraordinariamente,  apareciendo  siempre  en 
pleno  período  terciario  (diez  y  ocho  años  después  del  chancro  en  el 
caso  segundo).  El  caso  nuestro  de  comienzo  más  preocT  es  eí  de 
U  enferma  número  5,  que  padece  una  sífilis  conyugal  de  comienzo 
í,^rado  y  hace  sds  aííos  que  contrajo  matrimonio. 

4°  El  diagnóstico  etiológico  únicamente  puede  establecerse  con 
^1  análisis  de  líquido  céfaloraquideo.  La  anamnesis  tiene  solamente 
^  valor  muy  restringido.  La  mayoría  de  nuestros  enfermos  refie- 
ren una  sífilis  antigua  y  una  afección  gripal  (o  encefalítica),  de  fe- 
cha más  reciente,  a  la  que  concedemos  un  valor  extraordinaírio  co- 
^  causa  predisponente  para  la  localización  del  treponema  en  la 
'^  del  cerebro  (núcleos  grises).  Otros  no  recuerdan  haber  pade- 
cido ninguna  de  las  mencionadas  infecciones,  pero  no  necesitamos 
recordar  la  gran  abundacia  de  sífilis  ignoradas  y  por  otra  parte 
J^<5s  sabemos  que  existen  formas  ambulatorias  de  encefalitis  en 
^  cuales  el  enfermo  tiene  durante  algunos  días  unas  ligerísimas 

(2)   Progresos  de  la  Clínica,  1924,  págs.  322,  510  y  640. 


I 

I 


Basque  pronto  olvida.  Debemos  hacer  constar  que  níngt 

de  nuestros  enfermos  ha  padecido  letargía  ni  oftalmoplegias,  tan 

frecuentes  en  las  formas  típicas  de  la  enfermedad  de  v.  Ecónomo. 

5.°  La  sintomatología  clínica  es  parecida  a  la  del  Parkinson 
genuino,  pero,  sin  embargo,  resumiremos  brevemente  a  continua- 
ción sus  principales  características;  Actitud  típica  del  cuerpo  en 
flexión  y  con  gran  limitación  de  los  movimientos,  en  especial  de 
los  de  extensión  del  cuello.  Amimia.  Hipertonía  considerable  de 
origen  extrapiramidal  con  reflejos  cutáneos  conservados  y  tendino- 
sos noí-maks  (tres  casos)  o  ligeramente  exaltados  {dos  casos).  Fal- 
ta siempre  el  signo  de  Babinsky.  En  dos  casos  anterepulsión  mar- 
cada. Reflejos  pupilares  constantemente  normales.  Inteligencia  pe- 
rezosa, apagada,  siempre  con  perfecta  conservación  de  la  autocrí- 
tica. Temblor,  en  general  poco  marcado  y  en  uno  de  los  casos  com- 
pletamente ausente.  En  general,  podemos  afirmar  que  en  nuestros 
casos  predomina  la  hipertonía  sobre  el  temblor,  por  lo  cual  es  de 
suponer  (aun  cuando  falten  datos  anatómicos)  que  las  lesiones  se 
l.TcaJizan  más  intensamente  en  ed  "paJHdus'"  que  en  el  "striatura". 
La  palabra  es  monótona,  trabajosa,  nunca  explosiva  no  existiendc 
verdadera  disartria. 

Como  puede  verse  por  esta  sucinta  enumeración  es  imposible 
hacer  un  diagnóstico  clínico  diferencial  entre  estos  procesos  de 
origen  sifilítico  y  los  dependientes  de  la  encefalitis  letárgica. 

En  cambio,  no  compartimos  en  absoluto  la  opinión  de  Jakob, 
que  en  una  reciente  y  magnífica  monografía  (i)  dedicada  al  estu- 
dio de  los  síndromes  extra  piramidales,  no  menciona  la  sífilis  más 
que  para  señalar  la  gran  dificultad,  y  en  ocasiones  la  imposibilidad 
verdadera,  de  realizar  un  diagnóstico  diferencial  entre  estos  sín- 
dromes y  la  parálisis  general  progresiva.  En  este  sentido  r^ere 
dos  observaciones  de  entre  las  varias  que  dice  poseer,  de  enfermos 
con  datos  de  líquido  positivos  y  con  un  diagnóstico  clínico  flu:- 
luante  entre  P.  G.  P.  y  enfermedad  de  Parkinson  y  en  los  cua- 
les la  aiitopsia  demostró  la  existencia  de  lesiones  vasculares  lo- 
calizadas en  cuerpo  estriado. 

En  nuestra  opinión,  es  casi  siempre  factible  el  diagnóstico  di- 
ferencial entre  ambas  afecciones,  aunque  a  veces  exija  una  obser- 
vación  prolongada. 

Como  ya  hemos  dicho,  la  conservación  de  la  autocrítica  suele 
ser  perfecta  en  los  parkinson  i  anos  sifihticos.  La  torpeza  intelectual 
de  estos  enfermos  no  puede  confundirse  con  las  profundas  altera- 
ciones que  presentan  los  individuos  afectos  de  demencia  paralitica 

(i)    Díe  exlrapiramidale  Erhrankungen.  Berlín,  Springer,  1524. 


—   lOI   — 


Los  ^síntomas  somáticos  difieren  también  considíeirablemente. 
Los  trastornos  pupilares,  casi  constantes  en  la  patrálisis,  faltan  por 
completo  en  nuestros  enfermos.  La  hipertonía  extra/piramidal  tam- 
poco puede  confundirse  con  la  contractura  siempre  parcial  y  limi- 
tada a  un  grupo  muscular  más  o  menos  extenso,  que  presentan  las 
parálisis  de  tipo  Lissauer. 

Del  mismo  modo,  es  bien  distinta  la  f  acies  impasible,  de  máscara, 
praiia  de  los  parkinsonianos,  de  aquellos  rasgos  alterados,  estre- 
mecidos con  frecuencia  por  contracciones  fibrilares,  que  caracteri- 
zan a  los  paralíticos. 

A  continuación  insertamos  las  cinco  observaciones, » debiendo 
advertir  que  las  tires  primeras  han  sido  ya  publicadas  por  uno  de 
nosotros  en  colaboración  con  Covisa  (i). 

Observación  primera. — ^Treinta  y  ocho  años.  Sífilis  ignorada.  No 
refiere  ningún  antecendente. 

Leuoop!asias  múltiples  de  la  mucosa  bucal.  "Hace  cuatro  meses, 
después  de  la  gripe,  aparición  de  estado  C9ntractuiral  de  tipo  par- 
kinsoniano. 

Ea  la  fecha  de  nuestra  observación  impasibilidad  en  la  caira; 
contractura  de  los  miembros  que  impide  casi  por  completo  la  mar- 
<íha.  Reflejos  pupilares  normales.  Reflejos  tendinosos  exaltados. 
Temblor  generalizado. 

Wassermann  en  sangre:  fuertemente  positivo.  No  hay  datos 
<Íe  líquido  céfaloraquídeo. 

Se  hizo  un  tratamiento  con  diez  inyecciones  de  silbersalvarsán 
^ue  produjeron  ima  curación  absoluta,  restando  sólo  un  ligerísimo 
"temblor  en  las  piernas  en  los  movimientos  forzados. 

Observación  segunda, — ^Tireinta  y  cuatro  años.  Hace  veintisie- 
"te,  paludismo  tratado  con  quinina  y  del  que  quedó  aparentemente 
'^rado.  Hace  «iiez  y  ocho  años,  chancro  genital  seguido  de  síntomas 
secundarios  y  ti  atado  con  pildoras  mercuriales  y  probablemente  con 
yoduro.  No  ha  vuelto  a  hacer  más  tratamiento. 

Hace  un  año  comienza  a  padecer  mareos,  cefalalgias  y,  sobre 
toílo,  a  notar  una  gran  dificultad  de  movimientos  que  ha  ido  pro- 
gresivamente aumentando.  Estos  trastornos  se  presentaron  al  poco 
tiemp  de  una  infección  probablemente  gripal,  pero  que  el  enfermo 
^0  puede  precisar  bien. 

Le  administraron  entonces  inyecciones  de  neosalvarsán  y  cm- 
^üro  (seis  de  cada  clase)  que  no  produijeron  mejoría  alguna. 

U)  G)viSA  y  Bejarano:  Síndromes  parquinsonianos  de  origen  sifilítico. 
-4<^'«í  Derm,  Sif.  núm.  3,  1924. 


I. .  k. 


La  exploración  demuestra  iiTia  hipertonía  muscular  acomp;^^- 
da  (le  rigidez  muy  acentuada,  sobre  todo  a  nivel  del  cuello. 

Facies  parkinsoniana  típica  con  pérdida  de  los  movimientos 
mímicos.  Temblor  lingual  y  de  las  extremidades  superiores.  Ligera 
exaltación  de  los  reflejos  rotulianos,  sobre  todo  en  el  lado  dere- 
cho. Reflejos  pupjlares  normales. 

Punción   lumbar:  Albúmina,  normal.   Pandy  y  Noguchi,  ne- 
gativos. Waesermann,  negativo. 
WASFERHA>fN  en  sangre,  positivo. 

Se  trató  con  una  serie  completa  de  neosaJvarsáii  y  neotrepo! 
que  no  han  producido  ninguna  mejoría. 

Observación  tercera. — Treinta  y  cinco  años.  Hace  diez  y  siete 
años,  chancro  duro  y  síntomas  secundarios  tratados  con  pildoras 
mercuriales.  Casado  hace  trece  años,  la  mujer  ha  tenido  ocho 
abortos. 

Hace  dos  años  gripe  que  le  obligó  a  permanecer  en  cama  quince 
días.  La  enfermedad  actual  comenzó  hace  año  y  medio  por  impo- 
tencia funcional  y  rigidez  de  las  extremidades  inferiores,  acom- 
pañadas poco  después  de  temblor.  Este  se  propaga  rápid^nente  a 
las  extremidades  superiores  que  se  afectan  taanhién  de  rigidez,  la 
cual  se  propaga  en  seguida  al  tronco,  viéndose  obligado  e!  enfermo 
a  abandonar  su  oficio  (cochero).  La  posición  es  característica,  con 
el  tronco  flexionado  sobre  la  pelvis  y  las  rodillas  en  flexión. 

Marcha  muy  rígida  y  dificultosa  con  antepulsión  bastante  mar- 
cada. Reflejos  tendinosos,  cutáneos  y  pupilares,  normales.  Sensa- 
ciones fiecuentes  de  sofocación.  Paroxismos  sudorales  y  sialorrei- 
cos.  Palabra  muy  poco  alterada.  Sólo  en  conversaciones  muy  pro- 
longadas tiene  alguna  dificultad  articulatoria.  Mímica  facial  bas- 
tante bien  conservada.  Temblor  no  muy  marcado,  afectando  prin- 
cipalmente los  dedos.  Disminuye  durante  el  reposo  y  cesa  durante 
el  sueño. 

WASSERMAN>f  en  sangre;  positivo  después  de  reactivación. 
Wassermann  en  liquido  céfalonraquideo :  con  0,2  y  con  0,5,  po- 
sitivo. 

Tratado  con  diez  inyecciones  de  neosilbersalvarsán,  que  hicie- 
ron desapaiecer  progresivamente  todos  los  síntomas  hasta  poderse 
considerar  curado  al  enfermo. 

Obsen'ación  cuarta. — Treinta  años.  Oficial  de  Oarreos.  Hace 
odio  años,  chancro  genita,  y  periodo  secundario,  tratado  con  sa~ 
inyecciones  de  neosaivarsán  y  algunas  intramusculares  de  mercu- 
rio. Dos  años  después,  cefalalgias,  tratándose  entonces  con  cinco 
inyecciones  de  neosalvarsán. 


"  .  —  103  -- 

Hace  cinco  años,  gripe,  .que  le  obligó  a  permanecer  un  mes  en 
cama. 

Viene  a  consultairnos  por  cefalalgias  y  disminución  de  la  acui- 
dad auditiva.  Interrogándole  más  detenidamente  refiere  que  hace 
algún  tiempo  está  muy  torpe  de  inteligencia  y  de  movimientos. 

Exploración :  Reflejos  pupilares  y  tendinosos  normales.  Pala- 
bra lenta  y  trabajosa.  Hipertonía  evidente  con  limitación  de  movi- 
mientos. Amimia. 

Examen  de  sangre:  Wassermann,  Bauer  y  Meinicke,  fuerte- 
mente positivas.  Examen  de  líquido  cefalorraquídeo:  Albúmina, 
0,48.  Reacciones  de  globulinas,  positivas.  Wassermann:  con  0,2 
y  0,5  de  c.  c,  positivo  débil ;  con  i  c.  c,  positivo  fuerte. . 

Tratado  con  neosalvarsán  y  yoduro  intravenoso,  mejoró  tan 
rápidamente,  que  a  la  terminación  del  tratamiento  podía  conside- 
rarse como  normal.  No  se  repitió  la  poinción  lumbar. 

Observación  quinta- — Treinta  y  tires  años.  Casada  hace  seis,  no 
ha  tenido  ningún  embarazo.  No  existen  antecedentes  venéreos. 

Hace  unos  meses  comienza  a  notar  rigidez  y  dificultad  para 
Inablar  y  moverse. 

Amimia.  Hipertonía.  Reflejos  pupilares  y  tendinosos,  normales 
-Anteropulsión.  Palabra  muy  dificultosa.  Temblor.  Crisis  sialorrei- 
cas  y  sudorales. 

Wassermann  en  sangre,  positivo. 

Líquido  cefalorraquídeo:  albúmina,  0,42;  globulinas,  positivas. 
"Wassermann,  fuertemente  positivo  desde  0,2  de  c.  c. 

eDspoiés  de  2,10  gramos  de  neosalvarán  y  seis  inyecciones  de 
xieotrepol,  parece  iniciarse  una  ligera  mejoría  de  la  maircha  y  de  la 
palabra. 

♦  ♦  ♦ 

De  estas  observaciones  se  desprende  que,  aunque  no  todos  los 
casos  son  influenciados  en  la  misma  medida  por  la  terapéutica,  los 
resultados  conseguidos  son  muy  alentadores,  puesto  que  de  cinco 
enfermos  hemos  logrado  la  curación  en  tres  y  en  otro  se  ha  pro- 
ducido una  evidente  mejoría.  En  el  caso  a  que  se  refiere  la  obser- 
vación segunda,  es  más  que  dudosa  la  intervención  de  la  sífilis  en 
el  síndrome  parkinsoniano,  y  a  ello  se  debe,  sin  duda,  el  fracaso 
del  tratamiento  específico  y  los  datos  negativos  de  líquido. 

De  todos  modos,  aun  en  aquellos  casos  en  que  el  origen  sifilí- 
tico sea  indiscutible,  debe  admitirse  que  el  tratamiento  puede  no 
producir  sistemáticamente  la  curación,  puesto  que  la  posibilidad  de 
ésta  depende  tan  sólo  de  que  las  lesiones  de  endo^Ttm\:\^  Q.^T^\:a^ 


i 


—  104  — 

no  hayan  sido  tan  intensas  ni  tan  duraderas  qine  puedan  haber  pro- 
ducido lesiones  secundarias  inrepairables  de  los  núcleos  grises. 

Si  éstas  existen,  la  restkutio  ad  integrum  es  imposible,  como 
sucede  en  todos  los  casos  de  neurosífilis  vascular  en  que  concurren 
estas  circunstancias. 

Por  lo  que  se  refiere  al  tratamiento  de  estos  síndromes,  nos 
limitaremos  a  decir  que  conviene  en  todos  los  casos  asociar  a  la 
terapéutica  antisifilítica  corrientemente  empleada  (salvarsán,  bis- 
muto, mercurio)  inyecciones  intravenosas  de  yoduro  sódico  a  la 
dosis  de  0,60  a  i  gramo  por  inyección,  en  virtud  de  que  la  vascu- 
laritis  parece  la  lesión  anatómica  dominante. 

Nos  importa,  por  último,  insistir  en  que  ante  todo  síndrome 
parkinsoniano  es  imprescindible  la  punción  lumbar  y  el  análisis 
de  1.  c.  r.  como  único  medio  de  averiguar  ta  etiología  sifilítica  de 
algunos  de  ellos  y  de  instituir  una  terapéutica  eficaz. 


LA  FILTRABILIDAD  DEL  VIRUS  TUBERCULOSO 

por 

Q.     I  o  h  o  o  k. 


La  bacteriología  pertenece  a  las  especialidades  cuyas  adquisi- 
cio-nes  penetran  muy  pronto  en  d  dominio  general  de  la  Medicina. 
Los  nuevos  diescubrimientos  no  permanecen  largo  tiempo  conocidos 
s6lo  por  los  hombres  de  laboratorio,  sino  que  se  ponen  lo  más  rá- 
pi<ia|nuente  posible  a  disposición  del  médico  práctico,  quien,  a  la  ca- 
lvecerá del  enfermo,  aprecia  d  alcance  práctico  dé  los  descubrimien- 
tos anunciados.  En  do  que  se  refiere  a  la  tuberculosis,  cuyas  victi- 
injas  son  incontables,  se  tiene  particularmente  prisa  en  confirmar  los 
resultados  de  las  invesitigafciones  experimentales.  Desgradádamen- 
te,  en  una  mayoría  aplastante  de  los  casos  las  condusiones  audaces 
íio  son  confirmadas  por  el  médico  objetivo.  Sería  muy  largo  citar 
-í-s  múltiples  tentativas  emprendidas  ¡por  los  tisiólogos  y  que  han 
Reñido  que  ser  abandonadas.  A  pesar  de  este  hecho  desconsolador 
l^rf-udable,  no  Ifcga  al  desánimo.  Este  optimismo  nos  parece  particu- 
larmente justificado  frente  a  los  estudios  redentes  repetidos  sobre 
la  forma  filtrante  dd  bacilo  tuberculoso.  La  clínica  y  la  terapéutica 
^^ben  tener  en  cuenta  las  enseñanzas  proporcionadas  por  las  ob- 
servaciones   rigurosas   e  instructivas    recogidas   en   los  diferentes 
países. 

*  *  * 

Como  es  sabido,  según  las  nociones  hoy  clásicas,  el  bacilo  ácido- 

''^sistente  es  la  única  forma  dd  microbio  de  la  tuberculosis.  Frente 

^  *oda  lesión  que  se  pretende  tuberoulosa  sólo  se  puede  expresar  la 

J^^rteza  después  die  haber  encontrado  al  badlo  que  resiste  constan- 

^^'^te  a  la  decoloración  por  los  áddos  empleador  d^  oT^xcms^, 


i-''.«»^  )<.■■*> 


La  autenticidad  de  la  afección  no  puede  dejar,  pues,  lugar  a  duda» 
si  quedan  establecidos  de  una  manera  indiscutible  los  raagos  carac- 
terísticos de  la  niurf olügia  del  bacilo.  Aliora  bien;  en  1910,  M.  Fo.v- 
VES,  del  Instituto  Oswaldo  Cruz,  de  Río  de  Janeiro  (Memorias  del 
Instituto,  t,  II,  £.  1.  abril  1910),  expresó  una  opinión  diferente. 
Según  su  opinión  aiUtorizada,  apoyada  en  investigaciones  serias  c 
inatacables,  había  que  admitir  la  existencia  de  elementos  filtrables, 
virulentos  y  tubercuügenos  a  la  vez. 

Los  trabajos  de  Fontes,  qtie  datan  j-a  de  una  fecha  lejana,  pero 
que  lian  sido  vueltos  a  estudiar,  sobre  todo  en  Francia,  en  los  úl- 
timos tiempos,  se  basaron  en  las  investigaciones  de  Mucii.  Este 
especialista,  bien  conocido  en  materia  de  tuberculosis,  utilizando  d 
método  de  coloración  de  Gram,  había  notado  que  el  bacilo  de  KoCH, 
tanto  en  los  productos  patógenos  como  en  los  medios  de  cultivo,  se 
resolvía  en  granulaciones  ácido-resistentes,  que  podrían  dar  origen 
a  las  formas  bacilares  típicas. 

El  sabio  brasileño  decidió  ir  más  lejos  que  su  oolega  alemán. 
Tuvo  la  idea  fecunda  de  tratar  de  separar  las  granulaciones  MuCH 
de  las  formas  bacilares  ordinarias,  filtrando  por  una  bujía  Berke- 
i'i'LD  el  pus  diluido  en  solución  fisiológica  de  un  ganglio  caseoso  de 
cobaya  inoctilado  previamente  con  producto*  tuberculosos  de  ori- 
gen humano. 

El  filtrado  obtenido  por  Postes,  sometido  a  un  examen  micros- 
cópico atento  y  minucioso,  se  mostró,  desde  e!  punto  de  vista  de  la 
liresencia  del  bacilo  tuberculoso,  sin  eHementos  visibles  coloreables 
por  la  téniica  corriente.  Ni  en  los  frotis  ordinarios  ni  el  sedimento, 
después  de  una  larga  centrifugación,  fué  posible  encontrar  rastro 
alguno  del  bacilo  tuberculoso. 

Puesto  que  se  trataba  de  un  filtrado  a  través  de  una  bujía,  no 
pra  nada  extraño  que  el  microscopio  buscase  en  vano  una  forma 
cualquiera  de!  bacilo  de  Koch.  Sin  embargo,  ha  sido  necesario  te- 
ner la  certidumbre  completa  de  ello  para  dar  mayor  v?.lor  a  las 
experiencias  en  cobayas  inoculados  con  el  filtrado  en  cuestión.  Per- 
mítaseme dar  rápidamente  algimos  detalles  respecto  a  esto,  llenos 
de  enseñanza  y  nada  aburridos. 

FoNTEs  inoculó  filtrado  bajo  la  piel  del  muslo  a  varios  cohayas. 
Hn  uno.  sacrificado  quince  días  más  tarde,  se  encontraron  ganglios 
tumefactos  en  la  región  inguinal.  I-os  frotis  dieron  un  resultado 
negativo,  lo  que  no  impidió  suponer  la  existencia  de  ttib^rculosis. 
Para  cerciorarse  de  elfo,  se  lomó  una  cuarta  parte  del  bazo  del  ani- 
ma! portador  de  la,  hipertrofia  ganglionaír  inguinal,  y  se  inrx-uló  por 
\'ia  subcutánea  a  otros  dos  cobayas. 

Ambos  cobayas  acusaron  pronto  lesiones  que  no  eran  id» 


j| 


—  107  — 

es  cierto,  pero,  sin  embargo,  altamente  significativais  para  la  doc- 
trina de  ia  tuberculosis.  No  se  podía  pensar  en  una  coincidencia, 
sino  en  ima  experiencia  irreprodiable  que  se  imponía  por  sí  mis- 
ma-. En  d  primer  cobaya,  sacrificado  un  mes  después  de  la  inocu- 
lación, se  encontraron  ganglios  hipertrofiados  en  la  proximidad  del 
punto  de  la  inoculación.  En  el  segundo,  fallecido  de  muerte  natu- 
ral al  cabo  de  cinco  meses,  la  autopsia  no  reveló  nada  anormal  en 
los    ganglios  inguinales. 

FoNTEs  buscó  en  los  frotis  de  estos  dos  cobayas  los  bacilos.  En 
el  primer  cobaya  los  frotis  de  los  ganglios  manifestaron  la  presen- 
cia de  las  granulaciones  ácido-resisitentes,  mientras  que  en  el  se- 
gundo los  frotis  de  los  ganglios  de  aspecto  macroscópico  normal 
y  d-e  algunos  focos  pulmonares  hepatizados,  mostraron  la  existen- 
cia dé  bacilos  tuberculosos  ácido-resistentes  característicos  en  pe- 
queño número. 

En  vista  de  los  resultados  obtenidos,  Fontes  llegó  a  la  conclu- 
sión de  que  las  granulaciones  de  Much  podían  atravesar  las  bu- 
jías Berkefeld  y  producir  en  los  animales  una  tuberculosis  atiplca. 

*  *  .* 

El  escepticismo,  que  tanto  en  Medicina  como  en  las  otras  ra- 
mas científicas  reina  a  la  manera  de  un  rey  caprichoso  y  fantás- 
t-co,  interviene  con  demiasiada  frecuencia  para  paralizar  el  progre- 
so con  que  se  podía  contar.  Gon  las  investigaciones  de  Fonies 
ocurrió  así.  Durante  el  largo  i>eríodo  de  doce  años  nadie  juzgó  útil 
v^omprobar  la  experiencia,  a  fin  de  obtener  de  ella  ventajas  im- 
portantes para  la  dínica  dé  la  tuberculosis.  En  mayo  de  1922,  un 
sabio  parisién,"  M.  Vaudremer,  rompió  etl  silencio  y  señaló  como 
posible  la  existencia  de  las  formas  filtrantes  del  bacilo  de  Koch. 

Los  reproches  dirigidos  a  Fontes,  debido  a  sus  resultados  un 
poco  discordantes,  no  tenían  ya  valor  para  Vaudremer,  quien  en- 
contró en  sus  cultivos  del  bacilo  tubeixuloso,  en  agua  de  pa,tata, 
iOiinas  no  ácido-resistentes  y  filtrables  por  bujías  Chamberland  Lg. 
La  afirmación  de  Vaudremer  es  abso»luta,  y  se  expnesa  de  la  si- 
guíente  manera :  "c)  El  baicilo  tuberculoso  posee  formas  filtrables." 
f  lega,  en  suma,  a  la  misma  condusión  que  Fontes,  aun  cuando  sus 
^nviestigaciones  han  seguido  un  camino  completamente  diferente, 
^^S6n  un  método  original.  Vaudremer  filtra  oultivos,  y  en  los 
"trados  es  donde  se  ven  aparecer  elelmentos  vivos  resembrables. 

Vaudremer  expKca  su  éxito  por  la  utilización  de  los  medios 
^c  cultivo  privados  de  glioerina  (¿Ido  de  patata)  en  que  se  puede 
observar  la  aparición  de  formas  filamentosas  gtsn\3¡V^t^^  no  ác\d,o- 


■j  ■■,■ 


resistentes,  que  crecen  kiitanieiite  siempre  con  el  rmsmo  aspecWr 
y  pueden  resembrarse.  Si  se  filtran  a  íravés  de  una  bujía  de  Qiam- 
berland  La  se  ve  que  el  filtrado  da  un  cultivo  al  cabo  de  cierto 
tiempo  {oclio  diais  a  37  grados)  que  oontiene  taanliien  formas  fila- 
mentosas y  granuiiadas  no  ácido-resisienles.  Si  se  \Lielve  a  sem- 
lirar  en  caldo  de  patata  con  gliceriiia,  el  filtrado  da  de  nuevo  cul- 
rivos  que  tienen  la  misma  morfología  y  las  mismas  propiedades 
lintoriales. 

Eü  resumen,  Vaudreker  haría  pasar  el  bacilo  tubérculos» 
ácido- resistente  por  un  medio  privado  de  gliceriiia  para  obtener 
d:icíJos  no  ácido-resistentes  modificados  bio'ógica  y  morfológica- 
mente. En  colaboración  con  Huduhoy,  llegó  todavía  más  lejos. 
Los  dos  autores  tomaron  un  cultivo  normal  de  bacilos  de  Koc3i  en 
jiaiata  gÜcerinada.  emiilsionados  los  bacilos  en  solución  fisiológica 
y  filtrados  luego  a  través  de  una  bujía  Cbamberland  L-.  El  filtrado 
obtenido  daba  un  cultivo  al  cabo  de  dos  o  tres  semanas  de  per- 
manencia en  la  estufa.  El  ^ua  peptonada  g'licerínada  contenida  en 
el  fondo  del  tubo  de  im  cultivo  normal  proporcionaba  también 
cii'ti\'x)s.  En  ambos  casias  se  obtenían  formas  no  ácido- resistentes 
de  aspecto  micelino. 

La  deniostración  de  que  normalmente  existen  en  los  cidtivos 
del  bacilo  tuberculoso  formas  bastante  pequeñas  para,  atravesar  las 
bujías  Cbamberland  Lj  y  Lj  quedaba  hecha,  y  se  pregunta  uno  si 
las  formas  no  ácido-resistentes  contenidas  en  los  filtrados  pue- 
den volver  a  la  forma  ácido-resistente,  por  decirlo  asi,  regular.  Se 
desea,  pues,  saber  si  es  posible  cerrar  ©I  círculo,  si  es  posible  pasar 
de  un  bacilo  ácido-resistente  a  otro  a  través  de  las  formas  granu- 
lares mícelinas  no  ácido-res.i sientes. 

La  vuelta  a  la  forma  clásica  del  bacilo  tuberculoso  ha  sido  de- 
mostrada por  numerosos  autores.  Vaudbemer  y  Hauduroy  reali- 
z.iron  con  este  objeto  la  experiencia  siguiente.  Habían  inoculado  a 
un  cobaya  2  c.  c.  de  filtrado  conteniendo  formas  micelianas  no 
árido-resistentes,  que  no  ptxudujeron  lesión  tuberailosíi  sparente 
en  el  animal,  que  murió  ail  quinceavo  día.  Algunos  minutos  des- 
pués de  !a  muerte  del  cobaya  se  sembró  la  sangre  de  su  corazón 
en  agua  .peptonada  ordinaria.  Después  de  \'eint!cuafTO  horas  de  es- 
tufa se  observaba  la  presenda  de  las  formas  micelianas  no  ácido- 
resistentes,  semejantes  a  las  que  habían  sido  inoculadas  a!  animal. 
Tres  días  más  tarde  se  encontraban,  junto  a  la  forma  no  ácido- 
resistente,  bacilos  tuI>crculosos  típicos,  árídc  y  alcohol -resisten  tes. 


—  109  — 

Después  de  estudiar  los  ganglios  tuberculosas  y  los  cultivos  del 
baoilo  se  trató  de  obtener,  partiendo  de  los  esputos,  elementos  filtra- 
bles  del  bacib  de  Koch..  Cai^mette  y  Valtis  emplearon  para  esto 
csi>titos  tuberculosos  autolizados  en  la  estufa  a  38  grados  durante 
tres  días.  El  sedimento  de  centrifugación  era  emulsionado  en  so- 
liKrión  fisiológica  estéril  y  pasada  a  través  de  un  filtro  Chamber- 
bxiad  Lg,  cuya  impermeabilidad  a  los  microbios  se  había  comproba- 
do  previamente. 

Los  filtrados,  que  no  dieron  resultado  positivo  sobre  ningún  me- 
dio   de  cultivo,  produjeron,  sin  embargo,  después  de  inoculación 
?vil>cutánea  al  cobaya,  a  la  dosis   de  S  a   10  c.  c,   lesiones  ca- 
ncterísticas.  Los  ganglios  próximos  del  punto  inoculado  se  hiper- 
trofiaron ligeramente  al  cabo  de  diez  a  quince  días,  y  luego  pa- 
recieron volver  a  la  noitnalidad.  La  mayoría  de  los  conejos  inyec- 
tados morían  entre  eí  tercero  y  cuarto  mes.  En  la  autopsia  no  se 
ponía  de  manifiesto  ninguna"  lesión  ganglionar,  pero  todo  el  siste- 
ma linfático,  y  sobre  todo  los  ganglios  tráqufeo-bronquiales  estaban 
hipertrofiados.  En  algunos  animales  se  observaban  pequeños  focos- 
'le  hepatización  pulmonar.  Estos  contenían  siempre  bacilos  ácido- 
resistentes  en  pequeños  grupos  y  escasos.  La  investigación,  convie- 
íie  señalarlo,  era  difícil,  pero  eil  esfuerzo  desplegado  durante  bas- 
tante tiempo  era  coronado  por  d  éxito. 

Las  experiencias  de  Calmette  y  Valtis  demuestran  que  el 
cobaya  inoculado  muere  sin  lais  reacciones  ganglionaires  habituales 
en  la  vecindad  deil  punto  de  inoculación,  pero  que  presentan  en  di- 
versos puntos  (los  pulmones  en  partículaT)  pequeñas  lesiones  que 
^^ontíenen  bacilos  ácido  y  akohoil-resistentes. 


El  hecho  de  reproducir  uiia  tubercuJosis  y  de  encontrar  las  di- 
versas formas  de  su  agente  patológico  no  ha  s-ido  más  que  el  pri- 
^  estadio  de  las  investigaciones  que  se  dirigían  hacia  el  estu- 
^^  del  tipo  evoluítivo  y  anatómico  die  la  infección  por  el  virus 
nltrable.  Sobre  esta  cuestión  poseemos  ya  una  documentadón  bas- 
tante extensa,  y  nos  limitaremois  a  los  trabajos  recientemente  pu- 
Wicados  por  F.  Aiiloing  y  A.  Dufourt,  de  Lyon. 

Ambos  autores  han  precisado,  en  una  comunicación  presentada 
''Ítalamente  a  la  Academia  de  Medicina  de  París,  que  las  lesio- 
"^s  provocadas  por  las  formáis  filtrantes  del  bacilo  tuberculoso  no 
Jfloptaban  un  tipo  uniforme,  y  que  se  encontraban  dos  tipos  di- 
ferentes. 

En  d  pritnter  tipo  no  hay  chancro  de  inoculación  ni  adenopa- 


^'apredable.  Si  se  deja  evoluí 


olucitiiiar  la  inieocióti  se  ' 
sobrevetiir  al  cabo  de  algunos  meses  una  caquexia  progresiva  que. 
da  a.  los  cobayas  un  aspecto  esquelético,  En.  la  autopsia  no  se  en- 
cuenirun  ni  lesiones  caseosas  ná  focos  de  granulaciones.  Los  gan- 
glios pueden  3er  normales  o  ligeratnentie  hipertrofiados.  El  exaraea 
histológico  da  un  resLÜtado  negativo,  pero,  por  el  contrario,  en  los 
írotis  hechos  con  jugo  gai^lionar,  se  encuentra  por  la  coloración 
de  Ziehl-Neelsex  numerosos  badllos  ácido- resistentes  típicos. 

Si  bien  en  el  primer  tipo  la  tuberculización  por  el  virus  ñltran- 
te  no  conduce,  durante  la  supervivencia  de  los  animales,  a  la  cons- 
titución de  las  lesiones  caiscosas  o  nodulares  típicas,  no  ocurre  lo 
Jiiisnio  con  eJ  segundo  tipo.  En  éste  no  se  trata  ya  de  una  infec- 
tión  atenuada  localizada  en  el  sistema  linfático  y  acoesoriamente  en 
sus  dependencias,  sino  de  una  afección  franca  con  lesiones  nodu- 
lares y  caseosas  en  los  ganglios  y  las  visceras.  Sin  embargo,  falta 
el  chancro  de  inoculación. 

AitLoiNG,  DuFüCJRT  y  Malahthe  han  qiierido  comprobar  si  es 
posible  pasar  de!  primer  tipo  aJ  segundo,  de  la  infección  atenua- 
da a  las  lesiones  de  tuberculosis  nodular  clásica,  por  medio  de 
reinoctíl aciones  en  serie.  En  la  autopsia  de  los  animales  muertos 
caquécticos  los  tres  autores  habían  tomado  los  ganglios  que  conte- 
nían bacilos  para  inocularlos  a  cobayas  que  han  sido  sacrificados 
al  cabo  de  dos  meses  unos,  y  otros  tres  meses.  Siempre  se  ejicon- 
traban  bacilos  en  los  ganglios,  pero  ni  rastros  de  tuberculosis  no- 
dular. 

El  tercer  paso  emprendido  por  Asloing  y  sus  colaboradores  no 
dio  un  resultado  muy  especial.  El  resultado  fué  aproximadamente 
el  mismo,  con  la  diferencia  de  que  en  ciertos  animales  no  se  consi- 
guió encontrar  los  badlos. 

De  ello  resulta  que,  hasta  más  amplía  información,  los  cara 
teres  patógenos  de  los  bacilos  originarios  del  virus  tuberculosoa 
trante  conservan  ima  cierta  fiieza. 


s  carac^ 
-loso-^H 

un^^H 
VAnf!|J 


El  conocimiento  del  virus  filtrante  ba  permitido  emitir  im; 
pótesís  sobre  su  paso  a  través  de  la  placenta.  Calmette,  VaeA 
BoQUET  y  NÉGRE  comunicaron  a  la  Aca-lemia  de  Ciencias,  el  año 
pasado,  los  primeros  resultados  de  sus  investigaciomes.  experimen- 
tales sobre  la  infección  trasplacentaria  de  loí  fetos  de  cobayas  hem- 
bras inoculadas  durante  su  gestación  con  filtrados  de  productos  tu- 
IxTcuIcsos  o  de  cultivos.  Los  hechos  comunicados  demu^tran  que 
los  filtradas  contenía-n  elementos  virulentos  que  pasaban  a  travfe' 


—  III 


Je  la  placenta  intacta  y  podían  determinar  en  d  organismo  de  las 
crías  antes  de  su  nacimiento  lesiones  de  naturaleza  tuberculosa.  Se 
localizaron  casi  excltusivamente  en  los  ganglios  linfáticos  del  con- 
íluente  intrahepático.  Después  de  una  investigaron  minuciosa  se 
podia  encontrar  en  los  ganglos  bacilos  tuberculosos  ácido-resisten- 
tes típicos. 

Para  la  especie  humana  los  trabajos  efectuados  durante  varios 
meses  por  Arloing  y  Dufourt  en  niños  muertos  o  fetos  de  ma- 
dres atacadas  de  tuberculosis  pulmonar  avanzada  no  dieron  de 
niomento  más  que  resultados  negativos.  Ha  sido  imposible  poner 
de  manifiesto  f  cnmas  filtrantes,  ni  en  la  sangre  materna,  ni  en  la 
sangre  del  cordón  tomada  en  el  momiento  del  parto,  ni  en  la  pla- 
centa. 

A  los  hechos  indicados  por  Arloing  y  Dufourt  es  interesan- 
te añadir  a  título  documental  la  observación  de  Sergent,  publicada 
en  el  Boletín  de  la  Academia  de  Medicina,  de  París,  de  este  año. 
í"^  trata  de  la  descripción  de  la  placenta  de  una  mujer  tuberculo- 
^>  qtie  se  encontró  sin  ninguna  lesión  tuberculosa.  Se  extrajeron 
íí^agxnentos  de  placenta  asépticamente,  y  se  trituraron  en  el  mor- 
tero esterilizado,  reduciéndolos  a  estado  de  pulpa.  Un  c.  c.  de  la 
pulpia.  se  insertó  entre  lia  aponeurosis  y  los  músculos  de  la  pared 
abdominal  de  un  cobaya.  Aproximadamente  un  mes  más  tarde  pre- 
s^taba  el  animal  una  colección  del  vdumen  de  una  avellana,  cons- 
ttttícJa  por  im  pus  granuloso,  en  el  cual  ¡a  odoración  por  el  Ziehl 
"«» ^i-emostrado  la  existencia  de  numerosos  badlos  de  Koch. 

Sergent  no  pretende  dar  a  su  observación  una  conclusión  for- 
^^da.,  pero  queda,  según  sus  propias  palabras  "bastante  seducido 
V^  la  idea  de  que  la  noción  de  las  formas  filtrantes  de  los  baci- 
los <i^  Koch  autorice  a  admitir  que  el  antiguo  dogma  de  la  heren- 
c^^  tuberculosa,  el  cual  ha  sido  sustituido  por  el  dogma  nuevo  del 
contagio  después  del  nacimiento,  mer«ece  tal  vez  también  que  no  se 
'^  saicrifique  sistemáticamente." 

Según  Cai<mette  y  Valtis  es  posible  c'ue  la  placent^i  del  co- 
■i^ya  y  la  de  los  roedores  en  general  ofrezca  disposiciones  ana- 
tornicas  (adelgazamiento  de  la  pared  endotelial  al  final  de  la  res- 
^^ción)  que  favorezcan  el  paso  de  los  virus  filtrables  y  que  esta 
^is-posición  no  exista  en  el  mismo  griado  en  las  especies  bovina  y 
nuTnana,  que  son  las  más  castigadas  por  la  tuberculosis.  A  pesar 
^^  esta  suposición,  no  queda  excluido  que  en  algunos  casos  raros, 
P^o  de  ninguna  manera  excepcionales,   la  contaminación  intra- 
nterÍTia  del  niño  pueda  efectuarse  y  manifeistarse  por  accidentes 
^^  ordinario  rápidamente  mortales  sin  ataques  claramente  pronun- 
ciados contra  un  ói^ano  cualquiera. 


—  112  — 

La  herencia  de  ''semilla"  ya  demostrada  en  los  animales  por 
niwlio  de  las  experiencias  sobre  él  paso  interplacentario,  espera  su 
confirmación  para  el  hombre,  pero  se  ve  desde  ahora  el  interés 
dogmático  de  las  observaciones  irrefutables  y  la  conmoción  que  se 
presentará  en  el  dominio  de  las  ideas  reinantes. 

Sin  mirar  al  porvenir  con  demasiada  esperanza,  sólo  con  re- 
nunciar, y  ello  con  razón  a  la  intangibilidad  de  laa  teorías  clási- 
cas sobre  la  no  filtrabi'lidad  del  virus  tubercidoso,  tenemos  dere- 
cho a  esperar  para  tiempos  próximos  consecuencias  prácticas  de 
los  descubrimientos  hedhos  y  de  las  experiendas  realizadas.  ¿Tal 
vez  se  dará  un  paso  serio  en  el  camino  tan  espingso  hacia  la  solu- 
ción diel  problema  de  una  terapéutica  activa  y  específica  de  la  infec- 
ción bacilar? 

BIBLIOGRAFÍA 

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A.  Calmette,  J.  Valtis,  L.  Négre  et  A.  Boquet:  L'infection  experiméntale 
transplacentaire  par  les  éléments  filtrables  du  virus  tuberculeux.  C.  R,  de 
VAcadémie  des  Sciences,  t.  CLXXXI,  pág.  497,  1925. 

G.  Dessy  :  Sulla  filtrabilita  del  virus  tuberculare.  Bolletino  delVInstituto  Sie- 
roterapico  milanese,  núm.  2,  pág.   i,   1926. 

P.  Hauduroy  et  A.  Vaudremer:  Recherches  sur  les  formes  filtrables  du 

bacille  tuberculeux.  C,  R.  de  la  Sociéfé  de  Biohgie,  t.  LXXXIX,  pág.  8^ 

et  pág.  1.276,  1923. 
F.  Sergent:  Observation  d'un  cas.  Bull.  de  V Académie  de  Médecine,  t.  XCV^ 

pág.  167,  1926. 
J.  Valtis  :  Sur  la  filtration  du  bacille  tuberculeux  a  travers  les  bougies  Cham- 

berland.  Revue  de  la  tuberculose,  t.  V,  pág.  218,  1924. 


TRABAJOS   ANALIZADOS 


L  Frank  y  W.  WoRMs.— Aortalgia  y  angina  de  pecho.  (Aortalgie 
tmd  Angina  pectoris).  Deutsche  Medisinische  Wochenschrift,  Año  Lili, 
número  14,   1926. 

Los  resultados,  a  veces  notables,  que  se  han  obtenido  con  el  tratamiento 
quirúrgico   de  la  angina  de  pecho,   lian  impulsado  notablemente   las   inves- 
tigaciones relacionadas  con  esta  enfermedad.  Una  de  las  preocupaciones  fun- 
^lanientales  ha  sido  la  de  caracterizar  todo  lo  más  exactamiente  posible  los 
síndromes  y  diferenciarlos  estrechamente,  y  esto,   no  solamente  con  objeto 
t'e  precisar  el  capítulo  del  diagnóstico  diferencial,   sino  también  con  el   de 
instituir  una  terapéutica  adecuada  a  cada  caso.  En  el  estado  actual  de  estos 
Problemas  cada  vez   se  deslindan  más   dos   cuadros   clínicos   diferentes :    la 
aortalgia  y  la  angina  de  pecho.  Existen  unos  cuantos  autores,  entre  los  cua- 
les ScHMTDT  y  Wenkebach  son  los  más  caracterizados  que  piensan  que  para 
í^  producción  de  la  angina  de  pecho  no  es  necesaria  ninguna   afección  de 
ías  coronarias,  y  que  la  enfermedad  consistiría  más  bien  en  un  dolor  pro- 
vcicado  por  una  lesión  aórtica.  Sin  embargo,  Ortner  establece  de  un  modo 
tJecisivo  el  hecho  de  que  la  aortalgia  y  la  angina  de  pecho  son  dos  enferme- 
ííades  diferentes    que    obedecen    también  a    causas    distintas.    Supone    este 
autor  que  la  angina  de  pecho  es  tma  enfermedad  de  las  coronarias  y  de  sus 
nervios;  pero  nunca  de  la  aorta,  cuya  lesión  aislada  da  lugar  al  síntoma  de 
la  aortalgia.  Los  puntos  de  vista   sostenidos   por  Frank  y  Worms   coinci- 
^^n  enteramente  con  estas  ideas  de  Ortner,  y  según  ellos  es  muy  frecuente 
oWvar  en  clínica  la  persistencia  de  una  aortalgia  durante  años  enteros,  hasta 
Güe  llega  d  momento  en  que  el  proceso  que  va  avanzando  afecta  las  coro- 
narias y  en  el  período  final  de  la  enfermedad,  el  cuadro  clínico  se  convier- 
ta: en  d  de  la  angina  de  pecho  verdadera,  que,  al  cabo  de  unos  cuantos  acce- 
5^3s  graves,  arrebata  la  vida  a  los  enfermos.  Hay  que  tener  en  cuenta  que 
los  casos  de  lesiones  parietales  de  la  aorta  difícilmente  diagnosticables,  suelen 
^nsiderarse   como  neurosis   durante   largos  años   y   la    fase  anginosa   finat 
^^nstituye  entonces  un  fenómeno  que  parece  estar  en  completo  desacuerda 
con  el  cuadro    clínico    anterior. 

Las  molestias  de  los  enfermos  de  aortalgia  consisten  en  dolores  retro  e> 
jotero-esternales  acompañados  de  sensación  de  opresión,  dolores  que  no  so- 
jámente  aparecen  durante  el  movimiento  o  los  esfuerzos,  sino  también  du- 


r 

t 

l 


»'  1 


1  cuando  liay  que  conceder  que  el  ejercico 
-  de  k  aortalgia,  que  generalmente  está  despri 
:  inminente  tan  típica  de  la  S' 
e^jia  de  peclio,  se  irradia  al  omoplato  y  a  los  brazos,  generalmente  hacia 
lado  izquierdo,  va  acompañado  también  de  una  sensación  dolorosa  a  la  pr 
sión  del  plexo  braquial  y  especialniKnte  de  una  hiperestesia  entre  cI  s 
ííundo  y  cuarto  segmentos  dorsales.  Esta  hiperestesia  constituye  para  la  ao 
talgia  un  síntoma  mucho  más  carácter istico  Que  todos  los  reslajites,  inclu: 
el  dolor  a  la  presión  sobre  el  plexo,  ya  que  el  primero  es  mucho  más  pr 
coz  y  mucho  más  constante.  Poede  descubrirse  fácilmente  esta  hiperestes 
irolando  la  piel  con  e!  borde  de  un  pleximetro  o  con  la  uña,  paralelainen 
a  la  columna  vertebral  a  partir  de  la  apófisis  espinosa  de  la  vértebra  cerv 
cal  quinta  hasta  la  de  la  vértebra  dorsal  séptima.  En  estas  condiciones  k 
eníermos  .manifiestan  imnediatamente  una  sensación  dobrosa  en  la  piel  ai 
espacio  interés capu lar  y  en  una  lona  que  aproximadamente  está  situad 
entre  la  primera  y  quinta  apófisis  espinosas  dorsales,  región  que  correi 
ponde  a  los  segracTítos  dorsales  segimdo  a  ctiarto.  En  casi  todos  los  caso 
la  zona  hiperestésica  es  más  acentuada  en  el  lado  izquierdo  que  en  el  den 
cl'O  e  incluso  juede  faltar  en  este  último.  El  método  gal  vano- palpatono  t 
Kahan£  es  completamente  innecesario  en  vista  de  los  resultados  obtenide 
con  esíe  sencillo  método  de  exploración.  La  confirmación  del  carácter  d 
esta  íona  hiperestésica  se  encuentra  en  las  investigacbnes  de  Head,  el  aa 
admite  que  la  inervación  sensitiva  de  la  porción  ascendente  de  ia  aorta  t 
proporcionada,  no  solamente  por  los  segmentos  cervicales  tercero  y  cuartí 
sino  por  los  dorsales  comprendidos  entre  el  primero  y  cuarto. 

Los  autores  tratan  a  continuación  de  explicar  las  eontradiccionea  existe» 

les  ehtre  los  cuadros  clínicos  de  la  angina  de  pecho  y  los  hallazgos  anatomci 

patológicos,   admitiejido   que  no   es   siempre  necesaria   ima  alteración   de  la 

vKsos  coronarios  para  producir  la  enfermedad  y  dividiendo  esta  última  e 

ikis  grupos  diferentes.   En  uno  de  ellos   incluyen   los  autores   aquellos   casa 

debidos  a  una  lesión  de  los  nervios,   lesión  que  puede  ser  reconocida  dini 

camente  por  la  existencia  de  una  neuritis  a  nivel  de  los  segmentos  cerví 

cales  quinto  a  séptimo  acompañada  de  hipcr  o  parestesia.  Es  interesante  d 

lar  a  este   respecto  tma  observación  de  Loewenfeld,  eii  la  cual   alternaba. 

los  accesos  de  angina  de  pecho  con  los  de  neuralgia  cubital.  Por  otra  partt 

el  segundo  grupo  admitido  por  Frank  y  Wohms  es  aquel  en  el   que  la  an 

pina   de   pecho   es   debida   a  lesiones   de   los   vasos   coronarios.    Oinicament 

se  diferencian  estos  dos  grupos  por  el  déficit  funcional  del  corazón   que  8 

encuentra  en  los  casos  en  que  están  afectados  los  vasos  coronarios,  mientra 

que,    en   cambio,    en    las    formas   neuríticas   no    existe   durante   los    periodo 

i  ningiin   signo   de  déficit  cardiaco.    Hay  que  tener   en  cuffl 

1  embargo,  que  cuando  esta  última  clase  de  accesos  se  repite  muy  fre 

;mente  pueden  llegar  a  producirse  al  cab"  grandes  lesiones  del  cora 

■n.  Pues     iMcn.  estas  formas  de  angina  de  pecho  excltisivamente  neuríticaí 

1  ninguna  alteración   anatómica   de   los  vasos  coronarios   son  precisamenti 

1  casos  más  adecuados   para  el   tratamiento   quirúrgico. 

Por  otra  parte,  lo  mismo  que  la  angina  de  pecho,  la  aortalgia  puede  # 


—  115  — 

idirse  también  en  dos  grupos;  en  el  primero  de  los  cuales  existe  una  alte- 
ación  anatómica  más  o  menos  grave  de  la  pared  de  la  aorta,  generalmente 
pn   su  porción  ascendente,  mientras  que  en  el  segundo  no  existe  más   que 
un  aumento  de  la  tensión  parietal  de  la  aorta.  En  ambos  grupos  existe,  al 
lado  de  una  presión  que  puede  no  estar  elevada,  ima  acentuación  del   se- 
gimdo  tono  aórtico,  que  en  las  aortalgias  debidas  a  lesión  anatómica  con- 
tinúa invariablemente  a  pesar  del   tratamiento,   mientras   que  en  la   forma 
íundonal,  la  terapéutica  consigue  hacer   desaparecer  el  carácter   resonante 
del  tono  al  mismo  tiempo  que  las  molestias  subjetivas  del  paciente.  Es  evi- 
dente que  el  aumento  en  la  tensión  del  sistema  vascular  puede  ser  modificado 
por  el  tratamiento,  como  puede  observarse  por  palpación  d  las  arterias  pe- 
fif ericas  de  sujetos  jóvenes.  Cuando  la  tensión  de  las  paredes  de  la  radial, 
I^r  ejemplo,  está  aumentada,  se  encuentra  la  arteria  bajo  la  forma  de  una 
cuerda  tensa,   mientras  que  al   suprimir   la   hipertensión   la  pared   vascular 
apenas  puede  palparse.  Entre  los  síntomas  objetivos  que  pueden  descubrirse 
hay  que  mencionar  además  de  la  acentuación  del  segundo  tono  aórtico  y  ile 
la  zona  hiperestésica,   síntomas   comunes   a  ambas   formas  de  aortalgia,   la 
ampliación  de  la  macidez  aórtica,  característica  del  grupo  de  awrtalgias  pro- 
ducidas por  lesión  orgánica  y  además  la  existencia  de  un  ruido  sistólico  sobre 
li  base  del  apéndice  xifoides  y  la  configuración  aórtica  de  la  imagen  radio- 
gráfica del    corazón,    acompañada  de   un   ensanchamiento    con   opacificación 
considerable  de  la  sombra  aórtica,  especialmente  de  la  porción  ascendente, 
síntoma  que  indefectiblemente  debe  sugerir  la  idea  de^  sífilis  como   factor 
ctiológico.  Es  preciso  insistir,  sin  embargo,  en  el  hecho  de  que  incluso  las 
aortas  ensanchadas  al  máximum  pueden  no  producir  un  síndrome  aortálgi- 
co,  mientras   que  en  otros   casos   en  que  las   lesiones   son  muy   escasas   o 
apenas  pueden  descubrirse  la  aortalgia  aparece  con  gran  violencia.  Es  muy 
posible  que  así  como  en  las  llamadas  formas  funcionales  parece  intervenir 
la  tensión  de  la  pared  arterial  como   factor  patogénico,   produzca   también 
este  mismo  factor  las  molestias  de  los  enfermos  de  aortalgia  orgánica. 

Con  arreglo   a  esta  clasificación  de   los   síndromes,   es   preciso   instituir 
la  terapéutica   adecuada   y   en   este  sentido    deben    perseguirse    dos    objetos 
I       ccncretos:  la  supresión  inmiediata  de  cada  uno  de  los  accesos  anginosos   y 
I       ^1  tratamiento  duradero  de  los  estados  aortálgicos  persistentes.   Puesto  que 
psra  la  primera  de  estas  indicaciones  el  nitrito  de  amilo  y  la  nitroglicerina 
constituyen  agentes  de  eficacia  bien  probada  los  autores  dirigen  más  bien  su 
unción  al  tratamiento  de  los  estados  aortálgicos.  Para  corregir  éstos  hay 
<l^e  contar  con  dos  factores :  el  aumento  de  la  tensión  de  las  paredes  aór- 
^  y  la  existencia  de  alteraciones  anatómicas,   especialmente   en   la   por- 
ción supravalvular  del  vaso,  lesiones  en  las  que  etiológicamente  intervienen 
la  esclerosis  y  la  sífilis.  La  modificación  de  estos  dos  elementos  patogénicos 
^c  la  aortalgia  puede  conseguirse  en  primer  término  por  el  yodo  y  en  se- 
S^aido  por  los  nitritos.  De  estos  últimos  son  precisamente  las  sales  que  se 
Pueden  administrar  por  vía  digestiva,  las  que  pueden  actuar  lenta  pero  con- 
tinuadamente, y  los  autores  han  empleado  con  este  objeto  el  nitrito  sódico, 
^  según  RoMBERG,  fracasa  en  la  angina  de  pecho,  pero  da  los  mejores 
filados  en  la  aortalgia.  La  medicación  que  han  utiUzaido  \os  ílv\\.ot^^  ^xv 


—  i¡8  — 

este  sentido  consistía  en  administrar  simultáneamente  0,2  gramos  de  )_, 
s6díco,  al  mismo  tiempo  que  0,02  gramos  de  nitrito  sódico,  repitiendo  esta 
dosis  tres  veces  al  día.  dcsjués  de  las  comidas.  Cwiservan  los  autores  est: 
requeñas  dosis  de  iodo,  teniendo  en  cuenta  su  mayor  eficacia  sobre  el  e 
íazón  y  sistema  vascular.  Los  autores  emplean  el  medicamento  en  forr: 
sólida  y  envuelto  en  cápsulas  solubles  en  el  intestino.  Generalmente  los  pa 
cientes  sienten  el  alivio  de  los  dulores  al  cabo  de  cuatro  o  cinco  días  de 
administración  de  las  medicamentos,  lo  cual  no  hay  que  atribuir  soUuhck: 
a  ia  disminución  de  la  tensión  parietal  aumentada  de  la  aorta,  sirw  tambS 
al  descenso  progresivo  de  la  presión  sanguínea;  ñor  lo  cual  es  frecuente  ec 
seguir  los  mayores  éxitos  en  las  aortalgias  qne  van  acompañadas  de  hip-« 
tensión.  Las  observaciones  realizadas  por  los  autores  al  cabo  de  año  o  ^ 
y  medio  de  tratamiento  permitían  comprobar  cómo  los  enfennos  pcrmax? 
c-'an  persistentemente  libres  de  sus  molestias,  y  de  los  síntomas  objeti-v« 
habia  desaparecido,  sobre  todo,  la  zona  parestésica  del  espacio  interescapula 
izquierdo,  y  en  los  sujetos  jóvenes  (hasta  los  cuarenta  años)  perdia  ¿I  té 
gundo  tono  aórtico  su  carácter  resonante,  desapsrecían  los  ruidiis  sistólícciii 
<le  la  apófiaii  xifoides  y  descendía  con  siderablemente  la  presión  sistólio  > 
(i'astólica. 

R.   Fraile 


K.  Samsds, —  La  stgniñoaclón  dsl  fcsroro  det  suee^  e"  *a  pa- 
togenia, diagnéstioo  y  tratamiento  del  raquitismo-  (Die  Bede- 
tung  des  Serumphospiíors  für  Pathofrenese,  Diagnose  und  Therapie  der 
Rachitis.)  Deutsche  MíiSsiniscbe  Wochenschrift.  Año  LII,  núm.  14,  1926. 

Como  es  sabido,  en  el  cuadro  clínico  de!  raquitismo  predominan  conat- 
derablomente  los  trastornos  a  nivel  del  sistema  óseo,  y  aún  hoy  dia  cons- 
tituyen la  eraniolabes.  el  rosario  raquítico  y  los  abultamientos  epifisarios,  los 
síntomas  cardinales  que  permiten  establecer  e!  diagnóstico.  A  causa  de  esto, 
tcrdas  las  antiguas  teorías  acerca  de  la  etiología  y  patogenia  del  raquitismo 
jiartian  de!  hecho  de  estas  alteraciones  óseas,  y  conociéndose  la  composición 
(mímica  del  tejido  óseo  y  el  predominio  entre  sus  componentes  de  !as  sate 
de  calcio,  se  trataba  de  explicar  el  raquitismo  como  un  trastorno  en  el  me- 
ÍLibolisrao  de  este  elemento.  Por  otra  parte,  además  del  tratamiento  empíri- 
camente empleado  a  base  de  aceite  de  hígado  de  bacalao,  se  habia  tratado 
f!i;  curar  el  raquitismo  por  medio  de  dosis  mayores  o  menores  de  caldo,  y 
se  creía  del  mismo  modo  que  estos  enfennos  ingerían  una  alimentacíwi  de 
—1  contenido  calcico  insuficiente.  Sin  embargo,  no  se  han  podido  obtener  re- 
fultados  positivos  por  medio  de  este  sistema  de  tratamiento. 

La  difusión  alcanzada  por  los  procedimientos  microquímicos  de  análisis 
de  la  sangre,  lia  permitido  revisar  recientemente  todo  el  problema  del  la- 
';;iitIsmo  e  investigar  la  influercia  de  toda  una  serie  de  factores  sobre  est» 
"■-nfermedad.  Los  autores  han  dirigido  especialmente  su  atención  al  estudio 
£'-'  los  factores  higiénicos,  tales  como  las  malas  condiciones  de  ta  vivienda. 


—  117  — 

• 

.SL,  falta  de  luz,  la  alimentación  cualitativa  o  cuantitativamente  insuñciente,  la 
%3<onotonía  de  la  misma,  la  falta  de  vitaminas,  etc.  Al  lado  de  estos  problemas 
e*:iológicos,  la  clínica  descubría  nuevos  síntomas,  que  han  hecho  Variar  por 
z:c3mpleto  el  concepto  que  debe  merecer  la  patogenia  del  raquitismo.  Se  ha 
bT  i  sto,  en  efecto,  cómo  en  la  enfermedad  participan  los  músculos,  en  los  que 
^;>ciste  una  cierta  atonía,  y  cómo  aparecen  también  síndromes  cerebrales,  a 
más  de  una  serie  de  trastornos,  que  deben  también  achacarse  a  la  enferme- 
dad. Con  todo  ello  se  ha  establecido  la  idea  de  que  el  raquitismo  no  es  una 
enfermedad  del  sistema  óseo,  sino  ima  afección  metabólica  total  del  or- 
ganismo. 

Los  estudios  químicos  de  la  sangre  realizados  en  el  raquitismo  han  de- 
mostrado un  hecho   fundamental,  y  es  que  mientras  la  cifra  de  calcio   es 
prácticamente  normal,   o   sólo   disminuye   muy   ligeramente,    la  cantidad    de 
íósforo  del  suero  está  constantemente  disminuida  en  estos  enfermos,   y  la 
tatensidad  de   su  disminución   marcha   siempre  de   un   modo    paralelo   a   la 
gravedad  de  la  enfermedad.  Normalmente  la  cantidad  de  fósforo  del  suero 
en  los  niños  alcanza  la  cifra  de  5,2  miligramos  por   100,  mientras  que  en 
los  raquíticos  este  nivel  disminuye  hasta  llegar  a  2,4  miligramos  por  100 
como  término  medio.  Estos  hechos  explicaban  el  fracaso  de  la  calcioterapia, 
puesto  que  realmente  la  enfermedad  no  se  debía  a  una  deficiencia  en  calcio, 
sino,  al  parecer,  a  ima  incapacidad  del  organismo  de  aprovechar  el  calcio 
^ue  posee,  o  el  que  se  le  da,  aunque  sea  en  grandes  cantidades.  Es  impor- 
tante también  hacer  notar  que  la  curación  del  raquitismo  va  siempre  acom- 
pañada de  im  aumento  de  la  cifra  de  fósforo  en  el  suero.  Así  pues,  al  lado 
de  bs  conocidos  hallazgos  radiológicos  tan  típicos  del  raquitismo,  hay  que 
considerar  la  cifra  de  fósforo  del  suero  como  un  nuevo  signo  útil  para  fijar 
la  gravedad  de  la  afección  y  el  valor  curativo  de  cualquier  remedio. 

Acerca  de  las  causas  dieterminantes  de  este  empobrecimiento  en  fósforo, 
los  datos  actualmente  adquiridos  son  muy  incompletos,  y  se  cree  que  este 
déficit  tiene  un  origen  endógeno,  y  se  debe  a  una  función  insuficiente  de  las 
glándulas  endocrinas,  aun  cuando  no  se  ha  determinado  cuál  de  estas  glán- 
dulas sea  la  que  interviene  preferentemente.  Se  sabe,  por  otra  parte,  que 
ía  cifra  de  fosfatos  en  suero  de  los  adultos  (alrededor  de  3,3  miligramos 
íor  100)  es  muy  inferior  a  la  del  niño,  y  aumenta  durante  los  procesos  de 
reconstrucción  del  sistema  óseo  (formación  del  callo  después  de  una  frac- 
tura). La  influencia  beneficiosa  que  sobre  el  raquitismo  ejerce  la  adminis- 
tración de  vitaminas  A  liposolubles  (aceite  de  hígado  de  bacalao,  manteca, 
espinacas,  tomates,  extractos  de  zanahoria)  se  atribuye  a  una  influencia  in- 
directa por  modificación  primaria  del  sistema  endocrino. 

Aparte  del  déficit  de  fósforo,  se  ha  encontrado  también  en  el  raquitismo 
^  aumento  en  la  formación  inttermedia  de  cuerpos  ácidos,  que  ha  condu- 
^do  a  considerar  el  raquitismo  como  un  trastorno  acidósico.  Esta  desviación 
acidósica  del  metabolismo  está  evidentemente  producida  por  el  retardo  ge- 
^^^  de  los  procesos  metabólicos  que  se  produce  en  la  enfermedad.  Gyórgi 
atribuye  este  retardo  a  la  falta  de  fósforo  disponible,  ya  que  experímental- 
'^te  se  ha  demostrado  que  los  fosfatos  ejercen  una  activación  sobre  los 
Jrocesos  oxidativos  de  las  células.  Así  pues,  en  el  raquitismo,  al  disminuir 


/  ■ 


;  átia 


¡03  fosfatos  se  atenuarían  las  oxidaciones  y  se  producirian  cuerpos  ¡ 
(iue  no  serían  más  que  productos  intermedios  de!  metabolismo  incomplet» 
mente  elaborados,  con  lo  cual  la  acidosis  producida  seria  de  naturaleza  s- 
nindaria  y  estaría  determinada  por  el  déficit  en  fósforo.  Ahora  bíen:  ea 
déficit  se  intensifica  aún  más  en  el  curso  de  la  afección,  gracias  a  la  e=! 
minación  de  fosfatos  ácidos  por  la  orina,  que  representa  el  mecanismo  ec 
picado  por  la  economía  para  la  cort^íensación  de  la  acidosis.  De  este  mocí 
esta  última  produce  a  su  -vez  una  ulterior  pérdida  en  fósforo,  constituya 
düsc  asi  un  evidente  circulo  vicioso. 

Freudenberg  y  Gyorgy  han  podido  demostrar  también  que  los  teji(3 
con  metabolismo  activo  no  asimilan  calcio,  siendo  éste  asimilado,  en  camtai 
por  los  tejidos  con  metabolismo  amortiguado.  Los  huesos  normales  pose 
tales  condiciones,  que  son  capaces  de  fijar  esta  substancia,  mientras  ig 
e!Io  no  sucede  en  los  huesos  raquíticos.  Pues  bien:  esta  insuficiente  fijacS 
di-1  calc'i  la  atribuyen  los  autores  a  la  disminución  del  fósforo,  puesto  C3 
este  últitno  favorece  la  fijación  de  ¡as  substancias  calcicas.  La  disminuci 
de  fósforo  del  suero  y  del  organismo  en  general  permite  explicar  taml>: 
gran  número  de  otros  síntomas,  y  así,  por  ejemplo,  la  atonía  muscular 
explica  con  arreglo  a  las  experiencias  de  Embdes,  que  demuestran  la  5 
portancia  del  ácido  fosfórico  en  el  metabolismo  de  los  hidrocarbonac 
como  substancias  proporción  adoras  de  la  energía  muscular.  Del  mismo  iik:i 
los  fisiólogos  han  demostrado  la  importancia  del  ácido  fosfórico  en  el  de 
arrollo   de   los   procesos   cerebrales. 

En  suma:  que  mientras  el  problema  etiológico  del  raquitismo  es  hí 
día  tan  oscuro  como  hace  años,  las  investigaciones  patogénicas  han  abien 
actualmente  amplios  liorizontes.  El  hecho  fundamental  es  la  disminución  d( 
fósforo  en  el  organismo  raquítico,  y  la  comprobación  de  este  heclio  en  ( 
suero  constituye  im  importante  signo  para  el  establecimiento  del  díagnóstia 
Se  ha  podido  comprobar,  en  efecto,  que  existen  casos  en  los  que,  clínica 
mente,  las  alteraciones  óseas  obligan  a  pensar  en  el  raquitismo,  y  en  los  qt 
la  investigaci&i  química  de  la  sangre  demuestra  que  se  trata  de  una  ostet 
píirosis   (descenso  de!  caldo  en  sangre  con  cifras  normales  de  fósforo). 

El  trastorno  raelabólico  en  cuestión  tiene  aún  más  importancia  para 
tratamiento  que  para  el  diagnóstico,  ya  que  permite  vigilar  dt  un  mot 
exacto  y  objetivo  la  eficacia  de  los  remedios  anl  ir  raquíticos  empleados,  I 
los  Itechos  mencionados  se  deduce  la  ineficacia  de  la  adminislradóír  -' 
calcio  en  esta  enfermedad,  puesto  que  e!  organismo  no  carece  de  este  el 
mentó,  y  solo  es  incapaz  de  aprovechar  el  calcio  que  posee.  Los  hechos  h 
demostrado  también  que  la  administración  de  calcio  en  cualquier  forma  ■ 
produce  absolulamerte  ningún  resultado.  Hay  que  tratar,  en  cambio,  de  q 
el  organismo,  por  un  medio  indirecto,  pueda  aprovrehar  por  completo  csl 
substancias,  y  esto  parece  que  puede  conseguirse  con  el  antiguo  tratamier 
1<ciT  medio  del  aceite  de  hígado  de  bacaJao.  Dado  el  contenido  de  este  i 
medio  en  vitaminas  A,  se  ha  atribuido  a  estas  últimas  un  cierto  papel 
la  patogenia  del  raquitismo;  pero  ha  podido  comprobarse  que  también  oti 
constituyentes  del  aceite  de  hígado  de  bacalao  participan  igualmente  en 
eficacia  del  remedio.  Lo  que  es  indudable  es  que  la  acción  ant irraquítica 


—  119  — 

«esta,  substancia  se  aumenta  considerablemente  por   la  adición  de  pequeñas 
canticíades  de  fósforo.  El  aceite  de  hígado  de  bacalao  permite  un  balance 
positivo  del  metabolismo  fosforado,  da  lugar  a  una  retención  de  fósforo  y 
a   un  aumento  de  esta  substancia  en  el  suero,  al  mismo  tiempo  que  aparece 
la   mejoría  clínica  de  la  enfermedad.  El  sol  de  altura,  incluido  por  Hulds- 
C71INSKY  en  el  tratamiento  del  raquitismo,  se  considera  hoy  día  como  un 
ITocedimiento  sumamente  útil.  Por  medio  de  una  dosificación  adecuada  de 
la  irradiación,  se  obtienen  igualmente  retenciones  de  fósforo,  supresión  de 
la   acidosis  y  una  mejoría  del  cuadro  clínico,  y  especialmente  de  las  imáge- 
nes radiológicas  de  los  huesos.  Al  lado  de  estos  dos  remedios,  aceite  de  hí- 
gado de  bacalao  y  sol  de  altura,  no  puede  oponerse  hoy  día  procedimiento 
alguno  más  eficaz.  Sin  embargo,  los  autores  americanos  aconsejan  también  la 
lámpara  de  arco,  que  ejercería  la  misma  acción  que  el  sol  de  altura  sobre 
la    cifra  de   fósforo   en  el   suero,   l^s   sabido,   por  otra  parte,  desde   hace 
tiempo,  que  la  simple  cura  de  sol  actúa  de  un  modo  sumamente  eficaz  como 
medio  antirraquítico,  y  se  sabe  también,  en  relación  con  esto,   el  aumento 
de  sujetos  raquíticos  durante  la  época  de  escasa  energía  solar.  Desde  este 
inmto  de  vista  parecen  intervenir  en  la  etiología  del  raquitismo  los   facto- 
res higiénicos  y  alimenticios  antes  mencionados;  suposición  que  va  de  acuer- 
do con  el  hecho  de  que  el  simple  traslado  a  una  clínica  de  enfermos  sujetos 
a  malas  condiciones  de  vida,  mejora  considerablemente  la  enfermedad  sin 
ninguna  otra  intervención  terapéutica.   Con  arreglo  a  las  concepciones  pa- 
togénicas mencionadas  se  ha  tratado  también  de  influir  sobre  el  raquitismo 
por  medio  de  la  administración  de  sales  inorgánicas  de  fósforo,  sin  que  has- 
ta ahora  se  hayan  conseguido  resultados  beneficiosos;  y  es  que  es  muy  pro- 
bable que  la  disminución  de  fósforo  en  el  organismo  sea  de  naturaleza  se- 
cundaria y  debida  a  un  desequilibrio  hormónico.  De  aquí  que  recientemente 
^ya  vuelto  a  ser  empleado  el  tratamiento  opoterápico  del  raquitismo,   es- 
pecialmente por   Stoeltzner,  que  propone  la  administración  de  adrenalina. 


f 


R.   Fraile 


"  M.  Van  WuLFFTEN  PALTHE.~ün  fenómeno  reflejo  especial.  A  pe- 
culiar reflex  phenomen,  Brain.  Vol.  XLVIII,  Parte  cuarta».  1926. 

Mucha  gente  tiene  experiencia  adquirida  por  un  hecho  que  se  repite  de 
^  en  cuando  y  es  el  de  la  sensación  de  ahogo,  acompañada  de  ciertos 
'^vimientos  de  la  lengua,  que  se  experimenta  cuando  se  dirige  una  fuerte 
'^'-í  nenie  de  aire  directamente  sobre  la  cara.  En  la  marcha  contra  una 
'We  corriente  de  aire,  en  el  transporte  en  un  coche  abierto  que  marcha 
japidamente,  en  los  viajes  en  aeroplano,  etc.,  todo  el  mundo  puede  adquirir 
^  conciencia  de  este  fenómeno,  que  en  las  personas  particularmente  sen- 
sibles sób  desaparece  cuando  se  cubre  la  cara  o  cuando  se  vuelve  la  espal- 
^al  viento. 

Cuando  este  fenómeno  se  estudia  más  de  cerca,  mediante  una  v^dsx^^aL 


I.  »     ••..  .  ■-    ■■         » 


obligado   ¡ 

Por  coní 
piel  de  la  c 
buca  y   de   i 


i  piel  de 


«orricnte  de  aire,  obtenida  par  un  ventilador,  U  observación  sendUafnetite 
puede  proporcionar  multitud  de  interesantes  detalles.  En  primer  lugar,  se 
observa  inmediatamente  la  producción  de  rápidoa  movimientos  sucesivos 
■de  los  labios.  Simuitáneameule  se  produce  una  contracción  perceptible  en 
el  suelo  de  la  boca  y  después  el  sonido  que  acompaña  a  un  movimiento 
espontáneo  de  deglución  puede  ser  oido  aun  a  distancia.  Cuando  el  estimulo 
se  aplica  por  -un  cierto  espacio  de  tiempo^  el  sujeto  de  la  experiencia  expe- 
rimenta una  consciente  sensacióa  de  opresión  y,  al  mismo  tiempo,  se  siente 
realizar  movimiento  de  deglución  durante  algún  tiempo, 
■cuenda,  es  evidente  que  la  acción  irritativa  ejecida  sobre  la 
tfa  de  im  modo  especial  povoca  movimientos  del  suelo  de  la 
i  laringe  con  alteración  del  ritmo 
r  estudiadas  más  detalladamente,  asi  coi 
la   índole  de!  estímulo. 

Zana  en  la  que  el  eslímiilo  es  eficas. — Haciendo  a 
la  cara  la  corriente  que  emerge  por  un  tubo  de  5  milimetros  de  luí 
tado  con  un  depósito  de  airo  a  dos  atmósferas  de  presión,  se  ve  en  seguida 
que  el  reflejo  se  reproduce  tan  sólo  cuando  la  corriente  de  aire  actúa  so- 
bre el  labio  superior.  En  pocas  personas  extremadamente  sensibles  el  refle- 
jo puede  también  producirse  cuando  se  actúa  sobre  el  labio  inferior  en  bu 
ixiBA  cutáneo  mucosa.  Para  la  determinación  exacta  del  área  sensible,  la  co- 
rriente de  aire  tiene  el  inconveniente  de  que  es  muy  poco  precisa ;  utilizando, 
en  cambio,  la  vaporización  con  un  liquido,  se  puede  determinar  con  mayor 
exactitud  este  área  sensible  ,que  corresponde  exaaamenie  con  la  zona  de 
la  piel  inervada  por  Ja  segunda  rama  del  trigémino ;  cuando  es  sensible  el 
labio  inferior,  también  es  via  aferente  del  reflejo  la  tercera   rama. 

Naturaleza  del  cslímitlo  adecuado. — Para  (jue  tenga  efecto,  el  estímulo 
debe  aplicarse,  no  tan  sólo  sobre  una  cierta  extensión  de  la  piel,  sino  tam- 
bién debe  actuar  en  el  sentido  del  frío; 'el  estimulo  mecánico  o  el  pulve- 
rizamiento  con  agua  caliente  resultan  ineficaces.  Por  consiguiente  el  es- 
timulo adecuado   es  de   naturaleza   termomecánica. 

Reacción.— La  primera  cuestión  que  se  ofrece  es  la  naturaleza  de  la 
contracción  visible  del  suelo  de  la  boca  y  del  movimiento  de  la  laringe. 
Subjetivamente  se  alcanza  en  seguida  la  conclusión  de  que  el  movimiento 
«n  conjunto  es  de  deglución  y  objetivamente  se  puede  también  determinar 
con  facilidad  que  el  tiempo  final  del  reflejo  es  un  movimiento  de  deglución. 
El  análisis  de  las  fases  1  distintas  de  la  contracción  muscular  en  la  d^lu- 
tión  espontánea  ha  sido  hecho  por  Keiderman  y  Eyckiian  ;  sus  gráficas 
demuestran  ;)UC  la  parte  bucofaríngea  de  la  deglución  se  suceden  los  siguien- 
tes movimientos:  i.°,  una  contracción  de  los  músculos  del  suelo  de  la  boca; 
2.",  un  movimiento  hacia  adelante  y  hacia  arriba  del  hiodes  y  de  la.  larin- 
ge; 3°,  un  movimiento  hacia  arriba  del  velo  del  paladar,  y  4.°,  un  aumento 
de   la   presión   en  la   cavidad   nasaL 

Todos  los  investigadores  coinciden  que  en  el  comienzo  de  la  deglución 
la  faringe  está  completamente  separada  de  la  boca,  de  la  nariz  y  de  la  trá- 
quea. El  autnr  realiza  luego  un  estudio  gráfico  comparado  del  reflejo  t¡ae 
acaba  de  describir  y  de  los  movimientos  espontáneos  de  deglución,  pant' 
concluir   la    semejanza   en  conjiuito   de  ambos   movimientos,    aunque  <i 


Ji 


—    121    — 

en  pequeños  detalles.  El  hecho  más  interesante  que  resulta  de  su  trabajo 
es  el  de  que  cualquiera  acción  sobre  la  segunda  rama  del  trigémino  puede 
jncliiir  sobre  el  ritmol  respiratorio,  no  por  un  camino  nervioso  directo,  sino 
por  la  vía  indirecta  de  provocar  el  reflejo  descrito  con  la  obstrucción  de 
la  glotis  y  la   correspondiente   parálisis  respiratoria. 

T^ias  nerviosas. — Bouman  cree  que  en  los  animales  en  los  que  se  pro- 
voca Tin  movimiento  de  deglución  por  estímulo  directo  aplicado  a  la  farin- 
ge o  a  la  epiglotis,  la  vía  aferente  está  representada  por  el  gloso  faríngeo  y 
e!  laríngeo  superior,  en  tanto  que  la  eferenre  discurre  a  lo  largo  de  la 
raíz  motora  del  trigémino,  el  hipogloso,  el  gloso  faríngeo  y  el  vago.  Gad 
cree  que  el  reflejo  normal  de  la  deglución  se  provoca  en  la  superficie  in- 
ferior del  paladar  y  en  la  región  de  la  tonsilla  inervada  por  el  nervio  iri- 
géinino;  la  cocainización  de  la  membrana  mucosa  en  este  territorio  hace 
imposible  de  deglución.  También  es  posible  provocar  los  movimientos  de  de- 
glución,  excitando  la  mucosa  en  los  alrededores  de  la  glotis,  allí  donde  está 
inervada  por  el  nervio   laríngeo   superior. 

Halliburton  considera  como  nervios  aferentes  del  reflejo  de  la  deglu- 
ción al  trigénimo,  glosofaríngeo  y  laríngeo  superior,  y  como  rama  eferente 
^el  arco  al  masticador,  la  rama  bulbar  espinal  el  glosofaríngeo,  el  vago  y 
el  hipogloso.  ZwAARDEMAKER  y  Eykmm  describcn  la  deglución  como  un  re- 
nejo  coordinado,  cuya  vía  aferente  es  (como  ha  enseñado  los  experimentos 
^e  Wassilieffs  en  los  conejos)  el  trigémino  y  el  vago,  en  tanto  que  los  ner- 
y\o%  motores  son,  el  trigémino,  el  hipogloso,  el  glaso faríngeo,  el  vago,  el 
espinal  el  facial  y  el  accesorio. 

Waller  y  Probost  han  demostrado  que  el  reflejo  de  la  deglución  no 
^  Posible  después  de  la  sección  intracraneal  de  ambos  trigóminos.  Ellos 
describen  el  capipo  receptivo  como  un  área  que  rodea  a  la  campanilla  y 
aseguran  que  después  de  la  sección  de  ambos  trigéminos  no  se  puede  ya 
provocar  el  refleo;  los  experimentos  de  Miller  y  Shrinton  no  están  de 
^^erdo  con  estos  resultados,  puesto  que  estos  autores,  después  de  la 
'^Jírción  intracraneal  de  ambos  trigéminos,  han  podido  todavía  producir  mo- 
vimientos de  deglución  excitando  la  parte  posterior  de  la  lengua  y  de  la 
faringe. 

Los  experimentos  realizados  por  estos  investigadores  para  determinar 
^^  situación  del  centro  reflejo,  demuestran  que  en  los  gatos  una  faradiza- 
^'^^  unipolar  muy  débil  de  la  fóvea  inferior  ponen  en  juego  invariablemente 
^  n^ecanismo  reflejo. 

El  autor  no  ha  encontraao  en  la  literatura  médica  indicación  alguna 
^^  <lue  otros  hayan  podido  producir  el  movimiento  de  la  deglución,  excitan- 
^  el  teritorio  cutáneo  inervado  por  la  segunda  rama  del  quinto  par;  sin 
^^argo,  quiere  hacer  mención  de  hecho  curioso  de  que  en  1875  Gutmann 
y  Oastrowitz  demostraron  que  se  pueden  producir  movimientos  de  de- 
S^^ci6n  por  excitaciones  corneales  en  los  sujetos  que  se  hallan  en  estado 
^g^Tiico. 

^1  camino  al  través  el  cual  es  estímulo  alcanza  el  centro  desde  el  campo 
"^ceptivo  y  por  el  que  este  atraviesa  el  ganglio  de  Gaser  no  es  conocido ;  el 
T^útnero  de  casos  clínicos  es  todavía  pequeño  para  establecer  conclusiones. 

^  autor  estudia  después  el  reflejo  desde  el  punto  de  vista  de  lajs.  V^-^^ 


I 


fr  .    ^«i ;•.'■.. 


—  122  — 

fisiológicas  generales,  determinando  su  tiempo  de  latencia,  la  fase  refractaría, 
la  post-descarga  y  la  ley  del  "todo  o  nada".  Se  detiene  después  a  investigar 
la  significación  biológica  del  mismo  reflejo,  al  cual  considera  como  .un  me- 
canismo de  protección,  que  tiende  a  knipedir  la  penetración  de  toda  sus- 
tancia extraña  en  la  laringe.  El  reflejo  que  se  produce  cuando  se  dirige 
una  corriente  de  aire  frío  sobre  el  globo  del  ojo  tiene  una  signifícaci^ 
muy  semejante. 

En  cuanto  a  la  significación  clínica  fuera  de  los  estados  de  inhibición, 
es  claro  que  la  ausencia  de  todo  reflejo  significa  una  lesión  en  la  vía 
anatómica  de  su  arco.  En  este  sentido  la  exploración  del  reflejo,  antes 
descrito,  puede  tener  un  valor  localizacional,  por  ejemplo,  para  distinguir* 
entre  los  trastornos  centrales  y  periféricos  de  la  sensibilidad  el  área  del 
trigémino,  las  pocas  obsiervaciones  recogidas  demuestran  que  en  efecto  esta 
aplicación  clínica  del  nuevo  reflejo  tiene  su  valor. 

En  resumen,  el  autor  encuentra  que  por  el  estímulo  termo-mecánico 
aplicado  sobre  una  parte  de  la  piel  y  de  la  mucosa  inervada  por  la  segun- 
da rama  del  trigémino,  se  puede  producir  un  movimiento  reflejo  que  con- 
siste en: 

a)  detención    de    la    respiración. 

b)  movimientos  del  suelo,  de  la  boca  y  de  la  nariz  de  la  lengua. 

c)  movimientos  de  la  laringe  y 

d)  aumento  de  tensión  en  la  cavidad  nasal.  Este  reflejo  se  parece  mucho 
al  movimiento  de  la  deglución  espontánea.  La  parte  centrípeta  del  arco 
está  formada,  probablemente,  por  la  segunda  rama  del  trigémino,  el  gan- 
glio de  Gaser  y  la  raiz  dd  quinto  par.  Biológicamente  este  reflejo  debe 
ser  considerado  como  ima  defensa  contra  la  penetración  de  substancias  daño- 
sas en  la  laringe  y  en  la  faringe;  se  produce  igualmente  en  la  inconscienr 
cia.  Este  reflejo  de  deglución  podrá  tener  un  valor  para  la  localizacióo 
de  las  lesiones,  principalmente  en  la  esfera  del  trigémino. 

J.  S.  B. 


Mnie.  SiMONE  Laborde  (de  París).-— La  curieterapia  de  los  oánoeres 

de  piel.     (Journal  de  Radiologie  et  d'Electrohgie,  Tomo  IX,  núm.  Qi 

Desde  el  punto  de  vista  histológico  se  pueden  hacer  las  siguientes  distir- 
ciones:  el  apitelioma  návico  no  da  radiaciones,  pero  sí  electrólisis;  los  vaso 
celulares  son  particularmente  radio-sensibles;  los  espino-celulares  han  pa- 
sado como  muy  resistentes.  Actualmente  algunos  especialistas  no  admita 
esta  diferencia;  en  todo  caso,  invaden  precozmente  los  linfáticos,  aumenlai 
rnás  rápidamente,  y  exigen,  para  ser  esterilizados.,  localmente,  una  técnica^  3 
un  dosage  más  precisos.  Se  encuentran  tipos  intermedios  cuya  radto-senst 
bilidad  varía  segúni  se  acerquen  de  una  u  otra  forrna.  Desde  luego,  dos  can 
cercs  que'  parecen  iguales  pueden  presentar  diferencias  en  la  posibilidad  d< 
obtener  una  curación. 

Hay  que  tener  en  cuenta  la  actividad  reproductora:  Nabias  y  Forestio 
admiten  incluso  que(  la  clasificación  histológica^  puede  dejarse^  de  lado  y  re 


i 


—  123  — 

enir>Iazarse  por  una  escala  de  sensibilidad  basada  en  la  proporción  de  célu- 
las en  carioquinesis  (índice  carioquinétíco) ;  pero,  por  otro  lado,  en  un 
mis tt:io  tumor,  la  diferencia  entre  el  número  relativo  de  figuras  en  mitosís 
en  cJos  puntosv  diferentes  puede  ser  ^considerable;  pur  otro  lado,  clínioamen- 
te,  3^js  resultados  observados  no  están  siempre  de  acuerdo  con  el  índice  ca- 
riocj-iainétíco — ^la  presencia  de  figuras  degerativas  que,  traduciendo  un  esta- 
do <iedebilidad  de  los  elementos  neoplásticos,  pueden  ser  interpretadas  como 
un  indicio  de  su  fragilidad  respecto  a  las  radiaciones — del  estado  doi  estro- 
wa  €ronjuniivo:  la  reacción  linfoconjuntiva  o  la  esclerosis  pueden  llevar  n 
la  cle»strucción  o  a  la  modificación  de  los  elementos  neoplásticos.  La  ne- 
crosis fibrinoide  de  las  paredes  vasculares  testimonia,  al  contrario,  la  jn- 
suficrT<;ncia  de  las  reacciones^  de  defensa.  Un  estroma  intacto  o  ya  en  vías  de 
esclerosis,  da  un  pronóstico  favorable;  un  estroma  deficiente  aconseja  una 
extrema  prudencia  en  las  tentativas  terapéuticas;  la  radioterapia  en  dosis 
habitniales  podría  paralizar  las  defensas.  La  radio- sensibilidad  de  un  cáncer 
^  l^liede  ser,  pues,  apreciada  más  que  por  el  estudie  de  todos  sus  elemen- 
tos   -^  de  su  morfología  evolutiva. 

I^esde  el  punto  de  vista  clínico,  hay  que  distinguir  los  diferentes  aspec- 
tos i      ulceración,  masa  voluminosa,  forma  infiltrante. 

X_os  aparatos  pueden  ser,  bien  esmaltes,  que  contienen  la  sal  radioactiva, 
caps^^  de  dar  rayos  a  (en  general,  2  a  5  miligramos  por  centímetro  cuadra- 
do)» o  tubos  (pequeños  tubos  metálicos,  agujas  huecas).  Los  tubos  pueden 
enc^x-rar  sales  de  radium,  o  la  emanación;  sus , dimensiones  dependen  de  la 
cantii^ad  de  materia  que  deben  encerrar. 

-*~-as  aplicaciones  deben  tener  en  cuenta  la  calidad  de  la  radiación;  esco- 
feíti^do  con  cuidado  loa;  filtros,  se  pueden  suprimir  más  o  menos  la  radiación 
"l?'^>.c3a ;  pero  hay  que  recordar  que  el  filtro  mismo,  herido  por  los  layos  y, 
emi-t^  una  radiación  secundaria;  eSj  pues,  casi  siempre  útil  el  rodear  el  ver- 
davlc^jQ  filtro  de  un  filtro  secundario  (madera,  gasa,  cauchú,  y  también  alu- 
niii>.^^).  i^  radiación  global  no  es  aplicable  más  que  a  caaos  bien  determina- 
^^^  »  siempre  que  se  quiera  actuar  profundamente,  hay  que  utilizar  una  ra- 
"^^^:^Tón  filtrada;  pero  los  betci  tienen  una  acción  rápidamente  cáustica,  que 
uesfj^  luego  no  se  extiende  muy  lejos  del  foco,  dando  lugar  muchas  veces 
*  ^^aprimirlos;  para  no  lesionan  los  tejidos  sanos,  se  utilizará  entonces  so- 
witi^ijtg  la  radiación  ultra-penetrante. 

X_a  posición  de  los  focos  ea.  relación  con  las  lesiones  tiene  una  impor- 
^^Cíia  capital;  hay  que  intentar  una  irradiación  Jo  más  igual  que  sea  po- 
sibl^  para  todo  el  tumor;  se  puede  utilizar  el  método  de  los  fuegos  crusa^ 
^^^^  las  aplicaciones  a  distancia  (el  aparato  radioactivo  se  coloca  a  varios 
cetitimetros  de  la  piel,  y  con  esto  la  diferencia  entre  la  dosis  absoroida  por 
^^  partes  superficiales  y  la  absorbida  por  las  partes  profundas  se  reduce  al 
^*^ixniim),  la  radiopunción  por  medio  de  agujas  clavadas  en  el  tumor. 

Xa  dosis  y  la  duración  de  las  aplicaciones  debe  hacerse  teniendo  en  cuen- 

^    la  necesidad  de  obtener  la  curación  por  un  tratamiento  único ;  parece,  en 

^^^cto,  que  se  produce  una  vacunación  que  hace  a  un  tratamiento  ulterior  n 

^»^xios  eficaz,   ó  totalmente   ineficaz.   Hay  que  discutir  aún,   en  cada   caso 

Pí^rticular,  si  este  tratamiento  púnico   será  una  irradiación  masiva  de  cortSw 


f.  •; 


•íuí&aón,  o   una  irra.d¡aci6n   prolongada,   (o   ' 
de  poca  intensidad. 

S.  y  L.  muestra  luego  la  técnica  a  ia  que  ba  Hígado  en  el  tratamiefl 
del  epitclioma  superficial  (aplicación  en  superficie),  en  el  epilelioma  iiifn 
Irado  {radiopunción  o,  algunas  veces,  apiicaciones  a  distancia),'  en  el  elñ- 
telioma  tratado  anteriormente  por  los  rayas  X  (los  resultados  son  muy  di- 
ferentes, según  el  estado  del  estroma  conjuntivo),  las  ¡esicties  de  ardioder 
milis,  ¡as  vielásiasis  ganglionares. 

Ij¡%  resultados  son  tales  que  el  tratamiento  por  las  radiaciones  deíje  e 
Cítnsiderado  cono  superior  a  la  intervención  quirúrgica,  incluso  cuntido  J 
)csi6n  está  limitada,  pues  una  irradiación  bies  hedía  no  causa  recidiu 
y  áu.  resultados  estéticos  magníficos.  Hay  que  reconocer  que  hay  iracadj 
sobre  todo  cuando  ha  habido  tratamientos  e 
caso  hay  que  recordar  que  el  tratamiento  del  cáncer  por  las  radiaciones  * 
es  una  obra  de  arte  que  se  puede  perfeccionar,  sino  una  victoria 
wces  difícil,  que  hay  que  alcanzar  en  el  primer  giíipe".  Esto  es, 
men,  el  sustancial  artículo  que  pone  en  claro  el  estado  actual  de  la 
Pero,  según  creo,  este  resumen  debe  servir  solamente  para  incitar  j 
el  artículo  mismo. 

J.  í 


I 


ÜL-i'H  JosEPHus.— Hlpogtuoenila  p  o  atan  estés)  oa;  estudio  da  I) 
logia  de     los  vómitos    cíoliooe.     {Bulletin   of    thc  Johns  ílopkí 
Hospital.   Tomo  XXVII,   iiúm.  6,   11)26). 

En  un  caso  de  vómitos  cíclicos  de  la  infancia  J,  y  Rnss  habían  í 
ti'ado  asociada  a  una  importante  acetonuria  una  liipoglucemia  eor^iid 
(o,y/  gr.  por   i.ooo).  En   los  sujetos,  predispuestos,  fenómenos   completan 
te  Ízales  a  un  ataque  de  vómitos  cíclicos,  se  produce  desimés  de  toda  a 
tesia,  con  el  éter.  J.  ha  buscado  si  podía  haber  una  relación  entre  estos  ij 
denes  de  hechos.  

En  doce  niños  sometidos  a  una:  corta  anestesia  general  con  el  éter  para 
tonsilectomia,  ha  hecho,  en  las  horas  siguientes,  una  curva  de  glucemia 
por  e!  microraétodo  de  Bang  modificadoi  por  Fetz,  el  dosage  de  los  cuerpos 
acetónicos  en  la  orina  por  e!  método  de  Van  Slyke  v  e!  estudio  del  co- 
ciente respiratorio  con  ima  máscara  Tissot.  Anai'ecc  muy  resni'armente  a 
las  dieciocho  o  veinticuatro  horas  después  de  las  narcosis,  una  liger.i  hipo- 
glncemia.  Está  precedida  habitúa Imente,  pero  no  siempre,  de 
del  cociente  respiratorio  y  siempre  de  un  aumento  de  la 
irastomos  son  más  intensos  que  los  que  sobrevienen  después  de  i 
BÍniple. 

¿Se  puede  emitir  la  hipótesis  que  estos  hechos  .loa  debidos  al 
de  la  combustión  de  los  hidratos  de  carbono  que  siguen  a  la  anestesia?  ¿Se 
piiede  suponer  que  un  exceso  de  destrucción  de  los  hidratos  de  carbono  •■! 
la  base  de  los  vómitos  cichcos?  ¿Por  qué  ciertos  niños  queman  con  más 
prodigalidad  que  otros  su  hidratos  de  carbono?  ¡^  sustitución  de  las  gia^ . 


—  125  — 

sas  a  los  hidratos  de  carbono  después  del  ayuno  crea  la  .acetonemia  y  la 
liipogluccmia ;  pero,  para  desencadenar  los  vómitos  cíclicos  hace  falta  un 
factor  sobreañadido,  probablemente  una  infección.  Un  conocimiento  más  pre- 
ciso de  los  factores  de  la  oxidación  de  los  hidratos  de  carbono  permitirá 
<imzá  un  día  responder  a  estas  cuestiones. 

J-Jm        V^.        V^. 


T).  J.  Clawson  y  E.  T.  Bell.— Comparación  entre  la  endocarcfitls 
aguda  reumática  y  la  endocarditis  lenta.  (Archives  of  ínter- 
r.al  Medicine,   Tomo  XXXVII;  núm.    i,    1926). 

Si  es  fácil  en  los  casos  típicos  distinguir  estas  dos  afecciones,  no  faltan 
casos  en  que  el  diagnóstico  es  difícil,  de  tal  manera  es  gradual  la  transición 
^nlre  los  dos  cuadros  morbosos,  y  C.  y  B.,  después  de  haber  estudiado  nu- 
íaerosos  casos,  tienen  la  idea  de  que  estas  dos  formas  de  endocarditis  re- 
presentan la  forma  ligera  y  la  formai  grave  de  una  misma  infección. 

El  número  de  leucocitos  no  tiene  valor  para  el  diagnóstico  diferencial, 
^-^na  anemia  grave  de  tipo  ^secundario  habla  en  favor  de  una  endocarditis 
íenia. 

Desde  el   punto   de  vista   anatomopatológico  el   orden  de  frecuencia   de 

^^      invasión  valvular  es  esencialmente  el  mismo  en  las  dos  formas.  En  los 

dc^zs  tipos  hay  una  inflamación  proliferativa  de  la  válvula;  pero  el  trombo 

Q^^x^  recubre  la  zona  infectada  es  más  grande  y  más  blando  en  la  endocnr- 

di^fc»  lenta,  diferencias  de  grado  más  que  de  especie.  Vegetaciones  reumáticas 

trjc^icas  pueden  encontrarse  en  la  misma  válvula  al  lado  de  vegetaciones  ca- 

r^^  c^^terísticas  de  la  endocarditis  lenta.   La  miocarditis   es  más   frecuente  en 

lo^    casos  de  reumatismo  agudo  que  conducen  a  la  muertel.  La  pericarditis 

s^       ei;cuentra   también   frecuentemente  en  ambas    formas.  La  presencia  fre- 

c-^a^2nte  de  manifestaciones   embólicas   en   la   endocarditis   lenta   depende  del 

^^~^^do  de   afección   de  las  válvulas  infectadas.   La  endocarditis  paiie.fal   es 

p<i>co  más  o  menos  tan  frecuente  en  los  dos  tipos  de  endocarditis;  pero  es 

^~*^s  extensa  en  la  forma  lenta. 

El  encuentro  de  bacterias  en  la  sangre  durante  una  endocarditis  no  iu- 

<^^líca  necesariamente  una  endocarditis  lenta.  Con  los  progresos,  realizados  en 

'os  hemocultivos,  los  resultados  positivos  son  bastante   frecuentes  en   la  cn- 

^^ '-^carditis  reumática.   En  veintiséis  casos  de  endocarditis   reumática    aguda, 

fueron  encontrados  estreptococos;  se  trataba  veinticuatro  veces  del  Str.  vi- 

'  'duiís.  Es   necesario  aiidar  los   hemocultivos   hasta  pasado  el  décimo   día. 

^'^ando  la  sangre  ha  sido  extraída  cuando  la  fiebre  era  alta,  el  estreptoco- 

'^^  puede  ser  aislado  en  la  mitad  de  los  casos,  inyectando  estos  estreptococos 

^^   conejo  se  pueden  determinar   lesiones  de  endocarditis  y  de  miocarditis, 

"i^í^recidas  a  las  del  reumatismo  del  hombre.   C.  y  B,  creen  que  los  estrep- 

^íicccos  y,  sobre  todo,   el   Str,  viridans,  son  responsables   a  la   vez  de   la 

^miocarditis  reumática  y  de  la  endocarditis  lenta. 

.,;,      -  .  .  J.  M. 


SicARD,  Belot,  Cos'Te,  Gastaud.— Aspeólos  radiografióos  del  oánm 

vertebral.   (Journal   de   Radioloyle   y    d'Ekclrütogie.   Tomo    IX, 
ro   8,   agosto    igaS.) 

No  hay  que  creer,   como  parecen   indicar  los  clásicos,   que  la  radiogra^ 
es  impotente  para  diferenciar  una  neoplasia  de  mi  nial  de  Pott,  y  t 
es  más   que   un   débil    recurso   para   un   diagnó.íiieo    dudoso    de   lesión 
tebral. 

El  cáncer  vertebral  secundario  es  con  mucho  el  más  frecuente,  a 
dición  que  se  investigue  sistemáticamente  e!  estado  de  la  columna  " 
bval  de  los  cancerosos.  El  epilelioma  de  mama  en  la  mujer,  el  cáncer 
próstata  en  el  hombre,  en  ñn,  el  cáncer  tiroideo,  manifiestan  una  a5 
electiva  para  los  huesos;  viene  después  e!  liipernefroma,  ciertos  cáncer» 
lulmón,  y,  en  fin,  todos  los  epiteliomas.  El  proceso  histológico  está 
conocido ;  parece  que  hay  destrucción  ósea  allí  donde  sei  insinúa  el  Dcopld 
ma,  y  proliferación  intensa  alrededor  de  la  lesión  del  tejido  fibr^ii 
puede  conservar  su  propiedad  osteoplástica,  liahicndo  entonces  hiptrosieo 
nesis.  Se  puede  observar  o  la  osteoporosis,  o  ia  osleopiastia,  o  i 
ción  de  las  dos ;  en.  general,  los  cánceres  de  mama  y  del  tiroides  dan  i 
mas  toróticas;  el  cáncer  de  la  próstata,  procesos  ambientes;  pero  las  exbl 
dones  son  numerosas,  y  ciertos  cánceres  prostálicos  destruyen  las 
tebras. 

Eli  ia   forma  óateo  porótica  u  osteoclástica,  el  cÉncer  comienza  i 
vértebra,  y  casi  siempre  esta  se  destruye,  se  aplasta,  etc.,  mientras  qi 
discos  superiores  e  inferiores   quedan  intactos.   Esfe   aspecto   puede   no 
acompañado   en  su   comienzo    de  ningún   sintom.!  medular.  Puede    e< 
tontrado  también   antes   que   los   signos   clínicos  hayan   hecho  pensar  en  9 
cáncer;  fué   asi  como  se   encontró   un   cáncer   de  próstata   silencioso   ( 
individuo  en  el  que  el  aspecto   radiográfico  de   li  columna  vertebral  lo   I 
invep!igar.  No    es    muchas    veces,    sino  muy  tardíamente,    cuando  aparecen    ' 
los  síntomas  de  compresión  medular. 

En  la  forma  osteoplástica  se^  puede  distinguir:  la  vértebra  pategoidea  y 
la  vértebra  opaca  (vértebra  de  mármol  en  el  ntgütivo,  vértebra  de  ébano 
en  la   positiva). 

Per  último,  para  los  autores,  existen  trastornos  para  cancerosos,  que 
se  traducen  por  fenómenos  de  osteomalacia  {destrucción  de  una  vértebra 
sin  que  el  examen  histológico  pueda  descubrir  células  neoplásicas),  o  bien 
por  un  aspecto    osteoplástico    (igualmente  sin  células    neoplásicas). 

Zíl  cáncer  vertebral  primitivo:  en  el  sarcoma,  im  segmento  de  columna 
vertebral  aparece  confundido  en  una  masa  muy  ancha  de  sombras  que  se 
van  degradando,  o  bien  puede  haber  destrucción  de  una  vértebra — la  des- 
trucción aislada  de  una,  parte  o  de  todo  el  arco  lerlebral  va  en  favor  del 
sarcoma — ,  el  mieloma  ataca  esencialmente  el  cuerpo  vertebral,  y  ai:  aspecto 
es  el  de  una  metátasis  de  tipo  osteoporótico.   El  linfo-granuloma  i 

s  difusas.   Se  conscn-an  los  discos,   ias  vértebras   se  decalcift 
;  destruyen  durante  mucho  tiempo. 


V 


—  127  — 

El  diagnóstico  diferencial  debe  ser  hecho  entre  el  cáncer  vertebral^  y  di- 
versas afecciones:  el  mal  de  Pott  cojiienza  por  los  discos  interverlebrales ; 
después  trae  la  fusión  de  la  imagen  dj  dos  o  varias  vértebras — ^las  diieren- 
tes  formas  de  reumatismo  vertebral  di.n  deformaciones  diversas,  osiñcación 
de  los  ligamentos,  etc. ;  pueden  producir  algunas  veces  un  chaf amiento  ver- 
tebral, pero  atacan  los  ligamentos  y  los  bordes  antes  de  tocar  a  la  vér- 
tebra misma — ;  las  artritis  infecciosas  se  producen  en  los  discos  y  a  veces 
en  los  bordes  que  se  oradan — la  osteomalacia,  cuando  es  monovertebral,  cosa 
róra,  puede  confundirse  con  un  chaf  amiento  neoplásico — ;  los  traumatismos 
vertebrales  dan  en  algunos  casos  derrumbamientos,  pero  muchas  veces  se 
encuentran  un  desconchado  o  una  fragmentación  que  prueba  que  la  vertebra 
ha  sido  fracturada;  pueden  también  probablemente  determinar  la  produc- 
ción de  una  osteomalabia^  localizada,  que  puede  dar  una  imagen  análoga  a  la 
de  un  cáncer  osteoporótico.  En  la  enfermedad  de  Paget  hay  ima  hipertro- 
fia difusa  y  un  aspecto  tuberoso,  pero  más  blando  que  en  las  formas  os- 
teoclásticas  del  cáncer.  Las  densificaciones  vertebrales  no  cancerosas  han 
sido  raramente  encontradas.  Las  osteoartropatías  tabéticas  de  las  vérte- 
ÍJras  dan  deformidades  voluminosas  3''  dislocantes.  Por  último,  los  autores 
señalan  algtmas  afecciones  que  pueden  más  raramente  prestarse  a  con- 
fusión. 

F.ste  artículo,  o  mejor  dicho  esta  memoria,  que  comprende  im  gran  nu- 
mero de  observaciones  detalladas,  tiene  una  parte  iconográfica  considera - 
^^^f  pues  sesenta  y  ocho  reproducciones  fotográficas  y  radiográficas  llenan 
treinta  y  dos  hojas  fuera  de  texto;  artísticamente  tiradas,  sin  perder  nin- 
S^  detalle,  estas  reproducciones  tienen  un  interés  considerable,  desde  él 
plinto  de  vista  documentarlo,  como  desde  el  punto  de  vista  didáctico 

J.  M. 


^OBERT^  Gaupp.— La    esterlIlzAoión    de    los  débiles  mentales.    La 

Medicina   Germano-Hispano- Americana,  núm.    4,    1926. 

Las   indicaciones  eugenésicas  de    la    esterización  proceden  en   su    forma 
actual  de  los    Estados    Unidos    de  Norte   América,    donde    se  practica  con 
ir^cuencial   para    impedir    a   los   criminales,    alienados,    débiles    mentales    y 
epiléptico    la    procreación  y    propagación    de    su   inferioridad    constitucional. 
^iR^nos  Estados  americanos  han  dictado  leyes  especiales,  que  bnc^n  posible 
Jurídicamente,   e  incluso  ordenan,   la  esterilización  y  en   los  casos   de  per- 
versión sexual  grave   incluso  la  castración.    En   Europa   no  existe   todavía 
^^  legislación  de  esta  naturaleza.  Durante  estos  últimos  veinte  años  se  han 
"evado  a  cabo  en  Suiza  una  serie  de  esterilizaciones  y  algunas  castraciones, 
^yos  resultados  resumió   recientemente  Hans   Mayer  en  la  Asamblea  Psi- 
^uiatrica  suiza,  reunida   en   Kreuzlingen   en   junio   de    1925.    En   Alemania 
^^  oponen  algunos    reparos    jurídicos    a   la    práctica  de  estas   operaciones 
basadas  en   razones   eugenésicas.   Es  cierto  que   también  en  Alemania  está 
Permitida  la  esterilización    de   una   mujer  enferma   para  proteger  su  vida, 


1 


—   128  —  '      '    ' 

cuando  el  embarazo  encierra  para  ella  peligros  graves.  Estas  esteriliza- 
ciones basadas  en  indicaciones  médicas  se  practican  desde  hace  tiempo  (des- 
de que  Kehrer  indicó  un  método  operatorio  exacto)  y  han  pasado  a  ocupar 
un  puesto  definitivo  en  ginecología  operatoria.  En  fecha  reciente  ha  vemdo 
a  sumarse  a  la  indicación  médica,  como  factor  frecuente  y  complementario» 
el  punto  de  vista  eugenésico.  Pero  en  Alemania  no  se  acostumbraba  hasta 
hace  poco  tiempo  a,  esterilizar  a  enfermos  de  ambos  sexos  con  el  solo  ob- 
jeto de  suprimir  toda  posible  descendencia.  Una  vez  perdida  la  guerrat 
mundial  y  después  del  emprobrecimiento  subsiguiente,  cobró  vida  en  Ale- 
mania la  idea  de  imitar  el  ejemplo  americano  y  suizo.  Botes  (Zwickaü) 
fué  el  primero  en  llevarla  a  la  práctica,  esterilizando  a  personas  débiles 
mentales,  con  previo  consentimiento  por  parte  de  los  enfermos.  Exigió  una 
modificación  del  código  penal  vigente,  en  el  sentido  de  que  la  esterilización 
de  los  débiles  mentales  y  pervertidos  sexuales  fuera  jurídicamente  admi- 
tida e  incluso  legalmente  impuesta,  caso  de  estar  cumplidos  determinados 
requisitos.  Su  proceder  provocó  un  a  disputa,  en  que  los  juristas  insistie- 
ron en  que  la  actuación  de  Boters  era  discutible  según  el  deiecho  vigente- 
La  discusión  de  los  sabios  versaba  acerca  de  si  debía  procurarse  una  mo- 
dificación del  derecho  vigente  y  si  mientras  tanto  quedaría  permitido  pro- 
ceder a  la  esterilización  basada  en  una  indicación  eugenésica.  contando  eco 
la  conformidaH  legal  de  los  enfermos  con  plena  capacida  jurídica.  Las 
opiniones  están  dicididas  acerca  de  este  punto.  Notabilísimos  juristas  dis- 
cuten sobre  todo  que  en  los  menores  de  edad,  en  los  incapacitados  para  los 
negocios  y  en  los  sujetos  a  la  intervención  baste  la  conformidad  del  tutor  o 
del  consejo  de  tutela  para  legalizar  la  intervención  quirúrgica.  Puesto  que 
con  la  operación   mutilante  se   lesiona   en    "ius  personalissimum". 

Antes  de  estar  capacitados  para  plantear  a  los  legisladores  determina- 
das exigencias  en  lo  referente  al  problema  de  la  esterilización  y  castra- 
ción eugenésicas,  hemos  de  adquirir  ideas  de  absoluta  claridad  acerca  de 
cuáles  son  los  enfermlos  y  débiles  mentales  en  que  se  puede 'determinar  con 
suficiente  seguridad  la  transmisión  de  su  predisposición  patológica  a  la  des- 
cendencia, caso  de  ser  capace  de  procrear.  De  modo  que,  antes  de  formu- 
lar leyes  prácticas  por  las  que  haya  de  regirse  la  práctica  médica,  habrá 
que  adquirir  un  conocimiento  exacto  de  las  anomalías  psíquicas  trasmisi- 
bles  por  herencia.  Durante  estos  últimos  20  años  se  han  esforzado-  nimiero- 
sos  autores  en  determinar  las  leyes  fundamentales  para  la  herencia  de  las 
anomalías  psíquicas  y  morales.  Se  ha  podido  comprobar  que  era  sobra- 
damente exagerada  la  creencia  pesimista  en  ima  herencia  fatal  y  necesaria, 
en  muchas  de  estas  enfermedades.  Incluso  en  una  enfermedad  como  la 
epilepsia,  en  la  que  el  factor  hereditario  desempeña  en  opinión  de  la  ma- 
yor parte  de  los  autores  un  papel  especialmente  importante,  quedó  demos- 
trado con  las  investigaciones  minuciosas  que  el  peligro  de  la  herencia  no 
es  tan  grande  ni  mucho  menos  como  se  venía  admitiendo  por  lo  general. 
Así  se  desprende  sobre  todo  de  los  estudios  realizados  por  Oberholzer; 
este  autor  pudo  comprobar  en  una  familia  de  epilépticos,  con  numerosa 
descendencia  y  gran  mortalidad  infantil,  una  gran  variedad  en  cuanto  a  las 
formas  señaladas  por  los  cuadros  clínicos  y  una  disminución  paulatina  y 
desaparición  final  de  la  epilepsia  en  la  cuarta  generación,  es  decir,  curación 


—   129  ~ 

espontánea  en  el  trascurso  de  varias  generaciones,  después  de  haberse  hecho 
las   formas  de  los  ataques  cada  vez  más  leves   de  una   generación  a  otra 
y  de   que  algunos  casos  aislados  habían  curado  espontáneamente.   Un  gran 
número  de   casos   observados  nos   enseñan   que   la  herencia   homologa  sólo 
se  encuentra  en  una   proporción    de  6   a   12   por  ciento   para   la   epilesia, 
siempre  que  el  otro  cónyuge  se  encuentre  libre  de  esta  enfermedad.   Otro 
tanto    se   comprobó  tambiói  al  investigar  el   factor  hereditario   de  las   psi- 
cosis    endógenas.    Tan   sólo   en   la  demencia   maníaco-depresiva  se    advierte 
una  herencia  homologa  en  mayor  proporción.  Pero  tampoco  en  estos  casos 
es  raro  encontrarse  en  las  generaciones  posteriores  con  formas  más  mitiga- 
das de  la  dolencia,  que  permiten  una  vida  activa  de  los  individuos  atacados, 
pudiendo  estos   a   veces  convertirse   en   miembros   valiosos  de   la  sociedad. 
En  la  debilidad  niental  congénita,  con  o  sin  defecto  moral,  son  de  especial 
Magnitud   los  peligros   de   la  herencia,   resultando   muy  reducidas   las  pers- 
pectivas de  una  descendencia  con  plena  capacidad  fimcioiial  cuando  el  otro 
cónyuge  también  está  afectado   de  debilidad  mental.   Es   indispensable   opo- 
nerse a  la  unión  de  dos  débiles  mentales  y  en  este  sentido  es  justo  exigir 
desde  el  punto  de  vista  de  la  eugenesia  que  sólo  se  consienta  un  matrimo- 
^o   de  esta  naturaleza  cuando  uno  de  los  cónyuges  haya  sido  previamente 
esterilizado.  La   castración    está    imperiosamente    indicada  en    interés  de    la 
comunidad    para    los   criminales   reincidentes,   especialmente   en    los    perver- 
tidos   sexuales:  pero   en  las   condiciones   legales   actualmente   en  vigor   sólo 
es   posible  practicarla  cuando  el  criminal  otorga   su  corformidad.  Si  nuestro 
^üturd    código    penal    trae   consigo,    como  es    de    esperar,   la   custodia    pre- 
ventiva de  los  criminales  reincidentes,  habrá  llegado   el  momento  de   inter- 
^l^r   en  la   ley  un  artículo   que   haga   posible  aplicar   a   dichos  criminales 
^^  <íastración  como  medida  alternativa,   cuando  merced   a   ella  se   haga    su- 
perfina  una  pérdida  más   prolongada  de   la   libertad,   porque  al   extinguirse 
'^    funciones  sextiales  desaparecería  el  peligro  para  la  sociedad.. 

Mientras    permanezca    vigente  el    actual   código    penal,    el    médico   sólo 
^tará   autorizado  para  practicar  la    esterilización    (o  en    algunos   casos    la 
^stradón)  por  razones  eugénicas,  en  aquellos  casos  en  que  la  intervención 
^^sponda  al   deseo   del  propio  interesado  y   ciunpla   el  objeto   de   evitar   el 
'^^ittiiento  de   una  progenie    en   condiciones    de    inferioridad    constitucional 
^  de  impedir  actos  criminales  futuros.  Es  preciso  que  los  médicos  dediquen 
'^^yor  atención  que  hasta  ahora  al  hecho  de  que  .¡os  alienados  no  curados 
y  todavía  en  edad  de  procrear,  no  debieron  abandonar  el  manicomio   antes 
^  haber  sido  incapacitados  para  la  procreación  mediante  la  esterilización. 
^^ÚSL  la  exactitud  técnica  con  que  hoy  en  día  se  lleva  a  cabo  esta  inter- 
acción inocua,  no  debiera  evistir  ninguna  objeción  legal  contra  su  práctica, 
^^''^do  en  los  casos   indicados   desea  la  operación  el   mismo  enfermo  y  el 
^tror  cónyuge  otorgue    tambiién   su    consentimiento.    La  esterilización   del 
^pmbre  constituye  una   intervención  de  poca   monta  y  sin  ningún  peligro, 
^'^  efecto  nocivos  de  ninguna  clase,  y  también  la  mujer  puede  ser "  esteriü- 
^^^   con   la   aplicación   de   rayos   X,    sin  grandes  riesgos.  El  proyecto  de 
^^igo  penal  alemán   de    1925  prevé  en  los  artículos  238  y   239   fórmulas 
d^stiiiadas   a    facilitar    al    médico    en    la    futuro   la  resolución  práctica  del 
^^blena  de  la   esterilizacin.    No  parece,    sin  embargo,  We^^o  \.o^^N\a.  ^ 


íi  ..  ;.-. 


maliciad 


en  laa  psicosis, 

de  la  herencia  no  están  csclare- 

de  Tal   importaíicia   sobre 

paso   habrá   que   investigar    : 

a    fondo    las    leyes   que   rigen    la   herencia  de   la   vida  psíquica 

íerma;  heirtos  de  poder  predecir  con  mayor  seguridad  que  em  1 

Jos  peligros  que  corre  la  descendencia. 

Nunca  llegará  a  ser  posible  extirpar  los  factores  patoiógicos  de  una 
1  mediante  la  esterilización  de  sus  portadores.  Pero  sí  lograremos  pau- 
jcimiento  cada  vez  más  proínndo  de  las  leyes  que  rigen 
la  herencia  de  las  distintas  enfermedades  y  anomalias,  y  s-ibremos  luchar 
prácticamente  contra  la  degeneración  de  una  raza  a  causa  de  elementos 
inferiores.  Actualmente  conocemos  las  leyes  de  la  herencia  de  la  corea 
de  HtJNTJNGTON  con  la  suficiente  exactitud  para  decir  que  es  indispensa- 
ble evitar  la  procreación  en  tales  enfermos.  E\  optimismo  americano  re- 
posa en  la  liipóteais,  abandonada  ya  entre  nosotros,  de  un  polimorfismo 
de  la  herencia.  Sabemos  que  en  los  distintos  estados  patológicos,  ori^'na- 
dos  por  disliiiliis  causas,  poseen  también  distinta  tendencia  a  propagar  el 
sustrato  patológico  a  la  descendencia.  Cnanto  más  nos  esforcemos  en  es- 
clarecer estas  leyes,  más  pronto  estaremos  en  condiciones  de  ahorrar  a 
las  generaciones  por  nacer  la  maldición  de  una  herencia  defectuosa,  sin 
caer  por  ello  en  un  radicalismo  exagerado  que  pudiera,  imposibilitar  la 
procreación  a.  individuos  sanos.  La  ciencia  alemana  se  ha  ocupado  reciente- 
mente con  especial  interés  de  la  lierencia  de  las  anomalías  patológicas 
(Rl^din.   H.  Hoffmann,   Kahn,   Gudees,  etc.). 

(Para    más    detalles,   véase  e!    trabajo   de   R-   Gaopp:    Die   Untruchtbar; 
machung  der   geistig   imd   sittlich   Kranken  und   Minderwertigen.  J.   Si 
GER,  Berlín,  1925.). 


1 


frof.  Nasso.—  Concepto  moderrio  v  nuevas  oHentaoloreB  da  los 
estudios  sobra  tuberculosis  de  la  infanola.  (Modeme  vedute  e  n 
orientamento  degli  studi  sulla  tubérculos!  netl'infanzia).  La  Pediatría.  Vo- 
lumen  XXX1\',   núm.   5, 

Desde  que  Pirquet,  en  1907,  descubrió  la  cutírreacción,  se  abre  una  nue- 
va era  en  la  historia  de  la  tuberculosis.  Los  resultados  de  las  autopsias  de 
acuerdo  con  los  de  la  reacción,  demostraron  que  más  del  rjo  por  100  de  los 
individuos  muertos  por  enfermedades  diversas,  tenaín  focos  latentes  o  ac- 
tivos tuberculosos. 

Es  una  enfermedad  que  se  adquiere  en  la  infancia,  y  las  observaciones 
(lue  encontramos  en  el  adulto,  no  son  más  que  la  etapa  final  de  una  infeccidn 
contraída  en  los  primeros  años  de  la  vida. 

El  concepto  del  contagio  ha  sufrido  en  el  último  decenio  profundas  trans- 
formaciones basadas  en  dalos  seguros,  clmicos  o  experimentales. 

La  ley  fundamental  del  foco  primitivo,  o  como  se  llama  hoy,  el  comple- 
o  de  Raoke,  estudiada  sobre  todo  por  Albrecht  y  Ghos,  < 


n  hecho  cooL'^ 


—  131  — 

pJ"obado.  De  las  investigaciones  anatomopatológicas,  se  deduce  que  la  vía 
aer-ógena,  con  el  complejo  primitivo  pulmonar,  constituye  sin  duda  el  modo 
nías  común  de  infección. 

La  vía  enterógena,  defendida  por  una  autoridad  como  Behring  y  su  es- 
cti^Ia,  hoy  se  considera  como  una  eventualidad  rara.  Su  transmisión  placen- 
ta.!-la  es  una  cosa  excepcional. 

Hay  que  distinguir  entre  infección  tuberculosa  y  tuberculosis,  como  tal  en-% 
-e^T'^nedad.  El  individuo  que  lleva  el  bacilo  de  Koch  es  un  infectado  de  tu- 
bex-culosis ;  pero  no  un  enfermo.  Este  tiene  aminorada  su  capacidad  de  defen- 
sa, contra  el  bacilo,  tendiendo  el  proceso  a  difundirse  y  extenderse.  Aquel,  se 
d^^  cubre  solamente  por  la  reacción  tuberculínica. 

Toda  la  raza  humana  está  expuesta  a  la  tuberculosis;  pero  enferman 
s^lo  aquellos  que  por  factores  constitucionales  o  adquiridos,  están  indefensos. 

Todavía  está  muy  difundido  el  concepto  de  la  importancia  de  la  tubercu- 
í'^^^ís  de  los  ascendientes,  sin  tener  en  cuenta  el  momento  de  la  infección  del 
ni  fio,  por  la  convivencia  con  un  tuberculoso.  La  experiencia  clínica  y  el  la- 
t>c>x-atorio  no  permiten  confirmar  la  existencia  de  una  heredopredisposición 
€fi5x>edfica,  o,  por  lo  menos,  no  debe  erigirse  en  ley  general;  basta  recordar 
cl  liecho  de  niños  nacidos  de  padres  tuberculosos,  los  cuales  fueron  alejados 
tn^^guída  del  ambiente  infectado,  y  se  criaron  admirablemente  en  ambiente 

También  debe  rechazarse  la  hipótesis  de  una  heredo-inmunidad  específica, 
P^^x-  estar  en  abierta  contradicción  con  cuanto  se  sabe  hoy  día,  de  la  clínica 
y      <ñt  las  investigaciones  biológicas. 

Que  los  hijos  de  tuberculosos  vengan  al  mundo,  en  muchos  casos,  con 
WTTx  estado  de  debilidad  orgánica  y  un  índice  bajo  de  vitalidad  es  indudable; 
P^aro  estas  distrofias  hereditarias,  no  son  específicos,  tuberculosos. 

La  influencia  desfavorable  de  ciertas  enfermedades  agudas   (sarampión, 
tos?  ferina)  es  indiscutible,  e  igualmente  la  sífilis  congénita.  Es  notable  la  coin* 
cidcncia  en  el  70  por  ico  de  casos,  de  la  sífilis  y  la  tubeculosis  ósea. 
¿Existe  tma  inmunidad  específica  contra  la  tuberculosis? 
Esta  debe  admitirse;  pero  se  produce  de  modo  diferente  de  cuanto  se 
&a.l:>€  de  las  enfermedades  infecciosas  agudas.  El  mecanismo  es  obscuro ;  pero 
>«  iwiede  afirmar  que  no  es  debida  a  anticuerpos,  como  aglutiminas,  precipí- 
tinas,  opsoninas,  etc.,  etc.  Tales  substancias  que  existen  sin  duda  en  el  or- 
t&anismo  infectal  de  tuberculosis,  parecen  no  tener  relación  directa  con  la 
^'♦ununidad.  En  apoyo  de  esta  aserción  basta  recordar  el  hecho  de  que  la  in- 
munidad contra  la  tuberculosis  no  es  transmisible  de  la  madre  al  hijo. 
Presenta  cierta  analogía  con  la  sífilis:  por  una  parte,  inmunidad  contra 
.     reinfecciones;  por  otra,  facilidad  de  lecidivas.  Sin  embargo,  a  diferencia  ie 
^  sífilis,  no  se  puede  excluir,  sino  que  debe  admitirse  con  muchas  probabili- 
^^w,  d  que  la  evolución  ulterior  de  la  enfermedad  puede  ser  dependiente  de 
reinfecciones  exógenas.  El  que  la  tuberculosis  pulmonar  sea  expresión  de  una 
^«nfección  no  ha  sido  demostrado.  -A  pesar  de  ello,  debe  prevenirse  en  el 
a^iulto  un  nuevo  contagio. 

En  esta  enfermedad  puede  reconocerse  la  existencia  de  su  estado  precoz 
(propio  del  niñ'>),  y  un  estado  tardío  (del  adulto).  Esto  no  excluye  que  las 
®^í«staciones  dd  estado  tardío  no  puedan  observarse  en  el  niño,  cuando 


s  condiciones  que  imprimen  al  proceso  n 
o  si  el  germen  fuese  atenuado  o  el  terreno 


:so  m^ 


suceden  reinfecciones  o  peculiai 
boso  una  marcha  macilenta,  co 
más  resistente  que  el  virus. 

Entre  todos  los  métodos  biológicos  que  se  utiliían  para  el  descubrimienio 
de  la  infección  tuberculosa,  la  reacción  a  la  luberculina  es  el  más  importante 
para  el  diagnóstico  de  la  enfermedad  en  la  infancia. 

Se  basa,  como  es  sabido,  en  la  propiedad  dd  organismo  de  reaccionar  a  pe- 
Queñas  cantidades  de  tuberculina  (alergia).  En  cambio,  no  reacciona,  aun  a 
grandes  dosis,  s¡  el  organismo  no  está  infectado. 

En  el  adulto  no  tiene  importancia  esta  reacción,  porque  todos  han  sido  in- 
fectados antes  de  la  pubertad. 

Tanto  la  inmunidad  útil,  como  la  sensibilidad  nociva,  son  siempre  expre- 
sión de  un  mismo  fenómeno  biológico ;  esto  es,  la  alergia,  que  no  se  transmite 
p,isivaracnte  como  en  otras  afecciones,  por  ser  de  distinta  especie. 


Cuanto  se  ha  expuesto  justifica  la  esperanza  de  que  se  puede  e 
aplicación  útil  de  estos  conocimientos,  en  e!  sentido  de  curar  al  individuo  en- 
fermo o  preservar  al  sano  de  la  infeccióa 

La  profilaxis  de  la  tuberculosis  hoy  no  se  discute  ya;  su  fundamento  está 
en  evitarla  en  la  infancia.  Evitar  en  el  niño  el  ambiente  tuberculoso,  alejándolo 
de  él,  es  el  principal  precepto  de  la  lucha  antituberculosa.  Es  un  asiuito  econó- 
mico y  moral,  de  dificultades  a  veces  insuperables. 

Surge  ahora  la  cuestión  de  si  es  conveniente  que  el  individuo  llegue  a  la 
juventud  sin  haber  sufrido  antes  en  su  infancia  el  proceso  de  inmunización 
natura!  a  la  tuberculosis,  pues  es  sabido  el  curso  agudo  y  grave  de  estas  for- 
mas en  la  juventud.  La  .solución  lógica  sería  inmunizar  activamente  al  niño 
con  una  vacuna  con  la  que  se  obtuviera  el  efecto  útil,  soslayando  los  perjui- 
cios de  la  inmunidad  natural.  Condición  precisa  seria  la  de  que  el  organismo 
lio  estuviera  infectado  previamente. 

La  mayor  parte  de  los  autores  (en  Alemania,  Hamuarsten,  Moho,  Bes- 
san)  utilizan  e!  método  de  Maragliano  con  bacilos  muertos,  que  es  inocuo, 
tos  bacilos  atenuados  tienen  el  peligro  de  adquirir  su  virulencia  en  el  medio 
orgánico  que  se  inyectan. 

Calhette  vacuna  con  un  bacilo  bovino  cultivado  en  serie  trece  años  en  te- 
rrenos preparados  con  bilis  de  buey.  Confiere  inmunidad,  según  el  autor. 

Sobre  la  eficacia  de  estas  vacunas  podrían  dar  un  juicio  definitivo  las  ge- 

J.     A.    MüÑOYERRO. 


J 


—  133  — 


l^oTTNG  E  Hiix.— '  El   USO  del    mepouploopomo-220  soluble  en   el 
tratamiento  de  las  enfermedades  Infecciosas  de  la  piel.  (The 

-Mse  of  mercurochrome-220  soluble  in  the  treatment  of  infectious  diseases 
of  the  skin.)  Archives  of  Dermatology  and  Syphilology.  Vol.  13,  núm.  4. 
-Abril.  1926. 

TEti  1919  dan  a  conocer  los  autores  un  nuevo  germinícída  para  el  tra- 
taxiníenta  de  las  infecciones  del  aparato  urinario,  el  mercuriocromo-220,  de- 
dit ^riendo  previa  experimentación  animal  en  perros  que  esta  droga  podía  ser 
a(I:«-xninistrada  en  el  hombre  en  inyección  intravenosa  a  la  dosis  de  cinco  mi- 
Hs'ar-amos  por  kilogramo  de  peso  y  repetirse  varias  veces. 

X)esde  esta  fecha  han  sido  publicados  varios  artículos  sobre  el  empleo  de 
estr^^  droga  en  distintas  infecciones,  y  creen  de  interés  dar  a  conocer  los  re- 
sul-tados  obtenidos  por  ellos  en  un  total  de  131  casos  de  enfermedades  de 
la       xwel. 

Tratan  24  casos  de  erisipelas  con  inyecciones  intravenosas  de  mercurio- 
^^"^^'Mmo,  obteniendo  los  siguientes  resultados: 

>.    Rápida  curación  sin  recaída,  14  casos,  o  sea  58,3  por  100. 
-A  once  de  estos  enfermos  se  les  administró  solamente  una  inyección  de 
^^        ^.  c.  de  solución  al  i  por  100;  a  un  niño  se  le  inyectó  7,5  miligramos 
^^*^     kilogramo  de  peso,  y  los  otros  tres  pacientes  recibían  dos  inyecciones 
°^       ^0  a  30  c.  c  de  la  solución  al  i  por  100. 

^.  Rápida  curación,  seguida  de  recaída,  y  nueva  curación  con  la  repe- 
**^^^   administración  de  la  droga,  tres  casos,  o  sea  un  I2'5  por  100. 

-A  estos  enfermos  se  les  pusieron  de  dos  a  cuatro  inyecciones  de  20 
*    "^^  c.  c.  de  la  solución  al  i  por  100. 

^.  Marcada  mejoría,  tres  casos,  o  sea  12,5  por  100.  A  uno  de  los  pa- 
^^^Ates  se  le  inyectó  una  dosis  de  cinco  miligramos  por  kilogramo;  a  otro 
J^  le  administraron  30  c.  c.  de  la  solución  al  i  por  100,  y  al  tercero  se 
^^  T^usieron  dos  inyecciones,  con  veinticuatro  horas  de  intervalo,  de  25  c.  c. 
^^-^^  una  de  la  solución  al   i   por  100. 

^  Curación  de  la  erisipela,  aunque  el  paciente  murió  por  agotamiento 
y  demencia,  un  caso.  El  tratamiento  consistió  en  dos  inyeccionesr  ambas 
^^       25  c.   c 

5-    Fracasó  la  medicación  en  tres  casos,  o  sea  el  12,5  por  100.  Dos  de 
^^"^^^s  enfermos  estaban  ya  en  período  agónico. 

Xx)s  síntomas  desagradables  fueron  diarrea  y  estomatitis.  En  un  caso 
^^  presentó  una  alarmante  diarrea,  complicada  con  hemorragia  intestinal, 
^^^-tro  días  después  de  la  inyección  de  mercuriocromo.  La  estomatitis  se 
^^sentó  en  tres  casos,  en  uno  de  ellos  grave,  con  ulceración  de  la  encía. 
1^"*^^  enfermo  de  epilepsia  tuvo  graves  convulsiones  varios  días  después  de 
^  inyección.  Puesta  la  inyección  en  ♦^íjido  subcutáneo  es  dolorosa,  durando 
^^    molestias  varias  semanas. 

^í^ublican  a  continuación  varias  historias  clínicas,  concluyendo  que  los 
"^^Uitiomtro  casos  publicados  demuestran  sin  duda  alguna  el  gran  valor  de 
«•    administración  intravenosa  del  mercuriocromo  en  \a  et\s\^^,  '^JLMáxo^  ^<t 


L  general  y  casi  moribundos,   lo  que  da  más  importancia  a  este 
Iratamiento. 

De  los  once  casos  de  foruncuJosis  que  publican,  áiez  enfermos  quedaron 
definitivamente  curados  con  las  inyecciones  de  mercuriocromo  y  uno  expe- 
rimentó una  marcada  mejoría,  líccibían  el  siguiente  tratamiento ;  Tres,  una 
sola  inyección  de  10  c.  c.  30  c.  c.  y  5  miligramos  por  kilngramo  de  peso, 
respectivamente:  tres  recibieron  dos  dosis  que  variaron  de  35  e.  c.  de  una 
soJudón  al  I  por  100  a  4,6  miligramos  por  kilogramo:  a  uno  se  le  inyec- 
taban tres  dosis  de  4  miligramos  por  kilograpio  cada  una,  y  a  los  otros 
Ires,  cuatro  inyecciones  en  dosis  que  variaron  de  10  c.  e.  de  la  solución 
al  I  por  100  a  4  milisramos  por  kilogramo.  El  enfermo  eti  que  sólo  se 
logró  una  mejoría  se  ie  pusieron  tres  inyecciones  de  3  a  5  miligramos  por 
kilogranto  de  peso.  Las  reacciones  fueron,  en  general,  ligeras  o  moderadas. 

De  las  once  historias  clínicas  se  deduce  el  resultado  satisfactorio  y  cura 
radical  obtenida  por  este  medicamenlo  en  el  tratamiento  de  la  fomnculosis 
y  carbunclo. 

Tratan  cuatro  casos  de  ulceraciones  chancrosas  crónicas,  con  lo  que  I0- 
cran  detener  la  deslrución  progresiva  fagedénica  y  la  desaparición  de  los 
grandes  dolores  que  la  acompañaban. 

Tratan  36  casns  de  tipos  variados  de  infecciones  cutáneas  y  subcutáneas. 
algimo  de  dios  de  gravedad  y  asociados  con  septicemia  general,  con  el  J 
guíente   resultado : 


Marcada  mejoría  y  curación  sii 
estos  enfermos  tenían  sepsis  general: 
ca;  en  dos,  estafilocÓeíca. 

2.  Marcada   mejoría   con    el   mercui 
tamiento,  nueve  casos :  cinco  de  éstos  tt 

3.  Fué  de  dudoso  resultado  en  un  c 
tafilocócica. 

4.  Eji  un  caso  pudiera  tratarse  de  \ 
.í.  La  medicación  no  tuvo  éxito  en 
Se  encuentra,  pues,  en  estos  casos  u 

con  el  empleo  de  esta  terapéutica.   La; 

tres  inyecciones,   y  en  general   fueron  ligeras. 

Dos  casos  de  gangrena  gaseosa  responden  excelentemente  bien  a  la  te- 
rapéuiica  con  mercuriocromo.  En  un  caso  de  gangrena  diabética  del  dedo 
gordo  con  infección  de  !a  pierna  se  consigue  la  curación  de  ésta,  aunque 
no  se  impide  que  sea  neesaria  la  amputación. 

Segón  varios  casos  publicados  en  penfigos,  aunque  en   alguno  de  elM 

se  lograse  la  desaparición  de  las  ampollas,  la  recidiva  no  podía  eritarí 

Los  mismos  resultados  pueden  decirse  de  su  empleo  en  el  tratamiento  ( 

I    psoriasis. 

1  caso  de  eczema  rebelde  a  todo  tratamiento  s 
terapéutica  1 
.    caída. 


i  mejoría  ■ 


otro  tratamiento.  21  casos;  ochoj 
En  tres.  la  infección  era  streptoc 

riocromo.   pero   asociado   a   otro   1 

:nían  sei>ticemia  general. 

:aso  de  hemiotomia  con  infección  1 

na  posible  acción  profilScfi 

1  86,6  por  100  de  mejorías  y  c 
reacciones  sólo  se  presentaron  1 


;  consigue  t 
1  algunas  regiones,  aunque  se^ida  de  1 


-  iá5  -- 

Citan  únicamente  un  caso  como  prueba  de  que  el  mercuriocromo  es  una 
cJroga  de  un  gran  valor  antisiñlítico. 

En  el  tratamiento  de  la  lepra  se  consigue  una  señalada  mejoría  en  el 
36,4  por  100  de  los  casos. 

Por  ser  tratado  en  otros  artículos,  pasan  por  alto  lo  que  se  refiere  a  las 
reacciones  y  posibles  efectos  peligrosos  del  medicamento;  pero  afirman  que 
siempre  que  la  dosis  no  pase  de  5  miligramos  por  kilogramo  de  peso  pue- 
den,  emplearse  las  inyecciones  intravenosas  de  mercuriocromo  sin  temor  a 
ningún  peligra 

Alguna  vez  puede  presentarse  fiebre  alta,  trastornos  gastrointestinales, 
estomatitis,  albuminuria  transitoria;  pero  empezando  con  pequeñas  dosis  de 
dos  miligramos  por  kilogramo  y  aumentándolas  progresivamente,  hasta  He- 
Sa^^  a  cinco,  puede  generalmente  administrarse  al .  enfermo  varias  inyeccio- 
nes sin  reaodón  de  ning^una  clase.  £n  casos  de  infección  grave  en  que  la 
vida,  está  en  peligro  deben  ser  empleadas  las  grandes  dosis. 

"^odos  estos  hechos  son  suficientes  para  demostrar  el  gran  valor  del  mer- 
cuiriocronio  por  vía  intravenosa  en  el  tratamiento  de  las  infecciones  de  la 
piel. 

C.  García  Casal. 


HijFC}H  JosEPHs  (Baltimore).— El  ayuno  oomo  oausa  de  convulsio- 
nes.   (Fasting  as  a  cause  of  convulsions).  American  Journal  of  disease 
<3f  ckildren.  Vol.  2,  núm.  2. 

lEn  los  niños  menores  de  tres  años  es  muy  frecuente  que  las  infecciones 

ag*ia.cias  empiecen  por  un  ataque  de  convulsiones.  Eclampsia  infantil  y  es- 

pa-sxnofilia,  son  dos  términos  que  se  usan  con  frecuencia,  sin  conocer  exac- 

tarKi^ate  su  causa.  Muchos  de  estos  ataques  son  manifestaciones  de  tetania, 

esx>ecialmente   la  que  se  presenta  en  niños  raquíticos,  en  los  dos  primeros 

aáos  de  la  vida.  Otros  son  debidos  a  lesiones  cerebrales,  congénitas  o  ad- 

q^^iridas,  y  asociadas  muchas  veces  a  cierto  grado  de  cetraso  mental.  La 

epidemia  idopática  rara  vez  se  observa  antes  de  los  cuatro  años. 

^  autor  se  propone  en  este  trabajo  llamar  la  atención  sobrq  un  grupo 
^^  niños  con  convulsiones,  los  cuales  tienen  como  causa  de  ellas,  un  período 
^^  3yuno.  En  efecto,  es  frecuente  observar  este  síndrome  a  la  madrugada, 
ci^contrándose  en  sangre  una  cantidad  disminuida  de  la  glucosa. 

Relata  la  historia  de  diez  casos  y  hace  un  estudio  de  la  glucemia  después 
^  las  cinco  de  la  tarde,  hora  en  que  se  da  la  cena  a  los  sujetos  en  obser- 
J^ción,  y  a  la  mañana  siguiente,  antes  de  turnar  el  desayuno.  Treinta  niños 
J^eron  observados,  la  mayoría  normales,  y  cuatro  de  ellos  de  los  que 
^bian  presentado  convulsiones.  La  concentración  de  azúcar  en  sangre,  en 
^^^^s,  fu^  tupida  y  grande.  En  uno,  de  0,103  a  0,073.  En  otro,  de  0,105  a 
^»07o.  En  el  tercero,  de  0,110  a  0,77;  y  en  ei  cuarto,  de  0,096  a  0,71.. 

Estudia  la   relación   entre   los   vómitos    recurrentes   y   convulsiones,   ya 
wscrita  anteriormente  por  varios  autores  (Marfan),  encontrado  que  la  hi- 


l 


Fi^KjiE  (de  Lycni).— El    dlagnástioo    ratliográfioo   de    las    afeoc 
nes   utaroanexas  y   en   particular  de  los  fibromas.  (Joi 
lie   Raáiologie  y  de   Elcctrologie.  Tomo  IX,   núm.    lo,  octubre, 

Cakv  (de  Brooklyíi)  tiene,  el  honor  de  haber  sido  el  primero  en  radio- 
irrafiar  el  útero  y  ks  trompas  eu  1914.  En  realidad,  Diuier  y  DAitriiit-ks 
habían,  en  igi2,  presentado  las  radiografías  de  mi  fibroma  mineralizado, 
y  eu  igi4,  inyectado  el  útero;  pero  la  guerra  retardó  liasta  1916  la  publ'i- 
cación  de  su  trabajo  en  el  "Paris  Chirurgical". 

La  inyección  de  aire  practicada  con  objeto  de  Ejjreciar  la  permeabili- 
dad tubaria,  y  la  inyección  de  substancia  opaca  para  establecer  la  íoinia 
de  la  cavidad  uterina  y  la  situación  del  obstáculo  ttibario,  cuando  lo  hay, 
sao  muy  practicadas  en  América,  como  R,  Lehman  ha  expuesto  eo  !a 
Prense  medícale  hace)  dos  años.  F.  lia  tomado  la  técnica  de  la  inyección  opa* 
ca.  Rechaza  las  procedimientos  siguientes:  inyección  de  aire  en  la  vejiga. 
(Dartigue  y  Diuiehe}  por  peligrosa;  iiisuQadón  del  intestino  grueso  de 
S'JEl'HANE  PoRTRET  (y  no  SAINT- PoKTEET,  como  dicc  pof  errorj,  porque 
dan  imágenes  de  bridas,  estructuras  o  válvulas  que  impiden  la  lectura  del 
cüdié.  Inyecta  en  el  útero,  con  una  jeringa,  de  Bhaüm,  4  c.  c.  de  lipiodol, 
muy  lentamente  y  sin  fuerza;  cuando  la  inyección  es  terminada  "lace  la 
i^diografja. 

Eji  estado  normal,  la  cavidad  uterina  aparece  ■  como  im  triángulo  me- 
diano, con  bordes  rectangulares  rectilíneos  irregulares,  con  43  a  55  mm.  ds 
altuia  y  una  anchura  variable  entre  24  a  30  ram.  (Las  desviaciones  «terinas 
modifican^  desde  luego,  el  aspecto  de  este  triángulo,  que  no  se  preseuta  ya 
perpendicularmente  al  eje  normal,  incluso  cuando  no  liay  fibroma,  cosa  ijue 
Fi  no  especifica). . 

El  primer,  signo  del  útero  fibromatoso  es  el  aumento  de  la  cavidad;  si 
d  tumor  ocupa  una  cara,  el  útero  vasculado  aparece  como  una  nancha 
elíptica;  si  ocupa  el  fondo,  en  las  cercanías  del  ostium  uterino,  la  trompa 
está  obstruida  en  el  istmo,  el  fondo  de  la  cavidad,  inclinado  lateralmente, 
miía  el  tumor;  si  es  iutrapa ricial,  la  cavidad,  ensanchada,  prescnu  bor- 
des irregidares  y  rugosidades;  si  es  subraucoso  o  pediculado,  forma  una 
nmncha  clara  en  la  substancia  opaca  de  la  cavidad;  en  fin,  si  el  tumor  esü 
mineral iiado,    aparece  sin   ninguna   preparación. 

Las  trompas,  cuando  son  permeables,  se  dibujan  bajo  ia^  forma  de  una 
cinta  de  r  a  10  cm.  de  longitud,  terminada  por  una  expansión'  en  lorma  i.e 
T   que   corresponde   al   pabellón. 

Las  franjas  ováricas  son  visibles  solamente  cuando  el  pabellón  se  pre- 
senta de  frente,  estando  la  trompa  inmovíliíada  por  una  adherencia  al 
posición   anormal. 

F.  cree  ver  en  sus  clichés  pequeñas  manchas  que  corresponderían  : 
pane  del  ovario  radíográficameute  visible  y  quq  sería  el  folículo  Je  ^ 


in  a  jin|ü 


xtjfto.  No  ha  encontrado  estas  manchas  más  que  en  pelvis  de  mujer;  pero 
en  los  clichés  que  publica,  las  manchas  son  iguales  a  las  "mancnas  áe  la 
peivis"  que  se  encuentran  en  ambos  sexos.  Rehusamos  hasta  una  informa- 
ción más  amplia  el  que  haya  una  imagen  del  ovario. 

Esta  última  crítica  no  quita,  desde  luego,  nada  al  valor  del  método, 
ni  ai  gran  interés  del  trabajo  muy  interesante  de  R,  ni,  en  fin,  a  .«as  be- 
llezas  de  las  radiografías  publicadas. 

J.  M. 


II.  i.  MoERscH.-- Estudio  de  ia  oapaoidad  vital  de  un  mi- 
llap  de  enfermos  quirúrgicos.  (Archives  of  infernal  Medicine,  •To- 
mo XXXVII,  núnt  i). 

Hasta  ahora  se  ha  preocupado  sobre  todo  de  estudiar  la  capacidad  vital 
CA  individuos  sanos,  de  ordinario  en  jóvenes  vigorosos,  para  obtener  el  va- 
lor normal,  y  en  enfermos  de  afecciones  del  aparato  respiratorio,  con  objeto 
de  apreciar  las  modificaciones.  Para  precisar  el  valor  de  esta  medida  a^í 
como  la  exactitud  de  su  determinación  y  la  influencia  de  las  enfermedades 
<iue  no  interesan  el  aparato  respiratorio,  M.  ha  examinado  un  millar  de  indi- 
viduos adultos  venidos  para  operarse  en  la  clínica  de  Mayo  de  aíeccioaes 
varías. 

M,  ha  podido  darse  cuenta  que  numerosos  factores  extrínsecos  iiifluyen 
en  la  capacidad  vital:  la  altitud,  la  talla,  el  tiempo  pasado  después  de  la 
última  comida,  los  trastornos  psíquicos. 

Ei  máximum  de  exactitud  en  la  medida  de  la  capacidad  vital  se  obtie- 
iie  calculándola  seg^ín  la  talla  y  la  superficie  del  cuerpo,  utilizando  la  fór- 
mula de  BoYS.  y  las  tablas  de  Boothby.  La  relación  entre  la  superficie  del 
cuerpc.  y  la  altura,  por  ima  parte,  y  la  capacidad  vital,  por  otra,  son  tan 
Parecidas  que,  practicando  la  escala^  basada  en  la  talla  solamente  puede  ser 
considerada  como  suficiente;  la  capacidad  vital,  calculada  según  la  super- 
^^ie,    da  cifras  un  poco   más   elevadas  que   cuando  se  tiene  solamente   en 

cuenta  la  talla. 

Ninguna  fórmula  es  satisfactoria  en  todos  los  casos,  pues,  individuos 
formales  pueden  dar  resultados  inferiores  al  85  por  100  de  la  capacidad 
^Jtal  obtenida  por  el  cálculo.  Luego  no  es  correcto  mirar  como  patológica 
teda    cifra  de  menos  del  15  por  100  do.  la  normal 

1-a  amplitud  física,  el  sexo,  la  edad,  la  talla,  el  peso,  la  supeificie  del 
^^rpo  son  factores  intrínsecos  que  influencian  la  capacidad  vital. 

"ftoda  causa  ^ue  modifica  las  funciones  normales  y  la  actividad  de  los 
pulmones,  ejerce  una  acción  directa  sobre  la  capacidad  vital.  Por  el  con- 
grio, las  enfermedades  que  interesan  el  aparato  cardíacorespiratorio  no 
^eaen  influencia  apreciable  sobre  la  capacidad  vital  en  los  enfermos  qui- 
rúrgicos reside,  pues,  en  el  hecho  de  que  refleja  con  exactitud  el  íimciona- 
«i^to  de  los  órganos  respiratorios.  Toda  anomalía  de  la  capacidad  vita, 
^^b^  llevar  la  atención  sobre  la  posibUidad  de  una  enfermedad  del  córa- 
la o  de  los  pulmones.  ., 


ji     .       .y  ' 


N.  Vacca.—  La  contagiosidad  de  la  sífitis  terolaria.    (Amuhs  <-  —if 
vtaladies  venerieimes.  Tomo  XX,  núin.  (i,) 

Muchos  médicos  admiten  todavía  el  dogma  ile  la  no  contagiosidad  de  a 

Siliiis   terciaria.    Esta   noción   es    completamente    falsa. 

pjdsten    numerosas   observaciones    clínicas    de   contagio   siíilitico   por  U- 

sicuifs  terciarias.  La  experimentación  ha  mostrado  giic  a  inoculación  al  m^^ano 
ds  productos  gomosos  puede  determinar  un  cha.icro  típico.  Se  haii  en(=_^- 
trado  treponemas  en  las  lesiones  terciarias;  por  úliimo,  el  Wasscrmana.  es 
imichas  veces  positivo  en  los  terciarios. 

V.,  en  dos  casos  de  gomas  sobrevenidos  diez  y  seis  y  diez  y  síele  !«-™os 
después  de!  chancro,  pudo  obtener,  por  inoculación  al  conejo,  un  sifiloma-  lí- 
pico,  cincuenta  y  un  días  después,  de  la  inoculación,  y  una  keraütis  ex£»er¡- 
inctilal,  treinta  y  odio  días  después  de  \!x  incculadón.  í£stas  lesiones  e^^pc- 
nnientales  contenían  treponemas. 

Por  otro  lado,  V.  observó  la  presencia  de  treponemas  en  los  gomas. 

El  treponema  no  se  encuentra  en  los  productos  nt:crosados,  ni  en  él  ¡í' 
quido  del  goma  reblandecido;  pero  no  falta  nunca,  aunque  eu  pequcTio  nú' 
mero,  las  paredes  del   goma. 

Este  pequeño  número  de  treponemas  que  existen  en  las  lesiones  abierta* 
o  CLTradas  exullca  la  dificulta  de  la  investigación  y  los  fracasos  IrecuenlcíS- 

C.  García  Casu. 


T  CooK  Smitii  (Louisville).— Inyección  Intravenosa  de  solución  sa- 
lina hipertónica  en  la  poliomielitis  aguda. ^«w. /o«nwí  <>/  dis.  of 
ChÜdren.  Vol  XXXI,  núm.  3,  marzo   1926. 

El  autor  refiere  un  caso  de  restablecimiento  de  im  pacienle  de  polio- 
mielitis con  parálisis  ascendente  que  afectaba  a  los  músculos  respirato- 
rios. Como  último  recurso  !e  hicieron  una  inyección  intravenosa  de  sal.  Kinjen 
hipertónica,   y  otra  ¡ntraespinal   de  suero   de   convaleciente. 

Se  fundaron  para  este  tratamiento  en  investigaciones  experimentales  J 
Fatológicas  de  Weed  y  Hughson.  Estos  autores  demostr^on  que  la  inyec- 
ción de  suero  hipertónico  intravenosa  originan  un  grande  y  prolongado 
descenso  de  la  presión  del  líquido  cefalcvrraquJdeo.  Hay  una  absorción  de 
nateriaJ  infeccioso  desde  e!  líquido,  hacia  eí  espacio  subaragnoideo  y  espa- 
cio linfático  perivascular  dd  sistema  neiT'ioso.  Además,  \m  auatomopatólo- 
KOS  han  encontrado  que  eo  la  poliomielitis  existe  nn  marcado  edema  mflama- 
to-io  alrededor  de  cerebro  y  medula,  causa  principal  de  los  trastornos  para- 
líticos. Es  razonable  esta  idea,  pues  la  parálisis  va  disminuyendo  sucesi- 
vamente a  medida  que  desaparece  esta  infiltración  edematosa;  en  experimen- 
tes hechos  por  Avcock  v  Amos,  demostraron  que  el  efecto  de  esta  inyección 
hiferfóiiíca  intravenosa,  unida  a  la  de  suero  especifico,  es  supenor  al  j"- 


—  139  — 

2   obtiene  cuando  se  inyecta  este  último  solamente.  Los  monos  control  su- 
rían  más  lesiones  que  los  otros. 

Los  autores  refieren  su  »caso,  que  es  el  único  hasta  ahora  tratado  con 
Itero  hipertónico  intravenoso  sin  inyección  simultánea  de  suero  convale- 
iente. 

Es  un  niñc  de  cinco  años,  con  peliomielitis  y  parálisis  respiratoria,  cia- 
losis  intensa  que  aumentaba  de  hora  en  hora,  sin  obtener  ningún  resultado 
:an  los  recursos  corrientes  empleados.  Como  último  recurso  se  acudió  a  la 
inyección  hipertónica  intravenosa,  40  c.  c.  de  sol,  de  cloruro  de  sodio  al 
30  por  100  en  la  vena  femoral.  Cada  hora  después  pudo  observarse  una 
mejoría,  y  al  sexto  día,  después  de  la  inyección,  los  movimientos  diafrag- 
máticos,  de  ambos  lados,  eran  normales.  Únicamente  quedaban  paralizados 
mcKJeradamente  el  recto  anterior  de  un  lado  e  intercostales. 

J.    A.    MUÑOYERRO 


^^L  Baere  — La  Influencia  de  la  pollglobulla  y  de  la  ane- 
mia en  el  tamaño  del  corazón.  (Der  Einflusz  der  Polyglobulie 
utid  del  Anámie  auf  die  Herzgrosze.)  Wiener  Archiv  für  hiñere  Medi- 
^in.  Tomo  XII,  núm.  3,.  1926. 

Hn  un  trabajo  reciente  de  Hollánder  (i)  sobre  la  poliglobulia  hacía  no- 
^^í"  este  autor  la  ausencia  frecuente  de  aumento  de  volumen  cardíaco  en  la 
PoJicitemia  con  hipertensión.  Ahora  bien,  como  e?ta  última  supone  para  el 
corazón  una  sobrecarga,  necesita  este  hecho  ciertas  aclaraciones.  Hollánder 
supone  que  en  estos  casos  la  dilatación  capilar  está  destinada  a  moderar  el 
trabajo  del  corazón.  El  autor,  sin  embargo,  cree  que  esta  explicación  no  es 
exacta. 

I>EL  Baere  representa  en  una  fórmula  el  trabajo  del  corazón.  A,  for- 
tnula  en  la  cual  p  representaría  la  presión  a  nivel  del  comienzo  de  la  aorta 
(esta  presión,  para  simplificar  el  problema,  se  admite  que  sea  constante  du- 
rante toda  la  fase  de  la  revolución  cardíaca),  y  v  sería  el  volumen/  de  sangre 
expulsado.  En  este  caso,  A  =  pv ;  pero  como  interesa  conocer  el  trabajo  rea- 

A 

lizado  por  el  corazón  en  la  unidad  de  tiempo  —  ,  habrá  que  dividir  por*  t  am- 

A  V 

tos  términos  de  la  ecuación,  de  donde  resultará  =  p  ,  en  cuya  fór- 
mula -  ,que  es  la  cantidad  de  sangre  expulsada  en  la  unidad  de  tiempo,  o  la 
intensidad  de  la  corriente  en  la  aorta,  pued^  ser  designada  por  i,  con  lo  que 
la  fórmula  anterior  se  convierte  en  --  =  pi. 

Considerando  ahora  el  círculo  mayor  bajo  la  idea  de  que  en  la  vena 
cava  la  presión  es  igual  a  o,  resultará  que  la  intensidad  de  la  corriente  i  será 
directamente  proporcional  a  laj  presión  de  la  aorta,  e  inversamente  propor- 

(i)   Véase  Archivos  de  Mepicina,  Cirugía  v  Especiaudapes,  t  XXI,  p.  134* 


na  totalidad  de  lai  resistencia  «i  el  torrente  di^datori^íJI 

!o   tanto,  i  =  — .    Sustituyendo  ahora   en  !a    fórmula 

otro,  se  encuentra  para  el  traliajo  cardíaco  la   fórmula  "  =  ~  .  Esta 

fórmula   indica    que   cuando    Ja   presión   sanguínea   permanece   i 

trabajo  del  corazón  aumenta  cuando  la  resistencia  r  de  la  eirculaciMi 
nuye.  Ahora  bien,  de  la  fórmula  i  =  -se  deduce  que,  en  este  caso,' 
censo  de  la  rejisfeiicia  supraie  un  aumento  en  la  intensidad  I  de  la  c 
T)e  este  modo,  el  producto  pi  y,  por  lo  tanto,  el  trabajo  cardíaco  es 
mentado.  Asi  pues,  puede  verse  que  la  idea  de  Hollánder  de  que 
minución  en  !3  resistencia  periférica  bajo  una  presión  invariable 
mía  disminución  del  trabajo  cardíaco,  tío  puede,  en  realidad,  acept( 
maRnitud  de  es+e  trabajo  sólo  puede  disminuir  cuando  la  intensidad 
corriente  disminuya,  puesto  que  en  estos  casos  la  presión,  lejos 
disminuida,  está  aumentada.  Ahora  bien,  la  idea  de  tina  disminuí 
intensidad  en  la  corriente  para  los  casos  de  policitemia  no  ea  nada, 
símil,  y  Hoi.LÁNDER  mismo  afirma  que,  en  estnq  casos,  la  circulaeióí 
capilares  es  irregular,  pero  siempre  muy  lenta.  Se  sabe,  por  otra  p 
en  las  enfermedades  acompañadas  de  un  evidente  retardo  de  la  con 
en  las  que  el  orfraP'smo  es  capaz  de  una  compen.íación,  ; 
cuentemente  un  aumento  en  el  número  de  hematíes  y  de  hemofflob! 
el  cotitrario.  en  la  llamada  policitemia  esencial,  hasta  para  el  ro 
del  oxígeno  una  intensidad  de  corriente  disminuida,  todo  el  ai 
rapacidad  funcional  de  la  sanRre.  Dé  este  modo,  aunque  p  está.  ! 
el  producto  pi  puede  permanecer  invariable  y  por  lo  tanto,  el  t 
corazón  no  es  preciso  que  esté  aumentado. 

Precisamente  lo  contrario  ocurre  en  las  anemias.  En  estos  ca¡ 
con  una  disminución  muy  escasa  de  la  sangre,  coinade  un  aumentq 
maño  del  eorazfin  con  una  taquicardia.  La  viscosidad  de  la  sangT 
aptffliaS  está  casi  siempre  disminuida,  con  lo  que  la  resistencia  e' 
fHí.míryüve,  y  tambrín  imiy  frecuentemente  la  presión  sanguínea, 
todos  ellos  que  a  primera  vista  debían  permitir  una  disminución  del 
rjrdíaco.  Ahora  bien,  para  mantener  c!  metabriUsmo  del  oxígeno  i 
sangre  de  valor  subnormal,  es  preciso  un  gran  aumento  de  la  inten 
la  corriente,  con  lo  cual  el  producto  pi.  y  por  lo  tanto,  el  trabajfl 
raíón  estarS  autríenladn.  Este  último  conducirá,  a  su  vez,  a  la  ta 
o  blert  tendrá  que  aumentar  el  volumen  del  latido  y  por  lo  tanto.  < 
diastólieo  del  corazón.  Generalmente  se  encuentran,  en  efecto,  en  fej 
tanto  una  taquicardia  como  una  dilatación  cardíaca.  La  observad! 
zsda  por  murhos  autores  de  que  un  período  prolnncado  de  sea.  ae« 
de  concentración  de  la  sangre  y  de  aumento  de  hemoglobina.  1 
hradicardía,  que  desaparece  inmediatamente  con  la  infrestión  de  1 
va  igualmente  la  idea  del  autor,  según  la  cual  el  aumento  del  con) 
hemoglobina  hace  descender  la  Intensidad  de  la  corriente  de  h  sa 
rece.  pues,  que  la  cantidad  de  hemoglobina  v  el  trabaio  del  corar 
tiiyen  dog   factores  destinados  a   compensarse  mutuamente, 

R.  1 


#• 


—  I4Í  — 


JTosÉ  N.  Rodríguez  (de  Manila).— Los  trastornos  de  la  sensibilidad 
cutánea  en  la  lepra.  The  Fhilippins  Journal  of  Science,  Tomo 
XXVII,  núm.  4,  agosto  1925. 

La  observación  de  Geanselme  en  la  primera  conferencia  de  la  lepra  en 
Berlín,  en  1897,  es  siempre  verdad:  la  importancia  de*  la  anestesia  en  el 
•diagnóstico  de  la  lepra  no  tiene  la  atención  que  merece. 

Rodríguez  ha  estudiado  minuciosamente  los  trastornos  de  la  sensibilidad 
y  de  la  manera  que  se  comporta  en  doscientos  casos  de  lepra  de  diferentes 
^pos  y  en  diversas  épocas  de  la  enfermedad.  Ha  adoptado  la  nueva  clasiñ- 
<:ación  de  las  sensaciones  cutáneas  de  Head  y  Rivers^.  Esta  ha  sido  hecha 
por  el  estudio  del  retorno  de  la  sensibilidad  después  de  la  sección  de  los  ner- 
vios sensitivos  y  reunión  de  los  extremos  seccionados.  Distingue  la  sensibili- 
<Íad  de  la  piel  propiamente  dicha,  y  la  sensibilidad  profunda  o  subcutánea 
<:onducida  por  fibras  sensitivas  contenidas  en  las  ramas  musculares.  Las  sen- 
-saciones  cutáneas  son  transmitidas  por  dos  sistemas  de  fibras  nerviosas  que 
se  r^eneran  en  periodos  diferentes.  Las  sensaciones  de  extrema  diferencia 
de  temperatura  y  de  dolor,  la  sensibilidad  obtusa  e  imperfectamente  locali- 
zada constituye  la  sensibilidad  protopática  y  corresponde  a  las  fibras  precoz- 
mente regeneradas;  el  tacto  delicado,  la  discriminación  táctil  y  las  ligeras 
diferencias  de  temperatura  representan  la  sensibilidad  epicrítica  cuyas  fibras 
ae  reparan  más  lentamente. 

La  anestesia  de  la  lepra  es  inconstante  y  variable;  hace  falta  varios  exá- 
menes para  determinar  sus  límites  y  sus  caracteres.  Hay  que  distinguir  los 
trastornos  de  la  sensibilidad  a  nivel  de  lesiones  cutáneas  y  sobre  la  piel  sana. 
En  el  16  por  ico  de  las  infiltraciones  cutáneas  no  hay  ningún  trastorno 
de  la  sensibilidad.  En  el  84  por  ico  hay  una  disociación  de  las  sensaciones. 
ios  nodulos  están,  en  general,  recubiertos  de  piel  anestesiada.  En  treinta  ca- 
sos de  máculas  había  pérdida  de  la  sensibilidad  en  el  30  por  100  de  los  casos ; 
los  otros  mostraron  una  sensibilidad  de  tipo  protopático.  Las  máculas  en  las 
^ue  se  pudo  aislar  el  bacilo  leproso  estaban  hiperestésicas  en  los  bordes. 

Sobre  la  piel,  fuera  de  las  lesiones,  la  sensibilidad  doloroso  y  térmica  es 
la  primera  y  la  más  fuertemente  atacada.  La  anestesia  es,  por  regla  general, 
primero  unilateral,  y  ataca,  sobre  todo,  a  las  piernas,  dorso  del  pie,  ante- 
brazo, manos  y  dedos. 

Durante  o  después  de  los  brotes  febriles  hay  modificación  de  los  tras- 
tomos  de  la  sensibilidad  que  se  extienden  o  se  transforman.  Después  de  la 
desaparición  de  los  signos  agudos,  la  anestesia  puede  alcanzar  sus  antiguos 
limites,  o  quizá  reducirse  o  desaparecer. 

El  diagnóstico  con  el  beriberi  es  algunas  veces  difícil.  Sin  embargo,  hay, 
en  general,  en  éste  trastornos  motores,  retardo  de  las  sensaciones  y  la  evo- 
lución es  más  rápidai. 

En  los  lugares  donde  la  lepra  es  endémica,  toda  perestesia:  cosquilleo, 
liormiguero,  deberá  suponer  la  enfermedad,  pero  la  piedra  de  toque  es  la 
anestesia  sobre  algunas  lesiones  o  sobre  la  piel. 

J.  Madinaveitia 


Tadeusz  Falkiewicz—  Sobre  ef  vaíop  pronóstico  de  la  reaoolón 
al  oro  coloidal  en  las  meningltlB.  (iV/jAa  Caseta  Ukarska. 
Tomo  IV,  núms.  34  y  35). 

Los  líquidos  ceta  lo  rraqu  ¡déos  de  las  nicniíiEitis  agudas  precipitan  el  oro 
coloidal  en  la  parte  derecha  del  juego  de  tubos  que  contienen  diluciones  de 
oro  decrecientes.  Lamge  explica  esto  por  el  aumento  de  las  albúminas  cou 
cambio  de  la  relación  entre  las  albúminas  y  las  globulinas.  En  la  sífilis, 
i  precipitación  se  encuentra  en  los  tubos  de  la  izquierda  de  con- 
mí:^ima.  En  este  caso  hay  también  aumento  de  albúminas ;  pero 
sin   cambio  en   la  reacción   entre  albúminas  y  globulinas. 

F.  resume  cuatro  observaciones  de  meningitis  aguda  de  etiologías  di- 
versas con  los  gráficos  de  las  curvas  de  precipitación  constante  en  la  parte 
derechan  de  k  ganima  de  tubos,  se  observa  una  clasificación  en  los  tubos  de 
la  izquierda.  Se  obtiene  asi  una  curva  que  presenta  dos  vértices  separados, 
por  uno  o  dos,  tubos  no  o  muy  ligeramente  claros.  F.  supone  que  la  pre- 
cipitación del  oro  coloidal  en  las  diluciones  débiles  (tubos  de  la  dereclia)  es- 
di^bida  a  la  acción  de  las  albúminas  que  pasan  en  el  liquido  en  mayor  can- 
tidad y  que  dfictdtan  la  acción  de  las  globjlinas  para  la  precipitación  det 
<Dru  coloidal  en  los  tubos  de  la  izquierda  hasta  el  momento  en  que  las  globu- 
linas, libres  ya.  destrujen  el  sistema  coloidal  del  oro  y  traen  la  precipita- 
ción en  estos  tubos.  La  aparición  de  los  dos  vértices  en  la  curva  puede 
explicarse  porque,  en  los  casos  graves  con  final  mortal,  hay  aumento  no  so— 
Ismente  de  las  albúminas,  sino  también  de  las  globulinas.  La  relación  albú- 
minas ;  las  globulinas  se  desplazan  entonces  de  I  :  lo  hacia  1  : 1.  Las  glo- 
bulinas, no  estando  ya  dificultadas  por  las  albúminas,  provocan,  en  los  casos- 
mortales,  la  precipitación  en  la  parte  izquierda  de  la  gamma  de  tubos. 

De  todas  maneras,  si  la  interpretación  del  fenómeno  se  presta  a  discu- 
sión, la  significación  práctica  de  la  curva  con  dos  vértices  es  innegable. 
Equival e.diesde  el  punto   de   vista   pronóstico,   al  signus   malí   oinhñs  para  el 

'"  """"■  /.  U. 


.  Benon—  La  astenia  en   I0&  niños. 

fants.  Septiembre   igi*»,  núm.   9. 


I  de  Medecinr   des  ' 


La  patología  nerviosa  y  mental  de  la  infancia  no  presenta  ni  la  variedad 
ni  la  riqueza  de  la  misma  patología  en  el  liombrc  adulto  o  muy  joven :  asi 
se  concibe  fácilmente  que  las  sensaciones,  las  ideas  y  las  etrHiciones  del  niñoi 
no  tienen  todavía  ni  la  finura,  ni  el  relieve,  ni  la  multiplicidad  que  conviene 
f ara  presentar  una  enfermedad  psíquica  o  nerviosa  totalmente  típica :  esto 
está  reservado  al  iiombre  hecho,  al  hombre  de  veinticinco  a  cuarenta  años." 
Esta  edad  es  la  de  predilección  de  la  alienación  mental. 

Consideivchinrs  diagi\ástkas, — La   astenia   en   e!   niño   es  ciertamente   di- 


—  143  — 

íkil  de  apreciar.  El  caso  que  relata  es  demostrativo,  sobre  todo  porque  tiene 
luia  observación  de  un  período  de  veinticuatro  años,  sin  que  ninguna  afec- 
ción orgánica  previa  haya  podido  ser  demostrada  en  el  paciente.  Se  obser- 
van en  la  infancia  estados  de  astenia  o  de  depresión  ligera  o  profunda.  Es- 
tes estados,  debidos  a  una  infección  o  a  ima  intoxicación,  se  disipan  en  al- 
gunas horas,  en  algunos  días:  ésta  es  la  astenia  normal  o  fisiológica.  Pero 
es  útil  saber  distinguir  en  los  niños  la  astenia  adquirida  y  durable,  de  la 
astenia  constitucional,  de  la  apatía,  de  la  confusión  mental. 

astenia  constitucional. — Cuando  se  habla  de  astenia  constitucional  y  cró- 
nica, en  los  niños,  importa  precisar  qu2  se  trata  de  una  astenia  que  dura 
desde  el  nacimiento  sin  disminuir  ni  aumentar,  de  una  astenia  cuya  causa 
prácticamente  está  ligada  al  origen  mismo  del  sujeto.  No  se  trata  jamás  de 
una  astenia  ligada  a  una  infección,  a  una  intoxicación  o  a  un  traumatismo 
de  la  primera  o  segunda  infancia;  esta  astenia  sería  adquirida  y  no  congé- 
uita.  No  se  trata  de  una  predi&posición  al  síndrome  asténico ;  la  astenia  cons- 
titucional es  esencialmente  un  estado  de  astenia  nerviosa  general  que  comien- 
za en  el  nacimiento  y  que  se  muestra  estable  en  su  siníomatología,  sin  com- 
plicaciones nerviosas  o  mentales,  siempre  con  una  especie  de  imiformidad 
notable. 

La  astenia  nerviosa  general  constitucional,  en  el  orden  disasténico,  es  para 
nosotros  análoga  a  la  debilidad  mental  constitucional,  en  el  orden  disfréni- 
co. La  debilidad  mental  o  psíquica,  intelectual  o  constitucional,  es  la  debilidad 
del  espíritu  o  pobreza  de  la  inteligencia  desde  el  nacimiento.  La  astenia  ner- 
viesa  constitucional  es  igualmente  desde  el  nacimiento;  pero  por  una  fim- 
cion  cerebral  diferente,  de  impotencia  parcial  a  moverse  y  a  pensar.  Un  error 
^  el  empleo  dei  la  palabra  debilidad  intelectual  congénita,  en  el  sentido  de 
^  predisposición  al  delirio  o  a  la  demencia.  listo  no  es  estrictamente  clí- 
^^^o;  sería,  pues,  un  error  utilizar  la  palabra  astenia  constitucional  para 
«represar  la  predisposición  a  los  trastornos  disasténicos. 

Astenia  y  apatía. — ^La  apatía  difiere  de  la  astenia.  La  actividad  motriz 
general  del  apático,  es,  sin  duda,  siempre  bastante  reducida,  habla  lentamente, 
Sesticula  poco,  se  mueve  con  lentitud.  Si  manifiesta  emoción  es  con  reaccio- 
nes musculars  de  poca  amplitud,  su  actividad  intelectual,  como  su  actividad 
^otriz,  está  disminuida.  En  todo  asemeja  al  asténico;  pero  el  aipático  di- 
t'ere  de  este  último  por  un  carácter  esencial ;  él  no  conoce,  por  así  decir,  el 
agotamiento.  Cuando  el  asténico  se  pone  en  movimiento,  rápidamente  que- 
^i  fatigado;  en  cambio,  el  apático  puede  realizar  los  movimientos  prolonga- 
os y  penosos  como  un  hombre  ordinario;  pero  más  lentamente.  La  misma 
«vocación  de  su  recuerdos  en  el  apático  es  lenta;  pero  sensiblemente  normal. 

Astenia  y  demencia. — Para  que  la  demencia  sea  apreciable  en  un  niño 
^00  ayuda  del  análisis  psicoclínico,  es  necesario  que  el  desarrollo  intelectual 
^f  €ste  niño  liaya  adquirido  cierto  grado ;  así,  no  solamente  i)or  el  examen 
^"■ficto,  sino  también  gracias  a  la  observación  raediata  con  los  padres  o 
^*on  una  tercera  persona,  se  puede  poner  en  evidencia  el  déficit  psíquico  exis- 
^^e.  Estos  casos  en  los  primeros  años  de  la  vida  hasta  el  cuarto  o  quinto, 
^0  son  muy  difíciles  de  diferenciar  de  la  idiocia  adquirida:   de  una  parte, 

^  3,parece  más  pronto,  en  el  primero  o  segundo  año,  en  uu  su\^lo  ojAie:  *cn5> 


liabla  y  que  no  pronuncia  todavía  más  C|ue  alBunas  palabras ;  de  oira,  en  lü  ' 
idiocia,  la  insuficiencia  cerebral  parece  estar  en  relación  con  una  parada  del 
lenguaje.  ;Existe  en  e!  niño  una  demencia  extremadamente  precoz?  jCómo 
se  la  distingue  clínicainenic  de  la.  idiocia  adquirida,  de  la  astenia  coo&titu- 
ciunal  y  de  la  astenia  adquirida  en  la.  primera  infancia?  Esta  demencia  pre- 
cocísima necesita,  en  nuestra  opinión,  nuevas  investigaciones.  Sería  conve- 
niente que  los  observadores  apreciaran  lo  más  enactamente  posible  el  modo 
de  comenzar  ¡os  caracteres  clínicos  del  principio  y  del  período  de  estado;  ea 
lin,  la  evolución  desde  el  punto  de  vista  cliníco.  En  principio,  en  la  aste- 
nia, el  sujeto  está  consciente  de  su  estado ;  en  la  demencia,  ro  se  da  cuen- 
ta de  su  disminución  intelectual. 

Astenia  y  confusión  mettial, — La  astenia  en  e!  niño  puede  ser  como  la 
confusión  mental,  un  fenómeno  episódico  transitorio.  Esta  astenia  es  enton- 
ces un  estado  más  o  menos  normal,  una  reacción  psicológica  a  una  infección 
a  una  intoxicación  o  a  otra  causa.  Cuando  la  astenia  es  durable,  ccmduce 
al  observador  a  la  descripción  de  la  confusión  mental,  porque  ya  numerosos 
autores  no  separan  estos  dos  síndromes.  El  asténico,  aunque  sea  muy  joyen, 
es  consciente  de  las  molestias  múltiples  que  él  experimenta  y  que  explica  con 
ralabras  apropiadas.  El  confuso  presenta  ante  iodo  trastornos  de  la  percep- 
ción del  reconocimiento  de  los  lugares,  de  las  personas  y  de  los  objetos.  I^ 
confusión  mental  en  el  niño,  como  en  el  adulto,  es  un  estado  agudo  frecuen- 
temente con  iiitemilencias  lúcidas  o  parcialmente  lúcidas  y  que  no  duran  más 
que  algunos  días,  ün  estado  infeccioso  o  toxinfeccioso  acompaña  constan- 
lemente  al  síndrome  psicopático.  La  astenia  que  nos  ocupa  es,  por  el  con- 
trario,  una  secuela  de   factores   etiológicos   variables. 

Ctnuidüradones  larapéntieas. — La  primera  indicación  terapéutica  en  pre- 
sencia de  un  caso  de  astenia  durabk  en  el  niño,  es  el  reposo,  cualquiera  que 
sea  su  variedad,  y  el  reposo  prolongado. 

No  hay  ninguna  psicoterapia  a  instituir.  Lo  qtie  importa  es  aprender 
a  tratar  bien  al  sujeto,  no  procurándole  distracciones  rü  ejercicios  fatigo- 
sos. Es  preciso  por  la  reeducación,  inspirándose  en  las  inclinaciones  y  de- 
seos del  paciente,  no  obligarle  a  trabajos  psíquicos  ni  físicos  que  estén  pcffl 
encima  de  sus  fuerzas.  ^^H 

Un  régimen  alimenticio  bien  estudiado  y  variado  sin  severidad  excesN^^^I 
muy  útil  cuando  hay  signas  de  dispepsia  y  constipación-  ^^H 

La  hidroterapia  fatiga  frecuentemente  a  los  pequeños  enfermos.  La  íM|P 
tricidad  y  el  masaje  son  tratamientos  de  lujo  y  sin  efectos  muy  apreciables. 

El  tratamiento  sintomático  de  la  astem'a  en  los  niños,  como  en  los  adul- 
tos, es  nulo  5!  el  reposo  esencial  no  está  instituido.  Desde  luego,  coando  a 
titulo  excepcional  nos  decidimos  a  administrar  fósforo,  arsénico,  hierro, 
ijiriiia  o  estricnina,  no  será  más  que  por  un  tiempo  muy  corto  (diez  días,  por 
ejemplo),   a   dosis  muy   débiles. 

J,    A     MuÑovEKl 


ARCHIVOS    DE   MEDICINA 
cirugía    Y  ESPECIALIDADES 


EL  PROBLEMA  DE  LA  FEBRÍCULA 

por  el 

De.  Gregorio  Marañón. 


No  es  ésta  la  primera  vez  que  rne  he  ocupado  de  las  fiebres 
lar-grag  y  misteriosas.  Hace  cuatro  añois  que  en  el  Colegio  de  Mé^ 
dicos  de  CórdólKi  estudié,  len  esquema,  parte  de  la  cuestión  con 
1?'  que  hoy  voy  a  entretenems.  Justifica  mi  insisteficia  en  macha- 
<^r  sobre  él  mismo  tena,  la  realidad  de  cada  dia,  que  a  todos  nos 
^3-iTda,  y  que  a  mí,  como  s^unTamente  a  cuantos  colegas  míe 
^^^^Tjchan,  me  plantea,  un  día  y  otro,  d  trance  de  diagnosticar  y 
^^  tratar  estos  enfeatnos  misteriosos,*  que  tienen  durante  meses 
€at3ejros  una  fiebredlla^  sin  causa  aparente,  dtesesperante  por  su 
tenracidad  y  por  su  misma  falta  d¿  manifestaciones  llamativas; 
^u^  evoluciona  como  quiere,  por  encima  de  nuestras  previsiones 
y  <3e  nuesftpos  remedícfe;  y  que  teiimiinan  el  día  menos  pensado, 
^^>nao  si  de  intento  hiAíeran  querido  humillar  a  todo  d  arsenal 
^^  nuestra  terapéutica  y  todos  los  cuidados  y  aprensiones  del 
Propio  paciente. 

Hay  mwdias  afecciones  en  la  patología  humana  que  van  acom- 
P^fiadas  de  fehrícuila.  Entonces,  cuando  hay  un  diagnástico  pre^ 
^^o,  y  la  pequeña  elevación  de  temperatura  aparece  como  un  ele- 
^^^^^aito  más  entre  el  cortejo  de  los  síntomas,  eil  problema  no  tiene 
ixitierés  para  el  clínico.  Por  ejemplo,  cuando  diagnosticamos  una 
^5^«!niia  perniciosa,  el  que  el  enf ernio  tenga  entre  sus  manifesta- 
^ones  una  fiebrecilla  continua,  nos  initeresa  relativamente  poco. 

^    podrían  recordarse  muchos  ejemplos  más,  como  este  citado: 
Pero  este  imismo  hedho  de  la  pequeña  fiebre  se  nos  plantea 

^^Q*iio  problema  difícil,  cuando  ocupa  el  primer  ténmino  del  cua- 

O)    Discurso   inaugural   del   curso   académico   1926-27  d€   la   Acadétnía 
^Médico-Quirúrgica  Española. 


dro  clínico  y  el  di^nóstíico  se  ha  de  hacer  partkndo  de  su  úniá 
o  casi  única,  realidad  píitológica.  La  fiebre,  siendo,  con  el  dolor, 
el  sintonía  más  común  y  más  llamativo  del  sufriimiento  humano, 
es,  en  cambio,  el  de  nj;is  vaga  significación  diagnostica.  Por  sj 
solo  no  nos  da  el  mieiior  iiidiicio  de  localizacdón  y  de  posible  na- 
lurakza  del  mal.  Nos  basta  oír  el  modo  de  hablar  de  un  en- 
fermo ]jara  diagnosticar  que  padece  uina  hemorragia  en  tal  pun- 
to preciso  de  su  cerebro ;  observar  su  nuca  rígida  para  saber  que 
l)adece  una  nieiiiiigitis  y  casi  el  microbio  qu^e  la  produce;  pro- 
locarle  e!  dolor  de  este  o  del  otro  punto  para  concluir  que  tieiie 
inüaniado  el  apéndice  o  la  vesícula  biliar,  etc.,  etc.  Por  el  contrario, 
cuando  un  paciente  nos  llama  porque  se  siente  febril,  todo  un 
mundo  de  probabilidades  diagnósticas  se  abre  ante  nuestro  eapi- 
rítu.  La  causa  de  la  hipertermia  puede  residir  en  un  foco  infla- 
mado en  cualqtiier  punto,  el  más  recóndito,  del  organiano;  y 
docenas  y  docenas  de  gérmenes  pueden  ser  sus  agentes  produc- 
tores. Hay  que  esperar  a  que  vayan  apareciendo  otros  síntomas 
acampanantes  de  la  calentura  y  a  que  el  Laboratoiio  ponga  a 
contribución  sus  recursos,  para  que  la  vaga  etiqueta  de  "fiebre" 
se  complete  oki  los  adjetivos  quie  definen  d  diagnóstico.  Lo 
cual,  a  pesar  de  todo,  no  se  logra  más  que  en  un  número  reduci- 
do de  enfermos, 

Pero  si  la  fiebre  es  de  tan  .poca  monta,  tan  prolongada,  tan 
irregular,  tan  sin  estructura  dünica  como  en  los  casos  que  vamos 
a  esíudiar,  las  dificultades  se  multiphcan.  Cuando  uno  de  estos 
enfermos  acude  a  nosoíros  y  nos  dice,  sencillamente,  que  hace 
dbs  meses  tiene  todas  las  tardes  cinco,  seis  o  más  dédmas,  sin 
más  molestia  o  con  pocas  molestias  más.;  y  la  exiplcración  gene- 
ral no  revela  nada  o  casi  nada,  el  médico  experimenta  la  sensa- 
ción angustiosa  de  inseguridad  en  su  ciencia,  corao  pocas  veces 
sentida,  porque  pocas  veoes  también  va  aparejada  a  nuestro  jui- 
cio clínico  ima  rcsjxinsabílidad  mayor.  Esa  fiebrecilia  puede  ser 
el  comienzo  de  una  tuberculosis  que  im  buen  dia  explotará  vo- 
razmente; pero  puede  ser  debida  sendl lamente  a  una  cripta  fa- 
língea  llena  de  estreptocoíxis.  ¿Condenáramos  al  enfermo,  que 
generallmente  es  una  persona  joven  y  en  plena  apetencia  de  vivir, 
a  una  cura  rigurosa,  de  sanatorio,  ante  la  primera  sospecha?  Mas 
si  la  realidad  es  la  segunda,  la  banal,  ¿con  qué  derecho  habremos 
puesto  al  padente  al  margen  de  la  vida  meses  y  meses?  Pero,  ¿y 
S!  damos  im  veredicto  optimista  y  recomendamos  al  febrititaate 
que  guarde  su  tennómetro  y  siga  su  ivida  ordinaria,  sin  preocu- 
parse de  la  ten^peratura,  y  unas  semanas  después  volvemos  a  verle 


—  147  — 

enflaquecido,  con  hemopíásis  o  con  los  piimeros  signos  «de  una 
meningitis  tuiberculosa? 

Estas  hipótesis  que  hago  ahora  están  nutridas  de  dolorosa  ex- 
periencia personal.  Y  por  ello  insisto  en  tomar  muy  en  serio  el 
siadrome  de  la  febrícula,  intentando  abarcado  en  su  conjunto,  con 
m  criterio  comprensivo  y  elástico;  y  no  con  un  esquema  previo, 
limtitado  y  rígido,  como,  por  desgracia,  suele  ocurrir.  Tengo  ob- 
servado, en  efecto,  que  el  médico,  ante  uno  de  estos  casos,  adopta 
UI13.  de  las  tres  siguientes  actitudes :  o  piensa  ipso  fado  y  por  en- 
cimia  de  toda  exploración,  en  un  proceso  tuberculoso;  o  se  aco- 
gt  a.  la  hipótesis  de  una  fiebre  intestinal;  o  se  cruza  escéptica- 
ciente  de  brazos,  dando  por  todo  diagnóstico  y  todo  tratamiento 
ua  *'eso  no  vale  nada",  que  a  veces  cuesta  carísimo  al  enfermo  y 
^1  l>rojpio  clínico. 

Es  la  es  la  pauta,  el  comodín,  de  la  práctica  diaria.  Pero  hay 
^u-e  reaccionar  continuamente  contra  esos  comodines,  verdaderas 
tra¿txipas  que  nos  tiende  a  los  médicos  nuestro  mayor  enemigo, 
quie  es  el  hábito.  Se  ha  didho  que  el  hambre  es  un  animal  de  cos- 
tumbres ;  pero  es,  precisamente,  por  la  costumbre  por  lo  que  más 
s<i  aleja  de  la  excelencia  humana,  para  acercarse  a  la  animalidad. 
Lo  contrario  del  hábito,  de  la  cosítumlbre,  es  la  actitud  original; 
y  la.  originalidad  sí  que  seipara  al  hombre  de  las  bestias.  Cuan- 
do se  ejerce  ima  profesión  compíicada,  como  la  nusestra,  llevamos 
íerxtrq  un  laistre  que  nos  em/puja  hacia  el  hábito,  hacia  illa  manera, 
hcLcria  el  oficio;  y,  a  la  vez,  una  fuerza  iutenia  y  ascendente  que 
nos  eleva  hacia  la  actitud  intuitiva  y  original. 

I>el  predominio  del  oficio  o  de  la  originalí3ad  depende,  y  sólo 
<te    ésto,  el  valor  intrínseco  de  un  médico.  El  mismo  bagaje  cien- 
tífico es  cosa  secundaria.  Porque  la  mucha  ciencia  no  nos  libera, 
por  sí  sola,  de  la  esclavitud  de  la  costumbre.  Y  todos  hemos  co- 
nocido médicos,  ahitos  de  lectura,  que,  ante  el  enfermo,  sacaban 
su.  plantilla  paara,  el  diagnóstico  y  su  plantilla  para  d  tratamiento, 
¿n:  adoptar  jamás  la  actitud  de  espectador  activo,  de  investigador 
^>^te'un  problema  que  hay  que  plantear  siempre,  ante  cada  pa- 
riente, por  sencillo  que  nos  parezca. 

Puesto  a  elegir,  yo,  incluso  preferiria  un  empírico  original,  a 
nn  científico  adocenado.  Como  que  la  ciencia,  al  igual  d)e  aquellas 
serpientes  de  las  f  álbulas,  tiene,  en  realidad,  dos  modos  de  progre- 
^2tr:  uno  normall,  de  reptación  lenta,  gracias  a  la  erudición  y  a  los 
ínétodos;  y  otro,  exidepcional,  ^por  glandes  vuelos  súbitos  mer- 
<»d  a  las  abs  de  fe  intuición.  Y  si  la  cantidad,  el  peso  bruto  del 


/ 


-  M8- 


el  tcSI^ 


pr(^res6,  se  debe  a  la  labor  metódica  y  diaria,  la  calidad,  el  t 
Iq  da  ese  otro  acento  kiiprevis-to  y  genial. 

El  problema,  repito,  puede  trasladarse  desde  la  ducubración 
científica  pura  a  la  modesta  tarea  de  ver  enfermos.  Hagajnos, 
pues,  de  cada  dolor  del  prójimo  un  problema  de  biología  y  apli- 
quemos a  su  sdluiaión  la  disección  fría  de  nuestra,  erudición  y  ót 
nuestras  técnicas  exploratorias ;  pero  sazonándola  con  una  visión 
peculiar  e  intuitiva  de  cada  caso.  Así  evitaremos  caer  en  el  peli- 
gro de  la  plantilla,  del  "truco",  del  amaneramaenito,  que  nos  da 
resuelto  sin  esfuerzo  el  problema  diario,  pero  que  nos  embota 
para  las  grandes  exploraciones  en  el  país  de  lo  desconocido, 
en  Medicina  es  tan  dilatado. 

Y  ahora,  en  esta  actitud,  volvamos  a  nu^tras  febrículas. 


El  sindTwne  de  la  febrícula  se  acc^e  con  dificultad  a  una  Í 
crípción  general,  puesto  que,  en  realidad,  bajo  esffa  llave  prm 
sional  comprendemos  enfermos  muy  variados;  como  aiites  hemos 
dk:ho,  enfermos  que  sufren  desde  las  infecciones  más  graves  hasta 
las  más  banales;  desde  procesos  de  la  máxima  simplicidad  patogé- 
nica, haista  los  de  patogenia  más  complicada  y  confusa;  y  enfer- 
mos, además,  de  todos  los  aparatos  y  sistemas  de  la  economía. 
Con  todo,  puede  ensayarse  un  boceto  de  los  caracteres  más  fre- 
cuentes y  constantes  que  presentan  estos  enfermos,  que  tantas 
vuxs  vemos  en  nuestros  consultorios. 

Casi  sin  excepción,  se  trata  de  gentes  de  clases  acomodadas. 
El  material  hospitalario  muy  rara  tvez  nos  ofrece  ejemplares  de 
febrículas,  por  la  razón  que  fácilmente  se  comprende:  este  sin- 
drome  o  es  e!  comienzo  de  un  proceso  grave;  pero  muy  aJ  co- 
mienzo, cuando  aun  no  se  sospecha  la  gravedad;  o  es,  desde  lue- 
go, una  enfermedad  leve;  y  las  personas  que  llevan  una  vida  dura 
no  se  dan  cuenia  de  que  están  enfermos  más  que  cuando  están 
graves.  Por  esta  razón,  el  material  de  la  presente  monografía,  es 
exclusivamente,  material  no  hospitalario;  y  aprovecho  esta  cir- 
cunstancia para  llamar  de  nuevo  !a  atención  sobre  et  gran  \'alor, 
a  veces — como  en  e!  presente  caso- — valor  insustituible,  que  tiene 
el  material  dínico  de  la  práctica  privada.  No  hace  falta  dirigii 
un  servicio  hospitalario  para  hacer  una  labor  clínica  estimable  y~" 
útil.  Basta  con  buena  n-oluntad  y  eapíritu  de  observación. 


—  149  — 

La  febrícula  se  da  en  muchos  más  casos  de  mu j  eres  que  de 
hombres.  De  los  243  casos  de  nuestra  estadística  eran: 

Mujeres:  211  (88  por  ico). 

Homlbres:  32  (11  por  100). 

Influye  en  esta  gran  diferencia,  desde  luego,  una  causa  artífi- 
ád,  la  misma  que  acabamos  de  citar  para  la  situación  social ;  esto 
e»,  que  las  miujeres,  en  general,  se  observan  más  minudosamenite 
qtie  los  hombres,  y  tienen,  además,  más  agudizada  su  sensibildded 
paxa  las  leves  molestias  siubjetivas  inherentes  a  la  pequeña  fiebre. 
PeíTo  esta  razón  no  puede  expfcar  enteramente  im  hecho  tan  lla- 
mativo. Sin  duda,  las  reaccionees  linfáticas,  tan  ligadas  a  la  pro- 
duicción  de  la  fidbore,  y  'las  condidfones  neuro-endocrinas  que,  como 
después  veremos,  influyen  en  la  patogenia  de  la  febrícula,  son 
iníucho  más  favorables  a  la  producción  del  fenómeno  en  el  sexo 
f  eanenino  que  en  el  masculino. 

La  influencia  de  la  edad  es  también  muy  notoria.  Casi  todos  los 
<ínfemK)s  de  este  género  que  acuden  a  nuestros  constiltorios  son 
gentes  jóvenes»,  entre  los  20  y  los  35  años.  He  aquí  esta  impresión 
^^neral,  precisada  en  nuestra  estadística: 


Ndmero  de 

Edad 

enfermos 

Tanto  por  loo 

I    a    10 

años. 

7 

2 

II    a    20 

tt 

48 

19 

21    a   30 

tt 

88 

37 

31    a    40 

»» 

68 

24 

41    a    50 

»r 

25 

10 

SI    a    60 

tt 

7 

2 

Más  de  60 

»r 

0 

0 

Total 243 

La  sintomatología  general  de  estos  casos  es  lá  siguiente : 
I^  febrícula  comienza  en  unos  casos  diespués  de  un  episodio 
patológico  agudo  y  bien  definido  (un  trastorno  digestivo,  una  "gri- 
P?  >  unas  angina^,  etc.)  Otras  veces  su  comienzo  es  insidioso  y 
^  Pedente  se  da  cuenta  de  la  alteración  térmica  por  los  ligeros 
^'^'^tiomos  subjetivos  que  la  acomipañan  y  qiue  un  día  le  deciden 
^  Poinerse  el  tiermómetro.  No  es  raro  que  el  hallazgo  de  la  discre- 
^^  l^ipertermia  sea  casuaj,  anotándola  la  primera  vez  al  probar  im 
^^^^"^ictótnetro  o  aJ  ponérselo  por  mera  curiosidad.  El  hecho  es  que 
^^^^    áempne  empieza  nuestra  historia  clínica  en  una  fecha  que 


I 


seguranieiite  no  es  la  deJ  coniaenzo  real  de  !a  febrícula,  cuya  pi 
mera  fase,  tal  vez  muy  prolongada,  ha  pasado  por  entero  desaper- 
cibida. 

La  febricula  se  acompaña  unas  veces  de  fenómenos  subjeti- 
vos :  cefalea,  astenia,  sensación  de  ardor  en  la  piel.  Otras  veces, 
el  enfermo  no  se  daría,  en  absoluto,  cuenta  de  la  hipertermia,  sí 
no  fuese  por  el  termómetro.  Por  !o  demás,  el  paciente  no  suele 
quejarse  de  nada  más  o,  a  lo  sumo,  de  síntomas  b-jnales  (o  que 
él  mismo  y  el  mismo  médico  interpreta  como  banales.)  Lo  carac- 
terístico de  estos  estados,  es,  en  efecto,  como  ya  hemos  didio, 
que  sea  la  febrícula  la  predominante  del  cuadro  patológico,  lo 
que  constituye,  por  lo  tanto,  la  preocupación  del  paciente  y  le 
mueve  a  consultar. 

La  fiebre  puede  durar  mucho  tiempo.  He  observado  casos  de 
más  de  cinco  o  seis  años.  En  imo,  con  alternativas,  duró  hasta 
doce. 

Unas  veces  es  permanente.  Otras,  sufre  interrupciones  de 
manas  o  de  meses,  para  reaparecer  después. 

En  general,  su  altura  no  ^caiiza  a  los  38".  Cuando  sol 
esta  cifra,  ya  no  puede  hablarse  de  febrícula,  sino  de  estados 
briles,  de  interpretación,  por  !o  común,  mudio  más  fácil. 

Es  excepcional  que  la   febrícula  adopte  ei   tipo  continuo, 
más  corriente  es  que  sea  remitente,  con  normalidad  matutii 
exacerbación  vespertina.  A  veces,  se  invierte  el  tipo  de  la 
tenda  y  ocurre  la  exacerbación  por  la  mañana. 

En  algunos  casos  el  curso  tranquilo  de  la  febrícula,  es 
rrumpido  por  fases,  nuls  o  menos  prolongadas,  de  liipertí 
seria  a  por  accesos  agudos  de  gran  fiebre. 

La  febricula  puede  ser  influida  por  causas  diversas.  La 
tión  y  el  ejercido,  suelen  exacerbarla.  Pero  no  siempre  ocurre 
En  ocasiones  la  influencia  hipertérmica  recae  en,  detenninados 
ratntos.  Estas  diferencias  dependen,  sin  duda,  de  la  causa  del  ti 
lomo  y  del  temperamento  dei  enfermo.  La  influencia  del  tii 
de  las  estaciones,  es  también  muy  sensible  en  ocasiones:  vancS" 
de  mis  enfermos  no  tenían  el  trastorno  térmico  más  que  en  Jos 
días  calurosos  y  en  las  estaciones  de  mayor  temperatura;  y  sobre 
todo,  en  la  primavera  y  comienzo  del  \ierano.  a]  iniciarse  los  pri- 
meros días  de  calor  picante. 

Pero  la  influencia  externa  más  interesante  es,  sin  duda,  la  de 
la  menstruación.  En  las  mujeres  con  febrícula  es  casi  constante  que 
ésta  sea  modificada  de  diversa  manera  por  el  proceso  menstrual.  L« 
más  común  es  que  Jos  días  premenstruales  coincidan  con  un  au- 
mento de  la  hipertermia,  rebajándose  ésta,  quizá  desapareciendo. 


-  151  - 

cii  los  días  mismos  del  flujo  y  en  los  primeras   sabsdguientes; 
para  reanudarse  poco  después.  Menos  frecuente  es  que  la  exacerba- 
ción sea  netamente  menstrual;  es  (decir,  de  los  días  catameniales 
propiamente  dichos.  Estas  influencias  del  período,  sobi'e  la  hiper- 
termia,  suelen  ser  más  marcadas  cuando  aquella  función  no  es  nor- 
Jnal,  lo  cual  ocurro,  por  cierto,  como  después  veremos,  en  gran  nú- 
Kíero  de  muchachas  con  febrícula.  Y  anotemos  también  que  todos 
estos  fenómenos  se  observan  preferentemente  en  las  mujeres  tuber- 
culosas ;  como  que  un  gran  contingente  de  los  casos  de  febrícula  son 
a-uténticos  fímicos  bien  del  aparato  respioutorio,  bien,  según  nues- 
tra experiencia,  del'  aparato  genital,  lo  cual  explica,  en  muchos 
Celsos,  la  estrecha  coincidencia  del  proceso  febril  y  de  los  trastornos 
«lenstruales  qu€(  acabamos  de  mencionar. 

El  estado  general  de  estos  enfermos  es,  en  ocasiones,  muy  sa- 
t-sfactorio.  Insistimos  en  que  lo  característico  del  síndrome  que  es- 
tudiamos eal  el  contraste  entre  la  constancia  de  la  fiebre  y  la  au- 
sencia  de  otros  síntomas;  la  apariencia  de  salud,  por  lo  tanto; 
Q^U2á.  de  floreciente  salud.  Sin  eñíbargó,  la  exploración  clínica  des- 
cubr^^  con   muy  pocas  excepciones,   (manifestaciones   patológicas 
íiíviei-sas,  si  bien  de  tipo  disimulado,  cuya  pesquisa  y  valoración 
constituye,  precisamente,  el  objetivo  del  iriédico  ante  cada  uno  de 
csfc^s   casos. 


ni 


^1  cuadro  clínico  que  acabamos  de  abocetar  es  tan  parecido,  de 
unos  casos  a  oiros,  que  pocas  ivieces  encontramos  síndromes  con 
^^^y'or  apariencia  de  unidad  nosológica ;  y,  sin  embargo,  no  nos  can- 
^^■^mos  de  dedr  que,  justamente,  el  interés  que  tienen  estos  casos 
pan^  el  patólogo,  estrila  en  la  diversidad  de  los  diagnósticos  que  se 
esconden  tras  de  la  tmidad  de  los  fenómenos  clímicos. 

I^ero,  con  todo,  hay  algunos  hechos  que  inducen  d  pensar  que 
*^  "Vez  existan  circunstancias  comunes  a  todos  esos  casos  de  pato- 
|eni^  en  realidad 'tan  dispar,  que  nos  expliquen  la  chocante  uni- 
^^í^Unidad  de  la  sintomatología.  En  primer  lugar,  el  gran  predominio 
^^  !«.  edad  juvenil,  postpuberal  y  del  sexo  femenino,  deben  ha- 
^^í^Tios  pensar  que  una  edlald  y  un  sexo  determinados  constituyen 
y^  "Una  condición  apropiada  para  este  tipo  de  reacción  febricular, 
i€tita  y  bien  tolerada  del  organismo. 


152  - 


m 


Pero,  además,  por  lo  menos  en  un  grupo  grandi 
mos,  podemos  comprobar  que  no  sólo  la  comunidad  del  sexo 
edad  les  une,  sino  también  todo  un  conjunto  de  detalles  mc« 
eos  y  funcionales.  Sea  cualquiera  la  causa  de  la  fiebre,  es  nj( 
cuente,  en  efecto,  que  se  trate  de  muchachas  de  aspecto  lii 
con  tendencia  a  la  adiposidad,  ^e^■e3tidas,  quizá,  de  una  apa 
de  robustez  que  contrasta  muclio  con  la  historia  clínica.  Comí 
te  tienen  hipertrofiado  el  territorio  linfático  faríngeo  y 
aí:úmidos  de  tejido  linfático  del  oi^nísmo.  Es  tambióni  hí 
que  la  función  sexual  sea  tórpida.  Y,  por  último,  que  o+i 
tigmas  de  mal  funcionamiento  endocrino,  sobre  todo  tiroideoij 
pañen  al  trastorno,  casi  constante,  del  ovario. 

£ni  suma,  hemos  hecho  la  descripción  sucinta  dal  estai 
faiteo,  'bien  conocido  de  les  patólogos  clásicos,  y  renovado 
ñámente  por  Paltauf  y  su  escuela.  Este  estado  o  te^npert 
linfático,  tiene,  a  más  de  los  detalles  dlínicos  enumerados,  tii 
nifestación  interesante  que  es  la  proporción  anormal  de  los  ? 
tos  mononucleares  de  la  sangre.  Y,  en  efecto,  de  nuestra 
casos  de  febrícula,  hemos  hecho  el  análisis  morfológico  de  lai 
en  cincuenta  y  cinco,  obteniendo  los  resultados  siguientes : 

El  número  de  leucocitos  varífljha  sin  regla  fija,  generií 
alrededor  de  la  cifra  normal;  por  ocmsi guíente,  sin  fliid 
especial  alguna.  Pero  la  fónmda  leucocitaria  aaisaba 


Menos    de    35    por    100    de 

mtmiHiucleares    (norma!)...  11  8 

Entre  35  y  45  por   100  (hi- 

permononudeosis)   31  56 

Más    de   45    por    100    {gran 

hipermononucleosia)    13  23 

Es  decir,  que.  puede  decirse,  en  términos  generales,  qm 

>  por  roo  de  estos  casos  de  febrícula  hay  una  monomicleo^ 

fíerada  o  intensa,  pero  anormal,  que  concuerda  con  los 

nicos. 

Es  también  sabida  la  frecuencia  con  que  este  estado  li 

se  combina  con  diferentes  afecciones  endocrinas,  como  nosoG 

I'mostramos,  por  primera  vez.  hace  ya  catorce  años,  y  luego  hi 

lado  innuanerables  autores,  entre  los  que  dtaranos  a 

PiTTALUGA.  La  serie  de  casos  de  febrícula,  recogida  por  nc 


—  153  — 

ccnfirma,  como  acabamos  de  ver,  esta  frecuente  coexistencia  del 
estado  rEnfátioo  con  mononudeosis  y  de  las  pertubaciones  endo- 
crinas, sobre  todo  genitales  y  tiroideas. 

Ahora  bien,  esta  existencia  del  estado  linfático  nos  da,  m^ 
parece,  la  dave  de  gran  número  de  casos  de  febrícula.  Los  orga- 
nismos linfáticos,  son,  en  efecto,  partícullarmente  propicios  para 
que  en  dios  se  implanten  infecciones  crónicas,  como  la  tuberculo- 
sis o  bien  infefcdonies  de  tipo  banal — estreptocódcas,  colibadla- 
res,  etc. — ;  infecdones  que  cualquiera  que  sea  su  naturaleza  bac- 
teriana, tienden  a  evoludonar  de  un  modo  lánguido,  con  escasa 
sintomatología  general  y  con  reaodón  febril  moderadas.  Para  no 
<átar  más  que  ejemplos  muy  seguros,  recordemos  las  fases  *'gan- 
glionares"  de  la  in;fec!ción  tuberculosa,  que  recaen  con  singular 
írecuenda  en  este  tipo  de  sujetos :  las  infecdones  crónicas  del  ani- 
llo faríngeo;  las  infecdones  crónicas  del  apéndice;  etc.,  etc.  Ca- 
^^o«  todos  que  luego  serán  discutidos  con  mayor  detenimiento. 

Por  otra  parte,  las  perturbadones  endocrinas  que  acompañan 

^  ^ste  estado  linfático,  pueden  influit  en  d  mecanismo  termo-regu- 

^3<íor,  ya  directamente,  ya,  sobre  todo  indirectamente,  en  el  sen- 

^<io  de  íhacer  al  organismo  más  sensible  ante  la  agresión  infec- 

^^osa.  Ahora  soló  queremos  dtar  este  importante  y  debatido  asun- 

^P>    que  más  adelante  expondremos  con  detalle.  Pero,  en  conclu- 

^ón,  podemos  afirmar  que  en  un  grupo  de  casos  el  síndrome  fe- 

^rfoular  se  debe  a  causas  infecdosas,  más  o  menos  latentes,  que 

^^oludonan  en  organismos  generalmente   femeninos  y  juveniles, 

^^t:a.dos  de  una  maixada  constitución  linfática,  sin  que  podamos 

^P^i*  el  momento,  precisar  la  intervendón  que  en  este  modo  de  rac- 

'^onar  tengan  las  alteradones  de  las  glándulas  de  secredón  inter- 

■'^^»    que  con  tanta  frecuenda  acompañan  a  didia  constitudón  lin- 

^^tiea. 

Otras  veces,  la  constitución  linfática  que  hemos  explicado,  no 

^^^^is^te,  y  la  sola  responsabilidad  del  síndrome  febricular  ha  de  acha- 

^^^se  al  foco  infeodoso  mismo.  Tal,  por  ejemplo,  d  caso  de  un 

^"Uilto  normal,  cuya  anormialidad  ténmica  se  debe  a  una  coledstitis 

^óiiica,  soJaipada  y  aoddenital,  sin  intervención  ninguna  de  estados 

^^^^üstítudonaies  previos,  Pero  quiero  insistir  en  mi  conviancimiento, 

^-^ia  día  más  firme,  de  que  estos  casos  sin  estaido  linfático  son  poco 

^^  -"^"^cuentes,  desde  luego  mucho  menos  frecuentes  que  los  acompa- 

.^^•oís  die  'signos  evidentes  die  dioha  constitudón.  Si  la  exploración 

enfermo  se  hace,  en  este  sentido,  detenidamente  es  fácil  com- 

'•obarlo  aun  en  sujetos  que  por  su  edad  presentan  pocas  condido- 


\ 


—  154  — 

1  existencia  dd  florecimiento  linfático,  que  es  propio  éif 

h  edad  juvenil. 

Pódennos,  de  todos  modos,  dividir  nuestros  enfermos  de  febrícu- 
la en  dos  grandes  grupos ;  uno,  en  relación  con  la  constitución  lin- 
fática, predisponente,  que  hemos  explicado;  y  otro,  sin  el  concurso 
de  esta  predisposición.  La  causa  original  de  la  febrícula,  es  la  mis- 
ma en  uno  y  en  otro  grupo;  a,  saber,  un  foco  infeccioso  latente  que, 
en  el  prímer  caso,  es  sostenido  por  eJ  estado  predisponente ;  y  en 
el  segundo  actúa  por  sí  solo.  Pero  el  concepto  del  foco  latente  re- 
ijuiere  algunas  palabras  más. 

Nadie  ignora  que  una  elevadón  térmica  {como  una  liipotermia) 
pjede  ser  debida  a  un  írasíofnno  puro,  nervioso  o  neuro-humoral  (en- 
docrino) de  los  centros  termo-reblares.  Sin  embargo,  en  la  reali- 
dad clinica,  hipertermia  e  infección,  son  cosas  tan  frecuentísi- 
mamente  unidas  que,  prácticamente,  los  médicos  tendemos  cada 
vez  más,  a  eliminar  esas  otras  ca/usas  no  infecciosas  a  !a  vista  de  un 
febricitante,  grave  o  leve,  y  a  no  pensar  más  que  en  la  posible  etio- 
logía infecciosa. 

La  infección  que  origina  la  fiebre  es  en  unos  casos  tan  llamati- 
va, clínicamente,  que  no  ofrece  !a  menor  dificultad  para  su  diagnós- 
tico; tal  el  caso  de  lum  septicemia  grave,  como  la  fiebre  tifoidea 
o  de  un  foco  somático  llamativo.  íomo  una  caverna  tuberculosa, 
una  colección  quirúrgica  de  pus,  etc.  Pero  en  otras  ocasiones,  este 
foco  donde  se  ac^Jitonan  los  gérmeres  responsables,  es  tan  pequc- 
íio  que  no  produce  síntomas  locales  perceptibles  a  los  métodos  co- 
rrientes de  exploración;  ni  la  fiebre  misma,  banal  y  ?in  estructura 
clínica,  orienta  e!  espíritu  hacia  la  posible  etiología.  El  termóme- 
tro marca  unas  décimas,  que  no  alcanzan  a  un  grado  quizá ;  el  pa- 
ciente no  se  queja  de  nada  más.  Se  le  encamina,  por  todos  los  me- 
dios, y  no  se  encuentra  nada  anormal — doíores,  tumor,  plastrón, 
etc. — ,  que  indique  dónde  se  aíoja  la  causa  did  trastormo.  Com.o  que 
esta  oiusa  son,  tal  vez,  bacilos  de  Kodi.  alojados  en  un  ganglio. 
apenas  aumentado  de  volumen ;  o  unos  estreptococos  reunidos  en  un 
foco  inflamíitorio,  en  los  anejos  genitales,  en  !a  grasa  perirrenal,  et- 
cétera, cuyo  tamaño  puede  no  sobrepaisar  d  de  un  garbanzo  y  está, 
ipor  lo  tanto,  en  absoluto  fuera  dd  alcance  de  nuestros  medios  de 
investigación.  He  aquí  los  llamados  focos  infecciosos  latentes. 

Estas  cosas  son  demasiado  sabidas,  sin  duda;  pero  con  todo. 
no  dudamo-i  en  recordarlas,  porque  el  práctico  las  olvida  a  cada  mo- 
mento. Un  día  y  otro  vemos  a  diiucos  distinguidos  que  afirman 
que  no  reside  en  el  tórax  la  causa  de  una  fiebre,  porque  la  percusión 
o  la  auscultación  o  los  mismos  rayos  X,  que  s^lo  descubren  lesio- 


—  155  — 

nes  ^gantescas,  dan  datos  tiegativos.  O  especialistas  que  excluyen 
el  ai>arato  digestivo  de  esa  etiología,  porque  la  palpación  del  vien- 
tre es  normal  y  normales  los  análisis  complementarios.  O,  en  fin, 
para,  no  recorrer  todos  los  aparatos,  ginecólogos  que  afirman — ^y 
aun  s>e  enfadan  si  no  se  les  cree — que  el  aparato  genital  está  sano, 
porqoie  no  tocan  ninguna  de  las  lesiones,  formidablemente  macros- 
cópioas,  que  se  pueden  tocar  con  un  dedo  introducido  en  la  vagina. 

La  pesquisa  de  estos  focos  latentes  es  mucho  más  difícil.  Qui- 
zá constituye  el  problema  más  arduo  de  cuantos  nios  of  reoe  la  clíni- 
ca diaria.  Hay  que  poner  a  contribución  lod5s  los  medios  explora- 
torios de  los  especialistas,  todos  los  análisis  del  Laboratorio,  y  toda 
la  habilidad  sintética  del  internista.  Hay  casos  en  los  que  habría 
que  desarrollar  sobré  d  mismo  paciente  toda  la  ciencia  propedéu- 
tica, sin  omitir  detalle.  Y  aim  aá,  el  resultado  final  no  es  raro  que 
sea  nulo  y  que  tengamos  que  renunciar  al  intento  de  localizar  el 
foco  y,  mucho  más,  de  esclarecer  sot  etioiog^  bacteriana. 

Por  lo  taíitQ,  en  la  práctica,  el  problema  de  diagnosticar  un  caso 
^^  febrícula  auténtico,  equivale  al  problema  de  despistar  un  foco 
^^feacioso  latente,  con  todo  su  interés  y  su  compilejidad. 

A:  este  primer  prdblema  se  ha  de  añadir  el  diagnóstico  de  un 
posible  temperamento,  de  tipo  linfático,  cuyo  interés  patogénico 
^^^ttK>s  encarecido  y  que  es  también  importante  para  plantear  el  tra- 
tami^eníto. 

]^,  por  fin,  evidentemente,  en  otro  grupo  de  casos,  si  bien  re- 
Quci<^£simo,  hemos  de  renunciar  a  la  patogenia  infecciosa  y  aco- 
gertios,  por  lo  menos,  para  discutirla^  a  una  patogenia  neuro-hu- 

Elste  es  el  esquema  del  mecanismo  dd  síndrome  febricular,  tal 
coino  nosotros  le  enltendlemos.  En  las  páginas  sucesivas  vamos  tan 
^J>    a  gilosar,  con  iitistradones  dínicas,  las  anteriores  líneas  sre- 


IV 
EL  FOCO  TUBERCULOSO 


primera  hipótesis  que  todo  médico— y  aun  todo  profano — se 
piaixtea  ante  una  persona  joven  afecta  de  febrícula  es  la  de  la  tubeor- 
culosis.  Está  bien  que  sea  así.  En  una  proporción  muy  creada  de 


casos  td  foco  Tie^CMi^bte  de  la  hiperterania  es,  en  efecto,  imi 
tu'berciáoso ;  y  como  este  foco  no  siempre  es  revelable  clínican 
le,  y  es,  además,  de  todas  las  posibles  cansas  del  trastorno  la 
grave  y  la  que  imptlica  ima  mayor  responsabilidad  en  el  médico 
va  a  aconsejar  un  tratamiento;  aquél,  repitámoslo,  obrará 
acercándose  ai  paciente  con  la  sospecha  tuberculosa  en  el  esjHi 
y,  en  caso  de  duda,  con  el  plan  antituberculoso  dispuesto,  pu 
que,  en  todo  casa,  este  plan,  no  será  inútil,  cualquiera  que  se 
naturaleza  del  foco  responsable. 

Sin  embargo,  como  ya  hemos  indicado  al  princifrio,  el  cli: 
no  puede  abandonarse  excesivamente  a  este  criterio  e  identii 
la  noción  de  la  febrícula  con  la  de  la  tuberculosis  latente.  No 
cansaré  de  repetirlo.  En  mi  citado  estudio  de  hace  cuatro  años 
cía:  "Tal  vez  mi  8o  por  lOO  de  estas  febrículas  son  de  origen 
cilar;  pero  pensemos  siempre  que  podamos  estar  ante  uno  de  loí 
por  lOO  casos  no  tuberculosos."  El  estudio  minucioso  del  proble 
a  partir  de  aquella  fecha,  hace  que  modifique  considerablemente 
criterio,  iwrque,  en  realidad,  el  número  de  esos  tuberculosos  ( 
incluidos  los  diagnosticados  asi  por  los  motivos  más  vagos,  esto 
quedando  el  clínico  con  la  conciencia  tranquila  de  no  haber  dej 
escapar  por  el  cedazo  del  diagnóstico  sino  los  sujetos  a3  mar 
de  error  inseparable  de  toda  actuación  médica)  es  mucho  menor 
que  hacían  suponer  las  cifras  antes  anotadas.  En  efecto,  de  m 
tros  243  casos,  bien  estudiados,  e!  diagnóstico  tuberculoso  pi 
anotarse  en  los  casos  siguientes: 

Tuberculosis  pulmonar  latente 55  ca 

Afecciones  de   fosa   ilíaca  derecha  probablemente  tuberculosas...    16 

Pleuritis    probablemente   tuberculosa 

Peritonitis  "  "         

Meningitis   tuberculosa   latente 

Tuberculosis    renal    latente 

Adenopatia   inguinal   tuberculosa 

Osteitis  tuberculosa  latente 

Tuberculosis   asociada   a   otras    infecciones 

Casos  sin  lesiones  sospechosas  a  la  exploración  cibica,  pero  in- 
cluibles  en  este  grupo,  por  proceder  do  un  amlriente  claramen- 
te  tuberculoso    


Tola! 10a 


Es  decir,  que  la  hipótssis  tubérculos  resulta  confirmada, 
nuestra  lista  en  102  casos,  "n  sea  sólo  en  45  por  100" ;  mucho  t 
nos,  en  suma,  de  lo  que  podía  suponerse  por  el  previo  cálculo  ap 


—  157  — 

ximativo;  y  esto,  sin  duda,  porque  el  enemigo  tuberculoso  se  nos 
aparece  desmesuradamente  grande,  como  todos  los  enemigos  a  quie- 
ííes  se  mira  con  terror. 

Nuestro  criterio  frente  a  uno  de  estos  casos  de  febrícula  es  el 
siguiente,  por  lo  que  respecta  a  la  tuberculosis : 

I.®  Planteamos  Ja  hipótesis  del  orígen  bacilar  del  trastorno, 
cuando  el  enfermo  presenta  los  que  llamamos  síntomas  de  orien- 
tación, SL  saber : 

a)  Antecedentes  de  herencia  y,  sobre  todo,  de  ambiente  tulber- 
ouloso. 

b)  Anteoedenites  personales  sospechosos  (escrofulismo  en  las 
p>rimeras  edades,  catarros  frecuentes,  "gripes"  repetidas,  etc.) 

c)  Estado  general  defidenite  del  enfermo. 

d)  Exacerbación  neta  de  las  décimas  por  la  menstruación  y 
por  el  ejercicio. 

e)  Reacciones  de  ia  tuberculina  positivas. 
Ahora  comentaremas  el  valor  die  estos  síntomas. 

2.®  Orientados  por  estos  datos  generales,  proceder  at  descu- 
brimiento del  foco,  es  decir,  al  hallazgo  de  una  lesión  visceral: 
ptaJinonar,  digestiva,  renal,  meníngea,  ganglionar,  ósea,  etc. 

Qa/ro  es  que  la  certeza  científica  de  la  naturaleza  de  este  foco 
no  se  logra  casi  ntmca,  ya  que  se  trata,  por  lo  común,  de  lesio- 
nas iniciales  y  cerradas,  inaccesibles  al  análisis  bacteriológico,  que 
^^  el  único  que  da  aquélla  segiuridad ;  contentándonos  con  la  certeza 
clínica,  que  cuamdo  la  exploración  se  ha  hecho  bien,  es  rectificada 
pocas  vedes. 

3."  Si  no  se  encuentra  foco  alguno,  ni  sospechoso  de  tubercu- 
loso, ni  de  ninguna  otra  dase/  nos  bastan  los  síntomas  de  orienta- 
ctón,  y,  sobre  todo,  la  existencia  de  ambiente  tuberculoso,  para 
i^uir  el  caso  en  d  diagnóstico  de  tuberculosis,  sobre  todo  por  lo 
^^e  hace  a  las  determinaciones  terapéuticas. 

Antes  de  entrar  en  la  descripción  de  cada  grupo  de  localiza- 
^^on-es  tuberculosas,  queremos  añadir  algunas  palabras  a  los  sínto- 
^'^^^  de  orientación,  que  acaibamos  de  enumerar. 

Parece  pueril  insistór,  a  estas  alturas,  en  la  importancia  de  los 
^^'i^cedentes  hereditarios  y  de  ambiente  en  d  diagnóstico  de  la 
V^l>erculosis.  Sin  embargo,  es  tal  la  frecuencia  con  que  vemos  en- 
^tnos  explorados  por  médicos  generales,  en  los  qtie  no  se  ha  Ue- 
S^o  a  una  orientación  diagnóstica  por  olvidar  estos  datos,  que  nos 
Pcrttiitimos  inisistir  aquí,  otra  vez,  sobre  la  necesidad  absoluta 
^^'  hacer  una  anamnesia  cuidadosa,  en  esta  clase  de  padentes  y  de 


i  / 


!¿íí...^ 


i        — 1 

^^^      valorar  con  justeza  los  antccedeiiLes  hereditarios  y   de  ambietit^^^" 


I 
I 


I 


valorar  con  justeza  los  antccedeiiLes  hereditarios  ; 
positivos,  sobr-e  todo  los  de  ambiente,  cuya  trascendencia  es  tal, 
que,  para  nosotros,  como  para  otros  mudios  clínicos,  todo  individuo 
que  ha  vivido  largo  tiempo  en  un  ambiente  tuberculoso,  en  un  ho  — 
gar  con  pacientes  de  esta,  infección,  leves  o  grccues,  es  práctica — 
mente  tuberculoso.  En  el  caso  de  las  íebríci'Jas,  desde  luego,  cst=^_ 
cotnprobaoiÓQ  nos  basta,  si  no  hay  sinitomas  típicos  de  otro  focc:» 
para  clasificar  al  febricitante  en  la  categoría  de  los  tuberculosos ;    —^^ 
nunca  hanos  tenido  que  arrepentimos  de  ésta  que  a  algunoe  par^^^  _ 
cera  excesiva  su^icacia. 

De  los  antecedentes  personales  sólo  hemos  die  insistir  en  el  val^r:^»  r 
que  tienen  Jas  "gripes"  repetidas,  que  con  tanta  frccuenda  n-^zrzw 
fcueolan  los  enfermos.  Muchas  veces  hemos  dicho  qise  e!  niédi_^t:3:o 
V.O  puede  admitir  como  "gripes"  auténticas  más  que  aquellas  inf^=— ^7-- 
ciones  agudas  en  que  se  cumplan  estas  tres  condiciones :  !a  locaJi^^;  ==1- 
ción  torácica  evidente;  la  coincidencia  con  un  estado  efMdémico  «^3Li- 
fuso  e  intenso;  y  la  rareza  de  !a  repetición,  por  lo  rra:nos  sin  -«_:mn 
gran  inter^-alo  de  vm.  ataque  al  otro.  Si  no  hay  localización  respira-'t-^z»- 
ria;  si  la  fiebre,  sin  más  síntomas  o  con  otras  manifestaciones,  ,^e 
lia  presentado  de  una  manera  esporádicn ;  si  el  accidente,  en  fin.  ^r'  *- 
pite  reiteradamente,  la  inti^rpretamos  ■  omo  Uiia  sep^icemi-j  le-^^'^e, 
producida  por  un  foco  latente,  que  con  gran  frecuencia  resulta_x —  á. 
si  le  exploramos  bien,  de  natiuraleza  tuberculosa. 

La  exacerbación  de  Ja  febrícula  por  el  ejercido  y  por  la  mei"» — s- 
truación,  tiene  un  cierto  valor  eu  e!  sentido  tuberailoso,  pero  irit—^y 
relativo,  pues  hemos  visto  febrículas  de  otros  órganos  banales  q'^^-'^ 
aumentan  también— y  es  natural  que  asi  sea — con  el  ejercicio,  eii — ^^^^ 
moderado;  y  la  exacerbación  por  Ja  plétora  fremenstrual  íampo«=^o 
es  privativa  del  foco  finuco,  como  Despeicnes  y  otros  autores  c-^^- 
mentan  y  todos  hemos  podido  comprobar. 

En  cuanto  al  valor  meramente  orientativo  de  las  reacciones  f^-'' 
bercuJosas,  nada  hemos  de  añadir  a  lo  que  es,  en  la  actualidad,  t^:*" 
concepto  adquirido  en  Medicina, 


a)     Tuberculosis  pulmonar  latente 


En  55  de  nuestros  casos,  una  exploración  cuidadosa  puso  de  r^^ 
lleve  la  existencia  de  un  foco  de  tuberculosis  pulmonar,  casi  sieoc^' 
pre  a2>icular.  Como  se  trataba  de  enfermos  que  no  se  creían  tuberct^^" 
losos,  y  aun,  la  mayor  parte  de  dios,  que  habían  rpdbido  un  í«^^' 
forme  njegativo  a  este  respecto  de  otros  médicos,  dicho  se  está  qt*  ^ 


—  159  — 

la  lesión  era  absoliutamente  latmte  y  que  se  llegó  a  su  descubri- 
miento poniendo  a  contribución  todos  los  recursos  recientes  para 
ist-e  diagnóstico  inicial.  Entrar  en  detalles  de  este  problema  clínico 
quivaldría  a  renoyar  aquí,  con  poca  oportunidad,  uno  de  los  pro- 
lernas  más  importantes  de  ia  Medicina  actual :  el  de  fijar  el  límite 
e  la  posibilidad  diagnóstica  áe  un  foco  tuberculoso  pulmonar  en 
rtÍYidad. 

Desde  luego,  los  síntomas  físicos  (auscultación  y  percusión) 
lelen  ser  negativos  o  equívocos,  dada  la  pequenez  del  foco.  De- 
ixi,  claro  es,  recogerse  cuidadosamente.  Pero  siempre  han  de  ser 
>nirolados  por  una  exploración  en  la  pantalla  radióse  ó  pica;  ex- 
oración  hecha  por  el  propio  médico,  no  por  otro  técnico,  con  el 
^miplemento  de  una  buena  radiografía  instantánea  de  ios  campos 
limonares. 

Esta  exploración,  en  armonía  con  los  datos  de  orientación  ya 
:presados,  suele  descubrir  focos  verdaderamente  iniciales,  pero 
-i~tos,  no  basados  en  una  interpretación  tendenciosa,  de  especia- 
ita.  Con  todo,  en  último  término,  sólo  la  observación  del  curso 
^l  procesa  nos  da  la  cla/ue  de  la  naturalesa  del  foca,  por  lo  que, 
lando  todos  los  demás  datos  sean  negativos,  eil  médico  debe  po- 
^^  al  diagnóstico  tuia  prudente  interrogación,  prescribiendo  un 
gimen  de  presunta  tuberculosis  y  procurando  a  toda  costa  volver 
v-er  al  enfermo  en  un  plazo  aíejado.  Esto  es  poco  lucido,  por  d' 
amento,  pero  es  lo  que  debe  hacerse. 

He  aquí  un  ejemplo,  escogido  en'tre  otros  igualmente  típicos, 
le  demuestra  esta  necesidad  de  esjperar : 

Kúm.  5.889. — Gumersinda  B.,  de  trece  años. — En  estado  de  salud  normal 
if re  un  tortícolis  y  tres  meses  de  febrícula,  hasta  37^,8  vespertina,  mejorada 
>r  el  reposo.  Ningiín  otro  síntoma.  La  diagnostican  de  fiebre  intestinal  y  la 
enen  sesenta  días  a  una  dieta  rigurosa,  que  no  hace  disminuir  la  fiebre. 

Cuando  yo  la  veo  sigue  la  febrícula.  Buen  estado  general.  Nada  a  la 
xploración  física  y  radiocóspica  de  pecho.  Ningún  otro  síntoma  de  foco  en 
>arte  alguna.  Nada  de  anemia  (5,5440  hematíes). 

A  pesar  de  la  historia  y  exploración  negativa,  la  recomiendo  un  plan 
Hgiénico  de  aireación,  reposo,  alimentación  intensa  y  tónicos. 

Un  año  después  está  mucho  mejor  del  estado  general.  Sigue  sin  encontrar- 
se nada.  La  febrícula  dcsajparece  y  vuelve  a  aparecer. 

Tres  años  después  vuelvo  a  verla..  Dejó  su  tratamiento  y  empeoró  rápi- 
<iamente.  Durante  un  viaje,  hemoptisis.  En  la  actualidad,  lesión  congestiva 
^e  vértice  derecho,  con  la  sintomatología  correspondiente,  muy  clara. 

Es  decir,  que  en  este  caso,  como  en  tantos  otros,  una  febrícula. 


r 


¡a,  9 


fin  ningiin  síntoma  a  !a  exploradón  más  cuidadosa  y  reiterada,  I 
,sido  durante  varios  años  la  única  maniíestación  de  una  tuberculo- 
sis pulmonar,  que  sólo  tardíamente  ha  dado  manifestaciones  clí- 
nicas netas.  Precisamente '  la  ausencia  de  toda  otra  posible  expli- 
cación de  la  fiebre  es  lo  que  nos  indujo,  a  pesar  del  buen  aspecto 
de  Ja  enfermita,  a  aconsejar  una  cura  higiénica;  y  éste  creemos  que 
debe  ser  el  criterio  del  internista.  Hemos  escogido,  en-tre  otros, 
este  ejemplo,  porque  en  él  se  da  también  la  circunstancia,  que  des- 
gradadamente  se  nos  ofrece  con  tanta  frecuencia,  de  que  el  hallazgo 
de  la  febrícula  fué  irÉerpretado  como  die  origen  inlestinai,  y  en  con- 
secuencia soanetida  la  paciente  a  iKia  dieta  rigurosa  y  prolongada, 
cuya  influencia  nefasta  sobre  la  evolución  de  la  tuberculosis  ini- 
cia no  hay  que  encarecer. 

En  pocos  años  se  !ha  operado  entre  los  prácticos  de  nuestro pais 
una  reacción  importante  contra  el  criterio,  antes  común,  y  al  que 
j-a  hemos  aludido  al  principio,  de  considerar  toda  fiebre  larga,  para 
Ja  que  no  se  encontraba  nna  lesión  que  la  explicase  con  facilidad, 
como  fiebre  iniesiinal,  sometiendo  al  enfermo  a  la  consiguiente 
dieta  láctea,  cuando  no  a  la  de  calidos  ivegetales  y  aún  a  la  hidrica. 
;  Cuántos  desastres  clínicos  se  han  originado  en  este  absurdo  crite- 
rio !  En  mi  anterior  estiidio  sobre  estas  mismas  cuestiones,  conta- 
ba yo  algunos  muy  demostraitivos.  Ahora  son  cada  vez  más  raros ; 
creo  que  haya  contribuido  a  ello  la  insistencia  con  que  varios  cole- 
gas y  entre  ellos  el  profesor  T.  Hernando,  con  su  gran  autoridad  y 
eficiencia  pedagógica  repiten  cada  día  lo  disparatado  de  ese  diagnós- 
tico de  infección  intestinal.  La  infección  intestinal,  en  efecto,  es  una 
enferm.edad  aguda,  de  sintomatolt^ia  general  y  local  muy  precisa, 
casi  siempre  de  etiología  fácil  de  demostrar,  que  evoluciona  con 
el  curso  de  la  tifoidea  o  con  el  de  la  clásica  fiebre  gástrica  (que  casi 
siempre  se  debe  al  mismo  bacilo  de  Eberth  o  alguno  otro  de  los  de 
su  grupo).  Pueden  darse  también  casos  de  estados  febriles,  agudos 
o  subagudos,  en  relación  con  procesos  inflamatorios  localizados  o 
difusos  del  tracto  digestivo  a  los  que  no  sería  iraipiopio  llamar 
iviesHndcs.  Pero  en  estos  casos  el  cuadro  clínico  tiene!  su  indivi- 
dualidad caracterisitica,  la  típica  sititomaíología  digestiva  (dolores, 
vómitos,  saburra,  etc.) 

PeiTO  infecciones  intestinales  sin  más  manifestación  que  una 
fiebre  prolongada  no  estamos  jamás  autorizados  a  diagnosticarla 
ni  menos  a  fundamentar  sobre  esta  hipótesis  una  dieta  de  restric- 
ción rigurosa,  que  es  siempre  una  de  las  determinaciones  más  gra- 
ves que  pttede  tomar  el  mééico  ante  un  febricitante  joven.  Tan  gra- 
ve, qUe  aun  comprobándose  la  re'iüdad  de  esta  infección  intesti— 


—  i6i  — 

nal,  <dd>e  pesarse  mucho  la  intensidad  y  la  duración  del  rigor 
dietético.  El  tipo  de  la  infección  intestinal  más  graive  es  la  tifoi- 
dea, y  hoy  día  es  general  el  alimentar  ibien  a  estos  enfermos,  sin 
>tiue  se  obtengan  más  que  beneficias  de  este  criterio,  por  cuya  pro- 
pugnación en  España  tanto  hemos  duchado  nosotros.   En  suma^ 
el  fantasma* de  la  infección  intestinal  jamás  entorpecerá  nuestro 
juicio  diagnóstico  ni  nuestras  determinaciones  terapéuticas,  sobre 
todo  frente  al  gran  problema  de  una  posible  tuberculosis.  Jamás  ol- 
vidaremos que  luia  infección  intestinal  sin  otro  síntoma  que  la 
fiebre  es  muy  difícil  de  admitir,  mientras  que  un  foco  tuberculoso, 
sin  más  manifestación  que  la  febrícula,  es  uno  de  los  sucesos  más 
frecuentes  de  la  clínica  humana. 

Otro  problema  de  diagnóstico  que  tenemos  que  comentar  ahora 
es  el  de  las  formas  de  tubercuHosis  latente,  febril,  con  síndrome 
basedowiano.  De  los  55  ca3os  de  este  grupo,  en  17  el  paciente 
con  febrícula  había  acudido  a  nuestra  consulta  con  C:  diagnóstico 
de  hipertiroidismo  o  enfermedad  de  Basedow;  cifra,  desde  luego, 
cuya  exageración  se  explica  por  la  abundaíida  con  que  este  tipo 
de  enfermos  endocrinos  o  presimtos  endocrinos  acuden  a  nuestra 
clínica. 

El  hecho  es  que  un  grupo  die  tuberculosos  incipientes,  jóvenes, 
presentan,  durante  mudho  tiempo,  un  síndrome  hipertiroideo,  ge- 
neralmente acompañado  de  feibrícula,  sin  manifestaciones  osten- 
sibles que  hagan  pensar  en  la  infección  bacilar ;  esto  es,  antes  de 
todo  síndrome  de  localización  visceral.  La  misma  fiebre,  aunque 
raramente,  puede  ipresentarse  o  aumentar  por  el  hedho  aislado  dét 
'•jpetttiiroidismo,  segím  v¡eremos  luego,  y  esto  ooíntribuye  a  la  confu- 
sión. Pende  fué  quien  con  máis  insistencia  llamó  la  atención  sobre 
^stos  casos,  que  llamó  de  hasedowismo  tuberculoso  y  que  explicaba, 
Justamente,  por  "una  exageración,  bajo  la  influencia  de  las  toxinas 
tuberculosas,  del  temperamento  hipertiroideo  demostrable  en  tm 
§^an  número  de  sujetos  cfandidartos  a  la  tuberculosis".  En  una  re- 
cente conferencia  nos  hemos  ocupado  con  detalle  de  esta  cuestión, 
^u«  ha  contríbuído  también  a  estudiar  entre  nosotros  Navarro 
Blasco.  Como  resumen  de  mi  experiencia  diré  que  cada  día  se  acen- 
^^  más  en  mí  la  convicción  de  que  una  porción  muy  elevada  de  ca- 
^^  de  hipertiroidismo  son  meras  reacciones  de  un  sistema  tiroideo 
Indispuesto  ante  estados  infecciosos  latentes.  Estos  estados  infec- 
ciosos comparten  con  las  emociones  el  papel  de  agentes  determinan- 
tes de!  síndrome  hasedowiano.  'Ahora  bien :  de  todos  los  posiblles  fo- 
cos inf edosos  afectos  a  esta  responsabilidad,  el  más  frecuente  es  d 
W)erculoso.  Evidentemente,  las  toxinas  tuberculosas  gozan  de  un 


1 


I 


poder  muy  específico  de  excitación  del  sisLeraa  nervioso  reguli 
de  la  secreción  tiroidea,  pues  no  sólo  se  observan  con  frecuencia 
estos  casos  de  verdadero  basedowísmo  definido,  sino  que  en  todo  tu- 
berculoso joven  es  fácil  descubrir  el  rastro  de  Ja  excitación  tiroidea, 
en  la  patogenial  áe  muchos  de  los  clásicos  síntomas  del  estado  de 
eretismo  inicial,  que  los  clásicos  describúin:  adelgazamiento  rápi- 
do, inquietud  nerviosa,  excitabilidad  sexuai,  taquicardia,  ojos  bri- 
llantes, gran  labilidad  vasomotora,  etc. 

Mi  oonviccióin  sobre  este  puinto  llega  a  tal  grado,  que  en  la 
práctica,  siempre  que  veo  a  una  persona  joven  afecta  de  hiperti- 
roidismo  rebelde  a  ¡os  tratamientos ;  y,  sobre  todo,  si  el  hipettiroi- 
dismo  es  febril,  no  cejo  en  la  pesquisa  del  foco  tuberculoso,  que 
acaba  casi  siempre  por  aparecer.  Y,  aun  cuando  no  aparezca,  con- 
sidero, ali  menos  terapéuticamente,  al  enfermo  como  presunto  tu- 
berculoso. 

Los  17  casos  die  mi  estadística  sera  muy  demostnativos.  En  to- 
dos ellos  el  diagnóstico- primitivo  fué  dle  Basedow,  levie  o  intenso: 
tenían  pérdida  de  peso,  temblor  fino,  taquicardia,  ojos  brillantes, 
con  retracción  del  párpado  superior;  grandes  reacciones  vasomo- 
toras, casi  siempre  con  signoi  de  la  mancloa  roja  positivo,  etc.  Sin 
embargo,  un  examen  atento  de  su  aparato  respiratorio  puso  de  re- 
lieve la  existencia  de  un  foco  tuberculoso,  generalmente  pulmo- 
nar; o  bien  el  curso  ulterior  del  caso  impuso  este  diagnóstico,  a  pe- 
sar del  resultado  negativo  de  lasi  primeras  exploraciones. 

Insistamos,  pues,  en  poner  en  guardia  a  los  clínicos  ante  los 
casos  de  hipertiroidismo  juvenil  rebelde  y  con  febrícula,  sobre  todo 
cuando  no  se  descubren  otras  causas  determinantes  que  expliquen 
el  síndrome  y  cuando  existan  los  datos  de  orientadón  que  tionos 
señalado  más  arriba. 

En  estos  casos  la  determinación  del  metabolismo  basal,  a  la  que 
tanta  importancia  hay  que  dar  en  el  diagnóstico  del  hipertiroidis- 
mo, suele  dar  cifras  moderadamente  elevadas,  que  dejan  el  áni- 
mo en  la  duda  die  si  se  debe  a  la  reacción  hipertiroidea  propiamen- 
te dicha  o  al  proceso  infeccioso  febril,  que  por  sí  solo  aumenta  tam- 
bién el  tono  metabódico.  A  mi  juicio,  lo  más  int«resaote  sería  d  es- 
ludio,  aun  no  hecho  que  yo  seipa,  de  la  evducíón  del  metaboüsmo 
por  !a  reacción  íuberculina.  Teóricamente  es  lógico  pensar  que 
los  hipertiroidismos  reaccionales  a  un  foco  tuberculoso,  la 
lina  produciría  un  aumento  de  metabolismo  que  no  aparecería 
los  hJpertiroideos  primitivos  o  debidos  a  la  reacción  de  otra  caí 
no  tuberculosa.;  El  Dr.  Foktun  se  ocupa  actualmente,  en 
clínica,  de  resolver  este  problema. 


—  103  — 

Se  notará,  tal  vez,  que  en  esta  lista  de  diagnósticos  de  febrícu- 
la de  origen  tuberculoso,  no  figuran  las  fiebres  relacionadas  con 
adenopatías  tráqueo-bronquiales,  fiebres  de  origen  ganglionar  tu- 
berculoso,  tan  comunes  en  las  estadísticas  de  casi  todos  los  di; 
nicos.  Nosotros  mismos  hemos  hecho,  hafeta  hace  algún  tiempo,  no 
raramente  este  diagnóstico.  Pero  un  estudio  cuidadoso,  clínico  y 
anatomopatológico,  de  los  casos  me  ha  llevado  a  la  convicción  de 
que  en  estos  casos,  como  .en  tantos  otros,  los  miédicos  repetímos, 
por  comodidad,  un  concepto  completamente  fantástico.  Yo  no  sé 
si  en  la  práctica  infantil,  de  la  que  tengo  menos  experiencia,  po- 
drá haber  adenopatías  torácicas  puras  que  den  un  síndrome  diag- 
nosticable.  Me  inclino  a  creer  que  nol  por  lo  menos  en  muchos  de 
los    casos  diagnosticados  de  ese  modo,  porque  he  visto  bastantes 
casos  de  hipertrofia  de  timo,  en'  estas  primeras  edades,  en  los  que 
tumoraciones  que  rara  vez  alcanzan  las  masas  de  ganglios,  pasa- 
tran  casi  por  completo,  o  por  completo,  desapercibidas.  Pero  en  el 
joven  y  en  el  adulto,  ¿  qué  internista  que  tenga  un  mediano  espíri- 
tu crítico,  quedará  con  la  conciencia  tranquila  después  de  diagnos- 
ticar unía  adenopQitía  torácica,  basándose  en  los  ridículos  síntomas 
de  percusión'  y  auscultación  que  describen  los  autores  y  aun  en  los 
equívocos  signos  radiográficos? 

En  primer  lugar,  una  adenopatíal  torácica,  caso  que  pueda  de- 
ínostrarse  no  es,  casi  sin  excepción,  una  lesión  primitiva  y  aislada, 
sino  una  lesión  «reaccional  a  im  foco  visceral  primitivo.  Pero,  ade- 
inás,  insistamos  en  ello,  los  medios  exploratorios  actuales  no  dan 
nunca  la  certeza  de  la  existencia  de  esas  adenopatías.  Podemos  sos- 
pechar que  existan,  en  primer  lugar,  porque  apenas  hay  enfermo 
M^e  no  las  tenga,  en  mayor  o  menor  grado,  como  lo  demuestran  las 
autopsias;  y,  además,  cuando  concurren  los  estigmas  generales  y 
k^máticos  (mononucleosis)  que  caracterizan  al  ''estado  linfático", 
del  que  hemos  hablado  ya  anteriormente.  Mas  esos  ganglios  hiper- 
tróficos no  dan  nunca  síntomas  de  auscultación  ni  de  percusión,  por- 
gue no  pueden  darlos,  salvo  algún  caso  excepcional;  y  naídie  que 
%a  hecho  muchas  autopsias  de  tuberculosos  podrá  dejar  de  reco- 
ii'xerlo.  Y  «eso  quie  los  tuberculosos  que  vemios  en  la  miesa  son,  natu- 
ralmente, tuberculosos  en  el  máximo  grado  de  sus  lesiones ;  no  hay 
^t  decir  cómo  ocurrirán  las  cosas  en  Jos  casos  incipientes,  sin  más 
síntoma,  apenas,  que  la  febrícula.  En  cuanto  a  la  radiografía,  mi 
<^cnvicción  es  también  absoluta,  que  cuando  aparecen:  netamente, 
sui  interpretaciones  fantásticas,  las  sombras  atribuíbles  a  los  gan- 
glios, hay  ya  lesiones  viscerales  que  ocupan  el  primer  lugar  del 
^^^^0  (patológico.  Y  en  cuanto  a  esas  sombras  hiliares,  más  o  me- 


-  iG4- 

nos  densas  y  difusas,  que  el  médico  acepta  con  tanta  ín 
com»  demostración  de  una  adenopatía,  trrniquilizaíido  asi  su  con 
ciencia  diagnóstica,  hay  que  repetir  que  no  tienen  el  menoi:  vale 
semidí^ico.  A  medida  que  todos  tenemos  experiencia  más  dilatad 
de  los  documentos  radiográficos,  y,  sobre  todo,  experi<;ncia  de  con 
ptdsarlos  con  !a  realidad  necrópsica,  damos  menos  valor  a  detaJl- 
de  ¡as  imágenes  que  aotes  se  reputaban  de  gran  importaincia. 

Ocurre,  en  suma — ^ya  lo  he  dicho  otras  veces — como  ociirr 
hace  muchos  años  con  3os  análisis  de  orina,  cuando  empezaban, 
hacerse  detal laidamente :  venían  los  informes  de  los  laboratorit 
llenos  de  datos  y  de  fórmulas,  que  se  suponía  eran  la  clave  de  mt 
chos  diagnósticos ;  y  hoy  sabemos  que  todo  su  valor  se  concenti 
en  cuatro  detalles,  qiúzá  los  que  parecían  más  banales,  que  heme 
aprendido  a  considerar  con  una  visión  un  poco  sintética  y,  sobf 
todo,  cotejada  en  todo  motnento  con  el  cuadro  clínico. 

En  suma:  los  casos  que  se  diagnostican  de  adenopatía  torácice 
o  son  casos  de  lesión  visceral  con  adenopatía  subsiguiente,  y  no  ha/; 
entonoQs  para  qué  hacer  a  ésiba  responsable  de  nad'a;  o  son  f&nt» 
sias  diagnósticas  que  no  debemos  aceptar. 

Una  última  observación  tenemos  que  hacer:  la  de  prevenir  m 
clínico  contra  el  error  de  suponer  que  toda  adenopatía  lorácica  equL 
\  ale  a  tm  diagnóstico  de  tuberculosis.  Muchos  autores  reoienites  ha- 
blan calurosamente  en  este  mismo  sentido.  Por  !o  menos,  en  e 
adulto,  los  casos  de  adenopatía  torácica  más  demostrables  que  he- 
mos visto,  se  debían  a  las  lesiones  sépticas  latentes  de  la  Oakxzs 
{sepsis  oraJ,  faríngea,  etc.) ;  siempre  desde  lu^o,  recayendo  en  ui 
terreno  favorable  (estado  limfáitico). 


I 


b)     Afecciones  de  la  fosa  ili.\ca  derecha  PRonABLEMEi 

TUEEKCULOS.\S 

En  i6  de  nuestros  casos  de  febrícula  llegamos  a  la  conclusíói; 
de  que  el  origen  del  trastorno  térmico  era  debido  a  una  lesión,  pro- 
bablemente tuberculosa,  de  fosa  ilíaca  derecha.  Este  diagnóstico  s" 
basa  en  los  datos  siguientes: 

Se  trataba  de  muchachas  jóvenes,  con  antecedentes  casi  síem 
pre  positivos  de  ambiente  tuberculoso,  con  estado  linfático,  co« 
trastornos  menstruales,  sobre  todo  de  tipo  dísinenorreico  o  ame: 
norreíco,  a  veces  con  crisis  de  dolor  en  fosa  ilíaca  derecha,  estre 
íiimiento  habitual  y  febrícula,  que  se  exacerbaba  netamente  los  día 
premenstruales  pa¡ra  disminuir  cuando  llega  el  fluja 


En  estos  casos,  tanto  Ja  historia  djínica  como  la  observacióii  ob- 
jetiva del  enfermo,  aun  en  los  mismos  (períodos  agudos,  dejan  la 
du-da  de  si  se  trata  de  una  afección  del  ovario  o  del  tramo  intes- 
tinal adjunto  (ciego,  aipéndíoe,  perjtonieo,  epiplón).  La  experiencia 
de  los  cirujanos  es  favorable,  en  estos  últunos  años  a  que  casi 
siejmpre  se  trata  de  una  inflamación  difusa  de  unos  y  otros  órga- 
nos (genitales  y  digestivos)  y  a  que  su  naturaleza  es,  con  suma 
frecuencia,  tuberculosa.  Nosotros  pensamos  del  mismo  modo,  ba- 
sándonos en  los  resultados  del  tratamiento  higiénico,  helioterapia, 
etc.,  en  estos  casos;  en  ios  protocolo©  dle  algunias  auitoipsias  recientes; 
y  en  el  resultado  de  la  operación,  en  algunos  de  ellos.  Despeignes^ 
entre  otros  muchos  autores  contemporáneos,  insiste  en  la  frecuen- 
cia de  estas  tuberculosis  genitales  ignoradas,  localizadas  o  difun- 
didas a  los  ói^ranos  de  la*  vecina  fosa  ilíaca. 

Muchas  veces,  esta  sintoanatología  'local  es  tan  llamativa,  que 
el  proceso  febril  queda  en  segundo  término.  Pero  otras,  sólo  la 
fiebredlla  llamia  la  atención  die  la  enferma  y  de  su  ftoiilia,  siehdo 
preciso  explorarla  bien  .para  descubrir  los  antecedentes  de  disme- 
norrea,  "cólicos"  de  apariencia  apendicular  más  o  menos  vaga,  do- 
lorimiento  de  la  región,  etc.  Entonces,  si  no  se  encuentra  ninguna 
otra  causa  3e  mayor  significación  para  la  subfiebre,  estamos  auto- 
rizados a  suponer  que  el  foco  responsable  reside  en  el  sitio  men- 
<íonado. 

El  problema  del  diagnóstico  de  la  naturaleza  tuberculosa  ofre- 
^^  más  dificul'taries.  Los  datos  que  antes  hemos  referido  son,  en  rea- 
li<J:a<l,  datos  de  orientación.  La  certeza  de  la  iofieicción  bacilar  es  dfi- 
í  i<iil  de  adquirir,  como  no  se  haga  un  examen  histológico  de  la  le- 
gión, tras  la  operación  o  la  autopsia.  La  formación  de  pequeñas  can- 
^iciades  de  ascitis  puede  inclinar  mucho  el  ánimo  a  favor  de  la  tv 
í^^^culosis,  pero  falta,  según  mi  experiencia,  en  casos  netamente, 
íitiiicos.  Y  en  cuanto  a  la  f órmuila  leucocitaria,  nos  inclinamos  tam- 
^^én  a  darla  poco  valor.  En  efecto,  la  leucopenia  con  mononucleosi*. 
^Ue  para  Scott  es  una  prueba  imjx>rtante  en  el  sentido  bacilar,  t<*- 
^emos  vasta  experiencia  de  que  se  presenta  en  multitud  de  caso^ 
^"^e,  seguramente,  no  son  tuiberculosos ;  en  sujetos  con  estado  H*"- 
f ático,  en  efecto,  son  extremadamente  frecuentes  las  lesiones  aper»- 
^ículares  banales,  como  después  veremos;  y  este  estado,  por  r: 
^t)lo,  da  la  expresada  fórmula  leucocitaria. 

A  mi  juicio,  la  asociacióin  de  la  lesión  dé  fosa  ilíaca  con  síntr^ 
^^  menstruales  de  tipo  sobre  torio  dismenorreico,  y  los  anteceden- 
tes dd  enfermo,  son  datos  bastantes  para  sospechar  la  naturaleza 
íuberoulosa  de  la  lesión  y  para  proponer  el  tratamiento  médico  y  no 


[  el  crueato,  Téngass  en  cu^s^i^^^StaSlTOtó  _ 

fracasar  en  estos  casos  (me  refiero,  natural  iiiente,  a  su  eficacia  con- 
tra las  décimas  y  las  pequeñas  molestias  locales,  no  a  su  indicacióti 
indudable  en  posi'bles  crisis  agudas);  y,  en  cambio,  la  cura  higié- 
nica, helioterápica  (que  Madinaveitia  ha  preconizado  constante- 
mente entre  nosotros),  medicamentosa  aprcpiada,  etc.,  produce,  con 
frecuencia,  resultados  inmejoraibJes,  proporcionándonos,  además,  sii 
éxito  im  nuevo  argumento  a  favor  de  la  níituraleza  especifica,  pu-GS 
las  infecjones  banales  de  esta  región  resisten  mucho -más  a  la  curí 
internista. 

Sin  embargo,  hemos  visto  casos  indudablemente  tubérculos  cds 
curados  radicalmente  por  la  operación.  Como  es  difícil  admitir  qxaí 
la  lesión  especifica  estuviese  localizada  de  un  modo  exclusivo  ^31 
el  apéndice  extirpado,  nos  /parece  más  lógico  relacionar  estos  cra- 
sos con  los  de  tuberculosis  abdominal,  que  se  curan  por  la  simple 
laparatomia,  de  los  que  todos  tenemos  experiencia,  a  veces  soJ- 
p  rendente. 


c)     Pleuritis  probablemente  tuberculosa 


loje    1 
os. 


Algunos  autores  llaman  la  atención  sobre  la  frecuencia  con  <í'*x 
estas  febrículas  misteriosas  se  deben  a  procesos  pleuriticos  seccw. 
de  la  base,  que  no  dan  molestias  subjetivas,  que  coexisten  con  "íJ" 
estado  generall  exceliente  y  que  son  írecuentemente  difíciles  de  des- 
cubrir a  la  exploración.  En  siete  de  nuestros  casos,  en  efecto,  heff**^^ 
descubierto  esta  plcuiritis,  y  generalmente  en  sujetos  tan  poco  sc>^" 
pechosos,  que  no  nos  cansaremos  de  recomendar  en  todo  febrio- 
tanie  de  este  género,  sin  causa  clara,  una  exploración  minucios<*  y 
repetida  de  tas  bases,  tan  frecuentemente  olvidadas  por  ¡os  mé*^'" 
eos  (sobre  todo  en  las  mujeres,  que  se  resisten  a  desnudarse).  Y,  ^' 
es  preciso,  con  ayuida  de  los  rayos  X. 


d)     Peritonitis  probablemente  tuberculosa 

Con  mucha  frecuencia  hemos  insistido  en  el  hecho,  bien  cont:^' 
do  por  otra  parte,  de  la)  perfecta  tolerancia  de  algunas  periton-*" 
locdízadas,  de  naturaleza  fímica.  En  tres  casos  nuestros,  estas  "f^ 
ritonitis  no  habían  dado  más  síntomas  que  la  febrícula.  El  ambí  ^^" 
te  tuberculoso  y  e!  estado  general  de  los  pacientes  hacía  pensar  f^ 
un  foco  tuberculoso,  pero  no  se  encontraban  síntomas  que  pemií*'^ 


—  107  — 

sen  localizarlo.  En  los  tres  casos  se  U^ó  al  diagnóstico,  gracias  tan 
sólo  a  tina  temporack  larga  de  observación,  jLos  síntomas  inicia- 
les fueran :  dolores  \^os  y  repetidos  de  vientre ;  tendencia  al  me- 
teorismo ;  estreñimiento  en  dos  de  los  enfermos,  y  diarrea  en  uno ; 
y  luego,  formación  de  pequeña  ascitis  en  dos  y  aparición  de  roce 
peritoneal  paljKüble  en  el  flanco  derecho  en  uno,  con   empeora- 
miento del  estado  general.  Ouxación  de  los  tres  casos  por  heliote- 
rapía. Uno  de  ellos,  a  los  tres  años,  presenta  nueva  serie  de  déci- 
íiias  con  síntomas  de  vértice  derecho. 


e)    Meningitis  tuberculosa  latente 

Algunas  veces,  d  final  de  imo  de  estos  estados  de  febrícula 
prolongada  y  sin  causa  aparente,  es  una  meningitis  tuberculosa.  Se 
piensa  entonces  en  una  tuberculosis  latente  torácica  o  de  otra  re- 
gión, con  una  propagación  secundaria  a  las  meninges.  Pero  en 
otras  ocasiones  puede  sospecharse  que  el  proceso  meníngeo,  por  sí 
solo,  ocasiona  la  pequeña  fiebre,  sin  más  síntomas.  ,  Se  trata,  en 
suma,  de  casos  de  meningitis  tuberculosa,  con  un  período  premenín- 
gtso  d)e  extraíordinaria  danracióni  y  caracterizado  por  la  hipertermia 
discreta.  En  dos  de  nuestros  casos^  en  efecto,  la  febrícula  no  iba 
acompañada,  en  reiteradas  exploraciones,  de  lesión  jsospechosa  en 
ííinguna  viscera;  en  cambio,  ambos  enfermos  presentaban  adelga- 
zamiento y  una  alteración  de  carácter  inexplicable,  cuyo  valor  en  la 
I^toJogía  de  lesta  enfermedad  ha,  sido,  d¿de  lols  tiempos  dásicos, 
puesto  de  relieve.  Uncvde  ellos,  un  niño  de  doce  años,  presentó, 
además,  durante  tres  meses,  y  en  ausencia  de  todo  otro  síntoma 
(íuera  de  lia  hiperiteinmia)  el  prurito  nalsal,  con  mecesídaó  vehemen- 
te de  rascarse;  signo  al  que  nuestro  compatrota  Lafora  ha  dado 
justo  valor  en  la  semiología  meningítica. 

Naturalmente,  no  incluímos  aquí  casos  del  grupo  de  la  tubercu- 
losis pulmonaír,  o  d)e  obra  localización,  que  terminaiDon,  a  pesar  de 
la  levedad  de  la  lesión  torácica,  por  un  episodio  meníngítico. 


f)    Tuberculosis  renal  latente 

La  tuberculosis  renal  cerrada  tiene,  a  veces,  un  largo  período 
^^teate  de  febrícula.  Entonces,  el  foco  es  realmente  indiagnostica- 
•^^^i  y  sólo  una  larga  observación  del  enfermo  puede  proporcionar  la 
clave.  Pero  los  urólogos  saben  bien  que  una  tuberculosis,  en  período 


dÍEgnosti cable,  puede  no  dar  sintonías  subjetivos  iii  urinarios.  5Ínc*3 
sólo  sintoaiKis  Jgenerales,  como  mal  aspecto,  adelgazamiento,  an^ — 
'  niia-  y  febrícula.  En  dos  casos  de  nuestra  serie,  los  enfermos  n  ^i^i^ 
a:|uejaban  otro  síntoma  que  el  térmico!,  pero  habiemdo  llegado  a  "V  ^^ 
hipótesis  de  orientación  de  la  naturaleza  "..■uberciilosa,  por  los  dat^r — ■^■t 
de  herencia,  ambiente,  antecedentes  personales,  etc.,  se  investí ^^^_¿ 

el  sedimento  urinario,  encontrándose  en  uno   ligera  piuría  y  b*  .- 

ciluría  positiva ;  en  el  otro,  sólo  piuría  discreta ;  y  en  ambos,  riñ.  ^^^ya 
aumentado  a  la  radic^rafía. 


g)    Otros  focos  TUBERcm-osos 

El  foco  tuberculoso  puede  localizarse  en  varios  sitios, 
de  los  citados,  que  son  los  más  frecuentes.  £n  uno  de  nuestros 
sgs,  por  ejemplo,  después  de  tres  meses  de  febrícula,  sin,  enconi 
la  causa,  apareció  una  adenopatia  inguinal.  Era  una  muchacha 
ven,  y  no  se  había  explorado,  por  consideraciones  sociales,  esta 
gión;  pero  ella  dijo  que,  casi  desde  el  principio,  tenia  ligeras  sl 
nopatías.  La  lesión  se  reblandeció  y  se  comprobó  la  naturaleza 
tilar,  desapareciendo  la  fiebre.  En  otro  caso,  un  larguísimo  peí 
do  de  febrícula  teniiinó,  catorce  meses  después,  por  la  aparición 
im  absceso  de  origen  óseo  {coluiima  vertebral). 


h)     Tuberculosis  y  otras  infecciones  asociadas  ^| 

Cada  vez  se  da  en  patología  infecciosa  mayor  valor  a  las  in  t^^^' 
ciones  asociadas.  Sobre  todo  en  los  procesos  crónicos,  el  análí-  ^'' 
clínico  descubre  muchas  veces  la  existencia  de  más  dd  una  inf^^^' 
ción,  qtíe  pueden  actuar,  ya  separadamente,  ya  activando  una^*  ^ 
las  otras.  Los  autores  americanos,  por  ejemplo,  han  insistido  ir'^*''' 
cho  en  el  pap?l  de  las  sepsis  crónicas  de  la  boca  y  faringe,  co^^^^^ 
activadores  de  procesos  tuberculosos  o  sifilíticos  latentes.  La  s  *"* 
lis,  a  su  vez,  podría  actuar  de  la  misma  manera  sobre  la  tuber^^"' 
losis,  y  viceversa. 

He  aquí  un'  ejemplo  de  esta  infección  asociada : 

Núm.  6.014. — Ángel  C,  de  cuarenta  y  siete  aflos. — Sífilis  en  la  juven*^^^'^ 
tratada  insuficienteinente  f fricciones).  Después,  varios  hijos  sanos  y  nit*-^"" 
na  manifestación  sospechosa.  Ningún  otro  antecedente. 

Desde  hace  tres  años,  febricula  {37'fi  a  37°,B)  por  las  tardes,  sin  que       ^ 
pa  la  causa.  Tres  o  cuatro  "grippes"  c; 


—  109  — 

Exploración:   a)   Una  lesión  fibrosa  evidente  de  vértice  izquierdo,  muy 

rHiitada. 

b)  Reacción  de  Wassermann,  positiva.  Ningún  síntoma  actual  sifilítico. 

c)  Enorme  piorrea,  dientes  muy  careados,  etc. 

Aconsejamos:  a)  Tratamiento  higiénico,  reposo,  inyecciones  de  guayacol. 

b)  Tratamiento  antisifilítico. 

c)  Arreglo  radical  de  la  dentadura. 

Vuelvo  a  ver  al  año  al  enfermo,  completamente  transformado,  sin  fiebre. 
ucdan   restos,  clínicamente   inactivos,   de  la  lesión  pulmonar. 

En  este  caso  es  difícil  saber  la  parte  que  a  cada  fcx:o  infeccioso 
3:rrespondía  en  la  febrícula.  Desde  luego,  el  criterio  del  clínico 
ete  ser  no  contentarse  con  el  hallazgo  de  un  solo  foco  y  combatir- 

>s  a  todos. 


i)    Casos  sin  lesión  sospechosa  de  tuberculosis,  pero 

PROCEDENTE  DE  UN  AMBIENTE  TUBERCULOSO 

Ya  hemos  insistido  antes  en  que  cuando  los  síntomas  de  orien- 
ición,  y,  sobre  toda;  la  existencia  de  un  ambiente  netamente  tu-- 
^r-culoso,  son'  positivos,  aunque  los  síntomas  de  foco  sean  negati- 
Os,  clasificamos  al  caso  entre  los  tuiberculosos,  siempre  que  no  se 
l-^soUíbra  otro  foco  no  bacilar  responsable  del  cuadro  clínico ;  por 
•J-emplo,  una  faringitis  séptica  crónica..  Y  aun  así,  nunca  perdere- 
*^os  de  vista  la  posibilidad  de  una  infección  mixta,  del  tipo  de  las 
["Ue  acabamos  de  describir. 

En  14  de  nuestros  casos  hemos  procedido  de  esta  suerte,  y  con 
^"ecuencia  el  curso  dd  proceso  ha  confirmado  por  completo  nues- 
'T^  hipótesis.  He  aquí  un  ejemiplo: 

.  Núm.  9.810. — Carmen  I.,  de  veintiséis  años. — Siempre  bien,  salvo  dismi- 
'^^^"réá.  Desde  hace  tres  años,  tiene  décimas  vespertinas,  bien  toleradas,  por 
^ííiporadas  de  cinco  o  seis  semanas.  La  exploración  clínica,  radiográfica, 
^"nálisis  (incluso  hemocultivo),  es  completamente  negativa,  especialmente  en 
^  que  respecta  a  la  tuberculosis. 

Pero  su  madre  fué  asistida  por  nosotros,  hace  seis  años,  de  un  proceso 
iraxico  de  vértice,  que  curó.  Esto  nos  basta,  a  pesar  de  la  ausencia,  bien 
^oi>iprobada,  de  todo  siniotna,  para  hacer  el  diagnóstico  de  orientación  en 
sentido  tuberculoso  y  recomendar  el  plan  consiguiente. 

Tres  años  después  vuelvo  a  ver  a  la  enferma.  Sigue  la  febrícula.  Ha  des- 
'^cjorado  de  estado  general.  Tose  un  poco  y  la  radiografía  muestra  una  le- 
sión inicial,  pero  evidente,  de  vértice  izquierdo. 

Hemos,  finalmente,  de  prevenirnos  contra  los  casos  de  tuiber- 
^losis  imaginaria  que  no  son  raros  en  estos  ambientes,  cuando 


se  trata  de  individuos  aprensivos  y  preocupados.  Recordamoi  el 
caso  de  un  abc^ado,  siempre  neurósico,  cuya  mujer  se  hizo  tu- 
berculosa, dando  lug;ar  en  él  a  un  estado  obsesivo,  que  le  hacía 
ponerse  el  termómietro  a  cada  hora,  pesarse  dos  veces  al  dia  y  cotw 
sultar  a  gran  número  de  médicos,  que  no  siempre  conlriliuyej  ~ 
por  cierto,  a  disipar  su  preocupación. 


1 


EL    FOCO    DIGESTIVO  (EXCLUIDOS    LOS    PROCESOS 
DE  ORIGEN  TUBERCULOSO) 


A  nuestro  juicio,  las  pequeñas  sepsis  de  origen  digestivo  si- 
guen en  frecuencia  a  las  sepsis  tuberculosas  que  acabamos  de  co- 
mentar. 

En  nuestros  243  casos  de  febriciUa.  este  origen  digestivo  i 
descubrirse  en  los  siguientes  casos: 

Colitis  crónica,  generalmente  muco -membranosa 

Tiflitis    posMifoidea 9 

Afecciones  crónicas  de  fosa  ilíaca  derecha,  tipo  apendicitis  crónica. 

Afecciones  hepáticas — 

Pertgastritis i 


a)     Colitis  crónica 

En  19  de  nuestros  casos  el  enfermo  padecía  una  coíiiis 
nica,  generalmente  con  estreñimiento,  muchas  veces  de  tipo  muco- 
membranoso,  más  o  menos  acerttuado.  Como  dicha  afección  era 
muy  anterior  a  la  febricula  (o  a  su  descubrimiento),  lo  común  era 
que  los  enfermos  no  la  relacionasen  con  ésta.  Sin  emhargo,  !a 
sencia  de  todo  otro  foco  responsable  nos  permite  atribuir  a  !a 
sión  cólica  el  origen  de  la  hipertiermaa. 

Sobre  el  origen  de  esta  febrícula  no  hemos  de  extendemos 
masiado.  Sin  negar  que  pueda  haber  procesos  puramente  quími- 
cos, de  putrefacción,  en  el  intestino  enfermo,  cuya  reabsorción  dé 
motivo  a  la  fiebre,  nuestra  opinión  es  que,  por  lo  menos  en  gran 
número  de  los  casos,  el  trastorno  térmico  es  de  origen  séptico.  En 
efecto,  en  bastainTes   de  estos   enfenmos  el   análisás   m.Ícroscói¿co 


era 

i 


—  171  — 

de  las  heces  descubre  pus,  en  mayor  o  menor  abunidaíicia ;  y  cuando 
se  ha  podido  examinar  en  ia  mesa  de  autopsias  el  intestino  de  es- 
tos eolíticos,  es  frecuente  encontrar  -pequeñas  ulceraciones  infec- 
tadas y  ima  gran  hipertrofia  de  los  territorios  linfáticos  intestina- 
les y  mesentéricos,  indicios  de  estas  infecciones,  seguramente  se- 
cundarias, a  veces  microscópicas,  de  la  mucosa  inflamada  crónicar 
mentíe.  Los  autores  americanos,  sohne  todo,  han  insistido  en  la  fre- 
cuencia con  que  d  colon  inflamadlo  se  convierte  en  un  foco  séptico, 
responsable  no  sólo  de  estados  febriles,  sino  de  Localizaciones  sép- 
ticas lejanas,  principalmente  articulares. 

En  estos  casos,  d  combatir  el  estreñimiento  por  los  medios 
adecuados,  la  institudón  de  una  alimentatíón  apropiaada,  y  los  la- 
vados intestinales  altos  y  copiosos,  van.  a  veces,  seguidos  de  un 
éxito  que  confirma  Ja  realidad  de  la  hipótesis  diagnóstica.. 

b)      TlFLITIS   POSTIFOIDEA 

Los  libros  corrientes  no  insisten  Jo  suficiente  sobre  la  frecuen- 
cia con  que  las  tifoideas  graives,  sobre  todo  juveniles,  dejan,  como 
reliquia,  estados  de  inflamación  crónica  de  la  fosa  ilíaca  derecha, 
^^  i^po  tiflítioo  o  peritáflítico,  cdn  estreñimienito  y  moíesti&s  di- 
S'<?stivas.  generalmente  teves  y  caisi  siempre  con  pequeña  hiperter- 
^ia  prolongada.  Estamos  tan  convencidos  de  que  se  trata  de  un 
*^n6meno-muy  corriente,  que  una  de  las  cosas  que  preguntamos 
^^eitipre  a  los  enfermos  de  febrícula  es  el  antecedente  de  tifoidea. 
Y  si  es  positivo,  exploramos  cuidadosamente  la  fosa  ilíaca  derecha, 
^^ie   suele  ser  entonces  dolorosa.  El  examen  radiográfico  muestra 
U  imagen  cecal  deformada  e  inmóvil. 

El  tratamie^íto  dáíetétioo  suele  ster  útil  eo  eistosv  casos.  Solemos 
aconsejar  también  la  diatermia.  Y  teniendo  en  cuenta  la  enorme 
^iipervivencia  quie,  a  veces,  akanza^  el  badlo  de  Bberth  en  los  ti- 
loid-eos  curados  dínicamente,  hemos  emprendido  últimamente  en- 
sayos de  vacunoterapia  con  tres  de  estos  pacientes,  con  resultados 
<iue  aun  ignoramos. 

c)    Afecciones  crónicas  de  fosa  ilíaca  derecha,  de  tipo 

APENDICITIS   CRÓNICA 

Excluidas  lias  lesione®  tubercudosas  de  fosa  ilíaca  derecha,  dte 
nue  ya  nos  hemos  ocupíadio,  y  las  tiflitis  positifoidieas  que  acaba- 
"^  de  mendonar,  queda  un  grupo  de  casos — ocho  en  nuestra  es- 


tadística— en  los  que  la  febrícula  fué  relacionada  con  estados  de  \a^ 
llamada  apenaicitis  crónica.,  diagnóstico  creado  por  los  cirujano.*  _^ 
en  el  que  se  incluyen,  comoi  es  sabido,  procesos  atiatomopatológi  — 
eos  muy  diversos  y  de  etiología  tartibién  diferentes;  pero,  en  reaiL  ^= 
dad.  con  un  cuadro  clínico  muy  semejante. 

Nosotros  nos  circunscribimos  paira  liacer  este  diagnóstico  a  ^' 

estados  que  se  caracterizan,  porque  la  febrícula  coincidie  con  l___ 
existencia  anterior  de  uno  o  varios  accidentes  agudos,  de  tipo  ape— ^^ 
dicular,  diagnosticado  o  no,  que  no  van  seguidos  de  una  restii  — 
don  completa  a  ik  salud,  sino  de  molestias  diigestiivas  generalmea — ^ 
i'agas  y  de  dloJoTÍmienlx>  a  Ja  exploración  cIe  la  fosa  ilíaca  de — ^f— 
cha.  Es  notable  la  frecuenoia  corn  que  je  presontajn  estos  estaA_  « 
en  sujetos  con  manifestaciones,  más  o  menos  marcadas,  dd  UamE»^  , 
"estado  Üinfático",  Se  trata,  en  efecto,  casi  siempre,  de  personas  "_^" 
venes,  de  morfología  adiposa,  no  raramente  asociada  a  procesos  ^^—^ 
docrinos,  sobre  todo  de  tipo  hipogenital,  con  mononucleosis  a: — * 
tuada  y  cmi  hipertrofia  de  los  territorios  linfáticos  accesibles  sa. 
exploración,  sobre  todo  los  fariíigeos ;  y  generalmente  también  <=:^  < 
historia  de  amigdalitis  agudas  repetidas. 

En  estos  casos  se  trata,  realmente,  de  apendicitis  crónica  -v^si 
dadera,  pues  la  intervención  quirúrgica  descubre  esos  apénditrre; 
largos  y  gruesos,  lardáceos,  en  cuya  estructura,  ricamente  linf  ^■ 
de,  se  ven,  como  en  las  amígdalas  hipertróficas,  los  restos  de  ^os 
¡¡cadentes  inflamatorios.  Las  lesiones  pueden  circunscribirse  al-  ^33- 
rcnquima  apendicuar  o  extenderse,  si  el  episodio  inflamatorio  ^ 
sido  muy  grave,  a  los  órganos  vecinos  (ciego,  serosa,  epiplón,  etc.^ 

Con  frecuencia  este  tipo  de  apendicitis  crónica  se  cura  espc:^^"' 
táneamente  con  la  edad,  como  se  cura  la  hipertrofia  de  las  an*-  ^6" 
dalas.  Sin  embargo,  esta  eventualidad  no  debe  ser  obstáculo  p^^*™ 
la  intervención  quirúrgica,  cuando  la  repetición  e  intensidad  de  ~^°^ 
^taques  o  el  mal  estado  interaccesional  la  indiq-uen. 

Inútil  es  insistir  en  la  dificultad  que  hay  para  diferenciar  el»-  '"' 
camente  muchas  de  estas  apendicitis  crónicas  banales,  no  especifi-  "^^ 
de  las  de  origen  tuberculoso  que  antes  hemos  descrito.  Unas  y  ot^-  '^^ 
se  desarrollan  sobre  el  mismo  terreno  linfático,  pueden  coincidir  ^^O" 
una  salud  buena  (salvo  la  febrícula)  y  dan  la  misma  fórmula  J'f' 
mática.  Sólo,  a  veces,  el  examen  histológico  de  la  pieza  extirp-^''* 
conduce  a!  diagnóstico  diferencial. 

En  cuanto  al  tratamiento,  nuestro  criterio  ya  ha  sido  indica-*^"* 
.si  la  repetición  o  la  intensidad  de  los  ataques  es  marcada,  o  el  ^' 
tado  genera!  entre  las  crisis  no  es  bueno,  delíe  recomendarse  ;^ 
extirpación.  SÍ  los  accesos  han  sido  leves  y  el  estado  general  y    "'' 


gestivo  es  bueno,  debe  intentarse  el  tratamiento  médico  y  esperar 
a  pesar  de  la  febrícula,  la  evodoicíón  espontánea  del  terreno,  que  in- 
fluirá decisivamente  sobre  la  marcha  del  proceso  inflamatorio  mis- 
mo. Ya  sé  que  este  criterio  no  es  compartido  por  otros  clínicos,  so- 
bre todo  cirujanos ;  pero  mi  experiencia  es  esto  lo  que  me  ha  en- 
señado y  tengo  que  atenerme  a  ello,  dejando  para  otro  lugar  la  crí- 
tica de  las  opiniones  ajenas.  Téngase  en  cuenta — quisiéramos  in- 
sistir mucho  en  esto— que  Ja  febrícula,  por  si  sola,  no  es  indicación 
para  in/tervenir.  Puede  en  efecto,  subsistir  a  la  extirpación  del 
apéndice  por  la  existencia,  frecuentísima,  de  otros  focos,  general- 
inente  ganglíonares,  que  siguen  alimentaíido  la  septicemia,  y  es 
por  ello  más  útil  instituir  el  tratamiento  general,  tónico,  con  medi- 
cación yodada  y  los  recursos  endocrinos,  si  hay  indicación  para 
ellos;  más  la  perfecta  vigUaocia  die  la  fiunción  intfestinlaJ. 

Esto  nos  enseña  también  que  el  resultado  de  la  operación  no 
puede  servirnos  de  argumento  crucial  ipara  juzgar  de  la  naturaleza, 
tubercuilosa  o  banal,  de  la  lesión.  Antes  hemos  dicho,  en  efecto, 
que  una  apendicitis  tuberculosa  puede  curarse  tras  la  intenvención 
(sea  por  la  jextirpación  del  foco  o  por  la  simple  laparsDtomía) ;  aho- 
ra vemos,  en  cambio,  que  una  febrícula  relacionada  con  una  apen- 
dicitis séptica  banal,  puede  resistir  a  la  cura  quirúrgica.  Me  pa- 
rece importante  recalcar  esto,  porque  he  visto  con  frecuencia  que, 
prácticos  exj>ertos.  hacían  demasiado  hincapié  en  la  persistencia  o 
desaparición  dIe  la  fiebre  después  de  la  apendioectamiíia  para  califi- 
car de  tuberculosa  o  no,  la  naturaleza  del  proceso  inflamatorio. 


d)    Afecciones  hepáticas 

El  conocimiento  de  las  infeccionies  latentes  del  las  vías  biliiajres 
^^  ha  difundido  mucho  modernamente,  en  relación  con  la  importan- 
cia, cada  vez  mayor,  que,  con  justicia,  se  da  a  la  patología  del 
hígado  y  sus  anejos. 

Cansideradia  esta  viscera  coimo  probabfe  foto  ifnf eccioso  laten- 
^^,  hay  que  examinar  tres  eventuaJidades :  los  procesos  pericole- 
5'stioos,  de  origen  litiásico  o|  no;  las  angiocoHtis  latente,  y  las 
inflamaciones  circuinisiGritais  dleJ!  parénquima  hepático. 

Pericolecistitis. — «En  los  numerosos  enfermos  de  cólico  vesicu- 
^r  o  litiásico,  puede,  en  efecto,  ocurrir  que,  procesos  de  inflama- 
ción banal  perioolecistítiica,  fueria  ya  dle  todo  síntoma  hepático,  y 
^^ados  clínicamente  de  los  accidentes  agudos,  dolorosos  y  fe- 
briles, se  manifiesten  por  un  estado  f  ebricular  prolongado,  que  el 


t  ."i.j 


epátalí 


enfermo  no  relaciona  eápoiitáueameiite  con  su  historia  liepátt 
£n  nueve  í!e  nuestros  enferrncs  se  trataba,  probaMemente.  de  esia 
explicación.  Eran  personas  que  habían  sufrido  ataques  úpicos  de 
cólico  biliar,  quizá  lejanos  y  puestos,  por  lo  tanto,  en  segundo  tér- 
mino en  las  posibles  interpretaciones  del  propio  paciente.  En  oca- 
siones, la  exploración  local  acusaba,  más  órnenos  netos,  síntoíBas 
de  dolorimiento  y  tumoración  inflan^atoria.  Otras  veces,  estos  sín- 
tomas locales  eran  nt^tivos ;  pero  aun  entonces,  a  falta  de  iodo 
otro  foco  y  antecedente,  debemos  relacionar  la  febrícula  con  el 
proceso  biliar  y  encaminar  en  este  sentido  el  tratamiento. 

Angwcaiitis  latente. — Las  vías  biliares  sabemos  hoy  que  pue- 
den infectarse,  no  sólo  al  modo  aparatoso  de  las  angiocolitis  clá- 
sicas, sino  también  de  una  manera  latente,  dando  lugar  a  escasísi- 
ma 'sintomatoJt^a  biliar  o  hepátiOa  y  a  um  liebre  de  poca  altura 
y  mucha  duración.  Esta  infección  puede  ser  ascendente;  esto  es, 
de  origen  intestinal,  o,  con  más  frecuencia,  de  origen  hemátíco, 
en  relación  con  el  proceso  de  eliminación  que  cumplen  las  vías 
biliares  en  ciertas  septicemias. 

La  más  interesante  de  éstas  es  la  tifoidea.  Los  portadores  de 
bacilos  son  jnuy  numerosos,  como  es  sabido,  después  de  curada 
clínicamente  esta  infección,  y  la  eliminación  continua  de  los  ba- 
cilos puede  hacerse  por  vía  renal,  por  vía  hepática  o  por  pjiibas. 
Unas  [\-eces  esta  eliminación  pasa  desapercibida  para  el  organismo, 
Pero  otras  da  lugar  a  pielitis  crónicas  o  an^ocolitis  leves  y  cró- 
nicas. Por  lo  tanto,  cuando  un  enfermo  con  febrícula  de  origen 
desconocido  ha  padecido  tifoidea,  el  clínico  debe  dirigir  sus  pes- 
quisas hacia  una  de  estas  tres  probabilid'ades :  las  tiflitis  que  antes 
hemos  estudiado;  ías  pieÜtis  que  luego  comeotainemos ;  y  las  an- 
giocolitis. 

Además  del  bacilo  de  Eeekth,  pueden  originar  estos  estados 
angiocoliticos  taimados  otros  géneros,  como  el  estreptococo,  el 
neumococo  (solM-e  Codo  el  die  Friedlaendee,  según  Umber),  etc. 

Para  que  podamos  llegar  al  diagnóstico  de  estas  angiocolitis 
latentes  es  preciso  que  en  el  cuadro  clínico  aparezcan  episodios  bi- 
liares, a  veces  muy  atenuados,  que  hay  que  buscar  expresamente  y 
con  gran  atención,  como  pequeñas  subid erici as,  orinas  ocasional- 
mente cargadas  de  pigmentos  hepáticos,  trastornos  digestivos  re- 
petidos de  tipo  saburral   sin  causa  aparente,  etc. 

ScHOTTMÜLLER  ha  dcscríto  una  forma  de  angiocolitis  lenta 
maligna,  cuyo  curso  recuerda  al  de  la  endocarditis  de  este  mismo 
tipo.  No  tenemos  experiencia  dé  ningún  caso  seguro  de  este  género. 

El  problema  terapéutico  que  estos  casos,  aun  bien  diagnostica- 


—  175  — 


dos,  plantean,  es  muy  arduo,  pues  la  desinfección  de  las  vías  bi- 
bares  es  muy  dificulitosa,  como  es  sabido,  y  a  veces  totaülmente  hi- 
potética. Recurriremos  a  la  medicación  endovenosa  por  la  urótropi- 
na,  que  a  veces  es  útil,  sola  o  asociada  a  otros  medicamentos,  como 
el  salicilato. 

En  nuestra  estadística,  de  243  casos  de  febrícula,  sólo  en  uno 
hemos  diagnosticado  con  certeza  el  origen  angiocolítico. 

Inflamaciones  circunscritas  del  parénquima  hepático, — Estas  le- 
siones pueden  ser  muy  bien  toleradas  y  dar  como  único  síntoma  la 
febrícula.  Tales,  pequeños  quistes  hidatídicos  inflamados  o  supura- 
dos, pequeños  abscesos  hepáticas,  únicos  o  múltiples,  etc. 

Inútil  es  decir  que,  casi  sin  excepción,  se  trata  de  casos  inóiag- 
nosticables,  que  sólo  se  revelan  por  la  intervención  quirúrgica  o  por 
la  autopsia. 


e)    Otros  focos  digestivos 

Se  concibe  que  a  lo  largo  del  tractus  digestivo,  tan  extenso  y  tan 
complejo,  puedan  establecerse  otros  focos  sépticos,  además  de  los 
enumerados,  imposibles  de  sistematizar ;  y,  en  la  práctica,  con  gran 
frecuencia;,  imposibles  de  diagnosticar.  Por  ejemplo,  en  un  caso 
nuestro,  una  febrícula  rrmy  prolongada  no  tuvo  explicación  hasta 
que  ocurrió  una  perforación  gástrica  en  la  enferma,  que  aquejaba 
^teriormente  tan  sólo  de  leves  síntomas  de  hiperclorhidria.  AI  ope- 
óla, se  encontró  una  úlcera  antigua,  con  una  zona  de  perigastri- 
^s  en  cara  posterior  de  estómago,  cuyo  tejido  infiltrado  de  pus, 
era,  s^ramiente,  el  responsable  de  la  febrícula. 


VI 

EL  FOCO  BUCOFARINGEO 


Estudiamos  juntos  el  foco  faríngeo  y  el  bucal,  cuya  im>portan- 
^<^omo  fuentes  de  infecciones,  leves  o  graves,  ha  sido  tan  pondera- 
<la  en  estos  últimos  años,  porque  tenemos  el  convencimiento  de  que 
^^^^^sten  con  extraordinaria  frecuencia  y  muchas  veces  se  influyen 
"wtuamente. 


a)     Sepsis  oral  como  origen  de  tJ.   febrícula 

Recientemente  heñios  insistido  mucho  en  la  necesidad  de  Jí 
todo  el  valor  que  realmente  tiene  a  la  sepsis  oral,  como  causa  de  ' 
estados  febriles  puras  o  acompañados  de  otras  manifestaciones 
clínicas,  la  principal  de  ellas,  la  poliartritis. 

La  fiebre,  en  estos  casos,  puede  adoptar,  ya  el  tipo  accesional, 
ya  la  forma  septicémica  grave,  es  decir,  la  de  periodos  más  o  menos 
prolongados,  de  fiebres  altas  y  continuas ;  ya  la  modalidad  f  ebricu- 
lar  quie  estamroG  estudiando.  En  nuestra  serie  de  enfermos,  eu  ocho, 
el  origen  del  trastorno  térmico  era  evidentemente  dentario. 

Para  llegar  a  este  diagnóstico,  es  preciso  el  examen  cuidadoso 
de  la,  dentadura  en  todo  enfermo  con  febrícula  de  causa  ígiitrta. 
ái  la  boca  está  francamente  infectada  (piorrea,  abscesos  denta- 
rios, caries,  etc.),  debe  procurarse:  su  inmediata  limpieza  quirúrgica. 
No  nos  cansaremos  de  repetir  que  todo  enfermo,  sea  de  lo  que  sea, 
pero  más  si  sufre  de  un  estado  infeccioso,  de  éste  o  del  otro  origen, 
agrava  su  situación  con  una  boca  séptica ;  de  suerte  que  la  supre- 
sión de  esta  sepsis,  entra  en  la  catearía  dte  las  medidas  de  inme- 
diata urgencia. 

Sabemos  que  estas  purulencias  macroscópicas — la  piorrea.  las 
iiipumciones  abiie!rtais  de  dientes  caireados — no  suden  ser  focoe= 
sspticémicos  propiamente  dichos,  por  cuanto  el  pus  se  vierte  fá- 
cilmente al  exterior  y  no  tiene  que  buscar  la  salida  linfática  y  he— 
inática.  Pero,  aparte  de  los  inconvenientes  serios  que  implica  la 
■deglución  constante  de  este  pus,  toda  boca  piorreica  es,  casi  cota 
certeza,  asiento  de  otro  género  de  .focos  de  mayor  trascendends 
genieral ;  me  relicixj  al  abceso  apicular,  donde  la  septicemia  se  oriJ 
giria  ópticamente.  Este  es,  pues,  el  valor  principal  que  tiene  1— 
intecdón  maoroscqpica  de  la  boca:  el  de  orientar  al  clínico  hade 
el  diagnóstico  de  las  supuraciones  apicuJares  ocultas. 

Pero  sabemos  también  que  estos  abcesos  apiculares  pueder 
existir  por  sí  solos,  sin  supuraciones  macroscópicas,  en  dentadura* 
de  apariencia  nonnal.  Por  lo  tanto,  la  hipótesis  del  origen  dentariJ 
de  la  fiebre,  no  se  agota  porque  la  boca  tenga  aspecto  de  normalida-J 
y,  en  puridad  hay  que  neciirrir  ali  examen  radiográfico  de  las  raítt^ 
L^íntarias,  único  modo  de  revelarnos  estas  lesiones.  Sin  embarga 
prácticamente,  y  juzgando  este  problema  con  ecuanimidad  y  no  S— 
modo  extremoso  que  ha  imperado  en  la  Medicina,  sobre  todo  en  ^ 
Medicina  inglesa  y  americana,  en  los  i'iltimos  años,  los  accidenta 
srpticémicos  de  origen  dentario  suponen  casi  siempre  antecedente 


—  177  — 

partológicos  ipor  paite  de  la  boca,  lo  suficientemente  expresivos  para 
qixe  el  médico  avisado  dirija  hada  ella  su  atención;  es  decir,  que 
ctxando  la  fiebre  se  origina  en  la  boca,  suele  haber  también  supura- 
ción maciixxscópica  evidente;  si  sie  trata  de  «uijetos  con'  bocas  daina- 
ineiüte  descuidadlais  y  oon  historia  de  neuralgias,  iiniñamiaciiónes  y 
i^emoties  die»tairi)os,  etc. 

Hemos  de  anotar  taimibién  el  pdigro  de  dar  por  agotada  la 
investigadón,  al  enoontraír  uinía  sepsis  ciara  de  la  boca.  La  sepsis 
oral  puede  ser  causa  de  ima  septicemia ;  pero  puede  coexistir,  dada 
su  enorme  frecuenda,  con  toda  otra  dase  de  focos  sépticos.  Parece 
pueril  dedr  esto,  pero  la  tendenda  del  espíritu  humano-  a  detener- 
se en  el  momento  en  que  encuentra  una  explicadón,  es  tan  gran- 
de, que  es  pneciso  tenerle  conlstanitemiente  «iolbre  aviso  de  este  pe- 
^gTo  que  frusltra  tjamitas  veoeisi  la  invtestigadóíni.  Aniteis  heimo®  ex- 
puesto un  caso  en  él  que  un  foco  séptico  bucal,  evidente,  coexistía 
con  un  foco  tuberculoso,  también  darisimo;  y  podríamos  repetir 
ej^nplos  de  combinadón  de  sepsis  oral  con  cada  uno  de  los  fo- 
eos  que  estudiamos  en  esta  Memoria.  A  priori  no  podemos  estable- 
cer d  cuánto  dié  la  oiespianfiaibilidiadj  qiue  a  cada  uno  com^esponde. 
I^ero,  en  camlbio,  prácticamente,  la  conducta  del  médico  es  dára; 
suprimir,  digánioslo  una  vez  más,  la  purulencia  bucal.  Si  es  la 
causa  única  de  la  septicemia,  ésta  se  curará.  Si  la  causa  es  otra, 
la  diminación  de  aquiélla,  mejorará  la  situadón  al  disminuir  ene- 
í^igos  al  organismo  en  ludia. 

En  resumen;  nuestro  criterio  el  siguiente:  si  hay  sepsis  oral 
Macroscópica,  la  eliminamos;  si  con  dio  se  cura  la  febricula,  y  no 
hay  otro  foco  evidente,  incoiporamos  el  caso  a  este  diagnóstico  den- 
^rio.  Si  la  supresión  del  foco  no  modifica  la  septicemia,  hemos  de 
Pensar  en  la,  existenda  de  focos  secundarios,  derivados  del  pri-mi- 
tívo  oral ;  por  ejemplo,  adenopaitías  donde  los  gérmenes  se  albergan 
y  reproducen.  Ó  bien  supondremos  que  d  foco  oral  coexiste  con  im 
*oco  die  otra  inl^itulituleza  (tuberculosio,  por  ejiemplo).  Pero  ntmca 
nos  arrepentiremos  de  haber  aseptizado  la  boca. 

Si  no  hay  sepsis  oral  macroscópica  y  no  se  encuentra  signo  po- 

^tivo  ni  de  orientación  de  otro  foco,  procedemos  al  examen  ra- 

^ográficp  de  la  dentadura,  por  si  se  trata  de  abscesos  apiculares 

sin  sintomatolo^a  clínica.  Mas,  repitamos,  que  esta  última  con- 

^ugenda  es,  a  mi  j trido,  excepcional;  lo  corriente  es  que  cuando 

\       ^a  causa  de  la  ihipertemria  reside  en  la  boca  haya :  a)  sepsis  ma- 

I       tToscópid»  acbtflal  (piomnea^  abstieísois,  caries,  éfcc.);  b)  historia  díe 

^      ^'^«uralgfias,  iñtervendones  «i  los  dientes,  dientes  desvitalizados  y 

^k      coronados,  etc.) ;  c)  síntomas  espedales  de  localización  de  la  sep- 


-178- 

tícemia  bucal,  que.  en  cierto  modo,  tienen  un  valor  típico,  como  e 
la  frecuencia  de  la  poiüartritis,  y  principalmente  de  la  artritis  dok 
rosa  de  los  hombres,  que.  según  mí  experiencia,  es  extraordinaria 
mente  frecuente. 

En  otro  lugar  liemos  expuesto  la  téaiica  del  tratamiento  d 
estos  casos:  los  dliientes  muy  inifaSados  c!«ben  ser  extraídos;  la 
supuraciones  abordables  a  ios  recursos  internos,  tratadas  por  1 
vacunóte rB,pi a  generaú  -•  local,  y  los  cuidados  de  limpieza  i 
niados  y  bien  dirij^dos. 


1 


b)      El.  FOCO  FARÍNGEO 


En  catorce  de  nuestros  casos  el  origen  de  la  febrícula  era  netd 
mente  faríngeo.  Yo  no  tne  panso  de  encarecer  la  necesidad  de  ex 
plorar  bien  la  fairingie  y  regiitMits  adjuntas  en  todl»  enfermo  de  sin 
tomatologia  infecciosa  poco  clara.  Un  gabinete  de  exploración  di 
las  fauces  es  taa»  pneciso  en  toda  dinica  médica,  como  el  gait»n£lje  di 
los  rayos  X  o  de  !os  análisis  de  sangre.  Téngase  en  cuenta,  par: 
juzgar  de  la  frecueiícia  de  la  infección  faríngea,  que  no  siempr 
coincide  ésta  con  la  hipertrofia  de  las  amígdalas;  asi  como  puej 
haber  araigdallas  liipertróficas  y  no  infectadas,  sin  importancls 
entonces,  para  el  internista.  Los  nidos  de  gérmenes — generalmea 
te  estreptococos — pueden  esconderse  en  los  repliegues  de  unas  fal- 
ces macroscópicamente  normaifes,  o  con  amígdalas  ligeramente  a» 
.mentadas  de  tamaño.  Pero  no  faltará  la  historia  de  faringitis  ag^ 
da.  febriles  o  de  ■molestias  continuas  en  la  región,  más  un  gTa= 
mayor  o  menor  de  enrojecimiento,  tal  vez  salpicado,  en  los  mome - 
tos  de  intensidad,  'por  pequeños  puntos  blancos. 

Como  antes  hemos  dicho,  es  muy  común  que  estos  estados  ^ 
sepsis  faríngea  ilatente  coincidan  con  las  sepsis  intensas  de  la  V»* 
y  estén  mantenidas  por  ésta,  MÍ  experiencia  es  decisiva  en  es- 
sentído;  y,  por  lo  tantib,  en  la  necesidad  de  aseptizar  antes  !a  tx 
ca  para  logar  la  esterilización  de  las  fauces. 

Insistiré  en  que  las  molestias  subjetivas  pueden  ser  en  estos  d 
sos  tan  pequeñas  que  el  enfermo  no  relacione  la  febrícula  con  ^ 
garganta,  y  al  mismo  módico  le  sea  difícil  encontrar  esta  pisfcí 
He  aquí  un  ejemplo  muy  demostrativo : 

Núm.  0.342. — Maria  de  los  D.  G.  Treinta  y  dos  años, — Tiene  febrici»^ 
vespertina  desde  hace  doce  años.  Por  temporadas  desaparece.  En  otras  oc3 
siones,  sobre  todo  en  las  primaveras,  dura  hasta  cuatro  meses  sin  intemip 
ción.  En  el  transcurso  de  e.íte  tiempo  se  agotan  las  siguienles  hip&tesis; 


—  179  — 

Tuberculosa:  Un  especialista  dice  que  la  encuentra  un  vértice  sospechoso 
y  es  sometida  a  un  régimen  de  campo,  sobrealimentación,  etc.,  durante  varios 
meses,  sin  el  menor  resultado, 

Sifilis:  Sospechándose,  con  razón,  que  su  padre  (muerto)  había  padecido 
sífilis,  se  la  somete,  a  pesar  de  im  Wassermann  negativo,  a  una  cura  mer- 
curial y  arsénica!  que  fracasa. 

Dentaria:  Tiene  buena  dentadura,  pero  una  muela  coronada  con  im  ab- 
ceso  y  caries  dolorosa.  Es  extraída.  Mejora  algo  la  fiebre,  pero  no  se  cura; 
mejora  mucho  de  una  artritis  recidivante  de  la  rodilla  izquierda. 

Endocrina:  Por  ciertos  síntomas,  no  muy  significativos,  es  diagnosticada 
por  otro  médico  de  presimto  hipertiroidismo  y  tratada,  sin  resultado,  en 
este  sentido. 

Acaba  por  resignarse  a  la  fiebre,  que  la  molesta  poco. 
Un   día,   examinándola   casualmente  la   faringe,   encontramos  criptas   en 
las  amígdalas.  Nos  dice  que  le  aparecen  con  frecuencia,  pero  que  como  no 
le  molestan  nada  no  lo  había  dicho.  Un  frotis  del  producto  de  expresión  de 
estas  amígdalas  da  tma  siembra  pura  de  estreptococos  hemolíticos. 

La  electrocoagulación  de  las  amígdalas  suprime  en  absoluto  la  invete- 
rada ffebrkula,  demostrando  que  su  origen  era,  seguramente,  faríngeo. 

Recordemos  que  una  faringitis  crónica,  con  febrícula,  puede, 
no  obstante,  no  ser  de  naturaleza  banal,  sino  bacilar,  como  hemos 
podido  conñrmar  en  dos  observaciones  nuestras  recientes. 


C)      OZENA  Y  IfEBRÍCULA 

En  dos  casos  nuestros  había  febrícula  prolongada  y  como  úni- 
^  alteración  patológica,  en  todo  el  organismo,  un  ozena  intenso, 
^^bonarííatti  estíos  caisos  la  soepetiha  de  Jia  natuiraleza  bacilar  dé  esta 
fesión,  aunque  es  fácil  comprender  que  la  alteración  de  tipo  atrófi- 
^^  de  la  mucosa,  en  esta  enfermedad^  puede  coincidir  y  aun  favore- 
^^t,  la  existencia  de  focos  sépticos  secundarios  responsables  de  la 
ÍAricuIa. 


,      d)    Lesiones  sépticas  de  la  nariz  y  senos 

La  febrícula  puede  estar  relacionada  con  focos  sépticos  latentes 
^e  la  nariz  y  senos.  Estas  lesiones  suelen  dar  lugar  a  una  sintoma- 
^ologia  muy  peculiar,  a  veces  nuuy  aguda,  que  orienta  en  seguida 
^1  propio  enfermo,  por  lo  quie  se  trata  die  un  maíierial  poco  f recuJen- 
teen  la  consulta  de  los  internistas. 

Quáero  llamar  sólo  la  atención  sobre  la  existencia  de  sinusitis  de 


I 
^ 


sintomatología  vaga,  sólo  diagiiosticables  por  ios  modernoa  me- 
dios radiográficos,  y,  a  veces,  ni  auii  por  tste  procedimiento;  sinu- 
jjííí  medicas,  en  suma,  cuya  principal  manifesación  puede  ser  la 
febrícula,  con  sintomatología  dolorosa  muy  atenuada  o  nula. 

En  la  infancia  son  muy  frecuentes,  al  dtcir  de  los  pediatras, 
sobre  todlo  de  la  escuela  francesa,  lais  ftiinculas  de  origen  adenoidá- 
tico  (COMBY,  etc.J.  No  heinos  tenido  en  nuestra  práctica  de  adul- 
tos ningún  caso  de  este  tipo. 


EL  FOCO  GENITAL 


de  mS 


Son  también  muy  comunes  las  septicemias  de  origen  | 
tal.  Dejando  aparte  las  inflamaciones  genitales  femeninas  de  i 
gen  tuiberculoso,  que  dan  un  gran  contingente,  como  antes  hemos 
dicho,  al  girwpo  de  'las  febricuilas,  en  otro  sector  die  casos,  la  inBaí 
niiación  crónica — salpingitis,  pdvi-ocl  ulitis,  peí  vi -peritonitis,  m^ 
tiilis  y  perimetritis,  etc. — se  produce  a  consecuencia  de  estadía- 
inflamatorios  agudos,  ya  dIe  origen  venéreo  (gonocócáco),  ya  d^ 
etiología  pu«rperaJ. 

Por  lo  tanto,  casi  siempre  figura  en  los  antecedentes  de  estas  eizr 
fprmas  el  recuerdo  de  ese  episodio  genital  agudo,  con  el  que  es  f^ 
cil  relacionar  la  fiebre  actual.  Pero  otras  veces,  no  ocurre  asi,  poai 
que  la  infección  venérea  primaria  ha  pasado  desaperdibida,  o  po:« 
<juie  d  episodio  puerperal  (parto  o  aborto)  se  ha  desarrollado  der^ 
tro  de  una  apariencia  normal;  a  !o  sumo  nos  cuentan  que  despuá 
etl  parto,  padeció  la  enferma  "gripe"  o  un,i  "infección  intestinal'^ 
en  la  que,  naturalmente,  no  creeremos,  interpretándola  como  ur»' 
septicemia  sin  foco  ostensible,  pero  de  origen  genital.  Se  trat^ 
pues,  de  focos  sépticos  médicos,  no  de  focos  quirúrgicos;  es  decis" 
de  focos  si  no  macroscópicos  por  lo  menos  inaccesibles  a  los  métodos 
il-j  exploración  ginecológica — el  dedo — ,  que  son  siempre  burdos. 
E  insisto  en  ello,  porqtie  varias  veces  nos  ha  ocurrido  que  enfenmos 
cíe  este  tipo,  a  pesar  de  tener  un  antecedente  genital,  venían  a 
nuestras  manos  con  un  informe  negativo  del  ginecólogo,  basado  en 
qae  el  tacto  y  la  palpación  eran  normales.  Siempre  recuerdo,  a  este 
respecto,  una  mujer  que  vimos  en  el  hospital,  no  ciertamente  coo 
febricula.  sino  con  fiebres  accesionales  intensas,  sin  ninguna  otra 


—  i8i  — 

sintamatología  y  sin  más  antecedentes  que  un  parto,   hacía  un 
¿no,  nonnai,  pero  seguido  de  una  fiebre  <ie  varios  días,  que  íué 
diagnosticada  de   ** intestinal".   Reiteradas  exploraciones  del  apa- 
rato .  genital   hechas  erttonoes    y   luego  por  díedos   expertísimos^ 
lefeiítíficaron   su  pornialidad'.  La  eníeonia  müirió  súbfiítamíenite  de 
an.  síncope,   y#  en,   ila   autopsia,   qu^e    fué   minudloisísüna,   encon- 
tramos,  al  fin,  el  origen  de  la  fiebre  en  un  abceso,  no  mayor 
jque  una  nuez  pequeña,  perdido  en  el  parametrio  derecho,  sin  plas- 
tjón  inflamatorio  en  tomo,  comipletamente  inaccesible,  por  lo  tan- 
to, a  la  exploración  dínica — ¡aun  en  la  autopsia  se  encontró  di- 
fícilmente!— ,  en  cuyo  pus  se  identificaron  los  estreptococos  que, 
habíamos  encontrado  en  vida,  en  el  hemocultivo,  durante  los  acce- 
sos febriles. 

De  muesitros  caiso^.  en  di<ez  había  anteoedentes  genitalies  y  sín- 
tomas actuales  más  o  menos  manifiestos,  suficientes  para  autorizar 
el  diagnóstico  de  origen  genital  de  la  febrícula.  En  otro  no  se  en- 
contró ^más  liesión  que  una  metritis  fuingosa,  que  moleataba  muy 
poco  a  la  enferma,  y  cuya  curación  por  un  especialista  hizo  des- 
^>arecer  la  hipertermia. 

Desde  el  punto  de  vista  bacteriológico,  los  gérmenes  responsa- 
bles dfe  esías  infecciones  lartienibeis  som  todos  los  quie  atotúan  ordína- 
naijiente  en  la  patólogo'  infecciosa  del  aparato  genital,  singular- 
mente estreptococos,  colibateilos  y  neumococos;  de  estos  últimos 
poseemos  varias  observaciones  recientes. 


VIII 
EL  FOCO  URINARIO 

a)     Riñon   y   pelvis   renal 

El  aparato  renal'  es  también  asiento  frecuente  de  focos  de  sin- 
toiñatolog^  opaca,  responsables  de  estados  septicémicos  diversos, 
^^5  «líos,  los  de  tipo  febricular.  Lo  más  común  es  que  este  foco 
^a secundario  a  otro;  es  decir,  qu-e  sea  consecuencia  de  infecciones 
propagadas  de.  las  vías  urinarias  bajas  o  producidas  durante  el  tra- 
bajo de  eliminación  de  los  gérmenes  procedentes  de  focos  lejanos  o 
*/e  septicemias  diversas.  Por  lo  tanto,  en  la  historia  de  estos'  enfer- 
mos existe  casi  siempre  un  episodio  patológico  febril  anterior,  tal 
vez  casi  olvidado  por  el  paciente. 

La  forma  más  frecuente  de  producirse  los  focos  renales  es  la 


... ..'.-. i' 


aéme.  Suelen  ser  estas  pielitis  cofü 
íecdomes  que  ascéendeti  desdie  ¡k  vejjiga.  (por  los  linfáticos  ureterale 
y  no  por  los  -uréteres  mismos,  como  antes  se  creía),  o  que  bajai 
■le  la  sangre,  en  el  proceso  eliminatorio  después  de  una  tifoádea 
una  angina,  etc.  Es  cierta  que  la  pielitis  da  lugar  muchas  ve 
ees  a  la  sintomatologia — ^teatral  por  lo  dolorosa,  por  la  forma  ac 
cesional  de  la ,  hipertermia,  por  la  purulencia  de  la  orina — carac 
terística  de  las  fiebres  urinarias;  pero  en  otnas  muchas  ocaeiones 
falta  todo  esto  y  sólo  se  produce  la  febrícula,  por  temporadas,  sai 
que  el  menor  síntoma  subjetivo  llame  hacia  el  riñon  la  atención  de 
pacieníe.  EJ  médico  sólo  se  orientará  en  esta  dirección  cuando  la 
sntecedentesi  del  sujeto  fe  induzcan  a  ello.  Y  entonces  el  cxama 
detenido  denxJstrará,  tal  vez,  poliurias  accesionaies  o  conifcinuas ;  en- 
turbiamientos súbitos  de  la  orina;  algún  vago  dolorimiento  de  iJ 
región  renal,  etc.  Entonces  se  procederá  a  la  recogida  aséptica  di 
la  orina  y  a  la  investigación  cuidadosa  de  su  sedimento;  opera 
ción  que,  a  veces,  hay  que  repetir  varios  días  sí  no  tía,  de  primen 
intención,  resultado  positivo. 

Los  casos  en  que  más  frecuentemente  se  prodiieen  estas  pieK. 
lis  son — acabamos  de  decirlo — los  consecutivos  a  la  tifoidea  y  a  laj 
infeccion.es  estreptocócicas  repetidas,  principalmente  las  anginas 
Todo  tifoideo  que  conserve  febrioula  y  en  d  que  se  demuestre  k 
ausencia  de  los  otros  dos  focos  ix)st -tifoideos  ya  enumerados — tiíM- 
lis  y  angiocolitis — debe  ser,  pues,  objeto  de  una  investigación  mi 
nuciosa  de  la  orina,  por  si  es  un  pielitico  latente.  Y  lo  mismo  cuan. 
do  un  portador  de  anginas  de  repetición  o  de  otro  foco  séprico  (si^ 
nusitis,  otitis,  etc.).  sigue  con  su  fiebre,  una  vez  curado  el  foco  orí 
ginario. 

En  cuatro  de  nuestros  enfermos  pudo  hacerse,  con  toda  evide.i 
cia,  el  diagnóstico  de  la  pielitis  latente,  como  origen  de  la  febrícula 
tres  por  estreptococos  y  uno  por  bacilo  de  Eberth.  El  trataniient 
adecuado  (uroiropina  en  inyección,  vacuna,  lavado  de  la  pelvis  e 
los  casos  rebeldes)  confirmó  el  diagnóstico. 

Los  focos  renales,  propiamente  didios,  suelen  producir  estadc 
hipertérmicos  más  grave  que  la  siníple  febrícula;  pero  tambic 
pueden  originar  ésta,  ya  por  supuraciones  propiamente  renales,  y 
perírrenales ;  y  amibas  son,  ¡por  cierto,  de  diagnóstico  muy  á\f^  " 
como  en  rvarias  ocasiones  hemos  podido  comprobar. 


-  l'J3  - 


b)    Vías  urinarias  inferiores 

Focos  sqptkos  latentes  de  la  vejiga,  próstata,  etc..  pueden  ser 

origen  de  los  estados  subfebriles  que  venimos  estudfando.   Casi 

siempre  hay  en  ellos  sintomaitoíog^a  subjetiva  lo  suficientemente 

intensa  paira  que  les  kn^xulLse  a  aoudir  a  espedaltLsftas.  £1  internista 

rara  vez  tropieza  con  estos  oaisoís,  por  lo  que  sólo  son  citadbs  en 

eslíe  estudio. 


IX 
ENDOCARDITIS   COMO   ORIGEN   DE   LA   FEBRÍCULA 


Desde   nuestras  primeras  lecciones  de  clínica  médica  hemos 
aprendido,  tjodbs,  quie  ningún  eBxfearmo,  tenga  lo  que  tenga,  diebe 
^Gjar  de  ser  cuidadosamente  auscultado,  y  menos  los  enfermos  fe- 
l^t-iles.  Añadasnos  ahora  que  si  la  auscultación  nos  demuestra  la 
^^istencia  de  un  sopla  cardUicá,  en  modo  alguno  podemos  dejar 
^^  someter  este  hallazgo  a  una  estricta  critica,  para  relacionarte 
^^»  la  causa  de  la  fiebre.  Es,  en  efecto,  muy  común  que,  si  no  hay 
trastornos  drcidatorios  generales,  el  práctico  atribuya  el  soplo  a 
^n  motivo  fujnoionai;  o  una  lesión  cairdáaca  aauterior,  oompensada^ 
^pdependientemiente  a  la  fiebre  actual.  Pero  las  observaciones  re- 
^^^tetsi  sobre  la  endiocardítís  Ide  tipo  "liento"  sooi  tam  miniieroisas, 
í^e,  a  mi  jukio,  en  todo  febricitante  obscuro  con  soplo  cardíaco,  es- 
toamos  obligados  a /suponer,  mientras  no  se  nos  demuestre  lo  contra- 
^^0,  que  la  hipertermia  es  de  origen  endocardítico. 

Generalmente,  estas  endocarditis  febriles  adoptan  un  curso 
^fudo,  y  la  confusión  suele  haoeree  con  las  infecciones  graves,  so- 
^^t  todo  con  la  tifoidea,  hasta  que  al  ver  transcurrir  una  semana  y 
^tra  y  sobrepasar  el  plazo  normal  de  duración  de  la  infección 
^"erüiiana  se  busca  por  otro  lado.  Pero  tampoco  son  raras  las  de 
^^Po  feiwicular.  En  nuestra  estadística  hay  cinco  casos  que  pre- 
staban la  pequeña  hipentenmia,  coimo!  único  síntonna;  que  ha- 
<^ian  su  vida  ordinaria;  que  habían  sido  diagnosticados  con  las 
^^wísabttdas  etiquetes  de  tulberc;uIo(s5ls,  fi.ebre  intestinal,  fiebre  áe 
Malta,  etc.,  y  qute  eteri!,  sentillamenite,  endloicaírditis. 

Hernando  y  Crespo,  entre  nosotros,  han  estudiado  reciente- 


mente,  con  gran  detalle,  esta  enfermedad,"  cIé~Tar~qíIe~ 
tenido  también  ocasión  die  observar  numerosos  enfermos  i 
estos  últimos  años.  La  marcha  general,  que  nos  orientará  pa 
d  diagnóstico,  es  la  siguieiile:  se  trata  de  sujetos,  gencralme: 
te  portadores  de  una  lesión  endocardítíca  anterior,  corwpens 
da,  con  antecedentes  reumáticos,  estreptocóricos,  etc.  En  estas  co 
diciones,  el  paciente  y  su  médico  han  olvidado  la  lesión  cardiac 
cuando  aparece  la  febrícula.  Esta  puede  sdbrevenir  sin  causa  apr 
ciable  o  a  seguida  de  un  proceso  infeccioso  agudo,  lal  cotuo  a 
ginas,  gastro-enteritis  aguda  (muy  frecuente,  según  mi  experiei 
cía),  gonococia  aguda,  etc.  La  fiebre  se  prokwiga,  sin  que  por  par 
del  corazón  aparezca  trastorno  alguno.  Desde  el  punto  de  vista  g 
neral,  encontramos  anemia,  muy  poco  acentuada  casi  siempre  ( 
los  primeros  largos  periodos  del  proceso ;  estado  genera!,  apen; 
quebrantado;  y,  a  lo  sumo,  insuficiencia  respiratoria,  en  los  eje 
cicios  violentos.  Como  Schottmuller  apunta,  con  exactitud,  L 
artropatías,  qoie  tan  ÍTecuentes  son  en  otras  septicemias,  aquí  se 
muy  raras.  Las  embolias,  aneurismas,  hematomas,  esplenornegí 
lia,  grados  graves  de  la  anemia,  etc.,  no  aparecen  hasta  las  fasi 
extremas  del  proceso. 

Sólo  la  auscultación,  por  lo  tanio,  nos  pondría  sobre  la  pist 
descubriéndonos  un  soplo  sistólioo  o  diastóHco;  genenalimiente  sisti 
liro,  y  no  por  eso  menos  desprovisto  de  vailor  (cada  vez  creo  con  m; 
\ehemenda  que  gran  parte  de  los  sopaos  sistólicos  que  se  diagiiost 
can  como  funcionales  son  auténticos  soplos  endocartÜticos).  Incli 
so  hemos  de  admitir  que  en  un  cierto  número  de  endocairditis  t< 
farües  no  hay  soplos  de  ninguna  clase. 

En  lias  autopsias,  en  efecto,  encontramoB  fonnas  de  endocaj 
ditis  parietales,  que  ih>  habían  dado  en  vida  lugar  a  ningún,  sople 
y  teóricamente  se  concibe  que  eil  proceso  endocardítico  lia  de  ten( 
modalidades  eisipeciaJes  de  iniOensadad  y  locaÜización  para  que  el  st 
pío  aparezca.  No  es,  pues,  obligado  el  soplo  en  la  endocarditis,  si 
ore  todo  cuando  ésta  es  predominantemente  parietal. 

Comúnmente  el  tamaño  del  corazón!,,  su  silueta  radio  y  ortogr; 
hca,  son  normales  en  las  primeras  fases  del  proceso,  asi  como  I¡ 
demás  pruebas  diagnósticas  por  parte  del  aparato  circulatorio,  B 
lo,  repitámoslo,  a  pesar  de  la  falta  de  sÉntacmas,  con  sólo  el  sopl 
si  no  hay  otra  causa  claramente  responsable  del  proceso  febril 
csre  se  prolonga  mucho,  estamos  autorizados  a  pensar  en  la  e 
carditis.  Aun  h&biendo  otro  foco  netamente  díagnosticable,  la  á 
lencia  de  una  endocarditis  anterior  coloca  siempre  al  enferní 


-i8s- 

condSdanea  especiales  de  voilinieríabiilflidiad  y  didicadeza,   pueis  esos, 
ifértnenes  qtíe  circiulan  «n  la  sangre,  procedetites,  par  ejemíáo,  de 
lina  faringe  infectada,  puedlen,  en  ciialquier  anoimenito,  anidar  en  el 
endocardio  rugoso  y  establecer  en  él  un  nuevo  punto  de -reproduc- 
ción y  de  partida,  más  grave  y  más  inaccesible  a  nuestros  medios 
de  combate  que  el  foca  primitivo. 

La  fórmula  leucocitaria  sude  ser  normal  en  estos  casos;  in- 
sistamos en  dio  paHa  contribuir  a  quiebrantar  d  pnejuicio  de  los 
que  esperan  una  kucodtosis  con  polinucleosis  como  condición  pre~ 
cisa  para  admitir  la  septicemia  endocardítica. 

El  hemocultivo  es  con  frecuencia  negativo  en  estos  casos  de  fie- 
bre moderada.  Sini  embaigo,  cuando  puedie  repetirse  el  niúmero 
^uficdeníte  de  vedes,  aoediandb  los  momenitois  propicios,  puede  dies- 
cuhrixse  d  germiea  productor,  que  genlerailmeiníte  es  d  estreptoco- 
co, dd  tipo  viridans  o  de  otras  de  sus  variedades.  Otros  géirmenes 
^ort  más  raros,  como  d  estafilococo,  que  fué  hallado,  con  toda  oer- 
^^za,  en  uno  de  nuestros  casos. 


X 

I'^OcOS  SÉPTICOS  EN  LAS  INTOXICACIONES  CRÓNICAS 


Los  intoxicados  crónicos  presentan  con  basítan4:e  freouencia 
^Ccidentes'  fd)rilés  de  causea  desconocida  e  imprevista,  ya  en  forma 
'^^  accesos  hipertérmicos  intensos,  ya  como  febrícula  de  larga  du- 
*  ^ci6n ;  esto  es  común,  sobre  todo,  en  los  uirémicos ;  pero  también 
^^  los  diabéticos  y  los  colémicos.  De  cada  una  de  estas  categorías 
^^''^iemosi  dos  obs!¿rvadones  típicas  de  forma  febricular  en  nuestra 

estadística. 

El»  mecanismo  de  estos  accidentes  se  debe,  a  mi  juicio,  sin  nin- 

SUna  duda,  a  infecdones  banales,  secundarias,  que  se  producen 

^^  estos  organismos,  cuyas  defensas^  están  embargadas  por  el  en- 

^'^'emaimíento  crónico. 


a)    Uremia 

En  d  caso  de  la  -uremia  crónica  con  febrícula  debemos  investir 
Sar  las  serosas,  que  pueden  ser  asiento  de  serositis  tóxicas  sin  sin- 
tomatoíogía  local  y  revelables  sólo  por  algún  leve  roce.  Las  autop- 


íjias  confirman  la  realidad  y  la  frecuencia  de  estas  serosítis,  ■ 
iiicy  extensas  e  inapercibidas  en  vida. 

Otras  veces,  la  infección  solapada,  causa  de  la  febrícula,  reside 
a  Jo  largo  del  aparato  digestivo,  desde  la  boca  misma,  cuyas  muco- 
sas, desecadas,  resquebrajadas  y  saburrosas,  se  coodbe  fácilmen- 
te que  puedan  ser  asiento  de  estados  banaJes  de  infección  secun- 
daría. 

En  el  árbol  aéreo  se  producen  tam,bién,  fácilmente,  en  los  uré- 
micos  crónicos,  congestiones,  éxtasis,  estados  catarraies,  que  ori- 
ginan la  hipertermia.  Y  lo  misnxi  puede  ocurrir  en  el  aparato  uri- 
inrio. 

Todos  estos  tramos  deben,  pues,  ser  severamente  vigilados  cuan- 
do se  nos  presente  un  febricitante  en  el  que,  por  su  edad,  as- 
pecto y  demás  datos,  se  diagnostique  uiui  de  esas  formas  de  ur£ 
ii;ia  orónica,  azotémica,  laJtente,  que  tam  comiinea  son  en  la  j 
ca  diaria. 


b)     Diabetes 


ipi^ 


En  dos  casos  nuestros,  ima  febrícula  prolongada  no  pudo  f? 
lacionarse  con  la  existencia  de  ningún  foco  séptico  diagnosticare. 
Pero  se  trataba  de  dos  diabéticos,  ambos  jóvenes  y  con  el  trastorno 
metabólico  equilibrado  por  el  tratamiento.  Hemos  de  aceptar  la 
misma  explicación  que  para  los  casos  de  uremia:  es  decir,  admitir 
la  existencia  de  infecciones  banales,  de  escaso  valor  local,  en  el  apa- 
rato digestivo,  respiratorio  o  minaimo.  No  perdamos  de  vista,  tra- 
tándose de  diabéticos  jóvenes,  la  frecuencia  de  'la  tuberculosis  ini- 
cial. En  nuestros  dos  casos  esta  última  posibilidad  podía  eliminar- 
se, tras  cuidadosas  y  reiteradas  exploraciones,  y  nos  acogimos,  di 
preferencia,  a  una  expEcacióni  inbestinal. 


c)       COLEMIA 


rad^ 
jnar^ 


Otros  de  nuestros  enfermos  con  liipertennia  moderadí 
larga  no  tenían  alteración  patológica  a^una  con  que  relacionar* 
trasit)oirno  térmico;  pera  eram  dos  ooJémicos  típicos  y  podemos  su- 
poner que  su  febrícula  se  originaba  en  infecciones,  localizadas  c 
difusas,  del  tramo  intestinal  o  de  las  vías  biliares. 

Los  acogemos,  pues,  a  la  misma  explicaa'ón  que  los  de  ¡ús  f 
pos  anteriores. 


-187- 


XI 
febrícula  y  SEC3ÍECIONES  INTERNAS 

a)      HlPERTIROIDISMO    Y    FEBRÍCULA 

¿Existe  una  febrícula  de  origen  humoral,  endógeno,  hiperteroi- 
deo?  He  aquí  un  problema  que  queremos  estudiar  con  algún  re- 
poso. Hay  un  hedho  indudabk,  a  saber:  los  enfermos  con  hiper- 
texroidismo  padecen  con  particular  frecuencia  trastornos  hipertér- 
irxi<ros  y  generalmente  del  tipo  de  la  febrícula  prolongada.  En  to- 
ados los  tratadistas  clásicos  de  esta  enfermedad — ^Kocher,  Sattler, 
otcretera — se  señaila  d  hedho.  Radeniteimienite,  Leopoldo  Levi  y  H.  de 
K.O-THSCHILD,  Vaucher^  Richard,  Arloing  y  nosotros  mismos, 
h^xnos  comunicado  multitud  de  casos  semejantes.  AJiora  bien;  ¿se 
tra;ta  de  verdaderas  hipertermias  hipertiroideas  o  de  procesos  fe- 
"br il.es  concomitantes  con  el  hipertiroidismo?  Este  es  el  punto  que 
líennos  de  adarar  hasta  donde  nos  sea  posible. 

Desde  luego,  hay  una  pordón  de  datos  clínicos  y  experimen- 
tales favorables  a  la  hipótesis  de  la  hipeftermia  netamente  hi- 
P^^tiroidea.  El  hipertiroideo  se  siente  siempre  acalorado;  con  fre- 
.^^*encia  se  queja  de  ¡la  sensadón  exacta  de  estar  febril ;  el  termó- 
^etro,  en  efecto,  acusa,  no  raramente,  aumento  de  la  tem(peratura, 
sin  que  ésta  se  p«ueda  atribuir  a  ninguna  otra  causa ;  los  agentes 
Codificadores  de  la  termogénesis  como  la  quinina  (Müller)  o  la 
ftropina  (Eppinger  y  Hess)  actúan  en  estos  organishios  con  gran 
iiit^nsidad.  Y,  como  contraprueba,  es  clásica  la  hipotermia  de  los 
^i^edematosos. 

.  Este  distinto  comportamiento  dfe  los  enfermos  hiper  o  hipo- 
J^^roideos  se  debe,  en  parte,  a  un  motivo  accesorio,  que  es  la  distri- 
^^<^ión  de  la  sangre  visceral  y  periférica.  En  efecto,  Lucatello  ha 
^^ttiostrado  que  la  hipertermia  de  los  basedowianos  sólo  aparece 
^^ando  se  toma  la  temperatura  en  la  axila  o  en  la  ingle,  pero  no 
^^  el  recto  ;es  decir,  que,  a  la  inversa  que  en  los  sujetos  normales, 
"termómetro  acusa  una  cifra  mayor  en  ila  .piel  que  en  el  intesti- 
^*  En  cambio,  en  los  mixedomatosos  la  hipotermia  puede  llegar 
a  s^^  jjj^^y  gj^ji¿^  ^jj  i^  pj^l^  conservándose  en  d  recto  y  en  lai 

^Sua  una  temperatura;  normad,  como  noisotros'  hemoís  podido  de- 


laS 


mostrar.  De  suerte,  que,  por  lo  menos  en  algunos  casos,  li 
j/eitermias  o  ihipotermias  tiroideas  son  aparentes. 

Sin  embargo,  el  hecho  fundamental  del  trastorno  hiperliroid 
es  el  aumento  del  metabolismo;  y  su  disminución  en  la  insuücie 
cía  tiroidea  es,  asimismo,  la  que  cairacteriza  a  ésta;  hasta  el  pun 
de  que,  como  es  sabido,  la  comprobación  del  hipemietabolismo  o  c 
hipometabolismo,  respectivamente,  es  el  argumento  esencial  pa 
el  diagnóstico  de  unos  u  otros  estados.  Fundamental  mente,  pues, 
hipertermia  hipertiroidea  y  la  hipotermia  hipotiroiriea,  están 
irados  con  el  fenómeno  metaljólico,  con  la  fuente  misma  de  la  pr 
dncción  del  calor.  Experimental  mente.  I-üewi  y  Wesselko,  h: 
demostrado  que  en  ol  conejo  sin  tiroides,  la  punción  íérmica  no  ( 
rebultado;  Asheh  y  Rechtli  y  Asher  Nvffenenger,  prueban  qi 
la  tircñdectomia.  produce  un  descenso  efectcvo  del  calor  orgánico, 
jouTSCHSCHENK  l<^Ta  d  íenómieJio  de  contraprueba,  la  hipertenmi 
;jo-  un  tratamiento  intensivo  con  extracto  tiroideo  en  el  perro.  Mar 
NE  supone  que  el  aumento  idel  metabolismo  y  de  la  producción  ( 
caior  que  ocurre  en  la  mujer  durante  el  embarazo  y  la  lactancia,  : 
(jebe  a  un  efectivo  aumento  de  la  actividad  del  tiroides  en  estos  pi 
riodos  de  la  vida  genitaJ.  Las  ofostervaciones  de  Scheneschewky  » 
bre  el  comportanwento  de  las  enfermedades  febriles  en  el  hipen 
roidismo  y  en  el  hipotiroidismo,  hablan  en  este  mismo  senrido. 

NoBotros  podlríamois  copiair  varias  historias  dínicais,  anák^ 
a  las  publicadas  por  los  antores  citados,  de  las  que  se  deduce  la  re! 
ción  causal  entre  la  febrícula  y  el  trastorno  tiroideo.  Tienei 
guiar  valor  demostrativo,  algunas  de  ellas,  en  las  que  pudimos  d 
servaír  par  lar^o  tieaní»  aJ  enfermo  para  eliminar  en  lo  posib 
la  existencia  de  otros  focos  (tuberculosos,  por  ejemplo),  en  evoli 
ción  larvada.  Tal  ocurría  en  el  caso  siguiente,  en  el  que,  para  qi 
la  demostración  sea  más  neta,  d  tratamiento  quirúrgico  puso  fin 
la  vez  al  h i perti roidismo  y  a  la  fiebre. 

Núm.  4.353.— Manuel  P.,  cuarenta  y  ocho  años.— Sano  hasia  un  ¡nvicrt 
en  que  tuvo  "una  gripe"  y  después  notó  que  adelgazaba  mucho.  El  médit 
le  observa  pronto  un  pequeño  bocio,  que  crece  en  las  semanas  sucesiva 
nás  temblor  y  taquicardia,  sudores,  etc. 

Todo  este  cuadro  de  hiperti roidismo  agudo  se  desarrolla  con  tma  f 
brícula  de  37",6  a  38°,  vespertina,  influida  por  el  ejercicio  y  las  emoción. 
y  no  por  la  aliiticntación ;  7.600  leucocitos  con  4g  por  100  de  mononucleos 
total 

Examen  clinieo:  Fuera  del  hipertiroidismo.  no  se  encuentra  absolutamer 
te  ningún  foco,  ni  aun  sospechoso,  que  se  pueda  relacionar  con  la  fiebr 
Parece,  pues,  que  ésta  es  netamente  hipertiroidea. 

Tratamiento   médico   antitiroideo. 


—  i89  — 

Ocho  meses  después  está  muy  mejorado.  Ha  aumentado  cuatro  kilogra- 
mos de  peso.  Los  fenómenos  circulatorios,  antes  muy  tumultuosos,  se  han 
apaciguado  mucho.  La  fiebre  desaparece  por  temporadas.  La  exploración 
minuciosa  de  todos  los  demás  aparatos  sigue  siendo  negativa. 

Seis  meses  después  el  alivio  se  ha  acentuado  mucho.  Los  síntomas  tóxi- 
cos y  el  estado  general  están  mejoradísimos.  La  fiebre  ha  desaparecido. 
i^ersiste,  sin  embargo,  algo  agravado,  el  bocio. 

Dos  años  después,  prácticamente  curado  del  hipertiroidismo,  gordo,  sin 
fiebre;  pero  sigue  el  bocio,  con  insinuación  retroestemal  y  se  inician  sín- 
tomas de  descompensación  cardíaca  (kropfherz).  Siete  meses  después  vuel- 
ven   los   síntomas   hipertiroideos   acentuados   y  la  febrícula;   las   manifesta- 
ciones cardíacas  se  acentúan. 

Es  operado  con  éxito  cuatro  meses  más  tarde.  Restitución  del  equilibrio 
rcxilatorio,  desaparición  del  hipertiroidismo  y  desaparición  de  la  febrícula. 


X- 


El  paralelismo  entre  el  síndrome  tiroideo  y  el  simdrome  febril 
ür^ece,  en  esta  observación,  alejar  toda  duda  nespecto  de  que  el  oxi- 
de la  hipertermiía  fuese  otro  que  el  trastorno  endocrino;  y  como 
caso  podjTÍaimJols  citar  oüros  en  la  sierie  die  dSiez,  de  nuestra  esta- 
^i  stica,  en  que  la  febrícula  se  ha  relacionado  con  un  Basedow  ver- 
^«i  cuero. 

Pero  nosotros  no  nos  cansareimos  de  insistir  en  la  cautela  que 

^♦'p     preciso  que  no  Sabandone  al'  clínico,  antes  dte  dar  por  cierto  d 

^^^^^^^stico  át  la  febrícula  basedowana.  En  efecto,  un  basedowíano 

1^'^'i^de  ser  portador  de  cualquiera  de  los  focos  infecciosos  latentes 

hemos  enumerado  en  las  páginas  anteriores  y  correríamos,  tal 

un  gran  peligro  al  achacar  al  trastorno  humoral  lo  que  se  debe 

**-    I3.  infección;  peligro  de  pronóstico  y  de  terapéutica. 

La  relación  entre  eli  foco  inifeccioso  latente  y  el  hipertiroidismo, 

*^'<^^ri«  dos  aspectos.  Por  uma  parte,  el  síndrome  hípertíroideo,  pue- 

^'^     ser  debido,  precisamente,  al  foco  iníeccíoso.  Como  ya  hemos 

^>^XDjicado,  en  un  buen  número  de  casos,  el  organismo,  desde  luego 

í^^'^dispuesto  por  un  estado  constitucional  previo,  reacciona  ante  d 

*oco  infeccioso  con  un  estando  de  hiperactividad  dld '  tiroides.  To- 

^laaiamos  entonces  por  causa  de  la  fiebre,  lo  que  es  sólo  un  fenó- 

"^etio  secundario  a  k  infedcíón*  paralelo  a  fet  fiebre  misma. 

Como  hemois  dicho,  el  foco  infecdoso  que  con  mayor  frecuencia 
produce  estos. hipertiroidismosi  neaocionales,  es  el  foco  tuberculoso, 
^o  hemos  dfe  insistir  ahora  en  la  f  recuenda  con  qufe  se  diagnostican 
como  hasiedowianos,  sujetos  portadores  de  lesiones  fímicas  inidía- 
j^s,  de  ésta  o  die  la  otra  viscera.  Pende  afiíma  que  son  sobre  todo 
l^s  tüjberculosisí  imdales  de  las  senosas,  las  que  díaln  lugar  a  estas 
lonnas  de  basedowismo  tuberculosa,  lo, cual,  por  cierto,  no  coindde 
laciamente  con  nuestra  experiencia.  Téngase  en  cuenta  que,  a 


veces,,  no  se  trata  de  sknpies  estados  que  recuerdan,  con  e 
menor  vaguedad,  tí  sindronie  baseidowiano,  sino  de  cuadros  con 
pletos  de  este  morbo,  sin  que  faJie  uno  solo  de  los  síntomas  y  peí 
íectamente  dibujados. 

Mas,  fuera  de  la  eto!og:ia  tuberculosa,  otros  focos  microbi; 
nos  solapados  pueden  dar  lugar  al  fiindronie  de  Basedow  reacci( 
nal ;  nosotros  heñios  recogido  observaciones  muy  puras  en  relí 
ción  con  supuraciones  renales,  nasales  y,  sobre  todo,  faríngea 
provocadoras  de  estos  hipertiroidisnios  secundarios.  Blanco  Solei 
entre  nosotros,  se  ha  ocupado  de  ciertos  casos  en  los  que  la  n 
ladón  del  Kipertiroidismo  con  una  amigdalitis  recidivante  era  mu 
clara,  confirmándola  la  curación  del  trastorno  endocrino  al  ser  e; 
tirpadas  las  anginas  infectadas.  Asi,  pues,  en  todo  basedowiano  ce 
febrícula  ha  de  extremarse  la  insistencia  en  la  rebusca  de  un  pos 
ble  foco  infecoioso  oculto,  tuberculoso  o  no. 

Pero,  por  Otra  parte,  el  íhipertiroidisnio,  sea  primitivo  o  no,  si 
pone  una  inestabilidad  térmica,  con  tendencia  a  la  hipertermi 
que  hace  que  las  reacciones  febriles,  cualquiera  que  sea  su  caus 
alcancen  alturas  anormales.  Es.  pues,  la  alteración  hipertiroidt 
un  verdadero  cristal  de  aumento  para  la  fiebre  exógetia. 

Por  último,  no  olvidemos  la  intima  relación  de  los  trastomí 
endocrinos  en  general,  y  en  especial  de  los  tiroideos,  con  el  estac 
linfático;  y  la  susceptibilidad  de  estos  organismos  linfáticos  an 
toda  infección. 

Por  estas  razones,  en  nuestros  casos  de  hipertiroidismo  con  f' 
brícula,  hacemos  siempre  una  exploración  minuciosa  de  los  pos 
bles  focos  sépticos  y  cuando  hallamos  alguno,  por  insignifican 
que  parezca,  procuramos,  a  ser  posible,  su  anulación. 

En  conclusión:  no  negamos  la  existencia  de  un  trastorno  de  i; 
estabilidad  térmica,  paralelo  a  la  inestabilidad  de  todas  las  fir 
Clones  vegetativas  que  caracterizan  al  hípertiroidismo.  Pero  ere 
mos  que  este  trastorno,  al  actuar  por  sí  solo,  se  debe  manifest 
pre ferientemente  -por  súbitas  hipertermias,  ocasionales  y  pasa 
ras,  más  que  por  fiebres  largas,  cíclicas,  de  curso  regular  y  continii 
Por  lo  tanto,  en^  presencia  de  una  de  estas  febrículas  prolongad; 
buiscanemos  coit  ahinco  ilai  posible  existencia  de  un  foco  infeccioso  1 
tente,  que  el  hipertÍtioñdÍHnio  pondría  de  relieve  con  anormal  inte 
sidad;  y  al  que,  tal  vez,  se  debe  el  propio  hipertiroidismo.  Só 
la  reiterada  ausencia  de  todo  síntoma  de  infección  focal  y  la  cor 
probación  prolongada  de  un  paralelismo  entre  el  curso  de  los  sí: 
tomad  hipertiroideos  y  de  kw  síntomas  térmicos,  nos  autorizai 
hablar  de  fiebre  hipertlroidea. 


utoriz^fl 


—  191  — 


b)     Neurosis  vegetativa  y  febrícula 

El  mismo  razonamiento  que  acabamos  de  exponer  puede  apli- 
carse a  los  casos  en  que  la  febrícula  se  acompaña  de  trastornos  de 
la  neurosis  v-^etativa.  Cawadias  ha  hablado  de  una  fiebre  simpá- 
tica, creo  que  con  excesiva  ligereza.  En  nuestra  estadística  hay  un 
caso  en  el  que  el  trastorno  hipertérmí<56" ocurría  en  un  sujeto  sin 
otra   sintomatcilogía  que  trastornos  ^^^egetativos  imiuy  marcados; 
pero  ninguno  de  estos  casos  autoriza  a  suponer  que  dichos  trastor- 
nos nerviosos  sean  la  causa  de  la  fiebre. 

El  parentesco  de  estos  casos  con  los  estados  hipertiroideos,  es 
tan  grande  que  nosotros  los  denominamos  neurosis  vegetativas 
scvcdohipertiroideas.  ha.  ireacciáni  anormar  éá  sisitemia  nervioso 
vegetativo,  responde  al  mismo  estado  orgánico  que  la  reacción  hi- 
pexniroidea.  Nada  hemos  de  añadir,  por  lo  tanto,  a  lo  que  acabamos 
de    <lecir  anteriormente. 


c)    Febrícula  e  hipotiroidismo 

lairece  opanerse  ai  la  quie  hemiols  expuesto  la  observaición  die  tres 
^sos  nuestros,  en  tote  que  la  febrícula  ooinicidía  oon  un  estado  de 
^*I>otiroidismo  manifiesto.  Acabamos  de  decir,  en  efecto,  que  la 
^i^iaüación  tiroidea  indina  la  r^^lación  térmica  hacia  !a  hipotermia, 
P^i:*  lo  que  én.  ia  insuficiecia  tiroidea,  la  regla  es  la  baja  temipera- 
^^^^  habitual.  Sin  embargo,  nuestros  tres  casos  acusan  induda- 
"^^^nente,  la  combinación  opuesta;  febrícula  más  hipotiroidismo. 

La  explicación  de  este  hecho  es,  a  nuastro  modo  de  ver, 
^^*^y  fácil  de  plantear:  en  la  insuficiencia  tiroidea,  como  todos  los 
s^U:tores  que  se  han  ocupado  de  esta  enfermedad  han  observado,  son 
^'Uqt  frecuentes  los  focos  infecciosos  con  tendencia  a  la  cronicidad 
^^as  veces  de  diagnóstico  fácil  (anginas,  erisipela  de  repetición, 
^t^étera)  y  otras  de  diagnóstico  dif  ícÜ  o  imposible,  como  pasaba  en 
i<>s  tres  casos  nuestros,  en  los  que,  un  estudio  minucioso  no  logró 
^^sctibrir  foco  latente  alguno.  Creemos,  a  pesar  de  ello,  que  ese  foco 
^^í^ía  seguramente,  y  ía  él,  y  no  a  la  perturbación  tiroidea  sfe  debía 
^^  hipertermia. 

&  curiosa  la  falta  de  tielación  de  estos  hechos  con  otros  expe- 
^'•tpentales  que  demuestran  una  resistencia  de  los  animales  sin  ti- 
^'oítles  ante  las  infeccianes,  nomial  o  francamente  elevíada  (nos- 
<itros,  Garibaldi).  Poto  todb  se  explica  sd  se  conisidiera  qule  sólo 


uc  lejos  pueden  ponerse  «n  parangón  los  estaéos  hipotq 
espontáneos  dú  hoinihre  y  los  de  un  conejo  u  otro  ammall 
boratorío,  privado  .par  d  experirnientadoT  de  esta  glánéulaí 
diferemida,  a  mi  Juido,  oomsiate  en  que  en  aquél,  eí  hipotirdj 
humano  se  desarrolla,  como  siempre,  sobre  la  base  del  estoi 
fálka,  quQ  no  existe  eii  el  organismo  artificiaimen-te  tiroidS 
zada;  y  a  ese  estadio  linfático  y  no  a  la  falta  de  secreción  türol 
cieberia  la  sensibilidad  para  adquirir  y  retener^  un  foco  inf« 
que  se  Tevelaría,  por  la  febrícula,  a  pesar  de  las  condicionie* 
fermisantes  (si  se  me  i  permite  la  palabra)  del  mixedema.  J 
En  suma :  los  casos  de  hipotiroidismo  con  fetócula.  se  ^ 
PijLiiparar,  en  ciitrto  modo,  aunque  esto  parezea  paradójio^^ 
de  hipertiToidismo  con  febrícula;  y,  sobre  todo,  a  los  de  esta" 
l.'itíco  con  febiíciiia,  que  vaJiios  a  considerar  en  seguida. 


XII 
ESTADO  LINFÁTICO  Y  FEBRÍCULA 


[ 


En  un  buen  número  de  casos — 14  de  nuestra  estadístM 
febrícula  no  coincidía  con  ningún  síntoma  de  foco  infeccioso,  i 
estados  endocrinos  que  pudieran  relacionarse  con  el  trastonk 
imco.  Pero,  en  cambio,  existían  con  toda  daríd'ad  los  sintool 
estado  linfático,  ya  en  la  forma  adiposa,  ya  en  la  forma  delgi 

Al  primer  gnipo  pertenecen  cinco  casos.  Se  trata  de  peí 
jóvenes,  con  hiperplasis;  linfática  (amígdalas,  ganglios  cena 
eicétera),  con  mononudeosis  y  con  insufjcíenda  genital;  y,  ad 
obesidad  más  o  menos  acentuada,  adoptando,  en  los  casos  mam 
niles,  el  tipo  de  la  adiposidad  eunucoide  prepuberal.  Dos  de  la 
icnnos  eran  mujeres  de  más  de  diedsietc  años  y  en  ellas  el  ^ 
ma  nu'is  notorio  er^  la  amlenorrea.  ': 

Los  casos  del  segundo  ^\ipo~~forma  delgada — eran  nuei 
trataba  de  jóvenes  ddgados,  con  la  hiperplasia  linfática,  niQ 
deosis  y,  generalmente,  estado  anémico.  Corrtópondfen  ha 
exactamente  estos  casos  a  dertas  formas  de  dorosis  atenuad 
PALTAUF  llamó  al  estado  linfático  "estado  linfático-clorótico': 
caracteres  clínicos  esquemáticos  del  mismo  son : 

a)  Síntomas  nerviosos  (mareos,  astenia,  cefalea). 

b)  Síntomas  digestivos  {dispepsia,  estreñimiento). 


—   ir 


yj 


c)  Síntomas  endocrinos  (insuficiencia  genital,  hipertrofia  dib- 
cielía  dd  tároidies). 

d)  Color  anémico,  mucosas  pálidas. 

Son,  pues,  síntomas  que  recuerdan  a  los  de  la  clorosis  verda- 
dera; pero  difieren  en  el  cuadro  hemático  que,  salvo  la  mononu- 
cieosis,  suele  ser  poco  característico,  por  lo  que  solemos  etiquetar 
estos  enfermos — numerosísimos,  por  cierto,  en  los  consultorios  de 
iiti-estros  hospitales — con  el  noanbre  de  "Pseudodorosis". 

La  febrícula  que  se  presenta  en  estos  casos  con  esitado  linfático 
•-Í  e    uno  u  otro  grupo,  ha  de  rdadonarsie,  evidentemente,  con  la  exis- 
to rwcia  de  focos  infeociosios  latentes,  que  pasan  inadvertidos  a  la  ex- 
1>I  oración  clínica.  Es  decir,  que  en  estos  casos  no  hay  aparente  infec- 
<^'C>Ti  de  las  anúgdalas  hipertrofiadas,  ni  del  aparato  linfático  de  la 
^o>3'a  ilíaca  dierecha,  ni  de  los  gaaigUos  torácicos,  etc.  Sin  embiargo, 
^'^     seguro  que  esa  infección  tan  solapada,  que  escapa  a  todas  nues- 
*-r3.s  pesquisas,  existe.  Quizá  es  una  infección  tuberculosa,  quizá 
^-^1^3.  infección  séptica  banal.  Una  de  las  características,  clásicamen- 
^^      2«:onocddas  del  antiguo  "linifatismo",  hoy  rebautizado  con  el 
^^^^nubre  de  "estado  linfático,  o  tímico  linfático",  es,  precisamente 
ya  lo  hemos  conilent?ulo  al-  principio — la  exquisita  sensibilidad 
^^    'estos  organiísnios  para- adquirir  todo  génlero  de  inifecciones ;  y 
^st^3  pueden  tadoptar  las  más  diversas  gradadomes :  en  intensidad. 
^-'^s-de  una  angina  purulenta,  con  40®  de  fiíebre  hasta  la  leve  infla- 
^^^^^}=^^ión  de  un  territorio  limitado  del  tejido  linfático  faríngeo,  torá- 
^  *^^tD  o  intestinal  /qnie  sólo  produzca  una  febrícula  discreta ;  desde 
:^^^«i  infeooión  cutánea,  que  por  poco  sencilla  que  sea,  se  dignostica 
^'^^Tiediataniente,  hasta  la  áe  uno  de  los  expresados  focos  internos, 
^^■e  son,  en  absoluto,  inacoesiblies  a  los  más  finos  procedimientos  ex- 
laboratorios. 

Así,  pues,  este  grupo  de  enfermos  de  febrícula  puede,  en  reali- 

^^•d,  incluirse  en  cualquiera  de  los  diferentes  focos  que  hemos  ido 

^escribiendo  en  efeta  Memoria;  si  bien  el  foco  es  indiíagnosticab'e. 

por  lo  que  solo  recogemos  el  diagnóstico  del  estado  constitucional 

^lue  sirve  de  fondo  patológico  a  la  infección. 

En  estos  casos,  excusado  es  decir  que  debe  instituirse  el  trata- 
niiento  apropiado  para  combatir  la  constitución  linfática,  ya  que  el 
^  oco  infeccioso,  por  ser  desconocido,  es  inabordable  por  la  terapéu- 
tica. Los  resultados  experimentales  y  clínicos  parecen  comprobar 
<^ue  la  abundancia  de  leche,  huevos  y  manteca  es  perjudicial  a  es- 
^os  enfermos,  dato  que  conviene  tener  presente  para  preservarles  de 
íctó  improcedentes  regímenes  de  sobrealimentación  a  que  son  ccnde- 
"ados  por  algunos  prácticos;  regímenes  cuya  base  es,  justamente, 


los  huevos  y  leche  a  todo  pasto.  La  carne  asada,  el  jamón  crudo,  < 
rado  (cuya  abundancia  y  excelencia  en  nuestro  país  debe  ser  aprw 
chada  por  el  médico),  los  vegetales,  la  fruta  y  los  alimentos  aztít, 
rados,  sientan,  en  cam:bio,  muy  bien  a  estos  organismos. 

La  medicadón  más  conveniente  es  !a  caldca,'  arsenical  y  yoJ 
c!:; ;  agregando  la  opoterapia  oportuna  (pequeñas  dosis  de  tíroídi 
c  tiro-proteina,  y  medicación  genital). 


XIII 

febrícula  de  causea.  INDIAGNOSTICAELE 


En  12  de  nuestros  casos,  la  febrícula  no  pudo  relacionarse  ctxr-jt 
ninguna  circunstancia  patológica,  de  las  enumeradas  hasta  aquí,  S»  . 
trataba  de  organismos  aparentemente  sanos  y  sin  ningún  dato  cun5-e= 
titucionai  ni  anamnésico  en  que  apoyar  una  hipótesis  expHcativf  -v 
dd  trastorno  febril. 

"Nuestra  posición  ante  estos  casos,  debe  ser  de  modestia  y  discr»  - 
ción  sumas.  Seguramente  se  trata  de  focos  infecciosos  solapadocr^ 
Pero  no  pasemos  de  insinuar  esta  sospecha  y  procuremos,  obst 
vando  al  enfermo,  a  lo  largo  del  tienipo,  sorprender  la  evolucióii  C 
foco  para  llegar  a  su  localización. 

Entre  tanto,  debemos  acoíisejar  tm  tratamiento  a  la  vez  eñe 
y  sencillo,  coyas  reglas  no  se  pueden  establecer  de  un  modo 
neral.  Lo  esencial  es  huir  de  estos  dos  peligros :  no  someter  al  ' 
íenno  a  rigores  injustificados  que  puedan  perturbar  su  vida.  y. 
vez,  obsesionar  su  espíritu;  y  no  descuidar  el  proceso  por  el  hec 
de  sernos  desconocido,  haciéndonos  nuestro  optimismo  pe.^der    "i^-í 
un  tiempo  que  luego  ya  no  se  pueda  recobrar. 


LA  OBSESIÓN  DE  LA  FEBRÍCULA 


Antes   determinar  queremos  hacer  mención   de  una   verdac; 
ra  oomplicación  nerviosa  de  k  febrícula,  que  es  la  obseaón  del  * 
QiómetTO. 


—  195  — 

!•  / 

'  El  enf-ermo  que  sufre  estos  estados  subfebriles,  en  efecto,  es 

frecuente  que  adopte  una  actitud  de  descuido  y  acabfí  poT  no  hacer 
caso  de  su  trastorno  térmico.  Pero,  por  el  contrario,  si  se  trata  de 
un  sujeto  aprensivo,  la  determinación  de  la  temperatura,  la  inter- 
pretación "de  su  nafturaleza  y  la  explicación  de  sus  variaciones,  lle- 
gsui  a  convertirse  en  im  verdadero  estado  obsesivo,  a  veces  de  gra- 
vedad superior  a  la  de  la  propia  hipertermia. 

Ya  hemos  hecho  alusión  a  los  estados  de  obsesión  tuberculosa 
^11  individuos  neurósicos  que  'han  tenido  que  convivir  en  un  am- 
biente de  esta  enfermedad.  Pero,  aparte  de  este  miedo  a  una  en- 
fermedad determinada,  el  hecho  mismo  de  la  fiebre,  misteriosa  e 
iriíicababde,  perturba  la  vfida  y  obsesiona  gravemente  la  atención  de 
rn lachos  eníermos  o  de  sus  familias.  Es  frecuente  verlos  con  el  ter- 
rrxSmetro  cada  hora,  pendientes  día  y  noche  de  las  menores  varia- 
ciones de  su  cifras,  atribuyendo  sus  oscilaciones,  a  cada  circuns- 
tancia que  coincidió  con  aquéllas  a  este  o  al  otro  alimento,  al  ejer- 
cicio, al  tiemipo,  etc.,  etc. ;  y  adoptando  a  cada  momento  nuevas  pan- 
"tsLs  de  vida,  sobre  la  base  de  estos  datos  empíricos. 

Hemos  observado  varios  ejemplares  de  personas  jóvenes  que  ha- 
l>i  enrió  crecido  bajo  d  peso  dte  esta  preocupación,  han  curado  de  su 
febrícula,  conservando  aún  la  orientación  depresiva  y  apocada  de 
5^u  espíritu  duramite  toda  la  vida.  "Es,  pues,  neces&rio  que  el  médico 
P'^i'oceda  en  <;Stos  casos  con  sumo  tacto,  como  antes  hemos  aídio,  pa- 
^■«1  no  fomentar  insconscientemente  con  una  observación  demasiado 
^«"tenta  estas  consecuencias,  que  perturbarán  el  porvenir  del  febri- 
^:^i:ilante. 

Por  ello^  en  muchas  ocasiones,  el  médico  se  ve  obligado  a  pres- 
cindir por  comipleto  del  conocimiento  de  la  febrícuila,  cuyas  oscila- 
ciones, por  otra  parte,  nioi  piroporcionan  una  información  extraordi- 
nariamente preciosa  para  el  diagnóstico  y  el  juicio  pronóstico  de  la 
enfermedad.  Será  entonces  necesario  empezar  por  quitar  el  termó- 
^^^tro  dte  manos  del  enfermo  o  die  sais  familiares.  Esta  medida  basta 
p3.ra  tranquilizar  al  paciente. 
L  ^  Mtichas  veces,  ía  eficacia  del  médico  se  limita  a  esta  psicotera- 

L       pía;  y,  en  ocasiones,  d  beneficio  es  tan  grande  como  lo  sería  hacer 


Benigni.— Sobr«  las  causas  de    ia  Intoxloaolón  qus  puede 
terminar  el  calomelano  suministrado  oomo  purgante.  (Sulk  c 
della  intossicazione  che  puo  determinare  il  taiomelano  suminisCrato  a.  s 
purgativo.   Archives   Inteniatíonales  de    Pharmacodynamie   el   de    Th 
pie.  Volumen  XXXI,  fase.  IlI-IV.  1926. 


Aunque  los  farmacólogos  han  insistido  ya,  desde,  hace  tiempo,  s 
Iiecho  de  que  los  calomelanos  introducidos  en  el  estómago  no  pueden  i 
la  parcial  Irans formación  en  sublimado  corrosivo,  aunque  se  aumente  muí 
1,1  acidez   normal   del   jugo  gástrico,   todavía   muchos   médicos   creen   que 
influencia  de  Jos  ácidos  y  cloruros  alcalinos   sobre  el   calomelano   puede 
plicar  las  intoxicaciones  que  raras  veces  se  han  registrado  por  el  uso  de 
medicamento. 

Es  sabido  que  no  bastan  soluciones  diluidas  de  ácilo  clorhídrico  p 
transformar  los  calomelanos  en  sublimado,  sino  que  es  necesario  tratar 
cloruro  mercurioso  con  soluciones  concentradas  y  (alientes  de  estas  eí 
rara  poder  observar*  la  transformación  en  tales  condiciones,  que  no  es 
sible  que  nunca  se  reúnan  en  ningún  organismo  animal.  También  las  solu- 
nes  concentradas  de  cloruro  sódico  quedan  sin  eficacia  sobre  el   calomelf 

En  cambio,  es  seguro  que.  una  vez  atravesado  el  estómago,  llegado  al 
Icstino  delgado,  :ei  calomelano  sufre  una  transfnrmación  aunque  parcial 
influencia  del  jugo  intestinal,  del  jugo  pancreático  y  de  la  büis  que  lie 
todos  reacción  alcalina.  En  este  ambiente,  el  calomelano  'se  transforma 
protóxido  de  mercurio,  e!  cual,  combinándose  ron  las  substancias  proléi 
da  lugar  a  la  formación  de  un  producto  soluble.  La  bilis  in  vüro  es  ca 
de  transformar  en  producto  soluble  el  5  por  100  de  los  calomelanos  ingerii 
e  igual  influencia  transformadora  ejerce  el  jugo  pancreático  sobre  el  23 
100  del  calomelano  ingerido.  Naturalmente,  en  el  intestino  la  transforma! 
procentual  del  calomelano  puede  variar  de  un  sujetq  a  otro  y  alcanzar 
as  elevadas ;  es  más  que  probable  que  el  grado  de  \ri 


—  197  — 

msición  del  medicamento  esté  relacionado  con  !a  cantidad  de  álcalis  presen- 
tes    en  el  intestino. 

ToLLACCi,  en  un  largo  trabajo  experimental,  sostiene  que  en  el  tubo  intes- 
t'T3SL\  no  se  forma  sublimado  a  expensas  del  calomelano,  sino  que  se  obtie- 
tíe       sulfocianato  de  mercurio,  que  se  produce  por  contacto  directo  del  calo- 
rnclano  con  el  ácido  sulfociánico  presente,  no  sólo  en  la  saliva,  como  todo  el 
rí?xixido  sabe,  sino  también  en  todo  el'  resto  del  organismo;   Pollacci  lo  ha 
<2^ss<:ubierto  en  el  cerebro,  medula,  mucosa  gástrica  e  intestinal,  sangre,  leche, 
rti«sculos  y  otros  tejidos.   El  calomelano,  por  consiguiente,   ii\troducido   por 
^'ísL    hipodérmica  o  por  vía  gástrica  reacciona  en  seguida  con  el  ácido  sulfo- 
ciánico,  produciendo    suUocianato   de  mercurio,    mercurio    metálico  y    ácido 
clorhídrico,  o  cloruro  de  potasio,  según  que  el  ácido   sulfociánico  estuviese 
l^t>r-e  o  combinado  con  el  potasio.  La  razón  por  la  cual  es  preciso  no  dar  al 
crif  ermo    alimentos   salados   después    de   darle   calomelanos    está    en    que    el 
sití  f  ocianato  de  mercurio  es  muy  soluble  en  el  cloruro  sódico.  Estas  afirma- 
ciones de  Pollacci  no  han  sido  comprobadas  por  nadie. 

-Aunque  no  se  puede  admitir  una  transformación  del  calomelano  química- 
^'lente  puro  en  sublimado  corrosivo  en  el  tubo  digestivo,  es  cierto,  sin  embar- 
6c>,  que  a  veces  los  médicos  administrando  calomelanos  a  dosis  seguramente 
PJí" gantes,  observan  fenómenos  de  intoxicación  por  el  mercurio;  y  lo  más 
itni>ortante  es  que  tales  hechos  han  sido  observados  en  sujetos  que  en  otras 
^^ cisiones  ingirieron  calomelanos  con  efecto  purgante  y  sin  acción  tóxica. 
^^t:o  demuestra  que  tales  sujetos  en  su  intestino  han  reunido  en  cierta  oca- 
*'^^>»i  condiciones  peculiares  por  las  cuales  se  ha  llegado  a  absorber  una  parte 
"^I     mercurio  que  por  consecuencia  ha  provocado  la  intoxicación. 

Ds,  por  consiguiente,  interesante  conocer  las  condiciones  en  las  que  tales 
^^*^stomos  pueden  verificarse,  o  de  otro  modo,  cuáles  son  las  causas  que 
P^'*^^den  liberar  el  mercurio  ion  del  calomelano  en  tal  cantidad  que  puedan 
I'^^^ducirse  los   hechos  [  nocivos  observados   por   el  médico. 

El  autor   lia   realizado   en    este   sentido    interesantes    investigaciones.    En 
P'^^Tuer  lugar  trató  de  establecer  las  condiciones  en  las  cuales  el  ácido  clorhí- 
^^"í<:o  es  capaz  de  actuar  sobre  los  calomelanos 'para  transformar  parcialmente 
^*^      sublimado.  Opera  sobre  una  serie  de  tubos  con  25  centigramos  de  calo- 
í^'^^Iano  y  10  c.  c.  de  una  solución  de  clorhídrico  a  concentraciones  diversas, 
íi^sde  el  I  por  i.ooo  hasta  el  10  por  100,  después  de  mantener  por  tres  horas 
^     38  grados  los  tubos  no  consigue  revelar  por  la  acción  del  sulfhídrico  ni 
irkdicios  de  mercurio  soluble  en  niguno  de  ellos.  Luego  a  la  temperatura  del 
ciierpo  humano  las  solucione  de  clorhírico ,  no  producen  sublimado  a  expen- 
sas de  calomelano.  Para  obtener  esta  transformación  se  precisa  manejar  clor- 
hídrico/ al  10  por  ICO  y  hervir  la  mezcla  por  cinco  minutos,  circunstancias 
fjUe  no  pueden  jamás  en  el  estómago. 

La  segunda  serie  de  experimentos /trata  de  determinar  si  in  vitro,  la  ac- 
ción del  jugo  gástrico  (del  perro)  normal  o  hiperclorhídrico  puede  producir 
'^  transformación  calomelanos-sublimado.  El  resultado  fué  negativo  aun 
^STegando  clorhídrico  libre  y  cloruro  sódico  al  jugo  gástrico  manejado. 

^ija  el  autor  su  atención  sobre  las  alteraciones  que  el  calomelano  puede 
^^íi*ir  en  el  intestino  en  ambienté  alcalino.  Experimentalmente  es  sabido  ^e 


toi  cirlKinato)  ulcnliiios  actuando  sobra  el  calonielaiio,  producaí  óxido  mer- 
Ciirlow  iiwnluWc  muy  estable,  que  se  descompone  con  facilidad  en  óxido 
mercúrico  y  mercurio  metálico.  En  presencia  de  la  albúmina  la  reacción  se 
cumplicB,  porque  se  forman  simultáneamente  albiiminatos  también  disociables. 
1.a  experiencia  rcaliísda  substituyendo  i«  vilro  las  soluciones  de  carbonates 
uli'ulino*  por  el  jugo  intestinal  resultan  claramente  positivas,  tanto  más  cuan- 
to mayor  es  laalcaltitidad  obtenida  agregando  carbonates  alcalinos  al  jugo 
(jU*  le  mHneJB. 

V.n  CSlB»  ciindicioncs  no  sería  absurdo  suponer  que  los  hechos  de  intoxl- 
CMCión  «ubsiiftii entes  a  la  administración  del  calomelano  puedan  ser  debidos 
ü  imft  nlciiliiu'd*l  excesiva  del  jugo  intestina!.  Desde  luego,  seria  preciso 
(|Hl>linriite  tener  en  cuenta  la  cantidad  de  substancias  albuminoides  presentes 
m  I»  métela;  por  consiguiente,  sol  trata  de  una  cuestión  de  equilibrio,  de 
iiintidml  entre  los  proteicos  y  los  álcalis  en  el  jugo  intestinal.  Las  investi- 
(((triunri  roMliíadas  í»  vino  con  perros  parecen  confirmar  este  punto  de  vista, 
Il»t  ciuiituito  de  estas  experiencias  se  puede  obtener  la  conclusión  de  que 
Im  [ciiftineiios  tóxicos  que  a  veces  se  desenvuelven  en  individuos  a  los  cua- 
Ipí  »t  Im  !ift  administrado  calomelanos  con  fines  purgativos,  no  depender 
OpI  lirt'll"  de  que  imal  parte  de  la  substancia  se  haya  transformado  en  ta: 
(■i  tiuwento  disociaWe  por  la  acción  de  los  ácidos  o  del  cloruro  sódico  et 
it  KláuiaKO,  sino  que  están  en  relación  con  la  alcalinidad  aumentada  del  jug< 
IiéIMIIiin],  y  simultáneamente  con  la  disminución  de  la  cantidad  de  proteico' 

SfntmlCi),  de  tal  modo,  que  se  produce  jla  ruptura  de!  equilibrio  entre  e 
IcilU»  y  proteicos  en  el  intestino,  por  lo  cual  viene  a  determinarse  la  for 
illMCÍ¿n  de  ¡productos  disociables  y,  por  consiítiiiente.  de  mercurio  ion  ab 
•orbible  en  cantidad  suficiente  y  con  suficiente  velocidad  para  dar  lugar  i 
1(1)  fenómenos  tóxiccis,  f 

J.  Sanceís   Baní^H 


Paül  Mati.— La  trepanación  desoompres'.va.  ¿i-  Escaipel,  julio  igzti 
número  29. 

La  trepanación  descorapresiva  es,  en  la  mayoría  de  los  casos,  un  medí' 
paliativo  de  combatir  la  hipertensión  intracraneal.  Pronto  o  tarde,  cuando  C 
tumor  no  ha  sido  completamente  extirpado,  los  signos  de  reddiva  aparecer 
Hay,  sin  embargo  pseudotumores  cerebrales,  llamados  por  otros  autores  ara* 
noidilis  serosa  crónica,  o  meningitis  serosa,  en  los  que  la  trepanación  dcs 
compresiva  produce  ima  curación  durable.  El  autor  ha  visto  tres  casos  de  cs* 
clase  operados  con  éxito,  sin  que  haj-a  quedado  ningún  trastorno  cerebral  d*- 
pués  de  la  operación. 

Las  principales  reflexiones  que  sugieren  estos  tres  casos  observados  s"*^ 
;  Cuáles  son  la  patogenia  y  la  anatomia  patológica  de  las  lesiones  que  p*"' 
sentaban  estos  enfermos?  ;Por  qué  mecanismos  la  trepanación  dcscompresi"^ 
ha  actuado  para  producir  la  curación? 


[ 


•  —  199  — 

Patogenia. — En  los  tres  casos  había  una  reacción  de  Wassermann  nega- 
tiva en  y  en  el  líquido  céfaloraquídeo.  En  el  primero  de  ellos  no  podía 
descubrirse  ninguna  enfermedad  infecciosa  en  los  antecedentes.  El  segundo 
enfermo  había  tenido  un  acceso  de  gripe  algunas  semanas  antes  del  principio 
de  la  afección.  El  tercero  sufrió  infecciones  nasales  durante  varios  años.  Es 
lógico  suponer  que  una  gripe,  o  una  infección  prolongada  de  la  naso  faringe, 
pueden  determinar  los  fenómenos  de  encefalitis  o  meningoencefalitis,  mani- 
festándose por  hipertensión  intracraneal. 

Anatomía  patológica. — Quínele  fué  el  primero  que  descubrió  casos  seme- 
jantes con  el  nombre  de  meningitis  serosa.  Nonne  publicó  una  serie  de  casos 
que  simulaban  tumores  cerebrales  y  que  él  llamó  pseudotumores.  Numerosas 
publicaciones  han  aparecido  después. en  Alemania,  sobre  todo  de  Bailey.  Ho- 
RRAX  ha  publicado  33  casos  que  presentaban  síntomas  cerebelosos  y  en  todos 
ellos  encontró,  en  la  operación,  un  espesamiento  de  la  aracnoides,  a  nivel  de 
la  protuberancia  occipital  interna.  Cuatro  autopsias  han  podido  ser  hechas 
y  en  estos  casos  se  encontró  un  espesamiento  considerable  de  la  referida  mem- 
brana, que  estaba  adherida  a  la  pía  madre.  Dos  casos  presentaban  lesiones 
de  esclerosis  de  la  corteza  cerebral  subyacente,  indicando  ima  encefalitis.  Los 
fenómenos  de  hipertensión  cerebral  eran  probablemente  debidos  a  un  trastorno 
^  la  reabsorción  del  líquido  céfaloraquídeo. 

Diagnóstico. — ^La  meningitis  serosa  simula  la  sintomatología  de  los  tumores 
cerebrales.  Los  síntomas  de  hipertensión,  cefalalgia,  papila  en  éxtasis,  diplopia, 
signos  radiológicos,  no  pueden  ser  distinguidos  de  los  de  un  neoplasma,  sin 
^^bargo,  los  signos  de  localización,  ausentes  con  mucha  frecuencia,  cuando 
^^isten,  son  generalmente  menos  pronunciados  y  más  difusos  que  aquellos  que 
acompañan  a  los  tumores.  El  diagnóstico  podrá  encontrar  ima  confirmación 
^^n  la  operación,  en  Jos  casos  de  tumores,  aunque  no  haya  una  hidrocefalia 
^^terna  tan  marcada  como  en  la  meningitis  serosa. 

Será,  pues,  difícil  afirmar  el  diagnóstico  de  meningitis  serosa,  en  la  ausen- 
^i^  de  manifestaciones  neurológicas  de  neoplasma. 

Tratamiento. — Como  ha  señalado  ya  Nonne,  muchos  casos  curan  espon- 

^^eamente  o  por  medio  de  un  tratamiento  médico.  Sin  embargo,  existe  gran 

'^sgo  en  no  someter  estos  enfermos  a  la  intervención;  la  ceguera  puede  pro- 

*^^cirse  prontamente,   siendo  irremediable  casi   siempre.   El  tratamiento  por 

^^■^ciones  lumbares  repetidas  debe  rechazarse.  Es  peligroso  puncionar  a  un 

^^f ermo  de  hipertensión  cerebral  elevada,  no  siendo  raros  los  casos  de  muerte 

^^putables  a  la  punción.  Se  puede,  en  buen  número  de  enfermos,  rodeándose 

^^  las  precauciones  corrientes  (pimción  en  posición  acostada,  salida  de  una 

^^^ueña  cantidad  de  líquido,  etc.)  hacer  una  punción  por  vía  de  diagnóstico. 

Í^To  la  cantidad  de  líquido  que  se  les  puede  extraer  en  estas  condiciones  será 

^^neralmente  insuficiente  para  tener  una  influencia  sobre  la  marcha  de  la  en- 

^^rtnedad.  Además,  como  se  observa  en  muchos  casos,  existe  tabicamiento  del 

^^pacio  subaracnoideo  y  la  punción  vacía  el  saco  lumbar  pero  ejerce  poca  in- 

"\iencia  sobre  los  espacios  del  encéfalo. 

El  autor  cree  que  el  solo  tratamiento  eficaz,  es  la  trepanación  descomiwe- 
siva,  que  será  hecha  en  el  lugar  de  elección,  región  subtemporal  derecha  en 


—  200  — 


ausencia  de  sintonías  de  localización,  o  suboccipital  cuando  hay  síntomas 
déficit  cerebeloso. 

La  trepanación  descompresiva  empleada  en  buena  indicación  es  una 
ración  completamente  benigna. 


J.    A.    MUÑOYERRO 


ARCHIVOS    DE    MEDICINA 
cirugía   Y  ESPECIALIDADES 

'^^r^  30de  octubre  de  1926  ^*£VU^ 


1^      HABITACIÓN     HURIANA    EN   LA    EPIDEMIOLOQIA    DEL 

FALUDISmO    (i) 

por  el 

Dr.  Qustavo  Pittaluga. 


Señores  : 

Permitidme  qiie  yo  ihaga,  antes  de  entrar  en  el  tema,  un  somero 
^^men  de  conciencia. 

Considerad  que  han  pasado  veintiocho  años  de^de  los  días  eíi 
^e  fué  descubierto  el  modo  de  transmisión  del  parásito  del  pa- 
<iismo.  Yo  era  entonces  alumno  interno  del  profesor  Battista 
^^^ssi,  eti  Roma.  Al  recordiaír  aquellas  honas  de  ansiedad,  al  evocar 
lUella  labor  intensa  y  febril,  no  solamente  reaparece  ante  mi  es- 
;^itu  la  imagen  venerada  del  Maestro  en  d  tumulto  de  su  acti- 
■^dad  creadora,  en  el  entusiasmo  ejemplar  de  su  trabajo,  sino  tanD- 
i^^n  las  añoranzas  todas  que,  fundidas  en  nuestro  mundo  subcons- 
^tite,  asoman  de  improviso,  como  deseosas  de  reconstruir,  alrede- 
pr  de  aquella  imagen,  toda  la  alegría  de  nuestra  juventud.  Con- 
^<i^rad,  ahora,  que  sobre  esta  vaga  emoción  que  atañe  a  la  inti^ 
^ídad  de  nuestro  pasado,  se  injertan  las  que  van  unidas,  insepa- 
^blemente,  al  esfuerzo  de  más  de  un  cuarto  de  siglo  de  experien- 
^3-  y  al  cotejo  de  esta  experiencia  y  de  las  observaciones  llevadas 
i  cabo  en  paíse3  distintos,  con  la  experiencia  y  las  observaciones 
^J^nas  acumuladas,  desde  entonces,  en  una  enorme  bibliografía  casi 
^^posible  de  abarcar,  en  sus  detalles,  en  lo  que  concieme  ai  vastí- 
suno  tema  de  la  Malaria.  Considerad,  por  fin,  que  nos  hallamos 
^odos  y  yo  muy  especialmente,  en  un  estado  de  tensión  del  espíri- 
tu que  áñáde  nuevos  y  más  vilbranties  motivo®  de  emotíón,  si  cabe, 

(O  'Comunicación  presentada  al  III  Congreso  Nacional  de  Buenos  Aires. 


a  los  ya  recordados,  al  enfrontamos  hoy  con  un  problenia  que  pare 
ce  haber  alcanzado  la  plenitud  de  la  madurez  eii  cuanto  al  conod 
miento  de  sus  factores ;  y  que  nos  preparamos,  en  suma,  a  óesen 
trañarlo,  si  es  posible,  con  la  contribución  mancomunada  de  los  es 
tudiosos  de  la  vieja  Europa  y  de  los  estudiosos  de  la  joven  América 
sometiendo  a  recíproco  examen  nuestras  conclusiones  y  nuestro 
oonfvencimientos.  No  parecerá  extraño  a  nadie  que  en  tales  drcuns 
tancias — que  otorgan  al  acontecimiento  de  estos  dias,  a  esta  reunici 
provocada  por  vuestra  benevolencia  y  por  vuestro  entusiasmo,  cier- 
ta jerarquía  histórica,  cierto  alcance  de  fecha  memorable  en  la  hv, 
toria  del  pensamiento  dentifico — ,  no  parecerá  extraño  a  nadie,  c: 
pito,  que  en  tales  circunstancias  yo  haya  creído  oportuno  este  e:^ 
man  de  un  estado  ide  concienida  coiT'jpaTtido  quizá  por  m,iicho.í  ^ 
tre  vosotros. 

Permitidme  añadir  que  sólo  fijando  con  la  máxima  exactitud  ^ 
sihle  el  significado  y  el  valor  de  cada  uno  de  los  factores  que  in  i 
gran  el  gran  problema  que  la  ciencia  y  la  política  se  han  propues 
resdver — ^1  problema  del  paludismo — legraremos  plantearlo  an 
los  Poderes  públicos  en  los  términos  de  Claridad  que  éstos  tiene 
el  derecho  de  exigi.r  para  acometerlo  con  medidas  prácticas  y  eficace 
Los  factores  que  nos  interesan  desde  este  pimto  de  vista  so 
los  factores  epidemiológicos. 

El  estudio  de  la  epidemiolc^ía  es  la  base  de  la  profilaxia.  Aho- 
ra bien:  durante  el  período  de  formadón  y  consolidadón  de  nues- 
tros conocimiientos  acerca  de  las  enfermedades  infecdosas  en  g«- 
neraí,  muy  en  particular  acerca  de  las  grandes  infecciones  cosmo- 
politas, estos  factores  opidemiolf^cos  han  sido,  forzosamente,  ob- 
servados y  estudiados  de  una  manera  desordenada,  y  en  ocasiones 
despropordouada,  no  en  relación  con  la  importanda  verdadera  de 
cada  uno,  como  es  natural  cuando  se  trata  de  reunir  el  mayor  nú- 
mero de  datos  acerca  de  un  conjunto  de  hechos  biológicos  extrema' 
damente  complejos. 

El  ajuste  de  estos  datos  entre  sí  sólo  se  hace  más  ta^de,  y  sól*^ 
enitomces  se  estableoe  lo  qtse  podríamos  Ikmar  la  sistematKadón  d^ 
los  factores  epidemiológicos  de  un  doterminado  prooeso  vnorho&cr 
A¡sí,  en  el  paludismo,  la  atendón  de  los  estudiosos  ha  sido  reque=^ 
ríida  al  propio  tiempo,  en  una  tumultuosa  sucesñón  de  observacje^ 
nos,  en  países  distintos  y  lejanos,  por  d  ambiente  hídrico,  esto  e^ 
las  aguas  en  que  se  desaírrollan  los  anofeles ;  por  las  costimibres  cJ-' 
estos  insectos;  por  su  dasificadón  en  la  gran  diversidad  de  1»- 
especies ;  por  la  posible  reladón  .entre  los  tres  tipos  de  parásitc»' 
dtí  paludismo  y  estas  distintas  especies  transmisoras :  poc  d  nüs^ 
mo  de!  brote  epidémioo  primavieí<al  en  bs  países  de  clima  t«i=* 


^  203  — 

fiíatío;  por  el  secareto  dle  las  recaidas  y  de  las  recidivas  a  kyrga 

fefdm  en  aiekcáón  ccxn  la  infección  de  ios  amofdes;  por  ks  condi- 

ciomes  variaihlíes  de  la  evohi'dón  diei  ciidlo  lamfigániíco  o  sexuado  del 

parásito;  por  la  resifetencia  e  ioimtinidad  dle  razas  humanas  e  in- 

dívidiaois;  por  den  otros  fenómenos  iguakiueaite  interesantes,  entre 

Jos  cuates  no  era  fácil  orientarse  con  una  síntesils  sufidentemente 

segiura^  que  es  como  deciji  faindíada  en  datos  anialítícos  baisitante  com- 

ptletos  y  oomjprobados.  Las  hipótesis  llenan  entonoes  te  huecos  de 

tai  tjeoría. 

Poíoo  a  pioco  sedimentan,  como  centrifugados  por  el  intenso 
tnaíhajo  die  cotejo  y  dle  experilmientadón,  los  datos  más  dertos,  las 
ottefervadoníeS'  más  sólidaiñente  dmenttadas.  Esto  ha  ocunridio  con 
la  epidiemiollogna  de  todas  las  enfermedades  infecciosas. 

A  pelsar  de  la  evidienda  esquemática  de  'la  doctrina  dé  la  trans- 
nMaián  del  virus^por  el  mosqaiito,  no  había  motivos  paira  quie  no 
Bioooitedera  iguaj  cosa  en  la  epidemiología  d!el  paludismo. 

Riecojndleimios,  muy  someramienibe,   lo  qiiie   ha  ocurridb  con  el 
estudio  epidemiológico  de  la  tuberculosis.  En  un  primier  período, 
a  ipiartir  dd  descuíbrimiento  dtí  germen  patógenio  por  R.  Koch,  el 
problema  balcteriológico  y  d  de  la  inmoínidad  o  dfel  terreno  domi- 
naíron  y  endaiizairan  la  actividad  de  los  estudios.  Estos  se  olvi- 
ífaíTon,  en  sm  mayor  parte,  de  ios  d^tos  empíricos,  pero  de  extra- 
<nKJinario  interés,  que  ya  d«esdie  la  primera  mitad  did  siglo  xix,  des- 
de el  año  1838,  habían  sido  recogidos  en  IngJatema  acerca  de  la 
influenda  dd  hacinam:iento,  de  las  condácrones  de  ilía  casa  y  de  la 
^hmentadón  sobiie  d  deisarroUo  de  ta  tuberculosis.  Más  tarde,  tras 
lairgos  tanteos  acerca  de  las  vías  dle  penetradón  dd  bacilo  en  el 
<wgaimis!mo  humíEuno,  llegamos  a  entrever  que  la  mnfecrión,  la  re- 
lación del  oonitagio,  por  tanto  la  convivenda,  por  consiguiente  la 
^toiestíddiad,  son  los  factores  fiundiaimenitaíles  de  la  conitalminadón 
tuitiva,  es  decir,  dfe  la  enfenmiedad.  El  dbmidiio  común,  ¡la  casa, 
®,  pues,  iiesponsable  en  primer  ténmino  die  la  difusión  dle  la  tu- 
ÍJierculosis. 

El  estudio  epidemiológico  del  Paludismo  ha  atravesado — mu- 
^^tis  nmtandis,  y  teniendo  en  cuenta  las  grandies  dífesnencias  etio- 
^^^gíicias — fases  muy  paineddas,  muy  coimparabtes  a  las  qoje  acaba- 
^  de  recordiar.  Al  prindpio — que  coindde  con  los  comienzos  dd 
^0b  XX — ,  un  gran  esquema  teórico  domina  y  endierta  toda  la 
^***ri^  y  toda  la  práctica ;  dentro  die  ese  esquema  parece  que  no 
^  más  qtte  dedicarse  a  estudiar  los  die(tall¿  más  bien  coin  una 
™Wiiidad  dientíf ica  para  satisfacer  ouriosidajdes  de  naturaJista  o  de 
mólogo. 

Sdbíievianie  Itíego  una  cooirdinadón  de  aJgimos  de  estos  datos 


,  qiie  hace  resaltar  la  iniportanda  de  déf 
Así  las  oandidonies  dfe  la  hi'berñadón  de  las  hembras  de  anofeles 
en  ll&s  regionies  palúdiicas  de  cliraas  templatlo6  o  fríos ;  Ja  imf luenda 
die  It>9  animales  dUMnésiticos  para  !a  atracción  y  conaentracdcm  de 
estas  mismas  hembras;  la  frecuencia  y  persistenda  ahiru'.najdora 
de  líos  fooos  de  larvas  en  las  aguas  ponidoméstioas ;  ia  capacidad 
de  ineiiteración  de  'Las  picadiiras  por  parte  die  un  mismo  mosquito; 
elíementós  die  juido  aportaidos  suioesivainieiite,  oon  detalles  aisladoe, 
en  ocasioaies  extraordinariamiente  tninuciosos,  hacen  resialtar  de 
prtmto  con  nna  evidlenda  no  sospediaí^,  como  factor  epidomáoJó- 
giloo,  'la  importancia  de  la  raja.  La  habiCaidán  humaina  adiquiere 
lui^o  todo  siu  máximo  interés  como  verdadero  "fooo  anofeíígei»' 
(i»  solaínente  como  oemiBro  de  difusión  de  parásitos  del  patadismow 
cuando  ilas  investigaiciiíanies  reiteradas  de  todos  los  malarióflogos  eu^ 
ropeos  dettnuestran  que  el  A.  macuUpcnnis,  verdadero  re5(pon>s;d>M 
de  la  endlemia,  es  un  mosquito  esendaJiiniBiite  doméstico;  que  Icr 
adultos  se  encuentran  raras  veces  en  airibientes  nat-mules,  al  abíe-^:; 
to  o  en  la  vegratadón,  y  qme  !a  hibemadón  de  las  hemibras  fecu^ 
dadas  ise  cumiple  caisi  exclusivam.ente  en  el  am'bíente  doeraéstico,  ^ 
la  tíasa  o  en  las  afedaños  de  3a  casa,  donde  viven  los  animales  íkm 
mésítioois. 

Estos  hiedios  fuenon'  muy  pronto  comprobados  en  cuanto  aíta 
ñe  a  los  anofeles  aanericanos,  muy  espedahuenire  en  la  Repübtííc 
Alrgenitina,  ail  Anopiíelcs  pseiidopunctipemñs.  \ja.  extraoíxJinajni 
importancia  de  k  vivienda  humana  rural,  en  particular  la  <3< 
"rancho"  primitivo,  como  foco  de  anofelismo  y  de  endemia  fué  r« 
conocida  y  sostenida  desde  hace  años  por  los  más  expertos  mala 
riólogiots  aTgemíinos :  por  Caktón,  Penna,  Aeáoz,  Barbieei,  y  axn 
aliílicada  pr^acozmente  a  la  profilaxia,  ladoptando  en  gran  escaAí 
los  mótodog,  relativamente  sencillos  y  económicos,  de  dtstruccíó* 
o  alfejamfenito  de  'los  mosquitos  aduJtos  o  aJados,  mediante  fuirw- 
gadones  de  lits  viviendas.  Asi,  por  ejempJo,  entre  octubre  de  19IÍ 
y  nlarao  de  1914,  en  las  provinrías  de  Tucumán,  Salta,  Catamarca 
y  Jujity,  se  llevaron  a  cabo  64769  fumigacioines  de  halMtadooe* 
humanas,  oon  un  consumo  aproximado  de  ochenta  tonieladas  <í* 
azufre.  Pero  ¿cuál  es  el  tipo  dt  e'ütas  haWtadones?  ¿Cuál  es.  po"" 
tanto,  el  rendinrenito  efectivo  de  esa  intervonidóin  profiláctica,  au"' 
que  reiterada,  en  cada  kigai-,  dentro  del  períodoi  de  tiempo  que  in^' 
pida  di  desarrollo  del  ddo  anfigónioo  dd  pairásóto  en  las  hem'bí'3^ 
de  anofeles  nuevamente  llegadas?  Recordemos  que  conforme  a  í^ 
cifras  que  yo  iHeproduzco  de  un  traitejo  de  Baruferi,  del  año  192 í- 
las  cuatro  provincias  indicadas,  más  la  de  Santiago,  de!  Estef^' 
oompneiKiiaa  todavía  en  esa  fecha  odrca  de  10.000  "ranchos"  o**' 


—  205  — 

XBChSL-  pohlación.  •  de  41.918  habiüanities.  en  ellois  distóbuíida, .  sobre  una 
poíbdación  global  de  158.000  pensonías.  Es  el'  tipo  die  esa  vivienda 
é   <jue  hay  que  estudiar  en  rdación  con  los  factoines  de  cbmestici- 
da-d  de  las  anofeHinos  por  iin  lado,  y  por  otro  lado  con  d  aücaince 
y  efióada  d!e  líos  métodos  profilácticos;  es  la  "cajpanna'*  dd  agro 
pomfeino,  en  Italia;  es  el  "sequero"  de  los  cultívad¿(ne&  de  pimiento 
en  Extreimaduira  y  en  Miurda;  es  la  "choza  dfel  postor  y  del  labrie- 
go*' ;  es  la  "isba"  dd  mujik.  El  prdbíemia  de  la  casa  se  desdobla 
aisí   en  dos  tértminos,  cuyo  estiudio  compiarado  dará  fruto»  intere- 
«antes:  el  "domici'lio"  en  general  como  focx>  de  la  infección  domi- 
ciliaria, a  la  cua4  csantribuyen  d  sier  huimaino,  portadior  dd  virus ; 
los  aaofeles  domésticcte,  la  oonvivendia  de  otros  seres  hunnaaios  sa- 
lítois  capaces  de  infeoteirse,  y  luego,  más  especialmente,  la  "vivien- 
<ia    miral  primitiva"  oon  sois  caracteres  peculiajnes,  casi  idénticos. 
<xxi  ttnuy  'menguadas  diferencias,  en  toda  l'a  superfiície  de  la  tierra 
^bajo  la  infloiencia  de  factores  climatológicos  cdmíunes. 

En  reaMdad,  la  importancia  f  undamentai  de  la  habitalción  hu- 
^^tHEunsi  como  factor  epidemiológico  en  la  transmisión  de  la  infección 
pailúdiica  hallábaise  implícitamente  reconocida  y  prodatmada  en  la 
•nieidida  profiláctica  que  fué  delaraida  primlarfdiall  por  Grassi:  la 
protección  mecánica.  Sin  embargo,  cuando  se  llevaron  a  cabo  los 
P'riínieros  ensayos  para  la  demostración  de  Iti  doictrina  de  la  trans- 
fusión de  la  malaria  por  los  mosquitos  (Ostia^  Albanella,  etc.),  se 
Pi^escindía  todavía  casi  por  completo  del  estudio  de  las  rdaciones 
^'^e  los  adultos  que  se  procuraba  temer  alejados  de  li&s  casas  y  los 
*"Ofc!c»  de  lairvas  dte  los  alrededores.  Se  piiocuraba,  en  suma,  grosso 
*'^K]Jcio,  impedir  la  entrada  en  la  casa  a  los  ü^nofeles  de  la  zoma  dr- 
^^l^nrfante,  san  conoicer  todavía  oon  exactitud,  a  pesar  dIe  las  oJhserva- 
^Oíjes  poidentísimiais,  minuciosas  y  clarividentes  de  Grassi,  cuales 
^í^íatti  los  faotores  dd  tropismo  que  atraía  a  estds  mioisqiuitos,  aunque 
^«idos  en  aguas  rda/tivaimente  lejanas,  ha<ci!a  el  ambiente  doméstico. 
Este  tropismo  es  td!  resucitado  de  múltíples  factores.  Un  termotimpis- 
^^,  «usn  .trofoltropismo.-  que  a  su  vez  ooimpiiende  un  anftropotropismo, 
^  zootropisimo,  etc.,  se  funden  pora  ejercer  en  d  amlbiente  domés- 
^,  en  grado  mayor  o  memv,  según  los  cartücteres  dd  domicilio  o 
^  la  (habitajdón  humana,  el  máximo  de  atracción  sobre  la  espede. 
Otros  ejemlplos  han  servido  como  pauta  para  d  estudio  de  este  f  e- 
^otneno,  en  pointiouilar  las  costumbres  de  los  mosquitos  dd  género 
^tegomyia,  ouaffido  'los  norteamericanos  acometieron  y  Uevanom  a 
^^  é  saneamientto  de  las  Antillas  y  de  la  América  central  y  los 
"plenos,  bajo  lia  guía  de  Oswaldo  Cruz,  d  de  Río  de  Janeiro  y 
*  Jas  coisitais  azotadas  hasta  eotoffices  por  b  fiebre  amarilla. 

En  Icxs  clÉmais  templadois,  por  lo  menos,  y  desde  luego  en  algu- 


(««  anofeles  de  regiones  au!btro5>ica]es  y  troí»caJes,  se  venííca  ; 
iriás  uai  procaso  de  reposo  siibletárgico  mdepen  diente  en.  gran  p* 
(le  la  lemperatiira,  durante  el  cual  se  desarroÜa  ia  reserva  de  gi 
(ciioTipa  adiposo)  'a  expen'sas  de  la  sangre  ingerida  induso  en 
ceaivas  y  reíteraidas  suiociones,  por  parte  de  las  hembras  feour 
das,  ilais  cua'ies  eii  estae  circunstancias  no  dan  lugar  hasta  psis 
dorto  Bienipo  a]  desarrollo  de  los  huevos  que  conduce  a  la  pue 
Este  pnoceso  se  cun^pIe,  sin  ombargo.  constantemente  o  casi  ce 
tantomoníe  en  el  interior  de  las  viviendas,  o  en  sitios  abriga( 
que  constituyen  a  la  vez  refu^os  contra  el  viento  y  la  intempc 
y  abriga  contra  las  bajas  temperaiCuras.  Prácticamente,  estas  es 
cíes  propiamente  domésticas  atraviesan  la  bibem&ción  o  el  pearí 
sü;í>letárgico  de  engrasamiento  eii  las  habitadores  huníanas  o 
los  aledaños  y  d-cpendendas  de  'las  habi'Cacioaies  humanas. 

Estas  dependendas  forman  parte  integrante  del  "anibi< 
méstico"  ruñaJ.  y  es  inútil  decir  que  todas  días — cuadira. 
corral,  g&lljinero,  ccaiejera,  pocilga,  porquerizas— íe  sitbstraen 
soluto  a  todo  intento  de  protecdón  mecánica,  son  inacoesibl 
apSicadón  de  este  procedimiento  y  canser\-an,  atm  al  lado 
casas  prot^idaa.  focos  anof elígenos,  'representados  ptw  los 
les  de  samgre  cailieníe,  potendaJmente  capaces  de  ponerse 
tacto  con  el  hombre  en  cuanto  se  iotemimpe  o  se  rompe  pá 
descuidio  imsigni ficante  la  barrera  de  la  protección  mocánioa! 
cUlanto  a  la  zoofiília  o  antropoíilia  de  los  anofeles,  se  trata,  sin  óa 
de  lentas  evewtuOles  adaptadones,  siempre  reverHbles.  Peno  en  i 
ma,  yo  y  mis  colaboradores,  en  España,  hemos  visto  a  través 
claraboyas,  ventaniuicas  o  miraderos  y  agujeros,  lOs  anofeles  pa; 
dte5lde  la  cuadra  o  el  establo  a  la  habitación  himiana  inmediata 
viceversa.  Y  aun  entre  los  anofeles  capturados  en  establos,  a 
dras,  etc.,  inmediatas  a  las  habitadones  humanas,  se  encun 
proipordones  a  veces  creridas  los  que  se  han  alimenlado 
gre  humana. 

Ningún  procedimienito  cientvfico  que  prcítcnda  modificar 
pente  los  hábilos  inveterados  de  la  vida  ruraJ  tendrá  jamás  prcj 
IrJIidHdles  de  acr.tamiento  y  ¡de  éxito.  Mudio  menos  si  se  dejan  st 
íistir  al  propio  tiempo  condidones  primitivas  de  vida  social,  em 
las  míales  ocupa  el  primer  higar  el  tipo  de  habitación  liumana. 

Es  inútil  decid',  por  ejemplo,  que  ninguna  protecdón  mecán 
eficaz,  por  medSo  de  redes  metálicas,  etc.,  cabe  aplicar  al  "ra-ndi 
formado  die  ramadas  de  "quincha"  muchas  veces,  otras  de  vari3 
y  íoirta  de  barro,  con  un  techo  y  un  ailero  de  paja  y  barro,  sos 
nido  por  honcones  rústicaraenite  tallados,  con  cien  reisdijas  en 
paredes.  Reproduzco  las  palabras  mismas  con  que  el  Dr.  B, 


raoios,  a 
inientoaai 
lo  cooS 

Ficar  ^H 


u 


—  207  — 

ootaienitstba  y  apoyaba,  ha)cie  pocos  años,  en  1921,  el  proyecto  de 

refoffma  de  las  habitaciones  rurales  elevado  a  la  Presidenda  del 

DeparCamenta  Nacionaíi  die  Higiene.  Pero  esa  misma  descripción 

podría  ajpíioairse  a  todos  los  tipos  de  habitarión  rtnral  primfrtLva  en 

todos  tos  coatínienites. 

Si  d  esítudio  cpidemioíógioo  hulbiesie  podido  llevalnse  a  cabo 
antes  de  emprender  las  campañas  profiláoticas,  njuestros  amod- 
mientos  hubieran  sido  más  libres  de  pirejaúdos,  más  directos,  me- 
noG  oomitamiñados,  -si  me  es  pemiistido  enqilear  esta  palabra,  por  las 
posturas  previaimiente  adaptadas  por  grupos  diversos  de  investi- 
gOKfares  en  lo  que  atañe  a  to.  eficacia  de  los  métodos  profilácticos. 
Pctro  esto  hubiera  sido  un  ensueño;  hubiera  sido  una  monstruosa' 
ooffUtradicdón  de  la  hisitoria  entera  de  la  Humanidad,  que  ha  aippen- 
<ü<io  sdempre  a  oositSa  de  su  ipropio  esfuerzo  y  ha  penetrado  en  la 
^^ealidad  que  la  roidea  predsamente  en  virtud'  de  los  reiterados,  in- 
cesantes intentos  para  modificarfla  y  enoaoizarla,  para  satisÉalcer  sus 
^•©Cíesidadies  y  sus  aspiraciones.  Así,  los  métodois  de  liucha  emipren- 
<K'dos  a  pairtir  dd  año  1899  han  ejercido  en  varia  propordán  una 
&ra¡n  influenria  sobre  la  ínterpretadón  objetiva,  serena,  escueta- 
•^emte  dentíiica,  de  flios  hledios  epidemiológicos,  y  en'  ocasionies  han 
^'espistadol  a  los  observa|dores  de  las  sendas  mejores,  de  Ibs  de  ma- 
yor rendimiento  práctico. 

El  método  de  la  quinizadón  preventiva  que,  apíícado  con  ader- 
"^í  ffiesipondie  al  propósito  de  mantener  en  eficada  de  rendimiento 
^  grujpos  de  trabajadores  o  de  solidados,  a  oolectividiadJes  humanas 
disciplinadas  o  a  individiuos  que,  de  repente,  en  drcunstancias  que 
*^o  oonsienlten  adecuada  preparadón  de  las  viviendas,  acampan  en 
^fees  palúdfcos,  dfesouida  a  priori  d  estudio  de  las  habitadones 
*^^^i«xianas  como  factor  qpidemioltógico.  Las  mismas  condidones  en 
^•^«  nealmente  puede  y  quizá  debe  aplicarse  este  procedimiíonto — que 
yo  personalmente  creo  el  menos  eficaz  y  el  menos  aconsejable  en- 
^€  Jos  métodos  de  liucha  antípa/lúdica — ^no-  admiten,  por  ¡lia  urgen- 
^  de  otros  deberes,  por  la  precariedad  de  las  instaladones»,  por 
^  impioriosía  finalidad  que  se  quiere  alcanzar — como  la  de  conser- 
^^r  en  aparente  estado  de  salud  un  cuerpo  de  ooimbatientes,  un 
8ntpo  de  obleeros  o  una  expedidón  de  viajerosr — no  admiten,  re- 
Pito,  un  estudio  cuidadoso  de  liáis  reilaciones  que  se  establecen  en- 
"^e  los  anofeles  y  d  hombre. 

Los  métodos  die  lulcha  antianofélica  han  sido  encaminados  prin- 
^palinetKte  a  la  destrucdón  de  )las  larvas.  Como  es  naturail,  las 
^^^^^^esidfeüdes  económicas  han  impuesto  poco  a  .poco  una  gran  limi- 
^wii^  al  ctíipleio  de  estos  procedimientos,  muy  en  particular  a  la 
petrcíKzadón,  hasta  estos  últimos  años,  en  que  empieza  a  adoptarse 


.  »- 
,. . . 


r 


td  arseniiato  de  cobre  o  verde  de  París  por  tas  si^e5ti\'&s  experien^l 
ciáis  de  los  malariólogos  norteamericanos,  y  en  que  además  txjdos 
nos  hemos  ayudado  oon  medioe  más  baratos  .todavía,  aunque  de  una 
efidacia  menos  absoluta,  como  el  empleo  de  las  Gambusia,  que  en 
España  han  arraigado  con  una  aclimatación  definitiva  y  nos  han 
prestado,  en  efecto,  excelenrfces  servídois  en  Exípemadiura  y  en  Ca- 
taluña.  Da  petrdlización  y  en  general  la  lucha  aintüarvaria  iia  de=s;— 

limitarse  de  todos  modos  a  cierta  diaíaocia  alrededor  del  íoco  ni 

ral  o  de  lia  población  humana  sometida  al  saneamiento.  Nosotros^  ^ 
en  la  jprovincia  de  Cáceres,  hemcus  adoptado  un  radio  de  dos  kilo — — _ 
metros.  Pero  nuestras  observadones,  las  de  Daeling,  B\ss.  Dee;k=5^ 
y  otros  en  América,  y  las  mismas  de  Fehmi  y  Luego  de  Ga.\ss:,  er-^f^ 
Fiumicino,  han  demostrado  que  dtsüe  este  punto  de  vista  no  ^^^.e 
pruecte  aserrar  naida.  La  laguna  di  Porto  está  a  tres  kilómetros  (^^e 
Fitimicino,  y  es,  sin  encargo,  durante  ciertos  periodos,  fuente  dj»-el 
mayor  númeiro  de  anofeles  de  Fiumicino.  La  Fuente  del  Roble,  y 
en  generai  Jas  bolsas  ¡"'represas"  arg^eiitina;)  y  las  quebradas,  a 
dos  kilómetros  y  más  de  Talajuieila  (Cáceres),  contribuyen  tamb!  -«sn 
en  Varias  medidas  aj  atx>felismo  de  esta  pequeña  población. 

Solamente  cuando  se  emprende  y  se  lleva  a  cabo  una  campa^üa 
de  tipo  experimental,  con  el  propósito  de  darse  cuenta  dei  may*>r 
número  de  factores  que  intervienen  en  el  fenómeno  epidémio»  y 
endémico  en  una  localidad  relativamente  limitada  con  caracteir--«s 
hidrográficos  conocidos,  y  con  una  población  humana  aociesible  p>-*>r 
el  número  y  por  fa  ubicación  a  todas  las  investigaaones  ya  1^ 
máxima  vigil'anda,  .se  Íl^a  a  la  comprensión  exacta  de  la  impd**^- 
taincia  del  domiciiHo,  de  la  habitación  del  hombre  coma  foco  fr  *'*' 
mario  y  persistente  de  la  endemia  palúdica.  En  niiignin  país,  ^ 
raí  modo  de  ver,  y  aun  a  costa  de  aplacar  por  un  año  o  dos  ^^ 
comienzo  de  una  verdadera  campaña,  debería  emprenderse  \mSí^ 
ludia  aot ¿palúdica  sin  haber  llevado  a  cabo  tui  ensayo  experim^s**" 
t^  de  este  tipo,  tal  coitio  se  ha  hedió  en  España,  con  la  co'abosr'^" 
don  inestimable  del  Dr,  Massimo  SELt.A,  deil  Dr.  De  Buen,  «rl^' 
Dr.  Ltjenco  y  die  todo  d  porsonail  de  ía  Comiisión  antipialúdica.  cJ-"»-*' 
raiifte  los  años  de  1921  a  1923.  Yo  dedlaro  que,  a  pesar  de  hatJ-^-^ 
agi&tido  a  gran  parte  de  los  primeros  trabajos  de  Grassi  en  Ital  *^' 
de  halber  partidpario  al  experimento  de  Osíia  en  ipor,  de  hat»*^^'' 
pasado  meses  en  las  Pailudes  Pontinas  como  médico  dd  servido  •*^* 
saneamiento  agrícola,  de  liaber  estiudiadó  durante  años  la  epic3>^^ 
miologia  del  paludismo  en  España  por  medio  de  viajes,  observao»'*-^' 
nes  y  .pesquiísals  -más  o  menos  pairciales  encaminadas  ora  a  deterr»"*  ■"' 
nar  las  condidocies  del  ímofeíismo  locaS,  ora  a  definir  los  tipos  ■f^''^' 
rasiíarios;  de  haber  intentado  com¡áetar  mis  datos  mailariotógi*r^^^ 


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y  trai's  demenitos  (de  juicio  en  d  amíbiienítie  tropical,  en  la  costa 
occídenitSEá  de  Afnica  (1909),  y  de  haber  sometido  mis.  opiniones 
a  tttna  comprrobación  seria  y  autorizada,  con  los  viajes  de  estos  úl- 
titiiQs  años  como  nwembro  del  Comité  de  Higiene  de  la  Sociedad 
<ie  las  Naciones,  dedaro  qaie  nada  ha  contribuido  a  píroporcioníar- 
ime  iHia  idea  tan  claira  acerca  de  la  interferencia  y  nuiíitíplicidad 
<fe  los  factores  epidemiodógicos  ccn>o  los  dos  tóos  del  ensayo  ex- 
(perimenitad  practicado  en  lia  pequeña  aldea  de  TalayueJa,  en  la  pro- 
viiucia  de  Cáoeres.  Solo  allí  nos  dimos  cuenta  de  una  cantidad  de 
I>equeños  detíalles  que  se  escapan  por  lo  gene!ral\  a  los  que  persiguen 
de  antemano  ciertos  resultados  prácticos  o  a  los  quie  se  piroponen 
tsLti  sólo  estudiar  detritos  aspectos  ciemtíficos  del  problema.  Del 
^tníamo  modidj,  el  propio  Grassi  nos  decía,  cuando  le  vimOs  por  úl- 
"tima  vez  en  Fiumicino,  en  ei  verano  de  1924,  que  las  observaciones 
e3q>erimien(tales  perseguidas  allí  con  la  colaboración  del  Dr.  Bint 
<íes<ie  el  año  1918  lie  habían  dado  más  fruto  para  d  conocimiento 
^i'fctirno  del  problema  de  la  end^eimia  y  de  los  brotes  epidémicos  de 
paludismo  que  todos  sus  viajes  die  los  años  anteriores. 

No  eistoy  muy  lejos  de  suscribir,  como  oouisecuencia  de  esta 
experiencia,  a  la  gráfica  seratemcia  del  coronel  James:  ''el  petróleo 
e^  eíl  otpio  de  los  málairióloigos". 

Será  oportuno  entenderse  con  exactitud  acerca  de  los  concep- 
tos de  "haíbitación  humana",  de  "ambiente  doméstico",  "domes- 
ticidad"  y  "domeistidacióti",  en  relación  con  la  biología  de  los  ano- 
^^les  y  con  la  epidemiología  dfel  paludismo.  Entendemos  por  "ha- 
*^J*ac¡án  humana'*  en  general,  desde  el  pumto  d  vista  malarico- 
^^^gico,  toda  vivienda,  transitoria  o  fija,  cualquieila  que  sean  los 
^*^*aíteriales  de  que  esté  construida,  desde  la  choza  más  primitiva 
*^f^sta  la  "ferane"  o  "cortijo"  o  en  suma  la  "casia",  situada  en  amn 
^^Qtite  iruiraí  o  (suiburbano,  excepcionalmiente  urbano  píopiaaneate 
^**Qho,  y  de  todos  modois,  aun  (fentro  de  las  ciudades,  con  carac- 
^^Tte  ruralles. 

Bl   "amibiente  doméstico"  oompirende  fe.  caisa  en  sí  o  habita- 
^^on  humana  y  todas  sus  dependencias,  muy  en  particular  los  lo- 
ries destinados  a  los  animales  domésticos,  más  las  aguas  domés- 
^^cas  y  peridoméstícais,  y  eveíituajmeíiite  el  j^rdin  o  el  huerto  o  la 
*Mierta  directamente  relacionada  con  la  casa.   Insisto  en  partícu- 
'^^  sobre  la  defimción  de  las  que  yo  llamo  aguas  peri domésticas. 
pon  axjuellas  que  se  reflacionan.  dinectamenibe  con  los  servicios  de 
*^  jcasa^-cottno  las  aguas  que  se  recofleictan  en  vtasijas,  barreños,  ba- 
^*^íes,  tin&jais,  ho^as  y  excavaciones  del  terreno  en  los  patíos  o 
^^W:^;  las  qtie  salen  con  d  desagüe  mal  ouid&do  de  cañerías,  et- 
^«teía;  las  qiue  se  reuneai  alrededor  del  pozo  o  del  grifo  del  agua 


potable  o  de  la  noria,  por  descuido  o  por  aprovediamiítito  r 
cho  para  el  riego  dd  huerto  cercano ;  por  fin,  las  qae  se  destina» 
res-ueltamente  para  el  riego  de  jardines  y  huertos  cultivados  diiectL 
y  personalmente  por  bs  dueños  de  la  casa  o  por  una  dependends 
que  no  se  aleja  dte  la  misma.  No  se  puede  fijar  un  radio  determL 
nado  a  estas  ag^uas  para,  considerarlas  o  no  como  aguas  perida 


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Los  "factores  de  domesticaición"  que  Itai  conducido  a  la  "de 
mesticidad"  de  las  especies  más  comunes  de  anofelinos  soa  Ic 
siguñentes : 

1.  La  temi>eratura  (el  calor  del  interior  de  las  habitaciones  h»» 

manas  y  en  geaieral   del  ambiente  doméstico,  miuy  » 
particullar  refecíonado  con  la  liibcrtiíición). 

2.  El  abrigo  contra  loe  vieirtos. 

3.  La  alimentación  de  las  hembras  (sangre  caliente), 

4.  I^  alimentación  de  los  machos  (huertos,  frutas,  ctic),  1 

5.  La  mayor  facilidad  ixira  la  puesta  (aguas  peridomestig 
Examinemos  brevemente  cada  uno  de  estos  factores : 
i.°     La   temperatura  del   iiuterior  de  3a  casa,  aun  cuandsá 

trate  de  habitaciones  humanas  relativamente  traiy  primitivas.  e$J 
todos  ¡modos  tan  distinta,  en  los  meses  invernales,  a  la  dd  arabia 
te  exterior,  que  en  los  países  de  clima  templado,  situados  ei».»' 
35°  y  50°  ^'^  latitud,  modifica  por  completo  la  situación  nBturaJ 
cuanto  a  la  biología  de  los  mosquitos.  Recordemos  de  paso  que 
Europa,  y  en  parte  también  en  la  Aimérica  del  Norte,  la  ender» 
palúdica  o  los  brotes  epidémicos  han  alcanzado  latitudes  deseo'*' 
cidas  todavía  en  el  hemisferio  austral.  En  la  Argentina,  por  eje* 
pío,  no  se  ha  descrito  un  paludismo  endémico  por  encima  de  ^ 
34  ó  36  grados.  Europa  es  la  sola  parte  del  mundo  que  presen' 
no  de  ahora  sino  desde  hace  siglos,  un  paludísimo  extendido  h^£ 
latitudies  boirea-'tes  elevadas,  hasta  por  encima  de  los  60  grados.  3 
explicación  del  hecho  es  obvia.  Sólo  lias  condiciones  del  ainbiern 
doméstico,  en  esas  latitudes,  con  fríos  invernales  extremos,  co 
sienten  la  supervivencia  de  'algumas  de  las  esyKáes  transmisor^ 
prácticamente  del  A.  maculipemiis.  Las  espades  que  hibernan 
estado  de  larva,  como  e!  A.  bifurculus,  no  se  encuentrau  en  eí^ 
climas  y  parajes.  Y  sólo  Europa  ha  extendido,  con  suficiente  de 
sídad,  el  ambiente  doméstico,  la  habitación  humana  hasta  esos  ^ 
mite?.  Inútil  es  decir  que  de  esta  consideración  se  desprende  tH^ 
advertencia  de  extraoirdinaria  importanria  para  las  nadones  q"* 
como  la  Argentina  encierHan  extensísimos  territorios  todavía  !»■«-' 
poco  poblados,  potenciaimente  capaces  de  ser  invadidos  por  el  pa*-* 
dismo.  en  cuanto  los  focos  domésticos  y  perídomésttkoa  de  arictfclí* 


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— :  211  — 


mo  vayan  fijándose  alTededor  de  las  habitaciones  humanas  rturales. 
La  temperatura  dd  interior  de  la  casa  o  de  los  tocales  en  que  vi- 
vien  aoumulados  líos  aninlialies  doméstiicos,  locales  giie  llegan  a  ser 
vetxladeros  termostatos,   influye  sólo  «n  términos  jenerales,   so- 
bre ías  hembras  hibernan»tes  de  las  especies  domésticas  die  Anofeles. 
Influye  con  su  acción  exdtadiora  sobne  la  actividad  d^e  estas  henv- 
l>r^s,  las  cuales  i>ueden  de  tienupo  en  tiempo,  aun  durante  la  fase 
sublttárgica  o  de  engrasamiento,  atacar  al  hombre,  en  pleno  in- 
vierno, en  el  intarior  de  la  casa,  y  por  consiguiente  llevar  a  cabo 
r-^inocuilaciones  o  nuevas  infecciones  según  &^  trate  de  portadores 
^e   virus  o  de  personas  sanas.  Finalmente,  la  temperatura  influye 
^<jbr€i  la  rapidez  de  evolución  del  ciclo  anfigónico  del  parásito  en 
^í  -cuerpo  del  anofele.  Se  puede  afirmar  en  suma  qufe  en  los  climas 
f  TÍOS,  templados  y  aun  en  dos  subtropicales  el  ambiente  doméstico 
«^se^ra  la  supervivencia  del  máximo  número  de  los  anofeles  peli- 
%;t-osos  y,  desde  luego,  la  infección  de  estos  últimos  en  una  propor- 
^ón  suficiente  para  perpetuar  la  endemia. 

2.®    El  viento  es  un  gran  enemigo  denlos  anofeles.  Las  hem- 
l>r;as  adultas  se  abrigan,   en   efecto,  en   cualquier   parte  »)A.  du- 
5*ainte  los   días   ventosois  )y   Ihivioisos,   se  las  encuentra  guareci- 
das en  cualquier  parte,  más  oerca,  por  lo  general,  de  los  focos  de 
<i^sarrollo  de  larvas,  por  ejiempío,  /debajo  dje  los  puentes,  de  las 
cvHnetas,  en  el  interior  de  huecos  o  cavidades  naturales,  etc.  Pero  es- 
tos luganes  son  casi  sienipiie  etapas  para  alcanzar  el  ambiente  do- 
í^nésitico  en  que  coinciden  con  el  abrigo  contra  la  intemperie  otros 
factores,  principalmente  el  calor  y  la  alimentación. 

3*    La  alimentación  de  las  hwribras  de  anofeles,  por  h,  sangre 
hitmairta  o  de  animálies  domésticos,  ha  sido  objeto  de  gran  atención 
en  estos  últímiois  años  por  parte  de  los  malar iólogos.  Es  indudable 
q líe  en  ciertas  circunstancias,  los  anofeles  pueden  alinienitarse  de 
sangre  de  ave.  Es  posible  quie  en  condiciones  naturales,  fuera  del 
ambiente  domástíoo,  la  proporción  de  las  alimentadias  con  sangre 
•^c  ave  sea  crecida.  En  el  ambiente  domiéstico  ta  preferencia  por 
los  mamíferos  es  de  todos  modos  manifiesta  (90  a  98  por  ciento  se- 
gún días  especies).  Los  grandes  mamíferos  suelen  ser  preferidos 
(¿íitracción  dte  masa?  ¿Olor?  ¿ Heinotropiismo  específico?)  Pero  es 
^^able,  a  ipesar  de  las  consecuiencias  que  se  ham  querido  sacar  de 
^s  trabajois  de  Rouband,  que  la  presencia  de  los  animales  domésti- 
^^s  en  la  vivienda  humana  o  en  sus  inmediaciones,  f  avoi*ece  el  acú- 
Ciidode  los  anofeles  y,  en  suma,  el  establecimiento  del  foco  de  ano- 
T^^^mo  doméstico,  de  donde  saldrán,  aunque  en  corto  niimiero,  los 
?^^^^fesi  yerdaderamente  peligrosos,  éstos  son  los  que  atacarán  al 
^^^^Pe  y  serán  vectores  del  virus. 


a  alimentación  de  los  machos,  que  desde  lu^o  no  se  alejan 

dt  los  sitios  de  nadmíento,  es  muclio  niás  fácil  en  las  cercanías 
dtJ  ambteote  doméstica  por  la  fruta,  las  hortalizas,  ios  desiperdi- 
C10S,  las  substancias  azucaradas  que  se  hallan'  en  las  cercanías  de 
!a  vivienda. 

4.°  Y,  por  fin,  las  "aguas  peri domésticas"  ofrecen  cómodo  y 
accesible  ambiente,  muy  próximo,  para  la  puesta  de  los  huevos 
Es  difícil  reconstruir  el  proceso  de  domesticación  de  especie: 
¡.niniales  en  gran  parte  ad'aptadaiS  en  modo  definitivo  a,  un  ciertq 
tipo  de  convivencia  con  el  hombre.  Sin  embargo,  en  el  caso  de  lo- 
auofeles  no  es  imposiible  intentarlo,  en  primer  término,  porque  la_ 
mismas  especies  domésticas,  como  el  A.  mciculipennis  en  Europs 
m  han  perdido  del  todo  las  costumbres  que  podríamos  llamar  ses 
-.  :Uicas  o  silvestres,  o  cuiaaido  menos,  conservan  la  posibilidad  <zz 
adaptarse  a  iin  ambiente  natural  en  que  los  factores  físicos  y  biol^ 
^'icos  se  alejan  considerablemente  de  los  que  constituyen  el  ambie»*^ 
le  doméstico.  Recuerdo,  por  ejemplo,  que  en  1918,  yo  encontré  en 
i»es  de  enero  en  ila  altiplanicie  de  los  Monegros.  en  el  alto  Arag^E 
región  de  estepa  extremadamente  fría,  hembras  hibernantes  de  _ 
hi-Gcwlipcnnis  en  pleno  campo,  lejos  de  las  -habitaciones  human  .s 
í'trarecidas  en  grutas  naturales,  de  dos  o  tPesl  metros  c!e  profun^« 
dad,  de  un  metro  a  dos  de  altura,  excavatías  en  un.  terreno 
margas,  oon  escasa  vegetación  en  torno.  En  sepurKlo  íiigar.  ^xwaB 
especies  muy  afines  a  las  propiamente  domésticas  son  capaces 
Iransmitír  el  paludismo  y  de  establecer  contactos  con  la  esp&í* 
humana  y  con  d  aml^ienle  doméstico,  como  aoontiece  en  Eurc»-J 
con  el  A.  bifurcaius,  muy  especiídmente  en  relación  con  el  pas^t 
leo  y  con  el  tipo  de  habitación  primitiva  representada  por  la  ct^ 
xa,  la  cabana,  e!  abrigo  improvisado  de  los  trashumantes. 

Para  conocer  cómo  y  en  qué  proporción  actúan  los  diferen.'* 
faetones  de  domesticidad  y  podlerlos  neutralizar  o  eliminar  p^«- 
impedir  o  aminorar  la  permanencia  y  adaiptadón  de  los  anofe"* 
vn  la  casa,  era  preciso  emprender  el  estudio  disociado  de  cada  i*^ 
dfe  esos  factores.  Trátase  de  una  empresa  difícil.  Sin  embarg;o,  Z 
he  establecido  d  programa  de  este  trabajo,  que  ha  sido  empr^^ 
dido  este  año  en  el  delta  dd  Ebro  y  que  probablemente  será  cc^^ 
ducido  al  mismo  tiempo  en  el  delta  del  Danubio,  en  Rumania,  p^" 
el  profesor  Zotta,  parasitólogo  de  Bucareet,  bajo  la  dirección  ^^ 
profesor  Cantacczé.ve  y  en  el  delta  del  Po,  bajo  la  direccióai  ^^ 
profesor  Ottole.vghi.  Las  condiciones  del  anofelisnio  en  los  gr^^ 
cíes  deltas  son  en  extremo  favorables  a  un  estudio  de  esta  na-  "• 
raleza. 

Citanto  más  ahondamos  en  el  oonodmiento  de  los  factores 


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endemia  dri  paludismo,  cuanto  más  disponemos  de  datos  proceden- 
tes  de  txxlas  las  r^ioñes  palúdicas  de  la  tierra,  tanto  más  cüaro 
apaji^ece  el  hedho  de  que  las  especáes  de  anof des .  realmente  peli^ 
gxosas,  kis  verdaderas  transmisoras  de  la  infección,  son  las,  espe- 
cies domésticas.  Dd  mismo  modo  como  se  puede  afirmar  que  prác-^ 
ticÉwnente,  en  Europa,  el  A.  mactdipennis,  quizá  alguna  de  suü 
víiritedades,  como  el  A.  elutus,  es  el  verdadero  responsable  de  iá 
endemia  palúdica,  se  puede  afirmar  también  que  lo  esl  en  muchos 
Iusa3:es  de  lia.  Argentina  el  A,  pseudapunctipennis,  secundado  en 
menor  proporción  por  el  argyrotarsis  mienitras  los  verdaderos  trans- 
niisoress  en  el  Brasil  y  en  dias  regiones  tropicales  de  la  América  del 
Sur,  son  este  último  y  el  albimanus,  cdmo  el  crucians  y  el  cuadrí- 
^rtacidatus  en  a  América  del  Norte*. 

Algunas  especies,  características  de  dteberminados  ambientes, 
como  el  pseudopictus  europeo,  el  A.  sinensis,  que  puede  considerar- 
s>e  como  el  anofele  die  los  arrozaBes  en  la  costa  de  Asia,  se  hacen 
'^''«ctores  dd  virus,  sóJo  cuando  el  hombre  acerca  al  ambiente  na- 
tuTaíl  de  desarrollo  de  esas  especies  su  propia  habiteición. 

Examinemos  ahora,  muy  someralmente,  cuáles  son  los  efectos 
^iUe,  desde  d  punlto  de  vista  biológico,  determina  el  ambiente  do- 
'i^stico  por  la  intervención  de  sus  diversos  factores,  ya  estudiados 
sobre  losi  anofdes. 

Carlos  Chacas^  que  tanto  ha  insistido  sobre  la  imiportancia  de 
]^  casa  en  la  qpidemáología  y  profilaxia  dd  paludismo,  y  Godoy,  del 
^fístituto  Oswaddo  Cruz,  han  hedho  resaltar  una  primera  consecuen- 
cia muy  interesante:  la  influenda  sobre  la  longevidad  de  las  hem- 
^ras  y,  por  tanto,  sobre  la  mayor  propordón  de  hembras  infectadas, 
portadoras  de  ovoquistes,  capaces  de  llevar  a  término,  antes  de  la 
P^testa  de  los  huevos,  el  ddo  eAX>lutivo  anfigónioo  del  parásito  del 
P^udSsmo. 

El  retardo  en  la  puesta  de  los  huevos,  no  sólo  contribuye  a  la 
t-osibiiBdad  de  desarroJb  de  los  esporozoitos,  esto  es,  a  trasfonmar 
^^  transmisores  de  virus  propiamente  dichos,  los  insectos  infecta- 
^^s,  sino  también  a  aumentar  la  probaWlidad  de  la  tníjnsmisión 
t^  la  multípKddad  de  las  picaduras  y  a  disminuir,  en  la  misma 
^^idad  de  tiempo,  la  cantidad  de  hembras  que  sucumben  a  la  puesta 
^<i  los  huévois. 

Es  muy  posible  que  los  anofeles  nacidos  de  los  focos  de  larvas 
Peridoméstícos  o,  en  general,  de  aguas  que  no  corresponden  al  tipo 
^atural  de  amlbiiente  hídrico  de  la  especie,  sean  luego  menos  resis- 
tentes a  la  infecdón  por  Plasmodium,  más  antropófilos  que  zoófi- 
J^,  menofe  capaces  de  volar  a  distancia,  y  en  derto  modo  definiti- 
vamente adaptados  al  conjunto  d)e  factores  que  definen  el  ambien- 


te  doméstico.  Los  trabajos  de  Alessandrini  tiesideii  a  deiiioslrar,  ^H 
con  datos  muy  interesantes,  esta  hipótesis.  Quiero  reoordar  que 
B'\CHMANN,  entre  vosotros,  había  hecho  resaltar,  si  bien  incidcn- 
talmeote,   observaciones  análogas  recogidas  eii  Faniaillá  al  estu- 
diar  las  costumbres   domésticas  del  A.   pseiuiopunctipennis:   "las 
pocas  larvas — dice — que  se  encuentran  en  las  aguas  estancadas  si — 
tuadas  cerca  de  las  casas,  ¡han  de  ser  la  descendencia  de  amofelcEs. 
i¡r.pos¡bilitados,  por  cualquier  ra^ón,  para  iJegar  hasta  los  lugarer  í~í 
más  o  menos  lejanos,  pero  adecuados!  para  criaderos". 

El  estudio  del  índice  esplénico,  corroborado  por  el  índice  hei_ 
matológioo  en  los  niños,  ha  demostrado  en  todas  partes  la  enortc-^je 
importancia  de  los  niños  como  reservas  de  virus.  Aliora  bien,  es-^3_ 
conclusión  establece,  ipso  fado,  la  extraordinaria  importancia  ^3.^ 
la  infección  domiciliaria,  puesto  que  los  niños,  en  partícular  -^i* 
corta  edad,  penmaneceii  la  mayor  parte  del  itiem-po  en  el  interi.-«:»T 
cíe  la  caisa  o  en  el  ambiente  doméstico.  Asi,  los  niños  son,  al  pny^:»i« 
lienupo,  índice  de  la  intensidad  de  la  infección  domiciliaria  y  a  ^u 
vez,  fuente  <te  la  infección  de  los  anofeles  domésticos. 

La  aparente  paradoja  de  'las  epidemias  de  paludismo  que  ^^^s- 
tallan  en  ocasiones  en  comarcas  con  miuy  limitado  anofelismo.  at 
e.';plican  con  el  estudio  dfe  ios  focos  dlomésticos.  En  Rusia,  en  l-ss 
provincias  del  Norte,  niu}'  especial  mente  en  la  de  Arkangel  j  d 
coeficiente  del  paludismo  endémico  manteníase  ix>r  liebajo  del  35 
poT  10.000  habitantes  antes  de  ia  guerra.  En  igzi.  esta  c^f^J^ 
subió  a  176;  en  1923,  había  alcanzado  409.  Los  barrios  perifé*^'" 
eos  ás  Ja  propia  dudad  de  Arkangel,  que,  como  se  sabe,  se  Ha  "^ 
situada  a  más  de  60°  de  latitud  Norte,  estaban  infectados  ha^-^ 
d  punto  de  ser  positivos  un  50  por  100  die  los  (^)irert>s  de  las  íhbc  '- 
cas.  En  el  distrito  de  Solvytchégodsk  se  llegó  a  3.450  palúdicc^^^ 
cutre  10.000  habitantes.  Este  brote  se  explica,  en  clima  taii  frí*^' 
for  la  importación  de  vii.rus  desde  el  frente,  en  un  ambiente  di^^" 
niéstico  en  quiq  los  anofdes  encuentran  todos  los  deinentos  nere 
sanos  a  su  reproducción  y  a  su  persistencia,  y  los  encuentran  &ó\c:^ 
allí,  sólo  en  el  perímetro  del  domicilia  humano. 

La  aglomeración,   el  hacinainienito  de  gran   número  de  seres 
humanos  en   habitaciones   reducidas,   en   domicilios  improvisados, 
constituye  en  ciertas  condiciones,  un  factor  epidemiológico  de  tt- 
traordinaria  importancia,   estrictamente   ligado  con   los   caracteres         J 
del  ambiente  doméstico.  Si  éste  conserva,  en  tales  drcunstandas,         J 
el  tipo  de  la  habitación,  rural,  con  aguas  peridomésitícas  descuida-        ■ 
das,  desde  el  pimto  de  vista,  malariofógioo,  con  aves  de  corral  y        1 
animales   domcteticos,    enlbonces    !a  Bituacióu   puede  alcanzar  una        I 
iníixima  gravedad  y  dar  lugar  a  verdadeiros  brotes  epidémicos.  He-       M 


—  215  — 

inos  observado  personalmente  vxio  de  los  casos  niás  acentuados,  on 
los  campamentos  de  refugiados  griegos  procedentes  del  Asia  me- 
nor y  de  la  Tracia  en  los  alrededores  de  Salónica  en  el  año  192.3. 
U  morbilidad  y  mortalidad,  palúdica,  ailcanzaron,  en  los  pabello- 
nes y  en  las  bairracas  en  quie  huibo  que  hospedar  esta  mtidiedumbre, 
proporcionesi  elevadísimas. 

La  casa  ha  sido  y  es  el  foco  de  endemia  o  "unidad  de  medida 
¿t  endemia'',  y  en  la  casa,  ení  d  domicilio  común  a  los  iiuügenas 
estalbles  y  a  los  recién  venidos  se  estableben  lois  oonttactos  quie  avi- 
van la  virulencia  de  los  gérmenes  importadois  dfe  fuera  por  estos 
úitimos  o  la  de  ikte  gérmienes  auitódtonos,  en  parte  adaptadas  por 
una  especie  de  simbiosis  a  reacciones  orgánicas  relativamente  apa- 
gadas, yi  que  de  improviso  se  exaltan. 

El  problema  del  "ambiente  doméstico"  como  factor  f unda- 
infc  ntaj  de  la  endemia  palúdica  sie  plamtea,  pues,  en  los  términos 
sigmentes:  "el  nmnero  de  anofeles  domé&ticos  que,  en  im  perio- 
do de  tiempo  suficiente  para  el  cttcdo  aníigónico  dd  parásito,  per- 
i-^^nece  en  cootacto  con  la  pobiíacián  portadora  de  virusí  y  con  la 
f^oUación  sana,  en  un  mismo  domidlio  o  en  domidüos  cercaaios  de 
'^^I>o  rural,  constituye  d  verdadero  peligro  y  es  la  base  biológica 
^^3  foco  endémico". 

La  consecuenda  más  importante  que  se  desprende  de  este 
^^^^njuíito  de  observadoneis  y  de  la  oondusión  a  que  hemos  Ikgado, 
^^  la  siguiente:  que  práaticajmeníbe  sóloi  importa  destriwf  los  ano- 
^^les  domésticos,  o  impedir  que  se  establezcan  en  las  habitaciones 
*^  vímanas,  disminuyendo  ai'  propio  tiempo  los  factores  dtei  domestí- 
^"^ción  a  partir  dd  desarrollo  de  la)s  larvas  en  aguas  peridiomésti- 
^^^^s  hasta  la'fadlidad  de  'la  alimetnadón  de  las  hembras  adultas 
í*or  sangre  caliente. 

El  tratamiento  intensivo  de  todos  lolsi  portadores  de  virus,  la 
^liminadón  radical  o  periódica  de  Üois  anofeles  domésticos  y  luia 
ilacha  antilairvaria  moderada,  económicamente  proporcionada  al  ren- 
^limieníto,  limitada  al  pequeño  saneamiento  (picola  bonifica.),  prin- 
cipalmente de  las  aguas  peridbmésticas,  constituyen,  a  mi  modo 
Ue   ver,   los  procedimientos   realmenite  útjiles,   eficaces   y   prácti- 
cas, para  una  campaña  anitipialúdica  encaminada  a  mejorar  la  si- 
tuadón  sanitaria  de  una  comarca  determinada. 

El  ejemplo  deí  las  grandes  em,presas  de  saneamiento  hidráulico 
y  agiricola,  es,  a  este  nespecto,  extrordinariamente  educador.  La 
"grande  bonifica"  permaíneoerá,  es  inútil  dtedrlo,  como  una  de  las 
magníficas  pruebas  del  ímpetu  vital  y  del  espíritu  emprendedor  y 
vigoroso  de  ItaHa,  que  acometió  dl¿de  mediados  dd  siglo  xix, 
mucho  antes  que  se  comocüera  el  medio  dé  transmisión  dd  paludis- 


^pd 


lo  u  o 

y    M 


n¡o  *el  fomiidablie  probLema  <Je  hs  tierras  insalubres  y  diespc 
das,  intentando  resolverlo  a  un  tiempo,  desde  el  punto  de  vista 
nitario  y  leconóinico,  con  la  dotuición  certera  de  que  d  bienes 
económico,  consecutivo  a  la  máxima  explotación  agrícola,  lra< 
consigo  el  mejoramiento  de  las  condiciones  higiénicas  y,  por  tai 
lo  que  se  ha  insistido  en  llamar  con  luia  palabra  ambigua  el  " 
iiepmiento",  "il  risafiamento"  de  la  región.  Pero  el  lenguaje  a¡ 
tinco  no  admite  el  empleo,  aunque  dfe  un  modo  inconsciente,  de 
palahrais  de  doble  senlñdio.  Si  se  halla  die  saneatnientc,  es  prec 
(|-iie  se  sepa  con  exactitud  si  se  quiere  entender  saneamiento  a^ 
cola  o  saneamiemío  higiénico;  y  cuando  se  habla  de  saineamie 
higiénico  liemos  de  puntualizar  todavía  si  los  resultados  que  i 
])roponemos  alcanzar  lian  de  leferirse  in  tato  al  bienestar  higión 
de  la  población,  o  bien  a  !a  eliminadóo  o  disminución  de  uno  u  o 
de  Jos  factores  patógenos  locales  más  o  menos  i^lacionados  c 
condiciones  del  terranio  inculto. 

La  "grande  bonifica"  ha  costado  al  estado  italiano  y  l 
consorcios  o  asociaciones  agríodas,  mil¡ardk>s  de  liras.  Las  ob 
de  desecación  y  canalización  que  todos  los  malariólogos  del  muí 
hrui  adimirado  en  el  Véneto,  en  la  pro\iincia  de  Ferrara,  en  tan 
otras  comarcas  de  Italia  han  dado,  es  cierto,  como  resultado,  y 
1  án  en  el  porvenir,  urna  gran  riqueza  agrícola,  un  gran  reirdimie 
de  productos  sobre  un|  sudo  ant^  anegado  e  inJiabitable.  la  e: 
l-i)ización  de  una  población  antes  ñuctuaiite  y  fxtreroadamente 
ra  y  pobre.  Pero  es  prediso  que  se  sepa  que  ésta  ha  sido  la  ñn 
dad,  y  que  la  inversión  de  loe  capitales  se  ha  hecho  para  esto, 
para  lograr  un  saneamiento  higiénico,  desde  el  punto  die  vista  a 
especialmente  antimalárico,  antipalúdico,  porque  d  ambiuitej 
lúdico  persiste,  intensificado  en  algunos  sitios,  modificado  en  <m 
limitado  en  gran  parte ;  persiste  con  las  ^¡uas  peridomésticas,'^ 
la  concentraciórr  domiciliaria  de  los  anofeles,  con  la  creacjói» 
los  cien  "fooos  domésticos"  de  endemia.  Al  lado  de  los  canales 
desagüe  y  de  los  grandes  collectores,  que  abocan  hada  el  mar  a> 
máquinas  hidróvoras  y  que  han  substraído  al  endiarcamiento 
léril,  oentenares  de  hectáreas,  el  malariólogo  encuentra,  sin  * 
largo,  los  focos  de  larvas  de  anofeles  en  los  desagües  domésticos, 
las  pequeñas  acequias  del  huerto  diminuto  que  rodea  a  la  casa, 
la  alberca,  en  las  cunetas,  en  los  htreoos  de  sacatierras  de  1: 
leras,  de  .los  caminos  o  de  las  sondas  que  se  escapan  y  se  escan 
durante  mucho  tiempo  a  la  vigilanda  y  a  M  misma  previsiól 
ingeni'ero  que  proyectó  y  llevó  a  cabo  la  formidable  'labor. 

Evitemos   los   en-ores   dd   pasado,   precisamente  para  i 
la  verdad  de  la  doctrina,  conquista  admirable  del  espíritu  1 


-  •  217  — 

no  en  las  postrimerías  dri  siglo  xix;  y  para  lograr  que  los  re- 
sultados de  su  aplicación  práobica  se  ajusten  a  la  demanda^  impe- 
riosa de  nuestro  siglo  pragmatísita,  que  quiere  la  máxima  eficacia 
con  él  mínimo  esfuerzo  y  que  se  prepara,  con  la  prudencia  deí  que 
^a  conocido  el  peligiro,  a  la  oonlquásta  de  los  territorios  en  quíe  la 
infe6dán  palúdica  representa  d  mayor  obstáculo  al  avance  de  la 
cunüzación,  cuyo  símiboJo  es  la  casa. 


consideraciones  generales  acerca  de  la 
farmacología 


Profesor  Str^ub 


La  Farniaioologia  táene  piar  objeto  el  estudio  de  las  modificacifv 
iies  que  experimeirtan  tos  ppooesos  vitales  tajo  la.  influencia  de  Ja? 
substancias  químicas;  es,  por  lo  tardo,  una  de  las  muohas  ciencias 
que  contribuyen  a  formar  da  Miedicána.  La  dtefinición  se  hace  así 
lan  amplia  como  posible,  paira  mostrar  que  se  trata,  al  fin  y  al  cabo, 
de  una  ciencia  que  por  muchos  conceptos  puedie  considerarse  como 
ciencia  pura.  Sin  embargo,  si  sie  estudian  únicamieiitie  los  procesos 
vitales  para  noaotros  de  mayor  interés,  como  son  los  del  hombre, 
se  hoce  el  campo  de  la  Fanmaooíog'ia  más  nedíucido,  adquiriendo  un 
carácter  aplicaitivo;  entonces  el  efecto  de  te  influencias  provoca- 
das por  las  sub&taaicias  químicas  lo  traducimos  como  utiütario  o 
perjudücial,  y  donsidenumos  JTespectivaniente  la  substaucia  química 
como  medicajmento  o  oomo  veneno.  Agregúese,  ademas,  que  ai  d 
mismo  cbmpo  de  !a  Fanmaoologia  aie  oompnende  el  concepto  de  es- 
fermfid'ad,  por  lo  que  podiemois  decir  que  la  Farmacología  es  la 
ciencia  médi'ca  en  la  cuai'  se  reúnen  y  oondiensan  de  manera  equi- 
valente Jas  teorías  y  los  hechos  die  la  Química,  de  la  Fisiología  y 
de  la  Patología, 

La  Química  nos  proporciona  el  concepto  material  de  cantidad, 
mostrándonos  qiíe  entre  utilidad  y  diaño  sólo  existen,  en  ciertas  cir- 
cunstancias, diferencias  cuantiitativais ;  es  decir,  que  una  misino 
substancia  puede  prodiici-mos  ambos  efectos.  Por  ejiemplo,  el  fós- 
foro, en  reducidas  cairtidadles,  favolreoe  el  crecimiento  óseo,  iráen- 
tras  que  en  mayores  doisas  perturba  considerablemente  el  metabo- 
lismo de  la  grasa.  -La  cafeína  en  pequeñas  cantidades  incrementa 
nuestra  gem'alidad,  mientras  qufe  en  mayores  cantidades  provoca 
confusión  psíquica.  Aparentímieiibe  podría  creerse  que  tal  disdís- 
mo  de  los  efectos'  se  debiesle  a  algún  mecanismo  misterioso,  míen- 


—  219  — 

tras  que  d.  esítudio  analitioo  diel  niásimio  nos  reduce  dácho  misterio 
a  un  nijero  feaiánieno  quáimiao. 

Especular  sobne  prodesois  vitalm  tieiue  poca  importamcia  far- 
macológica o  filosófica.  Pero  d  estudíio  fairtmlaaológico  nos  oWiga 
en  todos  los  casos  a  aaeptar  la  caieenria  y  d  dogma  dJe  que  todos 
los  f ¡enómenos  quíe  se  diesarrallain  en  los  seres  vivos  no  son  más  que 
fenómeniois  dje  natu'raliezaa  física  o  químáca,  así  cKwrto  que  los  medi- 
camientos  no  9on  otara  cosa  que  siubsrtsamicdas  químicas  más  o  menos 
definidas.  Por  lfc>  tiamjto,  todo  el  campo  die  nuestro  estudio  se  reduce 
a  un  pnobl'ema  de  Química' :  la  química  (Je  las  'reaociones  vitales,  en 
cuanto  son  influenciaKíes  por  substandias  quimicais.  La  entropía  de 
la  Farmaioologíía  tiejAde,,  por  lo  tanto,  a  reducir  todas  las  acdones 
curativas  o  tóxicas  a  reglas  puramnente  químicas»  reohazandlo  todo 
misterio  inexplicable  y  pensando  quíe  todo  lo  que  hoy  no  podemos 
explicamos  químácaímtentei,  será,  más  tarde  o  más  temprano,  un 
puro  profMiema  de  químicía. 

Esta  naturalteza  dIe  llois  prooesols  faírmadológioos  tilene  que  ser 
defendida,  aun-  para  laqiudlobi  claisos  en  que  los  fenómenbs  vitales  no 
<e  nos  ofriieceni  a  nuestros  sentidos  con  d  aspecto  dle  fenómenos 
quimioos.  Mientras  que,  por  ejemplo,  es  cosa  evidiente  que  la  se- 
<:r€c¿ón'  de  la  orirta  es  un  fenómieno  químico,  y  que,  por  lo  tanto,  el 
incremento  de  lia  diuresis  por  d  dorurol  sódico  es  pura  química,  es 
meníos  clano  que  la  aotividlad  muiscuter,  la  conductibilidad  nervio- 
sa, etc.,  en  doñicfe  d  efecto  se  expiresa  conno  fenómeno  fbico,  sean 
de  la  misma  niaituraleza ;  peiro  tamíbién,  al  fin  y  al  cabo,  estos  fe- 
nómierios  tienen  k  misma  natulnaleza  que  el  primero,  como  tamibién 
ban  de  considierarse  die  Ifei  misíma  maníom  los'  procesos  psíquicos  y 
espiri'tualíes,  así  conx)  sus  modificadones  por  la  narcosis  o  d  al- 
cohol. 

Desgraciadamente,  son  miuy  raros  los  casos  en  los  cuales  la 
Farmacoliogía  puedte  permanecer  en  un  terreno  puramente  químico, 
teniendo  que  dietenerse  con  fmecuenriía  ante  fenómenos  vitaiíes  mo- 
dificados fisiodógicalmejT/teí.  Por  esto  puedie  ser  de  utilidad  introducir 
o  utilizar  una  comparación  química. 

Si  se  tiene  una  soíución  de  cloruro  bárico  y  se  agrega  áddo  stil- 
fnricoi,  sie  produce  un  predpitado  blanco  de  sulfato  de  bario.  El 
cloruro  bárioo,  el  ádÜo  sulfmioo)  y  d  sulfato  de  barno  que  se  ha 
producido  no  es  para  nosoftros  más  que  un  material  anatómico 
muierto».  La  antilogía  con  la  vidta  es  el/  procfeso  de  la  pTedpitadón 
imisma,  que  para  nosoferos  esi  fisiol>ogi!a,  porque  es  reacdón.  Si  la 
fisiología  no  nos  presenta  fenómenos  de  esta  sencillez,  puedfe  con- 
siderarse, aá  fin  y  al  ctíbo,  como  xan-  sistema  dfe  reacciones.  Cuanto 


inayar  sea  eJ  niúroero  de  los  demenitoB  que  en  este  si 

nal  intervienen,  tanto  mías  tomajá  d  carácter  de  uo  proceso  vivo  y 

liarecerá  diferenciiaírse  die  una(  reacción  química. 

La  reacción  Ci^  Ba  -|-  SO^  H3  se  desajToJla  con  una  velocidad 
explosiva  oonio  reacción  iónica,  es  decir,  se  nos  ofreoe  con  dema- 
siada irajpidez  paira  que  nosotros  podamos  ver  u  observar  lo  que 
durante  ella  se  vorifioa. 

Pero  si  buscamos  otro  ejemplo,  como  la  acción  delí  agua  oxi- 
genada sobre  el  yoduro  potásico,  la  Química  escribe  este  proceso 
asi :  IK  -j-  H,0,  —  KO¡  -f  1=  +  H^O ;  es  decir,  como  una  reac- 
ción de  oxidación  no  muy  distinta  de  la  que  se  verifica  en  las  oxi- 
daciones vitales  poír  el  oxigeno  de  ¡a  sangne. 

Con  esta'  oxidación  tiene  de  común  el  que  para  db6ervari&  de- 
bidamente neoesitamos  un  tercer  elemento  que  como  verdadero  ór- 
gano sensorial  nos  permita  seguir  claramente  el  proceso  de  la  oxi- 
dación ;  por  ejemplo,  d  almidón  que  nos  indique  cuándo  y  con  qué 
rapiidiez  se  desarrolla  I&  rieacción.  Sí,  por  lo  tanto,  al  sistema  ante- 
rior agregamos  allmidón  como  órganoi  dé  visión,  obsCrvamofe  quess 
el  pnooeso  se  ¡realiza  mudio  más  lentamente  que  antes  habíamos^ 
observado  con  ]a  precipitación  diel  sulfato  de  bario,  dura  mtidio^^ 
segTindos  y  la  podemos  observar  más  cómodamente. 

Supongamos  que  esta  OTeacdón  se  nos  desarrolta  con  demasiad^^ 
lentituid.  En  este  caso,  buscamos  otra  tercera  substancia  que  nos  I^^ 
acelere,  tal  como  una  sal'  de  hienro,  de  la  cu&l  sólo  necesitamos 
gar  reducidísima  cantidiari  al  sistema.  Así  curamos  a  esta  reacciói 
de  la  pereza  con  que  se  desarrolla,  y  tenemos,  por  lo  tanto,  en  t  : 
sulfato  de  hierro  el  medicamento  de  la  reacción.  Bajo  su  ijifluenci^^ 
ésta  se  desamalla  con  el  carácter  de  una  verdadero  convulsión. 

Si  investigamos  anaitómicaimente  la  reacción  en  los  dos  caiSO^^ 
es  decir,  después  de  haberse  desarrollado  lemita  o  rápidamente,  y  un^ss 
vez  que  ha  tianscuirrido  por  completo,  encontramos  siempre  lo^-" 
mismosi  productos  finales  de  reacción  y  en  cantidades  exactament"^^ 
iguales.  Pero  además  encontramos  también,  y  completamente  inaC- 
terado,  el  medicamento  de  la  reacdóni,  el  hierro,  al  cual'  podenn^  " 
utilizar  repetidamente  con  los  imismos  fines.  Y  asi  sucede  con  t^* 
mayoría  de  los  miedicamentoe.  que  aparentemente  tienen  accíonts-^ 
para  nosotros  mili^rosas. 

Si  tenemos  im  sistema  viviente,  la  rana  en  convuilsíbnes  produc^^ 
das  por  la  estricnina,  por  haberle  ínyectido  un  cienmiligramo  (t-^** 
estricmna,  ¿cómo  pódanos  hacer  la  oomparación?  En  la  ran&  noc^^" 
nial  se  desarrollan  (las  reacdones  en  la  medula  con  gran  lentitndK^ 
si  se  excita  una  pata,  se  contr&e  esfa  pata,  y  quizá  también  la  oti 
'  pero  no  dbr^Oppoffmgajttaosquie  Ta  coanátiiecíi 


ÜÉÉU 


—  221  — 


I 


ciones  sen^ivas  tieníe  en  la  mediáa  un  imecanismo  dé  dtesistencia 
muy  intiesnso  y  de  bastante  utíldiad  que  cocididona  que  un  estímulo 
en  una  extremidlad  no  «e  traduzca  csn  una  reacción  de  la  obra.  La 
eatricrana  elimina  o  haoe  desopanecer  este  mecanismo  de  resistencia, 
por  lo  que  la  reacdón  química  de  respuesta  a  un  estímulo  sensitivo 
se  vuidve  convtulsiva,' igual  que  hemos  visto  sucedía  más  arriba  con 
la  oxid^ón  del  potalsio  bajo  la  influencia  del  hierro.  Y  ¿qué  su- 
oeide  con  la  estricnina?  Si  macieitamos  lais  ranais,  podemos  voíver  a 
extraer,  por  medio  de  procedimien/tos  adecuados,  toda  la  estricni- 
na, la  cual,  inyectadla  de  nuevo  a  otra  Híana,  nos  produciría  !a  mis- 
nia  acción,  de  manera  semejanrte  a  comía  hemos  visto  sucedía  en  el 
ejemplo  puramente  qnimico  en  el  que  d  hierro  ejercía  la  acción 
ínedicamientolsia. 

Otei  leacdón.    La  sangiie  y  el  peíróxidb  de  hidrógeno  neajocionan 
entre  sí  violentamente,  ,dian|do  lugar  a  un  desarrollo  explosivo  de 
oxígeno  por  la  catallasa  de  la  sangre.  Esta  reacción  se  nos  desarro- 
^'^3  con  demasiadía  rapidez,  peno  la  podemos  frenar  graciias  aun  tóxi- 
co ibien  conocido:  ef  ácido  prúsico.  Parece  como  si  en  el  síísftema 
^ntoxicadb  no  pasase  nadía;  como  si  nosotros  hubiésemos  provoca- 
^^  la  muerte  del  pilojceso.  Pero  no  ocurtre  esto,  puesto  que  si  obser- 
^^^^^^tiios  exaictamente,  noftamds  un  dielsaiiiroJto  de  gas,  aunque  mucho 
í^^  lento.  Lo  único  que  hemos  hecho  ha  sido  provocar  una  cierta 
^^^ibición  o  parálisis  dfe  la  neaodón.  Este  proceso  tiene  más  d  asr- 
P^cto  de  un  müagio,  aunque  sin  serlo  tampoco,  toda  vez  que  es  po- 
^^bjie  realizarlo  sin  necesidad  de  íta  pnesenda  d)e  la  substanda  viva 
'^^Prsesentada  por  la  sangue. 

Si  toimanios  un  material  realmenite  inerte,  como  ^tíno  coloi- 
^^1  y  agua  oxigenadia,  obsennramos  idéntico  desprendiimijenito  de  oxí- 
^^po,  pudiendo  tamihién  influenciar  o  intoxicar  esta  ^reacción  con 
^^■do  prúsico,  y  preicisamente  de  h¡  misma  manera,  es  dedij,  inhi- 
P^Qndo,  pero  no  matando,  toda  vez  que,  pasado  algún  tiemipo,  se 
^^tauíra  el  desarrollo  de  gas,  y  bs  canítidades  d|e  o^dgeno  despren- 
^^dsEts  al  final  son  exactamente  fes  mismasi  en  d  sistema  normal  co- 
^^^  en  d  intoxicado. 

Si  volvemos  otra  vez  a  nuesitra  anana,  que  está  aún  con  sus  oon- 
"^^feiones  estriicnínttoas,  d  análisis  fisiológico  de  la  función  nos  dice 
^^*e  en  dicha  rana  es  únicamenite  la  medula  d  órgano  cuya  función 
^^  ha  nnódifiicadlo,  porque  todosi  los  otros  órganos  están  coimpleta- 
^;*^eíiiíte  inalterados ;  d  cerebro,  los  músculds,  d  corazón,  etc.,  per- 
^^t!en  normales  en  sí.  Es,  por  lo  tanto,  únioanHente  en  fa.  medula 
^^nde  la  estriicnina  ejerce  sus  efectos.  Esto  nos  ofrece  también  el 
^Peicto  de  «un  misterio  vital.  Tengtamos  en  cuenta  qii:¿e  la  centésima 
P^^^te  de  un  «nilig!raltno  de  estricnina  iníyectadb®  bajo  la  piel  de  la 


Je  01^' 


I  puecLe  ejercer  su  acción  sobre  todos  los  órganos,  porque  < 
todos  se  pome  en  contaiofo  por  medio  de  la  sangre,  y.  sin  emliar- 
go,  la  acción  es  colectiva  sobne  Ja  n^diUa. 

Pero  también  tenemos  on  la  Quiímiica  procesos  parecidos.  He- 
raos  visto  quie  la  pereza  con  que  se  desarroJla  la  aoción  del  toJu- 
iro  potásico  y  paróxádo  de  hidrógeno  puede  curarse  con  el  hierro. 
Esto  .puiede  producirlo  sólo  ei  hierro,  y  no,  por  ejemipJo,  el  co- 
bre, como  porfiemos  observar  en  una  investigación  comparativa.  Por 
el  contraírio,  hay  una  reacción  de  oxidación  muy  coniocióa,  la  oxida- 
ción de  h¡  bencidina  ipor  el  anismo  peróxido  de  hidrógeno,  dando 
higar  a  una  suibstancfei  azul,  qaie  se  desanroUa  muy  lentamente,  y  que 
nosotilas  no  podemos  acelerar  con  el  hierro,  pero  sí  con  el  buI- 
3  de  cobre  que,  a  su  vez,  es  inactivo  para  la  oxKlacióii  del  yo- 
duro! potásico.  Por  lo  (anto,  5a  electividad  o,  como  también  deci- 
nH>s,  la  especificidad,  conoce  también  la  química  de  la  materia 
inerte. 

Peiro  no  abandonemos  nuestra  rana  estrionj^ada,  que  tiene  aun 
en  sí  miidhos  probJamais  de  apariencia  misteriosa,.  Un.  denmiligra- 
mo  de  estricnina  es  capaz  de  ejercer  ii^na  acción  tan  intensa  que 
convierta  a  la  rana  en  un  atleta,  lirruitándose  sui  acción,  como  he- 
mos visto  por  el  aiiiálrsis  fisiológico,  a  !a  modula,  Piero  ¿  dónde 
esitá  h  estricnina?  El  análisis  químico  noa  permite  extraer  de  nue- 
vo la  estricnina  de  la  rana,  y  si  analizamos  aisladamente  los  distin- 
tos órganos,  encontramos  la  mayor  cantidad  en  h.  añedía,  y  sda- 
mtnte  nunimais  trazas  en.  ios  rrestanites  órganos.  En  este  hecho  te- 
nemos realmente  el  milagro  die  la  materia  viviente:  la  especiticidad 
de  la  acción  es  unía  consecuencia  de  la  repairtidón.  Y  esto  lo  i 
de  también  la  química  de  Ja  maiCeria  inerte 

Veamos  uní  ejemplo  interesante  de  Ja  Tieparticíó-n  en  ■ 
vivo.  Si  al  líquido  nutricio  saJino  de  un  coirazón  aislado  y  vivo  í 
rana  le  agre.sBmos  una.  pequeña  cantidad'  de  violeta  de  metilo, 
solución  salina  se  colorea  intensamente  de  violeto.  Si  anaJizai 
las  CHDMsiecuiencia-s  de  la  adición  de  esta  substancia  colorante,  insís 
biendo  las  conitriacciones  tlel  corazón  por  medio  de  una  palanca'  t 
un  dilindro  registrador,  percibimos  que  los  sístoles  se  hacen  c 
vez  más  pequeños,  ascendiendo  progres  i  \-amence  Jos  puntoa  i 
inferiores  de  la  cuirva  hasta  quel,  por  último,  d  corazón  alcanza  utí^" 
estadio  de  contraoción  miáxima,  sin  .re&Jizar  el  más  pequeño  diásto- 
íe,  exactamente  como  ocurre  en  la  intoxicación  con  substancias 
digitálicas.  Simultáneamente  con  este  aumento  progresivo  deJ  t 
tado  de  contracción]  del  corazón,  observamos  que  la  sjartución  sj 
,  na  se  ha  decoíorado  paraldamiente.  mientras  que  el  corazón  i 
|quiere  rni  coílor  vioJeta  intenso.  Por  tanto,  con  la  accióai  ha  i 


—  223  — 

sado  'la  materia  cokxran'te  desdle  la  solución  acuioisa  aj  cocrazón.  Y  si 
ahora  imtjentainas  laivaír  a  dicho  árgemo  con  mucha  solución  sali- 
na, no  logramos  separar  la  materia  ooloratnte  ni  logramos  tampo- 
co  que  d  ooffiazón  pueda  vüivier  a  cooitraerse.   Nos  encontranios 
aqii,  por  tanito,  con  un  problietma  dle  iiepairitídón  eispedfica  pareci- 
do al  que  observanDos  en  la  rana  estricnizada,  y  de  la  misma  ma- 
nera que  podemos  dledir  que  d  corazón  se  ha  impregnado  dle  violen- 
ta   dfe  metilo,  podemos  afirtmar  en  otro  caso  que  la  medula  se  ha 
colonealdo  con  estricnina. 

También  podíemos   reprodtirir  esíte  experimento  con  material 
inerte.  Si  en  una  probeta  de  loo  c.  c.  agregamos  a  la  misma  solur 
ción  de  violeta  dle  metilo  una  pequeña  tíantídad  dle  alcohol  amí- 
lioo,  la  «soltidión  dle  violeta  de  mietillo  nos  meprnesenta  d  mismo  pa- 
pel que  d  Kquidb  nutricio,  y  d  alcohol  amíUoo  al  corazón.  Si  agi- 
tanaos est|e  sistema  de  la  misma  manera  que  d  conlazón  ha  agita- 
do con  sus  sístoles  la  soludón  salina  coloreada,  vemos  que  toda 
la   soi'bstanda  coloreada  pastEi  al  alcohol  amüioo  sini  que  quede  nada 
en  el  agula,  qtoe  se  deooldira  por  completo.  La  snbsitanda  que  había 
en  100  c.  c.  de  soludón  aouiosa  se  ha  reunida)  en  lo  c.  c.  de  alcohol 
amílico,  d  cual  se  colbrea  por  esto  mudio  más  intensamente  de 
'o    que  lo  estaba  la  solución  aouotea.  También  d  coirazóni  adquiría 
'»in  tono  de  color  mucho  más  intenisoí  que  d  que  tenía  su  líquido 
nutricio,  mientrasi  que  el  volunDen  del  miocardio  era  no  más  que  la 
^ciitia  parte  diel  volumen  dle  la  solución  salina  que  te  irrigaba.  La 
^Hatería  colarante  se  ha  almacenadipi,  por  tant-o,  en  d  corazón,  lo 
^^ismo  que  en  el  alcohol  amílico,  aumenitandio  su  concentración. 

La  estricnina  de  la  medula  puedle  sor  extnaíicja  inalifceirada  e  in- 
y<íctada  a  otro  rana.  También  podemos  extraer  fe.  materia  colo- 
i"*iti!te  del  corazón  si  heinvimos  a  éste  en  alcoboil  absoluto.  Eniton- 
^s  venipis  que  había  penmanecirio  inialtierada  y  que  es  capaz  de  in- 
toxicar die  la  misma  maniera  otro  corazón.  Por  tanto,  d  milagro  de 
*^  €!specificidad  dle  la  repartición  puede  también  reproducido  la 
Quimica  con  material  inerte,  desencantándose  en  este  caso  en  for- 
^^  de  un  píxxreso  físidokiuímioo  de  inepartidón  entre  dos  disol- 
^^tes,  según  d  coefidente  de  repartidón. 

I>e  esta  manera  se  desenmajscara  ttaibién  el)  fenómieno  de  la 

^^tividad  )de  las  dosis  más  peq,ueñaB.  Una  fracdón  de  miiigtamo 

^^  atropina  paraliza  al  máxtlmum   la  pupila.   Las   terminaciones 

J^^  motor  ocular  oolmún  se  apodleran  dle  ella,  pero  como  la  masa 

^  cJSdhas  terminadones /no  tendlrán  acaso  d  peso  de  un  miligra- 

^^»   observamos  qule  no  existe  neíaímlente  unía  faíita  dé  mdadón, 

.^  despropordón  entre  'doisis  y  órganb  soljre  que  ejetcen  su.  ac- 

'^.  Estas  terminadones  adquieren  tanta  cantidad  de  atropina 


—  2¿4  — 

como  el  corazón  de  la  rania  o  el>  laUcohol  ^axtúiicx>  se  apoderaban  del 
violeta  de  metílo. 

¿Cuál  es  el  sentido  o  la  significación  de  estas  consideraciones? 
No  admitimos  que  la  acción  de  medicamento  alguno  se  deba  a 
misterio  de  ninguna  clase,  porque  todos  los  fenómenos  son  en  prin- 
cipio susceptibles  de  reproducción  con  materiales  que  carecen  de 
(oda  vitalidad. 

Únicamente  podemos  considerar  como  un  milagro  lo  que  la- 
química  aun  no  puede  explicarnos,  por  qué  el  hierro  únicamente 
cataliza  la  reacción  del  agua  oxigenada  sobre  el  yoduro  potásico 
y  por  qué  el  cobre  no  puede  hacer  lo  mismo,  por  qué  una  stibs — 
tanda  colorante  colorea  la  lana  y  no  la  celulosa,  como  lo 
otras  substancias,  o  por  qué  la  estricnina  únicamente  intoxica  1; 
meduía  y  nio  el  corazón.  Pealo  todos  estos  milagros  son  inexplL^ 
cables  por  la  limitación  de  nuestros  de  análisis.  Su  expíicación  p<^ 
demos  dejársela  ooníiadbs  a  la  química,  la  cuail  llegará  un  dL- 
que  nos  podrá  resolver  el  problema.  Mientras  tanto,  discurram< 
confiados  por  el  campo  de  la  química  y  permanezcamos  materíali 
tas  en  todos  las  cuestiones  de  la  curación  por  medio  de  medí 
mentos. 


TRABAJOS   ANALIZADOS 


Ha£puder  y  Spitz.— iAoeroa  de  los  trastornos  del  metabolismo  en 

la    gota.    (Zur  StofFwechselpathologie  der  Gicht.)  Klin  Woch,  Año  V, 
número  i6,   1926. 

El  metabolismo  de  las  purinas  en  el  gotoso  se  caracteriza  por  la  escasez 

-^     la  eliminación  de  ácido  úrico  por  la  orina  bajo  un  régimen  libre  de  pu- 

•inas,  al  mismo  tiempo  que  el  nivel  de  ácido  úrico  en  la  sangre  se  encuen- 

^  ^    más  o  menos  elevado  por  encima  de  las  cifras  normales.  Brugsch   y 

^c:bittenhelm  han  encontrado  que  el  43  por  ico  de  los  gotosos  eliminan  por 

a    orina  cantidades  de  ácido  úricq  que  no  llegan  a  0,3  gramos  diarios  y  que, 

*oi-  lo  tanto,  quedan  por  debajo  del  limite  inferior  normal.  36  por  ico  tíe 

stos   enfernws  eliminan,    en   cambio,    cifras   normales   correspondientes   al 

*iriitej  inferior,  entre  0,3  y  0,4  gramos  diarios.  En  21  por  ico  de  los  casos, 

^     eliminación  es  normal  y  oscila  entre  0,4  y  0,6  gramos,  mientras  que  otros 

utores  no  han  encontrado  nunca  cifras  altas  de  v  eliminación  de  ácido  úrico. 

•ri   el  gotoso,  la  concentración  de  ácido  úrico  en  la  orina  es  también  baja, 

■según  Tannhausejr,  no  pasa  de  50  miligramos  por  ico  e  incluso  puede  ser 

f  crior  a  la  concentración  del  ácido  úrico  en  sangre.  Por  otra  parte,  las  pu- 

^as  administradas  con  la  alimentación  las  elimina  el  k^otoso  de  un  modo 

tardado  e  incompleto.  La  cifra  de  ácido  úrico  en  sangre,  que  en  las  per- 

nas  normales  con  régimen  desprovisto  de  purinas  no  pasa  de  4,5  miligra- 

)s  por  100,  alcanza  en  el  gotoso  6  u  8  miligramos  y  llega  a  veces  hasta 

ó  12.  En  las  fases  preliminares  de  un  acceso  de  gota  desciende  la  elimi- 

ión  de  ácido  úrico  por  la  orina  aun  más  de  lo  que  3ra  estaba  descendida; 

"cnta,  en  cambio,  en  pleno  acceso,  para  volver  a  disminuir  considerable- 

te  en  el  momento  en  que  el  acceso  va  transcurriendo  y  ascender  final- 

e  hasta  las  cifras  bajas  que  se  encontraban  antes  del  ataque.  La  inter- 

ción  exacta  de  estos  fenómenos  no  es  posible  establecerla  de  un  modo 

itivo.  Esta  interpretación  resulta  fácil  para  los  casos  de  gota  renal  en 

le  a  causa  de  una  afección  orgánica  de  los  riñones  puede  admitirse  una 

ion  en  la  sangre  de  los  productos  de  desecho  del  organismo  y  entre 

!el  ácido  úrico  Dependería  por  lo  demás  de  los  tejidos  el  hecho  de  que 

)s  casos  apareciesen  depósitos  úricos  y  en  otros  no.  En  cambio,  en  la 

liopática  de  Tannhauser  falta  clínica  y  anatómicamente  todo  trastorno 


orgíjiico  de  los.riñones,  y  en  estos  casos  divergen  considerablemente  las 
opiniones  acerca  de  la  patogenia.  Tannhavser  admite  que  también  en  estos 
casos  la  causa  inmediata  de  la  eníermedad  está  en;  el  tejido  renal  y  según 
sit  opinión,  se  trata  de  una  alteración  variable  y  puramente  funciona!  de  la 
eliminación  del  ácido  úrico  ocasionada  quizá  por  inflencías  desconocidas  de 
otros  órganos  sobre  el  riñon  y  capaz  de  ser  corregida  por  ciertos  medica- 
mentos como  el  atofaii.  Este  trastorno  de  la  elimínaciórt  explicaría  perfec- 
tamente la  concentración  baja  del  ácido  úrico  en  la  orina  y  el  aumento  del 
ácido  úrico  en  sangre.  Bkuosch  y  SfHíTTENaELM  consideran,  en  cambiov  la 
gota  como  im  verdadero  trastorno  metabólico  une  consistiría  en  un  amorti- 
guamiento de  la  desintegración  fermentativa  de  las  purinas  y  de  la  destruc- 
ción hipotética  del  ácido  úrico.  La  Eormación  de  ácido  úrico  estaría  de  este 
modo  obstaculizada,  su  destrucción  se  atenuaría  y,  por  último,  tanüiiéii  le 
retarda  su  eliminación,  con  lo  cual  se  explican  las  cifras  bajas  y  variables 
de  ácido  úrico  en  la  orina,  la  eliminación  insuficiente  de  las  purinas  exógenas 
y  las  cifras  elevadas  de  ácido  úrico  en  sangre.  Umber  y  Gtjdzent  creen  que 
la  causa  de  la  gota  es  una  afinidad  patológica  de  los  tejidos  para  el  ácido 
úrico,  que  para  Umher  daría  lugar  a  una  penetración  patológica  en  los  te- 
jidos de  esta  substancia  y  para  Gudzent,  en  cambio,  se  trataría  de  una  fi- 
jación del  ácido  úrico  por  ios  tejidos   (uratohistequia). 

Los  autores  opinan  que  no  puede  considerarse  la  enfermedad  de  un  modo 
único  y  esquemático  según  tal  o  cual  teoría  y  describen  a  este  propósito  un 
caso  de  gota  bastante  instructivo.  Determinando  en  este  enfermo  las  cantida- 
des de  ácido  úrico  en  orina  y  sangre  se  observa  que  realmente  no  podía  Ira- 
taise  mas  que  de  un  gotoso;  pero  las  cifras  encontradas  correspondían  más 
bien  a  las  que  suelen  darse  en  la  leucemia,  es  decir,  una  cantidad  muy  consi- 
derable de  ácido  úrico  de  la  orina  y  una  cifra  de  ácido  úrico  en  sangre 
relativamente  poco  elevada.  En  la  leucemia,  como  es  sabido,  lo  caracte- 
rístico es  una  enorme  híper producción  de  ácido  úrico  gracias  a  la  in- 
tensa destrucción  leucocitaria  que  tiene  lugar,  y  esta  hiperproducdón  se 
compensa  por  medio  de  una  eliminación  exagerada  conservando,  de  to- 
dos modos,  la  sangre  una  cantidad  de  ácido  úrico  algo  por  encima  de 
la  normal.  Aparte  de  la  leucemia  no  se  conoce  ningún  otro  proceso  acom- 
ipañado  de  una  formación  de  ácido  úrico  tan  intensa.  Solamente  en  la  acro- 
megalia y  por  un  motivo  desconocido  se  produce  un  aumento  en  la  elími- 
nución  del  ácido  úrico  endógeno  y  en  el  nivel  de  ácido  úrico  en  sangre;  pero 
de  todos  modos  no  Llegan  en  este  caso  las  cifras  a  las  que  se  encuentran  tn 
la  leucemia. 

En  el  caso  de  gota  descrito  por  los  autores  había  que  eliminar  la  posibili- 
dad de  que  el  trastorno  del  metabolismo  fuese  en  realidad  un  aumento  del 
H'efabolismo  total,  ya  que  en  el  enfermo  estudiado  las  cifras  de  nitrógeno  eli- 
minadas por  la  orina  eran  normales  y.  por  otra  parte,  la  temperatura  del  su- 
jeto era  normal  y  el  peso  se  mantenía  invariable.  Tampoco  podía  demostrarse 
en  el  paciente  tm  trastorno  de  naturaleza  endocrina  y,,  en  cambio,  en  con- 
sjnanda  con  la  idea  de  una  anomalía  aislada  del  metabolismo  de  las  pu- 
rinas, se  encontraba  la  relación  entre  el  nitrógeno  del  áddo  úrico  y  el  nitró- 
geno total,  que  normalmente  es  de  I  :  50.  considerablemente  desviada  a  fa- 


—  227  — 

vor  del  ácido  úrico  y  llegando  en  algunos  días  a  i  :  15.  El  atofan  no  produ- 
cid; en  este  caso  ningún  aumenta  en  la  eliminación  úrica.  Cierto  es  que  el 
ácido  úrico  de  la  orina  aumentaba  ligeramente  respecto  a  los  días  anterio- 
res, pero  se  mantenía  en  los  límites  superiores  observados  durante  todo  el 
a^so  de  la  enfermedad  sin  ninguna  influencia  medicamentosa.  Es  sabido  que 
la, acción  del  atofan  consiste  en  acelerar  y  aumentar  la  eliminación  úrica 
por  los  ríñones,  eliminación  que  en  el  caso  presente  y  de  un  modo  espontá- 
neo estaba  sumamente  aumentada.  Por  el  contrario,  podía  obtenerse  con  el 
preparado  A  T  (combinación  de  atofan  con  tiroidina)  un  notable  aumen- 
to en  la  eliminación  de  ácido  úrico,  con  lo  que  parecía  producirse  un  cierto 
agotamiento  de  las  reservas  purínicas  o  del  metabolismo  de  estas  subs- 
tancias, puesto  que  ya  el  último  día  de /administración  del  medicamento  des- 
C'íacaa  el  nivel  de  ácido  úrico  en  sangre  y  su  eliminación  por  la  orina. 

Los  autores  han  estudiado  también  sobre  este  enfermo  la  acción  de  un 

prejíarado  de  ácido  nucleico  de  levadura,  del  cual  administraban  10  gramos. 

Su  ingestión  no  iba  acompañada  de  un  aumento  en  la  eliminación  i:rica,  sino 

por   el  contrario,  de  un  descenso  considerable,  después  del  cual  recobraban 

^á   cifras,  poco  a  poco,  su  nivel  primitivo.  Al  mismo  tiempo  el  ácilo  úrico 

^"    s«ngre  aur.icntaba  muy   escasamente.    Había  que   pensar,   por    lo   tanto, 

^G    en  estas  condiciones  la  sobrecarga  repentina  de  ácido  nucleico  producía 

^  ^1  organismo  una  especie  de  inhibición  de  metabolismo  de  las  purinas  o 

^^'   su  regulación  nerviosa,  o  bien  que  el  organismo  del  enfermo  provisto  ce 

^    Hietabolismo  purínico  muy  exagerado  retenía  ávidamente  y  utilizaba  el 

njaterial  exógeno  administrado. 

l^e  todas  estas  observaciones  puede  deducirse  que  es  imposible  considerar 
^^  Sota  como  una  enfermedad  debida  a  un  trastorno  eliminador  por  parte 
^^  los  ríñones.  En  efecto,  en  el  caso  estudiado,  la  concentración  del  ácido 
^"*co  en  la  orina  era  muy  alta  y  sin  niguna  influencia  medicamentosa  lle- 
gaba.  en  muchas  ocasiones  a  80  miligramos  por  100.  En  cambio,  el  ácido  úrico 
^^'  Sangre  se  encontraba  muy  moderadamente  elevado.  Esta  hipereliminación, 
"^*^a  impide  admitir  del  mismo  modo  una  anomalía  de  los  tejidos  en  el  sen- 
tido de  una  uratohistequia  y  quizá  sea  lo  más  lógico  suponer  un  trastorno  en 
la  Kiestruccióii  del  ácido  úrico  con  arreglo  a  la  hipótesis  emitida  por  Schitten- 
^^^,  con  lo  cual  se  explicarían  perfectamente  las  grandes  cantidades  de 
^•ido  úrico  en  la  orina.  Sin  embargo,  tampoco  con  esta  teoría  se  comprende 
^  Comportamiento  del,  organismo  frente  a  la  administración  de  ácidos  nu- 
c'^^icos. 

Hstas  investigaciones  demuestran  todo  lo  complicada  que  es  la  anomalía 

^^*     metabolismo    del    gotoso   y   la    imposibilidad    de    aceptar    una    doctrina 

^Uemática  aplicable  a  todos  los  casos.  Si  en  unos  cuantos  enfermos  puede 

"^íitar  la  teoría  renal  para  dar  cuenta  de  los  fenómenos  observados,  en  el 

^'^^o  actualmente  descrito  es  difícil  desechar  la  idea  de  un  trastorno  puro  del 

^'^itabolismo,  que,  en  cambio,  en  otros  enfermos  no  puede  demostrarse  o  va, 

^^inspafiado    de    dificultades    en    la    función    eliminatoria    de    los    ríñones. 

^    popel   ique    en    la    eníermedad    juegan    los  tejidos  Jconstátuye    actual- 

^'^^te  un  problema  muy  obscuro,  y  todo  lo  que  se  sabe  es  que  la  gota  se 


encuentra  sistemáticamente  caracterizarla  por  una  precipitación  de  uratoju 
ii'vel  de  loa  tejidos,  fenómeno  qne  parece  fundamentalmente  debido  a  X 
auotnalfa   fisico-qtifmica  de  los  mismos. 

R.   FkailbI 


^HBF.KG.— El    problema  da    la   relaalón    c^rbono-nltr^gem 

la    orina    del     niño.     (Zur   Frage   des   Kohienstoff-StickEtoffverha.lt- 
nisses   im    Harn    des    Rindes).    Mi^dlsiitisclic    Klinik.    Año    X*II,    núrrxe- 


VoiT  ha  sido  el  primero  <]ae  ha  demostrado  que  en  la  desintcgraciórx     Je 
los  cuerpos   nitrogenados  del  organisniQ  la  proporción  en   la  orina  del    t^:a.r- 
bono   que    se   elimjna   con   relación   al   nitrógeno   no   corresponde   cuanli-t-^tí- 
vamente  a  las   cantidades  de  urea  tÜminadas.   En  esta   substancia   e]   cartao- 
nn  se  halla  respecto  a]  nitrógeno  en  la  relación  d-  I2  a  28,  y  Voit  ha      po- 
dido observar  que  en  ]a  orina  de  Iqs  perros  esta   proporción   estaba  des-via- 
da a  favor  de  un  exceso  de  carbono.   RtiBUEn,  por  su  parte,   observó   ta-m- 
bién  que  estas   relaciones   estaban  fundamentalmente   influidas   por  el   fac-t.ir 
alimenticio    y    utilizaba    para    sus    investigaciones    el    método    calorimétrico, 
fcn  lo  cual  pudo  ver  que  las  cifras  altas  de  carli^no  en  la  orina  de     li^s 
lactantes   eran   atribuíbles   a  la   cantidad  relativamente   grande   de   grasas     df 
la  alimentació.n.  Ulteriormente  ha  sido  investigada  la  relación  C  :  N  de    I* 
orina  durante  la  fiebre  en  el  hombre  y  se  han  atribuido  las  variaciones  en     ** 
eliminación   de  carbono  0   los   procesos   de   desintegración   febril   deducien<ío 
de  ciertas  variaciones  oj^seryadas  en  el  a>ciente  respiratorio  la  existencia    *3e 
desviaciones   en  el   proceso   de   combustión   orgánica.    Regxard   había   obse*" 
vado  ya  que  la  proporción  entre  el  anhídrido  carbónico  eliminado  y  el  o^^_' 
geno,  absorbido  disminuía   en   la  fiebre  y  deducía  de  este  hecho   una  inhít»*" 
ción  de  las  oxidaciones  en  el  organismo  febril  que  conduciría  a  un  aeúm*-*' 
lo  de  productos  intermedios  del  metabolismo  en  los  tejidos  y  a  un  deseen^ 
del  cociente  respiratorio  hasta  0,5  ó  0,6.  Loewy,  por  otra  parte,  ha  produce 
do   neumonías   experimentales   en   los  perros   por  inyección   intrapulmonar  d  -^ 
nitrato  de  plata  y  admitía  durante  el  período  febri]  una  variación  cualitati  ""^ 
va  de  los  procesos  de  desintegración  y  «na  eliminación  de  carbono  por  via^^ 
distintas  de  la  pulmonar  y  en  forma  también  diferente ;  pero  en  contra  d^^ 
este  autor,   Kraus   afirma  que   en   el   hombre  el  cociente  yespiratorio   no  e^^ 
modificado  para  nada  durante  la  fiebre.  Jaquet  se  atiene  a  este  último  modc^^" 
de  pensar,  y   supone  que   la   disminución   del   anhídrido   carbónico  eliminadla' 
es  debida  a  una  disminución  de  las   excursiones   respiratorias  y  a  una  (ren-- — 
tilación  insuficiente  de  los  pulmones.   De  todos  modos,  actualmente  no  Cxís--^" 
te  ninguna  unanimidad  de  criterio  acerca  de  la  exagerada  eliminación  deí=^ 
carbono  por  la  orina  descrita  en  e]  febricitante  por  Loewv.  Sceot.z,  en  etec-^' 
to,  na  ha  podido  demostrar  este  fenómeno  y  Mofk  ha  encontrado  que  real — " 
Diente  durante  la  fiebre  se  produce  en  algunos  casos  un  aumento  relativo  ew- 
la  eliminación  del  car^jono,  aumento  que  por  lo  demás  está  con^eodido  f 


^-  229  — 

eí  margen  de  oscilación  normal  de  esta  substancia.  De  todos  estos  trabajos 
parece  deducirse  que  en  la  fiebre  los  procesos  de  desintegración  no  sufren 
una  desviación  cualitativa  manifiesta. 

Recientemente  Bickel  y  Kaufmann-Kosla,  por  una  parte,  y  Arnoldi, 
por  otra,  han  visto  que  en  la  diabetes^ /mellitus  del  hombre,  restando  en  la 
Gima  la  proporción  de  carbono  correspondiente  a  Jos  cuerpos  acetónicos  el 
resto  aparecía  sumamente  aumentado^  ,<res|>ecto  al  nitrógeno,  resultando  de 
aquí  una  desviación  considerable' en  las  proporciones  normales  de  carbono  a 
nitrógeno  en  la  orina.  Suponen  estos  autores  que\en  el  metabolismo  de  los 
i  tabéticos,  además  de  las  conocidas  substancias  anormales  de  la  orina  (azu- 
lar y  cuerpos  cetónicos),  ^parecen  otros  productos  de  difícil  combustión,  per- 
:enecientes  al  metabolismo  intermediario.  Por  lo  demás,  denominan  a  este 
ístado   "carbonuria  disoxidativa". 

FiSHBERG  ha  realizado  tma  serie  de  inestigaciones  referentes  a  la  rela- 
:.i6n  C  :  N  enj  los  niñosi  en  que  e]  metabolismo  intermedio  está  patológica- 
Tiente  alterado.  Es  frecuente  observar,  en  efecto,  niños  que  a  xma  infección 
reaccionan  con  una  enérgica  eliminación  de  acetona,  lo  fnisroo  en  la  orina 
:íue  en  el  aire  de  la  respiración,  fenómeno  que  en  la  mayoría  de  los  niños 
no  sucede.  Suponiendo  que  en  estos  casos  se  trata  de  una  desviación  en  el 
equilil)rio  cetógeno-anticetógeno  delí  organismo,  puede  achacarse  el  fenó- 
nieno  a  varias  causas.  O  b^^"  se'  trata  de  una  desintegración  anormalmente 
elevada  de  grasas  con  emigración  de  estas  substancias  hacia  el  hígado,  como 
admite  Geelmuyden,  con  lo  cual  la  función  anticetógena  representada  por 
ía  formación  de  glucógeno  hepático  no  basta  para  contrarrestar  ej  fenóme- 
no, o  bien  se  trata  de  que  estos  fiiños  son  incapaces  de  conservar  sus  re- 
stivas  de  hidrocarbonados,  las  cuales  se  agotan  rápidamente  y  quedan  pre- 
<l<^minando  las  substancias  ectógenas,  con  una  desintegración  anormal  de 
STasas.  Habría,  pues,  para  la  cetogénesis  de  estos  casos  un  mecanismo  pare- 
cido al  de  la  diabetes  mellitus  y  es  muy  verosímil  que  en  estos  niños  pueda 
^^ístir  también  una  carbonuria  como  la  que  Bickel  y  sus  colaboradores  ad- 
aten en  la  diabetes. 

Por  otra  parte,  era  interesante  comprobar  s?  los  niños  bajo  una  alimen- 
tación sin  grasas  y  muy  pobre  en  Jiidrocarbonados  eliminan  en  la  orina  estos 
^ismos  productos  intermedios  provistos  de  carbono  y,  por  último,  ha  sido 
in.vestigada  también  la  orina  de  |iiños  caquécticos  desde  el  punto  de  vista 
^^    una   posible  carbonuria. 

Los  resultados   obtenidos   demuestran   que  lai  proporción   C  :  N   no   va- 

^^3.  apenas  en  diferentes  días;  pero  las  diferencias  de  unos  niños  a  otros 

sqh,  en  cambio,  considerables,  de  tal  manera,  que  el  coeficiente  C  :  N  ya  en 

astado  normal   está  sometido  a   grandes   oscilaciones.  Las   cifras   recogidas 

Ptr  Fishberg  coinciden  con  las  de   Scholz  para  la  brina  de  los  adultos, 

P^iesto  que  sus  cocientes  C  :  N  oscilaban  eiltre  0,72  y  0,93.  También  Bou- 

^Hard,  que  creía  que  la  proporción  C  :  N  constituía  un  índice  de  toxicidad 

«lí^inaria,  ha  encontrado  un  término  medio  de  0,87  En  los  niños   enfermos 

*^stU(¡íados  por  Fishberg  (obesidad,  caquexia,  cetonuria  coexistente  con  una 

'"^{^ción),  tn  los  que  quizá  había  que  esperar  variaciones  del  cociente  C  :  N", 

^^^  cifras  obtenidas  no  se  diferenciaban  de  las  normales.  Únicamente  pudo 


230  — 

observnrse  una  desviación  considerable  del 
el   .'a'or  C  :  N  era  bastante  superior  a  1.  Heu. 
do  til  la  orina  de  lactanits  i,.  rtnaks  una  b>-\ 
dirá  de  combustión  mayor  que  la  de  la  orini 
U'í  n.;ii  *  de  pecho,  vai  C-'Jit:ír  ha  hallado  cu' 


i  los'V^ 


los  lactantes  c 
JER  y  RuBNER  han  encontra- 
I  cantidad  de  carbono  y  *uii 
de  los  adultos.  En  una  serie 
]  término  tnedÍD  del  corieuie 
eii  cueMión,  Ja  cifra  de  i,'i?,  y  este  autor  supone. quu  i^.^rAS  ríños  elimina;: 
por  la  crina  substancias  que,  o  bien  poseen  nn  contenido  muy  escaso  de  ni- 
trógeno respecto  al  carb-.tno,  c  bien  están  desprovistas  en  absoluto  de  nitró- 
gen(>,  es  dccli,  habria  que  admitir  una  carbonuria  disoxidativa  en  los  lactan- 
tes normales.  Con  arreg'lo  a  estos  hechos  han  estudiado  Langsiein  y  Stci- 
NiTZ  si  este  aumento  del  cociente  C  ;  N  constituye  una  particularidad  exclu- 
siva dei  metabolismo  de  los  niños  de  pecho  o  es  s¡m.plemente  tuia  consecuen- 
cia de  la  alimentación,  y  liegan  a  concluir  que  la  alimentación  al  pecho  de 
estos  niños  da  lugar  a  la  eliminación  por  la  orina  de  .grandes  cantidades  de 
substancias  pobres  en  nitrógeno  o  desprovistas  del  mismo,  pero  de  ningún 
nioddi  indicadoras  de  un  metabolismo  especia!.  Hay  que  admitir  pues,  que  la 
variación  encontrada  en  c!  coeficiente  C  :  N  depende  exclusivamente  del  fac- 
tor alimenticio.  Estos  autores  encuentran,  por  lo  demás,  que  el  carbono  eli- 
mmado)  en  combinaciones  diferentes  a  la  urea  no  aparece  en  mayares  canti- 
dades en  aquellos  casos  en  que  el  cociente  aumenta,  sino  precisameute  ea  los 
sujetos  en  que  el  cociente  disminuye,  por  lo  cual  no  puede  aceptarse  para 
estos  hechos  una  analogía  con  la  carbotiuria  de  BicKEi_ 

En  el  niño  estudiado  por  Fisrberg,  con\.cetonuria  durante  un  periodo  fe- 
bril, tío  se  encontraba  tan^wco  un  cociente  C  :  N  anormal,  restando  de  la 
cantidad  total  de  carbono  la  perteneciente  a  la  acetona  y  tampoco  en  los  ni- 
ños caquécticos  se  hallaba  nunca  un  acumulo  de  productos  intermedios  del 
Metabolismo  ricos  en  carbono  y  dificilmente  combustibles  que  pudieran  dar 
lugar  a  tina  carbonuria  disoxidativa. 

i;  R.    f  RULE 


LoEPEB,  Decourt  y  Garcin.— \La  función  de  las  suprarrenales  so- 
bro   el     metabolismo    del    azufre.  (La  function  soufrée  de  la   surrena- 
le.)  Presse  MedkaU,  núm.  ??,  25  de  septiembre  de  1926. 

Es  bien  conocido  que  las  suprarrenales  producen  adrenalina,  que  contie- 
nen lecitina,  colesterina  y  'pigmentos,  y  que  además  juegan  uo  cierto  papel, 
quizá  por  el  producto  de  sus  secreciones  en  el  mantenimiento  del  tono  vascu- 
lar, del  equilibrio  simpático,  en  la  defensa  infecciosa  y  tóxica  y  también  en 
la  regulación  pigmentaria. 

Dirigidos  los  estudios  principalmente  hacia,  estas  funciones,  no  se  ha  'n- 
vestigado  lo  suficiente  el  estudio  de  otra  que  indiscutiblemente  están  encarga- 
das las  glándulas  sürprarrenales :  así.  por  ejemplo,  apenas  se  ha  estudiado  en 
dichas  glándulas  el  nitrógeno  amínico,  el  nitrógeno  total,  el  hierro  y  sobre 
todo  el  azufre.  Las  suprarrenales  ejercen  ima  acción  importante  sobre  el 
metabolismo  del  azufre:  al  lado  del  hfgado  es  ei  órgano  más  activo  sobre 


—  231  — 

la  regulación  del  azufre  y  quizá  también  una  función  sulfo-péxica,  es  decir, 
que  fija  el  azufre  y  quizá  también  una  ftmción  sulfo-oxidante  o  sea  que  pro- 
duce azufre  oxidado  a  expensas^  de  azufre  neutro. 

Esta  función  de  las  glándulas  suprarrenales  parece  que  está  íntimamente 
ligada  a  la  función  pigmentaria  y  a  la  melanodermia.  Estudiando  la  compo- 
sición de  la  melanina  que,  como  se  sabe,  es  un  pigmento  sulfo-aminado,  se 
tuvo  la<  idea  de  investigar  la  acción  de  las  suprarrenales  sobre  el  azufre. 
El  azufre  se  encuentra  en  los  tejidos  en  estado  de  azufre  oxidado,  de  azu- 
fre conjugado  y  de  azufre  neutro.  Estudiando  estas  tres  formas  de  azufre,  los 
autores  han  encontrado  datos  de  verdadero  interés. 

El  adufre  en  el  suero  de  los  addisonianos. — La  cifra  total  de  azufre  no  ha 
sido  corrientemente  buscada  en  el  suero  o  en  la  sangre.  No  solamente  entra  en 
la  constitución  de  las  albúminas  y  de  los  glóbulos,  sino  que  también  existe 
en  estado  libre;  se  encuentra,  por  lo  tanto,  en  estado  constitutivo  y  en  estado 
circulante.  Los  autores  no  se  ocupan  en  este  trabajo  más  que  del  azufre  cir- 
culante, cuya  proporción  llega  a  7  y  8  centigramos  en  estado  normal;  esta 
cifra  representa  aproximadamente  la  treintava  parte  del  azufre  urinaria.  Co- 
mo en  las  orinas,  el  azufre  está  en  su  mayor  parte  oxidado  y  la  relación 
de  azufre  oxidado  al  azufre  total  es  aproximadamente  de  un  80  por  100  lo 
que  resulta  ser  enteramente  semejante  a  la  relación  urinaria. 

El  total  del  azufre  del  suero  varía  en  las  infecciones,  supuraciones,  tu- 
berculosis, cáncer  y  en  el  emibarazo;  algunas  veces  se  eleva  hasta  12  y  15  cen- 
tigramos;  pero  en  la  mayor  parte  de  estos  casos,  salvo  quizá  lesiones  graves 
y  profundas,  la  relación  de  oxidación  permanece  sin  variación. 

En  las  hepatitis  el  azufre  se  eleva  también,  pero  entonces  la  ralación  de 
oxidación  baja  y  este  descenso  puede  ser  superpuesto  al  que  se  encuentra 
como  se  conoce  desde  hace  tiempo  en  la  orina. 

Las  mismas  variaciones  del  azufre  sanguíneo  se  observan  en  la  enferme- 
dad de  Addison.  En  tres  casos  estudiados  por  los  autores  encontraron  ti- 
íras  de  0,20,  0,23  y  0,30,  que  son  extraordinariamente  elevadas,  y  en  estos 
mismos  tres  casos  la  relación  de  oxidación  descendió  a  60  y  a  50  por  100. 
Paralelamente  la  eliminación  ded  azufre  por  la  orina  aumentó,  y  la  relación 
^  oxidación  también  en  la  orina  se  encontró  notablemente  disminuida,  un 
poco  menos,  que  en  el  suero,  lo  que  demuestra  también  la  acción  oxidante 
del  riñon  sobre  el  azufre. 

Por  estos  resultados  obtenidos  en  la  enfermedad  de  Addison  puede  lle- 
garse a  la  conclusión  de  que  la  guipresión  patológica  en  la  insuficiencia  de 
ías  glándulas  suprarrenales  aumenta  la  cantidad  d«  azufre  en  la  sangre  y 
modifica  también  la  relación  de  oxidación  del  azufre  circulante.  Uno  y  otro 
fenómeno  xnieden  resultar  de  una  insuficiencia  de  la  fijación  del  azufre  o  de 
mía  exageración  de  su  producción.  Los  autores  demuestran  que  se  trata  real- 
mente de  una  insuficiencia  de  fijación. 

El  azufre  del  suero  después  de  la  extirpación  de  las  suprarrenales. — ^De 
Jas  experiencias  hechas  por  estos  autores,  se  demuestra  claramente  que  des- 
pués de  la  extirpación  de  las  cápsulas  se  produce  de  una  manera  constante 
un  aumento  del  contenido  er^^  azufre  del  suero.  Este  aumento  corresponde, 
sobre  todo  al  azufre  neutro,  que  alcanza  una  proporción  hasta  el  66  por  ico 


En  algunos  de  los  animales  ac  ha.  visto  que  la  citni  ti 
ma.  se  observa  alrededor  del  quinto  dia,  y  desciende  después,  pero  ma: 
niéndose  siempre  muy  por  encima  de  la  cifra  inicial,  antes  de  la  extirpaci 
for  lo  tanto,  parece  gue  Iiay  una  tendencia  al  equilibrio,  pero  que  éste  Dc 
restablece  (sino  de  manera  muy  incompleta. 

Este  exceso  del  azufre  de  la  sangre  produce  consecuencias  sobre  la 
queza  del  azufre  en  los  tejidos.  Se  sabe  que  el  epidermis  y  loa  pelos  6 
una  fuerte  proporción  de  azufre,  y  que  sirve  también  para  eliminar 
parte  del  azufre  que  contienen  loe  tejidas;  aunque  aún  los  autores  han 
dido  realizar  todavía  muy  pocas  determinaciones  de  azufre  en  los  tegumer 
de  addisoniados,  por  e!  estudio  hasta  ahora  practicado,  parece  que  cua 
falta  funcionamiento  de  las  suprarrenales,  aumenta  notablemente  la  canti 
de  azufre  de  la  piel. 

El  azufre  de  ¡a  sangre  a  la  entrada  y  a  la  salida  de  las  suprarrena 
La  supresión  de  una  parte  del  funcionamiento  de  esta  glándula  produce, 
lo  tanto,  según  se  ve,  variaciones  coasiderables  y  rápidas  del  azufre  del 
ganismo.  Esto  podría  sorprender,  dado  el  débil  volumen  de  las  suprarrena 
si  no  supiéramos  que  la  circulación  es  muy  activa,  tanto  que  la  totalidad 
!a  sangre  de  un  perro  de  veinite  kilos  atraviesa  la  glándula  en  dos  he 
aproxi  raadamente. 

Para  estudiar  la  fijación  del  azufre  por  la  glándula,  los  autores  han 
ILidiado  el  azufre  en  la  sangre  aferente  y  eferente,  encontrando  datos 
paralelos  que  permiten  afirmar  que  la  sangre  de  la  vena  ca4>sular  que  sale 
la  glándula  es  mucho  menos  rica  en  azufre  que  la  sangre  de  la  arteria; 
suprarrenales  son  capaces  de  fijar  un  octavo,  un  sexto  y  hasta  un  tercio 
a/nfre  contenido  en  la  sangre  que  la  atraviesa.  Además,  la  proporción 
azufre  oxidado  es  mayor  en  la  sangre  que  sale  de  las  suprarrenales  que 
la  que  va  a  entrar;  la  sangre  de  la  arteria  contiene  26  por  ido  de  azt 
oxidada,  mientras  que  esla  proporción  en  la  vena  es  de  33  por  loo;  esta  d 
rencia  es  una  prueba  evidente  de  la  sustracción  del  azufre  neutro  de 
sangre  por  la  glándula. 

DtisificaciÓn  dei  azufre  en  la  glándula 
s  hechas  por  los  autores  empleando  t 
1  que  las  glándulas  suprarrenales  c 
aíufre,  que  equivale  a  tanto  y  aún  más  de  lo  que  contienen  el  hígado.  I 
azufre  no  se  encuentra  uniformemente  repartido,  sino  que  la  capa  medt 
contiene  más  (11,4  por  i.ooo)  que  la  cortical  (8,2  por  i.Doo);  sin  etnba] 
esta  diferencia  quizá  sea  más  aparente  que  real  teniendo  en  cuenta  el  1 
tinto  contenido  de  albúmina  de  las  dos  capas. 

El  azufre  de  las  suprarrenales  es  en  su  mayor  parte  azufre  neutro,  ( 
éste  representa  un  80  por   100. 

Vemos,  por  lo  tanto,  que  la  glándula  suprarrenal  fija  gran  cantidad 
azufre,  y,  sobre  toda,  azufre  neutro,  y  que  lo  fija  en  sus  células  y  en  sus 
búminas.   y  también   en   su   pigmento. 

Asufre  y  pigmento  suprarrenal. — E^te  pigmento  se  sabe  que  se  localiza 
el  límite  de  la  cortical  con  la  medular;  aumenta  eti  cantidad  en  algunos 
tados,  tales  como  la  gestación,  infecciones,  etc.  ;i 


suprarrenal. — Las  últimas   doi 
5  muy  perfeccionadas, 


—  233  — 

Atótós  dtf  éste,  puede  verse  en  algunos  casos  otro  pigmento  ferruginoso, 
eri  contra  de  aquél,  que  no  lo  es.  Aunque  los  dos  provienen  de  la  hemoglobi<ia, 
cada  tmo-  lo  hace  de  grupo-  distinto :  el  pigmento  característico  suprarrenal 
deriva  de  la  parte  proteica  de  la  hemoglobina,  mientras  que  el  pigmento  Icrru- 
ginosoi  dfel 'gl-upo  férrico  de  la  molécula  hemoglobínica. 

Aunque-  laar  experiencias  no  permiten  conclusiones  aún  definidas»  si  puede 
atiririarfié  ya  qué  el  azufre  es  un  importante  elemento  constitutivo  de  este  pig- 
mento. Una  parte  del  azufre  neutro  que  fijan  las  suprarrenales  es  empleado 
eii  la  fabricációfl  del  pigmento,  que  puede  considerarse  como  un  deshecho 
f  er  ro^amino-sulf  urado. 

E.  CARlaASoo  Cadena*; 


Lix^iAN  Segal.— Influenoia  sobre  la  Indioaniiria  del  estreñí  miento  y 
del  tratamiento  por  el  baollo  aoldofllus  en  ios  enfermos  psi» 
oopátioos.  {Indican  as  íníluenced  by  constitpation  and  B.  acidophilus  the. 
xapy  in  psychotic  patienst).  The  journ,  of  Metabolic  Research.  Tomo  V,  nú- 
meros 4»  5  y  6.  1926. 

El  autor  ha  estudiado  la  eliminación  de  indican  en  48  enfermos  psic  ipáti- 
cos,  habiendo  practicado  en  total  500  análisis  de  orina.  En  23  de  estos  en- 
íernos  se  administraba  preparados  de  bacilus  acidofilus  como  tratamiento  dt 
su  estreñimiento;  25  enfermos  no  recibieron  este  tratamiento  para  que  sir- 
vieran (te  oontrol.  De  estos  casos  control,  padecian  estreftimimto  muy 
acentuado  dos  enfermos;  uno  tenía  diarrea  y,  en  cambio,  los  otros  no  tenían 
ni    estreñimiento  ni  diarrea. 

Todas  las  determinaciones  fueron  hechas  en  orinas  recogidas  durante 
^  veinticuatro  horas,  y  las  investigaciones  de  indican  se  hicieron  según  el 
método  de  Meyers  y  Fine. 

Desde  luego,  se  tuvo  en  cuenta  en  esta  investigación  no  sólo  la  cantidad, 
Sino  la  calidad  de  los  alimentos  que  ingerían  los  enfermos  diariamente,  deter- 
lamando  todas  las  semanas  la  flora  intestinal. 

De  los  datos  encontrados  durante  esta  minuciosa  investigación  puede  de- 
ducirse que  no  existe  ninguna  relación  entre  el  estreñimiento  (entendiendo 
Pw  tal  el  retardo  de  los  movimientos  intestinales)  y  la  eliminación  de  indi- 
^^  Generalmente,  se  admite  que  la  eliminación  de  indican  varía  en- 
^^  S  y  20  miligi-amos,  y  teniendo  en  cuenta  estas  cifras,  diceí  el  autor  que 
filamente  en  30  análisis  que  salían  de  los  límites  normales,  correspondían  a 
individuos  estreñidos,  a  6  enfermos  que  defecaban  diariamente  y  a  uno  que 
^  diarrea. 

í^n  25  análisis  se  encontró  una  eliminación  de  indican  que  variaba  entre 
.    jS  '  y  20    miligramos ;   10  correspondieron  a  sujetos  estreñidos,    2  en  en- 
'^nnos  de.  clasificación  dudosa  y  13  en  casos  normales  en  cuanto  a  su  fun- 
^^  intestinal. 

^  todas  las  determinaciones  restantes  se  encontró  una  .cantidad  por  de- 


^34  ' 


nferui 


bajo  da   los   is  míligranios,   encontrando   en  300  determinacimies   inltt 
5  miligramos. 

De  este  estudia  se  deduce  que  deba  considerarse  como  límite  normal  de 
la  eliminación  de  indican  entre  o  y  lO  miligramos  por  día. 

La  elitniítación  de  indican  no  fué  modiñcada  ni  por  una  dieta  rica  ea 
hidratos  de  carbono  ni  cuando  se  restringían  éstos  de  la  alimentación  diaria. 
Enfermos  que  recibían  diariamente  i.ooo  gramos  de  feclie  con  badius  acido- 
ñlus  más  300  gramos  de  lactosa,  lo  que  supone  una  alimentación  muy  rica 
en  carboJiidratos,  fueron  comparados  con  enfermos  que  redbian  una  ración 
liiuy  pobre  en  hidratos  de  carbono.  En  las  dos  series  de  individuos  se  obser- 
vó que  la  eliminación  de  indican  prácticamente  no  experimentaba  ningún 
cambio.  Estos  experimentos  están  francamente  en  pugna  con  la  idea  domi- 
nante de  la  gran  influencia  que  posee  la  alimentación  hídrocarbonada  sobre 
la  indicanuria. 

Estos  trabajos  también  dieron  resultada  negativa  en  cuanto  a  la  posible 
relación  entre  la  flora  acidúrica  intestinal  y  la  eliminación,  de  indican,  puei 
no  se  observó  ningún  paralelismo  como  tampoco  pudo  descubrirse  ninguoE 
relación,  en  ccaitra  de  lo  admitido  por  muchos,  entre  la  eliminación  de  in. 
dicaii   y  el   estado  mental   de  estos  enfermos  psicopáticos. 

E,  Cah  RASCO  Cadekas 


J.   S.  LuNDv.— Complloaolones  pulmonapes  después  ds  la  ane^ 
tesla    por    «I    éter    etlleno.       etilena.        (Pulmunary    Conqrficatios 

FoUowing    Ether    and    Ethyleneether    Anestíiesia.)    Med.    Jour.    and   it 
cord.  21  de  julio  1926. 

Para  establecer  una  estadística  comparando  las  complicaciones  puln"»* 
nares  postoperatorias  y  la  mortalidad  después  de  la  anestesia  por  el  é*« 
elileno  y  el  éter,  el  autor  se  basa  en  dos  series  paralelas  de  600  casos 
para  que  las  das  serles  fuesen  análogas,  las  operaciones  eran  similares  c<: 
los  dos  anestésicos,  siendo  también  idénticas  la  edad  del  paciente,  la  f ' 
cha   y   las   condiciones    meteorológicas. 

De  560  casos  de  úlcera  duodenal,  la  mitad  fueron  anestesiados  c»:^ 
elllenosox!geno-éter,  y  la  otra  mitad,  con  éter  solo.  En  I,?  por  100  de  1* 
anestesiados  con  éter  etileno  se  presentaron  bronconeumonías  postopera.** 
rías,  y  en  46  por  100  en  los  que  se  empleó  el  éter,  en  el  primer  caso  s^' 
hubo  0,3  por  loo  de  bronquitis,  y  en  el  segunda,  3,2  por  100.  De  s^= 
de  los  pacientes  que  murieron,  en  tres  casos  considera  el  autor  a  la  an^^ 
tesia  parcialmente  responsable  de  la  muerte,  en  los  cuales  se  había  e*" 
pleado  la  anestesia  por  el  etileno;  cifra  igual  hubo  en  los  que  se  emt>I*' 
el  éter. 

Sesenta  y  seis  casos  de  úlcera  gástrica:  g  por  loO  de  los  pacienta 
anestesiados  por  éter,  tuvieron  bronconeumonía,  mientras  que  con  el  etile**' 
no  hubo  ninguno,  muriendo  uno  de  los  enfermos  del  primer  grupo.  En  ^- 


—  235  — 

casos  de  colídstitís,  hubo  bronconeumonías  en  i^  por  lOO  de  los  que  se 
emjileó  d  etíleno,  y  en  a  por  ico  de  los  anestesiados  con  éter;  la  morta- 
Jidad  en  d  itrkner  grupo  fué  de  i  por  ico,  y  en  el  segundo,  1,7  por  io<^ 
cojnsiderando  a  la  anestesia  parcialmente  responsable. 

De  colecistitis  con  colelitiasis  se  operaron  344  casos,  presentándose  bron- 
cormeumoniá  en  1,1  por  ico  de  los  que  se  anestesiaron  con  etileno,  y  2,3  por 
100  con  éter,  muriendo  1,2  por  100  del  segundo  grupo  y  0,5  del  primero. 
I>oscientos  treinta  casos  de  colecistitis  sin  colelitiasis:  en  éstos  hubo  1,7 
por-  100  de  bronconeumonías  postoperatorias,  lo  mismo  empleando  la  anes- 
tesia por  d  éter  etileno  que  por  el  éter  sólo;  hubo  dos  muertes  en  el  pri- 
ta/^T  grupo,   sin  que   fuesen  atribuidas  a  la  anestesia. 

Los  resultados  más  favorables  en  esta  estadística,  desde  el  punto  de 
vis^a  de  anestesia,  complicaciones  pulmonares  postoperatorias  y  mortalidad, 
se  obtuvieron  en  los  casos  de  úlcera  gástrica  cuando  la  anestesia  por  d 
ét^T  etileno  fué  empleada,  y  en  los  casos  de  colecistitis  sin  colelitiasis  cuan- 
dc>  fué  dado  el  éter.  Los  mejores  resultados,  desde  el  punto  de  vista  de 
«^Kx^stesia,  complicaciones  pulnK>nares  y  nK>rtalidad  en  los  casos  de  colecisti- 
tis con  o  sin  colelitiasis,  se  obtuvieron  cuando  se  empleó  el  éter  sin  me- 
^íicisdón  preliminar. 

El  porcentaje  del  grupo  de  éter  etileno  y  del  éter  varió  con  las  dife- 
^^^xtes  operaciones,  no  olvidando  que  la  elección  de  anestesia  depende  del 
^^^^do  del  paciente  y  de  la  preferencia  especial  del  cirujano. 

Desde  que  d  porcentaje  de  los  resultados  obtenidos  con  anestesia  por 
f*  éter  empleado  en  las  diferentes  operaciones  varía  tan  extensamente,  es 
^^^^^[SX)sible  sacar  conclusiones  generales  en  cuanto  al  valor  comi)arativo  dé 
^<=^^  dos  tipos  de  anestésicos  o  de  los  efectos  de  la  administración  preopera- 
**^^^ia  de  hipnóticos.   La  casi   ausencia  de  bronconeumonías   después  de   las 

raciones  de  úlcera  duodenal  y  úlcera  gástrica  en  los  que  se  empleó  el 
etileno  sin  medicación  preliminar  no  es  criterio  para  establecer  como 

la  general  en  la  cirugía  de  abdomen  superior. 

La  preferencia  del  anestésico  dependerá  del  tipo  de  operación,  sin  que 

pueda  hacer  ninguna  generalización. 

H.    G.    MOGENA 


^xi^  y  Dauptain.— Estudio  flslológioo  d«  ia  Inervación  gástrloa. 

(Etude    Physiologique   de   Tinnervation  de   Testomac.)   Arch.   Mal.   App, 
Dig,,  núm.  7,   1926. 

Desde  el  punto  de  vista  fisiológico,  el  estómago  es  a  la  vez  un  reser- 
^orio  dotado  de  tma  motilidad  perfeccionada  y  una  glándula  que  segrega 
^^'^  jugo  extraordinariamente  activo;  hay  que  estudiar  en  él  una  inervación 
**^tora,  secretora,  vasomotora,   sensitiva  y  trófica. 

inervación  motora. — Prever  ha  observado  que  el  estómago  de  la  rana, 
^  conejo»  dd  gato  y  del  perro,  completamente  separado  del  cuerpo^  puede 
ejecutar .  movimientos   parecidos   a  aquellos   que   presenta   durante   la  vida. 


!  exper^ 


s  de  DüccBscHi,  el  estómago  del 


para  lí- 


galos conserva  funciones  normales  o  casi  normales  cuando  S» 
«strlnaeca  es  suprimida,  es  decir,  cuando  los  vagos  y  los  esplanii 
seccionados   y   los   ganglios  semilunares   suprimidos. 

El  sistema  nervioso  intrínseco  del  estómago  comprende  los  iiei 
y   el  plexo  celíaco.   El  nervio  vago  excitado  provoca  en  los  pájaros  la 
tracción   de!   buche;    la    sección   y   ligadura   da   lugar   a   menudo   a   la 
tracción    pasajera   del    ventrículo    subsiguiente   y   del   buche.    Cuando   U 
citación   del   nervio   se   hace  sobre   el   cabo   periférico, 
on    reposo   aparecen  movimientos    rítmicos. 

La  integridad  de  las  fibras  sensitivas  que  van  mezcladas 
vio  a  los  filetes  motores  parece  constituir  una  condición 
prolongación   del   ritmo. 

El  nervio  neumogástrico  obra  diferentemente,  según  que  el  < 
esté  en  reposo  o  en  movimiento ;  así,  Doyon  ha  visto  que  los  i 
provocados  por  una  primera  excitación  del  nervio  eran  detenidos  por  un.^ 
segunda  aplicación  de  la  corricnle.  Este  mismo  autor  ha  excitado  el  nervw^ 
e^ácnico  y  ha  visto  que  los  efectos  son  variables  según  las  condiciond 
de  la  experiencia;  s¡  lo  hace  después  de  la  sección  de  los  dos  vagos  pW—j 
roca  la  contracción  del  buche.  Si  el  nervio  se  excita  durante  la  activid^L 
dd  estómago,   se   produce,   en   general,   una   retención  de!   movimiento. 

CoUKTADE  y  GuYON  sacaí»  las  siguientes  conclusiones  de  sus  investig^a 
dones :  la  excitación  del  neumogástrico  intacto  o  de  su  segmento  periíÉri«^ 
determina  sobre  las  fibras  musculares  gástricas  los  fenómenos  siguiente ^ 
contracción  de  las  fibras  longitudinales  (efecto  primitivo),  contracción  «S 
las  fibras  circulares  (efecto  secundario),  relajación  de  las  libras  longitud^ 
nales  y  después  de  las  circulares,  seguido  de  un  periodo  de  reposo.  .^^ 
nivel  del  cardias  y  det  píloro  hay  relajación  de  las  fibras  circularen.  B^ 
excitación  del  gran  esplácnico  (cabo  periférico)  provoca  sobre  las  fitw"*'' 
musculares  del  estómago  la  aparición  simultánea  de  los  fenómenos  siguie** 
tes:  detención  de  los  movimientos  peristálticos,  contracción  tónica  de  S^' 
fibras  circulares  y  relajación  de  las  longitudinales.  Los  efectos  moto»'*' 
provocados   por   el   neumogástrico   y   por  el   gran   simpático   difieren  tambí^ 


por  sus  caracteres  intrínsecos; 
tracciones  bruscas  acentuadas  y  cortas, 
tennina  más  bien  cambios  de  tonicidad. 
Hay  que  determinar  cómo  obra  el  ! 
ijiúscülo  gástrico.  Para  algunos  autores, 
guida  de  la  producción  o  del  desplazan 
cuales  serían   responsables  de  los   efecto; 


del  primero  produce  ocí*^' 
que   la   del   simpático  d^' 


nervioso  extrínseco  sobre      * 
de  los  nervios  es   »*' 
iento  de  substancias  excitantes,   1^' 
de  la  excitación;   así,  para  Loe."*^ 


1  »-e 


la  excitación  del  vago  y  la  inhibición  cardíaca  que  se  produc_    

iKtón  con  la   producción  de  elementos   ditusibles   (compuestos   potásíci 
vez),    que    l]^:an    al    tejido    auricular,    Por   otra    parte,    la    cxpimentací^ 
mtiestra  que   el   sistema  nervioso   gástrico   es   sensible   a  las  excitaciones    *^ 
fleiaa  y  a  las  psíquicas;  así.   Canon  ha  visto  en  el  gato   prcsenlarse  t**' 
detención  de  los  movimientos  peristálticos  cuando  se  le  coge  en  la  man»  - 
iHerfíición   secretora. — Schiff   y   Custejean   han  visto   que  el  fstónta^^ 


I 


—  237  — 


fotalmente    suprimida    su    inervación,   continúa   segregando,    admitiendo   que 
las    verdaderos  centros  de  la  secreción  refleja  de  las  glándulas  gástricas  se 
encuentran  en  la  misma  pared  del  estómago.  Es  ya  conocido  que  la  exci- 
fación  periférica   del   neumogástrico   determina   casi   siempre  una   secreción 
af>ireciable  de   jugo   gástrico.  Loeper  y  Marchal  han  visto  que  la   secre- 
ción gástrica  se  acompaña  de  leucopedesis,  la  cual  juega  un  papel  activo 
CTL      la  digestión;  la  vagotomía  doble  en  el  perro  es  seguida  de  una  leuco- 
pedesis  cinco  o   seis  veces  más  considerable  que  lo  normal.   La  secreción 
psícquica  fué  estudiada  por  Pawlow,  y  sus  resultados   son  clásicos  y  bien 
coaxocidos,  no   siendo,   por  tanto,   necesario  repetirles. 

Como  corolario  de  la  inervación  secretora  hay  que  estudiar  la  inerva- 
cióxi  vasomotora.  La  excitación  directa  de  los  filetes  gástricos  producía  una 
vsi-s<3constricción,  y  su  supresión,  vasodilatación ;  la  extirpación  del  plexo 
ceXiaco  daría  lugar  a  una  congestión  del  órgano. 

Inervación  sensitiva. — El  estómago  está  dotado  de  una  sensibilidad  gene- 
í^l  y  de  ima  especial.  Para  estudiar  la  primera,  Ducceschi  secciona  en  los 
^rxí Tríales  el  vago  o  el  esplácnico,  para  que  el  estómago  se  relacione  con  los 
centros  nerviosos  solamente  con  uno  de  ellos.  En  los  dos  casos  las  excita- 
fiOTTcs  térmicas,  mecánicas  o  eléctricas  las  traduce  el  animal  por  los  signos 
^5^í>ítuales  a  las  manifestacioneá  dolorosas.  Esto  demuestra  que  la  sensibi- 
«ci^jd  es  igualmente  transmitida  por  los  dos  nervios. 

Xos    impulsos    vomitivos    que   nacen   en   el    estómago    se   transmiten    al 

^^^x^tro  bulbar  del  vómito  por  el  vago.   Esto,  que  generalmente  había  •  sido 

*^^il)tado  por  los  fisiólogos,  es  negado  por  Hatcher  y  Weiss,  ya  que,  se- 

sus  experiencias,  el  impulso  vomitivo  sigue  la  vía  simpática. 

La  sensación  del  hambre  tiene  su  origen  a  nivel  del  estómago  y  parece 

en  relación  con  las  contracciones  del  músculo  gástrico. 
Inervación    trófica. — Dubots    ha    visto    que    dos    conejos,    muertos    doce 
¿*sts  después  de  la  sección  de  la  medula  al  nivel  de  la  cuarta  vértebra  cer- 
vical, presentan  focos  hemorrágicos  superficiales  y  ulceración  en  la  mucosa 
^strica.   Ophuls  produce  en  el  conejo  ulceraciones  gástricas  por  la  sec- 
ción del  neumogástrico  por  encima  del  diafragma.   Schuffer,   ligando   las 
^^íccs  anteriores   y  iwsteriores   entre   las   cuarta  y  octava   dorsal,   produce 
t«!qtiefios  focos  de  necrosis  de  la  mucosa  y  erosiones  hemorrágicas  al  nivel 
iel  pfloro.  Estas  modificaciones  tróficas  serían  debidas  a  las  lesiones  de  las 
fibras  nerviosas   del   gran   simpático. 

Wbrtheimer  ha  reaccionado  en  el  perro  los  diversos  pedículos  nerviosos 
^el  estómago  y  no  ha  visto  nunca  alteraciones  anatómicas  en  la  estructura 
^«  este  organismo, 

<<|  H.  G.  Mogena 


iT- 


;  y  E.  ZwEiFEL.— ¿Hasta  qué  punto  podemos  hoy  basai*  m  ^| 
pponóstloo  de  Irradiación  de  un  oánoer  uterino,  fundáncl  — --^. 
nos  an  la  Investlgaolóti  histológica?  (i.iwiwcit  kann  man  heufe  ^^^t,, 
tnikroskfvpischeii  Eef unden  cine  Proeiiose  für  (lie  Bestrahlung  des  Uletr-  "V--ss- 
karzinoms  slellen?)  Zatl.  f.  Cyii.,  p.  30,  1926, 

ScHOTTLANDEH  y  Kermauneb  fuEron  los  primeros  que  hablaron  de  la         -^y)- 
^ibilidad  de  establecer  un  pronóstico  histológico  del  cáncer,  y  desde  entonce  ss    se 
l'wn  multiplicado  los  trabajos  referentes  al  particular.  Berwinié  dijo  cru^        loj 
cínceres  no  maduros  y  de  crecimiento  rápido  s&n  más  radiosensibles  qu^^        los 
maduros  y  altamente  diferenciados.   Adler  encontró  también   distinta   r^a.<3to- 
t<>ntihilidad.  sesún  el  aspecto  his'o!  ó  rico  de  los  tumores,  en  tanto  (iiic  S^jx-ry 
WlNTí,  y  Opitz  y  FRiEOttiCR  afirman  que  la  radio  sensibilidad  es  la  mí  :=ma 
ii.ira  todas  las  formas.  Esta  diferencia  rfp  apreciación  se  puede  explicar,      jrwir- 
oue  Adler  se  refiere,  al  hablar  de  la  diferencia  de  radiosensibilidsd,  a  I^      cu- 
ratiilidad  de  las  neoplasias,  en  tanto  que  los  demás  autores  mcncionadns  se      rt- 
fieren  al  hecho  de  destruccifin  loca!  de  los  elementos  cancerosos  !nmediatanr»efi- 
(^  desmiés  de  la  irradiación.  En  este  sentido  es  evidente  que  todos  son  ra.tr¡<r- 
fmsibles.  ptjeíto  que  todos  los  elementos  cancerosos  sometidos  a  la  irradia^r^'ái' 
Miciimben  ;   pero  en  iinos  casos   son  inmediatamente  sustituidos  por  otros,      "* 
curándose,  por  tanto,  la  neoplasia;  y  ■en  otros  casos  no  ocurre  esto,  llecánfí'**' 
a  la  curación.  Los  primeros  corresponderían  al  grano  de  los  radioresfste*"^"^      1 
de  Berconié  y  Awler. 

Los  artores  han  trabajado 
tieo  histolósrico  de  los  cánceri 
■■ndiadones  sobre  las  neoplasias  s 
Vial  directa  sobre  los  elementos 

feración  conjuntiva,  que  ahopa  a  los  elementos  epiteliales  malipn"! 
al  nape!  que  juega  el  tciido  conjuntivo,  importa  no  olvidar,  por  lo  que  al  o 
nóstico  se  refiere,  que  el  (eiido  coniuntivo.  que  representa  una  defensa  cfic.^*J 
es  aquel   inven  de  reacción  inflamatoria  y  con  fuerte  infiltración  celular  ^ 
lo  tanto.  En  los  casos  en  que  las  células  cancerosas  invadan  al  t 
livo,  el  pronóstico  será  roncho  peor  que  en  los  casos  en  que  el  tejido  conjim'* 
vo  aisle  y  ahogue  a  los  elementos  cancerosos.  Importa,  pues,  en  primer  t^J 
mino  establecer  la  relación  epitclío-estronra.  no  sólo  desde  el  punto  de  vi; 
cuantitativo,  sino  también  cualitativo,  como  hemos  dicho  antes. 

Los  autores  establecen  como  condiciones  ideales  para  dar  un  pronóstico  ' 
vnrable  las  síeiu'cntes :  carcinoma  medular  con  células  inmaduras,  con  pro' 
plasma  vacnnlizado,  tejido  conjuntivo  de  granulación  con   fuerte  infiltran^ 
celular,  tanto  de  los  elementos  epiteliales  como  conjuntivos,  siendo  e 
tido  intercíante  la  infiltración  de  eletnentos  eosinofilos,  en  la  que  ha  in9Íst| 
ScBocn.  El  númer"  de  mitosis  no  representa  ningún  signo  pronóstico. 

Los  elementos  desfavorables  son:   formas  altamente  diferenciadas 
rehilares  y  tejido  conjuntivo   sin  reacción  inflamatoria  y  sin   infiltración^ 
lular. 


.  la  clínica  de  Doderleis  respecto  al  pmr»* 
cervicales,  y  recuerdan  qite  la  acción  ñe       ' 

de  activación  de  la  príí* 


claro  es  que  la  mayoría  de  los  cánceres  cervicales  no  corresponden  clara- 
niente  a  ninguno  de  estos  grupos,  sino  que  representan  grados  intermedios. 

Fundándose  en  todos  estos  datos,  he  aquí  los  resultados  obtenidos  por  los 
a VI teres,  y  que  desde  luego  son  bastante  halagüeños: 

De  ciento  veintidós  casos  examinados  se  confirmó  su  pronóstico  histológico 
en  noventa  y  dos  (75,4  por  100),  y  fracasó  en  los  treinta  restantes  (24,6  por 
ciento). 

De  los  noventa  y  dos  aciertos,  en  quince  se  obtuvo  la  curación  después  de 
utrt  pronóstico  favorable;  setenta  y  cinco  murieron  con  un  pronóstico  desfavo- 
rsihltf  y  en  dos  se  prolongó  la  vida  de  acuerdo  con  el  pronóstico  establecido. 

De  los  treinta  fracasos,  diez  curaron,  diez  y  nueve  murieron,  y  en  uno  se 
alargó  la  vida  en  contra  de  lo  previsto. 

Si  se  tiene  en  cuenta,  en  estos  fracasos,  que  los  cánceres  que  mataron  eran 
formas  ya  muy  avanzadas,  y  que  los  que  curaron  lo  eran  muy  incipientes,  el 
tanto  por  ciento  de  fracasos  se  reduce  considerablemente. 

J.  Torre  Blanco 


RoRiNsoN.— Contribución  al  estudio  del  biomecanlsmo  y  patología 
del  embarazo  ectópico  y  comentarlo  de  alguno  de  sus  fe- 
nómenos cínicos.  (A  contribution  of  the  biomecanism  and  the  patholo- 
gy  of  ectopic  pregancy  with  a  consideration  of  some  of  its  clinical  phe- 
nomena.)   The  Am.  Joum.   of  Obst.   and  Glyn.   Agosto    1926. 

El  detenido  estudio  que  el  autor  ha  hecho  de  su  abundante  material  clí- 
^•ico  le  ha  llevado  a  asentar  las  siguientes  conclusiones: 

El  biomecanismo  del  embarazo  ectópico  simula  en  un  todo  al  embarazo 
intrauterino  ¡por  lo  que  se  refiere  a  la  manera  de  verificarse  la  nidación 
<^vular  formándose  una  capa  refleja  y  presentándose  la  reac  ion  decidua! 
^^  los  tejidos  conectivos   extrauterinos. 

La  principal  razón  para  que  el  embarazo  ectópico  se  interrumpa  prematu- 
'^'^íente  es  la  excesiva  hemoragia  intracapsular,  debida  a  la  abertura  de  los 
^"Un^antes  vasos  sanguíneos  del  lecho  ovular  por  las  vellosidades  coriales. 

I-as  condiciones  orgánicas  intra  y  extratubáricas  son  mucho  menos  íjí> 
Pprtantes  para  la  génesis  de  la  nidación  ectópica  del  óvulo  que  la  disminu- 
^^«n  del  peristaltismo  tubárico  y  las  propiedades  corrosivas  del  óvulo. 
^,  Cree  el  autor  que  las  designaciones  de  "embarazo  tubárico  sin  rompe*-**  >- 
aborto  tubárico"  son  incorrectas^  puesto  que  no  explican  la  patogenia  verda- 
^^  dd  proceso.  En  todos  los  embarazos  ectópicos^  incluso  en  los  que  llegan 
^*  "^^rmino,  sobrevienen  roturas  capsulares  en  mayor  o  menor  g^ado  en  al- 
^^o  de  los  periodos  de  la  gestación.  La  dlamada  "gestación  tubá-ica  sin 
fonrijier'*  es,  en  realidad,  una  gestación  tubárica  con  "rotura  intracapsular", 
y  el  -«aborto  tubárico"  no  es  sino  una  "rotura  interna"  con  salida  del  hue-  . 
^    ^  la  luz  de  la  trompa  y  expulsión  posterior  a  la  cavidad  abdominal. 

contra  de  lo  que  se  viene  aceptando,  cree  Robinson  que  la  mayoría 


F  de  las  vecei  la  trompa  se  mmpe  por  d  punto  cpuesto  al  cor  respondí» 
la  placecita  Esto  b  íimdamenta  Rohinson  cu  sus  observaciones  que  le  ^^ 
nestran  que  en  un  priiKÍpiu  todas  las  vellosidadiís  son  equipotcatcs  y  p»stL«- 
¡ormenle  es  lógico  que  se  rompa  más  fácilmente  la  parte  más  delgada.  ric 
-  trompa  que  es  la  opuesU  a  la  de  infamación  placeataria,  al  nivel  Ae  I, 
CJal  es  donde  alcanzan  su  máxima  intensidad  los  fenómenos  hipertróficos,  t 
hiperplásicoa. 

La  hemorragia  uMriiia  que  sobreviene   en(  el  curso   de  una  geslacion      — 
tópica  indica  la  muerte  fetal  y  una  suspensión  simultánea  del  poder 
del  cuerpo  lúteo  sobre  el  eiiiiometiio,  que  es,  al  fin  y  al  cabo,  el  úni 
ue  la  hemorragia  uterina. 

].  ToBRE  Buvuo 


a    reaociún    de    DIok    en    la    escarlatina. 

Septiembre  de  IQM.    (Ctónica). 


].   ToBRE  Buvuc»    j 

Normandií   Mgdk^^^^t 

\aYS  DicK,  uii  núm^^^l 
acción  descubierta  E^^^aJi 


I 


Desde  las  primeras  cmiuiicaciones  de  Geouge  y  Gí-Mjys  DicK,  i 
importante  de  trabajos  han  sido  hechos  sobre  la  reacción  descubierta  t-"^_Tj;] 
loa  autores  americanos.  Debhe,  Lauv  y  Bohnet  presentan  en  una  inte»^^ 
suile  comunicadÓQ  a  la  Sociedad  de  Medicina  de  los  Hospilales,  lus  »=  ^ 
srltados  de  su  experiencia  sobre  esta  reacción  y  su  valor,  desde  el  pur^* 
de  vista  de  la  inmunidad  a  la  escarlatina. 

Ginocida  es  la  tesis  át  los  autores  ameiicaiius.  Basándose  en  luia  tco 
antigua,   sostenida   por   díferenlcs   médicos   y   en   Francia   en   particular   1 
BüHCE,   los   DiCK  afirman   que   el   agente   patógeno   de   la  escarlatina,   no 
otro   que  el   estreptococo,  o  más   bien,   cierto  eslreptococo   encontrado   en 
faringe  de  los  escarlatinosos,   Para  nosotros,  las  toxinas  de  este  germen  &■ 
Us  que  porvocan  los   síntomas   .    incipales  de  la  escarlatina,  el  eritema,  { 
ejemplo.   Utilizando  una  doble  cantidad   de  toxinas   estreptocÓcica 
yectan   en   el   dermis,    provocando   mía  rcactíón  que  se  mostraría  positi  ' 
en   los   sujetos   receplíbles,   o   negativa    en   los   sujetos   inmunes,   siendo  e 
reacción  para  la  escarlatina  lo  que  la  de  Shick  para  la  difteria  En  el  cu 
de  la  misma  escarlatina,  la  reacción  positiva  al  principio,  se  hace  negati  " 
va   la   convalecencia. 

Desde   hace   más   de   dieciocho   años   años    los   auti>rcs    franceses   citad-'* 
han  proseguido  investigaciiiue,'!  personales  eii  este  asunto.  La  técnica  presea  f 
ta  aquí  ciertas  dificultades  Todos  los  estreptococos  aislados  de  la   farin  T^ 
de  los  escarlatinosos,  no  son  aptos  para  producir  una  toxina  apropiada.  ' 
veraamente,  ciertos  estreptococos  aislados  de  lesiones  que   no  tienen  i 
con   la  escarlatina,   puede   producir  una  bucia  lox: 
muy  activa  que  se  pucci::   diluir  mucho  pa-a  evit 
debidas  a  las  proteínas. 

Sea  lo  que  quiera,  Debré  y  sus  colaboradores  han  hecho  en  loa  1 
los  adultos,  un  estudio  continuado  de  la  reacción  de  Dick.  e 

liños   481   reacciones   negativas  y   156   posiliras.   El   máximo  de  f 


cuencm  xué  de  uno  •  .res  años  (44  por  100).  Kn  122  adultos  reaccionaron 
negativamente  112.  Los  autores  americanos  han  pubUcado  estadísticas  en  las 
.lue  los  resultados  positivos  eran  mucho  más  elevados.  Puede  ser  que  ia 
escarlatina  sea  actualmente  entre  ellos  más  frecuente  que  en  nuestros  pa- 
íses. . ,  ^ 
Dos  puntos  esenciales  merecen  ser  revisados.  La  reacción  de  Dick, 
¿permite  clasificar  a  los  sujetos  en  receptibles  y  no  receptibles  a  la  escar- 
latina? Su  valor,  ¿está  suficientemente  comprobado  para  demostrar  ipso 
fado   el  papel   causal  del   estreptococo   hemolítico   generador   de   la   toxina 

utilizada? 

Para  Zingher  la  reacción  de  Dick  es  siempre  positiva  en  los  tres  pri- 
meros días  de  la  escarlatina ;  después,  en  la  convalecencia,  se  hace  negativa. 
Hste  argumento  es  en  favor  de  la  especificidad  de  la  reacción,  y  no  ha  sido 
reconocido  por  Debré  más  que  parcialmente.  En  19  casos,  al  principio, 
uotó  10  reacciones  negativas;  por  el  contrario,  en  64  convalecientes,  todos 
tenían  reacción  positiva.  Cuatro  niños  en  los  que  se  había  encontrado  una 
leacción  positiva  algún  tiempo  antes,  lo  cual  manifestaba  su  receptividad, 
fueron  afectos  efectivamente  de  escarlatina  más  tarde,  al  término  de  la 
t^ual,  la  reacción  se  cambió  en  negativa. 

Otro  argumento  se  apoya  en  el  fenómeno  de  Schultz  y  Charlton.  Es- 
^^  fenómeno,  llamado  también  de  extinción,  consiste,  como  se  sabe,  en  una 
^^sax>arición  local  de  la  erupción  escar latinosa  cuando  se  inyecta  en  un 
l*Unto  de  la  piel  suero  de  convaleciente  inmunizado.  Si  la  reacción  de  Dick 
tiene  una  significación  real  y  revela  la  inmunidad  cuando  es  negativa,  el 
í^enónieno  de  Schultz  debe  de  producirse  cuando  se  inyecta  suero  extraído 
^^  tui  sujeto  con  Dick  negativo,  convaleciente  o  no  de  escarlatina.  ¿Ha 
^*^o  en  efecto,  este  caso  el  de  las  investigaciones  de  Debré?  Las  conclusio- 
nes ^el  autor  son,  en  definitiva,  favorables  al  empleo  de  la  reacción  de  Dick. 
^^  todos  modos,  el  valor  de  la  misma  no  está  rigurosamente  demostrado 
^'^    lo  que  respecta  a  ciertos  puntos. 

^OLLER  muestra  las  coincidencias   favorables  y  las  discordancias   desfa- 

J^^f^-bles  a  las  ideas  defendidas  por  los  autores  americanos:  así,  el  viraje  de 

^    reación  al  resultado  negativo  en  la  convalecencia  de  la  escarlatina,  es  ha- 

oitn^l^  pero  no  constante.  El  hecho  de  que  ciertos  escarlatinosos  tengan  al 

r*t"incipio  tma  reacción  negativa,  parece  desposeer  de  valor  a  esta  reacción 

^^nio  prueba  de  inmunidad.  En  resumen,  por  el  momento,  la  concepción  de 

^s    Dick  no  se  apoya  en  pruebas   rigurosamente  demostrativas.   De  todas, 

^*^aneras  se  encuentra  apoyada  en  un  conunto  de  hechos  importantes  y  de 

^^ncordancias  que  parecen  rebasar  el  límite  de  lo  que  pudieran  considerarse 

^otno  simples  coincidencias.  Esta  concepción  nos  llevará  a  una  noción  pato- 

^Sica  nueva:  la  de  que  la  escarlatina,  enfermedad  anginosa  (cerno  la  difte- 

^^9  es  ddbida  a  un  estreptococo  hemolítico  especial,  causante  de  la  angina 

^^^    su  presencia,  y  de  otras  manifestaciones  de  la  afección  p  )r  su  toxina 

Vtanabién  como  la  difteria).  ¿Nos  aportará  medios  terapéuticos  nuevos?  Esto 

^'^    es  imposible,  es  cierto,  pero  la  cuestión  mersce  todavía  1  umerosos  es- 

"^dios  para  que  sean  precisados  estos  puntos. 

J.   A.  MuÑOYE^^Q 


/  ■ 


^^H      X.  Demrk,  P.  Mallet-Guy  y  J.  Eurlet.— Estudio  cltnioo  y  pronóslm 
^^H  de    los    resuttadi»   lejanos  4^    la    i^seoolán    gástrica    (^  « 

^^^1  oánoor.  La  Presse  Medícale,  núm.  8o,  6  octubre  iQ¿6. 

^^H  La  estadística|  de  cánceres  operados  por  M.  Delüri:,  de  i<jü3  a  jgfO,  c^ 

^^^H     cii^to  sesnita  y  seis,  y  de  éstos  ciento  treinta  han  sido  curados  opérale»^; 
^^^V      mente,  y  ochenta  y  ocho  han  sido  seguidos  completamente  su  evolución. 

^^^^  26  han  muerto  en  el  primer  año 29  % 

^^^H  S4  en  el  segundo  año 28    " 

^^^1  10    "         "en  el  tercer  año 18    " 

^^^H  33     "    sc^revivido  tnás  de  tres  años 25    " 

^^V  Mas  no  todos  los  que  pasan  de  los  tres  años  están  curados :  ocho  de 

^^M  operados  han  muerto  de  recidiva  después  de  los  tres  años  (g  por  100),  c 

^^H  sólo  un  ló  por  100  de  curaciones. 

^^m  Se  debe  eliminar  las  curaciones  de  más  de  tres  años  cuando  ta  pieza  t>f 

^^H  rútorja  no  ha  sidu  sometida  a!  exajiicn  microscópico;  y  he  aquí  la  estadist*'' 

^^m  oe  todos  los  casos  confirmados  histológicamente ; 

^^^^  Muertos  en  el  primer  año s3  % 

^^H    .  Muertos    en  el    segundo   año 33  % 

^^H  Muertos  en  el  tercer  año 17  % 

^^^M  Enfermos  que  han  sobrevivido  el  tercer  año 26  % 

^^^M  Es  curioso  que  las  cifras  son  casi  exactas  al  examen  global. 

^^^V         El  estudio  clínico  de  los  resultados  lejanos  de  la  gastrectomia  por  ci^^í  _ 

^^^r  cer  lo  dividimos  en  dos :  descripción  de  los  resultados  temporales  y  el  an^^^^H 

^^r  lisia  de  curaciones  definitivas.  -^^^ 

^^^^  A. — RESin.TADOS    T&UPORALES  ^^1 

^^^B         I.     Es   evidente  que   todos   los   los   operados   de  cáncer  tienen  un   perio^^^^^^ 
^^^H  de  supervivencia  mayor  que  los  que  se  obtienen  con  las  operaciones  paliat"-" 
^^^1     vas.   Los  autores   encuentran  una   supervivencia  de   unos   i8   meses. 
"  n.     En  la  mayor   parte  de  los  operados  hay  un  periodo  en  que  los  sii — ~  ^  . 

lomas   desaparecen   y   el   estado   general   mejora.   Este   período   es   variabl^^^^    [ 
mientras  unos   empeoran  al   mes,   otros   permanecen  bien   durante   años.  R^^^^L 

■      sumiendo:   e!   tofal   de  casos  en   !o5   que  los  autores   han  podido   conocer  ^^^_, 
duración  del  periodo  de  curación  temporal -obtienen  una  medía  de   IS  r 
III.     Cualidades   de   la   curación   temporal.   Para   precisar   este   punto   lc= 
autores   se   sirven   de   un   número   de   enfermos   que   les   comunican   sus 
presiones.    Encontrándose    muchos    admirablemente    y    siendo    frecuente    i 
los  mismos   pacientes   en    sus   carias   enricen   ei   término   resurrección   j 
demostrar   su   buen   estado.   Ganan   lodos   en  peso   y  algunos   hasta  i_ 
^^      gramos;  desaparecen  los  vómitos  y  todas  las  molestias  gástricas.  La  mej* 


—  243  — 

ría  observada  en  muchos  después  de  la  gastrectomía  es  completa  en  todos; 
aljsrunos  operados  aumentan  de  peso,  pero  tienen  molestias  gástricas,  ocu- 
rriendo lo  contrario  en  otros.  La  duración  y  cualidad  de  la  curación  tem- 
poral después  de  la  resección  es  superior  a  la  que  se  obtiene  después  de 
la    grastroenterotomía. 

IV.  La  gran  frecuencia  de  una  recidiva  da  un  gran  interés  a  este  es- 
tudio. En  nuestra  estadística  el  84  por  100  presentan  recidiva.  Considerando 
como  recidiva  los  casos  en  que  un  nuevo  tumor  ha  sido  reconocido  clínica 
u  operatoriamente,  muriendo  el  paciente  en  los  años  que  le  siguen.  Algunas 
veces  el  enfermo  no  sufre  ninguna  mejoría  con  la  operación,  teniendo  el 
tumor  tendencia  a  crecer  constantemente, 

V.  En  los  casos  donde  hay  una  verdadera  recidiva,  es  decir,  la  enfer- 
medad continúa  su  marcha  después  de  un  período  silencioso,  los  primeros 
signos  que  acusan  la  nueva  extensión  del  timior  son  variables.  Cuando  el 
enfermo,  que  hacía  bien  las  digestiones  sin  seguir  ningún  régimen,  comienza 
con  vómitos  frecuentes  y  dolor  en  hueco  epigástrico,  son  síntomas  revela- 
dores de  un  tumor  que  invade  la  bbca  anastomótica,  produciéndose  una  ver- 
dadera estrechez,  muriendo  rápidamente  el  paciente  por  no  poderse  ali- 
mentar. :       ■    !  ^  '  .1  -  ■  í:¡  :T¡^( 

La  ascitis  es  frecuente,  descubriéndose  en  el  examen  que  se  hace  al 
^fermo. 

Un  tercer  síntoma  es  la  ictericia,  por  regla  general  poc  metástasis  en 
'"'firado.  Un  paquete  de  ganglios  puede  comprimir  las  vías  biliares. 

Otros  muestran  de  nuevo  un  tumor  epigástrico  que  crece  y  que  hace 
*    los   mismos  pacientes  pensar  en  una  recidiva. 

5^1  dolor  puede  ser  un  síntoma  de  recidiva;  aparece  tardíamente  y,  se- 
^^ti  las  cartas  de  las  familias  de  los  enfermos,  éstos  sufren  dolores  vivísi- 
"^^s  antes  de  la  muerte.  En  otros  casos  no  hay  dolores.  El  adelgazamiento 
^^    Une,  por  regla  general,  a  los  demás  síntomas. 

B.— CURACIONES    DEriNITIVAS 

Los   autores   han   podido   reunir    14   operados  que   están   definitivamente 

^  5^°^'  y»  P®^  tanto,  se  puede  decir  que  la  operación  les  ha  salvado  la 

J^-    Es   preciso   ser   parcos  al   hablar   de   curaciones,   y  dos   años   o   dos 

Os  y  medio  nos  parece  poco,  lo  mismo  que  tres  años.  Siete  de  los  opera- 

j^^    mueren  de  recidiva  después  de  los  tres  años,  y  dos  de  ellos  después 

tiás  tiempo:  seis  años  y  seis  años  y  tres  meses. 
g       ^n  ía  práctica,  el  enfermo  que  pasa  de  los  tres  años  en  perfecta  salud 

*^  considera  curado,  siendo  muy  rara  la  recidiva  tardía. 
^^t^e  los   14  que, los  autores  encuentran,  cuatro   solamente  están  en  este 

j^^    -aunque  sean  tan  mínimas  las  curaciones  (16  por  100),  ¿hay  derecho,  en 
^^^^«ncia  de  un  cáncer  de  estómago,  a  prescindir  de  la  posibilidad  de  po- 
**    5  curar? 


C.— ELEMENTOS    DK    PROWÓSTICO    POSTOPEBATOBtO    LEJANUS 

Cuatro  factores  intervienen  en  el  pronóstico  lejano  de  los  cáncí 
trieos:  la  estenosis  del  piloro,  la  extensifin  del  tumor  con  relació 
firpanos  vecinos  y  a  los  lintálicns,  la  natiir3le;!a  hislolóraca  y  ! 
anatómica.  Los  autores  no  discuten  el  valor  del  análisis  del  jugo 
remitiendo  a   los  lectores  al  reciente  trabajo  del  profesor  HartuanB 

I.  La  CKistencia  de  una  estrechez  piWrica.  Es  clásico  decir  tJM 
lardo  en  la  evacuación  gástrica  es  un  signo  que  llama  pronto  la  a 
pudiendo  hacer,  por  tanto,  Tin  diagnóstico  precoz;  pero  la  estcnos6 
ser  tardía  cuando  se  trate  de  una  neoplasía  i 
menor  y  corrió   secundariamente  a   piloro. 

En  la  estadística  de  los  autores  el  síndrome  de  estenosis  pilé 
sido  apreciado  en 

Enfermos   qiie   sobreviven   menos    de  un   año S9  % 

Enfermos  que  sobreviven  de  imo  a  dos  af5os 6g  % 

Enfermos   que  sobreviven   de  dos  a  tre; 

Enfermos  que   sobreviven  más  de  tres  años 59  96 

Comparando-  la  inedia  de  supervivencia  entre  los  casos  que  CTÍst* 
ei6n  gástrica  con  tos  casos  en  que  el  pílorn  funciona  normalmente, 
ciientran   18  meses  para  el  cáncer  estenosante  y  19  para  los  otros. 

La  comparación  de  estas  cifras  nos  autoriza  a  dar  a  los  cáncer 
producen   estrectie^   como   favorables. 

II.  El  pronóstico  lejano  de  la  resección  gástrica  de  itn  cáncer  i 
de  la  extensión  del  mismo.  El  sistema  linfático  juetta  im  papel  inq)( 
en   el   pronóstico,   secrtin   la   presencia   o  no   d-   ganglioi 

El  coeficiente  de  supervivencias  sefrón  la  ausencia  o  presencia  de 
pallas  encontradas  operaforiamenle  es  la  siguiente : 

Más  de  tres  años 64  % 

De  dos  a  tres  afios 63  % 

De  uno  a  dos  años 60  % 

Wenos  de  un  año 63  % 

FI  nrotnedio  de  supervivencias  ha  sido  de  iB  mese?,  tanto  para  los' 
de    eeneral  i  ración    ftanglionar   como   Ins   no    Rcneral  izados. 

Riendo   este    dato    también   impropio    para   sacar 

Con    tas   adherencias   ocurre   una   cosa   parecida. 

TIL  E!  examen  hisfoló^co  de  la  píeza  resecada  cí  un  clemet 
pronóstico    de   primer   orden. 

Leriche,  estudiando  en  cierto  nútnero  de  estadística.'^, 
ruencia  de  que  las  curaciones  están  repartidas  entre  toda  clase  de 
res.  Por  el  contrario,  Bresot  cree  que  las  curaciones  están  suborí 
al  tipo  histológico  del  tumor. 


2<tí    

Los  autores  dan  un  mayor  porcentaje  de  malignidad  a  los  tumores  del 
tipo  coloideo  con  una  proporción  de  50  por  100  muertos  de  recidiva,  con- 
tra  86  por  ICO  de  los  otros  grupos  histológicos. 

IV.  En  un  cierto  número  de  observaciones  se  ha  visto,  al  examen  de 
la  pieza  operatoria,  se  trataba  de  un  úlcerocáncer.  Mas,  ¿qué  se  entiende 
por  úlcerocáncer?  Para  muchos  es  tm  cáncer  implantado  en  una  úlcera  ca- 
llosa, mientras  para  otros,  entre  ellos  Tripier,  Devic  y  sus  discípulos  es 
una  úlcera  primitiva  cancerosa  o  un  cáncer  que  afecta  la  forma  de  una 
úlcera  gástrica. 

Para  los  autores,  el  análisis  de  sus  cifras  da  un  porcentaje  de  super- 
i^i vendas  de  más  de  un  año  en  76  por  100,  mientras  que  los  tumores  ba- 
cales  es  de  un  69  por  100. 

Siendo  la  duración  media  temporal  del  úlcerocáncer  de  15  meses,  fai 
«ntra  de  seis  para  los  demás  cánceres. 

De  todo  lo  expuesto  se  deduce  que  no  existe  una  gran  diferencia  en- 
**«  los  úlcerocánceres  y  los  otros  cánceres,  aunque  parece  tiene  ima  me- 
or  malignidad. 

El  ulceroso,  independientemente  de  su  propia  gravedad,  es  un  canceroso 
^    potencia;  de  aquí  la  necesidad  de  resecar  frecuentemente  las  úlceras. 

P.  Sala 


iLi.iAN  H.  Stewart  y  Eric  J.  Ryan.— La  seguridad  de   la  ooleols» 
tograffa  por  el   método  oral,  según   nos  lo  demuestra  el 
c^nállsils    de    un    centenar   de   casos.   The  Amerkan  Journal  of 
Roentgenology  and  Radiit^n  Therapy.  Septiembre  1926.  Núm.  3. 

Los  autores,  para  determinar  la  exactitud  de  la  colecistografía  por  admi- 
stración  oral  de  tetraiodofenoltaleína,  estudian  el  resultado  en  100  casos 
caminados  desde  i.®  de  diciembre  de  1925  a  i.®  de  marzo  de  1926,  de  los 
ia.les,  48  pertenecen  al  hospital  y  52  a  la  clínica  privada.  De  éstos,  60  son 
'Ujeres  y  40  hombres. 

La  edad  es  la  siguiente: 

Hasta  veinte  años 2 

De  veinte  a  treinta 15 

De  treinta  a  cuarenta 29 

De  cuarenta  a  cincuenta 26 

De  cincuenta  a  sesenta 23 

De  sesenta  en  adelante 5 


100 


p    . 
lee     '  /"^^''^sante  anotar  que  solamente  dos  tenían  veinte  años.  Uno  por  co- 
istitís,   encontrándose   una   sombra   débil   con   un   cálculo,   confirmado  en 
P^^aci6n.  El  otro  no  ha  sido  operado. 


—  246  — 

Se  supone  que  las  enfermedades  de  vesícula  biliar  son  más 
después  dé  los  cuarenta  años.  £n  esta  serie»  sin  embargo,  es  más  frecuenti 
entre  los  treinta  y  cuarenta  que  entre  los  cuarenta  y  sesenta. 

£1   estudio  del  peso  del  cuerpo   también  tiene   importancia,  y  en  estr 
serie  es  como  sigue: 

De  lio  libras  a  150  en 55 

De  150  a  175  en 24 

De   175  a  200  en 13 

De  más  de  200  libras  en 8 

Contrariamente   a  lo  aceptado,   el  mayor  número  corresponde  a  los 
peso  entre  110  y  150  libras,  y  solamente  en  ocho  el  peso  es  superior  a 
libras. 

£1  estudio  de  estos  casos  está  expuesto  en  el  siguiente  cuadro,  con 
fin  de  que  de  un  golpe  de  vista  pueda  hacerse  una  idea. 

Análisis  de  100  casos  examinados  por  el  método  oral. 

Descripción  Ndm.     Op«radof    Correcto   Por  i 

Vesícula   con    sombra   oscura 91            „           „  91 

Sin    sombra 9           7           7  100 

Persistencia  16           4           3  75 

Sombra    débil 18           6           6  100 

Aparición    tardía i            i            i  ico 

Vesículas    sin   sombra   oscura 922  ico 

Cálculos    sin    sombra 833  loo- 

Cálculos   con  sombra 26          12          11  91 

Vesícula  patológica  con  cálculos 34          15          14  93 

Vesícula   patológica   con   cálculos 26           i            „  ,>. 

Total  de  casos  patológicos  con  o  sin  cálculos.  60  23  21  91 
Total  de  casos  dados  como  negativos 40  i  i  ico- 
Deformidad    6           „           „  „ 

Adherencias  entre  vesícula  y  duodeno 11            4           3  75 

Adherencias  entre  vesícula  y  colon 511  100 

Nótese  que  de  los  100  casos,  91  daban  sombra  de  vesícula  y  que  los  9 
sombreados  en  7  la  operación  mostró  que  la  vesícula  no  contenía  bilis  opaL_ 

Los  casos  que  no  dio  sombra  la  vesícula  están  expuestos  en  di  siguieot 
cuadro  en  donde  se  especifican  las  lesiones  encontradas  en  la  operación. 


—  347  — 


N-.*        hombre    S<^Q       Edad        Pcw  Leatonea  encoatrada»  en  U  operación 

X-  lí.  P.      F.         48       229     Vesícula  con  paredes  engrosadas  contenien- 

do un  cálculo  grande  y  otro  pequeño 
llena  de  cálculos.  Adeherencias  a  duodeno. 

^-  K.  S.       F.         35        164     Vesícula  con  paredes  engrosadas,   luz  es- 

trechada, cístico  dilatado,  hidropesía,  cál- 
culo en  colédoco  del  tamaño  de  un  hue- 
vo de  pájaro. 

3-  X.  K.       M.         25        149      No  operado. 

4-  A,  H.       M.         35        144      Cálculos    en   cístico,    colédoco    y    hepático. 

Obstrucción  por  conglomerado  de  cálcu- 
los. Adherencias. 

^-  C  M,       F.  50        130      Engrosamiento  de  las  paredes  de  la  vesícula 

con  cálculos.  Adherencias. 

^-  es.       F.         25        220      25   cálculos  en  vesícula,   cístico   obstruido, 

vesícula   con   paredes   gordas. 

^-  O.  H.       M.         SI        193      Antigua  atrofia  de   vesícula  llena  de  cál- 

culos. Cístico  obstruido.  Adherencias  a 
duodeno  y  colon.  Un  cálculo  ha  perfora- 
do la  pared  de  la  vesícula  y  se  encuentra 
entre  las  adherencias  a  colon. 

^*  R.J.        F.         23        114      Un  cálculo  en  cístico  produce  obstrucción. 

Engrosamiento  de  paredes  de  la  vesícula. 
Adherencias  a  duodeno. 

^^^  M.  M.      F.  50        176      No  operado. 


<s  interesante  anotar  que  el  caso  núnL  i,  dado  como  **no  sombra",  la  ve- 
^a  está  llena  de  cálculos  y  no  puede  entrar,  por  tanto,  la  bilis  opaca.  Estos 
^    V'^^'^os  se  ven  antes  y  después  de  la  administración  de  la  tetraiodofenofta- 


n  el  caso  núm.  2,  el  cístico  está  dilatado  y  tiene  el  mismo  calibre  que  la 
í-cnila;  es  la  que. el  cirujano  da  como  hidropesía.  Hay  cálculo  en  colédoco. 
C3aso  núm.  3,  no  ha  sido  operado. 
*   .    ^  CZaso  núm.  4.  La  vesícula  está  llena  de  cálculos  no  pudiendo  entrar  la 
^*is^  opaca. 

En  los  casos  núms.  5»  6,  7  y  8  el  cístico  esta  obstruido  por  cálculos. 
^^     El  caso  núm.  9  no  ha  sido  operado  pero  examinando  se  ven  múltiples 
^^^Iciilos  y  es  evidente  que  uno  obstruye  el  cístico. 

>,        Tenemos  16  casos  con  persistencia  de  sombra  después  de  treinta  y  seis 

^^*"as   de  la  administración  de  la  tetraiodo.  En  la  operación,  el  cirujano  en- 

*^tró  una  vesícula  azulada  sin  adherencias  y  sin  cálculos.  Es  preciso  recor- 

.jj^      Que  las  colecistitis  en  cierto  grado  no  son  descubiertas  como  no  se  exa- 

'^¡^  por  dentro. 

y  1^     ^  '^  ^^s  de  débil  sombra  todas  tenían  cálculos.  Seis  fueron  operadas 
^^^^ias  confirmaron  el  diagnóstico. 


Solameiite  un  caso  de  aparición  tardía  ha  sido  operado.  La  sombraj 
apareció  veinte  lloras  después  de  ia  aclministracióii  del  íamiaco,  ■ 
en  operación. 

a  de  los  2Ú  catalogados  como  vesículas  patológicas  con  c 


el  cirujano  encontró 
Del  total  de  caso 

sido  operados  25  y  e 
Ninguno  de  los  c 
Adlierencias  entre 


1  vesicula  azulada  sin  cálculos  ni  adlier 
s  llamados  patológicos  con  o  sin  cálculos,  hasta  fi 
n  20  el  diagnóstico  fué  cierto  C91  PJ''  1 
asos   de  deformados  ha  sido  operado, 
vesicula  y  duodeno  han  sido  descritos  ii,  cuatro  i 
sometidos  a  operación  y  en  tres   el  diagnóstico  fué  confirmado. 

Cinco  casos  de  adherencias  entre  vesicula  y  colon  son  señalados  solaa 
uno  se  operó  confirmando  el  diagnóstico.  Entre  tas  adherencias  que 
centre  el   fondo  de  la  vesícula  y  el  colon  se  encontró  un  cálculo  que  hal 
perforado  la  pared  de  la  vesícula. 

La  experiencia  en  eestos  too  casos  de  la  administración  de  la  tetraio 
por  vía  oral  nos  da  ligeras  náuseas  en  11,  vómitos  en  7,  y  ligera  diarrea  en 
No  quedando  nunca  e!  paciente  incapacitado. 

De  este  análisis  y  de  400  casos  más,  los  autores  se  encuentran  satisfecti 
de  los  resultados,  comparándolos  con  los  que  se  obtienen  después  de  la  a 
ministración  por  vía  intravenosa.  La  administración  oral  tiene  la  ventaja 
la  simplicidad,  la  falta  de  serias  complicaciones,  y  los  pacientes  pueden  hac 
su  vida  sin  necesidad  de  una  hospitalización.  La  técnica  está  ya  descrita 
publicaciones  anteriores,  pero  los  principales  puntos  para  el  éxito  de  la  adn 
nistracián  oral  es  estar  atentos  a  todos  sus  detalles.  Un  descuido  en  la  técni 
radiológica  es  frecuente  causa  de  debilidad  en  la  imagen. 

Hay  que  educar  al  paciente  en  los  más  pequeños  detalles;  una  complt 
suspensión  de  la  respiración  durante  el  tiempo  de  la  exposición  es  importan 
como  la  utilidad  de  un  diafragma  Buckv.  Ljjs  autores  aconsejan  dar  u 
comida  copiosa  la  noche  antes  de  la  administración  del  medicamento  con 
fin  de  que  se  varíe  del  todo  la  vesícula  y  se  llene  de  bilis  opaca.  Seg 
uno  de  los  detalles  más  importante  es  que  la  tetraiodo  sea  fresca. 

Deben   procurarse   ampollas   de  vidrio  coloreado  que  se  abren   t 
mentó  qne  se  toma  el  fármaco.  Otro  detalle  es  que  el  paciente  n 
sólidos  ni  líquidos  durante  diez  y  seis  horas   siguientes  a  la  ingestión'l 
lelraiodofonolflaleína;   de  esta   manera   la   bilis 
tración. 


ARCHIVOS    DE    MEDICINA 
OIRUGIA    Y  ESPECIALIDADES 

'^'"S^  6  de  noviembre  de  1926  ^^^  ^83 


CAS  APLICACIONES  MEDICAS  Y  PSICOLÓGICAS  DEL  PSICO- 
ANÁLISIS 

por  el 

Dp.  Emilio  rntra. 

De  Barcelona. 


El  doctor  Mira,  de  Barcelona,  acaba  de  publicar 
en  la  Colección  de  monografías  médicas  que  se  edi- 
tan en  catalán  un  trabajo  de  valor  científico  sobresa- 
liente acerca  de  las  Aplicaciones  prácticas  del 
PSico-ANÁLisis.  Queremos  dar  a  nuestros  lectores  la 
traducción  de  uno  de  los  capítulos  más  útiles  del 
libro. 

Henos  ya  llegados  al  terreno  de  las  aplicaciones  prácticas  del 
pSrouQaj^ljsis,  y  claro  es,  que  hemos  de  comienzar  hablando  de  su 
^^ilizacióri  en  él  caínpo  de  la  Medicina  para  el  diagnóstico  y  trata- 
'•^3^Tito  de  las  perturbaciones  mentales  funcionales.  Desde  este  pun- 
-o    ^^  vista  hemos  die  volver  a  considerar  con  un  poco  más  de  dete- 
^^"^xtxiento  las  tres  cuestiones  que  nos  planteamos  al  comenzar  la 
P^x^^  dectrinal  dé  este  traibajo.  La  primera  dé  ellas  deda  así :  ¿  Qué 
^^í^rmos  son  tributarios  díel  psicoanálisis?  Para  contestarla  con 
^^^^ctítud  es  preciso  que  distingamos  entre  el  psicoanálisis  emplea- 
^*^    como  procedimiento  de  exploración  y  diagnóstico  y  el  psico- 
análisis utilizado  como  técnica  terapéutica.  Si  se  trata  de  utilizarlo 
^^  su  primer  aspecto,  podeimos  decir  que  todos  los  enfermos  men- 
tal-es  son  tributarios  de  la  exploración  psicoanalítica,  en  tatito  re- 
^^  las  siguientes  condiciones  fundamentales :  a)  Tener  una  in- 
^^^Sfetida  y  umia  cultura  medianas,  b)  Estar  bien  orientados  (es  de- 


f»:  .    '  1    ■ 


usiún^B 


cir,  no  presentar  pseudopercepciones  ni  alteraciones  confusioí 
¡es  manifiestas),  c)  Teiier  d-eseos  de  someterse  al  método  y  no  su- 
ínr  ninguna  perturtoación  aislada  de  alguna,  función  psíquica  im- 
prescindible para  la  comunicación  verbal  persistente  y  coiherentc 
(afasia,  amnesia,  abulia,  etc.).  Por  consiguiente,  pueden  ser  tri- 
butarios c'e  un  psicoanálisis  iproveohoso  desde  el  punto  d^  visia 
dt  la  exploracióo  psiqudca  general,  no  solamente  los  enfermos  psi- 
coneuTÓticos,  sino  igualmente  todos  los  afectos  de  psicosis  endó- 
genas (paranoicos  con  delirio  die  grandeza,  de  persecución,  ideas 
de  perjiíidio,  etc.,  ciclotkmcos,  epilépticos,  equiaofrénicos.  toxicó- 
manos,  etc.) 

Pero  si  con  el  psicoanálisis  aspirajiios  a  algo  más  que  servir  a. 
ia  ciencia,  es  decir,  si  deseamos  obtener  también  de  él  un  prove- 
cho para  el  enfermo,  y,  por  consiguiente,  tratamos  de  aplicarle  te- 
rapéuticamente, entonces  hemos  de  reducir  su  esfera  de  acción  sa. 
los  trastornos  psiconeuróticos,  y  aun  todaviai  habremos  die  intro- 
ducir en  éstos  algunas  limitaciones.  En  efecto,  a  pesar  deí  enomr:».'^ 
e&fiterzo  realizado  por  la  Escuiela  Psicoanalítica  de  Ziirich  CJuncü~^ 
que  ha  tratado  de  aplicar  el  psicoanálisis  a  los  esquizof rénicc*  ^ 
piiede  decirse  que  no  ha  legrado  con  ellos  el  más  insigníficaote  éa^^ 
to  terapéutico.  'Y  lo  mismo  ha  sucedido  con  las  tentativas  reajü  : 
zadas  con  los  epilépticos  (siguiendo  las  ideas  de  Stekel  respeczrt 
a  la  patogenia  de  la  crisis  coniicial.)  Y  es  porque,  entre  otros  itrt-^z 
tivos,  ambas  enfermedades  son  orgánicas  y  en  ellas  los  síntorsa-^ 
psíquicos  no  pasan  de  ser  la  consecuencia  de  las  alteraciones  ^es- 
tructurales anatomopatológicas,  que  tienen  lugar  en  el  cerebro  ^¡ 
nrismo  tiempo. 

¿En  qué  enfermos  psiconeurót icios  puede  intentarse  la  terapéu- 
tica psicoanalítica?  A  piás  de  cimiplir  las  tres  condiciones  ajit^^ 
enunciadas,  es  preciso  que  se  trate  de  enfermiis  constantes,  es  óes- 
civ,  capaces  de  perseverar  durante  mucho  tiempo  en  un  mismo  plar"^- 
ílaoe  falta,  en  efecto,  Cener  presente  que  los  resultados  terapéutí  "" 
eos  del  psicoanálisis  no  empiezan  a  ser  evidentes  por  regla  geiie=-^ 
ral,  sino  al  fin  de  éste,  después  de  semanas  y  aun  de  meses  de  pa.--^^ 
denÉes  investigaciones,  cuando  kú  psicoanalisti,  ha  libado  a  des=- 
entrañar  los  complejos  causales  dte  la  enferm«lad  y  alcanzó  asimis^"'' 
010  a  establecer  las  características  persomaites  suboonscientes  des=^ 
EUjeto  examinado.  Es,  por  consiguiente,  mucho  pedir  a  un  psio— ^ 
neurótico  que  se  avenga  a  sométese  a  un  método  de  tratamientc;^ 
pesado,  molesto  (toda  vez  que  es  preciso  continuamente  ^rar  so^^ 
bre  recuerdos  desagradables),  larg'o  y  monótono.  Por  otro  lado,  e;==^ 
preciso  tener  presente  que  muchos  de  estos  enfermos  no  se  cree^^* 
tributarios  de  una  simple  cura  de  palabras,  desde  el  momento  e^^^ 


—  251   — 

que  están  canvenoidos  de  que  todo  sui  mal  se  haJla  localizado  en 
tal  o  cuál  órgano.  "¡  Cúreme  el  estómago,  el  corazón,  etc.,  y  déje- 
me el  espíritu  tranquilo!'*.  He  aquí  una  respuesta  que  se  obtiene 
frecuentemenite  cuando  se  plantea  a  uno  de  estos  sujetas  la  opor- 
tunidad de  un  tratamiento  psicoaffialitico.  Es  preciso,  por  tanto, 
que  el  psiconeurósico  presente  síntomas  psíquicos  subjetivos,  es  de- 
cir, que  esté  íntimamenitje  oonvenddo  ée  que  su  etspiritu  o  su  ce- 
rebro están  enfermos  para  quiQ  pueda  ser  tributario  ooni  éxito  de 
un  tratamiento  psicoarmlítioo.  De3de  este  punto  dfe  vista  hay  que 
deoir  que  los  enfermos  que  con  más|  facilidad  se  avienen  a  cola- 
borar con  el  médioo  en  este  género  de  tratamientos  son  los  que  pa- 
decen una  .psioanieurosis  de  compulsión  (psicoastenia)  con  fobias, 
obsesiones,  impulsiones,  etc. 

Por  últímo,  la  edad  de  los  paciente^  constituye  otra  limitación 

formal  para  las  aipHcaiciones  terapéuticas  del  psicoanálisiis.  Puede 

cíecirse  en  general  que  no  dfebe  esperarse  mucho  del  tratamiento 

psícoanalítico  Tealizado  sobre  enfermos  que  traspusieron  la  edad 

nisadura  y  se  encuentran  en  plena  involución  senil. 

¿Hay  que  utilizar  aisladamente  el  psicoanálisis,  o  es  preciso 
cornbinairle  con  otros  métodos  de  tratamiento?  Según  los  casos, 
Cxxando  se  traitje  de  pertubadones  psiconeuróticas  de  sintomatolo- 
gÍ3.  esencialmente  psíquica,  lo  mejor  es  utilizar  aisladamente  el  psico- 
^tiálisis,  puesto  que  el  mismo  interés  que  el  enfermo  tiene  de  me- 
jcrríarse  rápidamente  de  sus  síntomas  le  llevará  a  colaborar  con  la 
ni.aLyor  fe  en  el  trabajo  dtel  psicoanalista,  cosa  que  no  se  lograría 
Si    aquellos  síntomas  huibiesen  die  mejonar  mediante  un  tratamiento 
sintomático.  Cuando  se  trate  de  pertunbaciones  psicoanalíticas  de 
siri-tomatología  difusa,  será  útil  y  hasta  meoesario,  combinar  el  psico- 
stnálisis  con  otros  métodos  psicológicos  (persuasión,  por  ejemplo), 
y    con  un  plam  de  vida  higiénico  y  dietético,  recurriiendo  si  fuera 
í^^eoesario  liasta  a  miedidas  fisioterápicas  y  aügún  recurso  farmaco- 
^^S^oo,  para  combatir  las  manifestaciones  sintomáticas  más  desagra- 
dables. De  todos  modos,  nio  hay  que  olvidar  que  todo  lo  que  se 
^^ga.  en  este  sentido  es  concentrar  la  atención  del  sujeto  en  la 
icl-ea  de  la  organicid'ad  de  su  enifermedlad  y,  por  consiguiente,  p^r- 
^^bar  la  buena  marcha  del  psicoanálisis. 

.     Él  trcmsfert  psicoaftalitico. — iS'e  da  este  nombre  al  proceso  en 

^^■^^^tid  del  cual'  el  paciente  psiooanalizado  proyecta  y  concentra 

^^  su  libido  en  la  persona  del  médioo,  tomándote  como  objeto  de 

^  ^xnor.  Según  Freud  el  proceso  dd  trianisfert  es  hasta  necesario 

.  ^  todo  psicoanálisis  fructuoso,  y  justamente  el  éxito  o  el  fracaso 

^i^^^péutioo  de  éste,  depende  de  la  nuartera  como  el  psicoanalista 

utilizar  el  afecto  quie  el  paciente  proyecta  sobre  él,  canalizan- 


r 


dclo-  y  reflejándolo  debideunetití)  hacia  los  catnpes  t 

lionesta  satisfacción  libidinosa  o  hada  el  campo  más  extenso  e  | 

ofensivo  de  la  sublimacióiii.  ^_ 

La  importancia  que  esbe  prcx:eso  tiene  eii  lodos  los  psicoajiálisis 
practicados  oon  un  fin  terapéutico  justifica  plenamente  que  nos  de- 
tengamos unos  instantes  a  considerar  su  génesis  y  su  utilización. 

Motivos   del   íratisfert. — Es   preciso  empezar   por  recordar  eL 
hecho  de  que,  segiui  la  escuela  psdcoanalítica  Freudiana,  todos  los 
psiooneuró ticos  (únicos  pacientes  eii  los  cuajes  se  ha  de  eiiipleac — 

la  terapéutica  p&icoanahiDica)  presentan  una  perturbación   evoluti^ 

va  de  su  libido,  o  cuando  menos,  tropiezan  con  dificultades  insu 

perables   para,  la  satisfacción  de  sus   deseos.   Siendo  esto  cieno-  ^, 

K  comprende  fácilmente  que  la  diaria  intimidad  que  ha  de  esta 

b:ecerse  entre  el  enfermo  y  el  psicoanalista  conduzca  a  aquel   ^^^ 

una  estiraación  por  éste,  estimación  determinada  por:  la  admira» 

ción  a!  ser  superiormente  dotado,  la  natural  gratitud  del  inter^^s 
y  lia  simpatía  que  el  niédico  les  prodiga,  la  identificaaión  sim-lxJi^z^i^a 
del  médico  con  el  padre  (si  es  mujer)  o  con  la  madre  (si  es  hoi»r^  — 
li're)  de  la  persona  psicoanalizada.  Paulatinamente,  la  persona  psic<z>— 
¿üiahzada  empieza  &  ver  en  el  psicoanaJisita  el  ser  superior  que  l-« 
aconseja,  guía  y  conoce  su  fondo  verdadero;  el  enfermo  se  sieir:t"t>e 
Lcmprendido  y  frente  a  la  comprobación  de  que  al  fin  otra  perso^riL^. 
otro  espíritu  ha  llegado  a  vibrar  al  unísono  con  el  suyo.  puer<:ie 
ser  evideníemente  determinar  en  el  enfermo  el  nacinicento  de  x^Ji 
verdadero  amor  que  tomará  riumbos  más  o  menos  peligrosos,  ^^ 
gún  cual  sea  su  personalidad  y,  sobre  todo,  según  aial  sea  la  f>^:r- 
sonalidad,  el  arte  de!  psicoanailísta. 

¿Cómo  se  ha  de  utilizar  el  transferí f. — ^Una  vez  que  el  psicro- 
analista  nota  por  d  cambio  ladical  que  se  observa  en  la  condu'C^'t^ 
del  paciente  coai  respecto  a  él,  que  el  transferí  se  ha  establecí*!*^' 
¿qué  ha  de  hacer?  Cuatro  caminos  se  le  presentan:  a)  Aceptar   1^^ 
insinuaciones  de!  paciendie,  y  sá  es  de  sexo  contrario,  llegar  a  tra^**" 
formar  la  cura  psicoaaialítica  en  un  noviazgo  con  el  consiguáeic-*^ 
epilogo  matrimonial,  b)  Entrar  eni  relaciones  ilíd.tas  con  el  enfem»-*^' 
c")  Desengañar  a  este  totalmente  de  una  manera  brusca  y  ené^gic^^ 
á)  Plantear  el  probl.ema  tal  como  es  en  realidad,  haciendo  ver      ^'      | 
enfermo  los  verdaderos  motivos  de  su  transferí  y  con  vencí  énd*^'^      i 
de  que  el  psicoanalista  no  representa  para  él,  de  ninguna  mane^i"^ 
el  objeto  libidinoso  ideal  y  sí  tají  solamente  un  buen  amigt>  ci^**' 
poco  a  poco,  habrá  de  separarse  de  él  «i  la  medida  que  la  enferm*" 
dad  vaya  retrocediendo  y  su  es-píritu  se  robustezca, 

Claramente  se  comprende  que  de    estos  cuatro  car 
exceptúa  el  pimero,  que  muy  raras  veces  puede  y  debe  seguirse. 


—  253  — 

sólo  es  practicable  y  acooisejaWe  di  4.**  Ahora  bien,  para  seguirlo 
con  provecho,  se  neoesitai  un  tacto  verdaideraniente  pctraordinario 
y  uma  rectitiid  moral  que,  en  algunos  casos,  ha  de  ser  todavía  más 
extraordinaria.  Sin  embargo,  esta  soluciónj  puede  hacerse  ya  mucho 
más  viable  si  desde  el-pnincipio  de  la  cura  el  psicoanalista  'sabe  colo- 
carse en  la  actitud  que  te  oorrespondie.  Fundamentalmente  bueno  y 
con  lia  preocupación  die  conquis-tar  el¡  ánimo  y  la  voluntad  del  por 
dente,  ha  de  procurar  desde  el  primer  momiento  darle  la  sensación 
de  la  absoluta  independencia  de  movimientos  de  los  círculos  en  que 
se  diesarrollan  las  actividades  anímicas  de  ambos.  Procurará  de  vez 
en  cuando  haiblar  al  enfermo  de  sus  afectos  familiares,  haciendo 
resaltar  las  ddidas  de  uma  vida  ttrojnquila  en  el  seno  del  hogar  do- 
méstico ;  o  bien,  sí  el  enfermo  tíiene  aspiraciones  de  cualquier  otro 
ordien  (científicas,  eoonámicas,  artísticas  etc.),  le  hará  ver  cómo  en 
i'ealidad,  la  cuestión  sexual  ha  de  ocupar  im  lugar  secundario  en 
^a  vida  de  su  espíritu,  Ilialmiado  para  triunfar  en  los  cenáculos  más 
^^lectos  y  elevados  de  la  actividad  humana. 

Tal   vez   al-gunos  espíritus   timoratos    encuentren   todavía  cri- 

tícabte  esta  conducta  y  crean  que  el  psiooanlista,  como  una  coqueta, 

jue^a  con  el  corazón  del  pKDlbre  efnfermo  manteniéndole  en  tensión, 

^^n   una  especie  dfe  tira  y  afloja  continuado  durante  toda  la  cura 

I-^síooanalítica.  Nada  de  esto;  hasta  en  los  casos  más  peligrosos,  la 

^^is-ión  del  psicoanalista  es  perfectamente  pura  y  moral.  Por  otra 

pQ-rtre,  es  preciso  tener  en  cuenta  quie  el  transfert  se  establece,  aun- 

^í^^^e  sea  de  la  manera  -más  ignorada,  en^  todas  las  relaciones  entre 

^lédico  y  enfermo.  Es  absoluitannente  ilmposiMe  separar  la  personali- 

^<i  del  módico  de  su  influencia  sobre  el  enfertmo.  Este  encuentra 

^  ^quél  desde  la  primera  visita,  simpático  (transfert  positivo)  o  an- 

^Pático  (transfert  negativo),  y,  sea  cualquiera  su  enfermedad,  es 

^^'^  cíente  que  tend'rá  más  probabilidades  dje  vencenla  el  médico  que 

**''5    resultado  agradable  al  enfeirmo,  que  no  aquel  que,  desdé  el  pri- 

^^T  momento -le  ha  despertado  un  senitómiento  de  hostilidad. 

Como  deciknos,  esta  transferencia  de  los  afectos  es  general  en 
*^s  relaciones  entre  médico  y  enfermo,  aunque  no  se  utilice  para 
^^^<ia  el  psicoanálisis.  Ella  nos  explica,  los  éxitos  inesperados  de 
^Uchos  pofesttonales'  y  dé  muchos  curaaideros  que,  totalmente  faltos 
^^  conocimientos  científicos  saben  en  camibio  utilizar  suficiente- 
^^^^tite  sus  conocimientos  de  psicología  empírica. 

Desde  este  punto  de  vista  la  única  diferencia  que  separa  el  psi- 

^^^^^QJÓlisis  terapéutico  de  los  otros  métodos  de  tratamiento,  consiste 

^P   el,  hecho  de  que  aquél  trata  abiertamente,  caira  a  cara,  con  la 

^ituación,  y  en  lugar  de  eludirla  hipócritamente,  lia  resuelve  cana- 

í .      «¿ando  los  senibimientos  dd  paciente  de  una  manera  normal  y  den- 


íífioa.  No  hade  falta,  dedr,  sin  erabargo,  qiie  el  estadio  de  1 
quidación  del  transfert  es  u:io  dte  loa  momentos  más  peUgrosi 
del  psioo-aiiálisis  y  lia  de  ser  por  consecuiencia  pasado  con  el  m; 
yor  tacto  y  prudencia  a  fiín  de  evitar  una  recaída. 


'RMA^H 


APLICACIONES    DEL  PSICOANÁLISIS  A  LA  PSICOLOGÍA  NOl 

Se  cojiiprende  fádJmente  la  iofiuencia  que  las  teorías  psiooad 
Üticas  están  ejerciendo  sobre  loe  conceptos  básicos  de  lá  psioolog: 
riomial.  Puede  decirse  que  acaban  de  destronar  la  arcaica  iniEigf 
de  la  psicología  initelectuaüsta  en  la  cual,  como  salx^mos,  toda  1 
\ída  psíquica  se  supeditaba  al  poder  iliniitado  de  las  ideas.  La  nit 
dema  psicología  dinámica  había  afirmado  ya  que  éstas  representi 
rian  íxen  poca  cosa  en  la  vida  cltí  espíritu,  si  no  fuese  por  la  carg 
pfectiva  que  Itevan  consigo.  Pero  .faltaba,  dar  un  paso  más  atl¡ 
y  el  psicoanálfsnis  to  ha  franqueado  al  decir  que  la  idea  conscienl 
no  es  nunca  el  Pri^Kum  movens  de  los  actos  psíquicos,  sino  que,  : 
contrario,  en  muchas  ocasiooes  se  desarrollan  complejas  series  c 
operaciones  mentales  sin  su  intervenc-ón,  o  bien  ésitas  tienen  lugs 
como  etapa  fimal  de  aquilas.  El  psicoanálisis  postula  que  hasta  !■= 
más  elevadas  y  nobles  idieas  de  la  ihumonidad  (las  ideas  religiosa 
filosóficas,  artísticas,  políticas,  etc.)  han  surgido  en  virtud  de  « 
proceso  de  sublímadón  de  las  tendencias  ateativas  subconscienl* 
de  carácter  netamente  egoñsta. 

El  pensamiento  lesiLÍtaría,  pues,  óel  libre  ju^o  de  las  fueran 
psicoHógicas  afectivas  y  no  pasarla  de  ser  ima  tiaducción]  o  manif« 
tadón  consdenite  defomiada  de  nuestros  instiiníos.  Antes  de  adqui  i 
una  fórmula  ideológica,;  las  tendendas  afectívas  han  predispues 
a!  individiio  creando  en  él  determinadas  diineociones  o  actitudes  ■ 
reacdón,  en  virtud  de  las  cuales,  cuando  dicha  fórmula  surge  soíl 
men/te  es  comprendida  y  aceptada  como  valida  por  las  personas  (j." 
poseen  en  im  suficiente  estado  de  erección  la  tendencia  correspc» 
diente.  Por  eso  se  dice  que  la  religión,  el  arte,  etc.,  se  sienten  n» 
que  se  piensan.  Ante  una  persona  llena  die  fe  serán  inútiles  locl 
los  argumentos  pata,  convencerla ;  viceversa,  al  ilescreído  que  no  trJ 
ne  esta  fe.  no  hay  razonamiento  que  le  haga  creer,  En  cambio,  taJ 
situadón  afectiva  determinaida  (la  pérdida  de  un  ser  querido  eai  c-í 
cunstaaidas  trágicas,  ol  su  saJMación  en  las  mismas  condiciona 
puede  causar  la  desaparidón  brusca  o  el  nacimiento  súbito 
csía  fe. 

Es  un  hecho  de  observadón  corriente  que  a  cualquier  persona 
en  cuaquier  situadón  se  le  acuden  ideas  completamente  contrar"* 
según  que  represente  el  papel  de  autor  o  de  víctima,  de  benefidsw 


—  255  — 

O  de  perjudicado.   Cuantas  veaes  vemos  cambiar  súbitamienliei  k 
ma^:iera  de  hablar  óe  uoi  hambre  por  el  solo  hecho  dfe  haberse  djes- 
perijado  en  él  di  egoísmo;  tal  cajrgo  o  tai  destino  menospneciadof  o 
criticado  se  exalta  y  alaiba  ahorai,  porque  se  le  posee;  tal  persona 
atacada  es  ahora  dJef  endida  porque  'sartiisfizo  la  vanidad  de  su  asiites 
cvtacante;  tal  acdón  disculpada  eon  una  persona  cualquiera,  se  juz- 
ga,   severamientié  cuando  se  trajta  d)e  nuesitra  esposa  o  viceversa; 
tol^eramos  a«  nuestros  hijos  hechos  que  nos  indignarían  s¿i  viniesen 
de  los  hijos  de  otros.  Y  no  es  solamente  que  tratemos  de  aminorar 
y  die  olvidar  las  ideáis  diesagnadables  quie  se  nos  aourren  con  res- 
pecitx)  a  estos  partioullaiiies ;  es  quie  tales  ideas  no  se  nos  ocurren,  sino 
al   -contrario,  otras  enteramente  favorables,  porque  el  curso  de  la 
asociación  de  ideas  está  orientado  por  lia  tendtetncia  afectiva  presente 
^n  un  momento  dieiterminado.  Se  llama  cata/timia  al  proceso,  en  vir- 
tud del  cual,  los  acontecimientos  del  mundo  real  sufre  la  acción  de 
^^ti-estras  itendlendais  afeotíivas  ihasíai  d  punto  de  ser  percibidos,  no 
<x>mo  son,  sino  coimo  nosotros  desearíamos  que  fuesen.  Pues  bien, 
1^%  "Caitatimia  conocáda  (por  los  psiquiatras,  ha  sido  elevada  a  la  ca- 
*^8roría  de  un  ¡proceso  normial  en  psicologia  por  el  resultado  de  las 
^^^Víeistígacianes  ípsátoanalíticas.  Lo  mismo  podríamos   decir  de  la 
^^^<áonalización,  proceso  que  ya  conocemos  y,  en  virtud  del  cual  tra- 
"^axnos  inconscientemente  de  justificar  a  nuiesitros  propios  ojos  nues- 
^^^^9jS  acciones  o  dertteiiraiiajcianes,  o  engañándonos  respecto  de  sus 
"^•^rdaderos  motivos  (sí  no  hacemos  caridad  a  un  4)obríe  no  es  por 
^ya.ricia,  sino  para  evitar  que  mlalgaste  el  dinero  en  borrachera; 
^^  Ho  contestamos  al  insiulto  de  un  carretero,  físicamente  más  fuerte 
^"^^  nosotros,  no  es  por  míeóo,  sino  por  prudencia  y  porque  nuestra 
^"'Jii-cación  nos  lo  impide). 

El  psicoanálisis  ha  contribuido  también  al  conocimiento  exacto 
^*^    los  motivos  dteiteiTnínanites  de  algunos  caracteres  indíviduaíles. 
"^^í,  por  ejiemjplo,  'recordaremos  d  magnífico  estudio  hedho  por 
^i^EUD  sobre  d  llamjado  "carácter  anal",  correspondiendo  al  pre- 
^otninio  de  la  fase  de  erotismo  anal,  en  la  evolución  de  la  libido. 
^-os  sujetos  que;,  siendo  niños  gozaron  provocando  una  retención 
,  ^  Gus  escremenitois  con  tal  die  consiegiár  la  máxima  dilatación  del 
^^^ufido  anal,  son  despuías  índlentificabíles  por  algunas  particularida- 
des psíquicas,  die  enibiQ)  ías  cuales,  Freud  señala:  obstinación,  es- 
^^^'^Jípulosidad,  manía  de  orden,  odio.  Se  trata  de  sujetos  que  muchas 
^■«ces  se  ven  subyugados  por  un  deseo  de  adquisición  y  de  oonser- 
'^^ación  que  los  impulsa  al  cofeccionismo  y  a  la  ordenación  exagera- 
fe  de  los  objetos  y  de  los  asuntos  personales.  De  la  misma  manera 
t        ^^*c  primitivamente  almacenaban  sus  escrementos,  almacenan  ahora 
I        toda  clase  de  cosas,  y  especialmente  su  dinero  y  se  convierten  en- 


tonoes  esn  tverdaderos  avaros.  El  orden  y  el  ahorro  son,  en  efecto» 
dos  cualidariies  que  se  ven  ligadas  en  la  práctica  y  que  son  benefi- 
ciosas dentro  de  ciertos  límites.  Cuando  se  exageran,  pueden  con- 
duicit  a  trastornos  psicopáticos  manifiestos,  y  especialmente  a  la 
neurosis  coímpulsiiva,  con  su  acompañamiento  de  obsesiones,  an- 

I 

siedad,  etc.  Pero  aquí  abandonamos  los  límites  de  la  psicología  nor- 
mal y  nof  queremos  inisistír  en  este  punto. 

Otros  tipos  caraoterológicos  se  han  fijado  perfectamente  por 
el  psicoanálisiis,  principalmente  en  las  mujeres,  en  las  cuates  los  es 
tudios  penetrantes  de  algunos  discípulos  de  Freud  han  contribuí' 
a  describir  diversidad  de  tipos. 

Diremos  sodamenite,  para  acabar,  que  se  debe  también  al  psi< 
análisis  'd  estudio  más  completo  que  se  ha  hecho  del  espíritu  d 
comicidad,  es  dedr,  del  humorismo  y  sus  relaciones  con  la  ironi 
y  el  chiste.  t 


3RE    EL    DIAGNOSTICO    PRECOZ    DEL    EMBARAZO    POR 

MÉTODOS  bioquímicos 

por  los  doctores 

Rebollo.  y  Orilz  Aragonés. 

De  la  Casa  de  Maternidad.  De  la  Facultad  de  Medicina. 


^a  innata  curiosidad  humana  ha  encontrado  en  el  tema  que  en- 
za  este  traibajo  motivo  para  desarrollar  sus  actividades.  Si  hace 
pocos  años  la  averiguación  cierta  del  embarazo,  antes  de:  que 
ito  dé  noticia  de  su  existencia  por  sus  latidos  y  movimientos, 
tituía  ima  quimera,  desdé  Abderhalden  se  vislumbró  la  ma- 

de  llegar  un  día  en  que  la  aspiración  de  los  biólogos  tomase 
dad. 

íl  fenómeno  de  Bordet  y  Gengou,  la  busca  de  los  fermentos 
nsivos  creados  en  el  organismo  por  estímulo  de  antígeno  am- 
co,  fetal  o  placentario  y  cien  reacciones  más  basadas  en  la  in- 
¡dad,  se  han  ido  sucesivamente  empleando  y  abandonándose; 

suerte  corrieron  diversas  investigaciones  sobre  sangre  y  ori- 
a  reacción  de  Fahraeus  es  inútil  al  fin  de  que  tratamos,  pues, 
n  atestigua  d  Dr.  R.  García  Casal  (Madrid,  1922:),  la  velo- 
l  de  sedimientación  de  los  hematíes  sóloi  sirve  para  excluir  un 
trazo  desde  el  cuarto  mes  eni  adelante. 

Jnicamente  el  ingeniloso  descubrimiento  de  Emilio  Abderhal- 
se  hai  manítenido  a  flote  contra  los  embates  de  la  crítica  que 
tablemente  acompañan  a  todo  trabajo  original, 
^uy  recientemente,  el  profesor  Hugo  Sellheim,  de  la  Qíni- 

)  El  presente  trabajo  ha  sido  realizado  en  el  Laboratorio  de  Medi- 
Legal  y  Toxicología  de  la  Facultad  de  Medicina  de  Madrid,  que  diri- 
i  ilustre  profesor  doctor  D.  Tomás  Maestre,  al  que  desde  este  lugar 
íestamos  nuestro  agradecimiento. 


{ 


f-J-  1 
ca  de  Obstetricia  de  la  Universidad!  de  Halle,  ha  dado  a  conoceP^^M 
Ins  resultados  dip  un  nuevo  Drocedimiento.  derivado  de  la  reacción  ^^^ 


I 
I 
I 


.  resultados  de  lui  nuevo  procedimiento,  derivado  de  la  reacción* 
de  Abderhalden,  Esta  modificación  ha  sido  llevada  a  cabo  por  los 
Dres.  LÜTTGE  y  Mertz,  ayudantes  del  profesor  Sellheim,  basán- 
dose en  la  acción  que  ejerce  eil  alooliol  de  96°  sobre  ia  mezcla  de    ^ 
íuero  y  sustrato  sacada  de  la  estuifa:, basta  la  ebulliaón  durante;^ 
unos  minutos  de  la  mezcla  con  el  alcohol  para  que  éste  disuélvale 
o  precipite  las  aJbúniiinas,  según  su  concentración  y  clase. 

El  profesor  Sellheim  reiputa  este  seoaiJIo  método  como  "cuan — _ 
tiíatfvo  exacto",  afirmando  haber  alcanizado  en  una  dilatada  seri^»- 
de  experimentos  una  exactitud  del  99  por  100.  adelanto  considier3__^ 
lie  sobre  el  primitivo  método  de  Abderhalden,  en  el  que  sólo  s-^ 
k^aron  resultados  exactos  en  el  78  por  100  de  los  casos. 

El  descubrimiento  de  Lüttge  y  Mertz  llega  hasta  la  detemt^^^ 


nación  del  sexd  del  feto,  fundadla  en  la  existencia  de  substancit 
químicas  en  la  sangre  materna  como  reacción  a  los  testículos  d-    -^m 
feto.  ("Vox  Médica",  Berlín;  año  V,  núm.  3. — "Mundo  Médico        ' 
Madrid,  núms.  3  y  4.  1925.) 

Dejamos  al  margen  los  detalles  óel  tiabajo  publicado  por  -^ 

profesor  Sellheim,  ya  que  caíecemos  de  experiencia  personal  ■^~'  i| 
tan  recien'te  método.  Asimismo  advertimas  que,  siendo  nuestr^cr-a 
i'.nica  pretensión  el  dar  cuenta  de  los  trabajos  que  personal met-m-^^re 
hcnms  realizado,  huímos  de  citas  bibliográficas  y  prolijas  descri;^3- 
cienes  de  métodos  que  sólo  conocemos  por  la  literatura,  que  no  I»  ^«-n 
pasado  por  nuestras  manos  en  el  laboratorio. 

Volviendo  a  la  clásica  Teaixión  de  Abderhald'en,  de  los  ferm,t5J-"3- 
íos  específicos,  nos  ocuparemos  inmediatamente  de  una  de  sus  nrx«:> 
dificadones,  que  ha  sido  objeto  de  nuestros  trabajos,  simpIific^«JB 
por  d  profesor  Pincussen,  de  Berlín. 

La,  investigación  de  los  fermentos  específicos  creados  precc»'^" 
mente  en  el  organismo  de  la  mujer  embarazada  por  destrucción  c^^ 
Itilar,  ha  sido  propuesta  por  Atíderhalden,  siguiendo  dos  mét«> 
dos  distintos:  ¿I  óptico  y  d  de  la  diálisis. 

E!  primero,  fundado  en  la  desviación  de!  la  luz  polarizada-  ^ 
atravesar  la  mezcla  de  peptona  placen.taria  y  suero  de  la  emba-f^" 
zada.  ha  sido  poco  empleado  duirante  algún  tiempo.  Hoy,  baaárxi'*' 
se  en  los  fenómenos  interfereudales.  se  mide  la  concentración  " 
dos  soluciones  comparadas;  dicha  concentración  depende  de  !a  c^-*" 
tidad  de  productos  de  descomposición  diisueltos,  y  se  deternnSn^ 
cuantitativamente  por  eí  grado  dq  desviación  que  experimenta,  "f" 
haz  luminoso  conducido  al  través  de  ambos  líquidos  t  la  de5^'ia-<=  *.*-"' 
es  proporcional  a  la  concentrad ón ;  uno  de  los  aparatos  que  m-^^J*^ 
Cíimiplen  este  cometido,  según  el  profesor  Sellheim,  es  el  interx'  *'" 


—  259  — 

rómetro  de  Lowe-Zeiss,  introducido  por  Kirsch  en  la  reacción  de 
y^biderhalden. 

Mucho  más  se  ha^  generañizado  el  segundo  método,  basado  en 
la  investigación  de  la  desintegración  die  la  molécula  albuminoidea 
pl-acentaria  p»roducida  por  el  suero  de  la  embarazada,  auxiliándose 
dializador. 

Debido  a  que  el  método  de  la  diaüiisie,  tan  atractivo  en  teoría, 
preñado  de  dificultades  en  la  práctica,  d)e  lo  cual  dan  fe  los 
delicados  trabajos  del  profesor  Otero,  de  Granada,  y  del  doctor 
^^ITAL  KzK,  de  Madrid,  se  ha  buscado  con  interés  su  simplificación, 
cion<luciendo  a  Kottmann  al  empleo  de  la  "díasorcima  placenta- 
ri^a,*^,  introducida  en  España  por  eí  Dr.  Coníll^  de  Barcelona,  y 
^''a.    abandonada. 

REACCIÓN   DE   PINCUSSEN 

ias  pubiicadonies  del  profesor  Pincussen  en  los  **Biocliemisohe 
Z^itschrift3  (Bd.  132,  H.  1/3,  1924),  de  F.  Fonseca  (Uber  die 
-*^^stimmung  des  intrakoagulablen  Stickstoffs*'),  y  de  E.  HoR- 
^^HicHE  ("Studien  zur  Bestimmung  der  Abwehrfennente''),  apa- 
^^^■dos  en  eá  tomo  CXLIV,  cuadernos  i  y  2  del  "Biochemische 
^^1:sohilifft",  /traían  de  la  reaocióni  de  Pincussen  en  general,  sin 
^^^  ninguna  de  ellas  cite  la  importancia  dd  método  con  relación 
**^1   <3iagnóistico  precoz  del  embarazo. 

lx>s  «trabajos  realizados  en  Berlín  por  el  Dr.  Arrillaga,  de  San 
^^l>astián,  al  lado  del  pdofesor  Pincussen,  fueron  continuados  en 
:^Iatí:rid,  colaiborando  con  el  Dr.  Torre  Blanco^  de  la  Casa  de  la 
"^  eternidad,  con  el  exdusivo  fin  de  utilizar  la  reacdón  de  Pincus- 
^*^,  simplificarión  die  la  de  Abderhalden,  para  el  diagnóstico  bioló- 
^'0:>  dd  embarazo. 

Fruto  de  esta  labor  fué  lá  comuinicación  presentada  por  los  doc- 
toras Torre  Blanco  y  Arrillaga  al  II  Congreso  Nacional  de 
^^^ndas.  Médicas,  de  Sevilla,  celebrado  en  octubre  de  1924,  que 
'^^iliiina  con  las  siguienitles  oondusiones : 

^  "i.*  La  reacdón  de  Pincussen  se  basa  en  tos  mismos  princi- 
I^'os  que  la  de  Abderhalden. 

2.»    Tiene  sobne  ésta  la  ventaja  de  su  sendJlez. 

3.'  Hasta  ahora,  los  nesultadbs  son,  desde  luego,  muy  satis- 
^^<^torio6,  ya  que : 

a)  En  todos  los  casos  de  embarazo  ha  sido  positiva. 

b)  En  las  enfermas  no  embarazadas  ha  sido  siempre  negativa. 


.  resultado  ha  sido  positivo  en  un  caso  de  embarazo  H 
un  nies. 

4.*  Sin  embargo,  el  número  de  caeos  es  pequeño,  y,  i>or  lo 
tanto,  el  objeto  de  la  comunicaición  es  sóio  dar  aienta  de  la  técni- 
ca para  que  la  practiquen  en  las  clínicas  de  Obsíetrida  y  poder 
E«í  tíbtener  entre  todos  una  estadística  de  consideración." 

Tam  sugestivas  conclusiones  nos  decidieron  a  ensayar  el  nuc- 
V.1  método,  procuraiiido  recoger  el  mayoc  número  posible  de  casos. 
A  continuación'  describimos  la  técnica  seguida,  que  conceptuamos 
di.  gran  sencÜiez,  puesto  que  en  pocos  días  es  factible  ponerse  al 
corriente  de  ella. 

Pocas  palabras  se  necesitan  para  dar  cuenta  del  fundamento  de 
la  reacción  de  Pincussen;  es  el  m.ismo  que  la  de  Abderhalden.  por 
lo  que  su  práctica,  lleva  aparejada  !a  aceptación  de  los  fermentos 
específicos,  capaces  de  desdoblar  la!  moIécuJa  albumínoidea  placen- 
taria.  Habremos,  por  tanto,  de  demostrar  la  presencia  de  tal«s  fer- 
mentos, lo  que  Pincussen  consigue  íundándoíe  en  que  tal  desdo- 
Wamiínto  origina  un  aumento  notable  en  la  cantidad  de  nitrógeno 
procedente  de  la  descomposición  albumínoidea;  en  ca^o  negativo, 
no  existe  aumento  de  nitrógeno  o  es  inaigtúficante. 

Como  se  ve,  ei  fundamento  de  esta  reacción  se  reduce  a  pracr 
ticar  una  valoración  de  nitrógeno. 

Material  para  (¡fectuar  la  reacción. — Cuatro  cla-ses  de  elemer— 
toi  se  precisan  para  poner  en  práctica  la  reacción  de  Pincu'ssen : 


I.     Albúviina  placentaria. 


Se  prepara  siguiendo  la  técnica  de  Pbegl,  consistente  en  ^B 
mar  la  placenta,  quitarle  bien  los  vasos  sanguíneos,  lavarla  rq^» 
t:das  veces,  hasta  que  el  agua  qued.e  clara ;  se  tritura  y  se  vuel  ^- 
a  lavar.  L^  pulpa  resultante  se  mezcla  con  sal  aimún  en  exoe^s 
fmamente  pulverizada,  y  se  comprime  tendiendo  a  que  la  unión  - 
üiübas  materias  sea  Jo  más  íntima  posible.  Dtsipués.  se  arrastra 
sa]  por  medio  de  Isa^os  y  se  envuelve  la  masa  placentaria  en  -« 
lienza  que  se  coloca  en  agua  mantenida  largamente  en  ebullidcS 
que  coagula  parte  de  las  albúnifnas;  el  agua  hirviendü  se  recamfc^ 
a  menudo  para  eliminar  todas  las  albúminas  solubtes.  Se  exprime 
»l  lienzo  para  quitar  el  agua  y  se  termina  lavando  el  conteni- « 
nuevamente,  primero  con  alcohol,  fcego  con  alcohol-éter,  y  fir»-í= 
mente,  con  éter,  hasta  obtener  un  polvo  blanco- amarillento  formal-' 
de  finos  granitos,  que  tienen  eJ  aspecto  dt  la  arena,  constituyerm-'* 


26l  — 


fe    albúmina  placentaria.  Hasta  el  momen/to  de  usarla,  debe  conser- 
varse en  frascos  de  vidirio  henméticamiente  cerrado». 

ir.     Suero  a  investigar. 

Deben  observarse  escruptáosamente  las  reglas  de  la  asepsia  para 
ex  i:  raer  momentos  antes  de  su  uso,  y  por  punción  de  las  venas  de 
ia    flexura  dd  brazo,  lo  ó  12  c.  c.  de  sangre  de  la  paciente,  proce- 
dí Cirudo  seguidamente  a  la  centrifugación.  Preferimos  seguir  esta 
in^rrcha  a  la  sedimentación  por  reposo,  para  evitar  que  el  suero  re- 
sult>e  hemolizado,  como  ocurre  con  frecuencia  cuando  éste  se  aban- 
'^"^oxia  algún  tiempo. 

-^il.    Reactivos  puras. 

I.  Agua  diestiílada. 

^.  Solución  fisiológica:  O  Na,  siete  gramos;  agua,  i.ooo. 

3.  Toluol. 

^.  Oxido  de  hierro  dializado  (líquido). 

5.  Solución  saturada  de  sulfato  de  magnesio  purísimo,  exento 
^^     ^jmoníaco. 

'    ^.  Acido  acético  concentrado  (glacial). 

y.  Ferrocianuro  potásico  al  10  por  100. 

S.  Acido  sulfúrico  concentrado. 

^.  Sulfato  de  cobre  al  10  por  100. 

Xo.  Lejía  dte  sosa  al  33  por  100. 

X  I.  Solución  n/50  de  sosa  cáustica. 

I  2.  Solución  n/50  de  ácido  sulfúrico. 

1 3.  Solución  alcohólico-acuosa  de  heliantína. 


IX 


Material  de  laboratorio. 


-Aparte  de  lo  tisual:  matraces,  tubos  de  ensayo,  vasos  de  Er- 
^^txtiieyer,  pipetas,  buretas  de  precisión,  etc.;  es  necesario  disponer 
^^    aígunos  matracitos  de  cuello  largo  (frascos  de  Kjehldahl).  La 
^J^Jiíza  ha  de  ser,  por  lo  menos,  sensible  a)l  miligramo. 

Es  condición  indispensable  que  todo  el  material  de  vidrio  sea 
^  Jema,  que  da  garaiitía  de  resistir  la  calcinación,  evitando  la  fór- 
^"^^•cnón  de  productos  nitrogenados  que  falsearían  la  veracidad  de 
^■^^  resultados. 

y^^  Omi  el  material  adiecuaüo  se  monta  un  aparato  destilatorio  de 
'^J'Qhldahl,  dispuesto  según  indica -la  figura  que  acompaña  a  este 


■f'.'  fi  -. 


í 


I 


Técnica  de  la  reacción. — Uiia  mitad,  aproximadaimente,  del  sue- 
ro a  investigar,  se  inactiva  sraiietiéndole  durante  uua  hora  a  la  tem- 
peratura de  6o*  C. 

Se  toman  dos  tubos  de  ensayo  que  se  marcan,  el  uno  con  d 
signo  +,  y  cJ  otro  con  d  — .  En  cada  uno  de  eJIos  se  colocan  50 
injiágramos  de  albümima  pJaoentaria,  a  los  qiie  se  añade  un  ceníi- 
roetro  cúbico  de  solución  fisiológica  y  se  hace  hervir  unos  momen- 
tos, con  cuidado  para  que  no  se  proyecte  la  albúmina  placentari?. 
a!  exterior,  con  el  fin  de  sensibilizar  la  albúmina  y  de  destruir  la;, 
bacterias  qiie  pudieran  encontrarse. 

En  el  tubo  -f  se  agrega,  un  centímetro  cúIbco  del  suero  a  inves- 
tigar, no  inaotivado,  y  en  el  tubo  —  igual  cantidad  dell  suero  pre- 
viamente inactivado. 

A  la  nrezcla  de  suero  y  albúmina  placentaria,  en  cada  uno  de 
¡os  tubos,  se  aiñaden  5  c.  c.  de  solución  fisiológica  y  el  conjunto  se 
preserva  con  una  capa]  de  toluol,  que  actúa  como  desinfectante 
en  la  parte  superior  del  liquido  por  su  menor  densidad ;  para  im- 
pedir la  caida  del'  .polvo  atmosférico  deben  obturarse  los  tubos  cork^ 
iir  pelotoncito  de  algodón  esterilizado. 

Hecho  esto,  se  mantienen  ambos  durantie  veinticuatro  horas  °^. 
la  estufa,  a  uiia  temperatura  cons.tante  de  37"  C,  y  al  cabo  r*    ^ 
ruyo  tiempo  se  procede  a  las  siguiíeníes  operaciones : 

I."     Se  filtra  e!  contenido  de  cada  tubo  por  el  filtro  de  papel  m< —    ^ 

jado  en  agua  destilada,  recogiendo  ios  filtrados  en  matraces  1 ^ 

,I£rtenmeyer,  señalados  también  con  losi  signos  -f-  y  — .  La  cabic 3 

de  estos  matraces  debe  ser  de  100  c.  c.  para  que  sean  capaces  »■  ~~- 
tontener  el  agua  resultante  de  las  repetidas  lixiviaciones  a  que  ^^^ 
someterán  los  tubos  y  los  filtros  para  arrastrar  todo  el  suero  q-»  -' 
pudiese  quedar  adherido. 

2,"  A  Jos  filtrados  de  cada  matraz  se  agregan  5  c.  c.  de  óxl  «i^t 
de  hierro  dializado.  y  a  continuación  2  c.  c.  de  sulfato  de  magues  í  ■<=) 
(¡ue  precipitarán  las  albúminas. 

3.'  Se  mezcla  perfectamente,  por  agitación,  el  contenido  <Jí 
cada  matraz  y  se  llena  cada  imo  de  éstos  con  agua  destilada  haj:^'*» 
completar  los  100  c.  c.  áe  su  cabida;  se  deja  reposar  un  cuarto  *^''- 
hora  y  se  filtra  de  nuevo;  perol  ahora  por  filtro  seco,  con  lo  ci-*^^ 
quedarán  separadlas  las  albikninas  coagulables  de  las  incoagulabf-^*- 

Es  conveniente,  al  fin  de  evitar  contratiempos,  cerciorarse  *^^ 
i¡  en  el  filtrado  restan  albúminas  coagulables,  para  lo  cual  se  tonn.^'J' 
a  c.  c.  del  mismo,  a  los  que  se  adiciona  un  c.  c.  de  ácido  acéfc**^ 
y  unas  gotas  de  ferrocianurio  potásico;  si  quecían  albúminas  c^^*"^' 
fiables  se  enturbiará  el  líquido  antes  transpa.rente,  en  cuyo  c^tí^**- 
el  filtrado  se  vuelve  a  someter  a  las  manipulaciones  2.»  y  3.".  S£      *" 


-263- 

bay  entUTbiamienbo  y,  por  tanto,  no  quedan  tales  aJbúmínas 
continúan  las  (^jeradoties  de  la  reacdón. 

4.*  En  dos  frascos  de  Kjdildahl  de  cuello  largo,  asimismo 
fialadce  con  ios  signos  oomes:pondientes  +  y  — ,  se  hedían  r 
reotivamente  50  c.  c.  de  los  filtrados  obtenidos  en  la  operación  ; 


ior,  agregando  a  cada,  luio  un  c.  c.  de  ácí^io  sulfúríco  concentrado 

'o  gotas  de  la  soJudón  ée  suKato  de  cobre;  para,  regularizar  h 

iljidón  se  edian  también  varios  trocátos  de  piedra  pómez,  previa- 

ite  quemada,  para  dlestruír  la  m^eria  oi^gánica   que  pudiera 

npañarla,  Janraida  conl  agua  destilada  y  desecándola  después.  A 

■T  de  estas  precudones  y  no  ob&tante  la  liMi^tud  del  cuello  de 

matraces,  la  vio4enda  de  la  ebullición  puede  verter  parte  del 

siido,  por  lo  que  es  buena  práctica  colocar  los  matraces  en  ta- 

e  arena¡  y  vigilar  la  marcha  de  la  operadón  para.  legularizai 

ma,  hasta  haber  evaporado  a  sequedad.  Después,  no  hay  incoe- 

ite  en  dar  fu^o  fuerte  para,  cons^uir  la  caldnación,  lo  que 

locera  ciiando  no  quede  ningiin  punto  obscuro. 

Hedha  fe  caltónación,  se  retiran  los  matraces,  y  una  vez 
se  vierten  40  c.  c,  de  agua  destilada  para  disolver  Jos  nesi- 


—  264  — 

anos,  procediendo  seguidamente  a  la  valoración  del  nitrógeno  1 
el  mélodo  de  dtatilación. 

Es  útil,  para  evitar  confusiones,  practicar  primero  siei.ipre  el 
ensayo  con  ¿I  matraz  de  signo  -|-,  y  después  de  dejar  bien  limpio 
el  aparato,  pasar  a  la  determinación  del  nitrógeno  de!  tnbo  — . 

6.*  Guiándose  por  la  figura  adjiuHa,  que  représenla  e!  monta- 
je del  a'parato  destilatorio  de  Kjehldahl,  se  coinpirende  fadlmenie 
la  raardia  de  esta  operación. 

Iil  producto  resultante  de  la  calcinación,  más  el  ag;"-i  dcstibds 
añadita  últ'mamente,  se  coloca  en  d  matraz  M,  cii'.dando  Jo  qtta 
el  exti-tmo  inferior  del  tub;>  A  esté  siempre  sumer^isL-  en  el  1  ^ 
quidú.  En  el  recipiente  R  se  ponen  lo  c.  c.  de  soluci'ín  ij/,50  c^ 
ácido  iL'lfúrico,  procurando  que  éste  cobra  con  algím  exceso 
extJ-en:o  inferior  i!el  tubo  D.  Se  haoe  funcionar  H  tiomjia  ^z 
agua  í  y  por  el  embudo  A,  se  agregan  ó  c.  c.  de  lejía  de  sosa  1 
33  [.i,r  100,  con  lo  que  el  liquido  del  matraz  M  tornera  un  colc 
azul  claro.  Se  enciende  el  n-e^hero  B  y  se  mantiene  e!  liquido  e 
ebiiilJción  durante  quince  a  veinte  minutos,  reg'ilar izándola,  pvic 
de  fer  muy  tumultuosa,  el  contenido  del  matraz  puede  pa.sar  %mz 
C  y  r>  a  R. 

"ieminada  esta  operación,  se  procet!e  a  la  ti'iiíación  del  nitr¿ 
geno  c-xisteote  en  el  recipiente  R. 

7.'  Al  contenido  de  dicho  recipiente  R  se  le  ed'an  2  ó  3  g"*^ 
tas  de  la  solución  s Icohólico-acuosa  de  haliantina,  que  en  presencí 
del  ácido  dará  coloración  roja. 

Colocada  la  solución  n/so  de  sosa  en  una  bureta,  se  irá  dejand' 
c.^el■  gota  a  gota,  sobre  el  contenido  de  R,  hasta  el  instante  en  qt» 
lI  coilor  rojo  del  líquido  vine  a  amarillo,  deduciéndose  la  cantidia-t 
de  nitrógeno  por  'la  cantidad  de  sosa  gastada  para  conseguir  « 
cambio  de  coloración. 

8."  En  efecto,  el  número  de  c.  c.  de  sosa  invertida,,  indica  exaC' 
tamente  el  número  de  c.  c.  de  ácido  sulfúrico  que  quedan  librcSi 
puesto  que  ambas  soluciones  tienen  la  misma  coloración  y,  por  ello, 
lian  de  neutralizarse  a  volúmenes  iguales;  el  resto  del  ácido  sulfA 
lico  basta  completar  los  10  c.  c.  que  en  R  habíamos  colocado.  * 
encontrará  combinado  oon  el  nitr^;eno  desprendido  de  M  en  fo''' 
ira  de  amoniaco,  constituyendo  sulfato  amónico. 

Como  se  sabe  quie  cada  c.  c.  de  ácido  sulfúrico  fsolución  n/5°' 
cqtiivale  a  0,034  de  nitrógeno,  basta  multiplicar  este  factor  por  el 
número  de  c.  c.  de  ácido  sulfúrico  que  hayan  quedado  combinfl'<i*'* 
para  obtener  la  cantidad  eqmvalente  de  nStrógemo. 

Ejemplo :  Si  se  gastan  8  c.  c.  de  sosa  de  la  bureta.,  indica  1* 
de  los  10  c.  c.  de  ácido  sulfúrico  del  recipiente  R,  8  estaban  l»^??. 


—  205  — 

y  ^  combinados ;  pod:  lo  tanto,  'ia  cantildlad  de  nitróg'eno  eactótente 
en  el  matraz  M  será  igual  a  2X0,034=0,068,  el  cual  equivale  a  0,5 
c  o.  de  suero  a  investigar,  ya  quie  para  la  determinación  del  nitro* 
geno  tomamos  un  c.  c.  de  suero,  que  disolvimos  en  100  c.  c.  de  ex- 
cipieníje,  de  los  cuales  tomamos  50,  o  sea  la  mitad. 

Esta  titulación  del  nitrógeno  se  hace  en  el  contenido  de  ambos 
nisttxaoes  de  calcinación,  correspondójentes  aj  los  tubos  +  y  — .  Si 
el  sueix)  a  investigaa*  perfcenieoe  a  una  embarazada,  en  el  contenido 
<io  dtí  matraz  +  (tubo  de  suero  no  inactivado)  habrá  el  nitrógeno 
que  corresponde  a  todo  suero  más  el  consecuitivo  a  la  desintegra- 
ción de  la  molécula  albuminoidiea  piaoentaria,  mientras  que  en  el 
contenido  del  matraz  —  (tubo  testigo),  por  estar  el  suero  inactá- 
V  ado,  sólo  se  encontrará  el  nitrógeno  propio  de  todo  suero,  habien- 
do, por  tanto,  una  marcada  diferencia  entre  la  cantidad  de  nitrógeno 
«lie  existe  en  amibos  conjfcenidos,  diferencia  que  no  existirá  o  que  sc- 
f  a  insignificante  a  favor  de  cualquiera  die  ellos  si  el  suero  no  es  de 
embarazada ;  pues  entonces,  en  el  majtraz  +  no  exiistirá  el  nitrógeno 
correspondiente  a  la  desintegración  de  la  molécula  albuminoidea, 
ya  que  ésta  no  se  habrá  desintegrado. 

En  consecuencia,  la  reacción  sie  reduce  a  valorar  el  nitrógeno 
^e  ambos  matraces  y  apreciar  la  diferencia  entre  ellos.  Si  ésta  es 
de  más  de  100  miligramos  por  cada  100  c.  c.  de  su'ero  a  favor  del 
+.  la  reacción  es  positiva:  si  la  diferencia  es  menor  o  nula,  o  por 
Pequeños  defectos  de  técnica  es  ligeramente  favorable  al  matraz  — , 
*^  reacción  será  negativa. 

Ejemplo:  Supóngase  que  al  valorar  el  nitrógeno  del  matraz  4- 
S^^stamos  8,5  c.  c.  de  sosa;  quedam,  pues,  combinados  1,5  c.  c.  del 
«cido  sulfúrico,  equivalentes  a  0,5  c.  c.  de  suero,  o  sea,  que  en 
^00  c.  c.  de  ésttie  habrá  10,20  gramos  de  nitrógeno.  Si  en  la  valo- 
ración del  contenido  del  matraz  —  hemos  invertido  9  c.  c.  de  sosa, 
Rueda  im  c.  c.  combinado,  equivalente  a  medSo  c.  c.  de  suero :  o  sea, 
^^e  en  100  c.  c.  de  éste  habrá  6,80  gramos.  Luego  se  tendrá : 

Nitrógeno   del   matraz  +  =  10,20  grs.   por   100  c.   c.   de   suero. 
Nitrógeno   del   matraz  —  =   6,80  grs.   por   100  c.   c.   de  suero. 

Diferencia 3,40    grs.    Reacción    positiva. 


.1 


RESULTADOS 

i     í     'A 


4.  Obdulia    Rodrlsuci. 

5.  Candelas    Binsvenle. 

6.  Luisa   Miranda. 
f.  Filar    López. 

8.  Jeniaa   Pacheto. 

9.  Uanina   GonzUei. 

IB.  Antonia   Esteban. 

II.  Vicenta    Llopií. 

II.  Cruz  Gallega. 

I].  Carmen  Martin. 

14.  Mcrcedea    Alpresa. 


1 8.  Prudencia    Ramiro. 

19.  Elena    Minio. 

js.  Nalividad   Montes. 

ji.  Fulsencia    Arrale. 

ti.  Carolina    Msrtineí 

»3,  Tomasa    Hemíndc 

34.  Victorina    Gsrcli. 


Id.    id.  6 

Id.    id.  3,40  3,04 

Id.    id.  8, 16  e.So 

8    meses.  8,84  8.tS 

a8    diku.  ÍAS  J.43 


|iS    días.        S,44 
Nada   geid- 


Id.  8  meess.  6,45  S.oo 
Id.  7  meses.  7.'4  6.56 
Id.  8  meses.      6,So     6,11 


o,Sa   Fositira     Embaruo  9  n 


Id.  id. 
Id.  id. 
Id.  id. 

Embaraio  8  rs 

Puerperio. 


í,]o        13-         Confimáda 
■nillsia. 

i^a       Id.         Confirmada  m 

I. II        Id,  No    nudo    e= 


6  Negatira  tSuitr     non* 

8  Poiitin  H,     ,e     frv 

o  NeialiT.  p„e^rio- 

o  PoaiUva  E„,,„,„  ^    1 


(7.     ConsUncii    r»iniilei. 
tí,     Manuela    Ortir. 
ig.     Micnela    Méndrt, 


Id.     3    »«'■ 
Id.    9    B»«* 

Caieinon» 


1,84       Id.        Embano»  tf 


Canneo    RíTuelU. 
Ifaríi  Peinador. 

E«     mujer 

normal.         S,9 
E  m  b  araro 
7    metes.       9.' 

Amparo    Avi1«s. 
Orosia    Hodrlgnci. 
María   Soler. 
Greíoria  Llórente. 

Asunci&n    Navarro. 

Pilar    Echerarria. 

Id.  9  meses.     7,W 
Id.  S  meses.    lO.BS 
Id.  8  meses.      7.48 
Puírpera  de 

ao    dUs.        6,iQ 
Mujer  ñor- 

mal.            5.1' 

^jVl^"     8.56 

.       DamUna  Villar. 

3  meses        ?.«« 
Id.    .    mes.      7A« 

Antonia    Uuñoi. 
Concha    Pérei. 

-       Presentación     Fernán. 

Id.  8  mese,.     8.48 

.       Aurelia   Martin. 

Id.  3  meses.      9.S 

-       Sosa   Tejero. 

.       Loten»   Cafiiiareí. 

Id.  6  meses.    .0.88 

Id.   B  dias.      S.i 

Joj  Negativa     Am< 


Confirmada  a  los 
30  dias. 


Brigida   Suirei. 


Haría   Viiqnet. 

Id.  9  meses. 

6.06     s 

96         '. 

0        "■■          Embaraiü  9 

María   Montero. 
Teodora    Mufioi. 

Retraso     17 

dias. 
E  m  b  araio 

4.76     5 
10,40     8, 

4*     —0.6 
(6         I.+ 

Concepción   Iiquierdo. 

Concepción    Aragonés. 
Josefa   Pescador. 


Euslaqoia    Candelas 
Carlota   Segura. 
KitÍTidad    Porrero. 


Kada     anormal. 
Embarazo  S  mc- 


>  se  hiio  ani- 


S  días. 
Embara 
7  mese 
E  m  b  ara 


a  n  atomopatotó- 


—  268  — 

Estos  son  los  resultados  que  la  reacción  de  Pinycussd 
proporcionado  desde  el  momento  en  que  hemos  creído  di 
tecii'ica. 

De  estos  6i  casos  sacamos  las  siguientes  conclusionb 

I."  La  reacción  de  Pincussen,  basada  en  la  de  Abd 
li  aventaja  en  sencillez. 

2.'     En  todos  los  casos  de  embarazo  ha  sido  positiva». 

3."  La  intensidad  de  la  reacción  no  guariía  paridad  cOi 
cel  embarazo. 

4."     Durante  el  puerperio  la  reacdón  es  negativa. 

5.*     Ha  sido  positiva  en  todos  los  casos  de  carcdnoma,' 

6."  En  las  enfermas  no  embarazadas  y  no  caxcimocn 
rracdón  ha  sido  negativa. 

7.»  La  reacción  resultó  positiva  en  dos  casos  de  mera 
ríes.  ' 

8."  El  resulíado  positivo  en  los  casos  de  epitelioima, 
especificidad  a  la  reaccióm,  corrobora  el  desprendimiento 
lancias  nitrogenadas  en  e!  embarazo. 

9."  De  acuerdo  con  estos  resultadas  creemos  no  agd 
este  tema,  opinando  debe  s^fuirse  eneayando,  concediéndóí 
sitleración  que  por  su  carácter  de  precoz  merece.  " 

REACCIÓN  DE  FLORIDZINA. 

Otro  de  las  reacciones  biológicas  que  se  lian  emplead? 
diagnóstico  de!  embarazo,  es  la  pnieba  de  la  floridzina.  qi* 
ra  una  glucosuria  de  origen  renal.  Sabido  es  que,  si  inyec!( 
medio  a  un  centigramo  de  floridzina.  intramusoularmenl 
hombre  sano,  se  inicia  la  glucosuria  dentro  de  los  diez 
minutos  primeros  que  subsiguen  a  la  inyección,  propiedai 
emplea  para,  ver  el  estado  de  íundomalismo  renal;  lo  qi 
sabe  de  una  manera  cierta  es  si  la  floridiina  actúa  sobre 
glomierular  o  sobre  el  epitelio  de  los  tubos. 

Estas  propiedades  se  han  aplicado  para  el  diagnóstico 
baiazo,  fundadas  en  que,  con  cantidades  inferiores  a 
empliean  para  investigar  el  funcionalismo  renal,  y  que  en 
dúo  normal  no  llegaría  a  producir  la  gilucosuria,  en  las 
c'a  lugar  a  una  diabetes  florídzínica  transitoria;  la  dosis' 
es  de  0,0025  miligramos.  La  floridzina  empleada  en  nm 
periencias  es  la  conocida  con  el  nombre  comercial  de  "S 

EJ  madus  operandt  es  el  siguiente :  Por  la  mañana, 
sm  que  la  presunta  embarazada  baya  tomado  alguna   sU 
tomo  cloroformo,  extracto  de  glándulas  suprarrenales,  » 


—  269  — 

<áHco,  etc.,  qiie  puieden  prodiicir  en  presencia  de  la  f  loridzina  una 
glijjcosuria  y  deducir  resultados  falsos),   se  apUca  un  oentámetro 
cúI>ico  de  *'Matuiriin";  después  se  la  hace  beber  5  c.  c.  de  agua, 
<:a.f  é  o  te  sin  azúcar,  y  se  recoge  orina;  a  la  media  hora  se  vuelve 
A   riecoger  y  se  la  hace  imgerir  otra  tanta  cantidad  de  líquido;  ope- 
raíciiones  que  se  repiten  después  de  transcurrida  media  hora,  y  a  la 
OcT^  inedia  hora  se  hace  orinar  nuevamente  a  la  enferma;  de  ma- 
nera que  tenemos  cuatro  recogidas  de  orina :  una  primera  inmedia- 
tamiente  después  dle  poner  la  inyección,  que  nos  sirve  para  demos- 
trar la  no  presencia  de  azúcar  en  la  orina,  y  si  la  hubiera,  de  nada 
serviría  el  experiimento;  cuaindldl  en  ima  de  las  tres  recogidas  res- 
tantes se  demuestra  la  presencia  dé  glucosa,  la  reacción  es  positi- 
va, la  ge»taciánj  existe. 

Para  la  diemositración  die  la  glucosa  emplfeamos  el  reactivo  de 
Nylander  (en  algunos  casos  también  se  empleó  el  de  Fehling); 
esta,  reacción,  después  dlel-  tercer  mes  de  embarazo,  no  suele  pre- 
sentarse ;  mas  en  algunos  casos  es  positiva  como  ocurrió  en  imo  de 
'os   nuestros. 

Expondremos  ligeramente  algimos  de  los  casos  observados  cuyas 
íii&torias  clínicais  detalladas  poseemols : 

I.**  Leonor  Priesca. — Ha  temido  im  hijo  y  un  aborto  de  seis  me- 
ses -  tiene  un  netrasso  de  diooe  días;  resultó  negativa.  Después  dé 
pasados  veintiún  días  tuvo  h.  menstruación  normalmente;  a  loe> 
fr^nta  y  dos  días  fué  reconocida  confirmándose  la  ausencia  de  ges- 
ta<:dón.  ; 

2.**  Josefa  Sánchez. — ^¿Un  mes?  Negativa.  Comprobada  la  no 
¿'^starión-,  por  tacto,  a  los  veintiún  días. 

3.**  Remediios  Soria. — Ha  tenido  dtus  partos  bien ;  se  sospecha 
^^^«tadón  de  quince  días.  Posíiitiva  intensa  en  las  dbs  primeras  reco- 
S^<3fas.  Comprobada  fe  gestadón  a  los  cuarenta  días. 

4.**  Máxima  de  Bodas. — ¿  Gestación  de  un  mes  ?  Resultó  negati- 
"*^-  A  los  tres  meses  se  presenta  estanido  embarazada. 

5.**  Balbina  Sdmoza. — ^¿Gestación  de  tres  semanas?  Positiva  in- 
^^^^x^a  en  las  tres  receñidas ;  ratificada  a  los  quince  días. 

6."  Josefa  Veritn,  cuarenta  años. — ^Hoi  tenido  cuatro  partos  y 
*^^^^^  abortos;  probabfe  gestación  die  cinco  a  sds  semanas.  Franca- 
*^^aite  positiva.  Confirmada  a  los  quincfe  días  por  tacto. 

7'^  Pilar  Irar,  multípara. — Cinco  partos  y  un  aborto  de  cuatro 
^^•^865.  ¿  Gestación  de  sds  semanas  ?  Negativa.  No  se  pudo  compro- 
•^^T  posteriormlente. 

8.'  Teresa  Martíin.~¿ Gestadón  de  dos  meses?  Negativa.  Esta 
"^^íerma  tierae  a  los  pocos  días  una  pequeña  reacción  peritonieal; 
^  fe  haicie  'la  historia  mmudosamenite  y  cuenta  que  hace  como  unos 


i 


1  tenido  unas  metrorragias  como  sí  hulaase 
por  palpación  se  nota  una  tumoración  anexial  en  e!  lado  de 
dígnosticándose  de  embarazo  extrauterino ;  una  laparatomia 
por  palpación  se  nota  una  tumoración  anexial  en  el  lado  da 
Si  la  reacción  no  resultó  positiva,  es  porque  hemos  de  admit 
el  fruto  de  la  concepción  estaba  muerto,  y  eai  esos  casos  no 
di  ice  la  reacción. 

9."  Adela  Chidiarro. — ¿Gestadón  de  dos  meses?  Negatí- 
raíificada  a  los  veintiséis  días,  apredámlose  por  palpación  un 
te  del  ovario  izquierdo  del  tamaño  de  mía  naranja. 

10  Carmen  Costa. — ¿Embarazo!  de  dos  meses?  Positiva, 
probada  a  los  veinte  días.  (Esta  enferma  era  especifica). 

11  Benita  García. — ^Ameiiorrea,  de  dos  meses,  pero  coincií 
con  el  período  echa  aÜgunas  gotas  de  sangre.  Resultó  negativai' 
veinte  días  se  comprueba  que  no  está  embarazada.  1 

12  Eleuteria  Arenas.— ¿ Gestación  de  dos  semanas?  Esta  I 
ma  fué  opemada  hace  un  año  de  un  embarazo  extrauterino;  1 
nido  seis  partOiS.  Francamente  positiva.  No  se  pudo  comprobé 
tcriormente. 

1^  Manuda  Paris. — Gestadón  de  dos  meses;  multípara.  ] 
mente  positiva.  Comprobada  a  los  dos  meses  la  gestadón. 

14  Fulgencia  Pastor. — ¿Gestadón  eotópica  con  accidente?  j 
tíva ;  una  laparotomía  nos  demostró  la  presenda  de  un  hidrosá 

15  Elvira  Heriímz. — ^¿Gestadón  de  diez  semanas?  Ne| 
N«'  se  pudo  seguir  el  curso  de  esta  enferma. 

16  Eusebia  Oller,— Ha  tenido  cuatro  partos ;  sa  cree  qui 
anbarazada  de  dos  meses ;  tíene  molestias  para  orinar.  Se  día 
tica  gestaarái  de  dos  meses  y  útero  incarcerado.  La  reacdón 
tó  positi\'a;  débil  la  segunda  recf^da.  Comprobada  por  lap 
mía  la  gestadón. 

17  Josefa  Dumonit,  cuarenta  años. — Ha  tenido  ocho  paj 
cinco  abortos.  ¿Gestadón  de  dos  meses?  Negativa.  Comprobi 
no  gestadón  posteriormente. 

18  Maria  iTuoste.  primípara. — ¿  Gestadón  de  dos  meses?  á 
¡ledia  que  abortó,  mas  el  úDero  está  grande.  Negativa.  Pos( 
mente  se  apredó  que  había  abortado. 

20  P.  E. — Esta  enferma,  después  de  diez  años  de  matrin 
con  vehementes  deseos  de  temer  hijos  y  sin  conseguirlo,  (iem 
falta ;  cuando  se  hizo  la  reacción  se  suponía  una  gestación  á 
semanas,  resultando  positiva  déMl;  al  hacer  mes  y  medio  a 
siendo  el  feto  pequeño,  de  aspecto  como  si  huliiese  estado  tt 
algún  tiempo,  pues  no  correspondía  al  tamaño  de  tres  meses] 


—  271  — 

21  Candelas  Füfcnidb. — ^¿Gestación  de  dos  meses?  Débilmente 
positi»va»  Comprobada  después. 

22  Felisa  Iglesáas. — ^¿Gestación  de  dos  semaaias?  N^;!ativa.  Re- 
traso die  veintíciinioo  dias. 

^3  Manuela  López,  veintiún  años,  multípara. — ^¿Gestación  <íe 
ír^s  meses?  Francamente  posditivia.  Confirmada  a  los  quince  óhs/ 
24  Manuela  de  Dios. — ^¿Embarazo  de  cinco  meses?  No  dio  re- 
acoión  con  la  ílorid!ziina.  Está  embarazada. 

^5  Ramona  Martín. — ^Embarazo  dle  cuatro  y  medio  meses.  Posi- 
tiva en  las  dos  primenas  reoogidas. 

^6  Ascensión  Giméniez,  cincuenta  años. — 'Enfenna  en  la  que  se' 
hi^o  la  reacción  teniendo  s^^uridlad  die  la  no  gestación ;  dio  resulta- 
*íí>  negativo. 

2y  Celia  X. — ^Enferma  como  la  anterior,  dando  resultado  nega- 
ti-vo. 

28  Avelina  Sánchez. — ^¿Embarazo  dle  dios  y  medio  meses?  P€>- 
siti-va  en  la  primena  y  segunda  iieoogida.  Comprobada  a  l5s  cuatro 
y   Unieidió  meses. 

♦  ♦  ♦ 

De  los  casos  pnecedientes,  ligeramente  reseñados,  se  pueden  sa- 
^^^r  algunas  cansecuiendas. 

La  reacción  se  puede  priesentar  después  del  tercer  mes  de  emba- 
razo, si  bien  esto  no  es  lo  oonrionitJe;  cuando  es  positiva  la  reacción 
Fodetnos  asegurar  la  exisitenda  de  gestación ;  pero  si  nos  da  ntega- 
ti^^s,  no  podemoal  n^ar  la  existencia  del  embarazo,  pues,  a  pesar 
d'e    su  negatividlad,  pu^ede  existir  el  embarazo. 

El  mecanismo,  en  virtud  del  cual  se  produce  esta  glucosuria,  nó 
^tá  bien  determinado;  la  mayoría  die  los  autores  admiten. la  influen- 
cia dd  huevo.  Contra  esta  oponión  está  Küstner^  que  admite  qufe 
'3  diabetes  es  producida  por  el  cuerpo  amarillo  de  la  gestación. 

REACCIÓN  NOVOCAINO-FORMALÍNICA 

Costa,  en  d  año  1923,  dio  a  oonooer  esta  reacción,  que  no  tiene 
''^ráotter  específico,  pues  se  presenta  en  todos  los  estados  iiifectivos. 

La  reacción  es  la  siguiente:  La  novocaína  (clorhidrato),  viene 
^''Suelta  en  soíudón  fisiológica,  ein  la  pfroporciórt  del  2  por  100.  Se 
*pnia  de  ésta  1,5  c.  c.  en  un  tubo  <Ie  ensayo  y  se  agregan  tres  gotas 
'^e  solución  de  citrato  de  sosa  al  5  por  ico,  y  se  dejan  caer  en  el 
m  •  ^  «nsayo  así  preparado,  tres  gotas  de  sangre  s'acadas  'del  pvl- 
P^Jo  4si  dedo  dle  la  embarazada ;  sie  agita  iiepetidamente  él  tubo  de 


%■ 


Qtssiyo  para  hacer  que  la  sangre  se  difunda  uniforlti 
liquido,  y  eaitonoes  se  centrifuga  hasta  que  todos  los  glóbulos 
al  fondo  del  tubo  y  la  ¡parte  superior  quede  traiisparente  (.3* 
tanUbién  no  centrifugar  y  hacer  que  si'e  sedimente  tenbendo  i 
de  ensayo  en  reposo,  en  ambiente  fresco,  durante  seis  u  ocho  1 
üllimamente  se  agrega  una  gota,  de  fomiulina  pura. 

Cuando  la  reacción  es  positiva,  se  forma  en  quuice  miini4 
precipitado  biJen  apreoiable  en  ia  mitad  inferior  del  tuto,  gris  o 
amarillento,  reacción  que,  con  el  tiempo,  se  intensifica  hasta 
ijiar  un  polvo  blanco,  o  bien  se  retrae  formando  como  copos  (f 
ladones) ;  después  de  los  quince  minutos  se  forma  unai  nube 
constantemente  en  toda^  las  pruebas;  para  tener  una  direodó 
la  reacción  es  necesario  contar  el  tiempo  que  media  entre  la  i 
nucción  en  la  probeta  de  la  formaiina  y  la  aparición  de  la  reací 
a  la  substandia  que  precipita,  la  llama  el  autor  "substanci; 
defensa". 

Este  ensayo  lo  emplea  Costa,  especialmente  para  determin! 
estado  de  reacción  del  organismo  a  todas  las  infecciones ;  en  el 
barazo  (admitiendo  él  que  es  un  estado  tóxico)  se  presenta  des 
del  tercer  mes. 

Nosotros  hemos  emipleado  este  procedimiento  en  unos  18 
casos,  habiendo  visto,  efectávamenite,  comprobadas  todas  lafl 
dusiones  de  Costa,-  pero  hemos  de  comprender  que,  no  presM 
(lose  esta  reacción  hasta  de&pués  del  tercer  mes.  y  siendo  pre 
mente  en'  los  tres  primeros  meses  cuomdo  más  necesario  es  d» 
minar  la  existencia  de  la  gestación  por  medios  biológicos  (pues 
los  físicos  es  más  difícil,  em  esa  época  de!  erñbarazo,  predsaa 
unido  todo  ello  a  la  falta  de  especificidad,  ya  que  se  manifiest: 
todas  las  infecciones,  resulta  sin  valor  diagnóstico  al  objeto  de 
írataimos,  por  lo  cual  no  oreemos  deba  prea>nizarse  la  reaccióa 
voaaino-fonmaJinica  para  eJ  diagnóstico  precoz  del  embarai 

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■^'  - 


—  273  — 


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^^erschaft  Zent.  f,  Gyn.,  pág.  260,  1923. 


PhkT' 


.,iri^ 


LEYES  GENERALES    DE   LA    ACCIÓN   DE    LAS  SUBSTANCIA 
HAROOTICAS 


Prof.  Straub. 


4 


En  la  primera  conferencia  hemos  caracterizado  la  especÍÍ»-<^* 
dad  de  las  reacciones  farmacológicas  como  una  consecuencia  de  ** 
especificidad  de  !a  repartición.  Esta  ,vez  queremos  ocuparnos  ^d^' 
problema  de  la  repartición  específica  en  el  sistema  nervioso  c^^O" 
tral  de  las  substancias  narcóticas. 

Consideremos  en  primer  término  la  acción  clásica  del  do-^^o 
formo  o  del  éter  en  la  narcosis  general.  De  esta  narcosis  ÍntetT*e- 
sa  al  médico  en  la  práctica  únicamente  el  estadio  final,  es  de-*3ir, 
el  momento  en  que  puede  utilizar  el  bisturí  sin  que  el  pacietute 
lo  perciba  y  sin  que  se  produzcan  reflejos  perturbadores.  Pero  *^" 
el  análisis  experimental  farmacolé^co  nos  interesa  todo  e!  p»^*^ 
ceso,  a  fin  de  poder  comprender  mudios  detalles,  y  por  eso  wrxss- 
cotizamos  con  mucha  mayor  lentitud. 

Si  colocamos  un  cobaya  hajo  una  campana  de  cristal  y  h.^ttX~ 
nios  pasar  por  esta  campana  una  corriente  de  aire  que  pre"Vi3" 
mente  ha  sido  pasada  por  un  frasco  que  contiene  éter,  vanos  «ju^ 
bajo  )a  acción  de  los  vapores  de  este  narcótico  el  animal  presen- 
ta sucesivamiente  los  siguientes   fenómenos : 

1.  El  animal  se  exdta,  se  lame  las  manos  continuamente,  **■' 
trando  más  tarde  en  un  período  de  reposo  y  cesando  en  sus  i""" 
V  imlentos. 

2.  Al  seguir  la  narcosis,  el  animal  se  siente  tranquilo,  cic^^ 
ios  ojos,  baja  la  cabeza  y  duerme,  pero  con  un  sueño  del  qu^  ^ 
puede  despertar  fácilmente  golpeando  la  campana,  para  volver  a 
dormirse  inmediatamente. 

3.  Poco  después  pierde  el  animal  el  equilibrio,  cayéndose  ^ 


—  275  — 

los  lados  e  intentando  corr^ir  en  un  principio  su  posición, 

ta  que 

4.  Desaparecen  totalmente  los  reflejos  de  posición,  reposan- 
el  animal  sobre  el  costado.  La  respiración  y  los  movimientos 
liacos  son  atm  normales,  hasta  que 

5.  Cesan  éstos  y  el  animal  muere. 

El  análisis  fisiológico  nos  dice: 

Estadio,  I. — ^Excitación  de  la  corteza  cerebral  o  de  las  vías  át 
riación. 

2. — Parálisis  de  la  corteza  cerebral  o  de  la  zona  de  la  con- 
cia. 

3. — Parálisis  de  los  tuberculosos  cuadrigéminos  y  de  la  zona 
sistema  nervioso  que  rige  el  sentido  de  la  posición. 
4. — Parálisis  de  la  medula  espinal,  y 
5. — Parálisis  del  centro  respiratorio. 

Así  se  determina  y  fija  la  repartición  sucesiva  del  éter  topo- 
Rea  y  materialmente  en  el  sistema  nervioso  central.  Del  mismo 
Usis  deducimos  que  la  sensibilidad  del  sistema  nervioso  aumen- 
^radualmente  de  i  a  5. 

El  análisis  químico  nos  dice  que  en  todas  las  regiones  de  sis- 
•a  nervioso  central  se  ha  acumulado  el  éter,  pero  principalmen- 
tn  el  centro  respiratorio  si  la  narcosis  ha  llegado  a  producir  la 
erté.  Dicho  análisis  nos  indica»,  tamíbién  que  en  d  sistema  ner- 
3  o  central  existe  una  concentración  de  éter  superior,  por  ejem- 
,  a  la  que  existe  en  la  sangre,  la  cual,  desde  los  pulmones,  la 
nsporta  a  todo  el  organismo.  También  los  músculos  y  las  glán- 
as  contienen,  aun  en  el  período  de  narcosis  más  profunda,  muy 
-o  éter. 

El  cirujano  sabe  que  mediante  una  narcosis  debidamente  hecha, 
^e  mantener  al  paciente  durante  tanto  tiempo  como  quiera  en 
^tadio  4.  Taimbién  nosotros  podemos  mostrar  que  todo  estadio 
ede  prolongarse  en  su  duración  a  voluntad  si,  por  ejemplo,  la 
^riente  de  aire  saturado  con  vapores  de  éter,  que  hacemos  pasar 
jo  la  campana  del  animal  es  tan  débil  como  correspondería  a 
^a  una  de  las  concentraciones  correspondientes  a  los  distintos  es- 
tíos. Y  asi,  a  pesar  de  haber  hecho  consumir  al  animajl  hasta  cierv- 
=*  de  c.  c.  de  éter,  permanecería  invariablemente  en  su  estadio.  Es- 

^os  índica  que  a  cada  concentración  dé  los  vapores  de  éter  co- 
^sponde  un  estadio  distinto  de  narcosis. 

Esta  relatividad  de  los  fenómenos  se  hace  aún  más  ostensible 


-S76- 

sí  en  li^r  de  dejar  pasar  los  vapores  de  éter,  establecemos 
positivo  semejante  a  la  que  hace  muchos  años  utilizó  Paul  Ber- — - 
eii  París  para  estudiar  las  leyes  de  la  narcosis,  Paul  Bert  utilÍ7_^r? 
aparatos  muy  complicados  y  animales  grandes,  como  perros ;  per-r=a 
nosotros  lo  haremos  de  manera  más  sencilla. 

Para  ello  utilizamos  tres  frascos  de  cristal  susceptibles  de  s^^ 
cerrados  herméticamente  y  con  una  cabitla  cada  uno  de  2,5  litro^^.r 
Cada  frasco  tiene  en  su  tapón  una  pequeña  abertura  que  cerram^^^ 
lierméticamente ;  el  ratón  puede  vivir  con  el  aire  contenido  en 
frasco  unas  ocho  horas.  Por  lo  tanto,  los  fenómenos  que  ohs<=^- 
vemos  en  los  pocos  minutos  que  dura  la  experiencia  podemos  ct^^  - 
siderarlos  como  sucedidos  en  un  animal  normal. 

En  el  frasco  i  inyectamos  0,2  c.  c.  de  éter;  en  el  frasco  2,  *      — 
c.  c.  de  éter,  y  en  cada  frasca  colocamos  un  ratón.  Entonces  czz»- 
síTvamos  que  el  colocado  en  el  frasco  l,  únicamente  ilega  al  es.  "«^ 
dio  de  excitación ;  mientras  que  el  colocado  en  el  2  cae  en  una  n  j=» 
cosis  profunda.  Y  ambos  animales  'permanecen  en  su  respectivo    ^^rí 
Isdio  todo  el  tiempo  que  dura  la  observación.  De  aquí  se  ded.i_»«i 
que  el  grado  de  la  narcosis  depende  de  la  concentración  de  los   "v-ia- 
pores  del  narcótico  y  no  de  la  cantidad  absoluta  de  éste.  Esto  pii.^<Je 
comprobarse  por  otro  disipositivo  experimental.   Si  lo  que  deci<3e 
tie  la  profundidad  de  la  narcosis   fuese  la  cantidad  absolutaj     <3e 
narcótico  tendría  que  poderse  observar  un  cierto  consumo  de  éste 
o,  en  otro  caso,  que  la  concentración  límite  para  poder  narcotizar 
profundamente  un  ratón  (esto  es,  0,4  c.  c.  de  éter  en  2.500  Je  aire) 
ao  podría  ser  la  misma  que  la  necesaria  para  producir  el  mistno 
grado  de  narcosis  en  mudios  ratones. 

Si  en  el  irasco  3  colocamos  diez  ratones  e  inyectamos  la  con- 
centración limite  de  0,4  c.  c  de  éíer  observamos  que  los  diez  r^' 
tones  caen  con  igual  rapidez  en  el  mismo  grado  de  narcosis,  corno 
habíamos  observado  primeramente  con  un  solo  ratón.  De  aquí  ^^ 
deduce  que,  durante  la  narcosis,  no  existe  ningún  consumo  medit>^^ 
de  narcótico  o  que  entre  el  sistema  nervioso  centra!  y  el  aire  ex^tf 
rior  se  establece  un  equilibrio  para  cada  concentración  del  narcót'" 
co  en  el  aire  que  se  respira  y  sin  que  esto  influya  perceptiblemei'-*^ 
sobre  la  concentración  del  narcótico  en  el  aire. 

Estas  observaciones  tienen  muolias  consecuencias  prácticas,  p*^' 
ejemplo,  que  en  ^^  caso  de  una  muerte  por  narcosis  no  debe  arg^" 
mentarse  contra  el  cloroformizador  que  haya  empleado  mudio  dt^ 
roformo,  sino  que  depende  dd  tiem,po  en  que  se  ha  consumido-  ~° 
puede,  por  ejemplo,  produdr  la  muerte  de  una  persona  con  5  c.  c  ^^ 
cloroformo  dados  en  poco  tiempo,  mientras  que  con  50  c.  c.  da^"* 
más  cspaciadamente,  puede  no  It^jrarse  narcosis  alguna. 


—  277  — 

Si  en  la  narcosis  no  puede  realizarse  un  consumo  anormal,  puede, 
ra  embargo,  realizarse  una  anormal  repartición. 

El  análisis  químico  nos  exp-lica  esto  fácilmente.  Si  tomamos  un 
::iimal  en  el  cual  se  ha  logrado  la  narcosis  profunda  y  analizamos 
1  sistema  nervioso  central  y  su  sangre,  observamos  que  las  con- 
-ntraciones  de  cloroformo  son  las  siguientes: 

>  ucentración  de  cloroformo  en  el  aire 0,004  por  100 

—  —         —  en  la  sangre    0,02      —     — 

—  —         —  en  el  cerebro .    0,04     —    — 

Por  lo  tanto,  el  equili6rio  se  alcanza  cuando  las  concentraciones 
si  narcótico  en  la  sangre  y  en  el  cerebro  son  respectivamente  cin- 
:>  y  diez  veces  superiores  a  las  que  existen  en  el  aire  que  se  res- 
►iira;  es  decir,  que  la  especificidad  del  cerebro  para  el  narcótico  es 
■eaJmente  ima  esjpedfioidad  de  repartición  con  acumulación. 

Esto  parece  estar  en  contraposición  con  lo  observado  anterior- 

ícnte  en  la  experiencia  de  los  diez  ratones.  Pero  esto  es  sólo  apa- 

ente,  puesto  que  las  cantidades  absolutas  que  existen  de  cloroformo 

^  eJ  ratón  son  alrededor  de  0,0004  gramos  en  la  sangre,  0,002  gra- 

i*os  en  todo  el  encéfalo,  cantidad  total  que,  en  relación  con  la  de 

»i  de  cloroformo  en  2,500  c  c.  de  aire  carecen  de  toda  importan- 
ia. 

Nuestro  dispositivo  experimental  sencillo  nos  hace  tsutnbién  pcsi- 
*^  <*xpresar  en  cifras  la  llamada  fuerza  narcótica.  Si,  por  ejemplpi, 
^terminamos  las  concentraciones  narcotizantes  límite  de  dos  na»-- 
^^cos  que  queremos  comparar  como  el  éter  y  el  cloroformo,  en- 
ristramos que,  bajo  las  misma^  condiciones,  0,4  c.  c.  de  éter  equi- 
^[en  a  0,1  c.  c.  de  cloroformo;  es  decir,  que  éste  es  cuatro  veces 
^^s  activo  que  el  éter. 

Finalmente  podemos  demostrar  también  muy  bien  la  importancia 
^  la-s  grasas  para  !a  narcosis.  Como  és  sabido  se  quiere  explicar 
^  "especificidad  de  la  acción  de  los  narcóticos  sobre  el  cerebro  ad- 
"^^tiendo  que  der<ende  de  la  riqueza  notable  del  cerebro  en  grasa., 
^r'fn'o  €s  In  íecitina  que  se  encuentra  en  un  grado  de  alta  dispersión. 
'^^  lípo'des  condicionan  una  disolución  del  narcótico  fácil  en  el 
^^bro.  Como  oonítrprueba  podemos  hacer  un  experimento  que  es 
^ÍTnente  la  inversión  del  proceso. 

Si  colocamos  un  ratón  en  uno  de  los  anteriores  frascos  y  agre- 

•^^nos  la  cantidad  narcotizante  límite  (0,1  c.  c.)  de  cloroformo,  el 

toTí  cae  en  pocos  minutos  en  una  narcosis  profunda  por  haberse 

■^^ucido  el  antes  citado  equilibrio:  concentración  en  eli  aire,  con- 

'^tradón  en  la  sangre,  concentración  en  el  cerebro.  Si  intentamos 


w 


Ilota  alterar  !a  conceiiitracióa  exterior  para  despertajr  a!  animal,  po- 
demos logrorfo  destapando  el  frasco  y  dando  entrada  al  air«  puro, 
con  lo  cual  pasa  a  la  rn-vensa  el  cloroÉormo  desde  el  cerebro  a  b. 
sangre  y  de  ésta  al  aire,  con  lo  que  el  animal  se  despierta.  Todo 
esto  es  lógico  y  nlatural;  pero  si  queremos  modificar  el  antes  cita- 
do equilibrio  sin  abrir  el  frasco,  nos  basta  con  introducir  en  el 
sistema  una  tal  cantidad  de  substancias  de  naturaleza  lipoide  conxw 
10  c.  c.  de  aceite  de  oliva  que  disuelven  ell  cloroformo)  que  existe 
en  el  aire  contiemido  en  el  fitisco,  alterando  de  esta  manera  el  equi- 
librio y  provocando  la  sensación  de  la  narcosis  sin  necesidad  d*- 
tfi;e  hayamos  tenido  que  renovar  d  aire. 


1 


Hemos  dtaidí»  en  un  comsieaizo  que,  mediante  una  determinaciz^&i 
concentración  podiemías  logrür  maaitener  cada  estadio  de  la  narc — ;■«=>■ 
sis  de  ima  manera  duradera.  Enitne  los  diferentes  estadios  de  3a 

narcosis  nos  interesa  principalmente  el  estadio  semejante  aJ  sue^^no 
normal.  Esta  especie  dte  sueño  provocado  hería  muy  útil  en  terapéu^  ^tra- 
ca ;  pero  no»  es  posiMe  reaflizairlo  porque  entooces,  para  lograr  manr^tj^- 
ner  con  cloroformo  el  sueño  de  una  persona  sería  neceisario  que  l^»-"»-^- 
b:ese  constantemiente  a  su  lado  otra,  desipierta.  que  cuidase  -^Je 
mantieiiea"  la  naircosis  en  la  profundidad  conveniente.   Por  eso  -s' 

queremos  provocar  el  sueño  con  urna,  substancia  narcótica  tiene  c^'«je 
obrar  automáticaimente  y  no  ser,  'por  lo  Ibnto,  eliminada  por  1<3S 
rulraones,  es  decir,  no  debe  ser  volátil  co.mo  lo  es  el  cloroforr»:"*'*'' 
I'pro  si  no  necesita  ser  volátil  lo  .([ue  sí  tiene  que  ser  es  sotu--'^^'^* 
en  el  agua  y  en  los  lipoides.  Sin  embargo,  históricamente  fué  -«^^l 
cloroformoi  de  la  substancia  que  se  partió  para  lograr  un  sueño  ■*^*" 
rapéutico.  A  fin  de  evitar  la  ¿imanación  per  los  pulmones  dio  L-  ^*  ■*■ 
BREicH  hidrato  dte  doral  por  la  boca,  esperando  que  se  descc»<«^"*'" 
jusiese  éste  lientamente  en  el  organismo  de  la  misma  manera  c^^"*-^^ 
se  desoomipoine  en  lias  solucitmies  furtemeníes  alcalinas.  De  suce*:^^^ 
esto  tendría  que  provocainse  una  oorrierate  lenta  de  doroformo,  «i^'*'' 
ya  concentradón  dependtería  de  la  dosis  absoluta  administrada  %^''^'^ 
la  boca.  Esta  idea  general  nos  condujo  a  la  obtendón.  éú  prir*'^'*'^ 
Wpnótico  utilizable  y  fué  uno  de  los  descubrimientos  más  import  ■^*- ""' 
tes  de  la  Medidna. 

Si  volvemos  de  nuevo  a  mnestino  sendllo  dispositivo  exp.^:==^" 
mental :  el  fraisco  cerrado,  y  colocamos  en  sendos  frascos  un  ra-"*^*'" 
Y  una  rana,  habiendo  ciil>ierto  previamente  cada  frasco  de  una  c:^*-  í" 
'i  hidrato  de  cloíal  fundido,  observamos  que  a  los  tres  mnu»-'*^'*" 


—  279  — 

el   ratón  duerme  tm  sueño  del  cual  se  le  puede  despertar,  mientras 
Q^tne  la  raria  yace  en  un  estado  de  naincosis  profundo. 

De  aquí  ste  dled-uae  que  el  hidrato  de  doral  es  lo  suficientemen- 
tje     volátdi  para  produdr  la  narcosis.  Eí  diferente  grado  de  nar- 
cosis logxaklo  en  cada  caso  nos  pruieba  además  que  la  teoría  de 
I  «XJBREICH  no  puede  ser  cierta,  porque  mientras  que  el  animal  de 
sciii^e  caliente,  el  raitón,  soíamienite  duernue,  el  de  sangre  fría,  la 
r-cLnia,  está  en  grado  de  nasroosis  profunda  y  lo  contrarío  habría  de 
s^r    lo  cierto  si  la  aodón  del  'hidffaAo^die  doral  dependiese  de  que 
^raidias  a  un  proceso  químico  se  liberase  doroformo  en  d  organis- 
*^^o.  Es,  poír  lo  tanto,  la  moléoúía  toital  del  hidrato  de  dorai  la  quie 
^3uct:úsL  como  narcótíicx).  Pero  esto  no  debe  imtpedir  que  nosotros  con- 
si<Heremos  como  genial  la  idea  de  Liebreich,  porque  si  fué  falsa, 
indicó,  sin  embargo  d  camino  que  debíanuas  emprender. 
El  automatismo  de  la  acdón  nos  establece  una  oóndkión'más, 
es  la  dosifkladión.  Mientras  que  en  d  caso  de  la  narcosis,  ia 
^^"Ointidadi  absoluta  no  tenía  importancia  alguna,  tiene  una  primor- 
_<Iial  en  d  caso  de  los  hipnóticas.  Ponqué  colocamos  una  cantidad 
^•otjerminada,  en  d  estómago  tenemos  que  saiber  exactamente  lo 
^xxe  dicha  dosis  es  capaz  de  hacer,  con  qué  rapidez  va  a  absorberse 
^    ouánto  tiempo  va  a  masnitener  el  sueño  que  produce. 

Paira  adafar  las  ideas,  hagaamos  im  nuevo  experimento  con 
^V-e^  comejos  dd  mismo  peso.  El  nújmiero  i  ha  redbido  en'  d  esta- 
jeo por  medio  de  mía  sonda,  0^4  gramos  de  hidrato  de  doral  por 
^o;  el  s^undo,  por  el  mismo  procedimiento,  1,5  gramos.  Am- 
^^**^'S  dosis  son  dosis  limites  que  povocan  en  d  priimero,  sueño 
y    eai  eí  segumdo  uda  narcosis  profunda. 

Ejn  pffiimer  término  nos  indica  ya  este  experimenito,  que  con 
'^  tópnlótioote,  puiede  lleganise  tatoubSén  a  obtener  ,unia  narcosis 
I^^X^funda  de  la  misma  manera  que  con  d  clorofomo  puede  ob- 
^^n:er9e  una  fase  de  sueño. 

Al  teroori  contejo  le  inyectamos  initavenosamente  0,1  gamos  de 
*^^<lTata  de  doral  y  se  observa  qiue  oae  casi  momentáneamente  en 
^"^''^^  nairoosis  profunda. 

Por  lo  tanto,  la  dosis  dada  al  animal  2,  equivale  a  la  dada  al 
^'^^ixnaí  3,  en  cuanto  a  su  efecto  narcótico,  pero  la)  dosis  dte  aquél 
^^  tjuinoe  veces  superior  a  la  de  éste.  Pero  el  animal  2  tiene  esta 
^^sis  quince  veces  míayor  en  el  estómago  y  por  tanto,  lo  que  pode- 
^^os  suponer,  es  que  por  los  diversos  procedimientos  de  admi- 
^^siradón,  lo  que  hemos  logírado  es  que  el  animal  2  y  el  animal  3 
"^^n^pin  la  mismia  camtídad  de  hidlraJbo  de  doral  en  la  sangre,  todfei 
*^^  que  han  llegado  al  mi^mo  estadio  de  narcosis.  Pero  si  se 
qtíe  d  animal  i  tiene  o  ha  recibido  en  su  estómago  una 


áríM 


Jhíidad  que  es  cuatro  veoes  siiiperioir   a  la  del  animial  3  y  que 
■licaiiiente  presenta  una   hipnosus,   podemos   decir   que   en   • 
pndicionea    la    absorción    únicamente    lia    conseguido   copdic 
.  conceiitradón  que  es  ínferiür  a   la  limite  paira  producir  I 
mos  efectos  observados  en  el  animal  3,  Esto  podemüs  traducirloi 
Ijid^tido  que  ]a  dosis  que  hay  que  dar  per  os  de  un  hipnótico  esta 
fdcterminada  por  la  vdocidad  coa  que  es  absortiido  en  cada,  caso^ 
I  y  que  cuanto  mayor  sea  la  vedocidad  con  que  se  absorLie,  tanto  m&^ 
F  ñor  debe  ser  la  dosis  y  viceversa- 
Nal  ura!!m.«ite  también  depeflidie  de  la  napidez  de  ab^ordón  l^Mj 
duración  de  los  efectos  hipnóticos,  toda  vez  que  cuanto  más  r^^ 
pidamente  se  realiza  aquélla,  tanto  menos  durará  ésta.  En  la  p"- 
tica  nos  encontramos,  por  lo  tanto,  con  una  derta  liiniítarión.  F-     _^ 
ejemplo,   no  podemos  pedir  de  un  medicamento  que  por  absc^z:^]- 
berse  rájMdameníe  tenga  ima  aodón  pronta,  el  que  su  acdón  ^^ea 
al  mismo  tiempo  de  gran  duradón  mediante   im   incremento        de 
la  dosis.   Por  el  contrario,  sí  im  medicamento  se  absorbe  len_-»a- 
mente,  podemos  dar  una  dosis  grande,  cuyos  efectos  duran  nni' — ~Jio 
tiempo.  De  aqtú  que  los  distintos  hipnóticos  sean  muy  diferentes      aj 
la  rapidez  y  dumacióii  de  suis  efectos,  y  de  aquí  depende  también  d 
distinto  valor  terapéutico  dte  cada  imo  de  dios,  y  así  el  dWal  i3or 
absorberse  rápidamente  es  un  níedicamento  para  originar  el  sueü», 
mientras  que  el  verooial  que  se  absorbe  con  mucha  dificultad,    sea 
muy  apropiado  para  prolongar  el  sueño. 

Estas  antedichas,  no  son  más  que  'las  diferencias  más  oetensi-i 
bles.  La  química  nos  ha  proporcionado  tal  cantidad  de  h![MiótÍcosJ 
que  el  médico  casi  los  encuentra  demasiados,  con  poco  derect»*J 
porque  cada  hipnótico  es  en  'SU  dase,  im  caso  espedaJ,  cuyas  p*"*H^ 
piedades  características  no  pueden  preverse.  En  cambio,  ha 
de  pensar  que  las  etapas  que  existen  entre  la  narcosis  y  d  suer 
permite  una  grsin  cantidad  de  subdivisimines.  Asi  se  ha  demostn 
que  eí  lumínal  tiene  una  apetenda  isecundaria  especial  para  la  < 
teza  motora  dd  cerebro,  lo  qtie  lo  hace  apropiado  para  el  tra 
miento  de  la  epiíepsia,  mietltriaB  que  oltros  tieneo  1 
predominante  eufórica,  etc. 

Como  hemos  dicho  anteriormente,   se  ha  investig; 
deseo  de  encontrar  hipnóticos  capaces  de  provocar  únicamente^ 
estedio  de  !a  serie  que  se  desarrolla  en  la  narcosis,  el  sueño.  ~ 
ro  el  análisis  farmacológico  los  ha  reconocido  muy  pronío  t 
anefitésTicos  generales  hasta  el  punto  de  que  en  los  feboratorioi 
TTíT-lt^a,  apenas  se  utiliza  para  la  narcosis  e)   éter  o  elj 
\  reformo,  sino  hipnóticos  como  d  uretano  o  el  hedona!.  La  prÉT 
M-atoria  tampoco  se  oonsideiu  muy   feliz   al   tener  que  i 


ura  la  narcosis  general  «el  éter  o  el  doro  formo,  de  ios  quei  tenue 
is  acciones  secunidairiías  y  tardías,  que  dependen  del  empleo  de 
andes  cantidades  qtie  hay  que  hacer  de  estas  substancias. 

Parece  ser  uno  de  lois  mayores  éxitos  de  estos  últimos  tiempos, 
.ber  logrado  también  .para  la  práctica  quirúrgica  la  utilización 

substanciáis  diet  grupo  de  los  hipnóticos  para  lograr  la  narcosis 
ofunda.  La  prepiailaoión  sistemática  de  derivados  dd  áddo  bor- 
:úrico,  ha  conseguido  encontrar  subs-tanrias  hipnóticas  que,  in- 
y-ectadas  intravienosamenite  a  pequeñas  doisis,  es  capaz  de  ejercer 
üa  acción  semejaiiite  a  la  quie  hubiértamos  observado  en  nuestro 
►nejo  3,  es  decir,  una^  acción  profunda,  pero  que  se  diferenda 
í  la  producida  por  el  clora!  en  que  es  de  muy  larga  duración.  En 

ácido  allyl-isopropyl-'barbitúrico,  conocido  con  el  nombre  die 
ffinífeno,  tenemos  una  substancia  descendiiente  dé)  antiguo  vero- 
il,  que  combina  el  máximo  de  ahorro  de  dosiis  a  administrar,  con 
1  máximo  de  persistencia  de  efeotols,  toda  vez  que  medio  gramo 
í  esta  substancia  administrada  intravenosiamente,  tiene  una  ac- 
ón equivalente  a  más  dle  cien  gramos  de  éter,  lo  cual  significía  un 
año  químico  extraordliniarianHente  pequeño  para  d  organismo, 
pesar  de  producir  una  narcosis  quirúrgica  profunda. 

Y  si  ía  pesar  de  que  estos  císfuerzos  nuevos  pama  d  cirujano, 
ero  ya  viejas  para  los  famacólogos  no  han  iiesuelto  todavía  por 
Jnipleto  el  problema,  nos  han  enseñado,  sin  embargo,  los  caminos 
óricos  que  conducen  a  las  nuevas  posibilidades  de  la  terapéutica. 


3 
I 


Marinesco  y  Sacer.— Sobre  el  valor  de  las  pruebas  farmacológ 
en    la  exploración  del    sistema   nervioso  de    la  vida  ve 

tativa.  (Sur  la  valeur  des  tests   pharmacologiques  dans  l'explor 
sjstéme   végetatif.)   Revae   Neurlogiqíic.   Tomo  I,   núra.   S,    ly^J 


La  hipótesis  de  trabajo  de  Eppinger  y  Hess  sobre  la  vagobá 
simpaticotonia  ha  sido  muy  fecunda  en  nuevas  inducciones,  Ha  s 
un  gran  número  de  investigaciones  de  com.probaci(V  con  ayuda  de  pru 
farmacológicas  y  lia  proyectado  una  luz  nueva  sobre  diferentes  problí 
biológicos.  Es  preciso  confesar,  sin  embargo,  que  salvo  un  corto  níit 
ae  hechos  positivos  la  cantidad  de  las  experiencias  sobrepasa  con  raud 
su  calidad,  y  tal  resultado  se  debe  a  la  ausencia  de  métodos  rigurosos, 
conclusiones  que  algunos  autores  han  querido  deducir  de  sus  investigadi 
están  llenas  de  errores  que  es  preciso  desenmascarar.  En  este  trabajo, 
autores  se  proponen  ocuparse  del  valor  de  las  pruebas  farmacológicas, 
ijarticular  de  las  llamadas  de  Dkesel,  de  Danielopolu  y  Carmiol,  * 
prueba  de   la   pilocarpina  y  de   la   prueba  de   la   adrenalina   intravenosa. 

Prueba  de  D  re  sel.— Consiste  en  estudiar  la  tensión  arterial  del  su, 
durante  una  hora  después  de  haber  inyectado  iwr  v¡a  hipodérmica  un  B 
gramo  de  adrenalina;  los  diez  primeros  minutos  la  tensión  se  toma  c 
aos  minutos,  y  el  resto  del  tiempo  de  cinco  en  cinco.  Las  gráficas  obteni 
per  esta  técnica  responden  3  cuatro  tipos  que  obedecen  a  estas  nornos: 
la  tensión  no  aumenta  y  aun  disminuye  durante  los  primeros  diez  minii 
o  si  aumenta  muy  tardíamente,  se  trata  de  un  vagotónico;  al  contrario, 
consideran  simpatlcolónícos  los  sujetos  en  los  cuales  la  tensión  arterial  1 
menta  manifiestamente  de  5  a  8  centímetros  de  mercurio  durante  los  prii 
ros  diei  minutos  para  disminuir  en  seguida  y  volver  a  la  cifra  normal. 

En  el  sujeto  normal  la  presión  aumenta  3  centímetros  en  los  prima 
ros  diez  minutos  para  disminuir  en  seguida  y  volver  a  la  cifra  normal. 

El  mecanismo  de  esta  prueba,  según  el  mismo  Dresel,  es  e!  siguieol 
Por  excitación  simpática  se  influye  sobre  el  centro  superior,  regulador  Éá 
situado  en  el  núcleo  lenticular.  Este  centro  envía  impulsiones  al  p 
-1  de  éste  es  grande,  su  acción  predomina  sobre  1: 
co,  y  el  sujeto,  naturalmente  vagotónico,   proporciona  i 


—  283  — 

esta  naturaleza.  En  el  caso  en  el  cual  se  obtiene  una  curva  simpaticotónica, 
jios  mecanismos  son  dos:  o  b^en  el  centro  superior  funciona  regularmente, 
y  entonces  se  trata  de  una  simpatiootonía,  o  bien  el  centro  superior  no  fun- 
ciona normalmente,  o  sea,  que  aun  a  pesar  de  la  excitación  simpática  ella 
no  se  transmite  al  centro  superior  y,  por  consiguiente,  éste  no  envía  in- 
fluencias al  parasimpático  para  inhibir  la  reacción  antagonista;  en  este  úl- 
timo caso  se  trata  en  realidad  de  una  hiperexcitación  del  sistema  vegetati- 
vo, debida  a  un  mal  fucionamiento  del  centro  regulador  superior. 

Para  saber  si  se  trata  de  una  hiperexcitabilidad  del  sistema  vegetativo 
entero  cuando  obtenemos  la  curva  sinapaticotónica,  se  explora  el  parasim- 
pático por  la  prueba  de  la  pilocarpina.  Si  se  obtiene  una  reacción  vagotó- 
üica,  entonces  no  hay  duda  que  se  trata  de  una  hiperexcitabilidad  de  todo 
el  sistema  vegetativo;   en  caso  contrario,  hay  solamente  simpatiootonía. 

Dresel  ha  propuesto,  además,  en  los  casos  en  que  se  supone  que  se  trata 
de  una  perturbación  del  funcionamiento  ded  centro  regulador  superior,  la; 
administración  del  cloruro  de  calcio  que  facilita  la  función  de  aquel  centro 
y  transforma  al  cabo  de  cierto  tiempo  la  curva  simpaticotónica  en  una  curva 
normal;  en  icasos  de  sim^jaticotonía  verdadera  la  administración  de  cloruro 
calcico  acentúa  más  aun  los  caracteres  simpaticotónicos  de  la  curva  de  la 
t    presión. 

[  Según  Dresel  la  adrenalina  no  actúa  más  que  exclusivamente  sobre  las 
,  terminaciones  del  simpático  y  no  tiene,  por  consiguiente,  la  acción  anfotro- 
:    pa  admitida  por  ciertos  autores. 

Los  autores  han  aplicado  la  prueba  de  Dresel  a  un  centenar  de  enfermos 
:  de  afecciones  distintas  del  sistema  nervioso  y  a  treinta  sujetos  sanos.  Los 
¡  resultados  obtenidos  han  sido  concordantes  en  los  casos  de  parkinsonismo, 
polineuritis  y  núopatia  examinados  utilizando  para  la  adrenalina  las  vías 
íiipodérmica  e  intravenosa.  En  la  enfermedad  de  Basedow  la  concordancia 
^0  existe  sino  en  la  mitad  de  los  casos,  y  en  los  sujetos  normales  en  un  30 
por  100  aproximadamente.  La  falta  de  concordancia  entre  los  resultados 
obtenidos  por  la  vía  hipodérmica  y  los  que  somiinistra  la  vía  intravenosa  se 
•aplica,  según  los  autores,  por  la  vasoconstricción  local  producida  por  la 
adrenalina,  que  no  permite  la  rápida  difusión  de  esta  substancia. 

En  los  casos  de  parkinsonismo  en  los  que  hay  una  concordancia  entre 
íí'S  datos  obtenidos  mediante  la  inyección  por  ambas  vías,  se  puede  admitir 
Que  esta  concordancia  es  debida  casi  seguramente  a  una  absorción  más  ve- 
S^Iar  de  la  adrenalina;  experimentalmente,  en  efecto,  es  posible  cambiar  to- 
talmente la  forma  de  las  curvas  mediante  la  inyección  de  pilocarpina  y  de 
ergotamina  a  dosis  suficientes.  La  prueba  de  Dresel  da  curvas  vagotónicas 
,  en  el  90  por  ico  de  los  casos  de  parkinsonismo.  En  la  miopatía  y  en  la  poli- 
íieuritis  se  obtienen  curvas,  simpaticotónicas  muy  características. 

Prueba  de  Danielopolu  y  Carniol.— Se  coloca  al  sujeto  en  decúbito 
^wsal,  se  cuenta  el  ritmo  cardíaco ;  se  practica  una  inyección  intravenosa  de 
'-  2  miligramo  de  atropina,  anotando  el  máximo  de  los  cambios  que  se  com- 
P^^,  y  después  se  inyectan  con  breves  intervalos  dosis  sucesivas  de 
-.  .\  ^/3  6^  3/4  de  miligramo  de  atropina  hasta  la  parálisis  del  parasim- 
P'^tjco  cardiaco.  Para  comprobar  esta  parálisis  se  utiliza  la  compresión  ocu- 

i 

\ 


Jar,  la  presión  del  neumogástrico  en  el  cuello  o  el  ortostatismo ; 
lirt-fieren  este  áltimo  medio.  En  efecto,  el  ortostatismo  produce  í| 
ración  notable   del   ritmo,    fenómeno  que   seria  debido   a   una  en 
Eimpátieo.    Si   el   neumogástrico  está  completamente   paralizado, 
acelera  más  en   la  estación  en  ine  para  volver  a  su  cifra  in 
sujeto  se  eche  niievamente.   Si,  al  contrario,   el  neumogástrico 
pietamente  paralizado  el   ritmo  acelerado  se  hace   lento  en   el 
sal  y  desciende  por  algunos  momentos  por  debajo  de  la  df 
vuelve  a  esta  cifra  sino  después  de  algún  tiempo.   Por  ejemj 
jito  a!  cual  se  inyecta  1/4  de  miligramo  de  atropina  se  obtiene  v 
ción  de  pulso  que  pasa  de  70  a  120  en  el  decúbito  dorsal, 
cilra  representa   la  parálisis  completa  del  vago,  el   ritmo   alca()za,4 
O  menos   140  en  la  posición  vertical,  para  volver  a   120  en  e 
sal.   Si.  al   contrario,  esta  dosis  no  lia  realizado  una  parálisi 
vago,  entonces  el  ritmo  aumenta  en  posición  vertical  de  120  a 
a  lio  al  acostarse  y  vuelve  a  120  al  cabo  de  algunos  minutos 
la  dosis  de  1/4  de  miligramo  de  atropina  no  ha  sido  suficiente  j 
lar  el  vago,  es  necesaria  mía  nueva  dosis  para  que  el  freno  c 

Por  esla  técnica,  Danielopolu  valora  el  tono  de  los  sistemas 
del  corazón.  La  dfra  máxima  de  aceleración  en  decúbito  dorSB 
de  la  parálisis  del  vago  en  el  momento  en  qife  ya  no  se  produi 
clinoslático  representa  el  tono  absoluto  del  simpático.  La  difi 
esta  cifra  y  la  del  ritmo  antes  de  la  inyección  constituye  el  t 
del  vago. 

La  dosis  total  de  atropina  mide  igualmente,  hasta  cieri 
del  vago :  por  eso  esta  dosis  es  tanto  mayor  cuanto  más  e 
del  vago. 

Las  cifras   límites  estableridas   por   Carniol  y   Danieiíipolu  1 
íicar  las  reacciones  obtenidas  son  las  siguientes ; 


Normal 11Ó-128  48-58 

SimpaticotónicQ  136-156  48-58 

V^otonía    116-128  70-80  y  1^ 

Anfotonía    140-1SO  72-98 

Hiposimpaticotonia 100-108  48-52 

Hipova^tonfa  116-128         0-33 

Hipoonfotonía  78-104       30-36 

Poniendo  en  práctica  esta  prueba,  los  autores  han  obtenido  r 
cordantes  con  las  otras  pruebas.  Según  han  podido  demostrar  íá( 
una  investigación  bien  conducida,  esta  falta  de  paraldismo  e 
te  explicada  por  el  hecho  de  que  la  reductíón  a  O  de  la  excitabiÜf 
lAtica  no  coincide  exactamente  con  la  parálisis  completa  del  i 


—  285  — 

giinos  casos»  en  efecto,  siendo  nula  la  excitabilidad  clinostática  se  obtuvo 
uii  reflejo  óculo-cardíaco  positivo  y  un  aiunento  en  la  aceleración  de  pulso 
tor  nueva  inyección  de  atropina,  hechos  ambos  que  demuestran  claramente 
lue  la  parálisis  del  vago  estaba  muy  lejos  de  ser  completa. 

*  ♦  * 

Prueba  de  la  pilocarpina. — Revela,  como  se  sabe  la  excitabilidad  del  sis- 
tema parasimpático  y  ha   sido  estudiada  minuciosamente   por   Platz.   Este 
autor  emplea  las  dos  vías,   subcutánea  e  intravenosa,   respectivamente  a  la 
cíosis  de  un  centigramo  y  setenta  y  cinco  miligramos;  Marinesco,  en  cam- 
^h,  ha  utilizado  tan  sólo  la  vía  intravenosa.  Son  bien  conocidos  los  fenóme- 
íJos   ique  subsiguen  a  la  inyección  de  pilocarpina  y  que  consisten  en  pertur- 
^ciones  vasomotoras  (sensación  de  calor,  enrojecimiento  de  la  cara,  aumento 
Je  IsL  saliva  y  del  sudor);  en  los  vagotónicos  estos  trastornos  son  muy  mar- 
cados y  se  les  agregan  nuevos  fenómenos  (vértigo,  palpitaciones,  diarreas, 
etcétera).  Existen  todavía  alg^unos  puntos  oscuros  en  la  significación  de  los 
^ciióinenos  observados,  tales  como  la  aceleración  del  pulso  y  el  aumento  de 
la    "tensión  arterial  comprobados  a  pesar  de  la  acción  vagotonizante  de  la 
pííocarpma. 

^Ista  es  la  razón  por  la  que  ciertos  autores  sostienen  que  la  primera  fase 
^€  1^  hipertensión  y  de  la  aceleración  de  pulso  va  seguida  de  una  segunda 
^  l^potensión  y  lentitud.  Pero  los  autores  no  han  podido  confirmar  este 
^^^^meno  aunque  estudiaron  a  sus  enfermos,  a  veces  por  espacio  de  dos 
l^or^s.  El  pulso  y  la  tensión  después  de  la  vuelta  al  estado  normal  no  dis- 
"iit^-Uyen.  La  reacción  paradójica  a  la  pilocarpina  del  pulso  y  de  la  tensión 
^s»  i>iies,  un  hecho ;  para  explicarla  Friedeberg  sostiene  que  la  dosis  eficaz  de 
P"<>carpina  es  una  dosis  tóxica,  y  la  aceleración  del  pulso  se  debería  a  la 
excitación  central  d«l  simpático.  Bauer,  Faber.  etc.  han  propuesto  otras  in- 
^e^retaciones. 

Es  más  prudente  admitir  con  Platz  que  todavía  conocemos  defectuosa- 
'^'^nte  el  mecanismo  de  acción  de  la  pilocarpina  que  excita  el  parasimpático 
^'   Produce,  sin  embargo,  ima  taquicardia. 

Sea  de  ello  lo  que  quiera,  las  investigaciones  de  la  mayor  parte  de  los 

^^^orcs  demuestran  que  hay  sujetos  que  reaccionan  violentamente  a  la  pilocar- 

^'^a  del  mismo  modo  que  otros  reaccionan  muy  débilmente,  y  que  los  pri- 

'^^^fos  son,  según  el  resultado  de  otras  pruebas  y  de  la  investigación  clínica 

^^*Hiinanicntc  vagotónicos,  en  tanto  que  los  segundos  son  símpaticotónicos. 

iVro,  ¿dónde  empieza  la  vagotonía?  He  aquí  una  cuestión  muy  delicada. 

Se  puede  admitir  con  Platz  que  los  individuos  que  ofrecen  una  acelera- 

^'^n  de  pulso  de  30  por  minuto  después  de  la  inyección  son  vagotónicos;  tn 

^^'^'os  casos  es  constante  que  la  tensión  se  eleve  más  de  2  centímetros  de 

^^curio  que  haya  salivación  y  transpiración  abundante,  etc.  Platz  ha  se- 

^^'ado  tin  fenómeno  bastante  raro,  a  saber:  La  aparición  de  hipersecreción 

"'^onquial,  de'  bórborfgnios  y  de  micciones  imperiosas. 


i 


■•  "is        ■'  '"■  '■  r       *"    ■  *  *  ife    * 


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■"■í»in.= 


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tados  a^^       riE^*^'  "  .,  un  suero  Ug*^'     .      ^eutesiivias  "  ía.c--t^r 

explorar  el  s'  „   atender  al  (-^ggn  que  »  v        inytccrW 


or  tostatismo,  y  acaban  por  conceder  la  máxima  importancia  a  la  prueba  de 
ía  inyección  intravenosa  de  la  adrenalina,  que  aseguran  ser  completamente 
inocua. 

J.  Sanchís  Banús 


SoLOMON,  Berk,  Theiler  y  Clay.— *  El  uso  del  sodoku  en  el  trata- 
miento de  la  parálisis  general.    (The  use  oí  sodoku  in  the  treat- 
ment  of  general  paralysis.  Archives  of  Infernal  Medicine.  Vol.  XXXVIII, 
número  3,  septiembre  1926. 

Los  autores  han  tratado  de  mejorar  el  método  malárico  para  el  tratamien- 
tt3  de  la  parálisis  general  usado  ya  desde  ocho  o  nueve  años.  Como  es  sabido, 
el  tratamiento  de  la  parálisis  general  por  la  malaria  fué  iniciado  en  1917  por 
^^''-AGNER  von  Jauregg.  Consistía  el  método  en  la  inoculación  del  paciente  con 
&«ingre  de  palúdico  hasta  conseguir  la  producción  de  paroxismos  febriles.  En 
&*?tieral,  se  permitía  que  el  enfermo  tuviese  cinco  accesos  y  después  se  le 
trataba  por  la  quinina.  Los  resultados  de  esta  técnica  han  sido  verdaderamen- 
te favorables  y  han  introducido  un  nuevo  elemento  en  el  pronóstico  de  la  pa- 
Tíilisis  general.  Después  de  un  rápido  examen  histórico  de  los  fundamentos 
teóricos  del  método,  los  autores  reúnen  las  ventajas  y  los  inconvenientes  por 
^l-    tratamiento  palúdico  erí  los  siguientes  términos : 

Venia  JOS. —  i.*  Se  producen  con  frecuencia  temperaturas  muy  altas.  2.*  Una 
2^*"^n  mayoría  de  los  enfermos  son  susceptibles  dej  inoculación.  3."  Los  au- 
'^í^ntos  de  temperatura  recurren  con  breves  intervalos.  4.*  La  enfermedad  se 
I*^ede  combatir  eficazmente  con)  la  quinina. 

Inconvenientes. — ^La  enfermedad  ha  de  transmitirse  de  paciente  a  paciente, 
>"^  no  pueden  utilizarse  ¡cultivos  ni  animales  de  laboratorio.  Puede  causar  ac- 
^Y^^tes  mortales.  Existe  el  riesgo  de  inocular  una  forma  estío-otoñal  (gra- 
^^sima);  muchas  veces  el  enfermo  no  es  susceptible  de  inocularse  o  se  cura 
^^n  tal  rapidez  que  la  fiebre  no  tiene  influencia  sobre  la  parálisis. 

Plaut  quiso  mejorar  la  técnica  utilizando  el  germen  de  la  fiebre  reen- 
vídente que  obvia  la  mayor  parte  de  los  inconvenientes  antes  enunciados.  Sin 
^'^Wgo,  el  método  d0  la  fiebre  recurrente  tiene  el  inconveniente  grave  de 
^^e  a  veces  es  imposible  detener  la  evolución  de  la  enfermedad  experimental. 
Buscando  nuevas  perfecciones  los  autores  han  utilizado  el  spirochaeta  ntor- 
s^iu^"'^*^'  agente  causal  del  sodoku,  enfermedarl  primeramente  conocida  tan 
^  *o  en  el  Japón  y  ulteriormente  conocida  y  descrita  en  todos  los  países  del 
'^^ndo. 

I-a  enfermedad  produce  numerosoá  síntomas  que  recuerdan  la  sífilis. 
dcd  ^^^*^  primaria  es  un  chancro  que  se  presenta  en  el  lugar  de  la  mor- 
ía ^^^.  ^^^  ^**^"'  subsigue  una  linfangitis  con  reacción  ganglionar.  Más  tarde, 
fie  J^^roquctosis  se  generaliza  y  el  germen  entra  en  la  sangre.  Un  período 
í^Ht^^°^^  cutáneas  de  varios  tipos  sobreviene  después,  enteramente  seme- 
j^^  a  áa  sífilis  secundaría.  La  temperatura  aumenta  hasta  104  ó  105*  F.  o 
j^  5  veces  adopta  el  tipo  intermitente  y  vuelve  después  de  un  período  de  pocas 
'^  a  la  normalidad.  El  aumento  y  la  caída  de  la  ttttvii>eT^\Miíi  ^^  xc^Xfc 


,  /     ^ 


I 
I 


cada  dos  días.  La  en.— 
agotarse  por  sí  misma;  pero  otras  veces,  Ia,s 
'período  de  meses.  Responde  co«i 
En  la  enfermedad  contagiada  por  la  rata  la  mort^u-- 
D  tratados,  es  muy  pequeña,  y  hay  que  anotar  qi^»-^ 

o  tomaron  salvarsán.  . 

conocido  desde  largo  tiempo  como  una  entidad  d^^* 
verdadera  etiología.  Futaei^:^^ 


de' tiempo  en  tiempo  frecuentemente  todos  los  días 

íermedad  puede, 

exacerbaciones    febriles   i 

rapidez  a  la  arsíenamina 

lidad,  aun  en  tos  casos  i 

sienípre  ai  sujetos  que  i 

Aunque  el  sodoku  er: 
nica,  tan  sólo  en  los  úhi 

Takaki,  Tanicuchi  y  Osumi  han  sido  los  descubridores  del  agente  c 
que  es  el  spirochaeía  inorssis  miiris.  El  germen  puede  conservarse  por  tiempc^ 
indefinido   en  animales   de  laboratorio. 

La  rara  manejada  por  los  autores  les  fué  suministrada  por  un  niño,  >^  ' 
desde   1923   SB  mantiene  activa  por  pases   en  animales  de  laboratcffio. 

El  material  usado  por  la  inoculación  consiste  en  sangre  citratada  tomada^^^" 
en  condiciones  asépticas  del  corazón  de  un  cobaya  o  de  un  ratón  infectados^  ^^  *^' 
Siempre  se  examina  por  iliuninación  en  campo  obscuro  el  material  usaoo. 

Los  autores  pensaron,  desde  luego,  que  este  tipo  de  enfermedad  podría  traer:»  ^^^ 
ventajas  en  el  tratamiento  de  la  parálisis  y  procuraron  la  inoculación  expe — ^^"í" 
rimental.  Sus  trabajos  les  permitieron  establecer  que  el  sodoku  puede  trans — ^  ís- 
mitirse  artificialmente  del  animal  al  hombre;  que  esta  inoculación  produce  uii^».«"^í 
enfermedad  general  con  fiebre  y  formación  de  anticuerpos,  y  que  tal  enfer— — »^ír- 
medad  no  es  en  manera  alguna  peligrosa  para  la  vida  del  paciente  y  se  eosa—x'xm- 
bate  con  éxito  rápido  mediante  la  arsíenamina.  Los  autores  no  se  atreven  :s  a 

juzgar  todavía  los  efectos  terapéuticos  de  esta  técnica,  de  la  cual  poseeLí  -^»en 
poca  experiencia.  Les  parece,  sin  embargo,  en  teoría  que  el  método  es!  [aiK-^^an 
bueno  como  c!  de  la  inoculación  malárica.  ^^B 

J.  Sakchís  BanCs         ^^M 


J.  CoMBv.—  Tumorea  del   rlfión  on  los  nifios-     Archk-es  de  Mejxr'^i- 
cine  des  enfants.  Revue  generóle,  agosto  igaó,  núra.  8. 

Aunque  la  terapéutica  de  las  neoplasias  del  riñon  en  los  niños  no  hay  ~-^ 
hecho  progresos  decisivos,  y  aunque  el  pronóstico  sea  absolutamente  fi^^^^^" 
i;esto,  es  preciso  proseguir  el  estudio  atento  de  estos  tumores,  para  podei — '  " 
los   combatir  vigorosamente. 

Por  el  examen  histológico  de  algunos  tumores,  que  han  podido  ser  csti^K^  ■ 
diados  por  el  médico  irlandés  doctor  Sckippers,  se  deduce  que  los  más  fre==  ~ 
cuentes  entre  los  tumores  renales  infantiles  son  los  sarcomas  y  los  carcini:^  ~ 
mas,  aunque  también  se  han  observado  otras  variedades.  Los  tumores  de^  ^ 
riñon  son  congénitos,  permaneciendo  latentes  e  insidiosos  durante  algú^  "^ 
tiempo,  para  adquirir  más  tarde  rápidamente  un  voltmien  enorme.  Era»^'" 
unilaterales  90  veces  de  100.  Su  peso  pasa  a  veces  de  cinco  kilogramos,  sien  - — 
do   de   forma  redondeada,   con   grandes   o   pequcüos   nodulos. 

,  Al  corte  se  ve  que  el  tumor  está  envuelto  en  una  cápsula  fibrosa  espe  - — 
cial,  cuyas  prolongaciones  penetran  en  el  interior,  para  formar  pei^ie&os  titíT 
3S  sanguíneos  atraviesan  la  cápsula,  j  ~  ' 


está  ricamente  vascularizado.  Algunas  partes  son  más  blandas  que  otras. 
Varios  focos  hemorrágicos  originan  la  necrosis  y  a  veces  quistes  rellenos 
de  materia  amorfa.  Las  más  grandes  variaciones  se  ven  a  simple  vista,  lo 
mismo  que  al  microscopio. 

Abundantes  hemorragias  pueden  conducir  a  la  formación  de  im  gran 
qtiiste,  o  bien  el  tumor  en  su  totalidad  ser  muy  duro.  Entre  estos  dos  extre- 
iri¡os  existen  todas  las  combinaciones.  La  principal  masa  neoplásica  está 
fonnada  de  sarcomas  embrionarios  y  de  células  redondas  o  fusiformes,  mez- 
cla-dos  coa  este  tejido  y  en  proporciones  variables  se  encuentran  músculos, 
cartílagos,  grasa,  huesos  y  epitelio  estratificado  o  cilindrico.  La  mezda  com- 
pleja y  variable  de  estos  elementos  hace  el  diagnóstico  difícil. 

Se  encuaitran  varias  veces  metástasis,  y  cuando  existen  afectan  prefe- 
rentemente a  los  pulmones  y  a  los  huesos. 

üara  vez  el  tumor  gana  la  pelvis  renal  y  las  venas  con  probable  trom- 
t>c>sis  de  la  cava  inferior.  Es  rara  la  invasión  de  los  órganos  vecinos^ 

Síntomas. — En  general  se  descubre  una  gran  tumefacción  entre  el  rebor- 
^^    costal  y  la  cresta  ilíaca,  llenando  más  o  menos  esta  región. 

Por  un  interrogatorio  cuidadoso  se  averigua  que  el  niño  se  ha  debilita- 
^^»  ha  adelgazado  y  perdido  apetito.  Con  frecuencia  se  sabe  que  ha  sufrido 
dolores  de  vientre  y  que  ha  tenido  cólicos.  La  hematuria  no  se  observa  más 
^tie  en  el  lo  por  ico  de  los  casos. 

Los  grandes  ttmiores  desplazan  los  órganos  vecinos,  rechazando  el  día- 
**'^-gma  hacia  arriba,  comprimiendo  el  estómago,  etc. 

Es  asombroso  la  pequenez  de  los  trastornos  urinarios,  que  dependen  de 
^^^e  el  timior  no  suele  atrofiar,  irritar  ni  ulcerar  la  substancia  renal,  de  tal 
^^^^^Jiera,  que  las  partes  restantes  sanas  de  la  glándula  continúan  su  función 
^i    k  pelvis  está  invadida,  entonces  la  hematuria  aparece. 

Wí  dolor,  en  un  período  avanzado,  resulta  probablemente  del  crecimien- 
to^ rápido  del  tumor,  estrechando  la  cápsula,  los  vasos  sanguíneos  y  los  ner- 
^*os.  Las  hemorragias  y  también  la  inflamación  de  su  superficie,  que  prece- 
^^  a  la  agresión  de  los  órganos  vecinos,  pared  abdominal,  diafragma,  hígado, 
estómago  e  intestino,  es  causa,  de  dolor. 

En  dos  casos  personales  del  doctor  Schipper,  ha  encontrado  puntos  sen- 
sibles, al  mismo  tiempo  que  una  crepitación  peritoneal.  Un  poco  de  fiebre 
^^iste  en  algunos  casos,  y  parece  debida  a  brotes  inflamatorios  de  la  su- 
í^^rficie.  La  caquexia  es  tardía  y  la  muerte,  por  regla  general,  debida  a  una 
^^^monía  secundaria,  o  bien  a  metástasis  en  los  pulmones  o  huesos. 

Los  cirujanos  se  quejan  frecuentemente  de  que  se  les  envíe  a  los  niños 
^^masiado  tarde.  Al  principio,  cuando  el  tumor  es  pequeño  la  intervención 
^^''ece  menor  peligro;  pero  dada  la  posición  oculta  del  riñon  el  diagnóstico 
^^'"'^coz  es  casi  imposible. 

^^  B«  preciso  asegurarse  de  que  el  tumor  es  de  origen  renal  y  de  cuál  e» 
naturaleza..  El  bazo  grande  se  reconocerá  por  su  forma  y  por  los  siu-cos 
^^^^^s;.  pera  estos  signos  pueden  estar  desfigurados  por  un  tumor,  un  ^bs- 
^^^a  un. quiste  hidatidico.de  este  órgano;  sin  embargo,  la  posición  más 
r^^^íior,  la  movilidad  más  grande  y  el  desplazamiento  respiratorio  harán 
^'^«^  en  una  afecdón  espléoica. 


-  i 


pgr  la  palpación,  por  sus 

posible  y  las  pruebas   fui 


Un  tumor  de  hígado  s«  le 

1  d  borde  inferior  del  pulí 

les. 

La  hipertrofia  de  los  ganglios  meseiilcricos  se  ve  más  bien  cu  la  línea 
media,  cerca  del  ombligo.  L^  tuberculosis  asienta  Bober  todo  en  las  partes 
bajas.  Los  quistes  del  peritoneo  son  ñuctuantes,  movibles  y  de  voliuxmi 
moderado. 

Los  quistes  del  ovario  son  medios  y  sus  conexiones  con  el  útero,  a:ia.»ú- 
ñcstas.  Los  abscesos  del  psoas  sou  palpables  por  encima  dei  ligamento  de 
PuuPART  y  tienen  una  forma  oblongada. 

Los  grandes  tumores  del  riñon  tienen  una  posición  lateral  entre  los  ar- 
cos costales  y  la  cresta  iliaca,  detrás  del  colon.  Si  se  desplana  el  higttdo  <=>  el 
bazo,  el  diagnóstico  es  f ácü ;  en  caso  contrario  la  dificultad  es  muy  marc^  «ía. 

Los  rayos  X  pueden  ayiwiar,  precediendo  la  insuflación  del  colon. 

La  hidronefrosis  y  la  pionefrosis  serán  diagnosticadas  en  los  casos  a.^^- 
dos  por  la  anamnesis  y  la  hipertermia.  En  los  casos  más  lentos  (compren  '''■ 
nes,  retracciones),  por  un  tumor  redondeado  y  fluctuante ;  sin  embargo,  en  ^°- 
niños  pequeños  este  diagnóstico   es   imposible. 

El  quiste  hidatidico  no  será  reconocido  más  que  si  tas  vías  urinarias  y^^' 
ícradas  dejan  pasar  los  scolex  o  vesículas  hijas.  La  reacción  de  WeinbS^  * 
y  la  eosinoñlia  aclararían  el  diagnóstico. 

El  pronóstico  es  malo;  jamás  existe  la  curación  espontánea.  La  dut:  *" 
ción  es  de  diez  semanas  a 

El  tratamiento  no  puede  ser  más  que  quirúrgico.  Según  las  estadistic 
'le  Walser,  de  145  niños  operados,  cuatro  solamente  vivian  después  de  ti 
años.  La  mortalidad  inmediata  o  después  de  algunos  días  es  de  38  por  ii 
Si  la  nefrectomía  ha  salido  bien,  el  operado  corre  el  riesgo  de  i 
neumonía  con  mucha  frecuencia.  Las  recidivas  son  frecuentes ;  el  90  por  % 
según  Ombredane.  Casi  todas  las  recidivas  son  dentru  del  primer  año 
operados ;   pero  se  citan  algunas  recidivas  después  de  cinco  años. 

El  número  de  niños  operados  y  curados  no  pasa  del  S  por  loO.   El  r 
saltado  de  la  nefrectomía  será  tanto  mejor  cuanto  antes  se  practique. 

La  radioterapia  ha  sido  empleada  poco,  y  los  resultados  no  son  satisi 
torios;  sin  embargo,  Schuvten  lia  tratado  por  los  rayos  X  un  tiiño  pet 
ño  que  padecía  un  tumor  inoperable,  curando. 

J,    A.   MUSOVERRI 


C.   RcELLE. —  El     estado    refraotarlo    del     niño    a    la    difterl» 

(L'ctat  refiactaríe  du  nourrisson  a  la  diphíeiie).   ¿rtixetles  Aícdicak,  1 
mero  44.  Agosto  de  1926. 

Eí  una  observación  hecha  desde  liace  lietupo  i¡ue  la  difteria  ataca  a 
niños  con  predilección.   Sin   embargo,   en   ciíoí   de  epidemia,  la   receptivida 
1:0  es  genera!.  Todas  las  edades,  en  efecto,  no  están  igualmente  expuestu 
los  niños,  hasta  los  seis  meses,  escapan  ordinariamente  a  la  enfermedad. 

Las  estadísticas   demuestran   la  inmunidad   relalíva  antes  de  los   seis  M 


—  291   — 

ses   En  Londres,  Rolleston,  da  para  los  niños  de  esta  edad  un  1/2  por  100 
de  receptibles;  en  Lyon,  Musy,  de  1.633  casos  de  difteria  declarados  por  la 
oficina  de  Sanidad,  no  señala  más  que  48  casos  en  niños,  y  de  éstos,  siete 
■  tan  sólo,  tenían  menos  de  seis  meses ;  es  decir,  una  proporción  de  0,4  por  ico. 
Varxot,  en  cifras  de  su  práctica  profesional  del  antiguo  Hospital  Trousseau,  * 
de  París,  cuando  estuvo  encargado  del  Servicio  de  Difteria  y  tuvo  a  su  cui- 
dado alrededor  de  2.500  niños  afectos  dte  esta  en+ermedad,  comprobada  por 
examen  bacteriológico,  encontró  34  de  cero  a  un  año  nada  más. 

Una  prueba  del  estado  refractario  nos  lo  da  la  reacción  de  Schick.  Este 
método,  permite  establecer  de  una  manera  simple  y  práctica  la  receptividad 
a  la  difteria  en  mi  sujeto  dado.  Tiene  por  principio  la  producción  de  la  intra- 
cíennor reacción  a  la  toxina  diftérica.  La  inyección  de  esta  toxina  a  la  do- 
-is  de  una  50.*  parte  de  la  dosis  mortal  para  el  cobaya,  indica,  si  no  pro- 
duce reacción,  que  el  sujeto  posee  una  cantidad  suficiente  de  toxina  para  re- 
S'*iít¡r  a  la  infección  diftérica,  en  las  condiciones  liabituales  de  contagio.  Prác- 
ticamente, la  prueba  indica  que  el  individuo  con  Schick  negativo  no  contrae 
la  difteria  aunque  viva  en  un  medio  infectado. 

La  téaiica  es  muy  simple.   Se  inyecta  en  el  dermis  del  brazo   derecho 
^í2  c.  c.  de  la  toxina  no  calentada,  y  en  el  bra/o  izquierdo  0,2  c.  c.  de  la 
oiisma   toxina,   pero   calentada  al   baño   maría   a   75*   durante   cinco  minu- 
tos.   (Reacción  testigo).  Ésta  reacción  testigo,  permite  descartar  la  pseudo- 
^^acción  debida  a  las  proteínas  de  cuerpos  microbianos  autolizados   en  las 
•<^^inas,  y  que  a  veces,  sobre  todo  en  los  adultos,   falsearían  las  enseñan- 
^^s    que  se  desprenden  de  la  reacción.  La  dilución  de  toxinas  debe  ser  pre- 
^■^'^da  extemporáneamente. 

La  reacción  positiva  aparece  en  el  brazo  derecho  a  las  veinticuatro   o 

_^^  renta  y  ocho  horas,  y  adquiere  el  máximo  de  intensidad  a  las  setenta  y 

^»    persistiendo  durante  seis  o  siete  días.  Está  caracterizada  por  una  zona 

^    enrojecimiento  de  uno  a  dos  centímetros,  acompañada  de  infiltración  li- 

^   '"^   <le  los  tejidos,  a  veces  bastante  intensa  para  constituir  verdaderas  cle- 

^j  alones  papulosas.  AI  final  del  período  reaccional,  en  el  momento  en  que 

p^  ^^rojecimiento  se  dd>ilita,  existe  una  ligera  descamación,  al  mismo  tiem- 

j^^      que  una  pigmentación  obscura  de  la  piel,  que  puede  persistir  varias  se- 

to     '^^^*  ^  ^^  mayoría  de  los  casos,  el  brazo  izquierdo  queda  absolutamen- 

r^^^l*^^^"^^  y  "<>  presenta  ningún  enrojecimiento.   Si  la  falsa  reacción  apa- 

^^^.  se  caracteriza  por  un  enrojecimiento  que  se  muestra  de  una  manera 

'*i^s   precoz  y  que  alcanza  su  máximo  en  veinticuatro  horas,  para  atenuarse 

*^I^i<lamente  al  segundo  día.  La  zona  roja  es  más  difusa. 

interpretación  de  la  prueba  de  Schick, — ^Es  preciso  comparar  los  resul- 

^**^Cks  en  los  dos  brazos:  i.<^  Si  la  reacción  faifa  en  el  brazo  izquierdo  (to- 

"^■^*^^  calentada)  y  toda  la  reacción  se  presenta  en  el  brazo  derecho  (toxi- 

¡^     no  calentada)  es  una  reacción  positiva,  aunque  sea  ligera.  2.0  Si  se  pro- 

^^í^  en  los  dos  brazos  una  misma  reacción,  caracterizada  por  un  área  de 

^**^jecimient»  *  infiltración  que  aparece  rápidamente,  pero  que  desaparece 

^     «abo  de  dos  o  tres  días,  no  dejando  más  que  una  pequeña  mancha  no 

^^^Titenteda,  la  cual  lambió  desaf»arece  pronto,   sin  descamación  consecu- 

^"^^1  H  imtde  concluir  que  9C  trata  de  yxa»,  ps«u(iQ-r^^cl6Tv  !»v  V^  ^\ 


-  .    ;  .Í-T,V"V- 


kdos,  tradiiccióii  de  uiia.  hiperseiisibílidad  a  tas  albúminas  de  los  cu^ 
liocilares.  lo  mismo  en  la  toxina  calentada  que  en  la  quc  no  lo  ha  i 
3."  Si  se  prudtice  en  cl  brazo  izquierdo  una  icacciún  rápida,  que  dcsai 
le  casi  completamente  en  tres  días,  midiitras  que  en  el  derecho  auui 
hasta  el  tercer  día,  se  puede  afirmar  que  aquí  también  se  trata  de  una 
icción  positiva.  4."  Si  no  se  produce  ninguna  reacción  en  el  brazo  deri 
se  concluye,  por  el  contrario,  que  la  reacción  es  absolutamente  nci 
y  por  consecuencia,  que  el  sujeto  posee  inmiuiidad  para  la  difteria. 

Resultarlos  del  melado, — Las  estadísticas  demuestran  que   la   bus 
lidad  a  la  difteria,  débil  durante  los  seis  primeros  meses  de  la  vida,  , 
I;;  de  esta  edad  hasta  los  dos   años  Este  hecho  esíá  demostrado  1 
TiiOite  por   las  siguientes   cifras  de   Park   y   Zingüeh, 
I.TíENE,  de  otra: 

Hasta  tres  meses 15  por 

De  seis  meses  a  un  año..., 60 

De  un  año  a  dos  ¡d 10 

De  dos  años  a  cinco  id. 30 

De  diez  años  a  quince  id 2<i 

Más  de  veinte  años 15 

Cifras  semejantes  da  Lesne,  quien  encuentra  todavía  mayor  númerC 
rweptibles  en  los  primeros  años,  hasta  el  quinto.  Estadísticas  tambi 
L'das  obtienen  en  Roma  Eonchi  y  Redlich. 

III.  El  estado  refractario  de!  recién  nacido  e5  atribuido  a  propiedE 
humorales.  El  estudio  de  la  sangre  de  estos  niños,  permite  demostrar 
t.i,  en  su  suero,  la  presencia  de  antitoxinas  diftéricas.  Además,  se  p« 
tutdir  el  poder  antitóxico  de  su  suero  y  fijar  aproximadamente  la  lU 
ÚH  anticuerpos  para  preservarlo. 

La  inmunidad  del  niño  de  pecíio  contra  la  difteria,  se  habían  observ: 
en  otros  casos.  Los  m'ños  nacidos  de  madres  cu'-adas  de  viruela  poco 
les  del  embarazo,  o  inmuniíadas  durante  el  curso  de  él,  gracias  a  la 
cuna  de  Jenner,  pueden  no  mostrar  pústulas  cuando  se  practica  después 
I  lucimiento  la  vacunación;  están   refractarios. 

Hechos  experimentales  en  el  cobaya,  llevados  a  cabo  por  Tbeobalb 
SiMTH,  que  inyectan  una  mezcla  de  toxina  y  antitoxina  diftérica  dura 
el  embarazo,  demuestran  que  los  conejillos  nacidos,  presentan  ur 
lia  má!  ^ande  contra  la  enfermedad,  comparándola  con  los  cobay 
i.cs  no  se  ha  realizado  este  experimento. 

Ehnucr  se  esforzó  en  dilucidar  esta  c 
Inria.  Sus  experiencias  demuestran  que  los 
n'sdre  al   feto  a  través  de  la  placenta.  Si   s 

reiios  vegetales,  se  encuentran  anticuerpos  n  ^ 

iia.^  sino  también  en  la  fetal.  En  la  especie  humana,  eíta  inmunidad  here 
lana,  es  de  «na  parte  por  el  paso  de  antitoxinas  maternas  a  través  de  la  p 
tente,  y  de  otra,  por  su  transmisión  por  la  leche.  Abel  ha  demostrado  - 

«nttloxinas  de  la  hembra  recientemente  curada  de  difteria. 


lón  de  la  inmunidad  here 
¡cuerpos  pueden  pasar  de 
munizan  hembras  contra 
solamente  en  la  sangre  mat 


tran  en  la  sangre  del  recién  nacido  antes  de  haber  sido  alimentado  con  el 
pecho.    Experimentando   en   la  sangre   del   cordón   umbilical    en   el   85    por 
100   de  los  casos,  se  han  encontrado  antitoxina.  Aviragnet,  Weill-Halle  y 
PiERRE  Marie  afirman  que  jamás  se  encontró  una  reacción  de  Schick  nega- 
tiva '  en  el  niño,  si  ésta  es  positiva  en  la  madre. 

Hay  una  correlación  establecida  por  las  estadísticas  entre  la  inmunidad 
fr>at«ma  y  la  inmunidad  del  niño.  En  el  campo,  el  número  de  madres  todavía 
recsei)tiWes  a  la  difteria,  es  más  grande  que  en  las  ciudades  y  consecutivamen- 
le,    la  proporción  de  niños  víctimas  de  esta  enfermedad  es  más  elevada. 

TJna  prueba  de  esta  transmisión  de  anticuerpos  de  la  madre  al  feto  du- 
rant:^  la  gestación,  la  dan  las  recientes  experiencias  de  Zoller.  Habiendo 
vacrtinado  con  anatoxinas  diftéricas  hembras  de  cobaya,  se  notó  la  transmisión 
de  la  inmunidad  al  recién  nacido  y  la  desaparición  de  este  estado  refracta- 
xio  después  del  12  mes.  Hay  otros  experimentos  en  este  sentido,  que  de- 
njuestran  la  transmisiwi  de  la  inmunidad  hereditaria. 

-Al  lado  del  paso  transplacentario  de  anticuerpos  antidiftéricos,  se  deb« 
ac¡TT:iitir  igualmente  la  posibilidad  de  su  transmisión  por  la  leche.  Esta,  en 
efecto,  es  vehículo  de  anticuerpos  Se  pone  de  manifiesto:  i.»,  la  inmunidad 
esi>ecífica  de  ratoncillos  aislados  de  madres  normales;  pero  nutridos  por  hem- 
bras inmunizadas  contra  toxinas  vegetales  (Ehrlich),  y  2.*,  la  transmisión 
^^     anticuerpos  diftéricos  del  jumento  hembra  al   potro    (Dzergowski). 

I^or  lo  que  concierne  a  la  mujer,  es  cierto  que  los  anticuerpos  pueden 
P^sar  por  la  leche.  Varios  investigadores  han  observado  un  poder  agluti- 
nante muy  pronunciado  en  la  leche  de  nodrizas  afectas  de  fiebre  tifoidea. 
•'íi>-AL  y  otros,  han  puesto  en  evidencia  la  transmisión  de  aglutininas.  Sch- 
*J^T»  en  fin,  ha  demostrado  la  presencia  de  antitoxinas  diftéricas  en  la  le- 
che  de  las  nodrizas. 

¿  Cuál  es  la  naturaleza  de  este  estado  refractario?  Se  ha  considerado  co- 

^•p    Comparable  al  que  se  procura  por  una  inyección  preventiva  de  suero. 

^^^    embargo,  hay  entre  estas  dos  inmunidades  una  gran  diferencia.  El  es- 

/^o    riefractario  debido  a  la  inyección  de  un  antisuero  no  persiste  más  que 

^*Sunas  semanas,  mientras  que  la  inmunidad  pasiva  del  niño  dura  alrede- 

^  <ie  seis  meses.  Es  cierto  que  la  transmisión  al  recién  nacido  de  la  inmu- 

niuad    antidiftérica  materna  no  es  definitiva;  pero  se  puede  decir  con  Lere- 

^^XJBfT,  que  es  el  factor  exclusivo  de  la  rareza  de  la  difteria  en  el  recién 

d^^^^*^*  ^^  inmunidad  paterna  no  interviene  también?  ¿No  puede  pensarse 

^  ^na  manera  general,  que  el  organismo  del  recién  nacido  o  del  niño  de 

P^^ho,  no  reacciona  frente  al  antígeno  (toxinas  y  microbios)  demostrando 

^   stisceptibilidad  o  una  facultad  reaccional  tan  viva  como  cuando  el  niño 

inayor?  Insensibilidad  e  ineptitud  a  reaccionar,  deben  ser  distinguidas  una 

cifi  ^^^^  ^  insensibilidad  representaría  una  especie  de  inmunidad  no  cspe- 

jj »^?^  «na  falta  de  susceptibilidad.  La  ineptitud  a  reaccionar,  no  sería  si- 

bul^**^^  de  insensibilidad,  de  indiferencia,  ella  haría  del  niño  un  ser  vulnera- 

^y  ,1  pero  capaz  de  señalar  el  ataque  del  cual  ha  sido  víctima,  por  los  signos 

^^'íarios  de  la  enfermedad. 

^^^omo  se  re,  este  estudio  tiene  todavía  varios  problemas  que  solucionar. 

J.  A.  Muñoyerr* 


P  Th.  Fa»r.— Aoeroa  áe  la  patogenia  da   (a  glomerulon«frlt!s 

aguda.    (Zur    Patliogenese    der    akuten    Glomerulonephritis.)    Deaiscr-s 
Mcdisinische   H'achetuchrífl.  Año  LII,  núm.   i8,   igz6. 

En  un  trabajo    recientemente  publicada   por   Küczyhski  y  en  otro  ^ 
VOLHAKD  se  insiste  en  la  doctrina  establecida  por  este  ñltimo 
de  las  eausaa  de  la  glomerulonefritis,  que  consiste  en  considerar  un  espasi 
priinario  de  los  pequeños  vasos  del  riñon  como  el  facfor  fundamenial   de 
ejiía-medad.   Fahk,   también   recientemente,   se   ha  ocupado   de  refutar   en 
libro   de   LuBARSCH   y   Henke  la   hipótesis   de  Volhard.   El  autor   sostie 
como  desde  el  principio  de  sus  trabajos,  !a  idea  de  que  la  glomcrulonefr= 
obedece  a  un  agente  tóxico  y  comienza  en  el  interior  de  las  asas  i;'onie 
Jares  en  forma  de  una  verdadera  endocapllaritis.  Ahora  bien,  segím  las  ra- 
cionadas  investigaciones   de   Kuczvnski,  parece  que  las   ideas   de  VouiJ.™ 
hao  obtenido  una  comprobación  de  índole  anatomopatológica,  y  el  autor 
dica  el  presente  trabajo  a  refutar  las  descripciones  de  Kiiczvnski, 
mente  con  arreglo  a   los  casos  suyos,  sino  por  medio  de  una  interpretai^r^  -= 
diferente  de  las  imágenes  publicadas  por   Kuczvnski  mismo.   El  trabaj»^ 
este  último  autor  se  funda  en  el  estudio  casi  exclusivo  de  un  solo  casi»- 
glomerulonefritis   aparecido  en   un  niño   de   doce  años   a   la  tercera   semm^:^^ 

I  de  una  escarlatina  y  muerto  por  una  neumonía  intercurrente  a  los  once  -^r^" 
de  aparición  de  ios  edemas  generalizados.  El  caso  en  cuestión  no  puede  t^=    = 
sMerarse,  por  !o  tanto,  como  muy  precoz,  hecho  que  puede  confirmarse,        T' 
tAxa  parte,  dada  la  presencia  de  semilunas  en  las  imágenes  descritas,  hall^^=^ 
qjie,  con»  se  sabe,  falta  siempre  en  las  fases  muy  precoces  de  la  glomer»-^^^- 
áefritis. 
La  refutación  del  trabajo  de  Kuczynski  la  realiza  Fahr  por  medio 
estudio   de  un  caso  investigado  seriadamente  desde  el   punto  de  vista  hís^^ 
lógico,  y  en  él,  como  en  el  de  Kuczvnski,  predominaba  una  exudación.    ^ 
ulular   y   leucoeitaria   en   el   interior   de    las   asas    glomerulares,    pero    se 
ferenciaba  del  caso  de   Kuczvnski   por   ser  mucho  más   precoz.   Se   trata^*^ 
en  efecto,  de  un  enfermo  de  treinta  y  siete  años,   muerto  en  el   tercer  cE::^ 
de   una   glomerulonefritis   aparecida   bruscamente. 

Microscópicamente  el  riñon  mostraba  en  este  caso  unos  glomérulos  de.  -=^ 
igualmente  aumentados  de  tamaño  con  una  cantidad  variable  de  glóbulc 
y  abundantes  leucocitos  en  las  asas  glomerulares,  en  las  que  también 
una  masa  coagulada,  granujienta,  ds  aspecto  vitreo  y  mezclada 
eleares.  Además  de  este  proceso  exudativo,  había  una  proliferación  intensa- 
del  endotelio  capilar,  tal  y  como  ha  sido  descrita  anteriormente  por  Volharb  -^ 
La  pared  de  los  capilares  estaba  en  parte  adelgazada  y  en  parte  ensanchada 
por  ingurgitación  y  ligeramente  granujienta.  En  las  cápsulas  había  un  exu — " 
dado  escaso  con  glóbulos  rojos  y  lo  mismo  en  los  túbuli,  que  por  su  part^ 
no  mostraban  ninguna  alteración.  Los  vasos  estaban  llenos  de  sangre  y  poi 
lo  demás  sin  alteración  alguna  y  los  capilares  intersticiales  aparecían  verda- 
deramente repletos. 


—  '¿os  — 

Fahr  ha  concedido  especial  atención  al  estudio  seriado  de  los  cortes  res- 
pecto al  comportamiento  de  los  vasos  y  ha  seguido  de  este  modo  exactamente 
-el  camino  de  los  vasos  aferentes  desde  su  salida  del  vaso  interlobular  hasta 
su  penetración  en  el  glomérulo  y  más  allá  hasta  la  salida  del  mismo  cons- 
tituyendo el  vaso  eferente.  El  vaso  interlobular  se  comporta  siempre  de  un 
modo  uniforme  y  sus  paredes,  especialmente  la  íntima,  se  encuentran  abso- 
lutamente indemnes;  la  luz  del  vaso  bien  llena  de  sangre.  En  cambio,  los 
vasos  aferentes  se  muestran  de  un  modo  irregular  en  su  aspecto,  pero  de 
todos  modos  cuanto  más  próximos  al  glomérulo  tanto  más  frecuentes  e  in- 
tensas aparecen  sus  alteraciones  que,  fundamentalmente,  pueden  identificarse 
con  las  que  se  observan  a  nivel  del  pelotón  glomerular,  a  saber,  ingurgitación 
del  endotelio  que  sobresale  de  la  pared  en  forma  de  botones  y  que  a  veces 
llega  a  producir  inclusoí  una  descamación.  Entre  los  endotelios  descamados  se 
encuentran  leucocitos  y  a  veces  hematíes,  aun  cuando  el  número  de  éstos 
varía  considerablemente  e  incluso,  en  ciertos  sitios,  parece  el  vaso  aferente 
desprovisto  de  ellos,  pero  únicamente  porque  a  causa  de  la  ingurgitación  del 
endotelio,  la  luz  del  vaso  aferente  se  ha  estrechado  de  un  modo  considerable. 
De  todos  modos,  es  muy  frecuente  ver  en  estos  vasos,  directamente  a  nivel 
de  su  punto  de  penetración  en  el  glomérulo,  gran  cantidad  de  glóbulos  rojos 
En  otros  casos,  en  cambio,  llegan  las  alteraciones  endoteliales  del  vaso  y  su 
descamación  hasta  su  punto  de  origen  en  el  vaso  interlobular.  De  un  modo 
análogo  al  vaso  aferente  se  encuentra  también  alterado  el  eferente. 

La  significación  de  estas  alteraciones  aparece  clara  admitiendo  que  el 
proceso  inflamatorio,  que  tiene  lugar  en  el  glomérulo,  se  propaga  en  cierto 
niodo  hacia  el  vaso  aferente  y  eferente.  Pero  el  hecho  de  que  el  proceso  co- 
mience en  todos  los  casos  por  el  glomérulo,  se  demuestra  observando  cómo 
en  éste  se  encuentran  alteradas  todas  las  asas  vasculares,  mientras  que  en 
bs  vasos  que  llegan  al  glomérulo  desde  fuera  son  las  porciones  más  próxi- 
tiias  al  mismo  las  que  se  ven  alteradas  con  más  frecuencia  y  con  más 
egularidad  y  van  decreciendo,  por  el  contrario,  conforme  se  va  alejando  el 
aso  del  glomérulo.  Teniendo  en  cuenta  por  otra  parte,  que  el  vaso  interlobular 
►ermanece  libre  y  que  en  el  vaso  aferente  alterado  la  lesión  procede  del  glo- 
nérulo  y  disminuye  hacia  el  vaso  interlobular,  se  comprende  cómo  la  nutri- 
ión  de  los  túbuli  puede  realizarse  normalmente  y  aparecen  los  vasos  inters- 
Iciales  desprovistos  de  toda  alteración.  En  efecto,  las  ramillas  que  parten 
Leí  vaso  interlobular  y  que  llegan  directamente  a  los  túbuli  sin  presentar 
elación  alguna  con  los  glomérulos,  pern^anecen  intactas  y  es  evidente  que 
íste  hecho  sería  inexplicable  si  se  admitiese  como  causa  del  proceso  un  es- 
Kismo  de  las  arteriolas,' puesto  que  en  este  caso  haría  falta  poner  en  claro 
K)r  qué  las  pequeñas  ramillas  del  vaso  interlobular,  que  constituyen  las  arte- 
rias intersticiales,  se  comportan  de  modo  diferente  que  las  glomerulares. 

En  períodos  más  tardíos,  la  alteración  del  vaso  aferente  puede  ir  progre- 
sando y  llegar  incluso  al  vaso  interlobular,  conforme  han  demostrado  Fahr 
y  LÓHLEiN.  El  autor,  teniendo  en  cuenta  todas  estas  lesiones  descritas  por  él 
mismo  hace  tiempo,  no  ve  ningún  motivo  de  contradicción  en  el  trabajo  de 
KuczYNSKi,  en  cuyas  láminas  pueden  observarse  muchas  de  las  alteraciones 
descritas  por  Fahr.  Llama  la  atención  este  autor  acerca  de  un  punto  especial 


—  296  — 

del  trabajo  de  Kuczynski.  Este  último  ci'ee  que  los  leucocitos  penetran  en 
el  glomérulo  retrocediendo  a  través  del  vaso  eferente,  ya  que,  oomo  supone 
que  el  vaso  eferente  se  encuentra  ocluido  por  un  proceso  espasmódico,  no  es 
posible  i>ensar  en  otra  vía  de  penetración  para  dar  cuenta  en  sus  casos  de  la 
gran  cantidad  de  leucocitos  que  se  encuentran  en  el  interior  del  glomérulo.  Sin 
embargo,  Fahr  no  cree  que  esto  sea  verosímil.  Objetivamente  ha  encontrado 
lo  mismo  que  Kuczynski^  es  decir,  un  acumulo  de  leucocitos  mayor  en  el 
vaso  eferente  que  en  el  aferente,  pero  esto  parece  estar  relacionado  con  el 
éxtasis  inflamatorio  que  tiene  lugar  en  el  glomérulo,  éxtasis  que  naturalmente 
se  manifiesta  con  mayor  amplitud  a  nivel  de  la  mínima  resistencia,  es  decir, 
en  el  vaso  eferente  de  paredes  finas.  Por  último,  Fahr  ha  podido  obtener 
un  nuevo  argumento  de  convicción  del  estudio  de  este  nuevo  caso  de  glome- 
lulonefritis,  puesto  que  demuestra  que  el  proceso  inflamatorio  puede  propa- 
garse con  gran  precocidad  al  vaso  aferente  y  eferente.  Claro  es  que  en  estas 
condiciones  se  produce  un  estrechamiento  de  la  luz  de  estos  vasos,  pero  ello  no 
es  ocasionado  por  un  espasmo  primario  de  las  arteriolas,  como  quiere  Volhard, 
sino  por  una  ingurgitación  del  endotelio  vascular,  alteración  morfológica  que 
coincide  exactamente  con  la  del  glomérulo.  De  todos  naodos,  esto  no  quita 
importancia  a  la  concepción  primera,  según  la  cual,  lo  esencial  es  el  proceso 
inflamatorio,  debido  quizá  a  una  eliminación  de  toxinas  que  tiene  lugar  en  las 
asas  glomerulares.  Si,  por  el  contrario,  la  inflamación  comienza  en  las  arte- 
riolas y  el  glomérulo  se  afecta  secundariamente,  el  proceso  que  se  contituye 
no  es  ya  ima  glomerulonefritis,  sino  una  nefroesclerosis  maligna. 

R.  Fraile. 


..^x^tilYOS    DE    MEDICINA 

cirugía  y  especialidades 

^  nS^!^^  «  «»«  noviembre  de  1926  j*  m.  284 


niEVEliOlOIII    DE    LAS    ENFERMEDADES    INFECTOCONTA- 

QI08AS  DE  LA  INFANCIA 

por  el  doctor 

«I.  A.  Alonso  Muñoyerro. 


Ocupan  el  tercer  lugar  entre  las  causas  de  muerte  en  los  niños 
las  e?nfermedades  infecciosas  en  general,  y  principaJínente  las  exan- 
^e^iaáticas  (eseaiüaitína,  sarampión),  la  difteria,  tuberculosis,  fiebre 
tifoidea,  tos  ferina,  etc. 

En  la  lucha  contra  la  mortalidlad  infantil,  y  por  lo  que  se  refiere 

^  1^  causa  priincipail  de  muierte  en  la  primera  edad,  los  trastornos 

l^^strointestinales  agudos  y  ios  tmstornos  de  nutrición  primitivos  o 

secundarios,  un  día  ha  de  Ikgar  en  el  cual,  por  haberse  intensificado 

^  Propaganda  de  la  lactanoia  ai  pecho  por  la  madre,  y  haberse  fa- 

^'^^^cido  por  todos  los  medios  a  ésta  con  los  socorros  que  fuesen 

^^c^sarios,  a  fin  de  que  jamás  se  separe  su  hijo,  incluso  aquellas 

^*^^jeres  que  se  dedican  a  nodrizas  antes  de  los  seis  meses  que  exige 

^   l^y,  se  consiga  rebajar  en  una  proporción  considerable  el  coefi- 

letite  de  mortalidad  por  esta  causa,  y  con  ello  la  cifra  dJe  mortalidad 

^ía-ntil  global. 

También  se  consegrará,  sin  duda  alguna,  si  no  suprimir,  hacer 

-^c^nder  el  tanto  por  deato  die  moiertes  por  procesos  agudos  dé 

-^^^ato  respiratorio,  bronquitis  y  bronconeumonías,,  que  ocupan  jus- 

^ente  el  segundo  puesto  entre  las  otras  causas  de  mortalidad,  di- 

^grando  en  dispensarios  y  consultas  de  niños,  mediante  coníeren- 

•s  y  otros  prodedíimienitos  de  ilustración  a  las  madres,  los  medios 

onocimientos  higiénicos  adquiridlos  por  la  moderna  Puericuitura, 

"^  prevenir  estas  afecciones  (vacunación),  y  en  caso  de  que  se 

>ieren  presentado,  asistiéndolas  díebidamente  en  didhos  centros. 

se  multiplicarán  y  org^iizarán  científicamente  en  todas  las  ciu- 

^,  por  ser  en  ellas  donde  más  víctimas  causan  estos  procesos. 

Estamos,  por  tanto,  ante  la  tercera  causa  de  mortalidad :  la  ori- 


r 
I 
I 


yinacla  por  las  enfermedades  infecciosas  en  general,  eiitre  las  c 
liay  algunas  que  han  de  ser  objeto  de  especial  mención  en  este  t 
tajo.  Es  forzoso  el  reducir  y  condensar  lo  más  posible,  porque  i 
lema  es  amplio,  muy  conocido,  y  no  tiene  otro  propósito  el  c 
iricanle  al  traerlo  aquí,  que  ver  si  de  la  disciisíón  se  deducen  alguní 
conclusiones  importantes,  capaces  de  hacer  fijar  ia  aíención  de  los 
l'odewrs  públicos  en  ellas,  para  <jue  sea  im  hecho  su  implantación  en 
la  práctica.  Ya  sabemos  quie  el  ver  reaJazado  nuestro  propósito  es 
cuestión  de  colaboración ;  son  todos  los  médicos  los  qut  dtbeii  en- 
cargarse de  hacer  opinión,  y  de  divulgar,  cada  uno  en  su  esfera,  los 
conocimientos  y  hechos  conquistadas,  para  que  todos  imidos  recla- 
memos a  quien  correspon^cía  los  servidos  necesarios  encaminados  ^=^s, 
combatir  una  causal  importaaite  de  muerte  en  les  niños,  como  sorn^eqi 
las  enfermedades  que  hemos  de  pasaír  revista.  Ahora  bien ;  ¿son  li-^^.í- 
rismos  e&to  que  yo  pretendo  una  vez  más,  o  es  ima  realidad  cientP'^i^i- 
fica  y  palpitante  en  la  actualidad?  Veánioslo. 

En  la  profilaxis  de  las  enfermedades  ijifecciosas  han  de  tener^^  ¿e 
en  cuenta  primeramente  los  medidas  saaiitarias  comunes  a  tod^  Jfes 

ellas,  que  no  hay  por  qué  citar:  el  aislamiiento,  la  desinfección,  etc-  ^' 

tera,  etcétera,  medídajs  que  es  icíi^rescindible  el  que  se  adopten,  per-^^;ro 
que  no  lastan,  son  insuf^ienfles.  En  !a  época  moderna,  la  orientada  Jón 
de  la  profilaxis  se  ha  hecho  en  el  senJido  de  la  especificTad,  y  es  nr — =ne- 
jur  que  el  indiividuo  mismo  se  defienda  por  estar  iíimime  o  íiiiiiiiim  iii 
zado,  que  el  apartarle  de  las  causas  de  infección,  ya  que  este  aJe^  ¡a- 
miento  es  de  modo  absoluto,  imposible.  Además,  hay  enfermedad    —Íes, 

como  la  difteria,  que  a  pesar  de  tener  un  tratamnento  curativo  '• an 

eficaz  como  la  antitoxina,  tndavia  da  lugar  a  lui  diez  por  ciento  de 

mortalidad  y  defectos  o  lesiones  debidos  a  ella,  y  no  vale  invoc—  -ar 
e!  que  gran  número  de  casos  acuden  tarde  al  tratamiento,  puesío  í^^uc 
organizada  y  metodizada,  de  un  modo  oientifico  la  ludia  contra  e       -sfa 
enfermedad,  no  daría  lugar  al  número  áe  muertes  que  todavía        se- 
registra.  Pero  sigamos  nuestra  arginnentación.  Hay  conquistas  ^^w- 
sitivas,  que  podemos  y  debemos  emplear,  y  otras  que  están  en  —es- 
tudio, aun  cuando  se  vislumbra  un  día,  no  muy  lejano,  en  que  ^B'^" 
sarán  a  formar  pairte  del  arsenal  de  medios  que  poseemos  para-     fs 
lucha  contra  estas  enfennedades.  Ea  mejor  prevenirlas  que  cur~  -^r- 
las ;  y  s¡  para  ello  fuese  posiblie  inmunizar  activamente  al  indivic^i» 
contra  cada  una,  con  el  fin  de  que  se  defienda  por  sí  solo,  no      ^ 
obstáculo  el  que  hubiera  que  repetir  las  sucesi^'as  inmunizacior»*^' 
ni  es  complicación  técnica  tamfpoco  el  que  para  cada  infección  h^P 
que  vacunaT  a!  individuo.  ¡  Ojalá  tuvié.semos  para  días  la  niis*TJ^ 
prevendón  que  para  la  rvimela!  El  ideal  es  éste,  y  no  supone  r 
gún  conflicto  para  el'  organismo  humano,  como  se  ha  pretendido  ^ 


—  299  — 

cer  v«r,  ya  que  espontáinieaniiente  el  procediimiento  cómo  se  inrmmi- 
?a  en  el  cujrso  de  la  vidla  es  éste :  sufriendo  afecciones  ateniuadas, 
mvaL^  que  conocennos,  y  otras  que  ignoramos,  pero  el  fin  es  el  apren- 
dizaje que  redbe  ¡para  i  defenderse  ante  insultos  sucesivos.  Adelan- 
témonos en  aquellas  infecciones  en  las  que  se  conoce  la  imunizadón, 
y  orillemos  d  riesgo  que  puede  correr  ante  una  futura  infección  gra- 
ve. Esto  es  lo  científico  y  lo  racional. 

La  difteria. — Desde  1913,  ;en  que  Schick  publicó  su'  pnmer 

trabajo  sobre  la  ireaoQión  cutánea  que  lleva  su  nombre  (en  la  Müncn 

*'ied.  woch,),  hs  observaciones  se  han  repetido  por  varios  investi- 

g?adores,  entre  dios  Loos,  Karasawa,  Weil-Hallé,  Debré,  Was- 

^Hr^HMANN,  etc.,  etc.,  y  ha  constituido  im  hecho  adquirido  pam  la 

-iencia  d  descubrimiento  de  los  individuos  receptíbles.  No  he  de 

tescribir,  porque  seria  repetimos,  la  reacción;  además,  vuestra  cul- 

-^*xa  se  ofendería  por  ser  dte  todos  conocida,  y  por  si  no  fuera  bas^ 

^^^nte,  hay  otra  comunicación  a  este  Congreso,  d!e  González  Alva- 

^^2,  que  trata  del  asunto.  Es  un  procedimiento  de  gran  importan^- 

*ia.  para  descubrir  los  individuos  reoeptibles,  que,  unido  aíl  ai&la- 

tii^ento  y  tratamiento  especial  a  que  deben  someterse  los  portadores 

[^   gérmenes,  constituyen  los  dos  puntales  principales  de  ima  lucha 

^'en  organizada  contra  h,  difteria.  En  España,  aproximadamente, 

a  pesan-  del  trataimiento,  mueren  cuatro  mil  diftéricos  al'  año, 

>xiesto  que  mueren  el  10  por  ico  y  son  cuarenta  mil  los  atacados 

or  término  miedio.  ¡  Bien  merece  la  plena  el  defender  estas  vidas, 

Ues  no  sabemois  lo  que  puede  rendir  a  la  Paifcria  tuia  sola  de  ellas ! 

El  empleo  dd  Schick  lo  considentmos  fundamental  en  derta 

lad,  que  es  desde  los  dos  años  en  adelante,  pues  sin  descubrir  a  los 

tc:  son  reoeptibles,  d  inmunizarles  sistemáticamieote  dificultaría 

ormemente  la  labor.  En  cambio,  en  los  niños  de  uno  a  dos  años, 

íemos  que  puede  realizarse  la  inmunización  sin  d  Schick  previo, 

rque  facilita  la  técnica  de  inmunización  ai  omitirle,  ya  que  más 

50  por  100  seguramente  son  reoeptibles. 

Los  portadores  de  gérmenes  es  preciso  descubrirlos.  Sobre  todo 
e  los  escolaires,  con  d  fin  de  aislarles  y  tratarles  convenientemen- 
Si  el  servido  de  inspección  médico  escolar  estuviera  extendido 
xla  España,  como  requiere  la  salud  de  los  escolares,  debería  te- 
buen  cuidado  de  sdeocionar  aquellos  que  llevan  badlos  Loffler 
\  faringe,  y  que  son  el  medio  de  contagio  para  los  demás, 
na  vez  dtesculbieitos  los  individuos  reoeptibles,  debemos  esfor- 
>  en  inmunizarlos.  Ahora  bien :  ¿  debe  hacerse  la  «imimización 
o  activa?  Ciíando  d  tiempo  apremie  y  no  podamos»  esperar  al 
olvimiento  de  las  defensas  activamente,  se  ha  empteaido  ya 
íl  año  1894,  en  el  Hospital  Trousseaux,  la  inyecdón  preven- 


n  de  suero.  Pero  el  corlo  t¡«nipo  qiíe  ésta  produce  kunuiiidad  hizc 
pensar  en  encontrar  mi  niodio  de  inmimMzar  activamente  contra  la 
difteria.  Son  varias  los  métodos  seguidos  y  puestos  en  práctica,  me- 
reciendo citarse  los  nunibres  de  Pakk  y  Zingiieu,  de  Estados  Uni- 
dos, y  los  de  Rohmer,  Levy,  Renault  y  muchos  más.  en  Francia  y 
j\\emaxúa..  Justo  es  también  decir  que  el  doctor  Manuel  Tapia,  dd 
Tiistituto  Alfonso  XIII,  actual  directoir  del  Hospital  de  epidemíae 
y  gran  prestigio  en  esta  materia,  ha  trabajado  y  trabaja  en  la  inmiii 
nización  activa  contra  la  difteria,  y  en  él  ciframos  grandes  esperar» 
zas  respecto  a  la  organización  de  la  lucha  contra  esta  enfermcda*: 
(jiie  aún  causa  tantas  victimas  a  pesar  del  tratamiento  espeófioo, 
Actualmente,  con  la  toxina  hedía  atóxica  calentándola  a  42" 
añadiéndola  fenol  al  4  por  100.  Ifafliiada  atiaioxina  por  Ramón.  ^ 
Instituto  Pastear,  se  ha  simplificado  mucho  la  inmunización,  no  h»s 
Itiendo  necesidad  de  recurrir  a  la  antigua  mezcla  de  toxina- antitoac 
na,  más  .peligrosa,  y  a  la  que  se  refiere  Pikquet  al  aconsejar  al  Gí< 
bienio  vienes  no  ptennita.  la  inmimizaaón  activa  con  esta  vacuna,  L. 
técnica,  como  se  sabe,  es  haoea'  tres  inyecciones  de  0,50,  i  y  1,50  di 
édiatoxina,  con  tres  semanas  die  intervalo  entre  la  primera  y  segandí 
inyección,  y  una  semana  entre  la  segunda  y  tercera. 

La.  duración  de  la  imunidad  no  se  puede  precisar  todavía;  pero, 
según  Jos  estudios  de  Pare  y  Zincher,  la  imnensa  mayoría  de  ¡os 
inmunizados  ct«itinúan  siéndolo  a  los  dos  y  tres  años,  lo  cual  se 
evidencia  por  el  Schick  negativo.  I^^ada  esta  edad,  ya  se  disminu-j 
ycti  ias  posibilidades  de  contagio  y  el  peligro  mayor  de  la  enfenne-l 
dad.  aijarte  de  que  esperamos  se  prolotigue  durante  más  tiempo  <^ñ 
|X.-ríodo  de  inmunidad,  y  esto  la  observación  sucesiva  ha  de  decirioj 
Se  deduce,  .pues,  de  lo  ex]>uesto.  que  no  bastan  las  medidas  adop* 
tadas  hasta  ahora  en  nuestro  país  para  combatir  la  difteria,  ano  qn* 
es  preciso  organizar  una  cam]>aña  de  propaganda  y  divuJgación  i* 
todos  los  procedimientos,  a  semejanza  de  lo  hecho  en  los  P 
L'nido^,  a  fin  de  que  los  padres  conozcan  el  peligro  que  c 
hijos  y  se  presten  a  acudir  a  inanuiiizarlos ;  pero  para  ello  se  necesjl 
antes  organizar  debidamente  este  servido,  con  las  garantías  de  ij 
dirección  y  una  colaboradón  enteramente  científicas.  Entiendo  | 
este  Congreso  puede  ser  un  motivo  para,  nuevamente,  interesar  af 
autoridades  sanitarias,  con  el  fin  de  alcanzar  esta  anhelada  Ii| 
contra  la  difteria.  Si  dispone  Ja,  ciencia  de  tm  procedimiento  ii 
sivo  para  descaibrir  primeramente  a  los  receptibles,  y  de  un  r 
para  inmunizatJos,  tratando  al  misniq  tiempo  a  los  portadot 
gérmenes,  no  debemos  esparar  a  más.  Hora  es  ya  de  que  sald 
de  esta  pasividad,  oanformándonos  con  lo  adquirido  hasta  £ 
oue.  como  hal>éis  visto,  con  ser  mucho  lo  que  tkhemos  a  rJ 


—  301  — 

Bhhring^  no  €6  todo  lo  qxae  en  la  época  actual  podemos  alcanzar. 
Sarofnfión. — -No  es  razón  la  de  que,  porque  se  trate  de  una  en- 
^rmedad  benigna,  de!banK>s  conformaimos  y  resignarnos  a  ver  las 
osáis  cotno  están,  sin  intentar  la  a^pücación  de  los  medios  que  pue- 
den rebajar  considierablemente  la  mortalidad.  Es  cierto  que  ésifca  no 
'íi.í)a,  en  las  epidiamias  benignas,  de  un  4  por  ico ;  pero  los  que  te- 
jónos que  entendérnoslas  con  d*  sarampión  de  los  Asilos  e  Inclusas 
Hospitales,  donde  hay  gran  aglomeración  de  niños,  y  por  esta 
^Lzón  se  exacerba  la  virulencia  de  los  gérmenes  y  aumentan  las 
ivxniáicaciones,  sabemos  quie  la  mortalidad  llega  a  veces  a  42  por  100, 
'^jono  en  la  epidemia  que  en  la  Induisa  die  Madrid  tuviimos  ocasión 
^  observar  d  doctor  Bravo  y  yo  en  191 7.  No  somos  solos  nosotros 
>s  que  registramos  esta  mortalidad.  Degkwitz  cita  una  epidemia 
iri  ía  qoe  obsfervó  hasta  d  50  por  ico,  y  en  un  orfelinato  parisién  se 
abla  dd  46  por  100.  Auerbach  da  también  el  50,  etc.,  etc.  Esto 
emuestra  que,  en  ocasiones,  se  convierte  el  sarampión  en  una  en- 
ermedad  moatifera. 

La  ludia  contra  dk  es  objeto  de  gran  preocupación  en  los  países 
xt^  van  a  la  vanguardia  de  la  dviiizadón,  y  lo  mismo  que  dijimos 
•ara  la  difteria  decimos  aquí :  d  medio  ideal  sería  aquel  que  procu- 
ara  una  inmunidad  espedfica  y  duradera.  ¿  Existe  ésta  ?  Lo  prime- 
ro que  se  neoesita  es  conocer  el  germen  productor  dd  sarampión. 
rxjNiCLiFF,  Caronia,  Lehards  y  BiGELOw  han  descrito  varios  gér- 
^nes,  que  yo  no  he  de  descriibir,  porque  no  es  oportuno  (i) ;  pero 
si  Juerece  consignarse  el  trabajo  presentado  por  Caronia  en  el  mes 
de  agosto  de  1925  al  Congreso  General  del  Niño,  en  Ginebra.  Este 
profesor  de  la  Clínica  Pediátrica  de  Roma,  en  «unión  de  Di  Cristina, 
han  hecho  investigaciones  recientes,  llegando  al  ai&laimiento  de  un 
í't^Míquie  por  varias  partícuilaridades  demuestra  ser  útil  en  la  vatuino- 
profilaxis  del  sarampión.  La  autoridad  de  Caronia  me  excusa  de  ha- 
^  los  c<Mnentarios  que,  a  ser  otro,  podrían  hacerse,  puesto  que 
aporta  cifras  y  restfltados  que  son  verdaderamente  concluyentes. 
Creo  necesario  consignarlos  para,  que  los  que  les  interese,  en  cual- 
^ttier  epidemia  que  observien,  empáeen  esta  vaciina,  ya  que  gaíante- 
'^^«nte  él  la  of  nedó  (no  en  público,  sino  privadamente  haMando),  y 
Pueden  soHdtaa-la.   Nosotros  pensamos   uitilizar  este  of redmiento 
cuando  Ikgtne  la  ocasión. 

La  vaounadón  la  realiza  mediante  tres  inyecdones  intramuscu- 
'^^,  en  días  aütemos,  de  dos  centímetros  cúbicos  de  cultivos  al 
^axuntan  de  desarrollo,  a  los  que  se  añade  fenol  al.  0,5  por  100.  La 

(í)   Véase  comunicación  al  Congreso  de  Sevilla,  1924,  publicado  >n  P 
^^sos  de  la  CUnica,  enero  1925, 


inyección  no  prtxluoe  reacción  febril,  y  en  casos  excqtdonaJes  ic- 
aolian'  local. 

Eti  unión  de  MJle.  la  profesora  Sindoni  ha  lieclio  la  profilaxie 
de  sarampión  en  casos  numerosos,  en  sujetos  que  no  habían  pade-         i 
cido  la  enfermedad.  ' 

En  irn  asilo  en  él  que  no  se  tobia  hecho  la  vacunación,  enfenna- 
i-oil  casi  todos  los  niños,  excepto  veinte  que  íueron  vacunados,  cuan- 
do le  requií-ieron  a  él  para  acudir  a  prráfcar  auxilio. 

■  Caronia  cita  también  el  caso  de  uai  colegio  de  cuatrocientos  ni- 
ños en  el  que  ai>arec¡ó  el  sarampión  y  donde  se  vacunaron  dosciento^fc. 

setenta  que  no  lo  habían  padecido  y  quie  eiran  receptibles.  El  i«sul 

tado  fué  que  ninguno  enfermó  de  sarampión,  excepto  uno,  muy  IL     - 
geramente. 

Dte  quinientos  treinta  y  nueve  casos  en  total  vecuíiados  por  C/=íh^- 
EONiA  y  SixDONi,  solamenite  enfennaron  diez,  o  sea  el  dos  por  cient^jz^c. 

Trata  en  la  actua/lidad,  con  nuevas  experiencias,  de  fijar  el  liarr^m- 
po  y  la  caiitidad  minima  de  vacuna  nec£:saria  para  obtener  la  inn^^Hu- 
iiidad,  duración  de  ésta,  causas  de  la  inmunización  eo  algunos  ^^=rt- 
sos.  ote. 

Para  obtener  los  cultivos,  tanto  de  escarlaíina  coeno  dtíl  sanm-^mn- 
pión,  son  precisos  medios  catalizadores  de  Tarozi  y  Noguchi,  c^ue 
son  caros  y  dif  idJes  de  preparar. 

Es  tan  sumamente  interesante  el  trabajo  de  Caronia  al  Congre- 
Fo,  que  me  be  creído  en  el  deber  de  aportarlo  aquí,  con  el  prepósito 
de  estimular  a  todos  a  dmrigir  la  observación  en  este  sentido,  sotire 
todos  aquellos  que  tengan  a  su  cargo  servidos  donde  la  nxíttaJicíad 
akanza  cifras  elevadas  en  ocasiones.  Esperemos,  sin  embargo,  píTi- 
dentemente,  a  dar  canoliisioíres  científicas  sobre  ello. 

Pero  es  que  antes  de  estos  trabajos  ya  conorianios  algo  intere- 
sante y  definilivo,  en  lo  que  respecta  a  la  suenoterapia  dd  saran^- 
fiiÓTL  No  be  de  mokstar  vuestra  atendón,  porque,  repito,  modesta- 
rrrente  he  contribuido  a  divulgarla  en  varias  ocasiones,  y  cons^  en 
Los  Progesos  de  la  Clínica  (i).  Desde  el  año  1916.  en  que  Ni- 
COLLE  y  CoiiNEiL  inyectaron  suero  de  convaledente  a  una  niña  cu 
Túnez,  y  camprobaron  que  la  habían  inmunizado,  en  todos  los  pa'' 
ses  dd  mundo  se  multiplicaron  las  observaciones,  que  no  he  de  **" 
petir.  Sea  el  suero,  sea  la  sangre,  según  empleó  Ruelle,  de  Br^" 
selas,  para  simplificar  la  técnica,  es  el  caso  que  se  consigue  la  *^' 
munizacián.  De  la  miísmia  manera,  en  la  terapéutica  de  los  casos  ff^^' 
ves  de  sarampión  debe  recurrirse  a  la  inyecdón  de  suero  o 

(i)    Progresos  de  ¡a  Clinica,  enero  1925.  Estadfi  actual  de  la  proftl 

de!  sarampión  cnn  suero  de  convaleciente.  Alonso  MuSovehh 


;| 


—  303  — 

•de  cjonvaleciente,  y  cuando  no  lo  tengamos  a  mano,  empleaíTemos  él 
suero  de  .padres  o  hermanos,  que  tambdéci'  rinde  grandes  beneficios. 
Este  es  im  hecho  probado  ya  en  millares  de  casos  y  que  no  ad- 
mite discusión;  lo  que  se  necesita  es,  y  a  ello  me  dirijo,  un  centro 
hospitalario  oficial  de  obtención  de  suero.  Mientras  hs  experiencias 
en  conejos,  llevadas  a  caibo  en  el  Instituto  Rockefeller,  a  los  que  se 
les  ti-ansmite  la  enfermedad,  según  recientes  observaciones,  para 
que  produzcan  en  su  sangre  substancias  inmunizadoras,  que  han  de 
seivir,  extrayendo  el  suero  de  estos  ainimales,  para  inmunizar  al 
hombre,  no  den  como  resultado  la  utilización  de  esta  técnica  para 
emplearla  en  gran  escala,  como  el  suero  de  cabailo  en  la  difteria, 
íorzosamente  hemos  de  seguir  utilizando  el  suero  humano  o  sangre 
de  convaleciente,  y  es  preciso  que  para  las  necesidades  que  puedan 
surgir  en  un  momento  determinado  -en  mía  epidemia  donde  se  re- 
gistre una  elevadáa,  virulencia,  tengamos  todos  a  nuestra  disposición 
ííl  suero  neoesairio,  que  debe  facilitar  en  cada  región  un  servicio 
especial,  fádümente  organizahle,  del  que  carecemos  hasta  el  día. 
Bastaba  el  que  en  todos  los  Hospitales  pirovincialies,  municipales  o 
ád  Estado,  en  el  servicio  de  iofecdosos,  se  montara  un  laboi'atorio 
a  esite  fin,  dirigido  por  personad  competente  y  especializado.  De  los 
primeros  casos  de  sarampión  observados,  y  con  las  garantías  con- 
siguientes de  Wassermann,  etc.,  etc.,  se  empezaríia  k  obtener  suero 
el  cual  debería  ser  admiinistrado  como  merece  y  a  semejanza  de  lo 
í{i;e  se  hace  en  el  Hospiítad  Bretoneau,  servicio  creado  por  Debré. 
La  profilaxis  con  suero  o  sangre  de  padres  puede  realizarse  tam- 
bién con  éxito.  Preparo  im  trabajo  sobre  este  punto  que  oportuna- 
mente publicaré  (i). 

Escarlatina. — Muchos  autores  consideran  hoy  a  esta  eruptiva 
como  una  enfermediad  local  a  semejanza  de  la  difteria,  que  asienta  en 
la  faringe  y  desde  odH  manda  al  torrente  circulatorio  las  toxinas,  las 
cuaíes  se  difunden,  daindo  lugar  a  todos  los  otros  síntomas  y  al 
exantema.  Esta  toxina  daría  lugar  después,  preparando  el  terreno, 
a  la  invasión  microbiana,  de  modo  isecimdario,  de  los  gérmenes  que 
viven  en  la  cavidad  nasofaríngea^  principalmente  los  estreptococos 
hemolíticos.  Este  germen,  viviendo  en  la  faringe,  puede  haber  dado 
íugar  a  ataques  de  anginas  que  han  transcurrído  sin  nada  de  parti- 
cular, y  así  se  ha  vacunado  el  individuo  contra  la  escarlatina.  El 
germen  de  esta  enfermedad  es  objeto  de  diversos  estudios.  Di  Cris- 

(i)  Ya  publicado  en  la  actualidad  eii  Archivos  de  Medicina,  Cirugía  y 
^specialid-ades.  Tamo  XXII,  núm.  250,  20  marzo  1926.  La  seroprofilaxis  y 
^roterapia  del  sarampión  con  sangre  de  padres  y  hermanos.  Alonso  Mu- 

^OYERRO. 


iiNA  descubrió  eii  1921  un  gemien  anaerobio,  diplocóco,  ■ 
aisló  de  eníermos  de  escarlatina  en  la  pulpa  esplenica,  iiiedula  óseall 
y  orina,  comprobandoi  estos  resultados.  Masso,  Aurtchia  y  otros» 
dásdpclos  de  Jemma,  Caronia  y  Sindoni  y  otros  autores  italianos.  ' 
hacen  estudios  de  ÍTmiunización  con  este  virus,  que  citaré,  a  seme- 
janza de  lo  hedió  con  d  sarampión,  y  que  ha  coniiuiicado  al  Con- 
greso de  Ginebra,  Inyectan  por  vía  intramuscular  a  loa  niños  ex- 
puestos al  contagio  cultivos  tivos  del  germen  aislado,  hechos  iiiac-         _ 
tivos  por  la  adición  de  fenol,  0,50.  De  doscientos  casos  examinados      .^^ 
por  la  profesora  Sindoni,  y  trescientos  por  Di   Cristina,  no  han  _»— ^ 
registrado  apenas  un  dos  por  ciento  de  morbilidad,  a  pesar  de  ^a    wr~n 
exposición  al  contagio  escariatinoso.  Señores,  esta  revelación  es  nn-^r-^r, 
liecho  importantísimo  para  los  pediatras.  Todos  sabéis  que  así  ct'nici:^^  o 
el  sarampión  es  una  enfeimedad  ordinariamente  benigna,  y  si  d^^^  a 
iir>a  mortalidad  absoluta  grande  es  porque  casj  la  totalidad  de  Io£-  -^i 
ni.áos  la  padecen,  en  cambio  la  escarlatina,  a  pesar  de  no  afecta:^     _r 
más  que  al  30  por  roo  de  la  población  infantil,  lelativamente  muere^rmí 

en  niaycr  proporción  por  s;r  enfermedad  Tas  grave.  Las  cifras  ',a e 

aportí)  Cahonia  fueron  las  siguientes,  y  c~i  de  interés  el  conocerla-  --  j. 
porque  delien  ser  niuj-  semejamtes  a  las  nuestras,  por  diversas  r-  *  — 
zones:  población,  raza,  situación  geográfica,  costumbres,  etc.,  etc.  ^-  ■~'»3 
conociera  exactamente  las  nuestras  las  citaría  en  vez  de  ellas :  pei:= — «3 
jon  más  recientes  éstas,  y  la  aduana  de  Cahonia  es  de  garantía  sufcr-^*-' 
f'ente  para  que  las  estimemos  como  exactas.  Dice  que  en  Italia  p^  "  ' 
decen  el  saram.pión  anualmenite  ciento  cincuenta  mi]  niños,  y  muert^s^^^" 
por  él  nueve  mi!.  De  escarlatina  enferman  veinticinco  mil,  fallecie^er"^- 
(l'i  por  término  medio  tres  mil  quinientos.  Calculad,  pues,  la  enon^c"^^ 
cifra  que  arrojan  estas  dos  infecciones  eñ  la  mortalidad  infan^^E^^' 
mundial ;  pero  circunscribiéndonos  a  nosotros,  que  e^  lo  que  inter^  ^f=^ 
sa,  podemos  decir  que  mueren  anualmente  más  de  doce  mil  niños  ^C^*  ^ 
sarampión  y  escarlatina,  porque  hay  muchos  casos  no  dedaradc^  •^-^' 
Comprenderéis  por  qué  t'ene  tanta  importancia  el  desaibrímiento  e^r^-* 
Cahonia.  Ahora  a  comprobarlo  noísotros,  y,  con  absoluta  indepet:^' *" 
cia,  deridamo.s  por  cuenta  propia,  como  han  hecho  en  otros  país^^^^' 
1  por  ejemplo,  Alemania. 

Si  la  prácCica  demues-tra  ser  ésta  una  conquista  positiva  de  *^ 
ciencia,  va  a  originar  cierta  revolución,  pues  todos  sabéis  los  estudí  ^^^^ 
interesantes  de  G.  F,  Dick  y  G.  H.  EVick,  de  Chicago,  referen*^^^ 
al  origen  de  la  esfarbtina.  Ins  cuales  aceptan  como  productor  al  ^.^-^'' 
ireptococo  hemolítico.  Esto  vendría  a  dar  la  razón  a  Zingher.  qui*^"^*^' 
Fegún  lo  más  probable,  considera  a  la  escarlatina  como  una  enf  ^^*'" 
medad  que  tiene  varios  orígenes,  siendo  la  expresión  sintomát*^^ 
de  afecciones  totalmente  diferentes.  Sin  embargo,  hay  que  rendí'* 


--  305  — 

a  la  evidencia  ante  los  estudios  de  Dick  y  Dick  en  Chicago.  Estos 
afirman  que  el  estreptococo  hcmolítico  es  el  agente  causal  de  la  es- 
cariatina.  Veamos  por  qué  es  fundamental. 

Cuando  los  Dick  empezaron  a  estudiar  la  escarlatina  no  se  co- 
nocía el  microorganismo  causal,  pues  los  diescriitos  no  reunían  las 
condiciones  de  las  leyes  de  Koch.  Desde  hacía  años  se  pudieron  con- 
firmar dos  hechos.  Primero,  que  el  estreptococo  hiemolítico  aparecía 
constantemente  asociado  a  la  fiebre  escarlatinosa,  y  segundo,  que 
durante  la  enfermedad  se  desarrollaba  una  inmunidad  para  este  ger- 
xnen.  Esta  ha  sido  comprobada  por  d  índice  opsónico,  fijación  dd 
oompiemento  y  aglutinación.  Pero  estas  razones  no  eran  sufidentes 
para  la  confirmación  de  que  d  agente  etiológico  era  el  estreptococo 
hemolítíoo.  La  prueba  soberana  era  la  inoculación  experimental  a 
los  animales,  e  hilderon  una  serie  de  días  a  conejos,  cobayas,  palo- 
tMias,  etc.  (DocHEz  en  d  cobaya),  sin  resultaido  ninguno;  había  que 
i*ecurrir  a  la  experimentación  en  el  hombre.  Voluntarios  se  inyecta- 
roa  con  sangre  de  escarlatinosos  y  no  fueron  contagiados ;  d  germen 
5^0  estaba  en  la  sat^^re.  Un  paso  más  y  se  les  embadurnó  la  faringe  e 
^^3^ectó  subcutáneamente  él  moco  faríngeo  filtrado...  Tampoco...  El 
pstrepitoooco  hemolitíco  cultivado  de  estos  enfermos  y  aislado  fué, 
^^oculado  al  fin,  en  otra  serie  de  voluntarios,  con  el  que  se  obtuvo 
■"j^l>Te,  faringitis,  per  no  raSh.  Selecdonados  bien  los  sujetos  a  expe- 
^^^oda  entre  los  inteligentes  (que  podrían  diar  cuenta  de  sus  ante- 
^^^^<i^ntes)  se  produjo  \m  caso  típito  de  escarlatina  con  un  cultivo  pu- 
^^    «de  esitireptocooos  obtenido  dd  dedo  de  una  nurse  que  cuidaba  tui 
^S4:í:£y-la^tínoso. 

Para  confiímar  que  no  era  el  virus  filtrable  y  sí  el  estreptococo, 
^^-^iiendo  filtración  de  estos  cultivos  no  se  produría  la  escarlatina  en 
^'^'■>^.  serie  de  individuos,  y,  en  cam-bio,  en  los  mismos,  si  la  obtuvieron 
oo^^  el  estreptococo  sin  filtrar,  a  los  pocos  días.  Estos  primeros  ca- 
^^s  experimentales  de  esoariatina  fueron  publicados  en  octubre 
^^    1923. 

El  descubrimiento  de  que  en  la  sangre  no  hay  estreptococo  de- 
'^^^'^cstra  que  d  rash  noi  lo  produce  el  germen,  sino  la  toxina,  dé  don- 
5^^  lo  que  dedamos  al  principio,  que  se  asemeja  esta  enfermedad  a 
^  ciif  teria,  en  contra  de  Jo  que  antes  se  creía. 

En  vista  de  estos  hechos,  no  hay  más  remedio,  por  el  momento, 
^^■^  aceptar,  con  (Dick,  que  el  estreptococo  es  el  agente  de  la  escar- 
chilla. ZiNGHER  también  cree  esto,  aunque  se  incline  a  la  pluralidad 
^^  causas,  considerando  que  d  estreptococo  viene  asociado  al  viruis 

^        Aigmnenfos  en  favor  del  estreptococo:  i.*  Vive  en  la  faringe  de 
^^  escariatinosos  y  se  aisla  de  ella,  y  de  las  infecdones  puerperales 


i 


—  3o5  — 

ixmqtliCEUlas  o  neijscarlattina.  En  individuus  nonmales  que  r 
■escarlaíinoso  (Tunicliff,  Dick)  también  se  encuentra.  2."  Los  ca- 
sos de  escarlaíina  i^ovocada  aJ  hcm¿í«-e  con  este  germen  (caso  de        _^ 

Keumwied)  por  aspiración  ea  un  ¡aboratorio  de  un  estreptococo  he-       

molitíco.  3."  Con  la  toxina  de  Dics  se  produce  la  reacción  espedfi-   — _. 
ca...  y  es  neutralizada  con  suero  de  convalecientes  de  escarlatina.^^  ^ 

1¿!NGHEH  y  DlCK). 

El  descubrimienío  de  la  toxina  escaríatinosa  ofrece  una  bas^,^ 
científica  para:  i."  La  prueba  de  Dick,  2."  Inmunización  prevé nti  ,^  ,'. 
va.  3.°  La  producción  de  antitoxina.  

RI^ACCIÓN   U1-:  DICK  ^^^| 

Es  la  más  reciente  eiitre  las  inodeniaa  prudjas  iu,tradérmic^M«s. 
Corresponde  al  Schick.  Se  hace  con  toxina  jiroducida  por  el  estre^  jj- 
toooco  hemolitico,  agente  causal  de  ciicrtas  escarlatinas. 

Técnica. — La  toxina  se  obtiene  por  filtración  del  liquido  de  cc^ii- 
densación  óe  cultivos  de  estreptococo  escarlatiiioso  en  agar-sang^  :»re. 
Después  de  cinco  días  en  estufa  se  tra.ta  el  liquido  por  0,5  por  n  <:x' 
de  ácido  fénico :  se  deja  reposar,  se  decanta  y  purifica  por  el  pro^:^^ 
dimiento  de  Huntoons,  adición  de  20  por  too  de  Q  Na  y  1  por  t  <30 
de  ácido  acético,  filtración  y  dializar  d  fiíírado. 

La  actividad  de  esta  toxina  no  puede  oblenerse  más  que  por  en- 
sayos en  el  hombre.  Se  diluye  al  i  por  i.ooo  y  se  hace  ínocu!Íacrí«>n 
intradénnica  en  un  receptible,  comparando  con  una  toxina  ya  pT«^" 
bada.  Se  conserva  dos  seniann';  í'n  diftérica  sólo  horas). 

Se  inocula  en  el  dermis  0,1  ó  0,2  c.  c.  de  una  toxina  conveniente" 
mente  diiuida.  Inocúlese  controlada  como  el  Schick  con  toxina  c^~ 
laitada.  La  toxina  escarlatinosa  resiste  más  al  calor.  Zingheb.  *^ 
caHenta  a  100°  durante  sesenta  minutos. 

Se  distinguen  cuatro  tnodaJidades :  -f-,  — ,  falsa^ — ,  y  posiS^*'""''^ 
combinada.  Son  más  precoces  (doce  horas),  son  menos  intensas,  X 
desaparecen  más  rápidamente  que  el  Schick.  La  acción  de  la  tojcí*'^ 
cscarlatinosa  es  sobre  los  capilares,  y  la.  diftérica  sobre  las  célc»!^^ 
epidérmicas.  1ji  descamación  es  más  intensa  en  la  de  Schick.  , 

JNTEHPRETACIÓN  DE  I.OS  RESULTADOS  DEL  inCK  J 

La  escarlatlina  se  caracteriza  esencialmente  por  la  erupción  esc&^'    I 
temática  bien  conocida,  siendo  ésta  considerada  como  un  efect»  P**'     \ 
ramente  tóxico.  Es  evidente  que  se  puede  decir  es  refractario   st-    '" 
fiebre  esca'ríatirosa  el  sujeto  que  posee  una  inmunidad  antitÓ3ci5**'' ' 

tqae  no  posea  la  inftmnjdad  antibacteriana.  De  aquí  el  valor  p^'^^^J 


—  307  — 

íico  atribuido  a  la  significación  de  la  reacción  de  la  prueba  de  Dick. 
líiterpretación :  Reacción  negativa:  sujeto  refraictario  a  la  escar- 
latina y  no  Ihipersensible  a  las  substancias  protéinicas.  Su  suero  pue- 
tle  ser  titílizado  ooíno  suero  normal,  por  la  prueba  de  Schulze- 
Charlton;  neutraliza  la  toxina  escarlatinosa  en  proporciones  va- 
riables. 

Reacción  positiva:  El  sujeto  no  sería  hipersensible a  las  substan- 
cias protéinicas,  pero  realmente  susceptible  a  la  escarlatina.  Esto  no 
quiere  decir  que  vaya  a  padecer  la  escarlaitina  el  sujeto  aunque  esté 
•e:x:puesto  al  contagio,  pues  por  anialogía  con  la  difteria  se  puede  pre- 
sumir que  además  de  ia  inmunidad  humoral,  existe  una  inmunidad 
locaíli  de  los  tejidos,  y  que  sólo  por  la  ausencia  de  las  dos  inmimida- 
d^s,  o  de  lia  primera,  después  de  la  desitrucción  de  la  segunda  por 
trstumatismos,  etc.,  el  organismo  queda  susceptible. 

Reacción  negativa  falsa :  el  sujeto  sería  inmune  a  la  escarlatina 
y  su  suero  presentaría  las  mismas  propiedades  neutralizantes  que  el 
"'í^  los  Scihick  n^ativos  en  difteria.  Por  el  contrario,  tendría  hiper- 
sertoibilidad  a  las  proteínas  en  general  y  especiahnente  a  las  que  exis- 
^^ix  en  el  líquido  inoculado;  proteínas  de  autolisis  del  estreptococo 
l^ertiolitico,  proteínas  de  sangre  utilizada  en  el  líquido  de  cultiyo. 
pr'oteínas  de  peptona  que  sirvieron  para  preparar  el  medio. 

Valor  del  Dick :  Estamos  al  comienzo.  Empezó  a  hacerse  en  ene- 
^c>    de  1924. 

ZiNGHER,  en  el  hospital  Wil lar d- Parker,  de  Nueva  York :  de  360 
^^fermos,  en  170  no  se  pudo  saber  la  fecha  exacta  del  comienzo  de 
^H  afección.  De  ellos,  todos  (100  por  100)  dieron  Dick  -f-  y  158  (93 
P"^^!"  100)  después  de  la  convalecencia. 

En  141  de  los  otros  examinados  la  primera  vez,  en  el  curso  de 
*^s  cinco  primeros  días  de  enfermedad,  141  (100  por  100)  -|-.  En 
y^s  49  restantes,  cuya  afección  data  de  seis  días,  ocho  fueron  -|-  y 
"^s  41  restantes,  negativos. 

ZiNGHER  encontró  doce  excepciones  a  la  regla,  que  después  de 
Pasar  la  enfermedad  continuaban  siendo  -|-  y  deduce  que  la  enfer- 
medad no  era  escarlatina. 

ZiNGHER  dice  que  de  tantos  millones  vistos,  ninguno  negativo 
tuvo  escarlatina.  Ulteriormente  Zingher  habla  de  7.000  casos  más. 

Aplicaciones  inmtmológicas :  Al  nacer  el  niño  es  inmune;  del 
quinto  al  sexto  mes  comienza  a  dar  reacción  -|-r,  44  por  100;  de  seis 
a  doce  meses,  64  por  100  -f-  í  ^^^  a  dos  años,  70  por  100  +  í  d^- 
de  este  momento,  el  número  de  reacciones  decrece  como  en  el 
Scihick,  59  por  Xoq  a  los  tfres, años;  35  por  loq.  de  cinco  a  s^is;  y 
17,  a  partir  de  veinte  añoá. 


i 


ZiNiJHEK  dice  que  es  úiil  la  prueba  para  conocer  k  6Usceptibi-J 
Ijdad  y  para  eJ  dÍRgu^tico  de  ios  casos  dudosos. 

La    inmunkaciÓH   activa:    Dick  utiliza  la  toxina  escariatinosa.^ 
para  hacer  inmunizaciones  activas  profilácticas.  Después,  Zinghek^  .    ^^ 
hace  anák^as  inoculaciones. 

Técnica:   Dos   ¡11  vece  ion  es.   luia   cadaí  cinco  dias  (Dick);  tres,^»^ 
cada  dnco  (Z.) 

La  toxina  entpJeada  es  según  el  método  de  Huntoom.  La  dosi^^^j^ 
■es  100  a  500  veces  la  f|ue  se  «nplea  para,  el  Dick. 

Las  reacciones  son  pasajeras;  por  excepción  origina  fiebre,  áo-^czD- 
lores  anginosos  y  erupción.  Siempre  desaparece  a  las  treinta  y  sei.^^ 
o  cuairenta  y  ocho  horas. 

Resultados :  El  Dick  hedió  uno  a  dos  meses  después  de  la  inocc i^ 

liación  es  muchas  veces  n^ativo.  En  274  niños  +  vacunados,  y 

vuelto  a  hncer.  lo  dio  —  en  167,  o  sea,  el  61  por  100. 

Hasta  hoy  hay  liechas  1.400  vacunaciones,  y  merece  la  pee — ist 
seguir. 


I.NMUNIZACI ÓN    ACTIVA    PARA    I 

Gabritschewky.    en    50.000   casos, 
i  para  1 


^^P  El  uso  más  extenso  de  vacimas  se  hizo  en  Rusia  en  el  año  igc^^    — > 

^^  fué  preparada  de  caldos  de  cultivos  óe  estreptococos  hemoOitic^E^^^;^*^' 
aiíilados  de  la  escai'lat'na.  E-tos  cultivos  fueron  calentados  a  ^^^ 
grados  y  añadido  el  0,5  por  100  de  fenol ;  tres  inyeccdones  subcTTr  "»J- 
táneais  fueron  hechas,  -aunque  la  vacuna  fué  empleada  en  5o.u**'^ 
Lcasos,  fueron  producidos  solamente  rash  y  ligeros  fenómenos  ^^■*" 
importancia. 

DiCK  inmuniza  a  personas  con  esta  toxina  y  no  contraen  la  ^■^" 

Jiermedad ;  125  personas  inmunizadas  no  contrajeron  la  enfemied^»^- 

Inmunieoción    pasiva:  Residíanlos  inconstantes.  Dick  encun *  *"** 

rrjue  la  inyección  de  suero  de  convalecientes  convierte  en  —  una  'f^' 

\  acción  +,  pero  se  necesita  en  algún  caso  50  c.  c.  cantidad  granxJ^ 

Dick  trata  con  suero  con-raJedente  cuajido  la  reacción  es  -|-  ,    7 

los  cultivos  de  faringe  demue=tran  que  tienen  estreptococo,  Níng^' 

i'ontrajo  ia  enfennedad;  como  control  presenta   treinta  y  d^^^ 

s  y  estudiantes  que  se  exponiaai  al  contagio. 
También  la  han  utilizado  para  inyección,  vacuna  preventiva    ^** 
I  el  hombre  y  para  preparar  en  el  caballo  un  suero  antitóxico  uttl*" 
I  zado  en  la  terapéutica  especifica  de  la  afección. 

DociiEZ  produce  en  d  caballo  por  inyección  de  cultivos  vivo* 
I  dt  estreptococo  hemojítico  un  suero  antiíóxico  y  antibacteriano  q^^ 


—  309  — 

k  dio  excelentes  resultados  en  el  tratajmiiento  de  casos  agudos  de 

tscarlatína. 

En  España,  actualmente,  se  prepara  también  este  suero,  siendo 
dignos  de  toda  loa  por  la  prontitud  en  la  aplicación  de  los  méto- 
dos americanos  en  nuestro  país,  los  inteligentes  doctores  Mejía, 
-a  quienes  cordialmente  felicito. 

El  descubrimiento  de  la  toxina  escariatinosa  de  Dick  ha  dado 
ia    idea  a  Zingher  de  hacer  om  estudio  comparativo  de  varias  da,- 
^ers  de  estreptococos  hemolítícos  que  produzcan  una  toxina  neutra- 
li .caíble  por  el  suero  de  convailecientes,  capaz  de  producir  en  el  mis- 
sujeto  las  mismas  reacciones  intradérmicas. 


Mientras  todos  estos  estudios  no  tengan  la  sanción  que  la  ex- 
tienda y  el  tiempo  han  de  proporcionarles,  debemos  nosotros  se- 
ir  con  la  pTofilaxis  de   Milne^  mediantei  pincelaciones  diarias 
<DS  veces  con  esencia  pura  de  eucaliptus),  y  toques  en  faringe  y 
ígdalas  con  aceite  fenicado  al  lo  por  ico,  procedimiento  de  que 

tenemos  experiencia  y  motivos  de  elogio. 
Hago  punto  aquí  sin  entrar  en  el  estudio  dé  la  prevención  de 
xi^s  enfennedadés  infecciosas  (tuberculosis,  tifoidea,  etc.,  etc.)i 
considerarlas  de  otro  orden  y  no  haber  sido  este  el  objeto  que 
propuse. 

Quise  limitarme  únicamente  a  la  difteria,  sarampión  y  escar- 

*atrina.  Las  dos  primeras  fueron  motivo  de  otros  trabajos  que  se 

critr-an,  y  por  eso  no  les  doy  la  extensión^,  que  se  merecen  en  éste. 

^-^s  citas  consignadas  guiarán  a  quien  desee,  para  ampliar  las  no- 

<^ones5  que  dejo  expuestas.  En  cuanto  a  lia  escarlatina,  de  más 

^^ttialidad  y  campo  más  virgen  entre  nosotros,  he  querido  difun- 

^^^  los  interesantes  conocimientos  actuales  entre  aquellos  que  se 

^GUtian  en  este  Congreso,  con  el  fin  de  llamar  la  atención  sobre 

^ste  importante  asunto,  aJ  que  tan  eminentes  autores  dedican  gran 

parte  de  sus  actividades  en  todo  el  mundo. 

Como  conclusiones,  debemos  dar  las  siguientes : 

I  .*    Debe  reaüzarse  la  inmunización  activa  contra  la  difteria, 

^^iante  la  anatoxina  de  Ramón,  completamente  inofensiva.  Sin 

\^^s¡dad  de  Schick  previo,  esta  inmunización  debe  hacerse  en  los 

*^^i^  desde  uno  a  seis  años.  Pasada  esta  edad,  la  inmunización 

^^^  ir  precedida  de  la  reacción  de  Schick. 

3.»    La  seroprofiliaxis  del  sarampión  con  suero  de  convalecien- 

J^  <iebe  realizarse  en  épocas  de  epidemia,  en  aquellos  niños  en  los 

^^*es  la  enfermedaid  podría  desenvolverse  con  caracteres  graves. 


—  310  — 

¡ños  tuberculosos,  adeniopáticos,  raquíticos,  convátedentes  de  in- 
ecciones  graves  y  enfermos  del  aparato  digestivo,  tos  ferina,  etc. 

A  falta  de  suero  de  convalecientes,  podemos  recurrir  a  la  sangre 
Je  padres  o  hermanos  que  hayan  padecido  d  sarampión. 

3.'*  En  cuanto  a  la  escarlatina,  y  mientras  no  tengamos  expe- 
riencia propia  sobre  Jos  métodos  de  vacunación  activa  o  se  censa* 
gren  los  empleados  en  el  extranjero,  seguiremos  empleando  el  mé- 
todo de  MiLNE,  mediante  pincelaciones  de  esencia  pura  de  euca- 
Jiptus  en  toda  la  superficie  cutánea,  y  toques  en  faringe  con  aceite 
íenicado.  Con  fin  terapéutico  utilizaremos  el  suero  amtiescarlaitino- 
so,  según  los  métodos  de  los  autores  americanos,  que  felizmente 
tenemos  a  disposición  en  España,  como  producto  nacionai. 

Al  mismo  tiempo,  debemos  concluir  excitando  a  todos  los  pe- 
díatras y  clínicos  especializados  en  enfermedades  infecciosas,  al  es- 
tudio de  la  reacción  de  IMck  en  escarlatina,  y  a  la  inimiunización  acti- 
va contra  la  misma,  siguiendo  la  técnica  de  los  autores  amerícan' 
e  italianos,  con  el  fin  de  deducir  conclusiones  de  importancia, 
la  aportación  de  la  experiencia  personal  de  trabajos  españoles. 


SIDERACIONES  GENERALES  ACERCA  DE  LA  FÁRMACO'^ 
LOQIA  DE  LOS  METALES  PESADOS 

por  el 

Profesor  Straub. 


I-X)s  metales  pesados  en  estado  ekmental  forman  parte  de  ob- 
-c>s  usuales  en  la  vida  corriente  del  hombre,  de  tal  manera  que 
^os  los  días  penetran  por  la  boca  pequeñas  cantidades  de  plata, 
t>ir^,  cinc,  estaño,  hierro,  etc.,  sin  que  ello  nos  haga  perd'bir  la 
^n.or  acción  o  intoxicación.  Únicamente  nos  causa  un  poco  más  de 
^p^to  el  plomo  y  el  mercurio.  A  pesar  de  ello,  nos  es  bien  cono- 
ic>  que  algunos  metales  con  los  que  continuamente  estamos  en  con- 
^o  pueden  ser  en  ciertas  circunstancias  de  una  cierta  toxicidad 
^i,  es  un  hecho  bien  sabido  que  las  algas  sucumben  cuando  es- 
^   en  agua  que  contiene  un  trozo  de  cobre  metálico,  de  la  misma 
í-i^era  que  algunos  animales  acuáticos,  como  las  larvas  de  rana, 
itnismo  el  corazón  aislado  de  la  rana  sucumbe  si  se  utiliza  co- 
líquido nutricio,  solución  de  Ringer,  preparada  con  agua  que 
ha  destilado  en  un  aparato  de  cobre,  sin  que  sea  posible  poder 
^ar  que  dicho  corazón  se  recobre  de  su  intoxicación. 
Es  asimismo  conocido  que  no  crecen  las  bacterias  en  el  agar 
ido  éste  ha  estado  en  contacto  con  un  objeto  de  plata.  Y  esta 
ón  de  algunos  metales  es  tan  conocida  que,  incluso  ha  encon^ 
o  un  amplio  campo  de  aplicación  práctica,  de  manera  que^ 
ejemplo,  el  fondo  de  los  buques  se  cubre  con  pintura  quecon^ 
sales  de  cobre  para  impedir  que  se  depositen  sobre  él  las  ail- 
Y  del  mismo  modo  tenemos  en  el  colargol  tui  preparado  de 
metálica  que  es  uno  de  los  mejores  desinfectantes  que  posee- 

>s  encontramos  aquí  con   una  acción  química  típica  de  los 
s  que  son  calces  de  disolverse  en  el  agua  y  dar  lugar  a 


combinaciones   metálicas   solubles   en   una  concentración  suficienU^H 
nara  niTiHiirir  fp.niSmpnofi  tóxicos.  Estos  cfectos  aue  aDarecen,  do!'    ^^ 


I 


para  producir  fenómenos  tóxicos.  Estos  efectos  que  aparecen,  por  ■ 
ciemplo,  en  d  caso  del  cobre,  cuando  la  concentración  es  de  i  :  40 
millones,  solamente  se  observan  con  el  plomo  y  el  mercurio,  mien- 
tras que  en  otros  casos,  a  tales  concentraciones,  !a  acción  tóxica 
es  tan  pequeña,  que  únicamente  es  posible  demostrarla  por  medjo 
de  delicados  experimentos. 

Estas  acciones  tóxicas,  llamadas  oligodinámicas,  de  algunosi^^ 
metales  pesados,  se  deben  a  la  capacidad  reactiva  del  ion  metáliccirz:^ 
con  las  moléculas  del  oxígeno  o  del  agua,  y  presupone  que  el  pro — ■ — 
ducto  de  reacción  tiene  una  cierta  solubilidad  en  ésta.  Y  como  est^^^^ 
se  realiza  únicamente  en  el  caso  de  pocos  metales,  únicamente  d_  ■^; 
éstos  puede  decirse  que  sean  activos  o  tóxicos. 

Estas  acciones  oligodinámicas  de  los  metales  pesados  son,  e-:»i 
todo  caso,  acciones  iónicas,  bastando  un  pequeño  núrntro  de  ion^^rs 
en  el  agua  para  que  se  observe  una  acción  específica  máxima,  sin 
que  jKídamos  esperar  que  sea  posible  aumentar  la  capacidad  rea.^- 
cional  con  el  empleo  de  metal  puro  en  estado  coloidal. 

Dichas  acciones  oligodinámicas  sólo  se  observan  con  sales  so- 
lubles óe  los  metales  pesados,  los  cuales  prácticamente  no  tieiL-^n 
límite  alguno  en  su  concentración  iónica  en  e!  agua.  Podría  pens^ur- 
se  que  estas  sales  podrían  tener  una  acción  muy  general;  pe.1-0. 
sin  embargo,  sólo  en  casos  excepcionales  ocurre  así,  porque  l».a-y 
toda  una  serie  de  sales  metálicas  con  las  cuales  no  es  posible  px"o- 
ducir  efectos  agudos  como,  por  ejemplo,  las  sales  de  bismuto,  <ie 
cinc,  estaño,  oro,  etc.  Probablemente  ello  se  debe  a  la  intromisión 
de  un  factor  especial.  Este  factor  es  la  reactividad  de  la  sal  metá- 
lica con  las  albúminas  del  organismo,  substancia  que,  jimto  con 
el  agua,  existe  con  la  mayor  abundancia  en  aquél. 

Acerca  de  la  reacción  de  ¡as  albúminas  con  las  sales  metálicas- 
no  im[}era  aún  una  unidad  de  criterio.  Una  de  las  creencias  irxá-^ 
anteas  es  la  de  que  se  trataría  de  la  formación  de  una  verdad^*^ 
sal  en  la  que  el  carboxilo  de  ios  aminoácidos  de  la  molécula  att»**' 
minoñdea  representaría  el  ácido,  mientras  que  eJ  ion  metálico  re- 
presentaría la  base.  Esta  reacción  tendría  que  desarrollarse  cu  pvo- 
porciones  estereioquimétricas,  de  tal  manera,  que  de  cada  miet^' 
solamente  sería  posible  obtener  una  sal  albimiinoidea.  El  otro  ^^' 
tremo  es  el  que  supone  que  el  proceso  de  la  reaonón  es  de  na-*"* 
raleza  coloidoquímica,  en  la  cual  la  albúmina  se  precipitaría  fK'^ 
adsorción  dell  metal. 

No  intentamos  aquí  discutir  acerca  de  las  reacdones  posil>l^ 
entre  la  albúmina  y  las  sales  metálicas,  sino  que  queremos  lí*^^SA 
tarnos  al  caso  práctico;  es  decir,  a  la  reacción  entre  el  suero  sHÍH 


—  313  — 

¡oltición  salina,  teniendo  en  cuenta  que  el  suero  es  un  liquido  de 
jran  complejidad,  el  cuall,  junto  a  todos  sus  constituyentes  albú- 
nínoídeos,  contiene  también  sales  inorgánicas,  etc. 

Si  realizamos  el  experimento  de  poner  en  cinco  probetas,  can- 
tidades iguales  de  suero  sanguíneo  y  agregamos  a  cada  una  can- 
tidades iguales  de  soluciones  equiimoleculares  de  sulfato  de  cobre, 
sulfato  de  citic,  cloruro  de  hierro,  nitrato  de  plata  y  bicromato 
potásico,  observamos  que  en  las  cuatro  primeras  probetas  se  for- 
man precipitados  dd  color  del  ion  correspondiente  es  decir,  albu- 
minato  de  cobre  azul,  albuminato  de  cinc  blanco,  albuminato  de 
hierro  aimarillo  y  albuminato  de  plata  blanco.  Esto  indica  que  es 
muy  probable  que  el  ion  metálico  esté  unido  a  la  albúmina  en  el 
sentido  de  una  saturación  de  sus  afinidades.  En  la  probeta  en  que 
habíamos  colocado  bicromato  potásico  no  se  ha  formado  precipi- 
tado alguno  porque  el  cromo  no  da  lugar  a  combinación*  salina  pre- 
<^table  con  la  albúmina.  Como  la  diferencia  química  existente 
entre  el  plomo  y  los  otros  metales  pesados  se  debe  a  que  tiene  un 
^rácter  ácido,  mientras  que  los  otros  son  básicos,  poetemos  admi- 
tir que  con  toda  fverosilmilitud  es  a  la  basicidad  de  los  metales  pe- 
^os  a  lo  que  se  debe  la  formación  del  albuminato ;  es  decir,  que 
estos  son  combinaciones  de  naturaleza  saílina. 

Queda  por  averiguar  en  qué  relaciones  se  combinan  los  metales 
^n  las  albúminas.  Las  substanciáis  albuminoideas  son,  en  todo  caso, 
^dos  miuy  débiles,  así  como  el  ácido  sulfhídrico.  Si  reaciona. 
Por  ejemplo,  el  sulfato  de  cobre  con  este  ácido,  la  reacción  se  rea- 
*^a  siempre  en  las  siguientes  proporciones  (las  cifras  expresan 
S'í^amos):  . 

159  SO^Cu  +  34  SR,  =  95  S^Cu  +  98  SN,H, 

y  la  única  cuestión  es  si  da  reacción  que  da  lugar  a  la  formación 
^\  albuminato  se  desarrolla  en  las  mismas  proporciones  esterio- 
^Knétricas  o  según  otras  proporciones. 

Si  agregamos  a  cantidades  iguales  de  suero  cantidades  cada 
J[^2  mayores  de  sulfato  de  cobre,  y  filtramos  el  precipitado  y  ana- 
^^^mos  su  contenido  en  metal,  encontramos  que,  a  medida  que 
^os  agregado  más  cobre,  han  aumentado  también  las  cantidades 
^í  precipitado  con  la  albúmina  dentro  de  ciertos  límites ;  es  decir, 
fl^e  nosotros  podemos  producir  diferentes  sales  albuminoideas  de 
^€  en  las  proporciones  típicas  de  Has  sales  acidas  y  neutras.  Po- 
jaos representarnos  que,  cuantos  más  grupos  carboxíHcos  libres 
^ne  la  moléculc-  albuminoidea,  tantos  más  pueden  ser  saturados 


por  el  metal  y  dar  lugar,  por  lo  lanío,  a  uJi  precipitatlo  iiíás 
cubre. 

Pero  tarolíién  existe  un  límite  inferior  por  debajo  del 
se  produce  precipitado  alguno,  por  formarse  únicamente  s 
das  solubles.  Y  es  de  ima  gran  importancia  teórica  y  prácti 
si  pueden  coexistir  aü  mismo  tiempo,  las  sales  insoluWes  y  I 
acidas  solubles;  es  decir,  sí  siempre  junto  a  un  albuminat 
puede  existir  simultáneamente  Otro  soluble. 

Esta  cuestión  podemos  resolverla  fádlmente  por  uiedú 
experimento.  Si  tomamos  nuestra  probeta  en  la  cjue  habían 
cipitado  la  albúmina  con  el  sulfato  de  cí^rt;  y  agriamos 
hasta  que  no  se  produzca  ningún  precipitado  más,  podem 
haber  pro<luddo  la  precipitación  total  de  la  ailbúmina.  Si  ñ 
pasa  por  el  filtro  una  solución  de  color  verde  azulado  y  M 
mos  a  ésta  lejía  potásica,  aparece  la  coloración  típica  de 
rión  del  biuret.  Esta  reacción  se  produce  corrientemente,  i 
sabido,  agregando  siilfato  de  cobre  y  potasa  a  una  soluo¡( 
ninoidea,  lo  cual  nos  hace  pensar  qitc  en  nuestro  caso  se 
traban  en  H  filtrado  todos  los  ingredientes  necesarios  para 
cir  la  reacción  a  excepción  de  la  lejía,  que  hemos  tenido  q 
dir.  Por  lo  tanto,  podemos  afirmar  que  en  nuestra  probeta 
de  la  míixima  precipitación  producida  con  sulfato  de  coi 
existían  albuminatos  solubles  e  insoKibles. 

Pero  en  este  caso  hemos  utilizado  probablemente  im  es 
cobre.  Si  variamos  el  experimento,  de  tal  manera,  que  em 
mucho  menos  cobre,  habríamos  de  esperar  que  nos  fuera 
obtener  todo  el  cobre  en  forma  de  precipitado,  sin  que 
cantidad  aSgima  en  forma  de  albtuninato  soluble.  Pero  a{ 
lejía  potásica  nos  encontramos  repetidamente  con  la  rea» 
biuret,  y,  por  lo  tanto,  que  en  todo  caso,  coexisten  alb 
solubles  junto  a  los  insolubles.  Expresando  esto  en  leí  _ 
mico-físico,  podemos  decir  que  la  reacción  del  sulfato  I 
con  albúmina  se  desarrolla  según  la  ley  de  las  masas  y  qfl 
tanto,  no  podemos  precipitar  con  sulfato  de  cobre  toda  | 
na  contenida  en  un  liquido. 

Si  es  cierta  esta  afirmación,  tendría  que  poderse  logB 
contrario,  la  redisolución  del  precipitado  de  albuminatf 
si  agregamos  lui  exceso  de  albúmina.  Y  esto  sucede,  ( 
agregamos  nuevas  cantidades  de  suero  a  nuestro  priid 
observando  que  el   precipitado  albuniinoideo  se  disuJ 
lamente. 

Este   comportamiento   quirraco-físico   se   realiza, 
con  ttidos  los  alhiimínntnf!  de  'oí  m-^tales  pesndos.  LfJ 


—315  — 

<c[ue  existen  en  cada  caso  son  únicamente  cuantitatívas.  Si  nosotros 
caliéremos  redisolver  im  albuminato  de  mercurio  necesitamos  para 
dk)  muy  poco  suero,  mientras  que  si  queremos  redisolver  otro  de 
plomo  necesitamos  cantidades  extraordinarias  de  suero»  quizá  va- 
rios litros  para  poder  disolver  la  pequeña  cantidad  de  aíbuminato 
de  plonK>  que  se  ha  formado  en  nuestra  probeta.  Y  entre  éstos, 
¡dos  extremos   pueden   considerarse   incluidos  todos  los  metales 
pasados  por  su  reactividad  con  la  aübúmina. 

Todais  est,as  aneaccianeg  son  neaicciones  iónicas.  En  el  momento 
on  que  las  soies  metálicais  noi  sean*  ionizaibles  en  el  n@ua,  no  pueden 
producir  íalbuminaíto  añguno.  Al  grupo  <le  las  sailes  metálicas  no 
ionizables,  pertenecen  las  sales  complejas,  a  pasar  de  su  solubilidad 
en  leíl  agua.  Un  ejemplo  die  sal  oomipleja  lo  tenemois,  por  ejemplo, 
al  agti^rar  teol  común  a  unía  soíución  de  subUmiado;  ésta:  solución 
no  nos  da  ya  las  reacciones  típicas  dett  ion  metálico  y  tampoco  pre- 
cipita la  albúmina.  Y  dIe  la  misma  nKunera  se  puede  redisolver  un 
precipitado  de  albuminato  de  mercurio  agriando  saj  común. 

¿Cuál  es  él  serttido  faTmaooilógico  de  estas  obsiervaciones ?  Po- 
dría deducirse  que  ies  aÜbúmiinas  del  organismo  ison'  un  impedi- 
í^ento  de  la  acción  óA  metal  en  el  organismo,  de  tal  manera,  que 
cuanto  miás  tendencia  tenga  un  metaH  a  producir  precipitados  ioso- 
l^ibles,  tanto  menos  absorbible  será,  y  por  tamito,  mtenor  su  acción 
^n  ^  organismio.  A  pesiar  de  ésto,  la  acdón  tenapéutica  puede  ser 
^'Hrportante  como  se  observa  en  el  caso  en  que  por  ejen^>lo,  el 
acetato  de  plomo  se  pone  en  contacto  con  las  albúminas  de  una 
^iioosa,  die  una  herida,  etc.,  diando  lugar  a  la  formaición  de  una 
'^í^caiita;  curte  a  esta  en  cierta  wnanem  y  polr  eso  se  dice  tiene  una 
^<tíón  astringente.  En  d  caso  espedai  del  píoimo,  no  sería  bastíante 
*ocia  la  albúmina  die  la  samgne  para  poder  redisolver  la  ciitaidla  estíteura. 

Por  el  contrario,  si  un  metal  se  ditsuidve  muy  f áoilmieníte  en  un 
^•"^cjeso  de  albúmina,  podlrá  penetrar  fácilmente  desde  el»  punto  de 
^^  aplicación  en  el  organismo ; .  quizá  en  el  primer  momento  al 
P^^*i«üise  en  contacto  con  la  nHUoosa  haya  podido  fonmar  una  fase 
^'^sohible  de  albuminato,  pero  rápidamente  se  dísoíverían  las  caípas 
profutidás  de  esta  escara,  con  lio  que  el  metal  podría  penetrar  sin 
^^'^'i.stenda  alguna,  da/ndo  lugar  a  una  aiocíón  cáustica,  toda  vez  que 
tJ^xisforma  en  su  camino  hada  el  interior  toda  la  albúmina  de  las 
^^Itdas  con  que  se  pone  en  contacto  en  el  album^inato  soduble.  Por 
^^^O'es  cáustico,  por  ejemiplo,  el  suiMiniado.  Y  de  esto  dependen 
^^^^*^bién  las  aociones  kxaiíes  d!e  lias  sales  metáJicas. 

En  el  caso  en  que  se  quieren  lograr  efectos  generales,  repre- 
^^^*>ta  tiealmente  la  albúmina  um  obstáculo,  o  expiresado  die  otrtí 
^^^^licra,  una  protección  del  metal.  Puede  decifse  que  los  metales 


de  V^ 


I 


ijiie   ÍCM-man  albuiniiiait<Jb  niuy  poco  solubles  bu  un  exceso  de 
biimina  se  absorben  con  mucha  dificultad  y  son,  por  lo  tanto,  pocD-^ 
capaces  de  provocar  iiua  intoxicación  aguda.   Por  eso  son  prác-;— w 
ticamente  poco  tóxioja  el  piorno,  el  bismuto  y  la  plata,  miei 
que  por  eJ  contrario.  Jo  son  mucho  e!  menairio  y  el  cinc. 

Olira  coinsecuencia  de  todo  esCoi,  es  que  bquelloe  n»etaies 
no  son  capoles  de  farmaff  albuiniinalo  ^guno,  conxv,  ptur  ejemplo, 
cromo  y  el  arscnioj  se  absorben  nuiy  fácthiienite  y  pueden  ees 
tóxioos.  Con  esbo  tk^smos  a  1>a  cuestión'  fuiulamental  de  la  acdó^M 
geniarai  de  los  nietalts,  píx^ciodieindo  de  su  estado  <te  ionización  , 
de  toda  Tieactividad  con  la  albúmina,  cuestión  que  para  resolvec^Js 
hemos  encontrado  liasta  aqui  una  dificuJiad  en  ía  capacidad  resK.^- 
cional  del  ion  metáHco. 

En  las  sales  metálicas  complejas,  tenemos  compuestos  nietíí- 
liooe  que  carecen  die  toda  csipaddad  iieactiva  coii  las  ajÚtúnúnag  y  las 
cuales  nos  puecten  moslraír  reaimentie  la  acdón  fadiriBcológica  del 
pietal  como  tai. 

Ctmsidciainos  ayl  coLwx:  lyrácdcaineiite  como  un  metal  cnuy  poco 
tóxico  y  tan  poco  absorhible,  que  pueden  pasar  impunemente  por  el 
inteeíino  humano  sin  producir  en  los  casos  más  que  vómitos,  a  io 
s?imo.  es  decir,  «na  acción  local. 

Pero  si,  por  d  contrario,  utilizamos  comboiiacíonies  metálicis  com' 
plcjas  que  no  sean  <?ax)aoes  de  ineaccionar  con  las  albúminas,  como  e! 
laxtraío  doble  die  scXiio  y  supriJo,  es  decir,  un.  cuerpo  análogo  aJ  tár- 
taro emético,  es  incaiiJaz  de  piroducir  combinación  algunia.  con  d  s«*^ 
ro,  y  si  de  esta  substancia  inyectamos  a  un  conejo,  intTa,venosam en- 
te. 0,002  graaiTos  por  kilo,  oibwrvanios  que  en  niuy  oorto  espacio  <í* 
tiempo  sucunube  H  animaJ  con  un  coJapso  geneni!,  es  dfecir,  con  iiTi* 
parálisis  siniuJtániea  de  todas  sus  funciones. 

Exaictamente  los  iniiíiiios  fenómenos  i>odemo6  provocar  con  co<**' 
binadioaies  anáíogas  de  hierro,  o  con  doruro  tie  pJata  disueltoi  ^* 
liiposuJfito.  o  con  mía  sal  oompJeja  de  oro,  y,  en  general,  con  tod^ 
sal  compleja  de  mi  meta'l  pesado.  De  aquí  se  ded'uce  que  todice  est**^ 
metales  son  igiialmente  tóxicos  en  princ¡¡'io.  y  que  si  práctidameff»** 
son  a  veces,  .inocuos,  ello  se  debe  a  condiciones  puramente  fom»*" 
Its.  Del  hecho  de  que  con  pequeñas  dosis  de  las  sales  metálicas  oo«**' 
plejas  de  todas  clases  puedan  producirse  fenómenos  tóxicos  morta- 
les se  deduce  que  estos  elementos  son  de  los  más  íictivos  que  no^ 
Ciros  conocemos. 

Pero  la  actividad  de  un  meta4  absorbido  no  necesita  ser  siemp** 
perjudicial.  DeJ  hecho  que  con  las  antiguas  curas  de  mercurio  **" 
fricciones  se  obtengaJí  efectos  utiJizables  en  terapéutica  se  d«U**^ 
cine  en  muchos  casos  en  lugar  de  una  acción  tóxica  pódanos  be*»*'' 


—  317  — 

la  aodióa  curativa.  Pero  tambdétii  todo  lo  ainteTiúirineiile  dicho  no6 
dica  que  d  camino  racional  ¡para  obtener  tma  acción  cusrativa  con 
s  dnetales  es  la  utilizaciióai  die  combinaciones  cóniplejas,  y  no  con 
»inibinacion)es  capaces  de  ionizarse,  porque  ei  iqn  metálico  dificulta 
as  que  favonece.  Esite  camino  lo  ha  emprendido  la  f awnacología 
odierna  intentandloi  utilizar  las  propieldadies  espedficas  nuedifémite  fe 
ilización  die  las  sailes  complejas.  Recordemos  aqui  únicamente  ei< 
so  del  NovasuiitJ,  sal  conupleja  die  mercurio,  qfue  fe  tei^péutíca  utí- 
^a  como  ditfirético,  aisi  como  d.  tratamiento  dje  fe  sífilis  con  las  com- 
naciones  complejas  de  bismuío;  los  intentos  de  estos  últimos  tiem- 
>s  de  lograr  ue  tratamiento  de  la  tubercuJosis  con  las  ^es  ac«n- 
lejas  de  oro,  etc.  Y  este  es  un  camáno  que  dirige  a  fe  nueva  tera- 
í'utíca  hacia  nuevos  horizontes. 

Una  forma  esjpecial  de  aceitón  mietálica  es  la  intoxicación  crónica, 
íbida  a  que  penetran  en  d  orgamismo  cantidades  mínimas,  a  veces 
í^'luso  imposible  de  determiinar  por  análisis  cuanjtitarivo  y  aun  cua- 
itivo;  dosis  que,  naturadmente,  careoen  de  por  sí  dte  todo  efecto, 
"O  que  pueden  adquirir  una  actividad  si  son  ingestión  se  prolonga 
nante  mucho  tiempo.  Pero  estas  acciones  no  ste  observan  con  to- 
5^  los  metales,  sino  en  casos  elsipeciales,  como  en  el  ploma,  el'  mer- 
lo o  el  manganeso.  Los  efectos  son  muy  distintos  de  los  que  se 
¡ervan  en  fe  intoxicación  aguda,  toda  vez  que  en  esitos  o^os  fe 
ion  se  ejerce  predominantemente  sobre  fe  nutrición  y  el  mietabo- 
rio,  por  .lo  que  los  padenteís  pierdlen  de  peso,  y  sobre  el  sistema 
vioso,  traduciéndose  en  sy.  romas  diversos,  según  suis  afinidades 
edficas,  como  fe  pairálisis  radiaU  en  la  intoxicación  crónica  de 
^  y  otros  síntomas  nervioisos ;  en  la  acción  dd  mercurio  sobre 
dstema  nerviaso  central ;  dd  mangameso  en  los  espasmos  de  la 
dilación  metatarsofalángica,  etc. ;  es  decir,  fenómenos  de  gran 
ecrficidad.  Es  cfeiro  que  'paira  lograr  fe  r^bstoraón  de  fes  pequeñas 
tidades  de  metaü  qiue  son  necesaírias  para  producir  una  intoxica- 
1  crónica  no  han  de  ofrecer  dificultad  alguna  ni  la  escasa  solu- 
fed  mi  fe  reactividad  con  las  albútoinas,  toda  vez  que  dichas  can- 
.des  pueden  penetrar  gracias  a  la  solubilidad  que,  a  pesar  de  todo, 
ie  toda  sal  metálica,  e  ioclusol  todo  metal  puro,  como  sabemos 
Jas  intoxiciadonfes  pmducidaís  por  el  plomo  o  el  nuercurio. 
Por  suis  manifesitadones  es,  por  lo  tanta  fe  intoxicación  crónica 
JOS  metales  un  tránisfkto  al  estado  de  enfenmedád.  Por  eso  parece 
dar  -dicha  intoxicación  fuera/  dd  terreno  experimental',  si  todo 
mmento  debe  presuponer  d  libre  dominio  de  fe  cantidad,  o  do- 
Y,  sm  embargo,  algunas  intoxicaciones,  como  fe  producida  por 
*«no,  nos  proporciona  datos  cuantitativos. 
Si  colocamos  por  vía  parenteral  bajo  fe  oiel  de  un  animal  un  de- 


nio  <| 


pósito  fie  uiia  sai  de  plomo  muy  poco  soluWe  en  agua,  como  í 
fato  o  el  fosfato,  ol>servamos  que  el  animal  sucumbe  en  el  cun 
alguias  semanas,  con  manifestaciones  de  una  parálisis  bulba 
análisis  nos  demuestra  que  del  depósito  ha  desaparecido  quía 
gtanio,  sin  que  este  déficit  podamos  enoontrario  en  todo  el  ani 
únicadiiente  por  medio  de  análisis  muy  delicados  podemos  encoi 
algo  de  plomo  en  los  huesas,  mientríis  que  los  órganos  enfermo 
tan  li'bres  de  plomo.  Estos  hecilios  están  en  manifiesta  contradií 
con  los  observados  en  la  intoxicación  aguda,  en  Ja  cual  los  órg 
enfermos  contienen  en  grandes  cantidades  la  substancia  tóxica 
trata,  por  lo  tanto,  en  esta  enferniedad  crónica  de  la  acumulado 
insultos  aislados  producidos  por  un  metal  en  los  órganos  máju 
sibfles,  casi  siempre  en  el  sistema  nervioso,  que,  como  es  sabicm 
see  la  más  pequeña  capacidad  de  regeneración.  Esto  iiace  vei^ 
que  en  'la  intoxicación  crónica  por  los  metales  sean  los  órganos 
mos  dos  alterados  en  su  composición,  por  !o  que  se  trata  realni 
de  una  enfermedad  química. 

Quizá  en  este  sentido  nos  encontremos  con  un  verdadero  pi 
de  contacto  con  la  moderna  estiniuloterapia  (Reizkórperthera; 
en  la  cual  hay  que  admitir  que,  mediante  una  substancia  quíi 
definida,  se  It^'ra  liberar  dt  los  tejidos  otro  principio  iguajín 
quíimcamente  definido,  que  es  eS  que  ejerce  los  efectos  que  busca 
en  !a  práctica.  En  todo  casf,  los  resultados  teóricos  tienen  para  i 
otros  gran  importancia. 

Si  consideramos  que  con  las  curas  de  fricciones  mercuriaJes, 
tnntradas  empíricamente  desde  muy  antiguo,  se  absorben  tan 
casas  cantidades,  que  sólo  es  posible  encontrar  en  las  excreciones 
gunos  miligramos,  irrientras  que  basta  con  una  fricción  para  prc 
car  una  eliminación  que  dura  semanas,  y,  por  tpjiío,  un  trán 
prolongaéo  por  el  organismo,  apenas  ]X>drÍaniüs  pensar  en  ima 
ción  desinfectante  contra  el  treponema,  por  estas  cantidades  taní 
quenas  de  mercurio,  mientras,  por  el  contrario,  podemos  pensa  "' 
en  este  caso  se  dan  condiciones  semejantes  a  las  típicas  de  la  ti 
cación  saturnina,  y  que  .si  para  ésta  hay  que  admitir  una  verd^ 
reacción  de  activación,  más  aún  podemos  esperarla  en  las  i 
por  mercurio  en  fricdoíies.  las  cuales  más  influenciarían  d  c 
nio  del  paciente  que  al  mismo  treponema. 

De  la  misma  manera  podemos  pensar  que  la  acción  de  to«- 
combinaciones  metálicas,  casi  siempre  complejas,  que  se  han  | 
meudado  para  el  tratamiento  de  las  más  diversas  infecciones,  i 
por  ejeníplo,  tí  oro  contra  la  tuberculosis,  e!  estnño  contra  la'f 
cnlosiis,  etc.,  obedecen  al  mismo  mecanismo.  Tenemos  que  i 
en  esto^  casos  en  la  posibilidad  de  que  se  den  los  más  diverso 


-^  319  — 

canismoSy  a  pesar  de  que,  desgiradadamente,  no  sepamos  dónde  es- 
tan  las  difíctdtades.  S^^ramente  consisten,  en  gran  parte,  en  lá  do- 
sificación; pero,  en  parte  también,  en  la  naturaleza  quimica  de  las 
combinaciones  metálicas.  £1  camino  a  seguir  aqui  es  oompiíetamente 
empírico,  y  únicamente  más  tarde,  una  vez  resuelto  el  problema, 
vendrá  a  forjarse  la  teoría.  Por  este  motivo,  si  bien  escépticos,  no 
á<  beríamos  mirar  con  desconfianza  los  modernos  tratamientos  por 
los  metales,  sino  pensar  del  mejor  grado  que  si  bien  tenemos  que 
contar  aún  con  nnudios  fracasos,  nos  encontramos  en  un  camino 
de  grandes  perspectifvas. 


rRABAJOS  ANALIZADOS 


A.  E.  KiiLKow.— Sobre  el  tratamiento  de  la  esolerosls  múIlW"  -I- 
pl«  oon  el  Bayer  20B  (Germanlna).  (Zur  Behandlung  ^^Her 
Multiplen  Sklerose  mit  "Bayer  205"  (Germanin).  Zeítschrift  fiir  die  ',^ ,  "- 
samtc  Neurologie  imrf  Psych'mlric,  tomo   104,  mailerno  3,*,   1926, 

L&   esclerosis   en   placan    ñgura   hoy    en   el   número    de   las   enfermcdai^K-CS 

que  toiiavia  no  cuentan  con  un  método  vcrdaderame^r-ntc 

ehcBz  de  fralamií-iito.   Las   dificulladeí   para   juzgar   el   resultado  de  los  Vi^^    ^' 

tamientos,  resallan  además  por  el  hecho  de  que  se   producen   írecuenteme» — '■•< 

remisiones  espontáneas  en  el  curso  de  la  enfermedaJ. 

En  los  últimos  tiempos  en  relaci&i  con  los  trabajos  experimenta.  'M^^ 
de  ciertos  autores  (por  ejemplo  Kuhn  y  Steineb)  se  llegó  a  la  conc "■"■■*" 
sión  de  que  en  las  esclerosis  en  placas  jugaba  un  cierto  papel  causal  mi  ^^^^" 
piroquete  (spirochaele  arECiiinensis) ;  esta  especie  de  germen  se  lia  encc"»»""' 
trado  en  el  liqwido  céfak)  raqtude<i.  Y  dada  la  índole  de  él,  se  lia  pens^*^"" 
desde  luego,  en  intentar 
han  Mdo  muy  diversos. 

e  el  19.2  por  100  al  33  por  100  de  los  ca: 
camino  se  han  ensayado  i 
con  el  quinin-uretano  (Mei 
1  salvarsán ;  los  preparados 


por  los  salvarsanes.  Los  resultad'*^' 
que  osc='  *  "^ 
M  (Drevfitss  Schvitt). 
Lievos  medios ;  la  combiiiac  »  «í*" 
:k);  una  especial  combinac»^*^ 
de  antimonio   (Slybenil  y  S^*- 


En   el 

del  arsenobenzol 
del  Thorio  X  c( 

Heyden).  Estos  últimos,  como  se  sabe,  han  ejercido  una  excelente  influC 
cia  sobrr  las  enfi-rmcdadcs  tropicales  producidas  por  tryponosomas,  y  I*^^ 
trabajos    de    SínVEar    dejaban    suponer    que    sus    efectos    podría'' 

El  autor  ha  querido  invesltear  ya  en  este  caminí  el  efecto  terapéul»'^*' , 
que  pueda  ejercer  el  nucvfi  preparado  Bayer  205.  cuya  acción  sobre  '** 
Irypanosomiasis  ha  parecido  tan  brillante  en  los  ullimos  ensayos  realii^' 
dos  y  cuya  influencia  sobre  la  esclerosis  en  placas  no  lia  sido  todavía  eoí^' 
yada.  Teóricamente,  al  mejioi.  la  etioIoBÍa  espiroquelósica  die  la  eselerosí* 
en  placas,  y  por  otra  parte,  la  acción  tr\paiiiciiia  ilel  Bayer  205,  ¡nslifirt'*' 
fin  duda  ali^una,  la  realización  de  los  ensayos, 

E=.te  trabajo  constituye   la   primera   parte  de  mía  larfta  serie  de   esluilios. 


—  321  — 

lya  parte  puramente  farmacológica  y  de  acción  sobre  los  animales  ha 
lo  realizada  bajo  la  dirección  de  Tarassewitsch. 

Acerca  de  las  características  del  medicamento,  las  circunstancias  im- 
lestas  al  comercio  alemán  por  el  tratado  de  Versalles  han  colocado  a  los 
rtores  en  condiciones  malas  para  el  exacto  ccmocimiento  de  su  composi- 
>n.  Según  Roelh,  esta  composición  sería  la  siguiente:  Metaaminobenzo- 
aetaaminoparametilbenzoil-i-naftaetilamina-4-6-8  trisulfúsico  (ácido).  Se  tra- 
.  d^/tm  polvo  blanco'  que  se  disuelve  con  facilidad  en  >el  agua  y  en  d 
ero  fisiológico;  la  solución  no  tiene  olor  y  sí  un  sabor  amargo.  Reciente, 

incolora;  pero  cuando  permanece  unos  días  a  la  acción  de  la  luz,  se 
Jscurece  sin  perder  su  actividad.  La  esterilización  tampoco  altera  sus 
)ndiciones  farmacológicas;  el  polvo  es  (muy  higroscópico,  y  para  conser- 
irlo,  por  consiguiente,  es  preciso  encerrarlo  en  frascos  que  cierren  per- 
ctamente. 

Esta  substancia  se  ha  utilizado  con  éxito  en  la  lucha  contra  todas  las 
fermedades  trypanosomiásicas :  enfermedad  del  sueño  nagana,  mal  de 
leras,  etc.  Tiene  la  inmensa  ventaja  de  que  se  elimina  muy  lentamente  y 
!ste  en  la  sangre  largo  tiempo  después  de  administrarlo.  Se  ha  ensayado 
ibién  por  Weichbrodt  en  el  tratamiento  de  la  parálisis  general  sin  éxi- 

sdguno. 

Se  utiliza  la  solución  al  10  por  100  en  suero  fisiológico  o  en  agua  que  se 
iriliza  en  baño  de  maría  por  quince  minutos.  S^  puede  administrar  por 
as  las  vías;  pero  los  autores  prefieren  la  intravenosa,  administrando  una 
'ección  de  5  c.  c.  de  la  solución  al  10  por  100,  cada  cinco  o  seis  días, 
t:a  dar  diez  aproximadamente.  Después  de  administrar  esta  dosis  por  vía 
•^venosa  conviene  utilizar  la  vía  gástrica  dando  el  medicamento  a  la  do- 

^e  50  centigramos  por  la  boca. 
llx>s   accidentes  descritos   se   producen,   sobre  todo,  en   las  últimas  inyec- 
nies,  y  consisten  en  albuminuria,  aumento  de  temperatura,  reacciones  leu- 
itarias  en  la  sangre,  etc. 

Cx)n  estas  indicaciones   los   autores   han   tratado  cinco   casos   de  esclero- 

diseminadas,  y  en  cuatro  de  ellos  se  ha  producido  una  evidente  e  innega- 
mejoría  que  ha  sido  distinta  en  los  diferentes  casos.  En  los  cuatro  ca- 
la mejoría  más  constante  ha  sido  en  las  manifestaciones  espásticas,  que 
1  permitido  al  enfermo  caminar  con  mucha  más  soltura  hasta  sin  ayuda 
'Una,  a  expensas  de  la  desaparición  de  las  contracturas. 

^n  un  caso  hubo  mejoría  de  la  visión^  que  aumentó  considerablemente, 
iíi  otro  se  amplió  el  campo  visual  hasta  límites  normales.  Los  trastornos 
bicales  mejoraron  precozmente  en  tres  de  los  casos. 

Los  enfermos  habían  todos,  antes,  tenido  remisiones  espontáneas;  pero 
nca  con  el  aspecto!  y  la  duración  de  las  que  sobrevivieron  con  el  trata- 
^nto  mediante  el  Bayer.  Los  fenómenos  comenzaron  a  notarse  a  la  quin- 

o  sexta  inyección. 

Todavía  los  hechos  no  son  bastante  numerosos  para  pronunciarse  en  un 
"itido  definitivo;  pero  están  autorizados  los  ensayos  por  los  resultados  ob- 
Aldos  en  Moscou. 

J.  S.  Banús 


Ikoll.~-£I  tratamiento  del  parkinsonismo  postsnoofaliUoo  por  la 
niootina.  Tlie   treatment   of   piiatenccplialiuc   parkiiisuiiism 
The   Briliíh   Medical  Journal    jimio   Í92C1. 


!^S 


£1  uso  del  tabaco,  to  mismo  por  vía  iatenia  que  cxlerm,  uui  el  propókít) 
de  obtener  la  relajación  muscular  en  diferentes  forman  de  enfermedad,  • 
vo  de  moda:, hace  aproximadamente  sesenta  años.  El  autor,  en  vista  de  1»« 
ccnociniietitos  actuales  sobre  la  acción  de  la  uicotíiia  en  la  célula  pregaiiglic^  _ 
uar  y  también  sobre  la  influencia  simpática  dd  tono  muscular,  ha  deddií'^-^.  ^¿q 
ensayar  el  tabaco  en  una  serie  de  casos  de  parkinsonismo  po6tencrfalític=;^,co. 
Nu  ha  tenido  la  pretensión  de  conseguir  una  cura  definitiva,'  si  tan  sólo  ]■ 

de  lograr  una  mejoría  que  permita  alimentar  esperanzas. 

El   parkinsonismii   es   una  consecuencia  verdaderamente    frecuente  de  U 

encefalitis,  y  se  reconoce  por  la  típica  falta  de  expresión  de  la  cara,  la  i^c"  pa- 
labra entrecortada,  la  voz  monótona,  el  paso  corto  y  rigído,  sin  que  el  p-  pa- 
ciente mueva  los  brazos  al  andar.  Otros  síntomas  frecuentes  con  la  ;=.=-  síg- 
lorrea  y  el  aumento  de  la  frecuencia  del  pulso,  cuyo  sinlouia  expresa  la  eia  ^=Jtci- 
tación  simpática  que  también  se  manifiesta  en  la  expresión  de  los  ojos  r-^^«7nu- 
chas  veces  Bailones. 

HuNTER  ha  heclio  notar  que  la  rigidez  que  se  exterioriza  en  el  parl-s^Kin- 
sonismo  postencefatilico  coincide  en  todos  sus  caracteres  con  la  üdiid^=  a  a 
tiJi  exceso  de  tono  plástico.  Es  difusa  su  aparición,  no  se  produce  luc — — uicj 
clwrtávamente  en  ciertos  músculos  y  manifiesta  una  resistencia  a  los  m'  — ovi- 
ir.ientos  pasivos  enteramente  característica.  De  una  manera  experimenta'  1  se 
demuestra  que  las  lesiones  del  cuerpo  estriado  producen  síntomas  enteran^^ncu- 
te  semejantes  al  parkinsonismo.  Huntek  concluye  que  el  cuerpo  cstr  — ^ado 
en  el  hombre,  con  integridad  de  la  corteza,  ejerce  una  regulación  por^       m- 

Icrmcdio  de  los  núcleos  snbpalídades  sobre  el  arco  reflejo  simpático  pre-i Mpi- 

nal,  que  sirve  el  tono  plástico. 

Algunos  observadores  han  descrito  en  casos  de  encefalitis  letárpic^^L  de 
tipo  pal  kinsoniano  cambios  degenerativos  graves  en  las  células  de  la  s.~wb«- 
tancia  negra  de!  mesocéf.il"  y  degeneración  arterial  calcárea  de  la  i_->arle 
anterior  del  ginhiis  poUh'ns^  algunas  veces  ac  .Tiip^inada  por  la  tromlmsB  ri  de 
los  vasos  afectados. 

Las  lesiones  <k  uslos  centros  elevados  pueden  provocar  una  interferren- 
cia  de  la  regulaciún  normal  del  arco  reflejo  pre-espinal  y  resultar  de  éko  un 
aumento  del  tono  plástico,  de!  mismo  modo  que  la  k^óai  de  la  neurona 
central  aumenta  el  tono  contráctil  servido  por  el  arco  reflejo  somático.  La 
nicotina,  como  se  sabe,  interrumpe  la  conducción  de  las  vías  periféricas  dei 
sistema  nervioso  de  la  vida  vegetativa  por  i>aráliiis  de  la  ':élula  simpsli- 
C3,  preganglionar  y  por  este  mecanismo  reduce  el  tono  plástico. 

La  teoria  de  que  el  tono  puede  ser  dividido  en  plástico  y  contráctil  (u 
recibido  nuevas  confirmaciones  desde  los   trabajos  de  Huhter  y  Royle.  De 
acuerdo  con  esta  teoría  existen  en  el  músculo  enriado  dos  espc 
b.-ns:    unas    fibras   Ureas   inervadas  imr   nen-in-^   mielinizadoí   y   otras  ¡ibf^' 


—  323  — 

estrechas  ¡nervadas  por  nervios  amieUnicos  y  simpáticos.  Las  ñbras  que 
reciben  los  nervios  sotnátioos  son  las  causales  dd  tono  contráctil  y  las 
oirás,  tas  del  tono  (Mástico  (i). 

Los  casos  de  parkinsonismo  postencefalítico  en  los  que  puede  aguardar- 
se un  beneficio  mediante  el  tratamiento  por  la  nicotina,  son  aquellos  cuya 
regulación  muscular  voluntaria  está  intacta;  pero  el  movimiento  se  halla 
dificultado  por  el  exceso  de  tono  plástico.  Por  depresión  y  subsiguiente  pa- 
ralización de  la  fibra  simpática  por  la  droga  se  alcanza  a  eliminar  el  tono 
plástico  y  quedan  los  miembros  libres  de  la  espasticidad.       ♦•^ 

La  nicotina  se  administra  en  substancia  por  vía  hipodérmica.  Signos 
de  intolerancia  (náuseas  y  vómitos,  taquipnea,  etc.)  pueden  producirse  con 
facilidad,  y  por  esta  causa  es  necesaria  la  estancia  en  cama  del  enfermo  du- 
rante todo  el  tratamiiento.  La  disposición  adoptada  para  estudiar  los  efectos 
de  la  droga  no  tiene  nadal  de  especial.  La  frecuencia  del  pulso,  de  la  res- 
Xnración  y  la  presión  sanguínea  se  recogen  inmediatamente  antes  y  después 
de  la  inyección.  Lais  determinaciones  se  repiíten  cada;  medio  minuto,  durante 
tres,  y  cada  nnntito,  en  los  siete  siguientes.  El  más  común  tipo  de  respues- 
ta se  caracteriza  por  una  caída  inicial  en  la  frecuencia  del  pulso  seguida  de 
un  aumento  con  vuelta  a  la  normalidad  al  cabo  de  cinco  minutos ;  tal  resul- 
tado se  tiene  en  70  por  100  de  los  casos;  en  el  30  por  100  restante,  no 
existe  lentitud  inicial  del  pulso.  £1  aumento  de  la  frecuencia  puede  ser  en  al- 
gunos casos  muy  J  marcado,  oscila  entre  20  y  40  pulsaciones.  La  presión 
sanguínea  mostró  en  el  40  por  100  de  los  casos  un  aumento  gradual  de  sus 
cifras,  máxima  y  mínima,  seguida  de  una  vuelta  a  lo  normal  al  cabo  dé 
cinco  minutos.  La  respiración  manifiesta  una  lentitud  inicial  seguida  de  un 
tomiento  de  la  frecuencia. 

Después  de  la  inyección  de  la  nicotina,  otros  fenómenos  pueden  notarse 
(enrojecimiento  de  la  cara).  En  dos  casos,  ello  ocurrió  pocos  minutos  des- 
ipués  de  ja  inyección  de  nicotina. 

La  técnica  del  tratamiento  ooniporta  una  inyección  cada  tercer  día, 
hecha  a  la  dosis  de  1/30  de  gratio;  tales  dosis  se  repiten  durante  unos 
días;  ulteriormente,  si  los  cambios  de  pulso  no  son  muy  acentuados,  la 
dosis  se  aumenta. 

El  autor  ha  tratado  13  casos  de  parkinsonismo  postencefalítico.  De 
estos  13  casos}  típicos,  9  han  experimentado  una  indudable  mejoría  por  el 
tratamiento     y  4  no  han  sufrido  modificación  alguna. 

La  influencia  se  ejerce  exclusivamente  sobre  la  hipertonía.  El  temblor  y 
la  salivación  de  que  se  quejan  los  enfermos,  no  se  modifican  nada  por  la 
técnica  de  Moll. 

Parece  justificado  insistir  en  estos  ensayos. 

0 

J.  S.  Banús 

(i)  £a  la  última; /reunión  de  la  Sección  de  Neurología  de  la  Real  So- 
ciedad de  Medicina  de  Londres^  el  fisiólogo  Adrián  ha  echado  el  peso  de 
«11  autoridad  contra  esta  doctrina  de  la  di^lioidad  de»  la  fibra  estriada  de- 
fendida por  HuNTOR  y  Royle. — J.  S.  B. 


I 


,.  GuoGENHEivEH  y  P.  HiRscB.-La  demoatr«el6n  d«l  edema  !»■ 
tante  por  medio  del  oomportsmlento  de  !•  pápula  eutine^^» 
de   nomOPSal.  (Uber  i.lai   Niiehwcis   laluueii  Odems  aus  dem   Veriwli=s^»tt\ 
r   Quaddehí  eijier   Mormosallosung).   A'Ii.i.   IVock.   Año  \.  mKi_*M- 
192C- 

Desde  los  estudios  de  Wi&al  se  sabe  gue  antes  de  la  aparidón  del  tA»:^=¿t- 
ina  difuso  diagnosticable  de  visu  iranscurre  en  el  organismo  una   fase  pr»^»^e- 
de  agua   capaz  de   producir   un  aumenlo   de  peso   de  ciii^.«::3ico 
kilos   en   el   organismo  >aíectada.    Del    mismo  modo,   en   el   período   de  de^^  Jeí- 
de   los  edemas   sucede  a   la    fase   de   los   edemas  visibles  otra  de  r-^     re- 
Icnción   de  agua   que   pasa   desapercibida.    El   único   procedimiento   de  dia^^^ag. 
noslicar  estas   fases   seria  el  de  pesar  a  los  enfermos  antes  de  la  aporici»  .i  :z¡ón 
de]   mctabolisiiKi   hidrico.    Por  otra  parle,   tratar   de   averigi^n^^r-m, 
la   desaparición   completa  de  los   últimos   residuos   de   retención   hídrica   ic^^-pur 
medio   de   pesadas  en  el   periodo  de   convalecencia,  es  de   todo   pimío   inacr  ■     .lep. 
enfermos   pueden   realmente   aumen»^__^ttaf 
de   peso   pi)r   mejoria   cié   su   enfermedad,    aumento  del   apetito   y    restable=^^^'. 
funciones    nutritivas,    independientemente    del    melabolis-     —-roo 
del  agua.  En  estas  condiciones  es  necesario  utilizar  im  método  sencillo  ^^^w 

independientemente   de   las   oscilaciones   del   peso^   informe  al    dfnico    ace rea 

de  la  existencia  de  un  edema  tálente.  Semejante  sistema  seria  especialm^  ■«:n- 
te  útil  en  los  enfentius  canliaeos  para  el  diagnóstico  precoz  de  los  trastor^nos 
circulatorios  y  del  mísmu  modo  la  comprobación  de  uo  edema  latente  ^Ta.- 
brla  de  dirigir  en  un  sentido  adecuado  los  procedimientos  terapéuticos  a 
emplear. 

I-os  autores  proponen  im  método  que  reúne  eítas  condiciones  y  que  ''^ 
sitio  ideado  a  partir  de  las  investigaciones  de  Goldscbeiuer  y  Hah\  ^k3- 
bre  el  dermografismo.  Si  sobre  utta  pápula  cutánea  producida  mecán5*=^~ 
tikmte  se  hace  actuar  una  nueva  excitación,  la  iwe!  no  se  eleva  nuevamen*'' 
sino  que  la  pápula  iM-imilÍva  se  eiisHíicba  y  aumenta  de  tamaño.  Ahora  bieri-  - 
de^iués  de  haber  desaparecido  la  pápula  se  excita  nuevamente  la  zona  de  t>'^ 
afectada,  se  observa  la  imposibilidad  de  reproducir  estas  pápulas  de  un  nvcX*' 
mecánico  bastante  tiempo  después  de  haber  desaparecido  la  primitiva.  Probable' 
mente,  la  infiltración  ocasionada  por  el  primer  excitante  produce  en  los  tcjitJ*'* 
una  mayor  capacidad  de  desagüe  para  el  líquido  estravasado  de  los  catatares 
con  mnliví»  de  l.i  segunda  excitación.  Estos  mismos  hechos  podrían  observ3*'^^ 
inyectando  por  vía  intracutánea  una  solución  de  nomwísal  en  ima  2 
la  que  por  una  excitación  mecánica  se  habría  producido  un  edema.  Mientra*  J 
que  ei  la  piel  sana  y  según  la  cantidad  de  nontiosaj  inyectado,  la  pápi*'^  1 
riura  más  o  menos  tiempo,  ésta  desaparece  rapidamcnle  cuandij  se  prod»'^^  J 
en  una  zona  de  piel,  en  la  qtie  por  tma  infiltración  edematosa  eJ  tejido  ^  ñ 
'la  hecho  más  laxo.  El  mismo  resultado  se  ha  obtenido  en  I05  eiitem***M 
eilematosos.  incluso  en  un  período  de  la  enfermedad  en  el  que  el  edema  f^M 
es  demostrable  a  la  presión  del  dedo. 

Para   producir   la   pápula   ^ai^&ftka.   los   amores   utiliíahar   la   pipi 


antebrazo  o  de  la  pantorrilla  en  su  cara  flexora,  inyectando  por  vía  intra- 
cutánea  0,2  c.  c.  de  nornaosal,  ya  que  de  utilizar  cantidades  mayores,  aun 
sin  exceder  de  o,S  c  c,  el  tiempo  de  observación  habría  de  prolongarse 
considerablemente.  Empleando  los  0,2  c.  c  se  ha  visto  en  las  personas  sa- 
nas  una   fase   de   pápula  cuya  duración   oscila  entre   ciertas   límites^   £n 
efecto,  después  de  hora  y  media  puede  la  pápula  no  haber  desaparecido  por 
completo;  pero  en  la  mayoría  de  los  casos  normales  la  pápula  desaparece 
al  cabo  de  una  hora  y  se  admite,  por  k>  tanto,  que  el  tipo  normal  para  la 
fase  papular  es  de  sesenta  minutos.  Para  evitar  causas  de  error  los  autores 
producen  siempre  en  zonas  vecinas  dos  pápulas  y  toman  como  tiemi>o  de 
desaparición  de  las  mismas  la  cifra  media  de  las  dos.  Para  determinar  la 
fase  de  pápula  no  puede  utilizarse  la  visibilidad  de  la  misma,  y  hay  que 
acudir  al  tacto,  por  medio  del  cual  puede  fijarse  el  momento  en  el  que  la 
piel   del   sitio   inyectado   deja   de   formar   relieve   sobre   sus    inmediaciones, 
momento  en  el   cual   la   fase  papular  puede  considerarse  como  terminada. 
Se  ha  intentado  hacer  más  objetiva  la  prueba  añadiendo  colorantes  a  la  so- 
lución de  normosal;  sin  embargo,  las  experiencias  encaminadas  en  este  sen- 
tido, no  han  dado  resultado    puesto  que  lo  mismo  en  los  sujetos  normales 
que  en  los  edematosos  el  colorante  y  el  líquido  difimden  desigualmente  y 
:se  prodíucén.  retendones  locales  del  primero  mucho  tiempo  después  de  ha- 
t:>er  desaparecido  la  pápula.  No  hay  que  decir   lo  importante  que  es  para 
-rea^lizar   esta   prueba   el    empleo   de   soluciones   exactamente    isotónicas,    ya 
filie  pequeñas   variaciones  del   tono   de  la  solución  producen  grandes  osci- 
laciones de  la  fase  papular. 

En  los  casos  de  edemas  bien  manfíestos  puede  ser  imposible  obtener  una 
P^CMÜa  con  0,2  c.  c.  de  normosal,  y  en  otros  casos  esta  pápula  desaparece 
al    oabo  de  tres  o  cinco  minutos.  En  los  cardíacos  la  fase  papular  se  encon- 
ar zi.l>a  mucho  más  abreviada  en  la  pantorrilla  que  en  el  antebrazo  y  en  al- 
g«Jt>os  enfermos  dfe  insuficiencia  cardiaca  poco  acentuada  la  fase  de  la  pá- 
P^ila.  no  había  disminuido   en  el   miembro   superior   Así,  por   ejemplo,   los 
s^^tores  citan  iiíi  caso  de  estenosis  aórtica  con   insuficicencia  cardíaca  que 
^l    ciécimo  día  de  tratamiento,  cuando  habían  desaparecido  la  mayoría  de  los 
^^í^ómenos   de   éxtasis,  mostraba  en  la  pierna  una   fase  papular  abreviada 
"a.sta  quince  minutos  y  en  el  brazo,  que  no  presentaba  signos  de  edema, 
*^    fase  en  cuestión  era  de  cuarenta  minutos.  Después  de  dos  días  de  dieta 
^^    Carell   e   inyección   de   eufílina,    se   habían   prolongado    los    tiempos    de 
^Pula  en  el  brazo  y  en  la  pierna  hasta  sesenta  minutos  un  día  y  sesenta  y 
^iKx>  minutos  al  día  siguiente.  A  raíz  de  este  tratamiento,  se  intentó  hacer 
^^^^  al  enfermo  xma  hora  por  la  tarde,  y  al  segundo  día  volvieron  a  apa- 
■'^^cer  edemas  maleolares  y  las  fases  de  pápula  qucí  por  la  mañana  eran  en 
p  brazo  y  én  la  pierna  de  setenta  y  veintiséis  minutos  respectivamente,  por 
*   tarde,   después    de    la   fase    de    bipedestación,    habían    descendido    hasta 
^^seata   y    nueve    minutos.    En    éste,    como    en    otros    muchos    casos,    la 
Pnieba  de  la   pápula   permite   el    reconocimiento   de   una   edema   latente  y 
^«terminar  al  mismo  tiempo  el  momento  en  qué  un  cardíaco  puede  lévan- 
^^^   y  hacer  ejercicio.   La   relación   que   en   los  transtomos   circulatorios 
puede  reconocerse  entre  el  desarrollo  y  extensión  de  los  edemas,  fpor  unn 


-  3ít>  - 


irai^^^ 


parte  y  la  presión   liiilrostalica  por   otra,   se  tiicutiilra  también  para  el 
todo  de  dcnwsiración  de  los  edemas  latentes  pjr  medio  de  la  pápula  ile 

En  los  casos  de  edemas  latentes,  puede  prodiicirse  un  aumento  de 
procesos  de  éxtasis  si  se  mantiene  la  pierna  del  eníeraiu  colgando  dui 
cieiTo  periodo  de  tiempo  íuera  de  la  cama.  En  estas  condiciones  se  abr^ 
via  tambión  considerablemente  la  fase  papular,  mientras  que  en  las  per^^ 
sonas  sanas  no  basta  esta  maniobra  para  que  el  tiempo  de  pápula  se  acort»- 
Por  el  contrario,  si  el  enfermo  explorado  se  mantiene  con  ima  de  las  pie^^ 
lias  devadas  durante  el  mismo  tiempo,  se  ve  cómo  la  fase  papul; 
ga  en  esa  pierna  y  permanece  invariable  en  la  otra, 

Kaufpman  ha  aconsejado  demostrar  los  edemas  latentes  de  los  cardias», 
por  im  procedimiento  fundado  también  en  las  variaciones  de  la  pres'  j 
fliiflrostática.  E!  enfermo  eii  ayunas,  permanece  en  Lt  cama  y  cada  licrzr^,; 
dnraiíte    seis,    bebe    150   c.    c.    de    liquido,    vigilando    al    mismo    tiempo  J 

eliminación  de  orina.  Durante  la  quinta  y  sexta  horas,  se  elevan  los  ^E^ia 
(le  la  cama  y  si  en  estas  condiciones  las  cantidades  de  orina  eliminadas  «x- 
ceden  de  las  anteriores,  debe  deducirse  la  existencia  de  edemas  lalentes  de 
éiitasis  por  un  transtorno  circulatorio  Los  autores  han  repetido  la  expe- 
riencia de  Kauffman  comparándola  con  au  método  y  han  encontrado  qu^  la 
tirimera  era  normal  o  dudosa  en  periodos  en  que  la  (ase  papular  ya  se 
había  abreviado  considerablemente.  Parece,  por  lo  tanto,  que  el  método  i^* 
ICauffman    proporciona    datos    menos   valiosos    que   el    comprtamient   de     I' 

Hay  que  tener  en  cuenta,  por  otra  parte  que  lo»  edemas  cutáneos  no  s*"* 
fenómenos  constantes  de  la  insuñciencia  cardiaca  y  se  encuentran  much*" 
casos  de  éstos  con  éxtasis  pulmonar  acentuada,  disnea,  liifiado  de  éxtasis,  *»'■' 
giiria  y  albimunuria  de  éxtasis  que  no  presentan  nunca  edemas  visibles  o  pal- 
pables en  las  extremidades  inferiores  y  en  los  que  el  resultado  normal  de  •* 
prueba  de  la  pápula  permite  excluir  la  existencia  de  un  edema  latente.  V^  *^ 
que  en  los  enfermos  circulatorios  pueden  diferenciarse  tres  tipos  de  éxtas**' 
el  pulmonar,  el  hepático  y  el  periférico,  que  pueden  combinarse  entre  si,  pero 
pueden  tamWén  aparecer  aislados. 

El  estudio  de  la  prueba  de  la  pápula  permite  observar  cómo  la  *•'*" 
tribución  de  los  edemas  en  las  enfermedades  renales  hidrópicas,  es  mucho 
más  extensa  que  en  los  cardíacos.  En  efecto,  en  los  primeros  es  muy  rae" 
observar  la  falta  de  un  edema  latente  en  un  braio  con  fase  papular  abre- 
viada. En  los  enfermos  renales  se  encuentra  generalmente  una  abtevia- 
.ción  progresiva  ¡ie  la  fase  papular,  al  mismo  tiempo  que  un  aumento  ^ 
los  edemas  demostrable  por  el  aumento  del  peso  de  los  enfermos,  y  por  ^ 
contrario,  se  ve  también  i'/>mo  se  va  prolongando  la  fase  de  páptila,  ff*' 
cias  al  tratamienio  del  edema,  que  produce  al  mismo"  tiempo  un  aumento  * 
la  diuresis  y  un  descenso  del  peso  de  los  sujetos.  En  algunos  casos  ''* 
eikmas  muy  persistentes,  especialmente  en  los  de  origen  nefrósíco.  se  <*'" 
cuentra,  a  veces,  como  al  mismo  tiempo  que  la  piel  va  adquiriendo  roaytW 
ecnsistencia,  se  prolonga  la  fase  de  pápula  hasta  alcanzas  duraciones  0éD' 
ticas  a   las  de  la  piel  normal   y  erto.  a   pesar   de   la   permanencia  de  la   f"' 


—  327  — 

Itracíón.  En  estos  edemas  prolongados  se  admite  que  se  produce  una  degc- 
eradón  fibrinoide  de  lo»  haces  colágenos  y  elásticos  del  tejido  subcutáneo. 
Iteración  que  impide,  «i  cierto  modo,  el  recambio  díel  líquido  entre  la 
ípula  epidérmica  y  el  tejido  inmediato. 

Ea  las  esclerosis  renades,  en  las  que  es  muy  frecuente  que  falte  la  reten- 
!ón  de  agua,  incluso  en  las  fases  ñnales  de  la  enfermedad,  se  ve  también 
ue  la  prueba  de  la  pápula  proporciona  constantemente  cifras  normales, 
icluso  durante  la  fase  urémica. 

También  en  otras  enfermiedades  que  manifiestan  tendencias  al  edema, 
p  encuentran  fases  papulares  abreviadas  y,  de  este  modo,  en  un  enfermo 
lémico  han  podido  observar  los  autores  una  fase  papular  que  oscilaba 
nlre  átez  y  cinruenta  minutos  durante  el  curso  del  tratamiento.  También 
1  una  diabética  insuficientemente  nutrida  y  no  tratada  durante  largo  tiem- 
),  estaba  reducida  la  fase  papular  a  cuarenta  minutos  y  aumentó  hasta 
ítenta  en  el  curso  de  la  primera  semana  de  tratamiento,  al  mismo  tiempo 
je  mejoraba  el  estado  general  de  la  paciente.  Los  autores  han  investigado 

el  tratamiento  insulínico,  del  que  se  sabe  que  produce  ima  retención  de 
jtia  en  el  diabético,  atn^via  también  la  fase  de  pápula.  Se  ha  visto,  sin 
iibargo,  que  esta  abreviación  no  sobreviene,  por  lo  cual  hay  que  suponer 
je  en  estos  casos  la  retención  de  agua  se  hace  de  un  modo  distinto  a  la 
?I  enfermo  hidrópico. 

Al  mismo  tiempo  que  los  autores,  Me.  Clure  y  Aldrich  por  ima  par- 
?,  y  Baker  por  otra,  han  propuesto  la  demostración  del  edema  latente 
*r  medio  de  una  pápula  cutánea  producida  con  solución  salina  fisiológica. 
n  una  serie  de  casos  graves  de  escarlatina  y  difteria  han  encontrado  cs- 
í5  autores  una  fase  papular  abreviada  sin  edemas  apreciables  y  en  ©ca- 
rnes algunos   días  antes  de  la  aparición  de  una   albuminuria.   Concluyen 

este  hecho  que  en  estos  enfermos  existe  un  preedema  completamente  in- 
Pendiente  de  una  lesión  renal  primaria.  Este  fenómeno  va  de  acuerdo  con 

experiencia  recogida  en  los  casos  de  nefritis  de  guerra.  En  estos  casos 

m 

;>ste  también  una  serie  de  enfermos  con  edemas  manifiestos  e  hiperten- 
^  y  sin  ningún  carácter  patológico  de  la  orina,  fenómeno  que  confirma 
^  ideas  de  Senator,  según  las  cuales,  la  enfermedad  renal  y  la  f orma- 
¿n  del  edema  son  simplemente  fenómenos  concomitantes,  de  tal  modo, 
*e  el  factor  patógeno  que  da  lugar  a  la  nefritis  puede  dejar  al  princi- 
^  el  riñon  más  o  menos  libre  de  su  influencia  y  manifestar  ésta  predomi- 
^^emente  por  la  aparición  de  los  edemas. 

I-os  autores  disienten  de  Baker  en  la  interpretación  de  sus  observacio- 
-S-  Este  autor  deduce  del  comportamiento  de  la  pápula  la  participación 
^va  de  los  tejidos  en  la  formación  del  edema,  de  tal  manera  que  la  in- 
''^icación  produciría  una  mayor  avidez  para  el  agua.  Por  el  contrarío,  la 
^^ión  de  los  autores  se  limita  a  admitir  en  estos  casos  un  factor  mecá- 
'^^>  que  es  el  que  produce  una  difusión  más  rápida  del  líquido  de  la  pá- 
^^^  eri  los  espacias  intersticiales  inmediatos  a  los  infiltrados.  De  existir 
^  ^gunas  formas  de  edema  un  aumento  de  la  liofilia  de  los  coloides,  que 
^^  cierto,  no  ha  podido  ser  demostrada  experimentalmente  por  Schade  y 
'^^SEN,  esta  anomalía  coloidal  podría  ponerse  de  manifiesto    especialmen- 


"3-'8 


te   ai   la   nefrosis.   Pues   bien;    los  autores   ¡üiii   podido   v  

estos  coii  edemas  lateates,  cómo  la  fase  de  pápula  tstaba  intimamente  r&^ 
lacionada  con  los  mismos  factores  mecánicos  que  intervienen  en  el  ednna 
de  éxtasis  (abreviación  de  la  fase  de  pápula  en  !a  pierna  colgante,  y  alar. 
gamiento  después  de  mantener  la  pierna  elevada).  Esto  indica  que  también 
en  estos  casos  existe  en  los  espacios  intersticiales  un  liquido  de  edema  ü- 
biemente  movible.  La  rapidez  con  que  la  pápula  de  normosal  desaparect 
depende  en  general  de  la  resistencia  de  los  tejidos  vecinos  que  en  las  ¡tt- 
filtracbnes  edematosas  han  adquirido  una  estructura  laxa  y  favorecen  ^ 
siderabl emente  el  desagüe  del  líquido  de  la  pápula  intracutánea. 

B.  Fkaiu 


Fki&oeh.^nn  y  Deicheu.— La   forma    lenta   de    la   septioemia  I 

nlngooóoloa.  (Ueber   die    Lenta-I-orm    der  Meningokokensepsis). 
íchc  Medhinischc   Wochenschríft.  Año  LII.  Nñin.  t8. 

Desde  hace  algún  tiempo  ba.  observado  cierto  numero  de 
dro  clinico  particular  cuya  identificación  al  principio  no  ¡mdo  establecerse 
191b,  Devcke  publicaba  dos  de  estos  casos  que  designaba  como  de  ñebre  i».^ 
termiteiite  de  naturaleza  desconocida.  A  estas  dos  han  añadido  los  autores 
citatro  observaciones  más,  obtenidas  recientemente,  que  coinciden  eu  un  todo 
por  sus  caracteres  con  el  cuadro  clínico  descrito  por  Devcke.  Se  trataba  en 
todos  los  casos  de  uiu  ñebre  intermitente  irregular  que  presentaba  cierta 
semejanza  con  la  curva  de  la  terciana.  Sin  embargo,  en  todos  los  enfermo;, 
las  investigaciones  bemáticas  daban  residtado  negativo  y  fracasaba  por  cúm- 
plelo ei  tratamiento  por  la  quinina.  Generalmente,  el  período  febril  se  iniciaba 
con  una  fase  catarral  de  vías  respiratorias  altas  y  era  característico  de  todos 
los  casos  la  aparición  de  erupciones  localizadas  a  nivel  del  pecho,  de  la  es- 
palda, pero  sobre  todo  en  los  brazos  y  piernas  y  porciones  dorsales  de  manoí 
y  píes.  Las  eflorescencias  variaban  de  tamaño  desde  el  de  «na  lenteja  hasta  el 
de  un  duro,  poseían  un  color  rojo  vivo,  y  a  veces  sobresalían  eu  la  superficie 
presentando  una  ligera  infiltración.  En  la  enferma  descrita  por  los  autores 
esta  erupción  no  era  dolorosa;  otros  enfermos,  en  cambio,  presentaban  liger« 
dolores  a  la  presión  sobre  el  exantema.  La  investigación  de  los  diversos  ór- 
ganos daba  sistemáticamente  un  resultado  negativo  y  la  fiebre  persistía  irre- 
gularmente durante  largo  tiempo,  acompañada  de  dolores  de  los  miembros, 
hasta  que  al  cabo  de  unas  semanas  o  unos  meses  desaparecía  sin  dejar  re- 
siduos. En  uno  de  los  casos  de  Friedemann  y  Ueicher  la  fiebre  si 
a!  decimocuarto  día  de  una  meningitis  supurada  que  acabó  con 

Dados   ios   caracteres  n^ativos   de   la  infección   respecto  s 
palúdica,  pensaron  los  autores,  en  vista  de  la  prolongación  de  la  c 
en  la  posibilidad  que  se  tratase  de  fiebre  de  malta;  pero  del  mismo  modo  n 
sultaban  siempre  negativos  los  hemocultivos  y  las  aglutinaciones.  Tampoco  jpy''} 
día  obtenerse  ningún  dato  por  la  investigación  bacteriológica  de  la  s 
estudiando   microscópicamente   pequeños   trozos    de   piel   escindidos   y   1 
embargo,  la  revisión  de  los  antecedentes  biblíol 


I  naturaleza 
i  febril. 


dcntcs  del  exantema.  I 


npoco  Boyiji 

1 


—  arp- 
eos de  estas  formas  infecciosas  les  permitió  conocer  a  los  autores  una  serie 
de  casos  de  meningitis  epidémica,  en  los  que  antes  o  después  del  clásico  sín- 
drome meningítico  aparecían  cuadros  sépticos  análogos  a  los  descritos.  En 
unos  de  estos  casos  se  hacía  resaltar  el  exantema  semejante  al  eritema  nu- 
doso y  en  otros  el  tipo  febril,  parecido  al  de  la  terciana.  Los  exantemas  en 
la  meningitis  epidémica  constituyen  en  realidad  un  hecho  frecuente.  Presentan 
un  carácter  petequial  y  constituyen  un  signo,  no  de  meningitis,  sino  de  una 
septicemia  meningocócica  concomitante. 

De  aqui  que  muchos  autores  piensen  que  la  meningitis  epidémica  no  es 
más  que  la  localizacidn  en  las  meninges  de  tma  septicemia  primitiva,  originada 
por  el  meningococo.  Al  lado  de  estos  exantemas  petequiales  que  siguen  gene- 
ralmente un  curso  agudo,  se  han  descrito  roseólas  que  aparecen  preferente- 
mente en  el  período  prodómico  de  la  enfermedad  y  por  último,  unos  cuan- 
tos autores,  y  entre  ellos  Salomón,  Adler  y  Bittorf,  describen  formas  de 
exantema  como  las  de  los  casos  de  F.  y  D.,  muy  semejantes  a  los  eritemas 
exudativos  y  quizá  idénticas  a  ellos.  En  los  exantemas  descritos  por  estos 
tres  últimos  autores,  el  cuadro  clínico  se  acompañaba  siempre  de  una  menin- 
gitis cerebroespinal,  con  obtención  del  meningococo  en  cultivo. 
.  Por  último,  los  autores  han  observado  un  nuevo  caso,  de  cuadro  clínico 
idéntico  a  los  anteriores,  pero  en  el  que  se  pudo  aclarar  la  etiología  por  com- 
pleto. En  efecto,  en  los  pequeños  trozos  de  piel  escindidos  se  observaban  en  un 
capilar  pequeños  cocos,  difícilmente  identiñcables ;  pero  en  el  quince  y  veinte 
^  de  la  enfermedad  pudo  conseguirse  un  cultivo  de  meningococos  proceden- 
tes del  torrente  circulatorio.  En  las  fases  afebriles  de  la  enfermedad  la  san- 
are era  estéril ;  pero  en  las  fauces  podían  seguirse  obteniendo  cultivos  puros 
de  meningococos,  hasta  que  en  un  nuevo  brote  febril  el  hemocultivo  respecto 
i  los  meningococos  volvía  a  hacerse  positivo.  En  este  caso  las  autovacunas 
^  dieron  ningún  resultado,  y  la  tripañavina  sólo  daba  pequeñas  remisiones 
P<isajeras  de  la  fídbre. 

Respecto  a  los  cultivos,  las  siembras  en  placas  eran  siempre  negativas  y 
que  sembrar  en  medios  líquidos  y  especialmente  en  caldo  ascitis,  el 
'  cual,  para  que  el  cultivo  prendiese,  había  de  ser  calentado  a  37  grados  antes 
^  mezclarlo  con  la  sangre  recién  extraída,  ya  que  los  meningococos  son  su- 
^oamente  sensibles  a  los  descensos  de  temperatura.  En  un  pequeño  matraz  con 
40  c  c.  de  caldo  ascitis  se  sembraban  de  este  modo  dos  o  tres  centímetros  cú- 
"fe)s  de  sangre,  siendo  preciso  meter  inmediatamente  el  medio  en  la  estufa. 
^^  las  siembras  sucesivas  era  especialmente  favorable  el  medio  de  Levin- 
i^AL  de  agar-hemoglobina,  que  también  era  preciso  calentar  antes  de  la 
**ml>ra.  Por  último  podía  conseguirse  en  todos  los  casos  la  diferenciación 
urológica  de  todos  los  gérmenes  obtenidos.  La  fase  más  favorable  para  la 
^^tracdón  de  sangre,  única  en  la  cual  pueden  esperarse  resultados  positivos 
P^  ú  hemocultivo,  es  el  momento  en  que  comienza  la  fiebre,  y  mejor  aún 
'íttraate  el  ccmienzo  del  escalofrío.  En  pleno  período  febril  y  en  los  intervalos 
^Pirétíoos  no  se  encuentra  germen  alguno  en  la  sangre. 

Ba  soma,  el  cuadro  característico  de  la  enfermedad  está  constituido  por 
^  afección  catarral  de  las  mucosas  nasales,  de  la  faringe  o  de  los  bron- 
í^iios,  a  la  caal  sticedé  un  ciclo  febril  compuesto  de  elevaciones  térmicas  muy 


i 


^■p 


-  330  — 


iscaiñente  ascendentes,  que  al  cabo  de  pocas  horas  vwlvoi 
a  dejar  aJ  enfermo  en  su  temperatura  normal  Estos  accesos  se  repiten  aii 
48  horas,  de  tal  modo  que  dan  al  principio  la  impresión  de  una  terciana, 
embargo,  en  contra  de  lo  que  sucede  en  esta  enfermedad,  íaltun  generalmenli 
los  escalofríos  violentos  y  sólo  hay  una  pequeña  impresión  fugaz  de  frío  a! 
comienzo  de!  ascenso  febril.  En  el  curso  ulterior  de  la  enfermedad  k  curra 
pierde  sa  aspecto  típico  y  las  ondas  febriles  se  suceden  todos  los  días,  t  in- 
cluso, en  uno  de  los  casos  de  Frjedemann  y  Deicheb,  cada  doce  hoKS 
En  estas  condiciones,  el  estado  general  de  los  enfermos  no  parece  afec- 
tarse gran  cosa,  sobre  todo  teniendo  en  cuenta  la  duración  y  la  elevacióa 
de  la  fiebre.  Aun  en  pleno  acceso  febril  las  molestias  subjetivas  del  eu- 
fermo  son  muy  escasas.  Es  característico  de  esta  forma  infecciosa  el  «jan- 
tema  que  aparece  por  brotes,  de  extensión  generalmente  muy  consídeií- 
ble,  y  constituido  por  manchas  rojas  más  o  menos  grandes,  infiltradas,  lip- 
ramente  sobresalientes  por  encima  del  nivel  de  la  piel  y  dolorosas.  recor- 
dando, por  lo  tanlo,  en  sus  caracteres,  al  eritema  nudoso,  aun  cuando  loi 
nodulos   son   generalmente   un   poco   más   pequeños   y   un   poco  menos  infil- 

i,  generalmente,  una  evolución  muy  pralongidfta 
todo  su  curso  la  investigación  de  los  órgan 

hígado,    bazo,    ríñones)    es   completaraenl*  a 


Irados.  La  enfermedad 
incluso  de  varios  n 
internos    (pulmones. 


galiva. 

El  diagnóstico  se  funda  en  los  caracteres  de  la  curva  febril,  el  mag^' 
fico  estado  general  de  los  sujetos,  el  exantema  7  la  demostración  de  n 
ningococos  en  la  sangre.  Qaro  es  que  estos  caracteres  pueden  fallar  a  V*^ 
cea,  perdiendo  la  curva  febril  el  tipo  pseudomal arico  y  reduciéndose  «1 
exantema  a  imas  cuantas  manchas  poco  caracteris ticas.  En  estos  últ¡ir»*>* 
casos  hay  que  establecer  el  diagnóstico  diferencial,  sobre  todo  coa  la  sq»*í" 
cemia  gonocócica;  pero  el  dato  decisivo  será  el  heraocultívo,  aun  cuaixlc 
en  los  casos  en  que  éste  no  pueda  conseguirse  habrá  que  acudir  a  la  iavesf ' 
gación  de  la  faringe,  en  la  que,  atm  encontrándose  meningococos  normalmen- 
te, el  hallazgo  masivo  de  los  mismos  podrá  constituir  un  síntoma  de  cierto 
valor  diagnóstico. 

El  pronóstico  parece  ser  muy  favorable.  Los  casos  terminan  cürándoít 
aun  después  de  muchos  meses  de  duración  de  la  fiebre.  Sin  embargo,  1 
císo  siempre  establecer  la  reserva  que  depende  de  la  posibilidad  de  que  « 
e!  curso  de  la  curva  febril  aparezca  una  meningitis  supurada. 

Como  puerta  de  entrada  de  la  infección  debe  considerarse  en  estos  cas« 
la  mucosa  del  aparato  respiratorio ;  pero  F.  y  D.  no  sitúan  en  las  faucc)  d 
punto  de  origea  En  una  de  sus  enfermas,  en  vista  del  catarro  persistente  * 
las  vías  nasales  que  presentaba,  se  investigó  la  secreción  de  los  senos  n 
lares  y  se  pudo  demostrar  en  ella  la  presencia  de  meningococos  en  cujli» 
puro.  Admiten,  por  lo  tanto,  F.  y  D.  que  el  foco  primitivo  estaba  en  «» 
caso  en  el  seno  del  maxilar.  No  puede  decirse  si  en  estas  condicíw»  i 
carácter  intermitente  de  la  fiebre  estaba  relacionado  con  períodos  de  éxt»- 
sis  en  el  seno  o  si,  como  parece  más  probable,  dependí»  la  curva  febril  iJc' 
comportamiento  de  los  procesos  inmunológicos. 

En   relación  con   estos   casos,    llaman  la  atención   los  autores   acore»  *I 


—  331  — 

iéclk>  de  qtíe  muchas  afecciones  catarrales  de  las  vías  respiratorias  superio- 
es  son  debidas  a  una  infección  meningocócica  mucho  más  frecuentemente  de 
o  qué  se  supone.  Desde  la  introducción  del  agar  de  Levinth^l,  los  auto- 
es  han  conseguido  en  un  gran  número  de  estos  sujetos  la  demostración  del 
leningoGOCo,  y  en  1915,  Jacobitz  ha  descrito  una  serie  de  casos  epidémicos 
e  neumonías  y  bronquitis  que  estaban  ocasionados  por  el  meningococo.  Pa- 
ece,  pues,  que  la  infección  general  desarrollada  a  partir  de  una  pequeña 
tif ección  localizada  no  es  preciso  que  se  muestre  siempre  con  el  cuadro 
línico  descrito,  sino  que  también  hay  casos  de  esta  naturaleza  qué  se  ma- 
dfiestan  de  un  modo  abortado.  Los  autores  admiten  que  im  número  nada 
iespreciable  dé  enférihedades  que  se  consideran  como  de  naturaleza  gripal 
son  realmente  infecciones  ineningocócicas. 

Por  otra  parte,  la  analogía  de  los  exantemas  observados  por  los  autores 
con  el  eritema  nudoso  y  el  eritema  multiforme  hace  sospechar  que  estos  pro- 
cos estén  etíológicamente  relacionados.  Se  sabe  que  entre  estos  exante- 
mas tinos  son  idiopáticos  y  otros  sintomáticos.  Entre  estos  últimos  los  hay 
Qónseeutivos  a  la  tuberculosis,  al  tifus,  a  la  escarlatina,  a  la  sífilis,  a  la 
^nócocia,  etc.,  y  no  es  posible  decidir  en  cada  caso  si  el  germen  de  la  en- 
fermedad fundamental  da  lugar  también  al  eritema  o  si  se  trata  en  realidad 
dé  una  infección  mixta.  En  cambio,  falta  todo  dato  etiológico  acerca  de  las 
^ohhas  idiopáticas,  y  es  de  sospechar  que,  dada  la  semejanza  de  estos  exan- 
temas con  los  de  la  forma  lenta  de  la  septicemia  tneningocócica,  pudiera  el 
tteningococo  jugar  cierto  papel  en  la  etiología  de  la  infección  cutánea,  con 
lo  cual  los  eritemas  en  cuestión  serian  simplemente  formas  abortadas  de 
<et>ticemia  meningocócica. 

R.  Fraile. 


Emile  Weil.— LiIS  púi^puras.  Patogenia.  Tercer  Congreso  de  Dermato- 
logía y  Sifiliografía.  Bruxelles  Medícale,  Agosto  1926. 

Las  púrpuras  han  pasado  de  la  nosografía  cutánea  a  la  hemática.  La  púr- 
pura no  es  una  enfermedad  autónoma,  lo  mismo  que  sucede  con  la  hemoptisis 
y  con  la  melena.  Aislada  o  acompañada  de  otras  hemorragias  mucosas  o  vis- 
cerales, la  púrpura  forma  un  síndrome  que  merece  ser  estudiado  clínicamente 
en  forma  separada ;  pero  todas  las  nociones  dadas  por  la  clínica,  anatomía 
patológica,  etiología  y  fisiología  patológica,  no  pueden  dar  una  base  firme  de 
clasificación  natural. 

Después  de  haber  estudiado  las  lesiones  elementales  de  la  púrpura  petequia 
^  equimosis,  así  como  sus  diversos  aspectos  clínicos,  el  autor  pasa  revista,  de 
ma  páí-te,  a  los  síndromes  hemorrágicos,  y  de  otra,  a  las  púrpuras  simples. 
x>s  síhdroines  hemorrágicos  se  observan  en  el  curso  de  enfermedades  infec- 
ioSas,  viniek,  Satampión,  escarlatina,  peste,  gripe,  fiebre  tifoidea,  neumonía, 
leningitis  cerebroespinal,  gonococia,  sífilis,  tuberculosis,  etc.  Aparecen  fof- 
as subagudas  (tifus  angihemático),  supraagudas  (púrpura  fulminante),  que 
arecen  recordar,  estas  últimas,  a  la  meningococia. 


•i 


-  332  - 


Las  intoxicacicnes  por  arsenobenmles,  benzoles,  fósforo  y  envenenanÚBilos 
en  general,  son  asimismo  causa  de  púrpuras. 

También  se  observa  cata  enfermedad  en  el  curso  de  afecciones  agudas  del 
hígado,  riñon,  cuerpo  tiroides  y  de  órganos  hematopoyéticos.  La  leucemia 
sobre  todo  aguda,  la  anemia  perniciosa,  la  hemogenia  y  las  aíecciones  iltl 
ba/o,  son  grandes  fuentes  de  púrpuras  hemorrágicas.  Un  estudio  especial  ddie 
ser  consagrado  a  la  hemogenia. 

En  las  púrpuras  simples,  como  en  ios  estados  hemorrágieos  primitivos 
(peliosis  reumática)  o  secundarios,  estos  últimos  suelen  ser  de  origen  infec- 
cioso o  tóxico,  no  es  posible  por  las  descripciones  cÜnicas  establecer  su  ss- 
paración.  La  etiología  tampoco  permite  hacer  la  distinción  mecanismo  /íjíí- 
iógico.  Es  del  estudio  de  las  púrpuras  crónicas,  de  donde  es  preciso  parlic 
para  dilucidar  el  mecanismo  fisiológico  de  las  mismas. 

El  estudio  de  la  hemogenia  demuestra  lesiones  casi  constantes,  de  una  parte, 
de  la  sangre  {falta  de  rectratibilidad  del  coágulo,  disminución  extrema  de  los 
hematoblastos,  prolongación  del  tiempo  de  las  hemorragias),  y  de  otra,  de  lo* 
capilares  (presencia  de  leiangiectasias).  En  tanto  que  ciertos  autores  quiEreO 
explicarlo  todo  por  la  desaparición  de  los  hematoblastos,  otros  achacan  tadS- 
la  sintomatologia  a  cuenta  de  las  lesiones  capilares.  En  realidad,  ni  la  teoría- 
capilar  de  Frank,  ni  la  teoría  esplénica  de  Kaznelson  explican  la  afecrióo- 
Para  nosotros,  la  cnterraedead  proviene  de  los  órganos  hematopoyéticos  (bato» 
medula   ósea,  hígado),  debiendo  incriminar  también  a  otras   glándulas  endO"" 
crinas,  en  particular  a!  ovario  y  al  sistema  simpático,  en  la  determinación  J-^ 
las  hemorragias. 

Para  otras  variedades  de  púrpuras,  según  los  casos,  se  puede  acusar  e^^ 
proporciones  variables  a  alteraciones  vasculares  de  origen  tóxico  o  microbianCí^ 
¡í  alteraciones  sanguíneas  consecutivas  a  lesiones  del  hígado  y  de  los  órganí^'  ' 
hemitopoy éticos  y,  en  fin,  a  trastornos  funcionales  del  sistema  nervioso  sinW- 


J.  A.   MtjSoveri 


Gaspake  RoccA,~~8obra  la  Inmunización  aotiva  y  pasiva  contra' 
la  flsoarlatlna.  (Sull  inmunizazione  attiva  e  passiva  contro  la  scar^ 
letina).  Pediatría,  vol.  34.  agosto  1936. 

El   genial   descubrimiento   de  Di   Cristina,   aportando   el  agente  etioiógS 
co  de  la  escarlatina,  ha  abierto  una  nueva  vía  a  la  lucha  contra  la  enferm^=^ ' 
dad,   mediante   la  profilaxis   por   la   inimmización  activa  (t).   Di   Cristina   -^9 

(i)  N.  del  T. — Llamamos  la  atención  de  los  lectores,  que  al  mismo  tiem;»^ 
del  descubrimiento  de  Di  Cristina,  los  americanos,  a  cuyo  frente  milit»-;*' 
DiCK  y  DiCK,  han  puesto  de  manifiesto  con  todas  las  pruebas  inmunológic^u^ 
apetecibles,  que  e!  estreptococo  hemolitíco  es  probablemente  el  agente  caus^»^ 
de  la  escarlatina,  y  también  recordamos  que  Zingher  considera  esta  enferm^^^' 
dad,  esencialmente  tóxica,  debida  a  varios  agentes,  pero  principalmente  ^"^ 
estreptococo  hemolitíco,  que  es  el  que  con  mí"  frecuencia  se  observa. 


—  333  — 

SiNDONi,  inyectando  cultivos  muertos  o  atenuados  del  germen  de  la  escar- 
latina, han  preservado  de  tal  afección  a  varios  centenares  de  niños  expuestos 
al  contagio.  Varios  médicos,  italianos  y  extranjeros,  han  seguido  las  obser- 
vaciones de  estos  dos  autores.  Según  las  más  recientes  estadísticas  de  los 
mismos  autores,  otros  6.000  niños  expuestos  al  contagio  han  sido  vacunados 
y  preservados  de  esta  enfermedad  con  un  número  de  fracasos  mínimo 
(2  por  100). 

El  método  consiste  en  inyectar  en  días  altemos,  por  vía  intramuscular, 
dos  centímetros  cúbicos  de  vacima,  tres  veces. 

Investigaciones  inéditas  de  Caronia  y  Sindoni  han  demostrado  que,  tra- 
tando a  caballos  con  cultivos  de  estreptococos,  se  obtiene  un  suero  rico  en 
anticuerpos,  capaz  de  conferir  inmimidad.  A  fin  de  tener  un  criterio  preciso 
sobre  la  cantidad  de  vacuna  o  de  suero,  que  es  preciso  usar  para  obtener 
inmunidad,  el  autor  se  propone  establecer  el  momento  de  aparición  de  los 
amboceiptores  específicos  en  los  niños  tratados  con  vacuna  o  suero. 

Se  sirve  de  dos  tipos  de  vacuna:  el  primero,  tipo  más  usado  comunmen- 
te, resulta  de  cultivar  el  estreptococo  en  su  desarrollo  máximo  e  inactivarlo 
con  fenol  al  50  por  100.  Para  averiguar  la  aparición  de  amboceptores  con  la 
desviación  del  complemento,  usa  dos  tipos  de  antigeno:  imo  constituido  por 
sjctracto  alcohólico  de  escamas,  según  método  de  Caronia,  y  otro,  que  re- 
ulta  de  extracto  alcohólico  de  cultivos  de  estreptococo,  según  el  método 
propuesto  por  Ritos  sÁ. 

Divide  las  investigaciones  en  cuatro  grupos: 

i.^  Están  comprendidos  en  este  grupo  38  niños,  tratados  con  inyeccio- 
nes intramusctdares  en  días  alternos  de  dos  centímetros  cúbicos  de  vacuna 
i:i.tiescarlatinosa,  tipo  primero.  Los  restdtados  son  los  siguientes: 


Después  de  2  inyecciones    (4  c.  c.)      2  casos. 
3  "  (6  c.  c.)    26 


3  "  (6  c.  c.)    26       " 


t>  „  » 


4  "  (8  c.  c.)      6 

5  "  (10  c  c)     3 


Total,  36. 


v^ 


I^  los  otros  dos  niños,  uno  de  dos  años,  después  de  la  tercera  inyección, 
presentaba  todavía  negativa  la  desviación  del  complemento.  A  los  tres  días 
*^é  traído  por  la  madre  con  adenitis  cervicales  laterales,  debidas  al  estrepto- 
^^^^-  El  otro,  de  once  meses,  después  de  la  cuarta  inyección,  y  cuando  la 
^viación  del  complemento  era  dudosa,  enfermó  con  fiebre,  angina  y  erup- 
cion  escarlatinif orme.  Después  de  cuarenta  y  ocho  horas  desaparecieron  to- 
^<^s  los  síntomas  morbosos  y  se  restableció  por  completo. 

Es  importante  notar  cómo  en  este  caso  la  vacunación,  ya  que  no  fué  su- 
nciente,  sirvió  para  atenuar  la  enfermedad,  evitando  complicaciones,  mientras 
J^  dos  hermanos  de  este  niño  fueron  afectos  de  formas  graves  de  escar- 
«tina  seguidas  de  otitis  purulenta,  adenitis  y  nefritis. 


i': 


-334^ 


En  este  grupo  se  pueden  añadir  otros  25  casos  tratados  con  inyeccioiies 

intramusculares  de  un  centímetro  cúbico  de  vacuna  en  días  altemos,  con  ob- 
jeto de  ver  si,  usando  dosis  menores  y  repetidas,  se  podían  obtener  inmuni- 
zaciones. Los  resultados  fuercm: 


Total,  24. 


Después 

dea 

inyecciones 

(3  c.  c.) 

6   c^sos 

}f 

4 

»» 

(4  c.  c.) 

12       " 

*f 

5 

>» 

(5  c.  c.) 

3       " 

it 

6 

n 

(6  c.  c.) 

2       " 

» 

7 

n 

(7  c.  c.) 

I       " 

2,^  grupo.    Los  34  niños  de  este  grupo  fueron  sometidos,  primero,  a 
inyección  de  10  c.  c.  de  suero  antiescarlatinoso,  y  después,  a  inyecciones 
días  alternos  de  dos  centímetros  cúbicos  de  vactuia.  Se  trataba  de  niños 
se  encontraban  en  estrecho  contacto  con  escarlatinosos,  y  por  ello  era  rx 
sario   provocar   un   estado   inmunitario   inmediato,    si   bien   transitorio, 
sultados : 


cu 


Después  de  10  c.  c.  de  suero  3  casos 

10  c.  c.  y  2  inyecciones  de  vacuna    5       " 

10  c.  c.  y  3  "  "  16 

10  c.  c.  y  4  "  "  4 

10  c.  c.  y  5  "  '*  3 


f* 


j» 


tt 


» 


ti 
ti 


Total,  32. 

De  los  otros  dos  niños,  imo,  de  diez  meses,  era  sifilítico  y  desapareci6   ^^ 
nuestra  observación.  El  otro,  de  seis  meses,  fué  afectado  de  escarlatatina  des- 
pués de  10  c.  c.  de  suero  y  tres  inyecciones  de  vacuna,  siendo  todavía  negati'W 
la  desviación  del  complemento.  Tales  inyecciones  eran  sin  duda  insuficientes 
para  producir  la  inmunización. 

3.0  grupo.  Los  niños  de  este  grupo  fueron  tratados  con  el.  segundo  típ^ 
de  vacuna.  Las  inyecciones  se  practicaron  primero  en  días  altemos,  pero  ^ 
cantidad  de  un  c  c.  por  vez. 


Después  de  3  inyecciones 

I  caso 

>»             .          tf 
4 

16    " 

5 

2    " 

W                          j                     tt 

I     " 

Total,  20. 


4.0  grupo.    En  seis  niños  de  este  grupo  se  hizo  el  tratamiento  con  ipT' 
ciones  cotidianas  de  10  c.  c.  de  suero  antiescarlatinoso.  Resultados: 


—  335  — 

Dej-pués  de  20  c.  c. 

3  casos 

"            30  c.  c. 

2       " 

"            40  c.  c. 

I       " 

Total,  6. 

Las  inmunizaciones  pasivas  producidas  por  el  suero,  son  de  brevísima  du- 
ión  e  inconstantes,  so  pena  de  someter  a  los  niños  a  enormes  cantidadies 
suero. 

De  estas  observaciones  se  pueden  deducir  algunas  consideraciones  de  orden 
etico.  Resulta  en  conformidad  con  las  observaciones  precedentes  que  prac- 
ndo  inyecciones  de  vacuna  y  de  suero  antiescarlatinoso  en  niños  hermanos 
escarlatinosos  se  intenta  producir  en  ellos  un  estado  de  inmunidad  activa 
asi  va  contra  tal  enfermedad,  inmiunización  que  se  revela  por  la  aparición 
la  sangre  de  los  anticuerpos  específicos.  Ninguno  de  los  niños  que  después 
tratamiento  presentaron  desviación  del  complemento  positiva  enfermaron, 
e  debe  de  considerar  que  se  trataba  de  niños  receptibles  (intradermo  reac- 
1  de  Villa)  (i)  y  expuestos  al  contagio.  En  pocos  casos,  en  los  cuales  se 
sentó  una  forma  ligera  de  escarlatina,  presentaban  todavía  desviación  del 
iplemento  negativa. 

En  cuanto  a  la  preferencia  de  inmunizar  con  vacuna  o  con  suero  en  la 
filaxis  inmunitaria  contra  la  escarlatina,  podemos  decir  que  el  uso  del  suero 
duce  una  más  rápida  inmunización,  pero  de  duración  breve  e  inconstante, 
utras  que  la  acción  de  la  vacuna  es  más  duradera.  Alguno  de  loa  casos 
sentaba  muchos  meses  después  todavía,  desviación  del  complemento.  Por 
tanto,  el  suero  debe  aconsejarse  solamente  en  aquellos  casos  en  los  que 
que  actuar  con  rapidez,  inyectando  de  10  a  30  c.  c.  Debe  continuarse  la 
lunización  con  la  inoculación  activa  de  la  vacuna. 

En  cuanto  a  la  dosificación  de  la  vacuna  resultó  que  de  106  niños  tratados, 
21  fueron  suficientes  las  tres  inyecciones  de  vacuna  (6  c.  c.)  paira  producir 
inmunidad.  En  la  práctica  la  inmunización  de  los  niños  pequeños  se  debe 
hacer  con  no  menos  de  cuatro  inyecciones  de  vacuna  (8  c.  c),  haciéndolas 
ceder  de  una  inyección  de  10  a  20  c.  c.  de  suero. 

En  los  sifilíticos  o  tuberculosos,  es  preciso  para  vacunar  emolear  una  más 
rte  dosis. 

CONCLUSIONES 

Primera.    La  inyección  de  vacima  ahtieescarlatinosa  no  concentrada,  pro* 

•e  en  los  niños  indemnes  de  escarlatina  un  estado  inmunitario,  que  se  puede 

ler  en  evidencia  mediante  la  desviación  del  complemento. 

Segunda.    En  líneas  generales,  son  suficientes  tres  inyecciones,  cada  una 

^  c.  c,  practicadas  en  días  altemos,  para  provocar  la  inmutiización.  Pueden 

embargo  ser  bastante  cuatro  inyecciones  de  i  c.  c. 

r*ercera.    En  los  niños  tarados  por  sífilis  o  tuberculosis,  lactantes,  y  en 

individuos  afectos  de  enfermedades  anergizantes  ("sarampión,  tos  ferina, 

^>   Equivalente  a  la  intradermo  reacción  de  Dxck,  de  tos  aTOeric?ux<»^ 


■  etcétera)  s 


s  cantidades  mayores  de  v 


a  para  obtener  la  i 


En  los  casos  que  se  quiera  obtener  una  rápida  inmunización,  es  preciso 
'  inyectar  primeraroenfe  lo  c.  c.  de  suero  antiescar latinoso,  completando  el  tra- 
tamiento con  vacuna;  y 

Quinta..    Usando  vacuua  concentrada  por  centrifugación,   son    suficient^^ 
dosis  menores,  cuatro  inyecciones  de  i  c.  c,  para  obtener  la  inmunidad. 

J.  A.  MitÑavEnito  ■ 


I 


P.  j0ifGMAN>f  y  R.  Hall— 'Uas  oondioioties  de  produooión  d«  I^IV 
enfenTiedades  luétioas  tardías  de  los  vasos.  (Die  Entstehunsrs' 
bedigungen  der  spatluetisehen  Gcíasscrkrankungcn.;  KHn.  Woch.  Año  "V] 
núm.  16.  1926. 

Las  condiciones  bajo  las  cuales  aparecen  las  enfermedades  luéticas  tar- 
días han  5¡do  recientemente  puní ualí radas  gracias  a  tos  trabajos  de  W11-- 
WANss.  Se  sabe,  en  efecto,  que  en  los  últimos  decenios  el  curso  de  la  sffil» 
en  los  pueblos  civilizados  ha  experimentado  una  transformación  nolable,  y 
mientras  que  hacia  el  año  50  del  sig!o  pasado  era  frecuente  la  sífilis  tercia" 
ria  con  sus  manifestaciones  en  la  piel  y  en  ¡os  huesos,  son  actualmente  ca^* 
vez  más  raras  estas  manifestaciones,  y  en  cambio,  han  aumentado  considera" 
blcmente  las  afecciones  llamadas  meta  sifilíticas.  Es  especialmente  importar»*^ 
el  hecho  descrito  por  WrLMANNs  de  que  hasta  1810  la  parálisis  era  una  ir»*' 
íermedad  absolutamente  desconocida.  Actualmente,  en  los  pueblos  incultos,  ■-* 
enfermedad  conserva,  en  cambio,  todos  sus  caracteres  pretéritos,  excepto  *^^  i 
las  poblaciones  costeras.  Es  evidente  que  esta  evolución  de  la  sífilis  hay  qt*^  I 
atribuirla  a  la  influencia  del  tratamiento  específico,  y  se  supone  que  por  n: 
dio  de  él  se  ha  producido  una  alteración  en  tas  propiedades  biotósicas  de  i 
tspiroquetcs,   los   cuales  han  alquirido  una  afinidad  neurótropa. 

Todos  estos  conceptos  han   sido  referidos  particularmente  a  las  condicie^ 
nes  de'  aparición  de   las  enfermedades  mcf  a  sifilíticas   del  sistema  nervioso, 
era  lógico  considerar  bajo  los  mismos  punios  de  * 
rigen  la  aparición  de  otras  enfermedades  luéticas  tardías.  Los  autores  han  t 
nntado  sus  investigaciones  a  las  afecciones  luéticas  tardías  del  c 
los  vasos,  y  especialmente  a  la  mesoaortitis  sifilítica  y  al  e 

El  primer  problema  planteado  era  el  de  determinar  de  un  modo  exacB! 
la  frecuencia  de  aparición  de  estas  formas  morbosas  en  las  diversas  époci-^ 
Aparte  da  los  datos  un  poco  confusos  de  una  serie  de  autores,  los  de  Hell 
demuestran  que  entre  el  periodo  comprendido  de  1857  a 
y    el    de    1910    a    1914,    por    otra,    el    número 

ees  superior  en  esta  úllima  fase  con  respecto  a  la  primera.  También 
fras  aportadas  por  Gurich  demuestran  del  mismo  modo  un  aument< 
derable  de  las  enfermedades  aórticas  sifilíticas.  Los  datos  recogidos  por  Ju^ 
UAKN  y  Hall  se  refieren  a  un  abundante  material  correspondiente  al  p 


--  337  — 

comprendido  entre  1904  y  1925,  y  se  deduce  de  ellos  que,  con  un  material  de 
a^3topsias  sensiblemente  uniforme,  en  los  cinco  primeros  años  de  esta  época 
liD*i  casos  de  mesoaortitis  o  de  aneurisma  aórtico  aparecían  con  una  frecuen- 
cia, de  1,29  por  IDO,  mientras  que  en  los  cinco  años  últimos  de  la  época  en 
ci-i ostión,  el  tanto  por  ciento  se  había  convertido  en  un  3,52.  Se  encuentra, 
p-ues,  que  las  enfermedades  luéticas  tardías  de  los  vasos  han  aumentado  en 
c^tos  últimos  años  cerca  del  triple. 

Otro  de  los  asuntos  que  importaba  determinar  era  el  intervalo  comprendi- 
do   entre  el  comienzo  de  la  infección  y  las  primeras  manifestaciones  clínicas 
vasculares.   Este  período,   según  diversos  autores,   nimca  es   menor  de  seis 
afíos  ni  mayor  de  cuarenta.  Los  datos  de  Jungmann  y  Hall  se  refieren  a  110 
ca  5*os,  de  los  cuales,  24  no  conocían  su  propia  infección  luética  y  en  los  que, 
sin    embargo,  había  que  admitirla  dado  el  Wassermann  positivo  y  el  hallazgo 
ei^     las  autopsias  de  una  míesoaortitis  de  Heller-Doehler.  En  otros  33  su- 
jetos la  infección  sifilítica  era  perfectamente  conocida,  pero  no  se  había  em- 
prendido un  tratamiento  específico,  y  por  último,  entre  los  casos  tratados  es- 
pe  cíficaipente,  los  autores  agi-upaban,  por  una  parte,  los  enfermos  insuficien- 
temente tratados,  y  por  otra,  aquellos  en  los  qud  el  tratamiento  había  sido 
correcto.  Pues  bien;  el  intervalo  entre  la  infección  y  las  primeras  manifesta- 
ciones clínicas  en  los  casos  no  tratados  era^  por  término  medio,  de  23,4  años. 
Kn  los  casos  tratados  insuficientemente,  era  de  22,1  años  y  en  los  casos  en  que 
^'   tratamiento  se  había  emprendido  de  vm.  modo  amplio  él  intervalo  aparecía 
acortado  hasta   15  años.  Es  decir,  que  el  período  transcurrido  entre  la  in- 
^^ociófn  y  los  primeros  síntomas  vasculares  se  abreviaba  de  un  modo  consi- 
derable precisamente  en  los  sujetos  sometidos  a  tratamientos  específicos  más 
enérgicos.  Estos  hallazgos  confirman  los  de  Mendel  y  Tobías  referentes  a 
*^^   tabéticos,  en  los  que  también  se  encontraba  un  período  de  incubación  ^ 
'^    tabes,  tanto  más  breve  cuanto  más   intensamente  tratados  habían  estado 
i^s   enfermos.  Estos  hechos  concuerdan  también  en  general  con  el  menciona- 
"^    comportamiento  epidemiológico  de  las  enfermedades  sifilíticas  vasculares, 
l>Uesto  que,  como  ya  se  tía  dicho,  su  frecuencia  no  solamente  no  ha  dismi- 
nuido en  estos  últimos  años,  sino  que  ha  aiunentado. 

Las  nociones  expuestas  adquieren  una  ¡gran  importancia  consideradas  des- 
"e  el  punto  de  vista  del  tratamiento  de  la  sífilis.  Aunque  es  cierto  que  entre 
los  enfermos  con '  síndromes  sifilíticos   tardíos  existe  gran,  número  de  suje- 
tos cuya  infección  primaria  ha  pasado  desapercibida  y  otros  que  han  sido  in- 
deficientemente tratados,  no  basta  de  ninguna  manera  esta  limitación  para  ex- 
plicar las  diferencias  en  las  cifras  referentes  a  estos  últimos  años,  aun  admi- 
*^ncio  que  la  sífilis  sea  ahora  una  enfermedad  mucho  más  frecuente  que  an- 
^^s.   £s^  pQ,!-  Iq  demás,  indudable  que  esta  misma  objeción  podía  ser  también 
^^iiicida  para  las  estadísticas  de  mediados  del  siglo  pasado.  Hay  que  admitir 
*^as  tien^  que  actualmente  se  está  ante  el  problema  representado  por  el  hecho 
^  Qtie  a '  pesar  de  los  indudables  perfeccionamientos  del  tratamiento  antisi- 
^^^*ítico,  las  enfermedades  tardías,  no  solamente  no  han  disminuido^  sino  que 
l^ineatan.  Puede  encontrarse  una  confirmación  de  este  hecho  en  las  ya  men- 
^*jn^j(Ías  estadísticas  de  Heller,  en  las  cuales  los  casos  comprendidos  en  el 
^^^*i«r  grupo  estaban  constituidos  por  un  material  de  enfermos  cuya  infec- 


ía*.. ¿ 


I 


-  338  - 

primaria  había  que  admitirla  hacia  1830.1850,  es  decir,  en  la  época 
del  ilamado  aji  ti  merco  liarismo,  mientras  que  en  los  enfermos  del  se- 
gundo grupo  la  iníeorión  primaria  correspondía  hacia  los  años  1880  a  85,  épo- 
ca, en  la  cual  el  tratamiento  por  los  mercuriales  se  empleaba  ampliamente  •) 
se  había  facilitado  de  un  modo  considerable.  Por  otra  parte,  los  modernos 
tratamientos  combinados  a  base  de  salvarsán,  tampoco  parecen  haber  variado 
ETan  cosa  los  términos  del  problema.  Otra  demostración  indirecta  de  estos 
hechos  resulta  de  la  observación  del  curro  de  la  sífilis  en  los  países  incultos, 
en  los  que,  lo  mismo  que  la  tabes  y  la  parálisis,  las  afecciones  vasculares  tar- 
días son  también  extraordinariamente  raras,  tanto  como  el  tratamiento  esp^^^;i- 
fico  de  la  infección. 

La  interpretación  de  estos  hechos  ha  sido  aceptada  desde  los  trabajos     de 
WiLMANSS  en  el  sentido  de  admitir  luia  evolución  de  las  propiedades  patóge- 
nas de  los  espiroquetes.  Ahora  bien,  aparte  de  ciertas  objeciones  biológicas    a 
este  modo  de  pensar,  no  puede  admitirse  que  una  evolución  semejante  del  ger- 
men pueda  llevarse  a  cabo  en  un  espacio  de  tiempo  tan  breve  como  el  que   se 
supone  para  la  sífilis.  Habla  también  en  contra  de  estas  ideas  el  que  la    en- 
fermedad  producida  ast  estos  supuestos   gérmenes   alterados:,  no   sometiendo 
al  sujeto  infectado  a  ningún  tratamiento,  no  reproduce  de  ningún  modo    I*>5 
caracteres  peculiares  de  la  infección.  En  este  sentido  la  importación  de      ia 
sífilis  europea  a  los  países  no  civilizados  no  hace  variar  en  éstos  últimos     t¡ 
carácter  particular  de  la  sifiUs   con   su  tendencia  a  la   producción   de  lesio- 
nes terciarias.   No  puede  aceptarse  tampoco  el  neurotropismo  de   los  espla"*'- 
Piíefes  como   explicación  patogénica,  puesto  que,   como   se  ha  visto,  lo  itiís- 
fna  que  la  sífilis  nerviosa  se  comporta  también   la   sífilis  vascular.   De  icítíf 
clio   parece  más   bien   deducirse   que  no  es   el  carácter  especial  de  loa  esff*'' 
f'oqueites,   sino  alguna   particularidad  del   organismo  afectado,   el   factor  <t  *^' 
favorece   la -aparición   de    lesiones    sifilíticas   tardías.  Los    factores    constit:*-'' 
cionales  en  este  tipo  de  afecciones  han  sido  estudiados  por  Stebn  para     '* 
tabes,  habiendo  encontrado  este  autor  que  el  50  por  100  de  los  tabétic*^^ 
wn  sujetos   de  constitución   asténica.   Por  el   contrario,   los   paralíticos,  sc^  *!. 
individuos  que  entran  dentro  del  tipo   llamado   músculo -digestivo,  que  es   ^^ 
que  Kretschmeh  designa  con  el  nombre  de  hábito  pícnico.  Del  mismo  incut'^' 
parece   que  en   la    sífilis    vascular   la   constitución    del   organismo   juega  tt  ^^ 
Sran   papel,   y    se   ha   observado   que   la   mayoría  de   los   casos   de    aortittf^ 
luética  recaen  en  individuos  de  un  marcado  hábito  pícnico,  que  es  la  nusm-í^^ 
constitución  que  en  general  predispone  a  las  enfermedades  vasculares,  y  scr^    " 
bre  todo  a  la  hipertonía.   Así.  pues,  si   por  medio  del  tratamiento   de  la  in^     " 
fecoión   reciente  no   puede  conseguirse  una  sterilisatio  magna  con  los  raétO'"^' 
dos  de  tratamiento  actualmente  en  uso,  y  en  cambio,  con  la  supresión  preo 
de  la  manifestaciones   cutáneas    se   inhibe   la   formación   de   anticuerpos, 
comprende;  que  el  germen  se  localice  con  la  máxima  facilidad  en  aquellas 
giones   que  la   constitución   particular   de!   individuo   ofrece   como   más   prtf 
dispuestas,  es  decir,  en  el  sistema  vascular. 


—  339 


3ATE  y  Gakderb.—  Una  nueva    reacción  dt     ciertos     líquidos  ce- 

raiorraquídeos  patológicos  (iVitrato  de  plata-iugol).  Une  nouvelle 

reaction    de    certains    liquides    cephalorrachidiens    pathologiques    (nitrate 

d'argent-lugol).    Compt.   Rend,   de   la  Soc,   de   BioL   Tomo   95,   omtL  25, 

julio  1926. 

Añadiendo  a  dos  centímetros  cúbicos  de  líquido  cefalorraquídeo  normal 
-es  gotas  de  una  solución  de  nitrato  de  plata  al  i  por  20,  se  produce  un  pre- 
pitado  blanco  muy  espeso.  Si  se  añade  entonces  gota  a  gota  una  solución 
e  lugol  se  produce  después  de  agitarlo  bien  un  viraje  del  color  blanco  al 
2gro ;  al  cabo  de  algunos  minutos  de  exposición  al  aire,  este  precipitado  cam- 
a  a  amarillo  pálido. 

En  im  corto  número  de  casos,  y  siempre  patológicos,  los  autores  vieron 
ae  el  precipitado  cambiaba  inmediatamente  al  amarillo  adicionando  el  lu- 
3I,  y  esto  sucedía  sin  pasar  por  el  estado  de  precipitado  ne&ro.  Esta  re- 
^ción  particular  la  consideraron  los  autores  en  sus  investigaciones  como 
^acción  positiva. 

Han  estudiado  20  líquidos  cefalorraquídeos  y  han  encontrado  la  reacción 
=>sitiva  en  II  casos,  que  se  distribuyen  de  la  manera  siguiente: 

I."*  Cuatro  meningitis  aguda  con  polinucleosis  (dos  meningitis  a  neimio- 
>co,  ima  a  meningococo  y  una  polimicrobiana  de  origen  ótico). 

2.*"    Dos.  meningitis  tuberculosa. 

3.**    Dos,   meningitis  con  linfocitosis   (sifilíticas  o  tuberculosas). 
4.''    Un  caso  de   convulsiones  de  la  infancia  con  linfocitosis   ligera  sin 
Lperalbuminosis  y  sin  hipoglucorragia. 

S."*  Dos  casos  con  disociación  albúmino-citológica  (albuminosis  sin  leu- 
:>citosis). 

La  reacción  ha  sido  negativa  en  61  casos,  que  se  distribuyen  de  la  ma- 
&ra  siguiente: 

I.**  Veintiocho  líquidos  cefalorraquídeos  normales  sin  ninguna  modifi- 
^ción,  ni  de  albúmina  ni  de  glucosa  y  sin  leucocitosis.  * 

2."  Veintitrés  líquidos  de  meningitis  con  linfocitosis,  con  hiperalbumi- 
^sis  más  o  menos  extensa  y  en  algunos  con  hipoglucorragia.  Verosímil- 
mente se  trataba  de  casos  de  meningitis  sifilítica  o  tuberculosa. 

3."*  Tres  meningitis  tuberculosas  con  hallazgo  de  bacilos  de  Koch  en  el 
luido  cefalorraquídeo. 

•  4.'*    Cuatro    meningitis    con    polinucleosis    e   hiperglucorragia   de   origen 
determinado. 

5..'    Una  meningitis  a  meningococo. 

6.''    Dos  casos  de  disociación  albuminocitolítica. 

t-a  aparición  de  la  reacción  parece,  pues  siempre  relacionarse  con  una 
'^^ficación  patológica  del  líquido  cefalorraquídeo;  es  muy  frecuente  en  las 
^lUngitis  con  polinucleosis  debidas  al  neumococo  o  al  meningococo  o  a 
^os  gérmenes  de  origen  ótico.  Es,  por  el  contrario,  muy  rara  en  la  me- 
^tótis  tuberculosa  o  sifilítica.  También  puede  aparecer  en  los  tumores  que 

*íianifie5tan  por  ima  disociación  albuminocitolítica. 


—  340  — 

1  ííHrición  de  esta  reacción  no  parece  tener  relación  con  ninguna  nic- 
dificación  patológica  conocida  del  líquido  cefalorraquídeo,  cambios  en  el  eos- 
tenido  de  la  albúmina  o  glucosa,  polinucleosis  n¡  linfocitosís.  Tampoco  ^ja- 
rece  tener  relación  alguna  con  modificaciones  de  la  reacción  al  lado  ác^idu 
o  al  alcalino. 

Creen,  por  lo  tanto,  los  autores  que  el  hallazgo  de  esta  reacaón  pres^^juj 
un  problema  químico  a  resolver,  debiendo  también  investigaciones  poste  iiq. 
res  determinar  su  significación  clínica. 

E.  Carrasco  Cadena,^ 


CüTTE  y     Bertkand.—  La  exploración   radiológica     del    útero  y  de  I 

las  trompas  después  de   la  iiiyscolón   de  lipiodol.    (L'cxplora-  1 

tion  radiologique  de   l'iilerus  et   des  trompes  aprés  injection  de   lipiad»!)-  \ 
Gynecologie  et  Obíteiriqne.  Tomo  XIV,  núm.  2,   1536. 

La  exploración  radiológica  de  las  trompas  con  )a  previa  inyección  ^* 
lipiodol  es  una  aplicación  ginecológica  del  método  ideado  por  Sica&d  y  I^-^' 
teESTiER  para  la   exploración  de  los   tumores   intrarraquídeos. 

Una  de  las  primeras  dificultades  que  han  surgido  a  todo  aquel  que  ha  t  *" 
tentado  la  exploración  del  aparato  genital  con  esta  lécnica  es  la  de  evit:= — ^ 
el  reflujo  del  lipiodol  que  se  inyecta  por  el  cuello  uterino.  Por  cata  razc:^'"' 
loa  autores  han  mandado  construir  un  aparato  que  parece  ser  de  gran  uti  ^" 
dad,  que  consiste,  en  esencia,  en  mía  especie  de  ganciio  terminado  en  d— -  "' 
arpones   destinados  ja   clavarse   en    el   cuello   uterino.   Sabré    este   gancho  ^ 

por  tin  dipositivo  especial  se  mantiene  en  posición,  una  sonda  metálica  o^*^ 
una  oliva  en  su  extremo  que  tiene  pt>r  objeto  obturar  bien  el  cuello  y  c^*^' 
tar  asi  el  reflujo  del  lipiodol. 

Algunos  autores  insisten  en  la  necesidad  de  practicar  una  anestesia  e^E^' 
dural  para  evitar  los  dolores  y  movimientos  bruscofi  de  la  enferma.  1— '"^* 
autores  creen  que  esto  no  es  necesario  y  únicamente  en  enfermas  pusiB-  ^ 
iiimes  inyectan  previamente  medio  centigramo  de  morfina,  pues  en  rea-  ^ 
dad,  la  presa  de!  cuello  por  los  ganchos  es  indolora,  y  únicamente  resu^-  * 
molesto  el  momento  en  que  el  lipiodol  inyectado  distiende  la  cavidad  uterir^*-^^' 
jifovocando   cólicos  uterinos. 

La  técnica  seguida  por  los  autores  es  la  sigiiienle;  Previa  desiníecci^^^* 
de  la  vagma  se  introduce  una  valva  de  Doyen  para  deprimir  la  pared  pc^  ^ 
terior,  y  se  limpia  el  cuello  con  alcohol  de  90".  Se  coge  el  labio  poslerZ'^^ 
del  cuello  y  se  le  trae  hacia  adelante  como  si  se  fuera  a  hacer  una  colpo*^**^ 
mia  posterior,  y  en  este  momento  se  clava  al  aparato  en  la  pared  poster»*-' 
del  cuello,  a  un  centímetro  del  orificio  externo.  Se  introduce  la  sonda  ^^*^ 
el  ütero  hasta  que  la  oliva  se  adapte  bien  al  orificio  externo  Una  vez  c»**^ 
cado  asi  el  a|»rato   se  traslada   la   enferma  al  deparlamento   radiológico.  ^ 

ante  la  pantalla  se  hace  la  inyección  de  lipiodol.  Algimos  autores  han  pre^ 
cizado   inyectar  con  aire  la  vejiga,    Pero,  no  es  necesario  más  que  ( 
bien  la  vejiga  ^^^eeto.  Se  suelen  inyectar  de  < 


los  cuales  una  cavidad  uterina  normal  se  llena  totalmente;  pero  si  esto  no 
basta  (lo  cual  se  puede  comiprobar  puesto  que  todo  esto  se  hace  ante  la  pan- 
talla radiológica),  se  inyecta  más  lipiodol,  teniendo  en  cuenta  las  reacciones 
idolorosas  de  la  enferma.  Ya  no  queda  sino  que  el  radiólogo  tome  unos 
clichés,  con  lo  cual  termina  la  operación. 

Esta  clase  de  exploraciones  pueden  revestir  algún  peligro,  como  lo  de- 
muestran los  casos  de  Reverdy  y  otros;  pero  en  su  mayoría  se  trataba  de 
inyección  gaseoisa  en  el  aparato  genital ;  pero  el  lipiodol  parece  ser,^  o  inocuo 
del  todo  o,  por  lo  menos,  poco  peligroso.  No  obstante,  esta  clase  de  explora- 
ciones deben  practicarse  en  la  clínica  y  tomando  toda  suerte  de  precaudonea. 
Kl  lipiodol  se  tolera  perfectamente  por  el  peritoneo. 

A  veces  es  difícil  saber  si  las  trompas  son  permeables,  ya  que  se  puede 
ver  en  la  imagen  la  mancha  correspondiente  al  extremo  ovárico,  pudiendo» 
no  obstante,  estar  éste  obstruido.  En  caso  de  duda  se  hará  una  nueva  radio- 
£^raf  ía  a  la  mañana  siguiente,  y  si  las  trompas  o  una  de  ellas  son  permeables, 
aparecerán  las  sombras  confusas  del  lipiodol  repartido  i>or  la  cavidad  perito- 
neal.  Es  muy  importante  evitar  el  reflujo  de(  lipiodol  por  el  cuello. 

La  aplicación,  principal  de  este  método  de  exploración  es  el  estudio  de 
la.  esterilidad,  pues,  no  soló  se  comprueba  la  permeabilidad  de  las  trompas, 
sino  que  se  sabe,  en  caso  de  existir,  la  localizadón  exacta  de  algún  obstácu- 
lo que  pueda  obturar  alguna  de  las  trompas. 

Recientemente,  han  hecho  los  autores  la  inyeoción  en  un  caso  de  salpin- 
gfitis  aguda,  y  posteriormente,  en  la  intervención  ise  ha  podido  comprobar 
txna  reacción  tubárica  de  tipo  cicatricial,  que  hace  pensar  en  la  posibilidad 
cié  una  aoción  teraipéutica  eficaz.  Desde!  luego,  en  este  caso  no  se  observó 
ninguna  complicación  desagradable. 

J.  Torre  Blanco 


Kabés.—  Progresos    de  defensa  de  los  tejidos   contra  el  cáncer. 

(Prooessus  de  defense  dies  tissues  centre  Üe  cáncer).   Bull,  de  VAssoc, 
Prang,  pour  Vétude  du  cáncer,  julio  1926 

Sabido  es  que  asunque  el  cáncer  es  un  proceso  esencialmente  maligno,  al- 
^^^'Kis  casos  de  curación  espontánea  y  la  observación  cuidadosa  de  otros,  de- 
í^^^stran  que  los  tejidos  esgrimen  algunas  reacciones  defensivas  contra  la 
U ^'^asión  dé  la  neoplasia.  Rubens-Duval  ha  estudiado  minuciosamente  estas 
^^ensas,  distinguiendo  cinco  modalidades  de  ellas:  reacción  de  tipo  de 
^^^ferosis,  de  tijpo  de  neoformación  linfoidea,  de  inflamación  subaguda,  de 
^^iHofilia  y  de  polinudeosis  neutrófila.  El  autor  describe  otras  dos  reaccio- 
^^^  que  él  dice'  no  han  sido  descritas  hasta  ahora. 

XJna  de  ellas  es  la  que  él  denomina  Pseudotuberculosis  cancerosa.  La  se- 
^***^da  la  designa  con  el  nombre  de  procesos  de  fagocitosis  anticancerosa. 

ftl  firímero  de  estos  i>roceso5  es  parecido  al  diescrito  por  Masson,  pero 
^  ^  Igual.  B.  lo  ha  observado  en  un  caso  de  cáncer  no  ulcerado  de  la  mama 
neoplasia  se  componía  de  cordones  de  células  epiteliales  de  dimensiones 


I 


-  343  - 

^tiables  y  de  forma  oval,  redondeada  o  irrcsT'ar,  de  núcleo  bien  colore 
y  muchas  de  ellas  eii  fases  kariokinéticas.  Alrededor  de  estas  células 
teliales  se  encuentra  una  gran  cantidad  de  tejido  colágtno  rico  «x  células  c 
juntivas  tumefactas.  Al  ^aóú  de  las  tnasas  epiteliales  mencionadas  se  en— ■ 
cuentran  las  formaciones  que  han  llamado  la  atención  del  autor.  Se  pre — 
stntan  como  formaciorfcs  foliculares  redondas  u  ovales  de  dimensiones  mu^r- 
variables,  que  a  pequeño  aumento  dan  la  impresión  de  folículos  tuberculosos   -^^ 

pero  examinadas  a  mayor  aumento  se  ve  que  están  compuestos  de  «na,  paír^ 

te  central   de   elementos   epiteliales,   alrededor   de  las  cuales   se  hallan   célt^t- 

las  flpitelioides  que  aparecen,  en  wma  bien  desarrollada,  siendo  loa  elemet-^^_^ 
tos  más  importantes  de  estas  íormaconea  foliculares.  Por  fuera  de  es  -^^-^ 
zona  se  encuentra  otra  mis  delfiada  de  células  linfállcas  con  algunas  fibr  :^^^ 
«mjunlivas  concéntricas.  Por  último,  existe  otra  capa  más  periférica  ^c:^ 
fibras  conjuntivas. 

E!  hecho  de  que  los  elementos  catlcerosos  contenidos  en  estos  foHca.'S^  __^ 
estén  algunos  en  franca  degeneración,  pero  otros  en  plena  actividad,  -j — ^^ 
como  el  no  aparecer  ningún  cuerpo  extraño,  y  la  ausencia  de  células  gíe-^^^i,. 
ttS,  hace  suponer  a  B.  que  estas  formaciones  no  corresponden  a  un  gra_-«-»_  i,, 
lotna  de  tipo  de  absorción  de  cuerpos  extraños  pon  gérmenes,  sino  qu^  gg 
trata  de  una  reacción  defensiva  de  ]os  tejidos  contra  la  invasión  cancere:»  ^^ 

El  segundo  proceso  de  los  que  se  ocupa  B.  lo  ha  observado  muchas  ^^e- 
ces  en  cánceres  de  cuello  uterino.  Con  un  débil  aumento  se  ven  al  lado  rie 
los  islotes  eiMteliales  cancerosos  otros,  en  los  cuales,  al  lado  de  las  célití  íis 
neoplásicas,  se  ven  formaciones  alveolares  redondas  que  están  bien  circut"»'- 
critas  por  una  membrana  que  delimita  un  espat 
un  gran  número  de  núcleos.  A  veces^  en  el  cent 
una  masai  necrótica.  Hay  que  hacer  notar  que 
.  importante  zona  de  infiltración  celular 


L  el  cual   ■ 

;  estas  formaciones  h  ^ 

islotes   están   rodead-  ■' 

ii  células  motu>  y  polinucle^;-^ 


res.  A  primera  vista,  los  alveolos  parecen  capilares  repletos  de  leucocíta* 
perol  iCon  un  mayor  aumento  se  ve  que  estas  formaciones  tienen  t 
completamente  diferente,  observándose  en  ellas  diferentes  estadios  de  ^^^ 
evolución.  En  un  estado  inicial  se  ven  todavía  muy  bien  que  estoí  alveolfí^^^ 
están  constituidos  por  células  cajicerosas  con  núcleo  vivo  y  protoplasm^^^^* 
bien  coloreable  e  invadidas  por  otros  elementos  celulares  en  escaso  nümer>  ^^. 
y  con  todos  los  caracteres  de  los  polinucleares.  En  fases  ulteriores,  las  t^^'l^. 
lulas  epiteliales  aparecen  gigantes  y  totalmente  degeneradas  y  con  una  fuer^*'^^ 
te  invasión  de  elementos  polinucleares. 

Este  proceso  lo  interpreta   B,  también  como  defensivo,  creyendo   que  e^^^'  . 
algo  más  que  «n  proceso  de  necrofagia  ya  qtie  en  un  principio,  cuando  1  -» 
invasión   polinuclear   comienza,   las   células    cancerosas   están   todav ' 


sustentando   Rubens-Duvai,  t 


^■^    sustentando 


i  algo  semejante. 


J 


343  ^ 


Mayeb  y  He^.~  Sibre  •!  CfuJUvo  4e  los  tejidos,    (Uber  Qewebezucb- 
tuag).  Z<?ní.  /.  Gyn,  núm.  43,  í9íí6. 

£1  cultivo  de  tejidos  no  es  tarea  sencilla  por  mtiltitud  de  razones.  Em^ 
primer  lugar,  las  precauciones  de  asepsia  con  que  es  preciso  manejar  d  nía- 
terial  han  de  ser  tan  rigurosas  que  representan  una  dificultad  y  no  pequeña. 
Poí  otra  PVH;  «para  interpretar  los  resultados  de  los*  cultivos  de  tejidos 
h<)y  que  establecer  si  los  crecimientos  obtenidos  proceden  de  células  epite- 
liales o  conjuntivas»  lo  cual  es  difícilísimo,  ya  que  en  estas  condiciones  am-^ 
lias  clases  de  elementos  celulares  pueden  ofrecer  estrechas   semejanzas. 

Para  adarar  este  problema  del  origen  de  los  elementos  proliferados  se- 
ría  buen  sistema  proceder  al  cultivo  de  células  aisladas^  bien  epiteliales,. 
bien  conjuntivas;  pero  a  decir  verdad  todos  los  procedimientos  hasta  hoy 
conocidos  para  separar  unos  elementos  de  otros  han  dado  como  resultado  el 
fracaso  de  los  cultivos  que  no  se  obtienen  de  modo  positivo  más  que  cul- 
tivando conjimtos  celulares.  Indudablemente  intervienen  en  estos  resultados, 
iactores  biológicos  mal  conocidos  aun. 

Hasta  ahora  los  experimentos  de  cultivos  tisulares  se  han  hecho  siempre 

con  tejidos  de  animales,  y  los  autores  los  han  llevado  a  cabo  con  tejidos. 

litmianos  a  fín  de  deducir  conclusiones  de  aplicación  práctica  en  la  clínica. 

Xos    tejidos   humanos   estudiados    han    sido:    endometrio,   decidua,    placenta 

fetal  y  tumores  malignos  de  útero  y  ovario.  t 

Los  cultivos  de  placenta  que  hasta  ahora  habían  sido  negativos,  han  sido 
evidentemente  iwsitivos  en  manos  de  Guggisberg  y  de  los  autores,  Dbser- 
vando  el  crecimiento  de  elementos  celulares  cuyo  origen,  aunque  no  con 
absoluta  seguridad,  se  puede  suponer  en  las  células  epiteliales  de  la  vellosi- 
x'.dá  y  no  en  las  células  mesenquimatosas.  Ahora  bien,  puntualizar  si  los 
elementos  que  proliferan  son  las  células  de  Langhans,  o  el  sincicio  es  ya. 
más  difícil.  Guggisberg  piensa  que  el  sincicio  no  prolifera,  lo  cual  apoya 
la  sux)osición  de  que  este  elemento  histológico  tiene  su  origen  en  la  dege- 
neración de  las  células  de  Langhans.  Pero,  según  los  autores,  el  aspecto 
morfológico  de  los  elementos  proliferados  recuerda  más  bien  al  sincicio 
que  a  las  células  de  Langhans,  pudiendo  explicarse  esta  divergencia  con 
Guggisberg,  porque  este  autor  ha  empleado  placentas  de  tres  meses,  y  los. 
autores  de  sólo  unas  semanas,  y  sabido  es  que  los  elementos  placentarios- 
van  degenerando  a  medida  que  aumentan  de  edad.  Clínicamente,  estos  re- 
sultados iwsitivos  de  los  cultivos  de  placenta  pueden  explicar  el  hecho  de 
la  supervivencia  de  la  placenta  con  relación  al  feto. 

El  cultivo  de  endometrio  ha  dado  resultado  positivo  en  tm  caso  (de  cua- 
tro investigados)  en  que  la  mucosa  se  hallaba  en  la  fase  proliferativa  de 
su  ciclo  menstrual.  En  este  caso  no  era  posible  dilucidar  si  los  elementosi 
proliferados  procedían  de  las  células  epiteliales  o  de  las  conjimtivas. 

Respecto  al  cultivo  de  tumores  malignos  los  resultados  varían  según  ct 
^ado  de  madurez  de  la  neoplasia,  habiéndose  observado  tm  mayor  creci- 
miento en  las  células  de  tumores  jóvenes  metastásioos  que  en  las  proce- 


i 


—  344  — 

dentes  del  tumor  primitivo.  Además  está  bien  demostrado  que  en  el  grado 
de  crecimiento  influye  mucho  el  medio-  habiendo  gran  diferencia  de  culti- 
var los  tejidos  en  elementos  de  cultivo  del  portador  que  de  otra  espede. 

Este  método  de  investigación  será  muy  interesante  para  fallar  el  ía* 
moso  pleito  de  si  los  rayos  X  pueden,  a  determinadas  dosis,  provocar  un 
estimulo  de  las  funciones  generativas  de  las  células  o  no,  pero  aun  no 
ha  llevado  a  cabo  este  estudio,  que  sería  interesantísimo.. 

J.  ToBSB  Blanco. 


^     i.4m 


HIVOS    DE    MEDICINA 
GIA    Y  ESPECIALIDADES 

20  de  noviembre  de  1926  JV*^®  Yü- 


MORES  MALIGNOS   PROVOCADOS  POR   EL  EJER- 
CICIO DE  UNA  PROFESIÓN 

por 

Q.     I  c  h  o  k . 


1  numerosas  las  teorías  sobre  el  origen  del  cáncer,  que  los 
Tácticos  acaban  por  perder  s'u  confianza  en  las  opiiniones 
5.  A  fuerza  de  encontrar  tantas  contradicciones,  ya  no  se 
ís  que  a  Jos  hechos  establecidos  rigurosamente.  En  ei  te- 
lo de  la  observación  objetiva  e  inatacable,  la  conclusión  se 
>r  si  misma  a  los  espíritus  despiertos.  La  documentación 

a  la  argimientación,  y  permite  considerar  la  verdadera  lí- 
iducta,  tanto  para  la  profilaxia  como  para  el  tratamiento, 
e  punto  de  vista,  la  enseñanza  que  proporciona  el  estudio 
ñores  malignos  de  origen  profesional  nos  parece  muy  fe- 
ay  que  confesar  que  en  este  capítulo  queda  mucho  por 
ro  no  son  despreciables  los  resultados  ya  adquiridos  por 
que  se  dedican  a  la  lucha,  tan  penosa,  contra  las  diversas 
el  cáncer. 

rero  que  se  dirige  "a  un  médico  no  enterado  para  darle  a 
Li  hipótesis  acerca  de  la  causa  de  su  tumor,  es  acusado  con 
i  de  mentiroso  o  de  candido.  Sin  embargo,  no  siempre  exis- 
e  o  ignorancia.  Como  vamos  a  ver,  im  iTumor  maligno  es 
veces,  indudablemente,  ía  los  inconvenientes  de  un  oficio  (i> 

se  han  querido  tener  en  cuenta  las  medidas  necesarias  para 
:ión  de  la  salud.  Los  errores  de  profilaxia  producen,  a  la 
a  degeneración  cancerosa,  cuya  forma  varía  según  las.con- 
del  trabajo,  pero  cuya  razón  de  ser  no  escapa  al  observa- 
0.  Este  se  da  perfecta  cuenta  de  que  la  acción  prolongada 

2Stro  estudio  omite  voluntariamente  los  tumores  bien  conocidos,  ocasionados  por  lo5 
radium  en  los  médicos  y  sus  ayudantes. 


dd  traumacismo,  repetido  o  no,  acaba  por  desencadei 
mórbidos. 


an  l^H 

lera^H 

fue,  w^ 


El  papel  del  traumatismo,  como  primum  movens  de  la  canceri- 
zación,  choca,  sobre  todo  cuando  se  estudian  los  cánceres  epiteliales 
externos.  Son  debidos  a  las  irritaciones  químicas,  que  provocan  t 
serie  de  neoplasmas,  entre  los  cuales  ocupa  un  lugar  prepondera 
el  cáncer  de  la  brea. 

M.  Bang,  diirector  del  Instituto  de  Radium'  de  Copenhague, 
sido  el  primero  en  descuibir  un  caso  indudable,  en  que  se  trataba  de 
la  aparición  de  un  epitelioma  en  una  región  antes  sana  consecutiva- 
mente a  salpicaduras  de  brea.  El  enfermo  en  cuestióii  era  un  cbreí 
del  gas,  que  en  el  curso  de  su  trabajo  recib'ó  en  la  nariz  u.na  salpu 
dura  de  brea  caliente.  M.  Bang  ha  examinado  el  obrero,  que  fué  I 
yuido  dia  a  dia  por  los  médicos  de  la  Empresa,  y  pudo  observar  í 
se  desarrolló  en  diez  y  seis  días,  en  la  nariz,  en  el  punto  de  c 
ton  ia  brea,  un  epitelioma  espinocehilar. 

Como  se  ve,  la  observación  danesa  se  refiere  a  una  evolución  ^ 
ligna  aguda,  y  es  ÚD;1  conocer  la  posibilidad  de  una  evolució 
I^sta  ha  sido  observada  por  el  sabio  francés  profesor  Leclerq,  dcí 
Lilte,  que  cita  el  caso  de  un  soldado  hecho  prisionero  en  1914,  ■ 
Maiibeuge,  y  utilizado  en  Bochunn  como  obrero  en  una  fábrica  d^. 
conglomerados.  A  fines  de  1916,  al  romper  un  ladrillo,  el  prlsionerc^ 
de  guerra,  que  no  tenia  ningún  antecedente  canceroso,  n,Í  hereditarít» 
ni  personal,  fué  herido  en  la  cara  por  dos  trozos  de  ladrillo,  que  pe^ 
iietraron  en  los  tejidos,  dando  lugar  a  dos  pequeñas  heridas,  situar 
cias,  una  en  el  párpado  inferior  izquierdo,  a  nivel  del  ángulo  intem-^ 
de!  ojo,  cerca  del  borde  libre  del  párpado,  y  la  otra,  a  uno  o  dt^^ 
centímetros  por  encima  de  la  arcada  düar  izquierda.  Las  herida,  ^a 
nc  se  cicatrizaban  nunca.  En  los  puntos  lesionados  se  desarrollaba.^»^ 
dop  epiteÜomas  de  marcha  progresiva  constante. 

En  1921,  es  decir  cinco  años  después  del  accidente,  fueron  cjc 
tirpados  ampiamente  ambos  epiteliomas ;  pero  en  1925  !a  evolución 
jirosegiiia  su  obra  destructora.  El  epitdioma  basocelular  típico  na- 
cido a  causa  del  traumatismo  sufrido  en  1916  continuaba  alti  9U  c 
arroJlo  lento,  a  pesar  de  la  intervención  quirúrgica. 

La  influencia  nefasta  de  la  'brea  debe  ser  conocida  por  los  I 
dicos  qtie  tienen  costumbre  de  tratar  ciertas  dermatoais  por  la  ^ 
cación  de  preparados  a  base  de  brea.  Y.  de  Jong,  Jean  Meyi 
J.  Martineut  presentaron  a  la  Asociación  francesa    para  e!  e 


p^- 


—  347  — 

del  cáncer,  un  enfenno  afecto  de  epitelioma  espinocelular  desarro- 
llado a  nivel  de  un  eczema  varicoso,  tratado  durante  ocho  años-  por 
aplicaciones  de  goudratine.  La  lesión  tenida  todos  los  caracteres  de 
un  cáncer  experimental  por  embaduimamiento  con  brea. 

Al  examen  microscópico  se  veía  el  neoplasma  constituido  por 
una  serie  de  globos  en  forma  de  bulbo  de  ajo  yuxtapuestos,  de  di- 
mensiones diversas,  rodeados  de  leucocitos,  pero  sin  ningún  otro 
agruptoiiento  celular.  Lateralmente  los  cilindros  neoplásicos  pene- 
traban por  debajo  del  epidermis.  En  medio  del  corte,  algunos  islo- 
tes malpigianos,  en  cuyo  interior  se  esbozaban  globos  córneos,  ates- 
íígimban  la  dislocación  del  cuerpo  mucoso.  El  tejido  colágeno  es- 
taba claramente  disociado,  y  sus  restos  envueltos  en  elementos  can- 
-cerosos. 

La  imagen  microscópica  no  admitía  ninguna  duda  sobre  la  na- 
1  ti  raleza  cancerosa  del  tumor.  Se  trataba,  en  realidad,  de  un  epite- 
lioma espinocelular  puro  desarrollado  a  nivel  de  una  región  alterada, 
erx  una  pierna  irritada  desde  h'acía  muchos  años  por  un  eczema  va- 
!rí<roso  y  por  un  tratamiento  de  brea  de  hulla  proseguido  casi  sin  re- 
misión desde  hada  ocho  años.  Parece  tanto  más  culpable  la  brea 
ciianto  que  no  se  sabe  que  los  eczenías  sean  generadores  de  neo- 
plasmas. 

Para  los  que  no  quisieran  conceder  su  confianza  completa  a  las 

observaciones  sobre  el  papel  cancerígeno  de  la  brea,  se  les  podría 

■citar  investigaciones  experimentales  inatacables.  De  la  lista,  ya  lar- 

Z^9  de  publicaciones  aparecidas,  nos  limitaremos  a  citar  los  trabajos 

^^  J.  K.  Narat.  Este  autor  estudió  comparativamente  la  producción 

experimental  del  cáncer :  por  tina  parte,  por  aplicaciones  repetidas 

de  brea,  y  por  otra  parte,  de  productos  químicos  simples.  Antes  de 

^trar  en  detalles,  indíqu^nos  que  Narat  ha  conseguido  provocar 

una  proliferación  maligna  en  los  ratones  por  embadoirnamientos  re- 

P^cbs  del  tegumento  con:  i.®)  Potasa  cáustiea  (solución  acuosa 

*^  3  a  6  por  lOo) ;  2.®)  Acido  clorhídrico  (4  a  5  por  100) ;  3.®)  Brea. 

Se  han  desarrollado  timiores  malignos  en  el  15,11  por  100  de  los 

^^^^sos,  con  la  potasa;  14,81  por  100,  con  el  ácido  clorhídrico,  y 

38,09  por  100,  con  la  brea. 

Las  aplicaciones  de  Narat  se  hicieron  a  nivel  de  la  región 
^ra,  sin  depiWón  previa,  todos  los  días  o  en  días  alternos  hasta 
^  producción  de  ks  lesiones  macroscópicas  Cuatro  a  seis  semanas 
^spués  de  la  aparición  de  las  lesiones  papilomatosas,  es  decir, 
vemt'cinco  a  cuarenta  y  seis  semanas  después  del  primer  emba- 
duniamiento,  cesaban  definitivamente  las  aplicaciones.  Este  hecho 
produjo  en  el  56  por  100  de  los  casos    una    curación  comple- 


-  J48  - 


C^^ 


ta,  En  e!  29  por  100  de  los  unímales  se  presentaron  lesiones 
nicas  de  la  piel,  rebeldes  a  todo  tratamiento,  mientras  que  en  el 
'■•,  por  roo  coiilintió  la  proliferación  con  todos  los  signos  de  la 
maVifínidad:  invasión  de  los  tejiidos  vecinos  y  caquexia  profunda. 
Es  de  señalar  que  las  metástasis  gangilionares  y  viscerales  falta- 
ban aun  cuando  el  examen  histológico  de  la  lesión  provocada 
mostrase  una  proliferación  maligna  típica:  crecimientos  epitelia- 
■ies  ramificados  en  los  tejidos  subyacentes,  anaplasia  celular,  míto- 
sis  numerosas. 

Narat  llegó  a  la  concJusáón  de  que  es  posible  producir  tumores 
niaJignos  por  medio  de  productos  químicos  simples^  pero  el  por- 
centaje con  la  brea  es  más  elevaílo.  Por  lo  tanto,  no  se  puede  acu- 
sar solamente  a  la  irritación  crónica,  sino  también  a  la  naturaleza 
del  tóxico  empleado. 


afoa    I 


La  noción  de  la  especificidací,  desde  el  pimto  de  w'sla  de  la" 
aparición  del  tumor  maligno,  qvie  es  indiscutible  para  la  brea, 
se  muestra  con  toda  evidencia  cuando  se  estudia  el  cáncer  de  ía 
veji¿a  en  los  obreros  que  trabajan  en  las  fábricas  de  anilina.  Se 
".rata  aquí  de  las  relaciones  muy  inslnictivais  entre  la  intoxicación 
]Mr  un  agente  químico  y  la  aparición  de  un  tumor  en  un  órgailg*  *'] 
escondido  en  el  interior  del  organ'smo.  l^^H 

Segíin  una  estadística  de  Leuknbekceb,  resulta  qiie  en  Ba^^^| 
(ciudad),  durante  el  período  ipor-igio,  los  casos  mortales^^H 
bidos  a  los  tumores  de  la  vejiga  encontrados  entre  los  obreTOlí  J 
de  las  fábricas  de  colores  de  anilina  y  de  substancias  aromáü'ea 
son  33  veces  más  numerosos  que  los  casos  mortales  observado^.  , 
durante  cí  mismo  período  en  un  mismo  número  de  indtvíduog 
en  la  misma  enfenncdad  que  en  el  resto  de  !a  población  mascul 
comprendiMos  ancianos  y  niños. 

El  Bureau  internacional  del  trabajo  ha  consagrado  un  e.stti 
de  conjunto  a  la  cuestión  que  tios  ocupa.  Sus  conclusiones  no  solí 
definiitivas  porque  el  problema  presenta  todavía  demasiadas  la- 
gimas  y  puntos  obscuros.  Sin  embarfío.  los  autores  de  la  encuesta 
se  permiten  formular  los  puntos  siguientes  diciendo : 

I,"  Que  existe  una  relación  estrecha  entre  la  manipulación 
de  ciertos  productos  amino-compuestos  y  la  existencia  de  los  tu- 
mores de  la  vejiga; 

2."  Que  el  número  de  los  tumores  de  la  vej'ga  observados 
en  los  obreros  en  contacto  con   los   amino-compuestos   < 


;rvado«.  , 
du^^ 

est^Hi 


is  ca  rela^^ 


—  349  — 

vaínente  poco  elevado.  De  ello  hay  que  deducir  que  el  factor  i 
dividual  desempeña  un  gran  popel  en  la  patología,  teniendo  \ 
cuenta  que  los  enfermos  son  una  minoría  muy  pequeña; 

3L^  Que  es  necesaria  ima  acción  continuada  durante  mu 
cho  tiempo  para  llegar  a  la  producdión  de  tumores  de  la  vejiga 
Estos  no  guardan  relación  con  el  tiempo  de  la  ocupación; 

4.®    Que  no  es  posible  üeterminar  la  sustancia  cJapaz  de  en- 
gendrar los  tumores :  en  la  actualidad  hay  que  limitarse  a  acusar 
a  los  amino-compuestos  y  sobre  todo  lia  bencizina  y  la  B-naftalina ; 
5.®    Que  la  misma  sustancia  puede  producir  simples   ciistitis 
o  tumores  benignos  o  malignos; 

6.*^  Que  las  precauciones  higiénicas  bien  tomadas  consiguen 
a.1  cabo  de  ailgunos  años  la  disminución  e  incluso  la  desaparición 
de  la  enfermedad; 

7.®  Que,  por  lo  tanto,  es  absolutamente  necesario  exfigir  en 
las  fábricas  en  que  los  obreros  se  hallan  expuestos  a  la  acción 
l^eligrosa  de  gases  aromáticos,  la  más  rigurosa  aplicación  de  las 
XDrecaudones  higiénicas; 

8.®    Que,  mientras  tanto,  es  de  desear  que  las  industrias  in- 
teresadas, prosig!an  las  investigaciones  sobre  la  sustancia  peligro- 
sa y  que  los  datos  estadísticos  en  todos  los  casos  sean  muy  pre- 

oisos. 

Las  conclusiones  de  la  encuesta  son,  como  se  ve,  muy  reserva- 
tias.  A  pesar  de  la  prudencia  extrema,  que  disminuye  el  alcance 
g^eneral  de  las  observad'ones  recogidas^,  las  medidas  de  profilaxia 
ciue  se  desprenden  de  la  documentación  reunida,  son  de  una  utilidad 
decisiva.  Este  punto  tiene  para  el  médico  un  valor  primordial,  por- 
que se  ocupa  menos  de  la  bella  teoría  que  engloba  una  multitud  de 
íiechos  dispares  que  de  la  aplicación  práctica.  Por  lo  tanto,  se  sa- 
Ijrá  con  interés  que  la  encuesta  antes  mencionada,  cuya  base  no 
tiene  la  solidez  y  extensión  necesarias,  inspiró,  sin  embargo,  toda 
una  serie  de  medidas  profilácticas.   Puesto  que  nos  encontramos 
ante  un  ejemplo  digno  de  ser  se^ido,  reproducimos,  a  titulo  in- 
formativo,  los  consejos  expresados   con   el   fin  de  instituir  esta 
grave  enfermedad   profesional.   Estos   medios   de  lucha,   son   los 
sigu'entes: 

I.®  Locales  bien  ventijatíos  con  aspiración  del  aire  viciado 
e  introducción  de  aire  fresco,  enfriado  si  es  necesario,  y  limpieza 
rigurosa  de  los  suelos  y  de  los  muros,  aspiración  del  polvo; 

2.®  Aparatos  de  fabricación  bien  cerrados,  aparato  cerrado 
para  el  transporte  mecánico  de  las  materias,  aspiración  local  de 
los  polvos  y  Vapores; 


3-°     Horas  de  trabajo  reducidas,  adopción  dd  asíalo 
po,  teniendo  en  cuenta  que  una  permanencia  muy  breve  en  la  sá 
c;ón  acusada,  basta  para  provocaír  los  tumores ; 

4."     Trajes  de  trabajo  siempre  muy   limpios,   cerrados  en  ^ 
ciielio  y  los  puños,  llevar  guantes  y  botas ; 

5.°     Baños   diarios,   limpieza   rigurosa   antes    de   pasar  a!   ■ 
medor  y  a  la  s^ida  de  la  fábrica; 

6."  Vigilancia  sanitaria  para  la  contratación  de  obreros  y  du- 
rante el  trabajo,  elección  de  obreros  sanos.  Lecciones  de  vulga- 
rización periódicas  organizadas  por  el  médico  y  el  director  de  la 
secdón;  el  examen  pariódico,  se  referirá,  sobre  todo,  a  la  orina; 
7°  Declaración  obligatoria  de  las  hematurias  y  de  ¡os  tumo- 
res de  la  vejiga; 

8."  Distribución  de  leche,  prohibición  de  fumar  y  de  consu- 
mir belj'das  akdhóliías,  ayiida  al  obrero  para  que  se  procure  una 
buena  alimentación. 

Las  medidas  de  profilaxia  que  acabamos  de  citar,  no  presen- 
tan solamente  un  interés  particular  pata  las  fábricas  que  se  dedi- 
can a  la  fabricación  de  productos  a  bí^e  de  nitro  y  de  am(no- 
compLiestos,  sino  que  se  trata  de  un  tipo  característico  de  método 
de  profilaxia  eficaz.  El  tumor  de  la  vejiga  y  los  coíores  de  anilina 
acusados  quedan  en  segundo  plano,  cediendo  su  sitio  a  los  tumores 
mal'gnos  profesionales  en  general.  Los  ejemplos  citados,  han  ser- 
vido de  demostración.  El  cuadro  expuestoi,  no  sólo  tiene  valor  en 
sus  retalles,  sino  también  por  la  impresión  general.  Los  documen- 
Tfis  aislados,  hablan  a  favor  de  la  causa  entera  de  una  manera  elo- 
cuente. J^H 


Lo  mismo  los  obreros  de  las  fábricas  de  anilina  que  otros,  pa- 
gan muy  caro  el  ejercicio  de  su  profesión,  siendo  así,  que  se  les 
puede  proteger  cuando  se  conoce  el  origen  del  mai.  Este  se^en- 
aientra.  a  veces,  escondido,  pero  con  frecuencia  salta  a  la  vista, 
por  decirlo  asi.  Pensamos  en  esta  ocasión  en  el  cáncer  por  irrita- 
tión  mecánica  en  el  curso  del  trabajo.  No  faltan  los  ejemplos  y 
«e  me  permitirá  que  reHa.te  una  observación  de  hace  un  siglo.  Se 
cnpiientra  '^egún  M.  Rhgin,  de  Strasburgo,  en  las  memorias  de 
T  B  BoussEiNCAULT.  que  da,tan  de  1822-1832.  Según  el  pasaje 
del  libro  en  cuestión,  aprendemos  que  los  Bogas  para  remontar 
10=  ríos  apoyaban  su  larga  pértiga,  terminada  en  tndente.  en  los 
árboles  y  las  rocas,  mientras  que  la  otra  extremidad  de  la  pértiga 


—  351  — 

reposaba  un  poco  por  encima  ded  homlbro  derecho,  lo  cual  oca 
sionaba   una  especie  de  magiullamieníto   que  con   frecuencia   de- 
generaba en  cánoei. 

La  contri'bución  tan  antagiia  de  M.  Bousseingault  al  estu- 
dio ád  problema  del  cáncer,  siigfue  siendo  de  actualidad.  No  hace 
mucho  se  leía  en  la  prensa  inglesa  el  anuncio  de  tm  juicio  del 
tribunal  de  Ashton-'Under-Lyne  County,  cuyos  ténninos  hacían 
pensar  en  la  gran  cantidad  de  tumores  profesionídes  por  imita- 
ción crónica. 

En  los  casos  llevados  ante  el  tritonal  inglés,  se  trataba  de 
una  demanda  de  indemnización  fomiíuTada  por  un  hilador  afec- 
to de  un  cáncer  del  escroto  y  cuya  enfermedad  parece  que  estaba 
relacionada  con  la  dase  de  su  trabajo.  La  demanda  contra  la  em- 
presa, se  llevó  a  cabo  en  virtud  de  la  ley  por  las  enfennedades 
profesionales. 

Según  la  sentencia  dd  tribunal,  el  demandante  tenía  dere- 
cho a  obtener  una  indemnización  ipor  la  lesión  contraída  durante 
el  senvidío.  El'  examen  de  la  etiología  dd.  tumor  demostró  que 
la  irritación  continua  por  unia  barra  en  movimiento,  había  sido 
la  causa  de  la  degeneración  cancerosa. 

Las  relaciones  de  causa  a  efecto,  son  fáciles  de  establecer 
en  los  casos  que  acabamos  de  citar,  pero,  a  veces,  se  debe  hablar 
ante,  ante  todo,  de  una  sensibilización  de  los  tejidos.  M.  Hugue- 
XTN  señala  a  este  respecto  una  observación  en  que  se  veía  cómo 
una  causa  hasta  entonces  anodina  había  penmitiido,  en  condiciones 
nuevas,  el  desarrollo  de  un  tumor  histológicamente  maligno. 

El  enfermo  de  M.  Huguentn  era  portador  de  un  cáncer  agu- 
do consecuitivo  a  una  quemaditra  por  el  mazout.  Como  punto  par- 
i-'cullar,  el  autor  señala  que  su  ^ntermo,  desde  hacía  algunos  me- 
ses, se  quemaba  frecuentemente  con  gotitas  de  mazout,  pero  no 
había  dejado  nunca  rastro.  Después  de  \m  intervalo  de  seis  se- 
manas, una  nueva  proyección  de  mazout  sobre  la  cara  dorsal  de 
la  mano  derecha,  determinó  ima  quemadura  superñdal,  simple 
enrojecimiento  al  principio,  que  pronto,  al  cabo  de  ocho  días, 
se  transformo  en  minúsculla  páiptüa  indurada,  que  creció  muy 
rápidamente  y  que  al  cabo  de  veinticinco  días  haíbía  alcanzado 
el  tamaño  de  una  nuez. 

El  examen  histológico  del  tumor  demostró  la  imagen  de  un 
epitelioma  espino-celular  formado  por  grandes  lóbulos  cuyo  centro 
e>taba  casi  siempre  queratinizado  o  formado  por  bloques  paraque- 
latósicos.  Se  encontraban  en  él,  además,  todos  los  estadios  de  las 
células  malpigianas. 


."''"*  '*'  rS  V»™^  "2»«KSn  cancerosa^  Ij  J     p„ 

"-r^iSa- ^r%sss:°  ^«*r.^-s>'  '"^": 

don  W*'''^°,ra  cáncer.  ^ 

-'5f™s'^i£^-«-"'"'°".:a? 


-'  353  — 

sarcomas,  declaran  que  el  osteo-sarcoma  ha  sido  siempre  reve- 
lado pero  no  provocado,  que  siempre  existía  en  el  origen  un  nú- 
cleo, por  pequeño  que  fuese,  cancerizado.  Ahora  bien,  se  han  pu- 
blicado últimamente  observaciones  en  las  cuales  se  han  hecho  nu- 
merosas radiografías;  demuestran  primeramenite  en  el  sitio  trau- 
matizado un  tejido  óseo  de  aspecto  normal.  En  cuanto  el  sarcoma 
comienza  a  desarrollarse,  se  ven  en  el  cliché  las  primeras  zonas 
claras  que  se  agrandan  luego  p-rognesivamente.  El  perf  ecdonamieni- 
to  de  las  técnicas  de  examen  nos  aproxima  cada  vez  más  a  la 
demostración  de  la  integridad  absoluta  previa  del  hueso.   ¿Cuál 
es  el  pJazo  de  aparición  del  sarcoma  que  permite  aceptar  el  pa- 
pel del  tríaumatismo  invocado?  Es  bastante  dlifícil  dar  una  preci- 
sión sobre  este  punto.  Sin  embargo,  las  observaciones  publicadas 
r: encuerdan  en  general  en  cuanto  al  plazo  mínimo.  Se  admite  que  se 
laecesitan,  por  lo  menos,  un  mes  a  seis  semanas.  Si  se  reduce  este 
p-lazo,  se  expone  uno  a  considerar  un  traumatismo  simplemente 
X"evelador  como  habiendo  provocadc  eí  sarcoma. 

*  *  * 

Se  trate  de  cáncer  o  de  sarcoma,  ambos  pueden  y  deben  sc- 
^ún  los  casos,  ser  considerados  como  la  consecuencia  del  ejerci- 
■^io  de  tma  profesión.  Sin  embargo,  antes  dé  decidirse,  es  indis- 
pensable una  gran  prudencia.  En  el  X  Congreso  de  Medicina  Le- 
:^al  de  lengua  francesa,  que  se  celebró  el  año  pasado  en  Lille,  se 
precisaron  por  MM.  Cordonnier  y  Muller  las  condiciones  para 
cjue  pueda  admitir  la  relación  de  causa  a  efecto.  Las  reglas  enun- 
ciadas merecen  retener  la  atención  del  médico  concienzudo  a  quien 
:11o  gusta,  naturalmente,  basar  su  juicio  sobre  una  apreciación  su- 
perficial. Para  tener  toda  la  certidumbre  necesaria,  hay  que  aso- 
ciarse a  las  conclusiones  de  los  autores  mencionados,  que  son  las 
siguientes : 

I.**  Es  indispensable  que  la  región  traumatizada  no  fuese  pre- 
viamente cancerosa  y  que  esta  integridad  absoluta  sea  precisada 
médicamente  dentro  del  límite  de  los  medios  actuales  de  inves- 
tigación desde  ei  primer  examen. 

2.**  "Es  necesario  que  el  traumatismo  haya  sido  real  y  bas- 
tante extenso  y  que  ello  sea  establecido  por  las  circunstaíicias  de 
liecho  y  los  certificados  médicos. 

3.**  Es  necesario  que  el  tumor  haya  aparecido  en  el  punto 
traumatizado. 


4."  Es  necesario  que  la  sintoniaíolo^a  ha^ya  sido  continua 
con  posibilidad,  sin  «mbargo,  de  periodos  de  lalcncia. 

5.*  Es  necesario  qtie  los  primeros  síntomas  de  la  evolución 
del  tumor  no  hayan  apareado  menos  de  un  mes  o  seis  semanas 
después  del  traumatismo,  llegando  el  plazo  máximo  a  tres  años. 

6."*  Es  necesario  que  desde  la  aparición  ;Ie  los  primeros  sín- 
tomas dudosos,  sí  se  sospecha  un  osteo-sarcoma,  se  hagan  ima  o 
dos  rad'iit^afías  para  confirmar  d  dia^óstico. 

7."  Por  último,  es  indispensable  hacer  un  examen  histoló- 
gico, bien  después  de  biopsia,  bien  después  de  necropsia. 

Los  siete  puntos  enumerados,  modificados  o  comphtados,  permi- 
tirán reiuiir  la  documentación  necesaria  para  proyectar  una  luz  viva 
íC'bre  el  dominio  vasto,  pero  todavía  oscuro  de  los  tumores  mal>Ígnos 
profesionales.  Para  colaborar  a  esta  empresa  difícil,  se  tendrá  en 
cuenta  no  sólo  el  aspecto  p-uramente  científico  del  proUema,  sino 
también,  y  sobre  todo,  el  punto  de  -vista  moral.  Es  justo  que  todo 
trJliajador  goce  de  tm  máximum  de  seguridad.  Todo  esfuerzo 
laborioso  debe  llevar  en  si  la  certidumibre  de  que  la  labor  cum- 
j.lida  no  se  verá  desacreditada  poír  un  destino  cruel,  que  todas 
las  enfermedades  llamadas  "profesionales"  serán  evitadas  durante 
l:i   intervención  humanitaria  del   médico  concienzudo  e  instruido. 

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—  355  — 

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Tomo  XXXIII,  número  56,  p.  958,  1925. 


oouparme  de  él.  ya  que  podemos  decir  está  hoy  en  período  revolu- 
cionario, quizá  por  no  ser  menos  que  los  demás  asuntos.  O 
estas  Tiuevas  concq>dones  pueden  derivarse  reglas  para  acli 
patogenia,  el  diagnóstico  y  quizá  hasta  el  tratamiento,  vean  si  está 
justificado  no  abandonarías. 

Entremos  ahora  en  el  asunto. 

Demostrada  pc>r  Villemín  (1865)   !a  contagiosidad  de  la  tu- 

■  t)ercuIosis  de  modo  experimental,  y  descubierto  el  bacilo  por  R. 
IKoch  (1882).  son  un  sin  número  de  trabajos  los  desde  entonces 
^publicados  soíwe  este  asunto. 

El  bacilo  de  Kcich  es  \m  bastoncito  de  r.5  ó  4  mieras  de  largo 

>or  0,4  de  espesor,  es  rectilineo  o  ligeramente  incurvado.  Es  acro- 

inmóvil  y  con  pestañas  en  las  formas,  de  jóvenes  cultivos  y 

lien  los  homog;eneizados,  no  existiendo  dichas  pestañas  cuando  estos 

fccultivos  son  viejos.  Se  tiñe  por  el  Graní,  es  ácido,  alcohol  resistente 

ly  crece  lentamente  en  los  medios  de  cultivo. 

Se  le  incluye  en  el  grupo  de  los  hifomicetos  porque  en  los  cul- 
Itívos  viejos,  y  a  veces  en  productos  patológicos    presenta  abulta- 

■  mientos,  por  presentar  a  veces  formas  ramificadas  con  dicotomías 
como  los  hongos  y  por  dar  cultivos  secos  como  éstos,  aunque  ni 
penetran  en  el  interior  del  medio  como  los  hongos.  Unos  y  otroj 
producen  en  el  animal  nodulos,  y  a  los  producidos  por  el  h.  t, 
les  llama  tubérculos.  Según  la  clasificación  americana,  pertenecej 
la  clase  de   Schiromycetes,  orden   Detimomiectos,    familia  de  1/ 


i 


—  357  —  • 

Micdbacteriáceos,  género    Micobacteriutn,  especie    Micococobacte- 
ritun  tuberculoso. 

Henios  dicho  que  se  tiñe,  aunque  difícilmente,  y  que  resiste  a 
la  decoloración  con  ácidos  y  alcohol.  Esta  ácido-alcohol  resisten- 
cia es  debida,  no  a  iina  substandia,  han  sido  varias  las  aisladas 
por  distintos  autores  oon  igual  propiedad,  sino  a  un  grupo  de  ellas 
que  entran  en  la  composición  del  germen  y  que  son,  ácidos  gra- 
soá,  grasas  neutras,  esteres  de  ácidos  grasos,  alcoholes  elevados  y 
íaun  quizá  núcleoproteidos  diversos  e  hidratos  de  carbono  como 
la  celulosa  y  la  quitina. 

No  es  tampoco  cierta  la  idea  de  que  estas  substancias  estén 
reunidas  en  una  cápsula,  no  hay  separación  brusca  entre  la  parte 
central  y  periférica  del  bacilo  en  cuanto  a  su  composición ;  esta  se- 
paración no  es  perceptible,  como  puede  comprobarse  en  los  bacilos 
cortados  de  través  y  teñidos. 

Ya  hemos  dicho  algo  de  su  morfología,  pero  diremos  más  en 
detalle  que  se  presentan  teñidos,  bien  por  igual,  es  decir,  de  modo 
homogéneo,  bien  presentando  espacios  sin  teñir  o  bien  teniendo 
en  su  trayecto  abultamáentos  más  fuertemente  teñidos.  A  cada 
una  de  estas  formas  se  les  quiso  dar  un  vaíor  distinto;  se  dijo 
qtie  los  (primeros  eran  formas  jóvenes,  que  se  presentaban  en  las 
formas  graves  de  tuberculosis,  que  las  segundas  se  hallaban  cuan- 
do las  defensas  orgánicas  eran  buenas  y  comenzaba  a  lisarse,  a 
destruirse  el  bacilo,  y  que  las  últimas  eran  prueba  de  lesiones  vie- 
jas, indicio  de  que  el  bacilo  se  desarrollaba  en  medio  poco  apro- 
piado, y  que  los  mencionados  granulos  eran  formas  de  resistencia, 
se  han  tomado  hasta  por  esporos.  Nada  de  esto  se  observa  con 
constancia  en  clínica  y  carece,  por  tanto,  de  valor. 

Todo  son  artificios  de  tinción,  si  bien  es  verdad  que  los  gra- 
nulos dichos  se  presentan  más  frecuentemente  en  cultivos  y  lesio- 
nes tuberculosas  viejas,  es  seguro  que  los  espad'os  claros  que  dan 
un  aspecto  discontinuo  al  bacilo  son  el  sitio'  de  éstos  mismos  gra- 
nos, que,  quizá  más  resistentes  a  k  tinción,  no  hemos  aún  colo- 
reado, habiendo  empezado  ésta  en  la  parte  homogénea  más  fácil- 
mente coloreable. 

Estos  granulos  fueron  objeto  de  los  interesantes  trabajos  de 
MucH  principalmente,  que  ideó  un  método  de  coloración  para  po- 
nerlos más  fácilmente  en  evidencia  y  que  yo  estoy  seguro  ha  sido 
dausa  de  que  otros  investigadores  hayan  cometido  múltiples  erro- 
res. Este  autor  los  tíñó  con  su  método,  que  es  el  de  Gram  modi- 
ficado, y  creía  que  era  el  método  ideal  para  buscar  estas  formas  y 
explicarse  el  que  productos  como  el  pus,  exudados,  pleuríticos,  et- 
cétera, donde  tan  escasos  se  hallan  a  veces  los  'bacilos,,  sean  tan 


-358- 


Y  a^ 

Grau 

Lti-Osis. 

íes  ^^M 


infectantes  para  los  animales.  Lo  explicaba  diciendo  que  el  ba< 
se  hallaba  eii  dichos  productos  bajo  esta  forma  granular, 
aquí  viene  el  error;  se  quiso  ver  en  estas  formas  gérmenes  Gram 
positivos,  y  allí  donde  se  hallaban  se  diagnosticaba  tuberculosis. 
Mas  sepamos  que  granos  sueltos  Gra.m  positivos  se  ven  en  t( 
iüs  productos  patogénicos  o  no,  difíciles  de  diferenciar  por 
solamente;  es  preciso  que  sepamos  que  dichas  granulaciones 
nos  solamente  Gram  posilk'as,  cosa  que  carece  como  queda  dit 
de  valor  diagnóstico  y  que  tan  generalmente  se  adtnite,  sino  que  son 
también  ácido-akobol  resistentes,  como  lo  prueba  el  que  se  tiñen 
con  el  simple  método  de  Zfehl,  tan  conocido,  y  mejor  aun  con  el 
de  Blanco,  que  no  es  más  que  un  Ziehl  hecho  con  buena  fuchi- 
na, dejándola  actuar  intensamente,  decolorar  con  alcohol  clorhídri- 
co al  3  por  100  y  diferenciar  con  trepeolina  ooo  al  i  por  100,  De 
¡nodo  que  dejamos  sentado  que  estas  granulaciones  son  ácido-alcohol 
resistentes,  que  lo  único  que  hay  que  saber  es  teñirlas,  ya  que  son 
imiy  diíioiles  de  teñifl,  porque  son  más  resistentes  a  la  tinción. 
pero  en  cambio  conservan  en  los  productos  patoli%icos  per  más 
tiempo  la  ácJdoresistencia  que  el  niismo  bacilo  y  una  vez  tefiidos 
resisten  más  a  la  decoloración. 

De  esto  deduzcamos  que  el  Geam,  por  muy  modificado  que 
esté,  no  sirve  para  diagnosticar  como  tuberculoso  un  producto 
y  que  para  que  con  él  se  pueda  dar  valor  a  estas  granulaciones 
como  agentes  tuberculosos,  cuando  el  resto  protoplásmico  del  bacüo 
ya  no  es  ácido  resistente,  es  preciso  que  éstos  sean  ácido-alcohol  re- 
sistentes, que  adopten  una  agrupación  seriada,  uniéndose  en  línea 
dos  o  mejor  tres  o  más  elementos  y  que  cuando  esyívn  ai' 
vayan  unidos  a  una  especie  de  espolón  menos  ácido-alcohol 
tente,  menos  teñido,  que  no  es  otra  cosa  más  que  un  reste  pri 
plásmico  del  bacilo. 

La  significación  dada  a  estas  tan  repetidas  granulaciones  ci 
esporos  no  es  cierta,  no  resisten  al  calor  como  estos  elemenl 
otros  creen  son  fonnas  de  resistencia,  o  acumulos  nutritivos 


linea 
ados 

I 


^L  M. 

^1       KOCH 


pecuÜaT :  hay 

otros  gérmenes  que  la  poseen  igualmente;  igual  ocurre  con  el 
Gram.  Asi  tenemos  los  bacilos  de  tipo  bovino,  aviario,  pisciario, 
de  la  lepra»  la  sarcina  que  produce  el  lamparón  del  buey  y  un  sin 
fin  de  especies  saprofíticas  halladas  en  el  esmegma,  en  el  cerumen, 
focos  gangrenosos,  en  la  leche,  hierba,  en  las  trompetas  de  los  mú- 
sicos, aguas  sucias,  etc. 

Mas  ¿cómo  se  diferencian  éstos,  los  saprofitos,  del  típico 
Morfológicametrte  es  muy  difícil,  muy  frecuentemente  " 


típico  I^H 
lente  i^^| 


^yjoiuie.  Se  ha  dicho  que  los  primeros  son  ácido  y  no  alcohol  re- 
sistentes y  que  el  de  Koch  resiste  a  ambas  decoloraciones.  Esto  no 
ocurre  siempre  en  los  productos  patológicos,  aunque  sea  más  exac- 
to en  los  procedentes  de  medios  de  cultivo.  Es  preciso,  para  esta- 
blecer esta  diferenciación,  colorear  con  el  Ziehl  diez  minutos,  de- 
colorar dos  con  ácido  nítrico  al  tercio  y  cinco  o  diez  con  alcohol 
absoluto  (BEZANgoN  y  Philibert),  los  bacilos  seudotuberculosos 
no  resisten  esta  decoloración.  También  el  bacilo  de  Koch  resiste 
diez  minutos  de  decoloración  con  alcohol  clorhídrico  al  3  por  100. 
El  toluol,  acetona,  cloroformo  les  hacen  perder  su  ácidorresistencia. 
El  agua  hirviendo,  en  dos  o  tres  minutos,  decolora  a  los  seudotu- 
berculosos.  Hidrolizándolos  con  SO4  Hg  la  cantidad  de  azúcares 
reductores  obtenidos  es  de  0,75  para  los  de  hierba,  por  ejemplo, 
y  de  5,87  para  el  bacilo  humano. 

La  anti formina  al  50  por  100  no  desitruye  la  ácidoresistenda 
<3el  bacilo  de  Koch  ni  aun  después  de  cuatro  días  de  contacto, 
^1  15  por  100  y  en  tres  minutos  quedan  destruidos  todos  los  para- 
tuberculosos. 

Igual  resistencia  presentan  para  el  agua  de  Javel,  el  ácido  sul- 

f  úit'co,  a  los  disolventes  de  las  grasas,  el  ácido  crómico  al  3  por 

100,  etc.  El  bacilo  de  Koch  no  se  colorea  como  los  paratuberculo- 

3 os  tan  fácilmente  por  los  colorantes  simples  (tionina,  azul  de  me- 

tiileno,  etc.). 

Nos  son  de  gran  utilidad  los  cultivos  en  medios  apropiados ;  el 
<áe  Koch  ya  hemos  dicho  que  crece  lentamente,  necesita  varias  se- 
manas (dos  o  tres  al  menos);  los  seudotuberculosos  crecen  irápida- 
mente  en  veitijticuíatro  horas  o  poco  más,  y  aun  en  medios  ordina- 
x-ios,  dando  color  rojo  o  líneas  en  sus  colonias. 

Y  en  último  extremo  es  precisa  la  inoculación  subcutánea  al 

-cavia;  los  seudotuberculosos  no  dan  lugar  más  que  a  lesiones  lo- 

<:alizadas  y  no  transmisibles  en  serie.  El  de  Koch  ocasiona  adeno- 

patia    miliar,    tuberculosis  generalizada  y  la  intradermorreaoción 

^  la  tuberculosis  es  positiva. 

No  queremos  hablar  de  la  diferenciación  de  los  tipos  humano, 
^bovino,  aviario  y  prsciario  de  la  tuberculosis;  nos  llevaría  dema- 
siado lejos.  Únicamente  vamos  a  ocupamos  de  la  significación  que 
se  da  a  estos  ácidoresistentes  y  de  la  evolución  qué  está  sufriendo 
«1  concepto  bacteriológico  de  la  tuberculosis. 

Se  ha  pensado  si  estos  bacilos  áoidoresistentes  podrían,  por 
pases  sucesivos  en  el  organismo,  transformarse  en  el  típico  ba- 
cilo humano. 

Hemos  de  saber  que  además  de  los  métodos  dichos  para  su 
dífiereniciación,   estos   ácidoresistentes  saprofitos   son  difícilmente 


aglutinables  por  los  sueros  htberoulosos  y  fijan  el  coraplemento^^B 
presencia  de  estos  sueros  de  modo  muy  escaso.  Mas  estu  yii^^| 
bemos  no  tiene  valor  para  identificar  dos  gérmenes;  también  ^^H 
ven  de  antigenos  con  dichos  sueros  el  subtiüs  y  los  diftérico^^H 
nada  más  lejos  su  parentesco.  "I^B 

Producen  tubercuHnas  de  nrny  débcl  acción.  Sus  cuerpos  mi- 
crobianos son  poco  tóxiicos  para  el  animal  tuberculoso  aun  por 
vía  cerebral  (Boreel,  Pinav,  BuenetJ.  No  son  capaces  de  sensi- 
bilizar el  organismo. 

Parece,  por  tanto,  que  no  se  trata  de  la  misma  bacteria  trans- 
formada; quizá  posean  muchos  antígenos  pardales  tóxicos  seme- 
jantes, que  sean  la  caosa  de  estas  semejanzas,  siquiera  sean  éstas 
muy  remotas.  Pero  es  que  estos  antígenos  parciales  pueden  po- 
seerlos comunes  varias  bacterias  y  no  por  ello  se  piensa  en  bacte- 
riología que  derivan  unos  de  otros. 

Mas  se  ha  intentado  por  inoculaciones  sucesivas  llegar  a  I 
tener  típicos  bacilos  de  Kocii  de  bacilos  de  distinto  origen. 

En  1879,  DuiiARD,  Bataill,\n  y  Terhe  dicen  haber  obteid 
de  "un  bacilo  pHsciario  patógeno  para  los  animales  de  sangre  fría 
lula  transformación,  merced  a  la  cual  dicho  bacilo  se  hzo  ]..aió- 
geno  para  el  cavia,  conejo  y  aun  para  las  aves.  Sin  embargo,  pa- 
rece ser  que  los  animales  de  sangre  fría,  de  donde  fué  aislado  este 
germeiií,  vivían  en  un  arroyo  dunde  se  vertían  esputos  de  un  tísico, 
y  suponen  que  muy  bien  podían  estar  infectados  con  los  dos  gérme- 
nes: el  pisciapio  y  el  humano,  y  que  en  los  pases  que  dicha  i 
sufrió  por  el  cavia  no  tardó  en  predominar  el  tipo  humano,  tí 
aquí  el  error. 

Kalle,  Schlossbehgeb,  Pfannestiel  con  ocho  paratubt 
loses,  Friedmann  con  el  de  la  tortuga  por  é'.-  descubierto,  San  Fe- 
lice con  su  estreptotrix,  etc.,  creen  haber  llegado  a  obtener  un  J 
bacilo  patógeno  productor  de  típicas  lesiones  tuberculosas.  Mas  ^ 
todo  esto  sin  comprobar.  Utilizando  los  mismos,  Kalle  y  Bruno  « 
Lance  no  han  llegado  a  iguales  resultados.  Calmette,  Boquet  y  -^ 

Negre  también  obtienen  resultados  negativos.  Parece  ser,  por.  tan 

to,  que  se  trata  en  los  casos  positivos  de  cciifaminaciones  con  eMT 
típico  bacilo  de  KocH. 

Entre  nosotros,  Ferrán  también  cree  que  el  bacilo  de  KoCH^F 
procede  de  una  bacteria  que  él  llama  alfa,  que  es  semejante  a  ur — ^ 
coli  y  que  origina  lesiones  inflamatorias,  que  de  ésta  se  origina  lr=^= 
por  él  denominada  beta,  menos  fácilmente  ctiltivaWe,  no  ácidore  - 
sistente  y  que  actúa  localmeníe  de  modo  semejante   a  1  "" 

del  bacilo  tuberculoso  y   que  por  un  úhimo  cambio  se  llega  al  ÚÚ 
bacilo  de  Kcch. 


'1 

teidi^ 


;  germe- 

10.  j^H 

tubeffli^^H 


—  36i  — 

Todo  esto  no  lo  comprobó  seriamente  nadie  y  de  modo  com- 
láeto;  a  Calmette  y  Monal,  por  ejemplo,  les  salieron  negativos 
todos  los  experimentos  hechos  con  el  gennen  y  la  técnica  que  Fe- 
RRÁN  les  envió.  Otros  trabajos,  como  uno  reciente  de  Citrino  y 
KiiíKELiN  (i),  en  el  que  dicen  comprueban  dicha  teoría,  no  mere- 
cen tenerse  en  cuenta:  muchas  divagaciones  teóricas,  poca  experi- 
mentación y  ésta  dejando  bastante  que  desear.  Además  los  argu- 
mentos con  que  Ferrán  quiere  apoyar  su  teoría  son  de  escaso  va- 
lor y  fácilmente  refutables  dados  los  actuales  conocimientos,  y  en- 
tre la  experimentación  hay  cosas  como  la  siguiente:  **Si  se  inocu- 
lan tejidos  tuberculosos  que  no  contengan  bacilos  de  Koch".  ¿Y 
quién  asegura  dónde  se  hallan  estos  tejidos?  El  que  no  se  vean  ba- 
cilos en  una  preparación  de  un  producto  no  quiere  decir  que  no 
los  contenga,  en  otra  del  mismo  se  hallan  muy  frecuentemente. 

No  queremos  comentar  excesivamente  esto  por  ahroa. 

De  las  teorías  de  Ravellat  y  Pla  sobre  este  mismo  asunto> 
diremos  iguali;  su  bacteria  de  ataque,  de  la  que  creen  deriva  el 
lacilo  de  Koch,  pasando  antes  por  una  bacteria  intermedia,  no  es 
xnás  que  una  falsa  interpretación  o  un  producto  de  contaminación 
<jue  suele  ser  uin  ñpico  estafilococo  lo  más  comunmente.  Tampoco 
hay  nada  que  justifique  su  modo  de  pensar,  y  por  eso  no  nos  ocu- 
pamos de  ello  con  más  extensión. 

Si  esto  fué  negativo,  se  ha  pensado  en  otra  eventualidad:  si  el 
bacilo  de  Koch  por  sucesivas  degradaciones  puede  llegar  a  trans-^ 
formarse  en  un  saprofito.  Múltiples  tralbajos  se  han  hecho  para 
tratar  de  adarar  este  punto.  Ramond,  Rovand  y  Mayer,  Ledoux- 
Lebard,  etc.,  han  tratado  de  adaptar  bacilos  humanos  y  bovinos  a 
animales  de  sangre  fría  sin  conseguirlo;  no  se  alteran  ni  pierden 
virulencia  aunque  estén  en  ellos  albergados  varios  meses. 

Algún  autor  que  creyó  obtener  transformaciones  de  éste,  com- 
probóse después  se  trataba  de  contaminaciones  con  los  saprofitos 
¿cidoresistentes  que  tan  extendidos  se  hallan  en  la  naturaleza. 

F'ERRÁn  también  cree  haber  podido  degradar  el  bacilo  hasta 
llegar  a  las  bacterias  anteriores  pasando  por  un  estado  bacteriano 
que  él  denomina  delta. 

Nada  de  esto,  como  antes  dijimos,  está  comprobado. 

Camibios  morfológicos  del  bacilo  así  como  de  sus  propiedades 
tintoriales,  de  cultivo  y  de  patogenidad,  llegándolos  a  hacer  hasta 
avirulentos,  sí  han  sido  obtenidos  por  Auclair,  Arloing  y  CouR- 
MONT  con  sus  bacilos  tuberculosos  homogeiniz^dos,  que  en  parte 

(i)    Rev,  de  Higiene  y  Tuber.,  30  de  abril  de  1925. 


—        —  ^^^1 

pierden  la  ácido  resisten  da,  aunque  sea  de  modo  íemporali  (i);'^H 
presentan  ramificadas  algunas  formas,  se  hacen  móviles,  a^l^^| 
nantes  y  hasta  avirulentos;  pero  jamás  consiguieron  volverlo^^f 
transformar  en  bacilo  de  Koch  aiiténtico.  ^^| 

Calmette  y  GuÉEiN,  por  pases  sucesivos  de  un  bacilo  tuber- 
culoso bovino  por  patata  biliada  glicerinada,  ll^an  a  obtener  un 
germen  avirulento  pero  que  posee  todas  las  demás  propiedades 
dd  auténtico  tuberculoso  (producción  de  tuberculina,  poder  anti- 
génico,  etc.)  y  que  es  el  que  utílizan  para  hacer  las  vacunaciones 
pireventivas  de  tuberculosis,  con  tanto  éxito  y  seriedad  hasta  la 
fecha  llevadas  a  cabo. 

Bezancon  y  Fhilibkrt,  haciendo  cortes  de  velos  de  bacilos  tu- 
berculosos y  tiñéndolos  por  el  método  de  Fdntés,  hallan  en  ellos 
una  siibstanda  cionofila,  especie  de  sostén  de  la  colonia,  no  ácido- 
resistente,  otra  fuchinófila  que  no  son  otra  cosa  sino  los  bacilos 
ácídoresistentes  y  una  tercera  formada  por  corpúscuilos  que  se 
tÉñen  por  el  violeta,  que  no  son  más  que  los  granos  de  Much. 

Con  esto  piensan,  ya  que  estudian  la  distribudón  de  estos  ele- 
mentos en  distintos  sitios  del  velo,  en  velos  de  distinta  época  y  aun 
en  los  originados  en  distintos  medios,  si  la  primera  substancia  no 
podría  ser  el  origen  de  las  demás;  esto  no  es  más  que  una  hi- 
pótesis. 

Dicen  estos  autores  que  estos  gérmenes  ájcádoresistentes  se 
hallan  sólo  alrededor  (leche,  esmegma,  etc.)  de  los  animales  infec- 
tados con  el  de  Koch.  Si  asi  es,  pensamos,  se  debe  a  que  de  ellos 
procede  y  de  este  modo,  ya  que  la  vida  no  es  muy  larga  y  durante 
ella  y  aun  en  épocas  bien  tempranas  se  hallan  reunidos,  se  podría 
hallar  dicha  transformación  fácilmente  pues  el  obstáculo  del  tiem- 
po que  tanto  se  objeta,  razonando  como  los  autores  quieren,  no 
existe. 

Vaudremer,  utilizando  medios  eapeciales,  sintéticos,  líquidos 
con  soporte  inerte,  sólidos  y  aun  en  los  corrientes,  etc.,  sembrando 
en  superfide  y  profundidad,  obtiene  por  siembras  en  ellos  del  ba- 
cilo de  Koch  formas  filamentosas  en  calabaza,  granulosas  no  ácÍ(H 
resistentes  y  coloreables  por  el  Gram. 

Esto  no  lo  obtiene  con  todas  las  razas  y  no  h'zo  inoculacioneá 
los  animales. 

Obtiene  en  48  horas  transformaciones  morfológicas  y  tinte 
les,  y  pérdidas  de  virulencia  que  sorprenden  por  la  facilidad  i 
que  las  halla. 

(i)    Esto  lo  niegan  Bezancon  y  Philibebt. 


—  3^>3  — 

En  algunos  casos  hace,  por  siembras  en  medios  glicerinados, 
que  recobre  el  bacilo  su  ácidores'istencia. 

Más  trabajos  podríamos  señalar,  pero  terminaremos  diciendo 
que  aun,  en  la  actualidad  y  dado  el  interés  de  este  asunto,  no  hay 
nada  que  justifique  este  modo  de  pensar,  pues,  porque  a  un  bacilo 
se  le  pueda  cambiar  algunas  de  sus  propiedades,  porque  otros  po- 
sean algunas  ligeramente  comunes,  no  puede  establecerse  una  iden- 
tidad de  origen. 

Pero  no  es  esto  sólo  a  donde  llegan  las  discusiones  de  hoy  día, 
se  habla  de  que  el  bacilo  de  la  tuberculosis  pasa  por  un  estado  en 
que  es  filtrable  a  través  de  bujías  Berkefeld  y  Chamberland. 
Calculen  el  interés  que  esto  tiene  desde  el  punto  de  vista  diagnós- 
tico, las  cosas  que  pueden  explicarse  con  ello,  si  por  fin  se  confirma 
<:omo  parece. 

Estos  trabajos  parten  del  año  1910  en  que  Fontes  tiene  la  idea 
de  filtrar  pus  caseoso  diluido  en  soloición  salina  por  bujía  Berke- 
feld. Inyecta  este  filtrado  a  un  cavia  que  no  presenta  más  que 
ligefas  adenopatías  donde  no  se  halla  el  bacilo  de  Koch. 

El  bazo  de  este  cavia  se  inocula  a  otro,  y  al  cabo  de  cinco  me 
ses,  sin  haber  presentado  lesiones  ganglionares,  se  halla  en  la  autop- 
sia una  típica  lesión  pulmonar  tuberculosa  con  el  bacilo  de  Koch. 

Philibert,  en  1912,  no  comprueba  estos  trabajos. 

En  1923,  Vaudremer,  sembrando  el  bacilo  de  Koch  en  los 
medios  sintéticos  antes  mencionados,  sin  glicerina,  obtiene  las  for- 
mas filamentosas  ya  dichas,  no  ácidore^iistentes  y  Gram  positivas. 
Estas  formas  filtran  por  bujía  Chamberland  L3  y  en  este  filtrado 
se  reproducen  las  mismas  formas  y  oree  hasta  haberlos  transfor- 
mado en  ácidoresistentes  por  siembras  del  filtrado  en  medio  de 
Petroff. 

Esto  lo  obtiene  igualmente  filtrando  bacilos  de  Koch  cultivados 
•en  patata  glicerinada  y  emulsionados  en  suero  fisiológico.  El  fil- 
trado, en  dos  o  tres  semanas  de  estufa,  da  cultivos  filamentosos  co- 
mo los  anteriormente  mencionados.  Igual  ocurre  en  dos  o  tres  días 
si  del  filtrado  sembramos  en  agua  de  peptona. 

BEZANgoN  y  Hauduroy  comprueban  los  trabajos  de  Vaudrf^ 
mp:r,  lo  mismo  que  Arloing,  Dufourt  y  MaLartre. 

Valtis,  a  partir  de  esputos  de  tuberculosos  filtrados  a  través 
de  bujía  Chamberland  Lg  e  inoculados  a  cavias,  produce  en  elfos 
una  tuberculosis  sin  aparentes  adenopatías,  pero  presentando  lesio- 
nes en  pulmón  con  típicos  bacilos  de  Koch. 

Esto  ha  sido  confirmado  por  Durand  y  Vaudremer,  Arloing 
y  Dufourt  y  admitido  también  por  Calmette.  Y  cosa  sorpren- 
dente, este  autor,  en  colaboración  con  Voltis,  Boquet  y  Negre 


—  364  —  . 

inyectan  filtrados  a  conejos  preñados  y  ven  que  sus  fetos  tienen 
bacilos  ácidoresistentes,  o  sea  que  el  filtrado  ha  pasado  a  través 
de  placenta.  Esto,  de  confirmarse,  cambia  hasta  la  patogenia  hoy 
admitida  de  la  no  herencia  del  bacilo  tuberculoso.  Por  este  hedió 
experimental  quieren  ellos  explicar  el  escaso  número  de  fracasos 
obtenidos  con  su  vacuna  preservativa  de  la  tuberculosis.  Dicen  que 
ya  estaban  al  nacer  infectados  y  en  tales  casos  no  sirve. 

En  breve  publica/remos  nosotros  »u<n  trabajo  sobre  este  asunto 
tan  importante;  en  él  detallaremos  los  varios  experimentos  por 
nosotros  hechos  y  los  resultados  obtenidos. 


bibliografía 

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de  1922. 

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1924. 

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C  R.  de  la  Soc.  Biol.^  22  de  diciembre  de  1923. 

Valtis:  Sur  le  filtration  du  b.  tuber.  a  travers  les  bougies  Chamberland 
43.  C.  R.  Soc.  Biol.,  1924.  Tomo  XC,  p.   19. 

Valtis:  Formes  filtrables  dans  les  cultures  de  b.  tuber.  C.  R.  Soc,  de  Biol, 
Tomo  XC,  p.  113.  1924. 

Arloing  y  Dufourt:  Contribution  a  l'étude  des  formes  filtrantes  du  b.  tu — 
ber.  Soc  de  Biol.  de  Lyon,  15  de  junio  de  1925. 

Handuray:  Presse  Med.,  20  de  febrero  de  1926. 

Calmette,  Valtis,   Negre  y   Boquet:    Infection  exuerimentale  transplacen. 
taire  par  les  elements  filtrables  du  b.  tuber.  C.  R.  Acad.  des  Scien.  To — 
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O.RPí  y  RoNZONi:  La  Tuberculose  Pulmonaire,  Milano   1925. 


TRABAJOS  ANALIZADOS 


Editorial. —  La  vitamina  B  y  la  niotiildad  gástrica   (Vitamin  B  and 
Gastric  MoHlity).  Jour.  Am.  Med.  Assoc,¿  ii  de  septiembre  de  1926. 

Dista  mucho  de  haberse  esclarecido  la  patogenia  de  los'' distintos  esta- 
dos ya  designados  comúnmiente  con  el  nonü>re  do  avitaminosis.  Casi  toda 
la  información  se  limita  a  lai  descripción  de  síntomas  característicos  de  la 
desnutrición  consecutiva  a  la  prolongada  falta  de  cualquiera  de  las  vitami- 
nas conocidas.  La  xeroftalmia  y  las  ¡lesiones  escorbúticas  corroboran  esta 
declaración.  Los  estudios  de  Wolbach  y  sus  colaboradores  de  la  Facultad  de 
Medicina  de  Harvard  ya  han  hecho  avanzar  mucho  nuestros  conocimientos 
de  los  trastornos  histológicos  que  pueden  producirse  cuando  faltan  en  el 
régimen  la  vitamina  A  o  la  C,  respectivamente.  La  función  de  la  B  parece 
más  obscura,  aunque  no  han  faltado  hipótesis  que  expliquen  el  conuporta- 
miento  de  ese  factor  alimenticio  más  ubicuo.  Por  ejemplo,  Cramer  y  sus 
Colaboradores  de  Londres  croen  que  foment^a  específicamente  la  actividad 
de  los  tejidos  linfoideos;  y  atribuyen  a  la  disfunción  de  dichos  tejidos  los 
trastornos  alimenticios  que  caracterizan  a  la  avitaminosis  B.  Sin  embargo, 
un  autor  ha  indicado  recientemente  que,  aunque  fueran  correctos  los  ha- 
llazgos i>ato]ógicos  de  Cramer  con  respecto  a  los  ganglios  linfáticos  del 
aparato  di  festivo,  no  demostrarían  que  el  factor  orgánico  primario  de  la 
avitaminosis  consistiera  en  la  disfunción  del  tejido  linfoidfeo  Me.  Carri- 
SON  y  otros  han  observado  que  los  estados  atrofiados  con  dicha  avitaminosis 
se  caracterizan  por  hipertrofia  suprarrenal,  de  modo  que  nos  encontraría- 
mos igualmente  justificados  en  atribuir  a  eso  los  síntomas.  Últimamente, 
se  ha  indicado  que  la  vitamina  B  puede  ser  la  precursora  de  ciertos  enzi- 
tnas  alimenticios. 

Experimentalmiente,  ya  se  ha  demostrado,  y  en  particular  por  Karr  y 
CowGiLL;,  de  la  Universidad  de  Yak,  que  la  carencia  de  la  vitamina  B  en 
el  régimen  se  aconq>aña  de  anorexia  gradual.  La  investigaciones  de  Cow- 
ciLL,  Deuel,  Plummer  y  Messer  indican  que  esto  puede  asociarse  en  al- 
guna forma; 'con  las  "contracciones  del  hambre**  que  caracterizan  al  estó- 
mago vacío.  En  los  casos  de  ligera  insuficiencia  experimental  de  la  vitami- 


1  anorexia 


chas  coiil  race  iones.   Falta   frecuentemenle  ti 
•o  cuidado  por   Cablsok,  y  quizá  disminuya  el  i 
una   serie.    Sin  embargo,   en  los   casos   graves  ■ 
acon^Hña   de   sintomas  nerviosos   y   musculares, 
vltaminoterapia   feliz   aplicada   a   dichos   estados 
joría  del  tono  gástrico.  Además,  el 
□antes  de  la  vitamina   E 
cu  otros  sentidos,  ayuda 


}  observaron  ningún  cambio   notable  de  i 


descrito  ( 
lero  de  contracciones  en 
los  que  ta  anorexia  se 
LSte   atonía    gástrica.    La 

de  cantidades  abun- 
organismo   que   recibe  un  régimen  adecuado 
factoría  tonicidad  gástrica. 


difícil,  al 


estigadores  de  dichos  fenómenos  confiesan  francamente  que  es 
1  paralelismo  de  ese  género,  determinar  si  la  vitamina 
j  el  deseo  de  comer,  meramente  por  ayudar  a  conservar  el 
timo  gástrico  inorma!.  Las  marcadas  manifestaciones  orgánicas  que  carac- 
terizan a  los  casos  avanzados  de  avitaminosis  B,  indican  que  la  pérdida  de 
CSC  deseo  se  debe  por  igual  a  lui  trastorno  orgánico)  generalizado  y  a  una 
anomaiía  totalizada  en  el  tubo  digestivo.  La  existencia  de  atonía  gástrica,  como 
parte  del  síndrome,  armoniza  con  las  observaciones  clínicas  en  los  beribé- 
ricos.  Es  muy  larga  la  lista  de  los  trastornos  vinculados  con  atonta  gás- 
trica, comprendiendo  la  fiebre  alta,  la  letanía  paratiropriva  ,y  la  gastritis 
aguda^  la  neumonía  y  la  peritonitis  general.  Ya  se  ha  demostrado  ahora 
I  también  a  k  prolongada  subsistencia  con  un  régimen  es- 
i  B.  Por  lo  tanto,  no  debe  desatenderse  el  factor  dietético 
:iste  atonía  gástrica.  Quizá  eso  intervenga  igualmente  en  las  enferme- 
s  que  puedan  presentarse  tras  las  modas  o  caprichos  que  ponen  limitá- 
is en  los  alimentos.  De  lodos  modos,  la  motilídad  gástrica  y  el  régimen 
rtuoso   ya   parecen   ligarse   para   interpretar    ciertos    sintomas   perturba- 

M 


Pasman. —  Sobre  el    tratamiento  del    cáncer  de    estómago.  — Ar- 

chhos  Argentinos»  del   A;',  Digestiva   y   d,-   ¡a  Nulrietón,   tiíxtn.   5,    4926. 

Las  consideraciones  siguientes  las  basa  el  autor  en  85  enfermos  opera- 
dos ;  muchos  de  ellos  se  habían  presentado  al  cirujano  en  condiciones  de  in- 
cjierabilidad.  Esto  sucede  con  gran  frecuencia  en  todas  las  clínicas,  as!  Eisel- 
BERc,  de  432  cánceres  de  estómago  sólo  pudieron  realizarse  14?  resecciones 
Quedando  el  resto  condenado  a  una  m.uerte  segura  dentro  del  primer  tóo. 

El  cáncer  del  estómago  es  un  neoplasma  esencialmente  quirúrgico,  ya 
que  por  su  naturaleza  es  casi  siempre  de  evolución  lenta,  y  por  su  situación 
como  órgano  independiente,  con  conexionas  bien  limitadas  y  con  los  linfá- 
ticos fácilmente  explotables.  Para  Mavo,  el  paso  más  importante  dado  ei. 
favor*  del  tratamiento  del  cáncer  del  estómago,  lo  constituye  la  laparotomía 
e.xpk)radora.  Esto  parece  significar  que  el  diagnóstico  es,  en  general, 
difícil  o  imposible  de  establecer;  pero,  en  realidad,  quiere  decir  que  J 
casos   de  dispepsia,  ptosis   gástrica^   hipope^Bias,  apepsias,  tubcrcule^ 


—  367  -- 

sífilis,  en  que  no  sepamos  atribuir  los  trastornos  gástricos  a  una  causa  que 
haya  cedido  con  el  tratamiento  que  hemos  instituido,  antes  de  cambiar  de 
un  régimen  a  ©toro  o  esperar  haciendol  cualquier  tratamiento,  bien  sea  arse- 
nical  o  mercurial,  debe  llamarse  en  consulta  al  cirujano,  quien  seguramente 
resolverá  el  problana  conl  la  laparotomía  exploradora.  No  olvidaremos  que 
si  la  laparotomía  es  inocua  cuando  el  enfermo  tiene  un  cáncer,  pero  no  es 
un  canceroso,  es  inútil  [y  peligrosa  cuando  el  enfermo  está  en  caquexia  o 
vecino  de  ella. 

El  diagnósticojí  deberá  hacerse  con  los  pequeños  síntomas  antes  que  las 
hematemesis  repetidas  al  tumor  que  se  palpa  o  las  grandes  desnutriciones 
aparezcan,  ya  que  después  no  tiene  ningún  valor.  El  'laboratorio,  algunas 
veces  los  rayos  X  bien  manejados,  la  historia  clínica  y  el  aspectqi  del  en- 
fermo serán  datos  de  gran  valor.  La  sonda  gástrica  es  capaz  de  hacer  ella 
sola  el  diagnóstico  del  cáncer  del  píloro  o  de  su  vecindad.  76  por  100  del 
total  de  los  cánceres  del  estómago.  El  estómago  de(  los  cánceres  del  píloro 
es  gieneralmente  un  estómago  grande,  encontrándose  diez  o  doce  horas 
después  de  la  ingestión  restos  de  alimentos  (pan,  arroz,  verduras),  en  mayor 
o  menor  cantidad,  con  la  característica  de  que  han  sido  muy  poco  modi- 
ficados por  la  acción  del  jugoi  digiestivo,  y  a  menudo  tienen  un  olor  agrio 
penetrante,  estando  con  frecuencia  mezclados  con  sangre.  £1  estómago  es 
grande,  dejáiidose  distender  con  facilidad  sin  que  el  enfermo  tenga  otra 
molestia  que  una  sensación  de  peso  en  el  epágastrio.  Una  atonía  de  las  -pa- 
redes podríal  explicar  en  un  proceso  no  canceroso  la  dilatación,  pero  no  la 
retención  de  los  alimentos  que  exigen  lavados  continuados  para  vaciarlo. 
Esto  se  explica  teniendo  en  cuenta,  no  sólo  la  atrofia  muscular,  la  infiltra- 
ción y  el  edema  de  las  paredes  del  estómago,  sino  también^  las  anfractuo- 
sidades y  los  nidos  tan  característicos  de  los  cánceres  del  píloro  o  de  su 
inmediata  vecindad. 

Si  el  cáncer  está  ulcerado,  lo  que  sucede  frecuentemente,  el  diagnóstico 
se  hace  todavía  más  fácil,  ya  que  la  retención  ha  dado  lugar  a  fermenta- 
ciones cuando  no  putrefacción  (ácidos  grasos,  Hg   S). 

Se  ha  dicho  que  la  historia  breve  es  propia  de  los  cánceres  y  la  larga 
(le  úlcera;  pero  si  esto  es  muy  frecuente  en  los  cánceres  del  curpo  del  estó- 
mago, no  es  así  en  los  del  píloro  o  de  su  vecindad,  ya  que  el  autor  ha  en- 
contrado historia  de  úlcera  en  el  55  por  loa  de  los  casos,  con  un  término 
medio  de  más  de  un  año  de  evolución.  La  historia  de  úlcera  no  debe  signi- 
ficar que  haya  existido  la  úlcera  que  ha  degenerado  porque  el  proceso  can- 
ceroso tiene  con  frecuencia  una  evolución  larga  perfectamente  tolerada  por 
el)  enfermo,  sobre  todo  cuando  no  hay  obstrucciones  del  cardias  o  del  pl- 
«  loro.  El  asunto  de  la  degeneración  de  la  úlcera  en  el  cáncer  está  hoy  toda- 
vía a  la  orden  )del  día,  y  el  resultado  de  las  estadísticas  es  sumamente  va- 
riable, oscilando  entre  el  2  ó  3  por  100  hasta  el  70  por  100. 

Hecho  el  diagnóstico  d^  cáncer  de  estómago  o  planteada  la  laparotomía 
para  ello  habrá  que  preocuparse  del  cuidado  preparatorio,  que  consistirá  en 
lo  siguiente:  reposo  en  cama  ^^10  ó  15  días,  lavados  diarios  del  estómago 
tres  o  cuatro  horas  después  de  tomar  el  alimento ;  alimentación  a  base  de 
harinas,  gelatina,  extracto  de  carne,  líquidos  azucarados,  miel,  etc.;  se  ad- 


iTíinistrarán  tónicos  cardíacos,  cloruro  de  calcio  endoveno. 
i)  o  transfusión  sanguínea,  según  sea  necesario. 
La  operación  deberá  hacerse  siempre  que  sea  posible 
cal;  la  incisión  transversal  con  aeccióu  de  los  dos  rectos  es  excelente,  agre- 
do otra  vertical  cuando  el  tumor  asienle  eti  la  vecindad  del  cardias, 
No  sienipre  es  fácil  poder  establecer  con  precisión  la  naturaleza  del  lu- 
r  que  se  tiene  entre  las  manos,  y,  a  veces,  la  conducta  que  se  ha  de  se- 
Ruir  deriva  de  esto  precisamente.  Hay  que  resolver  entonces  el  problema 
de  la  c^rabilidad,  y  si  el  cinijano  no  tiene  gran  experiencia  seguirá  tí 
consejo  de  Mavo.  que  lia  ido  hacienda  resecciones  cada  vez  más  extensas, 
¡alvando  mayores  dificultades  de  acuerdo  siempre  con  el  resultado  obtenido 
m  casos  ajiteriores  similares;  es  preferible  tener  mortalidades  elevadas,  re 
secando  los  tumores,  cualquiera  que  sea  su  extensión,  que 
mediatas  con  gastroenterostomias. 

Cuando  a  la  exploración  se  encuentren  cánceres,  no  de  oriñcio 
tastasis,  asdtis,  pared  gástrica  atónica  friable  no  se  hará  nada;  otras  V6-: 
ees  en  que  por  la  extensión  del  cáncer  no  se  pueda  hacer  una  resección  to- 
tal, o  como  un  primer  tiempo  operatorio,  se  hará  una  yeyunostomia.  Si  el 
cáncer  asienta  en  el  piloro  y  por  su  extensión  es  inoperable,  estará  indicada 
tina  gastroenterostomia ;  siemp'e  que  sea  posible  haremos  la  gastreclomia. 
Las  complicaciones  postoperatorias  que  se  pueden  presentar,  son  las  ai- 
giiientes :  acidoais,  retendón  gástrica,  hemorragias  (muy  raras),  peritonitis. 
Las  cotnpücadones  pulmonares  no  escapan  en  las  operaciones  de  cáncer,  a 
hs  que  se  presentan  siempre  que  se  c^Kra  sobre  esta  viscera;  ev  muy  pe- 
tesario,  por  tanto,  la  colaboradón  del  cünico  en  el  curso  postoperatorio. 
Las  diarreas  gastrógenas  pueden  llegar  a  constituir  un  serio  inconveniente, 
estando  en  relación  con  !a  cantidad  de  estómago  resecado.  La  tetania 
trica  es  muy  rara. 

En  el  curso  postoperatorio  lejano  es  muy  importante  la  ayuda  del 
nico^  que  cuidará'  dd  régimen  dietético  clínico  y  opoterápico,  y  siendo 
gran  importancia^  no  debe  incumbir  al  cirujano. 

H.    G.    MOGENA 


1 


I 


Savignac,  Hatbieu  oe  Fossev  y  Sarles.— Reacciones  nerviosas  de  las 

colitis.    (Reactions  nerveuses  des  colites.)  París  Medical,  núm.  41,  1926, 

La  emotividad  y  la  angustia  en  el  estado  nervioso  de  los  enfermos  con 
colitis  de  fermentadón  fueron  ya  estudiados  por  los  autores  oponiendo  estos 
síntomas  a  la  astenia  y  a  la  depresión,  a  menudo  considerable,  que  se  encuen. 
tran  en  los  enfertnos  con  colitis  de  putrefacción.  Mathieu  ue  Fossby  des- 
cribió después  un  síndrome  neurosíquico  que  él  consideraba  t 
de  las  colitis  alcalinas  o  de  putrefacdón,  encontrando  también  u 
pasmódico  en  la  musculatura  estriada  y  en  la  musculatura  lisa:  eontracdo^^ 
nes  fasciculares  diseminadas,  exageración  de  los  reflejos  tendinosos,  1 
de  las  extremidades,  etc. 


—  369  — 

La  evolución  de  las  colititis  crónicas  na  específicas  se  puede  dividir  en 
tres  períodos:  i.**  Un  período  llamado  de  colitis  compensada  en  donde  el 
trastorno  intestinal  se  hace  lentamente,  sin  o  con  un  mínimo  de  reacciones 
generales.  2.®  Un  período  de  desarrollo  de  los  fenómenos  eolíticos,  produ- 
ciendo a  consecuencia  de  las  putrefacciones  intestinales  fenoles  y  cuerpos  tó- 
xicos; se  traduce  clínicamente  por  el  síndrome  que  hemos  designado  de 
autointoxicación.  La  insuficiencia  hepática  se  añade  en  estos  casos  a  la 
fatiga  y  a  los  síntomas  de  depresión  nerviosa;  y  3.®  Un  período  de  desequi- 
librio de  las  funciones  intestinales  en  el  cual  hay  a  menudo  fermentaciones 
intestinales  y,  como  consecuencia  probablemente  de  la  repercusión  sobre  el 
sistema  neurovegetativo^  la  emotividad  y  la  angustia  preexistentes  se  exage- 
ran hasta  llegar  a  ser  la  reacción  más  dolorosa  del  enfermo. 

I.**  Período  de  colitis  competisada. — ^Aquí  el  trastorno  intestinal  perma- 
nece ignorado  para  el  médico  y  para  el  enfermo.  Este  no  se  queja  mas  que 
<ie  cansancio,  taquifagia  y  una  dispepsia  banal.  Las  heces  son  normales,  pero 
la  presencia  de  una  deposición  no  hará  eliminar  la  idea  del  estreñimiento,  ya 
que  éste  puede  ser  corregido  por  un  cierto  grado  de  hipersecreción  en  relación 
con  el  principio  de  la  inflamación  eolítica. 

Al  estreñimiento  se  atribuyen  los  pequeños  síntomas  de  que  el  enfermo  se 
queja,  como  son  la  fetidez  del  aliento,  cefalea  e  insomnio.  Las  heces  tienen 
una  reacción  neutra  o  alcalina,  la  cantidad  de  amoníaco  suele  estar  aumentada. 
La  existencia  de  im  obstáculo  al  tránsito  (pericolitis,  dolicolon,  etc.)  parece 
ser  el  papel  inicial  al  éxtasis  estercoral. 

Al  lado  de  este  mecanismo,  otros  autores  han  demostrado  la  importancia 
de  los  fenómenos  de  orden  anafiláctico  en  el  determinismo  de  las  colitis.  De 
la  higiene  general  y  de  la  alimentación  del  enfermo  dependerá  la  evolución 
de  la  colitis.  Si  una  mala  higiene  y  el  surmenage  nerviosos  se  prolongan  o 
se  acentúan  más  o  menos  rápidamente  el  enfermo  entra  en  el  segundo  pe- 
ríodo. 

2.®  Periodo  de  desarrollo  de  los  trastortws  eolíticos. — ^Desde  el  punto  de 
vista  subjetivo  nota  sobre  todo  el  paciente  pesadez  en  la  fosa  ilíaca  derecha 
y  algunas  veces  acompañada  de  dolores  sobre  un  punto  variable  del  trayecto 
cólico ;  es  frecuente  la  inapetencia  y  la  fetidez  del  aliento.  El  examen  objetivo 
del  intestino  muestra  un  ciego  doloroso  y  espasmo  del  colon  izquierdo.  Las  he- 
ces son  pastosas,  de  color  moreno,  con  un  olor  fétido  y  de  reacción  alcalina, 
con  presencia  frecuente  de  entameba  coli;  la  cantidad  de  amoníaco  suele 
estar  aumentada. 

Pero  más  frecuentemente  que  de  los  trastornos  digestivos  el  enfermo  se 
queja  de  astenia,  sus  facultades  intelectuales  y  la  actividad  genésica  están  dis- 
minuidas, siendo  frecuente  que  la  autoobservación  cree  un  fondo  de  inquietud 
y  ansiedad.  Son  muy  frecuentes  los  signos  de  la  insuficiencia  hepática  que 
agravan  las  reacciones  nerviosas  del  enfermo. 

La  evolución  de  este  período  se  hace  casi  siempre  hacia  la  retrocesión, 
como  consecuencia  del  régimen^  pero  a  menudo  el  trastorno  digestivo  cesa 
de  estar  limitado  al  colon  y  el  eolítico  se  hace  un  dispépsico,  a  la  vez  gas- 


I 


-  3;ü 


i  debido  ca  parte  al  desarm 


licpático  e  intestinal,  y  esto  ti 
de  las  íeroientacíones  intestinales. 

Una  vez  constituida  la  insuficiencia  hepáticodigcs 

el  tercer  periodo. 

3.°     Periodo    de   desequilibrio    de   ¡as   funciones   iiilestiiiales.— 
periodo,  cuando  el  enfermo  vieue  a  consultar  por  sus  trastornos  intestinales; 
es  el  caso  de  las  diarreas  de   fermentación  con  cuatro  o  cinco  depoíii 
amarillentas,    aireadas    con    reacción    francamente    ácída.    Estas    diarreas   i 
acMnpañan  de  dolores  violentos   en   la   fosa  iliaca  derecha,   la  cuerda  có^ 
lapersensible  se  descubre   fácilmente  a  la  palpación.   Otras  veces  las  dej 
Clones  son  alcalinas,  pero  la  dosificación  de  los  ácidos  orgánicos  revela  i_ 
cantidad  superior  a  la  normal  con  o  sin  exceso  de  amoniaco.  La  colíti 
manifestarse   de  manera   menos   evidente,   solamente  hay  una  deposici 
tutína  faltando  el  dolor  abdominal,  pero  los  trastornos  nerviosos  están  muy 
acentuados.    Estos    consisten    principalmente    en    hipermotividad    y    ansiedad' 

H.  G.   MOGENA.  ^H 


—  Estudios  sobre  la  fase  intertiigestlva  gástrica  en 
el  hombre.  (Sludien  über  interdigestive  Phase  des  Magens  beim 
Menschen.)  Arch.  f.  Verdamings-Krankkeitcii.  Tomo  38,,  cuad.  3/4,  ^O^fl 

La  fase  interdigestiva  índica  aquel  período  en  que  el  estómago  está  vac^| 
de  substancias   alimenticias.  De   162  investigaciones  hechas  en  ayunas  se  6^^ 
contró  el  estómago  vacío  en  91,  y  en  las  otras  71  había  contenido.  Estos  re- 
sultados están  en  contradicción  con  los  de  aquellos  otros  autores  que  la  ina- 
y^r  parte  de  las  veces  encuentran  contenido  en  ayunas. 

Esta   diferencia   de   resultados   puede   deberse   en   parte   a  las  condicione 
en  que  se  haga  el  c-camen,  ya  que   vio  el  autor  que,  mientras  en  los  enfer- 
mos hosjMtaliíados  el   64  por   loo  tenían  el  estómago  vacío  en  ayunas,  en 
s  sujetos  que  desde  su  casa  iban  a!  hospital,  solamente  un  41  por   lOo  tío 
1  contenido  en  ayunas.   Tal   vez  esto   fuese   debido  a  que  en   los  enfer- 

i   hospitalizados   el   examen   se   les   hacía   inmediatamente  de   despertarse 
I   dos   sujetos   cuyo  estómago   estaba  vacío  a   las   siete  de   la  mañana 
al  siguiente  día  se  les  examinaba  a  las  diez,  y  entonces  había  ya  contenido. 

Es  indudable  que  aquí  juega  un  papel   importante  el   reflejo  psíquico,  i 
gún  demuestran  bien  las  experiencias  de  Hirscheehc  y  Ganskait. 

En  la   fase   ¡nterdigesliva   c!   jugo   gástrico   segregado  encuentra   al 
mago  vacío,  de  forma  que  no  puede  diluirse  con  el  contenido  fiástrico. 
en   los   períodos  digestivos.  Al   fallar  los   tactores  que  neutralizan  la  \ 
dera   acidez   del   jugo   gástrico,   ésta   debería    ser   mayor   en   el   extraído  \ 
ayunas;  sin  embargo,  este  no  es  el  caso,  ya  que  en  26  de  los  sujetos  habí? 
falta  de  ácido  clorhídrico,  mientras  que  en  la  fase  digestiva  solamente  s 
,  de  ellos  seguían  sin  acidez,  y  en  los  restantes,  con  acidez  normal  o 


—  371  — 

tada.  De  aquí  se  puede  concluir  que  el  valor  de  la  acidez  en  el  contenido 
en  ayunas  nunca  es  mayor  que  durante  la  fase  digestiva. 

La  acidez  del  contenido  en  ayunas  puede  estar  disminuida  por  las  cau- 
sas siguientes:  i.*  Por  la  gran  salivación  que  en  algunos  <?asos,  principal- 
mente en  la  hiperacidez,  se  produce  (300  a  400  c.  c).  2.'  El  moco  gástrico, 
cuyo  papel  neutralizante  no  se  puede  negar.  3.'  La  regurgitación  del  jugo 
pancreático  y  de  la  bilis.  4.'  El  papel  que  juege  el  jugo  de  dilución  en  el 
sentido  de  Roth-Schulz  y  Strauss,  que  es  muy  difícil  determinar  en  el 
contenido  en  ayunas;  tal  vez  en  éste  sea  mayor  la  concentración  de  los 
cloruros  totales  que  la  del  ácido  clorhídrico.  La  existencia  de  la  secreción 
alcalina  la  demuestra  V.  administrando  una  solución  de  acidez  conocida,  y 
algún  tiempo  después  analizando  la  acidez  del  contenido  gástrico. 

La  segunda  posibilidad  que  explicase  la  diferencia  de  acidez  del  jugo 
gástrico  extraído  durante  la  fase  digestiva  o  interdigestiva  sería  por  la 
inconstancia  de  acidez  del  jugo  segregado.  Según  los  trabajos  experimenta- 
les de  Pawlow  y  Richel,  este  no  es  el  caso,  ya  que  no  ha  sido  confirmado 
«n  los  experimentos  en  el  hombre.  Tal  vez  esta  diferencia  sea  debida  a 
cjue  en  los  animales,  con  el  pequeño  estómago,  el  jugo  se  extrae  inmedia- 
■tamente  de  segregarse^  mientras  que  en  el  hombre  está  un  cierto  tiempo 
en  el  estómago. 

H.   G.    MOGENA. 


Crant.—  Anestesia  sacra  en  Urología.     (Sacral  anesthesia  in  Uro- 
rology.)  The  Urologic  and  Cutaneous  Reiñew.YoX^  30,  núm.  6,  junio  1926. 

La  anestesia  sacra  es  una  anestesia  regional  que  no  debe  confundirse 
^unca  con  la  intrarraquídea. 

Después  de  hacer  la  descripción  anatómica  de  esta  región,  describe  la 
técnica  como  sigue: 

Primero  se  determina  la  situación  del  hiatus  del  sacro,  delimitado  or- 
tSnariamente  por  dos  eminencias  situadas  por  encima  del  pliegue  interglú- 
teo, existiendo  un  centímetro  por  encima  de  éstas  una  prominencia  que 
forma  el  vértice  de  un  triángulo  equilateral.  Sobre  este  triángulo  hay  un 
firme  ligamento.  Cuando  estos  puntos  óseos  de  referencia  sean  difíciles  de 
X>recisar,  como  sucede  en  algunas  personas  obesas  o  de  cierta  edad,  se  de- 
terminará la  base  de  este  triángulo  imprimiendo  ligeros  movimientos  al 
coxis,  pues  estará  representada  por  la  unión  de  éste  al  sacro.  La  primera 
inyección  se  hace  en  este  triángulo  penetrando  en  el  hiatus  al  través  del 
ligamento.  Empieza  haciéndose  una  pequeña  infiltración  de  novocaína  en 
este  sitio,  atravesando  después  el  ligamento  con  una  aguja  de  platino  lar- 
ga y  flexible,  formando  un  ángulo  de  60  grados.  La  aguja  se  inclina  en- 
tonces más,  hasta  que  quede  casi  paralela  al  sacro,  introduciéndola  suave- 
mente en  el  canal  de  cuatro  a  cinco  centímetros.  Se  enchufa  una  jeringa, 
haciendo  una  absorción  para  cerciorarse  de  que  no  sale  ni  sangre  ni  líqui- 


-  372  - 


1 


1  cefalorraquídeo.  Se  inyecta  enlouccs,  gradual  y  lentamente, 
la  solución,  retirando  la  aguja.  Esta  anestesia  es  sólo  suficiente,  por  regla 
general,  para  las  exploraciones  uretrales  y  cistoscópieas.  Esta  anestesia  se 
lUma  caudal. 

Para  lograr  (jue  sea  más  completa  hay  que  inyectar  los  nervios  en  su 
punto  de  salida  de  los  cinco  agujeros  sacros.  El  segundo  agujero  sacro  es, 
generalmente,  el  mayor  y  el  más  íácilmente  localizable.  Están,  generalmen- 
te, situados  a  i,5  centímetros  por  dentro  y  abajo  de  la  espina  superopos- 
terior  del  ilium.  El  quinto  agujero  sacro  está  a  dos  centímetros  por  en- 
cima del  segundo,  por  encima  de  la  espina  posterior  del  ilium.  Se  aneste- 
sia la  piel  de  estos  pimtos  y  se  introduce  al  través  de  ellos  la  aguja  bus- 
cando los  agujeros.  Esto  requiere  alguna  práctica;  pero,  una  vez  obtenida, 
no  presenta  ninguna  dificultad.  No  hay  que  inyectar  nunca  el  anestésico 
sin  estar  seguro  de  que  la  aguja  no  está  situada  ni  en  vaso  sanguíneo  ni 
en  hematoma.  En  cada  uno  de  estos  agujeros  se  inyecta  de  4  a  7  c.  c.  de 
anestésico,   terminando   as!   la  anestesia   transsacra. 

Después  de  la  inyección  el  enfermo  se  pone  derecho.  Generalmente,  aun 
para  extensas  operaciones  urológicas,  basta  con  inyectar  los  dos  primeros 
nervios  sacros  en  su  pimto  de  salida  por  los  agujeros,  pues  la  inyección 
caudal   basta   para   anestesiar   los   otros   tres   nervios   inferiores. 

El  anestésico  empleado  es  la  novocaína,  preparada  en  ampollas  con  clo- 
ruro sódico  y  bicarbonato  de  sosa.  Estas  ampollas  no  tendrán  de  existen- 
cia más  de  diez  días.  Cada  ampolla  contiene  0,6  gramos  de  novocaína  y 
0,1  gramos  de  cloruro  sódico  y  0,15  gramos  de  bicarbonato  de  sosa.  El  «)n- 
tenido  de  cada  ampolla  se  vierte  en  30  c.  c.  de  agua  hirviendo,  y  la  solu- 
ción se  puede  hervir  durante  20  segundos.  Una  vez  iría,  pueden  añadírsele  s 
5  gotas  de  adrenalina. 

En  las  operaciones  suprapúbicas  es  necesario  anestesiar  la  piel  y  múacu-  — 
los,  pues  no  están  inervados  por   los  nervios  sacros. 

Su  estadística  asciende  a  ido  casos  anestesiados  por  este  procedimiento,  «■ 
habiendo  hecho  con  él  las  siguientes  operaciones ;  Cistoscopia,  cateterismos  ^ 
uretral   (tuberculosis   vesical),   uretrotomía   interna,   resección   de   tumores   dP"*^ 

vejiga,  sección  perineal  por  estrechez  de  uretra,  fulguración  de  tumores  ve 

sicales,   litotricia,   cistotomia  suprapábica,   cistostomia   suprapúbica  por  cálcu 

lo  y   prostatectomia   suprapúbica. 

La  anestesia  sacra  presenta  ciertas  ventajas  que  ninguna  otra  aneslesia^r- 
proporciona.  En  enfermos  nerviosos  con  vejiga  en  muy  malas  condiciones- 
por  cálculo,  tuberculosis,  úlcera  o  tumor,  casas  en  que  es  muy  difícil  la— 
cistoscopia  y  operaciones  endovesicales  bajo  anestesia  general,  es  de  un  va- 
lor inestimable.  La  vejiga  se  hace  flácida,  se  distenderá  sin  dolor  dos  o 
tres  veces  la  capacidad  que  tiene  sin  anestesia,  con  una  presión  suave  dcT 
líquido.  Las  manipulaciones  son  indoloras,  suprimiéndose  los  movimientos 
vesicales  que  se  presentan  aún  con  anestesia  general  al  hacer  el  enfermo 
respiraciones  profimdas. 

La  anestesia  sacra  no  altera  bajo  ninguna  forma  la  secreción  renal,  pu- 
diendo   el    enfermo    ingerir   agua   durante   la   intervención, 

Durante    las    operaciones    suprapúbicas    por    cálculo    vesical,    escisión   di 


—  373  — 

tumores  vesicales  y  prostatectomía  se  le  puede  dar  al  enfermo  una  posi- 
ción exagerada  de  Trendelenburg.  El  enfermo  puede  también  ayudar  con 
movimientos  voluntarios  que  son  imposibles  bajo  la  anestesia  general. 

No  hay  que  lamentar  accidentes  de  ninguna  clase.  La  más  grave  con- 
secuencia han  sido  ligeras  náuseas  y  mareo,  que  es  difícil  achacar  a  la 
anestesia.  La  anestesia  se  repitió  en  algunos  pacientes  cuatro  y  cinco  ve- 
ces. A  un  niño  en  que  fué  imposible  hacer  el  cateterismo  ureteral  bajo  la 
anestesia  general  por  grandes  dolores  reflejos,  se  le  pudo  hacer  por  dos 
veces  con  anestesia  sacra  sin  dolor  ni  dificultad  de  ninguna  clase.  Toman- 
do la  presión  sanguínea  de  muchos  de  estos  enfermos,  antes,  durante  y  des- 
pués de  la  intervención,  no  pudo  observar  alteración  de  ninguna  clase. 

La  anestesia  sacra  está  desprovista  de  todo  peligrq,  teniendo  cuidado 
de  que  la  punta  de  la  aguja  quede  en  buen  sitio  e  inyectando  la  solución 
lentamente.  La  inyección  requiere  de  quince  a  treinta  minutos  para  lograr 
la  anestesia  completa.  Desde  luego,  hay  que  guardar  todas  las  precaucio- 
nes asépticas.  Todas  las  intervenciones  hechas  en  estos  enfermos  fueron 
únicamente  bajo  anestesia  sacra;  pero  sin  duda  alguna  puede  ser  empleada 
en  combinación  con  alguna  otra. 

CONCLUSIONES 

I.*    La  anestesia  sacra  bien  practicada  es  sencilla  y  segura. 

2.*  Se  puede  emplear  en  enfermos  de  consulta  para  pequeñas  interven- 
ciones. 

3.*  No  produce  ni  el  más  ligero  trastorno  del  funcionalismo  renal,  ni 
en  corazón  ni  en  pulmones. 

4.'  Permite  una  posición  forzada  y  la  ingestión  de  .agua  al  enfermo 
durante  la  intervención. 

C.  García  Casal 


Bayle.— La  hipertrofia  compionsadora  del  riñon  (L'hipertrophie  com- 
pensatrioe  du  rein).  Parts  Medical,  año  16,  núm.  32,  agosto  1926. 

La  cuestión  de  la  hipertrofia  compensadora  del  riñon  es  una  de  las  más 
interesantes  de  la  urología  y  la  que  ha  dado  lugar  a  mayor  número  de  con- 
troversias. 

El  autor  da  en  este  artículo  el  resumen  de  un  trabajo  esencialmente  ex- 
perimental, que  tiene  por  fin  estudiar  después  de  la  nefrectomía  unilateral 
la  hipertrofia  compensadora  del  otro  riñon  desde  el  punto  de  vista  anatómico, 
macroscópico  e  histológico  únicamente. 
•  Sus   experiencias   fueron  siempre  análogas: 

La  misma  operación :  la  nefrectomía  unilateral. 

Sobre  los  mismos  animales:  conejos  adultos. 


Ton  ¡a  misma  técnica:  asepsia  rigurosa  y  ausencia  de  anestésicos  y  |j 
tíséptícos. 

Todos  los  ríñones,  tanto  nonnales  como  hipertrofiados,  han  sido  e 
dos  y  comparados,  desde  el  punto  de  vista  de  volumen,  peso,  dimensiond 
estructura  histológica. 

i.°     j  Existe  la  hipertrofia  compensadora  del  riñon  después  de  la  netlj 
tomia   unilateral?    De   sus   experiencias,   que   ascienden   a   veintiocho   < 
operados,  veintiséis  veces  el  riñon  quitado  en  la  autopsia  tenia  un  peso  y  t 
volumen  superior  al  nefrectomizado. 

El    intervalo  entre  ambas    intervenciones  osciló  entre  cuarenta  y   i 
y  ciento  (aiarenta  dias,  no  observándose,  por  lo  menos  aproximadamente, 
guna  variación ;   por  lo  tanto,   la  hipertrofia  compensadora  o  mejor  repati-" 
dura  alcanza  su  máximum  y  es  completa  y  determinada  a  los  cuarenta  y  cin- 

2."  ¿La  cantidad  de  parénquima  renal  suprimida  con  la  nefrectomía  es 
ir.tegralmente  reemplazada  por  la  hipertrofia  compensadora?  Nunca  la  re- 
cuperación del  peso  del  parénquima  renal  suprimido  ha  sido  completa.  El 
riñon  hipertrofiado  aumentó  alrededor  de  dos  tercios  del  peso  del  riñon  pri- 
mitivamente quitado ;  es  decir,  que  un  gramo  de  riñon  aumei 
uija  vez  que  la  hipertrofia  compensadora  está  completamente  establecida. 

El   riñon   no   es  un   órgano  de  tejido   homogéneo;   se   compone   de  tejí 
secretor  y  excretor,  verdadero  tejido  glandular. 

De  tejido  vector,  cuyo  pape!  es  probablemente  puramente  mecánico,  En 
de  t«i¡do  conjuntivo. 

Si   se  admite  que  todo  órgano  o  parte  de  órgano  sometida  a 
excesivo  aumenta  de  volumen,  se  concluye  que  el  tejido  vector  y,  sobre 
el  tejido  conjimtivo,   no  tiene  razón  esencial   de  aumentar  cuando 
al  riñon  a  un  trabajo  doble.  Los  elementos  glandulares,  particularmenti 
cargados  de  compensar  la  deficiencia  funcional,  deben  ser  solamente  los  hiper- 
trofiados. 

Es,  pues,  lógico  que  la  hipertrofia  compensadora  de[  riñon  no  llegue 
cuperar  el  peso  del  riñon  primitivo.  Ciertas  investigaciones  le  permiten 
mar  que  el  peso  y  la  cantidad  de  parénquima  secretor  se  reproduc* 
mente  después  de  la  nefrectomía  unilateral.   El  riñon  que  queda  t 
ima  vez  terminada  la  hipertrofia  compen.'iadora.  doble  cantidad  de 
quima  funcional, 

3-"  ¡Cómo  se  establece  la  hipertrofia?  A!  principio  existe  un  aumento" 
muy  grande  del  riñon,  debida  a  una  congestión  visiWe  bien  manifiesta.  La 
curva  del  peso  se  hace  en  seguida  muy  irregular ;  esta  irregularidad  parece 
factor  de  un  coeficiente  de  proliferación  celular  propio  para  cada  individl 
y  muy  diferente  de  tm  animal  a  otro. 

La  hipertrofia   pondera!  y  volumétrica   parece  terminada   de   los 
a  los  cincuenta  dias. 

No  existe,  pues,  paralelismo  entre  la  hipertrofia  compensadora  : 
y  la  suplencia  funcional ;  se  sabe  que  ésta  se  produce  desde  los  pr¡ 
La  congestión  del  comienzo  juega  probablemente  un  papel  capital 


hiper- 

ite^^H 


—  375  — 

blecimiento  de  una  suplencia  funcional.  Secundariamente  y  con  mucha  más 
lentitud  se  establece  la  hipertrofia  anatómica. 

4."  ¿Cuáles  son  los  elementos  anatómicos  que  condicionan  la  hipertrofia 
del  riñon?  La  hipertrofia  compensadora  es  producida  por  un  aumento  de  vo- 
lumen de  los  elementos  del  riñon,  y  no  por  una  neoformación  de  tubos  y  de 
glomérulos. 

Sobre  los  cortes  de  riñon  hipertrofiado,  ninguna  imagen  le  ha  permitido 
comprobar  el  nacimiento  o  el  desarrollo  de  nuevos  glomérulos  o  tubos  secre- 
tores. Estos  fenómenos  no  han  sido  observados  sino  en  animales  muy  jóvenes, 
cuyo  riñon  está  todavía  desarrollándose  por  continuación  de  un  proceso  normal. 
En  el  adulto,  la  hipertrofia  renal  resulta  únicamente  del  crecimiento  en  an- 
chura y  longitud  de  los  tubos  renales  y  de  los  glomérulos  preexistentes. 

Hacen  después  un  estudio  histológico  del  aumento  de  volumen  de  los  ele- 
mentos secretores  del  riñon,  sacando  como  conclusión  de  su  trabajo  que,  des- 
pués de  la  nefrectomía  unilateral,  el  riñon,  como  toda  glándula  sometida  a 
un  trabajo  excesivo,  se  hipertrofia. 

La  actividad  funcional  dos  veces  mayor  del  riñon,  establecida  por  los  fisió- 
logos, corresponde  a  una  hipertrofia  anatómica,  también  doble. 

Las  modificaciones  anatómicas  en  el  animal  adulto  no  provienen  de  la  pro- 
ducción de  nuevos  tubos  y  glomérulos,  sino  que  son  debidas  a  fenómenos  de 
hipertrofia  celular  (aumento  de  volumen)  e  hiperplasia  celular  (aumento  del 
número)  de  los  antiguos  tubos  y  glomérulos,  cuyas  dimensiones  están  aumen- 
tadas. 

Los  fenómenos  de  hipertrofia  e  hiperplasia  celular  en  el  animal  sano  com- 
pensan exactamente  la  pérdida  del  tejido  renal  secretor  suprimida  al  hacer 
la  nefrectomía  unilateral. 

C.  García  Casal 


Daubresse-Morelle. —  Contribución  al  estudio  del  tratamiento  de 
las  dermatosis  por  los  agentes  físicos.  Tratamiento  de 
las  neurodermatosls  pruritos  y  prurigos  por  los  rayos 
Roentgen.  (Contribution  a  l'Etude  du  traitement  des  Dermatoses  par 
les  agents  physiques.  Traitement  des  Neurodermatoses,  Prurits  et  Pru- 
rigos par  les  rayons  de  Roentgen.)  Le  Scalpel,  año  79,  núm.  25,  ju- 
nio 1926. 

El  empleo  del  tratamiento  radioterápico  estará  indicado  en  aquellas  neu- 
rodeonatosis  resistentes  a  las  medicaciones  internas  o  externas  ya  conoci- 
das, o  en  aquellos  casos  en  que  se  trate  de  pruritos  intensos,  de  picazones 
verdaderamente  insoportables. 

Hoy  día  poseemos  numerosos  medios  que  permiten  medir  la  cantidad  y 
:alidad  de  la  irradiación,  con  lo  que  se  puede  afirmar  que,  administrado  con- 
:ienzudamente,  este  método  de  tratamiento  de  las  neurodermatosis  es  abso- 
utamente  inocuo. 

Al  tratar  de  explicar  la  acción  de  los  rayos  X  se  pregunta  si  se  tratará 


f 

^V     ex; 


-3?6- 


m 


mplemente  de  una  parálisis  ligera  de  las  terminaciones  nerviosas,   suficien- 
suprimir   la  sensación   patológica   del   picor,   o  de   la   acción   de  los 
rayos  sobre  las  lesiones  profundas  del  dermis.   No  existe  ninguna  prueba 
experimental   de   estos   hechos. 

La  técnica  es  muy  simple.  Consiste  en  administrar  en  un  lapso  de  tiem- 
po, generalmente  de  una  semana,  una  cantidad  de  rayos  inferiores  a  800  R., 
repartidos  en  dos  o  tres  sesiones  de  poca  intensidad  y  a  24  ó  28  c.  m.  Cada 
uno  de  estos  factores,  repartición  de  las  dosis,  cantidad  y  calidad  de  la 
irradiación,  deberá  ser  adaptada  a  cada  caso  particular :  sensibilidad  espe- 
cial de  cada  región  tratada,  sensibilidad  particular  de  la  piel  de  cada  ra- 
dividuo  a  los  rayos  X,  y,  si  existen  lesiones  especiales  o  secundarias,  su 
susceptibilidad  propia. 

I.OS  enfermos  no  han  sido  elegidos,  publicando  el  resumen  de  so  histc 
rias  clínicas,  de  las  que  saca  las  siguientes  conclusiones :  J 

Los   rayos   Roentgen  ejercen  sobre   las   neurodermatosis,   pruritos   y   pru--^ 
figos  una  acción  sedante  y  a  menudo  curativa.  No  ha  encontrado  el  autof 
ninguna   afección   de   este   grupo   que   se   mostrase   refractaria   a   este   modo 
de  tratamiento.   Bajo  la  acción  de  los  rayos  ha  cumprobado  la  desaparición,    , 
casi  siempre  completa,  del  picor  por  un  tiempo  más  o  menos  largo,  y,  a  me — 
nudo,  definitivamente. 

Este  tratamiento,  totalmente  desprovisto  de  peligro  si  se  aplica  concien — 
ztidamente,  es,  a  su  modo  de  ver,  el  tratamiento  de  elección  de  las  iieuro — 
dermatosis  rebeldes  a  los  tratamientos  ordinarios. 

C.  GaecÍa  Casal.     I 


Barteelemy. —  Embolia  artarial  por  inyección  Intramusoular  d^»-  "^ 
carbonato  da  bismuto.  (Embolie  arlerielle  par  injection  intramusas  .■*■ 
culaire  de  carbonate  de  bismuth.)  BiiUctin  de  la  Société  Franfaise  (S — ^<^ 
Dermataiagie  et  de  Syphiligraphie.   Núm.   5,  mayo   1936. 

El  carbonato  de  bismuto,  recientemente  preconizado  como  superior  ^^  *' 
óxido,  por  su  facilidad  de  absorción  que  suprime  los  abcesos  sépticos,  er  '■ 
1  embargo,  una  sal  insolublc.  Puede,  por  lo  tanto,  dar  lugar  a  una  cotr  '■ 
ph'cación  rara,  pero  grave  y  difícil  de  evitar,  la  embolia  arterial,  consE^sí- 
cutiva  a  la  inyección  intramuscular  de  polvos  en  suspensión  en  un  exc  -^" 
píente   cualquiera. 

Los  síntomas  de  la  embolia  arteria!  son  en  sus  comienzos  siempre  Ic:»^ 
nos,   pero   con   frecuencia   son   mal   conocidos   y   atrilniídos  3   una   causS 
I    diferente   (hemorragia   intersticial,   herida   de  un   nervio). 

La  etiología  ha  sido  puesta  en  claro,  de  una  vez  para  siempre,  con  las 
biopsias  de  Fkeüdenthal  y  de  Nicolao.  Este  último  autor  ha  reproducido 
experimentalmente  la  embolia  arterial  bismútica  en  la  oreja  del  conejo.  cM 
resultados  anatom  o  pato  lógicos  idénticos  a  los  de  la  biojeia  humana. 


—  377  — 

El  caso  publicado  por  B.  es  un  enfermo  con  sifíUde  psoriasiforme  pal- 
mar y  reacción  Wassermann  positiva. 

Se  le  trata  con  inyección  semanal  de  carbonato  de  bismuto  (0,20  en  dos 
centímetros  cúbicos  de  aceite  vegetal  por  inyección).  Se  le  pone  nueve 
inyecciones,  que  tolera  bastante  bien;  la  décimaquinta  del  mismo  lado,  pues- 
:a  con  aguja  de  platino  de  cinco  centímetros,  no  da  sangre  ni  a  la  aspira- 
non  ni  después  de  retirada  la  aguja,  no  acusando  el  enfermo  dolor.  El  en- 
fermo, al  salir  de  la  consulta,  es  atacado  de  agudísimos  dolores,  que  cada 
•rez  se  acentúan  más. 

El  estado  local  es  malo.  La  nalga  está  hinchada  en  masa  tensa  y  do- 
orosa.  Los  tegumentos  están  modificados  menos  en  una  gran  faja  de  tres 
raveses  de  dedo  por  encima  del  pliegue  glúteo. 

Existen  tres  zonas  concéntricas;  la  interna,  formada  por  una  mancha 
rontinua  englobando  el  sitio  de  la  punción,  de  un  color  violeta  cárdeno,. 
)alideciendo  un  poco,  pero  incompletamente,  por  la  presión.  Su  contorno 
íxterior  es  irregularmente  festoneado.  Su  superficie  es  dura;  la  presión  es- 
nuy  dolorosa,  pero  la  pi^el,  aparte  del  color,  conserva  su  aspecto  ordinario. 

La  zona  media  está  ocupada  por  una  red  irregular  de  jáspeaduras  vio- 
áceas,  que  en  parte  desaparecen  por  la  presión.  Existen  algunos  espacios 
ie  piel  sana.  Esta  zona  es  menos  dolorosa,  menor  la  tensión  y  la  super- 
ncie  menos  lisa. 

La  zona  externa  es  asiento  de  un  verdadero  estado  urticariano,  con  euro- 
i  ccimiento   congestivo   y   prurito. 

Al  iniciarse  la  mejoría,  el  color  violáceo  de  la  parte  central  se  obscu- 
"ece  y  la  epidermis  se  pliega  por  algunos  sitios,  con  algunas  manchas  pur- 
>úricas   subyacentes;  el  dolor  se  atenúa  bastante. 

Sobre  los  pimtos  purpúricos  se  desarrollan  flicténulas  ya  vaciadas  de 
u  líquido.  A  los  14  días  subsiste  solamente  la  sombra  de  la  mancha  su- 
prior y  una  induración  indolente  y  ligeramente  lobulada. 

Se  trata,  pues,  de  una  placa  equimótica  y  flictenular,  como  en  el  caso 
-  Jeanselme;  pero  seguramente  debida  a  una  embolia  arterial  causada 
^i*    el  carbonato  de  bismuto. 

X^a  biopsia  no  pudo  ser  hecha;  pero  la  sintomatología,  absolutamente 
^*nparable  a  la  de  otras  observaciones,  no  deja  lugar  a  duda. 

I^  embolia  arterial  bismútica  es  un  fenómeno  mecánico,  directamente 
"oducido  por  las  granulaciones  que  obturan  las  arteriolas. 

Cste  fenómeno,  comparable  al  de  las  embolias  por  inyecciones  de  aceite 
^^s,  es  distinto  del  producido  por  los  mercuriales  solubles  en  solución 
^'Uosa.  En  estos  últimos  casos  se  produce  una  trombosis  endoarterítica  cau- 
•^da  por  la  irritación  masiva  de  estos  productos,  cuya  acción  es  bien  co- 
locida. 

C.  García  Casal. 


—  378  — 


KicHEL  y  NoRDMANN.— El  papol  dol  slstoma  secretor  panoreáiioo 
en  la  génesis  de  los  Islotes  de  Langerhans.  Anales  d'Ana- 
toemie  Pathologique,  Tomo  III,  núm.  6,  junio  de  1926. 

Basándose  en  un  completo  y  acabado  estudio  los  autores  creen  demostrar 
que  los  islotes  de  Langerhans  derivan,  no  de  los  elementos  del  aparato 
glandular,   sino  del   sistema  excretor  del  páncreas. 

Examinando  histológicamente  varios  casos  noonales  han  visto  los  au- 
tores que,  en  realidad,  existe  una  continuidad  entre  los  elementos  de  los 
canales  excretores  y  los  islotes. 

Generalmente  se  observa  que  el  islote  proviene  de  la  multiplicación  y 
de  la  diferenciación  de  las  células  centroacinosas,  que,  como  se  sabe,  son 
elementos  que,  en  realidad,  pertenecen  al  conducto  excretor  del  páncreas 
y  que  revisten  por  dentrq  los  acinis,  separando  las  verdaderas  células  aci- 
nosas  de  la  luz  del  conducto. 

Se  comprueba  que  dichas  células  centroacinosas  pueden  multiplicarse 
dentro  del  mismo  acini  y  cargarse  de  granulaciones  muy  finas;  entonce» 
las  demás  células  acinosas,  que  son  rechazadas  hacia  la  periferia,  sufren 
una  degeneración  al  mismo  tiempo  que  nuevos  vasos  recién  formados  in- 
vaden el  acumulo  celular  hasta  llegar  a  las  nuevas  células  insulares.  Una 
transformación  parecida  se  efectúa  en  acmis  próximos,  llegando  a  consti- 
tuirse de  esta  manera  el  nuevo  islote  de  Langerhans. 

Así,  por  lo  tanto,  la  diferencia  que  existe  entre  la  teoría  de  Laguesse 
y  la  de  estos  autores,  es  que  aquél  pensaba  que  el  islote  proviene  de  las 
mismas  células  glandulares,  mientras  que  este  nuevo  estudio  parece  demos- 
trar que  no  es,  en  realidad,  de  esas  células,  sino  de  las  centroacinosas  pu- 
ramente excretoras. 

En  estudios  patológicos  puede  observarse,  sin  embargo,  que  las  mismas 
células  glandulares  acinosas  sufren  la  transformación  para  llegar  a  cons- 
tituir nuevas  células  insulares.  Esto  ocurre  en  ciertos  casos  de  esclerosis 
pancreática  y  en  los  acinis  que  han  perdido  toda  relación  coo  su  conducto 
excretor.  1    .f^ 

Las  células  inulares  parece  que  ya  no  son  capaces  de  sufrir  nuevas  trans- 
formaciones. Cuando  en  ellas  se  observa  algún  cambio  es  que  sufren  m>» 
cleí?eneración  citolítica   para   desaparecer. 

E.  Carrascx)  Cadenas 


NiTZEscu  (I.  I.).— 'S-a  insulina  y  la  s^oreoión  billar.  (L'insulme 
et  la  secretion  biliaire).  Compt.  rend.  de  la  Soc.  de  Biologie,  1926. 
T.  XCV.  Núm.  27,  p.  773.  Soc.  roum.  de  Bíol.  Section  de  Quj, 

Conocida  la  secreción  interna  del  páncreas,  se  debe  investigar  su  acción 
no  solamente  sobre  la  función  glucogénica  del  hígado,  sino  también  sobre 
las  demás  funciones  de  esta  glándula.  En  el  presente  trabajo,  el  autor  pre- 
senta los  resultados  obtenidos  sobre  la  secreción  biliar.  Paralelamente  a  la 
acción  de  la  insulina,  ha  estudiado  la  acción  de  otras  substancias,  entre  otras 
la  pilocarpina,  adrenalina,  atropina,  pituitrina,  etc.;  el  efecto  de  algunas  de 
ellas  no  se  conoce  todavía. 

Las  investigaciones  han  sido  llevadas  a  cabo  en  los  perros,  a  los  que  se 
les  ha  practicado  una  fístula  de  la  vesícula  biliar  con  resección  del  colédoco. 
La  experiencia  la  veriñca  del  modo  siguiente: 

Por  la  mañana  (entro  ocho  y  nueve  horas)  teniendo  en  ayimas  al  animal, 
se  le  da  200  gramos  de  leche— cuya  acción  colagoga  es  bien  conocida —  y 
se  recoge  la  bilis  durante  media  hora,  y  después  cada  hora  (durante  cinco 
horas).  Se  anota  la  cantidad,  en  c.  c,  de  cada  toma,  luego  se  mezcla  el  total, 
y,  en  esta  bilis  total,  tomada  en  cinco  horas  y  media,  se  determina  el  residuo 
seco,  la  densidad,  los  pigmentos  biliares  (v.  d.  Bergh),  las  sales  biliares 
(met.  gasométrico  de  Van  Slyke)  y  la  colesterina.  Después  de  dos  o  tres 
días,  algunas  veces  al  día  siguiente,  se  repite  la  experiencia  administrando 
primero  insulina,  en  inyección  subcutánea,  quince  minutos  antes  de  la  in- 
gestión de  los  200  gramos  de  leche;  después  se  recoge  la  bilis  excretada 
durante  cinco  horas  y  media,  de  la  misma  manera  que  la  primera  vez  y  se 
la  somete  a  los  mismos  exámenes.  La  misma  experiencia  se  hace  con  las 
otras  substancias,  siempre  por  inyecciones  subcutáneas,  pero  inmediatamente 
antes  de  la  ingestión  de  la  leche.  En  el  intermedio  de  las  experiencias  el 
animal  recibe  como  alimento  una  ración  constante. 

Después  de  cada  experiencia  con  una  de  las  diferentes  substancias,  ante- 
riormente citadas,  repite  la  experiencia  con  leche  sólo,  para  poder  establecer 
un  término  de  comparación.  NiTZEsqu  ha  investigado  también  la  acción  de 
la  insulina  sobre  la  excreción  de  la  bilis  fuera  de  la  influencia  de  la  leche, 
es  decir,  en  el  animal  en  ayunas. 

En  un  cuadro  detalla  el  autor  todas  sus  observaciones  que  le  concluyen 
a  los  resultados  siguientes: 

La  insulina  produce  un  aumento  de  bilis  excretada  después  de  la  inges- 
tión de  la  leche.  Por  medio  de  las  substancias  experimentadas  la  insulina  se 
manifiesta,  casi  solamente,  como  un  colagogo  activo.  Esta  acción  la  impide  la 
atropina  cuando  ésta  se  inyecta  previamente. 

La  secreción  llega  a  su  máximum  hacia  la  tercera  hora  después  de  la 
inyección,  en  seguida  disminuye,  y,  lo  más  frecuentemente,  vuelve  a  la  nor- 
mal entre  la  cuarta  y  la  quinta  hora.  En,  general,  la  concentración  de  la 
bilis  se  mantiene  constante  o  disminuye  ligeramente;  el  residuo  total  está, 
ton  frecuencia,  un  poco  aumentado  a  causa  de  la  cantidad  excretada. 


ÜR 


La  atropina  disminuye  mucho  la  cantidad  segregada,  pero  sin  produde 
na   modificación  en  la  concentración :   inunde   la  acción   colagoga  de   ta 

jCuál  es  el  mecanismo  de  acción  de  la  insulina?  ¿Actúa  por  intermedio 
de  los  filetes  secretores?  Y  ¿cuáles  son  estos  filetes?  O  ¿actúa  también  p">r 

a  humoral?  Por  el  momento,  los  autores  están  en  vías  de  completai 
estudio  sobre  la  secreción  biliar  durante  la  hiperinsulina  por  las  invesi 
dones  que  eíectuarán  en  animales  completamente  despanc  rea  tiza  dos. 

F.    ECHADZ 


I 


jZoNTmE   y  íKoelbr -Fórmula  sanstifn«a  y  glándulas  endoorinasJ 

Klimscke  Wochenschrifi.  Tomo  V,  núm.  20,  mayo  de  1926. 

Estos  autores  han  emprendido  una  serie  de  investigaciones  para  estu- 
diar las  relaciones  de  la  fórmula  sanguínea  y  diversos  estados  endocrinos. 
Han  comprobado  que  un  cierto  número  de  glándulas  de  secreción  interna 
y  principalmente  el  tiroides  son  capaces  de  hacer  variar  el  número  de  gló- 
bulos rojos,  asi  como  también  ciertos  caracteres  de  los  leucocitos  tanto  en 
su  número  como  en   sus   formas. 

Han  comprobado  en  un  buen  número  de  personas  normales  o  afectos 
de  enfermedades  llamadas  de  la  sangre,  que  una  cantidad  mínima  de  ex- 
tracto de  alonas  glándulas  de  secreción  interna  H^an  a  producir  modifi- 
caciones muy  importantes  en  el  número  y  forma  ¿e  los  glóbulos  de  la  san- 
Sre 

Después  de  la  ingestión  de  tiroidina  han   comprobado  que   el  número   de 
rojos  se  eleva  de   medio  a  tm   millón,   anotando   además   el   hecho 
de  que  estos  aumentos  de  las  hematíes  es.  en  general,  más  con- 
siderable y  más  constante  en   el  verano  que  en  el   invierno. 

Además,  han  comprobado  también  el  hecho  contrario  en  algunos  in- 
dividuos o  sea  que  la  ¡nge.ítiÓn  de  tiroidina  produce  una  disminución  de 
los  glóbulos  rojos  que  puede  durar  varios  dfas. 

En  dos  casos  de  policitemia  estudiados  por  los  autores  han  encontrado 
que  la  tiroidina  en  ellos  produjo  efectos  contrarios :  en  uno.  hiperglobulla, 
y  en  el  otro,  anemia  intensa.  Parecidos  resultados  discordantes  obtuvie- 
ron estudiando  la  acción  de  la  tiroidina  sobre  los  glóbulos  blancos  en  dos 
casos   de   leucemia. 

Los  autores   estiman  que  las  glándulas  de   secreción   interna   poseen  t 
£Íer(a   función   reguladora  de  la   composición  de  la   sangre,   por   lo  que  r 
elementos   figurados   aunque  en   realidad   aim  no  C 


I 


-381- 


Lawb£nc£.— VEl  efepto  del  ejeroiolo  sobre  la  acción  de  la  In- 
sulina en  la  diabetes.  (The  efíect  oí  exercise  on  insulin  action  in 
diabetes.)  Brvfish  Medical  Jountíü,  núm.  3.406.  1926. 

Se  conooe  desde  hace  tiempo  la  inñuenda  del  ejercicio  físico  en  la  dia- 
betes mellitus,  en  la  cual  hace  descender  el  nivel  de  la  gilucosuria  y  del 
azúcar  en  sangre.  Estos  efectos  pudo  demostrar  Allen  que  no  son  tempo- 
rales puesto  que  si  el  ejercicio  se  lleva  a  cabo  sistemáticamente,  día  tras 
din,  mejoran  considerablemente  la  fuerza  del  enfermo  y  la  tolerancia  para 
los  hidrocarbonados,  hasta  el  punto  de  que  algunos  de  los  enfermos  de  este 
autor  sólo  se  encontraban  bien,  y  además,  desprovistos  de  glucosa,  en  los  pe- 
ríodos en  que  hacían  ejercicio  físico.  Qaro  es  que  los  casos  graves  en  los 
que  se  supone  una  pequeña  cantidad  de  insulina  endógena  no  se  beneñcian 
del  mismo  modo  que  los  casos  benignos. 

Desde  la  introducción  de  la  insulina  Harrison  y  Lawrence  han  podido 
ver  que  el  ejercicio  aumenta  la  eñcacia  del  medicamento  y  su  capacidad  de 
reducir  la  glucemia,  y  es  muy  frecuente  que  en  los  días  en  que  el  ejercicio 
físico  se  lleva  a  cabo  aparezcan  sínitxxnas  de  hipoglucemia  con  el  balance 
establecido  entre  el  régimen  y  la  insulina.  Lawrence  describe  en  el  presente 
trabajo  dos  casos  especialmente  interesantes  en  este  sentido.  En  los  dos  casos 
se  trataba  de  sujetos  sometidos  a  la  acción  de  la  insulina  desde  hacía  tiempo, 
enfermos  que,  por  lo  demás,  seguían  exactamente  las  recomendaciones  die* 
téticas  y  habían  sometido  su  propia  enfermedad  a  ima  observación  cuidadosa. 
Uno  de  estos  individuos  llevaba  una  vida  sedentaria  durante  la  semana;  pero 
al  final  de  la  misma  se  dedicaba  sistemáticamente  a  jugar  al  tennis.  Recibía 
diariamente  una  dosis  de  16  unidades  de  insulina  para  20  .gramos  de  hidro- 
carbonados en  el  desa3runo,  con  lo  cual  mantenía  la  orina  libre  de  azúcar 
y  oscilaba  la  glucemia  entre  0,16  y  0,10  por  100.  Pues  bien,  en  los  días  en 
que  hacía  el  ejercicio  físico,  notaba  que  no  podía  tolerar  más  de  10  unida- 
des de  insulina  sin  producirse  síntomas  hipoglucémicos,  bastando  en  estas 
fases  8  unidades  para  mantener  la  orina  libre  de  glucosa.  En  los  días]  en 
que,  después  del  desayuno,  retrasaba  el  comienzo  del  ejercicio  físico,  éste 
producía  más  pronto  los  síntomas  hipoglucémicos,  probablemente  porque  en- 
tonces el  ejercicio  físico  se  comenzaba  en  im  período  en  el  que  la  insulina 
ya  había  rebajado  considerablemente  el  nivel  de  la  glucemia.  Por  otra  parte, 
si  el  sujeto  detenía  el  ejercicio  antes  de  que  los  síntomas  hubieran  llegado 
a  producirse,  la  hipoglucemia  aparecía  de  todas  maneras,  aun  permanecien- 
do en  completo  reposo;  pero  si,  en  cambio,  se  administraba  la  dosis  corrien- 
te de  insulina  de  la  mañana  y  sólo  jugaba  al  temiis  por  la  tarde,  los  sín- 
tomas de  hipoglucemia  no  se  producían,  seguramente  porque  en  este  caso, 
en  el  momento  de  comenzar  el  ejercicio,  la  acción  de  la  insulina  ya  había 
transcurrido.  Ahora  bien,  si  en  estas  condiciones  la  dosis  de  insulina  de  la 
tarde  (puesta  después  del  ejercicio)  no  se  rebajaba,  se  producían  síntomas 
de  hipoglucemia  tres  horas  después.  En  ocasiones  se  encontraba  también, 
como  después  de  un  domingo  de  ejercicio  violento  el  equilibrio  entre  el  ré- 


m 


^ñ 


°  rediicir  considerablemente 


dia  mwior  prod»d.  .1  cabo  '""""'""    m6„  4.  gtoco»ria.  Con  «U 
ayiii«u,  Que  llegaba  a  o,aa  por        ■  j  ,         ,,  „  incapaz  de  pto- 

t^.  ^^^S^PI-  */^™  "'   --'  "  —^  '       " 

k  "tala  de  la  taita  cirenlan.e    '™  '« J^'^V,  lecho  de  ,«  «1 

riercicio  realizado  pot  la  tarde  ™»™  J' ;^i^  „,  ejercicio,  derrjreBr. 
Inclina  a  la  hora  de  la  cena,  de.pne>  de  rcu  diabético! 

;°f 'eTte  íltin»  ."■"=»».,■'  ¿"™™.£  dT— ¡"a  P-i.n»'.  -r"»^ 
rSaSriio'-;  •'9£™?c.t1;°.bl1"»*«n  de  ..  diabético^. 

la  doais  de  inmlina.  ,       „,    .1  autor  clinlcamente,  lian  podido  : 

ESO,   reíidtado,,  «l»""^'  ^  j,  „  „,„do  experimental  y  »  to  I 

Sr:S'°i   "™etiu«t"™  Íbre   la   ..nce„i.   ■»'=   "    ««« 

"*E°„  suma  e.  efecto  del  e¡ercici.  »bj  el  í;^^™*^^^  íSc.^ 
proLdo  por  la  ■"'f\'''^'jZTZ  «edicament.  i  ..  decir,  e, ' 
1         ►     .A    ocriodo   de   máxima   activioau  piercicio  enérgico   y   I 

ir,  cí.»  taras  de.p.í.  d»  '"    ^Í. ""  t^^^*  !•  u.ual  produce 

kr^riirsr^^bet^sTíi--^- 
bssí»-s.=£Ve^--"Sirs^ 

^'»  °'í^"°  rerlSHraLí^mbr..,  >»r  lo.detn.s,  a  ,ar„ 


pennita  omu*--  ■-—        - 

del  réeimen.  I^  *^  ,  ™^  ,^  variaciones  del  ej^'^r^u-^.'ido   narci 

tSf^  »»" t:  del^^rde,  eiercicic,  cuando  1-,  -do  P-" 


—  3^3  — 

agotadas  las  reservas  de  hidrocarbonados,  es  también  conveniente  seguir 
utilizando  una  dosis  reducida  del  medicamento.  Sin  embargo,  cuando  el  ejer- 
cicio físico  se  aumenta  durante  largos  períodos  de  tiempo,  es  más  filológico 
aumentar  el  régimen  que  reducir  la  dosis  de  insulina.  De  este  modo  el  au- 
mento en  las  pérdidas  calóricas  puede  ser  compensado  con  eí  aumento  de 
los  ingresos,  ya  que,  de  lo  contrario,  sobreviene  una  pérdida  de  peso  y  de 
energía  de  los  enfermos.  Un  régimen  que  proporcione  30  calorías  por  kilo 
de  peso  es  im  régimen  suficiente  de  mantenimiento  para  una  vida  seden- 
taria; pero  durante  las  fases  de  actividad  las  necesidades  energéticas  del 
organismo  se  aumentan,  por  lo  menos,  hasta  40  calorías  por  kilo  de  peso. 

R.  Fraile. 


Hauptmann.— Cómo  puede  prevenirse  ia   parálisis    y  la    tabes. 

(Wie   konnen  wir   der    Paralyse   und   Tabes   vorbeugen?)   Klin    Woch. 
Año  V.  núm.   16,   1926. 

A  pesar  de  la  eficacia  del  tratamiento  de  la  parálisis  por  la  malaria  o 
la  recurrente,  cuyos  resultados  han  permitido  a  algunos  autores  presagiar 
la  desaparición  de  la  enfermedad  y  considerarla  únicamente  como  una  fase 
de  la  lucha  entre  el  orgpnismo  himiano  y  el  espiroquete,  es  evidente  que  la 
eficacia  de  este  tratamiento  está  aún  muy  lejos  de  ser  decisiva,  puesto  que  tam- 
poco los  enfermos  mejorados  recobran^  como  es  natural,  las  funciones  per- 
didas por  destrucción  del  tejido  nervioso,  y  aun  en  su  mejoría  siguen  siendo 
portadores  de  espiroquetes  en  la  sangre  y  en  el  líquido  cefalorraquídeo,  con 
lo  que  no  desaparece  la  posibilidad  de  ima  reactivación  de  su  proceso  ner- 
vioso. De  aquí  que  el  problema  fimdamental  de  la  terapéutica  sea  el  de 
prevenir  la  producción  de  la  metasífilis.  En  este  sentido,  todas  las  teorías 
patogénicas  propuestas  referentes  a  estas  enfermedades  llevan  implícita- 
mente la  tendencia  a  resolver  en  lo  posible  el  problema  del  tratamiento. 

Hauptmann,  al  establecer  su  teoría  acerca  de  la  naturaleza  de  las  en- 
fermedades metasifilíticas,  ha  partido  del  hecho  de  la  insuficiencia  de  las 
defensas  del  organismo  paralítico,  resultado  de  lo  cual  es  el  curso  de  la 
sífilis  en  estos  sujetos,  en  los  que  se  sabe  lo  escasas  que  son  ias  ma- 
nifestaciones secundarias,  que  a  veces  faltan  en  absoluto,  y  constituyen  un 
índice  de  la  débil  defensa  del  individuo.  Hauptmann  dejaba,  por  lo  demás, 
indeciso  el  problema  de  si  esta  reacción  insuficiente  del  sujeto  había  de 
considerarse  como  un.  defecto  constitucional  o  pudiera  más  bien  atribuirse 
al  pequeño  poder  antigénico  correspondiente  a  unos  espiroquetes  de  viru- 
lencia atenuada,  ya  que  ambos  elementos  tendrían  la  misma  influencia  en 
la  escasa  participación  de  la  piel  en  la  sífilis  de  estos  pacientes.  La  débil 
virulencia  de  los  espiroquetes  podría  ser  debida  a  la  influencia  del  trata- 
miento (claro  es  que  al  tratamiento  de  la  sífilis^  no  al  de  la  parálisis,  puesto 
que  esta  última  ya  supondría  una  infección  previa  con  espiroquetes  de  vi- 
rulencia atenuada).  Serían  especialmente  los  salvarsanes  los  que  producirían 


^^ 


-  .1B.1  — 


lina  atenuaci&n  <lrí  potkr  patógeno  de  los  jrérmenes.  Míentr:is 
nlmv>  normal  se  defiende  de  los  espiroqueles  en  el  período  secundario  poi 
medio  de  1a  füg^icitosís  que  se  realiza  en  las  eflorescencias  cutáneas  y 
fiuí  en  Ift?  oiic  puede  demostrarse  de  un  modo  evidente,  el  orfrajiismo  pa 
rulitifift  se  defiende  del  treponema  tratando  de  desinteerarlo  de  un  mnd' 
eKtmceluhr.  Los  productos  tóxicos  de  naturaleza  anafiláclica  que  se  pro. 
Aictn  de  este  modo  poseen  una  afinidad  especial  liacia  los  endotelios  vascu 
\kns.  «1  los  Que  pn^dueen  una  anormal  permeabilidad  de  los  tabiques  s^h- 
rant*»  rte  la  sanyre  y  el  líquido  cefalorraquídeo.  De  este  modo  w  produce 
la  lesiAn  drf  encífiJo  a  expensas  de  toda  suerte  de  substancias  extrañas  al 
|{i}UÍdo  «fakirraqntdeo  (cimientos  del  suero,  productos  del  metabolismo,  to- 
KÍnas>.  (IW  invaden  a  este  último  impunemente,  lesionando  los  órganos  ner- 
vki»os  centrales  por  vía  del  líquido  en  cuestión.  Así.  pues,  desde  el  periodo 
secíindario  actfian  persitentemente  esos  afrentes  lesionantes,  v  no  desde  el 
momcwNt  «1  I"*?  clmicaraenle  la  parálisis  empieza,  es  decir,  después  de  este 
intervalo,  qnft  en  opinión  de!  autor,  no  es  otra  co.^a  que  e!  periodo  de 
tionfi.'-  necesario  para  que  la  lesión  del  encéfalo  avance  de  tal  modo  que 
MqnC'  a  1*  I"»  I^s  anomalías  psíquicas  que  presentan  estos  enfermos.  Se  ve 
acinalmentc.  eracias  a  una  mayor  experiencia,  las  Rrandes  oscilaciones  en 
U  *irac.¡^  de  este  intervalo,  que  antes  se  consideraba  de  siete  años  sisfe" 
n«*tiMmwte.  '  . .  1— -. 

W  lado  de  este  género  de  lesiones  se  desarrolla  en  el  encéfalo  un  pro- 
ceio  espiroquetósico  loca!,  del  que  no  puede  decirse  que  se  inicie  también 
en  la  fase  secundaria,  ya  que  falta,  naturalmente,  tin  material  de  autopsias 
raficientc  para  poder  afirmarlo.  Probablemente  la  localízación  de  los  es- 
piroquetes  en  el  tejido  encefálico  ectodérmico  se  debe  a  la  mencionada  per- 
meabilidad de  los  tabiques  separadores  entre  la  sangre  y  el  liquido  cefalorra- 
(juídeo,  proceso  en  el  qne  no  solamente  Interviene  el  endotelio  vascular,  sino 
también  la  neuroglia  colocada  entre  los  elementos  mesodírmicos  de  la  pared 
lie  los  vasos  y  la  substancia  nerviosa  ectodérmica.  Quizá  intervenga  también 
en  este  sentido  y  como  consecuencia  del  aumento  de  permeabilidad  vascu" 
lar  una  inbibición  de  los  procesos  defensivos  cerebrales  que  pudiera  per- 
mitir a  los  espiroquetes  la  existencia  en  el  encéfalo.  En  suma,  se  admite 
un  doble  proceso  lesional  en  la  parálisis  y  en  la  tabes.  En  primer  término, 
un  elemento  tóxico  que  influye  sobre  la  substancia  nerviosa  por  medio  de 
ima  permeabilización  de  los  tabiques  separadores  entre  la  sangre  y  el  líqui- 
do cefalorraquídeo,  y  en  segundo  lugrar.  un  foco  local  espiroquetósíco  en 
el  cerebro.  Ambos  fenómenos  deben  atribuirse  a  un  mecanismo  defensivo 
alterado  o  insuficiente  del  organismo  en  el  período  seoundarío  de  la  sífilis, 
La  significación  de  esta  ausencia  de  fenómenos  seeimdarios  salta  a  la  vista 
ibservando  el  hecho  de  que  los  enfermos  con  abundantes  síntomas  cutáneoJ 
y  mucosos  poseen  muy  rara  vez  alteraciones  del  sistema  nervioso,  inclu- 
yendo las  del  líquido  cefalorraquídeo.  Más  ampliamente  puede  observarse, 
respecto  a  la  distribución  geográfica  de  la  parálisis,  un  comportamiento  in- 
verso de  tal  naturaleza  que  allá  donde  la  sífilis  se  manifiesta  intensaraeole 
en  la  piel,  mucosas  y  huesos,  la  metasífilis  no  aparece  o  lo  hace  muy  raras 
veces.  Ea  insuficiente  pensar  para  estos  hechos  en  la  intervención  de  fac- 


—  385  - 

teres  constitucionales,  como  los  dependientes  de  la  raza .  ü  en  la  influencia  de 
airentes  exógenos  como  el  clima,  el  alcohol  o  las  enfermedades  infecciosas, 
y  hay  que  aceptar  en  primer  término  una  raza  especial  de  treponemas.  Esta 
idea  encuentra  una  confirmación  en  las  investigaciones  de  Plaüt  y  Mulzer, 
autores  que  han   podido   aislar  dos   razas  distintas  de  espiroquetes,  de  las 
cuales  una  afectaba  el   sistema  nervioso,   produciendo  escasas  lesiones  pri- 
marías, mientras  que  la  otra  daba  lugar  a  lesiones  primarias  intensas  y  si- 
fílides  cutáneas,   respetando  el  sistema  nervioso.  Recientemente,  Wilmanns 
ha  estudiado  también  la  distribución  regional  de  la  parálisis  y  ha  observado 
que  ciertos  países  que  hasta  ahora  habían  sido  respetados  por  la  parálisis, 
pero  en  los  que  abundaban  las  sífilis  cutáneas,  mucosas  y  óseas,  muestran 
actualmente  una  creciente  frecuencia  de  enfermos  de  parálisis.  Este  autor 
atribuye  el   fenómeno  a  una  alteración  de  los  espiroquetes  producida   por 
nuestros  actuales  tratamientos  antisifilíticos;  pero,  al  lado  de  este  factor,  hay 
Que  pensar  en  otros  elementos  constitucionales  que  pudieran  dar  cuenta  de 
una  defensa  insuficiente  del  organismo  hacia  unos  espiroquetes  dotados  de 
virulencia   plena,  con  lo   cual  podría  también  constituirse  la  parálisis.   Por 
lo   demás,  el  siniple  hecho  de  la  lucha  entre  el  treponema  y  el  organismo 
sin    intervención  de  ningún  remedio   terapéutico  podría   producir  una   raza 
de  espiroquete  que,  transplantada  a  otro  organismo,  diese  lugar  al  brote  de 
xma   parálisis.   Este  último  mecanismo  explicaría  la  aparición  lenta  de  pa- 
r-áíisis  en  regiones  hasta  ahora  libres  de  metasífilis,   simplemente  por  una 
"transformación  de  los  espiroquetes  en  su  lucha  con  el  individuo  sin  influen- 
cia química  alguna.  Como  quiera  que  sea,  el  hecho  fundamental  consiste  en 
cjue  la  defensa  insuficiente  del  organismo'  sifilítico,  a  partir  del  período  se- 
i^ndarío,  constituye  la  causa  inmediata  de  la  i)arálisis. 

Al  lado  de  estas  opiniones  que  consideran  al  organismo  paralítico  como 
insuficientemente   defendido,   Steiner  ha  optado   recientemente  por   la  idea 
contraria  y  acepta  que  la  piel  del  paralítico  es  un  órgano  dotado  de  enét- 
icas  defensas;   pero,  en  cambio,  piensa  que  el  encéfalo,  incluso  el  de  los 
sujetos   normales,    es   un   órgano  pobremente   defendido,   y   supone  que   en 
este  hecho  reside  la  patogenia  de  la  parálisis.  Jakob,  cuya  teoría  posee  mu- 
chos puntos  de  semejanza  con  la  del  autor,  había  también  de  una  defensa 
insuficiente  del  cerebro  de  los  paralíticos,  y  Potzl  y  Fischer  emiten  asimis- 
nx)  ima  teoría  de  la  parálisis  que  admite  en  primer  término  la  permeabi- 
lización  de  los  tabiques  separadores  entre  el  líquido  y  la  sangre. 

Los  estudios  experimentales  de  Bergel  le  han  conducido  a  fijarse  en  la 
gran  significación  de  los  fenómenos  secundarios  como  reacción  de  defensa 
y  a  ver,  además,  en  los  linfocitos,  los  elementos  fundamentalmente  destruc- 
tores de  los  espiroquetes.  Esta  última  idea  ha  sido  recientemente  confirma- 
da gracias  a  los  trabajos  de  Skalweit,  autor  que  ha  realizado  estudios  he- 
matológicos  en  los  paralíticos  y  en  los  enfermos  de  sífilis  cerebral  antes, 
durante  y  después  del  tratamiento  por  la  malaria.  Ha  podido  ver  de  este 
modo  que  los  enfermos  de  sífilis  del  cerebro  poseen  antes  del  tratamiento 
una  gran  cantidad  de  linfocitos  en  la  sangre,  sucediendo  precisamente  lo  con- 
trario en  los  sujetos  de  parálisis,  en  los  que  a  veces  se  encuentran  linfo- 
penias  muy  acentuadas.  Durante  el  tratamiento  por  la  malaria,  los  hallazgos 


fernfl^l 


licmaliilúfricifti  no  se  ditereiicíaban  gran  cosa  eii  ambos  grupos  >Je  enfer 
pero  deipíié*  (id  irnlamícnlo  en  cuestión  podía  observarse  c 
jeto»  (le  üífiliii  cerebral  el  número  de  Imfocilos  al  final  de  la  cotivaJeceii- 
cin  volvía  a  alcaniar  las  dfras  primitivas,  y  en  los  paralíticos  en  quienes 
«c  Imblft  conneipiidfi  una  clara  remisión  no  se  reproducía  la  linfopenia  pri- 
mitiva, niño  que  «e  mostraban  cifras  de  linfocitos  análofras  a  las  de  los  sn- 
)iitn»  con  Hlfiliü  del  cerebro.  En  cambio,  en  los  paralíticos  que  no  mejoraban 
con  *1  tral^mfciilo  imililrico  o  que  mejoraban  escasamente,  el  número  de  Un- 
fiiclloii  volvía  a  ilcsccndcr.  reproduciendo  las  lintopenias  anteriores.  Esto 
lim'llii*  cmistlluycn  nporlaciones  muy  imporlanleí  a  la  idea  de  que  el  i 
lltlcii  e«  un  Hiijeto  que  se  defiende  mal,  no  solamente  a  nivel  de  su 
«lllii  ni  todo  el  organismo,  como  parece  demostrarlo  el  paraleÜsi 
U  Ilnrwitmin  y  lan  remisiones.  Los  estudios  referidos  confirman,  por  ( 
|«rtr.  lo»  de  BERaEL  acerca  del  papel  de  los  linfocitos  en  la  lucha  ( 
\i\»  wpií'oquetes.  El  problema  referente  a  las  causa?  de  la  insuficiencia 
ImiüIvu  en  el  período  secundario  (excitación  insuficiente  por  espiroqueti 
puro  vlnilentos  o  debilidad  defensiva  constitucional  del  organismo)  parece 
llH'llilnrie  más  bien,  según  estas  investigaciones,  por  la  idea  de  una  par- 
llciilari'lnd  constitucional  del  sujeto,  ya  que  los  gérmenes  malAricns  enrayados  ^ 
Wi   amlin*   enfermedades   eran   los   mismos. 

Kl  modo  como  pueda  llegarse  a  evitar  la  aparición  de  una  metaslfil 
(III  vÍKla  de  las  ideas  expuestas,  polariza  toda  la  atención  del  clinico  ea  9 
IMTlodo  secundario  de  la  sífilis,  prescindiendo  naturalmente  de 
ilttd  de  que  la  lesión  primaria  pueda  ser  tratada  de  tal  modo  que  se  imiHd*? 
t>i  ffcn  eral  ilación  de!  treponema.  En  el  periodo  seciindario  será  preciso  nir»* 
Cíilllbir  de  ningún  modo  U  aparición  de  los  fenómenos  pro|«os  de  esti:=J 
fnie,  a  menos  de  que  pueda  obtenerse  una  destrucción  total  del  treponemí  .*-^ 
No  consiguiendo  esto,  el  tratamiento  debe  ser  dirigido  de  tal  modo  que  u'-»*- 
obataculice  el  desplegamienfo  de  defensas  por  el  organismo.  En  este  sen-  *-i 
tido  quizá  sea  conveniente  rKordar  el  consejo  de  algún  sifiliógrafo  autigur»»i 
que  recomendaba  no  tratar  ninguna  sífilis  antes  de  que  los  fenómenos  se  =:• 
Clindarios  se  hubieran  desarrollado,  consejo  tanto  más  de  tener  en  cuenta  :* 
cuanto  que  en  la  época  en  que  se  emitió  no  se  disponía  de  medios  capace:«sa 
de  destruir  por  completo  los  espiroquefes.  ^^B 

Merecen  especial  atención  desde  el  punto  de  vista  de  estos  problemas  H^H 
casos  en  que  el   secundarismo  no  se  desarrolla,  que  son  precisamente  los  ^I^M 
jetos  que.  según  Hauptmann.  son  los  pretendientes  a  la  mctaslfilis    En  M^^ 
tos   pacientes   es  preciso   excitar  la  producción   de   fenómenos   defensivos  po^i^' 
parte  del  organismo,  y  con  este  objeto  se  han  utilizado  diversos  medios    Se- 
na insuficiente  limitar  en  estos  casos  la  acción  al  tejido  cutáneo,  va  que  la- 
mencionadas    investigaciones  de   Bescel  y   Skalweit  demuestran  'la  partici- 
Fiaon  de  los  órganos  linfoides  en  el  proceso  defensivo.  Quizá  haya  que  tener 
en  cuenta  e!  consejo  de  Kyrle  de  tratar  ya  por  la  malaria  a  los  sifilítico' 
secúndanos.    Sin   embargo,   ya   que   este   tratamiento   no   está  exento   de  pe. 
ligro.    sólo   deberán  emplearlo   aquellos   enfermos    que  espontáneamente  no 
^  muestren  fenómenos  secundarios.  Hauptmann  ha  obtenido  en  los  paraifticoí 


ayados  4b 

'4 


—  387  — 

resultados  tan  favorables  como  con  la  cura  de  la  malaria,  combinando  el 
tratamiento  salvarsánico  con  una  intensa  cura  de  sol  sobre  la  piel.  Es  es- 
pecialmente interesante  observar  cómo  de  este  modo  el  cuadro  clínico  de  la 
parálisis  se  transforma  en  im  estado  paranoide-alucinatorio  igual  al  que 
Gerstmann  ha  descrito  como  consecutivo  a  la  ciura  malárica,  siendo  esto 
una  demostración  de  que  la  ctura  de  sol  produce  los  mismos  procesos  de- 
fensivos que  la  malaria.  Estas  observaciones  permiten  aconsejar  en  el  pe- 
riodo secundario  una  combinación  de  tratamiento  antisiñlitico  y  cura  de  sol 
con  el  ñn  de  intensificar  q  de  provocar  los  procesos  inmunizantes. 

Las  investigaciones  de  Markuszewicz  indican  la  posibilidad  de  emplear 
otro  sistema  distinto  encaminado  al  mismo  ñn.  Este  autor  ha  podido  ver 
un  paralitico  en  quien  a  los  dos  meses  del  tratamiento  por  la  malaria,  apa- 
recieron tma  serie  de  gomas  cutáneos,  y.  dada  la  extraordinaria  rareza  de 
las  sifílides  cutáneas  terciarias  en  los  metasiñliticos,  había  que  atribuir  el 
fenómeno  a  que  el  enfermo  había  padecido  poco  antes  un  impetigo  con  fo- 
runculosis,  por  medio  de  cuyo  proceso  había  adquirido  un  estado  especial 
de  defensa  de  la  piel.  Markuszewicz  propone  en  vista  de  ello  excitar  los 
procesos  cutáneos  de  defensa  por  medio  de  la  inoculación  de  los  gérmenes 
de  la  supuración,  procedimiento  a  ser  estudiado  por  los  dermatólogos  con 
el  ñn  de  investigar  el  medio  de  que,  siendo  inocuo,  pudiera  ser  empleado 
en  la  fase  secundaría  de  la  síñlis.  Kutzinski  ha  observado  de  un  modo  pa- 
recido que  las  dermatitis  salvarsánicas  influyen  por  sí  solas  de  un  modo 
favorable  sobre  la  parálisis  y  ha  obtenido  por  este  procedimiento  una  re- 
misión de  cinco  años  en  la  enfermedad.  Sin  embargo,  Hauptmann  no  re- 
comienda la  producción  artificial  de  este  proceso,  dado  que  la  acción  no- 
civa de  estas  dermatitis  sobre  el  estado  general  de  los  sujetos  es  demasiado 
acentuada. 

En  resumen,  los  procedimientos  necesarios  para  la  prevención  de  la  me- 
tasífilis  han  de  consistir  fundamentalmente  en  no  impedir  la  aparición  de 
fenómenos  secundarios,  y,  por  el  contrario,  en  favorecerlos  actuando  sobre 
la  piel  y  sobre  los  órganos  hematopoyéticos  productores  de  linfocitos,  bien 
entendido  que  bajo  la  denominación  de  fenómenos  secundarios  no  solamente 
deben  comprenderse  las  manifestaciones  sifilíticas  cutáneas,  sino  todos  aque- 
llos procesos  defensivos  que  se  desarrollan  en  la  sangre  y  en  los  tejidos. 

R.  Fraile. 


G.  Aronvitch.— Sobre  la    naturaleza  del    reflejo  oremasteriano. 

(On  the  nature  of  the  cremasteric  reflex.)  The  Journal  of  Nervousan^ 
Mental  Disease.  Volumen  LXIV,  núm.  3,  septiembre  1926. 

La  aplicación  de  la  doctrina  evolutiva  a  la  neuropatología  arroja  mucha 
luz  sobre  algunas  manifestaciones  clínicas  en  neuropatología  y  permite  in- 
corporar a  la  categoría  de  hechos  biológicos   generales,  algunos   que  sólo 


oaocidos  desde  el  puiito  de  vista  auatánúco  y  cliiiico.   E|   autor  t 

Rropone  seguir  el  camino  iniciado  por  Astwazatukow  que  hace  algún  t 

)  ha  iniciado  la  tarea  de  dar  una  interpretación  biogénica  de  la  sintoma- 

.u'ogia   pirattiidal.   El   autor   dedica   sus   inveslígacioucs  al  estudio   de  la   lia- 

Ituraleza  del  reflejo  cremasieriano.  Como  se  sabe,  en  las  lesiones  de  la  neu- 
tnotora  central  se  recoge  frecuentemente  como  fintoma  la  desaparición 
reflejo   cutáneo   abdominal  y   creniasteriano.    Es,    fácil   nolar,   sin    on- 

'  iKirgo,  que  el  reflejo  cutáneo  abdominal  se  afecta  más  gravemente  que  d 
teriano;  por  ejemiplo,  en  los  casos  de  hemiplejía  la  diferencia  de  la 
iiilensidad  del  reflejo  en  el  lado  sano  y  en  el  lado  ejifermo  es  muy  grande 
para  el  cutáneo  abdominal  y  muy  pequeña  para  e!  crcmasteriano.  Igualmen- 
te la  total  desaparición  del  reflejo  cremasteriano  es  mucho  más  rara  que 
la  del  reflejo  cutáneo  abdominal. 

Todo  el  mundo  sabe  que  en  la  esclerosis  en  placas  es  muy  precoz  la  des- 
aparición del  reflejo  abdominal  y.  en  cambio^  en  los  mismos  eiifennos  sólu 
muy  raras  veces  queda  abolido  el  reflejo  cremasteriano.  Estudiando  algunos 
casos  avanzados  de  la  enfermedad  se  puede  ver  que  el  reflejo  abdominal  s 
perior  puede  todavia  provocarse  cuando  el  medio  e  inferior  han  desapare—, 
cido  ya  por  completo;  y,  sin  embargo,  el  reflejo  cremasteriano  i 
presente  mostrando  tan  sólo  un  pequeño  decrecimiento  en  su  üitensidad^V 
en  apariencia  se  diría  que  el  reflejo  abdominal  medio  c  inferior  se  pierde 
eu  la  esclerosis  en  placas  ajites  que  el  superior  y  que  el  cremasteriano  per— 
manece  activo  mucho  más  tiempo  que  aquél ;  la  desigualdad  de  los  reflejos 
no  tiene  importancia  porque  se  presenta  también  en  los  sujetos  normales  y 
depende  del  desarrollo  desigual  del  cremáster. 

Con  la  base  de  estas  observaciones  queda  confirmado  que  en  las  lesiones  | 
piramidales  el  reflejo  abdominal  es  e!  primero  en  disminuir  o  desaparecer,  ' 
mucho  antes  que  el  cremasteriano,  el  cual  está  tan  sólo  ligeramente  dis—  ' 
niinuído.  El  hecho  de  que  ima  lesión  de  la  via  piramidal  afecte  primero  al 
reflejo  abdominal  y  mucha  más  fuertemente  que  al  reflejo  cremasteriano, 
liorna  la  atención  a  causa  de  que  estos  dos  reflejos  cutáneos  se  hallan  en 
unn  estrecha  relación  anatomofisiológica,  y  tienen  un  origen  absolutamente 
idéntico. 

Las  vías  periféricas  de  ambos  arcos  están  distribuidas  en  estrecha  ve- 
cindad ;   los  arcos  reflejos  del  abdominal   pasan   por   los   segmentos   dorsales 

,    7  al  12,  y  el  reflejo  cremasteriano  cierra  su  arco  en  el  primer   segmento 

■  lumbar. 

'  En  ocasiones,  la  irritación  de  la  piel  en  la  región  hípogástríca  provoca, 
no  sólo  la  contracción  de  la  región  que  está  por  encima  en  la  pared  del  vien- 
tre, sino  también  la  contracción  del  cremáster.  Por  otro  lado,  investi- 
gando el  reflejo  cremasteriano,  es  decir,  irritando  la  superficie  inlerna  del 
musióse  puede  c*tener  también  una  contracción  muscular  en  la  región 
I i¡I« gástrica.  Bechtf.rew  distingue  un  reflejo  extra-suprainguínal  que  sí 
ej.:eriorÍza  por  ta  contracción  de  los  músculos  oblicuos  encima  del  ligamento 
de  POTJPART,  como  consecuencia  del  pcllizcamietito  de  la  cara  interna  dfl 
muslo,  y  este  reflejo  se  obtiene,  en  general,  a  la  vez  que  una  contracciflr  , 
del  músculo  cremáster. 


—  389- 

Existen  igiialmente  fenómenos  de  sumación  y  recíproco  reforzamiento 
de  los  reflejos  cutáneos  y  del  cremasteriano.  Por  consecuencia,  la  disolu- 
ción de  uno  de  ellos  puede  ser  causada  por  la  pérdida  de  la  influencia  re- 
fleja del  otro  cuando  se  halla  ausente. 

Con  la  base  de  estas  relaciones  anatómicas  se  podía  esperar  una  varia- 
ción paralela  del  estado  de  los  reflejos  en  las  lesiones  piramidales  y,  sin 
embargo,  la  realidad  es  muy  distinta. 

Para  explicar  esta  diferencia  el  autor  recurre  al  estudio  de  la  evolución 
cntogénicaí  y  filogénica  de  estos  reflejos.  Empieza  por  hacer  notar  que  los 
mamíferos  carecen  de  reflejos  abdominales,  como  es  posible  demostrar  in- 
vestigándolos en  los  animales  domésticos.  Tienen  un  reflejo  que  puede 
confundirse  con  éste,  pero  que  se  diferencia  de  él  en  que  los  músculos  que 
se  contraen  por  el  estímulo  cutáneo  del  vientre  son  los  de  la  piel  y  no  los 
de  la  pared.  En  ;los  monos  también  está  ausente  el  reflejo  cutáneo  abdo- 
minal. 

Mediante  estos  datos  filogénicos  es  posible  poner  en.  relación  la  apari- 
ción del  reflejo  abdominal  con  la  adopción  de  la  postura  ortostática  del  cuer- 
po humano;  es  decir,  con  el  desarrollo  de  la  marcha  sobre  los  pies.  En 
confirmación  de  este  punto  de  vista  los  datos  ontogénicos  confirman  que  los 
reflejos  abdominales  hacen  su  aparición  en  el  niño  alrededor  de  los  siete 
u  ocho  nieses;  es  decir  cuando  empiezan  a  adoptar  una  actitud  erguida. 

En  cambio,  el  reflejo  cremasteriano  existe  entre  los  animales,  aunque 
hay  que  tener  cuidado  de  no  confundirle  con  el  reflejo  escrotal  mucho  más 
frecuente.  Por  lo  demás,  en  los  niños,  el  reflejo  se  encuentra  presente  desde 
las  primeras  horas  de  la  vida,  muchas  veces. 

Es,  pues,  evidente,  que  el  reflejo  cremasteriano  es  más  antiguo  filogénica 
y  ontogénicamente  que  el  reflejo  cutáneo  abdominal  y  no  debe  sorprender 
que  se  conserve  durante  mÁs  tiempo. 

Es  extraño  que  el  autor,  que  no  hace  aquí  sino  aplicar  el  principio 
general  de  la  disolución  y  reintegración  de  las  fimciones  del  sistema  ner- 
vioso de  Jakson  no  haga  aquí  mención  del  nombre  del  ilustre  neurólogo 
inglés. 

J.  S.  Banús. 


[.  G.  LiwscHiTz.—  Sobre  el    tratamiento  de  la    parállsrls    gene- 
ral con   llpoldes.     Zur    Behandlung   der    progressiven    Paralyse   mit 

Lipoiden.  Zettschrift  für  dte  gesamte  Neurologie  und  .Psychtatrie.   To- 
mo CIV.  Cuaderno  4-5  octubre  de  1926. 

Indudablemente,  la  parálisis  general  tiene  todavía  muchos  problemas 
no  resueltos  desde  el  punto  de  vista  científico;  entre  otros,  el  autor  se  pre- 
ocupa de  preguntarse  porqué  el  tratamiento  específico  favorece  muchas  ve- 
ces la  presentación  de  la  parálisis  o  agrava  su  curso ;  por  qué  la  parálisis 
asienta  tan  frecuentemente  en  gehfes  físicamente  sanas,  bien  nutridas  y 
fuertes,  etc. 


-  390  - 


1    tLl     (^H 

aii  de  iTl 


Huchas  de  eslas  aparentes  conlradicciones  reciben  su  explicad 
sidcrar  el  carácter  infeccioso  de  la  sífilis  y  plantearse  los  proble 
lucha   entre   el   organismo  y   el   germen   en  el   mismo   terreno   eii   que   esta- 

s  habituados  a  considerar  todas  las  demás  infecciones.  SÍ  es  cierto  que 
el  organismo  se  defiende  de!  germen  con  la  producción  de  anticuerpos  es- 
pecíficos, no  es  menos  exacto  qtte  el  germen,  por  su  parte,  puede  también 
Lianifestar   cierto   grado   de   inmunidad   contra   los   ataques  del   medio. 

El  hecho  de  que  en  la  parálisis  general  el  Wassermann  sea  completamen- 
Le  positivo,  tiene  alguna  significación  indudable  en  cl  sentido  de  probar  qui- 
en la  parálisis  se  produce  tal  vez  un  citceso  de  anticuerpos,  el  cual  conduce 
t  la  abolición  de  la  sensibilidad  reactiva  del  organismo  y  a  )a  desaparición 
de  su  capacidad  reacciona]  ante  los  medios  de  defensa  del  espiroquete. 

Es  posible  que  la  defensa  enérgica  del  organismo  contra  los  espiroque- 
les  engendre  esta  sobreproducción  de  anticuerpos ;  utilizando  la  terminolo- 
gía de  ¡a  teoría  de  las  cadenas  laterales  (ya  tan  en  desuso)  el  autor  consi- 
cera  que  estos  anticuerpos  podrían  quedar  adheridos  a  la  célula  con 
\ciido  los  receptores  sésiles  y  aumentando  por  consiguiente  la  sen¡ 
dad  del  organismo  a  las  acciones  bacterianas. 

Es  indudable  que  los  lipoides  tienen  una  especial  apetencia  para  fij: 
n  complejo  los  anticuerpos  sifilíticos.  En  ese  remido  la  adSnínistración  ■ 
poides  podría  conducir  a  la  fijación  de  un  cierto  número  de  los  anticuerpos  en 
o  y  colocar  el  organismo  en  condiciones  de  mejor  defensa.  El  autor  inició 
sus  trabajos  preparando  un  extracto  alcohólico  de  cerebro  de  animales;  pero 
ulteriormente  ha  simplificado  más  su  técnica  utilizando  direclaniente  la^ 
Emulsiones  de  tejido  nervioso  que  se  emplean  para  el  tratamiento  de  la 
rabia,   con   las   que   jamás   han   sufrido   sus   enfermos   accidente   de   ninguna 

Aporta   luego   la   historia   de   seis   casos;    pero,   en   conjunln.   lia    :ratado 
20,  de  los  cuales  ha  habido  7  con  una  mejoría  psíquica  buena;   5 
niejoria   psíquica   pequeña;   5,   que   han   logrado  una   remisión   ace^Áable; 
que   cJ.perÍT!entaron  una   notable   mejoría  en   el    estado    fíjíci»  I. 
utíliradn  ha  sido  corrientemente  la  de  inyectar   :-2  c.  r.  de  preparado 
rrábiet  r/jr  vía  intramuscular 

En  sus  conclusiones  insiste  L.  en  que  en  el  organismo  animal  desem] 
1  importantísimo  papel  los  lipoides,  principalmente  en  el  sistema  nerviosc 
central.  Cree  que  la  lipoidoterapia  está  llena  de  promesas  para  el  tratamien- 
1  de  muchas   enfermedades  del   sistema  nervioso.  La  experiencia  lo  lia  de- 
mostrado que  en  la  parálisis  general  los  enfermos  mejoran  de  estado 
y  de  estado  ntental.  Y  este  resultado   le  parece  tanto  más   digno   de 
yarse  cuanto  que  los  casos  de  muerte  en  el  tratamiento  de  la  parálisis 
gresiva   por    el    paludismo    registrados    son   ya   muchos    (según   Scbulti 

por  loo;  según  Flíck,  el  ti  por  loo;  según  Jossy^KN  y  Stsi- 
NAiíTS,  el  i6  por  loo),  y,  por  consiguiente,  disponer  de  una  técnica  inofen- 
siva  y   eficaz   para   el   tratamiento   de   la    parálisis  es   cosa   verdaderamente 


I 

ielTl 

pero 
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le:  tS.    I 

tédM 

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Stsi-     i 


—  391  — 


R.  FiscHER.— A   propósito  de  Jos  sueros  radloaotlvos  antloan- 
cerosos.  La  curieterapia  Interna  de  los  cánceres.  (A  propos 

des  serums  radioactifs  anticancereux.  La  curietherapie  interne  des  cañ- 
cers.)  Schweis.  Med,  Woch,,  núm.  41,  1926. 

Se  acepta  por  muchos  autores  que  las  células  neoplásicas  son  más  sen- 
sibles a  las  radiaciones  durante  el  período  que  precede  a  la  kariokinesis 
y  durante  la  kariokinesis  misma,  siendo,  por  tanto,  las  células  tanto  más 
radiosensibles  cuanto  mayor  es  su  actividad  kariokinética  y  cuanto  menos 
fijas  son  sus  funciones  y  su  morfología. 

En  estas  leyes  descansa  sobre  bases  sólidas  la  curieterapia  general  de  los 
cánceres,  método  preconizado  por  Kotzareff,  y  que  hoy  día  está  en  auge, 
método  que,  como  se  sabe,  consiste  en  aplicar  emanación  de  radio  por  vía 
sanguínea. 

Es  evidente  que  los  tejidos  muestran  una  retención  electiva  (no  exclu- 
siva para  la  emanación)^  y  desde  luego,  las  células  neoplásicas  son  las  que 
más  intensamente  fijan  la  emanación. 

En  esta  modalidad  terapéutica  hay  que  tener  en  cuenta,  como  en  otros 
medicamentos,  una  fijación  de  absorción,  otra  de  eliminación  y  otra  de  re- 
tención, y  puesto  que  se  aplica  por  vía  venosa,  es  mdudable  que  el  medio 
^ue  sirve  de  vehículo  tiene  una  gran  importancia,  pudiendo  ser  im  disolven- 
te mejor  o  peor  de  la  emanación,  y  pudiendo  a  veces  ejercer  por  sí  una 
■cierta  influencia  sobre  las  células  del  organismo,  y  así  se  comprende  que 
los  efectos  serán  muy  distintos,  aunque  se  empleen  las  mismas  cantidades 
<le  vehículo  si  éstos  son  diferentes,  pues  en  unos  se  fijará  mejor  la  ema- 
nación y  en  otros  peor,  del  mismo  modo  que  éstos  la  cederán  a  los  teji- 
^.os  con  tanta  mayor  facilidad  cuanto  más  difícilmente  sean  fijadores  del 
elemento  radioactivo. 

El  vehículo  debe  servir  de  amboceptor  de  tal  modo  que  por  un  extre- 
mo se  adhiera  a  la  emanación  y  por  otro  al  elemento  canceroso,  así  como 
también  debemos  procurar  que  coloque  a  las  células  en  estado  de  menor 
resistencia.  Ahora  bien;  teniendo  en  cuenta  el  desequilibrio  humoral  que 
hay  en  los  cancerosos,  es  preciso  evitar  a  toda  costa  que  el  vehículo  pue- 
da aumentar  este  desequilibrio,  provocando  una  acción  de  schock. 

Hasta,  ahora,  los  vehículos  usados,  eran  el  autosuero  del  enfermo  y  el 
hemostyl. 

El  autor  ha  preparado  una  gelatinolisina  calcica  de  un  ph.  igual  al  de 
la  sangre,  o  sea,  de  7,4  a  7,8  ó  aun  más  alcalino.  En  este  preparado  se  ha 
escogido  el  calcio  muy  ionizado  por  su  papel  frenador  sobre  los  tumores, 
y  la  gelatina  y  la  usina  como  elementos  sensibilizantes  de  las  células.  Este 
preparado  además  se  carga  muy  bien  de  emanación. 

Hay  que  tener  en  cuenta  también  que  no  todos  los  cuerpos  radioacti- 
vos tienen  las  mismas  propiedades  y  que,  por  tanto,  no  son  comparables  los 
lesultados  obtenidos  con  unos  o  con  otros. 

Puesto  que  la  emanación  es  un  gas,  se  elimina  por  el  aparato  respira- 


—  35>2  — 

torio,  espirándose  en  seguida  un  aire  radioactivo.  Y  vale  más  proceder  t 
aplicaciones  repetidas  de  dosis  medias  que  a  una  sola  fuerte. 

La  emanación  se  puede  aplicar  internamente  por  diversos  procedimien- 
tos» desde  la  ingestión  en  cápsulas  o  con  leche,  hasta  inyecciones  intrave- 
nosas. 

£1  autor  aun  no  se  atreve  a  sentar  conclusiones  respecto  a  los  restdta- 
dos  prácticos  de  esta  terapéutica  de  los  neoplasmas. 

J.  Torre  Blanco. 


:^chivos  de  medicina 
rugía  y  especialidades 

.^^^V  27  ^^  noviembre  de  1926  ^^^  \»^ 


sífilis  como  causa  de  los  síndromes  extrapira- 

mídales 

por 

Federico  J.  Ontlveros. 


I^on  este  titulo,  y  en  esta  misma  revista  (t.  XXV,  núm.  3),  han 
icado  J.  Bejarano  y  J.  A.  Gay  'un  trabajo  de  gran  interés  teó- 
y  práctico,  en  cuanto  que  de  él  se  deduce  la  relativa  frecuencia 
a  sífilis  como  factor  causal  de  los  síndromes  parkinsonianos  y, 
lo  tanto,  la  existencia  de  un  determinado  neurotropismo  re- 
al del  germen  sifilítico  respecto  a  los  núcleos  de  la  base.  Como 
ra  que  estas  afirmaciones  no  han  sido  en  general  reconocidas 
o  válidas  anteriormente,  ni  en  el  terreno  clínico  ni  en  el  his- 
tológico, y  ésto,  a  pesar  del  intenso  estudio  recaído  sobre  la 
•logia  del  sistema  extrapliramidal,  sobre-  todo  desde  la  laparición 
os  síndromes  post-enoef  alíticos,  creo  es  de  necesidad  un  comen- 
>  a  las  observaciones  de  Bejarano  y  Gay,  tan  conduyentes  en 
*iencia. 

En  lo  que  se  refiere  a  mi  experiencia  personal  de  siete  ai  ocho 
^,  en  los  cuales  he  dedicado-  atención  preferente  a  todo  lo  re- 
''o  al  sistema  extrapiramidal,  como  lo  atestigua  un  estudio  pu- 
ido  en  esta  revista  (i),  sólo  hie  podido  encontrar  un  caso  de 
^insonismo  en  om  enfermo  de  treinta  y  dos  años,  con  rigidez, 
t^o  temblor,  Babinski  negativo  y  Wassermann  positivo  en  san- 
;  pero  con  antecedentes  de  un  proceso  gripal  intenso,  padecido 
año  antes  de  inidiarse  la  enfermedad  actual.  Mejoró  notable- 
ite  de  sus  síntomas  con  un  tratamiento  a  base  die  bismuto  y 
salvarsán,  hasta  él  punto  de  poder  dedicarse  a  sus  trabajos  ha- 
yales. Este  caso  fué  diagnosticado  por  mí  de  parkinsonismo  post- 
^falítico,  con  sífilis  neurovascular  asod'ada,  a  pes^r  de  los  re- 


—  394  —  ^H 

sultados  obtenidos  con  el  tratamiento  específico,  y  en  este  puifío^ 
precisamente,  estriba  la  discordancia  y  acaso  el  **rror  d-^  interpre- 
tación de  los  hechos  anotados  por  Bejarano,  en  lo  que  a  diagnós- 
aico  etiológico  se  refiere. 

La  participación  de  la  sífihs  en  la  producción  de  ciertas  mani- 
festaciones estriopalidales  es  frecuente  y  universal  mente  reconoci- 
da ;  pero  tratándose  casi  siempre  de  síndromes  o  signos  secunda- 
rios, sintomáticos  de  afecciones  tnesodérmicas  o  ectodérmicas  neu- 
rosifiíiticas  generales.  Alzheimee,  Lhermitte,  C.  y  O.  Vogt  han 
descrito  las  lesiones  del  striatum  en  la  parálisis  general  progresiva, 
que  pueden  adquirir  la  forma  de  un  status  fibrostis,  carácter  ana- 
tomopatológico  del  sindronie  coreico,  y  A.  Jakob  (3),  entre  otros, 
ha  señalado  la  presencia  de  gérmenes  numerosos,  acompañando  a 
las  lesiones  del  caudal  y  del  putamen,  que  pueden  ser  latentes  o 
manifestarse  por  síntomas  core'cos  y  más  frecuentemente  por  pa- 
raquinesias  con  Babinski  negativo. 

E!.  parkinsonismo  se  presenta  por  lo  regTilar  en  los  prccesos 
endarteríticos  de  la  sífilis  nerviosa,  mezclado  con  ííntomas  del 
striatum.  (hiperquinesiias)  y  con  otras  manifestaciones  cerebrales 
arterioesclerósicas.  A  este  género  pertenecen,  precisamente.  las  ob- 
servadones  de  Jakob  comentadas  en  el  trabajo  de  Bejar,\no  y  Gay. 
En  cuanto  a  la  parálisis  agitante  Juvenil  de  R.  Hunt,  no  parece 
tenga  qué  ver  nada  con  la  sífilis,  estando  líncluída  con  toda  segu- 
ridad, como  afirma  Lewy  (3),  en  la  pseudoesclerosis  y  en  las  for- 
mas post-encefaliticas  después  estudiadas.  En  lo  que  respecta  a  la 
genuína  parálisis  agitante,  Lewy  no  menciona  sino  los  casos  5Ín- 
tomátlicos  de  procesos  gomosos  o  paralíticos,  y  afirma  que  "hasta 
la  fecha  no  hay  im  solo  caso  conocido  de  alteraciones  paraliticas 
limitadas  a  los  ganglios  básales".  Todos  estos  datos  confirman  los 
resoíltados  de  la  investigación  histopatológica  de  los  citados  núcleos 
en  la  paráli'sis  progresiva,  de  la  qual  se  deduce  que  las  lesiones  si-- 
filíticas  neurogliales  son  raras  en  el  sistema  palidal  (Jakob,  Spat?.), 
encontrando  Kalnin  (4)  afectados  por  el  proceso  hiético  el  puta- 
men, caudal  y  tálamo  y  no  el  gl.  pallidus  ni  otras  formaciones  ex-  — 
trapirami  dales.  La  coexistencia  de  la  enfermedad  de  Parkinson 
con  síntomas  tabéticos  es  rarisi'ma,  siiponiedo  Souques,  pOr  razo—  - 
nes  de  coincidencia,  que  ambas  manifestaciones  son  de  origen  si — 
filiíico,  Pero  Salomonsen  piensa  que  este  cuadro  clínico  form*, 
una  entidad  indepenií'eiite  de  la  sífilis,  a  cuya  opinión  tienden  ^ 
inclinarse  Chavaky  y  M.  Levy  (5). 

Asimismo,  las  observaciones  de  parkinsonismo  genuinament^ 
sifilítico,  sin  otra  asociación  neurotrópica  zonal,  infecciosa  o  tóxi— 


—  395  — 

ca  que  puleda  explicarlo,  son  extraordinariamente  raras.  La  núme- 
ro XVI,  de  Jakob,  puede  incluirse  entre  ellas,  en  cuanto  que  clí- 
nica y  anatómicamente  fué  eliminada  la  parálisis  progresiva,  pero 
no  la  artterioesclerosis  de  los  vasos  cerebrales.  El  caso  de  Are- 
ne (6)  es  más  típico,  por  carecer  en  absoluto  die  antecedentes  gri- 
pales o  febriles  que  hubieran  podido  enmascararlos.  Contrariamen- 
te a  esto,  Bejarano  y  Gay  afirman  la  frecuencia  de  los  síndromes 
parkinsonianos  sifilíticos  y  citan  cinco  observaciones  de  este  gé- 
nero, número  en  realidad  considerable,  si  se  tiene  en  cuenta  la  es- 
casez generalmente  adm^itida.  Pero  después  del  estudio  de  las  ob- 
servaciones descritas,  parece  más  lógico  dar  una  inter-pretación  dis- 
tinta de  la  emitida  por  estos  autores,  aun  coincidiendo  con  ellos  en 
reconocer  el  interés  práclico  que  tiene  ía  sistemática  investigación 
de  la  sífilis  en  todos  los  casos  de  parkinsonismo,  del  origen  que 
sean. 

El  enfermo  número  2  de  los  cinco  historiados  en  el  trabajo 
a  <iue  nos  iief  erimos.,  parece  indudable  que  puedie  descartarse,  pues- 
to que  a  la  negatividad  de  los  signos  del  líquido  cefalorraquídeo 
une  el  manifiesto  antecedente  gripal.  En  las  observariones  prime- 
ra, tercera  y  cuarta  se  trata  de  sifilíticos  antiguos,  en  los  cuales 
se  presentó  un  síndrome  parkinsoniano  típico,  poco  tiempo  después 
^e  haber  padecido  sendos  procesos  gripales,  que  mejoró  notable- 
-'^^^nte  a  consecuencia  del  tratamiento  específico.  Es  evidente  que  fe 
sífilis  jugó  aquí  un  importante  paplel  etiológico;  pero  es  asimismo 
cierto  que  el  complejo  sintomático  nervioso  fué  provocado  exacta- 
^^^nte,  cual  si  se  tratara  de  un  proceso  corriente  port-encefáKco, 
c^n.     sus  características  peculi'ares  de  tiempo  de  aparición  después 
^^1     acceso  gripal,  localización  preeminente  en  el  sistema  palidal, 
^^^    eontra  de  lo  que  sucede  con  la  lúes  encefalítica  y  presencia  ae 
^s     síntomas  característicos.  Por  esta  r^zón,  y  haciendo  una  tra- 
^^<^eión  rigurosa  del  cuadro  clínlico  podemos  afirmar  la  existencia 
^*p  Un  síndrome  parkinsoníamo  post-encefalítico,  intensificado  o  ma- 
^*^f  estado  probablemente,  por  encortrar  un  terreno  predispuesto, 
^'^a.do  por  Ta  endarteritis  sifilítica  preexistente.  No  se  debe  ase- 
§rurar  en  clínica  la  naturaleza  infecciosa  o  tóxica  de  un  síndrome 
^^trapiramidal,  sin  habernos  asegurado  previamente  de  la  ausen- 
^^  de  todo  vestigto  de  encefalitis  epidémica,  cuando  se  quiere  de- 
P^rar  el  diagnóstico  etiológico  de  tales  casos. 

Que  el  exquisito  neurotropismo  regional  del  virus  encefalítico 
P^^cJe  encontrar  oondioiones  locales  predisponentes,  es  tm  hecho 
^Wo  y  bien  conocido.  Estas  pueden  consistir :  en  una  vulnerabilidad 
^^yor  del  sistema  nervioso,  y  así,  actualmente,  se  discute  el  factor 


-  396  - 


constitucional  desde  diversos  puntos  de  vista;  en  la  presencia  f 
intoxicaciones  e  infecciones  dotadas   de  neurotropismo  especifico, 
como  el  reumatismo  o  «1  tifus  exantemático,  o  fccen  en  una  debili- 
tación del  terreno  por  trastornos  de  nutrición  de  origen  vascular 
o  de  su  norma!  capacidad  de  reacción  defensiva,  como  acontece 
con  la  sífilis  en  auseno'a  de  toda  lesión  neuroglial  germinicida, 
según  demuestran  los  estudios  de  Igebsheimee  (f)  y  Behr  (8). 
Claro  es  que  también  puede  suceder  que  ciertos  factores  de  vul- 
nerabilidad extrapiramidal  incrementen  lesiones  luéticas  del  siste — 
ma  pallidum,   que  serán  entonces   sintomáticas   de  la  neurosífili^ 
vascular  generalizada,  como  demuestran  los  hechos  fftados  ante — 
rionnente,  y  pueden  asimismo  formar  parte  de  una  sífilis  ectodér-- 
mica,  como  sucede   en  la  parálisis  general  progresiva,  en  doncL-^ 
habrá  un  predominio  de  las  alteraciones  del  striatum  sobre  las  d^^l 
palliduni.  con  la  manifestación  clinica  de  hiperquinesias  y  paraqu.»- 
nesias.   Queda  la  sifiliis  mesodérmica  meníngea  o  gomosa,  que  g=^i 
indudable  puede  afectar  al  sistema  palidal,  pero  como  -un  hect-».< 
particular  de  localización  extrínseca. 

El  argumento  que  se  deduce  de  los  éxitos  obtenidos  con  el  tr-Et 
tamiento  especifico  no  contradicen  lo  anterior,  aunque  sí  demu^^ 
tr^  el  interés  práctico  de  las  observaciones,  de  Bejarano  en  e,^t< 
sentido.  La  vuelta  a  la  normalidad  de  las  lesiones  vasculares,  sl 
permitir  una  nutrición  adecuada  del  tejiido  nervioso,  propiamer^te 
diciho  y  la  restitución  de  su  excitabilidad  cualitativamente  pertx:H"- 
bada,  ocasionará  la  supresión  de  ]qs  factores  ocasionales  del  síi^- 
drome,  y  con  ello  la  mejoría  del  proceso  encefalítico  que  pudo  e^vo- 
lucionar  en  cierta  medida,  merced  a  las  condiciones  especiales  dc'l 
terreno.  Recordaremos,  adetñás,  que  en  la  encefalitis  epidémica  s^" 
participadón  sifilítica  se  han  empleado  con  éxito  preparados  ^^' 
senicales.   ioduros,  etc.,   que  actúan  sobre  el  proceso  encefalítico. 

El  caso  a  que  se  refiere  la  observación  quinta  es  el  único  *jW^ 
en  buena  lógica  puede  incluirse  en  el  número  escaso  de  los  conoc»" 
dos  como  de  probable  parkinsonismo  9'.fÍlJtico  verdadero,  ya  q»*^ 
no  aparece  historia  anterior  de  gripe  ni  de  otro  proceso  similar.-  y 
esto  a  pesar  del  exiguo  resultado  obtenido  con  el  tratamiento,  cwi*"^ 
en  el  de  Arene,  del  mismo  género,  tratado  con  el  arsi'ileno  (contra 
la  hipertonía)  y  con  nova  rseno  benzol -cianuro,  que  mejoró  de  I*^* 
síntomas  nerviosos,  persistiendo  los  signos  serológkos,  Eí  esca**' 
resuJtado  del  tratamiento  habla  precisamente  en  favor  de  la  exJS" 
tencia  de  una  verdadera  neurosifilis  ectodérmica,  con  invasión  d*  | 
los  elementos  neurogliales.  .^HÉÉ 

Concluiré  finalmente  en  que  el  germen  sifilítico  carece  de  ^^^| 


—  397  — 

IMsmo  especial  con  relación  a  los  núcleos  de  la  base  y  en  que  los 
casos  de  parkinsonismo  sifilítico  juvenil  son  extraordinariamente 
raros,  lo  que  confirma  la  resistencia  particular  del  pallidum  al  spi- 
rocheta,  anteriormente  comentada,  sin  que  esto  quiera  decir  que  la 
aiistemática  pesquisa  de  la  sífilis  no  tenga  un  real  interés  en  cuanto 
al  pronóstico  y  al  tratamiento. 


BIBLIOGRAFÍA 

(i)  Arch.  de  med.  cir.  y  esp.,  lo  enero  1925. 

(2)  Die    extra  piramidales   Erkrankungen. 

(3)  Dic  Lehere  vo;i  Toniis  iind  dcr  Bczvegiing,  1923. 

(4)  Zeitsckr.  f.  die  gcs.  Ncur.  u.  Psich.,  89,  1924. 

(5)  Soc.  de  neurob.,  15  abril  1926. 

(ó)  Rain,  medico-chir.  d.  hop,  d^  Lille.,   junio  1925. 

(7)  Cit.  por  Behr. 

(8)  Munch,  med.  IVoch.,  8  y  9  1926. 


SOBRE    EL  ORIGEN   HIDRICO    DE   LAS   ENFERMEDADES    IN- 
FECCIOSAS INTESTINALES  V  EN   PARTICULAR  DE  LA   FIE-         — 


.  Qopy. 


J 


IBRE  TIFOIDEA 
El  origen  Jiídrioo  del  cólera,  de  la  disentería  Iracilar  y  de  la  .^sj 
fiebre  tifoidea  ya  .no  se  pone  hoy  en  duda ;  los  documentos  esta-  — -.m- 
^  dísticos  establecen  indiscutiblemente  la  eficacia  de  las  medidas  de  ^^Je 

vigilancia  y  de  pitrificadión  de  las  agrias  de  alimentación  para  la-^s  -la 

protección  de  las  colectividades  contra  las  enfennedades  infecdo o- 

^_      sas  intestinales. 

^L  El  análisis  bacteriológico  de  las  aguas  no  ha  confirmado  Ias^EB->s 

^H  enseñanzas  de  la  higiene  y  hasta  pareoe,  en  algunos  casos,  contra — -*- 
^H  decirins.  Ya  en  1896,  Hanki*',  señala,  no  sólo  la  ausencia  del  vi —  -■- 
^H  brión  colérico  tu  las  a;íuaa  del  J  uirna  /  d-l  Ganges,  cuyos  nberc —  ^- 
^H  ños  son  diezmados  por  el  cólera,  sino  que  demuestra,  además,  la^st-  a 
^H  poderosa  acción  litica  de  estas  aguas  soiffe  e!  vibrión  de  Koch.  Etn**^ 
^H  Francia,  hace  pooos  años,  se  aisló  fácilmente  de  oiertas  aguas  de 
^^B  la  ciudad  de  Versalles  im  vibrión  colérico  que  ofrecía  todos  loS 
^^K  caracteres  del  vibrión  patógeno,  no  habiéndose  presentado  en  di— 
^^  cha  ciudad  hace  mucho  tiempo  y  aun  en  el  curso  de  la  cpider  ' 
^^^  de  1S92  ningún  caso  de  cólera.. 
^V  La  investigación  de  la  bacteria  patógena  ha  sido  sustituida  po^err 

^H  la  colimetría  desde  que  se  demostró  que  no  puede  establecerse  L^"^ 
^H  prueba  baoteriológ'ica  directa  de  la  oontaniiinación  del  agua  por  c  ^  ' 
^^1     bacilo  disentérico  o  por  el  bacilo  tífico. 

^B  Sin  embargo,  el  íiocilo  tífico  persiste  a  veces  durante  varias  st  — 

^H     manas  en  el  organisn»;  su  cultivo  es  rápido  y  abundante,  sn  vi 
^B   talidad  prolongada  en  los  medúos  de  cultivo.  No  ofrece,  en  sum»»       , 


—  399  — 

exigencias  biológicas  tales,  que  se  pueda  atribuir  a  su  fragilidad 
d  íracaso  de  su  aislamiento  de  las  aguas  pducionadas. 

La  contradicción  que  se  presenta  entre  las  enseñanzas  de  la 
-higiene  y  las  enseñanzas  de  la  bacteriología,  no  ha  tenido  todavía 
explicación;  pero  ha  suscitado  numerosas  hipótesis  fundadas  so- 
bre algunas  observaciones  y  más  escasos  hechos  experimentales. 

Las  recientes  adquisiciones  de  la  bacteriología  permiten  un  es- 
tudio crítico  de  estas  hipótesis  y  una  nueva  iríterpiretación  de  la 
ausencia  del  bacilo  tífico  en  las  aguas  sucias. 

^n      ^^      ^^ 

Los  fracasos  registrados  son  atribuidos  primerariiente  a  fal- 
tas de  técnica.  El  bacilo  tífico  existe  en  pequeño  número  en  las 

•aguas  polucionadas.  Las  bacterias  báñale',  bacilo  del  colon,  bacilo 
proteus,  bacilo  piociánico,  bacilo  fluorescens,  etc.,  se  desarrollan 
rápidamente  en  los  medios  semibradios  con  las  aguas  sospechosas 

-e  impiden  o  dificultan  el  cultivo  del  bacilo  tífico.  En  efecto,  si  bien 
el  bacilo  tífico  persiste  durante  varios  meses,  en  ctátivo  puro,  en 
el  agua  desaparece  en  algunas  semianas  o  en  algunos  días  en 
presencia  de  gérmenes  saprofitos.  En  particular,  el  bacilo  del  colon 
manifestaría  un  poder  antagonista  marcado  hadla  el  bacilo  tífico. 
Se  han  hecho  m/uchos  ensayos  para  estaMecer  una  técnica  de 
-aislamiento  del  bacilo  de  Eberth  :  Cultivo  a  temperatura  elevada, 
42  a  45^,  concentraición  de  volúmenes  considerables  de  agua,  con- 
centración de  los  bacilos  por  medio  del  suero  aglutinante,  medios 

•selectivos  adicionados  con  cuerpos  diversos,  bilis,  cafeína  o  anti- 
sépticos que  dificultan/  el  desarrollo  de  lias  bacterias  banales,  me- 
dios con  indicador  coloreada  Incluso,  se  han  asociado  estos  dife- 
rentes procedimientos.  Dan  resultados  satisfactorios  en  el  labora- 
torio ;  pero  en  la  práctica  no  son  utilizables. 

Además  se  admite,  que  el  badlo  tífico  ha  desapjsirecido  ya  del 
agua,  cuando  se  ¡le  busca  en  ella.  El  análisis  bacteriológico,  es  ne- 

-cesariamente  contemporáneo  de  los  primeros  casos  de  fiebre  ti- 
foidea clínicamente  diagnosticados.  Entre  el  comienzo  de  la  in- 
fección y  la  aparición  de  los  primeros  signos  clínicos,  han  pasado 
dos  semanas,  durante  las  cuales,  la  concurrencia  vital  y  el  anita- 
gomismo  microbiano,  han  ejercido  su  influjo  contra  el  bacilo  de 
Eberth. 

Esta  hipótesis  supone  que  el  aporte  del  bacilo  a  las  aguas,  cesa 
a  partir  de  los  primems  casos  de  inf  eccáón  y  atribuye  aj  bacilo  una 
fragilidad  extrema.  Sabemos  que,  incluso  en  presencia  de  gérme- 


1- 

i 


I 


nes  saprofitos,  el  bacilo  de  Eberth  persiste  Tarios  días  en  el  agua 
y  que  puede  vivir  dos  a  tres  semanas  en  las  ostras  de  los  cria- 
deros. 

El  conodinieiirto  más  completo  de  los  gérmenes  y  de  su  biolo- 
gía, inspira  una  nueva  hipótesis. 

El  germen  más  abundante  en  ¡as  aguas  polucionadas  es  el  ba- 
cilo de!  colon;  pero  las  difereníei  vaniedades  aisladas  de  estas 
aguas  no  responden  a  un  tipo  único  de  descripción ;  unas  son  in- 
mííviles.  otras  anindológenas,  algunas  identificables  con  eí  bacüo 
de  Frikdlander.  Es  verosímil  que  la  mayoría  de  estos  gérmenes^ 
provinentes  del  lintestino,  bayan  sufrido,  en  !as  aguas  ricas  en  ma- 
terias orgánicas,  dj^radaóones  que  son  el  origen  de  sus  numero- 
sas variedades. 

El  mismo  badlo  tífico,  al  salir  del  or^nismo,  ofrece  a  veces 
una  morfología  anormal,  ■  formas  pequeñas,  casi  cocciformes 
íormaí;  largas,  filamentosas.  Su  sensibilidad  hacia  las  aglutinínas 
su  actividad  sobre  ciertos  medios  de  identificación  no  se  manífies 
ta;;el  hecho  no  es  raro,  más  que  después  de  varios  pases  en  me 
dios  sólidos. 

Volveremos  más  tarde  sobre  esta  hipótesis  de  la  mutadón  de=i^^- 
bacilo  tífico  que  parece  justificar  la  plasticidad  notable  de  la-  j=^ 
bacterias  intestinales. 

No  nos  ocuparemios  de  la  opinión  de  algunos  autores  que  corr»-  — 
sideran  el  bacilo  tífico  como  un  huésped  normal  del  intestino,  at-"5-  — 
miilable  al  bacilo  del  colon  y  capaz  de  exaltar  su  virulencia  bajo  5-  ^^^ 
acción  de  causas  mal  determinadas. 

Hace  veinte  años.  !a  Escuda  de  Lyon,  puso  en  duda  e!  pap-^s^^ 
especifico  del  bacilo  tífico.  La  fiebre  tifoidea  sería  producida  pcn^  *" 
un  virus  filtrable  invisible  y  el  bacilo  de  Eberth  no  sería  m^»-  ^ 
que  el  agente  de  la  eniteriíis  tífica.  Tendría,  en  el  hombre,  d  n¿^^^ 
rao  papel  que  el  bacilo  paratífico  en  las  determinaciones,  intest"»-" 
nales  y  la  pasteurclla  en  las  determinaciones  pulmonares  del  cc3 
lera  de  las  gaJHnas,  infección  epizoótica  debida  a  un  virus  filtr.^" 
ble. 

Más  tarde,  la  interpretación  lyonesa  fué  abandonada;  sin  emba.x' 
go,  no  por  eso  deja  de  tener  su  \-Blor.  como  más  lejos  vereinc»  ^- 

De  todos  los  conceptos  que  acabamos  de  mendonar,  sólo  dr>"^ 
nos  parecen  dignos  de  retenerse:  la  h'pótesis  de  la  mutadón  y  '^ 
teoría  lyonesa,  qiie  ambas  encuentran  argumentos  nuevos  en  los  des-  ^ 
cubrimientos  bacteriolÓEjicos  recientes. 


—  4í>l  — 

En  1917,  D'Herell'E  describió  el  fenómeno  de  la  lisis  trasmi- 
sible  en  serie  o  fenómeno  del  bacteriófago.  Añadiendo  a  un  cul- 
tivo joven  en  caldo  de  'bacilo  de  Shiga,  algunas  gotas  de  un  fil- 
trado de  heces  de  convaleciente  de  disenteria  de  Shiga,  se  pro- 
duce la  daróficación  del  cultivo  y  la  desaparición  del  bacilo.  La 
resiembra  de  este  cultivo  lisado  en  medios  nuíbrícios  no  muestra, 
despiués  de  permanenida  a  37^,  desarrollo  de  bacilo. 

El  estudio  de  este  fenómeno  es  pairticularmente  instructivo,  si 
se  opera  de  4a  manera^  siguiente :  Se  introduce  en  ttn  caldo  estéril 
una  gota  de  la  emulsión  en  caldo  de  una  pequeña  cantidad  de  cul- 
tivo de  bacilo  en  gelosa  seca,  y  se  añade  una  pequeña  cantidad  dd 
filtrado  de  heces  o  de  aguas  de  alcantarilla,  ricas  en  maiterias  or- 
gámcas.  El  tubo  que  contiene  la  mezda  en  caldo  de  bacilo  y  de 
bacteriófago  se  lleva  a  la  estufa  a  37**. 

Cada  hora  se  toma  un  asa  de  platino  de  este  cultivo  y  se  ex- 
tiende sobre  gelosa.  Mientras  que  las  gelosas  sembradas  las  pri- 
meras horas  presentan  algunas  odoniios  más  o  menos  atípicas,  los 
tubos   sembrados,  más  tarde,  no  muestran  rastros  de  cultivo. 

Si  estudiamos  la  acción  de  estos  filtrados  comparativamente 
sobre  las  bacterias  patógenas  intestinales  y  sobre  el  báculo  dd 
r  olon,  observamos  qu^  el  bacilo  disentérico  es  Jisado  rápidamente ; 
los  bacilos  tífico  y  paraítíficos  son  menos  sensibles  a  la  acción  del 
i>rincipio  lítico;  el  bacilo  del  colon  es  todavía  más  resistente;  en 
:^uaníto  al  vibrión  colérico,  no  puede  ser  lisado  cualquiera  que  sea  el 
mámero  de  pases  y  el  volumen  del  filtrado  que  se  ponga  ©n.  acción. 
Sin  embargo,  reacciona  a  la  acción  del  prindpio,  puesto  que  da 
>obre  gelosa  un  cultivo  de  pequeñas  colonias  opacas,  secas  y  pie- 
gradas.  Estos  resultados  experimenitales  son  los  que  da  el  análi- 
sis bacteriológico  de  las  aguas.  Mien/tras  que  es  bastante  difíail 
lisiar  el  vibrión  colérico  y  d  aislamiento  del  bacilo  tífico  es  muy 
raro,  el  aislamiento  del  bacilo  disentérico  es  excepcional. 

El  estudio  a/tento  sobre  gelosa  de  la  acdón  de  los  filtrados  Uti- 
cos, sobre  d  bacilo  del  colon,  aporta  la  prueba  de  la  mutadón 
de  esta  bacteria. 

m 

BoRDET  y  CiucA  han  demostrado  que  el  badlo  del  colon  re- 
sembrado en  mediio  nutritivo,  dfespués  de  permanenda  en  el  peri- 
toneo del  cobaya,  presenta  la  transformación  mucosa.  Se  obtiene 
ssta  misma  transformación  por  acción  cuidada  de  los  filtrados  de 
las  aguas  de  alcantarilla.  Las  colonias  sobre  gelosa  son  espesas,  mu- 
cosas filantes.  La  morfología  y  las  propiedades  biológicas  de  la 
bacteria  están  profundamente  modificadas.  Los  bacilos  están  in- 
móviles, encapsuladas    y  presientan   una  gran  desigualdad   de  ta- 


I 


maño,  i-a  acción  sobre  los  azúcares  es  poderosa  y  va  a» 
panada  de  un  abiuwJante  desprendimiento  de  burbujas  de 
y  a  veces  die  dislocación  del  medio.  La  ausencia  de  producción 
indol,  ¡05  caracteres  de  cultivo  sobre  patata,  en  gelatina,  por  pica-' 
diu'a  en  'leche,  y  lecbe  fermentada  tornasolada,  ia  acción  sobre  la 
gelosa  o  al  subacetaío  de  plomo  y  sobre  Ja  gelosa  glucosada  al  rojo 
neutro,  permiten  asimilar  este  bacilo  del  colon,  modificado,  a!  de 
Friedlander.  Por  lo  demás,  este  microbio  había  sido  ya  señale- 
do  en  las  aguas  por  Moni,  en  i8S8,  vuelto  a  ver  bajo  el  nombn 
de  bacilhis  capsiüatns  mucosiis,  volviendo  a  verse  identificado  coi^ 
el  bacilo  de  Friedlander,  por  Ghimbert,  en  1896.  Ha  sido 
contrado  con  frecuencia  en  íos  análisis  de  las  a^uas  de  fe,s  regii 
nes  lilicradas  en  1919-1930. 

La  mutación   del  bacilo  del  colon  en  bacilo  de  Fhiedlandi 
■puede,  pues,  realizar?;  cxperimentalinente.  La  del  bacilo  de  Sni 
lo  es  igualmente,  ooano  ha  s^alado  Haüdoroy  en  filtrados  primi- 
tivamente esténÜes  y  conservados  en  el  laboratorio. 

Que  nosotros  isepamos  'la  inuitiacióii  experimental  del  bacilc» 
tífico  en  bacilo  del  colon  o  en  bacilo  de  Friedlander,  no  ha  sido 
observada. 

La  hipótesis  de  la  mutaaión,  aun  cuando  se  apoya  en  algunos 
hechos  e.-cper  i  mentales,  no  está  completamente  demostrpxia.  Ade — 
más,  ¿por  qué  mecanismo  el  bacib  lifioo  degi^adado  y  mutado  re^ 
cuperaria  su  virulencia? 

¿Admitiremos,  más  bien,  que  el  agente  específico  de  la  infi 
ción  tífica  es  un  virus  filtrable? 

Hankin  escribe  a  propósito  de  la  lisis  del  v-ibrióii  colér'cc» 
por  las  aguas  del  Jumna  y  del  Ganges:  "Se  podría  objetar  a  estas 
experiencias  que  los  microhóos  no  son  tal  vez  muertos  por  laS 
aguas  del  Jumna  o  del  Ganges,  sino  solamente  bastante  modifi- 
cados paira  ser  incapaces  de  reproducirse,  y  de  formar  colonias 
sobre  gelosa"  (Aini.  Ii'st.  Pasteur,  1896,  núm.  9,  pág.  5^8);  pero 
rechaza  esta  hipótesis, 

LouRENS,  en  1906.  señala  la  fi'Itrabilidad  del  bacilo  pestosr» 
después  de  1&  desagregación  en  granulos  de  las  fomia.i  bacilares - 
En  1910,  Fontes  demuestra  que  e!  bacilo  tuberculoso  puede  atra— 
vesar  las  bujías  filtrantes,  bajo  una  forma  granoilosa,  puesto  qu^ 
este  filtrado  tuberculiza  el  cobaya  después  de  un  periodo  de  incu- 
bación prolongado.  En  1912,  Leeoux  establece  el  mismo  hecho 
para  el  bacilo  de!  ma!  rojo  de  los  cerdos. 

Mier>tras  que   el   animal  inoculado   con    el   cultivo 


ibrs 
con     T 

imi-^^^l 


o   del   baciS^^^I 


—  4Q3  — 

muere  en  tres  o  cuatro  días,  el  pichón  inoculado  con  el  filtrado  de 
cultivos  viejos  sólo  sucumbe  a  los  quince  días. 

Sabido  es,  además,  que  la  evolución  de  la  infección  tuber- 
culosa es  lenta  en  el  cobaya  inyectlado  con  productos  que  no 
muestran  bacilos  al  examen  (pus  de  absceso  frío,  orina,  etc.).  No 
se  puede  atnibuir  ai  pequeño  número  de  gérmenes  inyectados  la 
lentitud  de  la  evolución,  por  ser  el  cobaya  sumamente  sensible  a 
la  inoculkción  de  productos  tuberculosos. 

Numerosos  experimentadores  acaban  de  confirmar  los  traba- 
jos de  FoNTES,  y  la  dinica,  misma  aporta  sus  pruebas,  puesto  que 
la  transmisión  transplaoentaria  de  la  tuberculosis  de  la  madre  al 
feto  no  es  tan  rara  como  se  creía. 

Desde  1925  numerosos  hechos  confirman  la  filtrabilidad  de  las 
formajs  bacterianas.  Hauduroy  señala  la  observación  de  un  co- 
nejo inoculado  con  un  filtrado  estéril  y  controlado  de  bacteriófago 
antiestafiliocócico,   que   murió  tardíamente  con  numerosos    absce- 
sos a  estafilococos  en  los  riñonei.  Esite  autor  señala  que  urí  he- 
mocultivo  de  un  tifico  permaneció  estéril  durante  cuatro  días,  y 
presentó  el  quinto  día  pequeños  granos  y  cocos  gram  n^ativos. 
Entre  el  quinto  y  el  décimo   días  de  permanencia  en  la  estufa 
aparecen  bacilos  cada  vez  más  numerosos,  al  mismo  tiempo  que 
desaparecen  los  cocos  y  granos  gram  negativos.  En  aguas  polu- 
cionadas,  en  heces  de  tíficos,  el  método  de  filtración  permite  ais- 
lar granulos,  que  después  de  una  incubación  más  o  menos  prolon- 
gada, dan  cultivos  de  bacilo  tífico,  en  general  inaglutínables  por  el 
suero  correspondiente. 

Fejgin  señala  igualmente  la  filtrabilidad  del  bacilo  diftérico 
y  del  baciilo  proteus  X19,  virulento  para  d  cobaya.  Las  formas  fil- 
trables  de  este  proteus  permiten  infectar  o  inmunizar  el  cobaya. 

Señalaremos  igualmente  también  los  resultados  obtenidos  por 
B.  KuKLOVE  en  un  trabajo  no  publicado  sobre  la  lisas  del  bacilo 
tífico. 

Ciertas  colonias  sobre  gelosa  sembradas,  según  la  técnica  antes 
indicada,  se  lisan  y  no  son  ya  resenibrables.  Estos  tubos  son  aban- 
donados en  un  armiario  a  ía  temperatura  del  laboratorio.  Después 
de  un  tiempo  variable,  seis  a  ocho  semanas  más,  se  nota  la  aparición 
en  estas  gelosas  de  colonias  pequeñ'tas  abombadlas,  teñidas  de  co- 
lor claro  u  obscuro.  Estas  supercolonias  resembradas  en  medio 
nutricio,  dan  tardíamente  cultivos  ele  pequeños  badlos  muy  movi- 
bles, que  toman  intensamente  el  coloríante  ofreciendo  todos  los  ca- 
ralteres  de  cultivo  del  bacilo  tífico.  Estos  bacilos  son  aglutinados 


—  404  — 

en  una  proporción  más  elevada,  y  son  más  virulentos  para  los  ra- 
tones que  el  germen  de  la  semrilla  de  origen. 

El  bacilo  tífico  y  el  bacilo  disentérico,  así  como  el  bacilo  tuber- 
culoso, el  estaf/'lococo  y  el  bacilo  diftérico  existen,  pues,  en  una 
forma  filtrable.  ¿Es  en  esta  forma  como  las  bacterias  patógenas 
intestinales  persisten  en  las  agulas? 

El  período  de  incubación  de  la  fiebre  t^ifoidea  es  de  dos  sema- 
nas aproximadamente.  Klinger  estableció  que  en  812  casos  ma- 
nifiestos de  contaminación  por  contacto,  cerca  del  25  por  ico  de 
los  casos  la  contaminación  tiene  lugar  antes  de  la  aparición  de  los 
primeros  signos  clínicos,  o  ¿ea  33  casos  en  la  primera  semana  de 
incubación,  y  150  casos  en  la  segunda  semana  de  incubación. 

La  reproducción   experimeiital   de  la   fiebre   tifoidea,  siempre 
ha  tropezado  con   fracasos.   N  Linca  se  observa  período   de  incu- 
bación en  el  animal.  Se  podría  atribuir  la  rápida  evolución  de  la- 
infección  a  la  cantidad  considerable  de  cultivo  inyectado  y  al  de— 
l:''.litamiento'  previo  de  la  resistencia  dd  organismo  obtenido 
diversos  procedimientos.  Esta  interpretación  no  sería  exacta.  Co; 
Jean  d'Alsace  hemos  realizado  por  vía  subconjuntival  la  infec- 


ción de  un  cobaya  no  preparado  con  dosis  mínimas  de  cultivo ;  al  — 
gunas  décimas,  o  incluso  algunas  centesimas  de  c.  c.  de  cultivc^^ 
En  estos  animales  el  Hemocultivo  era  positivo  desde  las  primern  s 

horas  consecutivas  a  la  inoculación. 

Nunca  ha  sido  posible  determinar  una  infección  a  bacilos  cBfeL^=_e 

Shiga  en  el  conejo,  tan  sensible  a  la  acción  de  la  toxina.  Es  mu^ y 

difícil  obtener  una  infección  a  vibrión  colérico,  induso  en  los  ce  >■ 

nejos  lactantes. 


La  causa  de  estos  frarpo  expel*.nl:^w?s  debe  ser  atrrou^da  -^l 

empleo  de  material  virulento  en  forma  badlar.  Es  verosímil  que  "^a 

infección  se  obtendria  con  más  seguridad  en  el  animal  inocidac—  "Jo 
con  forma  filti^ble,  y  la  evolución  de  la  enfermedad  experimen^fisir -al 
seria  comparable  a  la  evoludón  de  la  enfermedad   humana.. 

Las  formas  bacilares  arsladas  en  los  cultivos  e  identificadas 
las  preparaciones  de  cortes  de  órganos  serían  ya  formas  de  im 
Ilición  del  virus,  modificado  por  las  reacciones  de  defensa  dd 
ganiímo.  Lai-  formas  filtrables  fijarían  el  poder  patógeno  exalta— 
por  pases. 


LA  VACUIVOTERAPIA   EN   LA  TUBERCULOSIS    (1) 

Por  el  profesor 

A.  Brusohettlnl. 

(De  Genova) 


Desíd-e  que  R.  Koch  ensayó  el  primero  el  tratar  la  ¿nfección 
uberoulosa  mediante  ama  substancia  obtenida  directamente  de  los 
ukivois  del  germen  específico  han  sido  numeíosas  la  investigacio- 
ics  paTa  preparar  ima  vacuna  que  tuviera  un  poder  curativo  capaz 
ie  detener  y  vencer  la  infeoaión  tubercuíosa. 

Mienti^s  que  la  confianza  en  la  sueroterapia  disminuía  de  día 
n  día,  ia  atención  de  los  médicos  se  inclinaba  a  la  vacunoterapia, 
n  la  cual  se  fundaban  las  más  serias  esperanzas. 

No  me  Idetendré  en  hablar  aq'ui  de  todas  las  vacunas  diferentes 
lue  se  han  propuesto  para  el  tratamiento  de  la  tuberculosis.  Deseo 
micamiente  llamar  vuestra  atención  sobre  las  vacunas  que  he  pre- 
parado para  el  tr!atamiento  de  la  tuberculosis  piílmonar,  sobre  las 
^.oncepciones  que  han  sugerido  mis  investigaciones  y  sobre  los  re- 
lultados  obtenidos  después  de  cerca  de  quince  .años  de  observacio- 
les  en  él  hombre. 

Fué  en  1910  cuando  presenté  a  la  Décima  Conferencia  Inter- 
lacional,  celebrada  en  Bruselas,  mi  primera  comíunicación  sobre 
íin  suerovacuna  que  había  preparado  según  nuevas  ideas. 

Yo  negaba  ante  todo  la  posibilidald  de  que  tm  suero  pudiiera 
tener  una  acción  curativa  en  la  infección  tuberculosa. 

La  esperanza  de  tratar  el  proceso  tuberculoso  por  la  inmuni- 
dad pasiva  ha  sido  una  decepción ;  los  resultados  que  parecen  ha- 
berse alcanzado,  no  pueden  en  coínciencfiía  ser  atribuidos  a  la  acción 

(i)     Comunicación  presentada  a  la  Sociedad  Internacional  de  Investigación  contra  la  Tuber 
<ülo8Ís  y  el  Cáncer.  (París,  30  abril  1926.) 


I 

i 

» 


de  los  distintos  sueros  conocidos:  son  los  cambios  en  el  régimen, 
los  tratamientos  higiénicos,  y.  finalmente,  las  energías  latentes  del 
'irganismo  que  se  nunifiestan  y  despiertan,  las,  que  producen  la  apa- 
niencia  de  las  mejorías  atribuidas  a  los  sueros. 

No  quiero  decir,  apesar  de  esto,  que  todos  los  sueros  espedíi- 
cos  conocidos  estén  desprovistos  de  acción  sobre  el  proceso  tuber- 
culoso; admito  que  muchos  fenómenos  secundarios  que  acompañan 
a  la  infección  tuberculosa  pueden  ser  influidos  favorablemente  por 
el  empleo  de  tales  sueros,  pero  no  podrán  nunca  influir  sobre  la 
marcha   fatalniente  progresiva  del  proceso  tuberculoso. 

Si'  se  reflexiona  sobre  !a  naturaleza  anatómica  e  histológica  de 
la  infección  tuberculosa  y  sobre  el  método  de  preparación  de  1< 
diferentes  sueros,  no  podrá  menos  de  aprobarse  mí  afirmación. 

El  bacilo  tuberculoso,  en  el  seno  de  los  tejidos,  está  protegii 
por  una  capa  de  substancia  quitiinosa  que  impide  la  acción  de  t< 
substancia  liquida.  Ningún  suero,  ni  aim  admitiendo  que 
vitro"   propiedades  bactei'^cidas   maravillosas,  podrá  matar  el  ba- 
cilo tuberculoso  en  el  seno  de  los  tejidos. 

Igualjmente,  no  podemos  esperar  nada  de  los  sueros  antitóxi- 
cos, porque  los  métodos  de  prf:paración  no  son  apropiados :  nues- 
tros medios  artificiales  de  cuJlivo  que  inyectamos  a  loa  animales 
productores  no  contienen  "la  verdadera  toxina  tuberculosa",  y,  f>or 
otra  parte,  el  cuadro  de  las  intoxicaciones  tuberculosas  no  está 
Iknitado  úiiicamenre  a  las  torf'nas  elaboraWas^  por  el  imicrolbio 
de  KocH. 

En  la  intoxicación  tuberculosa  debemos  considerar  tres  facto- 
res distintos:  d  elemento  tóxico,  formado  por  Ion  productos  de 
reacción  y  de  cambio  biológico  del  microbio;  los  productos  libe- 
rados después  de  ila  .muerte  del  rrucrobio  mismo;  el  elemento  tóxico, 
muy  importante,  y  que.  en  realidad,  apenas  se  tiene  en  cuenta, 
derivando  de  la  muerte  y  descomposición  de  las  células  del  tejido 
presa  def  proceso  tuberculoso:  finalmente,  el  elemento  tóxico  de- 
terininado  por  las  asociaciones  microbianas. 

¿Qué  pueden  hacer  los  sueros  antitóxicos  frente  a  la  imponen- 
te acción  de  estos  tres  elementos? 

Sueros  obtenidos  de  animales  a  los  cuales  se  habían  ínyectade 
cultivos  de  caildo  filtrado,  tuherculinas,  endotoxinas;  productos  en 
fin  que  no  habían  podido  determinar  nunca  en  estos  animales  h 
producción  de  antitoxinas  verdaderas.  Y  hoy  sabemos  que  ni  los 
animales  hipervacu nados  son  capaces  de  destruir  en  su  propio 
organismo  los  gérmenes  que  inyectamos,  gérmenes  que,  inofensi' 
se  mantienen  durante  años  vivos  y  virulentos,  ¿  Cómo  puede 


—  407  — 

mitirse  que  los  sueros  de  estos  animales  posean  propiedades  anti- 
tóxicas, cuando  estos  animales  no  han  sido  inyectados  jamás  con 
verdaderas  toxinas  tuberculosas,  causa  única  del  importaute  sín- 
drome de  la  toxemia  tuberculosa?  ¿Cómo  admitiir  que  puedan  te- 
ner propiedades  líticas,  cuando  no  son  capaces  de  destruir  los  gér- 
menes que  se  hallan  en  el  organismo  que  los  ha  producido? 

La  infección  tuberculosa  no  -debe  considerairse  exdiusivamente 
desde  el  punto  de  Vista  de  aína  infección  causada  por  los  micro- 
bios, es  dácir,  ligada  .exclusivamente  al  microbio  de  Koch.  Hacien- 
do abstracción  de  las  asociaciones  microbianas,  debemos  hacer  in- 
tervenir al  elemento  celoilar,  que,  en  ía  infección  tuberculosa,  des- 
empeña un  papel  muy  importante,  sea  porque  constituye  una  fuente 
de  substancias  tóxicas  después  de  su  muerte  y  descomposición,  sea 
porque  constituye  un  elemento  de  defensa  para  el  mismo  microbio 
tuberculoso  que  se  aloja  y  se  multipflica  en  él. 

En  mi  sentir,  en  el  tratamiento  de  las  enfermedades  infeccio- 
sas, se  han  descuidado  hasta  ahora,  como  tuve  ocasión  de  decirlo 
y£L  en  muchas  de  mis  comunicaciones,  muchos  elementos  muy  im- 
portantes :  el  terreno  en  que  crece  el  germen  infeccioso,  las  modi- 
ficaciones profundas  que  provoca  este  germen  sobre  la  composidión 
cjuimicia  de  las  céMas  de  los  tejidos  invadidos,  y,  finalmente,  la 
acción  compleja  que  el  microbio,  el  tejido  invadido,  los  productos 
ciel  metabolismo  del  n^crobio  y  de  la  reacción  biológica  de  la  cé- 
lula determinan  sobre  el  organismo. 

Hasta  hoy,  hallándonos  por  ejemplo  ante  la  infección  tífica, 
ríos  hemos  preocupado  únicamente  del!  germen :  ¿  se  mult* plica  en  el 
pninto  de  entrada  y  pasa  en  seguida  a  la  circulación  ?  ¿  Queda  pri- 
xnitivamente  localizado  en  el  intestino?  ¿Produce  toxinas?  ¿Cuá- 
les? ¿Es  posible  obtener  estas  toxinas  artificialmente?  Y  hemos 
oultivado  el  microbio  de  Eberth  en  diferentes  medios  que  debían 
dar  la  ilusión  de  aproximarse  al  miedio  ideal  que  el  microbio  halla 
^n  el  intestino  del  hombre,  y  de  este  caldo  debíamos  obtener  las 
toxinas  y  de  estas  toxinas  el  suero,  qoie,  a  su  vez,  debid!amente 
mezclado  a  un  suero  antiendotóxico,  debía  obrar  en  el  tratamiento 
de  la  fiebre  tifoidea. 

Desgraciadamente,  en  la  práctica,  los  sueros  antidiftérácos,  igual 
que  todos  los  demás,  han-  dado  uní  resultado  muy  malo;  y  eran  sue- 
ros que,  a  dosis  infinitesimales,  protejan  o  sajvaban  los  animales  de 
laboratorio.  Pero  olvidábamos,  o  mejor,  se  olvidaba,  que  en  la  in- 
íecdión  tifoidea,  el  microbio  de  Eberth  no  es  el  todo;  se  olvidaba 
que  el  germen  específico  modifica  por  sus  productos  la  nutrición  de 
la  céluJa  orgánica  y  destruye  los  elementos  de  órganos  muy  impor- 


tantea  pr^ia  !n  ccuntünia  aiiiraal,  y  no  nos  prcgumáb:imos  si, 
'  azar,  el  producto  de  descomposición  de  las  células  del  organi 
en  unión  de  los  productos  de  la  vida  del  germen  iníecc: 
presentaban  para  el  individuo  un  veneno  bien  distinto  de  que  pi 
cnrriliamos  aislar  de  nuestros  cultivos  más  o  menos  complejo:;. 
Y  !o  que  digo  de  la  tifoidea  puede  repetirse  de  todas  las  d* 
enfermedades  infecciosas  en  las  cuales  la  sueroteraipía  Iw  dado 
sultados  nulos  o  casi  nulos. 

Lo  que  digo  de  las  infecciones  en  general  se  aplica  aun  mejor 
a  la  tuberctiln^is.  Y  desde  i8g8,  me  proponia  ccmtri&uir  a  la  so- 
lución del  problema  de  la  inmunidad  tuberculosa  por  la  inmimi- 
zación  activa,  por  una  vacuna.  Como  he  escrita  antes,  es  ei  suero- 
vacuna  que  he  preparado  al  principio  de  mis  estudios.  El  suero 
se  obtiene  de  caballos  inyectados  con  endotoxinas  tuberculoías,  con 
e--íractos  de  pulmón  tuberculoso  y  con  microbios  mue-tos  por 
éter  a  la  temiperatura  de  40". 

La  vacuna  está  formada  por  microbios  muertos  por  el  éter' 
40"  y  extractos  Jeucocitarios. 

Las  endotoxinas  son  preparadas  del  modo  siguiente:  los 
crobios  tuberculosos  desarrollados  sobre  pitata  son  recogidos 
u«a  espátula  y  lavados  largamente  sobre  un  filtro  con  agua  di 
lada,  callentada  a  37".  Se  colocan  en  seguida  en  un  matraz  que 
tiene  bolitas   de  cristal,  con  alcohol  y  éter  a  partes  igtiales  y 
les  tiene  en  el  agitador  durante  cerca  de  vainticuatro  horas 
pasan  por  una  tala  metálica  muy  fina  y  se  ermílsíonan  con  sofi 
ción  fisiológica;   se  añade  éter  en   exceso  y  se  mantiene  dnco  o 
seis  días  a  60"  en  el  bañomaria.  Finalmente,  se  filtran  por  un  filtro 
DuMAs  doble.  , 

Para  Jos   extractos  de   pulmones  de  tuberculosos,  se  err^ld 
pulmones  que  presenten  signos  de  tuberculosis  millar,  Ia   qu(" 
obtiene   fácilmente  practicando  inyecciones  endovenosas  de 
bios  virulentos. 

El  pulmón,  recogido  asépticamente  después  de  haber  sangrí 
cfimpletamente  al  animal  se  pica  siunamente  delgado  y  reducL 
papilla  en  un  mortero  con  polvo  de  cuarzo ;  la  papilla  es  emulsio- 
nada con  solución  fisiológica,  colocada  en  el  agitador  durante  cua- 
renta y  ocho  horas  con  exceso  de  éter;  fiíltrada  en  seguida  por 
algodón  y  luego  por  filtro  Dumas  doble. 

El  suero-vacuna  experimentado  en  casos  ligeros  y  de  m< 
gravedad,  ha  dado  resultados  satisfactorios. 

Ante  todo  me  interesa  aseguraros  3a  inocuidad  absoluta  de 
icro- vacuna ;  el  temor   de   los   accidentes   anafilácticos,   los  ai 


uO   o 
litro 

I 

lisio-       I 


—  409  — 

dientes  tan  comunes  con  el  empleo  de  otros  sueros  inmunizantes, 
no  se  observan  jamás  a  consecuencia  del  uso  del  suero-vacuna,  no 
hay  reacción,  ni  local,  ni  general,  mucihos  enfermos  "obreros" 
continúan  trabajando  d  día  mismo  de  la  inyección. 

Únicamente  en  casos  excepaionales  me  han  comunicado  algu- 
nos colegas  hechos  de  reacciones:  hechos  que  atribuyo  no  obs- 
tante a  la  intolerancia  especial  del  individuo  y  que  no  tienen  nin- 
guna relación  coa  la  gravedad  del  caso,  y  que  desaparecen  por 
otra  parte  si  se  aumenta  el  initervaáo  entre  una  inyección  y  la  si- 
guiente. 

Con  el  saiero-vacuna,  obramos  inmunizando  activamente,  esto 
es  por  lo  que  su  acción  es  Üenta;  y  difiere  según  el  modo  de  reac- 
cionar por  parte  del  organismo  enfermo.  Pero  si  la  acción  del 
suero-vacuna  es  lenta,  es  sin  embargo  segura  en  los  casos  inci- 
pientes; no  debo  hacer  ahora  ya  reserva  alguna,  que  he  querido 
í^eñalar  honradamente;  pero  que  hoy,  después  de  una  larga  expe- 
riencia, después  de  un  gran  número  de  casos,  desde  los  más  ligeros 
a  los  más  graves,  no  tiene  iiazón  de  ser. 

Pero  los  resultados  obtenidos  mediante  el  suero-vacuna  no 
eran  como  ya  deseaba  para  dar  un  paso  decisivo  en  el  tratamiento 
específico  de  la  «infección  tuberculosa,  y  tres  tóos  después  de  mi 
primera  vacunación,  refería,  en  el  XVII  Congreso  Intemacionaíl 
de  Medicina,  de  Londres,  haber  preparado  una  vacuna,  que  llama- 
ba Vacuna-Curativa.,  para  el  tratamiento  de  la  tuberculosis  en  las 
formas  más  avanzadas  inclusive. 

¿En  qué  consiste  esta  vactuia-curativa ?  Microbios  vivos  y  vi- 
rulentos emulsionados  muy  cuidadosamente,  son  mantenidos  en 
contacto  con  leucocitos  vivos  en  el  organismo  mismo  del  arfmal 
productor,  en  el  cual  se  ha  determinado  un  aflujo  de  leucocitos, 
mediante  inyecciones  de  aleurona  o  de  Mellin's  food. 

Después  de  unas  cuarenta  y  ocho  horas,  estos  microbios,  que 
yo  llamo  "sensibilizados  in  vivo",  son  recogidos  y  el  examen  mi- 
croscópico revela  fe  presencia  de  una  cantidad  enorme  de  leucoci- 
tos rellenos  de  microbios  tuberculosos,  bébilmente  coloreados,  al 
paso  que  son  raros  los  microbios  libres  y  bien  coloreados. 

Se  emulsionan  en  solución  hipertónica  para  facilitar  la  disgre- 
gación de  los  leucocitos,  se  mantienen  con  un  exceso  de  éter  en  el 
agitador  durante  cu'arenta  y  ocho  horas  y  se  pasan  a  través  de 
una  capa  gruesa  de  algodón  hidrófilo  esterilizado  después  de  la 
adición  de  agua  destilada,  esterilizada,  de  modo  que  la  solución 
liiperténica  se  mantenga  en  la  cifra  de  0,90  por  100. 

En  estos  últimos  tiempos,  he  añadido  ventajosamente  substan- 


—  4'0  —  ^^M 

das  lipoidicas  obtenidas  de  la  yana  del  huevo,  pero  las  expcTÍ«^l 
cías  en  el  hombre  están  aun  poco  adelantadas  para  píxler  foimar 
un  juicio  dcfiniuVvD. 

¿Cuáles  híin  Btdo  los  resultados?  ¿Qué  podemos  esperar  de 
este  nuevo  método  de  tratamiento  de  la  twbercutosis  ? 

En  lo  .focante  a  ios  resultados,  diré  que  con  el  suero-vacuna, 
como  he  tenido  ya  ocasión  de  decirlo,  se  influyen  íavorablemente 
ios  casos  inicíaies  obteniendo  también  curaciones  duraderas:  al- 
gunas de  ellas  han  sido  confirmadas  al  cabo  de  ocho  o  diez  año^. 

Aun  en  casos  más  adelantados,  el  suero-vacuna  puede  ser  útil 
muy   frecuentemente,  y  sin  vencer  la  infección  ha   habido  casos 
en  que  se  ha  obtenido  un  alto  en  la  progresión  de  la  enfermedad, 
,íJlo  que  duró  años,  permitiendo  al  enfermo  volver,  por  lo  nueno^ 
en  parte,  a  sus  ocupaciones.  Y,  hecho  más  importante,  desde  e¿^ 
punto  de  visto  social,  se  obtuvo  la  cesación  conipleta  de  la  Los  y  d   i« 
la  expectoración,  rediicieiido  asi  casi  a  la  nada  el  peligro  del  cor^^ 
tagio.  Aun  actualmente,  a  pesar  de  tener  en  la  vacuna-curativa  i^^j 
rttdio  mucho  más  enérgico  en  la  lucha  contra  la  tuberculosis,         i 
-suerovacuina  es  empleado  frecuentemente  en  los  casos  en  que        ~1: 
micción  tiene  una  marcha  lenta,  con  temperaturas  poco  elevadi=^ 
y  con  fenómenos  poco  importantes  o  nulos  de  toxemia. 

La  vacuna  curativa,  de  la  que  preparo  dos  tipos,  primero  y  ^^^^e- 
gundo  grado,  obra  mucl»  más  enérgicamente,  confiriendo  activ^^a- 
mente  la  inmunidad  a  los  tejidcs  sanos,  Tmitando  asi  ante  todo  el 
campo  de  la  infección  a  los  puntos  atacados;  al  propio  tiempo  c^Be- 
termina  por  paxte  del  organismo  una  hiperproducción  de  substa»-Ji- 
cias  defensivas,  de  anticuerpos  que  neutrailizan  ¡as  toxinas  espfc-*^'- 
ficas  y  los  venenos  de  origen  celular,  ejerciendo  su  influencia  taJ»^- 
Wén  sobre  el  microbio  que  acaba  por  ser  encapsulado  y  circunac^^^í- 
to  a  la  vez,  después  elim'nado  lentamente. 

Antes  de  indicar  de  qué  modo  se  desarrolla  todo  este  proc^í'^ 
inmunizante,  quiero  insistir  sobre  la  absoluta  inocuidad  de  mi  "v-2- 
cuna-ciirativa"  y  sobre  'la  imposibilidad  de  determinar  fenómer^^M 
.peligrosos  de  reacción  o  de  anafil'axia.  Sobre  este  punto,  las  ex- 
periencias .de  laboratorio  son  absoultas  y  confirmadas  por  casi  **>■ 
ños  Ins  informes  m\e  han  lli;gado  a  mis  manos  sobre  muchos  ■  Ct?*'" 
tenares  de  casos,  inclusive  de  aquellas  clínicas  y  de  aqudlos  hosl^- 
tales  en  qtie  los  enfermos  sometidos  al  tratamiento  han  sido  n»*J' 
numerosos  y  en  los  que  se  han  tenido  medio  de  instituir  ténaioos 
de  comparación. 

La  acción  de  la  vacuna-curativa  es  muy  poderosa  y  rápidi  P"" 
tenda  debida  a  la  fuerte  .concentración  de  los  prindpales  actívtft 


y,,  sobre  todq,  al  cuidado  particular  que  he  tenido  de  obrar  sobre 
el  microbio  que  me  provee  de  vacuna  4o  menos  bruscamente  posi- 
ble, evitando  las  temperaturas  elevadas,  los  reactivos  químicos 
enérgicos  que  disminuyen  o  destruyen  las  propiedades  inmunizan- 
tes del  germen,  haciendo  intervenid  únicamente  la  oibra  de  atenua- 
ción del  organismo.  ^^^^ 

La  rapidez  de  acción  es  debida  a  la  facilidad  con  que  puede  ser 
absorbida  y  asimilada  por  los  tejidos  la  vacuna-curalji va  inyectada, 
a  causa  de  su  pureza,  es  decir,  de  la  reducción^  mínimo  de  las 
substancias  secundarias  que  en  la  vacuna  que.  formaba  parte  de 
mi  primer  "suero-vacuna"  retardaban  su  absorción. 

Naturalmente,  semejante  potencia  y  rap'dez  de  acción  se  ma- 
nifiestan diversamente  de  individuo  a  individuo;  pero  esto  depen- 
de ddi  distinto  modo  de  reaccionar  de  cada  organ/.smo,  y  serí'a  ab- 
surdo querer  determinar  a  priori  y  como  principio  general  el  plazo 
de  tiempo  y  la  intensidad  que  debe  alcanzarse  para  obteener  las  pri- 
meras manifestaciones  benefidiosas  de  las  inyecciones. 

Del  mismo  modo,  sería  absurdo  pretender  que  la  vacuna-cura- 
tiva debe  manifestar  su  acción  beneficiosa  en  todos  los  casos,  por- 
que hay  organismos  que  son  refractarios  e  indiferentes,  del  mismo 
modo  que  hay  organismos  refractarios  a  la  accí'ón  de  la  quinina  en 
el  paludismo,  del  mercurio  en  la  sífilis,  etc. 

No  debemos  olvidar  que  üa  vacuna,  al  actuar  activamente,  re- 
qiuiere,  por  parte  del  organismo,  im  trabajo  de  reacción  que  a  ve- 
ces puede  ser  rápido  y  notable  en  un  c'aso  grave;  pero  en  cambio 
ser  débj'l  o  faltar  en  absoluto  en  los  casos  ligeros,  y  es  preciso  tam- 
bién considerar  el  aspecto  protei forme  de  la  infección  tuberculosa, 
las  complicaciones  que  pueden  acompañarla  y  finalmente  la  acción 
de  l'as  bacterias  piógenasi,  que  con  tanta  frecuencia  se  asocian  al 
microbio  tuberculoso,  agravando  enormemente  el  pronóstico  de  la 
enfermedad. 

Existen  casos  en  que  desde  las  primeras  inyecciones,  a  veces 
desde  la  primera  inclusive,  se  observa  una  disminución  de  la  fie- 
bre, de  los  soidores,  de  la  tos,  etc.  Por  el  contrario,  otros  casos 
exigen  muchas  «inyecciones  antes  que  se  manifieste  la  mejoría.  Esto 
lio  debe  asombrar;  en  la  tuiberculosis,  más  que  en  cualquier  otra 
afección  infecciosa,  debemos  estudiar,  cuidar,  no  de  lá  enfermedad, 
sino  cada  enferrno  en  particular. 

Generalmente,  se  observa  desde  el  comienzo,  como  efecto  de 
Tas  inyecciones,  la  disminución  de  la  fiebre  y  (de  ilos  sudores  noc- 
tulrnos,  acompañadas  del  retorno  del  apetito,  del  sueño  y  de  la  sen- 


—  4" 


^K        las  blaní 


sación  de  euforia  y  del  auni^nto  de  fuerzas;  en  seguida  cede 
la  expectoración  se  haCe  más  fádl  y  más  fluida. 

Se  observa  también  la  supresión  de  las  hemoptisis  y  el  ai 
to  de  peso.  ^^ 

Estos  fenómenos  corresponden  a  la  primera  parte  de  la  aca'.ón 
de  la  vacuna,  es  decir,  al  proceso  de  inmunización  de  Oos  tejidos 
sanos,  es  claro  que  deteniendo  la  marcha  de  la  infección  y,  por 
consiguiente,  la  producción  de  nuevos  elementos  infecciosos ;  deben 
disminuir  los  síntomas  secundarios  y  el  primer  resultado  será  una 
sensación  de  extraordinario  bienestar  en  el  enfermo. 

Una  vez  establedida  la  inmunización  de  los  tejidos  sanos,  con 
una  rapidez  mayor  o  menor,  según  la  capacidad  que  posee  el  or- 
ganismo para  reaccionar,  con>¡enzan  los  fenómenos  regresivos,  que 
conducen  finalmente  a  la  transformación  esclerosa  de  ¡los  tejidos, 
Numerosas  observaciones  han  demostrado  que  a  veces  es  opor- 
tuno alternar  las  inyecciones  de  "vacuna-curativa"  con  linyeccio- 
nes  de  s  u  ero -vacuna ;  por  ejemplo,  una  de  suero-vacuna  por  cuatro 
de  Vacuna-curativa;  esto  por  un  mecanismo  aún  obscuro,  pero  que 
puede  explicarse  probablemente  por  el  hecho  de  que  el  suero  puede 
neutralizar  una  parte  de  los  productos  secundarios. 

He  preparado  recien  ti  símame  nte  un  segundo  tipo  más  activo 
de  "vacuna-curativa",  "vacuna- curativa  de  segundo  grado",  tjuf 
posee  una  concentración  más  elevada  y  contiene  también  una  va- 
cuna compuesta  de  gérmenes  piógenos  aislados  de  casos  de  tuber- 
culosis cavitaria. 

Su  acción  es  igual  a  la  de  la  "vacuna-curativa";  tiene  única- 
mente una  acción  más  acerttuada  contra  las  temperaturas  elevadas 
determinadas  por  las  asociaciones  microbianas. 
¿Qué  puede  esiperarse  de  mis  preparaciones 
De   la   exposioión   anterior   se  desprende  bien   claramente 
el  método  que  he  seguido  para  obtener  el  "suero- vacuna"  y  la  " 
cnna-curativa"  difiere  completamente  del  empleado  hasta  hoy  pa^^ 
la  preparación  de  las  vaci-Uias  en  general  y  para  las  vacunas  anti- 
tuberculosas en  particular. 

No  obtengo  mis  iracunas  de  cultivos  hechos  con  los  medios 
nutritivos  habituales  de  laboratorio;  no  me  sirvo  de  temperaturas 
elevadas  para  hacer  inofensivos  los  gérmenes;  para  matarlos  em- 
pleo únicamente  el  éter,  que  sabemos  no  posee  acción  alguna  sobre 
las  substaiKiás  inmunizantes;  únicamente  recurro  a  las  admirables 
funciones  quíirticas  de  los  tejidos  y  de  los  humores  del  organismo 
para  obrar  sobre  estos  gérmenes  y  obtener  de  ellos, 
blancas,  la  vacuna  especifica. 


hvadas     . 


J 


—  413  — 

Y  es  a  la  asociación  de  los  productos  celulares,  a  la  vacuna  bac- 
teriana, que  atribuyo  la  acción  de  niiis  productos  y  los  mejores  re- 
sultados obtenidos,  en  comparación  con  todos  los  demás  conoci- 
dos. Durante  lairgo  tiempo  se  ha  tenido  en  cuenta  solamente  el  mi'- 
crobio  de  Kooh  en  la  infección  tuberculosa,  olvidando  quizá  de- 
masiado la  importancia  que  tienen  las  células  de  los  tejidos  en  la 
defensa  del  organismo.  No  se  ha  pensado  en  la  complejidad  de  las 
actividades  y  de  las  reacciones  biológicas  que  emplea  el  organis- 
mo enfermo  contra  el  microbio  de  Koch;  no  se  ha  pensado  en  la 
parte  que  podrían  tener  en  la  lucha  contra  la  infección,  los  ele- 
mentos fijos  de  los  tejidos,  la  exudadión  leucocitaria,  la  infiltra- 
ción linfocitaria,  parte  quizá  más  importante  que  Ha  de  los  anti- 
cuerpos y  de  las  substancias  tituladas  íbacterioliticas  para  vencer 
y  destru/ir  el  microbio  tuberculoso  y  sus  venenos.  Y  tengo  confian- 
za en  que  podremos  obtener  resultados  aún  mejores,  perfeccionando 
los  métodos  de  preparación.  Podrá  objetárseme  que  la  mayor  parte 
de  los  saibios  que  se  ocupan  del  problema  de  la  tuberculosis  piensan 
que  hay  poco  o  nada  que  esperar  del  microbio  tuberculoso  muerto 
y  que  únicamente  es  posible  obtener  con  los  microbios  vivos  una 
injnun(idad  contra  la  infección  tuberculosa.  Yo  pienso  así  también, 
pero  creo  que  una  cosa  es  una  vacuna  preparada  con  microbios 
obtenidos  en  cultivos  ordinarios  de  patata  o  en  caldo  glicerinado, 
tn-uertos  por  el  calor  o  por  la  acción  de  ^agentes  quimicos,  y  otra 
2osa  es  una  vacuna  formada  por  microbios  elaborados  en  un  or- 
S^anismo  vivo  y  unida  a  productos  celulares,  y  los  microbios  mis- 
tnos  muertos  por  el  éter  no  están  sometidos  a  acciones  que  puedan 
tnodificar  su  poder  inmunizante,  como  sucede,  por  ejemplo,  con 
el  calor.  La  experiencia  ha  demostrado,  sea  en  el  animal,  sea  en 
el  hombre;,  que  la  acción  de  mi  vacuna  es  manifiesta  y  de  gran  efi- 
cacia. Deseo  recordar  aquí  ílas  experiencias  que  se  han  hecho  i>oir 
el  profesor  Finzi,  de  la  Escuela  de  Veterinaria  de  Turín,  y  por  el 
profesor  Stazzi,  de  la  Escuela  de^  Veterinaria  de  Milán,  con  mi 
vacuna-curativa,  tipo  bovino,  experiencia  hechas  en  muchos  esta- 
blos infectados  de  la  Lombiardía  y  del  Piamonte. 

En  los  animales  tratados,  no  sólo  aumentó  gradualmente  el 
peso,  si  que  también  la  producción  de  la  leche  aumentó  de  un  modo 
ostensible;  Ja  tos  cesó  completamente  o  disminuyó;  los  ganglios 
explorables  infiltrados  antes  del  tratamiento  fueron  redudéndose ; 
la  piel  se  volvió  flexible  y  elástica  y  el  pelo  brillante.  La  vacuna 
se  mostró  siempre  inofensiva,  no  causando  nunca  reacciones  lo- 
cales. 

En  estos  últimos  tiempos,  Calmett^  y  Guérin  han  comunica- 


Ltamiento 


—  414- 

idos  obtenidos  mediante  su  vacuna,  que  acl 
es  de  todos  conocida:  microbios  de  tipo  humano,  que  ban  ¡jerdido 
toda  viruiencia  a  consecuencia  de  traspasos  sobre  medios  tic  culti- 
vo b'.liados.  Los  primeros  resultados  en  niños  vacunados  por  vía 
bucal  son  realmente  muy  brilíantes,  y  todo  hace  esperar  que  se  vean 
cada  vez  más  confirmados  y  que  la  observación  prolongada  de- 
muestre la  eficacia  absoluta  de  esta  vacuna. 

Yo  uno  también  mis  votos  a  los  de  todos  los  sabios  del  mun- 
do entero  por  el  triunfo  definitivo  de  las  investigaciones  de  Cal- 
METTE,  así  como  para  todo  lo  que  se  relaciona  con  el  tratamiento 
de  la  infección  declarada. 

En  es.te  punto  hay,  sin  embargo,  que  aclarar  todavía 
sos   puntos,  que  vencer  muchas  dificultades,  y  yo  no  cesaré! 
consagrar  m;  actividad  a  este  estudio,  que  me  ocupa  hace 
años. 

Tengo  gi^n  confianza  en  la  acción  asociada  de  los  microoiga- 
nismos  patógenos  y  de  los  productos  celulares;  mi  fe  se  apoya  en 
los  excelentes  resultados  que  lie  obtenido  con  mi  vacuna  antipió- 
gena  polivalente  en  el  tratamiento  de  las  formas  infecc:osas  más 
diversas  debidas  a  los  piógenos,  y  creo  que  también  en  Ik  tubercu- 
losis misma,  en  la  que  ya  observaciones  de  largos  años  de  fecha 
han  demostrado  la  eíicaria  de  mis  vacunas,  se  obtendrán  resulta- 
dos ¿ada  vez  más  favorables. 

Peml'tidme  ahora  que  un  extranjero  eleve  un  himno  de  ad- 
miración y  de  reconocimiento  a  la  ciencia  francesa,  a  la  que  tanto 
diébe  la  humanidad  doliente.  'Después  de  Pastícur,  después  de 
Roux,  después  de  Carlos  Rechet,  para  no  citar  más  que  los  más 
glandes  bienhechores,  hoy  día  Francia  conquista  ima  nueva  glo- 
ria. Si  en  la  lucha  contra  !a  fuberculosis  es  a  Koch  a  quien  co- 
rresponde el  Tnérito  d^el  descubrimiento  del  germen  esíjedfico  y  (!*■ 
la  tuberculosis,  es  a  Villemtx  a  quien  debemos  la  demostra<'^~ 
del  hecho  del  contagio  de  ila  tuberculosis,  y  hoy  día  es  a  CalmI 
a  quien  toca  la  glori'a  de  haber  encontraído,  después  de  tantos 
de  trabajo  y  de  investigaciones  admirables,  el  medio  de  preserv" 
a  los  niños  de  la  terrible  infección. 

Lleguen  hasta  é!  los  apllausos  de  los  sabios  y  e!  reconocimiento 
'It  millares  y  millares  de  madres  que  ven  cesar  su  ansiedad  y 
angustia. 


sar  su  ansiedad  y  ^^h 


TRABAJOS   ANALIZADOS 


o.  Simón — El  tratamiento    dietético  del   estreñimiento  crónico 
f  un  Cionai.   (Die    diatetische    Behandlung    der  -  chronisch-funktionellen 
Obstipation.)  Klin.  Woch.  Año  V,  núm.  19,  1926. 

Bajo  la  denominación  de  estreñimiento  crónico  funcional  se  comprende 
un  cuadro  clínico  bien  definido,  perfectamente  difefenciable  de  aquellas 
otras  formas  de  estreñimiento  provocadas  en  el  organismo  por  una  lesión 
orgánica.  De  aquí  que  se  excluya  en  el  presente  trabajo  todas  las  irregula- 
ridades motoras  del  intestino,  que  constituyen  únicamente  síntomas  acompa- 
ñantes de  una  afección  fundamental.  La  constipación  puede,  en  parte,  ser 
tratada  directamente  de  un  modo  etiológico,  y  jr^ra  ello  es  preciso  someter 
cada  caso  a  un  análisis  diagnóstico,  lo  más  exacto  posible;  Gracias  al 
diagnóstico  radiológico  puede  hoy  día  reconocerse  el  estrcfiimiento  esen- 
cial, no  solamente  por  exclusión,  sino  con  ayuda  de  una  bsíse  bien  objetiva. 
La  constipación  esencial  ha  sido  clasificada  un  poco  esquemáticamente  por 
FLEiNEiTladmitiendo  una  fornja  atónica  y  otra  espásticá.  Boas,  sin  embargo, 
ha  podido  observar  que  los  límites  entre  estos  grtrpós  de  Fleiner  son  real- 
mente poco  definidos,  y  recientemente  Schwarz  ha  demostrado  que  los  in- 
testinos atónicos -no  son  realmente  tales,  y  más  bien  debe  hablarse  para 
ellos  de  una  hipoquinesia/  con  lo  cual  la 3  formas  espásticas  deben  designarse 
más  bien  con  el  nombré  de  formas  dísquinésicas  Finalmente  debe  ais- 
larse también  como  tipo  especial  díe  estreñimiento  la  disquecia  de  Hertz  o 
forma  proctógena  de  Strauss.  Para  esta  forma,  que  no  representa  más 
que  el  estreñimicntc»  debido  al  éxtasis  -en  la  última  porción  del  intestino, 
puede  seguirse  matcniendo  el  concepto  de  Notrnagel,  según  el  cual  la  in- 
ervación del  intestiiio  grueso  y  especialmente  de  su  porción  iiltima,  se  rea- 
lizaría de  un  modo  diferente-'^a  la  del  resto  del  tramo  intestinaV 

El  factor  excitante  específico  de  los  movimientos  intestinales  está  cons- 
tituido, según  von  Noórdrn.  por  los  ingesta,  y  éétos  pueden  variarse  a  vo- 
luntad en  el  régimen  del  enfei-mo.  Kl  punto  de  acción  de  estos  excitantes  no 
es  exactemente  conocido,  y  von  Noorden,  sigtrtendo  las  ideas  de  Nothna- 
GEL,  supone  que  el  trastorno  en  el  estreñimiento  esencial  se  proíhice  en  el 
plexo  de  Auereach,  idea  por  demás  inverosímil,  ya  que  Kreidl  y  Müller 


-4i6- 


da9 


han  demostrado  que  el  contenido  del  inteftino  puede  seguir  progresando 
pues  de  suprimir  por  completo  la  túnica  muscular.  Es  muy  probable  que" 
intervenga  una  hormona  específica  para  los  movimientos  del  intestino,  y 
Magnus  y  Le  Heux  creen  que  esta  liorniona  está  constituida  por  la  cc'.in;. 
De  este  modo  las  cualidades  químicas  y  mecánicas  de  los  ingesta  y  de 
sus  productos  de  desintegración  podrían  excitar  la  producción  de  esta  hor- 
mona de  un  modo  variable.  No  hay  que  olvidar  en  este  sentido  la  signifi- 
cación de  las  glándulas  endocrinas  (tiroides)  en  !a  regulación  de  los  mo- 
vimientos intestinales. 

Hay  que  hacer  notar  que  el  trabajo  principal  por  e!  que  se  lleva  a  cabo 
el  transporte  del  contenido  del  intestino,  no  está  representado  por  los  movi- 
mientos peristálticos  continuos,  sino  por  las  frrandes  ondas  discontinuas 
descritas  por  Holzknecht.  que  se  extienden  a  todo  lo  largo  del  intes- 
tino y  no  se  repiten  más  de  tres  o  cuatro  veces  al  dia.  El  impulso  nece- 
sario para  este  movimiento  enérgico  parece  resultar  de  la  sumación  de  una 
serie  de  pequeñas  excitaciones  de  naturalza  química  y  mecánica  producida 
por  los  ingesta.  Esto  parece  indicar  al  clínico  la  necesidad  de  componer 
toda  clase  de  elementos  ingeridos,  y  no  solamente  las  comidas  principales, 
con  arreglo  a  principios  dietéticos  bien  establecidos,  de  tal  modo  que  que- 
de asegurada  en  lo  posible  una  cierta  uniformidad  en  la  composición  dt! 
régimen.  El  tratamiento  dietético  del  estreñimiento  esencial  será  forzo- 
samente diferente  cuando  ha  de  emplearse  en  breves  periodos  de  tiempo 
de  cuatro  a  seis  semanas  y  está  en  combinación  con  una  cura  hidromiireral, 
y  otros  medios  físicos,  o  cuando  pretende  establecerse  un  tratamiento  de- 
finitivo para  los  enfermos. 

El  autor  insiste  mucho  en  la  necesidad  de  que  la  fase  previa  de  eata 
clase  de  tratamiento  debe  ser  de  orden  psíquico  con  el  fin  de  suprimir  la 
influencia  de  este   factor  sobre   el   intestino. 

El  primer  precepto  que  liay  que  observar  al  componer  el  régimen  de 
un  estreñido  es  la  prohibición  absoluta  de  la  carne,  que  se  refiere  también 
a  la  supresión  de  las  aves  y  de!  pescado.  La  utilidad  de  esta  meiiida  es 
conocida  desde  hace  tiempo,  y  quizá  pueda  explicarse  con  arreglo  a  la 
teoría  de  Schmidt,  que  hace  resaltar  la  exajerada  utilización  de  las  subs- 
tancias alimenticias  en  el  sujeto  afecto  de  estreñimiento  esencial.  La  car- 
ne y  sus  productos  con  extraordinariamente  excitantes  de  las  secreciones 
del  tubo  digestivo.  La  eupepsia  que  se  produce  de  este  modo  da  lugar 
a  una  digestión  demasiado  acabada  de  todos  loa  demás  alimentos,  aun 
los  más  difícilmente  digestibles  e  impide  !a  proliferación  de  la  flora  bac- 
teriana, necesaria  para  la  digestión  completa  en  los  últimos  tramos  del 
intestino  delgado  y  en  el  intestino  grueso.  Realmente,  las  deposiciones  de 
los  -estricfiidos  se  encuentran  considerablenrente  redupidas  en  cantidad, 
poseen  un  contenido  de  agua  muy  escaso,  y,  además,  una  cantidad  mucho 
menor  de  bacterias  que  las  deposiciones  rxirmales.  Por  otra  parte,  el  ré- 
gimen vegetariano  contribuiría  a  variar  el  carácter  general  del  metabo- 
lismo, hecho  sumamente  importante,  en  especial  para  el  tratamiento 


sujei 


!  nerviosos. 


J 


-  417  - 

Puede  aprovecharse  también  la  dieta  vegetariana,  para  el  tratamiento 
dietético  de  la  obesidad  exógena,  que  con  frecuencia  se  acompaña  de  este- 
íreñimiento  crónico,  y,  sobre  todo  de  gota,  en  cuyo  caso  la  prohibición  de 
la  carne  constituye  uan  medida  destinada  a  actuar  etiológicamente.  Del 
mismo  modo  hay  que  eliminar  del  régimen  las  substancias  que,  como  el 
cacao,  tienen  tendencia  a  producir  una  astricción  marcada. 

Es  bien  conocida  la  necesidad  de  enriquecer  el  régimen  de  los  estre- 
ñidos, con  substancias  que  contengan  celulosa,  para  dar  a '  las  heces  una 
abundante  masa  de  residuos  y  proporcionarles  una  mayor  riqueáa  de  agua. 
En  el  intestino  humano»  sólo  son  atacadas  las  celulosas  jóvenes;  pero  las 
consistentes  y  especialmente  las  incrustadas,  abandonan  el  tubo  digestivo 
sin  sufrir  alteración  alguna,  y  son  capaces  de  vencer  la  torpidez  de  la  iner- 
vación intestinal,  como  ingestas  de  consistencia  acentuada.  Sin  embargo, 
las  cantidades  de  celulosa  permitidas  no  pueden  exceder  en  ciertos  casos 
de  cifras  muy  exiguas,  puesto  que  en  ocasiones  los  gases  y 'los  ácidos  vo- 
látiles producidos  por  la  fermentación  de  la  celulosa  desencadenan  espas- 
mos intestinales  y  actúan  exagerando  el  estreñimiento,  sobre  todo  en  los 
individuos  nerviosos.  La  flatulencia,  lo  mismo  puede  ser  causa  que  conse- 
cuencia del  estreñimiento,  especialmente  en  las  personas  que,  además  de 
una  retención  de  gases,  poseen  una  mala  capacidad  de  reabsorción  de  los 
mismos.  Solamente  una  pequeña  parte  de  los  gases  formados  en  el  intes- 
tino abandonan  éste  por  el  ano;  por  lo  demás,  el  mecanismo  de  la  reab- 
sorción de  los  mismos,  a  través  de  las  paredes  intestinales  es  un  fenó- 
xneno,  aun  no  aclarado.  Sólo  se  sabe  con  certeza  que  la  simple  obturación 
€Íe  la  luz  intestinal  no  basta  para  producir  el  síntoma  de  la  retención  ga- 
seosa, que  domina  el  cuadro  clínico  en  los  casos  agudos  de  oclusión  intes- 
tinal. 

Ha  sido  poco  realzado,  hasta  ahora,  el  papel  de  las  grasas  en  la  regu- 
lación del  intestino.  Es  una  medida  muy  antigua  el  empleo  medicamento- 
so de  grandes  cantidades  de  grasas  líquidas  y  de  aceites  en  la  constipación 
funcional,  y  especialmente  en  las  formas  disquinésicas,  y  se  ha  empleado 
«ibundantemente  este  sistema  en  el  estreñimiento  sintomático  de  la  litiasis 
l)iliar,  atribuyendo  en  este  caso  a  la  grasa  una  cierta  actividad  hepato- 
tropa.  No  es  posible  decir  actualmente  si  las  substancias  grasas  actúan 
simplemente  como  medios  lubrificantes,  o  bien  constituyendo  el  sustratum 
necesario  de  una  descomposición  bacteriana  ccm  formación  de  ácidos  volá- 
tiles impulsores  del  peristaltismo>  o  bien,  por  último,  actuando  directa- 
mente o  excitando  la  secreción  de  una  hormona  específica.  No  hay  que 
olvidar  que  los  jabones,  que  fisiológicamente  se  producen  en  la  desintegra- 
cin  de  las  grasas,  actúan  como  ecopróticos  bien  manifiestos,  y  la  formación 
detestas  substancias  se  lleva  a  cabo,  más  fácilmeníte,  a  expensas  de  las 
grasas  líquidas  o  de  punto  de  fusión  bajo  que  las  consistentes  y  difícil- 
mente  fusibles. 

Eníel  tratamiento  de  la  constipación  han  sldlo  abundantcemnte  emplea- 
dos los  hidratos  de  carbono  hidrosolubles,  y  entre  ellos  la  manita,  la  lac- 
tosa, la  levulosa,  el  azúcar  de  caña  y  el  de  uva.  Parecen  constituir  estos 


ir  gra- 

óiTdta 


to '  dietético.  Son  sumamente  útiles, 
tülinos,  acompañados  de  ejercicios  gimii; 
O  diez  minutos.  El  enfermo  debe  beber  a 
agua  corriente  calentada  a  40  grados,  aui 
potentes  con  lengua  saburosa,  sea  qiiiíá  n 
agua  helada.  Esta  recomendación  debe  se 
Después  de  quince  o  ve: 
cuenta  que  el  café  produce  preci 
de  hiperacidez,  a  veces   muy  acent 


té  5 


infusic 


elementos   las   substancias  productoras  de  oirás   excitantes  del  grupo   deí 
ácidos   de   lá  fermentación,  y  entre   ellas   del   ácido   carbónico, 

En   suma;    el    problema    dietético   que  debe   resolver   el  clínico    en   estos 
casos  consiste  en  aumentar  la  masa  de  residuos  estcrcoráceos,  incluir  gra- 
sas  e   hidrocarbonados    solubles   en   la  alimentación,   suprimiendo   las  c 
y   sus   productos,    todo  ello   en  tal   forma,    que   permita  una   íanacíón   1 
cicnte  del   régimen,  sobre  todo  cuando  lia  de  ser  aplicado  durante  largcí,^ 
ríodos  de  tiempo. 

Esta  cura  ha  de  ir  combinada,  en  cada  caso,   con  la  adopción  de  pro- 
cedimientos   diferentes    destinados   a    intensificar   !a   eficacia    del    trata 
te   sentido,   los  baños  de   airi 
moderados,    durante 

tercio  dé  litro  d 
1  cuando  en  algunc 
lejor  recomendar  la  ingestión  de 
:r  seguida  durante  todo  el  año. 
tomará  el  desaymio.  Téngase  en 
en  los  estreñidos  una  sensación 
más  útil  es  emplear  el  llamado 
de  té  hecha  en  leche  caliente  en 
;  de  utilizar  el  agua.  Por  este  procedimiento  parece  que  el  tanino  as- 
tringente se  une  en  parle  a  la  caseina,  f|ue  queda  eliminada  a!  colar  eí  té. 
Es  conveniente,  al  mismo  tiempo,  emplear  lactosa  como  medio  azucarante. 
Por  lo  demás,  el  psn  de  trigo  bien  cocido  y  untado  de  manteca  y  una  ra- 
ción abundante  de  miel  t>  mermelada  proporcionan  al  orfpmsmo  calorías 
abundantes  y  buenos  excitantes  del  movimiento  intestinal.  Para  ciertos 
individuos,  el  fumar  tai  cigarrillo,  inmediatamente  después  del  desayuno, 
constituye  un  enérgico  estimulo  para  el  acto  de  la  defecación.  En  el  cur- 
so de  la  mañana  es  conveniente  intercalar  una  pequeña  comida  intermedia 
que  puede  estar  constituida  por  diversas  frutas,  especialmente  dátiles  o 
ciruelas  frescas  o  secas,  y  en  la  época  en  que  baja  uvas,  hasta  una  libra 
de  ellas;  menos  recomendables  son  las  manzanas  que  eñ  muchos  individuos 
dan  lugar  a  fermentaciones  con  meteorismo  y  son  consideradas  ( 
rectamente  astrigentes.  En  cambio  resultan  bastante  útiles  los  albaricoq 
las  peras,  los  melocotones,  las  fresas  y  muy  especialmente  las  naranjas^ 
las  personas  delgadas  es  difícil  prescindir  de  los  diversos  productos  jf 
tcos  (leche  acida,  yoghurt,  kéfir),  que  también  pueden  emplea 
mida  de  la  noche.  La  comida  principal  de!  medi.odía  debe  coi 
mer  término,  de  verduras,  oue  pueden  ser  preparadas  con  arréelo  a  los 
ETistos  de  cada  enfermo.  Prcferililes  son,  de  tod.-'S  modos,  las  verduras  no 
cocidas,  como  la  lechuga,  la  lombarda,  el  repollo,  y,  además,  los  i 
la  escarola  y  los  ráhanos. 

Todas    estas    substancias    dejan    abundantes    residuos.    De    Im    vi 
cocidas,   una  de  -las  más  preferibles   es   la  espinaca,   que  sólo  es  diíicDt 
tolerable  en    los   hiperácidos,    por    ser    ftifrtemenle    encitadora   de   los 
digeslivus.   Las   zanahorias,   los  nabos,   los   mclonts  y    las    legumin 


amo  dt- 

icoqiu^^ 

t08  ^^M 


des  son  imprescindibles  en  el  régimen  desprovisto  de  carne,  a. causa  de  si 
valor  calórico  y  de  su  amtenido  proteico.  A  todo  esto  puede  añadirse  abun- 
dante fruta  cocida  o  cruda  y  harinas  de  frutas.  Por  la  tarde  se  hará  otra 
comida  intermedia  lo  mismo  que  el  segundo  desayuno,  y  por  la  noche  se 
administrarán  comidas  compuestas  de  leche  o  sus  productos:  sopas  de 
verduras  o  de  harina,  y  abimdante  compota.  Se  ha  recomendado  el  empleo 
de  las  ciruelas  maceradas  que  se  preparan  poniendo  seis  ciruelas  grandes 
partidas  en  un  tercio  de  litro  de  agua  y  añadiendo  una  punta  de  navaja  de 
soda.  Se  conserva  esta  maceración  durante  doce  horas  procurando  prepa- 
rarla por  la  mañana  y  se  toma  por  la  noche  al  acostarse.  Algunos  enfermos 
toman  mejor  esa  maceración,  abundante  en  ácidos  vegetales,  por  la  maña- 
na temprano.  Por  último,  conviene  no  esquematizar  demasiado  el  régimen 
de  los  enfermos  considerando,  ante  todo,  la  constitución  general  de  cada 
individuo.  Por  lo  demás  es  preciso  adaptar  a  cada  caso  el  valor  calórico  de 
la  alimentación. 
:      ,  R.  Fraile." 


Eric  Donaldson.  M.  D.  Cantas.— La  reaooión  de  Sohiok.     (The  shick 
test.)  British.  Medical  Journal.  Septiembre  de  1926.  Número  3.429. 

La  prueba  de  Schick  demuestra  la  cantidad  de  antitoxinas  naturales  que 
contiene  la  sangre  de  un  sujeto  determinado.  Aquellos  en  los  cuales  la 
prueba  sea  positiva,  tienen  una  pequeña  cantidad  de  antitoxina  y  son  recep- 
tibles  a  la  difteria;  por  el  contrario,  en  los  que  el  resultado  es  nega- 
tivo poseen  la  suficiente  cantidad  de  antitoxinas  en  su  sangre  (i). 

En  Nueva  York,  diez  años  antes  de  la  época  de  la  reacción  de  Schick,  las 
muertes  por  difteria  eran  alrededor  de  1.350  cada  año.  Desde  1919,  fecha 
en  que  se  ha  empezado  a  hacer  la  reaaión  y  la  inmunización  diftérica  ac- 
tiva, este  número  de  fallecimientos  ha  descendido  a  663.  Eln  Chicago, 
antes  de  dicha  fecha,  ocurrían  797  muertes;  después,  239  y  así  sucesivamen- 
te en  las  demás  naciones.  El  autor  ha  inmunizado  a  4.000  personas.  En 
los  hospitales  inmunizó  también  a  muchos,  sin  haber  observado  ningún 
caso  de  difteria,  cosa  que  anteriormente  no  ocurría.  En  un  orfelinato  en 
que  inmunizó  a*  todos  los  asilados,  no  ocurrió  ningún  caso  de  difteria.  A 
este  propósito  cita  varios  ejemplos"  interesantes 

Es  curiosa  la  observación  de  Donaldson,  que  demuestra  110  haber  sido 
atacadas  de  difteria  aquellas  personas  que  dieron  Schick  negativo.  Puede 
suceder  que  los  sujetos  que  dieron  Schick  negativo,  enfermen  con  poste- 
rioridad .  de  una  afección  faríngea  que  dé  origen  a  dudas  acerca  de  su 
naturaleza. 

En  estas  condiciones  para  hacer  el  diagnóstico  de  difteria  se  requieren 
los   tres    siguientes    requisitos    fundamentales:    Primero,   que   el   cuadro  clí- 

N.  dAl  T.— El  autor  se  rxtiende  »»n  ronsld'^rac'onpg  Tenet  oles  sobre  la  pru^*ba  de  Schick, 
en  que  por  ser  ya  conocidas,  no  creemos  necesario  insistid. 


—  430  — 

^ 

nico  sea  típico;   segundo,  aislar   los  bacilos  de   Loffler, 

virulentos    en   la? 

fosas  nasales  o  en  la  faringe  con   pruebas  en  e!  conejillo 

de   indias,   y   ter- 

cero,  que  una  muestra  de  sangre   tamadJ  del   enfeimo  ant 

es  de  haberle  in- 

yectado    suero    antidiftérico   demuestre   que    no    contiene    £ 

luficiente   cantidad 

de   antitoxinas   naturales   para  evitar   un    ataque  diftérico. 

La   inmunidad,    como    es   sabido,    se   obtiene    activa    o 

pasivamente.    Es 

más  duradera   la   primera,   puesto   que   la    pasiva  no   alean, 

la   ^Yrriba  de   tres 

s   con  una  mezcla 

de   toxoide   (toxina    con   formol)    y    antitoxina,   poniendo    i 

:uatro  inyecciones 

con  intermedio  de  una  semana.  Si  a  los  tres  meses  de  terminn 
zación.  la  reacción  de  Schick  se  muestra  pasitiva,  vuelven  ; 
Ordinariamente  la  inmunización  ya  se   había  alcanzado. 

Propone  el  autor  un  esquema  para  la  lucha  contra  la  difteria  en  gran- 
de escala,  que  podríamos  llamar  la   lucha  nacional  contra  la  difteria: 

Primero.  Aplicación  de  la  inmunización  activa  sistemátioíimente.  a) 
Instituciones  de  niños.  6)  En  clínicas  especiales.  í)  En  aquellas  personas 
que  cuidan  niños   enfermos,  sobre  todo  diftéricos. 

Segundo,  Aplicaciones  taindícionaks.  m)  En  residencias  escolares  c 
Instituciones.   &)    En  otros    casos  particulares. 

Esta  lucha  contra  la  difteria  se  puede  desenvolver  con  relativa  fa- 
cilidad. En  una  hora  un  médico,  con  un  ayundante  especializado,  puede 
hacer  so  Schick.  Una  vez  seleccionados  los  Schick  positivos  se  comienza 
la  inmunización,  haciéndose  a  todas  aquellas  personas  de  la  institución, 
que  como  decimos,  hayan  dado  resultado  positivo.  Se  deben  hacer  siembras 
de!  moco  faríngeo  para  descubrir  los  portadores  de  gérmenes.  A  los  Schick 
I  puede  separar,  puesto  que  estos  individuos  están  defendí-' 
ite,  contra  la  difteria.  Durante  todo  el  periodo  de  la  in- 
1  mes),  a  los  positivos  se  les  debe  vigilar  dos  veces  al  día 
1  el  fin  de  que  si  presentaran  en  algún  i 
que    hubieran    podido 


negativos  se  I 
dos.  naturalm 
munización  (un 
en   época  de  epiden 

de    difteria,    ; 


sible 


pidez,  produciéndoles  i 
on   el    suero.    Entre   los    portadores  de   gérmenes   hay   que    descubrir 
i   albergan  gérmenes   virulentos,   y   quiénes   no.   A   éstos   se   les    puwle 


11  comunidad, 


aquéllos  hay  que   separarlos  por   ser  peli 
J.  A,  Mu 


H^  deja 

^H  Leoh  Meyess. — Pe rturbao Iones  vesloalas  en   las  lesiones  del 
^H  tflma    nervioso.  (Bladder   disturbances   in   lesions   of  the 

^H  tem.)  The  Journal  of  Nervnvs:  and  Mental  Disease.  Vol.  64, 

I  .,i 

^H  trasti 


] 


tema  de   las  perturbaciones  vesicales   en  las  lesiones  del   sistema  ner- 

está  confusamente  tratado  en  el  momento  actual  de  la  ciencia.  Los 

trastornos  son  de  dos  tipos :  O  bien  retención  de  orina  o  bien  i. 


—  431  — 

y  es  especialmente  en  la  lesión  de  los  últimos  segmentos  medulares  donde 
presentan.  Tienen  la  mayor  importancia  pronostica  a  causa  de  la  posibL 
dad   de  la  infección  vesical,  que  es  ima  amenaza  inmediata  para  la  vic 
del  paciente.  Y  sin  embargo,  desconocemos  en  realidad  el  mecanismo  ínti 
mo  de  su  producción;  sabemos  tan  sólo,  en  los  casos  de  retención  de  orina 
que  puede  ser  debida  a  la  falta  de  capacidad  expulsiva  del  músculo  vesi- 
ód  o  al   exceso  de  función  del  esfínter  e  inversamente  para  los  casos  de 
incontinencia.  Tampoco  sabemos  el  papel  que  juegan  en  la  patogenia  de  es- 
tos  trastornos   las   perturbaciones  de   la  sensibilidad;   por  ejemplo,   ignora- 
mos si  en  la  retención  de  la  tabes  influye  o  no  la  anestesia  vesical  para  la 
sensación  de  plenitud.  Por  consecuencia  de  la  imperfección  de  estos  cono- 
nocimientos  no  concedemos  a  las  perturbaciones  vesicales  el  valor  sintomá- 
tico que  realmente  pueden  tener. 

'.  -Ei  -sistema  nervioso  de  la  vejiga  y  de  la  uretra, — Lol  vejiga  y  la  porción 
•próxima  de  la  uretra  rec&e  su:  inervación  de  tres  fuentes  principales:  cen- 
tral, simpática  y  pélvica  (sistema  nervioso  autónomo).  Las  fíbras  nerviosas 
de  cualquiera  de  estos  tres  sistemas  pueden  ser  aferentes  o  eferentes. 

Las  fíbras  procedentes  del  sistema  nervioso  central  alcanzan  la  vejiga 
por  la  vía  del  pudendo  interno.  Este  nervio,  originado  en  el  segundo,  ter- 
cero y  cuarto  segmentos  sacros  de  la  medula,  es  el  principal  en  la  inerva- 
ción de  la  piel  y  de  la  musculatura  del  periné.  Interviene  en  la  inervación 
de  la  vejiga  por  ima  rama  destinada  al  esfínter  externo  o  voltmtario  y  por 
fíbras  sensitivas  repartidas  en  la  mucosa. 

Las  fíbras  del  sistema  nervioso  simpático  se  originan  en  el  tercero,  cuar- 
to y  quinto  segmentos  lumbares  y  pisan  a  través  de  el  cordón  del  simpáti- 
co sin  interrupción  hasta  el  ganglio  mesentérico  inferior,  donde  terminan, 
arborizándose  alrededor  de  una  nueva  neurona  *ganglionar  que  forma  el 
efecto  inmediato  del  sistema  simpático,  homologa  de  las  células  del  asta 
anterior  de  la  medula.  Estas  fíbras  pasan  a  través  del  nervio  hipogástrico 
e  intervienen  en  la  formación  del  plexo  pelviano,  que  alcanza  fínalmente 
el  esfínter  involuntario  de  la  vejiga  y  la  musculatura  del  trígono. 

La  vejiga,  fínalmente,  recibe  por  el  camino  de  los  "nervi  origentes"  iner- 
vación que  procede  del  sistema  nervioso  autónomo;  tales  nervios,  del  mismo 
modo  que  el  pudendo  interno,  tienen  su  origen  en  el  segundo,  tercero  y  cuar- 
to segmentos  sacros.  Ellos  se  ramifícan  con  los  nervios  hipog^stricos  for- 
mando el  plexo  pelviano  y  de  aquí  las  fíbras  se  continúan  hasta  la  pared 
vesical.  En  ella  terminan  en  células  ganglionares  que  son  las  células  efec- 
toras  de  la  musculatura  vesical  (el  llamado  músculo  detrusor)  y  ejercen  su 
acción  sobre  este  músculo  por  el  camino  de  terminaciones  en  sus  fíbras. 
Las  sensaciones  recibidas  por  la  vía  del  sistema  autónomo  son,  al  parecer, 
principalmente  las  de  la  tensión  de  la  pared  vesical. 

Mecanismo  de  la  función  normal  de  la  vejiga. — Se  ha  demostrado  ex- 
perimentalmente  que  Budge,  Giannuzzi,  Langley  y  Anderson,  y  aun  más 
recientemente  por  Elliott  y  Barington  que  la  estimulación  del  sistema 
nervioso  simpático  produce  una  contracción  del  esfínter  interno,  en  tanto 
que  el  estímulo   de   los  "nervi  origentes"  (sistema  autónomo)   produce  ima 


—  432—  J 

contracción  de  la  musculatura,  de  la  pared  vesical.  Ulteriormente  se  ha  dfr-  f 
mostrado  por  Zeissl,  LANr.LBv,  Anderson  y,  especialmente,  por  ítewabt, 
que  la  estimulación  del  simpático  produce,  simultáneamente  con  la  contrac- 
ción del  esfínter,  la  relajación  del  destrusor,  y  la  excitación  del  autónomo 
además  de  su  efecto  sobre  el  detrusor  produce  la  relajación  del  esfinter. 
La  leoria  se  formuló  con  esta  base  experimenta!,  por  Güyon  y  Gowbrs, 
aceptando  que  la  función  vesical  era  manifestación  del  equilibrio  de  las  fuer, 
zas  antagónicas  del  sistema  simpático  y  el  autónomo,  A  saber ;  que  la  re- 
tención (Je  la  orina  (contracción  del  esfinter  interno  y  relajación  de  la  pared) 
se  debia  al  predominio  de  la  inervación  simpática,  en  tanto  que,  la  expul- 
sión de  la  orina  (relajación  del  esfínter,  contracción  del  detrusor)  era  oca- 
sionada por  la  inervación  para^ impática. 

Otra  teoria  de  la  función  normal  de  la  vejiga  fué  formulada  por  Goltz; 
este  fisiólogo  sostuvo  que  la  micción  normal  es  esencialmente  un  acto  volun- 
tario, reflejo  ocasionado  por  el  estímulo  de  las  primeras  gotas  de  orina  sobre 
el  tractus'  uretra!. 

Los  tipos  de  perturbadán  vesical  ijue  se  presentan  en  las  enferntedaáes 
del  sistema  nírcioso — Retención  de  orina — Esta  es  una  situación  en  que 
la  vejiga,  es  incapaz  de  vaciarse  y  la  orina  se  acumula  en  ella  en  cantidad 
mucho  mayor  que  la  que  corresponde  a  la  capacidad  normal  del  órgano. 
Una  variedad  de  este  estado  es  la  disuria,  en  la  que  se  registra  una  dificultad 
para  vaciar  la  vejiga,  que  el  paciente  trata  de  compensar  ejerciendo  presión 
sobre  su  vejiga  por  la  contracción  de!  diafragma  y  de  los  músculos  abdo- 
minales ;  la  cantidad  de  orina  expulsada  de  esta  manera  es,  sin  embargo, 
muy  pequeña,  hasta  el  punto  de  que  la  cantidad  que  queda  en  la  vejiga  des- 
pués de  esta  micción  forzada  puede  llegar  algunas  veces  a  1.500  c.  c  El 
estado  de  distensión  continua  de  la  vejiga  origina,  en  los  casos  en  que  ella 
no  está  afectada  por  la  enfermedad,  una  continua  sensación  de  molestia  que 
obliga  a  micciones  frecuentes.  Pueden  asociarse  la  retención,  !a  i 
o  la  micción  por  rebosamiento.  Sí  la  incontinencia  se  produc 
por  una  pérdida  irregular  de  pequeñas  cantidades  de  orina.  La  retención 
de  orina  con  o  sin  incontinencia  o  reflujo  es  el  primer  trastorno  de  la  mic- 
ción que  se  presenta  en  las  lesiones  de  la  médula.  El  autor  alega  sus  expe- 
riencia de  nueve  casos  de  interrupción  fisiológica  completa  de  la  médula 
como  consecuencia  de  trauma;  la  lesión  afectaba  a  los  siguientes  niveles: 
en  tres  casos,  cervical,  sexta,  séptima  ;  en  un  caso  dorsal  lo-i  1 ;  en  tres  casos, 
dorsal  II,  lumbar  i,  y  en  dos  casos,  lumbar  2-3.  En  todos  los  casos,  la  re- 
irina  fué  la  perturbación  primaria  de  la  función  vesical.  En  las 
hemorragias  medulares  espontáneas  o  traumáticas  (hematomaelía)  también 
se  produce  la  retención.  El  autor  ha  estudiado  cuatro  casos,  tres  de  hemorra- 
gia traumática  en  varones  y  uno  de  hemorragia  discrásica  en  una  mujer 
embarazada,  y  los  cuatro   presentaron  retención. 

En  la  tabes  dorsal,  la  retención  se  presenta  en  el  45  por  "»  de  los  casos, 
frecuentemente  de  una   manera  muy  precoz,  antes  de  que  se  produzcan  los 
.    pupilares.    Los    tumores    vertebrales    también    pueden    provocar    la 


—  423  — 

retención  cuando  se  desarrollan  alrededor  del  cono;  esta  retención  se  prt 
senta  de  una  manera  súbita. 

La  retención  inicial  de  la  orina  puede  en  algunos  casos  persistir  largt 
tiempo.  La  retención  va  seguida,  sih  embargo,  tarde  o  temprano  de  la  in- 
continencia pasiva.  En  este  estado,  la  orina  se  escapa  de  la  vejiíp  de  lina 
manera  continua,  con  aumentos  intermitentes  en  los  cambios  d6  postura ; 
esta  incontinencia  pasiva  es  en  general  el  tiix>  terminal  de  las  perturbaciones 
vesicales  y  constituye  el  síntoma  más  molesto  de  muchos  enfermos  medu- 
lares; parece  que  se  presenta  con  particular  rapidez  en  los  casos  en  que  la 
lesión  afecta  a  los  segmentos  sacros. 

Otro  tipo  de  perturbación  vesical  que  ocasiona  ulteriormente  la  reten- 
ción es  la  llamada  incontinencia  activa,  también  conocida  con  el  nombre  de 
vejiga  automática.  En  esta  condición,  cuando  se  almacena, en  la  vejiga  una 
cierta  cantidad  de  orina,  la  micción  se'  verifica  por  el  mecamano  reflejo  de 
una  manera  absolutamente  inconsciente.  Este  tipo  de  micción  es  el  sín- 
drome de  una  interrupción  anatómica  completa  de  médula.  El  autor  tiene 
la  experiencia  de  tres  casos  con  este  aspecto. 

Fisiología  patológica  de  las  perturbaciones  vesicales. — Head  y  Riddoch 
atribuyen  la  retención  de  la  orin^en  las  lesiones  de  la  medula  espinal  a  la 
hiperacción  del  esfínter  interno;  ésta  es  también  la  opinión  de  Hunter; 
GowER  identifica  la  hiperacción  del  esfínter  involuntario  con  la  contractura 
de  los  músculos  de  los  miembros,  es  decir,  como  una  manifestación  de  la 
ley  general  en  virtud  de  la  que  los  reflejos  se  exageran  cuando  desí  parece 
la  influencia  piramidal.  Esta  hipótesis  parece  poco  verosímil;  hay  que  tener 
en  cuenta  que  la  retención  de  la  orina  es  la  más  precoz  y  la  más  constante 
perturbación  de  la  \ejiga  en  las  lesiones  transversas  completas  de  la  me- 
dula, lesiones  que  se  asocian  con  la  desaparición  de  todos  los  reflejos  por. 
debajo  del  segmento  afectado;  de  donde  resulta  inaceptable  que  ima  lesión 
que  aniquila  todos  los  reflejos  deje  sólo  aumentados  los  que  conciemen  a 
la  función  vesical.  La  retención  de  la  orina  se  presenta  como  síntoma 
precoz  aproximadamente  en  el  45  por  100  de  los  casos  de  tabes  dorsal, 
enfermedad  en  el  que  el  proceso  degenerativo  afecta  también  al  sistema  ner- 
vioso simpático  como  demuestra  la  miosis.  La  miosis  se  produce  también 
asociadamente  con  una  parálisis  del  sistema  autónomo  mesocefálico  que 
pasa  por  la  vía  del  tercer  nervio  hasta  el  esfínter  del  iris  y  anula  el  reflejo 
pupilar  a  la  luz,  por  lo  cual  no  podemos  imaginar  que  sea  la  hiperactividad 
del  tercer  nervio  la  que  contraiga  la  pupila  sino  más  bien  la  parálisis  de 
las  fibras  simpáticas  del  cilio  espinal.  Se  puede  imaginar  que  la  tabes  ejerce 
también  una  igual  acción  destructiva  sobre  las  fibras  simpáticas  que  inervan 
la  vejiga  produciendo  una  parálisis  del  esfínter  interno. 

El  autor  propone  como  interpretación  general  la  de  que  las  perturba- 
ciones vesicales  en  las  lesiones  de  la  medula  espinal  se  producen  por  parálisis 
de  la  pared  vesical,  del  llamado  músculo  detrusor,  en  la  cual  la  parálisis 
del  sistema  pélvico  autónomo  juega  el  más  importante  papel;  y  la  natura- 
leza del  trastorno  está  determinada  por  la  condición,  del  suelo  pelviano.  Como 
se  sabe,  esta  estructura  ejerce  un  efecto  mecánico  sobre  la  uretra,  a  la  que 


-434- 


1 


comprime  fuertemente,  y  !a  prueba  es  que  la  orina  no  se  escapa  de  U  vejíj 
en  el  cadáver.  En  los  primeras  tiempos  de  la  parálisis  vesical  el  tono  del 
suelo  pélvico  se  mantiene  y  la  orina  no  puede  ser  expulsada.  Ulteriormente, 
sin  embargo,  elnperiné  se  relaja  y  puede  presentarse  entonces  la  íase  de  in- 


A  juicio  del  autor,  esta  teoría  explica  mejor  que  ninguna  o 
modalidades  de  perturbaciones  de  la.  micción. 


J.  Sanchís  Bamúí 


I 


Mf.ver.—  La  solución  alDohólloa  de  sulfato  de  aobre  en  Der- 
matología. (La  solution  alcooÜquc  de  sulfate  de  cuivre  en  Dermato- 
logie.)  BuUctin  de  ¡a  Sociélé  Frangúise  de  Dermatologic  el  de  Syjihi- 
¡ígraphie,  núm.  6,   junio  1926. 

Desde  hace  dos  años  se  propuso  encontrar  una  solución  antiséptica  aná- 
loga al   agua  de   Alibour,   pero  con   excipiente  alcohólico.   Las  fórmulas 
presenta  en   esta    fecha   son   las   que   utiliza   corrientemcnle   desde   hace 


Sulfato  de  cobre  anhídrido SO  centigramoa. 

Alcohol  absoluto 100  gramos. 

y 

Sulfato  de  cobre  anhidro 50  centigramos. 

Alcohol  absoluto 85  gramos. 

Éter    15  gramos. 

5e  puede  añadir  del  5  al  10  pCK-  100  de  glicerina. 

Estas  soluciones  precipitan  cuando  la  hidratación  alcanza  el  2  ó 
100.  Se  requiere  un  excelente  taponamiento  (tapón  parafinado) ;  el  frasco 
no  debe  permanecer  abierto  sino  mientras  se  usa,  y  por  un  mínimo  de  tiem- 
po. Cree,  por  otra,  parte,  prudente  no  prescribir  nada  más  que  30  gramos 
de  solución.  El  preparado  es  bastante  estable  para  permitir  su 
tico;  las  muestras  que  presenta  a  la  Sociedad  fueron  preparadas  hace  o 

El  alcohol  absoluto  no  es  tan  irritante  para  la  piel  como  el  alcoha 

90   grados.   Casi   todos  los   enfermos  pueden  sin   inconveniente   fricciona 

pie!  una  y  aun   dos  veces  diarias. 

Cree  que  este  producto  tiene  dos  indicaciones  fundamentales: 
I.*     La    piodermitis,    cualquiera   que    sea    su    localización:    car 

miembros.  Reemplaza  a!  alcohol  iodado  o  a  las  lociones  con  agua  de  i 

bour;   pero  con  una  mayor  eficacia. 


—  425  — 

2.'    La   seborrea.   En   la  cara  no  reemplaza  la  loción  azufrada;   per 
puede  ser  asociada  con  ella  de  la  siguiente  manera:  fricción  con  la  soluciói 
de  sulfato  de  cobre,  por  la  mañana,  y  con  la  loción  de  azufre,  por  la  tar- 
de. La  mejor  indicación  de  la   solución   alcohólicoetérea   es   el   acné  de  la 
cara,  porque  es  al  mismo  tiempo  antiséptico  y  antiseborreico. 

En  el  cuero  cabelludo  se  puede  friccionar  raya  por  raya  con  algodón 
humedecido;  este  proceder  da  resultados  muy  satisfactorios  en  las  seborreas 
moderadas,  pero  sin  anular  por  ello  las  pomadas  sulfocádicas  o  el  cloro- 
sulfol. 

Este  producto,  que  es  inodoro,  indoloro  y  que  no  mancha,  merece  ser 
ensayado  antes  que  las  preparaciones  más  activas,  y  le  parece  un  procedi- 
miento excelente  para  el  tratapaiento  de  entretenimiento  después  de  la  apli- 
cación de  ellas. 

!  C  Gaxcía  Casal 


LoRTLT- Jacob,  Pellissier  y  Gilbert-Dreyfus. —  Papel  del    ácido  sa- 
lloflloo  y  de  olertM  vagetalos  llamados  depurativos  sn   la 
provocación  de  las  dlshldrosls.    (Role  de  Tacide  salicylique  et  de 
oertains  vegetaux  dits  depuratifs  daos  la  provocation  des  Dyshidroses.) 
Afínales  de  Dermaiohgie  et  de  Syphiligraphie,  Serie  VI,  tomo  VII,  nú- 
mero 7,  julio  1926. 

La  dishidrosis,  entidad  verdadera  para  Brocq  y  Sabouraud,  y  síndrome 
para  Darier,  es  frecuentemente  considerada  como  de  origen  parasitario. 

Favre,  en  un  artículo  rsciente,  sacaba  la  conclusión  de  que  todas  las  dis- 
hidrosis son  de  origen  parasitario,  y,  sin  desconocer  la  influencia  del  terreno, 
encuentra  explicación  a  la  variedad  de  sus  formas  clínicas  en  la  variedad  de 
sus  parásitos. 

No  quieren  sustentar  los  autores  que  todas  las  dishidrosis  s^an  manifesta- 
ciones cutáneas  de  la  intoxicación  salicilada,  limitándose  a  describir  sus 
historias  dinicas,  algunas  de  las  cuales  pres^taban  lesiones  análogas  a  las 
descritas  por  Favre  bajo  el  nombre  de  dishidrosis  supurada.  Del  análisis 
de  ellas  se  deduce,  «n  primer  lugar,  los  diferentes  aspectos  clínicos  de  la 
dishidrosis : 

i.^  La  que  puede  considerarse  d^tro  del  tipo  clásico,  es  decir,  de  la 
enfermedad  de  Tilbuy  Fox.  Estos  enfermos  presentan  siempre  vesículas 
m  granos  de  sagú. 

2.0  La  caracterizada  por  su  aspecto  de  maceración  con  desprendimiento 
pidérmicD. 

Señalan  los  autores  que  éstos  son  a  menudo  dos  estadios  de  una  misma 
olución.  El  inicial,  caracterizado  por  una  pápula,  de  la  que  el  esclariñca- 
r  puede  ya  hacer  salir  un  exudado  seroso. 

Bien  iM-onto  la  vesícula  es  clara,  y  nuevos  brotes  de  vesículas  pueden 

erlas  confluentes. 


« 


En  un  estado  más  avanzado 
más  superficiales  y  a  reunirse  las  unas 
las.  De  éstas  algunas  quedan  cerradas 
tonces   los   bordes   franjeados   irregulari 

Estas    lesiones 


de  volumen,  tienden  3  hacerse 
in  las  otras  para  formar  flicténu- 
,s  otras  se  abren,  presentando  en- 
de apariencia  policíclica. 
nudo  entre  los  dedos,  en  la  pal- 
ma de  la  mano,  en  los  pies  y  entre  los  dedos  de  los  pies.  Y  como  la  coales- 
cencia  de  las  vesículas  y  su  ruptura  son  precoces  en  estos  sitios,  en  dios 
es  donde  se  ve  este  aspecto  macerado  de  color  lila. 

De  brote  en  brote,  las  lesiones  pueden  persistir  diei,  quince,  treinta  días, 
a  veces  más,  con  alternativas  de  desecación  y  desprendimiento  epidérmico, 
3."  Por  último,  se  añade  a  veces  una  supuración,  presentando  los  as- 
pectos de  dermoep ¡dermitis  que  describen  en  algimos  de  sus  casos.  Estas 
son  exactamente  las  formas  descritas  por  Favbe  con  e!  nombre  de  dishi- 
drosis  supurada.  Los  autores  han  podido  observar  que  la  infección  y  supu- 
ración en  estos  casos  es  bien  claramente  sobreañadida,  y  por  lo  tanto  las 
consideran  como  formas  complicadas  y  no  como  formas  especiales  de  dís- 
tüdrosis. 

El  papel  de  los  productos  salidlados  en  la  producción  de  muchos  casos 
de   disbidrosis  les  parece  el  punto  más  importante. 

En  la  mayor  parte  de  sus  observaciones,  'a  erupción  disbidrósica  se 
presenta  después  de   la   ingestión  de   productos  salicilados. 

Estos  productos  salicilados  han  sido,  como  siempre,  de  origen  vegetal. 
Tomándolos  los  enfermos  bajo  forma  de  depurativos,  de  tisanas. 

Citan  cierto  número  de  especies  vegetales  que  contienen  ácido  saJicílico 
o  cuerpos  salicilados,  y  otros  que  pueden  dar  por  combinaciones  diversas 
en  el  tubo  digestivo   ácido   salicílico  o  productos  análogos. 

Estas  plantas  eran  empleadas  en  otro  tiempo  con  gran  frecuencia  con- 
tra el  paludismo  y  reumatismo— empíricamente— ,  y  su  acción  era  debida 
al  ácido  salicílico  que  contenían.  De  todas  éstas,  si  algunas  han  caído  en 
desuso,  otras,  por  el  contrario,  son  frecuentemente  utilizadas  y  aitran  en 
la  composición  de  los  depurativos  vegetales. 

Ante  los  casos  de  dishidrosis  investigan  siempre  si  el  enfermo  tomó  de- 
purativos vegetales,  tisanas,  etc.,  anteriormente,  viéndolo  confirmado  muy 
a  menudo. 

Uno  de  los  casos  más  demostrativos  es  el  de  una  enferma  con  dishidro- 
sis del  tipo  de  desprendimiento  epidérmico  y  supuración.  En  esta  mujer 
la  erupción  dishidrósica  apareció  después  de  la  absorción  única  de  salici- 
lato  de  sosa,  con  aplicación  local  de  salicilalo  de  metilo.  La  administra- 
ción ulterior   de  un   depurativo  no   hizo   sino   extender   estas    lesiones.    Esta 


observación   es   muy   importan  ti 

pero  reconocen  que_rar¡sima  vez  se   preseni 

cUato  de  sosa. 

Como   contraprueba   sometieron  a   uno  de 
por  el  salicilato  de  sosa,  no  presentándosele 

o  una  sola  toma  del  depurativo  producía  nuevamente  un  brote  de 
siculas       ■      •       ■   ■       ■ 


valor    de    confirmación ; 
dermatosis  con   eJ  salí- 


enfermos  a  la  medicación 
ella  ningún  nuevo  brote; 


—  427  — 

ductos  salicilados  de  origen  vegetal  los  que  ocasionan  estas  dermatosis  dis- 
hidrósicas. 

No  olvidemos  que  el  ácido  salicílico  puede  ser  del  mismo  modo  absor- 
bido en  cervezas,  algunos  vinos  blancos,  etc. 

No  intentan  explicar  esta  diferencia'  de  acción  de  los  cuerpos  salicila- 
dos vegetales  y  el  ácido  salicílico  en  naturaleza  o  bajo  forma  de  salicilato 
de  sosa. 

Puede  que  estos  productos  salicilados  necesiten  para  su  acción  la  exis- 
tencia de  ciertos  terrenos  predispuestos.  En  algunos  de  sus  enfermos  en- 
contraron trastornos  endocrinos;  en  otros,  digestivos,  y  en  alguno,  nada. 

En  resumen,  según  los  hechos  bien  observados,  creen  poder  incriminar 
el  ácido  salicílico  de  los  vegetales  como  una  causa  frecuente  de.dishidro- 
sis.  Los  autores  han  visto  muy  a  menudo  enfermos  portadores  de  lesiones 
dishidrósicas  que  habían  ingerido  con  anterioridad  depurativos,  tisanas  o 
cerveza  que  contenían  cuerpos  salicilados.  La  acción  del  salicilato  de  sosa 
como  causa  de  esta  dermatosis  es  excepcional. 

Estos  hechos,  de  gran  importancia  clínica  y  terapéutica,  les  permite 
afirmar  que  si  ciertas  dishidrosis  son  parasitarias,  no  lo  son  todas.  Los 
aspectos  clínicos  son  variables;  las  causas  lo  son  igualmente. 

C.  García  Casal 


JuNG,  Tagaud  y  Chavanne.— Investigaoionesexpepimentales  sobre  la 
fisiología  del  gangiioesfeno-paiatino.  (Recherches  experimentales 
sur  la  phisiologie  du  ganglion  spheno-palatin.)  UOto-Rhino-Larygolo- 
gie  Intemacionale,  Agosto,   1925. 

Las  investigaciones  llevadas  a  cabo  por  los  autores  han  sido  practicadas 
siempre  en  perros. 

Tratan: 

I. — Comprobaciones  anatómicas  y  técnica  operatoria. 

Abordan  el  ganglio  por  vía  cigomática.  Incisión  de  la  piel  y  tejido  sub- 
cutáneo. Disección  y  sección  de  la  apófisis  cigomática.  Aparece  entonces  la 
fosa  pterigo-maxilar,  llena  siempre  de  tejido  graso.  Levantando  un  poco 
la  cápsula  del  ojo  se  descubre  en  la  profundidad  un  cordón  blanco,  rectilí- 
neo, ligeramente  oblicuo  sobre  el  gran  eje  de  la  región:  el  nervio  maxilar 
superior.  En  su  borde  superior  y  en  un  plano  más  profundo  se  señala  una 
pequeña  masa  blancuzca :  el  ganglio  esf eno-palatino.  Si  entonces  se  tira  ha- 
cia abajo  del  tronco  del  feaxilar  superior  se  descubre  el  ganglio  y  los  ner- 
vios en  íntima  conexión  con  él. 

Primero.    Ganglio.— Es  un  pequeño  cuerpo  aplanado,  irregularmente  fu- 
siforme, hinchado  en  algunos  sitios  y  extrangulado  en  otros. 

Los  -autores  lo  han  encontrado  una  vez  fragmentado  en  tres  masas  pe- 
queñas y  separadas,  pero  ligadas  entre  sí  por  tractus  nerviosos.  Está  en  re- 


I 


lación:  jKir  el  lado  externo,  con  el  nervio  maxilar  superior,  que  en   parte  le 
recubre,  y   lejido   adiposo  que   llena   la   fosa:   por  arriba,  con   la   periórbíta 
por   dentro   descansa  sobre  la  cara  externa  del  músculo   pterigoideo 
y  por  su  parte  inferior  corresponde  al  nervio  nasal  o  esfenopalalioo. 

Segiindo.     Oirás   ehmcnlos. — El   nervio   maxilar   superior   da  t 
colaterales:   a)   el   nervio   nasal   o   esfenopalatíno;   b)   el   palatino   anterior  ( 
gran  palatino;  c)  el  estafilino,  palatino  posterior  o  pequeño  palatini 

1  (¡ue  atraviesa  de  parte  a  parle  el  borde  u 
del  ganglio  da  en  esle  trayecto  cuatro  colaterales :  la  bucal  y  la  estafilina  p 
la  nasal  y  la  dentaria  superior  por  arriba,  desembocando  en  la  palatina, 
plano  superficial  están  la  voluminosa  vena  dentaria  y  sus  afluentes, 
s  autores  han  hablada  de  esto,  porque  el  ganglio  da  ramas  para  todos 
estos  elementos. 

llega,  por  su  parte  posterior,  el  nervio  vidiano  maxilar, 
fibras,  en  lugar  de  diseminarse  en  el  tejido  ganglionar,  se  entrelazan  e 
especie  de  plexos  que  atraviesan  oblicuamente  el  ganglio,  a  cuyo  través  se* 
puede  seguir,  dando  a  su  salida  una  serie  de  filetes  nerviosos  que  se  íun- 
n  con  los  díferemes  nervios  de  la  región,  observándose:  a)  Una  rama  que 
atraviesa  interiormente  la  masa  ganglionar.  y  que  se  divide  en  dos  para  unir- 

i-palatino  nasal :  b)   Otra   rama  más  gruesa  quej 
i  ángulo  agudo  para  unirse  al  nervio  esíero-pa 
:to    descendente,    cruza   profunda-1 
■ia  maxilar  interna,  para   fuitdir-1 


nalmente  a!  n 

anterior  que  s 

¡ino.  c}    Otra    rama  que   sigue   un   tr 

mente  el   nervio  esfeno-palatino  y   la   : 


;  separa  e 


n  el  t 


;rior  ^^^H 
nferioi^^^H 

es. 
todos  ^j^ta 

cuyaa^^H 

'és  sc^^^ 
íun- 

o-paJ^^H 


de  los  nervios  estafilino  o  palatino- posterior. 
Del  borde  superior  del  ganglio  se  escapan  una  decena  de  filetes,  reunidos 
en  dos  grupos,  que  inervan  los  músculos  pterigoideos  y  los  de  la  periórbita. 
Del  inferior  salen  fibras,  más  tenues  todavía  que  las  anteriores,  de  trayecto 
descendente,  que  inervan  la  arteria  maxilar  interna  y  sus  ramas,  después  de 
atravesar  profundamente  el  nervio  esteno-palatino.  Y,  por  fin,  de  la.  extremi- 
dad anterior  del  ganglio  se  ve  salir  un  filete  largo  y  tenue  que  va  a  retoñar 
la  rama  del  plexo  destinado  al  nervio  esteno-palatino. 

II. — Datos  actuales  de  la  fisiología  del  ganglio  esteno-palatino. 
Los  datos  actuales   sobre   la   fisiología   del  ganglio  de   Meckel  son   poco 
numerosos  y  no  permiten  más  que  un  conocimiento  muy  rudimentario  del  pa- 
pel exacto  de  este  órgano.  Algunos  autores  han  comprobado,  por  una  parte, 
que  cualquier  excitación  puede  provocar  una  gran  secreción  de  !a  mucosa  na- 
sal correspondiente,  y  por  otra,  que  a   la  extirpación  del   ganglio  no   seguía 
ningún  trastorno  trófico  de  la  pituitaria,  por  lo  menos  en  los  diez  o  veinte  días 
siguientes  a  la  operación;  es  decir,  que  del  gangljp  parten  filetea  excitante» 
de  la  secreción  de  la.  mucosa  nasal, 
ni. — Investigaciones  del  autor  (aún  en  curso). 
Intenta  obtener   por  una   inyección  de  alcohol  modificaciones   degenerati- 
vas de!  ganglio  esfeno-palatino  y  los  nervios  que  le  acompañan.  En  una  se- 
gunda serie  excita  los  diferentes  elementos  nerviosos  que  ocupan  el  fondo  de 
la  fosa  pterigo-tnaxilar ;  más  tarde  secciona  los  anos  y  los  otros  para  investí- 


•  .1  » 

t3LT  ulteriormente  las  modificaciones  conseqitívas  de  la  mucosa  íiasajl,  las  di- 
ierencias  de  reacciones  con  ciertos  excitantes,  electricidad,  pilocarpina,  etc. 


CONCLUSIONES^ 

Los  hechos  experimentales  que  aporta  el  autor  son  poco  numerosos  para 
ustificar  una  conclusión  verdadera,  limitándose  a  señalarlo  sucintamente, 
)ero  sin  marcar  su  carácter  contradictorio. 

La  excitación  del  ganglio  de  Meckel  provoca  hipersecreción  qasal,  sin 
nanifestaciones  dolorosas. 

El  papel  tf ófico  del  ganglio  no  parece  indispensable,  pwesto  que,  animales 
lesprovistos  de  él,  desde  hace  seis  semanas,  no  presentan  ningún  trastorno 
le  la  pituitaria  corresponriente. 

Es  un  hecho  que  la  acción  de  la  pilocarpina  es  idéntica,  haya  habido  ex- 
irpación  o  no ;  que  la  excitación  f arádica  de  la  mucosa  iH*ovoca  hipersecre- 
ción aun  después  de  la  sección  del  nervio  maxilar  superior,  nos  hace  pensar 
m  la  existencia  de  una  inervación  funcional  de  la  pituitaria,  además  de  ja  de- 
3endiente  del  ganglio  esfeno-palatino  y  del  nervio  maxilar  superior. 

Desde  el  punto  de  vista  clínico  se  pueden  hacer  las  dos  manifestaciones  si- 
mientes :  / 

La  denominación  del  sindrome  del  ganglio  de  JAeckel  es  defectuosa;  pa- 
rece atribuir  al  ganglio  síntomas  que  fisiológicamente  no  le  corresponden. 

La  denominación  de  sindrome  del  sistema,  del  entrecruzamiento,  del  blo- 
que esf  eno-palatino,  no  puede  ser  más  que  una  apelación  provisional ;  sobre  la 
ignorancia  del  papel  de  cada  uno  de  los  diferentes  nervios  de  la  región  en 
la  génesis  de  los  sínto^nas,  cuyo  origen  hay  que  averiguar. 

Tapia  (hijo) 


MoREAu.—  Vías    de    aooeso  y   abertura  del    saco   ondollnf ático 
por  la  operación  de  Portmann.      (Voie  d'acces  et  ouverture  du 
sac  endolymjphatique  par  Toperatión   de  Portmann).   Rvue   de  Laringe- 
logie,  d'Otologie  et  de  Rhinologie,  15  marzo   1925. 

El  aparato  vestíbulocraneal,  constituido  por  el  conducto  endolinfático  y 
su  extremidad  ampular  endocraneal,  el  saco  endolinfático,  ha  permanecido 
hasta  estos  últimos  años  casi  completamente  fuera  del  campo  de  investiga- 
ción de  las  rebuscas  científicas  cuyo  objeto  es  el  oído  interno.  Nosotros  de- 
seamos precisamente  en  el  curso  de  este  artículo  demostrar  en  qué  medida 
la  terapéutica  de  las  enfermedades  del  oído  se  ha  interesado  con  conocimien- 
tos nuevos  y  cómo  ciertas  afecciones  laberínticas  pueden  beneficiarse  con 
una  intervención  sobre  el  saco  endolinfático. 

Recordamos  muy  sucintamente  U  situación  y  particularidades  anatómicas 


—  43C  — 


I 

^^H  (le  este  ¿rgano.  Apoyado  en  la  cara  postero  superior  del  peftasco,   el  saco 

^^H  endolinfático    puede  ser   groseramente  comparado    a  un    disco    ligeratncnli 

^^K  oval,  una  de  cuyas  caras  reposa  en  una  depresión  descrita  por  PoRTUAHif, 

^^m  bajo    el   nombre   de   fósela   cndolinf ática,    mientras   que    el   autor    cree   i 

^H  en  relación  con  el  cerebelo  recubierto  de  sus  meniíiees.  Sti  eje  mayor  se 

^H  rige  de  delante  atrás,  de  fuera  adentro  y  de  arriba  abajo;  su  longitud 

^M  de  0,015  a  0,02,  y  su  eje  menor  no  llega  a  un  centímetro.  El  espesor  varia. 

^B  entre  cinco  mÜimetros  y  dos  milímetros. 

^1  En  el  viejo  el  saco  endolinfático   se  atrofia  frecuentemente  su   porción 

H  superointerna.  Alojado  en  ct  ángulo  superoinlerno  de  la  foseta  endolinfática 

H  es  lo  único  que  resta.  Está  cubierto  por  un  desdoblamiento  de  la  duramadre, 

H  que  le  engloba  en  ei^  totalidad  y  le  separa  de  los  órganos  vecii^os,  y  presen- 

I  ta  las  relaciones  siguientes:  Cara  petrosa;  el  vestíbulo  directa,  por  delame; 

■  más  afuera  el  antro.  Cara  cercbelosa;  lóbulo  digástrico  del  cerebelo  por  ¡n- 

■  termedio  de  las  meninges.  Contorno  del  saco;  la   semicircunferencia 
I  ofrece  relaciones  muy   intimas  con  el  seno   lateral,  del  que  no  está  separada 
I  más  que  por  algunas  trabéculas  conjuntivas.  Su  semicircunferencia 
I  se  aloja  en  el  ángulo  superointerno  de  la  foseta,  en  el  que  el  saco  si 

núa  insensiblemente  con  el  conducto  endolinfático.  El  saco  se  encuentra,  por 
^^^  tanto,  sobre  la  pared  anterior  de  la  fosa  cerebetosa,  aplastado  entre  el  ce- 
^^^T  rebelo,  por  detrás,  y  la  cara  posterior  del  peñasco,  por  delante.  Es  con  d 
^^^rseno  lateral  el  solo  órgano  depresible  de  esta  fosa,  en  la  que  casi  todas 
^^^pias  paredes  son  ¡nextensibles. 

£1  saco  endolinfático  es  muy  delgado.  Está  constituida  por  una  símplí 
capa  de  células  de  tipo  endo teliforme,  que  reposan  sobre  el  tejido  conjuntivo 
de  la  dura  madre.  Contiene  un  líquido  claro,  que  no  es  otro  que  el  liquido 
endolinfático.    El   saco   endolinfático,   en  comunicación  directa  con  el   oído 
interno,  por  intermedio  del  canal  endolinfático,  forma  parte  del  laberinto,  del 
1  es  más  que  una  vasta  prolongación   intracraneal. 
La  operación  que  describe  el  profesor  Post.Mann  consiste  en  llegar  a  la 
'  foseta  endolinfática  y  descubrir  el  saco  a  través  de  la  pared  petrosa.  El  co- 
nocimiento  exacto  de  las  relaciones  de  la   foseta  endolinfática  es,  por  tanto, 
indispensable.  Corresponde  a  una  serie  de  cavidades  del  oido  inlmo  y  del 
oído  medio:  es  decir;  primero,  en  su  tercio  interno,  por  arriba,  corresponde 
al   orificio   del   acueducto   del   vestíbulo,  que  continúa   el  conducto  endolinfá- 
tico y  a   la   pared  posterior   del   vestíbulo   en   su   parte   más   posterior;   pot— 
abajo,   a  las   células  yugulares  sublaberinticas ;   segundo,   en   su   tercio  medita 
está  en  relación  por  arriba  con  la  coque  ósea  laberíntica  y  el  canal  semicír — 
cular  posterior;  por  abajo,  con  la  fosa  yugular,  de  la  que  está  separado  poi^ 
una  lámina  ósea  muy  delgada;  tercero,  en  su  tercio  extemo  la  fósela  endo — 
linfática   corresponde   a   la   parle  antero- interna   del   antro   cuando   éste   esti 
muy  desarrollado,  y  a  la  porción  vertical  del  acueducto  de  Falopio,  que  con- 
tiene el  nervio  facial. 

El  fondo  de  la  foseta  endolinfática  en  su  parte  más  excavada,  a  una  dis- 
tancia muy  variable  del  antro,  según  la  constitución  anatómica  del  hueso  - 
10-15  milímetros  en  los  temporales  esclerosados,  3-2-1  en  los  muy  neumíti- 


1 


COS.  La  del  acueducto  es  más  estable;  se  encuentra  lo  más  corriente  a  tres 
o  cuatro  milímetros  de  la  foseta. 

La  técnica  dé  la  operación  es  lá  siguiente:  Primer  tiempo:  Trepanación 
mastoidéa  én  el  lugar  de  elección;  descubrimiento  del  seno  lateral  en  su  por- 
ción mastoidea,  evitando  en  lo  posible  la  abertura  del  antro,  a  fin  de  mante- 
ner el  campo  operatorio  aséptico  sin  amplia  comunicación  con  el  oído  me- 
dio. Segundo  tiempo:  Habiendo  extirpado  en  su  porción  interna  la  coque 
sínusal,  se  separa  con  ayuda  de  un  despegador  romo  y  lo  más  delicadamen- 
te posible  la  dura  madre  que  reviste  la  cara  posterior  del  peñasco,  dirigién- 
dose hacia  dentro  y  ligeramente  hacia  arriba  en  una  longitud  de  tres  o  cua- 
tro milímetros.  Protegida  la  dura  madre,  se  procede  a  seccionar  con  ayuda 
de  un  escoplo  fino  el  pico  óseo,  que  representa  la  parte  más  externa  de  la 
foseta  endoUnfática,  recordando  que  el  canal  de  Falopio  está  muy  próximo 
y  que  el  facial  puede  ser  lesionado  por  un  golpe  mal "  dirigido.  Efectuado 
ésto,  se  despega  nuevamente  la  dura  madre,  dirigiéndose  siempre  hacia  den- 
tro y  ligeramente  hacia  arriba,  hasta  que  se  llega  a  la  zona  de  adherencia 
más  íntima  de  la  dura  madre  al  hueso,  y  en  este  momento  podemos  afirmar 
que  nos  encontramos  a  nivel  de  la  pared  supero-intema  de  la  foseta,  en  el 
punto  exacto  donde  desemboca  el  acueducto  del  vestíbulo. 

Tercer  tiempo:  Extirpando  la  mayor  cantidad  de  foseta  nos  encontra- 
mos con  la  pared  del  saco  endolinfático,  y  con  a3ruda  de  una  fina  aguja  mon- 
tada sobre  una  jeringa  de  Lxíer,  se  practica  una  punción  exploradora  del 
saco  en  contacto  con  la  zona  dé  adherencia.  El  operador  que  se  ha  dado 
cuenta  de  la  sensación  de  penetración  en  la  pequetía  cavidad  sacular  efectúa 
entonces,  con  ayuda  de  uh  bisturí  de  paracentesis,  una  abertura  de  dos  a 
tres  milímetros,  16  más,  en  él  saco,  líor  la  cual*  salen  un  par  de  gotas  de 
líquido  agua  de  roca. 

Sutura  de  la  herida  retroauricular,  asegurando  el  desagüe  con  un  ligero 
drenaje  en  los  casos  en  que  hubiera  una  gran  hemorragia  en  el  curso  de  la 
trepanación  ósea. 

Hay  que  insistir  muy  especialmente  sobre  el  detalle  de  técnica  de  que  la 
punción  del  sacó  debe  ser  practicada  lo  más  dentro  íwsible,  en  contacto  con 
la  zona  de  adherencia.  Recordamos,  en  efecto,  que  el  saco,  muchas  veces 
atrofiado  en  el  viejo,  puede  encontrarse  reducido  solamente  a  su  porción 
yuxtacanalicular.  Incidiendo  entonces  lejos  deia  zona  de  adherencia  se  co- 
rrerá el  peligro  de  lesionar  las  meninges,  permaneciendo  intacto  el  saco. 

Tapia  (hijo) 


I 
I 


fjEAN<;ENev.— Evolución  de  flbpomasjóvenes  en  un  útero  portadop 
de  un  Abroma  oalolflwtdo. (Evolutbn  deñbromes  jeunes  sur  uii 
rus       poTteur  d'un       fibrome      caJcifié.)       Soc.  d'Obst.    et  de  Gyii,  dá  J 
Bordeaux.  Sesión  del  i  de'  junto  de  1936. 


La   calcificación    de    tm    fit>roTna   no    lepresenta,    1 

evolución,  pudiendo  ocurrir  que  en  un  útero  con  fibroma  calci- 
ficado en  parle,  sobrevengan  nuevos  brotes  fibromalosos  e  incluso  um  dege- 
neración sareomatosa,  y  en  este  sentido,  como  en  tantos  aspectos  de  la 
patolofila  de  los  fibromas,  la  edad  de  la  menopausia,  no  sólo  represent»; 
una  protección  contra  posibles  complicaciones,  sino  una  épnca  de  evident^if 
peligro. 

La  observación  de  J,  es  interesante.  Se  trata  de  una  enferma  t|ue  y 
1514  fué  diagnosticada  de  fibroma  simple  y  que  posteriormente  a  esta  fecha 
padece  varios  brotes  de  abdomen  a(íudo,  siendo  alguno  de  ellos  diagnosti- 
cado de  apendicitis.  Por  último,  en  mayo  de  1926.  se  practica  la  interven- 
ción quirúrgica  y  se  encuentra  un  fibtoma  subperitoneal  (iel  fondo  del 
útero,  calcificada,  de  nn  tatnafio  doble  que  un  puño,  cubierto  de  salientes 
cretáceos  irregulares  y  con  adherencias  a  los  órganos  vecinos,  que  hacen 
difícil  lá  extirpación.  Por  debajo  de  este  fibroma  se  encuentran  otros  doi 
nodulos  fibromatosos  del  tamafío  de  im  pollo,  que  no  están  caIdficados.J 
y  cuyo  examen  histológico  posterior  revela  que  se  trata  de  fibromas  ] 
venes  de  estmctnra  normal. 

Por  el  contrario,  el  examen  aitatomopatológico  del  nodulo  calcificado 
revela  un  gran  número  de  focos  de  regresión,  territorio  edematoso,  te- 
rritorio con  colágeno  mwy  desarrollado,  y  núcleos  en  vías  de  calificación, 
de  contomos  sinuosos.  Vasos  de  luí  estrecha  y  paredes  fibrosas. 

Esta  observación  es  interesante,  en  primer  lugar,  porque  demuestra,  c 
deciamos  antes,  qtie  la  exislencía  de  im  nodulo  calcificado  no  significa  el 
final  de  la  evolución  de  ur  proceso  fibroraatosas  pudiendo  desarrollarse 
nuevos  nodulos.  Ademas,  tiene  interés,  porque  demuestra  la  existencia  de 
esclerosis  vascular  que  tanta  importancia  tíene  en  la  génesis  de  la  calcifi- 
cación, aunqwe  en  este  caso  los  brotes  Inflamatorios  han  jugado  tam- 
bién  un    importan!  ísimo    papel. 

Claro  es  que,  en  estos  casos,  el  único  tratamiento  posible  es  la  iriferven- 
ción  quirúrgica,  y  del  estudio  de  este  caso  debemos  deducir  también  una 
importante  conclusión  de  orden  práctico:  cual  es  que  la  calcificación  de 
un  fibroma  no  debe  ser  considérate  como  su  curación, 

dadera  complicación  que  muy  amenudo  es   origen  de  nuevas  metrorragias  1 
y  dolores,  así  como  de  complicaciones  de  otro  gene 

Torre  Blanco. 


—  433    — 

Leidle  Loewy.— BI  éxanrifen:  vestibular  según  el  método  de 
Kobrak  (exoltaolón  vestibular  mínima)  en  el  ourso  de  neu- 
rosis.  Momtschrift  für  OhrenheUkunde,  septiembre  1925. 

En  ciertas  neurosis*  acompañadas  de  vértigos,  algunos  síntomas  revelan 
la  existencia  de  trastornos  vasovegetativos  que  corresponden  a  un  desequi- 
librio vasomotor  dependiente  de  otro  del  sistema  vegetativo  (vago-simpático), 
según  han  demostrado  con  sus  conferencias  Leidler  y  Loewy. 

El  vértigo  de  las  neurosis  tendría,  por  lo  tanto,  no  un  carácter  psíquiso 
sino  un  fondo  orgánico  de  origen  vestibular.  Sin  embargo,  a  la  hipótesis 
vasomotora  le  faltaba  una  prueba  de  la  excitabilidad  vestibular  anormal  y 
esto  es  lo  que  ha  resuelto  el  método  de  Kobrak,  que  permite  medir  cuanti- 
tativamente la  excitabilidad  vestibular. 

Los  autores  han  demostrado  que  los  fenómenos  vestibulares  eran  el  re- 
sultando de  cierta  debilidad  yasovegetativa  que  llaman  neurodisergia  negativa. 
También  han  comprobado  con  este  método  que  con  la  misma  excitación  ca?- 
lórica  existían  diferencias  de  excitabilidad  entre  ambos  laberintos. 

Tapia  (hijo) 


Leiri.—  Sobre  el    movimiento  de  la  endollnfa    en  los  conduc- 
tos semlolrcu  lares.  (Uber  die  Bewee^ungder  Endolymphe  im  Bogen- 
gangsapparat  des  Innenohres).   Acta  Oto-Laryngologica,  vol   10,  fase  i. 

EwALD  demostró  que  el  movimiento  de  la  endoHnfa  en  los  conductos 
semicirculares  representa  la  excitación  adecuada  de  las  terminaciones  ner- 
viosas de  nervio  vestibular  en  las  crestas  amputares,  y  que  con  su  martillo 
neumático  se  producen  alteraciones  de  presión  y,  por  consecuencia,  corrientes 
líquidas  en  el  interior  de  los  conductos  membranosos,  que .  daban  lugar  a 
movimientos  de  la  cabeza  y  de  los  ojos.  Mach  llegó  por  entonces  a  la  con- 
clusión de  que,  a  causa  de  su  pequeño  diámetro,  no  se  producía  en  los  con- 
ductos membranosos  movimientos  apreciables  de  endoUnfa,  y  se  fundaba  en 
las  experiencias  que  realizó  con  tubos  del  mismo  calibre  que  los  conductos; 
pensaba  que  solamente  la  presión  del  contenido  de  los  conductos  membra- 
nosos actúa  sobre  las  terminaciones  nerviosas  excitándolas 

En  estas  reacciones  no  se  trata  de  un  movimiento  momentáneo  de  la  en- 
dolinfa,  porque  dichas  reacciones  son  de  larga  duración,  es  decir,  de  tanta 
como  el  movimiento  angular  que  las  produce.  Mayer  y  Lion  han  hecho  ex- 
periencias con  hematíes  sumergidos  en  suero  fisiológico  y  encerrados  en 
tubos  de  la  misma  curvatura  que  los  conductos  semicirculares  y  visto  que 
dichos  corpúsculos  tenían  movimiento  aun  en  capilares. 

El  autor  opina  que  al  estudiar  el  desplazamiento  de  la  endoUnfa  en  los 
movimientos  angulares  rK>  se  ha  presentada  gran  atención  a  un  hecho  como 


I 


-  434  — 


I 


q]  úq  que  los  conductos  semicirculares  desembocan  en  un  amplio  espacio. 
c!  utrículo  de  3  a  4  inm.  de  lonEitud  y  2  de  diámetro,  es  decir,  algo  mayor 
que  los  conductos   semicirculares.   Puede  ser  posible,  por  lo  tanto,  que  en 

¡culo  el  rozamiento  de  la  endolinfa  con  la  pared  no  fuera  tan  grande 

no  en  los  conductos  semicirculares  y  se  haga  en  los  movimientos  angu- 
lares posible  cierto  movimiento  de  rotación,  que  se  transmita  a  los  conduc- 
tos en  los  que  es  mayor, 

A  causa   del   reducido   calibre  y  de   la   relativamente   graiide   longitud   de 
los   conductos   semicirculares,   la  resistencia  que  ofrecen  es  muy  grande  y 
por  eso  el  movimiento  de  la  endolinfa  se  amortigua  o  cesa  casi  en  el  miümo 
momento   que   cesa   la   rotación.   El   mecanismo   de   este   amortiguamiento   se 
funda   en    la   adaptación    de    las    reacciones    vestibulares :    en    las    rotaciones    ^_ 
fisiológicas    se   producen    reacciones    sólo   durante   el   movimiento,   en    forma  ^^| 
de  nistagmus  que  hace  posible  la  orientación  óptica  y  en  una  reacción  mus-  ^^M 
cular   antagónica  de   los  reflejos   rotatorios  centrípetos.    En   los   moviinieiilos  ^^H 
de   mayor  velocidad   angular  que  en   los  fisiológicos,   la   endolinfa  adquiriría 
et)  el  utrículo  y  conductos  semicirculares   tal  cantidad   de  energía  cinética 
que  no  quedaría  parada  casi  en  el  momento  de  cesar  la  rotación,  dando  lu- 
gar a!  nistagmus  postoperatorio,  al  movimiento  de  caída  y  a  la  sensación 
de  vértigo. 

Mach  y  Bheuer  opinan  en  su  teoría  sobre  el  aparato  vestibular  como  « 

órgano  perceptor  de  los  movimientos  rotatorios,  que  son  sólo  los  cambios  ^ 
de  velocidad  los  que  percibe,  ya  que  es  imposible  tener  conocimiento,  sin  ^-. 
auxilio  de  la  vista,  de  un  movimiento  angular  uniforme.  El  nistagmus  "vei-  — 
tibular,  que  aparece  también  con  un  movimiento  angular  uniforme,  habla  .^^ 
también  en  favor  de  que  en  los  conductos  semicirculares  se  ha  producido  «::;» 
una  excitación  adecuada :  un  movimiento  de  endolinfa.  Como  únicamente  se^^  « 
aprecia  la  aceleración,  es  decir,  los  cambios  de  intensidad  de  la  excitaeiów^*-  -^ 
adecuada  podría  creerse  que  el  aparato  vestibular  fuera  un  órgano  9ensoriar_^^í 
que  funcionara  de  manera  diferente  que  los  demás. 

L.  piensa  que  los  movimientos  de  rotación  se  aprecian,  además  de  con  1^     a 

fa,  con  la  sensibilidad   (sensibilidad  de  posición  y  de  movimiento). 

Esta  hipótesis  explica  claramente  que  sólo  sean  percibidos  los  tamhit^^.t 
de   velocidad. 


Tapia  (hijo) 


i 


—  435  — 


O.  Nylén.— ¿En  el  ©aso  de  tumor  cerebral,  el  nIsUgmus  ligado 
a  la  posioión  de  la  cabeza  Indica  que  el  tumor  está  loca- 
lizado en  la  fosa  craneal  posterior^  (En  cas  de  tumeur  cérébrale, 
le  nystagmus  lié  a  la  position  de  la  tete  indique-t-il  que  la  tumeur  est 
localisée  á  la  fosse  cranienne  posterieure?)  Acta  otolaringológica,  volu- 
men VII,  fase.  3. 


CONCLUSIONES 

Al  estudiar  las  observaciones  con  respecto  a  la  localización  de  los  tu- 
mores nos  encontramos  que  en  casi  todos  los  casos  éstos  están  situados  en 
la  fosa  craneal  posterior  o  por  lo  menos  que  ¡existen  razones  pata  suponer 
que  están  allí  localizados. 

El  hecho  que  los  tumores  de  la  fosa  craneal  produzcan  frecuentemente 
nistagmus  ligados  a  la  posición  de  la  cabeza — lo  que  no  es  jamás  o  rara- 
mente el  caso  de  los  tumores  localizados  en  otros  lugares  intracraneales  o 
intraespinosos — es  un  signo  del  valor  de  este  síntoma  para  el  diagnóstico 
de  localización.  Sí,  por  lo  tanto,  en  los  casos  de  un  tumor  cerebral  existen 
nistagmus  ligados  a  la  posición  de  la  cabeza,  nistagmus  basados  en  las  con- 
diciones estáticas,  hay  que  suponer  que  el  tumor  se  encuentra  en  el  territorio 
de  la  fosa  craneal  posterior  o  que  llega  a  esta  región. 

En  el  caso  7.®  (estadística  publicada  en  este  mismo  articulo)  esta  supo- 
sición parece  ciertamente  dudosa,  pero  la  radiografía  que  hace  sospechar 
un  tumor  en  el  lóbulo  temporal  no  permite  juzgar  de  toda  la  extensión  del 
tumor. 

¿Cómo  {odemos  explicarnos  este  nistagmus  ligado  a  la  posición  de  la 
cabeza  en  el  caso  de  tumor  de  la  fosa  craneal  posterior,  y  por  qué  se  ob- 
serva tan  raramente  este  fenómeno  cuando  el  tumor  se  encuentra  en  la  fosa 
craneal  anterior  o  media?  O  el  tumor  se  encuentra  en  uno  o  varios  centros 
de  posición  correspondiente  al  tronco  del  cerebro — lo  que  es  una  cierta  po- 
sición de  la  cabeza  provoca  sin  embargo  una  reacción  del  sistema  otolí- 
tico — ,  o,  lo  que  parece  más  frecuente,  un  tumor  situado  probablemente  en 
la  fosa  craneal  posterior  y  que  ejerce  una  presión  acompañada  de  modi- 
ficaciones circulatorias  tónicas  o  transitorias,  o,  de  otra  naturaleza,  paraliza 
o  excita  los  sistemas  otolíticos  (órganos  otolíticos  y  centros  otolíticos).  Si, 
por  el  contrario,  el  tumor  se  encuentra  en  otra  región  de  la  cavidad  craneal, 
la  presión  que  ejerce  en  las  diferentes  posiciones  de  la  cabeza  no  es  lo 
suficientemente  grande  para  provocar  una  reacción  que  origine  los  fenóme- 
nos de  vértigo  por  parte  de  los  centros  de  posición  situados  en  la  fosa 
craneal  posterior.  Que  se  puede  producir,  sin  embargo,  se  explica  por  el 
hecho  que  el  tumor,  en  este  caso,  puede  ser  la  causa  indirecta  de  condiciones 
anormales  en  los  centros  de  posición  en  cuestión. 

No  hay-  que  olvidar  que  en  el  hombre  existen  centros  superiores  de  posi- 
ción, por  ejemplo  en  los  lóbulos  frontales,  pero  hasta  hoy  día  las  experien- 


10  han  confirmado  esta  hipótesis,  por  lo 
nistaamus  de  posición. 

Hetnos  comprobado  que  el  nistagmus  ligado  a  la  posición  de  la  cabeza  en 
caso   de  tumor   cerebral,   habla   íuertemeate   en   favor  de   la  localizagión  del 
tumor  en  la  fosa  craneal  pijsíerior ;  pero,  a  pesar  de  esto,  no  es  fácil  fijar 
la   localización   del   tumor   en   esta   región   misma,   s¡n( 
síntomas  análogos,  vértigos  objetivos,  subjetivos,  etc. 

Si  en  la  anamnesia  el  vértigo  y  el  nistagmus  en  una  cierta  posición  de' 
la  cabeza  aparecen  como  primer  sitnoma  o  por  lo  menos  de  los  primeros, 
se  puede  suponer  que  el  punto  de  partida  del  tumor  se  encuentre 
tronco  de!  cerebro,  en  la  región  de  los  núcleos  vestibulares  y  de  los  nervioi 
motores  del  ojo,  en  la  vecindad  de  estos  centros  o,  lo  más  frecuente,  en  la 
parte  anterior  de  la  fosa  craneal  posterior,  mientras  que  la  aparic>6r  de 
estos  síntomas  en  una  fase  más  avanzada  indica  una  alteración 
posterior. 

Distinguir 
el  grado  de  i 
la  posición  del 


:  dos  alternativas  es  posible  por  los  hechos  siguientes:' 
i  circulatorios  en  los  centros  de  posición  depende  de 
por  consecuencia,  la  intensidad  del  nistagmus  en 
las  diferentes  posiciones  de  la  cabeza  varia  según  que  el  enfermo  esté 
ecliado  sobre  el  vientre  o  sobre  el  dorso.  Los  casos  del  autor  son  poco  nu- 
merosos para  demostrar  la  exactitud  de  esta  argumentación:  pero  es  de 
notar  que  la  mayor  parte  de  los  tumores  del  cerebelo  los  presentan  un  nis- 
tagmus de  posición  más  pronunciada  cuando  el  enfermo  está  acostado  sobre 
el  dorso.  El  nistagmus  horizontal  parece  igualmente  más  pronunciado  en  las 
posiciones  laterales  cuando  el  tumor  se  encuentra  situado  hacia  abajo ;  rn 
el  caso  de  tumor  en  ia  fosa  craneal  posterior  dereclia.  se  observa  en  posición 
lateral  derecha  un  nistagmus  horizontal  hacia  la  izquierda  más  acentuado 
que  el  de  la  derecha  en  la  posición  lateral  izquierda.  • 

No  solamente  la  amplitud  del  nistagmus  de  posición,  sino  también  su 
forma,  parece  dar  indicación  a  este  objeto.  Hay  que  hacer  notar  que  el 
nistagmus  en  posición  lateral  es  casi  siempre  de  tipo  horizontal. 

En  los  once  casos  del  autor  existen  ocho  que  presentan  esta  partícula- 
I  ridad,  pero  los  tumores  no  estaban  localizados  en  una  cierta  región ;  se  en- 
'  contraban,  por  el  contrario,  en  lugares  diferentes;  protuberancia  anular,  pro- 
tuberancia acústica  y  cerebelo.  En  los  otros  tres  casos,  el  nistagmus  tenía 
una  posición  más  o  menos  vcrlical.  En  estos  casos,  el  tumor  se  encontraba 
en  la  protuberancia  anular,  extendido  liacia  la  parte  anterior  del  cerebelo 
en  uno.  El  segundo  en  el  lóbulo  temporal;  en  el  tercero  el  tumor  se  en- 
contraba igualmente  en  la  parte  superior  de  la  tienda  del  cerebelo,  hacia  la 
parle  izquierda  anterior,  y  producen  un  nistagmus  horizontal  rotatorio,  con 
frecuencia  vertical. 

Según  BiNC,  el  nistagmus  vertical  sería  un  síntoma  de  lesión  de  la  lá- 
mina  cuadrigémina   o   también    de   tumor   de   la  parte   anterior  del   cerebelo, 
Es   probable  que   esto   sea   un   fenómeno   de  compresión   transferida   del  do- 
minio de  los  núcleos  vestibulares  y  de  los  nervios  motores  oculares. 
Hay    que   decir   algunas    palabras   contra   la    retracción    de   los 


É 

itad^^l 


—  437  — 

se  pone  en  relación  estrecha  con  el  «sistema  otolítico  y  con  el  fenómeno  de 
QÍstagmus  de  posición  de  la  cabeza.  Entre  los  once  casos,  cinco  han  sido 
examinados  en  el  aparato  de  contrarotación  de  Barany.  Tres  se  compor- 
taron anormalmente.  En  dos  de  ellos  la  contrarotación  fué  menos'  pronun- 
ciada en  la  flexión  "de  la  cabeza  hacia  el  lado  enfermo,  y  en  el  otro  se  pro- 
dujo todo  lo  contrario.  Según  estos  resultados,  en  estos  poco  numerosos 
casos  no  es  posible  localizar  el  tumor  por  este  medio. 

• 

Tapia  (hijo) 


Ancel  y  BouiN.—  A  propósito  de  la  acción  biológica  del  cuerpo 
amarillo.  (A  propos  dePaction  biologique  ducorps  jaune.)  Gyn,  et  Ohst, 
Tomo  XIII,  núm.  6,  1926. 

Sabido  es  que  Schickele,  en  el  IV  Congreso  de  ginecólogos  de  idioma 
francés,  pretendió  asestar  un  rudo  golpe  a  U  importancia  biológica  del 
cuerpo  amarillo,  concluyendo  con  esta  expresiva  frase:  "Hoy,  de  toda  esta 
sinfonía  del  cuerpo  amarillo,  no  queda  más  que  el  papel  protector  sobre  la 
mucosa  uterina,  por  lo  que  a  la  nidación  ovular  se  refiere,  y  aun  esta  acción 
se  limita  a  un  corto  espacio  de  tiemjK).  Es  cierto  que  esta  propiedad  no  se 
ha  demostrado  en  la  especie  humana,  pero  parece  verosímil  que  así  sea 
por  analogía   con  lo  que   ocurre   en  los   animales." 

Según  ScHicKELE  la  preparación  pregravídica  de  la  mucosa  uterina  cor- 
rrería  a  cargo  de  los  elementos  foliculares,  y  el  cuerpo  amarillo  sería 
jólo   el  prolongador  de  esta  acción. 

Pues  bien;  A.  y  B.,  en  este  trabajo  que  referimos,  salen  a  la  defensa 
iel  cuerpo  amarillo,  como  formación  importante  en  la  preparación  de  la 
nucosa  uterina  gravídica,  y  recuerdan  sus  experiencias,  ya  antiguas,  pero 
5ien  demostrativas,  en  las  cuales,  provocando  la  rotura  folicular  que  se 
produce  a  las  pocas  horas  del  coito  de  una  coneja  con  un  macho,  hecho 
istéril  por  ligadura  de  los  conductos  deferentes,  y  produciéndose  por  lo 
:anto  en  seguida  un  cuerpo  amarillo,  lograron  observar  las  mismas,  mo- 
lificaciones de  la  mucosa  uterina,  que  corresponden  a  im  estado  pregrá- 
^ido,  demostrando  ulteriormente  que  eran  debidas  a  la  presencia  del  cuer- 
po amarillo,  porque  si  éste  era  destruido  en  los  comienzos  de  este  proceso,  las 
nodificaciones    pregravídicas    no   se    presentaban. 

Rebaten,  además,  A  y  B.  la  idea  que  tales  transformaciones  del  endo- 
netrio  sean  debidas  a  las  hormonas  foliculares,  porque  aseguran  que  en 
as  épocas  de  máxima  actividad  folicular,  que  en  las  conejas  coresponde 
il  celo,  no  se  provocan  tales  transformaciones  como  cuando  ya  se  ha  f or- 
nado el  cuerpo  lúteo. 

En  la  mujer  debe  ocurrir  lo  mismo;  pues  como  el  mismo  Schickele 
recuerda  en  la  mayoría  de  los  casos,  la  rotura  folicular  se  observa  a  los 
trece  o   catorce  días,  después  del  comienzo   de  la   última  regla.  Pero  hay 


-itsB  — 


cu»"»  i'íi  i|uc  U  rotura  folicular  ocun;E  a  los  veintitantos  días  del  última 
pcrliidtr,  ci  ducil',  pocos  días  aiitcs  de  la  próxüiia.  regla,  y  cu  estos  casos. 
dice  ScniCKELE,  ni  verificarse  la  rotura  folicular  la  liiperplasia  del  endo- 
tnetrln  MtA  ys.  nvanxada  y  no  ha  podido  ser  preparada,  por  el  cuerpo  ama- 
rÜlo,  porque  no  exiíte.  Pero  csle  argumento  esgrimido  por  S.  cae  por  su 
base;  liUM  imiilica  un  postulado,  cuya  veracidad  está  por  demostrar,  y 
El  qur  CR  todos  loh  casos  las  alteraciones  de  la  mucosa  uterina  comienza  en 
Ib  iiii*nu  ípoca  independicntem^te  de  las  modificaciones  ovaricas. 

Dicp,  idrinis,  S.  que  si  las  modificaciones  del  endometria  son  causadas 
por  el  cuerpo  amarillo,  no  se  explica  el  porqué  en  algunos  casos  la  mens- 
(ntaci¿n  te  presenta  *  los  pocos  dias  de  la  rotura  folicular,  cuando  aun 
el  cuerpo  liüteo  no  ha  tenido  tiempo  de  hacer  y  terminar  Is  preparación 
premenstrual  de  la  mucosa  uterina.  Esto  sería  verdad  para  los  casos  de 
ntruMliilul  absoluta,  pero  en  condiciones  patológicas  puede  ocurrir  muy  bien 
lo  que  «cftlwjwos  de  iñencionar. 

Si  ademií  comparamos  lo  que  ocurre  con  los  casos  de  embarazo  en 
que  h»  alteraciones  de  la  mucosa  uterina  para  preparar  la  nidacíón  ovu- 
hf,  iH>  empieían  hasta  transcurrido  im  cierto  tiempo  de  la  rotura  folicu- 
lAr.  tt  decir,  cuando  ya  funciona  el  cuerpo  amarillo,  llegaremos  a  la  con- 
shim"'"  bien  verosímil  de  que  los  elementos  luteinicos  tienen  un  importante 
twpcl  que  desempeñar  ai  la  preparación  uterina  para  la  nidación   ovular. 

Kn  resumen;  para  A  y  B.  los  argumentos  de  S.,  en  contra  de  este  eon- 
<«plo,  no  tienen  fuerza  suficiente,  y  afirman,  y  creettws  que  con  razón,  que 
para  juzgar  de  un  fenómeno  como  éste,  no  se  puede  pretender  echar  pnt 
tlerrn  h  ¡  pote  sis"' muy  6ien  cimentadas  por  la  prolongada  experimentación 
de  muchos  autores  basándose  sólo  en  la  interpretación  más  o  menos  co- 
rrecta de  algunos  casos  patológicos.  Hay  que  estudiar  estos  problemas 
desde  un  punto  de  vista  Biológico   general. 

J.  TonRE  BlancQ 


Paucios   Costa  y  Deluca.— Contribución  al  Astudio  de^  dfagnó^ 
del  embarazo.  La      reacción      de     DiE.-JST.   (Rev.   Argenliim 
iciñcia   y   Ginecología.   Núm.    3,    19;;6. 


Según  el  propio  Dienst.  su  reacción 
Frece  resultados'  superiores  a  los  de  la  n 
jsuria  alimenticia  y  de  la  floridzinica. 

La  reacción  de  Dienst  se  basa  en  investigar  la  presencia  de  antitrom- 
ina  del  suero  por  medio  de  la  prueba  del  biuret  o  de  la  ninhidrina,  y  a' 
;dr  de  su  autor  con  esta  reacción  se  puede  diagnosticar  una  gestación 
[uy    en   sus   comienzos. 

La  técnica  de  la  reacción  es  evidentemente  sencilla.  Se  procede  de  es^^ 


—  439  — 

A   10  c.  c.  de  agua  corriente  colocados  en  una  cáps.ula  se  les  añaden 

1,7 S  c.    c  de  suero  sanguíneo    de   la   supuesta   embarazada,  y  después  0,2 

c.  je.,  de  unai  solución]  de  ninhidrina  al  i  por  loa  Se  mezcla  cuidadosamente 

ff  jse  hace  hervir  durante  un  minuto,   a  contar  desde  la  aparición  de  las 

primeras  burbujas. 

Si  el  suero  pertenece  a  una  embarazada,  la  mecía  de  seroalbimmina  toma 
un  ^color  claramente  azulado,  y»  en  caso  contrario,  un  color  blanco  de  nieve. 
Utimamente  el  autor  ha  modificado  la  técnica  empleando  solamente  una 
gota  de  suero. 

Si  los  resultados  fueran  tan  favorables  como  dice  su  autor,  esta  reac- 
ción tendría  un  gran  valor,  puesto  que  su  técnica  es  realmente  muy  sen- 
cilla. Ahora  bien;  por  desgracia  no  parece,  según  los  autores,  que  podamos 
fiar  mucho  en  las  indicaciones  de  esta  reacción. 

Los  autores  han  investigado  250  casos  distribuidos  así:  103  embaraza- 
das, 40  puérperas,  im  aborto,  33  no  embarazadas,  61  hombres,  11  sangres 
de  cordón  umbilical,  uno  de  sangre  de  recién  nacido. 

Pues  bien;  los  resultados  obtenidos  acusan  un  30,2  por  too  de  errores, 
lo  cual  es  realmente  desconsolador,  y  no  concuerda  de  ningún  modo  ni  con' 
lo  que  afirma  el  autor  de  la  reacción  ni  con  lo  que  dice  Timofeew,  quien 
ha  hecho  también  uso  de  este  método  diagnóstico.  Según  este  último  autor, 
la  reacción  sería  ejcacta  en  un  99  por  100  de  los  casos  y  si  esto  fuera 
así  no  cabe  duda  que,  aunque  no  se  considerase  como  infalible,  constituiría 
un  precioso  elemento  de  diagnóstico,  puesto  que  además  su  téaiica  se  halla 
al  alcance  de  cualquiera  pudiendo  decirse  que  se  trata,  más  bien,  de  una 
reacción  de  despacho  que  de  laboratorio. 

Pero,  como  dicen  P.  y  D.,  la  realidad  dice  que  este  método  no  tiene  más 
que  muy  insignificante  valor,  y  nosotros  hemos  querido  dar  a  conocer  este 
interesante  trabajo,  puesto  que  estimamos  que  no  sólo  merecen  ser  cono- 
cidos los  trabajos  encomiásticos  de  una  técnica  determinada,  sino  también 
aquellos  que  después  de  una  razonada  exposición  llegan  a  conclusiones  ne- 
gativas, como  ocurre  en  este  caso. 

J.  Torre  Blaiico. 


CRAiNiciANu.-La  interrupción  precoz  de  ios  embarazos  extraute- 
rinos y  su  relación  con  ei  ritmo  menstrual.  (L' interruption  preco- 
ce  des  grossesses  extrauterines  et  son  rapport  avec  le  rythme  mens- 
truel.)  Gyn.  et  Ohsk  Tomo  XIV,  núm.  i,  1926. 

A  propósito  de  seis  observaciones  clínicas  <íe  gestaciones  (w^tópíca^ 
interrumpidas  unas  en  el  período  intermenstrual  y  otras  en  pleno  período, 
insiste  el  autor  en  el  hecho  clínico  importante  de  que  pueden  interrumpirse 
las  gestaciones  tan  precozmente,  que  en  la  historia  no  aparezca  el  dato 
amenorrea,  al  que  se  le  há  concedido  demasiada  importancia. 


i 


-440- 


I 
I 


Los  casos  observados  por  el  autor  no  arrojan  ninguna  I 
la  etiología  del  embarazo  e:ctrauterirw).  En  cuanto  a  los  datos  de  anato- 
mía patológica,  en  Iodos  estos  casos,  se  trataba,  desde  luego,  de  embarazos 
tubáricos,   terminados  nuiy   precozmente. 

Sabido  es  qu?,  según  Pilliet,  la  interrupción  del  embarazo  ectópico 
tiene  su  origen  en  la  llamada  apcvpiejia  extraovularj  es  decir,  en  el  acu- 
mulo de  sangre  que  se  produce  entre  la  placenta  y  la  pared  lubarica,  pu- 
díendo  ser  el  final  de  este  proceso,  o  bien  el  hematosalpinx  ó  la  rotura  de  I* 
trompa  o  el  aborto  tuboabdominal.  Todas  estas  formas  de  terntinadÓD 
han  sido  observadas  en  los  casos  del  autor,  y  hace  resaltar  el  hecho  de  que 
en  un  caso  de  aborto  tuboabdominal  la  hemorragia  intraperitoncal  fué 
considerable. 

En  cuanto   a  los  casos   de  rotura   que  ha  visto   interrumpidos  muy   pre-   - 
cozmcnte  cree  que    son   bien    demostrativos  de  que  la    rotura  lubarica   1 
se  dejje  precisamente   a  una  hiperdistensión  de  la  trompa,  ya   que  en   "'"' — — 
casos   el  volumen  del   contenido   tubárico   era  muy   pequeño.    Más  verosíimE~"_¿| 
es  que  se  trate  de  alteraciones  parietales  salpinEearias. 

Por  lo  que  al  diagnóstico  se  refiere,  nada  importante  aduce  el  autor — — ^- 
salvo  la  insi9tenci:<  muy  justificada  sobre  el  hecho  de  que  la  ausencia  d-__^( 
amenorrea  no  es  ningún  dato  que  se  oponga  a  la  existencia  de  una  gesti^^Q. 
ción  ectópica. 

Refiriéndose  a  la  terapéutica  a  seguir,  d  autor  cree  que  la  mejor  es  ^^Ha 

quirúrgica,  salvo  en  los  casos  de  hematocele,  en  íjue  se  manifieste  una  «"lai -^ 

tendencia  a  fa  rápida  reabsorción.    Si  no  se  reabsorbe   se  intervendrá  p^Knr 
vía   abdominal.    Si    supura,    por    colpotoraia. 

En  los  casos  de  accidente  agudo  se  intervendrá  inclinándose  más  bi  ^ai 
'el  Wtor  a  no  esperar  a  que  la  enferma  se  reponga,  si  se  halla  en  plt*-)a 
lipotimia.  Se  muestra  partidario  de  la  punción  previa  del  Douglas  o  de  Xa* 
paredes  abdominales  para  afianzar  el  diagnóstico. 

J.    Torre  Blanco. 


archivos  de  medicina 
cirugía  y  especialidades 


LA  AFASIA,  8EQUN  LAS  DOCTRINAS  DE  DEJÉRINE 

Y  DE  nARIE 

por 

J.  Escobar  Bordoy 

Trabajo  presentado  en  la   Cátedra  de   Medicina  legal  y  Psiquiatría  de  la  Facultad  de 

Medicina  de  Madrid.   Profesor,  Dr.   Maestre. 


Según  nos  refiere  la  crómica  de  Salinbene  (Parma  1857),  el 
emperador  Federico  II  de  Hchenstanfen  planteó  la  cuestión  de  en 
qué  idioma  empezarían  a  expresarse  los  niños  si  nunca,  anterior- 
mente hubiesen  oído  una  sola  palabra  ¿  Sería  este  ed  griego,  el  latín, 
o  las  lenguas  más  antiguas,  el  hebreo  o  la  madre  de  las  lenguas  ?  Y 
acuciado  por  su  deseo  resolvió  hacer  el  siguiente  extraño  experi- 
mento: Recogió  un  cierto  número  de  niños  a  los  que  mandó  pro- 
digar los  más  exquisitos  cuidados,  pero  prohiibtendo  que  en  tomo 
suyo  se  pronunciase  palabra  alguna.  La  curiosidad  del  emperador 
no  pudo  ser  satisfecha:  porque  todos  los  niños  murieron,  a  muy 
temprana  edad.  Este  hecho,  cuyas  deducciones  más  instructivas, 
son  aplicables  al  campo  de  la  puericultura,  nos  sirve  para  de- 
mostrar el  interés  que  en  todo  tiempo  han  suscitado  estas  cuestio- 
nes ;  podríamos  afirmar  que  pocas  habrá  que  más  ha;yan  apasionado 
a  médicos  y  psicólogos  que  esta  del  lenguaje  y  s-us  perturbaciones, 
provocando  numerosas  discusiones  y  haciendo  correr  abundante 
tinta.  Gran  parte  de  culpa  podría  ser  achacada  a  lo  complejo  del 
asunto,  pero  no  poca  tienen,  aparte  de  la  indiscutible  falta  de  buen 
método  de  exploración,  la  base  hipotética,  no  sancionada  por  la 
clínica,  sobre  la  que  se  construílan  esquemas  compktamente  teóri- 
cx>s.  Pero  aún  no  sin  contar  con  ello  después  de  un  estudio  detallado 
•de  estas  cuestiones,  comienza  uno  a  interrogarse:  ¿Qué  es  el  len- 
guaje? ¿Necesita  centros  especialies?  ¿Existen  estos  centros? 


f~ — ~     1 

■  ^     Según   un  concepto   más  o  menos   clásico,   el  lenguaje  es  tlP 

símbolo  convencional  que  sirve  de  medio  entre  el  mundo  subjetivo 
y  el  objetivo;  es,  pues,  un  puente  transitorio.  El  pensamiento  hu- 
mano no  elabora  más  que  ideas,  pero  las  ideas  para  el  mundo 
objetivo,  no  son  nada,  y  es  preciso  efectuar  un  cambio:  de  ideas  en 
sígiios,'dc  signos  en  ideas.  (Facultas  signatrix,  de  Ka\t.  Moneda 
del  pensamiento,  de  I-'ohgl).  El  lenguaje,  que  es  hijo  del  pensamien- 
to, dice  KussMAUL,  genera  a  su  vtz  pensamientos,  y  comprende 
razonamiento  y  palabra.  Hay  por  tanto  dos  caminos,  aferente  y 
eferente,  un  centro  transformador,  y  un  efector. 

Podremos,  pues,  en  las  perturbaciones  del  lenguaje  establecer 
tres  grupos : 

I."  Los  que  se  deben  a  alteraciones  del  centro.  (Los  que  no 
tienen  ideas — imibédles  o  no  quieren  expresarlas — locos).  Cons- 
tituyen las  ahgías  y  dislogias. 

2°  Los  que  se  deben  a  alteraciones  de!l  efector.  (Ausencia  de 
laringe,  lengua,  etc.).  Constituyen  la  afalias  y  disfalias  ( dtsartrias) . 

3.°  Las  que  producen  teniendo  centro  y  por  lo  tanto  ideas,  y 
teniendo  efector:  Constituyen  las  afasias  propiamente  dichas. 

La  voz  afasia,  de  a  —  sin.  tftJ.íJiE  =  dicción,  palabra,  se  ha- 
Jla  ya  en  Homero  y  Platón  y  otras  autores  antiguos. 

Historia. — -La  hisitoria  de  la  afasia  tiene  tres  grandes  fechas : 
En  1861  la  descripción  por  Bkoca,  de  la  afasia  que  lleva  su  nom- 
bre; en  1874  la  descripción  por  WeRNiecke  de  una  segunda  varie- 
dad de  afasia,  bastante  impropiamente  denominada  sensorial :  en 
igo6  los  trabajos  de  Pedro  Marif.  retocando  !as  bases  anatómi- 
cas y  clínicas  del  síndrome.  Estas  tres  fechas  dividen  la  historia  de 
la  afasia  en  cuatro  periodos:  Antes  de  Broca.  De  Bhüca  a  Wi:r- 
NiCKE.  De  Wernicke  a  Piekhe  Marie,  Y  por  último,  el  período 
actual,  en  el  que  Henby  Head,  con  su  enorme  y  magnifico  mate- 
rial provisto  por  la  guerra,  que  por  ser.  como  dice  Heckel,  una 
sdección  al  revés,  le  ha  permitido  hacer  sus  estudios  en  hombres 
jóvenes  y  no  en  cerebro-esclerósicos,  como  eran  en  su  mayoría 
los  anteriormente  iiíi'estigados,  y  con  su  nuevo  método  de  explo- 
ración de  los  aíásicos,  ha  planteaao  una  modemisiima  y  revolu- 
cionaria doctrina  de  la  afasia,  que  parece  ser  destinada  a  substi- 
tuir todas  las  emitidas  hpsta  la  fecha. 

a)     Antes  de   Broca. — Aunque  realmente  el  estudio  científico 
de  las  afasiias  comienza  en  el  siglo  xtx,  ya  en  el  siglo  xvi,  pres — 
cindiendo  de  otras  arfimaciones  anteriores  de  menos   valor,  exis- 
tían observaciones  indudables  de  afasia  a  las  que  venía  a  atribuir- 
se igual  génesis  que  hoy  (Atheus  mea.  alemán.,  observadones  re- 


—  443  — 

cogidas  por  Schenk.  Obser,  med.  Libr.  VII,  Basika  y  Friburgo 
1584-1597;  cita  de  Dax  en  su  memoria  de  1836).  Los  patólogos 
del  siglo  XVIII  (Sauvrages,  Swediaus,  Cullen,  los  dos'  Franck, 
etc),  usaban  la  voz  alalia,  para  designaír  la  abolición  de  la  palabra, 
•que  aunque  cometiendo  algunos  errores,   ya  distinguían  con  bas- 
tante precisión  de  la  afonía  o  abolición  de  la  voz.  En  los  prime- 
ros años   del  siglo   xix,   Gall^  habiendo  abandonado   el  país  de 
Bade,  donde  naciera,  fué  a  París  a  buscar  f ortima,  en  donde  fun- 
dó la  Frenología;  sirviéronle  para  ello  sus  observaciones,  comen- 
tadas cuando  tenía  catorce  años,  acerca  de  la  coincidencia  entre 
una  grían  memoria  y  los  ojos  saltones,  hecho  que  pudo  comprobar 
repetidas  veces  y  que  le  indujo  a  pensar  que  los  ojos  así  confor- 
mados, son  la  señal  de  una  excelente  memoria^  Más  tarde  pensó, 
<[ue  si  la  memoria  se  manifestaba  por  un  carácter  exterior,  las  de- 
más   facultades   deberían  m^iifdstaríse   también   (Gall  y   Spürz- 
fíLiM.  Anat.  et  physiol  du  sistem  nerve^ix,  tl-IV,  París  1810-19). 
Yapantes  el  abate  Lavater,  descubría  el  carácter  de  las  persona- 
por  el  examen  de  ciertos  rasgos  de  su  fisonomía,  constituyendo  su 
método  la  Fisignomania.  En  1825,  Bouillaud,  expone  ideas'  aná- 
logal  a  las  aiiteriores  a  las  que  llena  die  elog'íos  ditirámbicos,  lo- 
calizando el  lenguaje  en  la  .parte  anterior  de  los  hemisferios  cere- 
irales,  y  ofrece  un  premio  de  500  francos  a  quien  aporte  una  ob- 
siervación  contraria  a  su  manera  de  ver  (Bouillaud,  Tr,  clin,  et 
physiol  de  Vencephatite.   París  1825,  pág.   157).  Dak,  basándose 
^n  observaciones,  desgraciadamente  miuy  poco  precisas,  señala,  en 
1836,  la  preponderancia  dd  cerebro  izquierdo.  (Dax,  lesión  de  la 
moitié  ganche  de  Tencephale,  coincidant  avec  Toubli  des  signes  de 
la  i>ensée,  1836.  Memoria  presentada  por  su  hijo  a  la  Academia 
de  Medicina  en  24  de  marzo  de  1863  y  reproducida  en  la  Gazzete 
hebdom,  París  1865,  pag.  259).  Pero  es  a  Paul  Broca  en  16  de 
abríl  de   1861   al  que  corresponde  el  honor  de  haber  estudiado  y 
descríto  por  pi^imera  vez  la  afasia,  asignándole  como  causa,  una 
lesión  de  la  tercera  circunvolución  frontal.  (Broca.   Sur  la  siege 
<ie  h.  faculté  da  langage  wrtiaxIéSoc,  anat,   1861,  í^egunda^  serie, 
IV,   pág.  398-407).   Su  obra   fué  toda  anatomodínica,  basándose 
en  la  autopsia  de  un  sujeito  llamado  Leborgne,  que  clínicamente 
ofrecía  de  la  manera  más  clara,  el  tipo  de  afasia,  que  más  tarde 
^  había  de  llamar,  con  justicia,  de  Broca.  Este  enfermo,  que  mu- 
rió de  un  flemón  difuso  del  miembro  inferior,  presentó  en  la  au- 
topsia un  reblandecimiento  extendido  a  una  gran  parte  del  territo- 
rio de  la  silvíana  izquierda,  con  predominio  a  nivd  de  la  porción 
anterior  de  la  cisura  de  Silvio,   englobando  por  consecuencia  el 


d^H 


pie  de  !a  tercera  frontal  y  tambicn  la  mitad  anterior  Je  3a  prinK 
tempoiüil,  las  circunvolu dones  Rolándicas  en  su  mitad  inferior  y 
ima  parte  notable  del  Gyrus  supramarginalis.  Este  cerebro  se  con- 
serva en  el  museo  DUpuytreii  y  no  ha  sido  cortado.  Más  tarde, 
instancias  de  Dax  (hijo),  localizó  e]  lenguaje  sólo  en  el  hemiíi 
rio  izquierdo. 

b)  De  Broca  a  Wehnicke — Constituye  éste,  ua  período 
análisis  anatomo-patológico  y  clínico,  en  que  !a  ludia  se  entabla 
alrededor  de  la  tercera  frontal.  I>e  una  parte  algunos  observadores 
aportaron  hallazgos  de  autopsia  en  oposición  a  la  fórmula  tan  es- 
quemática de  Broca:  eran  afásicos  sin  les'ones  en  el  pie  de  la 
ítrcera    frontal    (Bouchard,    Magxan    y    Charcot).    Por    otro 

lado,  espíritus  eclécticos,  como  Vulpian  y  Peter.  consideran  muy 

exclusiva  la  localización  de   Broca  y  aconsejan  prudencia  en  li^     ~ 

conclusiones  y  minuciosidad  en  la  cbservacióti ;  pero  el  mayor  nú- 

mero,  en  el  que  hay  que  citar  a  Trousseau,  Duval  y  Jacqüd,^  , 
aceptar  su  localización,  Trousseau  y  Gairdner.  en  1866,  simiai  ^  1 
a  la  afasia  de  Broca,  la  agrafía.  A.  de  Fleurv,  distingue  de  1r^ — ' 
afasia  verdadeiia  de  Broca,  aquellas  perturbaciones  del  knguaj^^*^ 
en  que  el  eníerroo  pronuncia  las  palabras,  pero  les  da  sentido  di —  - 
ferente  al  que  tienen :  a  la  afasia  opone  te.  afrasia.  En  Ir^laterra — ^. 
HuGLiNcs  Jackson  en  1868,  con  sus  nuevos  y  fundados  razona-  — i- 
mientos  se  opone  a  la  doctrina  de  las  local iz aciones  cerebrales  -í~^=<- 
Bastían  en  i86g  publica  un  esquema  que  pasa  casi  desapercibido^cr). 
Ogie,  Baillarger,  etc.,  hacen  minuciosos  trabajos. 

e)     De  Wermcke  a  Pierre  Marie. — Con  Wernické  se  abr^  -^ 
otro  periodo ;  es  el  periodo  que  pudiéramos'  llamar  teórico,  por  la¿  ~— ^ 
numerosas  teorías  a  que  díó  lugar.  En  efecto,  en  1874,  W erni cke:— ^.. 
uno  de  los  mejores  n euro-psiquiatras  alemanes,  mostraba  la  exis   — 
tencia  de  una  afasia  en  la  que  las  perturbaciones  de  la  palabra  íaL  — 
laban;  llama  a  esta  afasia  nueva,  afasia  sensurial  y  desciibe  su  ler— 
pión  asentado  al  nivel  del  pÜiegue  curvo  y  ife  ia  primera  circunvo— - 
lución  temporal,  sitios  en  los  que  se  pensaba  existían  los  centros 
visual  y  auditivo.  Küsmaul  en   1876  desdobla  la  afasia  sensorial 
de  Wernické  en  sordera  xerba!  y  ceguera  verbal.  En  i88r  Exneh 
describe  el  centro  de  la  agrafía  que  localiza  e!  pie  de  la  segunda 
frontal  izquierda.   Dfedo  este  'primer  impulso  por  Wernické,  de 
todas  partes  los  neurólogos  se  precipits.ron  por  describir  en  estos 
centros  sensoriales  algunos  centros  más  especiales,  por   ejemjJo; 
los  de  las  letras  def  alfabeto  o  de  la  música,  etc.,  o  todavía  por  es- 
tablecer conexiones  más  o  menos  complicadas  entre  los  diferentes 
centros  sensoriales,  así  cOTno  entre  ellos  y  el  centro  motor  del  len- 


/ 


^L     tablecei 
^^K    centros 


—  445  — 

guaje.  Charcot  y  su  escuela,  son  en  1883  los  princii>ales  repre- 
sentantes de  la  doctrinía  que  luego  se  ha  de  llamar  clásica.  Es  Lich- 
TEiN  el  que  en  esta  época  (1874-1885),  comienza  los  trabajos  di- 
sociadores  y  ayudándose  de  un  esquema,  bien  conocido  y  que  se 
debe  a  Baginski  (1871),  establece  la  posibilidad  de  siete  varieda- 
des de  afasia.  Eii  este  momento,  1891  que  es  el  de  la  máxima  d!i- 
sociación,  es  necesario  citar  a  Dejerine.  Se  hace  disociación  clí- 
nica :  Efectivamente  se  aisla  la  afasia  motriz  puríi,  ía  agrafía  pura, 
la  ceguera  verbal  pura,  la  sordera  verbal  pura.  Se  hace  disoaia- 
ción  anatómica:  Se  aislan  las  afasias  oonticales,  sub-corticales, 
trans-corticales.  Las  asimbolias,  agnosias,  cegueras,  sorderas  psí- 
quicas vienei  a  sobreiañadirse  o  fusionarse  en  tipos  distintos.  "La 
afasia,  dice  Foix  (Sergent-Neurologie,  pag.  26),  se  transformfet 
en  una  cosa,  a  la  vez  extremadamente  complicada  y  extremada- 
mente esquemática,  de  la  que  el  polígono  de  Grasset  constituye 
en  cierto  modo  la  representación  simbólica."  Dejerine  agrupa 
los  enfermos  afásicos  en  dos  grupos:  afásácos  motores  y  afásicos 
sensoriales,  y  demuestra  que  la  hipótesis  de  un  centro  gráfico,  es 
incapaz  de  dar  cuenta  de  las  perturbaciones  de  la  escritura  de  los 
afásicos,  las  que  se  deberian  a  una  alteración  del  lenguaje  interior. 
Hacia  la  misma  época;  Pitres  daba  el  nomibre  de  afasia  amnésica 
a  una  Variedad  especial  de  afasia  de  gran  interés  clinico  y  pa- 
togénico. 

d)  Período  actual, — ^El  23  de  enero  de  1906,  Fierre  Marie^ 
inicia  la  reacción  contra  el  empirismo  clínico  dominarite  en  el  pe- 
riodo anterior,  publicando  tm  importante  trabajo,  basado  en  cin^ 
cuenta  autopsias  realizadas  durante  dtez  años  en  Bicetre  (Hos- 
pital de  Jocos  en  París).  No  hay  más  que  una  afasia  derivada  de 
la  pérdida  del  lenguaje  interior  y  debe  ser  separada  de  la  pérdida 
del  lenguaje  exíberior  a  la  que  denomina  anartria;  la  afasia  de 
Broca,  es  una  mezcla  de  afasia  pura  y  de  anartria.  Niega  que  la 
circunvolución  de  Broca  sea  el  centro  del  lenguaje  articulado,  así 
como  la  existencia  de  las  imágenes  del  lenguaje,  niega  igualmente 
la  distónción  entre  afasias  corticales  y  subcorticales.  Numerosas 
controversias  produjeron  estas  nuevas  ideas,  de  las  que  más  aded^an- 
te  hablaremos;  permítasenos,  continuar  la  breve  reseña  histórica 
que  estamos  haciendo.  Tras  de  estos  conceptos  un  nuevo  refor- 
mador surge  con  el  neurólogo  suizo  Von  Monakow,  que  cons- 
truye la  teoría  áe  la  diasquisis,  segán  la  cual,  lia  semiología  de  la 
afasia  está  más  relacionada  que  con  las  locaJizaciones  anatómicas, 
con  las  localizaciones  fisiológicas  que  son  infinitamente  más  com- 
plejas; más  importancia  tiene  en  la  sintomatología  la  separación, 


ifm 


—  446- 


ia  disociación,  la  dtasguisis  en  una  palabra,  por  la  que  un  elemen- 
to anatómico  pierde  los  estímulos  funcionales  que  redláa  el  resto 
de  los  que  con  él  desempeñan  una  función,  que  la  función  enco- 
mendada a  las  neuronas  lesionadas    Es   decir,  que  las  perturba- 
ciones dependen,  no  solamente  de  Ja  zona  afectada,  sino  de  todas 
las  células  que  le  son  unidas.  En  julio  de  1920,  publica  Head  su 
doctrina  de  la  afasia,  en  la  que  da  una  importancia  considerable 
al  método  y  material  de  exploración  que  más  adelante  describire- 
mos, y  mediante  el  cual  demuestra  que  en  todos  los  aíásicos  ha] 
alteraciones  de   todas  las   manifestaciones  del   lenguaje;   es     "    ' 
que  el  estado  global  de  la  función  del  lenguaje  se  halla  alte: 
Solamente  cuando  los  enfermos  se  hallan  en  \ias  de  curación  pui 
den  presentarse  traaromos   disociados  que   afectan   cuatro    tipos 
diferentes;  Primero,  afasia  verbal;  s^undo,  afasia  nominal;  ter- 
cero, afasia  sintáctica,  y  cuarto,  afasia  semántica.  Posteriormente, 
Hensche-v  y  MiNGAZZiNi,  y  más  recientemente  aún,  Ronxoro.ni 
vuelto  sobre  la  cuestión  de  la  afasia,  aunque  a  decir  verdad.  ! 
ideas,  lejos  de  representar  un  avance,  no  son  sino  variaciones 
bre  las  ideas  dlásicas  ya  en  franca  decadencia. 


laidc^^^l 

pue*^^^ 


) 


Hemos  echado  ima  ligera  ojeada  sobre  la  historia  de  la  afa 

s!a,  mas  antes  de  cumplir  con  el  enunciado  de  nuestro  trabajo,  en 

trando  a  describir  doctrinas  de  Deterine  y  de  Marie  y  pbra  1^^^ 

mejor  comprensión  de  éstas,  consideramos  necesario  exponer,  aun 

que  sólo  sea  brevemente,  la  doctrba  clásica,  cuya  mejor  represen 

tación  nos  la  da  el  conocido  esquema  de  Grasset  de  Montpellie^^^ 

(1896). 

DOCTRINA  CLASICA 

Las  huellas  de  las  impresiones  sensitivas  o  motrices  del  len— 
guaje  se  fijan  en  distintas  partes  del  cerebro  que  llamamos  centros  ; 
éstos,  que  serían  subconscientes  o  p.'ííquicos  inferiores,  son  cuatro: 
Primero,  centro  del  lenguaje  articulado  o  de  Broca,  que  asienta 
en  el  pie  de  la  tercera  frontal  (P) :  segundo,  centro  de  las  imáge- 
nes auditivas  del  lenguaje  o  de  Wernicke,  que  asientan  en  1" 
paite  posterior  de  la  primera  circunvolución  témpora!  (A) ;  terce- 
ro, centra  de  las  imágenes  visuales  del  lenguaje  o  de  KusMAUt, 
que  asienta  a  nivel  de!  pliegue  curvo  (V) ;  cuarto,  centro  de  las  J 
imágenes  motoras  del  lengu&je  escrito  o  de  Esener,  localizado  en  I 


—  447  — 

el  pi€  de  la  segunda  circulación  frontal  (E).  Estos  centros  están 
relacionados   entre  si,  y  todos   lo  están,  además,  con  un  centre 
superior  intelectual,  o  de  la  ideación  que  llamamos  I.   Las  vías 
que  se  establecen   entre   estos   centros  en   los  actos   del   lengua- 
je son  ocho,  y   de  ello   se  deduoen:  primero,  que  el  sujeto  en- 
tiende lo  que  se  habla  en  viirtud  de  la  vía  audijtiva,  a,  A,  I ;  se- 
gundo, que  el  sujeto  entiende  lo  que  lee  en  virtud  de  la  vía  visual 
V,  V,  I;  tercero,  que  el  sujeto  puede  hablar  espontáneamente  en 
virtud  de  la  viía  I,  P,  p;  cuarto,  que  el  sujeto  puede  escribir  es- 
pontáneamente en  virtud  de  la  vía  I,  E,  e;  quinto,  d  sujeto  puede 
repetir  lo  que  se  le  haWa.  Vía  a,  A,  P,  p;  sexto,  puede  leer  en 
alta  voz.  Vía  v,  V,  P  p;  séptimo,  puede  escribir  al  dictado.  Vía 
a,  A,  E,  e ;  octavo,  puede  copiar  lo  que  lee.  Víb,  v,  V,  E ,  ei 

La  lesión  de  la  continuidad  anatómica  en  un  punto  cualquiera 
de  esta  complicada  arquitectura  engendra  tipos  diferentes  de  afa- 
sia. S¿  la  lesión  interesa  alguno  de  los  centros  del  polígono  (A, 
V,  P,  E)  se  constituyen  las  afasias  poligonales  (así  llanHadas  por 
Grasset;  nucleares,  por  Pitres;  verdaderas  con  lesión  del  len- 
guajie  interior,  de  Dejérine  y  cuya  denominación  más  corriente  es 
la  de  afasias  corticales)  con  sus  cuatro  tipos  clásicos:  afasia  mo- 
triz de  Broca  o  afemia  (lesión  en  P);  agrafie  (lesión  en  E);  ce- 
guera verbal  (fesión  en  V)  y  sordera  'Serbal  (lesión  en  A).  Si  la 
lesión  interesa  las  vías  inferiores  a  estos  centros  (Aa,  Vv,  Pp,  Ee,) 
se  engendran  cuatro  nuevas  varierís.<ies  de  afasia  que  se  llaman 
subpopligonales  o  suibcorticales  (afasias  puras  de  Dejérine).  Si  in- 
teresa las  vías  que  imen  estos  centros  entre  sí,  se  engendran  las 
afasias  transpoligonales  o  transoorticales  (intemudeares  de  Pi- 
tres, de  conducción  o  de  asociación  de  los  alemanes).  Por  último, 
si  interesa  las  vías  que  unen  los  diferentes  centros  con  el  supe- 
rior se  engendran  las  afasias  supra- poligonal  es  o  supiacorticales  a 
los  que  los  alemanes  llaman  transcorticales. 

A  continuación  se  describen  otras  variedades  de  afasia,  como 
son: 

Afasia  óptica  (Freud). — Trastorno  especial,  consistente  en  que 
los  enfermos  no  pueden  nombrar  un  objeto  que  se  les  presenta 
y  esto,  a  pesar  de  reconocerlo;  en  camibio,  la  imagen  táctil  del 
objeto  despierta  !|)a  imagen  verbo-motriz  correspondiente,  y  en 
estas  condiciones  el  paciente  puede  designar  el  objeto  por  su  nom- 
bre. Con  frecuencia  se  trata,  no  de  afasia  óptica,  sino  de  afasia 
óptico-táctil.  En  la  afasia  óptica  se  admite  que  están  interrum- 
pidas las  comunicaciones  entre  el  centro  de  la  visión  y  el  centro 
de  las  imágenes  verbo-motoras. 


r 


-«8- 


1 


Afasia  atnnésica. — Consiste  'ea  luia  aliteración  parcial  de 
memoria  traduoida,  por  la  imposibilidad  o  dificultad  de  evocar 
la  palabra  correspondiente  a  una  idea.  En  el  curSo  de  la  conversa- 
ción falta  la  memoria  de  ciertas  palabras  (gener alíñente  de  los 
nombres  propios  y  de  los  nombres  de  !as  cosas),  y  por  esto  los  en- 
fermos utilizan  palabras  equivocadas  (parafasia)  o  recurren  a 
perífrasis  para  designar  los  objetos  o  personas,  cuyo  nombre  no 
acude  a  su  memoria;  fuera  de  esto  pueden  repetir  correctamente 
las  palabras  olvidadas  cuado  las  oyen.  La  comprensión  de  lo  ha- 
blado y  de  lo  escrito,  asi  como  la  escritura  al  dictado  y  la  copia 
permanecen  inalteradas;  pero,  en  cambio,  al  escribir  espontánea- 
mente tropiezan  con  las  mismas  dificultades. 

La  amusia  comprende  Ijops  trastornos  del'  JengWajc  musical^ 
que  son  exactamente  superponibles  a  los  del  lenguaje  verbal;  ha- 
brá, pues,  una  amusia  motora,  revelada  por  la  imposibilidad  de 
cajitar  (amusia  motora  vocal)  o  de  tocar  un  instrumento  (amusia 
motora  instrumental). 

Y,  además,  una  am,usia  sensorial  (sordera  y  oeglera  musicales). 
Es  frecuente  que  la  amusia  coexista  con  afasia,  pero  tambiéo 
puede  darse  el  caso  de  que  se  presente  aquélla  aisladamente  con 
independencia  de  toda  perturbación  aíásica;  también 
casos  de  afasia  (en  músicos)  no  acompañados  de  amusia. 

DOCTMNA  DE  DEJERINF 

Algunas  modificaciones  hubo  de  hacer  Dejerine  a  este  esque- 
ma, y  asi  cunieiizó  por  u'^ar  la  existencia  de  un  centro  gráfico  o 
de  !a  escritura  persiguiendo  en  diversos  trabajos  demostrar,  de 
una  parte,  la  unJón  y  subordinación  de  los  centros,  según  un  ordaí 
siempre  el  mismo  en  todos  los  individuos  y  creado  por  la  educa- 
ción, y  de  otra,  la  imposibilidad  de  admitir  k  existeucia  de  un 
centro  de  la  escritura,  ya  que  la  facultad  de  escribir  no  es  sólo 
de  la  mano  derecha,  sino  que  también  es  posible  con  la  izquierda, 
con  los  pies,  con  los  codos,  etc.  Da,  como  existentes  en  el  cerebro, 
una  zona  de  Bkoca,  y  otra  de  Wernicke,  duda  de  la  existencia 
de  las  afasi'as  trans corticales,  y  depcribe  los  trastoo-nos  siguientea 
que  extractamos  de  su  libro  Semiologic  des  Mdadie!  du  Systémi 
Nerveux,   pág.   75 : 

"A.    Afasia   motriz   o   de   expresión. — Está  canu:terizada  por 

la  pérdida  completa  de  la  palabra,  o  la  disminución  considerable 

del  número  de  palabras  que  el  enfermo  puede  emitir.  Según  que 

el  len^imle  interior  esté   o  no  alterado  dstlngue  dos  variedaí"^ 

a).     Afasia  motril  de   Broca   •,  afasia  m 


le-      ■ 


variedad^^H 


—  449  — 

• 

del  lenguaje  interíor.-^Es  di  olvido  dd  procedimiento  de  tradudr 
d  pensamiento  en  palabras  de  tal  manera,  que  no  sólo  es  imposible 
la  polajbra  espontánea,  sino  también  la  repetidón  de  lo  oido  y  la 
lectura  en  alta  voz.  En  casos  graves  los  enfermos,  o  no  disponen 
de  ninguna  palabra  para  expresar  sus  estados  injberiores  o  disponían 
a  lo  sumo  de  un  caudal  tan  extraordinariamente  reducido,  que 
repiten  invariablemente  la  misma  palabra,  o  el  escaso  vocabulario 
que  todavía  conservan  a  su  alcance.  En  casos  menos  acentuados  el 
enfermo  no  puede  pronundar  más  que  los  nombres  propios,  los 
verbos;  la  frase  se  reduce  entonces  a  sus  palabras  esenciales;  los 
verbos  están  en  infinito  (¡estUo  negro)  o  hasta  son  omitidas  las  par- 
tículas (estilo  telegráfico).  Por  lo  que  se  refiene  a  la  lectura  el  en- 
fermo no  comprende  d  siignificado  de  las  palabras ;  con  frecuencia 
reconoce  su  nombre  y  los  que  le  son  familiares ;  a  veces  compren- 
de las  palabras  aisladas  pero  se  le  escapa  d  sentido  de  la  frase ;  pare- 
ce que  olvida  d  sentidño  de  ima  palabra  a  medida  que  pretende  des- 
cifrar la  siguiente.  Hay  imposibilidad  de  escribir  espontán^eamente 
(agrafía)  y   al   dictado,   en  cambio  la  copia  es   conservada.    En 
resumen:  en  esta  variedad  de  afasia  todas  las  modalidades  del 
lenguaje  están  infectadas,  si  bien  lo  son  particularmente  las  de  la 
palabra  hablada  y  escrita. 

b).    Afasia   motril  pura.   Afemia. — ^Las  perturbaciones   de   la 
jialalbra  espontánea  son  análogas  a  las  de  la  afasia  motriz  cortical, 
pero  con  la  diferencia  de  que  permanece  intacto  el  lenguaje  inte- 
rior, y  por  eso  la  escritura,  tanto  espontánea  como  al  dictado  y 
la  lectura  mental,  se  conservan.  Y  por  eso  también  el  enfermo 
hace  tantos  esfuerzos  de  expiración  como  sílabas  tienen  las  pa- 
labras o  aprieta  la  mano  tantas  veces  tomo  letras  o  silabas  hay  en  la 
palabra,  si  a  ello  se  le  invita,  como  haoe  Lichteim.  Esta  alteración 
correspondía  a  la  dásica  afasíia  motriz  subcortical   o   pura;   sin 
embargo,  Dejerine  no  la  admite  desde  el  punto  de  vista  anatomo- 
patológico,  pues  dice  que  la  lesión  no  es  siempre  subco-rtical. 

B.  Afasia  sensorial  o  de  comprensión, — Las  lesionas  del  centro 
sensorial  del  lenguaje  producen  una  forma  especial  de  perturba- 
dón  aiásica  en  la  que  la  comprensión  de  la  palabra  y  la  es- 
critura está  alterada;  ésta  es  la  afasia  sensorial  o  de  comprensión 
que  Dejerine  considera,  en  contra  de  lo  que  opinaiba  Küsmaui., 
como  única,  comprendiendo  a  la  vez  perturbadones  de  la  com- 
prensión de  la  palabra  hablada  y  de  la  lectura. 

a)  La  sordera  verbal  es  el  síntoma  que  primero  llama  la  aten- 
dón.  El  enfermo,  a  pesar  de  conservar  intacta  la  agudeza  auditiva 
no  comprende  las  palabras,  su  situarión  es,  en  cierto  modo,  pa- 


I 


recida  a  la  de  un  sujeto  normal  que  oye  una  lengua  extraña  y  que 
desconoce  por  compleito  o  de  fe.  que  conoce  un  corto  número  de 
palabras;  en  cambio,  es  capaz  de  hsblar  espontáneamente  y  hasta 
puede  ser  muy  locuaz;  claro  está,  que  estas  palabras  están  alte- 
rabas a  consecuencia  de  la  falta  de  la  acción  tutelar,  que  e!  centro 
sensorial  ejerce  sobre  e!  centro  motor  del  lenguaje.  No  puede  re- 
pcíir  las  palabras  que  se  le  pronuncao. 

En  ocasiones  los  enfermos  toman  una  palabra  por  otra;  esto 
mismo  se  puede  encontrar  más  o  menos  acusado  en  un  hombre 
sano  por  efecto  de  la  fatiga  cerebral,  de  la  inatención  o  de  la  emo- 
ción, pero  en  estos  casos  son  a  lo  más  uaa  o  dos  palabras  las  que 
son  pronunciadas  inipropianiente ;  a  este  transtorno  se  le  llama 
parafasia  y  puede  ser  verbal  o  literal;  en  el  primer  caso  las  pala- 
bras están  bien  pronunciadas,  pero  empleadas  indistintamente;  el 
enfermo  dirá  niesa  por  dedr  silla,  en  el  segundo  altera  las  letras 
formándole  en  ocasiones  palabras  nuevas  desprovistas  de  todo  sig-^ 
nificado.  en  lugar  de  dedo  dirá  deli.  o  incdo.  De  la  conibinaoió 
de  las  dos  parafasias  resulta  un  lenguaje  íncwnprensible  fom 
do  de  palabras  imaginarias  y  palabras  reales,  pero  incongruente 
en  el  discurso :  es  la  jargo¡iafasia  de  los  autores  ingleses. 

La  cegatera  verbal  consiste  eu  que  d  eníenno,  sin  tener  i 
gima  perturbación  visual,  ve  las  letras  y  las  pjalairas,  pero  ¡gnoJ 
ra  su  significación,  no  comprende  una  cuestión  escrita;  a 
llama  también  ai-exia.  Su  escritura  es  imposible  o  se  hace  dtf( 
cilmente,  no  ptiede  leer  lo  que  ha  escrito. 

La  capacidad  de  copiar  se  conseiTa.  Esta  afasia  comprende  dos 
variedades : 

1."     ÍJi  ceguera  verbal,  propiamente  diclur,  en  la  cual  los  ( 
fermos  pueden  leer  las  letras,  pero  no  las  palabras. 

2,"  La  ceguera  literal  en  la  que  no  conocen  ni  fas  letras,  que 
no  representan  para  ellos  más  que  un  dibujo  sin  significación. 

También  está  perturbada  la  facultad  de  leer  en  alta  voz,  y  si 
todavía  pueden  hacerlo  por  no  estar  completamente  olvidada  la- 
comprensión  de  lo  escrito,  se  presenta  un  trastorno  afine  de  I»- 
parafasia,  que  se  designa  con  el   término  de  paralexia. 

"b)  Afasias  semotwles  pitras.— 'Ceguera  vertnü  pura. — iDfe^ 
JERINE  ha  separado  en  1892  de  la  afasia  sensoria!  de  Wernicke, 
esta  forma  clínica  en  la  que  la  lesión  ha  destruido  las  fibras  que 
ponen  en  conexión  el  centro  de  las  imágenes  visuales  del  len- 
guaje con  el  centro  de  la  visión  general,  respetando  en  cambio  I* 
zona  del  lenguaje  que  habría  quedado  intacta;  es,  pues,  una  afa- 
sia  subcortical.  El   enfermo  no  ha   perdido  más  que  una  de  las 


—  451  — 

modalidades  del  lenguaje:  la  comprens-ión  de  la  lectura.  La  pala- 
bra espontánea,  la  palabra  repetida,  la  escritura  espontanea  y  al 
dictado  se  ejecutan  como  en  estado  normal.  Como  los  enferitios 
conservan  las  imágenes  verbo-visuales,  son  capaces  de  leer  cuando 
siguen  con  el  dedo  o  con  la  punta  de  \m  lapicero  los  cotomos  de 
las  letras;  pues  entonces  la  percepción  del  movimiento  realizado, 
despierta  las  correspondientes  imágenes  visuales  de  las  letras, 
lo  que  no  ocurre  en  la  afasia  sensorial  cortical. 

Sordera  verbal  pura. — De  la  misma  manera  que  en  el  anterior 
trastorno,  lar^rturbadón  se  reduce  a  la  pérdida  de  la  comprensión 
del  lenguaje  hablado  y  a  la  imposibilidad  de  escribir  al  dictado, 
conservándose  normalmente  la  palabra  espontánea,  la  lectura  .en 
alta  voz  y  la  lectura  mental,  la  escritura,  espontánea  y  la  copia. 
E^ta  forma  de  afasia,  que  habrá  sido  considerada  por  Lichteim 
como  subcortical.  oree  Dejerine  que  es  debida  al  debilitamiento 
progresivo   del   centro   audlitor   común. 

C.  Afasia  total. — Los  trastornos  correspondientes  a  este  gru- 
po se  deducen  con  sólo  recordar  que  esta  perturbación,  quizá  la 
más  corriente  de  todas,  representa  una  suma  de  afasia  motriz,  más 
afasia  sensorial  dependiente  de  lesiones  extendidas  a  toda  la  zona 
del  lenguaje.  Las  perturbaciones  senso-motoras  pueden  pers^istir 
indefinidamente,  pero  es  lo  más  común  que  regresen  los  fenóme- 
nos de  sordera  verbal,  en  tanto  persiste  más  o  menos  o  de  manera 
indefinida  el  componente  motriz  de  la  afasia." 

Trata  a  conti'nuación  Dejerine  de  las  afasias  transcorticales 
que  serían  debidas,  según  Wernicke,  a  una  lesión  entre  las  vías  que 
unen  los  centros  del  lenguaje  con  el  centro  superior  de  la  idea- 
ción y  ste  caracterizaría  en  caso  de  afasia  motriz  transcortical  por 
la  conservación  de  la  palabra  repetida  y  la  escritura  al  dictado,  en 
tanto  que  la  palabra  y  la  escritura  espontáneas  estarían  muy  al- 
teradas, y  en  caso  de  afasia  sensorial  transcortical  por  la  misma 
conservación  de  la  palabra  repetida  y  la  escritura  al  dictado,  en 
tanto  que  la  palabra  haiblada  o  escrita  no  serían  comprendidas  por 
el  enfermo,  es  decir,  que  repetiría  las  palátiras  sin  comprender  su 
sentido  (a  este  fenómeno  se  le  ha  llamado^  también  ecolalia).  De- 
jerine opina  de  estas  afasias  que  quizá  podrían)  ser  aceptadas  des- 
de el  punto  de  vista  clínico,  pero  no  desde  el  punto  de  vista  ana- 
tómico, ya  que  dice  que  en  las  autopsias  de  estos  enfermos  son 
numerosas  las  variedades  de  lesiones  encontradas. 

Hasta  aquí,  la  doctrina  de  Dejerine;  veamos  ahora  la  de 
Fierre  Marte. 


DOCTRINA  DE  MARIE 

La  doctrina  d*  Fierre  Marie,  expuesta  «n  sus  artículos  de  la 
Sentare  Medical  y  defendida  en  la  tesis  de  Mantier,  se  opone  a 
la  concepción  clásica.  Es  la  doctrina  radical,  según  la  denomina 
GiLBERT   Ballet  y   Laignel-Lavastine   en  su  Semiologie   Ner- 
veuse    (Brouardel-Gilbert.   Nov-veau   Traite   de   M^decifie,   pá- 
gina 51).   Comienza  por  negar  la  ejcistencia  de  las   im%enes  del 
ler^iaje,  y,  por  tanto,  de  centros  en  ¡a  corteza  para  estas  imáge- 
nes. Por  lo  qUe  respecta  al  centro  visual,  que  los  autores  pensa- 
ban que  asentaba  en  la  cara  convexa  del  hemisferio  a  nivel  del^ 
pliegue  curvo,  trabajos  ulteriores  han  demostrado  que,  en  realidatfc-   ■ 
asienta  sobre  la  cara  intenia  del  hemisferio  en  la  ciTcunvoluciótrzn 

yuxta-cal carina.   En   cuanto   al  centro  auditivo,   si   bien  cree   qu «> 

existe  su  asiento,  está  lejos  de  ser  conocido  de  una  manera  ( 
ta.  a  pesar  de  numerosos  trabajos,  en  los  que  comprende  el  ■ 
siderable  volumen  destinado  al  efecto  por  el  profesor  Hensche¡-  -K 
de  Estooolnjo;  cree,  por  tanto,  que  tiene  fundamentos  para  pr^»-" 
guntar  3Í  existe  en  la  corteza  cerebral  tm  centro  de  la  audició^-^ 
"Y  aunque  existiera — dice — nadia  nos  au'ttorfea  clínicamenife 
asignarle  un  sitio  determinado."  Los  argumentos  que  en  conti^c^ 
del  centro  de  h.  escritura  hace  se  basan  en  el  estudio  de  la  evol^ 
ción  de  la  escritura  en  la  raza  humana  tomándola  de  los  trabají^ — 1 
de  los  Egiptólogos  y  Sigfíilogos,  entre  los  que  cita  las  obras  i— .*^ 
M.  DE  RoNGE  y  de  M.  de  Bergeh.  Según  ellos,  en  la  evohición  ^^d 
la  escultura  sobre  los  monumentos  egipcios,  se  pueden  distingi^Kí/' 
los  periodos  siguientes : 

A.  Periodo  de  los  Ideogramas  que  serían  jeroglíficos,  q«íe 
por  una  convención  ya  más  o  menos  antigua,  tendrían  ima  signí£i- 
caoión  precisa,  y  designarían  bien  \m  objeto  o  una  ¡dea  simple,  por 
ejemplo,  una  Montaña,  Una  Flor,  un  Ojo.  el  Cielo,  pero  evolu- 
cionando la  escritura  estos  dibujos  simples,  esquemáticos,  se  muí- 
tiplicarían  y  compTicarían  en  su  significación.  Así,  d  j^erc^lífico 
del  Cielo  no  daría  solamente  la  idea  del  cielo  raso,  sino  que  a  día 
se  agregarían  otros  abstractos  que  han  venido  a  injeríanse  sobre 
la  de  la  altura  del  cielo,  por  ejemplo,  la  idea  de  superioridad,  de 
elcz^ación.  Desde  un  punto  de  vista  menos  abstracto  y  más  vecinos 
de  las  representaciones  gráficas  simples,  una  Estrella  unida  al  0^ 
lo  indl'caria  la  Noche,  la  Obscuridad.  Si  son  pequeños  torbellinos 
los  que  descienden  del  cielo  se  tendría  Ib  idea  de  Ll-uvía,  de  Nu- 
blado, de  Tormenta. 


—  453  — 

B.     Período  de  la  escritura  fonética,  A  fuerza  de  designar  de 
generaciones  ea  generaciones,  los  objetos  y  las  ideas  por  su  jero- 
glífica figurativo,  los  Egipcios  habrían  acabado  por  unir  tan  ín- 
timamente en  su  espírítu  el  nombre  de  los  objetos,  y  su  jeroglí- 
fico que  para  los  nomibres  que  eran  monosibálicos  llegaron  a  iden- 
tificar la  sílaba  representativa  del  objeto  y  su  jeroglífico.  Es  así  que 
el  nombre  dd  Sol  siendo  Ra,  d  jeroglífico  del  sol  designa  la  sílaba 
ra.  El  pan,  diciéndok  ta,  el  jeroglífico  del  pají  designa,  la  sílaba  ta. 
De  eísta  manera  se  lltegó  a  constituir  la  Escritura  Fonética  Silábica,  y 
desde  ésta  aislando  poco  a  poco  el  sonido,  por  el  cual  comenzaba 
una  sílaba,  y  constituyendo  una  letra  representada  por  el  jeroglí- 
fico mismo  de  Ja  sílaba  se  ll-^ó  á  la  Escritura  Fdtnética  Alfabética; 
así  el  jeroglífico  dd  pan  ta,  se  tranformó  en  la  letra  t;  el  jeroglí- 
fico de  la  boca  von,  se  hizo  ía  letra  '^,  etc.  De  esta  evolución  dd 
lenguaje  saca  la  condusión  de  que  el  hombre,  como  unidad  de  la 
sociedad,  ha  jugado  en  él  un  papel  borroso,  *'sólo  el  tiempo  obre- 
ro lento  y  %eguro  se  ha  encargado  de  desbastar  el  montón  inf  oame 
y  lo  ha  pulido,  como  nuestros  grandes  gladares,  tantas  veces  mile- 
narios, saben  pulir  la  roca,  sobre  la  cual  sus  olas  inmóviles  desü- 
zan  incansablemente". 

Por  lo  tanto,  no  habría  centros  innatos  de  la  escritura  en  el 
cerebro  humano,    sino   el    hombre    no   hubiese   necesitado  tantas 
miles  de  años  para  estar  en  estado  de  traducir  Sfu  lenguaje  oral 
en  lenguaje  escrito.  Tampoco  es  posible  que  esos  centros  se  ha- 
llan creado  por  im  proceso  lento  de  adaptación  debido  a  los  mu- 
chos siglos  que  hace  que  los  hombres  leen  y  que  se  hubieran  trans- 
mitido por  herencia,  porque  dice  Marie  que  sólo  las   élites  han 
tenido  parte  en  este  lenguaje  escrito,  y  es  sabido  que  las  élites  no 
dejan  a  penas  progenitura.   Durante  la  Edad  Media  esta   facul- 
tad fué,  sobre  todo,  dote  de  los  sacerdotes  y  de  los  monjes,  que  los 
transmitieron  a  sus   alumnos,  con  los   que  no  les   ligaba  rtingún 
parentesco;   y   omsiderando    las    sociedades    actuales,    pregunta: 
"¿Cuántos  de  sus  miembros  se  encontrarán  que  puedan  afirmar 
que  el  padre  de  su  trisabuelo  sabía  leer  y  escribor?"  Por  lo  tanto  la 
formación  de  los  centros  de  la  lectiica  y  de  la  escritura  tendría  que 
ser  cosa  de  tres  o  cuatro  generaciones,  y  esto  no  se  puede  admitir. 
Respecto  al  centro  de  Broca,  después .  de  leer  que  en  numerosas 
autopsias  se  han  hallado  lesiones  de  la  tercera  frontal  sin  afasia,  y 
afasias  sin  lesión  de  la  tercera  frontal,  habla  de  su  descubrimiento  y 
extnaña  que  siendo  tan  extensa  la  lesión  cerebral  que  se  hallaba 
en  el  sujeto  llamado  Leborgne,  y  que  ya  describimos,  localízase  la 
facultad  del  lenguaje  sólo  en  el  pie  de  la  tercera  frontal  y  deja 


I 


L 


hablar  aJ  propio  Broca,  que  dice :  "Tendiendo  en  cuenU,  que  al  d^^ 
mienzo  de  la  enfermedad  y  durante  un  largo  período  de  diez  anos, 
el  enfermo  había  perdido  úmcaniente  la  facultad  de  articular  las 
palabras,  fuí  conducido  a  pensar  que  la  pérdida  de  la  palañra 
habrá  sido  la  consecuencia  de  «na  lesión  primitivamente  bastante 
circunscrita,  y  que  el  árgano  central  del  lenguaje  era  úqjtel  en  que 
esta  lesión  había  comentado;  para  descubrir  este  órgano  entre  todos 
los  que  estaban  lesionados  en  el  momento  de  la  muerte  he  buscado 
el  ]/uiito  en  el  que  la  alteración  parecía  más  antigua,  y  he  encontm- 
dfi  que  según  toda  probabilidad,  la  tercera  circunvolución  frontal, 
quizá  también  la  segunda,  habrán  debido  ser  el  punto  de  partida 
del  reblandecimiento."  Broca  se  expresaba  asi,  porque  en  aqud 
tiempo  se  consideraba  el  reblandecimiento  cerebral'  oámo  una  lesión 
inflainatoria  de  tendencia  prc^esiva,  comenzando  en  un  punto  del 
cerebro  y  extendiéndose  a  los  vecinos,  durante  años  y  años,  como 
una  mancha  de  aceite.  De  modo  er-  que  estas  ideas,  unidas  a  la 
influencia  que  la  docalización  de  Gall  ejercía  todavía  en  aquella 
época,  indujeron,  s^ún  Marie,  a  Broca  a  considerar  sólo  la  lesión 
de  la  tercera  frontal  no  dando  importancia  al  resto.  Pero  además 
no  cree  que  exista  centro  de  la  palabna  porque  sii  existiera  estaría 
provisto  de  una  vía  anatómica  de  ejecución,  es  decir,  de  un  fascícu- 
lo de  la  palabra,  a  semejanza  de  lo  que  ocurre  con  los  demás 
centros  innatos,  por  ejemplo,  los  centros  motrices  con  su  íasdculo 
piramidal ;  por  otra  parte,  este  centro  de  la  palabra,  había  db  ser 
como  todos  los  innatos  bilateral  y  simétrico  y  sabemos  que  no  hay 
tal  cosa,  que  es  la  lesión  de  un  solo  lado  la  que  produce  el  trastorno. 
Además  existiendo  este  centro  imiato  no  se  explica,  como  los  sordo- 
mudos no  hablan  un  lenguaje  incomprensible  claro  es,  pero  lenguaje 
al  fin  de  forma  humana,  o  cómo  al  menos  en  el  monwnto  en  que 
fuesen  iniciados  en  el  valor  convencional  de  las  palabras  comen- 
zasen a  hablar.  Y  observando  al  niño  de  pecho  cuya  incapacidad 
absoluta  para  hablar  había  tan  vivamente  llamado  la  atención  de 
nuestros  ancentrales  latinos  que  le  denominaron  "infans",  que  sig- 
nifica "el  que  no  habla",  dice  que  cuando  ya  tiene  12  o  15  meses 
se  tiene  sobre  sus  pies,  comienza  a  andar,  tiende  los  brazos  a  su 
madre,  puede  gritar,  llorar,  en  una  palabra,  puede  ya  en  esta  edad 
ejercer  libremente  todas  las  fimciones  que  están  presididas  por  los 
centros  realmente  innatos,  en  cambio  hablar  si  se  exceptúan  al- 
gunas sílabas  repetidas,  penosamente  aprendidas  (papa,  mama,  cha- 
clia.  etc.),  le  es  iraposible;  siendo  siempre  el  infans  porque  carece 
de  centros  realmente  innatos'  para  el  lenguaje  hablado.  ¿Y  qué  dedr 
de  los  níiíos  afectados  de  hemiplejía  derecha  sin  que  presenten 


J 


—  •455  — 

nunca  afasia?  Bien  claramente  parece  demostrar  este  hecho  que 
no  ha^y  tal  centro  innato  deill  lengulaje  y  por  tanto  que  no  ha  po- 
dido ser  destruido  por  la  lesión  cerebral  de  hemiplejía  bastando 
que  adopte  en  su  cerebro  una  región  vecina  sana  para  que  pueda 
hablar.  Sin  embargo  aunque  como  hemos  visto,  Marie  niega  la 
existencia  de  los  centros  innatos  del  lenguaje,  no  puede  negar  que 
ima  lesión  que  afecta  al  hemisferio  izquierdo  del  cerebro  entrañe 
la  afasia  y,  dice,  que  elfo  no  se  debe  a  la  existencia  de  un  centro 
preformado  sino  adaptado;  ¿parque  es  en  el  hemisferio  izquierdo 
dondte  se  forma  este  centro?  Quizá  simplemente  porque  desarro- 
llándose sus  elementos  nerviosos  un  poco  antes  que  los  del  he- 
misferio derecho,  sea  en  él  donde  los  primeros  procesos  intelec- 
tuales comienzen  a  producirse  formando  un  centro  de  cristaliza- 
ción y  una  base  para  las  asociaciones  de  ideas  que  ellos  provocan. 

Esta  es  la  parte  más  importante  de  la  labor  destructora  de 
Marie:  pero  como  es  natural  lacomipañó  a  su  labor  demoledora 
otra  constructora  que  constituye  su  discutida  concepción  de  la 
afasia  según  la  que  los  enfermos  con  perturbaciones  del  lenguaje 
se  pueden  agrupar  en  tres  categorías  perfectamente  distintas : 

A. — <Los  que  hablan  sin  perturbación  notable  de  la  articulación 
y  frecuentemente  hasta  con  abundaiicia,  pero  con  un  vocabulario 
extremadamente  restringido  y  empleando  a  veces  palabras  impro- 
pias, incorrectas  o  incomprensibles. 

— Comprenden  mal  y  ejecutan  incompletamente  las  órdenes  da- 
das verbalmente. 

— No  pueden  leer-^No  pueden  escribir. 
Estos  son  los  afásicos  típicos. 

B. — Los  que  no  hablan  más  que  con  una  dificultad  extrema  de 
articulaciión  a  veces  únicamente  con  monosílabos  pero  que : 

— Comprenden  y  ejecutan  bien  las  órdenes  dadas  verbalmente. 

— Ejecutan  bien  las  órdenes  escritas — Pueden  escribir. 

Estos  no  son  aíásicos,  sino  anártricos  (corresponden  a  la  afasia 
motriz  pura,' clásica.) 

C. — ^Los  que  no  hablan  o  repiten  todo  lo  más  algunas  sílabas 
sin  significación. 

— No  comprenden  ni  ejecutan  las  órdenes  verbales. 
— No  pueden  leer — No  pueden  escribir. 
Estos  son  los  afásicos  de  Broca,. 

Las  lesiones  cerebrales  que  dan  lugar  a  estos  tres  ti.pos  de  afa- 
sia son: 

Para  la  categoría  A. — Afásicos  típicos :  Lesión  del  pliegue  cur- 


I 

epam 
íerior 


-436- 

,  del  pié  de  las  dos  primeras  temporales  y  a  veces  también  ( 
gynis  suprajnarginalis. 

Para  la  categoría  B. — Atwrtricas:  Lesión  en  una  reg-ióii  cuad 
latera  limitada: 

I."     Por  delante  por  una  línea  que  pasa  por  el  surco  que  sepai^ 
la  tercera  frontal  de  la  ínsiáa. 

2."  Por  detrás  ,pür  una  linea  que  pasa  por  la  parte  posterior 
de  ]a  ínsula  taiigencialmentc  a  la  extremidad  posterior  del  núcleí 
caudal. 

Esta  región  así  limitada  constituye  el  cuadrilátero  de  la  a 

Para  la  categoría  C. — A  fásicos  de  Broca:  La  lesión  afectaría^ 
la  vez  las  dos  Zonas  precedentemente  descritas:  Zona  de  Wer- 
NiCKE  y  cuadnilátero  de  la.  anartria,  siendo  por  tanto  un  sindnome 
mixto  debido  a  la  combinación  de  la  afasia  típica  con  la  anartria. 

En  resumen  para  P.  Marie  la  afasia  es  por  excelencia  una  per- 
turíjaoión  de  las  asociaciones  psíquicas  y  de  los  fenómenos  de  la 
memoria  como  lo  demuestra  además  el  hecho  de  que  la  región  de 
la  afasia   sea  puramente  una  región  dcmde  no  existen  más  qa^H 
fibras  de  asociacióa  síq  ñbifis  de  proyección.  ^H 


La  autoridad  de  Pierhe  Marie  y  lo  atrevido  de  su  teoría  que 
daba  por  faJsa  a  la  doctrina  clásica  que  desde  18Ó1  venia  in^>erandlo 
constituyendo  casi  un  dogma  invulnerable  produjeron  gran  sensa- 
ción y  las  discusiones  que  con  tal  motivo  se  entablaron  entre  los 
neurólogos  y  psiquiatras  de  todo  el  mundo  y  principalmente  (ran- 
oeses  fueron  numerosas  y  puede  decirse  que  interminables.  La 
imagen  más  perfecta  sobre  los  primeros  tiempos  de  discusión  nos 
la  dan  las  sesiones  de  la  Societe  de  Neurologie  de  París  (190S).  En 
los  números  7  y  9  de  la  revista  L'Encepluüe  publicados  en  Julio  y 
Septiembre  de  1908  se  hallan  <xín  todo  detalle  y  leyéndolas  se  com- 
prueba lo  que  decimos  anteríormente  así  como  el  considerable  nú- 
mero y  calidad  de  los  contendientes,  mas  no  pretendemos  exponer 
las  numerosas  discusiones  habidas  lo  que  sobre  ser  cas'  imposible 
sería  además  poco  útil,  máxime  cuándo  hay  que  reconocer  que  tanto 
im  grupo  como  el  otro  tiene  puntos  muy  terrosos,  que  no  pueden 
ser  admitidos  con  la  facilidad  con  que  se  ha  pretendido;  un  argu- 
mento en  este  sentido  nos  lo  dan  las  concepdones  que  más  tarde 
por'  MoNAKOW  prímero  y  Mingazini  y  Head  después  han  sido  ex- 
puestas, y  que  siendo  todas  distintas  entre  si,  Itan  coincidido  en  el 
deseo  de  apartarse  de  tratar  el  problema  aJ  estilo  Dejeeine  y  Ma- 


--  457  '  - 

ríe,  buscando  una  imanieTia  iiue\Tt  de  d^esienvolVedo.  Sin  embargo, 
nosotros  hemos  de  reconocer  que  tanto  Dejerine  como  Marie  tie- 
nen de  meritorio  el  haber  llegado  a  la  dinica  sin  perjuicios  de  nin- 
gún género  colocándose  qn  un  plano  de  independencia  critica  que 
les  ha  logrado  destacarse  de  entre  los  demás  autores  cuyas  ideas 
han  sido  ya  expuestas.  De  no  existir  ádeas  aún  más  revolucionarias 
y  se  nos  diese  a  elegir  entre  las  doctrinas  de  Dejerine  y  de  Marie, 
nosotros   nos  inclinaremos   de  preferencia  por   la  de   Dejerine. 
Fierre  Marie  ha  tenido  *más  suerte  al  comentar  las  ideas  extra- 
fas  que  d  procurar  asenltar  las  propáas ;  queremos  decir  que  si  bien 
enoottitramos  seductora  siu  laibor  critica  encontramos  muchos  puntos 
atacables  en  su  labor  de  construcción  siendo  d  prindipal  el  de  acep- 
tar la  localización  aunque  reformada  a  su  manera  con  su  célebre 
cuadrilátero,  pero  localización  al  fin  y  al  cabo.  Dejerine  no  tieme 
roas  defecto  qtw  el  de  haberse  quedado  corto..  Puesto  a  barrer  la 
•doctrina  clásica  no  debió  conjtemporizar  con  día.  La  verdad  río 
tiene  más  que  un  camino  y  si  éste  se  encuentra,  sería  absurdo 
unirlo  con  el  falso,  ya  que  de  esje  modo  sólo  podemos  conseguir 
llegar  a  parar  a  un  fin  tatn¡  fajlso  como  el  ya  conocido. 

Acaso  por  ésto,  el  defecto  que  los  italianos — Roncoroní  prin- 
cipalmente— ^achacara  a  la  obra  reciente  de  Head  de  no  ponersie 
de  acuerdo  con  las  teorías  precedentes,  más  que  defecto,  es  un 
mérito:  MérSto  que  ha  faltado  a  la  obra  de  Dejerine  a  quien  ha 
faltado  la  habilidad  de  desprenderse  a  tiempo  del  concepto  de  lo- 
calizadón,  cuando  Itan  fádl  le  hubiera  sido  admitir  centros  perfec- 
cionados por  la  acdón  del  tiempo,  de  la  educación,  .etc.,  que  es  lo 
que  constituye  en  nuestro  sentir  el  prindpal  éxito  de  Marie. 

*  *  *        . 

I 

Si  nosotros  queremos  sacar  alguna  condusión  de  este  trabajo., 
es  fuerza  que  nos  refiramos  a  las  doctrinas  de  Monakow  y  Head,, 
tanto  «una  como  otra  tienen  su  base  en  los  trabajos  que  el  neurólogo 
inglés  Jackson  realizó  de  1864  a  1893  y  que  a  pesar  de  su  impor- 
tancia pasaron  desconoddos  en  su  tiempo.  En  el  año  1868  Broca 
fué  invitado  a  la  sesión  que  ctíebra  anualmente  la  Asociación 
Británica  para  el  progreso  de  las  Ciendas,  y  puso  a  discusión  el 
tema  <Je  la  afasia.  Su  más  formidable  contrincante  fué  Jackson  quien 
fijándose  prindpaJmente  en  considerar  más  que  la  localización  de 
los  trastornos  la  esencia  íntima  de  los  -  mismos  distinguió  dos  for- 
mas de  lenguaje:  a)  la  intelectual-'-  poder  de  formular,  proposi- 
ciones ;  b)  h  emotiva  o  capaddad  de  «eoq)resar  nuestros  sentimien- 


-4SS- 


i 


tos,  Nonnalinentií  ambas  formas  vari  unidas  y  el  individuo  e 
sus  ideas  y  sus  seiitimiientos  por  igual;  más  cuando  existe  un 
trastorno  de  lenguaje,  una  u  dfjra.  de  las  formas  ha  de  aparecer 
trastornada,  y  el  paciente  no  puede  liablar  porque  carece  de  pala- 
bras (i."  Caso)  o  porque  las  usa  inadecuadamente  (2."  caso).  Ade- 
más su  obra  contiene  otras  proposiciones  interesantes  como  son : 

1.°  La  dificultad  de  ejecutar  una  obra  depende  de  la  com.pie- 
Ijidad  de  la  tanea.  Al  enfermo  se  le  debe  decir  esta  orden  de  va- 
rios modos.  (Esto  ha  servido  a  Head  para  idear  su  método  de  ex- 
ploración.) El  que  un  enfermo  no  pu«la  leer,  no  quiere  dedr  qu; 
no  pueda  escribir, 

2°  El  lenguaje  voluntario  tiendie  a  sufrir  más  modificaciones 
que  el  automático.  La  parte  menos  voluntaria  del  lenguaje  es  la  que 
subsiste  (saludo,  Stc,),  por  eso  uní  en'fermo  que  no  puede  escribir, 
puede  copiar  y  escribir  su  nombre  y  dirección,  porque  en  muchos 
individuos  esto  lía  llegado  a  ailcanzar  el  nivel  de  un  acto  automáti- 
co, a  fiwrza  de  repetirse.  El  hombre  que  no  habla  no  es  un  hombre 
que  no  pueda  emitir  palabras.  No  \^^y  agrafía  pura. 

3."  Imperccpción  es,  en  el  lado  receptivo,  lo  que  afasia  en  la 
serie  dfe  ías  palabras.  Pueden  existir  juntas  o  aiisladamiente,  Cuaudf 
existe  solamente  afasia  tas  imágenes  persisten  intactas ;  por  eso  el 
paciente  puede  señalar  colores  y  objetos  cuando  se  le  nombran, 
colocar  cartas  y  rompecabezas,  aunque  no  pueda  leer  palabras  es- 
critas ;  por  .eso  también  pueden  comprender  lo  que  se  les  lee  y  aún 
ejecutar  órdenes  escritas,  sin  que  puedan  traducir  estas  en  pala- 
bras, porque  no  hay  aJexía,  ni  afasia,  sino  imposibilidad  de  traducir 
una  proposición  que,  sim  embargo,  es  percibida  con  gran  precisjMi 
o  agudeza. 

Estas  afecciones  del  lenguaje  son  causadas :  a)  en  el  lado  de  la 
emisión  por  una  incapacidad  para,  expresar  proposiciones  en  pa- 
labras ;  b)  en  el  lado  respectivo  por  la  falta  de  los  procesos 
que  siguen  el  rreconocimiento  de  las  percepciones. 

4."  Detrás  del  lenguaje  externo  e  interno  que  son  idér 
aunque  este  sólo  se  descubre  por  la  escritura,  existe  !a  proposíciÓB 
la  cual,  verbalizada,  puede  ser  expresada  por  el  lenguaje  o  por  la 
escritura.  Esta  proposición  es  necesaria  para  el  pensamiaito  clarn 
y  lógico  pero  no  paira  todo  el  pensamiento.  Cuando  está  afectado 
este  aspecto  del  len^aje.  eí  pedente  na  puede  retener  proposío'o- 
nes  abstractas,  porque  es  incapaz  de  formulárselas  a  sí  propio.  Pue- 
de pensar,  pero  está  co/o  del  ijensamíento. 

5.*  Si  además  del  defecto  anterior  del  lenguaje  se  aSade  la 
impercepción,  el  paciente  sufrirá,  no  sólo  de  un  lenguaje  inferior 
sino  que  mostrará  si.^os  de  una  inferior  coi 


—  459  — 


DOCTRINA  DE  MONÁKOW 

La  doctríinía  de  Monakow  tiene  dos  ideas  principolies : 

I.*  El  lenguaje  es  um  cdmpilejo  psíquico  elevado,  y  por  consi- 
guiente üocalizable. 

2.*  La  pérdida  dd  lenguaje  es  debida  a  la  diásquisis,  y  su  res- 
titudión  a  l'a  desaparición  de  ésta. 

El  términto'  diásquisis  (ded  griiego  =  separación  a  distancia),  es 
en  su  concepto,  "un  etsitado  dáffiámáco  particular,  generalmente  dle 
inhibición,  que  sobreviene  la  mayor  parte  áe  las  vecds  de  una  ixja- 
nera  brusca  y  se  extiende  a  un  sistema  die  neurtonas  namáficadas 
lejos",  la  lesióo  ordinaria  es  locaíli  y  Wo  se  extiende  como  en  el 
scbock  apopíétício  a  toda  la  coiteza,  sino  solamíente  a  los  territorios 
en  que  se  originan  neuronas  de  asociación  o  de  proyección.  Para 
<íxplicarl>o  dice: 

Cualquier  fesióni;  de  la  oortezai  produce  dos  dases  d!e  síntomas: 
tenuporales  y  residjuales.  Estbls  últimos  son  irrejpoírabiles  y  están  con- 
ilidonados  por  la  naturalieza  de  la  lesión.  Los  temporales  se  dividen 
en  necesarios  y  contingentes.  Los  primeros  son  taoi)  típicos  como  los 
i-esidualtes,  los  contingentes  dlependen  de  diveirsas  circunstancias  se- 
cundarias y  pueden  faltara  En  comprobación  de  esto  aduce  Mo- 
nakow los  fenómeníos  que  siguen  a  la  extírpadón  de  la  corteza  po- 
lándica:  i.**  Fas'e  die  aquinasia  fládda.  2.^  Fase  de  retorno  del  tono 
y  de  los  reflejos.  3.**  Fase  dle  movimientos  resid^uales  (marcha  he- 
mipíléjica). 

Como  demuestra,  d  estudio  de  las  diegeneradones  secundanas» 
cualquier  lesión  cortical  interesa  inmimera^bles  vías  de:  asodadón  y 
comisuralfes  por  lo  que  inclusa  las  lesiones  anatómicas  irrepanables 
son  poco  oonoddas  y  si  difídl  es  conocer  exactamteniüe  la  reladón 
existente  entre  los  síntomas  residuales  y  d  punto  de  partida  die  la 
lesión,  juzgúese  culanto  más  no  será  conocer  la  exástenda  entre  este 
íooo  y  los  símtomas  temporalies. 

Por  lo  diomás  Monakow  piensa  que  no  es  achacable  solamente 
a  los  trastornos  de  la  corteza  la  aparidófnl  de  síntomas  temporales 
puesto  que  el  papd  verdadero  de  aquélla  desde  el  punto  de  vista 
motor  es  el  á&  redibir  las  exdtadones  dle  la  periferia  y  reflejarlas 
sobre  los  músoulios,  de  ordienar  lo  que  Monakow  llamia  figuras  qui- 
neticas,  entendiendo  por  éstas,  por  ejemplo,  los  mo»vimienítos  com- 
plejos de  utí  trabajo  normal  um^  poco  djelicado.  La  fuñdóni  de  fe. 
corteza  es  menaimienste  adodativa  y  en  d  ordfen  motor  cualquier  le- 


-4Ó0- 


exdS^^ 


sión  de  ella  producirá  un  retraso  en  la  coordinacáón  de  las  exci 
dones  que  llegan  y  parten  de  ella;  pero  no  el  cortejo  de  síntomas 
temporales  o  iniciales  que  serán  debidos  a  la  diásquisis. 

Para  que  llegue  a  reaJizairse  la  función  nerviosa  que  sir\'e  a  uai 
ün  .biológico  deteirniinado  es  necesario  que  entren  en  acción  siguien- 
do un  plan  definido',  ciertas  neuronas  o  grupos  de  neuronas  que  fun- 
cional! ya,  siguiendo  un  cierto  ritnio,  automáticamente.  A  la  cran- 
biuación  de  mía  neurona  de  asociación  con  otra  de  proyección  la 
llama  Mdnakow  unidad  tectónica,  cuya  trabazón  anatómica  puede 
hacerse  por  contacto  aunque  la  mayor  parte  de  las  veces  se  h&oe 
por  medio  de  las  células  intercalares.  Se  sabe  que  las  neuronas  no 
funcionan  independientemente  unas  de  otras,  y  por  lo  tanto,  des- 
pués de  la  interrupción  de  ciertas  vías,  por  localizadas  que  sean 
es  lógico  que  pierdan  su  excitabilidad  otras  que  están  en  relación 
con  las  víias  lesionadas.  Por  consiguiente^  la  restitución  funciona! 
no  dependo  de  la  sola  intervención  de  la  corteza,  sino  de  la  desapa- 
rición de  Üa  diásquisis  en  la  que  interviene  todo  d  sistema  ner- 
vioso. A  la  inhibición  pasiva  (impermeabilidad  a  las  excit^iones  de 
la  intervención  de  las  fKirtes  sanas  del  mismo  que  participan  de 
intensidad  media)  que  supone  la  diásquisis,  se  opone  todo  el  sis- 
tema nervioso  y  la  restitución  funcional  que  comienza  es  debida  a 
idéntica  función.  La  diásquisis,  por  otra  parte,  puede  atacar  incluso 
iah  funciones  que  consisten  en  conservar  las  excitadones  en  estado 
latente ;  nos  referimos  a  la  miemoria  y  de  ésta,  no  solamente  los 
recuerdos  aislados,  sino  también  las  asociaciones  de  estos  o  eníi"i- 
maS.  Ahora  bien,  si  cuando  se  lesiona  una  parte  cualquiera  de  la 
corteza  se  establece  una  especie  de  luciía  para  conservar  la  fun- 
ción interesada,  ¿qué  parte  de  ésta,  se  pregunta  Monakow,  penis- 
t-rá?  Los  trabajos  de  Jackson,  que  siguiendo  a  Sfencer  ha  intro- 
ducido en  la  Neurología  los  conceptos  antitéticos  de  evolución  7 
disolución,  nos  dan  la  clave  que  Im  ayudado  a  Mo>fAKOw  a  rescJver 
este  interesante  aspecto  de  la  cuestión. 

Para  Jackson,  la  evolución  por  lo  que  a  la'  fundón  respecta, 
tiene  tres  caiacterís'tícas  principales:  i."  Es  el  paso  de  lo  más  a  I*" 
n>enos  complicado;  de  los  centros  mejor  organizados  en  el  "»■ 
vimiento  del  nacimiento  a  los  que  se  van  organizando  durante  U 
existencia.  aJ"  Es  un  paso  de  lo  simple  a  lo  complejo.  3."  Es  el  paso 
de  lo  más  automático  a  lo  más  voluntario. 

El  concepto  de  disolución,  esencialmente  contrario  al  antenoT- 
mente  expuesta,  engloba  los  fenómenos  regresivos  de  la  evolución 
que  constituyen  sólido  fundamerito.  En  cualquier  proceso  mental 
la  evolución  aparece  claramente  y  en  presencia,  por  ejemjJo.  de  iW 
síndrome  anartrico,  se  echa  de  v.er  rápidamente  que  exilie  uM 


—  46i  - 

pérdida  del  lenguaje  isntd'ecituai  elevado  mientras  se  comiserva  el 
emocional,  y  esto  por  dios  razomes:  i.*  porque  de  acuerdo,  con  la 
idea  de  la  disolución  que  va  unida  a  todo  proceso  mental,  existe 
una  iregresión  de  la  evolución  y  por  consiguiente  en  lugar  de  avan- 
zar de  lo  simple  a  lo  domplicado,  de  lo  automático  a  lio  voluntano, 
el  proceso  sigue  el  camdno  inverso  y  afecta  a  lo  voluntario  dejando 
libre  lo  simple  y.  automático.  2.*  Porque  de  acuierdo  con  la  ley  dé 
RiBOT,  sigiiiendo  este  concepto,  se  pierden  em  primer  lugar  lias 
asociaciones  más  recientemeníte  adquiridas. 

Putntualizando :  la  máxima  resistencia  la  presentan  los  aparatos 
ligados  a  Ja  conservación  del  individuío'  y  die  la  especie,  luego  los 
sonnetidos  a  un  ejercicio  más  asiduo  durante  los  primeros  años  de 
la  vida,  y  finalmente  las  f  imdones  adquiridas  más  tarde,  que  serían 
las  primeras  en  desaparecer.  De  estos  grados  de  disolución  se  de- 
duce que  la  pregunta  anterior  se  contesta  diciendo,  que  persistirá 
la  parte  de  función  más  antigua  desde  el  punto  de  vista  filogénico 
y  ontogénico,  la  sometida  a  un  ejercicio  más  continuado  y  extenso, 
la  más  automática. 

:  De  esta  manera,  hace  intervenir  Monakow  en  toda  su  función,  y 
especialmiente  en  el  lenguaje,  un  nuevo  elemento  distinto  de  kl 
iocaüización  en  el  espacio,  el  tiempo,  factor  absolutamente  iloca,- 
lizaMe. 

En  último  término,  toda  función  dorticál  no  e:s  sino  un  com- 
plejo de  funciones  elementales,  ooín'sideradas  basta  aquí  como  ver^ 
daderas  entidades.  En  lia  esfera  de  la  motricidád,  por  ejemplo,  se 
desarrolla  prim,eró  te.  nutrilción,  luego  los  movámiteníbos  de  orien- 
tación, y  finalmente  íos  diversos  movimienitos  de  la  vida  ordinaria 
flocomociómi,  eitc.) 

A  las  combinaciones  de  los  movímieñtbs  recientemente'  adquiri- 
dos con  los  ya  existentesi  llama  Monakow  mommientos  de  destreza. 
Estos  últimos  complejos  psíquicfos  elevados,  no  tienen  una  localiza'^ 
ciótt  especial,  porque  ajunque  los  compoffifentes  deméntales  la  tengan, 
lo  inítieresante  en  ellos  es  su  localízación  en  eí  tiempo. 

Oon  esljos  razonamientos  llega  Monakow  a  fundar  y  mantener 
su  doctritfia,  quie  como  puede  veme  encierra  mucho  de  verdad  y  de 
interés.  '"""i  ^  \ 


DOCTRINA  DE  HEíVD. 


1 

L.  la- 
cada 


Convencido  de  Jas  aseveraciones  de  Jackson,  antes  descritas, 
Kead  ideó  la  técnica  de  exploración  que  sigue,  y  que  es  insusti- 
tuible ya  que  su  daracterístíca  es  la  exploracióii  comjJeta  de  t 
das  las  formas  de  expresión  del  pensamientb, 

I."    Prueba  del  nombre  y  rec&nocimienio  de  los  objetos  i 
tiiunes : 

Se  colocan  ordenados  seis  Objetos  de  uso  corriente  (moneda,  lá- 
piz, reloj,  etc.).  y  se  le  señala  a  continuación  el  duplicado  de  cada 
uno  de  ellos,  padiéndole  que  señaJe  d  anónimo.  Además  se  le  pudeJ 

a)  Que  diga  el  (wombre  de  los  objetos  que  se  señalan, 

b)  Que  escriba  el  nomibre  de  los  miamos. 

c)  Que  señlaJe  d'  objeto  que  se  te  nombra. 

d)  Que  señale  el  objeto  que  se  le  escribe. 

e)  Que  señale  el  objeto  que  se  le  entregufe  en  la  mano  s. 
reconocerib  con  Já  viata.  

2."  Prueba  de  los  colores :  {eliminadas  laS  causan  de  error  por 
dJscromatopsia) : 

Se  disponen  ordenadas,  ante  la  vista  del  eníenno  seis  tarjetas 
con  colores  distintds  y  se  le  pide : 

a>     Que  diga  d  nombre  dd'  color  que  se  le  señala, 

b)     Que  escriba  d  nombre  del  color  que  se  le  señala, 

c")     Que  seíiale  el  color  que  se  le  nombra, 

d)     Que  señaJe  d  color  que  se  le  escriibe. 

3."    Prueba  de  las  tres  palabras  (pato,  gato,  eiapo) : 

Se  escriben  en  varias  tarjetas  las  combinaciones  posibles  de  < 
tas  tres  palabras,  dos  a  dos  (p^to  y  gato,  pato  y  sapo,  eíc),  y  í 
tres  tarjetas  más  se  dibujan  cada  uno  de  estos  anímales;  e3  erfq 
mo  debe  hacer  lo  siíguiente : 

a)  Leer  correotamente  las  palabras  escritas. 

b)  Dedr  d  nombre  de  las  tarjetas  pintadas, 
el     Escribir  el  nombre  de  las  tarjetas  pintadas, 

d)  Escribir  al  dictado  et  nombre  de  las  tarjetas  escritas. 

e)  Repetir  las  palabras  quie  se  digan  (de  las  tarjetas  escritaJJ 
fl     Leer  en  alta  voz  lo  que  ha  escrito  en  la  prueba  c). 
g)     Copiar  fas  palabras  de  las  tarjetas  escritas. 
4."     Prueba  del  reloj: 


—  4^3  — 

Se  dispone  de  dos  esferas  de  reloj,  hediajs  de  cartón,  don  carac- 
teres arábigos  y  dos  saetas  para  marcar  la  hoira.  Se  entrega  una  al 
enfermo  y  se  dfem  las  siguientes  órdenes : 

a)  Hacer  que  majrque  la  misinm  hora  quie  la  dd  observador. 

b)  Quei  marque  la  hora  que  se  te  escribe. 

c)  Dirá  la  hora  que  marca  lia  esfera  del  obsenvadol*. 

d)  Escribirá  la  hora  que  marque  lía  esfera  dd  observador. 
5*    Prueba  de  las  cajas  y  las  monedas: 

Se  ordenan  ante  la  vista  ddi  enfermo  seis  cajas  y  sds  monedáis. 
Se  le  indica,  contando  dé  izquíierdia  a  derecha,  cuál  es  lia  primeria, 
segunda,  tercera,  etc.,  caja  y  momedai.  Se  le  cárdena,  por  ejemplo,  co- 
loque la  tercera  moneda  en  la  prinnera  caja,  etc.,  y  d!  enfermo: 

a)  Hará  lo  que  s¡e  le  dfiga. 

b)  Hará  lo  quie  se  le  escriba  sin  leer  en  alta  voz.. 

c)  Repetirá  ío  aniterior,  leyendo  en  alta  voz. 
6.*     Prueba  de  la  mano,  la  oreja  y  el  ojo: 

Convenddos  de  que  conobe  bien  d'  valor  de  las  palabras  dierecha 
e  izquierda^,  se  le  ordena: 

a)  Que  repita  lo  que  haga  di  observador  (llevar  la  mano  dere- 
cha ai  ojio  izquiterdo,  la  mano  izquierda  a  la  oreja  derecha,  etc.). 

b)  Que  repita  lo  que  d  observador  haga  frente  a  im  espejo. 

c)  Que  haga  lo  que  se  ordiene  por  escrito,  siin  Ider. 

d)  Lo  aniterilo^,  líeyendo. 

e)  Que  haga  lo  que  se  íe  ordene  de  palabra. 

f )  Que  escriba  lo  que  ha  hecho  d  observador. 

g)  Que  nepitja  d  gesto  en  una  tarjeta  dibujada. 

h)  Que  repiíta  d  gesto  dibujado  en  ima  tarjeta,  viéndiolo  por 
reflexión  en  d  espejo. 

Tiene  otras  pruebas  suplementarias,  como,  ejercicios  con  las 
operaciones  dementaiPes,  con  rompecabezas,  dibujos,  etc. 

Con  este  métodlo  de  exploradón,  He;ad,  que  designa  el  lengua- 
je con  d  afortunad'ot  término  db.  expresión  y  formulación  simbólicas, 
llega  a  oonvencennOs  de  que  ningún  a  Jásioo  tiene  un  tipo  individua- 
i  izado  del  trasitomo,  como»  admiten  los  cfósicos,  sino  por  el  contrario, 
cualquier  trastorno  del  íanguaje  engloba  otros  de  funciones  distin- 
tas e  ¡nidluso  no  unía  sola,  sino  todajs  lias  formas  de  expresión  del 
í>énsamiento  (lectura,  escritura,  etc.).  . 

Sin  embargo  en  la  descripción  clln/;ca  de  la  afa:S^*a  admite  cuatro 
grados,  atendiendo  sobre  tocio  a  la  frecuendía  con  qu,e!  se  presenitan 
y  al  de  variedades  dte  agrupadón  niás  frecuentes  eijtre  las  vías  que 
sirven  a  h.  exp»resión:^  dd  pénsamieiqto,  así  ten^miQs:  , .  . 

Afasia  verbal. — El  padertté  tiene  dificultades  para  encontrar 


¥ 


-  464  - 


>  sddi^^l 


formas  verbales,  para  ev'ocar  palabras  oom  que  expresar  sus  s  _ 
alientos.  El  vocabulario  del  paciente  está  muy  restringiíla  y  la  enunr 
ción  es  lenta  y  escandida.  Igualfes  defectos  en  la  escritura.  Ordeiiei 
dadas  por  medio  de  la  palabra  iiabládla  o  escri.ta  son  ejecutadas, 
siempre  que  no  requieran  para  eljo  la  Qvocajcióu  de  una  pakbra  o  de 
una  frase.  Las  pacientes  reconocen  sin  emibargo,  si  la  tarea  que  esrár 
intentando  'ha  sido  ejecutada  correotameiiite  o  no.  Pueden  dibujar, 
jugar  a  las  cartas  y  apreciar  chistes,  sea  esoritos  o  dibujados. 

Ei  área  de]  cerebro,  cuyo  tTa,sttrmo  estructural-  produce  con  nías 
frecuesicia  esta  forma  de  afasia,  es  la  parte  baja  de  las  drcunvolur 
ciíines  centrales.  Bien  entendido,  quie  Head  no  considera  estas  zonab 
como  centros  del  lenguaje,  sino  como  lugaxBS  dxmde  éste  puede  sei 
interrumpido  o  cambiado. 

Afasia  sintáctica..- — Consiste  en  trastornos  del  ritmo  y  de  la  e;- 
tr-.Kíura  gramatical  de  las  palabras.  El  paciente  tiende  a  la  jargo- 
nofasia.  El  poder  de  nombrar  objetos  está  conservado  y  hasta  a 
veces  se  emiten  las  paJíubras  con  gran  rajwdez.  Con  frecuencia, 
cuando  no  se  puede  emitir  una  palabra,  o  cuaaido  el  soaiido  oniti- 
(io  es  incomprensible  para  su  auditor,  puede  escribir  á  nombre  co- 
rrectamente. Todo  intento  de  emisión  de  un  juido  formulado  !e 
'Wa  a  la  confusión. 

Las  lesiojies  asientan  en  el  lóbub  temporal. 
Afasia  wowiÍMOÍ.— Consiste  en  dificultad  en  la  apreciación  ctd  va- 
ior  nominal  o  simbólico  de  las  palabras.  El  paciente  usa  defeotuo- 
SF.mente  los  nombres;  lee  con  dificultad  extrema,  especial  mente  si 
fs  trata  de  deletrear  las  pal'abras.  La  escritura  está  gravemente  inte, 
lesada,  pero  el  enfermo  re  capaz  de  copiar  impresos  por  medio  de 
la  escritura  manual.  La  escritura  al  dictado  y  todas  las  acciones  que 
requieren  atención,  son  ejecuitadks  con  dificultad  cuando  se  le  ordena 
A-e rbajlm ente.  Puede  contar,  pero  el'  sáignificado  de  los  números,  eJ 
del  vafor  de  la  moneda,  así  como  la  neaiización  de  simples  operado- 
rep  aritméticas,  están  comúnmerite  más  o  menos  afectadas. 

La  separadóu  eaiitre  las  formación  de  Jas  palabras  y  su  nomina- 
ción es  una  iniueva  concepdón  en  Jo.  clasificación  de  las  afasias. 

T^  lesión  asienta  entre  la  fisura  post-centra!  y  en  el  lóbulo  ocd- 
fñial.  - 

Afasia  semántica.— ¥1  paciente  tiene  dificultad  para  reconocer 
el  sentida  último  de  las  conceixiones  lógicas  emitidas  ñor  él  o  que 
le  son  dichas  en  forma  oral,  impresa,  o  por  medio  de  dibujo.  Puede 
comiHirender  cada  palabra  o  frase  corta„  exaotameníe  lo  mísmo  que 
puede  comprender  los  detalles  de  una  pintura,  pero  d  sísníficado 
iota!  o  intención  de  aftiiélTa^;.  se  lie  esca.m.  Puorfe  leer  y  escribir,  pero 


—  46S  — 

I 
d  resultado  tiend-e  a  ser  impreciso  y  confuso;  de  es  posible  contar  y 
puede  reconocer  el  valor  de  los  numerales,  pero  las  operaciones  arit- 
méticas están  imposiibilitadas  o  dificultadas.  No  puede  comprender 
exactamente  la  mayor  parte  de  los  chistes,  especialmente,  si  ello  re- 
quiere ujia  comprensión  total  de  una  pintura  o  dibujo  o  su  leyenda. 
No  puede  jugar  a  las  cartas,  ni  juntar  rompecabezas. 

Este  disturbio  sie  extiende  como  se  ve,  más  allá  de  los  límites  de 
la  palabra  organizada.  Su  leslión  es  la  misma  que  la  de  la  afasia 
nominal. 

.    ♦  *  ♦ 

Ahora  ya,  creemos  estax  en  condiciones  de  resumir  cuanto  inte- 
resante y  digno  de  mención,  sel  desprende  de  este  estudio  sucinto  de 
la  afasia.  Por  él  vemos,  como  ha  bastado  huir  de  ía  idea,  siempre 
absurda,  de  recurrir  a  la  clíniica,  solamente  para  confirmar  hipóte- 
sis, ya  forjadas  en  la  fantasía  de  los  autores  con  la  atención  pola- 
rizada de  un  sentido,  para  que  aparezcan  conceptos,  que  por  ser  fru- 
to de  la  más  razonada  explicación  de  hechos  observados  impasible- 
mente, han  permitido  desintrincar  la  enmarañada  red,  que  rodeaba 
este  problema,  dándonos  luz  suficiente  para  que,  a  reserva  de  las 
claridades  que  nos  pueda  suministrar  el  porvenir,  formulemos  las 
cuatro  proposiciones  siguientes : 

I.*  Los  trabajos  de  Fierre  Marie,  asestan  un  rudo  golpe  a  la 
doctrina  de  las  localizaciones  cerebrales  y  nos  hacen  dudar  de  la 
existencia  de  los  centros  del  lenguaje.  Este,  siguiendo  a  Monakow, 
debe  ser  considerado  como  un  complejo  psíquico  elevado,  y  como 
tal,  iJocal'izable,  cómo  lo  son  la  inteligencia,  la  voluntad  y  tantas 
otras  facultades  anímicas. 

2.*  No  existiendo  centros  y  por  tanto,  no  siendo  posible  su 
lesión  la  pérdida  del  lenguaje,  se  explica  por  la  diásqmsis,  concepto 
que  MoNAKOw  ha  basado  en  razonamientos  de  índole  puramente  psi- 
cológica unos,  biológica  otros,  y  quie  tanto  en  este  probiema  cpncfieito, 
como  en  otros  del  sistema  nervioso,  sirve  de  gran  utilidad.  A  su  vez, 
la  restitución  del  lenguaje,  es  debida  a  la  desaparición  de  la  d'lásqui- 
sis,  y  se  efectúa,  según  diemiuesitrian  los  estudios  de  Hugligns  Jack- 
SON,  yendo  de  lias  funciones  más  aknples  a  las  más  complejas,  de  las 
más  automáticas  a  las  más  voluntarias. 

3.*  La  doctrina  clásica  llegaba  a  considerar  hasta  diez  y  siete 
variedades  distintas  de  afasia  que,  si  bien  en  losi  gabinetes  de  estu- 
dio, tenían  individualidad  teórica,  en  la  clínica  no  tenían  realidad 
objetiva  alguna,  antes  al  contrario,  cualquier  af  ásico  presenta  en  su 


-406- 

trastomo,  entremezclados  y  englobando  a  la  vez,  todos  los  medios 
de  expresión.  Por  esto  la  clasificación  de  Dejerine  tíene  el  mérito 
de  ser  el  primer  paso  que  se  da  en  el  camino  seguro  de  la  verdad* 
A  dicho  fin  ha  llegado  de  una  manera  mucho  más  perfecta  y  com- 
pleta Head  con  su  clasificación,  que  por  ajustarse  a  lo  que  la  rea- 
lidad nos  muestra  y  por  su  vivo  sabor  clínico,  ha  de  ser  alabada  y 
aceptada. 

4.*  Cuanto  más  perfecta  sea  la  exploración  de  un  afásico,  me- 
jor podremos  darnos  cuenta  de  su  estado,  y  por  ende,  de  la  verdad, 
de  la  anterior  proposición.  En  tal  sentir,  el  método  ideado  por  Head 
es  insustituible,  ya  que  merced  a  él  se  logra,  las  más  completa  ex- 
ploracdón  de  todas  las  formas  de  expresión  del  pensamiento. 


'  > 


TRABAJOS    ANALIZADOS 


R.   Stankiewicz.— Diagnóstico    de    la    granuHa    aguda    en    los 
niños.  (Diagnostic  de  la  granulie  aigue  chez  les  enfants.)  Archk/es  de 
Médecine  des  Enfants, 

El  autor  basa  su  trabajo  en  los  casos  de  granulia  observados  en  la  Clí- 
nica de  enfermedades  de  los  niños  d^  la  Universidad  de  Varsovia.  Apenas 
si  hay  recogidos  31  casos  de  granulia  en  los  niños  durante  un  período  de 
cinco  años  en  la  Qínica  de  referencia.  En  la  gran  mayoría  de  ellos  el  diag- 
nóstico se  ha  basado  en  el  examen  clínico;  en  cierto  número  de  casos  la 
granulia  no  ha  podido  ser  evidenciada  más  que  en  la  autopsia.  Esta  fué 
hecha  en  todos  los  casos  en  el  anfiteatro  de  Anatomía  patológica  de  la 
Universidad.  Por  tanto,  las  observaciones  tienen  gran  valor,  por  ser  he- 
chas en  la  clínica  y  confirmadas  con  la  autopsia. 

Lo  que  llama  la  atención  en  el  cuadro  clínico  de  la  granulia  aguda  en 
los  niños  es  la  gran  diversidad  de  formas  clínicas.  Los  síntomas  clínicos 
faltan  con  frecuencia  durante  la  marcha  de  la  afección,  y  cada  caso  par- 
ticular presenta  en  cierta  medida  un  tipo  individual. 

Los  autores  franceses  y  algunos  alemanes  han  descrito  forfnas  deter- 
minadas de  granulia;  pero  en  clínica  se  les  observa  muy  difícilmente  en 
estado  puro.  El  autor  ha  visto  frecuentemente  en  la  clínica  referida  que 
jna  forma  se  transforma  en  otra.  Resulta  que  la  clasificación  de  las  dife- 
rentes variedades  de  granulia  es  puramente  artificial  y  no  se  apoya  sobre 
latos  constantes.  Sin  embargo,  actualmente  se  distinguen  las  siguientes  for- 
nas:  a)  Forma  tifoidea,  b)  Forma  pulmonar,  c)  Forma  cerebral,  d)  Forma 
'aquidiana.  Esta  última  recuerda  en  cierto  punto  los  estados  tóxicos  <}e 
FiNKELSTEiN  quc  sc  obscrvau  en  el  recién  nacido  a  consecuencia  de  tras- 
:ornos  digestivos  graves. 

La  marcha  de  la  infección  tuberculosa,  sea  cual  fuere  la  forma  clínica 
le  granulia,  depende  de  caracteres  particulares  del  organismo  del  niño  y 
ístá  en  relación  igualmente  con  la  sensibilidad  que  presenta  cada  individuo 
'rente  ^1  bacilo  tuberculoso. 

Es  bien  sabido  que^  i.®  I-os  niños  sufren  fácilmente  la  infección  tuhercu» 
osa.  20.  Esta  infección  es  generalizada  rápidamente  a  toda  su  organismo. 


—  468  - 


m 


1  la  propiedad  de  localizar  y  c 


3,0  Los  tejidos  de  los  niños 
focos  tuberculosos. 

De  otra  parte,  la  marclm  de  la  infección  depende  de  la  naturaleza  misoa 
del  bacilo  (Hamburger)  ;  la  reacción  de!  organismo  es  incapaz  de  atenuar 
la  infección  si  los  bacilos  han  penetrado  en  número  bastante  en  la  circu- 
lación sanguínea  y  sobre  todo  si  son  vivos  y  resistentes;  si  los  gérmenes 
se  propagan  en  lodo  el  organismo,  la  reacción  de  éste  es  muy  intensa  cuan- 
do el  número  y  la  virulencia  son  elevados.  La  enorme  cantidad  de  toxinas 
produce  una  forma  nueva  de  infección  tuberculosa,  es  decir,  la  granulia. 
No  son  conocidas  hasta  hoy  las  condiciones  y  circunstancias  que  favorecen 
la  explosión  de  la  granulia  en  los.  niños ;  s 
modificación  sufrida  por  el  organismo  (Enc 
bacilos  acidorres  i  sientes  son  reteíiidos  en  ma; 
vasos  venosos,  desde  donde  penetran  al  t 
antiguas  de  Weigert  reciben  una  nueva 
que  la  granulia  aparece  a  consecuencia  d 
vasculares,   encontrando   confirmada   esta   ; 


piensa  que  se  trata  de  una 

.),   en   virtud  de   la   cual    los 

por  la  túnica  interna  de  bs 

circulatorio.  Asi,  las  ideas 

interpretación.    Schosi.   pretende 

una  degeneración  de   las  túnicas 

ipecha   en  el   97   por   i 


casos.  Se  ignora  cuál  es  la  causa  de  esta  degeneración.  Nuestras  obser- 
vaciones diarias  nos  han  enseñado  que  niños  hasta  entonces  bien  ntitridoi 
y  florecientes  perecen  rápidamente  a  la  granulia.  La  resistencia  del  orga- 
nismo juega  un  pape!  aquí  muy  importante.  Ribert  tiene  razón  al  decir 
que  para  que  la  granulia  se  declare  es  preciso  una  predisposición  especia). 
De  otra  parte,  la  explosión  de  la  granulia  está  favorecida  por  todas  las 
causas  que  producen  una  debilitación  del  organismo  de  un  niño  ya  ¡nfec- 
lado  de  tuberculosis :  nutrición  defectuosa,  grandes  hemorragias,  enfermeda- 
des infecciosas,  traumatismos,  intervenciones  quirúrgicas  (evacuación  rápiíi 
de  un  derrame,  por  ejemplo,  que  entraña  una  dilatación  de  vasos  linfáticos 
que  son  puerta  de  entrada  para  los  bacilos).  La  sensibilidad  espacial  de 
los  niños,  así  como  la  estructura  especial  del  sistema  linfático  pueden  jugar 
un   papel  de  primer  orden. 

Ciertos  autores  consideran  que  las  formas  habituales  de  granulia  no  son 
más  que  septicemias  de  las  metástasis  producidas  por  el  bacilo  tuberculMO. 
Esta  opinión  ros  parece  justificada,  y  Landouíy  da  a  estas  formas  de  '«■ 
íección  el  nombre  de  septicemia  tuberculosa  subaguda.  En  efecto,  tn  1 
granalla  aguda  encontramos,  así  como  en  la  septicemia,  una  puerta  de  tr 
trada,  es  decir,  el  foco  de  infección;  un  germen  infeccioso  en  la  circula- 
ción sanguínea,  foco  de  metástasis  en  los  diferentes  órganos,  y  en   fi 

bolias  de  los  vasos  cutáneos.  Resulta  de  esto  que  los  fenómenos  mórbido! 
observados  en  el  niño  afecto  de  granulia  dependen  del  grado  de  envene- 
namiento del  organismo  por  las  toxinas  tuberculosas,  y  de  otra  parte,  ^- 
las  lesiones  en  los  diferentes  órganos  internos.  En  un  periodo  precoz  de 
la  afección  vemos  aparecer  en  primer  término  los  síntomas  de  intoxic 
Clon.  Tenemos  e!  cuadro  de  una  afección  grave  presentando  todos  los  c 
racleres  de  la  septicemia,  es  decir,  temperatura  elevada,  anorexia.  tos  roí 
derada,  hígado  y  bazo  aumentados  de  volumen.  Fuera  de  estos  fenómenos 
clínicos  generales,  se  observan  tres  síntomas  dominantes :  disnea,  ctanosií  í 
perdida  apreciable  de  peso,  desnutrkián. 


Los  signos  clínicos  se  nianifiestan,  sobre  todo,  por  parte  del  pulmón 
(ganglios  bronquiales)  y  del  lado  de  las  meninges  cerebrales,  mientras  que 
la  evolución  de  la  granulia  en  los  otros  órganos  puede  pasar  desapercibida; 
tenemos  pruebas  evidentes  á  este  respecto  en  nuestras  observaciones  perso- 
nales. En  i8  casos,  de  31,  hemos  encontrado  en  la  autopsia  al  mismo  tiem- 
po  alteraciones   pulmonares  y  meníngeas. 

En  la  mayoría  de  casos  la  fiebre  es;  elevada  (39  a  40**) ;  pero  su  mar- 
cha no  es  muy  regular,  o  bien  es  continua  con  pequeñas  remisiones,  seme- 
jando a  la  fiebre  tifoidea.  Más  tarde  la  temperatura  toma  un  aspecto  di- 
ferente; a  veces  presenta  accesos  seguidos  de  remisiones  notables  y  hasta 
descensos  por  bajo  del  nivel  normal.  Otras  veces  la  marcha  de  la  tempe- 
ratura es  irregular  y  su  tipo  cambia  de  un  día  a  otro,  o  bien  se  observa 
el   tipo   inverso;    algunas"  veces   la   afección   es   apirética. 

Trastornos  importantes  se  producen  por  parte  de  los  vasos  sanguíneos; 
cianosis  muy  acentuada  de  la  cara,   labios  y  extremidades  que  se  enfrían; 
el  niño   está  pálido,   anémico.  La  palidez  de  los  tegumentos'  asociada  a  la: 
cianosis  de  la  cara  y  de  las  extremidades  dan  al  niño  un  aspecto  muy  ca-. 
racterístico.  La  cianosis  de  la  cara  y  de  las  extremidades  también  es  acom- 
pañada de  una   fatiga  de  la  pequeña  circulación.  El  pulso,  acelerado    (160 
a  180),  no  correspondiendo  a  la  temperatura ;  es*  pequeño  y  fácilmente  de- 
presible.  La  aceleración   del  pulso  se  hace  de  tal  manera  considerable  que 
produce  un  hiper funcionamiento  del  corazón;  es  debida  a  la  parálisis  de  las 
fibras   moderadoras  del  corazón  (Pawinski).  La  presión  arterial  está  sen- 
siblemente disminuida;  se  observa  a  veces  una  dilatación  moderada  del  ven- 
trículo derecho,   con   un  ligero   soplo   sistólico  en  la  punta.  Los  trastornos 
observados  por  parte  de  los  vasos  sanguíneos  son  de  naturaleza  tóxica.  Si 
durante  la   evolución  de  la  granulia  la  infección  ataca  a  las  meninges  el 
pulso  se  hace  más  lento,  irregular  e  intermitente. 

En  lo  que  concierne  a  la  composición  y  estado  de  la  sangre,  la  carac- 
terística de  la  granulia  es  la  leucocitosis ;  pero,  según  Erlich  y  Joncher, 
no  es  constante  ésta;  el  número  de  polinucleares  está  aumentado,  en  tanto 
que  el  de  linfocitos  se  halla  sensiblemente  disminuido.  El  número  de  gló- 
bulos rojos  y  cantidad  de  hemoglobina  pueden  ser  normales  y  ligeramente 
disminuidos.  Para  dar  un  ejemplo,  indicaremos  algunos  resultados  genera- 
les del  examen  de  los  enfermos  vistos  por  nosotros.  Primer  caso.  Niño  de 
veinte  meses.  Hemoglobina,  55  por  100;  glóbulos  rojos,  5.000.000;  leuco- 
citos,   18,450;    polinucleares   neutrófilos,    56;  linfocitos,   43. 

Segundo  caso.  Niño  de  quince  meses.  Hemoglobina,  50  por  100;  gló- 
bulos rojos,  7.700.000;  leucocitos,   is.^So;  polinucleares,  78;  linfocitos,  21. 

El  tanto  por  cierto  de  albúmina  del  suero  sanguíneo  presenta  una  im- 
portancia de  primer  orden.  Este  porcentaje  en  la  granulia  está  más  aumen- 
tado en  los  niños  en  relación  con  aquel  que  se  observa  en  la  fiebre  tifoidea. 
Las  investigaciones  de  los  bacilos  en  la  sangre  presentan  cierto  interés 
(método  de  Staubili-Schmitter).  Los  resultados  obtenidos  con  este  pro- 
cedimiento ños  enseñan  que  el  bacilo  de  Koch  es  bastante  frecuente  en  la 
sangre  de  los  niños  afectos  de  granulia.  Se  admite  que  circulan  por  sangre 
y  linfa,  cualquiera  que  sea  el  modo  de  infección  (Sterling);  pero  la  pe- 


-  470- 


netración  de   los   bacilos  en  la  circulación  no  provoca  siempre 
(Kauraskige).  Es  preciso,  pues,  no  sacar  conclusiones  definitivas  más  qat 
con  prudencia  (Zinkí-stbinJ. 

La  disnea  constíüiye  el  síntoma  dominante  y  más  constante  de  la  gra- 
nulia  de  los  niños.  Aparece  bruscamente,  a  veces  en  el  primer  síntoma  de 
la  afección ;  es  la  disnea  jihc  tnatieria  que  recuerda  en  ocasiones  los  acce- 
sos de  asma.  La  respiración  alcanza  6o  y  8o  inspiraciones  por  minuto,  au- 
mentando según  progresa  la  afección.  La  cianosis,  así  como  !a  disnea,  au- 
mentan cada  vez  más.  La  formación  en  masa  de  granulaciones  en  el  pa- 
rénquima  pulmonar  produce,  de  una  parte,  un  obstáculo  mecánico  a  la  res- 
piración y  a  la  circulación  sanguínea  en  los  pulmones,  y  de  otra,  hace  di- 
fícil el  cambio  gaseoso,  lo  que  entraña  trastornos  vasomotores;  pero  no 
es  en  el  pulmón  donde  es  preciso  buscar  la  causa  esencial  de  la  disnea, 
sino  más  bien  en  e!  corazón.  Los  agentes  tóxicos  que  destruyen  las  pro- 
piedades biológicas  de  los  glóbulos  rojos  juegan  un  papel  de  primer  orden 
en  la  producción  de  la  disnea  y  de  la  cianosis  en  el  curso  de  la  granuHa. 
La  disnea  está  acompañada  habltualmente  en  los  nifios  menores  de  tres 
años  de  tiraje  en  las  regiones  supraciavioulares  e  infraumbilical  y  espa- 
cios intercostales. 

El  examen  físico  de  la  caja  torácica  en  los  niños  no  denota  ningún 
signo  apreciable  durante  el  primer  periodo.  A  la  percusión  no  se  encuen- 
tran más  que  modificaciones  mínimas.  Sin  embargo,  una  percusión  muy 
atenta  permite  demostrar  que  el  sonido  es  diferente,  sígún  las  regiones  del 
pulmón  percutidas.  La  granulia  pertenece  al  tipo  de  tuberculosis  produc- 
tiva; pero  en  los  nifios  se  encuentran,  sobre  todo,  lesiones  debidas  tanto 
al  proceso  productivo  como  al  exudativo  (bronconeumonia  caseosa).  La  per- 
cusión puede  revelar  un  sonido  que  asemeje  al  normal  (la  resonancis 
timpánica  de  enfisema  local,  asociada  a  las  vibraciones  de  sonido  más  corto, 
da  un  ruido  muy  próximo  aJ  sonido  normal).  La  ausencia  de  matidez  o 
de  una  ligera  submatidez  depende  de  numerosos  focos  dispersos  en  el  pul- 
món, que  es  lo  que  constituye  el  cuadro  anatómico  habitual  de  la  granulia. 
La  auscultación  es  variable  según  el  periodo  de  la  afección.  Al  princi- 
pio no  se  encuentra  más  que  una  disminución  del  murmullo  vesicular  a  la 
inspiración.  Si  los  bronquiolos  están  afectos,  las  lesiones  catarrales  de  las 
pequeñas  ramificaciones  bronquiales  se  traducen  por  estertores,  la  respira- 
ción toma  el  carácter  de  soplo  tubario  poco  intenso  y  la  exiñración  es 
prolongada  y  ruidosa.  Se  encuentran  en  el  lóbulo  superior  estertores 
chasquidos,  y  en  el  lóbulo  inferior  se  demuestran  estertores 
crepitantes  medios  y  finos  al  fin  de  la  inspiración  y  a  veces 
ración.   En  las  otras   partes  del  pulmón   se  percibe  una  respiración  mal 

fim'da  o  más  bien  un   aumento  del  murmullo  vesicular   sobre   ...._ 

tensión;  frecuentemente  se  notan  chasquidos  en  varias  regiones  del  pulmón. 
Los  focos  pulmonares  se  modifican  constantemente  en  la  gfanulia  aguda 
de  los  niños.  I-os  signos  estetoscópicos  desaparecen  en  un  foco  para  apa- 
recer dos  dfas  después  en  otro  sitio  del  pulmón.  Estos  cambios  de  los  signos 
estetoscópicos  presentan  una  importancia  de  primer  orden  pora  el  diag- 
nfijtico. 


itertores  J^^J 

n  la  expy^l 
in  mal  dts^^H 


—  471  — 

Si  la  pleura  participa  en  una  larga  medida  del  proceso,  en  el  curso  de 
la  evolución  de  la  granulia  se  observa  un  frote  dulce,  signo  manifiesto  de 
granulia  (Jurgersen).  En  otros  casos  bastante  numerosos,  desde  luego,  los 
signos  físicos  de  las  vías  respiratorias  obtenidos  por  auscultación  y  per- 
cusión son  mínimos  o  faltan  por  completo.  En  la  autopsia  se  encuentran 
granulaciones  muy  claras,  diseminadas  por  los  pulmones. 

La  granulia  se  acompaña  de  tos  seca,  quintosa  sin  expectoración.  Esta 
tos  fatiga  al  niño,  impidiéndole  dormir.  Si  los  ganglios  traqueobronquiales 
están  invadidos,  la  tos  tiene  un  timbre  metálco  bitonal  (Marfan).  La  ex- 
pdctoración  falta;  excepcionalmente,  en  los  niños  de  más  edad  se  obtienen 
esputos.  Si  es  posible  recogerlos,  no  se  encuentra  jamás  el  bacilo  de  Koch. 
£q  seis  casos  de  granulia  en  niños  la  investigación  de  bacilos  practicada 
varias  veces  ha  sido  siempre  negativa. 

En  resumen,  en  la  granulia  de  los  niños  el  examen  físico  demuestra 
una  desproporción  entre  la  gravedad  del  estado  general  y  los  signos  obte- 
nidos por  parte  de  las  vías  respiratorias.  Los  síntomas  subjetivos  son  gra- 
ves, mientras  que  los  objetivos  son  mínimos. 

En  los  casos  dudosos  la  radiografía  debe  utilizarse,  así  como  la  reacción 
de  PiRQUET  y  Mahtoux.  Las  pruebas  radiográficas  dan  un  cuadro  muy  tí- 
pico; las  granulaciones  tuberculosas  están  diseminadas  simétricamente  en 
los  dos  pulmones;  se  aprecian  también  alteraciones  en  los  ganglios  e  íleo 
del  pulmón.  En  nuestros  enfermos,  de  diez  pruebas  radiográficas,  hemos  ob- 
tenido seis  resultados  positivos;  en  cuatro  el  examen  radiográfico  fué  in- 
fructuoso. La  presencia  de  ganglios  en  íleo  pulmonar  y  la  infiltración  del 
parénquima  pueden  ser  debidos  a  una  afección  anterior:  sarampión,  tos  fe- 
rina, paperas,  etc.  En  otros  casos,  las  granulaciones  tuberculosas  son  tan 
I)equeñas  que  no  pueden  ser  descubiertas.  El  diagnóstico  preciso  de  granulia 
en  los  niños  no  puede  ser  basado  más  que  por  la  reunión  de  los  datos  clínicos, 
jamás  por  un  síntoma  aislado. 

Por  parte  del  aparato  digestivo  se  observa  ima  anorexia  y  lengua  sa- 
burral  y  seca.  En  el  curso  del  primer  período  se  observan  vómitos  que 
reaparecen  más  tarde  cuando  la  infección  ha  invadido  las  meninges.  Las 
deposiciones  suelen  ser  normales,  excepto  en  la  forma  tifoidea  con  sínto- 
mas tóxicos.  La  mucosa  del  tubo  digestivo  no  presenta  ordinariamente  nin- 
guna alteración.  El  adelgazamiento  es  muy  marcado,  pero  no  es  un  síntoma 
constante  de  los  primeros  períodos.  Más  tarde  la  caída  del  peso  se  precipita 
y  el  adelgazamiento  se  hace  progresivo  y  rápido. 

El  hígado  y  el  bazo  están  siempre  aumentados  del  volumen.  En  los 
ríñones  no  se  observan  alteraciones  características  de  la  granulia.  El  exa- 
men de  la  orina  ordinariamente  es  normal.  Puede  encontrarse  alguna  albu- 
minuria de  pequeña  intensidad,  a  veces  una  pielocistitis  (signo  precoz  de 
la  granulia  tuberculosa).  La  diazorreacción  no  constituye  una  prueba  su- 
ficiente para  afirmar  la  existencia  de  granulia  tuberculosa.  Esta  reacción 
es  positiva  en  los  niños  afectos  de  fiebre  tifoidea,  neumonía  fibrinosa  y  sa- 
rampión: Los  bacilos  de  Koch  en  la  orina  son  excesivamente  raros. 

L&s  lesiones*  cutáneas  son  frecuentes  en  el  curso  de  la  granulia.  En  la 
fátá,  lo  que  más  llama  la  atener^  es  la  palidez,  unida  a  una  cianosis  de  la 


I 


^^L        mentó 
^^1        colina, 


y  exl  remida  des.  Al  principio  de  la  afección  ae  en 
los  labios  herpes  y  una  erupción  cutánea  constituida  por  manchas  rosadas 
análogas  a  las  de  la  fiebre  tifoidea.  Por  consecuencia  de  la  penetración  en  el 
torrente  circulatorio  de  una  cantidad  de  bacilos  (tuberculosis  miliar  hema- 
lógena)  todos  los  órganos  son  afectados.  La  tuberculosis  de  la  piel  es  más 
frecuente  de  lo  que  se  creía  otras  veces  en  los  niños.  De  31  casos,  en  nueve 
hemos  visto  tesiones  tuberculosas  en  la  piel.  Tienen  el  aspecto  de  uti  nodulo 
semiesférico  de  consistencia  dura,  cuyas  dimensiones  oscilan  desde  uii  grano 
de  mijo  a  una  lenteja.  Al  cabo  de  cierto  tiempo,  este  nodulo  se  reblandece 
y  aparece  una  pequeña  póstula  amarillenta,  formándose  una  costra.  La  du- 
ración de  la  afección  es  de  cuatro  a  seis  semanas.  Asienta  preferentemente 
en  la  parte  anteroinferior  del  tórax,  en  las  nalgas  y  en  la  cara  de  extensión 
de  los  codos,  rodillas,  antebrazos  y  inernas.  La  erupción  bajo  la  forma  de 
púrpura  se  demuestra  sobre  toda  la  superficie  cutánea,  en  algunos  casos. 

La  tuberculosis  granulosa  aguda  de  los  niños  se  acompaña  de  una  serie 
de  fenómenos  nerviosos.  Estos  trastornos  son  debidos :  1.",  a  la  acción  de 
laa  toxinas  sobre  el  sistema  nervioso;  y  2.°,  a  la  diseminación  de  las  gra- 
nulaciones sobre  las  meninges  cerebrales.  Se  las  observa  sobre  todo  en 
los  niños  menores  de  doce  años.  Habtlualmente  están  ligados  a  meningitis 
tuberculosa,  apareciendo  entonces  vómitos,  convulsiones,  hemiplegias  o  todo 
el  cortejo  de  sintomas  de  la  meningitis  tuberculosa.  Cuando  los  fenómenos 
meningíticos  entra  en  escena  pueden  enmascarar  completamente  el  cuadro 
de  la  afección.  En  ocho  casos,  de  diez  y  ocho  nuestros,  hemos  diagnosticado 
únicamente  la  meningitis  cerebroespinal  tuberculosa  y  la  autopsia  nos  ha 
ha  demostrado  que,  además  de  las  lesiones  habituales  de  meningitis,  ejds- 
tían  granulaciones  tuberculosas  en  otros  órganos.  Estos  errores  de  diag- 
nóstico pueden  ocurrir  todos  los  días.  Únicamente  la  disnea  y  la  cianosis 
pueden  llevar  nuestra  atención  hacia  la  granulia.  En  la  fase  terminal  de  la 
afección,  algunos  días  antes  de  la  muerte,  se  ve  aparecer  en  el  fondo  de  la 
coroides  granulaciones. 

En  general,  el  diagnóstico  de  granulia  tuberculosa  aguda  en  los  niñiis 
es  difícil  de  establecer.  Según  Finklbtein,  en  realidad,  el  diagnóstico  no 
puede  fundarse  más  que  en  la  fisonomía  del  estado  general.  El  niño  pali- 
dece, está  tumefacto,  con  cianosis  y  disnea,  adelgazando  rápidamente.  Los 
fenómenos  pulmonares  se  acentúan,  la  diarrea  y  los  vómitos  aparecen  y 
pronto  sobreviene  la  muerte. 

Las  dificultades  del  diagnóstico  son  enormes,  sobre  todo  al  princiino, 
cuando  los  fenómenos  generales  dominan  y  los  síntomas  por  parte  de  los 
órganos  internos  faltan.  La  fiebre  elevada,  la  tos,  la  disnea  y  los  signos 
estetoscópieos  en  el  pulmón  hacen  pensar  en  una  bronquitis  o  en  el  prin- 
cipio del  sarampión;  pero  la  gravedad  del  estado  del  nifio  señala  el  peligro; 
el  niño  está  pálido  y  triste,  la  intensidad  de  la  disnea  y  la  cianosis,  como 
hemos  repetido,  son  los  síntomas  más  seguros  de  la  granulia  aguda  tube:^ 
culoaa.  Pronto,  a  estos  elementos  del  diagnóstico,  vienen  a  añadirse  el  au- 
mento del  hígado  y  del  bazo,  los  datos  radiográficos,  la  reacción  a  la  tiiber- 
colina.  la  presencia  de  lesiones  tuberculosas  cutáneas,  y.  en  fin.  el  examen 


en^^l 


—  473  -- 

de  la   sangre  y   de  la  orina  nos  ayudarán  a   establecer   el  diagn6stico  de 

granulia  tubefculosa. 

No  se  está  autorizado  a  establecer  el  diagnóstico  cierto  mas  que  cuando 
se  encuentra  el  bacilo  de  Koch  en  la  sangre,  en  las  deposiciones,  en  la  orina, 
en  la  expectoración  o  en  el  líquido  céfaloraquídeo.  Cuando  hay  duda,  los 
antecedentes,  así  como  la  evolución  ulterior  de  la  afección,  o  bien  la  apa- 
rición de  síntomas  complementarios  de  las  meninges  nos  ayudarán  para  es- 
tablecer el  diagnóstico. 

A  veces  no  podemos  basar  el  diagnóstico  exacto  mas  que  en  la  autopsia. 
En  los  casos  que  cita  el  autor,  en  uno  de  ellos  se  hizo  el  diagnóstico  de 
descomposición  (niño  de  cinco  meses,  con  tres  kilos  200  gramos  de  peso), 
síntomas  de  desnutrición  acompañados  de  diarrea.  En  otro,  la  afección  evo- 
lucionó en  forma  de  enteritis  con  fenómenos  tóxicos.  En  los  dos  casos  la 
reacción  de  Pirquet  fué  negativa.  El  examen  cadavérico  mostró  la  exis- 
tencia de  una  granulia  tuberculosa  aguda. 

El  diagnóstico  diferencial  la  granulia  y  de  la  fiebre  tifoidea  es  suma- 
mente difícil.  En  las  dos  afecciones  tenemos  la  misma  marcha  de  la  curva 
térmica,  erupción  cutánea  análoga,  trastornos  psíquicos,  fenómenos  pulmo- 
nares parecidos,  obsérvanse  epixtasis,  ausencia  de  síntomas  de  órganos  inr 
temos,  bazo  grande  y  diazorreacción  positiva.  Sin  embargo,  podemos  en- 
contrar algunos  signos  en  contra  de  la  fiebre  tifoidea  y  a  favor  de  la  gra- 
nulia tuberculosa:  sudores  profusos,  disnea,  cianosis  de  lá  cara,  ausencia 
de  meteorismo^  pulso  acelerado,  peto  no  dicroto,  y  desigualdad  püpilari  Igual- 
mente nos  ayuda  el  examen  bacteriológrico  de  la  sangre.  Las  propiedades 
aglutinantes  del  suero  al  bacilo  tífico  no  tienen  para  el  diagnóstico  el  más 
pequeño  valor,  sobre  todo  si  este  poder  aglutinante  es  débil.  En  el  caso 
de  JoNSCHBR,  la  reacción  de  VidAl  era  positiva.  Hemos  observado  perso- 
nalmente un  caso  de  reacción  de  Vidal  positiva  al  i  por  250,  tratándose  de 
granulia. 

El  examen  objetivo  ddl  pulmón  puede  origfnar  dudas.  Los  ester- 
tores mucosos  finos  en  los  lóbulos  superiores  hablan  en  favor  de  la  gra- 
nulia; los  mismos  estertores  en  los  lóbulos  inferiores,  en  favo  rde  la  fiebre 
tifoidea.  El  número  de  glóbulos  blancos  no  decide  el' diagnóstico.  Las  in- 
vestigaciones del  tanto  por  ciento  de  albániina  eh  el  suero  sanguíneo  tienen 
más  valor,  aunmento  en  la  granulia  y  disminución  eñ  la  fiebre  tifoidea. 

Sr  en- d  curso  de  una  granulia  se  vén  sobrevenir  síntomas  méníngíticos, 
^  examen  del  líquido  céfaloraquídeo  puede  hacer  inclinar  eí  diagnóstico  en 
favor  de  la  granulia.  De  todas  formas  pueden  caber  dudas.  La  investigación 
bacteriológica  puede  ayudar  én  el  (^agnóstico. 

La  forma  pulmonar  de  granulia  tuberculosa  evoluciona  en  medio  ide 
síntomas  manifiestos  por  parte  del  aparato  respiratorio.  Én  los  otros  ór- 
ganos encontramos  granulaciones,  pero  en  número  limitado.  Ciertos  órga- 
nos pueden  hasta  quedar  Indemnes  de  granulaciones.  Se  distinguen  dos  va- 
riedades de  esta  forma  con  marcha  diferente:  Primera.  Tuberculosis  gra- 
nulosa pulmonar  sofocante  (Andral).  Sé  observa  en  los  niños  menores  de 
dos  años,  con  frecuencia  sobreviene  a  consecuencia  de  lá  tos  ferina  p  ^- 
fampién;  Se  taracteriza  por  una  temperatui'a  elevada  y  disnea  cada  vez  más 


-  474  - 


marcadas ; 
que  no  faltan  c 
auscultación  i 
húmedos 


dominantxt 
da  ningún  signo 


lo  la  cianosis,  constituyen  tos 
.  El  examen  del  pulmón  ni 
i  a  la  percusión,  apenas  si  se  encuentran  algunos 
I  sibilantes  que  traducen  una  bronquitis  localizada  y  pequeñas 
ramiGcaciones  bronquiales.  La  respiración  puede  estar  unas  v;ces  aumen- 
tada y  otras  disminuida.  La  forma  pulmonar  de  la  granulia  recuerda  el  cua- 
dro de  una  bronquitis  capilar  o  broncopneumonía. 

La  legunda  variedad  de  la  forma  ptilmoTiar  es  menos  frecuente:  tuber- 
culosis pulmonar  catarral  miliar.  Esta  variedad  evoluciona  como  una  bron- 
quitis ordinaria,  con  temperatura  que  présenla  un  tipo  irregular  y  pulso 
rápido  de  mediana  intensidad.  El  hígado  y  el  bazo  están  aumentados  de 
volumen;  la  afección  se  acompaña  de  diarrea  que  produce  una  caída  rápida 
del  peso  asi  como  un  adelgazamiento  del  niño.  Al  cabo  de  diez  o  quince 
días  sobreviene  la  muerte  en  medio  de  una  pérdida  de  conocimiento- 

El  diagnóstico  diferencial  de  la  granulia  con  fenómenos  pulmonares  do- 
minantes presenta  grandes  dificultades :  bronquitis  agudas  y  crónicas,  le- 
siones pulmonares  que  acompañan  a  la  grippe,  broncopneumonías  de  los  ra- 
quíticos, y  aun  neumonía  lobar.  Los  signos  que  ñguran  en  primera  línea 
son:  el  examen  radiológico  y  la  tuberculinorreacción.  La  reacción  de  Pib- 
QtiET  es  siempre  positiva,  excepto  en  el  período  de  agonía.  La  granulia 
tuberculosa  pulmonar  en  los  niños  es  mortal,  como  se  sabe  (Makfan).  Los 
caaos  de  curación  citados  por  algunos  autores  (Bakbier,  Koch,  Encel)  hay 
que  aceptarlos  con  ciertas  reservas  y  más  bien  considerarlos  como  errores 
diagnósticos.  Para  Lust  se  trata  de  ciertos  casos  terminados  por  la 
ción,  no  de  granulia.  sino  de  otra  afcción. 

La  forma  cerebral  evoluciona  bajo  el  aspecto  bien  conocido  de  menñf'' 
gilis  tuberculosa.  No  tenemos  medios  seguros  de  diferenciar  la  forma  de  me- 
ningitis  tuberculosa   pura  y  la   granulia  tuberculosa  cerebral. 

En  la  mayoría  de  los  casos,  en  los  niños  entre  los  dos  y  cuatro  años, 
la   meningitis  evoluciona  al  mismo  tiempo  que  la  granulia  tuberculosa 
ralizada.    En   31   casos   de   granulia   tuberculosa  aguda   observadf 
otros,  diez  y  ocho  presentaban  además  de  las  lesiones  tuberculosa»  de 
meninges,  una  granulia  tuberculosa  de  otros  órganos.  En  la 
la   afección  ha   evolucionado   bajo   la   forma   de   meningitis 
síntomas  menlageos  dominaban  a  los  otros. 

La  forma  raquidiana  de  granulia  no  se  distingue  de  I3  cerebral  mas  que 
por  una  modificaeión  específica  del  líquido.  Aparte  de  estrt.  la  marcha  de 
las  dos  es  en  absoluto  semejante,  siendo  difícil  distinRuirlas. 

Las  dificultades  que  se  encuentran  en  el  diagnóstico  para  diferenciar  las 
diferentes  formas  de  granulia:  tifoidea,  pulmonar,  cerebral  y  raquidiana, 
resultan  del  hecho  de  evolucionar  rara  vez  bajo  la  forma  pura,  siendo  Fo 
más  frecuente  que  se  vean  formas  mixtas  o  transitorias  de  una  a  otra, 
siendo,  pues,  la  clasificación  clínica  de  las  diferentes  formas  hficha  tan 
sólo  con  fines  didiclicos. 

Si  el  diagnóstico  de  la  granulia  en  los  niños  es  difícil,  es  todavía  más 
el  diferenciar  las  diferentes  formas  clínicas.  Es  preciso  tener  en  cuenta  la 
Edad  del    niño.    Hemos   demostrado  que  la  granulia  tuberculosa  aguda,   la 


atetHB 


1  c(u»^^H 
menilF'^^l 

de  ^fl 


—  475  — 

mayoria  de  las  veces,  se  in-esenta  en  nifk>s  de  tres  meses  a  dos  años.  Según 
Erchislosmann^  la  granulia  puede  atacar  aun  a  los  niños  más  jóvenes» 
porque  sus  ganglios  linfáticos  son  incapaces  para  luchar  contra  la  infección. 
£1  sexo  no  juega  ningún  papel.  La  reacción  biológica  de  Pirquet  y 
Mamtoux  ayuda  mucho  para  el  diagnóstico,  sobre  todo  cuando  se  trata  de 
niños  de  menos  de  dos  años. 

J.  A.  MuSUnrERRO 


Mertz  y  EscHBACHER—  Sf  oardlazot  en  tos  trastornos  otrcutato- 
rios  agudos  de  la  Infancia.  (Cardiazol  bei  akuten  kreislauístorun- 
gen  in  kindesalter.)  Münch,  Med,  Woch.  Agosto,  1926. 

.  De  los  medios  de  que  disponemos  para  la  terapéutica  de  los  trastornos 
circulatorios,  merece  recomendarse  uno  nuevo,  que  por  sus  especiales  cua^ 
lidades,  ofrece  grandes  ventajas:  este  es  el  car^azol.  Este  preparado  del 
alcanfor,  soluble  en  agua,  es  un  penta-metilen-tetrazol.  Kr£hl  lo  reco- 
mienda por  sus  especiales  cualidades  en  la  clínica  infantil.  La  propiedad 
principal  del  cardiazol  es  su  gran  solubilidad  en  el  agua  (Hildebrandts), 
lor  lo  cual  fácilmente  se  reabsorbe. 

La  inyecdón  subcutánea  del  mismo,  así  como  la  intravenosa,  hacen 
'  sentir  los  efectos  de  la  droga  inmediatamente.  Actúa  sobre  el  corazón  como 
tónico,  regularizando  el  ritmo,  en  casos  en  que  existan  trastornos  del  mis- 
mo, sin  que  se  obtenga  ningún  efecto  nocivo,  no  siendo,  por  lo  tanto, 
peligroso  su  empleo.  Los  centros  respiratorios  son  también  estimulados 
por  el  cardiazol.  Su  manejo  es  sencillo,  no  habiendo  peligro  en  su  adminis- 
tración y  estando  al  alcance  no  sólo  de  los  médicos,  sino  de  las  enferme- 
ras en  las  clínicas  de  niños  y  en  los  hospitales,  en  cualquier  trastorno  cir- 
culatorio agudo  y  grave  de  los  enfermitos,  bien  sea  de  origen  central,  bien 
de  origen  periférico.  Es  decir,  substituye  al  aceite  alcanforado,  que  tan 
acostumbrados  estamos  a  manejar  en  grandes  cantidades. 

La  experiencia  de  los  autores  alcanza  a  70  casos,  en  los  cuales  dicen 
haber  obtenido  verdaderos  éxitos.  Las  indicaciones  fundamentales  son,  en 
casos  de'  neumonía,  bronconeumonía,  impotencia  cardíaca,  infecciones  gra- 
ves con  trastornos  de  la  circulación  y  en  los  trastornos  nutritivos  hondos 
del  tipo  de  intoxicación  y  descomposición  de  Finkelstein,  tan  frecuentes 
en  los  asilos  de  lactantes. 

El  efecto  sobre  el  pulso  es  acelerarlo  en  casos  de  excesiva  lentitud  y 
regularizarlo  en  casos  de  arritmia;  aumenta  su  fuerza  y  amplitud. 

La.  circulación  periférica  mejora  de  modo  notable,  entrando  en  reacción 
ks  extremidades  frías  y  cianóticas  si  se  hallan  en  estos  estados.  La  pre- 
sión arterial   se  eleva. 

La  casa  Knoll  proporciona  el  preparado  en  ampollas  de  1/2  c.  c  de  la 
solución  esterilizada  al  10  por  100.  Para  fa  administración  por  vía  bucal 
expende  tabletas  de  1/2  gramo  (media  tableta  en  los  niños).  El  número 
de  dosis  a  administrar,  depende  de  los  casos.  La  mayoría  requieren  tres 
a  cuatro  dosis  diarias  cada  tres  o  cuatro  horas.  El  medicamento  no  se  acu- 


muía,  y  aun  en  los  casos  de  insuficieticia  renal,  se  elimina  pcr[;cl 
Cita  dos   casos    en   los  que   se   administraron  en   ocho   días   35   ampí 
I  c.  c.   Se   trataba  de  septicemia  de  origen  otítieo,  con   trastornos  graye 
de  la  circulación. 

Los  autores  prescinden  de  la  vta  venosa,  no  por  no  ser  eficaz  y  n 
pida   su  acción,  sino  porque  han  obtenido  buenos  efectos  con  la  inyeccióg 
subcutánea  del  preparado. 

J.    A.    MüÍ50YERR0. 


P.  Lassabliere.— Las  conquistas  recientes  en  Pedtatpía.  (Les  recente^l 
acquisitions   en  Pediatrie.)   La   Medicine.  Agosto,    1926. 

Puericultura.  —  Refiere  el  Congreso  de  Ginebra,  al  que  coucurrieroa  J 
48  naciones,  que  reconocieron  el  lema:  "L'humanité  doit  donner  : 
ce  qu'elle  a  de  meilleur''.  E!  acuerdo  fué  unánime,  de  que  debe  protegerse  4 
la  madre,  de  cualquier  condición,  estado,  religión  y  origen ;  que  1 
romperse  el  lazo  entre  madres  e  hijos,  que  debe  ¡nveíligarae  la  paternidail,tl 
del  beneficio  del  desarrollo  de  la  acción  de  las  enfermeras  visitadftras  de  I»''  ' 
infancia,  del  control  médico  social  de  b  juventud,  de  la  enseñanza  de  la 
puericultura  y  la  iuslruceióu  de  !as  madres,  de  la  divulgacién  de  las  obras 
de  protección  a  la  infancia  y  de  establecerse  el  seguro  médico,  legal,  finan- 
ciero y  moral  de  la  madre. 

En  el  curso  de  clínica  infantil  de  la  primera  infancia  de  la  Facultad  i 
Lyon,  el  profesor  MouaiguAND,  afirma  que  la  paloloiría  i 
minada  por  la  noción  del  crecimiento,  y  que  en  el  niño.  ! 
biolÓEJcos,  explican  los  problemas  que  la  clínica  plantea  lodos  los  diK 
El  estudio  de  la  patología  infantil  debe  abordarse  por  la  clínica  y  el  [ 
boratorio.  En  esta  lección  inaugural  el  célebre  maestro  lyoués  distinguís 
cuatro  edades  principales  en  la  patología  de  la  infancia.  La  edad  digesti- 
ría, desde  el  nacimiento  al  sexto  mes,  en  la  que  prodomínan  los  trastornos 
intestinales  y  las  distrofias  generales,  en  particular  la  atrep?ia:  !a  edad 
ósea  de  seis  meses  a  un  año,  en  la  que  predomina  el  raquitismo ; 
infecciosa  que  es  la  edad  escolar,  y,  en  fin,  ¡a  edod  cn^cama.  de  distro^' ^ 
fias  particulares  que  corresponden  a  la  pubertad. 

Entre  los  .7ci;idei;tes  imputados  a  !a  de-nticióii.  el  prtifes'jr  M,\wvax 
tingue :  primero,  aquellos  en  los  que  todo  el  mundo  está  de  ;icuerdo.  y 
gundo.   aquellos  que  comprenden  hecho»   discutibles,   pero   (¡ue  merecen   tl*B 

En  el  primer  grupo  se  incluyen  los  accidentes  n 
sido  designados  con  el  nombre  de  dentición  difícil,  que  pueden  complícané 
con  una  pcricoronaritis  exudativa  o  purulenta,  o  de  una  estomatitis  ulce- 
rosa común.  En  lo  que  concierne  al  segundo  grupo,  el  profesor  Mabfan 
establece  con  pruebas  cÜnicas.  qtic  si  la  erupción  dentaria  actíia  sola,  no 
i  causa  eficiente  de  enfermedad,  aunque  puede,  si  ella  es  difícil,  agravarj 
na  enfermedad   preexistente,  o  poner  en  actividad  «na  dtsr''sii 


-  477  - 

La  leche  albuminosa,  sobre  la  cual  fué  llamada  la  atención  antes  de  la 
guerra  por  ciertos  pedíatras  (Nobecourt,  Schreiber,.  Finkelstein  y  Me- 
yer),  había  dado  resultados  variables  e  inciertos,  por  lo  que  fué  abando- 
nada ante  la  urgencia  de  otros  problemas  alimenticios  más  angustiosos. 
Vuelta  otra  vez  a  administrar  después  de  cuatro  años  ha  permitido  la 
rehabilitación  de  un  alimento  experimentado  en  muchos  casos,  y  los  resul- 
tados publicados  recientemente,  tanto  en  Francia  como  en  el  Extranjero, 
son  tales,  que  este  recurso  terapéutico  merece  nuevamente  ser  conocido  hoy 
por  todos  los  médicos. 

El  producto  actualmente  utilizado  es  una,  leche  albuminosa  condensada, 
diluida  en  dos  partes  de  agua  adicionada  de  5  por  100  de  maltosa  y  dex- 
trina  (que  es  el  azúcar  menos  fermentescible  que  reemplaza  a  la  lactosa, 
producto  del  cual  es  desembarazada).  Los  principios  sobre  los  cuales  está 
basada  la  preparación   son  los   siguientes* 

Primero.  Reducción  casi  total  de  la  lactosa,  demasiado  fermentesci- 
ble reemplazándola  por  un  compuesto  de  dextrina  y  maltosa  prácticamente 
sin  fermentaciones. 

Segundo.  Reducción  de  la  concentración  del  lactoserum  a  la  mitad  de 
la  leche  de  vacas,  por  las  fermentaciones  patológicas  que  en  el  intestino 
delgado  se  realizan,  favorecidas  por  la  concentración  del  suero. 

Tercero.  Mantener  la  caseína  (paracaseinato  de  cal)  en  la  tasa  de  la 
leche  de  vacas,  o  sea  el  3  por  100;  pues  la  caseina  en  presencia  de  las  gra- 
sas, favorece  la  formación  de  jabones  calcáreos  y  restablece  la  alcalinidad 
del   intestino  delgado. 

Cuarto.  Presencia  de  ácido  láctico  y  de  substancias  alimenticias  que 
han  sufrido  la  acción  de  las   diastasas  útiles  a  la  digestióa 

Quinto.  Mantenimiento  en  el  principio  de  la  realimentación  de  la  gra- 
sa, hecha  inofensiva,  por  la  ausencia  de  lactosa;  pues  la  descomposición 
anormal  de  grasas  con  producción  de  compuestos  ácidos  y  tóxicos,  no 
tiene  lugar  más  que  cuando  hay  fermentación  de  hidrocarbonados  én  un 
medio  ácido. 

Su  estudio  tiene  por  objeto,  sobre  todo,  precisar  y  valorizar  la  téc- 
nica, la  preparación  y  el  empleo  de  este  alimento,  todavía  poco  conocido, 
e  indicar  las  ideas  directrices  que  presiden  su  concepción.  El  autor  no  re- 
pite las  conclusiones  ya  publicadas  por  los  pediatras  citados,  resultados 
excelentes,  sobre  todo  en  el  cólera  infantil,  vómitos  habituales  y  diarrea 
común  de  los  niños  alimentados  con  leche  de  vacas.  Insiste,  sin  embargo, 
en  una  indicación  que  no  parece  haber  llamado  especialmente  la  atención 
de  los  autores',  y  es  haberse  obtenido  buenos  resultados  en  una  serie  de  11 
casos  rebeldes  a  otros  tratamientos,  a  saber:  en  los  eczemas  de  los  niños 
alimentados  con   leche  de  vacas. 

Nutrición. — Para  Lereboullet,  la  cura  por  la  insulina  representa  un 
progreso  considerable  en  el  tratamiento  de  la  diabetes  infantil  francamente 
evolutiva;  pero  es  preciso  utilizar  una  insulina  tan  pura  como  sea  posible, 
inyectar  dosis  suficientes  y  prescribir  un  régimen  apropiado  bastante  pro- 
longado para  asegurar  el  crecimiento  y  nutrición  del  niño.  Se  puede  ob- 
servar la  desaparición  de  la  glucosuria  y  la  acetonuria,  aumentando  el  pe§o 


-47S- 


] 


del  niño  al  mismo  tiempo  que  mejora  el  estado  general.  La  insulina  peí 
te   librar  del   coma  a   niños  afectos   de   diabetes   grave. 

La  posología  depende,  no  de  la  edad  o  peso  de  los  niños,  sino  de  su 
glicosuria  y  acetonuria.  En  una  diabetes  de  mediana  gravedad,  el  autoi- 
aconseja  lo  unidades  clinicas  maiTaná  y  tarde,  aumentado  a  £0  ó  30  en  los 
casos   graves   con   fuerte   acidosis,   llegando   a  60   ó   70   unidades   en   ciertas 


En  el  régimen  alimenticio  es  preciso  dar  100  ó  110  calorías  por  kilo 
de  uno  a  cuatro  años  y  50  a  ÚO  de  doce  a  quince.  Hidratos  de  carbono 
100  a  150  gramos  por  día;  proteínas,  2  gramos  por  kilo;  grasas,  3  a  4 
gramos  por  kilo. 

Tratamknlo    del    cólera   infantil. — Lüseboullet  y    Saint-Giron   practi- 

Primero.    loo  a  300  c.  c.  de  suero  Ringeh  en  el  peritoneo. 

Segundo.  Cuando  es  posible,  transfusión  de  sangre  citratadü,  50  c.  c. 
por  kilo. 

Tercero.  Administración  continua  de  líquido  en  gran  cantidad,  2  litros 
a  las  veinticuatro  horas. 

Cuarto.  Supresión  de  alimentos,  excepto  glucosa,  hasta  que  el  mejo- 
ramiento sea   evidente. 

Quinto.  En  seguida  administración  de  alimentos  a  dosis  progresivamen- 
te crecientes  (diez  a  catorce  días  para  llegar  a  una  alimentación  normal). 
RiBADEAU-DuMAs  aconsejan  en  estío  la  leche  seca,  o  leche  condensada  azu 
carada,  considerando  su  empleo  como  el  mejor  medio  para  prevenir  c!  có- 
lera infantil. 

Hipoalimentación.—ha  dieta  hídrica  presta  servicios  muy  grandes  en  el 
tratamiento  de  afecciones  digestivas  del  niño;  pero  es  cierto  que  los  padres 
y  médicos  se  pasan,  con  frecuencia,  de  la  medida  hasta  el  punto  de  tener  que 
deplorar  la  muerte  de  muchos  niños,  que  han  sucumbido  por  una  alimentación 
insuficiente  (dieta  hídrica  o  caldo  de  legumbres)  prolongada  durante  mucho 
tiempo.   El   hecho    ha   sido  señalado  desde  hace   mucho   por   Variqt. 

ScHREiBEH,  que  ha  provocado  una  encuesta  a  este  respecto,  ha  reci- 
bido respuestas  afirmativas  de  gran  número  de  médicos  de  niños  (Lesne 
RiBADEU-DuMAS,  Apeht,  Lereboullet,  Pehu,  Terrien  y  otros  muchos) 
estando  todos  de  acuerdo  en  aconsejar  !a  prudencia  en  la  restricción  ali- 
menticia de!  niño,  y  no  caer  en  los  peligros  de  la  hipoali mentación.  Se  ob- 
serva, a  veces,  que  muchos  niños  son  alimentados  durante  semana',  única- 
mente con  caldos  de  legumbres,  y  es  preciso  saber  que  el  \3\ot  alimenti- 
cio de  estos  caldos  es  casi  nulo.  Poseemos,  en  la  actualidad,  alimentos  que 
suplen  a  la  leche  de  vacas,  tales  como  leche  descremada,  teche  seca,  ba- 
betirre,  leche  albuminosa,  papillas  maUosadas.  que  permiten  realizar  mu- 
chas indicaciones  de  la  dieta  hídrica,  y,  sobre  todo,  acortar  su  duración. 
La  dieta  hídrica  no  debe  prolongarse  más  de  cuarenta  y  ocho  horas  en  los 
niños  robustos.  E!  caldo  de  legumbres  no  es  un  alimento  para  emplearlo 
largo  tiempo,  debiendo  durar  como  máximum  de  veinticuatro  a  treinta 
y  seis  horas  el  período  de  su  administración. 

Raqititbmo. — Blum    y    Delaville    han    intentado  establecer    que   existe 


—  479  — 

una  relación  entre  los  trastornos  de  osiñcación  y  el  estado  íisico-quimico 
de  la  sangre.  El  calcio  es,  desde  luego,  fijado  sobre  el  tejidso  osteoide 
(transformado  en  carbonato  y  sulfato  insolubles);  pero  la  fijación  no  pue- 
de hacerse  más  que  en  un  medio  alcalino.  El  segundo  fenómeno  está 
igualmente  condicionado  por  la  preponderancia  de  bases  en  la  sangre.  En 
casos  de  acidosis  se  forman  combinaciones  solubles  a  expensas  del  carbo- 
nato y  del  fosfato  de  cal,  y  hay  decalcificación.  En  estas  condiciones,  el  cal- 
cio, aun  cuando  se  encuentre  en  la  sangre  en  cantidades  normales,  no  puede 
ser  utilizado.  Queda  por  definir  la  causa  determinante  de  la  acidosis.  Desde  el 
punto  de  vista  terapéutico,  estos  hechos  tienden  a  demostrar  el  peligro  po- 
sible de  la  ingestión  de  sales  calcicas,  tales  como  el  cloruro,  que  pueden 
provocar  acidosis  y  la  importancia  de  la  medicación  alcalina,  bicarbonato 
sódico,  en  proporciones  convenientes;  ellas  explican  el  modo  de  acción  de 
los  rayos  ultravioleta,  que  disminuyen  la  acidosis. 

Acerca  del  papel  de  la  luz  sobre  el  raquitismo,  varían  las  opiniones 
en  lo  que  se  refiere  al  mecanismo  de  su  acción,  pues  mientras  que  Deville 
sostiene  que  el  raquitismo  se  debe  a  la  carencia  de  rayos  solares,  Marfan 
y  Guiñón  piensan  que  este  factor  no  es  la  causa  determinante  del  mismo, 
actuando  a  lo  sumo  como  causa  predisponente.  Variot  y  Comby  consideran 
el  raquitismo,  sobre  todo,  como  una  enfermedad  de  alimentación.  Lesné 
combina  estas  dos  influencias,  luz  y  alimentación.  Apert  juzga  que  pueden 
oponerse  a  las  nociones  modernas  otras  antiguas  incontestables.  La  ex- 
perimentación demuestra  que  si  bien  la  carencia  solar  es  necesaria  para  pro- 
vocar el  raquitismo,  la  privación  de  fósforo  juega  igualmente  un  papel 
imoprtantísimo.  Cualquiera  que  sea  la  causa  que  se  admfta,  todos  los  auto- 
res están  de  acuerdo  sobre  los  efectos  notables  obtenidos  en  el  raquitismo 
por  los  rayos  ultra-violeta.  Esta  terapéutica  determina  en  algunos  días  la 
consolidación  de  la  cráneotabes. 

La  cura  helio -marina  del  raquitismo,  ha  dado  resultados  inmejorables 
a  JouBERT,  obteniendo  la  curación  de  innumerables  casos  de  raquitismo 
con  el  clima  mediterráneo. 

Se  ha  estudiado  este  año  la  acción  de  los  alimentos  irradiados;  en  In- 
glaterra CoRWEL  examinó  la  acción  sobre  la  calcificación,  de  la  leche  irra- 
diada dada  a  los  niños;  niños  alimentados  con  esta  leche,  muestran  en  la 
radiografía  al  cabo  de  un  mes  una  calcificación  neta.  En  Alemania  Gyorgy 
a  obtenido  resultados  análogos.  En  América  Steenbock  y  Daniels  obser- 
varon igualmente  lesultados  muy  interesantes,  aunque  variables;  vieron 
que  un  aceite  cualquiera,  activado  por  rayos  ultravioleta,  adquiría  las  pro- 
piedades terapéuticas  del  aceite  de  hígado  de  bacalao  y  hecho  más  curioso 
todavía,  el  aceite  de  hígado  de  bacalao,  se  comporta  ante  los  rayos  ultra- 
violeta, como  un  aceite  ya  irradiado  anteriormente  y  lejos  de  reactivarle 
una  nueva  irradiación,  le  produce  la  pérdida  del  poder  antirraquítico.  Lá 
leche  de  mujer,  la  leche  de  vacas,  la  yema  de  huevo,  diversas  harinas,  la 
crema  y  la  carne,  tienen  después  de  la  irradiación  poder  antirraquítico. 
Como  ha  dicho  el  profesor  Marfan,  esta  transmisión  y  esta  conservación 
por  los  alimentos  irradiados  del  poder  de  la  luz,  aporta  nociones  nuevas  y 
curiosas  de  la  energía  radiante,  pero  reclama  el  control  de  la  clínica. 


■   respirator 


-El  : 


i  la   Sociedaci 


pediatra 
orígenes :  alt- 
II  papel  indis- 


I 


I  una  fecunda  discusión.  Nobecourt  le  atribuye  t 
respiratorio  y  otro  desconocido.   El   terreno   juega   i 
entibie,   sea   por  herencia   directa   o  neuro-artritlca,  sea   por   razón  de   tras- 
tomos  endocrinos.   No  hay  relación   entre  !a  espasmofilia  y  el  asma.  La  hi- 
pocalmia    y    e!   signo    de    Schvostek   fallan  en    el   asma.   No    hay    relación! 
cutre   las    vegetaciones   adenoideas,    la   adenopatia   traqueobronquial   y   la   tu-  J 
berculosis  pulmonar  con  el  asma,  por  el  contrario   se  nota  relación  con  cl 
eczema.   £1  asma  anañláctico  es   raro   según   Lesné  y  Maofan  (i).  El  pro- 
fesor   Marfas   piensa   que  puede    un    enfriamiento   vulgar,    srnsibiliz; 
los  pequeños   asmáticos,   dar   lugar  ai  acceso.    Las    funciones   gastro-intes- 
tinal  y  hepática,  están  generalmente  trastornadas  y  es  preciso  dirigir  la  t 
rapéutica  hacia  ellas. 

La  sensibilización  puede  hacerse  por   via  bucal  con   la   proleina  específica 
ingiriéndola  en  pequeña  cantidad,  mezclada  con  un  farináceo  y  por  i 
(anea,  por  medio  de  la   cutirreacción,   con  la  proteina   diluida  al  milésin 
hasta  que  se  obtenga   reacción  negativa.   Hn  el  tratamiento  del  asma  i 
obtenido    resultados    muy  satísfactorios    con    los   rayos    ultra -violeta. 

El  diagnóstico  ps  a  veces  muy  difícil  y  los  errores  más  frecuentes  c 
sisten  en  confundir  una  crisis   de  asma   con  una  brocoueumniiia,   el  catarro 
sofocante,  la  adenopatia  traqueobronquial,  el  falso  crup,  el  espasmo  de  la  glo- 
tis, ;  la  tuberculosis  aguda.  Como  en  el  adulto,  la  crisis  de  asma  parece 
traducir  un  brusco  desequilibrio  vago   simpático,  cuyo  elemento  determinan 
y  característico  es  ^  hiper excitabilidad   del  pneumti gástrico  y  que   ( 
cada   lo  más  frecuentemente,   si   no   siempre,  por   un   shock   Iiemoclásíco. 

Los  niños  menores  de  un  año  están  muy  expuestos  a  las  infecciones  dd' 
aparato  respiratorio,  particularmente  en  las  aglomeraciones  de  niños  (casas 
maternales,  pouponnier es— casas  cunas —  etc.).  Estas  infecciones  terminan  con 
facilidad  en  bronconeumonias  graves  siendo  muy  contagiosas  y  pudiendo 
desencadenar  verdaderas  epidemias.  Propone  para  luchar  contra  este  pel^ 
gro  Chatin,  los  remedios  siguientes:  i.°  aislaraienlo  de  los  niños  enfermt^ 
desde  los  primeros  síntomas  en  un  box  (celdas  unipersonales  de  la  enfer 
mería)  o  mejor  en  habílaciones  individuales.  2°  Empleo  de  máscaras  de  gasa" 
para  el  personal  afecto  de  coriza  o  de  grippe,  aun  en  los  casos  ligeros.  3.* 
Antisepsia  de  las  vías  respiratorias  por  instilaciones  de  argirol  (i/io).  4.° 
Empleo,  a  titulo  proñláctico,  desde  los  primeros  síntomas,  de  la  vacuna 
aniipneumococica. 

Twberevlosis. — Leíonc  refiere  todos  los  argumentos  en  favor  del  í 
tagio  postnatal  en  las  familias  tuberculosas,  mientras  que  la  influencia  \ 
reditaria  aparece  cada  vez  más  insignificante.  Es  este  contagio  post  11 
el  que  explica  la  casi  totalidad  de  los  casos  de  ttilierculosis  infantil. 
esta  noción  etiológica,  se  desprenden  los  principios  de  la  profilaxis  en 
tuberculosis  del  niño.  Cordey  insiste  en  el  hecho  de  que  la  tuberculosis  e 


intes- 

la  t»^^H 

cifica^^l 

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la  segunda  infancia,  se  contrae  casi  siempre  por  el  contacto  con  un  tuber- 
culoso. De  todos  los  trabajas  se  deduce  la  separación  de  los  sujetos  sanos 
de  los  tuberculosos.  Es  preferible  hacer  al  niño  resistente  a  la  infección. 
Es  por  esto  por  lo  que  los  ensayos  de  vacunación  con  la  vacuna  de  Cal- 
METTE,  tienen  tanto  interés.  Este  año  Calmette,  Guerin>  Weill-Halle  y 
otros,  refieren  los  resultados  obtenidos.  En  los  178  niños  vacunados  en  el 
servicio  de  Devraigne  de  la  maternidad  de  la  Qiarité,  en  el  curso  del  pri- 
óier  semestre  de  1922,  se  han  señalado  hasta  i.°  de  Junio  de  1925,  15  fa- 
llecimientos, de  los  cuales  ninguno  revela  manifestaciones  de  una  presunta 
tuberculosis.  94  de  estos  niños  han  quedado  bajo  el  control  de  los  autores 
hasta  Junio  de  1926.  Todos  disfrutan  de  buena  salud.  La  mortalidad  de  los 
178  niños  vacunados  en  1922  ha  sido  para  estos  tres  niños  8,4  por  100  (con- 
tra 11,6  de  1921). 

Las  estadísticas  más  recientes,  que  se  refieren  a  un  número  ya  consi- 
derable de  niños,  puesto  que  desde  if  de  julio  de  1924  a  i.°  de  junio  de 
1925,  2.070  niños  recién  nacidos  han  sido  vacunados  en  Francia  y  en  Bél- 
gica, son  halagüeñas.  El  método  de  Calmette  se  extiende  cada  vez  más  en 
nuestro  país  sin  que  haya  dado  lugar  a  ningún  accidente.  El  porvenir,  dará 
la  solución  al  problema  de  la  protección  contra  la  tuberculosis. 

Sistema  nervioso. — Lesné  a  quien  tantos  trabajos  se  deben  en  pediatría, 
ha  llamado  la  atención  sobre  la  tetania.  Se  sabe  que  ésta  se  manifiesta  por 
ciertas  contracturas  o   convulsiones,   caracterizadas  por  la  hiperexcitabilidad 
eléctrica  y  mecánica  de  los  nervios.  Distingue  dos  aspectos  clínicos:  La  te- 
tania   latente  o    espasmofilia,    cuya  hiperexcitabilidad    debe  ser    investigada 
y  la  tetania  manifiesta,  que  se  exterioriza  espontáneamente  bajo  la  forma 
de  espasmos  de  la  glotis,   de   crisis  de  apnea,   de  contracturas   espontáneas 
de  las  extremidades  y  de  manifestaciones  convulsivas  de  eclamipsia.  La  te- 
tania latente,  debe  ser  investigada  en  todo  niño  raquítico  o  simplemente  dis- 
péptico y  en  los  niños,  irritables,  indóciles,  de  episodios  "convulsivos.  El  signo 
cardinal  de  la  hiperexcitabilidad  neuro-muscular  es  el  signo  del  facial  o  de 
Schvosteck.   La  percusión  digital  en  el   centro  de   la  línea  que  va  de  la 
comisura  labial  al  lóbulo  de  la  oreja,  determina  en  la  espasmofilia  una  con- 
tracción de  los  músculos  de  la  cara.  El  signo  de  Weiss  es  una  variante,  es 
la  contracción  del  orbicular  de  los  párpados,   por  la  percusión  del  ángulo 
extemo  de  la  órbita.  El  signo  de  Escherich  consiste  en  una  contracción 
de   los  labios,   a   consecuencia   de   la   percusión   de   la  comisura.    El   signo 
de  LüST,  en   fin,   se  obtiene  con  la  percusión  del   ciático-popliteo  externo, 
sobre  la  cabeza  del  i$eroné,  que  provoca  la  abducción  del  pié  con   flexión 
dorsal.  En  cuanto  al  signo  de  Trousseau  contracción  de  la  mano  (mano  de 
tocólogo)  por  la  compresión  del  brazo  a  nivel  de  la  sangría,  que  es  patog- 
nomónico  de  la  tetania  aguda,  se  encuentra  raras  veces  en  la  tetania  latente. 
^  A  estos  signos  pueden  añadirse  el  piloroespasmo  y  el  gastroespasmo  con 
vómitos  repetidos.  También  puede  agregarse  el  signo  de  Petnny,  que  con- 
siste en  la  extensión  de  la  pierna  sobre  el  muslo,  provocada  por  la  percusión 
sobre  eP tercio  medio  del  cuadríceps,   (no  es  el  reflejo  rotuliano,  aunque  el 
resultado  obtenido  es  el  misma. — N.  de  T.). 

La  tíBtania  manifiesta,  aparece   en   el   fondo  de  una   tetania  latente   con 


ocasión  de  enfermedades  agudas  o  trastornos  gastro-intestinalcs.  Un  lariii- 
goespasino  puede  dar  lugar  a  un  síncope  mortal  por  los  accesos  de  apnea 
de  pronóstico  grave.  A  estos  caracteres  de  la  tetania  infantil,  debe  añadirse 
la  periodicidad  estacionaría,  que  se  relaciona  can  la  carencia  solar,  la  aso- 
ciación de!  raíiuitismo  y  de  la  tetania  extremadamente  frecuente,  en  fin,  el 
síndrome  humoral  caracterizado  por  un  descenso  de  la  cantidad  de  calcio 
en  la  sangre.  En  vez  de  la  cifra  media  de  iio  miligramos  por  litro  de  plas- 
ma, el  niño  tetánico  da  una  cifra  de  70  miligramos  o  menos. 

A  !a  exposición  clínica  deben  añadirse  los   datos  de  electro-diagnóstico 

SifUis. — En  la  conferencia  de  sífilis  hereditaria  de  París,  Lebedde  am- 
plió considerablemente  los  dominios  de  la  heredo-sífilis:  anomalías  de  des- 
arrollo,  di  troíias,   afecciones   humorales   de  causa  desconocida,  atrofias,  etc., 

uno  a  tres  años  se  demuestra  el  predominio  de  lesiones  nerviosas,  ence- 
falopatías, arteritis,  Little,  meningitis.  Por  el  contrario,  Lesné,  Weill- 
HALLÉ,  se  oponen  a  una  extensión  tan  grande  en  el  territorio  atribuido  a  la 
heredo -sífilis,  y  excluyen  la  diabetes  azucarada,  la  craneotabes,  el  raquitis- 
las  reacciones  meníngeas,  e!  corea  de  Stoenham.  Millian  admite  que 
hay  un  gran  número  de  coreas  de  origen  sifilítico. 

El  profesor  Marfan  expone  el  estado  actual  de  la  terapéutica  de  la  sí- 
filis congénita  del  niño  y  del  recién  nacido.  El  mercurio  queda  como  elemen- 
to fundamental  para  el  tratainiento  a  fondo.  Las  fricciones  mercuriales 
constituyen  un  excelente  procedimiento.  Por  ingestión  puedd  darse  lactato 
mercúrico  al  i  por  i.ooo.  Cuando  se  quiere  actuar  con  rapidez,  se  emplea 
el  novarsenobenzol  en  inyecciones  intravenosas.  El  stovarsol  y  trepa rsol, 
que  se  toman  por  vía  bucal,  son  poco  nocivos  y  bien  tolerados,  dos  centígra 
mos  por  dosis,  durante  cuatro  días  ( 
dura  de  seis  a  ocho  s 


J,    A.    MtlÑOH'ERKO 


akf-riza  T.^KAHASHi.— Estudios  oftalmológicos  «n  la  diabetes  pan> 
oroática  de  los  perros  y  observaciones  sobra  la  acción  de 
la  Insulina,  Archki  für  Ophthalmologie,  117  Bd.,  3  H.,  p.  419,  29  sep- 
tiembre  1926. 


El  autor  produjo  la  diabetes  extirpando  la  casi  totalidad  del  páncre^ 
y  la  supervivencia  fué  deficiente  para  estudiar  las  dos  complicaciones  ni 
frecuentes  de  las  operaciones  sobre  el  globo  ocular  en  esta  dolencia:  _ 
hemorragia  y  la  infección.  Ha  estudiado  las-  causas  que  podrían  determi- 
narlas y  la  influencia  que  la  insulina  ejercía  sobre  las  complicaciones  di- 
chas y  sobre  sus  posibles  factores  determinantes.  Las'  conclusiones  a  que 
llega  e!  autor  son  las  siguientes: 

r.     En  el   perro  afecto  de  diabetes  pancreática,  la  concentra 

en  el  humor  acuoso  es  aproximadamente  igual  a  la  d¿  la  sangre,  y,  { 


de 

sep- 


—  483  — 

en. los  testigos,  no  se  aprecia  una  diferencia  ostensible  entre  el  humor  acuoso 
normal  y  el  regenerado. 

.  2.  El  humor  acuoso  regenerado  del  perro  hiperglucémico  contiene  una 
pequeña^  cantidad  de  albúmina.  El  máximo  de  su  concentración  es  de  0,4  por 
IDO,  en  tanto  que  en  el  perro  normal  en  condiciones  idénticas  es  de  1,6  por  ico. 

3.  La  proporción  del  fibrinógeno  y  fibrinfermento  en, el  humor  acuoso 
oscila  paralelamente  con  la  concentración  albuminóidea,  y  en  proporción 
inversa  a  la  concentración  del  azúcar. 

4.  La  concentración  de  los  cloruros,  calcio  y  ácido  carbónico,  no  sufre 
modificación  por  el  aumento  o  disminución  del  azúcar. 

5.  Correspondiendo  a  la  disminución  del  fibrinógeno  y  fibrinfermento 
se  retarda  la  coagulación  del  humor  acuoso.  En  este  estado,  una  herida, 
aun  insignificante,  del  iris,  porduce  una  hemorragia  en  la  cámara  anterior, 
que  fué  comprobada  experimentalmente  en  las  iridectonías. 

6.  La  facilidad  de  la  inofección  de  los  tejidos  oculares  no  corresponde, 
según  el  autor,  a  un  aumento  de  azúcar,  sino  a  una  disminución  de  las 
fuerzas  defensivas,  que  según  la  experiencias  corresponde  a  la  menor  con- 
centración de  Ja  albúmina. 

7.  Al  rebajarse  la  cifra  de  la  glucenia,  por  eí  empleo  de  insulina,  au- 
mentan el  fibrinógeno  y  fibrinfermento,  acelerándose  la  coagulación  del 
humor ,  acuoso ;  así  puede  quizá  evitarse  la  hemorragia. 

8.  La  acción  antiinfecciosa  de  la  insulina  sobre  los  tejidos'  oculares  se 
debe  a  que  al  reducirse  el  azúcar  aumentan  las  substancias  defensivas  en 
el  humor  acuoso  y  en  los  líquidos  intersticiales'. 

9.  La  operación  de  catarata  en  los  diabéticos  puede  practicarse  sin  com- 
plicaciones por  el  empleo  de  la  insulina  y  la  dieta  correspondiente. 

V.  Celada 


JosEF  Imrejun. — ^Crlstales  protectores  con  láminas  metálicas  del- 
gadas. Klinische  Monatsblatter  für  Angenheilkunde,  Tomo  77,  pág.  464. 
Octubre  1926. 

I 

A  pesar  de  estudiarse  durante  mucho  tiempo  por  oculistas  e  higienistas, 
no  está  definitivamente  conocida  todavía  la  cantidad  de  energía  luminosa 
que  el  ojo  sano  puede  tolerar.  Se  desconoce  también  la  influencia  distinta 
que  pueden  ejercer  los  rayos  de  diferente  longitud  de  onda  del  espectro 
perceptible,  y  de  las  radiaciones  movibles  conocemos  algo  de  su  nociva  in- 
fluencia; pero  ignoramos  cómo  contribuyen  a  la  función  visual. 

Los  oculistas  limítanse  casi  siempre  a  debilitar  la  intensidad  de  la  luz, 
axmque  en  muchos  convendría  que  determinados  rayos  actuasen  sobre  el  ojo; 
por  ejemplo,  los  de  onda  corta  en  las  afecciones  tuberculosas.  La  mayoría 
de  los  cristales  retienen  los  rayos  actínicos  y  térmicos:  Higat,  Hallauer, 
Euphos,  Enixanthos  nuevo,  Crookes  y  Ultracin  detienen  las  radiaciones  de 


-  484  — 


■  omla  corta;   los  cristales  de  Zsigmovdy.  con  oxidulo  de  hierro,  y  los 
Crookes   (núm.   240,   con   oxalato   de   hierro,   241.   con  carbonato   de   hierro) 
absorben   los    rayos    térmicos.    Sin    embargo,    todavía    no    se   ha   encontrado 
el   ide«l  de   Crookes  de  hallar  un   cristal  qne  permita,  el  paso   de  los  rayos 
visible»   y    detenga   los   demás,   y   aun   ignoranws,  por   consigiiiente,   si    esti)  _ 
constttuirft  realmente  una  ventaja. 

Todo»  los  cristales  protectores  tienen  el  inconveniente  de  producir  uirt 
elevación  de  temperatura  por  la  absorción  de  los  rayos  visibles,  y  esto  f" 
imiy  iijoleito  cuando  han  de  llevarse  durante  mucho  tiempo.  Así,  seria 
'  eouvrnlcntc  climiiinr  los  rayos  nocivos,  no  por  absorción,  sino  por  reflexión 
de  In  lu»,  Hubrb  di  elevarse  esta  propiedad,  ya  presente  en  los  cristales 
tubitiialcü. 

Hace    mucho    tiMnpo    se    sabe   que    las    láminas   metálicas    delgadas    son 

Irnnipnfeiite»,    aunque    reflejan   una   proporción   considerable   de    rayos.    Asi, 

I   liinlnn   de   plata  tic   i.<;  ^\>.     de   espesor,   aunque   es   transparente,   pare- 

«n  Bipejn  (deja  pnsar  un  32  por  100  de  rayos  de  460-48^  ij.  -j.  de  Ion- 

\    ittwl  'te  «itfsl :   una   lámina  de  oro  de  9  ¡j.  ¡x   e.'í  atravesada  por  un  38  por 

Hl(  i\v   rayo»   540-500   li   a   El   oro  y  la  plata  presentan   una   permeabilidad 

I   Mlrctivft :  nquíl,  jiara  los  rayos  verdes,  y  éste,  para  los  azules.  En  cambio, 

•1  plrttlno  atenía  por  ¡Rua!  todo  el  espectro  perceptible.  Los  rayos 
I  luii  fUtlTinadoí,  principalmente  por  reflexión,  por  el  platino  73  por 
[■  •!  orni  OS  por  100  y  por  la  plata  57  por   lOO. 

VA  nator  empleó  una  lámpara  de  100  vatios.  Delante  de  la  lámpara  po- 

In    una   cubeta   de   cristal    llena   de   agua   que   absorbía   los   rayos   térmicos 

I  onda  larpa.  A  8  cm.  de  la  lámpara  se  sitúa  el  termómetro.  Las  lámi- 

I   IWI»   metílicas   recubrían  a   los   cristales   ordinarios,   protegiendo   esta   conAt- 

imrión  uniformemejite  respecto  a  los  rayos  infrarrojos,  ultravioletas  y  tísí- 

I  Mci.   Estos  cristales  se  soportan  bien,  produciendo  una  sensación  de  fres- 

tiTB  agradable,  muy  notable  con  el   sol  fuerte;   no  hay  necesidad  de  qui-^l 

tiirlos  y  no  producen  lagrimeo. 

La  impresión  del  autor  es  que  con  esta  clase  de  cristales  curan  con  más 
rnpidez  las  inflamaciones  típicas  del  segmento  anterior  del  globo.  Las  lá- 
minas de  oro  y  platino,  que  permiten  el  paso  de  un  IO-20  por  100  de  rayos 
visibles,  parecen  más  recomendables.  En  las  iritis  fuertes  se  emplearán  lá- 
minas de  platino  que  sólo  dejan  pasar  un  2  por  100.  En  las  afecciones  tu- 
berculosas son  teóricamente  preferibles  los  cristales  argénticos,  que  permi- 
ten «I  paso  de  un  número  relativamente  considerable  de  radiaciones  de 
.  onda  corta. 

I        Los   cristales  de  caras  paralelas  tienen  el  inconveniente  de  que  el  1 
fermo  percibe  las   imágenes  que  se  reflejan  «1  su  cara  posterior,  por 
cual    se    recomienda   montarlos   en   unas    gafas   de   automovilista.   Con    ellos 
curan   las    iritis   tan    rápidamente   o   más   que   permaneciendo   en    la    cámara 
obscura,  y  en  las  ojos  .■¡anos  son  más  confortables.  La  forma  general  de 
_  los  cristales  es  la  de  meniscos. 

Estos  cristales   son  construidos  spor  el  ingeniero  KihfalUdy.  También 
ioi  fabrican  American  Opt  C."  y  la  casa  Nitsche  y  Güutber.  1-os  cristales' 


1 

ro) 


DO-  '^^' 

i 


—  4^5  — 

de  otros  metales,  como  el  hierro,  cx>bre,  etc.,  sólo  son  eficaces,  en  un  espe- 
sor considerable,  contra  los  rayos  térmicos;  la  manganina  es  eficaz  respec- 
to a  estos  rayos,  pero  sólo  actúa  sobre  los  ultravioletas  cuando  el  espesor 
■es  grande. 

V.  Celada 


RoGER.— Gluourla  y  gluouronuria.  Glycurie  et  glycuronurie.  La  presse 
Medícale  número  8o,  6  de  octubre  de  1926. 

Las  orinas  contienen  siempre,  aun  en  el  estado  normal,  una  cierta  canti- 
dad de  hidratos  de  carbono,  como  glucosa,  pentosas,  indicios  de  isomaltosa 
y  algunas  veces  también  de  extrinas~  y  sacarosas;  además  contienen  tam- 
bién ácido  glucuronico,  cuya  importancia  fisiológica  parece  considerable, 
eliminándose  por  término  medio  0,04  gran»s  por  litro. 

Es  interesante  seguir  las  variaciones  de  esta  sustancia  en  diferentes 
condiciones  fisiológicas  y  patológicas. 

El  autor  lia  hecho  un  estudio  comparativo  de  las  orinas  de  los  indivi- 
duos normales  y  de  los  efectos  de  enfermedades  del  hijeado.  Ha  hecho  tam- 
bién iguales  dosificaciones  después  de  la  ingestión  de  0,5  gramos  de  alcan- 
for, encontrando  que  él  aumento  del  furfuról  demuestra  claramente  por 
este  procedimiento  la  aptjtud  del  organismo  para  formar  ácido  glucuronico. 

Ha  encontrado  en  individuos  normales  o  en  aquellos  con  una  afección 
de  hígado,  pero  benigna,  cantidades  dentro  de  los  límites  normales  de 
gUicuria.  Pero  en  ortros  que  padecían  graves  alteraciones  del  hígado,  se 
encontraban  cifras  de  glucuria  claramente  dismmuídai.. 

Para  dar  valor  a  estas  investigaciones  era  necesario  investigar  la  in- 
fluencia de  la  disminución  de  los  hidratos  de  carbono.  La  cuestión  es  muy 
importante,  ya  que  los  clásicos  admiten  que  la  inanición  hace  desaparecer 
rápidamente  el  ácido  glucuronico  de  la  orina  y  ello  se  explicaría  por  la 
d¿í-aparición  o  disminución  del  glucógeno  del  hígado. 

Para  estudiar  la  influencia  que  el  ayuno  pudiera  tener  sobre  la  glucu- 
ria. ha  hecho  investigaciones  en  animales,  encontrando  que  el  a}'uno,  aunque 
se  prolongue,  apenas  modifica  la  eliminación  de  los  hidratos  de  carbono. 
Las  inyecciones  de  suero  fisiológico,  que  provocan  en  estos  animales  some- 
tidos al  ayuno  una  grran  diuresis  hasta  el  punto  de  que  la  cantidad  de  orina 
es  superior  a  la  del  líquido  inyectado,  provocan  dichas  inyecciones  de  suero 
una  considerable  elevación  de  la  glucnria,  bien  Siuperior  a  las  cifras  nor- 
males; por  lo  tanto,  las  reservas  de  hidratos  de  carbono  parece  seguro  que 
se  agotan  muy  lentamente  y  que  el  hígado  contiene  constantemente  glu- 
cógeno, manteniendo  a  su  nivel  normal  la  glucemia  y  la  glucuria.  Guando 
ocurre  una  disminución  marcada,  entonces  el  animal  está  próximo  a  su- 
cumbir. 

La  influencia  de  la  alimentación  tampoco  es  considerable,  ya  que  ci 
régimen  lácteo  apenas  modifica  la  glucuria  y  que  la  vuelta  al  régimen  ha- 
"b'tual  apenas  provoca  ligeros  cambios. 


.  48Í- 


I 

I 


VmiOi,  iwr  lo  tiuilo,  4uc  de  estas  investiKíuíiones  se  deduce 
I  mcla  (undnmenul  entre  las  ínltucncias  fisiológicas  y  tas  patológicas ;  las 
prlnwrai  apcnai  mudiBcan  la  glucuria,  porqu<;  el  higadi^  conserva  su  ac- 
tividad fundamental  y  en  cambio  hs  segundas  provocan  una  disminu- 
úda  contiüerabir  debido  a  '|ii<:   Isí  céluhs  hepáticas  son  insuñcientcs, 

E.  Carr.\«co  Cadkk. 


] 


IrtHiiT.— La    urlocmla  «n   su   rolaoiún  con  al   metabolismo 
slaOprotSloO.    Joumitl   df    PysiotogU    et   de   Palhologie    Génércüt.    fc-l 
nut  XXIV.  nútn.  y  iQa6. 


I,'   UK>10h[A.>-^l  equilibrio  iiric¿mico  y  el  lugar  de  formación  del  ácii 
iirito  rsdJjffNo. 

Comu  Ttiultado  de  sug  inicreuntcs  investigackmes  llega  e!  autor  c 
prtukrri  |wr(r  d«  lU  trabajo  ji   la  conclusión  de  que  la  riqueía  de  la  sangre 
tltl   en   ácidii   úrico   en   el   perro   es   variable   según   el   animal,   habiendo 
ilitrado  ciuiH)  mtí  fuertes  concentraciones  de  9  a  10  centigramos,  y  coma 
inái  lUbll   la  ik   i  a   3  centigramos,   siendo,  por  lo  tanto,  el  total  medio  I 
i<  (>  ■  tt  (.fiitliiTaimis  de  ácido  úrico  por  litro  de  sangre.  m 

I 'iMktukvM  iiuc  sen  su  nivel,  la  uricemia  arterial  presenta  un  ciertO'1 
iltilldulii  vxtaMe  que  se  marca  de  manera  precisa  cuando  se  fatiga  et  aiú- ■■ 
tkl  >  lllrt«biilÍM  cantidades  progresivamente  crecientes  de  nucteoalbúmi- 
luti.  l(li  («tai  condiciones,  lejos  de  observar  que  se  eleva  la  uriizenüa,  se 
Itknwlw  que  ésta  desciende  rápidamente,  reaccionando,  por  lo  tanto,  el 
•iitllUil  eim  una  exageración  de  su  metabolismo  frente  a  ta  llegada  de  pu- 
MÉ  wAgnuii. 

t.unipruebo  en  la  iiivestijíación  que  la  distribución  del  ácido  úrico  e» 
k  IIMH  languÍDca  no  es  uniforme,  pues  se  comprueban  variaciones  im- 
imilattle*  según  el  territorio  vascular,  y  según  esté  el  animal  en  ayunas  o 
»t  periodo  digestivo.  Esto  permite  localizar  aquellos  territorios  en  qDe  se 
úfl  principalmente  la  degradación  nucleínica.  Esto  tieile  ludar  prínci- 
jMlnitnir  en  el  baio,  intestinos  y  en  tos  músculos. 

Itl  bazo  y  tos  intestinos  actúan  principalmente  durante  et  perlado  d¡- 
liettivo,  mientras  que  tos  músculos  representan  una  fuente  permanente  ite 
purinas  y  cuya  riqueza  aumenta  notablemente  durante  el  ejercicio  muscular. 
Se  ha  observado  que  la  génesis  de  la  degradación  nucleínica  en  estos 
órganos  está  bajo  la  dependencia  de  diferentes  procesos  fisiológicos  aun 
discutibles. 

2'   iSmoRiA.— Acción   del  hígada  sobre   los  productos  dígradoáos  de  los 
núcleos  proteicos. 

_  Estos  productos  de  degradación  purínica  efectuada  en  el  baio  y  en  el 
mtestmo  son  arrastrados  liasta  el  hígado  por  la  circulación  portal  y  el 
Wgado  toma  una  parte  activa  en  su  distribución  y  en  su  eliminación 

Se  comprueba  que  la  célula  hepática  ejerce  una  acción  urtcopéxica,  a 
■decT.  que  almacena  a  su  paw  una  parte  del  ácido  úrico  de  la  sangra  de- 


—  487  — 

mostrándose  que  la  uricemia  suprahepática  es  más  baja  con  relación  a  la 
urícemia  portaL  Esta  acción  uricopéxica  es  una  fundón  permanente  de  la 
célula  hepática,  y  se  ejerce  tanto  sobre  el  ácido  úrico  exógeno  como  frente 
al  endógeno.  Aunque  se  manifiesta  dicha  función  de  manera  permanente, 
su  intensidad  es  muy  variable  según  que  esté  el  animal  en  ayunas  o  en 
digestión,  y  según  también  la  naturaleza  de  la  ración  alimenticia,  pues  se 
hace  más  intensa  bajo  la  influencia  del  trabajo  digestivo  y  a  la  llegada  de 
purinas  exógenas. 

Independientemente  de  estos  factores,  dicha  función  fijadora  del  hígado 
se  comporta  muy  desigual  en  un  animal  y  en  otro,  hasta  el  punto  de  que 
parece  tener  una  característica  individual.  En  los  ariimales  jóvenes  la  fun- 
ción uricopéxica  o  no  existe  o  es  muy  poco  acentuada.  En  el  perro,  que 
es  el  animal  en  el  que  este  autor  ha  hecho  sus  inve¿tigaciones,  se  demues- 
tra que  la  bilis  representa  para  el  ácido  úrico  una  vía  normal  de  elimi- 
nación. 

Para  un  mismo  animal  esta  eliminación  biliar  del  ácido  úrico  está  ínti- 
mamente relacionada  y  condicionada  por  la  intensidad  del  metabolismo  nu- 
cleoproteico  exógeno;  a  medida  que  la  alimentación  se  enriquece  en  puri- 
nas las  cantidades  de  ácido  úrico  eliminado  por  la  bilis  aumentan  y  se 
mantienen  en  un  total  elevado  durante  tm  tiempo  variable  después  de  la 
supresión  de  la  llegada  de  purinas  alimenticiasi 

E.  Carrasco  Cadenas 


Kanffma^  Cosla  y  Roche.— Aoolón  de  la  insulina  sobre  las  oxi- 
daciones "In  vitpo"  e  "in  vivo".  La  insulina  en  la  te- 
rapéutica de  la  oarbonurla  desoxldativa.  Anuales  de  Medicine, 
tomo  XX,  núm.  2,  agosto  1926. 

Se  ha  llamado  carbonuria  desoxidativa  a  un  trastorno  del  funcionamien- 
to celular  de  la  oxidación  de  etiología  muy  diversa  y  que  se  encuentra  en 
diferentes  enfermedades;  en  general,  se  traduce  por  un  aumento  en  ta  eli- 
minación por  la  orina  de  diversos  compuestos  carbonados  incompletamente 
oxidados.  El  análisis  de  la  orina  de  un  enfermo  es  lo  único  que  permite 
sentar  este  diagnóstico  de  carbonuria  desoxidativa.  Los  elementos  necesa- 
rios para  hacer  este  diagnóstico  son:  i.»,  un  valor  grande  del  carbón  uri- 
nario, aunque  variable  según  el  individuo,  y  2.»  un  valor  superior  a  i  ó  in- 
ferior a  0,5  de  la  relación  urinaria  C/N  (relación  carbón-nitrógeno). 

El  diagnóstico  preciso  referente  a  la  categoría  de  elementos  que  han  es- 
capado a  las  oxidaciones,  a  causa  del  trastorno  del  funcionamiento  celular 
que  provoca  la  carbonuria  desoxidativa,  se  hace  exclusivamente  investigando 
en  la  orina  los  productos  del  metabolismo  intermediario  de  un  grupo  ali- 
menticio; por  ejemplo,  glucosa  y  ácido  láctico  para  los  glucósidos,  ácido 
oxibutirico  o  acetona  para  las  grasas  y  cantidades  importantes,  péptidos  o 
^  polipéptidos  para  las  albúminas. 

La  insulina  es  el  medicamento  específico  de  la  carbonuria  desoxidativa. 


y  es  necesario  señalar  que  su  acción  no  puede  ejercerse  por  el  organismo 
si .  no  recibe  las  cantidades  suficientes  de  ciertos  iones ;  el  fósforo  y  el 
calcio  son  indispensables  para  esta  acción. 

La  carbonuria  desoxidativa '  ha  sido  encontrada  de  manera  constante  en 
diversas  enfermedades,  tales  como  la  diabetes,  tuberculosis,  cáncer,  etc.,  como 
tanibién  ha  sido  constante  en  las  anemias  y  diversas  enfermedades  crónicas 
o  agudas,  infecciosas  o  tóxicas. 

Se  cita  en  el  artículo  como  conclusión  del  trabajo  personal  efectuado 
por  los  autores  que  experimentalmente  la  insulina  añadida  a  la  sangre  in 
vitro  aumenta  la  desaparición  de  la  glucosa  y  la  producción  del  ácido  car- 
bónico en  la  sangre.  En  presencia  de  glóbulos  lavados  la  acción  de  la  in- 
sulina sobre  la  desaparición  de  la  glucosa  subsiste  exclusivamente,  siendo 
por  lo  tanto  necesario  pensar  que  debe  de  existir  en  el  suero  un  elemento 
no  determinado,  aunque  indispensable,  para  la  acción  de  la  insulina  sobre 
las  combustiones.  Puede  verificarse  en  la  sangre  in  vitro  una  disminución 
de  la  producción  de  ácido  "carbónico,  respetando  la  desaparición  de  la  glu- 
cosa. Este  proceso  parece  análogo  al  que  se  realiza  in  7nvd  en  la  carbo- 
nuria desoxidativa.  Los  autores  de  este  trabajo  han  llegado  a  obtener  ex- 
perimentalmente el  mismo  resultado  interesante:  i.»,  por  la  supresión  de 
la  llegada  de  oxígeno;  2.®,  por  la  sobrecarga  de  glucosa,  y  3.®,  por  la 
disminución  de  las  cantidades  de  fermento  de  la  sangre  (estimulación  jdel 
suero). 

En  estos  interesantes  estudios  llegan  también  a  la  conclusión  de  que  la 
acción  de  la  insulina  sobre  la  desaparición  de  la  glucosa  es  más  marcada 
en  una  sangre  con  hipergiucemia  que  en  una  sangre  con  glucemia  normal, 
aplicando  esto  mismo  a  la  sangre  desfibrinada  total  como  a  los  glóbulos 
lavados   en   las  condiciones  antes  descritas. 

E.  Carr.\sco  Cadenas 


archivos  de  medicina 
cirugía  y  especialidades 


^  Nümffí'  "  <»*  «>•'=•*•"'"•*  ^*  ^*26  N^í,»  vn^ 


LAS  P8ICONEUR08I8 

(Coaierencia  pronancíada  en  el  Servicio  de  Medicina  Interna  del  Hospital  Genera),  dirig^ido 

por  el  Dr.  Gregorio  Marañón) 

por  el 

Dr.  Hled.  et  Phll.  Rudolf  Allers 

jefe  de)  Departamento  de  Psicología  en  el  Instituto  de  Fisiología  de  la  Universidad  de  Viesa  (x), 

Qujiero  ante  todo  dar  las  gracias  más  cordiales  al  profesor 
GnEGORio  Marañón^  que  me  ha  proporcionado  ¡la  oportunidad  de 
ocupanne  ante  vosotros  de  tm  tema  tan  extremadamente  intere- 
sante como  el  de  las  psiconeurosis.  Enfermedad  es  ésta  cuya  difu- 
sión en  la  última  época  le  presta  un  interés  práctico  considerable, 
subrayado  además  por  el  interés  científico  que  deriva  de  las  indu- 
dables dificultades  con  que  se  tropíieza  para  la  correcta  interpre- 
tación psicopatológica  de  estos  procesos;  yo  quiero  desarrollar 
ante  vosotros  esta  interpretación  apoyada  en  la  doctrina  de  la  psi- 
cología individual!  de  Adler^  que  ha  conquislkdo  rápidamente  un 
puesto  preeminente  en  el  campo  de  la  psiquiatría  contemporánea. 

Y,  ante  todb,  ¿qué  es  uaná  neurosis?  La  interpretación  tradi- 
cional nos  obliga  a  definir  estos  procesos  como  síndromes  de  ori- 
gen no  orgánico,  sino  psíqutco;  es  decir,  perturbaciones  de  la  ac- 
tividad de  los  órganos  producidas  sin  lesión  anatómica  revelable 
en  estos  mismos  órganos. 

Sin  embargo,  en  ocasiones,  los  síntomas  puramente  psíquicos 
se  injertan  sobre  un  proceso  orgánico,  y  para  estos  casos  esta  de- 
finición ya  no  es  exacta.  En  general,  sin  embargo,  es  fácil  darse 
cuenta  de  la  desproporción  que  existe  entre  el  síndrome  verosí- 
milmente explicado  por  la  lesión  hallada  y  el  que  el  sujeto  ofrece 
como  nianifestación  clínica  de  su  neurosis. 

(t)    Recogida  y  anotada  por  el  Dr.  S^chís  Bands. 


r 

I 


I 


Tal  vez  el  relato  de  un  caso  ayudará  mejor  a  la  comprensión 
de   esta   diferencia. 

Hace  años  tuve  ocasión  de  asistir  a  una  señora  enferma  que 
se  quejaba  de  vómitos  rebeldes.  En  este  caso,  la  exploración  se 
orientó  primero  hacia  el  aparato  digestivo  y  los  exámenes  radiográfi- 
cos con  conridas  de  prueba  y  los  análisis  de  jugo  gástrico,  etc.,  p.u- 
porcionaron  resultados  que  haljlaban  en  favor  de  una  indudable 
alteración  orgánica  del  estóiimgo.  Los  síntomas  funa:oiiaíes  eran, 
sin  embargo,  enteramente  desproporcionados  a  la  importancia  de 
la  alteración  orgánica  encontrada.  La  enferma  vomitaba  constan- 
teniepte  y  su  estómago  no  toleraba  alimento  alguno  sino  en  der- 
las circunstancias  y  de  una  manera  absolutamente  irregular.  Ade- 
más, la  enferma  sufria  frecuentemente  de  mareos  que  llegaron  en 
ocasiones  a  hacerla  caer  en  tierra  desmayada,  pero  a¡n  causar  nunca 
una  Icfiióii  imputable  al  traumatismo. 

Indagando  la  historia  de  esta  mujer,  pude  convencerme  de  que 
talca  accidentes  nerviosos  y  tales  infj!!-v=lias  gástricas  haUan  ci);Ht:íí- 
2Mln  a  raítü  de  unn  violenta  escena  familiar.  Vivía  la  enferma  ca- 
liadH  (H»n  un  honibi-e  de  temperamento  violento,  teniendo  junto  a  si 
II  htí  madre,  y  cl  manido,  siempre  celoso  de  las  atenciones  que  la 
ciiforiiiít  tenia  para  con  ella,  llegó  en  una  ocasión  a  estrellar  con- 
tni  el  Mnt'lo  violentamente  el  plato  en  que  se  le  había  servido  un 
manjar  que  no  era  de  su  gusto.  En  el  mismo  momento  la  mujer  se 
ilfiiviiMccifJi,  y  desde  aquel  instante  el  cuadro  que  he  descrito  se 
dcnarrolti)  Completamente.  No  cabe  dudar  que  en  este  caso  los  tras- 
tornos de  origen  puramente  psíquico  se  injertaron  sobre  la  defor- 
midad orgánica  del  estómago. 

Este  ejemplo  nos  ayuda  además  a  comprender  que  la  neurosis 
no  es  realmente  una  enfermedad  en  el  sentido  clásico  de  la  pa- 
labra; es  más  bien  un  modo  de  vivir,  una  desgraciada  línea  de  con- 
duela construida  por  el  enfermo  para  comportarse  frente  a  las 
dificultades  ambientales.  Ahora  se  comprende  bien  cómo  pode- 
mos afirmar  que  la  neurasís  es  algo  tan  íntimamente  unido  a  la 
esencia  de  la  personalidad  humana,  que  puede  identificarse  con 
ella  misma.  Por  esta  razón  es  ocioso  estudiar  las  neurosis  con 
otro  criterio  que  no  sea  el  de  penetrar  profundamente  en  la  per- 
sonalidad del  enfermo,  conocer  su  modo  de  ser,  su  modo  de  com- 
poitarse  frente  a  los  obstáculos  que  le  opone  el  mundo  exterior. 
Este  es  precisamente  el  objeto  de  la  psicología  individual  de 
Adler.  Para  hacer  una  breve  exposición  de  ella  es  forzoso  se- 
guir con  atención  el  desarrollo  de  las  siguientes  ideas. 

Es  de  evidencia  biológica  que  todo  ser  vivo  tiene  una  tenden- 
invencible  a  conservarse;   esta  tendencia,   impresa  profunda- 


—  491  — 

mente  en  el  germen  de  todo  ser  vivo  resume  en  el  hombre  toda  su 
actitud  frente  al  ambiente» 

En  efecto,  los  intereses  egoístas  son  encontrados,  se  oponen 
los  unos  a  los  otros,  y  de  este  modo  la  tendencia  a  conservarse  se 
convierte  en  la  tendencia  a  sobreponerse,  adoptando  asi  la  forma 
de  la  "voluntad  -de  poder". 

Es  en  los  niños  donde  con  más  evidencia  se  perdibe  esta  ten- 
dencia a  sobreponerse,  que  en  ellos  se  manifiesta  con  la  más  pura 
sencillez,  sin  embozo  ni  disimulo  ninguno.  Y  estudiando  estas  ma- 
nifestaciones del  espíritu  infantri  sorprende  en  seguida  darse  cuen- 
ta del  conflicto  que  estalla  entre  la  natural  debilidad  del  niño  y  su 
desmedido  deseo  de  ser  importante.  Deseo  que,  no  pudiendo  ser 
logrado  por  los  mecanismos  normales,  se  realiza  de  una  manera 
desviada,  de  una  manera  tortuosa,  de  una  manera  viciosa. 

¿Dónde  pueden  encontrarse  tales  manifestaciones  del  psiquis- 
mo  infantil?  Ved  al  niño  en  su  conducta:  en  un  muchacho  disci- 
pliníado,  tal  vez  exquisitamente  educado,  y,  sin  embargo,  cuando 
su  madre  recibe  la  visita  de  gente  extraña,  entonces  precisamente 
el  niño  exterioriza  una  conducta  inconveniente,  que  le  convierte 
en  insoportable.  Tiene  celos  de  su  pequenez  y  de  la  importancia 
de  los  otros.  Quiere  atraer  sobre  sí  la  ^atención  y  las  miradas  de 
cuantos  le  rodean.  No  sabe  cómo  lograrlo;  él  es  débil  y  es  peque- 
ño; todas  las  cosas  son  para  él  enormes  e  incomprensibles.  El 
mundo  le  reserva  innumerables  sorpresas,  porque  no  es  capaz  de 
comprender  los  móviles  que  inspiran  la  conducta  de  los  "mayo- 
res". Una  mujerdita  de  cinco  años  me  decía  una  vez  con  toda  gra- 
vedad que  "ntunca  es  posible  prever  qué  cosas  van  hacer  los  gran- 
des". Mientras"  el  niño  tiene  la  sensación  precisa  de  que  la  vida 
no  tiene  misterios  para  los  mayores,  hállase  a  sí  mismo  absoluta- 
mente desorientado  frente  a  la  invencible  dificultad  de  sobrepo- 
nerse a  los  obstáculos  mesológicos. 

Y  de  este  sentimiento  de  inferioridad  nace  como  contriaste  el 
deseo  de  aparecer  fuerte,  inteligente,  brillante  en  cualquier  orden 
de  la  actividad  humana;  en  una  palabra:  el  deseo  de  ser  mayor. 
Los  ju^os  infantilieis  transparentan  claramente  este  deseo,  porgue 
en  ellos  el  niño  realiza  su  afán  de  una  manera  más  o  menos  disi- 
mulada: siempre  juegan  a  que  son  mayores. 

Desde  este  punto  de  vista,  los  ensueños,  las  fantasías  infantiles 
alcanzan  también  un  extraordinario  interés  psicopatológico ;  pero 
son  muy  difíciles  de  recoger,  porque  el  niño  las  defiende  contra  la 
curiosidad  de  los  extraños.  Pero  cuando  se  logra  la  confianza  de 
estos  pequeños  clientes,  los  resultados  que  se  obtienen  son  verda- 
deramente insólitos. 


I 


—  492  —  1 

Fui  consultado  una  vez  por  una  madre  que  me  confió  el  cui- 
dado de  su  hija,  una  niñii  de  trece  años,  que  vivia  internada  en 
un  colegio,  del  cual  sólo  salia  los  sábados  para  dormir  en  su  casa 
y  pasar  el  domingo  junto  a  sus  padres.  Indefectiblemente  esta 
niña,  en  mitad  de  la  noche,  despertaba  a  toda  su  familia,  llena  de 
sobresalto,  en  una  crisis  muy  aparatosa  de  pavor  nocturno:  gri- 
tos, lágrimas,  peticiones  de  auxilio;  todo  esto  se  reproducía  en  la 
noche  con  matemática  regularidad  y  sin  que  hubiera  podido  re- 
mediarlo la  aplicación  sistemática  de  los  medicamentos  hipnóticos. 
Mis  ppimeras  averiguaciones  me  condujeron  a  precisar  que  en 
el  internado  esta  niña  no  tenia  crisis  alguna  de  pavor  nocturno,  y 
que  ^ólo  los  sábados  (precisamente  el  día  en  que  dormía  en  su 
casa)  estallaban  los  accesos.  Y  cuando  hice  notar  a  la  niña  esta 
circunstancia  me  contestó  con  una  frasie  que  encierra  todo  el  nú- 
cleo de  su  enfermedad:  "Allí  nadie  me  oiría",  me  dijo. 

Patente  ya  el  mecanismo  del  síntoma,  quise  investigar  la 
sa  de  ü,  y  entonces  pude  averigiiar  que  esta  niña  tenia  un  hemí»- 
no  mayor  que  vivia  junto  a  sus  padres;  la  condición  de  sti  mayor 
edad,  forzándole  a  ciertos  estudios,  le  proporcionaba,  en  cambio, 
la  ventaja  de  la  convivencia  maternal.  Y  este  era  el  detalfe  que 
despertaba  la  envidia  de  la  enfermita ;  mediante  sus  accesos 
taba  nada  más  que  de  tnerecer  la  atención  familiar ;  se  trataba  si) 
plemente  de  una  batalla  reñida  contra  el  hermano. 

En  armonía  con  esta  interpretación,  ofrecía  esta  enfermita. 
además,  la  particularidad  de  que  todos  sus  ensueños,  pnr  absurda 
que  fuera  la  forma  que  revist¡«ren,  se  concretaban  siempre  en 
que  ella  recibía  el  homenaje  de  la  adoración  de  multitud  de  gen- 
tes; es  dedr,  el  ensueño  realizaba  el  deseo  que  constituía  todo 
núcleo  de  la  personalidad. 

Y,  en  efecto,  esta  tendencia  a  realzar  la  propia  importands 
de  recibir  el  homenaje  de  los  demás,  se  encuentra  también  en  d 
espíritu  de  todo  hombre,  por  imiy  norraaí  que  sea.  Pero  en  csvos 
sujetos  normales  el  deseo  de  domin'o  está  adecuadamente  comba- 
tido por  un  sentimiento  de  fraternidad  (GemeinschaftsgefTihl). 
Este  sentimiento  se  bifurca  después,  porque  gracias  a  él  e!  hom- 
bre aprende  que  no  es  él  solo  el  que  tiene  que  luchar  con  dificul- 
tades graves,  de  cuya  noción  recibe  la  inspiración  de  la  humildad, 
sino  que  además  necesita  de!  concurso  de  sus  semejantes:  este 
sentimiento  de  la  fraternidad  humana  le  acerca  a  su  prójimo,  y 
desviándole  de  los  fines  personales  de  su  vida,  le  convierte  en 
truista. 

Porque,  en  efecto,  toda  vida  Irene  una  finalidad,  y  el  com 
miento  exacto  de  una  tal  finalidad  y  de  los  medios  adecuados' 


1 


—  493  — 

proporcionados  para  lograrla  es  la  condición  indispensable  para 
que  no  existan  las  psiconeurosis.  Basta,  en  efecto,  con  enseñar  al 
enfermo  la  falsedad  de.  su  actitud,  la  ineficacia  de  su  actitud,  para 
que  el  síntoma  desaparezca  y  para  que  se  corrija  la  neurosis.  Pa- 
Todiando  la  frase  famosa,  se  puede  decir  en  estos  casos :  "la  ver- 
dad está  en  marcha,  y  nada  podrá  ya  detenerla".  Y  es  que  tam- 
bién los  síntomas  neurósicos,  como  los  actos  voluntarios,  tienen 
una  finalidad.  Es  más:  todo  lo  que  es  expresión  de  una  neurosis 
puede  ser  también  realización  de  un  acto  voluntario.  El  enfermo 
no  quiere  el  síntoma;  pero  quiere  la  finalidad  que  con  el  síntoma 
persigue.  Por  esto  el  enfermo  niega  siempre  la  voluntaiiedad  del 
¿Intóma,  porque  tomiido  en  un  sentido  estricto,  es  evidente  que 
nadie  quiere  sufrir,  pero  todos  quieren  triunfar.  Y  lo  patológico 
en  la  psiconeurosis  consiste  precisamente  en  que  el  enfermo  per- 
sigue el  triunfo  por  el  sufrimiento. 

Esto  aparte  de  que  nos  es  muy  difícil  juzgar  cuáles  son  los 
actos  voluntarios  y  cuáles  no  lo  son.  En  un  sentido  estrictamente 
filosófico,  nosotros  no  podemos  aceptar  que  hay  voluntad  allí  don- 
de no  hay  acción,  e  inversamente  toda  acción  presupone  para  nos- 
otros voluntad  de  obrar.  iDe  tal  modo  identificamos  querer  y  obrar, 
que  cuando  un  enfermo  neurósico  declara  que  quisiera  hacer  una 
cosa  y  hace  precisamente  la  contraria,  nosotros  estamos  bien  con- 
vencidos que  su  voluntad  está  enteramente  del  lado  del  acto  y 
*  no  del  lado  de  lo  que  él  declara  ser  su  propós'ito.*  Por  esto,  vuelvo 
a  decirlo,  la  verdad  fundamental,  que  es  necesario  no  perder  nun- 
ca de  vista  en  el  estudio  de  un  psiconeurósico,  es  que  todo  síntoma 
tiene  una  finalidad,  y  que  descubrir  esa  finalidad  es  resolver  fun- 
damentalmente el   problema  causal  de  la  enfermedad. 

Frente  al  deseo  de  dominio,  frente  al  afán  del  propio  ensalza- 
miento, figuran  como  normas  invariables  de  una  vida  sana  el  tra- 
teijo  y  el  amor  al  prójimo.  El  síntoma  de  la  neurosis  trata  siem- 
>pre  de  dar  satisfacción  a  los  dos  primeros,  en  tanto  que  soslaya 
los  dos  últimos. 

Hace  algún  tiempo  asistí  como  médico  a  una  muchacha  de 
veinticinco  años),  hija  de  una  familia  modesta,  cuya  conducta  se 
había  hecho  incompatible  con   la  tranquilidad   familiar. 

Esta  joven,  en  efecto,  pasaba  la  mayor  parte  del  tiempo  del 
día  y  de  la  noche  lavándose  de  pies  a  cabeza,  frotándose  con  es- 
ponjas y  toallas,  haciendo  víctima  de  su  obsesión  a  su  pobre  ma- 
dre, que  aoenas  daba  abasto  a  las  exigentí'as  absurdas  de  esta  hija. 
Absurdas  hasta  el  punto  de  que  la  enferma  comenzaba  sus  lava- 
torios a  las  nueve  de  la  noche,  para  terminarlos  muchas  veces  ya 
í!e  madrugada,  después  de  haber  cons'-jnido  treinta  litros  de  a<^Lia 


V  medad, 

l^l      liante 
^B  Est( 


b  de  cincuenta  de  agua  fría.  Rendíala  el  sueno  y 
mía  hasta  entrada  la  mañana;  perú  apenas  despertaba  reanudaba 
sus  extraordinarias  abluiciones,  vuelvo  a  decirlo,  obstaculizando  así 
totalmente  la  vida  de  un  hogar  modesto. 

Cuando  yo  dije  por  primera  vez  a  la  enferma  que  sus  síntomas 
tenían  una  finairdad,  y  que  esta  finalidad  era  del  orden  de  las  sa- 
tisfacciones egoístas,  hubierais  de  ver  sus  protestas  tempestuosas, 
declarando  que,  muy  al  contrario,  vivía  esclava  de  su  mal  y  sin 
gozar  ninguna  de  las  satisfacciones  que  otras  jóvenes  de  su  edad 
pueden  disfrutar.  Me  fué,  sin  embargo,  muy  fácil  demostrar  que 
con  9U  conducta  insensata  obtenía  los  siguientes  cuatro  provechos 
fundamentales :  ^ 

Pil'mero.  No  trabajaba.  En  el  seno  de  la  familia  modesta  en 
que  vivía,  el  trabajo  era  para  todos  una  verdadera  necesidad.  La. 
única  exceptuada  era  nuestra  cliente,  por  causa  de  su  enfermedad. 

Segundo.  La  enfermedad  la  exceptuaba  del  trato  con  las 
amústades  de  su  familia,  que  le  eran  desagradables.  Pude  ulterior- 
mente saber  que  esta  enfermita  tenía  una  hermana  casada,  cuya 
vivienda  se  hallaba  precisamente  enfrente  de  un  palacio  se¡;ühal. 
en  el  que  se  celebraban  frecuentemente  brillantísimas  fiestas. 
Nuestra  enferma  comparaba  la  modesta  sociedad  de  empleados  y 
olreros  que  con  ella  convivía  y  la  que  se  le  antojaba  brillantísima 
que  acudía  a  las  fiestas  del  palacio  vecino,  y  experimentaba  hada 
los  amigos  de  sus  hermanos  una  invencible  repugnancia. 

Tercero.  La  enfermedad  proranpiotiaba  a  nucsti"a  enferma 
una  peCTiüaridad  que  la  permitía  destacarse,  no  ya  entre  sus  ami- 
gas, si'no  entre  todos  los  habitantes  de  la  ciudad  de  Viena  y  es 
posible  que  del  mundo  entero.  ¿Quién,  en  efecto,  podría  tener  la 
pretensión  de  ser  más  limpio  que  esta  joven,  que  pasaba  su  vida 
entera  dedicada  a  lavarse? 

Cuarto  y  último.  La  enfermedad  le  daba  un  dominio  sobré 
las  personas  de  su  familia,  que  vivían  verdaderamente  esclaviza- 
das a  las  exigencias  del  mal. 

Vuelvo  a  decir  que  cuando  desarrollé  ante  los  ojos  de  la 
ícrma  el  programa  que  acabo  de  esbozar,  se  abandonó  a  un 
lento  acceso  de  cólera;  pero  no  me  fué  difícil  afiliarla  poco  a 
a  mis  ideas,  y  puedo  hoy  decir  con  satisfacción  que  esta  mtichi 
desempeña  un  importante  cargo  en  una  casa  de  banca,  y  que,  s» 
es  cierto  que  se  lava  un  poco  menos  que  en  la  época  de  su  enfer- 
medad, ha  conquistado,  en  cambio,  todas  las  ventajas  de  una  bri- 
llante situación  social. 

Este  ejemplo  demuestra  bien  claramente  cómo  los  síntomas  que 
parecen  absurdos,  considerados  en  sí  mismos,  se  explican  con  me- 


—  495  — 

ridiana  claridad  cuando  se  comprende  la  finalidad  que  persiguen, 
cuando  se  decide  uno  a  considerar  todo  acto  de  la  neurosis  como 
un  acto  intencional;  y  preguntándose  cuáles  son  las  ventajas  que 
el  enfermo  obtiene  de  sus  síntomas  o  cuáles  son  las  consecuencias 
sociales  y  familiares  de  la  presentación  del  síntoma,  es  la  mayor 
parte  de  las  veces  posible  desenmascafar  el  propósito  inconsciente 
que  realiza  la  enfermedad. 

Y  no  es  que  semejante  tarea  sea,  ni .  mucho  menos,  sencilla, 
que  en  ocasiones  tropieza  con  obstáculos  casi  insuperables.  Re- 
cuerdo ahora  el  caso  de  una  mujer,  ya  madura,  escrupulosa  hasta 
un  extremo  tan  inverosímil,  que  en  ocasiones,  durante  los  ayu- 
nos de   Semana .  Santa,  usaba  los  viernes -servilleta  distinta,  a  la 
que  utilizaba  los  otros  días  de  la  semana,  para  que  por  este  cami- 
no no  cayera  en  pecado  de  promiscuación,  verdaderamente  absur- 
do en  tales  condiciones.  Exigente  para  con  todos,  mostraba  con  los 
pecados  ajenos  una  intolerancia  verdaderamente  antipática.  La  sig- 
nificación de  estos  síntomas  me  apareció  clara  desde  el  principio, 
en  el  sentido  de  que,  mediante  ellos,  aquella  mujer  aparecía  dota- 
da de  un  alma  extraordinaria.  Con  sus  escrúpulos,  con  sus  críti- 
cas, parecía  decir  a  gritos  a  los  demás:  "Poseo  un  alma  exquisita; 
mi  espíritu  es  como  una  balanza,  cuya  sensibilidad  le  permite  es- 
timar fracciones  infinitesimales,  en  tanto  que  vosotros,  almas  gro- 
seras, sólo  os  movéis  por  el  empuje  de  estímulos  violentos.*'  Pude 
más  tarde  averiguar  que  también  los  síntomas  registrados  tenían 
otra  significación;  cuando  supe  que  mi  enferma  se  entregaba  a 
un  vicio  vergonzoso,  comprendí  al  fin  que  criticaba  a  los  demás 
para  que  se  la  creyera  a  ella  irreprochable. 

Y  es  que  en  el  mecanismo  causal  de  los  síntomas  de  la  neuro- 
sis tiene  aplicación,  como  en  ninguna  otra  parte,  aquella  famosí- 
sima y  espiritual  anécdota  del  poeta  Heine.  Cuenta  este  ijmiortal 
espíritu  que  en  cierta  ocasión  un  recién  llegado  de  París,  en  los 
años  sangrientos  del  Terror,  contaba  a  un  su  amigo  extranjero  las 
novedades  que  todo  el  mundo  inquiría  con  afán,  y  hablando  de 
ellas  ponderaba  la  existencia  en  la  Conserjería  de  una  hermosa 
máquina  inventada  por  el  doctor  Guillotin,  describiendo  minu- 
ciosamente los  detalles  del  artefacto,  encomiando  el  lujo  con  que 
estaba  construido  y  el  aspecto  br'^llante  de  la  cuchilla.  Y  tennina- 
ba  su  descripción  con  estas  palabras :  "Esta  cuchilla  tan  brillante 
no  tiene  más  inconveniente,  sino  que  a  veces  cae  sobre  el  cuello 
de  un  reo  y  le  corta  la  cabeza."  El  síntoma  neurósico  disimula  su 
finalidad  de  una  manera  absolutamente  semejante. 

¿  Qué  ventajas  consigue  el  neurósico  con  su  enfermedad  ?  Den- 
tro de  la  familia,  en  el  estrecho  ambiente  que  rodea  al  sujeto,  su 


^^B  _  496  —  '■ 

^^^bttancia  se  realza  por  este  mecanismo.  Una  vez  me  decía  til 
enfermo  que  si  no  tuviera  síntomas  nadie  se  ocuparía  de  él.  Apa- 
lecc  bien  claro  el  sentimiento  de  inferioridad  característico 
de  la  neurosis;  pero  junto  con  él  se  ve  igualmente  otro  sentimiei 
to  de  descorazonamiento,  de  cobardía,  de  falta  de  valor  para 
dar  el  verdadero  camino  que  permite  concentrar  sobre  sí  la 
éón  de  los  demás. 

La  postiira  del  neurósíco  es  una  postura  infantil.  El  n;f 
fermiizo  y  débil  percibe  bien  pronto  cómo  se  aí:umiulan  sobre  S.  los 
cuidados  y  los  intereses  por  consecuencia  de  su  enfermedad,  y  a 
nadie  ha  de  extraíiar  que  quiera  estar  enfermo  para  merecer  tales 
cuidados  e  intereses.  Son  precisamente  aquellos  hijos  que  los  pa- 
dres han  disu'nguido  con  atenciones  particularmente  injustas,  los 
que  con  más  facilidad  están  inclinados  a  la  neurosis;  los  hijos  úni- 
cos y  los  hijos  mayores  forman  con  mucho  a  la  cabeza  de  nuestras 
estadísticas  de  neurósicos. 

No  hay,  por  lo  demás,  ninguna  disposición  orgánica  ni  endo- 
crina ni  de  ninguna  otra  especie  que  constituya  terreno  particular- 
mente favorable  para  la  explosión  de  una  neurosis.  Lo  que  in- 
teresa en  la  neurosis  es  que  el  sujeto  reconozca  su  inferioridad  y 
que  se  halle  falto  del  valor  necesario  para  vencerla  por  los  ca- 
minos de  la  lucha  leal,  y  por  esta  razón  la  profilaxis  de  las  neu- 
rosis se  realiza  tan  sólo  fomentando  el  valor  de  los  niños.  Quien 
no  ha  .perdido  su  valor  en  la  infandia  no  será  jamás  un  neurósico; 
aquel  que  sabe  valorarse  en  su  justo  precio  y  poseído  de  la  noble 
ambición  de  triunfar  adopta  francamente  la  senda  del  trabajo,  res- 
petando siempre  los  intereses  ajenos,  ese  no  será  jamás  un  neu- 
rósico. 

Lo  será,  en  cambio,  aqtiel  que,  poseído  de  un  desmedido  deseo 
de  soíbrepnnerse,  se  encuentre  a  la  vez  frente  a  un  sentW.cnto  de 
inferioridad  que  le  descorazona,  porque  entonces  estallará  un  con- 
flicto entre  los  dos  órdenes  de  sen»' m lentos,  que  sólo  puede  resol- 
verse o  desertando  de  la  vida  mediante  la  realización  de  una  en- 
fermedad con  síntomas  pseudo  orgánicos,  o  cayendo  en  la  duda 
{qíte  en  el  fondo  es  la  tendencia  a  no  obrar),  o  finalmente  sobre- 
valorando  los  actos  más  triviales  hasta  convertirlos  en  algo  extra 
ordinario,  Y  aquí  está  el  fundamento  de  las  tres  modalidades  CI4 
nicas  de  neurosis  con  síntomas  orgánicos,  con  dudas  o  con  61 
s'ones. 

Tal  vez  os  sea  grato  que  yo  realce  delante  de  vosotros  el 
de  «Btas  ideas,  acudiendo  a  uji  ejemplo  que  me  ha.  sugerido  mi  vida 
universitaria.  He  vistoi  en  efecto,  que  en  el  acto  de  los  exámenes 
los  estudiantes  se  dividen  en  do<'  ^upos ;  unos  presentan  un  cua- 


rxtra- 
s  cli^_ 
obdH 

va3H 


—  497  — 

UTO  de  emoción  general  intensísima,  tiemblan,  tartamudean,  tra- 
gan saliva,  secan  convulsiivamente  el  sudor  que  cubre  su  frente. 
Otms  permanecen  absolutamente  tranquilos  ante  el  profesor.  Y 
contra  lo  que  podríais  creer  de  primera  intención,  es  corriente  en- 
cofütraír  mejor  preparados  a  los  primeros  que  a  lofe  segundos..  La 
explicación  es  bien  sencilla:  el  que  está  cierto  de  su  ignorancia  co- 
noce de  antemano  el  desenlace  del  examen,  y  sabe  que  ninguna 
circunstancia  podrá  modificar  la  reprobación  que  ha  de  caer  so- 
bre él.  En  cambio,  el  que  está  preparado  insuficientemente,  con 
la  complicada  pantomima  de  su  emoción,  quiere  que  todo  el  mun- 
do conozca  lo  muchísimo  que  ha  de  saber  cuando  tanto  contesta, 
a  pesar  de  lo  emocionado  que  está.  Este  es  un  ejemplo  claro  del 
mecanismo  por  el  cual  la  personalidad  de  los  sujetos  descorazo- 
nados trata  de  realzar  por  los  síntomas  la  importancia  de  la  más 
pequeña  empresa  por  ellos  acometida. 

Ahora  ya  podéis  todos  comprender  cuan  noble  y  cuan  levan- 
tada es  la  mial'-ón  de  la  profilaxis  de  la  neurosis;  ya  podéis  com- 
prender cómo  el  mal  se  corta  de  raíz  por  una  adecuada  educación. 
A  todos  nos  obliga  por  igual  el  precepto  de  enseñar  a  las  gene- 
raciones jóvenes  que  cada  hombre  es  por  lo  que  en  sí  lleva  y  ad- 
quiere la  importancia  que  le  conquista  su  trabajo  y  su  espíritu  de 
sacrificio.  Y  que  frente  a  tales  factores  subjetivos  de  perfección 
humana  nada  importa  la  concurrencia  de  los  demás. 


EL  ESTADO  ACTUAL  DE   LA   PROFILAXIS  DE  LA  LEPRA  EN 
HAWA),  JAPÓN,   FILIPINAS,  INDIA  Y  NORUEGA 


Dr.  H.  C.  de  Souza-Araujo 


Debido  a  la  generosidad  lilimitada  del  ilustre  profesor  CovisA 
tengo  el  alto  honor  de  veiiir  a  hablar  en  este  templo  de  la  a¡«ncia 
ante  la  sabda  Academia  Española  de  Denmatoíogía  y  sobre  j^ 
problema  de  higiene  social  que  me  interesa  grandemente  desde 
que  me  hice  médico. 

Com'sionado  por  el  Gobierno  del  Brasil  acabo  de  visitar  y  es- 
tudiar la  organización  de  todos  los  establecimientos  mundiales 
de  lucha  contra  la  lepra,  y  en  una  memoria  que  presenté  en  octu- 
bre pasado  al  Comité  de  Higiene  de  la  Liga  de  las  Naciones  di- 
je que  esa  enfermedad  cunticúa  siendo  un  grave  problema  sa- 
nitario mundiaJ,  y  que  sólo  será  dominado  cuando  todas  las  nacio- 
nes interesadas  concertasen  un  plan  de  lucha  internacional.  Las 
campañas  aisladas  regionales  o  en  un  mismo  continente  no  alcan- 
zarán nunca  el  resultado  idealizado  por  los  higienistas. 

Trataré  en  esta  conferencia  íle  los  resultados  obtenidos  en 
t-^a  lucha  en  dnco  nociones,  centros  de  endemicidad  leprosa,  ooa 
un  decidido  empeño  patriótico  y  humanitario.  ■ 


Situado  en  medio  del  Pacífico,  es  un  archipiélago  privilegiado 
por  la  excelencia  de  su  clima  por  la  extraordinaria  fert'lidad 
de  su  suelo  y  por  la  ausencia  completa  de  enfermedad'es  tropica- 
les, excepto  de  la  lepra.  Los  defensores  de  la  teoría  culiddiana 
de  transmisión  de  la  lepra  afirman  que  cu  el  año  1826  los  mos- 


—  499  — 

quitos  ftitJTOin  los  que  introdujeror.'  la  lepra,  mosquitos  que  llega- 
ron en  un  vajor  mejicano  y  que  después  de  1830,  la  lepra  apa- 
rece diseminada  por  todo  el  país.  Mas  en  ed  memorial  dd  reve- 
rendo Stwat,  publicado  en  mayo  de  1823,  describe  casos  de  cier- 
ta dermatosis  entré  los  kamakas,  que  bien  podían  ser  de  lepra. 
Probablemente  esta  enfermedad  fué  importada  de  China  en  remo- 
tos tiempos.  Solamente  en  1840,  el  gobierno  comienza  a  intere- 
sarse por  el  problema,  cuando  aparecen  lesiones  de  lepra  en  ei 
Jefe  de  los  Guardas  del  Rey  Camachomacha  III.  En  1850,  fué 
creado  el  Consejo  Sanitario  y  en  1863,  el  Príncipe  Lot,  ministro 
del  interior,  nombra  una  comisión  de  técnlicos  para  prepoorar  un 
proyecto  de  ley  profiláctica,  eü  cual  fué  aprobado  el  3  de  enero 
de  1865  y  puede  ser' considerado  como  usn  modelo  para  la  época. 
En  el  mismo  año  (1865),  fueron  inauguradas  la  leprosería  de  Mo 
bkay  y  d  Hospital  Kaliichi,  die  Honolulú.  De  1865  ^  1867,  fueron 
internados  en  Molokay  5.395  leprosos,  de  los  cuales  murieron 
4.008,  salieron  297  y  quedaron  i.ioo.  En  1900,  había  en  el  archi- 
piélago 154.000  habitantes  y  1.027  leprosos  hospitalizados,  o  sea 
un  6,7  por  i.ooo.  Probablemente  existían  otros  leprosos  libres. 

La  proporción  de  leprosos  entre  los  hawianos,  era  de  i  por  39 
y  entre  los  extranjeros  de  i  por  1.847,  según  un  trabajo  del  doc- 
tor MouRiTz.  En  30  de  junio  de  1924,  la  población  era  de  307.100, 
con  un  total  de  íeproisos  ansiados  de  864,  o  sea  un  2*8  por  i.coo. 
A.paí'entcmente  se  notó  uma  reducción  de  3*9  por  i.ooo  en  vein- 
ticuatro años,  lo  que  desgraciadamente  no  es  cierto,  porque  desde 
hace  varios  años  el  al^.slamiento  s^  ha  descuidado  cada  vez  más 
y  realmente  el  número  de  enfermos  es  mtidho  más  elevado. 

Hace  exactamente  un  año,  cuando  dejé  el  archipiélago,  había 
en  la  leprosería  de  Molokay,  533  enfermos;  en  Kalichi  Hospital, 
102  y  250  dados  de  alta  por  curación  aparente,  los  que  hacen  un 
total  de  885.  Calculando  en  un  tercio  de  ese  total  los  casos  igno- 
rados y  ocuJtos  (295),  cálculo  optimista  para  u¡n  foco  tan  intenso, 
tenemos  1.180  leprosos,  o  sea  um  3'8  por  i.ooo,  considerando  que 
siendo  de  310.000  la  población,  de  los  cuales  130.000  son  japoneses, 
40.000  filipinos,  32.000  chinos  y  coreanos,  todos  venidos  de  focos 
endémicos  de  la  lepra.  La  población  aumenta  por  inmigración,  y  el 
número  de  leprosos  es  el  mismo  o  mayor  que  hace  treinta  años.  Un 
exagerado  optimismo  en  los  tratamiientos  modernos  y  la  influen- 
cia del  Haníadoi  siistenla  "Indico",  de  control,  desconciertan  a 
la  administración  pública  de  Hawai,  que  sólo  aisla  a  los  leprosos 
excepcionalmeñte. 

Hawai,  con  tma  buena  leprosería,  con  su  Hospital,  con  su  es- 


t  experimental  de  tratamiento,  con  su  pers 
poTirn^ntado,  está  en  admoraJbles  condiciones  para  acabar  con  tan 
terrible  mal  en  su  territorio,  en  una  o  dos  generaciones,  si  la 
reclusión  de  los  leprosos  vuelve  a  iser  la  base  del  prt^rama  de 
lucha  y  no  una  excepción  conx>  es  ahora. 

Su  clima  y  las  condiciones  nosolt^cas  del  país,  son  propi- 
cias para  una  expansión  cada  ven  mayor  de  la  íe^ira.  Los  ii 
I-  genas  puros  y  mestizos,  siguen  sietido  muy  susceptibles  a  esta 
fección,  pues  basta  consignaT  que  apenas  un  5  por  100  de  ios  si 
fermos  matriculados  últimamente,  son  casos  incipientes ;  esto 
dica  (]ue  también  existen  muchísimos  casos  ocultos  o  ignoradi 
Las  autoridades  saaiítarias  pidiéronme  iniciativas  para  descubi 
mayor  número  de  casos  incipientes.  Recomíndeles  las  siguientt 
iiiedidas:  vacmiación  general  de  la  poblaidión  cantra  la  viruela^ 
examcíi  média>  obligatorio  y  periódico  en  Jas  escuelas  públicas 
y  privadas,  en  las  fábricas,  en  las  plantaciones,  en  las  barriadas 
obreras ;  cuando  ilosl  casos  sospeCliosos  pueden  ser  descub'ertos, 
se  enviarán  médicos  peritos  en  esta  enfermedad.  Todo  esto  es  fá- 
cil de  Tcaáizar,  porque  el  territorio  es  pequeño,  la  población  limi'- 
tada  y  toda  ella  asequible,  y  finalmente,  por  poseer  el  _  " " 
buenas  organizaciones  médicas  y  sanitarias  en  los  centros  pi 
pales  de  las  ocho  islas. 

Además,  la  ley  de  profilaxia  reformada  en  1925  autoriza 
examen  de  cualquier  persona  para  diagnosticar  la  lepra,  lo  que 
facrlrla  la  acción  de]  médico.  Un  hecho  interesante  fué  el  que  me 
relató  el  Dr.  Neill  que  prueba  que  el  14,3  por  100  de  las  familias 
de  leprosos  en  diez  años  (191 1  a  1920)  enviaran  casos  secundarios 
al  hospital:  ¿y  cuántos  quedarán  ocultos?  Hawaii  debe  volver 
a  recluir  sistemáticamente  todos  los  leprosos,  bajo  pena  de  un 
fracaso  que  redundaría  en  descrédito  de  la  moderna  profilaxi, 
produciendo  una  nefasta  influenda  de  pesimjsmo 
pública. 

^^■'  Los   primeros   asilos    de   leprosos   fueron   fundados   en   Ky< 

^^M  V  Bango  en  1550  por  un  médico  jesuíta  portu.ECués  llamado  Lms 

^H  Álmeida,  que  llegó  a!  Japón  en   1540  con  San  Francisco  Javier. 

^^^  En   1615  los  jesuítas   fueron  expulsados  por  orden  de  Hide- 

^^1  yoshi  Tovotomí,  y  los  a'Stlos  de  leprosos   fueron  abandonados. 

^H  En   el   periodo   de  Kawak'ura,  Ninshvo,  Rissi  fundaron   otras 


,pi- 

i 


>iert^^^ 

irind^H 

iza  ^^H 


1 


—  501  — 

la  lepra  como  un  castigo  divino  y  dolencia  hereditaria  al  mismo 
tiempo  que  otras  familias  los  ocultan  en  sus  casfeis'  para  evitar  el 
repudio  soo'al.  La  actual  lucha  contra  la  lepra  se  inició  después  de 
la  primera  conferencia  interriacional  de  leprologia  (Berlín,  1897), 
cuyas  conclusiones  impresionaran  grandemente  al  Gobierno  y  al 
Cuerpoi  Médico  del  Japón.  El  Gobierno  japonés  toma  muy  en  se- 
rio las  cuestiones  médícosanitariais ;  por  eso  podemos  esperar  un 
grtm  éxito  en  la  actnial  campaña  profíláctíca  Icontra  Ijb.  lepra. 
En  1907  las  leyes  y  reglamentos  profilácticos  contra  este  terri- 
ble azote  fueron  aprobados,  y  el  país  fué  dividido  en  cinco  dis- 
tritos para  fad-Htar  la  lucha;  en  cada  uno  de  ellos  fué  fundada 
una  leprosería  habiendo  sWo  lais  cinco  inauguradasi,  antes  de  la 
tercera  conferencia  sobre  lepra  (Bergen,  1909).  De  1889  a  1906 
fueron  fundadas  cinco  pequeñas  leproserías  por  las  asociaciones 
católicas  y  protestantes,  y  una  sexta  en  1916. 

Estos  seis  asilos  privados  en  conjunto  reúnen  menos  lepro- 
sos que  una  de  las  cinco  leproserías  oficiales  que  constantemente 
están  siendo  ampliadas  y  mejoradas. 

El  censo  de  1906  da  23.815  leprosos  para  el  pais,  o  sea  0,5 
por  1. 000  habitantes.  Repetido  el  recuento  en  19 19  se  registrah 
ron  16.371  casos  de  lepra,  o  seia  0,25  por  i.ooo.  El  examen  de  re- 
clutas da  en  1899  por  cada  i.ooo  jóvenes,  1,28  de  leprosos.  Es- 
tas estadísticas  de  lepra  bajando  progreisivamente  llegarán  a  0,59 
por  1. 000  en  1931.  Tíambién  la  mortalidad  por  lepra,  que  fué  en 
1899  de  5,10  por  100.000  habitantes  bajó  a  1,69  en  1922. 

Cuando  abandoné  d  Japón  (noviembre  de  1925)  había  2.100 
leprosos  en  los  asilos  oficiales  y  4Q0  en  los  privados.  En  las 
montañas  de  Kusatsu,  provincia  de  Gntmma,  existe,  junto  a  unas 
fuentes  termales  sulfurosas,  una  villa  con  cerca  de  700  leprosos, 
los  que  viven  de  suis  propiois  recursos.  Vi  en  las  leproserías  de 
Tokyo  y  Diosaka  i.ioo  leprosos  en  adelantado  tratamiento.  Las 
cinco  leproserías  son  costeadas  por  grupos  de  provincias,  y  el 
Estado  paga  la  sexta  porte  de  lois  glastos  totales;  esta  cooperad'.ón 
del  Estado  con  las  provincias  es  imperativa  para  garantizar  el 
éxito.  Felizmente  en  Espíaña  se  va  a  adoptar  esta  política. 

El  Gobierno  japonés  piensa  tener  en  1930  lo.ooo  leprosos 
internados,  y  va  a  fundar  un  Instituto  Naciomal  con  500  camas 
para  lois  casos  incipientes,  que  servirán  al  mfsmo  tiempo  partí  es- 
tudios de  patología  y  terapéutica.  El  Japón  posee  todas  las  con- 
diciones necesarias  para  un  completo  éxito  de  saneamiento. 

No  quiero  terminar,  en  esta  relación  del  Japón,  sin  mencio- 
nar la  "Zensei-Byoin"  de  Tokyo,  tipo  de  colonia  agrícola  donde 
existen  cinco  médicos  y  30  enfermeros ;  el  servicro  es  óptimo  v  se 


-  502  - 


ha.oeii  estudios  interesantes.  El  coate  por  cabeza  y  por  día  en  eatft.l 
establecinuenlo  en  que  se  albergan  750  leprosos  es  de  2,50  pese- 1 
tas,  resultando  eíta  economia  porque  todos  los  leprosos  trabajai 
en  plantaciones,  construcciones,  manufacturas,  etc. 


Cuando  Fernando  Magallanes  descuHrió  este  archípSéki£0,, 
en  e!  año  1521,  no  había  ninguna  organización  de  asistencia  a  los 
leprosos.  En  1633  los  padres  jesuítas  españoles  fundaron  en  Ma- 
nila el  Hospital  de  San  Lázaro,  que  hoy  existe  como  Hospital  Ge- 
neral, disponiendo  de  un  departamento  de  500  camas  para  lepro- 
sos exclusivamente  d-e  la  provincia  de  Luzón,  camas  que  están 
siempre  ocupadas.  Hoy  existe  en  el  archipiélago,  segrún  cálculo 
del  Dr.  Wade,  de  15  a  30.000  leprosos  para  11.000.000  de  habi- 
tantes. Cuando  los  americanos  ocuparon  militarmente  Filipinas 
encontraron  tres  centros  de  reclusión  de  leprosos:  el  de  Manila, 
ya  citado,  el  de  Cebú  y  el  de  Nueva  Cáccres. 

En  1916,  fué  inaugurada  !a  famosa  colonia  de  leprosos,  dft' 
Cubión,  fundada  por  el  Dr.  Víctor  G.  Heiser,  siendo  director' 
de  Sanidad  pública;  en  el  mismo  año  fueron  internados  en  Cu- 
Linn,  802  leprosos;  la  colonia  fué  siiendo  progresivamente  aumeti-' 
tada  y  mejorada  grandemente.  En  la  actualidad  viven  en  ella  6.00O 
personas,  existen  65  casas  fijas  (material  durable),  30  de  materí 
ligero  y  existen,  propedad  de  los  leprosos,  más  de  600  barí 
En  veinte  años,  de  1906  a  1925.  fueron  recluidos  en  Cubión 
1G.137  Seprosos,  de  los  cuales  murieron'  10.8S6.  o  sea  más  de  la 
mitad  del  total,  mortaJidad  normal,  porque  el  leproso  resiste  una 
media  vital  de  catorce  a  quince  años.  En  31  de  dio'embre  de  i</25, 
cuando  visité  Cubión,  había,  5.270  leprosos  y  700  personas  encar- 
gadas de  la  administración.  Siendo  permioido  a  los  leprosos  d 
casaimiento  y  la  cohabitación  de  los  leprosos  casados  en  Cubión. 
Fueron  registrados  en  los  últimos  treinta,  años,  946  nacimientos 
y  como  por  falta  de  casas-cunas  y  otras  facilidades,  esas  criatu- 
ras no  fueron  separadas  de  sus  padres  leprosos  durante  los  pri- 
meros años  de  vida,  resultaron  leprosos  más  del  43  por  100  de 
esos  inocentes.  El  perícfdo  de  incubación  de  la  lepra  entre  ellos, 
fué  una  media  de  dos  años  y  mueve  meses.  En  los  focos  aotüvos 
de  lepra,  la  incubación  para  los  niños  y  para  Jos  adultos  venidos 
de  regiones  indemnes,  varía  entre  tres  a  cinco  años,  Ese  grave 
defecto  de  Cubión,  va  a  ser  corroído.  Materialmente  Cubión  es 
una  organización   modesta,  más  a  pesar  de  ésto,   es  considerada 


I 
1 


—  503  — 

como  d  paraíso  de  los  leprosos;  ailí  viven  alegres,  y  felices  en  una 
cosDjpikita  libertad  dentro  de  la  isla.  El  trabajo  no  es  obligatorío 
para  los  leprosos,  ma<s  son  estimulados  a  trabajar  por  medio  de 
premios  en  metálico. 

£1  tratamiento  médico  es  la  única  cosa  obligatoria,  y  d  con- 
trol es  hecho  dos  veces  por  semana  en  el  momenito  de  distribuir 
los  alimentos.  El  tratamiento  antileprósico  que  se  hace  en  Cubión 
es  de  lo  más  perfecto  que  he  visto  en  mi  largo  viaje. 

Los  resultados  no  pueden  ser  más  halagadores,  pues  acredita 
una  curación  radical  del  50  por  100  dte  los  casos  de  lepra  inci- 
piente. En  Oubión  viven  19  médicos,  3  quimícos,  un  dentista  y 
22  enfermeras  diplomadas  trabajando  todo  el  tiempo  en  beneficio 
de  ios  leprosos.  El  gobierno  de  Filipinas  gasta  una  tercera  parte 
de  sus  rentas  en  salud  pública.  Solamente  en  profilaxis  de  la  le- 
pra, gasta  cerca  de  2.000.000  de  pesos.  En  enero  último,  fuei'on 
creados  nuevos  servicios.  El  General  Wood,  que  es  módico,  dedi^- 
ca  un  gran  interés  a  la  lucha  contra  ia  lepra,  por  lo  que  la  clase 
médica  le  admira  y  presta  su  colaboración.  A  pesar  de  que  la  ad- 
miiiiistradón  americana  es  modesta,  económica  y  eficiente,  el  pue- 
blo filipino  prodama  su  derecho  a  la  independiencia,  que  conse- 
cra naturalmente  dentro  de  pocos  años.  Para  concluir,  diré 
que  las  Filipinas  son  el  "leader"  de  la  lucha  dentifica  contra  la 
lepra. 

INDIA 

• 

La  lepra  es  un  tremendo  problema  para  la  India.  En  ella 
existen  más  de  100.000  leprosos;  mas  el  Dr.  E.  Muir  y  el  reve- 
rendo Oldrieve,  con  gran  experiencia  dd  país,  calculan  im  to- 
tal de  más  de  medio  millón.  Y  de  éstos,  apenas  8.000  están  redui- 
dos  en  algunas  decenas  de  leproserías,  tan  primitivas  como  pobres. 
La  mayoría  de  días,  costeadas  por  una  instítudón  protestante  in- 
gesa llamada  "Missión  to  íepers".  La  mayor  leprosería  es  la  de 
Purulia,  donde  se  hallan  alojados  600  enfenmos.  Tres  provincias 
tienen  también  ¡leproserías  oficiales,  estas  son  las  de  Bengala,  Ma- 
dras y  Bombay. 

La  de  Bengala;,  situada  en  Calcuta,  es  la  que  tiene  mejores 
edifldos  y  mejor  aspecto;  mais  es  muy  pequeña.  La  leprosería  que 
en  Madras  se  está  construyendo,  será  mucho  mejor. y  de  mejor 
instalación.  Prácticamente  el  gobierno  inglés  no  hace  nada  para 
impedi'r  d  crecimiento  de  la  lepra  en  d  país  y  entre  tanto  que 
falta  dinero  para  esta  empresa,  en  Buomah  poseen  inmensos  bos- 


W  m 

^^  ques  de  Chaulmoogra,  anbol  cuyo  frulo  da  el  prec.oso  aceite  que  ^^^ 
cura  la  lepra.  Para  iniciar  luia  seria  lucha  contra  tan  terrible  azote, 
el  gobierno  inglés  debe  fundar  en  la  India,  por  lo  inenos,  lo  ie- 
proaerías  c«nio  !a  de  Cubión.  El  llamado  sisteiHa  indio  de  control, 
que  congiste  en  crear  un  gran  número  de  clínicas  donde  los  le- 
prosos puedan  ir  a  tratarse  cuando  quieran,  está  demostrando  su 
fracaiso.  La  única  alínica,  o  mejor  dicho,  disftensario  libre,  fué 
fundado  hace  siete  años  en  la  Escuela  de  Medicina  tropical  de  Cal- 
[  cuta  por  su  director,  el  entusiasta  leprólogo,  Dr.  Ernesto  Muir, 
I  donde  hace  unos  cinco  años  1.200  leprosos  iniciaron  el  traía- 
f  miento;  mas  apenas  una  cuarta  parte  tuvo  la  paciencia  de  contJ-^ 
miar  durante  tres  o  cuatro  años,  que  es  el  periodo  mirtimo  pora  1  ' 
cura  clínica  y  probablemente  microbiana  en  algunos  a 


1 

íste 
ligeras  | 

■3&.  E%^H 

na  Iq^^H 


Sabemos  que  los  cruzados  introdujeron  la  lepra  en  Noru^a; 

a  pesar  del  clima  frió,  implantóse  y  aclimatóse  la  lepra  en  este 
país.  Desde   1260  hasta  1864  todo  lo  que  so.  hizo  fueron  ligeras 
cnmpañas  de  protección  y  de  asistencia  médica  a  los  leprosos.  ~ 
1861  existían  850  caíim:  para  k-,.Tosoü  en  !o6  hospiítales  de 
gen  y  Trondjen.   La  primera  ley  aprobada  en   1S77  fue  una 
de  protección  a  los  leprosos.  Esta  Rea!  Ley  profiláctica  fué  apro- 
bada el  6  de  mayo  de  1805  y  hacia  obligator''o  el  aislamiento  de 
todo  leproso,    cosa  extraordinaria;   desde   el    momento   que    esta 
ley  fué  puesta  en  práctica  ptiede  decirse  que  la  lepra  está  casi  exr 
guida  en  Noruega.  El  tercer  recuenlo  de  leprosos,  he<.ho  en  i8¡ 
da  un  tota!  de  2.833  P^^a  "n  millón  y  medio  de  habitantes. 
i8sfi  a  1925  fueron  registrados  5..Í33  casos  nuevos,  ¡o  que  ha( 
un  total  de  8.166  pafa  un  período  de  sesenta  anos.  Desde  el  aíí^ 
1885   en  que   A  aislamiento  se   hace  general   y  obligatorio  hast^ 
1925,    o    sean    cuarenta    años,    o  mejor    dicho,    dos   generadones; 
veamos   e!   resultado:    1880,    1.804   leprosos;    1890.    1.091    lepi 
,,DS;   1900,  577,  1910,  326;    1915,  255;   1920,    160,  y  1925. _96 
prosos,  es    decir,   apenas   96   leprosos    para   2.600.000  habitanti 
¡¡Magníficos   resultados!!   En  Julio   de  esta  año.  cuando  estirt*f- 
allí  ese  número  era  menor  y  las  pocas  decenas  de  enfermos  que 
vi   eran   desgraciados    viejeo'llos    que    esperaban    el  momento   de 
morirse.  ¡Qué  difenencia  de  los  resultados  obtenido; 
y  qué  extraordinario  ejemplo  para  otros  países! 

Yo  desearía  que  mi  querido  Brasil,  con  sus  20.000  li 
I  para    3.500.000    de    habitantes,    imitase    a    la    sabia    y    previ; 


Hawaiij^^l 
revisof^^^l 


—  505  — 

Noruega,  y  de  aquí  a  medio  siglo  declárese  al  mundo:  ''Acaba- 
mos con  la  lepra,  ese  formidable  azote  de  la  humanidad." 

*  *  * 

» 

Si  bien  Noruega  da  un  bello  ejemplo  para  el  Norte  de  Europa, 

cabe  a  España  la  honra  de  darlo  para  su  Sur.  El  programa  de 
profilaxia  que  está  organizando  y  va  a  ejecutar  brevemente  el 
I>r.  D.  Francisco  Murillo,  director  general  de  Sanidad,  ampa- 
rado por  la  voluntad  de  un  Gíobiemo  de  acción  es  garantía  de 
un  feliz  éjo'to.  He  visitado  en  vuestro  país  las  leproserías,  la  de 
Fontilles  es  realmente  buena  y  puede  ser  comparada  en  confort 
moáerñoi  con  la  de  Cadville,  en  Estados  Unidos.  Como  tipo  de 
sanatorio  para  casos  avanzados  está  bien.  Una  de  las  nuevas 
leproserías  proyectadas  de  preferencia  a  la  Nacional  debería  ser  de 
tipo  de  colonia  agrícola  para  los  leprosos  en  condiciones  de  tra- 
bajar, y   pafa  los  casos   de  enfermos   deficrenites  curables,  i     • 

Desde 'ahora  precisa  el  gobierno  escoger  los  médicos  á  quien 
deba  confiar  la  direcdán  técnica  de  estos  establecimüeiitos,  para 
que  dichos  médicos  tengan  tiempo  de  es'peciaJizarse.  Sólo  p^odrán 
cooperar  en  esta  lucha  los  médicas  que  tengan  im  gran  sentimien- 
to humanitario  y  un  sincero  entusiasmo  por  la  espemialidad.  Sin 
ese  fuego*  sagrado,  no  habrá  victoria  y  la  lucha  fracasará. 

Desdé  el  punto  de  vista  humanitario,  urge  aunar  los  esfuerzos 
con  d 'fin  de  crear,  con  la  cooperación  internadonaL  una  verdadera 
cruiadá;' contra  la  lepra.  Será  una  lucha  generalizada^  que  dará  un 
benefició  genieral. 

Para  estimular  a  los  gobiernos  a  realizar  una  obra  de  tal  mag- 
nitud, considero  necesaria  la  fundación  de  una  sociedad  interna- 
cional rde  leprólogos,  compuesta  de  especialistas  en  plena  activi- 
dad y  <iue  gocen  de  un  real  prestigio  científico  y  político,  dpntiro 
de  su»*países  respectivos. 

Para  la  creación  de  esa  sociedad,  ya  contamos  corn  la  adhesión 
de  lofe  especialistas  de  los  principales  países  de  lepra.  Dentro  de 
pü<;o  recibiréis  en  España  las  circulares  de  fa  fundación  de  esa 
sociedad,  y  estamos  bien  seguros  que  vuestra  meritísima  colabo- 
ración, no  Se  hará  esperar,  y  para  finalizar,  recibid  mi  caluroso  y 
profundo  agradecimiento  por  las  cortesías  que  me  habéis  dispen- 
sado y  hacer  votos  sinceros  por  el  engrandecimiento,  siempre- cre- 
ciente de  esta  buena  y  gloriosa  España. 


TRABAJOS  ANALIZADOS 


LoEPEft,— Thlemia    normal    y    patológloa.  (Lít  Progrés  Meáicaí,  nú- 
mero 46.)  13  de  noviembre  de  1926. 

Con  el  nombre  de  thiemia  se  designa  la  riqtteza  en  azufre  del  medio 
interno. 

Hasta  el  momento  actual  puede  decirse  que  poco  se  ha  investigado  acer- 
ca de  la  importancia  que  podía  tener  en  clínica  la  variación  del  azufre  en 
el  organismo. 

Normalmente  se  elimina  por  la  orina,  en  veinticuatro  horas,  2,5  gramos 
aproximadamente  de  azufre,  parte  en  estado  de  azufre  oxidado  o  de  sul- 
fato^ y  otra  parte  en  forma  de  azufre  neutro;  la  relación  existente  entre 
las  dos  formas  de  azufre  corresponde  aproximadamente  a  1/5.  Un  tras- 
torno del  funcionamiento  renal  puede  modificar  el  total  de  la  diminación 
de  azufre  de  manera  semejante  a  lo  que  ocurre  con  la  urea,  cloruros,  etc. 

La.  cantidad  de  azufre  de  la  sangre  pude  dar  indicaciones  más  precisas 
que  el  estudio  del  azufre  eliminado,  y  así  se  ha  demostrado  que,  eshadiando 
la  thiemia,  se  han  puesto  en  evidencia  trastornos  en  la  absorción,  transfor- 
mación, retención  y  fijación  del  azufre. 

El  azufre  forma  una  importante  parte  en  la  constitución  de  todas  las 
albúminas,  y,  por  lo  tanto,  existe  en  la  sustancia  proteica  de  los  leucocitos 
y  en  la  hemoglobina;  el  azufre  forma  parte  integrante  de  las  albúminas 
del  suero.  Además  de  este  azufre,  llamado  constitutivo,  existe  en  la  sangre 
azufre  circulante,  que  se  encuentra  en  el  suero  después  de  la  pracipitación 
de  todas  las  albúminas;  en  estado  normal,  este  azufre  no  sobrepasa  la  ci- 
fra de  0,07  a  0,10  gramos  por  litro ;  pero  debiendo  distinguir  el  azufre  oxi- 
dado que  está  en  forma  de  sulfato  y  el  azufre  no  oxidado  o  neutro,  que 
permanece  en  estado  de  cistina. 

El  azufre  constitutivo  puede  sufrir  cierta  variación;  pero  es  de  estima- 
ción muy  difícil,  al  contrario  de  lo  que  ocurre  con  el  azufre  circulante,  que 
puede  ser  medido  con  bastante  exactitud,  y  que  es  el  objeto  de  estudio  de 
este  trabajo. 

Las  cantidades  citadas  de  0,07  a  0,10  corresponden  un  80  por  100  al 
azufre  oxidado  y  un  20  por   100  al  azufre  neutro.  La  relación  nitrógeno- 


—  507  — 

azufre  varía  muy  poco  en  estado  normal;  el  ayuno  disminuye  el  azufre  de 
la  sangre  en  algunos  miligramos  y  la  alimentación  de  carne  produce  a  las 
tres  horas  de  su  ingestión  un  aimiento  de  0,03  a  0,04  gramos. 

En  el  embarazo,  el  azufre  de  la  sangre  puede  llegar  hasta  0,15.  Todas 
estas  alteraciones  y  la  pequña  dilución  de  la  proporción  del  azufre  consi- 
guiente a  la  hidratación  son  fisiológicas  y  no  varían,  por  lo  tanto,  la  propor- 
ción de  azufre  oxidado  y  azufre  neutro. 

El  aumento  del  azufre  de  la  sangre  acompaña  a  ciertos  estados  pato- 
lógicos, tales  como  las  neumonías,  pleuresías  purulentas,  tuberculosis  avan- 
zada, cáncer  y  púrpura;  en  la  nefritis  crónica  la  retención  de  azufre  suele 
acompañar  a  la  retención  de  urea.  Pero  en  todos  estos  casos,  la  relación 
entne  el  azufre  total  y  el  azufre  oxidado  permanece  idéntica,  oscilando  al- 
rededor del  80  al  85  por  100. 

La  «relación  de  oxidación  está  frecuentemente  alterada  en  el  cáncer, 
infecciones  graves,  impotencia  cardíaca,  y  ts  causa  de  que  se  encuentre ' 
afectado  el  hígado  y  las  cápsulas  suprarrenales.  En  todos  estos  casos  la 
relación  de  oxidación  se  modifica  en  el  sentido  de  disminuir  mucho  la  pro- 
porción del  azufre  oxidado.  La  cifra  más  elevada  de  azufre  neutro  se  en- 
cuentra en   los  estados  pigmentarios. 

El  azufre  circulante  tiene  una  procedencia  exógena  y  endógena.  El  azu- 
fre exógseno  existe  en  el  alimento  y  penetra  en  el  organismo,  bien  sin  ne- 
cesidad de  transformarse,  si  se  trata  de  compuestos  sulfurados  o  sulfitos, 
o  bien  necesitando  una  transformación  previa,  si  se  trata  del  azufre  que 
constituye  las  moléculas  proteicas. 

El  azufre  endógieno  tiene  su  origen  en  los  procesos  de  desintegración 
de  los  tejidos,  y  procede  siempre  de  las  albúminas.  Como  el  bazo  es  un 
órgano  donde  se  efectúa  una  abundante  destrucción  celular,  se  comprende 
que  en  dicho  órgano  se  produce  una  mayor  riqueza  de  azufre  en  la  sangre 
que  le  atraviiesa.  Se  comprende  por  todo  ello  el  por  qué  del  aumento  del 
azufre  circulante  en  aquellas  enfermedades  en  las  cuales  existe  una  mayor 
destrucción  celular;  en  estos  estados,  además  del  aumento  del  azufre  se  pro- 
duce paralelamente  aumento  de  los  ánimo-ácidos,  ya  que  éstos  también  se 
liberan  p<H'  la  destrucción  de  la  molécula  albuminoidea. 

Puesto  que  las  cantidades  de  azufre  de  la  sangre  permanecen  bastantes 
fijas,  debe  existir  indudablemente  un  mecanismo  regulador  del  consumo  de 
los  tejidos  que  utilizan  el  azufre  para  la  construcción  de  sus  albúminas  y 
también  de  la  fijación  que  se  efectúa  del  azufre  pora  formar  pigmento: 
también  hay  que  considerar  la  eliminación  por  los  pelos,  por  la  piel,  por  el 
pulmón  jr,  sobre  todo,  por  la  bilis  y  por  el  riñon. 

G)rrientemente  se  elimina  al  día  por  los  ríñones  2,40  gramos  de  azufre, 
de  los  cuales  corresponde  dos  gramos  al  azufre  oxidado;  0,30,  al  azufre 
neutro  (taurina  y  cistina) ;  0,10,  al  azufre  combinado  con  el  indol  y  con  los 
fenoles.  Cualquier  trastorno  en  la  eliminación  renal  se  traducirá  por  una 
baja  de  la  eliminación  del  azufre  y  un  aumento  de  su  retención  en  la 
sangre. 

Durantie  mucho  tiempo  se  ha  considerado  al  hígado  como  el  lugar  prin- 
cipal para  la  oxidación  del  azufre,  habiéndose  señalado  la  alteradóa  de  la 


¡gado 
sul- 


reliicióii  del  azufre  o.^idado  como  prueba  de  un  Irastomo  de  h 
píitica.  Realmente  el  hígado  frente  al  azufre  posee  una  función  múltiple: 
de  ÍJjación,  de  oxidación,  de  combinación  y  de  eliminación.  Que  d  hígado 
relieiie  el  azufre  lo  demtKstra  la  gran  riqiie;!a  de  azufre  de  b  molécula 
nlbuminoidea  hepática.  El  hígado  oxida  el  azufre,  transformándote  en  sul- 
fato, y  además  combina  el  azufre  con  el  indo!,  el  escatol  de  di> 
les  que  se  originan  en  los  intestinos,  formando  Io5  cuerpos  sulfoconjuiTcidi 
Aderaáí.  et  hígado  elimina  por  la  biüs  azufre  en  forma  de  taurina,  qi 
como  se   sabe,   es  un   producto   amino sulfurado. 

Todo  el  azufre  que  llega  al  hígado  no  proviene  de  la  alimentaciÓJi,  sinu 
(|1ic  tina  parte  muy  importante  le  llega  del  bazo,  a  causa  de  la  destrucción 
de  los  glóbulos  rojos. 

1,8S   glándulas   suprarrenales   también   juegan   un   importante   papel,   como 
reguladores  del  metabolismo  del  azufre;  estas  glándulas  fijan  el  azufre 
principalmente   azufre   neutro,   y   se  comprende,   por  lo   tanto,  que   el   déficit 
funciona!   de   las   cápsulas   produce   un   acumulo   en  la   sangre,   no   solamente 
!'  de  azufre  total,   sino   precisamente  del   azufre   no  oxidado. 

Ln   retención   de   azufre  y,  sobre  todo,  del  azufre  neutro,  en  el  organi 
m,   no   puede  «er  peligrosa,  que  sepamos,  y  se   elimina  por  el  pulmón, 
Ih  hWh,  y  tambifn  lu   piel  y  los  pelos  representan  una  vía  de  eliminación 
(r«.   I'nibBlihincnle,   el  aumento  de  la  melanina  y  el  accntuamienlo  de 
«nluiuclÓM  e«  lina  wmseciiencia  de  eliminación  por  los  tegumentos. 

E,  Carhasco  Cao 


ficit 

1 


,111     Cfllado  Botual  da  nuestros  oonooimlentos  aoeroa  da  la  gláru 
IIuIa  limo.    Medical  Journal  and  Record,  Tomo  1^4,  núm.  g,  1936. 

VI   tutor   hace  un   análisis   critico   de   los   trabajos  que  se   han   realizada 
\  IH-r»  BolBrar  la  fisiología  normal  y  patológica  de!  timo  y  el  papel  que  dicha 
MiÍJidiik  i'Uíde  tomar  en  diversos  estados  patológicos, 

iJenpucs  de  estudiar  los  divertntes  trabajos  acerca  del  timo,  considerado 
f  »jmo  glándula  endocrina,  llega  a  la  conclusión  de  que  actualmente  pa- 
P  rece  dudoso  que  deba  considerarse  al  limo  en  el  hombre  como  una  glán- 
I  dula  de  secreción  interna.  Cree  que  probablamente  su  papel  está  relacionada 
L  con  el^  exceso  de  nucleínas  que  rcíjuiere  el  organismo  durante  el  período  de 
|. crecimiento,  afirmando  que  debe  de  considerarse  suficientemente  demoslrado 
^que  el  timo  no  es  en  modo  alguno  un  órgano  Inútil  ni  superBuo. 

Parece   ser  bastante  demostrativa   la  experiencia  que  pone  de  manifiesto 
^que   la   cjrtirpación   del  timo   en   los   perros  no   influencia   el  crecimiento,    el 
desarrollo  de!  animal  y  que  tampoco  produce  alteración  en  otros  órganos  de 
secreción  interna.   Sin  embargo,  hay  un  cierto  número  de  autores  que,  apo- 
yados en  trabajos  experimentales  o  clínicos,  defienden  que  debe  existir  una 
^    relación  entre  e!  timo  y  la  glándula  sexuales.  También  se  ha  observado  que 

el   bocio   exoítálmíco   puede   producir  una   hiperplesia   del   timo. 
■      Et  timo  sufre  alteraciones  en  diversas  enfermedades.  Se  observa  atrofia 


—  509  — 

€n  la  •  inanición  prolongada,  y  también  se  afecta  dicha  glándula  en  los  dis- 
turbios circulatorios.  En  el  timo  también  pueden  asentar  abcesosi  inflama- 
ciones *  agudas,  procesos  sifilíticos,  neoplásicos  y,  por  último,  también  se 
ha  observado  atrofia  de  naturaleza  esclerógena. 

Como  sé  sabe  hace  tiempo,  el  timo  alcanza  su  máximo  peso  del  undé- 
cimo al  decimoquinto  año  de  la  vida,  y  desde  ese  tiempo  sobreviene  una 
atrofia  gradual  y  progresiva,  pero  en  muchos  casos  no  se  presenta  esta  atro- 
fia y  el  timo  continúa  grande  durante  toda  la  vida. 

En  estos  casos  de  persistencia  de  timo  puede  originarse  por  esta  causa 
disnea,  sob're  todo  en  los  jóvenes,  aunque  también  hay  que  considerar  que 
muchos  de  los  casos  con  las  dificultades  respiratorias  y  que  equivocada- 
mente pueden  achacarse  a  la  persistencia  de  timo  son  producidas  por.  otras 
causas. 

El  estado  linfático  está  caracterizado  por  una  hiperplasia  del  tejido  lin- 
fático y  del  timo,  estado  precario  de  salud  y  frecuentes  diarreas. 

Es  bien  conocido  que  muchos  de  estos  individuos  de  constitución  tímico- 
linfática  pueden  morirse  repentinamente. 

El  tratamiento  del  aumento  de  volumen  del  timo  consiste  hoy  exclu- 
sivamente én  la  terapéutica  por  los"  rayor  X  o  por  el  radiimí,  con  los  cua- 
les  se  obtienen   resultados  completamente  satisfactorios. 

Desde  qué  se  aplica  esta  terapéutica  puede  decirse  que  está  totalmente 
abandonado  el  tratamiento  ¡quirúrgico,  ya  que  no  produce  mejores  resul- 
tados y,  cti  cambio,  ocasiona  una  alta  mortalidad. 

E.  Carrasco  Cadenas 


Katsch  y  Kalk.— Aoepoa  del  método  dinámico  de  exploración 
del  qulmismo  gásirloo.  III:  Los  oIoihipos  del  Jugo  gástrico, 
espeoiaimsnte  en  la  anaciorhldrla.  Klin.  IVoch.Año  V,  núm.  20, 
1926. 

La  secreción  de  cloruros  en  el  estómago, — Se  sabe  actualmente  que  ade- 
más del  ácido  clorhídrico,  de  la  pepsina  y  de  una  pequeña  cantidad  de  co- 
loides, .el  estómago  agrega  cloruros.  Esta  secreción,  ya  entrevista  por 
Hayem,  há  sido  demostrada  por  Rosemann,  el  cual  encontró  en  los  jugos 
gástricos  dé  los  perros  cloruros  que  no  se  debían  a  la  neutralización  del 
ácido  clorhídrico.  Katsch  ha  podido  obtener  en  el  hombre,  por  medio  de 
la  ^'oñda  gástrica  permanente,  jugo  gástrico  puro,  en  el  cual  existía  siste- 
máticamente una  cierta  cantidad  de  cloruros.  Por  este  procedimiento  pudo 
demostrarse  no  solamente  la  función  concentradora  de  las  células  secre- 
toras del  estómago,  sino  también  sus  variaciones  patológicas.  De  este  modo 
€s  como  Kastch  ha  establecido  el  nuevo  concepto  de  la  hipostenoclória.  La 
comprobación  de  la  función  concentradora  para  el  cloro  de  las  células  glan- 
dulares del  estómago  podía  realizarse  incluso  antes  del  vaciamiento  de  la 
solución  excitante  empleada,  con  tal  de  que  esta  solución  estuviese  d**»* — 
vista  de  doro  y  de  albúmina.  También  de  este  modo  hatv  ^Nda  ^lísc 


diversos  tipos  de  aquilia  de  gravedad  diferente,  segúti  que  lai  células  glan- 
dulares del  estómago  sean  incapaces  de  realizar  la  concentración  det  clon. 
y  la  producción  del  acido  o  que  solamente  se  encuentre  trastornada  esla 
última  función  (aquiüas  o  hípoquilias  con  o  sin  hipostenocloria  simultánea). 

Estas  nuevas  funciones  referentes  a  una  función  parcial  preparadora  de 
las  células  del  estómago  no  solamente  adquieren  importancia  desde  el  punto 
de  vista  de  la  fisiopatologia,  sino  también  en  el  terreno  clínico.  La  utilidad 
práctica  de  estas  investigaciones  se  refiere  hasta  ahora  especialmente  a  los 
estados  aquilicos,  aunque  la  curva  del  cloro  total  tampoco  carece  de  inte- 
rés en  las  neurosis  gástricas  o  en  el  ulcus.  La  experiencia  de  los  au- 
tores no  confirma  la  idea  de  Rosemajjn,  que  admite  que  el  contenido  total 
en  doro  del  jugo  gástrico  constituye  una  cifra  relativamente  rígida  y  en  la 
que  sólo  varían  las  proporciones  del  cloro,  ácido  y  del  cloro  de  las  cenizas. 
Realmente,  en  gran  niimero  de  casos,  la  curva  del  cloro  se  mue.stra  mucho 
menos  flexible  que  la  de  la  acidez,  pero  no  por  eso  deja  de  variar  con 
arreglo  a  los  estímulos  y  según  los  individuos.  Lo  que  es  evidente  es  que 
los  cloruros  no  faltan  nunca  en  el  jugo  gástrico.  Incluso  en  las  accideces 
mayores  hay  siempre  una  fracción  de  cloruro  no  disociada  y  la  curva  de 
cloro  total  se  encuentra  siempre  situada  por  encima  de  la  curva  de  la  acidez 
total.  Sólo  existe  una  excepción  a  esta  regla  y  la  constituyen  los  casos  que 
tniKstran  un  gran  contenido  de  ácido  láctico  o  ácidos  grasos  en  el  estómago. 
En  tales  casos,  la  curva  de  acidez  a  la  fenolflaleina  puede  situarse  por  en- 
cima de  la  curva  del  cloro,  pero  no  porque  todo  el  cloro  segregado  por  las 
células  gástricas  esté  incluido  en  la  fracción  acida  del  cloro,  sino  simple- 
mente porque  la  curva  de  la  íenolítaleína  se  eleva  considerablemente  gr 
cias  al  ácido  láctico,  a  los  restantes  ácidos  orgánicos  e  incluso  gracias 
la  albúmina. 

Se  deduce  evidentemente  de  estos  hechos  que  la  secreción  de  cloruTOi 
en  el  estómago  tiene  forzosamente  una  significación  propia.  Na  solamenl 
está  destinada,  en  efecto,  a  producir  una  serie  de  variaciones  reciprocaüj 
entre  el  cloro  ácido  y  los  cloruros  para  proporcionar  el  jugo  gástrico 
concentración  adecuada  de  ácido  clorhídrico,  como  supone  Rosemann, 
que,  además,  los  cloruros  intervienen  en  los  procesos  fermentativos 
estómagio.  Se  sabe  en  esle  sentido  que  el  contenido  salino  de  un  medio 
influye  fundamentalmente  sobre  el  procesii  de  fermentación,  incluso  sobre 
las  disociacione.s  pépsicas  y  trípsicas.  Una  pequeña  cantidad  de  cloruros 
favorece  la  ionización  de  la  albúmina  y  su  desintegración  fermentativa,  y, 
por  otra  parte,  el  contenido  en  cloruro  de  sodio  de  muchos  preparados  co- 
merciales  de    pepsina   no   es    indiferente   respecto   a    la   actividad   del    medi 


I 

le- 

'Ú 

m 


La   concentración   creciente   de   los   cloruros   en   el   jugo   gástrico,    que 
observa   hacia    el    final   del    proceso   digestivo    normal,    significa   una   dcsv 
ción  del  punto  óptimo  de  acción  de  la  x>eps¡na  y  una  inhibición  de  la  di- 
gestión  pépsica.    Las    grandes   concentraciones   de   cloruro   encontradas 
máticamnite  en   las  pe<)uefiaK  cantidades  de  jugo  de  los  estómagos 
significan  im   agente  protector   no  despreciable,   destinado   a   evitar   la  digcs- 
tión  pépsica   de   la  mucosa   gástrica.   Hay   que   tener   también   en 


ios 

1 


—  511  — 

el  aumento  de  cloruros  en  el  contenido  del  estómago  en  ayunas  no  solamente 
debe  referirse  a  los  cloruros  segregados,  sino  a  una  neutralización  del  ácido 
clorhídrico  gástrico  por  la  secreción  del  duodeno  alcalina  que  ha  regurgitado. 
El  jugo  duodenal  contiene,  en  efecto,  cloruros  propios.  La  inhibición  de  la 
capacidad  proteolítica  del  jugo  gástrico  por  una  concentración  de  cloruros 
elevada  se  deduce  igualmente  de  las  investigaciones  refractométricas  de 
FiscHER.  Bajo  condiciones  por  lo  demás  uniformes  los  resultados  de  la 
desintegración  proteica  descendía  en  las  experiencias  de  este  autor  desde 
11,2  a  5,8  cuando  se  añadía  i,5  gramos  de  cloruro  de  sodio  a  ico  c.  c.  de 
una  solución  clorhidropépsica,  y  si  el  contenido  salino  se  elevaba  hasta 
cinco  gramos  la  desintegración  de  la  albúmina  disminuía  a  1,^. 

En  suma,  la  secreción  de  cloruros  proporciona  al  jugo  gástrico  pequeñas 
cantidades  de  sal  común,  incluso  durante  las  concentraciones  máximas  de 
ácido,  teniendo  por  objeto  la  pequeña  cantidad  de  cloruros  segregada,  el 
favorecer  los  procesos  proteolíticos.  Por  el  contrario,  hacia  el  final  de  la 
digestión  gástrica  se  segregan  cantidades  más  abundantes  de  cloruro  de 
sodio,  que  al  mismo  tiempo  que  disminuyen  la  acidez  tienen  por  objeto 
amortiguar  el  proceso  de  proteolisis.  Finalmente,  la  regurgitación  duo- 
denal amortigua  por  su  parte  la  concentración  de  hidrogenioneS,  al  mismo 
tiempo  que  contribuye  a  la  terminación  de  las  desintegracioríés  pépsicas 
añadiendo  una  nueva  cantidad  de  cloruro  de  sodio. 

Los  autores  advierten  que  las  dos  funciones  parciales  de  las  células  se- 
cretoras del  estómago  no  deben  considerarse  desde  el  punto  de  vista  ex- 
clusivo de  la  función  gástrica,  ya  que  gracias  a  los  trabajos  de  Foldes  y 
Balint  se  sabe  que  una  hiperacidemia  aumenta  decididamente  la  acidez  del 
jugo  gástrico.  Actualmente  debe  suponerse  que  las  variaciones  en  la  reac- 
ción y  en  el  contenido  iónico  de  la  sangre  tienden  a  facilitar  o  a  impedir 
la  funcióii  acidógena  de  las  glándulas  gástricas.  Desde  este  punto  de  vista 
puede  admitirse  para  las  concentraciones  de  cloro  total  un  proceso  parecido. 
Es  preciso  no  perder  de  vista  que  la  secreción  gástrica,  que  a  veces  suprime 
del  organismo  el  20  por  100  del  cloro  total,  no  debe  considerarse  únicamente 
como  una  función  exclusiva  del  estómago,  ya  que  con  el  proceso  digestivo 
se  produce  una  movilización  de  cloro  que  afecta  hasta  las  últimas  células 
de  la  economía.  La  participación  del  organismo  total  se  produce  realmente  de 
un  modo  activo  y,  aun  cuando  no  siempre,  se  encuentra  con  frecuencia  una 
disminución  del  cloro  de  la  sangre  en  los  períodos  digestivos.  Es  incluso 
muy  frecuente  que  la  reacción  del  organismo  total  acarree  hacia  el  estómago, 
con  la  sangre,  una  cantidad  de  cloro  superior  a  la  que  necesitan  las  glán- 
dulas gástricas.  Qínicamente  se  observa  que  la  concentración  del  cloro  de 
las  glándulas  gástricas  es  influida  por  el  empobrecimiento  de  estos  aniones 
en  el  organismo,  y  lo  mismo  se  ha  observado  en  ciertos  casos  de  formación 
de  edema.  En  un  caso  de  uremia  eclámpsica  se  encontraba  en  él  estómago 
una  curva  de  cloro  muy  elevada.  Todas  estas  nociones  permiten  puntualizar 
la  relación  entre  las  reacciones  totales  del  organismo  y  las  alteraciones  lo- 
cales de  la  función  gástrica,  concepto  que  desde  el  punto  de  vista  clínico 
había  sido  establecido  ya  por  Bergmann  al  proponer  su  teoría  neurógena  de 
la  úlcera  gástrica. 


r 


-  Sta- 


ciiriMf  dfl  rtorp  cu  gmíroi — Loa  aiitore?  han  empkado,  iiatuialrneiits, 
todo  del  análisis  fraccionado,  utilizando  en  la  mayoría  de  !o!i"'caso5 
solución  excitante  una  bebida  de  pnieba  a  base  de  aicohbl.  La  de- 
de  loa  cloruros  ae  lia  lliivado  a  cabo  con  el  procedimiento  de 
VoLHAHo.  De  este  modj  .lian  sido  iiivestieados  175  casos,  de  los  chales,  ?S 
eran  de  aquilia. 

El  aípecÍLi  norma!  de  estas  curvas  es  aproximadamente  el  siguiente: 
Inmediatamentei  después  de  introducir  la  solución  alcohólica  (lescienden 
bruscamente  las  cifras  del  doro  total,  muy  elevadas  en  el  período  de  ayu- 
no. Después  de  este  descenso  va  ascendiendo  poco  a  poco  lo  mismo  la  curva 
del  color  Iota!  que  la  de  la  acidez,  Imsta  que  llej^a  un  momento  en  que  la 
culva  de  acidea  ha  alcanzado  su  punto  máximo  y  vuelve  a  descendí 
tras  Que  la  curva  de  cloro  total  sigue  ascendiendo,  hasta  dar  cifras  de  go  a 
130,  que  equivalen  a  0,323-0,460  por  lOO,  sin  oscilaciones  grandes  hasta  el  final 
de  la  exploración.  En  esta  curva  pueden  notarse  los  siguientes  hechos  carac- 
terísticos; En  primer  término,  el  gran  contenido  de  cloro  total  del  jugo 
en  ayunas,  y  después,  el  hecho  de  que  ¡lacia  el  fm  del  proceso  digestivo  la 
cantidad   de   cloro   lotal  vuelva   a  adquirir  cifras   semejantes   a   las   iniciales. 


leute,  ^^^1 


El  espacio 

la  cantidad  de  cloruros  fiji 


la  c 


i  del  cloro  y  la  de  acidez,  que  representa 
iza  hacia  el  6nal  de  la  exploración  la  dis~  j 


Aparte  de  este  tipo  normal  se  encuentran  distir 
enferipos  de  estómago,  y  de  este  modo  es  frecuente  ver  curvas  en  las  que 
el  cloro  total  desciende  hada  e!  final  de  la  secreción  después  de  haber 
caitiado  un  punto  njáxLmo,  y  en  estos  casos  la  gráfica  muestra,  en  vez  de 
un  arnplio  rellano,  una  pequeña  meseta  o  bien  lui  vértice  agudo.  En  otras 
ocasiones,  el  cloro  total  va  aumentando  ininterrumpidamente  o  por  esca- 
lones hasta  el  final  de  la  csperiencia,  alcanzando  en  este  momento  cifras 
máíK  elevadas  de  las  del  contenido  en  ayunas.  Y,  por  último,  se  observa 
tat^ibiéii  en  cierto  número  de  casos  que  los  cloruros  totales,  después  de  haber 
producido  en  la  curva  el  rellaiio  antes  mencionado  o  el  vértice  agudo,,  dan 
lugar  a  una  serie  de  descensos  y  ascensos  sucesivos,  de  un  modo  en  abso- 
luto indepoidienle.  de  la  curva  de  acidez.  Ninguno  de  estos  tipos  de  gráfic 
característico  de  ninguna  enfermedad  del  estómago,  y  solamente 
cer^S  duode4iales  puede  encontrarse  una  cierta  inestabilidad  de  la 
parecida  a  la  última  de  estas  variantes. 

Respecto  a  los  valores  máximos  alcanzados  por  las  curvas  de  los- 
ru^os,  se  ve  que  en  los  casos  normales,  las  cifras  medias  son  de  0,382  por 
ciL^la  úlcera  gástrica,,  de  0,4U  por  1001  en  la  úlcera  del  duodeno,  de  0,446 
por  1 0(1.  y  en  la  colecistitis,  de  0,372  por  100,  Asi,  pues,  las  cifras  más  altas 
se  enciientJ-an  en  la  úlcera  duodenal,  donde  también  el  nivel  de  acidez  al- 
canza, los  valores  más  altos.  A  pesar  de  todo,  las  grandes  oscilaciones  a-  que 
.  sometidas  estas  i:ifras  medias  ((uita  lodo  valor  diagnóstica  a  la« 
[  mi^as. 

^^s  mayores  cantidades  de  cloro  obtenidas  por  Katsch  y  Kalk  han  sido 
de.  0,7  por  100  en  un  caso  de  molestias  intestinales  indeterminadas,  á.^.0.6a^ 
>i  en  un  caso  de  neurosis  gástrica,  de  0,852  por  100  en  una  diseiiteria 


i 


-c!o-^^| 


•    —  513  — 

trahsctírñdá  y  de  0,568  y  0,653  por  100  en  dos  úlceras  duodenales.  Estas 
cifras  son,  por  lo  tanto,  decididamente  superiores  a  las  que  por  término 
tnedió  sé  admiten  para  el  cloro  del  suero  sanguíneo.  En  este  último  se  en- 
contraban, en  efecto,  cifras  de  0,52  a  0,75  Por  100,  obtenidas  en  diez  sujetos 

normales: 

Dé  las  relaciones  existentes  entre  la  forma  de  la  curva  del  cloro  total  y 
la  de  lá  acidez  hay  que  decir  que  se  comportan  de  un  modo  en  absoluto 
indepeniietite;  Por  regla  general,  la  curva  del  cloro  transcurre  de  un  modo 
más  uniforme  y  está  sometida  a  menos  oscilaciones  que  la  de  la  acidez  y 
sólo  en  tinos  cuantos  casos  se  observaba  uno  de  los  tipos  anómalos  de  curva 
antes  descritos,  en  el  que  las  oscilaciones  mostraban  un  cierto  paralelismo 
entre  la  curva  de  acidez  y  la  del  cloro.  La  falta  de  dependencia  entre  las 
dos  curvas  no  significa  sino  que  la  cifra  de  cloruros  fijos  del  estómago  no 
es,  ni  mucho  menos,  constante,  variando  de  igual  modo  la  relación  entre  el 
ácido  clorhídrico  y  los  cloruros  fijos.  Por  otra  parte,  comparando  el  curso 
de  las  curvas  de  los  cloruros  totales  y  de  la  acidez,  se  ve  que,  a  pesar  de 
todas  las  variaciones  de  los  cloruros  fijos  y  del  ácido,  el  cloro  total  per- 
manece constante. 

La  distancia  comprendida  entre  la  curva  de  acidez  y  la  del  cloro  total 
representa  la  cantidad  de  cloro  existente  en  forma  de  sales.  Para  ello  hay 
<iue  determinar  el  espacio  que  hay  entre  la  curva  obtenida  con  el  díntetila- 
midoazobepzol  para  el  ácido  clorhídrico  libre  y  la  curva  de  los  cloruros 
totales,  ya  que  la  primera  es  relativamente  independiente  de  la  cantidad  de 
albúminas  y  de  sales,  mientras  que  la  curva  de  la  fenolftaleína  para  la 
acidez  total  es  influida  considerablemente  por  el  contenido  albuminoso  y  sali- 
no  y  da,  por  lo  tanto,  imágenes  erróneas.  La  distancia  entre  acidez  y  cloro  to- 
tal que  representa  la  cifra  de  cloruros  neutros  muestra  ciertas  particularida- 
des a.  pesar  de  la  independencia  de  las  dos  curvas.  Se  encuentra,  en  efecto, 
que  esta  distancia  es  tanto  más  pequeña  cuanto  más  altas  son  las  cifras  de 
la  acidez,  y,  por  el  contrario,  aumenta  conforme  la  acidez  desciende.  Cla- 
sificando los  sujetos  explorados  por  los  autores  según  su  cifra  de  acidez, 
pueden  ai^rüparse  aquellos  que  muestran  una  acidez  total  inferior  a  30  como 
sujetos  subácidos  o  anaclorhídricos ;  aquellos  otros  en  los  que  la  acidez 
total  esta  comprendida  entre  30  y  70  son  individuos  de  acidez  normal,  mien- 
tras qué,  poi*  último,  los  hiperácidos  son  aquellos  en  quienes  la  acidez  total 
sube  por  encima  de  70.  Pues  bien;  calculando  en  estos  sujetos  la  distancia 
media  existente  entre  las  curvas  de  acidez  y  del  cloro,  se  encuentra  para  los 
primeros  una  cifra  media  de  titulación  equivalente  a  79,  para  los  de  acidez 
normal  un  valor  medio  de  70  y  para  los  hiperácidos  de  52.  Estas  observacio- 
nes confirman  la  idea  de  que  la  cifra  del  cloro  total  es  relativamente  cons- 
tante comparada  con  las  cifras  de  acidez. 

La  curva  del  cloro  en  la  aquilia. — En  estos  estados  muestra  esta  curvo 
ciertas  particularidades  dignas  de  estudio.  Las  curvas  de  los  aquílicos,  ex- 
cluyendo las  pertenecientes  al  carcinoma  y  a  la  anemia  perniciosa,  ponen  de 
manifiesto  la  existencia  de  dos  formas  de  aquilia  que,  naturalmente,  no  se 
sepaitan  en  clínica  sin  la  existencia  de  tipos  de  tránsito.  En  una  de  estas 
formasi   la  curva  del  cloro  da  valores  normales  o   aproximadamente  ñor- 


-  5'4  - 
1  acida.  Asi,  ; 


3  clase  de  aquilicos  hay 


I 


„,  faltando  la  —  . 

gran  distancia  entre  la  curva  de  acidez  y  la  del  cloro  total,  es  decir,  qne 
existe  en  estos  casos  una  gran  cantidad  de  cloruros  neutros.  En  la  SEgunda 
variedad  de  aquÜias,  la  curva  del  cloro  es,  en  camliio,  baja  y  representa,  por 
lo  tanto,  una  disminución  de  los  cloruros  neutros.  Es  interesante  comparar 
estas  dos  especies  de  aquilia  por  medio  de  otros  procedimientos  diagnésticos. 
como,  por  ejemplo,  por  medio  de  la  prueba  de  la  histamina,  que,  como  se 
sabe,  es  uno  de  los  excitadores  más  enérgicos  de  la  secreción  ckirhidrica 
del  estómago.  Con  este  método  ha  podido  observarse  que  la  respuesta  a  la 
histamina  no  presenta  ninguna  relación  con  el  nivel  de  altura  de  la  curva 
del  cloro  tota!  y  se  ve  cómo  estómagos  que  tienen  una  cifra  de  cloro  baja 
conservan,  en  cambio,  la  capacidad  de  producir,  bajo  la  acción  de  la 
histamina,  cifras  de  ácido  y  de  cloro  aproximadamente  normales.  Por  otra 
parte,  existen  también  casos  que  no  responden  con  una  secreción  clorhí- 
drica a  ningún  excitante,  incluso  la  hislamina,  y  que,  en  cambio,  responden 
a  la  solución  alcohólica  de  prueba  con  ima  curva  de  cloro  práctieamenfe^ 
normal.  Son  estos  casos  aquellos  en  quienes  la  función  acidógena 
primido,  mientras  se  conserva  más  o  menos  integramente 
para  f-1  cloro  y  la  secreción  de  cloruros. 

No  hay  que  decir  que  en  las  aquilias  sólo  pueden  obtenerse  las  curví 
en  aquellos  jugos  que  se  encuentren  desprovistos  de  bilis  o  de  sangre  y 
frecuente  encontrar  casos  con  cifras  bajas  de  cloro  y  en  los  que  ima  inv 
ligación  con  sonda  doble  (una  en  el  estómago  y  otra  en  el  duodeno)  per- 
mite observar  cómo  el  reflujo  del  duodeno  eleva  la  curva  del  cloro  hastu 
niveles  normales.  En  cambio,  una  curva  de  oloro  normal  no  es  modificada 
apenLs  por  una  impurificación  ocasional  con  secreciones  duodenales.  En 
efecto,  normalmente,  las  cifras  del  cloro  en  la  secreción  duodenal  y  en  la 
secreción  gástrica  coinciden  aproximadamente.  Esto  se  explica  admitiendo 
qtie  en  condiciones  iísinlógicas  el  cloro  gastrógeno  determina  fundamental' 
Tiicnte   ia  cifra   de   clort-  en   el   duodeno. 

Según  Ebissnek,  en  el  contenido  gástrico  de  los  carcinomatosos  se  eip 
cuentran  cifras  altas  de  cloro  total  al  mismo  tiempo  que  desciende  consi- 
derablemente la  secreción.  Reissneu  admitía  incluso  un  aumento  de  los 
cloruros  en  el  contenido  gástrico  de  los  enfermos  de  carcinoma  y  suponía 
que  en  estos  casos  e!  estómago  segregaba  cantidades  normales  de  ácido  que 
después  eran  neutralizadas  por  las  secreciones  tumorales.  Este  autor  encontra- 
ba en  el  cáncer  cifras  de  cloro  tota!  incluso  superiores  a  las  de  loa  faiper- 
ácidos,  mientras  que  en  las  aquilias  benignas  faltaba  este  aumento  absoluta 
de  los  cloruros.  Las  conclusiones  de  Reissneb  no  han  sido  confirmadas  por 
GuunD  y  aparecen  modificadas  en  un  reciente  trabajo  de  Wiener.  I*í 
autores  insisten  en  este  pumo,  ya  que  puede  constituir  un  importante  signo 
diferencial  entre  las  aquilias  benignas  y  malignas  y  puede  adquirir  de  este 
modo  un  valor  considerable.  En  los  casos  de  anemia  perniciosa  explorados 
'  Kalk  se  encontraban  curvas  de  cloro  en  parte  i.ormales 


por  Katsc 


i 
I 


parte   disminuidas,    siendo 
ayunas.   En   los 


lotar    la    concentración   elevada    del    cloro   «O 
orna  se  ha  visto  que  la  cantidad  de  cloro  es, 


—  515  — 

en  la  mayoría  de  los  enfermos,  decididamente  baja,  mucho  más  que  en 'las 
aquilias  benignas  y  en  las  de  la  anemia  perniciosa. 

Comiparando,  pues,  las 'cifras  de  cloro  obtenidas  en  aquilias  de  naturaleza 
diversa,  se  observa  que  un  nivel  bajo  de  esta  curva  no  está  en  relación  con 
ninguna  forma  clínica  determinada  de  aquilia  gástrica.  Las  curvas  bajas  de 
cloro  se  encuentran  igualmente  en  las  lesiones  orgánicas  graves  de  la  mu- 
cosa gástrica  y  los  estados  avanzados  de  la  anemia  perniciosa,  pero  tam- 
bién es  propia  de  ciertas  aquilias  de  carácter  benigno,  y  Katsch  y  Kalk  no 
pueden  decidir  si  en  estos  casos  existen  alteraciones  orgánicas  intensas  de  la 
mucosa,  tales  como  una  atrofia  gastrítica.  En  un  caso  descrito  por  Kalk, 
de  causticación  por  el  ácido  clorhídrico  en  dos  tiempos,  el  enfermo  perma- 
neció completamente  aquílico  durante  cuatro  meses  y  medio,  coincidiendo  con 
la  máxima  intensidad  de  las  lesiones  gástricas.  En  esta  fase,  los  excitantes 
más  enérgicos  de  la   secreción,   incluso  la  histamina,  no  daban  lugar  a  la 
formación  de  ácidos  e  igualmente  se  encontraba  una  curva  de  cloro  baja. 
Al  cabo  de  cinco  meses  fué  restableciéndose  poco  a  poco  la  acidogénesis  y 
la  curva  del  cloro,  que  durante  el  período  aquílico  había  permanecido  en 
cifras  muy  bajas,  volvió  a  adquirir  el  nivel  normal.  Hay  que  deducir,  por  lo 
tanto,  que  una  curva  baja  para  el  cloro  no  demuestra  de  ninguna  manera 
una  lesión  definitiva  de  la  mucosa  gástrica.  Sin  embargo,  en  general,  puede 
decirse  que  las  formas  de  aquilia  acompañadas  de  cifras  bajas  de  cloro  total, 
representan  las  formas  más  graves  de  la  afección. 

Además  de  los  datos  antes  aportados  acerca  de  la  independencia  de  la 
secreción  del  cloro  y  del  ácido  clorhídrico,  habla  también  en  este  sentido  la 
opuesta  dirección  en  que  pueden  modificarse  ambas  curvas  por  procedimientos 
farmacológicos.  Si  en  un  enfermo  con  sonda  doble  (gástrica  y  duodenal), 
destinada  a  impedir  las  regurgitaciones,  se  administra  por  vía  intravenosa 
un  preparado  de  atropina,  puede  verse  en  cierto  número  de  casos  un  descenso 
de  la  cifra  del  ácido  al  mismo  tiempo  que  un  aumento  considerable  de  los 
cloruros  totales.  La  observación  antes  referida  de  intoxicación  por  el  ácido 
clorhídrico  confirma  también  estas  ideas,  puesto  que  la  primera  quemadura, 
que  fué  la  más  ligera,  sólo  fué  acompañada  de  una  supresión  del  ácido 
clorhídrico,  quedando  intacta  la  secreción  de  cloruros,  mientras  que  en  la 
segunda  causticación,  más  grave,  quedó  suprimida  desde  el  principio  lo  mis- 
mo la  secreción  de  ácido  clorhídrico  que  la  de  cloro.  Más  tarde,  la  iwimera 
en  restablecerse  fué  la  secreción  de  cloro  en  una  fase  en  que  la  secreción 
clorhídrica  era  todavía  sumamente  baja. 

Las  investigaciones  de  KAtsch  y  Kalk  incitan  al  estudio  de  nuevos  pro- 
blemas, y  en  este  sentido  hay  que  definir  si  la  secreción  de  cloruros  consti- 
tuye una  función  parcial  preparadora  de  la  formación  de  ácido  clorhídrico, 
o  es,  «1  cambio,  como  tienden  a  admitir  los  autores,  una  función  aislada  e 
independiente  de  la  acidógena.  Por  otra  parte,  es  preciso  investigar  cuál  de 
las  tres,  especies  celulares  de  la  mucosa  gástrica  es  1^  que  forma  los  clo- 
ruros. No  puede  decirse  hoy  día  si  la  sustancia  acidógena  albuminosa  y 
coagulable  que,  según  Zimmermann,  constituye  la  secreción  de  las  céhilas 
bordantes,  es  capaz  de  proporcionar  por  medio  de  una  activación  diversa  los 
cloniros  por  una  parte  y  el  ácido  clorhídrico  por  otra,  o  bien  s\  ^\  ^"cK^á^^e-Wi 


-St6- 


en  cuestión  no  es  capaz  de  proporcionar  niiigitn  cati' 
segregados   ai  cambio  por  las  células  accesorias.  No 


metálico  y 
sabe  tampoco  si  los 
tres  componentes  principales  del  jugo  gástrico  (acidógeno,  pepsinógeno  y 
cloruros)  corresponden  a  los  tres  componetite  morfológicos  de  las  glándulas 
gástricas  (células  bordantes,  células  principales  y  células  accesorias).  Por 
último,  los  autores  no  creen  llegado  todavía  el  raomeuto  de  aplicar  a  la 
práctica  corriente  la  titulación  del  cloro  total,  j-a  que  el  valor  diagnóstico  de 
estas  determinaciones  es  todavía  muy  escaso  y  para  la  determinación  del 
grado  de  gravedad  de  un  aquilico  existen  otros  porcedimientos  más  útiles 
y  especialmente  la  prueba  de  la  hisCamina.  Por  otra  parte,  la  técnica  de  la 
investigación  es  forzosamente  bastante  omiilicada  sí  se  quiere  evitai 
regurgitación,  duoden.il. 

R.   Fhau-e 


-La  enfermedad  de  Gaucher.  Pum  Midkal.  Al 


X'.'i, 


,  ici.;ü- 


I 


lad  de  docc^^^ 
vientre  cog^^| 
)ma  ni  ^"^^^^1 
aumento   Q^^^^| 


Eila    enfermedad,    descrita    primeramente   po: 
^ilclionia   primitivo   del   bazo,   es   una   afección 

preferentemente  en  la  mujer  y  de  ordinario  comienza  hacia  la  edad  de  doce 
años,  en  la  que  empieza  a  observarse  un  aumento  de  volumen  del 
alguna  que  otra  sensación  de  pesadez ;  pero  sin  ningún  otro  síntoma 
mía  concomitante.   Solamente  se  encuentra  en  este  periodo  un 

i  bazo.  La  espíen  uniera  lia  va  exagerándose  sin  produi 
funcional  alguno.  La  menstruaceión  se  establece  normalmente  o  quizá  se  re~ 
I  trasa  hasta  los  diez  y  ocho  o  veinte  años,  y  es  frecuente  que  las  muchachas 
[  afectas  de  esta  enfermedad  jeau  de  peqtieña  talla  y,  en  general,  muestren 
i  escaso  desarrollo.  Uno  de  ¡os  síntomas  más  frecuentes,  aun  cuando  no 
la  aparición  de  una  ligera  pigmentación  cutánea.  La  piel  apa- 
irillenta,  descolorida,  pero  !.¡ii  signo  alguna  de  ictericia.  A  veces  ad- 
quiere un  tinte  ocre  o  como  bronceado.  Esta  pigmentación  puede  ser  más 
>  menos  difusa  o  se  localiza  en  ciertas  zonas  y  especialmente  alrededor  de 
a  narií,  en  el  circulo  periorbitario,  en  las  axilas  y  en  los  pliegues  de  fle- 
tión.  pudiendo  existir  tambié:i  manchas  diseminadas  sin  simetría  alguna.  Las 
nucQsas  quedan  siempre  libres  de  la  pigmentación,  y  esta  última  se  anuncia, 
como  todas  las  demás  pigmentaciones,  por  la  presencia  de  placas  ligeramen- 
te eriteinatosas  que  describió  Erill  en  primer  término.  Así  pues,  durante 
casi  toda  la  evolución  de  la  enfermedad  son  los  síntomas  físicos  los  que  pre- 
dominan y  especialmente  el  volumen  del  bazo.  Este  puede  adquirir  tamaños 
considerables,  tanto  como  en  la  leucemia  mieloide,  llegando  a  exceder  del 
nivel  del  ombligo,  descendiendo  en  la  fosa  ilíaca  y  llenando  toda  la  mitad 
izquierda  del  abdomen.  La  espíe nomegalia,  por  lo  demás,  es  perfectamente 
regular  y  se  perciben  claramente  las  escotaduras  del  borde  anterior  del  ór- 
gano. La  superficie  del  baio  permanece  lisa,  indolora  y  de  consistencia  dura. 
Ea  asta  fase  la  cs^denomegaUa  es  el  único  síntoma.  El  hígado  es  normal,  no 


—  517  - 

hay  ganglios  periféricos  y  el  examen  de  sangre  es  negativo.  Brill  y  Man- 
DELBAUM  han  descrito  una  leucopenia  que  no  es  constante,  y  que  cuando  se 
presenta  es  muy  ligera,  siendo  en  absoluto  excepcionales  las  cifras  de  4.00Ó, 
3.000  y  1.500  leucocitos.  Estas  disminuciones  no  dan,  por  otra  parte,  ninguna 
fórmula  especial,  y  lo  mismo  pueden  ser  los  polinucleares  que  los  linfocitos 
los  que  predominan.  El  número  de  plaquetas,  la  resistencia  globular,  la  coagu- 
lación y  el  tiempo  de  sangría  no  sufren  tampoco  variación  alguna. 

Al  cabo  de  cierto  tiempo  se  añaden  otros  síntomas  que  complican  el  cua- 
dro clínico  y  es  especialmente  el  hígado  el  que  aumenta  de  tamaño.  La  he- 
patomegalia  se  ha  señalado  ocho  veces  de  cada  diez,  y  es  generalmente  tar- 
día (diez  años  después  de  la  aparición  de  la  esplenomegalia).  El  hígado  pue- 
de adquirir  un  gran  tamaño  y  llegar  al  ombligo  e  incluso  a  la  pelvis,  pero 
siempre  conserva  su  forma  regular,  aunque  adquiere  cierta  dureza.  Nunca 
se  ha  observado  ascitis. 

En  la  quinta  parte  de  los  casos  aparecen  adenopaíías  periféricas  y  pre- 
ferentemente axilares.  Lo5  ganglios  son  siempre  pequeños,  del  volumen  de 
un  guisante  o  de  una  habichuela  y  son  más  bien  blandos  que  duros.  Su  ha- 
llazgo es  sumamente  importante,  puesto  que  el  análisis  biópsico  de  los  mis- 
mos permite  hacer  el  diagnóstico  de  un  modo  definitivo. 

La  anemia,  que  al  principio  de  la  enfermedad  faltaba  o  era  muy  dudosa, 
llega  a  manifestarse  claramente,  aunque  sin  llegar  nunca  a  límites  extremos. 
Reviste  siempre  el  tipo  de  la  anemia  clorótica  con  valor  globular  disminuido, 
y  en  este  momento  puede  aparecer  también  la  leucopenia,  si  no  existía  ya  an- 
tes. Hay  que  advertir  que  las  células  de  Gaucher  nunca  se  hallan  en  la  san- 
gre. En  los  períodos  tardíos  de  la  enfermedad  hacen  su  aparición  las  hemo- 
rragias, que  siempre  son  poco  frecuentes,  poco  abundantes  y  nunca  condu- 
cen a  la  muerte.  En  estas  fases  el  examen  de  sangre  demuestra  la  existen- 
cia de  un  síndrome  hemófilo-hemogénico  atenuado  (signo  de  Duke  o  alar- 
gamiento del  tiempo  de  sangría,  irretractilidad  del  coágulo  y  gran  dismi- 
nución de  plaquetas). 

La  evolución  de  la  enfermedad  es  lenta  y  progresiva,  no  produce  gene- 
ralmente sufrimientos  al  paciente.  La  duración,  por  término  medio,  es  de 
quince  a  veinte  años,  y  la  muerte  no  es  casi  nunca  consecuencia  directa  de  la 
afección,  sino  que  se  produce  por  una  lesión  intercur rente,  tal  como  una 
bronconeumonía,  una  tuberculosis,  una  colecistitis  o  una  percarditis  hemo- 
rrágica.  Sólo  en  raras  ocasiones  se  produce  ima  caquexia  y  anemia  pro- 
gresivas. 

Entre  los  síntomas  especiales  se  han  descrito  dolores  óseos  indetermina- 
dos. A  veces  la  torsión  del  pedículo  esplénico  o  una  peritonitis  tuberculosa 
provoca  grandes  dolores  a  nivel  del  bazo,  que  Schittenhelm  ha  atribuido 
a  un  engrosamiento  capsular.  A  pesar  de  todo,  estos  dolores  son  muy  raros. 
Brill  y  Mandelbaum  han  concedido  cierta  importancia  a  vn  espesamien- 
to amarillento  uniforme  de  la  conjuntiva  que  avanza  desde  la  periferia  al 
centro,  apareciendo  primero  en  el  ángulo  nasal  y  luego  en  el  temporal. 

La  subictericia  intermitente  señalada  por  algunos  autores  es  muy  dudo- 
so que  sea  realmente  un  síntoma  de  la  enfermedad  de  Gaucher.  En  cambio 
la  hipercolesterinemia  parece  ser  un  fenómeno  constante. 


-Sí8- 


Es  de  notar  que  en  el  periodo  de  esUdo  de  la  enfermedad  las  inteccione»! 
intercurrentes  no  agravan  el  pronóstico  y  se  han  visto  enfermos  de  esta  cía- 
se  restablecerse  sin  conijilidiciones  de  una  fiebre  tifoidea  o  de  un  paludismo. 

Uno  de  los  caracteres  más  importantes  de  la  enfermedad  es  su  comien- 
zo en  la  infancia  o  eti  la  convalecencia,  aun  cuando  excepcionalmente  puede 
aparecer  en  la  edad  adulta.  Ahora  bien,  cuando  se  establece  el  comíemo  en 
la  primera  infancia,  la  caquexia  suele  ser  muy  rápida  y  el  oifto  sucumbe  rá- 
pidamente, pero  quizá  haya  que  considerar  estos  casos  conti  cspleii'.i- 
megalias  del  tipo  Niemann.  que  más  adelante  se  describirá. 

EX  tipo  familiar  de  la  afección  ha  sido  señalado  primeramente  por  Bo- 
VAIRS.  y  se  lia  visto  que  es  ,muy  inconstante,  pero  que  cuando  se  presenta 
posee  un  valor  diaguóstico  considerable.  En  una  misma  familia  se  ve  que 
ciertos  de  los  hijos  son  atacados  por  la  enfermedad  y  otros  permanecen  in- 
demnes. 

Diagiiósticn.—Loi  elementos  del  diagnóstico  se  deducen  de  la  etiología 
y  de  los  antee e<lenii-'s  {aparición  familiar,  prcdbmínio  del  sexo  femenino, 
comienzo  en  la  infancia  o  en  la  adolescencia),  de  los  caracteres  cJinicos  (es- 
plenomegalia  enorme,  asociada  o  no  a  hipertrofia  de  hígado  y  a  pequeñas 
adenopatias,  descolorimiento  cutáneo,  caracteres  normales  de  la  sangre,  sal- 
vo quizá  una  pequeña  leucopenia,  evolución  lenta  y  crónica).  La  prueba  de- 
ñnitiva  eii  estos  casos  la  proporciona  siempre  la  extirpación  de  un  ganglio 
linfático  y  su   investigación  histológica. 

El  diagnóstico  diferencial  de  estos  casos  es  difícil  la  mayoría  de  las  ve- 
ces, porque  no  se  piensa  en  la  enfermedad  y  sucede  incluso  que  el  tumor 
lio  se  atribuya  al  bazo.  Diagnosticada  la  espleiiomegalia,  el  examen  de  san- 
gre permitirá  eliminar  inmediatamente  las  leucemias  y  las  anemias  graves. 
Tampoco  podrá  pensarse  en  la  enfermedad  de  Hanot,  que  se  caracteriza  por 
su  ictericia  y  su  leucocitosis.  La  enfermedad  de  Banti  se  acompaña  también 
de  ictericia  y  con  frecuencia  de  ascitis  en  las  fases  avanzadas ;  el  hígado 
y  el  bazo  aparecen  menos  ¡lípertro fiados  que  en  la  enfermedad  de  Gauchet; 
no  existe  tampoco  lesión  conjuntival,  y  la  evolución  es  más  rápida.  Sin  em- 
bargo, al  principio,  la  diferenciación  clínica  es  sumamente  delicada.  La  en- 
fermedad de  HoiKKiK,  a  pesar  de  sus  ganglios,  de  su  leucocitosis  y  de  su 
pequeña  esplenomegalia.  es  a  veces  también  difícil  de  reconocer,  y  hay  qoe 
recordar  en  este  sentido  que  los  brotes  febriles  de  esta  afección  no  intervi) 
nen,  en  cambio,  en  la  enfermedad  de  Gaucher. 

Anatomía  patolápica.—E[   bazo   enorme   puede   llegar  a  pesar  hasta 

y  odw  kilos,  conservando  el  órgano  la  forma;  la  superficie  es  lisa  y  síi 

lladuras  y   la  consistencia,   uniforme  y   ligeramente  indurada;   la  cápsula  n 
está  engrosada  y  se  despega   fácilmente.  A!  corte  la  coloración  es  gris  roj 
za   con   ciertas   tonalidades,   más   o   menos   violáceas   o  achocolatadas.   El    =' 
pccto  de   la   superficie  es  bastante  característico,  el  parénqui; 
p.>c   tractus  blanquecinos,  que  se  entrecruzan  en  sentidos  diferentes,   fon 
do  una  pared  que   limita   pequeños   lobulillos.   Se  encuentra  el  bazo  a   \,_, 
veteado  como  el  mármol  y  salpicado  por  una  serie  de  pequeñas  manchas!, 
de  pequeñas  rayaduras,  Estas,  de  color  más  o  menos  gris  o  amarillento,  son 
la   manifestación  de  las  agrupaciones  celulares  características  de  la  lesión. 


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El    33- 

orm^^^l 


—  519  — 

Es  frecuente  también  que  se  perciban  en  el  bazo  infartos  hemorrágicos  o 
quistes,  variando  estos  últimos  desde  el  tamaño  de  una  lenteja  al  de  una  ca- 
beza de  feto.  La  superficie  de  los  mismos  es  lisa  y  el  contenido  pegajoso, 
abundante  en  hematíes  y  fuertemente  albuminoso.  Se  encuentran  también  al 
corte  enormes  dilataciones  venosas  y  espacios  llenos  de  fibrina.  En  las  lá- 
minas que  limitan  los  quistes  es  donde  se  encuentra  la  estructura  típica  de 
la  enfermedad  de  Gaucher. 

Bl  hígado  está  también  aumentado  de  tamaño  y  duro  con  indicios  de  peri- 
hepatiti»  antigua.  El  corte  es  amarillo  rosado,  y  lo  mismo  que  el  bazo  apa- 
rece sembrado  de  finas  trabéculas  blanco-grisáceas  dispuestas  en  forma  de 
red,  qae  limitan  pequeños  granos  parenquimatosos,  que  no  se  relacionan  para 
nada  con  los  lóbulos  hepáticos  normales. 

Log  ganglios  linfáticos  están  más  o  menos  aumentados  de  volumen;  pero 
aun  en  los  casos  que  en  clínica  parecen  desprovistos  de  infartos  gangliona- 
res,  la  autopsia  demuestra  la  hipertrofia  constante  de  los  del  hilio  esplénico 
y  hepático  y  también  generalmente  se  encuentran  adenopatías  mesentéricas 
y  retroperítoneales,  que,   sin  embargo,  nunca  alcanzan  gran  tamaño. 

La  medula  ósea  aparece  siempre  roja  y  blanda  y  como  en  «los  ganglios, 
se  observa  también  la  red  blanquecina  que  demuestra  la  existencia  de  célu- 
las ^e  Gaucher. 

E!  examen  histológico  del  bazo  sugiere  a  primera  vista  la  idea  de  un  epi- 
telioma  glandular.  El  parcnquima  se  encuentra  transformado  en  una  serie 
de  cavidades  o  alveolos  irregularmente  redondeados,  de  tamaño  desigual,  lle- 
no de  células  planas,  laminares,  angulosas,  con  núcleo  único  o  múltiple,  pro- 
toplasma  homogéneo,  más  o  menos  denso,  y  limitadas  por  un  tejido  conjun- 
tivo joven.  Algunas  de  estas  cavidades  alveolares  se  encuentran  rellenas  de 
hematíes,  y  los  folículos  de  Malpighio  están  sumamente  reducidos  en  nú- 
mero. Ahora  bien,  la  desaparición  casi  completa  de  estos  folículos,  que  cons- 
tituye una  noción  clásica,  es  en  realidad  un  fenómeno  erróneamente  inter- 
pretado. Los  autores  se  han  preocupado  de  comparar,  por  una  parte,  el  vo- 
lumen matemático  del  bazo  de  Gaucher  y  el  del  bazo  normal  y  han  visto 
que  en  una  superficie  equivalente,  el  número  de  folículos  encontrados  en  el 
bazo  nomial  y  en  el  de  Gaucher  es  idéntico.  Demuestra  esto  que  en  la  en- 
fermedad de  Gaucher  los  folículos  linfáticos  no  disminuyen  sensiblemente, 
y  que  se  encuentran  en  igual  número  que  en  el  bazo  normal.  El  proceso  pa- 
tológico no  afecta  para  nada  a  estos  elementos. 

Se  halla  también  en  el  bazo  de  estos  enfermos  ima  esclerosis  joven  de  la 
pulpa  esplénica  (el  tejido  no  toma  la  fuchina  de  van  Gieson),  que  reviste 
el  tipo  corriente  de  la  esclerosis  de  los  cordones  de  Billroth.  Eista  esclero- 
sis está  formada  por  células  fusiformes  y  trabéculas  conjuntivas  y  contiene 
más  o  menos  disminuidos  en  número  los  elementos  normales  del  parénquíma 
esplénko,  o  sea  linfocítos  y  mononucleares. 

Otro  carácter  típico  del  bazo  de  Gaucher  es  la  dilatación  enorme  de  los 
senos  venosos,  cuyo  endotelio  está  alterado  y  cuya  luz  está  llena  de  células 
especiales  y  de  los  elementos  normales  de  la  sangre.  Estas  son,  precisamen- 
te, las  zonas  llenas  de  grandes  células  blancas  que  macroscóiMcamente  apa- 
recen en  forma  de  puntos  claros  y  gelatinosos,  que  se  han  comparado  a  cor- 


I 


L 


—   S20  — 

púsctiloE  de  Malptghio  amiloides.  Sin  embargo,  ii( 
los  conglomerados  gelatinosos  representen  siempn 
dos,  ya  que  se  admite  también  que  ee  forman  en  ei  interior  mismo  de  los 
cordones  espíemeos.  Estos  conglomerados  son.  en  realidad,  nidos  formados 
por  células  de  Gaiicher,  y  representan  una  proliferación  especifica.ttue  se 
encuentra  del  mismo  modo  en  todos  los  órganos  provistos  de  tejjdo ,  retículi>| 
endotelial,  .   .>«   .;       .J 

En  los  cortes  de  hígado  se  ve  un  aumento  del  tejido  conjuntivo-íeriportí^ 
biliar,  en  cuyas  mallas  se  encuentran  células  del  mismo  tipo  que  las  d?  Gau- 
cher, También  los  capilares  pueden  estar  dilatados  y  rellenos  de  estas,  célu- 
las, que  Menetrieb  supone  que  representan  embolias  procedentes  del.  bazo, 
aun  cuando  Sera  lacen  HAtn'ER  y  Siegmumd  han  demostrado  su  producción  lo- 
cal. En  los  ganglios  linfáticos  se  vuelven  a  ver  las  mismas  células  Jipicas  en 
los  senos  linfáticos  y  entre  las  células  de  la  pulpa,  y  también  la  medula  ósea 
está  infiltrada  de  células  de  Gaucher. 

En  los  enfermos  caquécticos  se  observa  una  siderosis  generalii-.da,  3  lar 
que  algunos  han  atribuido  la  melanodennia.  Bbill  y  Mandelb^um  han  ea-^ 
contrado  granulos  pigmentados  en  los  músculos  del  intestino,  en  el  útero  yj 
en  los  miembros. 

El  (Carácter  típico  de  la  enfermedad  es  el  hallazgo  de  las  células  de  Gau- 
cher, que  parecen  llenar  las  oquedades  producidas  en  pleno  parénquima  sin 
producción  de  cápsulas  ni  de  limite  alguno,  dando  la  impresión  de  qne  nacen 
en  el  tejido  conjuntivo  que  las  alberga.  Estas  células  son  muy  voluminosas  y 
adquieren  un  tamaño  de  20  a  30  mieras.  Son  redondeadas,  piriformes  o  poli- 
gonales por  presión  reciproca.  El  núcleo  más  n  menos'  centra!  es  relativamen- 
te pequeño,  y  unas  veces  es  oscuro  y  otras  pálido  con  cromatina  aglomerada 
en  la  superficie.  Es  frecuente  encontrar  dos  o  más  núcleos,  en  cuyo  caso  el 
tamaño  de  la  célula  es  enorme,  y  a  primera  vista  se  presta  a  ser  confundida 
con  una  mieloplaxia.  Estas  células  grandes,  más  que  de  una  proliferación  nu- 
clear, parecen  resultar  de  la  fusión  de  varias  células,  representando,  por  lo 
tanto,  verdaderos  sincicioa. 

La  estructura  del  protoplasraa  es  más  complicada  de  lo  que  a  primera  vista 
parece.  En  fresco,  presenta  una  opacidad  uniforme  y  un  aspecto  homogéneo, 
que  le  da  cierta  scmejanra  con  nn  bloque  amiloide;  pero  si  después  de  fijar 
célula  se  colorea,  aparecen  los  detalles  y  la  célula  se  muestra  plegada, 
gada  o  finamente  surcada  por  estrías.  Con  técnicas  especiales  puede 
trarse  ima  gran  cantidad  de  fibrillas  que  según  la  incidencia  de  los 
presentan  un  aspecto  lineal  o  aparecen  en  forma  de  filas  de  puntos.  Surcan' 
siempre  el  protoplasma  una  serie  de  manojos  de  estas  fibrillas,  que  se  dispo- 
nen paralelamente  o  siguen  trayectos  onduiosos,  juntándose  y  separándose  por 
intervalos.  De  este  modo  se  ven  en  el  protoplasma  estructuras  semejantes  a 
una  tela  de  araña,  entre  cuyas  mallas  residen  los  islotes  protoplásmicos.  Es 
frecuente  que  alrededor  del  núcleo  las  fibriUas  en  cuestión  se  dispongan  en 
forma  de  círculos  concéntricos. 

Parece  a  primera  vista  que  la  célula  de  Gaucher  es  un  elemento 
aun  cuando  se  pueden  encontrar  esparcidos  por  el  protoplasma  plóbulos  ro'y 
fagocitados  o  una  cierta  cantidad  de  un  pigmento  ocre,  indicio  de  una  tjemí 


géneo, 
lemo^^H 


__     £OT     

IJsis  crónica.  .Sin  embargo,  los  trabajos  recientes  han  demostrado  en  el  interior 
de  las  vacuolas  celulares  una  sustancia  especial,  que  se  ha  designado  .con-  el 
nombre-  de  sustancia  de  Gaucher.  Respecto  a  su  composición,  la  idea  más  ge- 
neralizada «s  la  de  la  que  se  trata  de  un  lipoide  y  en  efecto,  en  las. fases 
iniciales  de.  la  enfermedad  puede  esta  sustancia  teñirse  fácilmente  con  el  su- 
dan o  cojj  el  azul  nilo;  pero  más  adelante  estas  reacciones  se  hacen  negativas^ 
,no  obstante  lo  cual  la  reacción  de  Giaccio  sigue  dando  resultados  positivos,  lo 
mismo  que  la  coloración  de  la  mielina  por  el  método  de  Weigert.  No  se  sabe 
aún  exactamente  si  este  lipoide  es  un  derivado  etéreo  de  los  ácidos  grasos  de 
la  colesterina,-  sustancia  que  Eppinger  ha  encontrado  aumentada  en  la  enfer- 
medad de  Gaucher,  o  si  no  se  trata  más  bien  de  lipoides  fosforados  análogos 
a  la  lecitina.  Existen,  sin  embargo,  otros  autores,  como  Epstein  y.  Risel,  que 
creen  ver  en  esta  sustancia  un  producto  de  deshecho  de  las  proteínas,  semejan- 
te a  la  sustancia  hialina  o  a  la  amiloidea,  ya  que  las  reacciones  colorantes  de 
los  aminoácidos  revelan  en  esta  sustancia  las  características  de  las  proteínas. 
En  media. de. todas  las  hipótesis  emitidas  tiende  a  prevalecer  la  idea  de  que 
la  sustancia:  de  Gaucher  es  un  complejo  comparable  al  que  existe  en  los  cen- 
tros nerviosos,  constituido  por  la  unión  de  grasas  y  lipoides,  la  mayoría,  de 
ellos  fosforados,  con  sustancias  proteicas  e  hidratos  de  carbono.  Un  hecho 
esencial  es  que  la  composición  química  de  esta  sustancia  está  muy  léjós  de  ser 
constante.'.    •.:  •  ••  • 

Naturaleza  de  las  células  de  Gaucher. — Es  indudable  que  estás  céhilás'  no 
son  más  que  macró fagos,  y  el  problema  reside  en  averiguar  si  estos  macró- 
fagos  están  dotados  de  las  propiedades  normales  a  esta  clase  de  corpúsculos. 
En  este  sentido  sería  quizá  interesante  tratar  un  enfermo  de  Gaucher  con 
inyecciones  de  electrargol  antes  de  realizarse  la  esplenectomía.  En  estas  condi- 
ciones podría  observarse  en  el  bazo  cómo  se  habían  acumulado  los  grafios  dé 
plata.  Admitiendo  que  las  células  de  Gaucher  sean  verdaderos  macróiagos, 
se  comprende  que  no  haya  podido  ser  demostrada  la  especificidad- de" 'la  sus- 
tancia incluida  en  la  célula,  puesto  que  no  hay  que  olvidar  que  el  triácróíkgo 
I)osee  una  actividad  fagocitaria  no  electiva  y  absorbe  indiferentemente  totíks 
las  sustancias  puestas  a  su  alcance.  Pero,  por  otra  parte,  los  macrófagos  no"  se 
limitan  a  almacenar  sustancias  extrañas,  sino  que  transforman,  asimilan  y 'des- 
echan los- productos  que  absorben,  excepto  cuando  se  trata  •  dé  sustahciásqiie 
no  encüfentríin  en  el  protoplasma  elementos  capaces  de  producir  la  transfor- 
mación (azul  trípano).  Ciertos  autores  admiten  que  éste  poder  de  élábófa'dóñ 
dé  estas 'células  está  trastornado  en  la  enfermedad  dé  Gaucher  y*  Epsíiein 
supone  (lue  ^^un  cuando  penetren  en  el  protoplasma  substancias  idénticas,  *lá 
célula  de  Gaucher  no  las  elabora  siempre  de  la  misma  mañera.  No  ¿aféce 
que  la' céhiíá' guarde  la  sustancia  de  Gaucher  a  modo  de  depositó  inferte'  qiie 
llegué  pbco'  á  poco  a  comprometer  las  funciones  normales  de  éstos  démehtbs, 
y  ello  porque' estas  células  son  aún  capaces  de  retener  el  pigmento 'ocre.  Ad- 
mitiendo, itoi*  el  contrario,  que  estas  células  transforman  las  sustancias  qué 
almacenan;  jodría  explicarse  la  variabilidad  en  la  comiposición  dé  Id  súsfancia 
almac^tíaddV  P^ro  en  este  caso  habría  que  encontrar  signos  de  la*  actividad 
de"  e^táS'eiiórmes  masas  celulares,  bien  en  forma  de  un  trastorno  ttve.l^\i^V\5X^ 


a  de  una  modificación  de  la  sangre,  y  hasta  ahora  do  se  ha  da<lo  con  niagún 
hecho  QiK  confirme  esta  opinión. 

Otro, de  los  problemas  a  resolver  es  el  del  origen  de  la  célula  de  Gaucher. 
Se  admite  genera  I  men  le  que  puede  proceder  de  toda.s  aquellas  células  eiidote< 
lialcs  capaces  de  ser  bloqueadas  i>Dr  sustancias  extrañas,  cuando  se  inyectan 
saluciones  coloidales  de  cuerpos  fácilmente  demostrables  desde  el  punto  de 
vista. histoquímico.  Bajo  la  denominación  de  células  endotelioides  rt^ben  pom- 
preuders« :  los  endotelios  vasculares  (células  adventicias  o  periadventicias 
de  MAKCHAtjo),  los  corpúsculos  emigrantes  del  tejido  conjuntivo  (éstos  y 
los  anteriores  representan  los  clasmatocitos  de  Ranvier)  y  los  elementos  jó- 
vents  Ajos  del  tejido  conjuntivo  y  especialmente  los  del  bazo,  que  son  los 
histiocitos  del  tejido  reticuloendotelíal.  A  pesar  de  la  opinión  de  cierto  nú- 
mero de  autores,  no  es  posible  aceptar  una  participación  directa  de  todos 
estos  elementos,  y  entre  ellos  del  endolelio  de  ciertos  capilares  que  está 
coustituido  por  células  altamente  diferenciadas  (senos  venosos  del  bazo). 
Pero  estudiando  las  funciones  esplénicas,  uno  de  los  autores  ha  distinguido 
entre  las  células  endotclioconjuntivas  diferenciadas  itras  que  ha  denomi- 
nado giumacitos,  que  estando  desprovistos  de  zona  limitante,  se  encuentran 
esjtecialmente  adaptados  a  las  funciones  fagocitarías.  Parecen  ser  estos  gim- 
nocitos  los  elementos  que  al  ser  solicitados  por  una  substancia  extraña,  se 
convierten,  al  principio  exclusivamente  y  luego  de  un  modo  predominante, 
en  macrófagos. 

En  suma,  para  resolver  la  cuestión  del  origen  de  las  células  de  GaüCheí 
es  preciso  emprender  nuevas  investigaciones,  y  actualmente  y  de  un  modo 
proviiional  puede  admitirse  que,  al  menos  durante  cierto  tiempo,  es  el  tejido 
retículoendolelial  el  único  que  las  engendra,  aun  cuando  después  de  fsta 
fase  gimnocítica  el  proceso  puede  extenderse,  produciendo  la  transforma* 
cióii  macrofágica  especial  en  los  endotelios  capilares  del  hígado  y  los  ór- 
ganos  linfáticos. 

Palogenia, — La  enfermedad   puede  considei arse,  en   suma,  como  uria  le- 

sióo   sistematizada  del  aparato  rctícutoendotelíal  de  los  órganos  Unfopayé- 

.   En   la  época  en  que  fué  descrita  por  primera  vez  fué  catalogada  e 


embargo, 

y  de 


irc    los 

falta  de  malignidad 

pica  de  las  iieoplasr 

Ubnst&ieb  caliñca  la  enfermedad  con 

Iietiutl4>i>y ético,  que   seria   realmente  un 

plagias  RÍmifles   y   las   neoplasias   propias 

dera  la  enfermedad  de  Gaucher  como 


I 


clasificación  es  inadecuada,  dada  la 
s  y  la  anarquía  celular,  tan  ti< 
n  la  enfermedad  de  Gauchel 
ia  endoteliomalosis  dd  aparato 
rma  intermedia  entre  las  hiper- 
!  dichas.  Actualmente  se  consi- 
afección  generalizada  del  siste- 
ma rcticuloendotelial  que  se  caracteriza  por  una  enorme  hiperpUsia  gimno- 
cítica cuyp  centro  patológico  reside  a  nivel  del  bazo.  Ahora  bien,  para  ex- 
I^icar  esta  transformación  se  han  propuesto  fundamentalmente  das  teorías. 
La  leoria  secundaria  supone  que  el  proceso  primitivo  es  un  trastorno  del 
metabolismo  general  que  da  lugar  a  que  circulen  por  la  sangre  substancias 
extrañas  que  se  acumulan  en  los  elementos  dotados  de  propiedades  fago- 
citarías,  venciendo  sus  reacciones  defensivas.  De  este  modo  la  eoferme- 
dad  de  Gaucher  no  sería  más  que  una  experiencia  de  bloqueo  realizada  d^ 


—  523  — 

tm  modo  natural.  La  sobrecarga  experimental  de  los  elementos  que  inter- 
vienen puede  obtenerse  en  los  animales  por  medio  de  una  sobrealimenta- 
ción, de  las  inyecciones  de  colesterina,  de  mezclas  albúminolipoideas  o  de 
colorantes  vitales;  pero  nunca  queda  bloqueada  la  célula  de  Gaucher,  sino 
que  su  actividad  se  excita  lo  suficiente  para  acaparar  toda  la  substancia 
extraña  que  hasta  ella  llega.  Esta  teoría  está  basada  en  la  colesterinemia 
observada  en  estos  enfermos  y  explica  la  variabilidad  en  la  composición  de 
los  cuerpos  almacenados  por  la  célula  específica.  A  pesar  de  los  datos  que 
parecen  apoyarla,  esta  teoría  es  susceptible  de  grandes  objeciones.  El  pri- 
mer asunto  que  se  pflantea  es  el  de  saber  cuál  es  esta  substancia  hipotética 
que  estimula  las  células  de  Gaucher,  y  además  hace  falta  saber  por  qué 
estas  céhilas  no  transforman  las  substancias  que  absorben,  ya  que  ni  en  la 
orina  ni  en  la  sangre  se  han  encontrado  productos  capaces  de  ser  referidos 
a  la  actividad  de  estos  elementos.  Por  otra  parte,  no  se  concibe  bien  una 

macrofagia  tan  electiva,  ni  se  explica  cómo  los  epitelios  glandulares  excre- 
tores no  se  cargan  del  mismo  modo  por  la  substancia  de  Gaucher,  como 
sucede  cuando  se  inyecta  a  los  animales  hierro  o  g^'^sas.  Tampoco  se  com- 
prende, por  último,  cómo  los  cuerpos  intransformables  no  bloquean  todo  el 
sistema  de  los  macrófagos.  Oberling  supone  que  la  hipercolesterinemia  es 
el  factor  primitivo  de  la  enfermedad,  y  en  este  sentido  el  cur^o  que  se- 
guiría la  afección  sería  el  siguiente:  aumento  de  colesterina,  hiperproduc- 
ción  de  kcitina,  absorción  de  esta  última  por  los  macrófagos,  multiplica- 
ción de  éstos,  que,  estando  solicitados  continuamente,  no  llegarían  nunca 
a  ser  bastante  numerosos  para  descargar  el  organismo  de  lipoides  y  ter- 
minarían por  inundar  los  órganos  retículoendoteliales. 

Según  la  teoría  primitiva,  la  enfermedad  sería  una  lesión  primaria  del 
sistema  retículoendotelial,  siendo  a  causa  de  un  trastorno  de  las  células  de 
este  sistema  por  lo  que  éstas  se  hipertrofian  y  modifican  sus  actividades 
normales.  De  este  modo  la  aparición  de  la  substancia  de  Gaucher,  la  hi- 
percolesterinemia y  lo5  trastornos  del  metabolismo  no  serían  más  que  una 
consecuencia  de  estas  actividades  anormales.  Puesto  que  es  el  bazo  el  órga- 
no primera  y  más  intensamente  afectado,  la  hiperesplenia  producida  expli- 
ca la  colesterinemia,  admitiendo  con  Abelous  el  origen  ésplénico  de  esta 
substancia,  y  da  cuenta  también  de  los  resultados  favorables  de  la  esple- 
nectomía. 

Por  último,  hay  que  admitir  la  posibilidad  de  que  la  enfermedad  de 
G-^UCHER  se  deba  a  una  toxina  endógena  o  a  un  fermento  ésplénico. 

Los  autores  discuten  a  continuación  la  posibilidad  de  que  la  enferme- 
dad de  Gaucher  sea  una  afección  constitucional  o  adquirida.  La  existencia 
de  una  anomalía  constitucional  en  estos  enfermos  no  explica  nada.  En  es- 
tos casos  los  antecedentes  no  permiten  descubrir  ningún  dato  de  sífilis  ni 
enfermedad  hereditaria  alguna,  y  si  se  supone  un  trastorno  primitivo  del 
metabolismo,  es  preciso  observar  si  se  trata  del  dominio  o  de  la  falta  de 
un  carácter  de  tipo  mendeliano.  Cierto  número  de  autores  ha  tratado  de 
descubrir  en  esta  enfermedad  la  intervención  de  agentes  patógenos,  y  en 
este  sentido  se  ha  visto  que  la  tuberculosis  es  muy  frecuente  en  estos  en- 
fermos,  pero  solamente  a  modo  de  afección  terminal.  Por  otra  parte,  no 


r 


—  Sa4  — 


se  ha  encontrado  ningún  protozoario,  y  las  experiencias  de  inocoladói 
siembra  de  los  bazos  obtenidos  en  las  intervenciones  quirúrgi 
constantemente  negativas.  Los  modernos  trabajos  de  Carrel  acerca  de  los 
Cultivos  intramacrofágicos  de  los  virus  sumamente  pequeños  causantes  de 
las  neoplasias  del  tejido  conjimlivo,  sugieren  la  idea  de  que  uno  de  estos 
agentes  patógenos  invisibles  puede  instalarse  en  el  sistema  reticuloendo- 
tclial  j  provocar  la  proliferación  que  caracteriza  la  enfermedad  de  Gaucher. 

El  pronóstico  de  la  enfermedad  es  fatal,  pero  en  muy  largo  plazo,  ex- 
cepta en'  tos   niños  de  pecho. 

El  tratamiento  sintomático  no  ha  dado  resultados,  y  ni  el  arsénico  ni  la 
radioterapia  consiguen  más  que  detener  momentánea  me  ule  la  evolución.  El 
único  tr3ta.miento  aconsejable  es  la  espíen ectoin ¡a,  aun  cuando  es  una  in- 
tervención a  primera  vista  paradójica,  dada  la  difusión  del  proceso.  La  ope- 
ración atenúa'  casi  siempre  los  sintomas  funcionales ;  la  anemia,  si  existía, 
desaparece  progresivamente,  y  Harviee  y  Lebée  han  visto  cómo  después 
de  la  extirpación  del  bazo  se  producía  una  poliglobuüa  y  una  leucocitosis 
con  polinuoleosís  neutrólila.  Tardíamente  se  vio  en  este  caso  despu'és  de  la 
operación  una  «osioofilia  ligera  y  una  cierta  liníocitosis.  Las  hemorragias 
suelen  desaparecer  inmediatamente,  y  la  pigmentación  de  la  piel  disminuye 
y  llega  también  a  disiparse.  El  hígado,  en  cambio,  no  se  achica  nunca  e 
inciiiso  puede  seguir  aumentando  de  tamaño.  El  estado  general  de  los  en- 
fermos se  conserva  excelentemente. 

La  eíptetwnifgalia  di  células  Upoideas  lipa  Niemann-Pick. — Esta  en- 
fermedad ha  sido  aislada  recientemente  por  Pick,  fundándose  en  cinco 
observaciones  que  habían  sido  referidas  a  !a  enfermedad  de  Gaucher.  Los 
caracteres  clínicos  son  muy  semejantes  a  los  de  esta  última  enfermedad 
cuando  radica  en  niños  muy  pequeños.  En  efecto,  la  esplenomegalia  del  tipo 
NiehaHn-Pics  ocurre  exclusivamente  en  las  primeras  edades  de  la  vida,  y 
ios  pequeños  enfermos  mueren  generalmente  entre  el  noveno  y  décimooctavo 
mes.  Desde  e!  principio  salta  a  la  vista  el  aumento  de  volumen  del  vien- 
tre, que  crece  ,de  nn  modo  continuo.  Las  hipertrofias  del  bazo  y  del  hígado 
pueden  ser  enormes.  Aparece  una  ascitis  ligera  y  síntomas  de  éxtasis  (ede- 
ma de  los  pies,  de  los  párpados,  edema  pasivo  del  pulmón' 
serva  sus  caracteres  normales.  La  piel  se  tiñe  en  las  regiones  expuestaSj 
la  luz  y  los  ganglios  linfáticos  se  hipertrofian  moderadamente.  En  la 
gre  se  encuentra  una  linfocitosis  relativa  y  la  enfermedad  va  progre: 
hasta   el   período   de   caquexia   con   muerte   del   enfermo. 

En  la  autopsia  se  encuentra  un  bazo  enorme  y  duro,  que  al  corte 
tra  un  aspecto  jaspeado  o  abigarrado,  sembrado,  sin  sistematización  alguna, 
de  tonalidades  de  color  variable  entre  el  rojo  y  el  amarillo  grisáceo.  El 
hi'sado  se  encuentra  también  muy  hipertrofiado  y  al  corte  es  amarillento, 
semejante  a  un  hígado  graso.  Los  ganglios  linfáticos  externos  pueden  es- 
tar considerablemente  tumefactos,  pero  la  hipertrofia  es  especialmente  in- 
tensa en  los  ganglios  abdominales,  que  forman  gruesos  paquetes  alrededor 
del  páncreas  y  en  el  hílio  del  hígado  y  bazo.  Su  consistencia  es  variable  y 
su  color  gris  anvirüleito,  de  aspecto  graso.  Del  higado  y  de  bs  ganglios, 
así    como    de   las    partes    amarillentas    del    bazo,   rezuma   al   corte  *ün   jugo 


iestas_^^^ 
la  9^M 


—  525  — 

viscoso  amarillento  caya  consistencia  se  ha  comparado  a  la  de  la  leche  cón- 
densada.  La  medula  ósea  se  encuentra  hiperplasiada,  y  las  suprarrenales, 
aumentadas  de  tamaño. 

En  el  examen  microscópico  se  encuentran  intensas  modificaciones  en  el 
bazo,  hígado,  ganglios,  timo,  suprarrenales  y  hasta  en  aquellos  otros  órga- 
nos que  a  simple  vista  parecen  normales.  La  lesión  típica  está  constituida 
por  la  presencia  de  grandes  células  pálidas,  infiltradas  de  grasas  neutras  o 
más  verosímilmente  de  lipoides.  En  preparaciones  sin  teñir,  el  protoplasma 
aparece  transparente,  semejante  a  la  cera;  pero  después  de  la  inclusión 
muestra  sus  caracteres  acidófilos  y  su  aspecto  excavado  por  vacuolas  que 
corresponden  a  gotas  homogéneas  que  han  desaparecido  y  dan  al  protoplas- 
ma un  aspecto  espumoso.  Pueden  encontrarse  también  en  estos  elementos 
jórranos  de  pigmento  ocre  y  glóbulos  rojos  fagocitados:.  Las  células  en  cues- 
tión son  redondas,  ovales,  poliédricas  o  irregulares,  y  el  núcleo  es  i)eque- 
ño,  redondo,  único  o  doble  y  rara  vez  triple.  Estas  células  se  disponen  en 
el  bazo  a  nivel  de  los  cordones  de  Billroth,  donde  forman  grandes  masas, 
y  se  las  puede  ver  también  en  las  mallas  del  retículo  y  en  más  pequeño  nú- 
mero en  los  corpúsculos  de  Malpighio.  Se  han  encontrado  también  dentro 
de  la  luz  de  las  arterias.  En  el  hígado  estas  células  forman  conglomerados 
que  hacen  desaparecer  el  tejido  hepático.  Por  lo  demás,  el  examen  histo- 
lógico muestra  la  presencia  de  estos  corpúsculos  en  las  suprarrenales,  en 
los  ríñones,  en  los  elementos  Hnfoides  del  tubo  digestivo,  en  el  páncreas,  etc. 

Respecto  a  esta  enfermedad,  hay  que  insistir  en  que  la  substancia  rete- 
nida es  siempre  idéntica  y  se  trata  de  un  lipoide  que  parece  contener  fós- 
foro, constituyendo  un  fosfátide  o  una  lecitina.  La  producción  de  estas 
células  sobrecargadas  se  encuentra  en  esta  enfermedad  menos  estrictamente 
localizada  que  en  la  enfermedad  de  Gaucher,  y  las  que  residen  en  el  bazo 
pueden  proceder  de  Jas  células  del  retículo,  de  las  de  la  pulpa  esplénica  y 
también  de  las  células  endoteliales  de  los  senos  venosos.  Las  del  hígado 
proceden  en  i»rte  de  las  células  de  Kupfer,  y  en  parte  de  las  células  he- 
páticas mismas,  y  en  los  ganglios  pueden  produtirlas  las  células  del  retíailo, 
las  células  endoteliales  de  los  vasos  sanguíneos  y  las  de  los  senos  venosos. 
Se  ha  encontrado  también  el  lipoide  descrito  en  otros  tejidos,  tales  cofno 
el  músculo  cardíaco. 

Según  PiCK,  el  fenómeno  primitivo  en  esta  enfermedad  sería  un  tras- 
torno del  metabolismo  de  las  substancias  grasas,  que  da  lugar  a  una  li- 
poidemia  que  se  ha  comparado  a  la  de  la  diabetes.  Este  exceso  de  lipoides 
hemáticos  da  lugar  a  una  sobrecarga  de  todos  los  elementos  capaces  de 
actuar  como  macrófagos,  infiltrando  igualmente  los  epitelios  secretores,  como 
los  del  hígado.  Sucede  en  estos  casos  como  si  se  inyectase  continuamente 
al  enfermo  un  lipoide  que  por  su  naturaleza  y  por  su  cantidad  ex^cesiva 
resultase  inasimilable,  de  tal  manera,  que  la  enfermedad  de  Niemann-Pick 
reproduce  clínicamente  los  caracteres  anatómicos  de  las  inyecciones  experi- 
mentales de  coloides,  a  saber:  sobrecarga  del  tejido  retículoendotelial  con 
sobrecarga  secundaria  de  los  parénquimas  excretores  y  caquexia  por  lan- 
guidedmiento  funcional.  La  esplenomegalia  de  células  lipoides  se  ha  com* 
parado  a  la  lipemia  diabética  que  da  también  lugar  a  una  xantomatosis. 


.W6  - 


I^  enfermedad  puede  dístioguírae  de  la  de  Gaucher,  cuyas  células 
cíales  tienen  un  lugar  de  origen  más  localizado,  cuya  distribución  és  mis 
limitada  y  cuya  substancia  especial  no  posee  una  composición  constante,  res- 
petando en  todo  caso  los  parénqiiimas.  En  este  sentido  la  enfermedad  de 
Gauche»  seria  una  lesión  sistematizada  primitivamente  celular,  mientras  que 
la  enfermedad  de  NrEMANN-PiCK  no  seria  sino  una  reacción  banal  conse- 
cutiva a  la  presencia  en  la  sangre  de  tina  substancia  extraña  en  cantidad 
excesiva.  Solamente  la  observación  de  casos  ulteriores  es  capaz  de  decir  sí 
la   separación  de   estos  tipos  de  esplenomegalia  está  realmente  justificada.  J 

R.  Ftt*it&  I 


Herxheimer  y  Hasselmann.— Aoeroa  <Je   la  aparloión   da  Abras  •■- 


1 


iHXHEiMER  y  Hasselmann.— Aoeroa  <Je   la  aparición   da  Abras  •■- 
peoIaloB  en  el  esputo  vlaooso.iC/m.   JVock,  año  V,  número  17,  1926. 


Los  autores  llaman  la  atención  acerca  de  una  serie  de  individuos  que. 
sin  estar  especialmente  acatarrados,  carraspean  frecuentemente  durante  el 
(lia  y  especiadmente  por  las  mañanas,  arrojando  cada  vez  lui  pequeño  es- 
¡jTito  viscoso,  vitreo,  claro  y  muy  pegajoso.  La  mayoría  de  las  veces  se 
trata  de  fumadores,  oradores,  sujetos  que  la  víspera  han  abusado  del  al- 
cohol o  que  permanecen  l^rgo  tiempo  en  atmósferas  viciadas,  y  también 
se  encuentra  el  fenómeno  en  los  asmáticos,  en  Jos  sujetos  que  padecen  alec- 
ciones crónicas  profesionales,  en  la  coqueluche  y  en  las  bronquitis  crfiniLau 
de  los  viejos.  Pero  aparte  de  estos  casos,  existen  una  serle  de  individuos 
que.  sin  padecer  estas  afecciones,  muestran  igualmente  e!  mismo  síntoma 
a  partir  de  edades  muy  precoces.  Estos  sujetos,  por  lo  demás,  sólo  presen- 
tan una  secreción  nasal  muy  escasa. 

El  esputo  en  cuestión,  que  evidentemente  procede  de  la  laringe,  ha  sido, 
en  realidad,  poco  investigado  y  únicamente  Hoesslin  advierte  que  la  vií- 
i-osidad  del  esputo  se  debe  a  la  presencia  de  mucina,  mientras  que 
otros  autores  la  suponen  debida  a  ciertos  nucí  eoprotei  dos.  Los  au- 
tores, por  su  parle,  tampoco  han  realizado  el  análisis  químico  de  esto^; 
esputos,  ya  que  es  difícil  obtener  una  cantidad  suficiente  de  ellos  en  esta- 
do fresco  con  el  fin  de  poder  determinar  la  glucosamina  y  e!  ácido  fosló- 
rico  sin  miedo  a  las  fermentaciones  microbianas.  Ahora  bien,  desde  el 
pmito  de  vista  histológico,  se  encuentra  en  estos  esputos  un  número  mayor 
(.  menor  de  fibras,  para  cuya  demostración  debe  utilizarse  preferentemente 
la  coloración  de  Giemsa,  con  diferenciación  ulterior  por  medio  de  «na  so- 
lución acuosa  de  taníno  al  0,5  por  100,  o  bien  se  empleará  también  con 
éxito  la  coloración  con  el  violeta  de  cresilo  y  diferenciación  ulterior  al 
alcohol-xilol.  Por  estos  precedtmientos  las  fibras  en  cuestión  aparecen  te- 
füdag  en  rojo-violeta,  en  parte  dispuestas  paralelamente,  en  parte  conglo- 
meradas o  formando  fascículos  entrecruzados,  ingurgitados  a  veces.  E! 
eapesor  de  estas  formaciones  íasciculares  es  por  lo  menos  de  1,4  y.  y  su 
longitud,  que  es  muy  variable,  puede  llegar  a  alcanzar  varias  décimas  de 


—  527  -- 

milímetro.  Gín  la  coloración  de  Weigert  para  la  fibrina,  pueden  también 
demostrarse  estas  fibras,  pero  aparecen  cpmo  cortadas  y,  a  veces,  disueltas 
al  estado  de  granulos  de  un  color  de  violeta  sucio  y  dispuestos  longitudi- 
iiitlmente.  En  cambio,  estas  formaciones  no  aparecen  con  el  método  de 
van  GiESON  y  también  desaparecen  las  fibras  tratando  previamente  el 
esputo  con  lejía  de  potasa  al  0,25  por  100.  Los  autores  han  encontrado  en 
los  esputos  estas  fibras  diez  y  seis  veces  en  un  material  de  enfermos  cons- 
tituido por  200  casos.  Por  lo  demás,  Herxheimer  y  Hasselmann  no  se 
expresan  acerca  de  la  naturaleza  de  éstos  elementos  del  esputo. 

R.   Fraile 


Ei'PiNGERy  KiscH  QT  ScHWAR^.  —  Invostlgaclones  experimentales 
aoeroa  de  la  Influencia  de  las  derivaciones  existentes  en-^ 
tre  los  sistemas  arterial  y  venoso  sobre  el  volumen  del  la** 
tido  del  corazón  y  el  tamaño  del  mismo.  KHn.  WocK  año  Y, 
aúmerc  18,  1926. 

En  varias  ocasiones  se  han  ocupado  los  autores  de  estudiar  la  influ- 
encia de  las  derivaciones  vasculares,  puestas  de  manifiesto  de  un  modo 
indudable  por  Grosser,  sobre  la  circulación  periférica  y  sobre  el  go- 
bierno y  trabajó  del  corazón.  La  entrada  en  acción  de  estas  derivaciones, 
representa  im  acortamiento  del  trayecto  a  recorrer  por  la  sangre  entre  el 
sistema  arterial  y  el  venoso,  con  supresión  del  terreno  capilar  de  la  región 
correspondiente  y  aceleración  considerable  del  acarreo  de  sangre  al  corazón. 

En  este  sentido  ha  sido  observado  por  los  autores  un  caso  sumamente 
ilustrativo  de  aneurisma  arterio-venoso  a  nivel  de  la  carótida  y  yugular 
derechas,  en  cuyo  caso  había  una  considerable  dilatación  cardíaca,  que 
después  de  la  intervención  quirúrgica,  desapareció  completamente.  Des- 
pués de  la  lesión  traumática  productora  del  aneurisma,  el  enfermo  apa- 
recía sumamente  disneico  y  presentaba  un  murmullo  violento  en  la  por- 
ción derecha  del  cuello.  El  pulso  en  la  radial  derecha  era  imperceptible 
y  se  había  hinchado  la  porción  derecha  de  la  cabeza  y  el  brazo  del  niismo 
I'rido,  en  el  cual  las  venas  pulsaban  de  im  modo  manifiesto.  Se  encontraban 
también  pulsaciones  en  el  territorio  comprendido  entre  la  clavícula  dere- 
cha y  la  oreja  correspondiente.  La  intervención  quirúrgica  demostró  la 
existencia  de  un  aneurisma  de  la  carótida  derecha  con  tm  trombo  en  la 
vena  subclavia  del  mismo  lado.  La  carótida  estaba  perforada  y  había  una 
comunicación  directa  con  la  yugular. 

Se  suturaron  los  dos  vasos  y  la  intervención  produjo  una  mejoría 
considerable  de  los  fenómenos  cardíacos  del  enfermo.  En  efecto,  al  cons- 
Itituirse  la  derivación  sanguínea  entre  la  carótida  y  la  yugular,  el  cora- 
zón había  aumentado  de  tamaño  y  recobró  el  primitivo  después  de  la  su- 
tura de  la  carótida  y  de  la  yugular.  En  vista  de  estos  hechos,  los  autores 
han   tratado   de   reproducir   en   el   animal    de   experimentación   los    mismos 


-538- 


iJ^^ 


Para  ello  liaii  utilizado  el  métodfi  de  ijletimosg rafia  catdi 
propuesto  por  RoiHBEKCEit,  que  permite  un  regiílru  continuo  del  volu- 
men del  latido  cardiaco  y  im  cálculo  directo  de  la  magnitud  absoluta  del 
riismo.  Eji  estas  condiciones  se  observaba  en  los  gatos  la  influencia  qut 
una  derivación  entre  la  aorta  abdominal  y  la  vena  cava  inferior,  tenia 
scbre  la  cantidad  de  sangre  expulsada  por  latido  cardiaco,  sobre  la  fre- 
cuencia del  corazón  y  sobre  la  presión  sanguínea.  Con  el  fin  de  evitar 
cuagulaciúnes  de  sangre,  se  inyectaba  a  los  animales  neohirudina  en  las 
venas.  Se  disponía  por  lo  demás  la  experiencia,  de  lal  modo,  que  por  me- 
dio de  una  pinza  pudiera  abrirse  y  cerrarse  la  derivación  aorto-cava.  Liis 
resultados  de  estas  experiencias,  fueron  todos  sumamente  uniformes  y  se 
Mi'ía,  en  primer  término,  un  descenso  de  la  presión  sanguínea,  que  alcan- 
zaba unos  40  mm.  Hg.,  mía  aceleración  de  los  latidos  cardiacos  y  un  au- 
niento  del  volumen  del  latido  del  corazón.  Tan  pronto  como  se  suprimía 
Iv  comunicación  entre  la  aorta  y  la  cava,  volvían  a  sus  cifras  normales, 
la  presión  sanguínea,  la  frecuencia  del  ritmo  y  el  volumen  del  latido.  Ya 
que  bajo  la  influencia  de  la  derivación  se  producía  un  aumento  del  volu- 
men del  latido  y  al  mismo  tiempo  un  aimiento  de  la  frecuencia  del  ritmo, 
aumentaba  naturalmente  el  volumen  del  latido  cardíaco  por  minuto,  que 
en   la  curva  reproducida  por   los  autores  era  de   137   c.  c. 

£1  descenso  de  presión  inmediato  a  la  producción  de  la  anastomosis, 
lepresentaba  simplemente  el  descenso  de  la  resistencia  periférica,  produ- 
cido por  ia  supresión  de  una  parte  del  territorio  arterio- venoso.  Hay  que 
fcacet  constar,  sin  embargo,  que  esta  disminución  de  !a 
g-aardaba  ninguna  relación  determinada  con  la  magnitud  del 
Vrimido,  pero,  en  cambio,  la  derivación  periférica  producía  una  considera- 
ble aceleración  de  la  corriente  sanguínea  hacia  el  corazón  derecho,  lo 
cual  daba  lugar,  a  su  vez,  a  un  aumento  en  el  acarreo  de  sangre  hacia 
el  corazón  izquierdo,  con  aumento,  por  lo  tanto,  de  la  cantidad  de  sangre 
expulsada  por  el  corazón  hacia  la  periferia  en  la  unidad  del  tiempo.  De 
\n  relación  entre  la  presión  sanguínea  y  el  volumen  del  latido  por  minuto, 
podía  deducirse  la  magnitud  del  trabajo  cardiaco  y  los  resultados  de  los 
autores  demostraban  claramente  que.  no  obstante  la  reducción  de  resis- 
tencias en  la  circulación  periférica,  aumentaba  durante  el  tiempo  de  per- 
i  de  la  derivación,  la  magnitud  absoluta  del  trabajo  cardíaco  a 
1  del  volumen  mayor  de  sangre  que  afluía  al  corazón,  y  esto, 
a  pesar  de  haberse  suprimido  una  parle  eonaiderable  de  las  resistencias  pe- 
riféricas. De  aquí,  que  cuando  ia  derivación  se  prolonga  suficientemente, 
íe  liega  a  producir  una  dilatación  cardiaca  que  podía  comprobarse  también 
en  las  experiencias  de  los  autores  y  en  la  radiografía  del 
ir. I    arterio-venoío   antes   mencinnado. 


J 


RoLLET  y  CoLRAT.— Zona  oftálmlco  y  hemlparesia  alterna.  Doma 
lesión:  Inflamación  del  ganglio  de  Qasser  y  reblandecimien- 
to   cerebral.    Archives   dPOpthalmologie.  Tomo   XLIII,   núm.    lo,   oc- 
tubre, 1906. 

Es  un  caso  reciente  observado  por  los  autores,  de  zona  oftálmico,  rá- 
pidamente seguido  de  parálisis  del  motor  ocular  común  y  después  de  hemi- 
peresia  alterna.  La  autopsia  ha  comprobado  lo  que  ya  se  sabia  del  origen 
del  zona  oftálmico  (lesión  del  ganglio  de  Gasser),  pero  en  lugar  de  en- 
contrar la  lesión  peduncular  que  los  autores  creían  hallar,  según  las  ideas 
de  Brisaud,  observaron  un  reblandecimiento  encefálico  que  explica  la 
hemiparesia  alterna. 

Observación. — ^R.  J.  Desde  el  23  de  diciembre  de  1925,  se  queja  de  vivo 
dolor  periorbitario  en  el  lado  izquierdo;  al  día  siguiente  aparece  la  erup- 
ción: zona  oftálmico  izquierdo,  clásico  y  de  mediana  intensidad.  Al  primer 
examen  el  enfermo  está  completamente  normal,  desde  el  punto  de  vista 
mental.  Anestesia  corneo-conjuntival  absoluta  y  úlcera  tronca  de  la  parte 
inferior  de  la  córnea;  iritis  parenquimatosa  pura.  Los  movimientos  del 
globo  izquierdo  normales;  ligera  ptosis  del  párpado  superior. 

Debido  a  la  persistencia  de  los  dolores,  el  enfermo  entra  en  la  clínica 
del  profesor  Rollet,  el  13  de  enero  de  1926.  Estado  general  muy  agra- 
vado; obnubilación  de  la  conciencia;  arritmia  total.  La  úlcera  de  córnea 
ha  aumentado.  Aparece  la  parálisis  del  motor  ocular  común  izquierdo, 
que  afecta  a  los  músculos  rectos,  interno,  superior  e  inferior;  la  ptosis  no 
ha  aumentado.  El  examen  neurológico,  demuestra  en  esta  fecha,  que  no 
hay  lesión  de  la  vía  piramidal  y  sensitiva:  no  hay  hemplegía,  ni  hemi* 
anestesia;  tampoco  hay  signos  clínicos  de  meningitis. 

£1  23  de  enero,,  blefarorraña  en  ojo  izquierdo.  El  mismo  día  punción 
hunbar.  'El  examen  citológico  del  1.  c.  r.  da  leucocitosis  intensa :  50  leu- 
cocitos por  mm.*,  90  por  100  de  linfocítos  y  10  por  100  polinucleares. 

El  14  de  febrero,  ictus  ligero.  Al  día  siguiente  hay  hemiparesia  dere- 
dia,  por  tanto,  alterna,  sin  alteraciones  sensitivas.  Se  le  observa  frecuen- 
temente, sin  observar  cambios  oculares  ni  neurológicos.  No  ha  habido  he- 
náanestesia.  Muerte  el  23  de  febrero  por  afección  pulmonar. 

Autopsia  el  24  de  febrero.  Broncopneumonia  basal,  bilateral  con  edema 
de  pulmón.  Al  abrir  la  duramadre  ,se  derrama  el  líquido  céfalo-raquídeo 
en  gran  cantidad.  La  superficie  extema  del  cerebro,  normal.  No  hay  le- 
siones aparentes  de  meninges.  Se  quita  el  ganglio  de  Gas  ser,  de  ambos 
lados,  que  a  su  aspecto  macroscópico  ^on  normales. 

Después  de  fijación  en  formol,  se  practican  cortes  de  Fleschig  en  el 
cerebro  y  se  corta  el  mesocéfalo.  No  hay  lesi^  en  cerebelo,  pedúnculos» 
protuberancia,  bulbo  y  parte  superior  de  la  medula.  Hemisferio  derecho 
sane.  £1  hemisferio  izquierdo  se  encuentra  un  foco  profundo  de  reblande- 
cimieRto,  a  nivel  del  núcleo  lenticular  y  de  la  cápsula  interna,  que  ejf^k». 
perfectamente  k  hemiparesia  derecha. 

Examen  histológico  del  ganglio  de  Gassbr  iiquierdo  <lado  4d  lona): 


intersticiales  manifiestas.  Los  capilares  notablemente 
(!i^  volumen  y  repletos  de  sanare.  Infiltración  linfocitaria  abundante,  íor- 
rnando  islotes  o  columnas,  linfocilos  de  tipo  adulto.  Alqunas  células  gan- 
Jionares  están  degeneradas,  vacuolizadas,  habiendo  perdido  su  núcleo. 
May,   pues,    lesiones    intersticiales    y    parenquimatosas 

El  tronco  del  nervio  oftálmico  es  asiento  de  infiltración  celular  muj 
marcada.  En  un  punto  liay  un  microabsceso ;  las  fibras  nerviosas  han  dt- 
íípareddo  y  en  su  lugar  liay  un  tejido  de  aspecto  liomogéno,  sembrado 
de  células  en  pycnosis  rodeado  de  elementos  i 

>  del   trlEénino,   al   nivel   de  su   emergencia   protuberancia!,   pre- 

.   lesiones   inflamatorias,   menos    acentuadas   que    el    ganglio    de    Gessek 

)  oftálmico.   No   existen  lesiones  de  las  raices  intraprotubcrancia- 

Tigénino  sensitivo.  El  núcleo  de  origen  del  m,  o.  c,  no  presenta  le- 

I  histológico. 


,   pues,  de  un  enítrmo  qur   iini),   en  primer   lugar, 
izquierdo,    complicado    rápidamente    de    parélisis    del    m.    o.    c.    del 
1  lado  y  cincuenta  y  dos  dias   después  del  comienzo  del   zona,   de  he- 
raiparesia   alterna.   Se   han   comprobado   las  lesiones   de!   ganglio   de   Gasser 
oftálbieo,   lesiones  indiscutibles,   después  de   la  descripción  pre- 


[¡(ERüNSPRUNC,    Head   y    Campbell,   han   comprobado    en   autopsias,  las 

«  espinales  en  los  casos  de  zonas  del  tronco. 

La.   descripción   de   las   lesiones    en   casos   de   zona   oftálmica,   hecha  por 

OscAB  Wyss  en   i8?i,   concuerda   exactamente  con   la   descripción   dada  por 

s  de  Sattier,  Thomas  y  Henyer  y  Sunde  son  también  igtiales. 
I^  concordancia  de  las   lesiones   del   ganglio   de  Gasser   es,   pues, 
rsta  en  todas  las  autopsias.  Además  se  puede  seguir  la  extensión  del  pro- 
I,  liasta  el  globo  ocular,  a  lo  largo  de  los  nervios  ciliares.  Esto  permite 
.   lesión    del   epitelio 
Ltención   uno   de 
¡6n   de   lesiones   infla- 
a  lo  largo   de   los 

de  origen  central. 

hemi paresia  alterna, 


—  531  — 

ijrteses;  en  el  segundo,  no  hay  precisión;  en  el  tercero,  transcurren  seis  afios 
desde  el  zona  a,  la  hemiparesia. 

La  hipótesis  de  Brissaud  no  está  comprobada  anatómicamente. 

En  el  caso  de  R.  y  C.  existen  dos  lesiones:  el  ganglio  de  Gasser,  indu- 
dablemente lesionado,  así  como  el  tronco  del  trigémino;  el  mesocéfalo  está 
sano;  ni  las  raíces  del  trigémino,  ni  los  núcleos  de  origen  del  m.  o.  c,  su- 
fren alteración;  pero  en  el  encéfalo  hay  una  lesión  que  explica  la  hemipa- 
resia alterna. 

No  debe  invocarse,  en  favor  del  origen  central  del  zona,  la  existencia  de 
parálisis  oculares.  Estas  parálisis  se  explican  por  la  transmisión  directa  del 
proceso  inflamatorio.  Se  ha  querido  explicar  la  propagación  por  las  anasto- 
mosis nerviosas  entre  el  trigémino  y  los  nervios  motores,  o  bien  entre  el 
oftálmico  y  esos  mismos  nervios;  pero  estas  anastomosis  no  son  constantes. 
Se  ha  dicho  que  la  propagación  podía  verificarse  por  la  pared  externa  del 
sti:o  cavernoso,  en  donde  están  muy  próximos  unos  nervios  a  otros.  Pero 
es  más  racional  admitir  el  papel  de  la  meningitis  concomitante,  cuya  reali- 
dad no  es  dudosa,  y  que  R.  y  C.  han  comprobado  en  su  enfermo  por  el  exa- 
rien  citológico  del  1.  c.  r. 

La  hipótesis  de  Brissaud  admitiendo  una  lesión  protuberancial  o  pe- 
fli:ncular  era  muy  seductora,  pues  esta  única  lesión  explicaba  todos  los  tras- 
tomos:  zona,  parálisis  ocular  y  hemiparesia  alterna,  Pero  la  cuestión  es 
más  compleja:  el  zona  oftálmico  revela  la  alteración  del  ganglio  de  Gasser; 
la  parálisis  ocular  es  producida  por  la  meningitis  concomitante,  y  la  hemi- 
paresia alterna  tiene  por  causa  el  reblandecimiento  subyacente;  estas  dos 
ultimas   son   lesiones  accidentales  y  simplemente  coincidentes. 

V.  Celada 


CooFEz  y  DAms  (Bruselas).-— Retinitis  exudativa  macular  senil  y 
retinitis  eliminada.  (Archives  ^Ophtalmologie.  Tomo  XLIII,  nú- 
mero 8,  agosto  1926.) 

Los  autores  demostraron  en  1923  las  relaciones  que  existen  entre  la  re- 
tinitis macular  exudativa  y  la  circinada  (trabajo  también  referido  en  estos 
Archivos). 

Rayner  Batten  publica  varias  láminas,  en  las  que  muestra  alteraciones 
de  la  mácula  debidas  a  la  arterioéscletosis,  y  que  no  es  más  que  la  -cti- 
nitis  macular. 

Feingold  refiere  siete  casos,  a  los  que  da  el  nombre  propuesto  por  los 
autores;  piensa,  sin  embargo,  que  se  debe  distinguir  entre  la  retinitis  exuda- 
tiva macular  senil,  la  retinitis  circinada  y  las  estrías  angioides  ide  la  retina. 

JüNiüS  y  KuHNT  publican  una  monografía  muy  abundante  en  casos  so- 
bre el  mismo  asunto  referida  en  Archivos). 

Los  autores  consideran  que  esta  afección  debe  colocarse  en  la  nosogra- 
fía oftálmica,  entre  la  retinitis  de  (joats,  la  retinitis  circinada  y  las  estrías 
angioides  de  la  retina. 


muy  rara,  que 


;  presenta  d 


los  cincuenta  años.  Subjetívamente  la  enfermedad  se  caracteriza  por  la  dis- 
minución lenta  r  progresiva  de  la  visión. 

El    oftalmoscopio   revela   dos   síntomas   principales ; 

t."  Una  corona  blanca  elíptica,  de  eje  mayor  horizontal,  que  rodea  a 
la  mácula;  está  formada  por  pequeñas  manchas  blancas,  redondeadas,  im 
prominentes,  situadas  detrás  de  los  vasos,  aisladas  o  confluentes,  íormand" 
islotes;  el  eje  mayor  de  ia  corona  mide  dos  o  tres  diámetros  papilares;  se 
interrumpe  casi  siempre  por  el  lado  temporal ;  pur  el  lado  nasal  se  delien*. 
en  al  papila,  aunque  raramente  se  prolonga  más  allá  y  la  eitvuelve. 

2."  Una  lesión  macular  no  constante.  Al  nivel  de  la  mácula,  la  retina 
tiene  un  color  grisáceo  o  amarillento,  zona  de  bordes  más  o  menos  limpios, 
de  dimensiones  variables,  más  o  menos  Rrande  que  la  papila,  can  hemorra- 
gia o  iñgmentación  central :  esta  zon»  de  retina  decolorada  avanza  algunas 
veces  hacia  el  vitreo :  nunca  contacta  con  la  corona  de  manchas  blancas. 
N&EL,  en  1896.  llamó  la  la  aletKiÓn  sobre  la  prominencia  de  la  lesión  ma- 
cular en  la  retinitis  circinada ;  se  trata,  para  él,  de  un  edema  de  la  capa 
rti"  Henle,  que  lleva  consigo  un  desprendimiento  peritoveal,  Rsta  lesión  faití 
en  los  casos  recientes :  aun  en  los  casos  antipios.  la-^  It^inncs  macu'art-i 
'le  RTan  extensión  son  raras. 

Los  vasos  retiñíanos  son  normales :  a  veces  se  ha  señalado  su  excesiva 
tortuosidad.  En  la  mitad  de  los  casos,  seglin  Fuchs,  hay  hemorraRÍas  retí 
nianas,  que,  según  Weckeb,  preceden  siempre  a  las  manchas  blancas  y  asien 
tan  al  mismo  nivel.  E!  estudio  anatómico  de  la  retinitis  circinada  sólo  se 
ha  efectuado  una  vez  por  von  Ammon. 

La.s  manchas  blancas  están  situadas  por  fuera  de  la  capa  de  loa  granos 
internos.  A  este  nivel,  los  conos,  bastones  y  granos  extemos  han  desapa- 
recido; las  otras  capas  se  han  espesado;  las  fibras  de  Müiler,  tumefactas. 
Las  manchas  blancas  están  formadas  por  masas  hialinas  homogéneas,  gran- 
des células  vesiculares  con  nfieJeo,  gramjlosas.  llenas  de  corpúsculos  grasos 
y  masas  de  fibrina  coagulada;  la  pared  de  los  vasos  ceroideos  está  espe- 
ciada o  esclerosada. 

De  Weckek  y  Ammon  creen  que  las  manchas  proceden  de  hemorraírias 
anteriores  que  han  producido  la  degeneración  grasicnta  de  la  retina;  la  he- 
morragia serí  el  resultado  de  la  afección  de  los  vasos  retinianos,  Fwchs 
cree  que  están  constituidos  por  albúmina  trasudada,  como  en  la  retinitis 
albumiiriirica.  Para  Golozieher  representan  focos  ile  reblandecimiento  ik' 
la  retíira,  producido  por  la  obstrucción  de  finas  arterias  retinianas.  Sibosist 
cree  que  estas  manchas  están  formadas  por  un  edema  de  la  retina,  rico  en 
albúmins. 

Se  ve,  pues,  que  hay  grandes  analogías  entre  arabas  r-tinitis,  la  exuda- 
tiva macular  senil  y  la  circinada;  las  dos  sobrevienen,  sin  causa  apreciablc, 
en  sujetos  viejos ;  la  evolución  es  lenta  y  progresiva :  tas  lesiones  vascula- 
res, discretas :  las  hemorragias,  frecuentes,  y,  por  fin,  su  asiento  en  el 
polo  posterior   del   ojo,   en   la   misma   retina.  1 

El  autor  relata  tres  casos  en  los  que  la  retinitis  exudativa  macular  se- 
nil  se  acompañaba  de   una   retinitis   cirdnada  m&s  o  menos   evidente. 


—  533  -- 

Es  el  primero  un  caso  típico  de  retinitis  macular  senil  en  ambos  ojos; 
«además,  eñ  el  ojo- izquierdo  existe,  aunque  incompleta,  la  retiriitís  circina- 
da;  en  el  ojo  derecho  no  hay  más  que  un  esbozo  de  esta  última. 

El  interés  del  segundo  caso  reside  en  la  larga  duración  de  la  observa- 
ción. El  primer  síntoma  es  una  lesión  en  1  aregión  macular  y  perimacular; 
después  aparecen  hemorragias,  que  se  reabsorben  y  dejan  su  lugar  manchas 
blancas.  La  lesión  macular  aumenta,  y  es  entonces,  en  1923,  cuando  d  autor 
ve  al  enfermo  y  hace  el  diagnóstico  de  retinitis  macular  senil  asociada  a 
la  retinitis  circinada.  (Este  enfermo  fué  visto  en  19 16  por  el  doctor  Pohl, 
que  diagnostica  una  retinitis  doble  que  recuerda  mucho  la  retinitis  albumi- 
núrica.)  Sobreviene  una  nueva  hemorragia,  que  se  reabsorbe;  después,  las 
manchas  blancas  de  la  retinitis  circinada  disminuyen  en  número,,  hasta  que 
en  1924  ncT  queda  más  que  un  esbozo  de  la  retinitis.  Ha  durado,  la:  enfer- 
medad ocho  años. 

El  examen  con  el  oftalmoscopio  binocular  y  a  la  luz  verde  muestra 
las  siguientes  particularidades: 

I.*.  Las  hemorragias  asientan  en  las  capas  externas  de  la  retina  o  en 
e^)acio  retinocoroideo ;  en  este  último  caso  no  producen  alteración  visual 
¿preciable. 

2.*    Las  manchas  blancas  son  más  internas  que  las  hemorragias. 

3.*    Las  manchas  blancas  son  más  externas  que  los  vasos. 

4.*  A  nivel  del  exudado  macular  existen,  además  del  pigmento,  peque- 
ños focos  hemorrágicos  proftmdos. 

5.*  Las  ñbras  nerviosas  están  probablemente  atrofiadas,  puesto  que  su 
disposición  fíbrilar  no  es  visible  con   la  luz  sin  rojo. 

Cómo  en  la  retinitis  de  Cóats,  el  foco  hemorrágico  está  en  1^  capas 
externas  de  la  retina;  como  en  la  retinitis  circinada,  los  focos  blancos  están 
fuera  de  la  capa  de  las  fibras  nerviosas. 

Se  puede  distinguir  la  retinitis  exudativa  macular  senil  de  la  de  Coats 
por  las  siguientes  causas:  aparición  en  sujetos  de  edad  avanzada,  ausencia 
de  lesiones  vasculares,  ausencia  de  desprendimiento  retiniano,  rareza  de 
las  complicaciones  (iridociclitis,  glaucoma),  gran  claridad  de  las  lesiones 
maculares  y  perimaculares. 

Por  el  contrario,  la  retinitis  que  estudiamos  se  aproxima  a  la  circinada 
por  los  mismos  motivos  que  la  aleja  de  la  de  Coats.  Entre  los  tipos  puros 
existen  otros  intermedios  en  que  coexisten  ambas  retinitis. 

La  retinitis  exudativa  comienza  por  la  mácula;  la  circinada,  por  la  re- 
gión perimacular;  la  diferente  localización  de  comienzo  es  la  única  dife- 
rencia que  puede  observarse,  y  los  autores  se  preguntan  si  en  el  fondo  es 
una  sola  enfermedad  que  se  exterioriza  bajo  dos  imágenes  diferentes.  Los 
autores  consideran  muy  cerca  de  esta  enfermdad  r.  macular  senil  a  las 
estrías  angioides  de  la'  retina,  que  a  la  larga  acaban  formando  una  placa 
de  degeneración  al  nivel  de  la  mácula. 

La    retinitis    circinada   y    las    estrías    engioides    tiene    un    final   idéntico : 
la  retinitis   exudativa   macular   senil.   Sin  embargo,   esta  última  puede  pre- 
sentarse  primitivamente  d'emhléey  sin  ser  acompañada  de  la  retinitis  circi- 
nada y  de  las  estrías  angioides. 
*-  V.  Celada 


El  diaenóstica  de  la  septicemia  gonocócica  no  ofrece  nineuna  dificul- 
tad, cuando  apacece  a  raíz  de  un  proceso  blenorrágico  y,  especialmente, 
cuando  las  metáütasih  típicas   (artritis)  doniiiuii  el  cuadro  clínico. 

Hay  casos,  sin  embargo,  en  los  que  entre  el  comienío  de  la  infección 
y  el  desencadenara  i  eulo  de  la  septicemia  transcurre  un  espacio  de  varios 
años,  de  tal  manera,  ijue  cuando  la  generalización  se  produce  no  haj  ya 
sintomas  blenorrágicos  lócale^  En  estas  condiciones  merece  caberse  sí 
la  septicemia  gonocócica,  sólo  por  su  si nlomato logia  y  por  su  curso  clínico, 
es  lo  su ücietil emente  típica  para  establecer  el  diagnóstico  con  el  cua- 
dra clínico  a  la  vista.  E!  curso  de  la  fiebre  ba  sido  descrito  por,  mu- 
chos atitores  de  un  modo  muy  variable,  conceptuándolo  siempre  como 
muy  característico;  y  de  este  modo,  según  unos,  la  curva  febril  seria  in- 
termitente y  parecida  a  la  de  la  terciana,  y  según  otros,  la  curva  caracte- 
rística seria  una  rápidamente  remitente.  La  revisión  de  los  casos  observa- 
dos por  los  autores  les  obliga  a  no  conceder  ningún  valor  gtneral  a  estas 
descripciones,  ya  que  en  la  septicemia  en  cuestión  pueden 
más    variadas   curvas    febriles. 

Respecto  a   las   manifestaciones   articular 
articulación    grande    produciendo    en    ella    Íi 
rarse    el     cuadro     como     perteneciente    al 
cuando   sólo    se    afectan   las    artii 
te,    y    participan    en    la    inflamación    las 
síndromes   idénticos   a   los    que   aparecen    ei 
la   meningocóciea,   la  e.st  repto  cóclea  y   en  o 
liartrílis   reumática. 

También  se  han  descrito  exantemas  que  serían  típicos  de  la  septicemia 
gonocócica;  pero  que  no  presentan  caracteres  uniformes.  Se  manifiestan, 
en  efecto,  como  exantemas  escaria  tinosos  o  pustulosos,  com'j  roseólas,  pe- 
tequias,  hiperqueratosis  o  eritemas  nudosos;  pero  en  ningún  caso  son  patog- 
nomónicos  de  la  septicemia  gonocócica,  y  aparecen  en  las  de  otra  etio- 
logía, especialmente  en  las  meningocócicas.  Los  pei|iieños  nódulus  subcu- 
táneos y  perióaticos  que  aparecen  a  veces  en  la  gonococemia  se  han  obser- 
vado también  en  otras  enfermedades  sépticas,  y  en  este  sentido  son  bien 
coniicldos  los  nodulos  de  Osles  de  la  endocarditis  lenta.  Tampoco  la  en- 
docarditis es  un  fenómeno  característico  de  la  septicemia  gonocócica  y  so- 
breviene a  menudo  en  las  demás  infecciones  generales.  Por  otra  parte,  su 
comprobación  no  es  siempre  fácil,  ya  que  pueden  faltar  la  dilatación  car- 
díaca y  la  taquicardia  y  además,  pueden  encontrarse  ruidos  sístólicos  y  hasta 
dlastóllcos  en  enfermedades  sépticas  sin  participación  alguna  de  las  vál- 
vulas del  corazón. 

De  este  resumen  de  la  sinlomatologia  resalta  la  importancia  del  hallae- 
go  bacteriológico  de  los  gérmenes  en  la  sangre,  para  el  diagnóstico  de  la 
gonococcrm"a.  Esto,  sin  embargo,  no  lia  podido  conseguirse  más  que  en  un 
pequeño  número  de  casos.  Para  obtener  el  aislamiento  de  los  gérmenes  es  su- 


,  cuando  éstas  radican  en  una 
intensos  dolores,  puede  conside- 
reumatismo  blenorrágico ;  per» 
pequeñas,  suceso  mny  frecuen- 
vainas  tendinosas,  se  producen 
I  otras  septicemias,  tales  como 
tras  enfermedades  como  la    po- 


—  535  — 

mámente  importante  la  elección  adecuada  del  medio  de  cultivo  y  la  fase 
más  apropiada  para  la  extracción  de  sangre.  Hay  que  advertir  que  no  basta 
la  demostración  en  la  sangre  de  diplococos  gramnegativos  para  establecer 
el  diagnóstico  de  septicemia  gonocócica,  sino  que  hay  que  acudir  a  todos 
los  método^  de  cultivo  y  serológicos  para  establecer  la  naturaleza  gonocó- 
cica del  germen.  Por  lo  demás,  es  sumamente  fácil  la  confusión  con  los 
meningococos^  tanto  más  teniendo  en  cuenta  las  analogías  ^el  cuadro; 
clínico  lentre  las   septicemias  meningocócica  y  gonocócica. 

Los  autores    describen   detalladamente  dos  casos    de   septicemia   gonocó- 
cica   de    curso    completamente    distinto,    que   proporcionan   una    muestra  de 
la  variabilidad   sintomatológica   de    esta    enfermedad.  Ya  los   datos    anam- 
nésicos    de    estos   dos    enfermos    eran   completamente   distintos,    puesto   que 
en  el  primero  se  desarrolló   la  septicemia  inmediatamente   después   de   una 
blenorragia  aguda,  mientras  que  en  el  segundo  la  infección  primaria  había 
transcurrido  siete  años  antes.  Las  curvas   febriles   eran  también  diferentes 
y  en  el   primer  enfermo    aparecían  brotes  separados    por   intervalos   regu- 
lares, al  cabo  de  los  cuales  se  iniciaba  la  fiebre  por  ligeros  escalofríos  lle- 
gando a  temperatura  a  40  grados,  para  volver   a  descender  rápidamente  a 
las  cifras»  normales.  En  el  segundo  enfermo  en  cambio  la  curva  febril  era 
absolutamente    irregular,   sembrada    de    numerosos   escalofríos    y   de   brus- 
cas subidas  de  temperatura.  Todos  estos  tipos  de  fiebre  han  sido  frecuen- 
temente  descritos    en   esta  enfermedad  no   pudiendo  deducirse  del    carácter 
febril  ningún   dato   pronóstico  ni    conclusión  alguna    acerca  de   una   posi- 
ble participación  de  las  válvulas  cardíacas. 

Gomo  complicación  rara  de  la  gonococemia  podía  encontrarse  en  el  pri- 
mero de  los  casos  de  D.  y  L.  una  participación  pulmonar  pasajera  que  no 
produjo  ninguna  molestia  subjetiva  y  que  objetivamente  se  caracterizaba 
por  algunos  estertores.  Radiológicamente  no  existía  en  este  caso  ningún 
signo  de  condensación.  Había  también  en  este  enfermo  una  periostitis  do- 
lorosa  a  nivel  del  arco  costal  derecho. 

En  cambio  el  segundo  caso  mostraba  metástasis  curiosas,  y  especialmente 
una  paresia  pasajera  y  muy  precoz  del  músculo  recto  interno  del  lado  de- 
recho. Probablemente  se  trataba  en  este  caso  de  un  foco  aislado  en  este 
músculo^  puesto  que  en  el  enfermo  no  haba  ningún  signo  de  afección 
cerebral  a  meníngea.  Por  otra  parte,  lo  rápido  que  transcurría  el  fenómeno, 
sugería  la  idea  de  una  neuritis  tóxica. 

En  ambos  casos  participaba  también  el  hígado  en  el  cuadro  clínico 
y  se  encontraba  aumentado  de  tamaño  y  doloroso.  Quizá  estos  síntomas 
eran  de  origen  tóxico^  aun  cuando  se  conoce  un  caso  de  atrofia  aguda 
del  hígado  por  septicemia  gonocócica.  El  segundo  enfermo  de  los  autores 
presentaba  cierta  analogía  con  este  proceso,  puesto  que  el  hígado  aparecía 
macroscópicamente  algo  atrófico  y  mostraba  histológicamente  una  infiltra- 
ción de  pequeñas  células. 

Los  .fenómenos  cutáneos  de  naturaleza  embólica  se  manifestaban  por  un 
exantema  análogo  al  eritema  nudoso,  sólo  que  de  nodulos  más  pequeños, 
más  numerosos,  y  no  solamente  localizados  en  la  cara  de  extensión  de  las 
extremidades,  sino  también  en  el  tronco.  Por  lo  demás,  el  segundo  de  los 


~  536  - 

casos  descritos  .tenía  también  abundantes  petequias  y  hemonagias  de  las 
mucosas. 

Para  la  obtención  del  hemocultivo  en  estos  cs^os  se  han  utilizado- 
con  éxito,  los  más  variados  terrenos;  los  gérmenes  crecen  en  medios  lí- 
quidos, sólidos,  ácidos  o  alcalinos.  Sin  embargo,  para  el  aislamiento'  deí 
germen  en  la  sangre  circulante,  sólo  debe  emplearse  el  método  de  las 
placas  a  base  de  agar-sangre  o  la  siembra  en  medios  de  cultivos  líquidos. 
Las  placas  presentan  la  ventaja  de  que  permiten  contar  el  número  de  gér- 
menes existentes,  con  ol  cual  han  podido  observarse  diferencias  de  dos  a 
dos  mil  colonias  en  20  c.  c.  de  sangre  de  estos  enfermos.  El  gonococo  se  ad- 
mite que  sólo  crece  bien  cuando  al  medio  de  cultivo  se  añaden  albúminas 
humanas  en  cualquier  forma.  Las  placas  corrientes  de  agar-sangre  no  siem- 
pre son  suficiente,  y  se  acoseja  añadir  una  pequeña  cantidad  de  glucosa. 
De    todas    maneras,    no    puede    contarse    siempre   con    el    resultada   positivo 

del  hemocultivo,  en  parte  por  el  número  escaso  de  gérmenes  circulantes,  y 
en  parte  por  el  poder  bactericida  del  suero  sanguíneo.  En  los  casos  de  los 

autores,  el  método  de  las  placas  era  casi  siempre  negativo  y  han  empleado 
las  siembras  en  medios  líquidos.  Utilizaban  con  este  objeto  el  caldo-ascitis 
corriente,  en  40  c.  c,  del  cual  sembraban  i  ó  2  c.  c.  de  sangre,  que  de 
este  modo  resultaba  diluida  lo  suficiente  para  anular  el  poder  bactericida 
de  la  misma.  El  caldo  se  calentaba  previamente  a  37  grados  e  inmediata- 
mente después  de  hacer  la  siembra  con  la  sangre  líquida,  se  llevaba  a  la 
estufa  durante  veinticuatro  horas. 

Los  autores  han  podido  comprobar  que  los  gérmenes  aparecen  prefe- 
rentemente en  la  sangre  antes  del  comienzo  de  un  acceso  febril,  durante  et 
escalofrío  de-  los  enfermos,  coincidiendo  en  esto  con  los  conceptos  emitidos 
por  la  escuela  de  Schottmüller.  Después  de  la  siembra  en  .caldo, ;. los 
autores  hacían  siembras  sucesivas  en  el  agar  de  Levinthal,  especialmente 
favorable  para   el   cultivo  del  gonococo. 

La  identificación  de  los  diplococos  gramnegativos  no  debe  hacerse  sola- 
mente por  el  aspecto  de  los  gérmenes  y  de  las  colonias,  sino  con  ayuda  de 
los  métodos  serológicos. 

Además  del  diagnóstico  bacteriológico,  Cohn  y  Grafenberg  han  qtili^ 
zado  una  ¡fijación  del  complemento  simplificada  para  el  diagnóstico  de.  estos 
casos.  !Esta  reacción  da  resultados  positivos  incluso  en  la  blenorragia  .aguda 
al  cabo  de  varios  días  de  constituirse,  y  es  siempre  positiva  en,  la.  septice- 
mia. De  los  dos  casos  descritos  por  los  autores,  el  primero  daba  una  reac- 
ción intensamente  positiva,  pero  en  el  segundo  la  reacción  era  dtidosa.  Este 
último  resultado  no  dice  nada  en  contra  del  diagnóstico  de  gopocoeemia, 
puesto  que  la  gravedad  del  caso  y  el  curso  mortal  del  mismo  permitían 
suponer  una  escasa  formación  de  anticuerpos.  El  dato  negativo  ,  de  la 
fijación  del  complemento  se  asemeja  en  este  caso  al  Wassermgnn  nega- 
tivo de  las  sífilis  malignas. 

En  simia:  el  método  bacteriológico,  con  arreglo  al  sistema  aiites  men- 
cionado y  en  combinación  con  el  procedimiento  serológico,  permite  hoy  por 
hoy   nn   diagnóstico   correcto  de    la  gonococemia. 

R.    Fraile. 


ARCHIVOS    DE    MEDICINA 
CIRUGÍA    Y  ESPECIALIDADES 

"^Nümlíi'  18  de  diciembre  de  1926  ^0^.289 


LA  INTROSPECCIÓN  Y  LOS  FENÓMENOS  AUTISTICOS  EN  LAS 

PSICONEUROSIS 

por   el 

Dp«  E.  Fernández  Sanz. 

Miembro  numerario  de  la  Real  Academia  Nacional  de  Medicina,  Médico  numerario  de  la  Benefi- 
cencia General,  Jefe  facultativo  del  Hospital  de  Jesiis  Nazareno,  Médico  numerario  de  la  Ben^ 
ucencia  Municipal»  Profesor  auxiliar  numerario  de  la  Facultad  de  Medicina  de  Madrid,  etc. 


Una  de  las  principaks  dificultades  con  que  tropiezan  los  múl- 
tiples ensayos  taxonómicos  que  hasta  ahora  se  han  venido  in- 
tentando en  Psiquiatría,  sin  lograr  la  satisfactoria  consecución  de 
la  finalidad  perseguida,  estriba  en  la  carencia  de  especificidad 
de  lois  caracteres,  a  los  que  se  pretende  atribuir  valor  diferencial. 
Es  un  hecho  evidenciado  por  lia  práctica  qu-e  existen  diversos  ti- 
pos de  psicosis,  muy  distintos  los  -unos  de  los  otros,  a  tos  que  pa- 
rece legítimo  asignar  la  categoría  de  representantes  de  otras  tan- 
tas entidades  nosológicas;  pero  si  tratamos  de  definir  a  éstas  y 
de  clasificarlas,  fundándonos  en  los  más  salientes  rasgos  de  aque- 
llos tipos  fundamentales,  en  los  que  con  más  claridad  y  pureza 
parecen  ostentarse  los  síntomas  que  hemos  escogido  como  pri- 
mordiales para  nuestra  clasificación,  cuando  procedamos  a  la  apli- 
cación general  de  ésta  a  todos  los  menesteres  de  la  práctica  psi- 
quiátrica, pronto  nos  encontraremos  con  muy  serios  inconvenien- 
tes que  nos  convencerán  de  lo  deleznable  de  nuestras  tentativas 
de  ordenación  teórica  de  las  enfermedades  mentales. 

Estos  obstáculos  con  que  la  realidad  inutiliza  y  destruye  los 
más  laiboriosos  esfuerzos  de  cuantos  a«utores  se  han  ocupado  de 
la  Taxonomía  psícopatológica  son  principalmente  debidos  a  dos 
importantísimas  circunstancias ;  en  primer  lugar,  a  la  existencia  de 
imntmerabÜles  casos,  complejos,  mixtos,  híbridos,,  asociados,  de 
transición  o  como  quieran  llamarse,  en  los  que  los  caracteres  se- 


-533- 


1>3^<^H 


» 


ñaiados  a  las  diferentes  especies  morbosas  aparecen  mezdaditó- 
combinados,  por  no  decir  ccMifundidos,  unos  con  otros,  y  como 
estos  casos  atípleos  son  en  cantidad  y  frecuencia  infinitamente  su- 
periores a  los  típicos,  a  los  que  se  ajustan  fielmente  a  las  nor- 
mas de  clasificación  adoptadas,  resulta  que  las  fronteras  entre  unas 
y  otras  entidades  nosotáxicas  quedan  tan  obscurecidas,  casi  bo- 
rradas, por  esa  profusa  multiplicidad  de  formas  intermedias,  que 
lio  pueden  ser  fácilmente  reconocidas  en  la  práctica,  y  el  médico 
que  sinceramente  desea  ajustar  a  las  reglas  didácticas  los  hechos 
que  en  la  realidad  observa,  encuentra  tan  infranqueables  barre- 
ras que  acaba  por  dudar  de  la  exactitud  y  de  la  utilidad  de  los 
criterios  diferenciad  o  res  que  tan  evidentes  y  tan  decisivos  le  pa- 
recían cuandos  los  aprendía  en  los  libros. 

La  segunda  dificultad  a  que  aludía  en  el  comienzo  del  anterior 
párrafo  es  no  menos  impoTtantí;  que  la  que  acabo  de  señalar,  y 
consiste  en  la  no  exclusividad  de  los  caracteres  diferenciales,  aun 
de  aquellos  que  parecen  de  primordial  interés,  y  a  los  que  se  atri- 
buye el  máximo  valor  taxonómico. 

Estos  rasgos  diagnósticos  que  se  tienen  como  principales  va- 
rían según  el  peculiar  punto  de  vista  y  las  tendencias  de  cada 
autor;  pero  en  bodas  las  clasificaciones  destácanse  unos  cuantos 
datos  psicopetológicos,  más  o  menos  reales  o  arbitrarios,  a  los 
que  se  supone  dotados  de  absoluta  fijeza  y  de  insuperable  trascen- 
dencia como  puntos  de  apoyo  de  la  sistematización  nosológica. 
Pues  bien,  el  examen  desapasionado  y  concienzudo  de  la  realidad 
dinica  pronto  convence  a  todo  observador  imparcial  de  que  esos 
pretendidos  signos  diferenciales  tienen  un  alcance  muy  relativo  y 
limitado,  no  pudiendo,  en  rigor,  concedérsdes  una  significación 
unívoca,  pues  no  hay  nin^n  rasgo  sintomático,  aunque  de  muy 
esencial  se  le  califique,  que  se  halle  estrictamente  circunscrito  a 
una  determinada  especie  psicopática,  sino  que  también  se  puede 
observar  en  otras  formas  distintas,  con  lo  que  fácil  es  compren- 
der que  ha  de  sufrir  mucho  la  precisión  y  la  eficiencia  del  artifi- 
cio clasificador.  Si  es  muy  cierto  que  en  Medicina,  en  términos 
generales,  no  existen  signos  patognomónicos,  esta  verdad  ostén- 
tase sobre  todo,  con  Ja  mayor  evidencia,  en  el  campo  de  la  Psi- 
quiatría; aquí,  lo  mismo  para  establecer  una  pretenciosa  ordena- 
ción didáctica  que  para  formular  un  modesto  diagnóstico,  no  es  po- 
sible conformarse  con  un  solo  carácter,  por  importante  que  nos  pa- 
rezca, ni  siquiera  con  un  reducido  número  de  ellos,  sino  que  es 
indispensable  atender  a  todas  las  manifestaciones  sintomáticas,  sin 
desdeñar  ningún  detalle  del  cuadro  sindrómico,  abarcando  a  éste 
"n  toda  su  complejidad;  v  tamooco  basta  con  la  observación  m' 


—  539  — 

nudosa  y  cottií>leja  en  un  momento  dado  del  curso  del  proceso, 
sino  que  es  imprescindible  el  estudio  de  su  evolución,  punto  este 
último  sobre  el  que  tanto  y  tan  acertadamente  insistió  d  eminente 
maestro  de  la  Psiquiatría  moderna,  Kraepelin,  de  imperecedera 

memoria. 

Siendo  asi  de  comiplicadas  y  de  obscuras  las  relaciones  noso- 
lógicas  en  Psiquiatría,  fácil  es  de  comprender  lo  arduo  de  la  ta- 
rea de  ordenación  didáctica  en  esta  rama  de  la  ciencia  patoló- 
gica y  lo  estéril  e  ineficaz  de  los  esfuerzos  Jiasta  ahora  realizados 
para  establecer  una  clasificación  y  una  nomendlatura  suficiente- 
mente satisfactorias  y  llanamente  utilizables  desde  el  punto  de 
vista  práctico.  Todos  los  intentos  de  sistematización  de  las  en- 
f ermeidades  mentales,  aun  los  que  de  mayor  boga  inicial  disfru- 
taron al  ver  la  luz,  por  el  alto  prestigio  y  la  justa  fama  de  sus 
autores,  han  sido  de  duración  efímera,  teniendo  que  ser  muy  pron- 
to reformados,  para  terminar  relegados  al  dtvido,  sustituidos  por 
otros  nuevos  que,  a  su  vez,  no  tardan  en  caer  en  el  descrédito. 
Todavía  es  en  Psiquiatría  un  desideraatum,  hasta  ahora  inaccesi- 
ble, la  unidad  taxonómica  y  denominadora  que  tanto  facilitaría, 
no  sólo  los  trabajos  de  investigadón,  sino  también  los  puramente 
clínicos  de  diagnóstico,  pronos  taco,  terapéutica,  juicios  médico- 
legales,  etc.,  pues  permitiría  a  los  psicopatólogos  entenderse  entre 
sí  con  mucha  más  daridad  y  rapidez  que  no  en  la  confusa  y  em- 
brollada situadón  actual. 

Estas  consideraciones  generales,  y  sobre  todo  las  que  se  refie- 
ren a  la  no  exclusividad  de  los  síntomas  que  se  diputan  como 
fundamentales  en  la  diferenciación  de  las  especies  psicopáticas, 
sin  que,  en  realidad,  ofrezcan  ese  carácter,  pues,  como  acabamos 
de  indicar,  pueden  existir  en  tipos  específicos  muy  diversos,  tie- 
nen perfecta  aplicación  a  uno  de  los  más  abstrusos  problemas 
psiquiátricos :  at  de  la  definición  y  demarcación  de  límites  del  con- 
cepto de  Esquizofrenia,  que,  por  su  inmensa  importancia,  tanto 
teórica  como  práctica,  merece  ocupar  uno  de  los  primeros  luga- 
res en  Patología  mental. 

Bien  conocida  es  la  genial  síntesis  de  Kraepelin  que  englobó 
en  la  noción  unitaria  de  demencia  precoz  las  desperdigadas,  des- 
cripciones a  su  innovación  anteriores,  y  también  se  hallan  ya  su- 
ficientemente divulgados  los  profundos  y  trascendentales  estudios 
de  Bleuler,  que  han  reemplazado  la  concepdón  de  la  demencia 
precoz  por  la  más  amplia  de  esquizofrenia.  En  realidad,  ambas 
entidaides  no  pueden  considerarse  como  equivalentes,  ni  es  posi- 
Me,  por  tanto,  admitir  la  sencilla  sustituaón  de  la  una  por  la 
otra.  Estas  dos  denominaciones.  Demencia  precoz  y  Esquizof re- 


,  que  tan  a  menudo  se  usan,  indistintamente  y  con  notoria 
propiedad  de  lenguaje  muchas  veces,  no  son  sinónimas;  podrán  te- 
ner en'  algunos,  en  bastantes  casos,  legitima  aplicación  ambos  voca- 
blos, pero  lio  en  todos,  porque  los  conceptos  que  expresan  ni  están 
inspirados  en  un  mismo  criterio  original,  ni  posee  una  significación 
idéntica,  ni  tampoco  son  susceptibles  de  superponerse  con  exactitud 
los  hechos  a  los  que  cada  uno  de  ellos  debe  justamente  corres- 
ponder. 

Ante  todo,  es  de  tener  en  cuenta  que  la  noción  de  Demencia 
precoz  fundada  por  Kkaiípei.in  es  radial  y  esencialmente  dini- 
ca, basada  en  la  ^inioniatolo^a  y  en  la  evolución  del  proceso,  mien- 
tras que  la  concepción  de  la  Esquizofrenia  de  Bleuler,  aun  par- 
tiendo también  de  la  observación  de  los  hechos  clínicos,  se  dis- 
tingue principalmente  por  el  minucioso  y  sutil  análisis  ps¡coli%ico 
a  que  loa  somete  y  por  la  trascendencia  de  las  interpretaciones  que 
a  los  mismos  aiplica,  de  suerte  que  la  doctrina  del  eminente  psi- 
quiatra de  Z'uridí  se  caracteriza  en  primer  término  por  el  am- 
plio desarrollo  que  en  ella  adquiere  la  investigación  de  los  moti- 
vos patogénicos  y  del  mecanismo  psicológico  dt  producción  de  los 
fenómenos  morbosos. 

Este  alarde  de  indagación  psicológica  fina  se  manifiesta  no  sólo 
en  el  estudio  de  conjunto  de  ios  cuadros  sindrómicos  constituyen- 
tes de  Ja  Esquizofrenia,  como  puede  verie  en  la?  fundamei  tales 
pijjlicaciones  de  Blruler  sobre  esta  materia  (i),  sino  también  eti 
el  detenidísimo  exanjen  analítico  de  los  síntomas  en  detalle,  de 
lo  que  puede  servir  de  ejen^lo  su  interesantísima  monografía  so- 
bre el  negativismo  (O- 

Pero,  además  de  todo  lo  expuesto,  otra  considerable  difer* 
cía  entre  los  conceptos  de  Demencia  precoz  y  Esquizofrenia  es 
.consistente  en  la  enomie  expansión  que  ésta  ha  adquirido  en 
tos  últimos  años,  siendo  este  movimiento  de  ampliación  tan  des- 
mesurado que,  desbordando  el  contenido  de  la  antigua  Demencia 
preoK,  ha  cubierto  una  gran  parte  del  campo  de  la  Psiquiatría,  y, 
aun  rebasando  los  linderos  de  ésta,  ha  invadido  la  esfera  de  la 
Psicología  normal  o  seminormal,  y,  como  consecuencia  de  tan  rá- 
pido y  extenso  crecimiento,  lia  sido  preciso  fraccionar  su  conte- 
nido en   múlliples   formas   taxonómicas   subordinadas;  a  la  dife- 

,         (O    BLEOLEa:    Demfntia   proteos   oder   Crvppc    der  Schisophreníe»,    in 
1   fíandbuch    der    PsychiaMe    de    Aschatfenburg    Leipzig,    igi  i,— BLEOLEa: 

Lthrbuch  der  P.iychiairie.  2.'  edieióth  BrrUn  ig;,?. 
L      ■ .  f'l    Blenluii  :     Zur     Theorde    dír    schiiophrencn    Ncgafivísmus.    Psy- 
1  ehtatnsrh-Nnrtihpisehe  lyochemchrifi.  vo!.  12,  níims.   18  al  21,  1010-19H. 


I 


« 


—  541  — 

renciación  de  estos  varios  grupos  que  modernamente  se  admiten 
dentro  de  la  Esquizofrenia  hanse  dedicado' numerosos  investiga- 
dores  y  publicistas,  distinguiéndose  en  esta  labor  y  singularmente 
en  la  apreciación  de  ías  analogías  y  divergencias  entre  la  demen- 
cia precoz  y  la  Esquizofrenia,  comprendidas  en  un  sentido  es- 
tricto y  específicamente  discriminativo,  los  trabajos  de  la  escuda 
francesa,  refpresentada  por  el  profesor  de  Psiquiatría  de  la  Fa- 
cultad de  París,  H.  Claude,  y  sus  discípulos  (i). 

Pero  no  es  mi  propósito  tratar  a  fondo  este  importantísimo 
problema  de  las  relaciones  teóricoprácticas  entre  los  conceptos  de 
Esquizofrenia  y  Demencia  precoz,  del  que  sólo  incidentalmente 
he  creíído  oportuno  hacer  algunas  indicaciones  con  referencia  al 
tema  en  que  se  inspira  este  trabajo,  en  uno  de  los  previos  as- 
pectos del  mismo :  en  el  de  la  no  especificidad  rigurosa  de  los  ca- 
racteres que  se  reputan  como  fundamentales  en  la  definición  de 
los  procesos  esquizofrénicos. 

En  efecto,  entre  esos  rasgos  definidores  capitales  figura  como 
uno  de  los  más  importantes  el  llamado  autismo,  que,  en  realidad^ 
es  un  interesantísimo  mecanismo  psicopatológico  que  con  mani- 
fiesta constancia  actúa  en  los  síndromes  esquizofrénicos,  dando 
lugar  a  muy  típicas  manifestaciones  patológicas,  por  lo  que  jus- 
tamente se  estima  a  esta  anómala  modalidad  mental  y  a  sus  in- 
mediatas consecuencias,  qoie  son  los  llamados  fenómenos  autísti- 
cos,  como  dotadas  de  considerable  valor  diagnóstico,  y  lo  tienen,' 
indudablemente,  pero  condicionado,  y  aun  pudiéramos  ciertamente 
decir  que  restringido,  por  la  circunstancia,  miuy  digna  de  tenerse 
en  cuenta,  de  que  tales  hechos,  por  muy  claramente  que  se  pre- 
senten en  la  Esquizofrenia  y  aunque  en  ella  se  observen  con  re- 
gularidad suma,  no  son  privativos  de  la  misma,  sino  que  también 
ocurren  en  otros  muchos  y  muy  heterogéneos  estados  patológicos 
y  hasta  fuera  de  toda  situación  morbosa  propiamente  dicha,  en 
múltiples  variedades  de  la  actividad  mental,  que,  desviándose  de 
su  ideal  pierfección,  no  son  lo  bastante  intensas  para  que  puedan 
considerarse  como  expresivas  de  una  verdadera  enfermedad,  sino 
que,  a  lo  sump,  deben  calificarse  como  defectos  psíquicos  com- 
patibles con  una  relativa  normalidad,  y  que  de  hecho,  en  la  prác- 
tica, pertmten  al  sujeto  llevar  una  vida  social  ordinaria  y  aun  ma- 
nifestar una  fecunda  y  útif  productividad  intelectual.  El  propio 
Bleuler,  en  un  notabilísimo  libro,  varias  veces  reeditado,  ha  des- 

(i)  H.  Claude,  Borel  y  Rovin:  Encephale,  septiembre  y  octubre  de 
1923. — ^H.  Claude:  XXX  Congreso  tíe  Alienistas  y  Neuróloaos  de  Fran- 
cia, Ginebra,  agosto  de  1926. 


I 

I 

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cnto  con  sumo  acierto  estas  derivaciones  del  autismo  en  persoí 
no  enfermas  de  la  mente  (i). 

Cierto  que  muchos  de  estos  casos  no  patológicos  con  autismo 
maniüesto  deben  ser  incluidos  en  la  constirución  esquizoide,  con 
lo  que  no  dejan  de  estar  incorporados  a  la  noción  global  de  Es- 
lía; pero  no  son  pocos  también  los  que,  a  pesar  de  sus 
rasgos  autisiicos,  pertenecen  evidentenicute  a  otras  coiistitmiiones 
psicopáticas  distintas  de  aquélla,  dando  así  irrefutables  pruebasdf 
que  el  autismo  no  es  una  cualidad  esquizofrénica  excl'usiva. 
cientementt;,  Hesnamü  y  Lafohgue  han  insisüdo  también  en 
esencialidad   ddl  autismo   (i). 

Pero  más  que  estas  condiciones  de  imperfección  psíquica,  : 
taliles  a  la  vida  normal,  nos  interesan  desde  d  punto  de  vista  mé- 
dico aquellas  otras  que  se  dan  en  casos  de  patente  morbosidad 
mental,  porque  son  las  que  nos  plantean  en  la  práctica  de  la  Ps¡- 
coneurología  graves  problemas  de  diagnóstico  y  de  pronóstico. 

Prescindiendo  de  !a  no  rara  existencia  de  síntomas  autísticos 
en  varias  psicosis  consideradas  como  ajenas  a  la  Esquizofrenia, 
pues  teóricamente  sería  cuestión  disnitible  la  de  sus  verdaderas 
relaciones  con  ésta  y  la  de  su  posible  asociación  a  día,  y  prácti- 
camente, cualquiera  que  fuera  la  decisión  diagnóstica  que  se  acep- 
tase, las  medidas  terapéuticas  y  de  asistencia,  etc.,  que  se  adop- 
tasen hajbrían  de  ser  muy  parecidas,  he  de  fijarme  especialmente 
en  la  presentación  de  manifestaciones  de  autismo  en  las  psiconeu- 
rosis,  porque  aqui  el  pronóstico,  el  tratamiento  y  la  conducta  que 
se  ha  de  seguir  con  el  enfermo  son  muy  distintos  que  en  "los  pro- 
cesos esquizofrénicos,  y,  por  consiguiente,  una  confusión  diagnós- 
tica representaría  un  grave  error  de  muy  dañosas  consecuencias. 

Es  bien  sabido  que  los  sujetos  afectos  de  las  distintas  formas 
de  psiconeurosis  o  de  neurosismo  indeterminado,  todos  los  neuró- 
sicos  en  general,  tienen  una  nmy  acentuada  tendencia  a  la  intros- 
pección, a  conoentrar  su  expectante  atención  en  ciuantos  hechos,, 
tanto  psíquicos  como  orgánicos,  en  la  intimidad  de  su  ser  ocu- 
rren, atisbando  sus  saisaciones  internas  por  nimias  que  sean 
esa<drinando  todos  los  resortes  de  sus  funciones  mentales 
convertirlos  en  punto  de  partida  de  prolijas  interpretaciones, 
las  que  incesantemente  refuerzan  el  exuberante  contenido  de 
síndromes  ,psicopáticos.  Pues  bien,  esta  incontrastable  propensión 
introspectiva,  orientando  los  sentimientos  y  en  general  todas  las 
energías  psíquicas  hacia  la  vida  interior,  fácilmente  se  compren- 

(i)     Bleui-er:  Das  anlíslisck  «nd  dissipHnírte  Dínkiniender  MediiM, 
edic.  Berlín,   1923, 

(t)    Hesnard  y  Laforcue:  Encephale,  núm.  i.  pág.  45,  enero  1934, 


>na|^| 


mes 

Íap-^1 


ocu- 
isiói^lJ 


—  543  — 

de  que  han  de  fomentar  anormalmente  el  predominio  exagerado 
de  ésta,  con  girave  detrimento  de  las  relaciones  con  el  mundo  ex- 
terioi;,  que  llega  hasta  la  pérdida  más  o  menos  completa  de  la  fa- 
cidtaSd  de  ada^ptación  al  mismo,  y  en  estas  condiciones,  replegado 
el  individuo  en  sí  mismo  y  estrictamente  concentrado  en  su  vivir 
interno,  nada  de  extraño  tiene  que,  nuerced  a  tan  peculiares  dis- 
posiciones, surjan  y  expansivamente  se  desarrollen  múltiples  ma- 
nifestaciones del  pensar,  del  sentir  y  del  actuar  autisticamante. 

La  observación  dínica  nos  demuestra  que,  en  efecto,  apré- 
cianse  a  menudo  fenómenos  de  autismo  en  todas  las  especies  de 
psiooneurosis ;  pero,  por  la  naturaleza  misma  de  sus  síntomas  y 
por  la  peculiar  calidad  de  los  mecanismos  psicopatológicos  en  ellas 
predominantes,  son  dichos  fenómenos  sobre  todo  frecuentes  e  in- 
tenlsos  en  algunas  típicas  foirmas  psiconeurósicas,  como  en  la 
psicastenia,  especialmente  en  su  vaciedad  hipocondríacía,  y  en  la 
neurastenia  constitucional. 

En  el  histerismo  abundan  también  bastante  los  síntomas  autís- 
ticos;  pero  con  diverso  carácter  y  con  filiación  patogénica  distin- 
ta que  en  la  psicastenia  y  en  la  neurastenia.  Sin  entrar  de  lleno 
en  la  discusión  de  este  complejo  asunto,  que  exigiría  mucho  es- 
pacio, de  que  no  podemos  disponer,  me  limitaré  a  recordar  que 
en  ocasiones  ofrecen  los  trastornos  iniciales  de  la  Demencia  pre- 
coz tales  apariencias  de  semejanza  con  los  síndromes  histéricos, 
que  pueden  temporadmente  inducir  a  error  diagnóstico,  y  también 
es  de  recordar  que  las  analo^^as  y  las  relaciones  psioopatológicas 
entre  d  histerismo  y  los  procesos  esquizofrénicos  han  sido  estu- 
diadas, entre  otros  varios  autores,  por  Jung  en  un  capítulo  de 
9U  notable  opúsculo  sobre  Psicología  de  la  Demencia  precoz  (i). 

Dejando  para  un  ulteirior  trabajo  el  examen  detenido  de  los 
síntomas  autí'sticos  en  las  varías  especies  psiconeurósicas,  creo  que 
bastan  las  consideraciones  de  orden  general  que  brevemente  aca- 
bo de  exponer  ipara  demostrar  que  los  fenómenos  de  autismo  figu- 
ran a  menudo  en  los  cuadros  sidrómicos  de  la  psicastenia,  del 
histerismo  y  de  las  demás  psiconeurosis,  no  siendo  suficiente,  por 
lo  tanto,  la  comprobación  de  la  existencia  de  dichos  fenómenos 
para  formular  el  diagnóstico  de  esquizofrenia,  simple  o  asociada, 
sino  que  ese  diagnóstico  habrá  de  apoyarse  necesariamente  on  la 
exacta  valoración  de  la  totalidad  de  los  síntomas,  de  la  completa 
personalidad  y  constitución  somatopsíquica  del  sujeto,  de  los  an- 
tecedentes próximos  y  remotos  y  de  la  evolución  en  un  plazo  lo 
bastante  prolongado. 

(i)    C  G.  Jung:    Ueher  die  Psychologie  der  Dementia  pretos.  Halle. 
1907. 


El  término  de  "catarro  gástrico"  se  emplea  muy  poco  actU! 
mente,  y  en  vaiio  se  l>uscaría  en  los  libros  de  medicina  franceses 
contenqjoráneos  im  capítulo  que  trate  especialme.nte  del  "catarro 
mucoso".  Sólo  de  un  modo  accesorio,  o  bien  englobándolo  en  la 
"gastritis  crónica",  o  en  el  ténnino  general  de  "catarro",  liablan 
de  él  algunos  autores,  sobre  todo  en  el  siglo  pasado;  por  ejemplo, 
BotJVERET  (i),  que  dice;  "el  es:tómago  afecto  de  catan-o  segn-ga  " 
de  una  manera  exagerada;  pero  segrega  moco,  no  jugo  gástrico." 
Antes  que  él,  Guipon  (2)  había  mencionado  "la  producción  en  a 
estómago  y  la  ejop-dsión  de  líquidos  claros,  albuminosos,  glerosos", 
y  Beau  (3)  había  comparado  el  líquido  gástrico  mucoso  "a  una 
producción  concentrada  de  goma".  Damaschino  (4)  admitía  la 
existencia  de  "secreciones  gástricas  viscosas",  al  mismo  tiempo 
(,ue  discutía  su  origen  gástrico,  y  Bkinton  (5)  dudaba  en  coi.si- 
derar  el  catarro  gástrico  mucoso  como  una  entidad  definida.  Des- 
pués de  BotA^RET,  es  decir,  en  el  sig^o  xx,  Soupault  (6),  dioe  que 
"los  vómitos  de  origen  gástrico  es  más  raro  de  lo  que  se  cree  que 
se  hallen  compuestos  únicamente  de  materias  mucosas.  Así  d  vo- 
mito mucoso  más  conocido,  ¡a  pituita  matinal  de  los  alcohólicos, 
es- casi  siempre  de  origen  esofágico".  Cade,  Matiiieu,  J.  C.  Eoux, 
G.  Lyon,  emiten  una  opinión  análoga,  y  Loeper  (7)  dice  que  las 
inucorreas  gástricas  "son  todavía  ba.staste  mal  conocidas",  y  luego 
admite  la  existencia  de  verdaderas  mucorreas  cuyo  origen  gástri- 
co, estaba  comprobado  por  el  examen  histoíógico  y  químico"  (8J(_ 
Entre   los   autores   extranjeros   hay   qu?   citar   a   DaubeI 


—  545  — 


KÜTTNER,  que  han  descrita  la  mixorrea  gástrica  (Magenschleim. 
fluss)  en  1905. 


Desde  hace  quince  años,  después  de  haber  observado  la  gran 
frecuencia  del  chapoteo  gástrico  en  ayunas  (*),  empecé  a  estudiar 
el  catarro  mucoso.  He  inspirado  la  tesis  de  Franjou  (9)  y  publi- 
cado un  trabajo  de  conjunto  aJfeún  tiempo  después  (10);  desde 
esta  época  he  tenido  ocasión  de  hacer  nuevas  observaciones,  y  uic 
propongo  presentar  aquí  éstas  y  resumir  mis  conocimientos  an- 
teriores. 


Y  ante  todo,  dado  que  normalmente  el  epitelio  de  la  mucosa 
gástrica  segrega  moco  de  numera  continua,  ¿cómo  justificar  el 
término  de  catarro  mucoso,  que  sólo  quiere  decir  secreción  coiifi- 
nna  de  moco? 

Por  la  exageración,  por  el  aumento  de  la  cantidad  de  ta  se- 
creción. Si  bien  eri  el'  catarro  ácido  la  continuidad  de  la  secreción 
del  jugo  gástrico  es  lo  que  constituye  el  estado  mórbido,  en  ei 
catarro  mucoso  es  el  aumento  de  la  secreción.  De  aquí  que  el  tér- 
mino  de  mucorrea  gástrica,  sea  tal  vez  mejor  que  el  de  catarro 
mucoso. 

¿A  partir  de  qué  cantidad  comienza  d  estado  patológico?  La 
respuesta  en  cifras  precisas  es  imposible.  Küttner  dice  a  partir  de 
25  c.  c.  Pero  todos  sabemos  lo  difícil  que  es  evacuar  completa- 
mente un  estómago  y  poder  afiíimar  que  despuiés  del  sondaje  no 
quedan  20  ó  30  c.  c.  de  líquido  en  la  cavidad  gástrica. 

El  factor  que  demuestra  d  estado  patológico  del  estómago  es 
el  chapoteo  en  a)runas.  Ante  un  estómago  que  proporciona  este 
mido  doce  o  quince  horas  después  de  la  última  comida,  nadie  se 
atreverá  a  decir  que  este  órgano  no  está  enfermo.  Por  lo  t^iivo, 
si  en  estas  condiciones  la  sonda  procura  un  líquido  gleroso  sin 
rastros  de  residuos  alimenticios  y  que  no  contiene  ácido  dorhídri- 

(*)  Hay  que  entender  por  esta  palabra  todo  ruido  hidro-aéreo  obtenido 
con  la  persecudón  de  la  región  supra-umbilical  y  no  obligatoriamente  un 
íuido  de  ola  fácilmente  provocado. 


co  libre,  sólo  se  puede  hacer  el   diagnóstico  de  mucorrea  gástt\ 
ca  ircua  (•). 


Pero  podría  ocurrir  que  este  exceso  de  moco  proviniese  no  c  ^ 
estómago,  sino  de  fe  deglución  de  una  cantidad  exagerada  de  sa.-a 
Uva  o  de  moco  esofágico. 

Ahora  bien,  el  moco  gástrico  endógeno  posee  ciertos  caractet 
res  típicos  que  permiten  su  identificación  a  primera  vista. 

Es  turbio,  a  veces  semilechoso,  y  tiene  d  aspecto  y  la  conaís^ 
tenda  de  mía  solución  de  goma  concentrada,  como  decía  BeauI 
Contiene  casi  siempre  partículas  sólidas  de  forma  irr^^ilar  o  gía.4 
nos  riciformes  (**).  A  veces  es  tan  viscoso  que  dificilmente  £ 
por  la  sonda,  y  se  le  puede  estirar  horizon talmente  como  si  fuer 
vidrio  fundido;  desde  luego,  no  puede  filtrarse. 

El  moco  esofágico  es  mucho  menos  viscoso  y  más  claro.  dÍ4 
iiicamente  rara  vez  interviene,  porque  sólo  en  el  cáncer  del  ( 
mago  es  donde  se  segrega  en  gran  cantidad. 

En  cuanto  a  la  saliva,  se  distingue  en  seguida.  Es  ligert 
iweada,  ¡ransparenie,  y  en  los  casos  numerosos  en  que.  debido  •■) 
la  sialorrea  refleja  consecutiva  al  sondaje,  la  extrae  la  sonda  i 
mismo  tiempo  que  el  moco  gástrico,  flota  sobre  este  último  y  \ 
ta  con  im  golpe  de  varilla  de  vidrio  para  separarlos  inclinando  « 
t'ibo  de  ensayo.   Se  filtra  fácilmente. 

AI  microscopio  se  caracteriza  el  moco  gásitrico  por  la  presencí 
íJe  céünlas  espirales  y  el  moco  salivar  por  células  epiteliales  paví- 
mentosas;  además  la  adición  del  perdoruro  de  hierro  da  una  co- 
loración rojo-parda  carácter  i  s  tica. 

Añadiré  que  d  moco  gástrico  tiene  «na  tensión  superficial  clfc 
vada:  6o  grados  por  téimino  medio  (u)- 


(•)     Es  decir  que  dejo   de  lado   los  r 
en  que  el  exceso  de  moco  es  un  elemento  s 
(catarro  ácido)  o  la  presencia  de  residuos  aliir 
primer  lugar. 

(•*)     Estas   partículas   sólidas    no    son    mucosidades   faríngeas   ( 
nasales  deglutidas.  Provienen  de  la  "coocción"  del  líquido  mucoso  ■ 
vidad  gástrica  o  de  la  acción  química  del  jugo  duodeno-pancreático  refluido 
al   estómago   o  de  la  acidez   secundaria  de!  líquido  mucoso,   cosa   de   la  que 


—  547  — 

Una  vez  identificado  el  moco  gástrico,  ¿cuáles  son  las  moda- 
lidades dínicas  dd  liqtádo  gaiStromucorreico  ? 

E>ejando  de  lado  los  líquidos  de  mucoo-ea  mixta,  es  decir, 
aquellos  constituidos  por  jugo  gástrico  y  moco  (asociación  del  oa- 
tarro  ácido  y  del  catarro  mucoso),  sólo  me  ocuparé  de  los  de 
mucorrea  franca,  es  decir,  de  aquellos  constituidos  por  moco  .se- 
gregado en  exceso. 

Aproximadamente  en  los  dos  tercios  de  los  casos  su  reacción 
es  neutra;  y  en  el  otro  tercio,  acida.  La  proporción  de  esta  aci- 
dez es  generaümente  pequeña,  por  término  medio  0,50  gr.,  habien- 
do alcanzado  el  máximo  en  mis  enfermos  la  cifra  de  1,46  y  d  mí- 
nimo la  de  0,18. 

Esta  acidez  proviene  en  parte  de  la  digestión  intragástrica  de 
los  constituyente  proteicos  dd  jmooo  bajo  la  acción  del  jugo  duo- 
denal que  refluye  noaimallnene  en  ayunas  y  en  parte  de  las  fermen- 
tadones  que  sufre  el  moco  en  la  cavidad  cerrada  a  temperatura 
óptima  que  representa  la  bol^  gástrica.  En  la  cuarta  parte  de  los 
casos  se  encuentra  ácido  láctico  solo;  casi  siempre  ácidos  volátiles, 
añadidos  al  áddo  láctico;  muy  rara  vez  áddos  volátiles  solos. 

La  reacción  de  biuret  (*),  que  traduce  h  digestión  del  moco,  es 
positiva  en  los  dos  tercios  de  los  casos:  unas  veces,  fuerte  (tintt 
1  osa-carmín),  otras,  media  (tinte  rosa-violeta),  otras,  débil  (tinte 
violeta),  según  el  gnado  de  transformadón  (peptonas,  sintoninas). 

No  he  encontrado  relación  constante  entre  la  intensidad  de 
esta  reacción  y  la  concentración  (es  decir,  la  mayor  o  menor  vis- 
cosidad) del  moco  que  sólo  se  puede  mediir  con  el  tonómetro  o  el 
cstalagmómetro,  siendo  tanto  menor  d  número  de  gotas  cuanto 
más  denso  es  el  moco  (**). 


* 


(*)  Hace  diez  años  he  demostrado  que  por  la  yic&eiida  de  la  reactíón 
del  biuret  en  ayunas  no  había  que  dedudr  la  existenda  de  retención  micro- 
alimenticia  y  de  comienzo  de  estenosis  pilórica.  (La  reaction  du  biuret  dans 
Testomac  malade,  a  jeun  en  Tabsence  de  residus  alimentaires.  Societé  de 
Biologie,  22  Janvier  1926);  asimismo  para  los  ácidos  de  fermentación  (Fré- 
quence  des  acides  de  fermentation  dans  1  estomac  malade,  a  jeun  en  l'absen- 
ce  de  residus  alimentaires.  Societé  de  Biologie,  3  Juin  1916). 

(♦*)  Mucus  gastrique  et  reaction  du  biuret  {Societé  de  Biologie,  22 
Norenmbre  1919).  He  empleado  el  estalagmómetro  núm.  3  de  Traube.  El 
núm.  I  y  d  núm.  2  sólo  sirven  para  los  líquidos  muy  fluidos  o  de  fluidez 
media.  El  tenómetro  de  Kopaczewski  es  muy  complicado  y  no  posee  disco 
terminal. 


—  548  -  I      ■ 

¿Tiene  la  nnvcorrea.  gástrid  franca  una  siiitomatología  pro- 
pia? La  contestación  sólo  puede  ser  negativa.  Unas  veces  ios  en- 
fermos se  quejan  de  pesadez  después  de  las  comidas,  otras  de 
agrios,  otras  de  cólicos  intestinales  (que  son  debidos  a  la  llegada 
al  duodetio-yeyíuio  de  un  bolo  viscoso  que  camina  con  dificultad 
y  obliga  al  intesiino  a  contraerse  en  ér^  i  cara  en  te  para  hacerie  tran- 
sitar), otras  de  calambres  gástricos  sordos  que  tienen  el  miam» 
origen. 

Un  hecho  muy  notable  es  la  aitsen^  de  vómito;  de  cíen  ca- 
sos que  acabo  de  revisar  no  he  encontrado  nj'  uno  que  vaya  acom- 
pañado de  expulsión  de  niucosidad^s  por  la  boca.  Por  d  contrarío, 
«I  la  mucorrea  mixta,  es  decir,  en  la  asociación  dd  catarro  ácido 
ton  el  catarro  mucoso,  los  vómitos  del  líquido  gleroso  de  reacción 
bucal  ácñda,  se  encuentran  con  bastante  freaiencia  y  constituyen 
luia  de  las  características  de  la  gastritis  pituitaria  alcohólica. 


Pero  precisamente  como  factor  elíológico  nunca  o  casi  nunca 
he  encontrado  el  aJcoholísmo.  Los  vómiios  pituitarios  en  el  alco- 
holismo se  hallan  constituidos,  sobre  todo  o  exclusivamente,  de  mo- 
co esofágico  {12).  y  la  fase  mucorreica,  incluso  suponiéndola  gástri- 
ca, sólo  aparece  a  título  de  asodación  con  el  catarro  ácido  o  íi¿s- 
pités  de  él.  Por  usura  funcional,  a  la  gastritis  hiperdorhídrica  si- 
gue la  gastritis  mucorroica  por  hallarse  suprimidas,  valga  la  pa- 
labra, las  glándulas  de  ácido  y  conservar  solamente  el  epitelio  su 
actividad,  que  se  exagera. 

En  los  sujetos  que  no  pueden  ser  sospechosos  de  aicoiiolisino 
he  encontrado  con  bastante  frecuencia  altcmaJivas  del  catarro  áci- 
do coii  catarro  mucoso  franco. 

La  mucorrea  gástrica  parece  deber  ser  considerada  como  la 
consecuencia  de  una  lirritadón,  bien  de  la  mucosa  directamente 
(alimentos  picantes  o  productores  de  hiperdorhidria  durante  el  pe- 
riodo digestivo,  a  la  cual  responde  la  mucosa  por  la  secreción  de 
moco  protector  durante  los  períodos  interprandiales),  o  bien  Índ¡- 
rectrunente  por  irritación  del  plexo  solar  (en  particular  pfosís  deí 
coTon  o  del  riñon).  En  el  cáncer  gástrico  la  mucorrea  es  muy  fre- 
cuente, pero  aquí  sólo  figuran  de  un  modo  completamente  secun- 
dario y  a  nadie  se  le  ocurriría  poner  por  delate  el  diagnóstico  de 
mucorrea  en  un  eoifermo  portador  de  un  tumor. 

La  mucorrea  gástrica,  la  presenoia  en  éí  estómago  en  ayuíiab 


—  549  — 

át  una  cantidad  exjagerada  de  moco  (no  clot^hídrico)  es  uno  de  los 
modos  químicos  de  manifestarse  la  úlcera  gástrica  o  duodenal. 

En  una  nota  sobre  el  quimismo  en  ayunas  en  la  úlcera,  apa- 
recida hace  algunos  años  (13),  apenas  mencioné  el  hecho.  Llegué 
a  la  conclusttón  de  que  en  la  úlcera  el'  líquido  catarral  que  se  en- 
cuentra de  manera  constante  por  la  mañana,  era  jugo  gástrico  en 
Jas  cuatro  quintas  partes  de  los  casos  y  líquido  ácido  no  clorWdri- 
co,  a<proximadamente,  en  ía  quinta  parte  de  los  casos;  solamente 
en  dos  de  éstos  encontré  el  líquido  viscoso  poco  ácido  y  acior- 
hídrico.  Desde  esta  época  me  he  fijado  más  en  este  punto,  y  de  una 
serie  de  321  casos  he  encontrado  92  veces  este  líquido  que  da 
una  reacción  neta  de  la  sangre  oculta  (*). 


Con  frecuencia  el  líquido  miucorreico  está  teñido  de  amanilo 
por  la  bilis.  Me  ha  parecido,  sin  embargo,  que  el  catarro  muco- 
so  rara  vez  estaba  acondicionado  por  una  afección*  del  hígado.  La 
presencia  de  bilis  es  un  factor  más  bien  aooidental  debido,  por  lo 
<kméLSy  en  algunos  casos,  a  un  reflujo  reflejo  bajo  el  influjo  del 
sonda  je. 

En  lo  que  se  refiere  aá'  tratamiento,  existe  un  límite  marcado 
que  hay  que  respetar  de  una  manera  absoluta. 

La  gastromiucorrea  mixta,. debe^. ser  completamente  respetada 
porque  es  im  modo  de  defensa  contra  la  mordedura  de  la  mucosa 
por  el  jugo  gástrico ;  constituye  un  revestimiento  que  pone  al  abm- 
^  ía  mucosa  contra  la  autodigestión  que  la  amenaza. 

En  la  gjastromucorrea  franca  hay  que  distinguir  dos  condi- 
ciones : 

i.^  La  reacción  de  la  sangre  es  positiva  y  hay  ulceración  con- 
comitante; entonces,  como  en  los  casos  precedentes,  conviene  dejar 
a!  moco  que  proteja  a  la  mucosa. 

(*)  Después  de  haber  estudiado  y  experimentado  con  diversos  reactivos, 
me  he  quedado  con  el  de  Adler  y  sobre  todo  el  de  Boas,  que  he  dado  ha 
conocer  en  Francia  en  1922.  (Archives  des  Maladies  de  VAppareil  Diges- 
tif,  mayo  1922),  que  se  emplea  demasiado  poco  y  que  me  parece  más  seguro. 
(Journal  des  Praticiens,  3  de  junio  de  1924.  S ocíete  Medícate  des  Hopitaux 
de  Bucarest,  7  de  mayo  de  1924).  El  descubrimiento  de  la  sangre  oculta  én 
«1  líquido  gástrico  en  ayunas  es  para  mí  el  mejor  signo  objetivo  de  úlcera. 


—  530  — 


i 


3,"  No  hay  sangre  oculta,  la  mucorrea  es  benigna,  pero  ti 
el  inconveniente  de  provocar  moJestias  gástricas  en  ayunas  y 
'upedir  deíq>ués  de  las  comidas  e]  contacto  directo  o  completo  de 
la  secreción  dorhidropéptica  por  los  alimentos.  Por  lo  tanto,  hay 
que  combatirla. 

En  el  régimen  se  evitarán  los  alimentos  grasos,  los  purés,  la 
miga  de  pan,  qtie  aumentan  la  atonia  de  la  musculosa.  Se  prescri- 
birán los  alimentos  que  por  su  constitución  física  pueden  ejercer 
una  acción  que  sea  una  especie  de  raspadura  de  la  mucosa;  las 
legumbres  verdea,  la  corteza  de  pají,  la  carne,  las  frutas  crudas 
llenan  esta  indicación;  gracfes  a  los  movimientos  peristálticos 
tan  la  mucosa  y  quitan  la  capa  viscosa,  que  la  reviste;  pero 
que  tener  en  cuenta  el  elemenio  "liipercloríhidriá",  si  ejoisle, 
adoptar  en  este  caso  un  régimen  mixto.  _ 

Se  recurrirá  a  los  elemenos  que  disuelven  el  moco,  tales  como 
el  agua  de  Vichy  tibia,  por  la  mañana,  en  ayiuias,  o  en  los  casos 
serios  los  lavados  con  una  solución  de  bicarbooato,  de  carbonato  de 
sosa  y  de  citrato  de  sosa  al  i  por  lOO. 

Está  indicado  el  aumentar  ¿  peristaltismo  y  favorecer  la  eva- 
cuación del  estómago  después  de  las  comidas:  con  este  fin  empleo 
la  solución  siguiente,  cuya  eficaoia  he  comiprobado  desde  hace 
tincinco  años,  a  título  de  digestivo  mecánico : 


Tudas 
ste,^H 


Sulfato  de  sosa  seco 1 

Fosfato  de  sosa  secO' |a  a.  3  gr. 

Bromuro  de  sosa  seco ) 

Agua  destilada ¡300  gr. 


Una  cucharada  de  sopa  a!  fi- 
nal de  cada  una  de  las  dos 
comidas. 

Para  disminuir  la  imitación  del  sistema  nervioso  general  y 
vagosimipático  y  calmar  la  mucosa,  se  administrarán  al  comienzo 
de  las  dos  comidas  veinte  a  treinta  gotas  de  la  mezcla: 

Tintura-  de  belladona 10  c.  c  ^H 

Tintura  de  jtisquiame 20  c.  c.  ^H 

y  en  la  soluaión   precedente  se  podrá  aumentar   la  cantidad   de 
trcOTiuro,  haciéndolo  llegar  a  10  gramos. 


—  551  — 


^  No  se  dejará  de  poner  remedio  a  la  ptosás  (estómago,  riñon 
derecho,  colon  transverso),  cuando  exista,  haciendo  llevar  una  faja 
de  poca  altura  (12  a  14  centímetros  como  máximo)  y  mantenida 
en  posición  baja,  netamente  hipogástrica  por  medio  de  ligas. 


bibliografía 

(i)  ,    Traite  des  maladies  de  Testomac  (1893),  p.  414. 

(2)  Traite  de  la  dyspepsie  (1894),  P-  119-121. 

(3)  ídem  (1866),  p.  18. 

(4)  Maladies  de  voies  digestives  (1880). 

(5)  Traite  des  maladies  de  Testomac.  Trad.  Riant  (1870). 

(6)  Traite  des  maladies  de  Testomac  (1906),  p.  181. 

(7)  Le^ons  de  patologie  digestiva.  2.*  serie  (1912),  p.   15. 

(8)  Cuarta  serie  (1919),  p.  20. 

(9)  Contribution  a  Tétude  de  la  mucorrhée  gastrique  (Argel,  1918). 

(10)  Le  catarrhe  gastrique  muqueup  (Archives  des  maladies  de  fappareil  di- 

gestif,  julio  de  1919). 

(11)  L.  Pron. — Essai  tonométrique  des  liquides  gastriques  de  jeune   {Acá- 

démie  de  Medicine  de  París.  17  de  enero  de  1922. 

(12)  Mathieu  y  J.  C.  Roux. — Pathologie  gastro-intestinale  (1923),  p.   16. 

(13)  Academie  de  Medicine  de  París  (25  de  mayo  de  1921). 


Instituto  de  Medicina  legal,  Toxicologia  7  Psiquiatría  central  de  España. 

Director:  profesor  T.  Maestre. 

HERNIA  Y  ACCIDENTE  DEL  TRABAJO 

por 

J.  Torres  Fraguas. 


Indudablemente  que  el  abuso  en  cuanto  a  la  reclamación  por 
hernia,  desde  !a  primera  ley  de  accidentes  del  trabajo  de   1900, 
indujo  al  legislador  en  la  modificación  de  dicha  ley  en   1922,  a 
que  se  determinara  de  manera  dará  y  terminante,  que  ia  hernia 
era  consecueno'a  del  esfuerzo  realizado  en  el  trabajo.  Así  en  el 
artícuflo  92  del  reglamento  para  la  aplicación  de  dicha  ley,  se  dice 
taxativamente,  que  a  todo  otro  trámite  hia  de  preceder  la  infor- 
mación médica.  En  esta  información  se  han  de  determinar  todas 
laí«   características  deil   individuo,   antecedentes    familiares   y   t>er- 
sonales,  manera  como  ocurrió  el  accidente,  los  auxilios  que  se  It 
prestaron  en  los  primeros  instantes,  tiempo  que  estuvo  incapaci- 
tado para  el  trabajo,  si  fué  aíl  primer  puesto  de  socorro  por  su 
pie  o  por  otros  medios,  caracteres  dd  dolor  y,  por  último,  si  fué 
reconocido,  al  ser  recibido  por  d  patrono,  por  un  médico  y  si 
éste  le  apreció  hernia  o  predi: siposición  a  ella.  Esta  informadón 
por  sí  muy  laboriosa,  nunca  es  coinddente,  pues  mientras  el  pe- 
rito dd  obrero,  en  vista  dd  interrogatorio  y  de  los  elementos  d^ 
juicio  que  tiene,  afirma  que  la  hernia  es  accidental  el  médico  del 
patrono  o  de  la  compañía  subsidiaria,  lo  niega  aunque  en  feciia 
no  lejana  diese  el  parte  de  reconocimiento  de  ofrecer  integridiad 
{u'ira  ser  admitido  al  trabajo  y  no  padecer  hernia  ni  estar  predis- 
puesto  a  ella. 

Ervtn:  di.screpa,ncia  cía  lugar  a  recabar  Ha  opinión   del   cuerpo 
consultivo  médico,  el  de  más  alta  autoridad :  la  Real  Academia  Na- 


—  553  -- 

cicttial  de  Mfedüciiia.  Esta  docta  corporación,  salvo  rarísima  ex- 
cepción que  no  conocemos,  se  pronuncia  en  sentido  opuesto :  a  con- 
siderar la  hernia  como  accidental  siendo  esta  afección  para  ella 
como  consecuencia  de  im  estado  predisponente.  Dioe  esta  docta 
corporación  en  iniforme  aún  reciente,  que  la  hernia  accidental  e» 
tan  extraordinaíiiamiente  rara,  que  algunos  de  sus  miembros  no 
bar.  visto  ninguna  y  que  lo  que  se  debe  considerar  como  herAiia 
accidental,  es  la  que  aparece  con  una  verdadera  eventradón. 

Este  criterio  dio  liigar  a  que  muchas  compañías  de  seguros 
contra  accidentes  del  trabajo,  ni  siquiera  acudiesen  al  Gobierno 
Civil  para  dar  cuiripilimáento  a  -la  ley,  trannitando  ía  oMigada  in- 
formación médica  y  quedando  por  esite  incumplimiento,  libre  de 
toda  sanción.  Elevada  la  reclamación  al  Tríbunal'  Ipdustriaí,  que 
ts  el  competente  para  conocer  en  estos  litigios,  este  tribunal, 
fundándose  en  jurisprudeíicáa  del  Tribuniaí  Supremo,  niega  de 
manera  constante  el  derecho  de  indemnización,  aun  reconociemio 
en  algunos  casos  por  los  peritos  die  amibas  paríjes  que  la  hernia 
fué  consecuencia  del  esfuerzo,  por  no  haberse  hecho  la  informa- 
ción medida  que  el  reglamento  determina:  es  decdr,  que  lo  fun- 
damental en  csíe  problema  es  la  informacióni  médica  y  la  base  de 
toda  actuación  posterior.  Como  se  ve,  este  es  el  nudo  de  la  cues- 
tión, y  para  evitar  el  incumplilmliento  de  los  preoeiptos  !ega»c5 
|x?r  parte  de  las  compañías  en  cuanto  a  la  práctica  de  la  infor-. 
inadón,  el  Minásterio  ád  Trabajo,  en  Real  orden  dd  mes  de 
marzo  del  corriente  año,  determina  qiue  cuando  el  patrono  o  sub- 
sidiario no  acudan  a  practicar  la  información,  se  le  considerará 
en  rebeldía  y  bastarán  las  pruebas  que  aporte  la  parte  reclamaíite 
para  considerar  la  hernia  como  accidenial, 

Eñ  esta  disposición  ministerial  hay  más;  en  d  reglamento  oe 
1922  se  determina,  que  cuando  no  sea  reconocido,  por  la  opon- 
ción  de  éste,  se  considerará  que  padece  hernia  y,  por  tanto,  todaj. 
redamación  que  hiciese,  aunque  el  coso  fuese  de  los  que  la  Aoi- 
demia  considera  como  indemnizables,  es  decir,  una  eventradón^ 
no  sería  indemnizado,  pues  al  no  haberse  reconocido,  perdió  todo 
su  derecho. 

El  obrero,  desconocedor  de  este  precepto,  nunca  reclama  su 
derecho  a  ser  reconocido,  y  las  compañías,  bien  conocedoras  de 
la  trascendencia  de  él,  lo  pasalbajn  por  alto.  Ahora  es  a  la  inversa^ 
por  virtud  del  Real  decreto  mencíonlado  y  cuando  el  patrono  no» 
manda  neconocer  al'  obrero  que  admite  al  trabajo,  se  le  conside- 
rará ooffi'  integridad  completa.  TajTiito  en  el  primer  caso  como  eñ 
el  segundo,   existe  una  manifiesta  equivocación,  que  puede   dar 


Iii^r  a  doiorosas  inju^Didas.  Gertoü  abusos,  al  parecer  ^r 
■dejaJgún  que  otro  obrero,  dio  lugar  a.  que  en  la  reforma  de  ¿  Jey 
en  1923  se  aquülatase  'bien  niédicaiiieute  ai  la  herjiia  era  o  ruf  .m:- 
cidental,  y  los  mismos  abusos  también  de  alguna  que  otra,  .com- 
pañía, obligó  a  -pretender  corregir  en  parle  éstos,  con  el  Real  de- 
■  érelo  dichu. 

'Bsto  no  es  suficiente  y,  además,  no  es  acertada  oríentadón 
para  dar  solución  al  problema,  pues  queda  al  criterio  de  la  Real 
Academia  de  Mediclua,  que  para  los  juzgadores  es  la  prueba  de 
más  vaior  y,  por  tanto,  la  que  determina  la  existenoia  o  no  de  wn 
dnecho,  en  casos  de  hcniiLi. 


Ks  coinsiderada  la  hernia  en  nuestra  legielaidón   social  ^ 
xarfL  incapacidad  parcial  permanente,  es  decir,  que  tiene  asigí 
el   nunimun  de  indeniniíación   de  las   incapacidades   permanenl 
Dice  asi  el   r^lamento:  son   incapacidades  parciales  permamentai 
.¡jara  la  profesimí  habirtual: 

A)     La  pérdida  fu,nKÍonarl  de  un  pie  o  de  lois  elementos  Im 
pensabJes  para  la  sustentación  y  precesión. 

-B)     La  pérdida  de  la  visión  completa  de  un  ojo. 

C)     Lca  hernias  de  ctialquier  clase  que  sean. 

A  todo  médico  ha  de  sugerirle  vma  duda  esta  díase  de  incapa^ 
cidad  tan  secamente  definida  y  esta  pregunta.  ¿El  que  confec- 
cionó !a  ley  sabia  el  número  de  hernias  que  se  puieden  producir 
y  su  gravedad,  según  el  sitio  y  oteas  drcunstancias  ?  Indudable- 
mente que  quien  tal  cosa  hizo,  era  profano  en  materia  medien, 
porque  el  absurdo  no  jmede  ser  más  paítente.  Creemos  que  el 
pensamiento  deí  legislador  fué  consáderar  la  liernia  corriente  :n- 
-guinaJ  o  crural,  que  aiparedese  en  ¿individuos  que,  reconoddos 
previamente  al  entrar  a  trabajar  en  el  taller,   fábrica  u  obra,  ¡kj 

Illa  tenían,  ni  su  estaan  indicaba  una  predi  spositíón,  y  que,  poi 
virtud  de  lun  esfuerzo  anormal  se  producía  con  el  cortejo  sinto- 
mático conocido  en  estos  casos;  pérdida  de  conocimiento,  dolor 
violento  en  la  parte  afecta,  reacción  peritoneal,  náuseas,  vómitos, 
inflamación,  dolor  al  ser  reducida,  imposibilidad  de  continuar  tra- 
■bajando,  reposo  durante  algunos  días  y  equimosis,  o  aunque 
é.»te  «o  exisla  y  sí  los  síntomas  enumerados,  es  la  que  debe  cob^^h 
■siderarse  como  hernia  accidental  y  encuadrada  en  las  íncapats^^H 
^(¡edes  parciales  permanentes.  ^^H 

1 I J 


—  555  — 

t;.  Nacüe  se  atreviera  a  afirmar  que  d  individuo  herniada  tien<e 
la  misma  capacidad  para  el  trabajo  que  si  no  la  tuviese,  y  sf  ista 
aparece  con  ocasión  dd  trabajo  que  realliiza,  o  a  causa  de  una  de 
sus  incidencias,  atinque  el  individuo  esté  predispuesto  por  su  cons- 
titución orgánica,  es  una  evidencia  ahrumadcffa  que  ha  perdido 
capacidad  y  que^  ésta  la  perdió  con  pc^^ión  deJ  trabajo  que  rea- 
Tizaba. 

Se  f undaa  t¡wibi4¡ti  Ips  partidarios  de  la  exdusién  de  las  lier- 
nias  ^ocidentajca  p^ra  sostener  su  tesis,  en  que  la  hernia  es  afec- 
ción fácilmente  curable  y  que  su  iaitervencióin;  «lo  entraña  seríéB 
^jpeligros.    Nadie  puede  estar  conforme  con  esta  apreciación   de 
uidOif^  fian  ge¡Qic^l  formulada^  puies  tanto  la  hernia  como  otras 
intervendoijes  de  loenor  importancia,  siempre  ehiferáfían  un  pefi- 
gro,  y  9I  GOiKslidarar  scio  como  hernias  oocidieintaks  nada  más  que 
,9<9U^}as  ^ue  sion  venladeras  evenitraciones,  se  aiáquietre  una  gidn 
rf^x)aisabilidad  si  el  individu|^  que  se  cupera  por  una  hernia  pot 
teicier  disijaiiidáda  su  capacidad  para  el  tnabajo  y  como  consecuen- 
cia de  esta  opcocíión.  surgen  sexim  fa«n¡stonw)S,  debido  a  la  anes- 
t>e«ia,  o  muere  como  €onsec«en€Ía  de  ía  intervención  o  por  otra 
afioodoa  derivada  del  .acto  cperatario  o  dd  nuedio  en  que  se  le 
iuifo  4}ue  colocar  (siendo  ejemplo  de  ellas  las  complicaciones  dd 
aparaifeo  pesjpiiratoitii^  de  fatales  cn^ecuencías  en  no  raros  casos  y 
los  transtomos  del  aparato  urinario  en  los  casos  de  i^uianeste- 
sia),  «rf  no  poder  redamar  nada,  ni  él  ni  sus  derediofiabientes  en 
los  re€erido6  casos  desgraciadois,  qiie  aunque  pocos,  ex&ten. 

Las  recidivas  son  nujpLy  frecuentes  y  much^  (te  ellas  son  qcwi- 
secueiKia  dd  estadp  anterior  del  sujeto  determinando  en  muchos 
cafsois  un  estado  somático  muy  inferior  al  que  disfrutaba  antes 
de  la  primera  hernia.  Como  ejemplo  tenemos  im  caso  de  un  obre- 
ro forjador  de  la  Compañía  de  ferrocarriles  de  M.  C.  P.  que  ha 
sido  operado  dos  veces  por  cuenta  de  la  Compañía,  porqtie  .estaba 
reconocido  que  se  bemió  en  d  trabajo,  presentando  una  tactensk 
cicatriz  en  sentido  vertical  eni  la  línea  paraumbilical  derecha^  bas- 
tante dolorosa  y  que  disminuye  de  manera  notable  su  cnpñdúi^ 
para  d  trabajo.  El  estado  actual  de  la  cuestión,  más  que  luz,  no!S 
ofrece  confusión,  y  la  ^mnera  de  aprediair  el  problema,  tajiito  Iop 
tribunales  como  la  Reial  Academia  de  Medicina,  tampoco  parece 
ser  la  dará,  continuando  d  desconderto  en  este  punto  de  la  ley 
de  Acddenites  del  Trabaj.o,.  pues  m¡ietntíra3  ést^  reconoce  Ja  her- 
nia vGomo  incapacidad,  los  UauKidps  técnitra  y  jiurídicgmiente  a 
poner  las  cosas  en  claro  de  manera  reiterada,  las  niegan,  quedan- 


!n,  por  laiito,  borraicte.  prácticamente  de  id.  ley  tal  afecdón  como 


Las  hernias  que  pueden  presentarse  bien  par  un  traumatismo 
directo;  caída,  choque,  etc.,  o  por  un  esfiierzo  vioíento,  aparte 
de  las  más  corrientes  ln;iiiias  inguinales  y  crurales  suii :  las  her- 
nias diafragmáticas,  umbiücaJes,  de  la  linea  semiilunaír  de  Spigiu., 
lumbares,  obturatrices,  isquiáíicas,  perineales  y  otras  muelas,  al- 
g-unas  oon  variedad  de  contenido. 

Esta  d¡vi.rs¡dad  de  lienuias  rao  pueden  ser  lo  mismo  en  casuto 
a  ía  gravedad  y  disminución  de  cEpacidad  en  todos  los  individUuB, 
pues  depende  de  la  edad,  de  la  constitución  física  y  el  estado  de 
saiud  del  que  la  sufre.  Es  evidente  que  existen  causas  constíla- 
cionales  en  casi  todos  los  individuos,  pero  esto  no  debe  ser  motivo 
paila,  desechar  la  hernia  cmo  aíeccióii  indemnizable  cuando  ésta 
aparece  por  eil  esfuerzo  no  habitual  que  el  ab-rero  realiza  por  una 
de  aquellas  circunstancias  no  imputables  a  su  voluntad. 

Se  tiene  el  concepto  pam  considerar  la  hernia  como  acoden- 
tai,  que  ésta  se  produzca  súbitamente  y  que  aparezca  con  loiui^s 
sus  componentes  de  una  sola  vez.  Con  este  Driterio  tendremos  que 
admitir  la  tesos  de  varios  autores,  entre  ellos,  la  de  Lucas  Cham- 
PIONNIÉRE,  el  más  ardiente  defensor  de  elk,  de  que  no  existe  ía 
hernia  accidental,  pues  cuando  ésta  se  presenta,  es  porque 
existe  un  estajdo  anatómico  congénito.  Esta  tesis  la  sostuvo  en  el 
Congreso  Internacional  de  Accidentes  del  Trabajo,  de  Lieja,  e» 
1905,  acompañándole  en  este  criterio  Fournaire  y  Beeruyek, 
en  comunicación  que  presentaron  sobre  hernias,  en  la  que  ase- 
guraban que  de  130  casos  atribmdos  a  hernias  de  esfuerzo,  niB- 
j;imo  de  ellos  lo  eran.  Ciertamente  que  con  este  criterio  no  existe 
la  hornia  accidental,  y  si  tma  cosa  no  existe,  huelga  su  mención. 
y,  por  tanto,  al  na  existir  la  hernia  Bcddental,  está  demás  tju* 
se  incluya  en  la  ley. 

Ya  en  el  Congreso  Nacional  de  Accedentes  del  Trabajo,  ce- 
lebrado en  Zaragoza,  ios  representantes  de  compañías  asegurado- 
ras, intentaron  que  fuese  e.xduída  de  la  lev  la  hernia  como  ac- 
cidente, evitando  que  prosperase  esta  tesis,  los  Sres.  Lozano,  ét 
Zaragoza,  y  Oller,  de  Madrid. 

No  hay  legislación  en  el  mundo  que  haga  esta  exclusífift: 
ahora  bien,  las  cosas  se  hacen  de  tal  modo,  que  no  se  da,  higar  a 
litigios,  sino  en  aquellos  casos  do  verdadera  duda  de  interpretfc- 
dóa. 


—-557.—-^ 

.  La  nxás  acertada  interpreítación  pa;ra  considerar  la  hernia  ac-»' 
cidéntal,  a  nuestro  juácio,  es  la  qué  día  Maurice  Patel.  Este; 
aiitor,  dice  que  las  .hernias  están  bajo  la  depejüjeiicia  directa  del 
ctccJdwite  cuajndo  éstas  apajrecen  a  continuaQión  de  unia  violencia 
exterior  considerable.  Hay  casos  en  que  se  paioduce  una  eventra- 
cióii  parcial,  sdendo  éstas  las  más  rallas. 

/Un  ipocb  más  frecuentes  son  las  consiguientes  a  un»  esfuerzo, 
violento,  brusco,  anormal,  prolongado,  en  mala  posición ;  el  aumento- 
de  la  presión  abdominal  es  claro,  y  el  punto  débil,  cede.  Este  es 
el  mecanismo  de  las  hernias  de  esfuerzo  propiameníte  dichas. 

La  sintomatología  es  entonces  dramática,  el  herido  siente  un 
dolor  de  lo  más  vivo  localizado  en  la  región  hemiaria;  aparecen 
síntomas  sincópales,  de  reacción  periítoneal,  y  el  reposo  completo 
en  cama  es  necesario  durante  varios  dials.  Otros  sínitomas  sefiala 
el  autor,  que  son  los  mismos  que  ya  hemos  descrito  anteriormen- 
te. Para  el  referido  autor  estas  son  las  verdaderas  hernias  acci- 
dentales, 

""  Todos  los  autoreís  y  todos  los  legisladores!  determinan  siem- 
pre, al  hablar  de  hernias,  en  el  sentido  de  conceder  una  indem- 
nización inferior  a  otra  afección,  o  mutilación:  la  hernia  inguinal 
ó  crurail,  dejando  lia  determinación  de  la  incapacidad  en  otras  ^^u 
riedades  de  hernias,  según  la  gravedad  del  caso  y  sus  circuns- 
tancias. Este  es  un  punto  que  necesitía  urgente  modificación  en 
la  ley,  haciendo  que  desaiparezca  el  concepto  de  las  hernias,  de 
cualquier  clase  que  sean,  por  el  de  las  hernias  inguinales  o  cru- 
rales producidas  a  consecuencia  del  trabajo. 

CONCLUSIONES 

Primera.  Todo  obrero  debe  ser  reconocido  détenidiamente, 
coffliaignándose  su  estado,  antes  de  empezar  a  trabajar  con  cvda 
patrono. 

Segunda.  En  caso  de  apianecer  la  hernia  consecutívamentíe  a 
un  esfuerzo  anormal,  se  debe  considerar  como  consecuencia  del 

trabajo. 

Tercera.  Si  su  aparición  no  presenta  la  sintomatología  descrita 
por  Patel,  y  sí  otila  más  acentuada,  proceder  a  la  intervención, 
sin  más  derecho  por  parte'  del  obrero  que  a  la  cura  de  la  hem-a  y 
a  la  pensqxáón  de  las  tres  cuartas  partes  de  jornal  hasta  que  se 
reintegre  a  su  trabajo  con  la  m-isma  integridad  que  cuando  empe^ 
zó  a  trabajar  en  el  sitio  donde  sufrió  el  accidente. 

Cuarta.    En  caso  de  hernia  ó  eventración  con  sintomatología 


-5S«- 

descrita  por  Patel.  valorización  de  (a  dísminaoióii  de  capacidad 
para  d  trabajo  y  abono  de  la  misma. 

Quinta.  En  caso  de  aotridenite  por  la  intervendón,  abono  de 
indemnizadóii  con  arreglo  a  lo  legislado,  en  cuanto  a  incapacidad 
¡Krmaaente  o  imierte. 

Sexta,  En  caso  de  hernia  no  inguinal  o  crurai,  y  una  Tü 
averiguado  que  es  consecuencia  del  accidente  deí  tTal¿j(>,  d«cr- 
ninar  el  grado  de  incapacidad  y,  con  arreglo  al  mismo,  abonar  la 
indemnización  correspondiente;  y 

Séptima.     Que  el  obrero  sea  reconocido  dentro  de  los  prime- 
i"os  diez  días  en  que  sea  dado  de  aJta,  o  negada,  en  la  conseci 
tifa  dd  áccídentí,  la  hernia,  por  una  Comisión  técnica. 


bibliografía 


ü. — Guide  Practique  du  Médecin  dans  les  Ace\ 


E.  FoRGüE  et  E.  Ji 

du  Traniaü. 

Ettiew  Rev. — Prfsc  Médiealc.  Hernie  el  Acddentí. 
Maurick   Patel. — Nmtveau    Traite   de  Chirwgit,   3/  edición.    1924. 
Oller. — Progresas    de    ¡a    Clínica.    Congreso    Nacional    de    Accidentes 

J.  Torres  Fraguas.— .^ cío j  de  ¡a  Academia  Médico  Qmrúrcñca. 
Rodríguez  MARrfu  y  Aiarcójí  Horcas. — Accidentes  del  Trabajo.  {"' 
ría  y  práctica  de  la   responsabilidad".) 


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TKABAJOS    ANALlZADÜS 


JjDiMBb.  laid  LAN(K.-'Lft  Inmimldad*  d»  los:  panalítloos  gioneralea. 

eontra   la   sífilis.   (Münchner  Medisinische   WochenchsrifU)   Afio   78r 

« 

Eí'  estítdd'  a<?tual  de  los  conocimientos  médicos  pfomuígaí  oottio  coiwr  d(K» 
ntttótfettdk  qiie  el  honAre'  sotó  i^üiedé  infcctai^se  utia  v«sf  i»r  sífiii»)  yr  Qoe: 
ult(!ríorniekite  pisrmanece  inmtme  »  las-  imevafe  itíoc^litcimie^ 

LéH^  ejemplos  dtí  réidífetícióif' o^ni^idbs'  no  invalidatti  esta  aíimiaoléaj- 
Ifótfi^Etb  ha--  demostfádb  qt^ET  Ibá'  itioti6fi  sil^lítídos  so^>  inmiínieis  piarst.  na^vflff 
in6ctíládones>  mientras  tenga»  eh  su  organismo  espáro^Oetas. 

Son  mny  conocidos  los-  expefríntentos  de  HiftSCHL,  en  Vienav  y  líw  de 
TCraft-Ebbing  ;  ninguno  de  los  dos  logró'  la  reinoctílacióir  de  losí  paralttiéDs;^ 
Desd«  que  nuestros  conocimientos  acerca  de  la  ciencia-  dC'  Ifc  inmuífidaií  y-  de 
la  inmunoterapia  nos  permiten  considerar  el  problema  de  la  sífilis  como 
el  de  uña  infección  cualquiera,  los  ensayos  de  inoculación  de  los  paralíticos 
con  fines  terapéuticos  se  han  repetido.  Los  ensayos  realizados  por  los  au- 
tores han  sido  completamente  negativos,  desde  este  punto  de  vista,  en  el 
sentido  de  que  no  se  ha  logrado  una  mejoría  de  la  parálisis,  aunque  tam- 
poco desde  luego  se  ha  empeorado  el  curso.  El  mismo  Krabpeliií'  ha^  soste- 
nido esta  idea  dé  que  la  parálisis  era  la  manifestación  de  una  anomalía  de 
la  ckrfens^  oílgónica  cóntí-a.  el*  espiroquete  y,  por  consiguíontie,  el  csamíiio 
para  las  subsiguientes  investigaciones  estaba  trazado  en  ese  Sentídb.  Piíaüt 
ha  publicado  los  resultados  de  sus  investigaciones  por  la  inyección  de  espi- 
roqtüetes  muertos,  tomados  de  cultivos  que  le  dio  Wassermann  en  mv  gran 
número  de'  paralíticos  genearales,  sin  que  ni  siquieraí  se  H«ya>  podido  comí' 
prdbar  ni   el-  más   mínimo    efecto   terapéutico; 

Semejantes^  resultados  no  puedeff  sorprender;  en^  principio;  ya  que;  oomo 
es  natfirai(  las  reacciones  de  inmunidad  en  el  organismo  del  paralítico*  sólo 
se  consegairían  en  el'  caso  de  que  los  espiroquetes  inoculados  cOlfeniíaran^ 
y  ser  multiplicaran'  en-  él.  Pero  el  paralítico  que  no  GS  bastante  inmufte  para 
condudr.su  infecdiónr  a?  bueiT  término,  lo  es,  sin  embargo,  para  evitát^  (jur 
prospere  una  inoculación  vacunante ;  desde  este  punto >  d^  vista^  Ifí-  iñmimt^ 
dad-  del  parMítieo  iro  difiere  en  nada  de  la  inmunidad'  de  cualquier  otro 
siiilHieo.  Y  aitonOes'  la  cuestión  se  encierra  en  los'  téa-rtíncs»  db  un  áW^Wi' 


ii 


-S6o- 


Para   Inmuni>ar  al   paralitico  hay  que  inocularle ;   para  gue  la   i 
tenK«  íxilo  ea  preciso  que  desaparezca  la  inmunidad  del  paralitico. 

Ija  investigacioties  experimentales  realizadas  por  los  autores  de  inocu- 
lación ■  los  paralíticos,  se  iiati  realizado  con  el  germen  de  la  raza  llamada 
Truffi,  con  lo  cual  lian  trabajado  tamibién  Levaditi  y  Marib,  cuyos  auto- 
re»  lia»  piKl¡<lo  probar,  por  una  inoculación  accidental  de  laboratorio,  que 
Uta  ratn  no  ha  perdido  su  virulencia  para  el  hombre,  a  pesar  de  los  múl- 
tipleí  psscs  que   ha  sufrido   en   los  animales  de   laboratorio. 

SAlo  en  un  caso  de  inoculación  ha  sido  positiva.  Se  trataba  de  un  pa- 
ralitico indudable  con  reacciones  positivas,  intensamente  tratado  por 
WmcirnuoDT,  en  el  cual  la  inoculación  experimental  produjo  a  los  catorce 
dlki  de  inoculación  un  infiltrado  papuloso,  en  cuyo  jugo  se  encontraban  los 
opi roquetes,  que  desapareció  a  las  cuatro  semanas  sin  reacción  ganglionar 
ni  manifestar  iones  secundarias:  una  segunda  inoculación  careció  después  de 
éxito. 

Encemidos  par*  el  tratamenlo  inmunotcrápico  en  el  dilema  de  que  an- 
te» «  hito  mérito,  se  ocurre  que  tal  vez  en  el  hombre  podria  haber  una 
inmunidad  especifica  para  ciertas  razas.  Así  ocurre,  por  ejemplo,  en  el 
coiwj<v  que.  inmunizado  para  la  raza  Truffi,  es  sensible  a  la  raza  Nichol- 
•Mk  INrtM  U»  investigaciones  realizadas  por  los  autores  demuestran  plena- 
tiwntf  trn*  I»  inmunidad  del  hombre  es  más  completa  que  en  el  conejo  y 
ttuf  Kntan  la.'  inoculaciones  fracasan  por  igual  en  los  paralíticos.  La  falta 
ilf  «(iccificidad  es  tan  grande,  que  hasta,  como  han  demostrado  los  auto- 
mi  W  paralíticos  son  inmunes  para  una  afección  de  protozoario  tan  dlferen- 
**  al  «piroQUele,  como  es  el  germen  de  la  framboesia. 

La  cuutiÓn  está,  pues,  por  resolver. 


J.  Sanchís  Banós. 


U'iiitRR.~EI  valor  dlagnóstloo  de  la  ourva  d«  la  glucemia 
después  de  la  Ingeatlón  de  glucosa  en  la  úlcera  péptica 
y  en  el  cáncer.  (Klini^che  Wochensehrift.  tomo  V.  núm.  32,  agos- 
to de   1926.) 

Algunos  autores  han  publicado  trabajos  demostrando  que  en  el  cáncer 
de  estómago  la  hiperglucemia  alimenticia  no  sigue  la  misma  curva  que  en 

individuo  normal,  ni  en  aquellos  que  padecen  úlceras  de  estómago.  Se 
ha  publicado  que  la  cantidad  de  glucosa  en  ayunas  es  un  poco  más  ele- 
vada que  normalmente,  pero  que  sobre  todo  después  de  la  ingestión  de  100 
gramos  de  glucosa  es  cuando  se  manifiestan  las  diferencias,  pues  la  glu- 
nia  se  eleva  mucho  más  y,  lo  que  es  muy  característico,  dicha  elevación 
persiste  mucho  tiempo.  Estos  trabajos  han  sido  confirmados  por  diferentes 
escuelas  en  diversos  países. 

Los  autores  de  cate  artículo  han  hecho  investigaciones  empleando  sola- 
mente so  gramos  de  glucosa,  que  toma  e!  enfermo  por  la  mañana  con  el 


-56i- 

^esáyuno  disuelta  en  café,  y  determinando  en  seguida  la  curva  de  la  glu- 
cemia. 

Han  estudiado  lo  individuos  normales,  encontrando  que  la  glucemia  en 
ayunas  era  alrededor  de  0,7  a  1,1  por  i.ooo.  Después  de  haber  tomado  50 
gramos  de  glucosa  se  elevaba  la  glucemia  para  alcanzar  su  punto  más 
alto  entre  los  30  y  45  minutos,  llegando  hasta  la  cifra  de  1,7  a  1,8  por  i.ooo. 
Cuando  habían  transcurrido  dos  horas  de  la  ingestión  el  nivel  de  la  gluce- 
mia había  vuelto  a  su  límite  normal. 

Han  estudiado  también  19  casos  de  individuos  que  padecían  úlceras  de 
estómago  y  ocho  con  probable  estrechez  pilórica  ligera,  habiendo  encon- 
trado la  curva  de  la  glucemia  en  todo  semejante  a  la  del  individuo  normal. 

En  15  enfermos  con  cáncer  digestivo  hallaron  en  13  curvas  de  glucemia 
francamente  anormales;  la  glucemia  en  ayimas  era  normal  en  11  casos  y 
ligeramente  aumentada  en  2;  pero  la  hiperglucemia  alimenticia  no  alcan- 
zaba su  punto  más  elevado  hasta  los  60  minutos,  habiendo  llegado  muy  fre- 
cuentemente más  allá  de  lo  normal.  Y  por  último,  nunca  encontraron  que 
lá  glucemia  volvía  a  su  nivel  primitivo  a  las  dos  horas,  quedando  atm  des- 
pbés  de  este  tiempo  a  un  nivel  muy  alto. 

En  la  mayor  parte  de  los  enfermos  estudiados  pudo  hacerse  la  demos- 
tración del  diagnóstico  en  la  autopsia,  encontrándose  que  había  metástasis 
e&  el  hígado. 

Fueron  estudiados  6  casos  de  cáncer  no  digestivo,  y  en  3  la  curva  de 
la  glucemia  fué  normal,  y  los  otros  3  la  presentaron  análoga  a  la  de  los 
cánceres  digestivos. 

E.  Carrasco  Cadenas 


ScHMACK.— Cpntrlbuoión  ai  estudio  de  la  enfermedad  de  Basedow 
oonaeoutiva  a  la  Ingestión  de  yodo.  Wiener  Klinische  Wochensch- 
rift,  tomo  XXX,  núm.14,  1926. 

El  autor  ha  emprendido  un  estudio  acerca  de  la  cuestión  tan  discutida 
sobre  la  acción  hipertiroidizante  del  yodo,  cuestión  que  está  en  íntima  re- 
lación con  el  tratamiento  profiláctico  del  bocio. 

Expone  haber  estudiado  siete  individuos,  tres  mujeres  y  cuatro  hom- 
bres, de  salud  perfecta  hasta  entonces  y  en  los  cuales  pudo  demostrar  la 
aparición  de  la  enfermedad  de  Basedow  después  de  la  absorción  intem- 
pestiva de  yodo.  En  uno  de  estos  casos  fueron  suficientes  unos  toques  que  dia- 
riamente se  hacían  en  las  encías  con  tintura  de  yodo  durante  varios  mesej 
En  otros  dos  se  habían  mandado  pequeñas  cantidades  de  yoduro  potásico 
con  objeto  de  favorecer  una  cura  de  adelgazamiento.  Los  otros  tres  enfer- 
níos  habían  estado  sometidos  a  una  cura  yodurada  a  causa  de  una  hiperten- 
sión. Uno  de  estos  dos  padecía  en  una  pierna  un  goma  probablemente  de 
naturaleza  sifilítica. 

El  hipertiroidismo  yódico  se  manifiesta  primeramente  por  un  adelgaza- 


sKo   rá^do   unido   a   pérdida   considerable   de    fuerias,   al   mismo   tíempa 

:   tiimbién   m   presenta  aumento  de   la   sed  y  de  la   cantidad  de  orina. 

E»  muy   corritnte   observar  de   manera   precoz   taquicardia   con   arritmÜ' 
Eát   toe   cakof   muy  pronunciados   se   observa  generalmente  s 
futrnaña   cardíaca  con  cianosis  y  dilatación  del  corazón. 

El  «xofalinos,  acompañado  de  esa  vívcz»  en  la  mirada  t 
de   iMÚJiaiui   menos    frecuente,   y    también   i 
Atí  tiroidet;  en  cambio,  es  sumamente  constante,  c 
fcajo  lia  podido  comprobar,  i: 
Al  ocuparK   dei    I 

»•  de  hipertiroidismo  yódici 
cl  aifnmo  t 


iñesto  del  metabolismo  basal. 
poner    en   práctica   en   estot 
insiste   en  que  debe  permanece 
medida,  y  en  cuanto  a   la  alimentaci¿iv 


KMiKJji  «abre  todo  que  esté  integrada  por  grasas  e  hidratos  de  carboi 
En  nf^unos  cmob  en  que  el  tratanMcnto  médico  es  ineficaí  será  necesa 
recurrir  a   l¡i  radioterapia  y  aun  algunas  veces  al  tratamiento  operatorio. 

Recuerda  el  autor  que  ba*ta  haber  visto  algunos  de  estos  bipertiroidtai 
niojí  yódico»  para  dañe  auenta  de  las  precauciones  que  hace  falta  adopl 

la  administración  del  yodo  y  del  peligro  que  puede  acarrear  su  mam 
jlMordwiadíj. 

E.  Carrasco  Cadenas' 


Or.ivr.ii,  y  Padeano.— Influencia  del    alcohol  sobre   «1     valop 
mutabollsmo  basal.  Comi't.  Rend.  de  la  Soc.  de  Biot.  Tomo  LXXXXV 
número   24.   Julio   1926. 


Ixis  autores  han  estudiado  cincuenta  y  cuatro  veces  el  metaboüsmi 
en   diez   enfermos   con   psicosis   alcohólicas   crónicas,   y   también   para   cota 
parar  en  varios   individuos   normales,   desde  el  punto   de   visto   mental, 
Íit«ho  bebet  »  todos  de  60  a  25»  c.  c.  de  una  sotacióir  de  alcohol  etílie»-  B 
40  por   100,   habiendo   estudiado   e!   metabolismo  antes  de  tomar    el   alctdnl 
itmiediat amenté  después,  o  sea  en  la  fase  de  excitación,  y  en  los  días  s 
SITOS,  o  sea  en  la  fase  de  d^resiÓn. 

Han  encontrado  que  el  metabolismo  basal  disminuye  de  manera  const 
eii  las  psicosis  alcohólicas  crónicas.  El  alcohol  agita  a  los  enfermos  con 
cosis  alcohólicas  crónicas  desintoxicados  desde  larga  fecha  en  una  propOi) 
ción  de  50  por  100,  y  los  sujetos  normales  demuestran  una  proponáfin 


100  por  100. 

En  los  alcohol! 
después  de  tomar 
dias  siguientes  a 
produce  únicamente 

Para  los  alcohóli 


os  la  agitación  se  presentan  eir  40  por  loO  iiimcdiatatmi 

el   alcohol*   y  en  una   proporción   de   28   iior   100  en 

a   ingestión.   En   los  individuos   normales   )a   agitación 

la  ingestión  del  tóxico, 

metabolismo  normal  o  atanenado  : 


mfc  numerosos  antes  de  la  alcohol  i  zación,  mientras  qtie  el  metaboUsHio  i 
lílinuído  es  más  frecuente  en  los  días  consecutivos.  En  los-  indiVidHciS  M 
tnal«s  8Í  metabolismo  basal  se  deva  en  t¡\-  moitient«  (fe  la  aki<^c)1i»d6iV 


—  563  — 

tfe  tstóffS  estuéíds  Ét  de^Hce,  por  k)  tanto,  <|ue  el  valor  del  metabolistXK) 
bás^  e$6l  disittkiiM>  <Sasi  odttBtanteaaenÉe  e»  los  enfermos  con  psicosis  ai- 
cohtHfea  ci<6iii€a>  tanto  eü  los  tranquilos  como  ea  los  agitados.  Tanibién  se 
despttnác  qttt  la  hüfe^lSón  de  alcohol  tiene  pmr  efecto  dkminuir  el  valor  del 
nfetachblisiflo  hésai  &k  (fsffoS  enfermos  por  debajo  de  su  cifra  habitual,  que, 
como  se  hk  dicho,  é»  subfiorntaL  Está  caída  del  metabolksio  basal  es  debida 
eíí  parte  a  titía  dismintfcidin  en  la  amplitud  de  los  movimi^itos  respiratorios, 
y  en  parte  también  a  wia  combustión  insuficiente  en  la  intimidad  misma  de 
íoÉ  tefidoíS ;  una  ciertSa  c«itidad  del  oxígeno  absorbido  está  probablemente  des- 
tinado a  quemar,  no  el  carbono,  sino  el  hidi'ógetto  del  alcohol. 

£.  CAKRiftSGO  Cadenas 


^n£  y  Gt7iLLAu«iK.-Hlpepgliio*mla,hipepeol68terlnemla,  aumen- 
to de  los  e«mp€Vfent06  órlooe  globularea  e  hipertensión 
Vaflabfe.  Su  oi*lgeff  renaL  Amutes  de  Medicine.  Tomo  XlX  ^^' 

Es  un  hecho  frecuentemente  observado  en  clínica  el  que  ciertos  caív&s 
de  hipertensión  arterial  vayan  acompañados  fundamentalmente  de  trastor- 
nos característicos  del  metabolismo.  Estas  hipertensiones  están  cárdcterim- 
das  al  principio  de  su  evolución  por  su  extraordinaria  variabilidad  y  por  la 
posibilidad  de  obtener  remisiones  y  hasta  curaeiones  por  medio  de  un  trata- 
miento dietético.  En  estos  caracteres  reside  la  diferencia  con  respecto  a  las 
hipertensiones  continuas  y  poco  modificables  de  los  nefríticos  y  respecto 
también  a  las  crisis  de  hipertensión  de  Pal. 

La  hipertensión  estudiada  por  Weil  y  Guillaumin  en  este  trabajo  recae 
de  ordinario  en  sujetos  que  muestran  signos  de  déficit  "hepático,  colémicos 
y  con  hígado  aumentado  de  volumen.  En  estos  individuos  aparece  en  el 
«suero  im  síndrome  caracterizado  por  el  aumento  de  los  componentes  úricos 
globulares,  del  azúcar  y  de  la  colesterina,  que  indican  la  existencia  de  un 
trastorno  de  la  nutrición  referente  lo  mismo  a  los  núcleoproteidos  que  a 
los  hidratos  de  carbono  y  a  las  grasas.  Weil  y  Guillaumin  describen  deta- 
lladamente, a  este  propósito,  dos  casos  típicos  en  dos  sujetos  obesos,  aun 
cuando  hacen  notar  que  el  síndrome  en  cuestión  puede  recaer  también  en 
sujetos  delgados  y  que  no  todos  los  obesos  pueden  ser  incluidos  en  este  tipo 
clmico. 

La"  coexistencia  de  la  hípergiucemia  y  la  hipercolesterinemia  es  un 
hetho  bien  c(M)ocido  que  no  había  escapado  a  la  observación  de  los  antiguos 
clíitíco».  'Estos  habían  notado  ya  lo  frecuente  que  es  encontrar  sueros  lac- 
te^entes  en  los  diabéticos.  Labbé  y  Heitz  han  encontrado  también  en  la 
diabetes  un  aumento  de  colesterina  que  marcha  paralelamente  a  la  gravedad 
det  «raslonio  glucarregulador.   Sin  embargo,  los  dos  fenómenos  son  relati- 


564- 


iiidepeiidiei 
lorlio  profundo  e 
ves.    Para   Josli: 
precisamente  es  i 


I  el  primero  constituye  la  maniíestación  de 
el  metabolismo  de  las  grasas  propio  de  ias  diabetes  gra- 
el  proceso  diabético  comienza  por  una  hípergiucemia  y 
1  trastorno  en  el  metabolismo  de  las  grasas  el  que  acaba 
3.  A  pesar  de  todo,  la  bipereolesterinemía  del  diabético  oo 
está  directamente  relacionada  con  las  alteraciones  del  higado,  ya  que  se  ob- 
serva en  la  diabetes  experimental  por  pancrectomia  y  ae  sabe  por  otra 
parte  que  la  insulina,  que  no  ejerce  ninguna  acción  sobre  la  colesterinemia 
norma!,  influye  de  un  modo  decisivo  sobre  la  liipercoleslerinemia  de  las 
diabetes  graves  experimental  o  humana. 

También  es  frecuente  la  asociación  de  la  hipercolesterinemia  y  la  hipe- 
'n  la  litiasis  y  en  la  gota.  En  esta  última  enfermedad,  los  tofos 
ti  contenido  de  colesterina  y  de  ácido  úrico,  y  Weii.  y  Guillauiíin 
lian  podido  ver  que,  aun  cuando  no  constantemente,  la  hjperci>lcsterinera¡a  es 
un  fenómeno  muy  frecuente  en  los  gotosos,  sin  que  haya  relación  alguna  entre 
istas  substancias  }■  la  evoltición  de  los  accidet 
na  coexistencia  de  liipercoli 
31  la  jaqueca  y  en 
t  frecuentes,  los  aumentos  simultáneos  de 
encia  que,  aun  cuando  no  e 
i  hiperglucemias  y  especiah 


1 


denta^H 
hiil^a 

co^l 


el  contenido  en  la  sangre  de 

de  esta   enfermedad.   La  mis 

glucemia  se  observa  también 

Por   úhimo,   son   tambiéi 

.  puestos  úricos  y  de  glucosa, 

L  de  la   diabetes,   se  da  et 

El  trastorno  úrico  globular  asociado  a  la  liiperglueemia  y  a  la  hiperco- 
lesterinemia no  es  por  si  solo  capaz  de  engendrar  una  hipertensión.  Esta 
última  se  produce  tardíamente  y  a  modo  de  una  complicación  verdadera. 
Los  autores  citan,  a  este  propósito,  unos  cuantos  casos  bien  demostrativos. 
Es  preciso,  pues,  que  aparezca  un  nuevo  factor  para  qu?  al 
tabólico   mencionado  se   sobreañada    la   hipertensión   arterial. 

Neubauer  ha  hecho  notar  hace  tiempo  la  coexistencia  de  la  hipertí 
¡ón  con  la  hiperglucemia  y  atribuye  los  dos  fenómenos  a  una  hiperfuit 
ion  de  las  glándulas  suprarrenales.  La  existencia  de  hipergb 
hipertensos  o  en  los  nefríticos  es  achacada  por  alpui 
lapacidad  diastásica  de  la  sangre,  a  un  trastorno  de  las  glándulas  endt 
las  o  a  una  esclerosis  de  las  arterias  pancreáticas,  mientras  qtte  otros  p^; 
que  el  origen  de  lodos  estos  fenómenos  es  una  afección  renal.  Por  otra 
parte.  Rathebv  y  Devauchelle  niegan  toda  relación  entre  la  hipergluce- 
n'a  y  la  hipertensión  y  Bierry  y  Bdrdet  aseguran  del  mismo  modo  que 
la  hiperglucemia  es  sumamente  inconstante  en  los  nefríticos  y  que  no  existe 
ningún  paralelismo  entre  la  retención  de  urea,  el  nitrógeno  residual  y  la 
isecrelora  con  la  cifra  de  glucosa  en  sangre.  Hable  tampoco 
ningún  paralelismo  entre  las  curvas  de  presión  sanguínea  y  el 
1  sangre  y  Kylin,  por  su  parte,  observa  que  la  hipertensión  arterial 
1  gran  frecuencia  a  una  disminución  de  la  tolerancia  de  hi- 
droearbonados  y  a  un  aumento  en  la  sangre  de  ácido  úrico.  Herrick  ha 
visto  que  la  hipertensión  y  la  hiperglucemia  se  acompañan  generalmente  de 
ntroE  dos  síntomas,  que  son  la  obesidad  y  la  arterioesclerosis,  mientras  que 
n  las  personas  delgadas  es  muy  raro  que  la  hiperglucemia  marche  de  acuerdo 


nen- 


—  565'- 

con  la  cifra  de  la  tqísión.  Para  Fichsberg,  la  hipertensión  se  acompaña 
frecuentemente  de  hiperglucemia  y  de  hiperuricemia  y  supone  que  estos  fe- 
nómenos representan  un  trastorno  del  metabolismo  y  no  una  lesión  renal 
incipiente,  ya  que  falta  la  hipernitrogenemia.  Por  lo  tanto,  estos  enfermos 
no  presentan  tendencia  a  las  manifestaciones  ureicas,  sino  a  los  accidentes 
circulatorios  y  a  veces  a  la  diabetes.  Mohler,  a  propósito  de  la  coexistencia 
de  la  hiperglucemia  con  la  hipertensión,  observa  una  mejoría  simultánea 
de  la  glucosuria  y  de  la  tensión  sistólica  y  admite  igualmente  el  origen  en- 
docrino del  síndrome.  Los  sujetos  que  presentan  estos  fenómenos  no  pade- 
cen arterioesclerosis ;  pero  frecuentemente  son  obesos.  Según  Janeway,  los 
diabéticos  no  manifiestan  ninguna  tendecia  a  la  hipertensión  más  que  cuando 
llegan  a  cierta  edad  y  son  arterioesclerosos. 

Weil  y  GuiLLAUMíN  suponen  que  la  hipertensión  arterial  que  aparece 
en  los  sujetos  que  presentan  el  trastorno  metabólico  mencionado  es  conse- 
cutiva a  la  participación  del  parénquima  renal  en  la  afección.  Mientras 
que  estos  sujetos  no  son  más'  que  insuficientes  hepáticos  no  son  hipertensos 
y  sólo  aparece  el  aumento  de  tensión  cuando  a  la  hepatitis  se  añade  una 
nefritis.  El  déficit  renal  no  sobreviene  en  estos  casos  en  forma  de  hipernitro- 
genemia, ni  por  una  elevación  de  la  constante  ureosecretora,  sino  por  im 
aumento  del  ácido  úrico  del  plasma  independientemente  de  la  posibilidad  de 
la  existencia  de  un  proceso  gotoso.  Este  aumento  de  ácido  úrico  es,  en  efec- 
to, el  trastorno  'más  precoz  de  la  insuficiencia  renal,  como  han  demostrado 
en  primer  término  los  autores  americanos.  Es  evidente  que  ciertos  aumentos 
de  la  uricemia  del  plasma  van  ligados  con  frecuencia  a  una  hipernitrogenemia, 
pero  la  retención  de  estos  dos  tipos  de  sustancias  no  es,  ni  mucho  menos,  pa- 
ralela, y  gieneralmente  es  la  retención  del  ácido  úrico  la  más  precoz.  Así, 
pues,  del  mismo  modo  que  la  insuficiencia  renal  es  la  que  produce  la  hiper- 
tensión del  obeso,  se  produce  también  un  déficit  renal  secundario,  conse- 
cutivo al  trastorno  humoral  descrito  y  al  paso  a  través  del  riñon  de  una 
sangre  anormal  en  los  sujetos  discrásicos  que  muestran  un  trastorno  del 
metabolismo  de  los  nucleoproteideos,  de  los  hidratos  de  carbono  y  de  las 
grasas.  La  hipertensión  producida  en  estos  casos,  antes  de  ser  definitiva, 
pasa  por  un  período  en  que  está  sujeta  a  remisiones  y  es  perfectamente  du- 
rable, de  tal  modo  que  antes  de  producirse  una  ¡hipertensión  lesiorial  existe 
durante  largo  tiempo  un  trastorno  puramente  funcional.  Estos  sujetos  es 
preciso  tratarlos  como  enfermos  que  padecen  un  trastorno  del  metabolismo, 
debido  a  una  insuficiencia  hepática  mantenida  por  transgresiones  del  régi- 
men, y  en  ellos  debe  ser  naodificado  el  proceso  patológico  por  medio  de  un 
tratamiento  dietético  adecuado  que  deje  el  hígado  en  el  mayor  repoM 
ipcsible  * 

R   Fjíaile 


» 


If OHSARRAL.— La  etiología    de  la     úloeiw    gástrica    y  duodem 

The  British  Midical  Joumai.  núm.  3-403.  iíw6- 

La  etiología  de  la  úlcera  gástrica  y  duodenal  es  uno  de  los  asuntos  mái 
intensamente  combatidos  y  en  cuyo  estudio  se  han  incluido  como  puntos 
fundamentales,  el  posible  papel  ejercido  por  la  infección,  ,  la  parte  qoe  en 
el  proceso  puede  tomar  la  secreción  gástrica,  la  posibilidad  de  que  esta 
secreción  sea  la  causa  de  la  cronicidad  de  la  úlcera,  el  estudio  de  los  ante» 
cedentes  morbosos  que  contribuyen  a  la  aparición  de  la  erosión  y,  por  ultime^ 
el  papel  ejercido   por  el   sistema  nervioso. 

Infección, — En  este  sentido  es  importante  mencionar  loa  traba ji 
BoLTOM.  Este  autor  emplea  im  suero  obtenido  por  medio  de  inyecciones  re- 
petidas de  células  gástricas  de  un  anima!  a  otro.  En  presencia  de!  jugo 
gástrico,  la  inyección  de  este  suero  da  lugar  a  la  aparición  de  una  úlcera 
del  estómago.  Abora  bien,  se  si  suprime  la  acción  deí  jugo  gáatri 
medio  de!  bicarbonato  de  sosa,  la  úlcera  no  se  produce.  Asi  pues,  el  saerO' 
no  produce  necrosis,  sino  que  sensibiliza  tas  célalas  del  estómago 
al  jugo  gástrico.  Este  autor  cree  que  otros  venenos  circulantes  por  la  sangre 
pueden  producir  la  misma  autodigestión  y  de  este  modo  k  frecuencia  de 
tas  úlceras  de  estómago  en  los  procesos  de  intoxicación  general  es  debida 
a  la  acción  del  jugo  gástrico  mismo  cuando  la  resistencia  de  las  células 
de  las  paredes'  del  estómago  está  rebajada.  No  parece,  según  estas  inves- 
tigaciones, que  !a  híperacidez  por  sí  misma  sea  capaz  de  producir  la  kIm- 
ración,  pero  se  ha  observado  en  cambio  que  si  se  inyecta  con  el  suero  una 
serie  de  animales,  y  en  unos  se  produce  hiperacidez  y  en  otros  no,  ios 
primeros  muestran  lesiones  gástricas  mucho  más  manifiestas  que  los  segun- 
dos. BoLTON  ha  encontrado  por  lo  demás  que  si  ett  el  gato  se  retarda  la 
evacuación  de  Icstómago  sometiendo  al  animal  a  una  dieta  de  carne,  la 
forntación  de  la  úlcera  es  mucho  más  rápida  que  cuando  el  animal  perma- 
nece a  leche  y  no  existe  retardo  en  la  evacuación.  Por  otra  parte,  ¡a  eva.- 
cuación  retardada  produce  también  un  retardo  considerable  en  !a  curación 
de  las  úlceras  experimentales.  En  suma,  los  trabajos  de  Bolton  hacejí  resal- 
tar dos  factores  fundamentales :  en  primer  término,  la  influencia  de  tas 
intoxiraciones  que  preparan  el  terreno  para  una  autod  i  gestión,  y  segundo,  la 
importancia  de  la  actividad  de!  jugo  gástrico.  Se  tía  visto  por  lo  demás  que 
la  inyección  de  toxinas  diferentes  fie  la  gastrotoxina  (hepatotoxina,  Hite- 
rofoxina)   da  también  lugar  a  ta  formación  de  úlceras  del  estómago. 

Reeves  llama  la  atención  acerca  de  las  condiciones  circulatorias  locales 
del  estómago  y  del  duodeno,  que  parecen  predisponer  al  éxtasis  y  a  la  trom- 
bosis. Ha  observado  este  autor  qite  a  lo  largo  de  la  curvadura  menor  del 
estómago  la  circulación  se  hace  a  expensas  de  arteriolas  paralelas  que  re* 
eiben  por  ambos  extremos  vasos  mayores  que  favorecen  considerablemente 
e!  éxtasis.  Este  autor  considera  que  esta  tendencia  al  éxtasis  y  a 
producida  por  un  proceso  infeccioso. 
:k,  hace  ya   años,  ha  podido  producir  úlceras  pépsicas  del 


I 
I 


y  duodeno  en  el  ípo  por  ico  de  los  perros  utilizados  haciendo  ingerir  a  los 
aoiniales  un  caldo  de  cultivo  de  colibacilos.  Suprimiendo  «sta  ingestión  se 
encontraban  las  úlceras  de  diversas  fases  cicatriciaks.  Taks  úlceras  pro- 
ducían, en  su  mayor  parte,  la  muerte  de  los  animales  por  perforación  y 
hemorragia.  Dawson  taníbién  es  partidario  de  la  idea  -de  que  el  factor  pri  - 
mario  de  las  erosiones  son  los  agentes  tóxicos  y  bacterianos  ^ue  actaáan 
directamente  sobre  las  células  gástricas,  pero  stipone  que  estos  agentes  pro- 
ducen en  primer  término  una  erosión  mucosa  y  la  úlcera  crónica  se  cons- 
tituye a  partir  de  esta  lesión  primaria.  Dawson  ha  encontrado  el  estómago 
estéril  en  casos  de  úlcera  crónica. 

Son  especialmente  importantes  las  investigaciones  de  ^osenow  respecto 
al  papel  de  la  infección  en  estas  lesiones  del  estómago.  Este  autor  ha  ob- 
servado que  la  úlcera  gástrica  o  duodenal  se  producía  pcNr  la  inyección  in- 
travenosa de  estreptococos  en  conejos,  perros  y  monos.  En  la  mayoría  de 
los  conejos  y  en  algunos  de  los  perros  aparecían  también  artritis,  miositis 
y  el  cuadro  de  la  nefritis  ascendente,  y  las  úlceras  no  aparecían  más  que 
twándo  «e  empileaban  estreptococos  de  un  grado  medio  de  virulencia.  Los 
tstiieptocoGos  sutilizados  procedían  de  casos  de  rrámatismo  y  con  ellos  apa- 
recían en  el  estómago  varias  zonas  de  hemorragia  de  la  mucosa  a  las  vein- 
ticuatro horas  de  la  inyección,  y  úlcera  a  las  cuarenta  y  ocho  horas.  Algu- 
nas de  estas  úlceras  producidas  llegaban  a  hacerse  crónicas.  En  experi- 
mentos hechos  ulteriormente  en  gran  escala,  Rosenow  ha  podido  comiM*o- 
ter  que  sólo  en  el  6o  por  i<x)  de  los  animales  inyectados  se  producían  ulce- 
nKáones  y  hemorragias  empleando  razas  de  estreptococos  procedentes  de 
^dceras  gástricas  humanas.  En  sus  estudios,  Rosenow  no  detalla  el  tipo 
de  lesión  encontrada  ni  la  frecuencia  irelativa  de  la  erosión  gástrica  compa- 
cada  'Con  üa  duodenal  y  por  último,  el  autor  afirma  que  estos  resultados 
ifo  han  sido  obtenidos  con  estreptocooos  de  morfología  análoga,  pero  no  pro- 
oedentes  de  úlceras  humanas. 

Xíos  autores  están  muy  lejos  de  liafeer  eonñrmado  las  experiencias  de 
R^SEHOíW.  Según  Durante,  aun  cuando  los  resultados  obtenidos  experí- 
nenteÉlinente  no  excluyen  la  posibilidad  de  la  formación  de  úlceras  por  in- 
fección bacteriana,  no  ppr  ello  pierde  valor  el  hecho  de  que  sólo  en  un 
limitado  número  de  casos  se  encuentren  Ijacterias  en  las  erosiones.  Este  autor 
tiende  a  aceptar  la  idea  de  que  la  presencia  de  los  microorganismos  no  es 
k  causa  sino  el  resultado  de  la  úlcera. 

GiBSON  ha  descrito  lesiones  producidas  en  el  mono  por  inyección  de  un 
streptotrix  obtenido  de  un  caso  de  ictericia  acolúrica.  *Estas  inyecciones 
producían  una  inflamación  del  bazo  con  tromboflebitis,  que  engendra  un 
émbolo  infeccioso,  el  cual,  a  su  vez,  daba  íugar  en  el  estómago  a  úlceras 
dé  'bordes  bien  definidos  y  que  no  permanecían  limitadas  a  una  zona  deter- 
mkiada.  Constituía  esto  un  ejemplo  evidente  de  lesión  gástrica  producida 
for  trombosis  venosa  retrógrada,  proceso  conocido  por  los  cirujanos  y  acep- 
tado para  ciertos  casos  de  hemorragias  gástricas  en  algunos  procesos  infec- 
dosos  abdominailes;. 

'Como  complemento  de  estas  investigaciones  experimentales  conviene  men- 
cSotuu:  el  hecho  de  que  los  trastornos  gástricos,  las  gastritis  crónicas  y  las 


—  569r  — 

'  ningún  fenómeno  patológico.  En  segundo  término,  Boldyref»f  y  otros  auto- 
res han  demostrado  que  la  curva  de  acidez  no  es  una  curva  de  secreción, 
sino  que  las  variaciones  de  esta  curva  dependen  fundamentalmente  t4e  la 
presencia  o  ausencia  de  una  neutralización  producida  por  reflujo,  fe-r 
nómeno  que  tiene  por  objeto  producir  una  actividad  óptima  y  variable  en 
cada  fase  digestiva.  También  se  ha  vista  en  el  examen  de  sujetos  nor- 
males que  las  curvas  varían  desde  acideces  altas  hasta  •  acideces  normales  y 
completas  anaclorhidrias,  sin  que  en  ningún  caso  el  sujeto  muestre  un  estado 
distinto  del  normal.  Carlson  afirma  por  su  parte  que  no  hay  enfermedad 
conocida  capaz  de  producir  una  hiperacidez  gástrica  y  que  las  variaciones 
patológicas  en  las  concentraciones  de  ácido  y  pepsina  se  realizan  invariable- 
mente en  el  sentido  de  una  disminución.  Probablemente  no  existe  hiperaci- 
dez en  ningún  proceso  patológico  y  lo  único  que  ocurre  es  un  fenómeno  de 
hipersecreción.  A  pesar  de  todo  no  hay  que  perder  de  vista  las  totales  di- 
ferencias existentes  entre  las  curvas  de  acidez  de  las  úlceras  duodenales  y 
las  de  las  úlceras  gástricas.  La  explicación  de  estas  diferencias  puede  con- 
tribuir seguramente  a  aclarar  la  patogenia  de  las  erosiones.  Los  trabajos 
de  BoLDYREFF  y  Carlson  demuestran  claramente  que  el  tipo  ascendente  de 
las  curvas  de  úlcera  duodenal  y  de  la  estrechez  pilórica  es  debido  en  ambos 
casos  a  la  falta  de  neutralización  por  reflujo,  y  este  solo  hecho  con- 
duce a  estudiar  minuciosamente  la  motilidad  del  estómago  y  sus  alteraciones 
en  estos   procesos. 

Trastornos  del  toiw  y  del  ritmo. — Rogers  y  Hardt  han  estudiado  los 
movimientos  del  estómago  por  medio  del  método  del '  balón  de  goma  y  los 
rayos  X,  y  comprueban  que  el  estómago  normal  presenta  los  siguientes  tipos 
de  actividad  muscular:  i.o  Un  abarcamiento'  tónico  de  la  musculatura  su- 
perior del  estómago  sobre  el  contenido  gástrico.  Este  estado  tónico  presenta 
unas  variaciones  de  ritmo  muy  lentas.  2.0  Contracciones  peristálticas  del 
antro  pilórico;  y  3.0  Contracciones  peristálticas  (contracciones  de  hambre) 
de  todo  el  estómago.  Durante  la  digestión  normal,  las  ondas  peristálticas 
corren  a  lo  largo  de  la  parte  inferior  del  estómago  y  al  mismo  tiempo  se 
producen  las  mencionadas  variaciones  rítmicas  del  tono  a  nivel  de  la  por- 
ción superior  del  órgano.  Más  tarde,  según  el  estómago  se  va  vaciando, 
las  ondas  peristálticas  se  inician  en  puntcís  cada  vez  más  altos  en  dirección 
al  Cardias  y  llegan  a  recorrer  todo  el  estómago,  culminando  en  contracciones 
más  o  menos  tetánicas  del  antro  pilórico.  Lo  mismo  el  ritmo  tónico  que  el 
peristáltico  pueden  ser  inhibidos  .intPoducien<5o  alimentos  líquidos  en  el 
estómago. 

Estudiando  las  contracciones  peristálticas  del  tercer  tipo  (contracciones 
de  hambre)  en  el  pequeño  estómago  de  Pavlov,  han  podido  observar  Carl- 
son, Orr  y  McGRATH  que  estas  contracciones  pertenecen  al  automatismo  del 
estómago  y  no  están  regidas  por  un  impulso  motor  del  vago.  Es,  sin  em- 
bargo, indudable  que  la  sección  de  los  nervios  esplácnicos  aumenta  el  tono 
tiel  estómago  y  las  contracciones  del  ayuno. 

Una  vez  establecidos  estos  hechos  es  preciso  saber  qué  variaciones  de  la 
motilidad  gástrica  normal  se  producen  en  los  casos  patológicos.  Se  supone 
que  el  dolor  gástrico  es  un  dolor  de  espasmo  de  la  musculatura  gástrica  o 


—  5?o  — 

i  letánica,  y,  por  lo  Unto,  que  el  sinloma  se  presenta  muy  fre- 
i  de  úlceras  gástricas  o  del  duodeno.  Parece  ser 
1  tetánica  del  periodo  de  ayuno  es  la  que  despierta 
a  los  niños  de  pecho,  que  uo  Uoran  por  querer  atimenlos,  sino  porque  la 
musculatura  gástrica  les  produce  molestias.  También  sucede  que  ciertos  ele- 
mentos que  forman  parte  del  contenido  del  estómago  pueden  producir  con- 
tracciones anormales  que  se  manitiestan  en  forma  de  dolor,  asi  como  iior 
Otra  parte  es  mtiy  prubable  que  las  influencias  psíquicas  sean  por  si  solas 
capaces  de  alterar  el  curso  normal  del  ritmo  gástrico.  Por  otra  parte,  existe 
un  gran  número  de  datos  que  permite  pensar  que  ciertas  enfermedades  vis- 
cerales, y  especialmente  las  de  la  vesícula  biliar  y  las  del  apéndice,  van 
acompañadas  de  anomalías  en  el  mecanismo  motor  del  estómago.  Entre  las 
observaciones  recientes  realizadas  en  este  sentido  las  de  Ryle  demuestran 
quE  en  la  apendicitis  y  en  la  colecistitis  la  hipertonia  del  estómago  aparece 
con  una   frecuencia  doble  que  en   los  sujetos  normales. 

Ulcera  duodenal. — Clinica  y  radiológicamente  se  ha  visto  que  en  las 
úlceras  del  duodeno  existe;  I."  Un  hipertono  marcado  que  da  lugar  a  un 
vaciamiento  gástrico  excepcionalmente  precoz,  2,°  Una  relajación  del  pilo- 
ro;  y  í°  Una  exageración  de  las  contracciones  del  ayimo  que  se  maniñes- 
tan  en  forma  de  dolor,  es  decir,  un  espasmo  tardío  de  la  región  pilórica 
que  aparece  con  frecuencia  a  rayos  X  en  forma  de  una  retención  extraor- 
dinariamente prolongada  de  la  papilla  opaca.  Hurst  admite  que  todo  este  con- 
junto de  trastornos  no  es  más  que  la  simple  exageración  del  tipo  de  ritmo 
gástrico  corriente  en  el  sexo  masculino,  en  donde  a  rayos  X  se  observa  un 
contorno  del  estómago  en  forma  de  cuerno,  en  contra  de  !a  forma,  de  J  tan 
frecuente   en    los   contornos   del   estómago    femenino. 

Gran  número  de  las  alteraciones  características  de  la  composición  quí- 
mica del  jugo  gástrico  de  estos  enfermos  deben  considerarse  como  la  con- 
secuencia y  no  como  la  causa  de  estas  anomalías  de  la  motilidad.  En 
efecto,  en  los  casos  típicos  se  ve  que  el  jugo  gástrico,  después  del  primer 
cuarto  de  liora,  enipieza  a  mostrar  grados  de  acidez  progresivamente  cre- 
cientes debido  a  la  falta  de!  proceso  neutralizador  procedente  del  duodena. 
En  estos  casos,  la  falta  de  regurgitación  es  indudablemente  debida  al  hi- 
pertono de  la  porción  gástrica  del  piloro,  que  es  suficiente  para  impedir  el 
reflujo  de  la  secreción  duodenal  hacia  c!  estómago,  pero  en  lo  tocaiiC*  al 
duodeno,  las  anomalías  mencionadas  del  ritmo  producen  una  descarga  for- 
zada y  precoz  de  jugo  gástrico  no  neutralizado  que  inunda  !a  primera  por- 
ción de!  intestino.  El  efecto  producido  por  este  jugo  gástrico  activo  sobre 
las  paredes  intestinales  ha  sido  estudiado  experimen  taimen  te  y  de  un  modo 
especial  por  Mann.  Este  autor  secciona  el  piloro  y  cierra  el  cabo  distal, 
secciona  a!  mismo  tiempo  la  primera  porción  del  yeyuno,  cuya  porción  distal 
es  anastomasada  con  el  piloro  mientras  que  el  cabo  proximal  se  anasto- 
mosa  con  el  íleo.  De  este  modo,  el  estómago  se  vacía  en  el  yeyuno  y  las 
secreciones  duodenales  en  el  íleo,  a  una  distancia  por  lo  menos  de  50  cen- 
tímetros del  piloro.  Pues  bien,  a  raíz  de  la  operación  se  producía  una  úlcera 
pépsica  crónica  en  el  90  por  100  de  los  perros  intervenidos,  excluyendo 
Mann  la  posibilidad  de  que  el  traumatismo  quirúrgico  fuese  el  responsable 


—  571  —  • 

de  las  erosiones  encontradas.  En  otra  serie  de  experiencias,  las  secreciones 
duodenales  eran  drenadas  en  el  asa  yeyunal,  junto  a  la  anastomosis  pilórica. 
y.  en  estas  condiciones,  el  proceso  ulceroso  no  se  desarrollaba.  El  mismo 
tipo  de  lesión  ulcerosa  podría  producirse  en  el  duodeno  trasplantando  el  con- 
ducto común  a  la  bilis  y  al  jugo  pancreático  a  la  terminación  del  íleo.  Nin- 
guna de  las  úlceras  producidas  curaban  expontáneamehte  y  únicamente  ci- 
catrizaban cuando  se  reanastomosaba  el  duodeno  al  yeyvaio  en  las  inmedia- 
ciones del  píloro.  Mann  interpreta  sus  resultados  admitiendo  que  el  hecho 
de  llevar  las  secreciones  alcalinas  del  duodeno  lejos  de  Ik  zona  de  emer- 
gencia del  contenido  gástrico  expone  la  mucosa  duodenal  a  un  medio  ácido 
de  un  modo  persistente,  y  en  estas  condiciones,  la  úlcera  se  desarrolla  allí 
donde  el  contenido  gástrico  tropieza  primeramente  con  la  pared  yeyunal. 
A  pesar  de  todo,  Mann  cree  en  la  existencia  de  una  causa  primaria  en  la 
mucosa,  tal  como  un  proceso  infectivo,  que  contribuye  a  la  producción  de 
las  erosiones. 

También  Brancati  ha  estudiado  experimentalmente  estos  asuntos,  li- 
mitándose a  resecar  el  píloro  y  la  porción  pilórica  del  estómago,  con  lo  que 
se  desarrollan  úlceras  pépsicas  duodenales  en  la  mitad  de  los  perros  ope- 
rados. Estas  experiencias  hacen  también  resaltar  la  importancia  de  la  inun- 
dación precoz  del  duodeno  por  las  secreciones  del  estomaga  La  descarga' 
precoz  de  este  último  y  la  falta  de  neutralización  por  las  secreciones  duo- 
denales es  capaz  de  iniciar  el  proceso  ulceroso.  En  helación  con  estos  he- 
chos están  los  datos  aportados  por  los  cirujanos,  referentes  a  un  gfan 
número  de  casos  provistos  de  todos  los  síntomas  clínicos  y  radiográficos  de 
úlcera  duodenal,  y  en  los  que  en  la  operación  no  se  halla  uña  úlcera  sino 
una  duodenitis.  Es  también  indudable  que  casi  todos  los  casos  de  erosión 
duodenal  se  acompañan  de  este  proceso. 

El  estado  opuesto  a  las  condiciones  motoras  descritas  se  encuentra  en 
los  casos  de  paredes  gástricas  hiperhemiadas,  que  es  un  fenómeno  asociado 
al  espasmo  pilórico  y  a  una  retención  extraordinariamente  prolongada  del 
contenido  gástrico.  Este  estado  se  encuentra  frecuentemente  en  ausencia  de 
ulceraciones  y  es  típico  del  espasmo  pilórico  y  retardo  del  vaciamiento  aso- 
ciado a  ciertas  enfermedades,  tales  como  la  colecistitis  crónica.  El  enro- 
jecimiento es  un  fenómeno  vasomotor  que  el  autor  considera  producido  por 
la  irritación  desencadenada  por  las  secreciones  gástricas  retenidas,  de  tal 
modo,  que  en  los  casos  de  espasmo  pilórico  se  exagera  al  máximo  en  el 
antro. 

Ulcera  gástrica. — Admitiendo  para  el  estómago  los  mismos  puntos  de 
vista  acerca  de  la  formación  de  las  úlceras,  es  ¡preciso  mencionar  las  opi- 
niones de  Barcxay.  Este  autor  hace  notar  que  las  infecciones  localizadas 
en  la  boca  y  en  otras  regiones,  el  estreñimiento,  la  colitis  mucosa  y  toda 
otra  serie  de  trastornos  son  capaces  de  producir  contracciones  espasmó- 
dicas  en  diversas  zonas  del  estómago.  El  espasmo  puede  ser  tan  intenso 
que  produzca  un  estrechamiento  de  la  luz  gástrica  suficiente  para  producir 
una  obstrucción  al  paso  de  la  comida.  Ciertas  transgresiones  del  régimen 
o  una  masticación  insuficiente  pueden  dar  lugar  al  paso  forzado  por  el  pe- 
ristaltísmo   a  través  del  estrechamiento,   de  trozos  demasiado   grandes   para 


m 


-  57¿  — 


Idenalea.  I 
Baso  es 


pasur  cun  facilidad  y  esta  produce  pequeñas  dcsepitelízaciones  en  los  pun- 
tos estrecliados,  en  los  que  tiene  lugar  v.zia.  irritación  oinstantE  ptmíucítia 
por  el  paso  del  alimento.  Es  también  muy  verosímil  que  los  espasmos  difi- 
culten a  su  vez  el  riego  sanguíneo.  El  caso  es  que  por  estos  procedimientos 
aparece  una  superficie  de  la  mucosa  insuficientemente  protegida  e  incapaz  de 
resistir  la  acción  del  jugo  gástrico  y  se  produce  por  este  mecanismo  una 
álcera  capaz  de  perpetuar  el  espasmo  primitivo  que  determinó  la  localizacióa 
del  proceso  ulceroso.  Quizá  no  sea  aceptable  la  idea  de  considerar  como  el 
factor  primitivo  tie  la  producción  del  ulcus  la  lesión  mecánica  directa  por 
el  contenido  del  estómago ;  pero  hay  que  tener  en  cuenta  el  valor  que  poseen 
Jas  afirmaciones  de  un  radiólogo  experimentado  como  Bahclay.  que  consi- 
dera que  el  fenómeno  morboso  primitivo  es  una  contracción  es pas módica 
anormal  del  estómago. 

Es  característico  que  las  úlceras  del  estómago  sobrevengan  en  los  es- 
tómagos hipotónicoE  en  forma  de  J.  En  este  tipo  de  estómago,  la  altera- 
ción más  corrielite  de  la  tnotiüdad  está  representada  por  la  aparición  de  un 
peristaltismo  exagerado  y  de  contracciones  de  las  fibras  circulares  de  la 
región  pilórica  y  del  nutro  cu  'm-\  fase  precoz  de  la  dÍEfítión.  O'andn  se 
intüiisifica  considerablemente  este  hiperperistaltisnio  exaltado  se  produce  un 
tipo  de  diípeps  a  en  la  que  el  sínt¿iraa  principal  es  un  dolor  temprano.  En 
las  úlceras  de  la  curvadura  menor,  el  fenómeno  muscular  más  constante  es 
tma  contracción  espasraódica  producida  hacia  la  mitad  del  estómago,  asi 
Como  en  las  úicer?;  dtl  piloro  la  anomalia  muLCular  que  se  observa  es  la 
contracción  espasmódica  del  piloro  mismo.  En  los  casoB  de  espasmo  per- 
sistente del  cuerpo  del  estómago,  la  curvatura  mayor  es  atraída  consUnle- 
mente  hacia  la  curvatura  menor  fija  por  medio  de  las  fibras  circulares.  En 
estas  condiciones,  el  contenido  del  estómago  choca  forzosamente  con  la 
curvatura  raerwr  al  ser  evacuado  y  puede  llegar  a  lesionar  la  mucosa  lo 
bastante  para  permitir  que  actúe  sobre  ella  la  fimción  digestiva  del  jugo 
gástrico.  No  puede  mantenerse  en  este  sentido  la  objeción  de  (jue  li?  contrac- 
ciones espasmódicas  sean  el  resultado  y  no  la  causa  de  las  f 
que  los  radiólogos  y  los  cirujanos  están  de  acuerdo  en  admitir  q;;, 
pasmo  fijo  de  las  fibras  circulares,  especialmente  a  nivel  del  piloro 
unión  del  fondo  con  el  antro  pilórico.  constituye  un  fenómeno  i 
en  casos  sospechosos  de  úlcera,  más  que  nada  por  e!  tipo  del  dolor  y  sin 
embargo,  se  demuestra  que  se  trata  de  otra  clase  de  desórdenes  del  estómago. 

El  tipo  del  estómago  en  el  que  aparecen  las  úlceras  gástricas  posee  tam- 
bién ciertas  particularidades  funcionales.  Se  trata  generalmente  de  un  es- 
tómago hipotónico  respecto  a  los  movimientos  peristálticos,  pero  con  espas- 
mos pílóricos  tempranos  que  se  manifiestan  clinicamenle  por  el  dolor  pre- 
coz y  radiográficamente  por  vaciamiento  retardado,  es  decir,  que  en  estos 
casos  las  paredes  del  estómago  están  sometidas  a  ia  preseucia  de  un  jugo 
gástrico  sin  neutralizar  durante  períodos  de  tiempo  sumamente  prolonga- 
dos. Así,  pues,  las  características  de  estos  estómagos  son  precisamente  las 
de  las  que  se  han  descrito  como  pertenecientes  a  las  úlceras  duo- 
denalesi.  En  este  último  caso.  e¡  resutlado  del  desorden  funcional  del  estó- 
cl   duodeno   e^   invailído  procoznientc   p^r   s;crecÍonei  gástricas 


^ 


—  573  — 

sin  neutralizar,  mientras  que  en  el  primer  caso  se  produce  en  el  estómago 
mismo  una  retención  de  las  secreciones  gástricas  no  neutralizadas.  Ya  se 
ha  mencionado  antes  el  hecho  de  que  Bolton  ha  encontrado  en  los  estó- 
magos que  se  vacian  dificultosamente  un  retardo  considerable  en  di  pro- 
ceso de  curación  de  las  úlceras  experimentales. 

Influencias  tróficas, — ^Aparte  del  papel  fundamental  de  las  alteraciones 
de  la  motilidad  gástrica  en  la  producción  de  las  úlceras,  es  muy  probable 
que  se  asocien  en  este  proceso  ciertos  trastornos  tróficos  que  faciliten  la 
formación  del  proceso  erosivo.  Durante  ha  conseguido  producir  úlceras 
gástricas  en  los  perros  por  resección  o  ligadura  del  nervio  esplácnico  medio 
y  en  estas  condiciones  ocurrían  dos  tipos  de  lesión:  ima  hemorrágica  y  otra 
necrótica.  La  primera  curaba,  pero  la  lesión  necrótica  se  convertía  en  una 
úlcera  que  tendía  a  la  cronicidad.  Este  autor  atribuye  estas  lesiones  a  la  ac- 
ción de  la  adrenalina  producida  en  exceso  gracias  al  estímulo  quirúrgico  del 
simpático,  y  deducía  que  la  úlcera  puede  ser  ocasionada  por  cualquier  agente 
capaz  de  lesionar  el  sistema  simpático,  cuya  integridad  garantiza  la  circu- 
lación, la  secreción  y  la  sensibilidad  profunda  del  estómago,  factores  de 
los  que  depende  la  normalidad  de  las  células  de  la  mucosa.  Por  lo  demás, 
las  úlceras  quirúrgicas  experimentales  obtenidas  por  Durante  se  parecían 
extraordinariamente  desde  el  punto  de  vista  anatómico  a  la  úlcera  crónica 
del  hombre. 

R.  Frailb 


Profesor   Recasens.— Cirugía  oonsepvadopa  de  los  miomas  uterinos. 

Rev.  Esp.  de  Ohst  y  Gin,  Noviembre,  1926. 

Cuando  un  problema"  clínico  se  debate  y  pasa  por  sucesivas  fases, 
cada  ima  de  las  cuales  pareoe  definitiva  hasta  que  la  siguiente  demuestra 
que  no  es  así,  resulta  de  tm  valor  extraordinario  la  experiencia  de  quien 
como  el  profesor  Recasens  ha  podido  vivir  estas  distintas  fases:  juzgán- 
dolas con  un  criterio  siempre  tan  joven,  como  sensato  y  autorizado.  Esto 
ocurre  con  el  tratamiento  de  los  mimas. 

Parecía  que  la  radioterapia  había  desterrado  casi  completamente  la 
Cirugía  en  el  tratamiento  de  los  miomas,  puesto  que  las  curaciones  eran 
tan  satisfactorias  en  muchos  casos,  como  las  obtenidas  por  la  histerecto- 
mía,  y  no  tenían  el  peligro  de  una  laparotomía. 

Sin  embargo,  con  la  experiencia  de  los  años  se  ha  visto  que  anibos 
métodos:  histerectomía  y  castración  Rontgen,  adolecen  de  un  serio  de- 
fecto, cual  es  la  supresión  de  la  función  ovárica,  sobre  la  que  precisamente 
se  basa  la  terapéutica  activa,  pero  que  acarrea,  en  primer  lugar,  la  este- 
rilidad y  en  segundo  término  los  trastornos  menopáusicos. 

Ea  cierto  que  estos  no  son  siempre  de  la  misma  intensidad,  la  cual 
varía  según  múltiples  factores,  como  la  edad  de  la  enferma  y  otros;  pero 
es  evidente  que  hay  algunos  casos;  en  que  la  enferma  habrá  curada  de  su 


—  ."74  — 

mioma,   pero  ha   caído  dentro   de   otro   cuadro   patológico,  si   no  tan   grave, 
por   lo   menos  más  molesto. 

En  estos  últimos  tiemoos  se  resucita  el  tratamiento  quirúrgico  conser- 
vador, y  como  atinadameDlc  -Jice  el  proíesor  Kecasens,  st  ha  olvidado 
demasiado  la  miomectomia,  habiendo  quedado  reducida  a  los  casos  de  pó- 
lipos bien  pediculados  o  de  fibromas  subserosos  de  tiirico  pedículo.  En 
esto  ha  influido,  desde  luego,  la  íacíldad  con  que  hoy  día  se  tiace  una 
histerectomia   sin   exponer   a  la   enferma  a   casi   ninsún   peligro. 

Puen  bien ;  es  preciso  saber  que  las  miomectoraías  hay  que  hacerlas 
más  amenudo,  incluso  en  casos  en  que  parecen  poco  indicadas.  Es  prefe- 
rible arrostrar  las  dificultades  técnicas  que  en  muchos  casos  puede  i 
presentar  k  conservación  del  útero,  que  no  exponer  a  la  enferma  i 
molestísimos  síntomas  de  una  menopausia  quirúrgica. 

El  profesor   Rec.^sens   expone   en   este   trabajo  algnos   de  los   casos   i   ^^ 
cientemente  operados  por  él,   en  los   cuale.*:   ha  podido   conservar  la   funcifiw] 
genital    de    enfermas    afectas    de    miomas.    Tiene    caso; 
en  plena  gestación,  sin  que  esta  se  haya  interrompido. 
te  a   tener   en  cuenta  en  esta   clase   de   operaciones   es 
uterina  respetando    su  mucosa. 

En  cuanto  a  las  mÍMncctontías  vaginales  se  [weden   amplia: 
mores   sésiles   que  pndrán   ser   emicleados   mediante  vnu    histerotomia   *i^ 

En  algunos   casos  de   coexistencia  de  miomas  subserosos    y    submucosos 
pediculados  se  puede  realizar  una   intervención  conservadora  en   dos   tiem- 
pos :   en  el  primero   se  practicará  la  miomectomia  vaginal,  y  postt 
por  medio  de   una   laparotomía  se  completará  la  curación  del   proceso. 

Claro  es,  que  en  enfermas  próximas  a  la  inet»pausia  es  prefcr 
haoer  una  sencilla  histerectomia,  pero  en  mujeres  jóvenes  hemos  de  -j 
curar   ser   conservadores  a  todo   trance. 


)   abrir   la  cavidad 


■ímU 

iad 


.1.   ToRHE   Bi.a: 


S.   HiRSCH.— La  radioterapia    da  la     hlpofunción     dsl     ovaNa^J 
Stirgery,  Gj'.f.  and  Obil.  Noviembre,  19*6.  ■ 

Las  deficiencias  menstruales  se  pueden  clasificar  por  su  cauw 
cíales  o  dependientes  de  alteraciones  de  los  órganos  genitales,  y  sintc 
má ticas  o  consecutivas  a  enfermedades  generales  (clorosis,  tuberculosis, 
etcétera).  Por  su  tipo  distinguiremos  la  supresión  absoluta  duradera  de 
r^las  (amenorrea),  la  regla   escasa  con  intervalos  normales    foligonie- 

Tea),    la    regk  normal   con   intervalos   muy    largos    (opsomenorreal   y    la 
regla  escasa   con    intervalos    prolongados   Coligoopsomenorrea).    Por    la   épo- 
ca de  su   aparición   tendremos  en    cuenta   las   deficiencias  de   la  pubertat^, 
y  las  que  aparecen   después  de  un   periodo  más  o  menos  lar^  de 
malidad. 


uberta<^^^| 
de  iKo^^^H 


—    V7^   

•  Estos  trastornos  pueden  ser  tratados  por  rayos  X,  según  sabemos, 
desde  los  trabajos  de  Qpitz  y  Van  de  Velde,  y  la  única  condición  esen- 
dal  es  que  quede  suficiente  cantidad  de  tejido  ovar  ico  activo  que  sea  capaz 
de  reaccionar  al  estímulo  de  las  irradiaciones. 

La  técnica  es  bien  sencilla.  Basta  aplicar  a  ambos  ovarios  un  15  por 
ICO  de  la  dosis  de  castración,  lo  cual,  como  es  sabido,  se  puede  hacer  en 
una  sola  sesión  o  con  intervalos  de  días,  irradiando  en  cada  sesión  cada 
uno  de  los  cuatro  campos  que  se  suelen  utilizar  para  estos  fines.  En  al- 
gunos casos  puede  hacerse  también  una  irradiación  pequeña  en  tiroides 
o  hipófisis.  La  dosis  mencionada  puede  variar  algo,  según  la  edad,  la  gor- 
dura y  la  duración  del  padecimiento  de  la  enferma.  Qaro  es,  que  el  tra- 
tamiento está  contraindicado  en  las  amenorreas  asociadas  a  enfermedades 
generales,  y  es  necesario  advertir  que  en  los  casos  en  que  se  crea  indi- 
cado» si  no  se  obtiene  resultado  con  las  primeras  irradiaciones  no  se  debe 
insistir,  pues  es  sabido  que  aun  dosis  pequeñas  pueden  provocar  la  anula- 
ción total  de  la  función  ovárica. 

Con  esta  técnica  es  indudable,  a  juicio  del  autor,  que  se  pueden  ob- 
tener resultados  halagüeño^.  Lo  que  merece  discusión  es  el  mecanismo 
de  acción  de  los  rayos  X,  como  estimulantes  de  la  función  ovárica. 

¿Existe  ciertamente  esta  acción  estimulante?  De  todos  los  elementos 
que  pueden  intervenir  en  la  producción  de  oligo  o  amenorreas  conviene 
distinguir  los  cuerpos  foliculares  o  formaciones  luteinicas  derivadas  del 
folículo  ya  roto,  los  folículos  maduros  de  Graf,  las  células  intersticiales, 
la.  mucosa   uterina  y  el  resto  del  sistema   endocrino. 

Teniendo  en  cuenta  que  d  cuerpo  lúteo  inhibe  la  ovulación  puede 
ocurrir  que  exista  amenorrea  por  persistencia  del  cuerpo  amarillo,  y  que 
al  destruir  éste  los  rayos  X,  se  suprima  tal  acción  inhibidora  provocán- 
dose nueva  ovulación  con  menstruación  consecutiva.  A  esto  añadiremos 
nosotros  que  no  parece  probable  que  así  sea,  por  lo  que  hoy  se  conoce  de 
la  acción  de  los  rayos  X,  sobre  el  ovario.  Si  los  rayos  X  en  dosis  modera- 
das provocan  la  rotura  folicular  retrasada  por  causas  diversas,  podrá 
derivarse  como  consecuencia  inmediata  de  esto  la  aparición  de  los  fenó- 
menos premenstruales  con  su  regla  consiguiente  Sin  embargo,  al  rom- 
perse el  folículo  puede  ocurrir  también,  de  acuerdo  con  lo  sustentado  por 
Frank^  que  quede  libre  hormona  folicular  que  estimule  la  función.  Más 
importante  parece  la  acción  que  sobre  la  células  llamadas  intersticiales 
puede  ejercer  la  irradiación  débil.  Sabido  es  que  tales  células  proceden 
de  los  folículos  atrésicos,  y  puede  ser  verosímil  que  la  irradiación  favo- 
rezca la  atresia  folicular  con  consiguiente  formación  de  células  intersti- 
ciales, cuyo  papel  parece  decisivo  en  la  producción  de  la  hormona  ová- 
rica. Las  amenorreas  dependientes  de  alteraciones  en  el  ciclo  uterino  pue- 
den, teóricamente,  ser  corregidas  por  los  rayos  X,  mediante  acción  con- 
gestiva directa  del  endometrio.  Por  último,  las  correlaciones  funcionales 
evidentes  entre  tiroides  e  hipófisis  con  ovario,  explican  que  la  irradiación 
débil  estimulante  de  estas  glándulas,  pueda  coad)ruvar  a  la  curación  de 
<sto8  trastornos  fimcionales. 

En  resumen:  el  trabajo  de  H,  tiene  interés  porque  con  su  casuística 


—  576  — 

demuefttra  la  posibilidad  de  tratar  estos  procesos?  con  rayos  Rontgen,  pero 
u(i  aclara  nada  el  mecanismo  de  acción  de  esta  terapéutica,  ni  decide  el 
tan  debatido  problema  de  la  dosis  estimulante. 

J.  Torre  Blanc». 


Laffont,  Houel,  Duboecher  y  Jahier. — A  propósito  de  dos    casos 
de  exteplopizaoión  temporal  del  útero.    Comt.  a  la  Soc  d'Obst* 
ct  de  Gyn.  de  Argel,  el  8  de  mayo  1926. 

Los  autores  comunican  sus  gratas  impresiones  respecto  a  la  operación 
de  Portes,  realizada  en  dos  casos  consecutivos  que  revisten  interés. 

En  uno  de  ellos  se  trataba  de  una  enferma  ya  cesareada  en  su  primer 
parto  y  que  con  una  pelvis  regularmente  estrecha  se  presenta  en  la  clínica 
en  pleno  trabajo  de  parto,  bolsa  rota,  infección  intraovular  y  feto  vivo.  Se 
realiza  un  Portes  y  el  curso  es  satisfactorio.  En  él  se  aprecia  la  escara  coa- 
secutiva  a  infección,  que  se  desprendió  de  los  bordes  de  la  herida  del  útero 
exteriorizado  y  reintegrado  después  de  su  reparación  total  al  cabo  de  cin- 
cuenta y  siete  días  de  permanecer  fuera  de  la  cavidad  del  vientre. 

El  segundo  caso  es  más  interesante.  En  una  enferma  en  pleno  trabajo  de 
parto  se  intentan  infruictuosamente  maniobras  de  extracción  podálica  fetal, 
seguidas  de  embriotomía  una  vez  que  se  aprecia  una  monstruosidad  fetal. 
No  obstante,  no  se  logra  la  extracción  y  en  estas  condiciones,  que  no  pue- 
den ser  peores,  se  lleva  a  cabo  una  cesárea  de  Portes,  por  medio  de  la  cual 
se  extrajeron  los  restos  del  monstruo. 

El  curso  postoi)eratorio  demostró  asimismo  la  infección  uterina  que, 
lejos  de  ir  hacia  la  curación,  iba  tomando  un  aspecto  negruzco  y  de  poca 
vascularización,  acompañado  de  estado  general  progresivamente  malo.  En 
estas  condiciones  se  decide  la  ablación  del  órgano,  a  pesar  de  lo  cual  fa- 
llece la  enferma. 

Con  estos  dos  casos  creen  los  autores  tener  base  suficiente  para  prodigar 
elogios  a  la  técnica  de  Portes,  ya  que  en  el  primer  caso— dicen  ellos— nos 
ha  permitido  conservar  la  función  genital  de  la  enferma,  y  el  segundo  caso 
demuestra  que  en  ocasiones  el  Portes  debe  ser  el  primer  tiempo  de  ima 
histerectomía  retardada,  ya  que  seguramente  (siguen  hablando  los  autores) 
la  segunda  enferma  se  hubiera  salvado  si  se  la  hubiera  histerectomizado 
antes. 

Nos  ha  parecido  interesante  extractar  esta  comunicación,  ya  que  la  ope- 
ración de  Portes  es  muy  discutida  (y  creemos  nosotros  que  con  razón),  y 
los  casos  resumidos,  examinados  con  imparcialidad,  no  son  precisamente  de 
los  que  más  eficazmente  dan  sólido  prestigio  a  la  intervención. 

,  J.  Torre  Blanco 


—  577 


1 


García  Triviño.— Sobre  el  aumento  del  oreolmlento  del  útero 
por  el  suero  de  embarazada.  KHn  Woch,  año  5,  núm.  43,  22  de 
octubre  1926. 

En  estas  mismas  columnas  hemos  dado  a  conocer  a  nuestro^  lectores  los 
interesantes  trabajos  de  nuestro  compatriota  García  Triviño,  sobre  la  acción 
estimulante  del  crecimiento  del  útero  que  manifiesta  el  suero  de  embarazada, 
acci^  que  es  de  tal  modo  constante  que  ha  servido  al  autor  para  establecer 
un  nuevo  método  de  diagnóstico  biológico  de  la  gestación.  Las  primicias 
de  sus  trabajos  fueron  expuestas  en  un  documentado  trabajo  que  presentó 
a  la  Academia  Médico-Quirúrgica  Española,  que  ésta  premió  y  que  nos- 
otros extractamos  para  Archivos. 

En  esta  nueva  publicación  del  autor  se  exponen  los  estudios  que  poste- 
riormente ha  hecho  sobre  el  mismo  asunto,  demostrando  que  sigue  laboran- 
do intensamente  por  un  camino  que  seguramente  le  llevará  a  resultados  de 
gran  interés  no  sólo  científico  sino  también  práctico. 

Parece  indudable  que  en  el  suero  de  embarazada  hay  alguna  substancia 
que  estimula  el  crecimiento  del  útero.  Es  preciso  ahora  conocer  no  sólo  el 
grado  de  actividad  de  tal  substancia  sino  su  origen  y  propiedades. 

Las  primeras  investigaciones  en  este  sentido  que  ha  hecho  García  Tri- 
viño se  refieren  a  la  termoresistencia,  y  ha  podido  comprobar  que  el  suero 
calentado  a  loo»  es  tan  activo  como  sin  calentar.  Se  trata,  pues,  de  una 
substancia  tennoestable. 

Sometiendo  el  suero  de  embarazada  al  proceso  de  diaHsis,  ha  podido 
observar  que  al  cabo  de  icuarenta  y  ocho  horas  el  suero  en  cuestión  ha  per- 
dido su  actividad,  ya  que  los  resultados  con  este  suero  fueron  siempre  ne- 
gativos, salvo  en  un  caso  en  que  pudo  observarse  aun  un  crecimiento  ute- 
rino. Por  -el  contrario,  experimentando  con  el  dializado  se  ha  visto  que  en 
un  caso  el  resultado  ha  sido  evidentemente  positivo,  y  en  el  otro,  dudos«. 
Pero  si  se  somete  el  suero  de  embarazada  a  ultrafiítración  se  observa  que 
con  el  filtrado  no  se  puede  obtener  el  crecimáento  uterino,  lo  cual  parece 
estar  en  contradicción  con  los  resultados  obtenidos  por  la  diálisis;  en  este 
sentido,  afirma  el  autor  la  importancia  que  tiene  averiguar  si  la  substancia 
activa  es  de  naturaleza  cristaloide,  problema  que  aun  no  se  puede  dar  por 
resuelto  ni  mucho  menos. 

Pero  lo  más  importante  de  todas  sus  investigaciones,  a  juicio  del  autor, 
es  la  demostración  evidente  de  que  la  substancia  activa  se  encuentra  en  el 
extracto  alcohólico  del  suero  de  embarazada,  lo  cual,  unido  a  la  termoesta- 
bilidad  permite  afirmar  con  seguridad  que  no  se  trata  de  ninguna  substancia 
albuminoidea. 

En  algunos  casos  ha  probado  los  efectos  que  el  suero  de  embarazada  pue- 
de producir  sobre  las  alteraciones  vaginales  del  celo  primeramente  descritas 
por  Lataste  y  ampliadas  posteriormente  por  autores  norteamericanos,  como 
Aw-Eir.  Pues  bien,  no  en  todo5  los  casos  en  que  se  ha  obtenido  aumento  de 


i 

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^S?8~ 

crecimiento   uterino   se   han   producido   tales   alteraciones   del   celo,   pero   ! 
pocos  los  casos  del  autor  y  no  se  atreve,  por  tanto,  a  afirmar  que  la  s 
estimulante  del  crecimiento  uterino  sea  distinta  de  la  que  produce 
modificaciones  del  celo. 

Parece,   pues,  que   puede  afirmarse  que  el  suero  de  ewharantdn,  coHlien 
I  substancia  fiiertentetite  termocstablc  soluble  m  el  alcohol  y  probableuun- 
te  difiisihlc,  que  provoca  iííi  itmnifiesto  ereeÍmiei\to  del  útero  del  ratón. 

Pasa  después  el  autor  a  comparar  la  substancia  en  cuestión  con  las 
responsables  de  las  alteraciones  biológicas  producidas  en  los  trabajos  de 
otros  autores  que  investigan  la  hormona  ovárica,  tales  como  Zóndeck,  Abch- 
HEiM,  etc-,  y  cree  García  Triviño  que  el  ovario  toma  una  parte  muy  im- 
portante  en   la    formación  de   esta  substancia  del  suero  de  embarazada. 

Pero  no  es  sólo  el  oi-ario.  Segiiii  se  desprende  de  sus  estudios  y  de  los 
de  algún  otro  autor,  también  en  la  placenta  se  encuentran  productos  esti- 
mulantes del  crecimiento  uterino.  V  las  paredes  uterinas  también  parece 
que  contribuyen  por  su  parte.  Por  lo  tatito,  cree  García  Triviño  que  el 
suero  de  embarazada  es  activo  por  substancias  de  orisen  principalmente 
oyárico,  pero  posiblemente  también  placeiUario  y  de  pared  uterina. 

A  medida  que  García  Triviño  vaya  publicando  sus  observaciones  ten- 
dremos  a!   corriente  de  ellas   a  nuestros   lectores,   que   seguramente  apre 
rán  el  gran  interé;  de  las  mismas. 

J.  Torre  Blanco 


Ravt-ia.— .<Conoeptos  blológioos  reolentaa  oonoarn lentas  a  la  de- 
tepmlnaoión  del   sexo.  La  Prcsse  MedU-ale.núm.gS-  20  noviembre   de__ 

Por  lo  que  a  la  determinación  del  sexo   se  refiere,  es  indudable  que  3 
se    desconoce n   los    factores    fundamentales    que    iiile:(vie>ien    en    ella.    1 
puede  pensar   que    se  trata  de   algo   inherente  al   espermatozoo   o   al   óvulo. 
o  bien   de   factores   que   actúan    ya   durante   la    vida   intrauterina.    Esto   úl- 
timo,  que  era   lo   qite   más  se   venia   creyendo  hasta   ahora,   parace  que   no 
es   confirmado    por    las    adquisiciones    recientes   sobre    el   particular. 

Es  necesario,  ante  todo,  recordar  que  la  división  celular  por  karioki- 
neses  se  verifica  mediante  las  transformaciones  por  todos  conocidas  de 
!a  substancia  cromática  del  núcleo,  la  cual  se  distribuye  en  forma  de 
I  asas,  cada  una  de  las  cuales  se  escinde  por  su  línea  media  para  convertirse 
en  dos,  cada  una  de  las  cuales,  a  su  vez,  corresponderá  a  una  de  las  fu- 
turas células  hijas.  Pues  bien;  hoy  se  sabe  que  el  número  de  cormosomas 
es  arbitrario,  sino  constante  para  cada  especie  animal,  y  asi  son  36 
i  lel  gato,  50  'para  el  perro,  44  para  el  conejo,  5o  para  el  caballo  y 
4?  ó  48  para  la  especie  humana. 

'ero  es  preciso  también  recordar  la  manera  especial  de  verificarse  la 
I   raaduracirá  de  las  células  sexuales.  Tanto  el  óvub  como  el  espermatozoo 
llegan  a  su  total  maduración  perdiendo  la  mitad  de  su  sub>t3n<:ia  crotná- 


—  579  — 

tica,  de  tal  modo  que  fwieden  considerarse  como  medias  células.  Esto,  por 
lo  menos,  se  venía  creyendo  hasta  ahora,  pensando  que  ambas  células  se- 
xuales al  unirse  y  verificarse  la  fecundación  producirían  un  huevo  que 
en  todos  los  casos  tendría  la  misma  substancia  cromática,  según  la  especie 
animaL 

Pero  Debkeuil  y  sus  dis:cípulos  admiten,  en  primer  lugar,  que  la  fór- 
mula cromosomial  es  distinta  para  el  macho  que  para  la  hembra,  que  el 
número  de  cromosomas  es  par  en  esta  última,  y  que  los  óvulos  son  equi- 
vaksites  por  lo  que  a  ?u  substancia  cromática  se  refiere.  Por  el  contrario, 
no  puede  decirse  lo  mismo  del  espermatozoo,  en  el  cual  se  admite  un  di- 
morfismo celular  creyéndose  que  el  sexo  se  determina,  según  la  fecim- 
dación  la  verifique  una  clase  u   otra   de   espermetazoo. 

Parece,  puesi,  que  la  determinación  del  sexo  no  estriba  en  ningún 
factor  inherente  a  la  célula  sexual  femenina  u  óvulo  sino  a  la  distinta 
clase  de  espermatozoo.  En  algunos  seres  esto  es  bien  evidente,  y  así  en 
algunos  moluscos  se  encuentran  dos  especies  bien  diferentes  de  esperma^ 
toagoos,  unos  vermiformes   y  otros   filiformes. 

En  un  gusano  denominado  Tenebrio  motitor,  el  número  de  crcmonas 
difiere  según  el  sexo,  y  se  ha  visto  que  en  el  macho  existe  un  elemento 
único  <jue  en  la  hembra  es  doble,  llamado  heterocromosoma.  Este  hé- 
terecromosoma,  en  los  procesos  de  maduración  de  los  espermatocítos,  pasa 
entero  a  una  de  las  células  hij^s  quedando  sin  él  la  otra,  de  tal  modo,  que 
la  mitad  de  los  espermatozoos  procedentes  del  mismo  esperniatocito  con- 
tienen heterocromosoma,  en   tanto  que  la  otra  mitad  no  lo  contienen. 

Si  la  fecundación  se  verifica  entre  un  óvulo  (que  siempre  tiene  Tie- 
terocromosoma)  y  un  espermetozoo  que  también  lo  tenga  el  número  de  he- 
terocromosomas  de  la  célula  así  formada,  será  par,  y  él  sexo  determinado 
será  femenino.  Si,  por  el  contrario,  la  fecundación  del  óvulo  con  su  Tietero- 
cromosoma  la  realiza  un  espermatozoo  de  los  que  no  lo  contienen,  la  célula 
resultante  sólo  tendrá  un  heterocromosoma,  y  el  sexo  correspondiente  será 
el  macho. 

Claro  es,  que  reviste  el  mayor  interés  el  saber  si  éñ  todas  las  especies 
animales  ocurre  lo  mismo,  y  hasta  ahora  parece  que  hay  motivos  para  pen- 
sarlo así.  incluso  en  la  especie  humana,  según  los  estudios  de  Winiwár- 
TER  y  Oguma,  que  admiten  que  el  número  de  cromosomas  en  el  sexo  fe- 
menino es  de  48  y  de  47  en  el  masculino.  No  obstante,  Painter  llega  a 
conclusiones  algo  diferentes.  Este  autor  afirma  que  en  ambos  sexos  es  de 
48,  sólo  -que  en  el  femenino  todos  serían  del  mismo  tamaño  pudiendo,  por 
tanto,  ser  distribuidos  por  parejas  de  elementos  iguales,  en  tanto  que  en  el 
macho  habría  23  parejas  de  cromosomas  iguales,  y  los  otros  dos  serían 
uno  como  los  anteriores  y  otro  mucho  más  pequeño.  Estos  trabajos  no  se 
han  confirmado  aún  pero  lo  importante  de  las  investigaciones  de  estos 
últimos  años  es  admitir  que  el  sexo  lo  determina  el  espermatozoo,  el  cual 
puede  ser  de  dos  tipos  diferentes,  uno  para  cada  sexo.  Parece,  pues,  que 
la  mitad  de  los  espermatozoos  de  un  mismo  individuo  determinarían  siem- 
pre  spco  masculino  y   la  otra  mitad    el    femenino. 

J.  Torre  Biam:co»    . 


I  LiNT.—Aooidentes  provocados  por  tas  Inyeooiones  de  suoro 

nslólogloo.  Archivís  d'Ophtahmlogie.  Tomo  XXXXIU,  pág.  S^.  Sep- 
tiembre   1936. 

quiere  atraer  la,  atención  sobre  los  posibles  accidentes  que 
las  inyecciones  de  suero  fisiológico  al  9  por  i.ooo  pueden  provocar.  Haitz 
observa  reacciones  intensas,  fuertes  dolores,  quemosis  y  edema  de  pár- 
pados, después  de  estas  inyecciones.  No  se  trata  de  una  infección,  puesto 
que  los  sinlomas  aparecen  pocas  horas  después  de  la  inyección.  El  autcr 
pieusa  en  la  sensibilidad  anormal  de  sujetos  neurasténicos  o  histéricos, 
principalmente  en  mujeres  jóvenes.  A  veces  estos  accidentes  se  presentan 
después  de  haber  recibido  impunemente  inyecciones  anteriores.  Como 
en  un  caso,  hubo  tatniúén,  fuerte  hemorragia,  el  autor  piensa  que  la  causa 
es  la  herida   de  un  nervio,   puesto    que    los   nervios    caminan    junto    a    los 


CoppEZ  observa  reacciones  violentas  con  e 
y  lesiones  en  córnea,  después  de  inyectar 
de  vidrio  y  de  una  misma  caja;  como  estaí 
hacia   un   año,   el  autor  piensa   que   la 


cara  de  la  conj 
iuero    contenido 
ampollas   estaban  prepí 
habría  atacado   al  vidria' 


disuelto    sales  alcalinas,  tóxicas  para   los  tejidos  oculares. 

OxíSx    (padre    e    hijo)    refieren    casos    de    edema    palpebtal,    enrojd 
miento   d«   la   conjuntiva,    picores,    etc.,   a  continuación  de   inyecciones    1 
conjunttvales   de   suero. 

£1   autor   refiere    tres    casus,   a    los    que   había   inyectado    en    el   i 
extemo  inferior  de  la  órbita  4  c.  c.  de  tina  solución  compuesta  de  3  c  cM 
novQcaina  al  4  por  I0<^  2  c.  c.  de  suero  fisiológico  y  2  gotas  de  adren 
con  objeto  de  obtener  ta  akinesia  palpebral. 

Observación  primera. — Inyección  el  7  de  enero  de  1925. 

El    14  de  enero    aparece    la    hinchazón   del    párpado    inferior,   mejillaJ 
mitad   anterior  de  la  sien. 

El   30   de    enero   la  hinchazón  continúa ;   parece    acentuarse    más  por  fl 
mañana;    siempre   indolora.  El  ojo  está  completamente  normal. 

El  6  de  febrero  hay  una  ligera  disminución  de  la  tumefacción  que  s 
pre  es  dura. 

El    16   de    febrero    se   observa   una    atenuación    marcada    de    los    s 
mas,   quedando   curado   el   enfermo    el   1 

Las  otras    dos    observaciones  siguen  la    misma    marcha    que    la   ■ 

La  tumefacción  aparece  aproximadamente  del  quinto  al  séptimo  día  defl 
inyección,  y  persiste  de  cuatro  a  ocho  semanas. 

Los  sintomas  objetivos  se  limitan  a  la  tumefacción  indolora,  sin  1 
jecimiento,  ni  fluctuación,  ni  limitación  franca  con  las  partes  vecinas.  ] 
hay   fiebre,  ni    fenómenos    generales;    la    cicatrización   de  la  herida   1 
3  se  dificulta. 

Hay  que  notar  que  la  tumefacción,  aun  muy  intensa,  no  inquieta  i 


-S8i  - 

Como  la  técnica  de  estas  inyecciones  no  había  diferido  de  las  anterio- 
res, más  que  en  la  adición  de  suero  fisiológico,  dedujo  que  éste  era  la 
causa  de  tales  accidentes. 

El  autor  relata  el  siguiente  caso;  A  los  dos  días  de  la  inyección,  hecha 
para  ejecutar  una  iridectomía  antiglaucomatosa,  se  pone  el  ojo  fuerte- 
mente irritado,  doloroso,  con  un  hypema  que  llena  toda  la  cámara  anterior, 
tensión  ocular  muy  elevada  y  edema  palpebral.  Como  tratamiento:  compre- 
sas calientes,  instilaciones  de  pilocai-pina  cada  dos  horas  e  inyección  de 
leche.  A  los:  once  días  de  tratamiento,  segunda  inyección  de  leche;  los 
síntomas  disminuyen,  desaparace  el  hypema,  la  tensión  baja  y  no  hay  dolo- 
res; pero  conforme  el  ojo  mejora,  los  síntomas  de  vecindad  se  agravan; 
se  tumefectan  los  dos  párpados  y  la  mejilla,  no  dejando  huella  la  presión 
del  dedo,  y  así  continúan  hasta  los  ochenta  días  del  comienzo  en  que  des- 
"aparecen  todos  lo  ssíntomas.  El  ojo  con  un  vidrio  -f-  3  d.  tiene  ima  acuidad 
visual  de  2/3. 

Desde  que  comprobó  de  un  modo  cierto  que  las  alteraciones  palpebrales 
y  orbitarias  no  eran  debidas  al  estado  del  ojo,  las  atribuyó  sin  vacilación  a 
la  inyección  retrobulbar  de  suero.  El  autor  atribuye,  pues,  todos  estos 
síntomas  a  la  inyección  de  suero,  sea  subconjuntival,  peri-orbitaria  o  rt- 
trobulbar. 

La  infección  hay  que  desecharla;  habría  fiebre,  dolor,  enrojecimiento 
y  supuración.  La  novocaína,  no  ha  producido  síntomas  semejantes.  La 
adrenalina  no  puede  ser  acusada  en  estos  casos,  puesto  que  no  se  inyectó. 
El  doctor  Tant  ha  observado  un  esfacelo  local,  con  la  inyección  de  suero 
sin  adrenalina  en  la  nalga. 

¿Se  trata  de  una  substancia  nociva  abandonada  por  el  vidrio  de  la 
ampolla?  Coppez  niega  esta  suposición:  agua  destilada  y  esterilizada,  pues- 
ta en  ebullición  en  dichas   ampollas,   resultó  después,  completamente  neutra. 

El  suero  fisiológico  debe  ser  la  causa  Vignes  cita  un  caso  de  necrosis 
del  seno,  después  de  una  inyección  retromamaria.  Tres  casos  de  Lee  y 
A.DAIR  presentaron  necrosis  de  la  mama,  después  de  la  inyección  retroglan- 
^ular. 

El  análisis  del  suero,  causa  de  los  síntomas  descritos,  dio  el  siguiente 
resultado:  la  concentración  de  la  sal  exacta,  la  reacción  alcalina,  como  debe 
ser  por  la  presencia  de  carbonato  sódico  alca^lino,  10  gramos  de  este  clo- 
ruro sódico,  contenían  2  miligramos  de  sosa  caustica,  o  sea  una  cancen- 
tración  al  i  por  400,  muy  débil  para  producir  por  sí  misma,  los  acciden- 
tes observados. 

Puesto  que  el  análisis  químico,  no  revela  la  causa,  el  autor  aconseja,  al 
menor  accidente,  tirar  las .  ampollas  que  se  utilizan  y  pedirlas   a  otro  labo- 
ratorio. 
'    •  ■  ...  V.  Cemda. 


m 


Mari6n.~-EI  diafragma    Intervéslco-ppostátloo,    después  de     la 

prostateotomfa.   /oimiaí     D'Urohgif.   Tomo,   XXII,  núm.  4.  Octubre 

1 

En  algunos  prostáticos  operados  con  éxito,  puede  presentarse  algunas 
semanas  o  algunos  meses  más  tarde,  la  dificultad  al  orinar,  si  se  le  hace 
uiia  exploración  rectal,  se  ve  que  la  región  prostática  está  flexible,  sin  nin- 
guna tumefacción.  Al  intentar  sondarle,  la  sonda  se  detiene  de  una  manera 
brusca  en  la  profundidad,  bien  se  haga  con  sonda  acodada,  sonda  bujia, 
sonda  montada  sobre  mandril  o  benique;  pero  si  se  introduce  una  bujía 
filiforme  acodada,  después  de  algiinos  intentos  ncpetrará  eii  vejiga.  Se  trata 
en  estos  casos  de  la  existencia  de  un  ditragma  intervésico-proslático. 

Después  de  la  prostatectomia  ocurre  a  menudo  que  al  colocar  la  sonda 
permanente,  se  detiene  en  la  profundidad,  antes  de  penetra.'  en  la  wejiga, 
y  es  preciso  para  ponerla  en  buen  sitio  utilizar  el  mandril. 

Este  hecho  demuestra  que  la  vejiga  está  separada  de  la  cavidad  que  re- 
sulta de  la  ablación  del  adenoma  pcri-uretral,  por  un  relieve,  un  espolón 
más  o  menos  pronunciado.  En  general  este  espolón  desaparece  con  el  tiem- 
po, tanto  por  retracción  propia  como  por  cicatrización  y  üisminución  de 
volumen  de  la  cavidad  prostática  y  los  enfermos  pueden  ser  sondados  con 
cualquier  sonda.  El  diafragma  intervésico-prostático  no  es  sino  el  resultado 
de  la  exageración  de  esta  válvula. 

El  autor  comprueba  en  un  caso  de  éstos  en  que  abre  de  nuevo  la  vejiga,  , 
que  en   lugar  de  prolongarse   hacia  abajo   por   una   pequelía   cavidad,    como 
ocurre    normalmente    después  de   la  prostatectomia,    estaba    completamente 
cerrada  en  apariencia  por  una  pared  mucosa,  más  lisa  que  el  resto  de  la  pa- 
red vesical. 

Introducido  un  benique  por  la  uretra  eleva  esta  pared,  descubriéndose  un 
pequeño  orificio  por  donde  el  enfermo  orinaba.  Forzando  el  benique.  con- 
sigite  penetre  en  vejiga.  Consigue  introducir  e!  dedo  por  este  orificio,  agran- 
dado y  seccionar  la  válvula,  resecándola  después.  Después  de  esta  segunda 
ición   el  enfermo  orina  perfectamente. 

:xi5lencia  de  este  diafragma  "es  debida  a  una  falta  operatoria,  en  el 
I  de  la  ablación  de!  adenoma  periuretral.  cuando  este  hace  en  la 
vejiga  un  relieve  muy  pronunciado,  leste  relieve  adenomatoso  está  recubierto 
por  la  pared  vesical  muy  adelgazada,  y  por  consecuencia,  muy  fácil  de 
desgarrar,  mucho  más  fácil  de  desgarrar  que  la  pared  vesical,  situada  por 
detrás  del  adenoma.  Si  no  se  toma  la  precaución  de  desgarrar  la  veiiga, 
sobre  el  contomo  del  adenoma,  se  desgarra  por  su  vértice  c  por  i^elante 
del  relieve  qtie  provoca:  una  vez  quitada  la  masa,  persiste  una  cavidail 
por  encima  de  la  cual  existe  un  colgajo  flotante  que,  según  su  importancia, 
constituirla  bien  ur,  simple  espolón  o  un  diafragma,  que  formando  un 
tabique  separará  completamente  !a  vejiga  del  espacio  prostático  prod 
ciendo  ulteriormente  la   disuria. 

Por   'consecuencia,   para    evitar    la    formación    de!    diafragma 


—  583- 

sico-jprostático,  es  preciso  esforzarse  en  hacer  la  ruptura  de  la  pared  ve- 
sical en  el  contomo  mismo  del  adenoma.  Si  a  pesar  de  esto,  después 
de  la  ablación  del  adenoma  se  comprueba  la  existencia  dei  un  colgajo,  es 
preciso  desgarrarle  con  el  dedo  por  detrás. 

Cuando  algunos  nseses  después  de  la  prostatectomía  aiiarece  en  el 
operado  los  trastornos  disúricos,  es  preciso  pensar  inmediatamente  en  la 
existencia  del  diafragma  intervésico-prostático.  Pero  esta  disuria  puede 
"ser  producida  por  otras  causas.  En  primer  lugar,  por  la  persistencia  de 
un  adenoma  dejado  en  el  momento  de  la  ablación  de  la  masa  principal, 
adenoma  qué  se  ha  desarrollado  después  y  ha  terminado  por  obstruir  nue- 
vemante  la  uretra,  se  reconocerá  por  el  tacto  rectal  y  en  el  hecho  capital 
de  que  las  sondas  pueden  penetrar  en  vejiga. 

Otra  lesión  que  puede  prestarse  a  confusión  es  la  estrechez  que  puede 
constituirse  en  la  parte  posterior  de  la  uretra  inmediatamente  por  debajo 
del  espacio  prostático.  Este  estrechamiento  se  produce,  sobre  todo,  cuan- 
do en  el  curso  de  la  operación,  se  arranca  la  uretra  en  una  cierta  longitud 
por  debajo  de  la  masa  adenomatosa. 

En  los  casos  de  diafragma,  aunque  la  sonda  no  entre  en  la  vejiga,  da 
siempre  la  sensación  de  que  su  extremidad  está  libre  en  una  cavidad,  en 
la  cual  se  puede  inyectar  lentamente  liquido,  que  pasa  con  dificultad  a  la 
vejiga,  pero  que  no  refluye  por  la  uretra.  En  los  casos  de  estrechez,  los 
intentos  de  cateterismo  con  bujías  derechas  terminan  por  ser  realizados, 
mientras  que  sólo  pasa  la  bujía  acodada  en  el  caso  de  diafragma  inter- 
Téxiso-prostático. 

Una  vez  conocido  el  mecanismo  de  este  accidente  ,ensaya  sucesivamen- 
te en  otro  enfermo  la  dialatación  con  beniques  conducidos  por  la  bujía 
acodada,  que  no  le  da  ningún  resultado.  El  benique  cortante  de  Guyon, 
sin  éxito  Después  la  uretrotomía  con  un  uretrótomo  de  secciones  múl- 
tiplas. El  resultado  de  esa  última  intervención  fué  un  poco  mejor,  aun- 
que  insuficiente,  pues   las  sondas    seguían  sin  pasar. 

Pone  en  práctica  la  idea  de  hacer  construir  por  Gentille  un  benique 
cortante  de  láminas?  móviles  de  saliente  considerable.  Este  benique  e& 
parecido  a  los  Me  Janets  se  monta  sobre  una  bujía  conductiil.  Lleva  so- 
bre su  convexidad,  a  algunos  centímetros  de  su  extremidad,  dos  láminas 
escondidas  en  su  interior  que  salen  mediante  una  rueda  existente  en  su 
extremidad  externa.  Un  cuadrante  situado  a  nivel  de  esta  extremidad  in- 
dica  el  saliente   de   las   láminas. 

Para  utilizar  este  instrumento  se  empieza  por  introducir  la  bujía 
conductril.  La  introducción  de  este  instrumento,  algo  grueso,  por  orifi- 
cio pequeño,  puede  ser  algo  dolorosa.  Una  vez  el  aparato  en  vejiga  se  ha- 
cen salir  las  láminas,  seccionando  el  tabique.  Nuevamente  introducidas  y 
sacado  el  aparato    se   coloca  una   sonda   permanente. 

Ha  practicado  esta  sección  en  cuatro  enfermos.  Los  resultados  son 
todavía  un  poco  recientes  para  ser  juzgados  definitivamente. 

Sin  embargo,  la  operación  del  primer  enferme  data  ya  de  seis  me- 
ses. En  los  cuatro  enfermos,  después  de  esta  intervención,  se  hace  la 
micción  con  facilidad  y  las  sondas  pasan  sin  la  menor  dificultad. 


-584  — 

En  los  casos  en  que  no  se  pueda  pasar  la  bujía  después  de  ensayo» 
múltiples  será  necesario .  abrir  nuevamente  la  Viejiga  y  resecar  el  día- 
fragma. 

C.  García  Casal.. 


£.  Becher.— Papel  del   líquido  cófalo-raqufdeo  en  la  patogenia 

de  la  uremia.  (Munchener  medisimsche  Wochenschrift  Tomo  73,  nú- 
mero 4,  1926).  '  ,Ií: 

En  la  insuficiencia  renal,  la  urea  retenida  pasa  en  cantidad  relativa- 
mente importante  al  líquido  céfalo-raquídeo,  la  creatina  y  el  árido  úrico  pa- 
san en  proporciones  algo  menores. 

Por  el  contrario,  los  productos  de  putrefacción  intestinal,  incluso  cuan- 
do están  en  la  sangre  en  estado  de  fuerte  retención,  no  penetran  en  el  lí- 
quido céfalo-raquídeo,  mientras  los  síntomas  urémicos  verdaderos  no  havaa 
aparecido. 

En  el  ataque  urémico  confirmado,  y  en  particular  durante  el  coma,  una. 
débil  proporción  de  los  productos  aromáticos  de  la  putrefacción  intestinal 
puede  penetrar  en  el  líquido. 

Estos  hechos  son  importantes,  sobre  todo  desde  el  punto  de  vista  de  la 
nueva  teoría,  según  la  cual,  los  recambios  de  la  sustancia  cerebral  se  hacen 
por  intermedio  del  líquido  céfalo-raquídeo. 

Los  productos  tóxicos  intestinales  que,  para  B.,  tienen  un  papfil  muy 
importante  en  la  patogenia  de  la  insuficiencia  renal  y  de  ¡a  uremia,  serán 
así  retenidos,  el  mayor  tiempo  posible  lejos  del  sistema  nervioso  central  i)or 
la  barrera  que  se  opone  a  su  paso  al  líquido  céfalo-raquídeo  y  de  él,  al  tejido* 
nervioso.  El  coma  urémico  sólo  puede  producirse  cuando  la  permeabilidad 
meníngea  se  ha  ampliado  hasta  los  productos  intestinales. 

En  la  suedo-uremia  eclámpsica,  no  hay  intoxicación  cerebral  por  los  pro- 
ductos de  desintegración  albuminoidea  y,  en  particular,  por  los  productos 
de  putrefacción  intestinal  Pero  es  posible  que  el  edema  cej-ebral  determine 
un  transtorno  mecánico  en  la  vía  de  recambio  constituida  por  el  líquido  cé- 
falo-raquídeo y  que  este  transtorno  intervenga  en  parte  en  la  patogenia  de  los 
síntomas  observados. 


archivos  de  medicina 
cirugía  y  especialidades 

"^  Ntoífi'  25  de  diciembre  de  1926  ^üm.  ^J^ 


Trabajos  de  la  Consulta  Mnnicipal  de  Nutrición,  Sangre  y  Endocrinología. 

Director:  Dr.  Blanco  Soler. 

EL  FACTOR  INFECCIOSO  EN  LA8  ENFERMEDADES  DEL 

TIROIDES 


por  el 


Dr.  Román  Serrano  Díaz 

Médico  agregado 


Las  afecciones  del  cuerpo  tiroides  en  relación  con  las  infeccio- 
nes han  sido  observadlas  desde  últimos  del  siglo  pasado  e  interpre- 
tadas de  distinto  modo,  aunque  hasta  estos  últimos  años  no  se  haya 
fijado  de  un  modo  preciso  la  dependencia  entre  unas  y  otras  enfer- 
medades, quedando  ¡aun  muchos  puntos  obscuros  por  resolver  que 
ofrecen  un  amplio  estudio  a  la  investigación. 

Ya  en  el  año  1872,  Perry  (i)  hace  notar  la  frecuencia  con  que 
se  presenta  la  enfermedad  de  Basedow  al  final  de  las  crisis  de  reu- 
matismo poliarticular  agudo. 

Posteriormente  son  bastantes  frecuentes  los  trabajos  de  los  es- 
tudiosos relacionando  las  estrumitis,  tiroiditis  y  los  estados  hiper  e 
hipotiroideos  con  lías  infecciones. 

Unos  creyendo  que  puede  influir  él  estado  del  tiroides  en  la 
CTOnicidad  y  gravedad  de  las  infecciones,  otros  haciendo  a  éstas 
responsables  de  las  lesiones  tiroideas. 

Lanceraux  y  Pauslcot,  Pairlion  y  Papinion  y  después  Ser- 
<3ENT  (2)  nos  hacen  ver  la  influencia  que  tienen  los  extractos  tiroi- 
deos y  fe  iodotiroidina  en  d  tratamiento  de  algunos  reumatismos 
articulares  crónicos  con  insuficiencia  de  tiroides,  creyendo  Ser- 
tíEÑT  (2)  que  la  acción  del  salicilato  sería  despertada  por  la  íadmi- 
ñiistración  de  tíroídina. 


VsiL  (6)  cree  que  el  estado  del  tiroides  puede  influir  en  la: 
cronicidad  del  reuma.. 

Pepo  Avhiate,  Ros  Tornhard,  Vincent  y  Sergent  hablan 
de  las  relaciones  entre  poliartritis  reumática  y  esclerodermia,  reu- 
ma y  mixedema  y  psoriasis  y  misedema.  Acharo  y  Saint  Gi- 
KONft  (8)  estudian  tm  mixedema  a  continuación  de  un  reumatismo 
(H)liarticular  agudo. 

MouRiüUAND  y  BoucHET  (9)  Weil  Guiñón  (6),  encuentran 
cMi  hqxrrtinrideos  antecedentes  n>eumátkos,  Vincent  (i i),  hiperti- 
n»i(lisnK)  y  congestiones  tiroideas  en  reumátioos  y  crea  el  signo  del 
fimwIoH.  Habinsky  (2),  habiendo  observado  esto  mismo,  propone 
Iríitiir  tt  hw  hipertiroideos  con  salkilato  de  sosa.  Menard  (12)  hace 
•lU  \4rm$  tiAHámloflc  en  estos  hechos.  En  la  estadística  de  la  clínica 
(Ir  Mi.ANcu)  Soler,  donde  traltejamos,  aparecen  cuatro  metabolis- 
iiMK»  Imnalr»,  hecho»  en  reumáticos,  con  los  resultados  siguientes: 

Nuiíirn»  jott         f-  15 

*  ;iit        'I    30  ^meno  pausía). 

*  Hs         •(•  70  (locio  típico). 
Hi)  I    iM 

NHHinihwiilí*  <|Uc  Itay  otros  reumáticos  en  los  que  no  se  hizo- 

I.H  tílfilÍH  piirdí*  dar  origen  a  afecciones  de  tiroides.  Mau- 
a\M'  (i.O,  V.  Mauik,  Levi  Fraenkel  (14),  Pfeifer,  señalan  la 
fríuwnwHi  dr  anttícwlentes  sifilíticos  en  enfermos  con  bocio  exof- 
Ifilmiro.  Koiii.KU  (15)  estudia  un  mixedema  en  d  curso  de  una 
fííilib.  .fni<i«'tt()Y  y  ScHUMAN  (16),  tabes  e  hipertiroidismo  y  Gau- 
t  liUH  Í33)  dice  (jue  mejoran  algunos  basedowianos  con  tratamien- 
ím  rviilÍMifiliitia).  En  el  pasodo  año  aparece  una  tesis  sobre  el  origen 
.^ifilííiív»  di*  los  exoftálmioos. 

fvft  í»stadÍKtica  que  de  la  clínica  aludida  recogemos  es  la  que 
biguf  (M(í  hacemos  mención  de  los  W.  positivos): 

Nilnih.    fo Wanserman  =:  4-  -{-, .    .  .Metabolismo  basal  =4-23 

»        154 »  =4-      ...  >  »      =4-12 

*  35.S ....  »  — 4--f-...  »  »=-|L68  Cha  te- 

nido   abortos).. 

»      304 »  =4-       »  »       =  +  35 

»      306 y>  ~  +      »  »      =+35  Tabor- 

tos). 

]mh  estados  tiroideos  y  la  tuberculosis  han  sido  más  discutidos, 
I  ontfiderando  unos  que  el  hipertiroidismo  sería  una  causa  predis- 
¡ntiu'WU*  a  la  tuberculosis  (Lorand  (41))  y  creyendo  otros,  por  el; 


-  587- 

contrario,  que  el  hipertiroideo  sería  más  predispuesto,  fundán- 
dose estos  últimos  en  que  la  administración  de  extractos  de  tiroides 
agrava  a  los  tuberculosos  y  en  que  gran  número  de  tuberculosos 
son  hipertiróideos 

CouLAND  afirma  quie  el  hipertiroidismo  agrava  h.  tubercu- 
losis y  el  hipotiroidisimo  la  atenúa.  G.  Marie  (17),  Bialoquier, 
GiLBERT,  iCastaigne,  Janaspy,  etc,  (6),  PoRAH  y  Leriche  (33), 
Richard  (19),  con  su  tesis,  presenta  22  observaciones  de  hiperti- 
roidismo y  tU'berculosis.  Cordier  (20)  ha  visto  una  elevación  de 
nietabolismo  en  los  tuberculosos  incipientes. 

La  estadística  de  la  Qínica  Municipal  de  Nutrición  registra 
cuatro  metabolismos  en  tuberculosos  incipientes;  E*n  todos  había 
síntomas  clínicos  y  casos  de  hipertiroidismo  más  o  menos  acen- 
tuadp  (*): 

Núms.     10 =-[-21       Núms.  u8  ^..¿ =  4- 34 

»       104 ,  = -j- 42  »       149 = -j- 62 

(embarazo,  y  púrpurja) 

Los  trabajos  hechos  sefialamdo  la  frecuencia  de  las  üroiditis  en 
las  infecciones  son  nunierosiisamos.  Griesnigüer  (21),  Jeanbel- 
MB  (23),  Lemiere  y  Talbet  (22),  Sabrazes  (24),  Grailly  (25), 
Alain  (6),  en  las  infecciones  por  el  Eberth.  En  las  pneumonías, 
Marchand,  Levi  y  Bensaxide  (26) ;  en  la  difteria,  Bar  (46) ;  en 
la  Fepticemia  del  recién  nacido,  Schriede  (46) ;  en  la  grine, 
Jeansef^me,  y  Roux;  eñ  la  infección  puerperal  y  varicela,  A.  Ma- 
me (46),  etc.  etc.  • 

Marañón,  WiDAL,  N0BECOURT,  etc.,  procuran  hacer  notar  la  in- 
fluencia que  tiene  en  los  tiroideos  las  infecciones  extr^tiróídeas. 

Roger  (30)  produce  tiroiditis  por  inyecciones  de  bacilos  de 
Eberth. 

RoGER  y  Garnier  (51)  han  encontrado  en.  las  infecciones  agu- 
das aumento  de  volumen  de  tiroidies,  congestión,  lesiones  Vasculares 
e  infiltraciones  leucocitarias,  sustancia  coloide  aumentada  o  escasJa 
a  veces  granulosa.  Estas  lesiones  eran  más  intensas  en  escarlatinía  y 
virftiela,  menos  en  difteria  y  menos  aun  en  sarampióri. 

(*)  La  enferma  núm.  235  presentaba  una  lesión  pulmonar  cicatrizada. 
Su  metabolismo  era  de  — 16,  y  clínicamente  era  una  insufiéiencia  tiro-ová- 
rica.  El  tratamiento  tiroideo  la  puso  en  buenas  condicionas,  pero  era  bas- 
«  tante  sensible  a  la  tiroidina,  hasta  el  punto  que  0,2o  de  tiróidína  durante 
un  mes  (la  enferma  estuvo  31  días  sin  aparecer  iiíor  la  clínica)  la  promo- 
vieron una  taquicardia  y  unas  cefalalgias  que  des.aparecieron  regulando  las 
tomas  de  tiroides. 


Falta  (28)  cret  que  el  basedow  es  casi  siempre  de  origen  I^H 
fccdoso,  como  !o  demuestra  el  hecho  de  encontrarse  ganglios  pc- 
ritiroideos  infartados. 

Kit  estos  últimos  tiempos,  las  infeccimies  locales  han  tomado 
una  importancia  extraordinaria  en  patogenia  y,  como  no  podia 
menos  cíe  suceder,  en  la  del  tiroides. 

Haiíhower  (49)  cree  que  las  infecciones  locüles  que  asientan 
en  órganos  y  tejidos  próximos  ai  tiroidea,  constituyen  la  causa 
más  frecuente  del  basedow.  Blanco  Solür  (6)  cree  que  las  infec- 
ciones débiles  y  continuadas,  sobre  todo  en  faringolaringe.  origi- 
narían las  estrumilis  con  más   frecuencia  que  las  graves. 

Lo  que  parece  evidente  es  que  una  infección  focal,  y  con  más 
motivo  sí  está  situada  en  las  proximidades  de  la  glándula,  por  es- 
tímulos persistentes,  representados  por  gérmenes  o  sus  toxinas  que 
libarían  a  la  glándula  por  vía  linfática,  darían  lugar  a  un  aumento 
de  función  y  hasta  una  necrosis  si  el  agente  vulnerante  obra  con 
violencia  (Ilousr.v  y  SoriD-'.í.i), 

Si  la  función  defensiva  de  la  tiroides  fuese  cierta  en  las  in- 
F'jccioii.es,  su  aumento  de  función  en.  ellas  sería  una  cosa  jiiií-iñcada. 

Primeramente  Lublinski  (31),  en  1903,  hace  responsable  a 
las  anginas  de  la  reacción  tiroidea;  después,  Levi  y  Rotschild 
(29)  incluyen  las  anginas  de  repetición  entre  las  complicaciones  de 
los  htpotiroideos.  Pietrowiez  (32).  de  52  casos  en  los  que  en- 
contró focos  sépticos  en  las  mucosas  nasal,  bucal,  lengua,  amíg- 
dales,  -faringe  o  laringe,  en  35  de  ellos,  en  que  la  infección  asen- 
aba  en  el  lado  deredio,  era  el  lóbulo  derecho  del  tiroides  el  más 
hipertrofiado,  sucediendo  lo  contrario  en  diez  casos,  en  que  la  In- 
fección estaba  localizada  en  el  lado  izquierdo.  Evans,  Miodleton 
y  Smit  (33),  en  362  casos  de  bocio  basedow,  encontraron  infec- 
ción tonsilar  en  20  por  100,  a  la  vez  nasal  y  tonsilar  en  el  90 
por  100  y  en  24  caSos  hallaron  entameba  gui-ngivalís.  Ciialiee 
(35),  de  36  casos  sólo  encuentra  uno  con  anginas.  Solin  (38).  de 
97  basedow,  60  son  debidos  a  infección  de  garganta. 

Crouse  (34)  establece  la  prueba  terapéutica  en  1917  curando 
cinco  basedow  extirpando  amígdalas  infectadas  y  tratando  después 
con  vacunas  antígenas.  Bogces  (36),  Baheer  (37),  Brown  {39), 
AoBHiOT  (40),  citan  casos  de  bocios  exoítálmicos  curados  tratando 
sus  infecciones  faríngeas  y  amigdalinas.  Blanco  Solee  (5),  Blan- 
co Soler,  Martin  Caloekin  (3.  4,  6,  7),  han  publicado  varios  ca- 
sos muy  interesantes  de  hipertiroldismo  y  anginas,  dos  de  ínsu-  , 
ficíenda  tiroidea  e  infección  fadngea,  uno  de  ellos  muy  mejoradí 
después  de  amígdalotomía. 

Nosotros,  de  45  hi]>ertiroÍdeos  que  hemoíJ  observado  en  1 


—  589  — 

nica  de  Blanco  Soler  con  metabolismo  basal  entre  -f-  ^^  X 
-|-  8o,  hemos  encontrado  ocho  solamente  con  antecedentes  de  an- 
ginas, sin  que  en  algunos  de  ellos  pueda  establecerse  ua  relación 
muy  evidente  entre  la  angina  y  el  hipertiroidismo ;  en  otro,  en 
cambio  esta  dependencia  es  bien  evidente: 

I.®    P.  I.,  diez  y  seis  años,  soltera. 

Antecedentes  familiares:  sin  interés. 

Antecedentes  personales,  sarampión. 

Hace  un  año,  molestias  de  laringe,  picor  garganta,  tos,  disfagia, 
laríngofaringitis   hipertófica!    (diagnóstico   dd    doctor    Calderin). 

Hace  odio  meses  comienza  a  aumentar  de  volumen  el  tiroides 
y  a  presentar  sofocos,  temblores,  etc.,  atunentando  esta  sintomato- 
l<^a  cuando  atunentan  lias  molestias  de  garganta. 

Digestivo,  bien. 

Respiratorio:  tos  laríngea  ligera. 

Nervioso :  reflejo^  bien. 

Endocrino:  fijeza  en  h,  mirada,  brillante,  caída  de  pelo,  frio- 
lera, mano  sudosa,  rechomóhay  acrocianótaca,  ceja  rota,  no  temblor.. 
aumento  discreto  de  volumen  de  tiroides. 

M^etabolismo  -f-  35- 

Pulso:  95- 

2.®  I.  L.,  treinta  y  seis  años,  viene  por  primera  vez  el  2  de 
julio  de  1926. 

A.  H.,  madre,  muerta  cancerosa;  padre  cardíaco,  A.  P.  No 
tiene  hijos. 

Hace  diez  ocho  años,  minero  de  plomo  y  tuvo  sintonías  de 
saturnismo.  , 

Digestivo:  Desde  hace  ocho  meses  empezó  a  notar  molestias 
en  d  epigastrio,  sin  relación  alguna  con  las  comidas,  crisis  de  es- 
treñimiento y  diarrea  (es  por  lo  que  va  a  la  consulta).  Ningún 
punto  doloroso  en  vientre,  ni  resistencia  a  la  palpación. 

CircukUorio:  Alguna  palpitación,  segundo  tono  aórtico  duro. 
PuílsQ,  76  echado;  96  de  pie.  Presión  13/7. 

Respir(tíorio:  Tos  ligera,  nada  por  exploración. 

Nervioso  y  endocrino:  Reflejos  bien,  irritable,  mirada  fija,  bri- 
llante, temblores  lalguna  vez,  zonders  negativo,  explorado  el  tem- 
blor es  positivo.  Ha  adelgazado  mucho. 

AscHNER  76/72. 

Ligero  aumento  de  volumen  de  tiroides. 

Wassermann:  Negativo. 


jilipflulMU:  fjü. 


iriiulilu 


Nqr^liv 


Mi:uIh4Ui»o  :  +  40- 

¡ac  It  [loiK  t[i  tratamiento  con  suero  antitiroideo  y  btoplastina, 
iMftiuiailii  con   vhh-TiiíosítT.  Resumen  de  comida  aprojñado. 

El  m  (le  ttiíOHlí)  ha  ganado  un  kilo  300  gramos  pero  stgue  coa 
tPÍt4^iM,  irnutilüdad  de  carácter,  temblor,  etc;  se  suspende  la  bio- 
{jaitiii^  V  valtsrof CMi  f or  y  se  pone  bromhidrato  de  quinina  y  suero 
tultliioídeo. 

N"*  «Uc  qtic  en  garganta  tiene  una  molestia  constante  y  se  des- 
atlifctl  ilMü  amigvtallu  infectadas,  que  por  estar  en  fase  de  in- 
tiiUiMt-'ii^n  u^wh  no  se  operan,  pero  las  pone  en  tratamiento  el 
dttPtor  M.  Cai.dkiih, 

( I   ínirticiiilirf,  Se  enruentra  mejorado,  ha  ganado  tres  kilogríi- 

J  iiciulire.  ^anó  un  kilogramo  más,  se  encuentra  muy  bieu, 
IllUJciiilii  (IcNajiarccido  las  molestias  de  estómago  y  las  dependientes 
jq  litiiiili'H  'lia  desaparecido  la  inflamación  de  amígdalas  y  va  a  ser 
Qlieradi).  MetalMlismo:  -|-  i. 

Fuü  upcraílo  |x«x)s  días  más  tarde. 

ay  noviembre.  Ha  sido  u]>erado  el  mes  pasado,  se  encuentra 
coniiildimiclnc  bien.  Pulso,  echado  80,  sentado  96;  Aschneíl, 
80/78;  presión  11/7  '/,.  Le  decimos  que  queremos  repetirle  d  me- 
tnctalKi|¡í<nio  el  4  de  diciembre  en  que  sigue  bien  y  éste  es  igual 
^  --  5,  Su  estado  es  normal. 

Kli  estos  (los  casos,  la  relación  de  caus.i  {amígdalas  infectadas, 
íiiriiiyiilaringltiB  hipertrófica)  a  efecto  (hipertiroidismo)  es  bien 
evidente,  apttreriendo  los  síndromes  tiroideos  posteriormente  a  los 
que  ntíHotros  consideranios  como  causa,  yendo  los  síntomas  corres- 
pOTnIicnlea  de  «na  y  otra  al  compás  y  desapareciendo  en  el  segundo 
caso  toda  la  sintoiimtiilogia  tiroidea  cuando  cesa  la  inflamación  de 
amígdalas  y  contínuandü  comi>!etamente  bien  después  de  la  amig- 
dnloi-tomia. 

Algunos,   llevwfos  de  sn   entusiasmo,  Berg  (43),   han  llegado 

I  rfpcir  (]««  rn  la  región  nasofaríngea  y  amígdalas  está  siempre 

•I  origpn  de  In  infeceión  causante  de  la  tiroiditis;  Squier  (44). 

qtw  H  olotrino  laniigiVogx*  es  el  que  tiene  más  ocasión  de  descu- 

'Ir  liw  slndpnnies  tiicipifutes  de  hipertiroidismo  como  con^lica- 

óli  de  lít'  ntoiTiones  de  la  especialidad. 

Uh  «lilw'tiHMkdea  de  localiudóa  principiüineiUe  fañngea,  tuú- 


-das  a  las   infecciones  dentarias,  son  las  que  producen  con  más 
frecuencia  síodromes  de  hipertíroidismo  (Stoney  (45)). 

Nosotros  hemos  encontrado  en  cinco  Casos  con  infección  den- 
taria metabolismos  entre  +  11  y  +  So,  acompañados  de  sínto- 
mas de  hiperfunción  tiroidea. 

En  miKíhos  casos  de  reuma  e  hipertiroidismo  ambas  cosas  se- 
rían consecuencia  de  una  infeoción  primitivamente  faríngea  o  amig- 
dalina,  pues  es  sabido  la  importancia  que  se  concede  a  estas  lo- 
calizaciones  primitivas  en  el  reuniatismo. 

De  todo  cuanto  llevamos  apuntado  se  puede  dedudT,  que  la 
■etiología  de  las  afecciones  de  tiroides  es  variadísima,  por  lo  que 
se  hace  preciso  estudiar  con  todo  cuidado  al  enfermo  tiroideo  y 
buscar  el  foco  infeccioso  o  tóxico  (Mabañón)  (10),  y  aunque  no 
siempre,  por  desgracia,  tengamos  una  causa  a  la  cual  achacar  el 
trastorno  íendoorinó,  hallándola  actuar:  sobre  efla  y  hacer  la  tera- 
péutica apropiada. 

Esta  opinión,  mantenida  por  Marañón^  Aubriot  (40),  Blan- 
co Soler,  Bonilla  (4),   Martín  Calderín,  etc.,  nos  indica  la 
necesidad  de  estudiar  preferentemente  el  tratamiento  médico  en  la 
mayoría  de  estos  enfermos. 

Brow  (39)  dice  que  algunos  tiroideos  mirados  parcialmente  si- 
guen con  los  trastornos  correspondientes  a  sus  bocios  y  que  des- 
aparecen con  la  extirpación  de  sus  anginas  infectadas. 

ScHLOAM  (47)  reconoce  que  muchas  veces  la  extirpación  de  una 
parte  del  tiroides  no  cura  d  hipertiroidismo  para  existir  una  infec- 
■ción  focal  qoie  continúa  irritando  la  porción  glandular  restante. 

Bonilla  y  Blanco  Soler  (50)  han  publicado  un  caso  en  que 
Ja  operación  no  fué  coronada  por  el  éxito,  y  que,  repetida,  dio 
lugar  a  un  mixedema  postoperatorio,  sin  que  estos  autores  pre- 
juzguen la  etiología  faríngea  de  su  caso. 

En  la  estadística  de  la  clínica  existe  una  enferma  (núm.  117), 
cuya  operación  no  disminuyó  en  casi  nada  su  hipertiroidismo  exa- 
gerado. 

Metabolismo  antes  de  operar  =  +  52. 

Pulso  lantes  de  operar  =  126. 

Metabolismo  después  de  operar  (veintitrés  días)  =  +  40. 

Pulso  después  de  operar  (veintitrés  días)  =  111. 

Afirmemos,  pues,  la  necesidad  de  investigar  en  todos  los  enfer- 
mos tiroideos  los  focos  infecciosos  y  las  infecciones  que  puedan 
presentar,  pues  actuando  sobre  éstos  y  aquéllas  puede  modificar- 
le y  'hasta  curarse  la  alteración  endocrina. 

Madrid,  diciembre  1926. 


—  592  — 

bibliografía 

(i)     Perry:  Journal  Medical  de  Glasgow,  1872,  cit.  2. 

(2)  Sergent:  Lección  clínica  dada  en  el  Hosp.  de  la  Charité,  en  enero 
1922:  "Glándula  tiroides  y  reumatismo".  Arch,  Med,  Cir.  y  Esp,,  nám.  43, 
año   1922. 

(3)  Blanco  Soler  y  M.  Calderin:  Anales  españoles  de  la  B.  M,,  ene- 
ro 1925,  cit.  3. 

(4)  ídem  id.  id.:  Anales  Acad.  Med.  Quir.  Esp.,  sesión  del  8- VI- 1925. 

(5)  Blancx)  Soler:  £1  metabolismo  basal  como  guia  para  el  tratamien- 
to dte  algunos  bocios.  Anal,  Esp.  de  la  B.  M.,  1925. 

(6)  Blanco  Soler  y  M.  Calderin:  Consideraciones  sobre  un  caso  de 
estrumitis  de  repetición  de  origen  amigdalino.  Arch.  de  Med.  Cir.  y  Esp., 
julio   1925. 

(7)  ídem  id.  id.:  El  tiroides  y  los  procesos  faringo  laríngeos.  Arch.  ¿le 
Med.,  Cir.  y  Esp.,  enero  1926. 

(8)  AcHARD  et  Saint  Girons:  Mixoedeme  f ruste  ayant  succedé  a  un 
rfiumatisme  articular  aigu.  Gas.  Med,  des  Hóp.  10-X-1913,  cit. 

(9)  MouRiQUAND  y  Bouchet:  Enfermedades  de  la  nutrición,  t.  XXIII, 
pág.  629,  Bibl.  Med.  y  Terap.  aplicada,  1924L 

(10)  Mar,iíkón:  Pat.  Med.,  tomo  III,  1920. 

(i)  Vincent:  Btill.  et  men.  de  la  Soc.  Med.  des  Hóp.^  8-VI-i9o6r 
C.  R.  Soc.  BioL,  2-XI-19-7. 

(12)  Menard:  Tesis,  1906. 

(13)  Mauriac,  cit.  de  M.  Lugikx,  J.  Parisot,  G.  Richard:  Le  tiroí- 
de,   1925. 

(14)  Levy  Fraenkel:  Du  role  de  la  syphilis  dans  Tetiologie  des  certains 
goitres  exoftalmiques.  La  Medicine,  19 19. 

(15)  Kohler:  Mixoedeme  auf  syphilis  lemhend.  Bcrlin  Klitt.  IVoch.,. 
1892. 

(16)  Schumann:  Tesis  de  París,   1918. 

(17)  P.  Marie:  BuH.  et  mem.  Sic,  Med.  Hóp.,  1897. 

(18)  R.   Porak:  Les   síndromes  endocriniens,   1925. 

(19)  Richard:  Syndromes  basedowifens  chez  les  tuberculeux.  These 
Nancy,  1907. 

(20)  Cordier:  Metabolisme  basal  des  tubercukux  incipients.  C.  R.  Soc. 
BioL,   1923. 

(21)  Griesinger:  París,  1876. 

(22)  Lemiere   y  Talbet:   Bull.   Soc.   Med,   Hóp.   París,    1919. 
{2z)    Jeanselme:   Gas.  Hóp.  Paris,  1919. 

(24)  Sabrazés:   Comp.  Rend.  Soc.  Biol.  Paris,  1925. 

(25)  Sabrazés  y  Grailly  :  Cit.  Alain.  Tesis  de  Burdeos,  diciembre  1924. 

(26)  Cits.  de  Menetrier  et  H.  Stevenix:  Nouveau  traite  de  Mede- 
cine,  t.  I,  París,  1920. 

(27)  Cit.  Bonilla:  Trat,  Iheroameric.  de  cien.  Med.,  t.  II,  pág.  359^ 
Madrid,  1923. 


-  593  — 

(28)  Falta:  Enfermedades  de  las  glándulas  de  secreción  interna.  Trat. 
de  Patol.  Med,  de  Morch  3;  Stahelin,  t.  VIII,  pág.  441. 

(29)  Levi  y  Rotschild:  Etudes  sur  la  physiopathologie  du  corps  thy- 
roide  et  de  Thypophise,  París,  1908;  Nouvelles  etudes  sur  la  phisiopatho- 
logie  du  corps  thyroide  et  les  autres  glandes  endocrines,  191 1 ;  La  petite  in- 
sufissance  thyroidienne  et  son  traitement,  1913. 

(30)  Cit.  Thonsit:  Mata,  infec. 

(31)  LuBLiSKi:  Cits.  de  Barbera.  Anali  di  Clínica  Médica,  1919.  Fi- 
nopatología  del  tiroides  y  del  timo,  Milán,  1918. 

(3)  PiETROWiEz:  Diagnosis  and  medical  tratment  of  exophtalmie  goitre. 
Journ.  Am.  Med,  Ass.,  1916. 

(SS)  EwANS,  MiDDLETON  y  Smiti  Tonsillar  endowebiaris  and  thjrroid 
disturbances.  An,  J.  Med.,  1917. 

(34)  Crouse:  Focal  infection  as  a  possible  cause  exophtalmie  goitre. 
Soiíthwes  Med.,   19 17. 

(35)  Chalier:  Traitement  de  la  maladie  de  Basedow  par  les  operations 
dirígiés  sur  le  simpatique  cervical,  París,  1912. 

(36)  BoGGESs:  Hiperthiroidism.  A,  Clinical  Study  Kentuchy  Med.  /., 
1919,  ref.  Endocrinology. 

{Z7)  Barber:  A  case  of  urticaria  of  eig  ht  years  duration  associated 
with  hyperthyroidism.   Gcís.  Hop.,  núm.  34,   1920. 

(38)  Sóling:   Cit.  de  Bergh. 

(39)  Browns  The  Laringoscope,  agosto  1922.  Anals  of  otol.,  julio  1923. 

(40)  Aubriot:  Revue  Médicale  de  VEst,  núm.  8,   1924. 

(41)  Lorand:  Insuñsance  thyroidienne  come  facteur  dans  la  pathogenie 
de  la  tuberculose.  Congrés  de  la  tuberculose.  París,  1905. 

(42)  Bonilla  de  la  Vega:  Hipertiroidismo  e  infecciones  locales.  La 
Med,  Ibera.,  t.  XV,  vol.  I,   1921. 

(43)  Bergh  :  Etiology  and  treatment  of  exophtalmie  goitre.  Norsk.  Mag, 
f.  Lalgevidetisk,  núm.  80,   1919. 

(44)  Squier:  Complicatinyg  infections  of  thyroid  and  hyperthyroidism. 
Am.  I.  Med,  Soc,  1920. 

(45)  Stoney:  Hyperthyroidism  with  oral  sepsis.  Pssays  ont  the  Int. 
Soc,   1920. 

(46)  MoNSSAY  y  A.   SoRDELLi:   Tiroides  e  inmunidad.   Madrid,   1924. 

(47)  Schloam:  Note  of  recurrence  of  exophtalmie  goitre,  ufter  thy- 
roidectomic  Surg.  gin.  and  olst.,  1919. 

(48)  Albo:  Progresos  de  la  Clínica,  1919. 

(49)  Harrower:  Hyperthyroidim.  Monographs  on  the  Int,  Sec,  vol.  i.®, 
númL  I,  1921. 

(50)  Bonilla  y  Blanco   Soler:   Endocrinology.   Marzo   1924. 

(51)  RoGER  y  Garnier:  Infection  thyroidienne  espérimentale.  C.  S.  Soc, 
BioL,  1898.  Action  du  bacille  thyphique  sur  la  glande  thyroides,  ídem,  1898. 
La  glande  thyroide  dans  les  maladies  infectases,  Press  Medícale,  1899, 
núm.  31. 181.  Recherches  espérimentales  sur  les  infections  thyroidiennes, 
ídem,  19004  La  glande  thyroide  dans  la  variol.  Arch.  Gen.  de  Medecine,  16 
mayo   1903. 


LOS    CONOCIMIENTOS    MAS    RECIENTES    SOBRE    LAS    Vltt 
BILIARES 


Dp.  H.  Q.  Mogvna. 


En  Nottingliaiii  ha  tenido  Jugar  este  año  la  reunión  que  ania 
mente  celebran  los  médicos   íngleM^s;  en  la  seccióii  de  niediqj 
interna  se  lia.  disentido  ampliamente  temas  tan  intei^esantes  ( 
función  y  vaciamiento  de  la  vesícula  bUiar,  patogenia,  diagnósti 
y  tratamiento  de  la  cotecistitis. 

La  autoridad  de  las  personas  que  en  esta  discusión  han  i 
venido,  GrahaMj  Hurst,  Muvniham,  Jzod  Bennett,  etc., 
mueven  a  publicar  un  antpüo  resumen  de  didio  Congreso. 

Graum. — Funciones  de  la  vesícula  biliar. — -La  proporción  t 
vez  mayor  de  pacientes  que  tienen  trastornos  de  este  pequeño  \ 
gano,  hace  cada  día  más  interesante  el  estudio  de  la  vesícula 
cuyas  lesiones  constituyen  la  causa  orgánica  más  freciieiiLe  de  1 
síntomas  dispépticos.  Nuestro  conocimiento  sobre  la  regulaciónl 
la  presión  en  el  sistema  biliar  y  la  concentración  de  la  bilis  ] 
absorción  de  agua,  es  aún  relativamente  insignificante.  Para  BcS 
la  vesícula  absorbería  colesterina,  y  según  Sweet,  fomaria  i 
que  serviría  i>ara  desterizar  los  esteres  de  la  colesterina.  TsJ 
bien  ha  encontrado  en  los  animales  que  normalmente  no  pos 
vesícula  biliar,  y  en  aquellos  otrcs  a  los  que  experimentalm 
se  les  extirpó,  innumerables  pequeños  divertículos  en  las  vias,( 
liares  intrahepáticas,  que  considera  como  vesículas  biliares  en  i 
niatura  y  compensartan  la  íalta  de  aquélla.  Las  observaciones- 
publicadas  en  1918  indicaiban  que  las  alteraciones  inflamatorias  en 
el  hígado  iban  acompañadas  constantemente  de  colecistitis.  En  el 
examen  de  los  trocitos  de  tejido  hepático  que  extiipó  Grahai* 
tn  el  curso  de  las  operaciones  sobre  la  vesícula,  se  vio  había  una 


—  595  — 

pericolangitis  aparente,  principalmente  en  el  tejido  interlobtilar,  pero 
que  a  veces  envolvía  los  capilares  biliares  más  pequeños,  lo  cual  ha 
^  sido  también  comprobado  por  Judd,  Heyd,  Killiam  y  Mac  Neal. 
tM  muchos  de  los  casos  de  llamadas  colangitis  se  observó  primero 
este  tipo  de  hepatitis. 

Patogenia  de  la  colecistitis,— Ijos  exámenes  de  las  vesícuJas  ex- 
tirpadas parecen  indicar  que  los  procesos  inflamatorios  son  más 
inanifiestos  en  la  periferia  que  en  la  mi^na  miucosa  del  órgano, 
sin  que  se  deba  por  tanto  dar  tanta  imíportancia  para  la  patogenia 
de  la  coüecistitis  a  la  infección  de  la  mucosa  vesicular. 

La  frecuencia  con  que  los  enfermos  de  colecistitis  señalaban 
en  su  historia  una  fiebre  tifoidea  llevó  a  la  idea  que  la  infección 
de  la  vesícula  era  debida  a  las.  bacterias  que,  llegando  por  la  vtaa 
,porta,  se  eliminaban  por  la  bilis.  Cushing  y  otros  autores  han 
visto  en  experimentos  en  animales  que  es  extremadamente  difícil 
infectar  la  vesícula  introduciendo  bacterias  en  su  cavidad,  a  me- 
nos que  al  mismo  tiempo  d  conducto  o  arteria  cístico  estén  obs- 
truidos, o  la  mucosa  lesionada  por  introducción  de  cuerpos  extra- 
ños. La  posibilidad  de  la  infección  a  través  de  la  arteria  cistica 
también  ha  sido  sostenida  por  Rosenow. 

La  constancia  con  que  se  encuentra  h-epatitis  asociada  a  la  co- 
lecistitis, y  que  en  muchos  casos  la  mucosa  esté  menos  lesionada 
que  las  otras  capas  de  la  vesícula,  hace  pensar  que  la  infección 
siga  otros  caminos,  principalmente  los  linfáticos,  ya  que,  según 
os  trabajos  de  Sudler,  existe  una  anastomosis  muy  extensa  eii- 
tre  los  del  hígado  y  vesícula,  estando  situados  en  ésta  debajo  de 
la  serosa.  Los  experimentos  en  animales  han  probado  que  era  po- 
sible producir  colecistitis  inyectando  bacterias  en  una  raicilla  de 
la  vena  porta,  siendo  la  inflamación  más  marcada  en  la  periferia 
de  la  vesícula,  encontrando  también  lesiones  en  el  hígado.  Meyer, 
Neilson  y  Feussier  tamíbijén  demostraron  que  Ibs  gérmenes  at; 
la  tifoidea  no  daban  lugar  a  colecistitis  si  no  existía  primero  una 
inflamación  del  hígado.  Las  lesiones  inflamatorias  del  sistema  por- 
ta predisponen  a  colecistitis  como  vemos  sucede  frecuentemente  en 
la  apendicitis,  úlcera  péptica  y  fiebre  tifoidea.  No  se  puede  negar, 
sin  embargo,  que  en  algunos  casos  la  infección  tendrá  un  origen 
hemfatógeno,  o  que  la  mucosa  será  la  primera  lesionada.  Los  tra- 
bajos de  KoDAMA  también  indican  otra  patogenia  para  la  colescis- 
titis,  ya  que  la  infección  podría  venir  directamente  de  una  úlcera 
duodenal  sin  intervención  de  la  hepatitis. 

Diagnóstico  de  la  colecistitis. — ■El  profesor  de  Cirugía  de  Wás- 
liington  solamente  refiere  aquí  la  utilidad  dé.  empleo  de  los  ra- 


t  drt 


—  596  — 

yo&  X  para  ei  diagnóstico  de  las  ¡esiones  vesiculicís^ 

aquellas  substancias  que,  eliminándose  por  la  bilis,  son'  opL_ 
Jíinto  con  Colé  sustituyó  d  cloro  de  la  fendftalcina  letraclor^á 
que  Abel  y  Rowntree  habían  empleado  para  probar  la  función 
hepática,  ya  que  este  cuerpo  se  diminaba  casi  exclusivamente  por 
la  bilis,  por  el  iodo,  de  mayor  peso  atómico;  como  vieron  se  pro- 
dudan  algunas  reacciones  tóxicas,,  le  sustituyeron  por  el  bronio; 
pero  posteriormente,  una  mejor  preparación  de  !a  fenolftaleina 
tetraclorada  hizo  qque  nuevamente  emplearan  éste.  Recientemtn- 
tetraiodada  hizo  que  nuievamente  emplearán  éste.  Recientemen- 
te han  encontrado  otra  substancia,  la  isofenolftaleína  tetrayoda< 
'"¡ijp  tendría  como  ventajas  su  menor  toxicidad  y  eliminarse  n 
ipidamente  jxvr  el  hígado.  Siguen  insistiendo  los  autores,  fundí 
dose  en  las  mil  dentó  aiarenta  y  cuatro  coledstc^rafías  hechas,  1 
la  ventaja  de  la  inyección  endovenosa  y  en  la  falta  o  in.sigmñcí 
cia  de  los  fenómenos  tóxicos,  si  la  substancia  va  disiielta  en  t 
ta  o  cincuenta  centúnctros  cúbicos  de  agua,  y  se  pone  muy  i 
tamente. 

La  colecistt^rafia  nos  demostrara  el  estado  de  las  dos  fui 
nes  vesiculares :  la  regulación  de  la  presión  entre  las  vías  biliares. 
la  coíicentración  que  allí  sufre  la  bilis;  la  primera  función  la  t 
remos  por  los  cambios  de  tamaño  de  la  vesícula,  que  indicarán  J 
distensibilidad  y  contracti:lidad,   y  la    seeiinda  ,ptir  el   aumento  / 
dt-.nsidád  de  la  sombra.  Los  principales  pmitos  en  que  nos 
remoii  para  hacer  el  diagnóstico  de  enfermedad  vesicular  f 
.'sigiiientee :  el  que  no  se  obtenga  la  sombra  vesicular,  a  pesar  ^ 
haber  empleado  una  técnica  meticulosa;  falta  de  sombra  o  apari- 
ción jaspeada  en  algunos  sitios,  que  nos  indicará  la  existencia  de 
cálculo;  irreg^ularidad  de  contomo,  lo  cnaJ  denota  adherencias,  di* 
vcrliculos,  etc;  variaciones  en  la  densidad,  tiempo  de  aparición  y 
desaparición  de  la  sombra,  lín  96,0  por  100  de  los  casos,  el  diag- 
nóstico hecho  por  colecistografía  fué  confirmado  en  la  operación. 

Mecanismo  del  vacin-nüento  '^•esicutar,- — .La  colecistc^rafia  ha 
sido  un  auxiliar  poderoso  para  estudiar  el  mecanismo  del  vacia- 
miento vesicular.  Según  las  hiijótesis  de  Meltzeh.  siguiendo  la 
ley  que  él  denominó  de  fa  inervación  contraria,  el  esfínter  , 
Oddi  se  relaja  o  abre  al  mismo  tiempo  que  la  vesicula  se  contjj 
Sobre  esta  ley,  generalmente  aceptada,  basó  Lyoíj  su  técnica|| 
drenaje  médico  de  las  vías  bilianes  inyectando  sulfato  de  ma^ 
en  el  duodeno,  que  hoj-  se  emplea  en  todas  partes. 

Esta  hipótesis,  de  il  t.ltzer  no  puede  sostenerse,  ya  que  si  e^ 
te  alguna  contracción  de  la  musculatura  vesicular,  e.-  muy  !Íg 


—  597  — 

y  d'e  poca  significación.  La  visualización  de  la  vesícula  ante  la  pan- 
talla no  ha  descubierto  nimcaí  ondas  dte  contracción,  y  esto  tam- 
poco ha  sido  visto  durante  las  intervenciones  quirúrgicas  hechas 
con  anestesia  local,  a  pesar  de  pellizcar  o  tocar  con  el  cauterio  en  la 
vesícula.  Baimbridge  y  Dale  han  sido  los  únicos  que  descnbic- 
ion  ondas  de  oontraccióni,  las  cuales  eran  sincrónicas  con  los  mo- 
vimientos re&piraitoriios.  Tampoco  se  ha  váisto  nunca  la  vesícula 
normal  va^ía ;  así  Copher,  inyectando  al  perro  durante  varios  a.aai 
seguidos  fenol ftaleíoa,  siempre  fué  visible  la  vesícula,  a  pesar  de 
permitir  a  aquél  la  alimentación  y  el  ejerdcáo  ordinario. 

De  estas  experiencias  resultaría  que  la  vesícula  no  puede  va- 
ciarse en  condiciones  normales,  jugando  la  contracción  de  su  capa 
muscular  un  papel  insignificante.  El  vaciamiento  puede  hacerse, 
sin  embargo,  sin  necesidad  de  la  contracción  musculai^,  por  los  si- 
guientes mecanismos :  presión  abdominal  con  o  sin  la  asistencia  de 
tos  movimientos  respiratorios;  por  la  repetida  llegada  de  nueva 
bilis;  retroceso  elástico  de  la  viscera  distendida,  cuando  la  presión 
en  el  colédoco  sea  rápidam»ente  reducida  por  h,  abertura  del  ex- 
tremo duodenal  del  conducto,  y,  finalimente,  por  absorción  de  su 
contenido  a  través  de  la  pared. 

Copher  y  Kodama  han  sustituido  en  el  perro  la  vesícula  por 
una  pequeña  vejiga  de  goma,  unidla  al  cístico  por  un  tubito  de  ví^ 
drio;  esta  vesícula  artificial  se  encerraba  en  un  cilindro  de  celu- 
loide, para  evitar  el  efecto  de  la  presión  intraabdominal.  Después 
de  la  inyección  endovenosa  de  la  fenolf taleína  tetrayodada,  la  ve- 
sícula artificial  se  hada  perfectamente  visible,  y  gradualmente  per- 
día su  visualidad  de  manera  análoga  a  los  coledstógraimias. 

La  única  diferencia  era  que  la  sombra  aparecía  y  desaparecía 
más  lentamente;  esto  podría  explicarse  por  la  falta  de  presión 
intraabdominal,  y  a  que  la  elasticidad  y  distensibilidad  de  la  vejiga 
•  de  goma  no  son  idénticas  a  la  vesícula  normal. 

El  resultado  de  estos  experimentos  se  opondría  a  la  idea,  co- 
rrientemente admitida,  de  que  el  sulfato  de  magnesia  y  la  pituitri- 
na  producen  el  vaciamiento  de  la  vesícula  por  contracción  de  sus 
paredes:  pero  antes  de  ver  el  mecanismo  por  el  cual  este  vacia- 
miento se  produce  es  necesario  prestar  atención  al  extremo  duode- 
nal del  colédoco.  El  esfinter  de  Oddi  se  ha  considerado  de  gran 
importancia  para  controlá.r  el  paso  de  bilis  al  duodeno;  pero  los 
recientes  estudios  anatómicos,  así  como  los  tra,bajos  de  Copher  y 
Kodama,  no  parecen  demostrar  tan  gran  influencia  del  esfinter. 

Ei  colédoco  posa  oblicuamente  a  través  de  la  pared  duodenal, 
en  una  distancia  bastante  considerable,  que,  según  Quain,  scna 


-  5ya- 


^^^L^    cstud 
^^^L    cho, 

L 


dos  a  tres  centímetros ;  las  contracciones  de  la  pared  duodenal 
obstruirán,  por  taiito,  el  colédoco  independien  témeme  del  esfínter. 
y  su  relajadóii  permitirá  el  libre  paso  de  la  bilis,  a  menos  que  ei 
csfinter  actuase  independientemente:  ex.perijneniainiente,  se  ha  vis- 
to cómo  las  contracciones  peristálticas  del  duodeno  eran  seguidas 
de  salida  de  bilis,  y.  por  tanto,  aquellas  substancias  que  producen 
un  mayor  peristaltísmo  duodenal  serán  las  que  den  lugar  a  un  va- 
ciainiento  vesicular  máa  intenso;  así  obra,  aunque  no  enteramente^ 
el  sulfato  de  magnesia  y  la  pituitrina;  hay,  además,  ciertas  grasas, 
la  yema  de  huevo  y  nata,  que  producen  un  mayor  vaciamiento; 
según  han  demostrado  por  coleciistografía  Sosmax,  Wiittaker  y 
Edson,  una  comida  conteniendo  estas  grasas  reducirá  la  sonjbra. 
\esicular  a  una  décima  de  su  tamaño  en  una  hora  y  cuarenta  mi- 
nutos. 

Piensan,  por  tanto,  Gbaham  y  sus  colaboradores  en  la  poca  csr^\ 
teza  que  tiene  la  hipótesis  de  la  inervación  contraria  enunciada  poí"' 
Meltzer,  siendo  el  vaciamiento  vesicular  un  fenómeno  pasivo,  en 
e!  cual  ocurriría  el  retroceso  de  las  fibras  elásticas  en  el  esfuerzo 
para  establecer  el  equilibrio  en  la  presión  entre  la  luz  de  la  \'«sícu- 
la  y  !a  del  colédoco,  cuando  la  presión  dentro  de'  éste  es  rápiua- 
mente  disminuida  por  la  abertura  de  s«  extremo  duodenal ;  además, 
influiría  el  lavado  de  la  vesícula  por  la  llegada  de  la  nuev^  bilis  he- 
pática, y.  finalmente,  por  el  aumento  de  la  presión  intraabdomfnál. 
En  su  conferencia  habla  Hurst  del  di&gnóstico  y  tratamiento 
de  la  colecistitis.  Encontrándose  cálculos  biliares  en  lui  diez  por 
ciento  de  las  autopsias  de  adultos,  siendo  precedida  la  colelitiasia 
de  colecistitis,  y  habiendo  muchos  casos  en  que  ésta  no  es  seguida 
de  litiasis,  se  comprenderá  la  enorme  frecuencia  con  que,  en  algún 
período  de  la  vida,  la  mayor  parte  de  la  gente  padecerá  de  inlia- 
macíón  de  su  vesícula. 

Si  en  la  práotica  esto  no  parece  sei'  cierto,  se  debe  a  la  falta 
de  diagnóstico,  ya  que  generalmente  no  se  hace  éste  sino  cuando 
se  ha  presentado  la  colditiasis.  Será  necesario  hacer  una  historia 
clínica  muy  cuidadosa :  no  se  descuidará  !a  palpación  del  abdomen, 
buscando  él  dolor  a  la  presión  su^ve  en  la  re^ón  vesicular.  La 
palpación  ante  la  pantalla  con  la  vesícula  opaía.  tendría  gran  1..1- 
pnrtanda.  lo  mismo  que  le  concedemos  sí  con  un  dolor  en  la  \<jS«, 
ilíaca  derecha  vemos,  con  el  auxilio  de  los  rayos  X.  que  lo  qr' 
duele  es  el  apéndice.  Ciertas  áreas  de  sensibilidad,-  según  han 
estudiadas  por  RvlE.  y  de  rigidez  refleja  en  el  hipocondrio  di 
cho,  son  de-  gran  importancia. 

Por  el  cateterismo  duodena],  siguiendo  la  técnica  de  LyoN, 


1 


conoceiieiinos  desde  el  comienzo  los  procesos  kiiñamatarios,  pre- 
sencia de  leucocitos^  céütilas  epitdiiales  en  coltunna,  y  a  veces  gló- 
bulos rojos,  hasta  la  naturaleza  de  la  infección  biliar.  E«  intere- 
sante hacer  notar  que  en  los  últimos  periodos  de  la  colecistiiis, 
cuando  ya  existen  cálculos,  la  bilis  puede  ser  estéril,  encontrándose 
entcmces  cristales  de  colesterina.  Si  con  el  método  de  Graham  he- 
ñios visto  que,  a  veces,  no  es  posible  obtener  la  sombra  v»esicular, 
era  natural  que  con  d  cateterismio  no  se  logre  en  estos  casos  la 
bilis  de  procedencia  vesicular,  y  que;,,  por  tanto,  la  que  obtengamos, 
por  venir  de  los  conductos  hepáticos  sanos,  sea  normal,  a  pesar 
de  estar  la  vesícula  enferma.  De  aquí  que  recomiende  Hurst  que 
le.  cdlecistografía  preceda  al  cateterismo  duodenal.  La  existencia 
de  hipo,  o  aclorhidria,  también  sería  un  dato  a  favor  de  la  lesión 
vesicular. 

Recomienda  Hü»st  se  establezca  el  tratamiento  médico  lo  an- 
tes posiible,  con  lo  que  se  conseguirá  la  curación  en  gran  parte  de 
los  casos;  aun  en  aquellos  otros  de  litiasis  biliar  grave,  acompa- 
fiada  de  colangitis,  si  no  fuese  muy  urgente  la  operación,  tamíbién 
cree  se  debe  hacer  durante  unos  días  un  tratamiento  médico  pre- 
liminar, con  lo  que  se  podría  evitar  el  peligro  de  la  operación  sépn 
tica.  El  tratamiento  consistirá  en  grandes  dosis  de  urotropina,  y 
con  objeto  de  evitar  la  irritación  que  produciría  sobre  la  vejiga 
urinaria,  se  administrarán  alcalinos,  ya  que  se  ha  visto  no  impiden 
estos  la  acción  de  la  urotropina.  Se  administrará  tres  veces  al  oía, 
después  de  las  comidas,  llegando  hasta  seis  gramos  durante  veinti- 
cuatro horas,  durante  varias  semanas,  y  si  la  orina  se  hiciese  aci- 
da. Se  aumentará  la  cantidad  de  alcalinos.  Knott  ha  encontrado 
así  urotropina  en  la  bilis  obtenida  por  sondaje,  y  en  algunos  cab06 
la  Hlis  encontrada  se  hizo  estéril;  en  lugar  dé  inyectar  el  sulfato 
de  magnesia  por  la  sonda  colocada  en  duodeno,  se  puede  adminis- 
trar por  la  boca,  una  hora  antes  del  desayuno.  Si  existáese  hipo- 
clorhidria,  se  daría  áddo  clorhídrico  diluido,  y  aceite  de  oilvas  si 
hubiese  hiperdorhidria. 

En  fe.  discusión  que  sobre  estos  temas  se  estableció  intervino 
primeramente  Knott,  que  habló  de  la  importanda  que,  según  su 
experiencia,  tiene  d  cateterismo  duodenal  para  el  diagnóstico  de 
las  afeododíes  de  las  vías  biliares.  Ha  encontrado  con  más  frecuen- 
cia d  bacilo  ooli  como  origen  de  la  infeodón  que  por  el  micrococus  j 
no  cree  que  la  addez  gástrica  baja  predisponga  a  la  infecdón  bac- 
teriana. Experimentahnente  vio  que  pequeñas  cantidades  de  uro- 
trof>ina  esterilizaban  lá  bife  infectada. 

El  profesw  Wilkie,  de  Edimburgo,  considera  como  de  gran 


I 


f  la  colecistografía,  la  que  croe  no  lia  llegado  todavía  i 
zar  la  perfección  debida.  Gracias  a  este  medio  podemos  reconocer 
ias  transí onuacion^s  de  la  motilidad  en  los  primeros  estados  de 
las  enfermedades  biliares. 

Los  componentes  de  la  bilis  son  distintos  en  el  estado  normal 
que  cuando  existe  una  inflamadÓD  de  las  vías  biliares.  En  el  pri- 
nier  caso  nos  enconíranios  qu-e  se  compone  de  agua,  bÜirrubina,  áci- 
dos y  sales  biliares,  colesterina  y  mucina,;  en  el  segundo  hay  otros 
constituyentes   procedentes   del   exudado  inflamatono,   que,    según  " 
Me  Nee,  de  Londres,  jugarían  un  importante  papel!,  prindpalmen- 
ti?  para  la  formación  de  cálculos,  y  que  serían  las  sales  de  calcio,  ^ 
No  está  conforme  con  la  teoría  de  Naunyn,  según  la  cual,  la  vo*  I 
Icsterina  se  segregaría  por  la  pared  vesicular  y  vías  biliares,  sinaj 
que  la  colesterina  de  la  bilis  procedería  a  través  de  las  células  he; 
páticas  del  plasma  sanguíneo.  Los  recientes  trabajos  de  este  au.o 
y  de  Gahdner  y  Landaü  muestran  que  los  esteres  de  la  coiesterinj 
se  transforman  en  colesterina  libre  al  pasar  por  el  bígado,  absoí 
biéndose  nuevamente  por  el  intestino  como  éster  de  la  colesteniis 
También  ha  probado  el  primero  que  las  cápsulas  suprarrenales  y  d  J 
cuerpo  lúteo  son  meros  depóstos  y  no  productores  de  colesterins 

Al  hablar  de  Ja  etiolc^ía  de  la  colecistitis  cita  el  papel  del  éxta-J 
as  biliar  y  los  experimentos  de  Berg,  el  cual  vio  que  la  forma, 
sición  y  desarrollo  de  ciertas  válvulas  varían  extraordinariamentí 
de  unas  vías  biliiares  a  otras,  dependiendo  taJ  vez  de  estas  partict_ 
laridades  anatómicas  la  fadlidad  para  el  éxtasis  y  la  obstrucciói 
parcial. 

Para  el  doctor  T.  Izod  Bennett,  de  los  signos  físicos  m 
portantes  para  el  diagnóstico  de  la  colecistitis,  uno  de  ellos  s 
existenda  de  sensibilidad  a  la  presión  debajo  del  reborde  costal  de^ 
rccho.  No  cree  que  deba  considerarse  completo  un  examen  de  las 
Vías  biliares  si  no  va  acompañado  de  colecisti^raf ía ;  personalmei.» 
administra  !a  substanda  opaca  por  la  boca,  siendo  esta  también  la 
vía  que  Anderson  aconseja,  más  que  por  temor  a  la  íntoxicadóu,  ^ 
por  evitar  la  trombosis  de  la  vena  cuando  se  sigue  esta  vía  de  in-^ 
troducción. 

Después  de  los  exámenes  que  con  Davies  ha  practicado,  creo'4 
Benkett  que  para  probar  los  primeros  estados  de  las  infecciones  .< 
hepáticas  tiene  más  valor  el  examen  bacteriológico  de  la  bilis  que  J 
la  eliminación  de  los  colorantes  o  la  prueba  de  los  azúcares.  En  d'  1 
problema  del  tratamiento  considera  \¡n  mito  a  la  hipercolesterinemía,' 
ya  jue  el  aumento  de  colesterina  en  sangre  depende  de  la  ictericia,  \ 
y  en  otros  casos  será  debido  a  neritis  crónica  parenquimatosa 


—  6oi  — 

El  método  de  Graham  da,  en  manos  de  Moynihan,  92  por  icx> 
de  resultados  satisfactorios.  Considera  de  gran  importancia  el  exa- 
nien  de  colesterina  y  calcio,  en  sangren,  biliis  y,  luego,  en  la  pared 
vesicular.  Si  el  examen  se  hizo  en  los  primeros  períodos  de  la  u> 
lelitiasis,  se  encontrará  atimentda  la  colesterina.  La  vesícula  afre- 
sonada  que  se  ve  entonces  sería  debida  al  depósito  de  cristales  de 
colesterina  en  la  mucosa,  o  a  im  exceso  de  Kpoides  en  la  pared  've- 
sicular. Si  este  estado  continúa  y  se  acompaña  de  infección,  ¿e 
formarán  los  cálculos,  los  cuales  al  principio  estarán  compuestos 
de  colesterina;  pero  lufego,  por  !a  irritación  crónlica  que  en  la  mu- 
cosa vesicular  producirán,,  habrá  un  aumento  de  calcio  en  la  bilis, 
-^n  la  pared  vesicular  y  también  en  la  sangre ;  la  hipercolesterinemia 
se  substituirá  por  hipercaloemia. 


TRABAJOS    ANALIZADOS 


R.  Gregoire. — Dlvertioulo  del  duodeno.  Paris,  Medical,  núm.  43.  1926. 

El  divertículo  del  duodeno  no  es  una  enfermedad  nueva;  fué  una  enfernue- 
dad  ignorada  hasta  1910,  entrando  en  el  dominio  de  la  clínica  y  de  la  tera- 
péutica después  de  los  progresos  realizados  por  la  exploración  radiológica. 

No  es  ima  afección  muy  excepcional,  ya  que  Linsmaybr,  en  1.367  autop- 
sias, encontró  un  3,5  por  ico  de  divertículos  duodenales ;  Case,  en  6.847  ^xsl~ 
menes  en  la  pantalla,  encontró  un  1.2  por  100;  Andrkws.  en  2.200  exámenes 
gástricos,  llega  a  una  proporción  de  16,8  divertículos;  los  autores  franceses 
tienen  una  estadística  mucho  menor,  tal  vez  porque,  razones  étnicas  difíciles  de 
precisar,  hagan  que  -esta  enfermedad  sea  menos  frecuente  en  Francia. 

El  divertículo  del  duodeno  puede  ocupar  todos  los  segmentos  de  esta  par- 
te del  intestino ;  pero  el  sitio  más  habitual  es  la  segunda  porción ;  reuniendo 
las  estadísticas  de  Buschi,  Baldwin,  Case,  Colb  y  Roberts,  se  ve  que  en  174 
casos,  en  112  la  lesión  ausentaba  sobre  la  segunda  porción.  Casi  siempre  se 
desarrolla  sobre  el  borde  cóncavo  del  anillo  duodenal,  constituyendo  excepción, 
si  asienta  en  el  borde  convexo ;  Latarget  y  Murard  piensan  que  el  divertícu- 
lo se  hace  de  preferencia  allí  donde  emergen  las  venas  del  intestino;  pero  se 
ha  visto  que  no  en  todos  los  casos  hay  una  íntima  relación  entre  el  divertículo 
y  las  venas. 

La  forma  y  dimensiones  del  divertículo  son  de  gran  interés  para  el  ciru- 
jano, 3ra  que  de  ello  dependerá  la  orientación  de  la  intervención;  el  divertículo 
puede  ser  pequeño,  apenas  saliente  de  la  superficie  externa  del  duodeno,  sien- 
do difícil  de  encontrarle  durante  la  intervención,  y  en  estos  casos  no  es  nece- 
saria su  exéresis,  siendo  suficiente  la  sutura  en  bolsa.  Lo  más  frecuente  es  que 
esté  prolongado  en  dedo  de  guante  y  en  estos  casos  se  impone  la  extirpación. 

Los  divertículos  afectan  con  relación  al  páncreas  tres  disposiciones  diferen- 
tes, correspondiendo  a  cada  una  de  ellas  dificultades  operatorias  bien  mani- 
fiestas; la  bolsa  puede  desarrollarse  por  delante  del  páncreas,  en  la  cavidad 
peritoneal,  estando  envuelta  por  la  serosa ;  otras  veces  se  desarrolla  detrás  del 
páncreas  en  plena  zona  vascular  sin  conexión  con  el  peritoneo  y,  finalmente, 
en  cl  espesor  mismo  de  la  cabeza  pancreática,  en  la  vecindad  de  las  vías  bi- 
liares. Los  divertículos  desarrollados  delante  del  páncreas*  son  los  que  adquie- 
ren mayor  voh^men,  ya  que  nada  se  opone  a  su  d-esarrollo.  Los  que  se  des- 


—  6o3  — 

arrollan  en '  el'  lejíild  conjuntivo  retroduodenal  son  'iháb  'frtectteÉft«(fc'  «ítoe-  !©§  mh 
teriores  y  más  difíciles  de  descubrir,  ya  que  su  volumen  eít  generalmente  pe- 
queño ;  por  deti*ás  están  en  contacto  con  la  vena  cava ;  pero  lá  'lasciar  rctrópan- 
creática  le  separa  de  día;  los  vasos  pancreáticos  diiodeiíaké  coimín' bien  por 
la  una  o  por  la  otra  de  sus  caras.  Los  qué  se  desaifrollan-  éh'^tí-' espesor  del 
páncreas  son  los  más  raros;  el  canal  de  Wirsung  pasa  por  "detrás «y  por  enci- 
ma del  divertíctílo,  y  como  a  veces,  tanto  el  uno  icOmo  él  olro  están  engloba- 
dos en  los  glóbulos  glandulares,  será  muy  difícil  su  disección.        *  ' 

Todos  los  divertíctilos  no  necesitan  un  tratamiento  •  operatorio  ^iíiudi᧠ ve- 
ces no  dan  manifestaciones  clínicas  ninguna,  descubriéndose  fortintámerite  en 
la  autopsia ;  en  general,  se  puede  decir  que  todo'  divertícülo  qué  ffevierla  sü 
existencia  es  un  divertícülo  complicado. 

Los  accidentes  que  justifican  el  tratamiento  quirárgfico'  'son  dé  tiíesr  órde- 
nes: inflamatorios,  mecánicos  y  neoplásicos.  Los  primeros '  son  los' más  fre- 
cuentes y  pueden  ser  agudos  o  crónicos ;  la  mayor  parte  de  los  trastornos  que 
hacen  que  el  enfermó  tenga  que  consultar  al  médico  soii  debidos  a*  los  acci- 
dentes inflamatorios^  crónicos ;  la  estancación  y  la  retciicióii  que  fee  haéeii  en  la 
bolsa  diverticular  da  lugar  a  la  larga  a  una  irritación;  que  se  nianif iesta  ana-' 
tómicamente  por  bridas,  adherencias  peritoneales  que  envuelven  al  divertícülo; 
en  otros  casos,  toda  la  región  infrahepática  es  asiento  de  una  peHt'ohitis  cró- 
nica adhesiva. 

Los  accidentes  mecánicos  deben,  en  parte,  entrar  en  la  categoi'ía'  prece- 
dente; se  han  señalado  trastornos  en  la  evacuación  "del  contenido  duodenal, 
debido»  sobre  todo,  a  la  peritonitis  adhesiva.  Las  transformaciones  neópl'ási- 
cas  son  raras;  según  Maclean,  ciertos  cánceres  de  lácíibézá  del  páncreas  ten-' 
drían  por  origen  la  irritación  producida  por  un  divertícülo.  Los  dos  medios  de 
que  corrientemente  se  vale  el  cirujano  para  hacer  desaparecer  la  lesión  son 'la 
invaginación  y  la  excisión;  esta  última  es  el 'medib*'máií' eficaz  y  niás  simple. 

'  H.  G.  Mógeña. 


V.  Pauchet.— Divertíoulos  del  oolon.     GazsettV  des  fíopitMÍv,  númer 
ro  82,  1926. 

Estos  divertículos  son  hernias  de  la  mucosa  que  atraviesan  la  capa  muscu- 
losa y  hacen  saliente  bajo  la  serosa  intestinal;  exteriormente  se  traducen 
por  lóbuloé  sésiles  de  un  volumen  qu  varía  entre  un  guisante  y  una  nuez ; 
estos  fondos  de  saco  comunican  generalmente  con  la  cavidad  cólica.  Cuando 
estos  divertículos  se  inflaman  hay  diveí  ticulitis,  que  puede  dar  lugar  a  una. 
perforación  ó  un  absceso,  terminando  por  una  peritonitis  qué  haga,  rcmsar 
al  médico  en  una  variedad  de  falsos  diagnósticos.    ' 

Estos  divertículos  son  frecuentes,  pero  no  dan,  en  general,  accidentes  más 
qufc  en  pequeño  númro  de  casos,  constituyendo  síist  epmptkacionés  un  capí- 
tillo -.'impórtame  de  la  patología  abdominal.  Los  diverlicújos  íntcslinales  son 
la   consecuencia   de   un   obstáculo   al   tránsito  de  \3lÍ  Vvtt^^   i^ia  "^ -©as-^^  "5^- 


> 


que  los  diverticuios  de  U  vejiga  • 

obstáculo  3  ta  emisión  de  la  c 
Las  |>2redes  de  los  diverticulos  no  tieiie  capa  muscular  y,  por  1 
pueden  expulsar  su  contenido,  reduciéndose  la  pared  a  la  mucosa  y  serosa, 
por  lo  que  una  [H^sión  un  poco  enérgica  de  la  mano  del  cirujano  puede  pro- 
perfaración  secundaria.  El  peligro  del  diverlículo  es  la  infección, 
la  cual  se  favofcce  por  ta  presencia  de  un  coprolito,  cuya  expulsit 
posible.  La  presencia  de  coprolitos  determina  !a  aparición  de  accidentes  sépti- 
cos, biea  por  coni()resión  y  gangrena  de  la  pared  seromucosa  o  por  la  ac- 
ción de  la  virulencia  microbiana.  La  infección  produce  la  tumefacción  de  I:: 
mucosa  y  la  creación  de  una  cavidad  cerrada  divertlcular,  siendo  entonces 
los  accidentes  semejantes  a  los  de  la  apenaicitis:  infección  aguda  intradiverti- 
cular  con  reacción  pcritoneal  de  vecindad  (peri-diverticulitis) ;  producción 
de  falsas  membranas.  Adherencias  peritoneales,  exudado  peritoneal,  que  pue- 
de hacerse  iiurulento.  Algunas  veces  eí  proceso  gangrenoso  da  lugar  a  I 
íoracián  del  divertículo,  cayendo  el  coprolito  en  la  cavidad  peritoneal. 

Los  accidentes  diverticulares  agudos  son  semejantes  a  los  de  la  a 
citís  aguda :  principio  brusco,  fenómenos  generales  graves,  fiebre  eleva 
vómitos,  escatofrios.  defensa  abdominal,  meteorismo  y  dolores  abdominahj 
difusos;  más  tarde,  si  et  caso  no  es  muy  virulento,  los  fenómenos  abdomi 
nales  se  localizan  en  la  región  del  abdomen  donde  asiente  et  divertículo  i 
fectado,   y  en   este  lugar  encontraremos   un  plastrón   inflamatorio. 

En  ciertos  casos   los  diverticulos  no  dan   lugar  a  accidentes  y   se  des 
bren  si  el  sujeto  es  examinado  bajo  la  pantalla  por  cualquier  otro  motÍTO 
otras  veces  el  enfermo  se  queja  de  müleslias  vagas,  colitis  ligera,  que  1 
van  al  diagnóstico  de  apendicitis  crónica,  colcscistitis,  enterocolitis,  etc.,  i 
cubriendo  por  el  cxameti  radioscópico  ¡a  presencia  del  divertículo ;  si  el 
veriiculo  está  infectado  no  es  visible  generalmente  a  los  rayos  X,  ya  q 
su  orificio  está  obliterado.  En   los  casos  de  divertículo  del  colon  derecho  i 
diagnóstico  se  hace  casi  siempre  de  apendicitis,  y  en  estos  casos  en  la  o 
ración  el  apéndice  se  encuentra,  naturalmente,  sano,  siendo  necesario  af 
dar  la  iíicisión  e  inspeccionar  et  duodeno,  vesícula  y  colon  ascendente. 

Los  diverticulos  latentes  no  deben  ser  operados,  y  solamente  acons^»-B 
remos  al  sujeto  que  siga  un  régimen  vegetariano,  y  si  es  necesario  le  dare- 
mos aeeite  de  parafina.  En  los  casos  do  diverticulitis,  el  tratamiento  de  elec- 
ción es  la  excisión  simple ;  en  caso  de  diverticulitis  únca,  y  si  se  trata  de  di- 
yerticuÜtis  múltiples,  será  necesario  hac;r  una  colectomia.  siendo  ctnivi 
niente  verificarla  en  varios  tiempos. 

H.  G,  IfocsMA. 


,  JosBPH    Pesison.— Los   trastornos   slmpátloos  en    la    hsmlplojfaj 

Anales  de  Médecint,  tomo  XX.  núm.  3.  noviembre  i(¡26. 


cuestión    de    las    perturbaciones    simpáticas    en    los    hemiplé jicos    ' 
investigaciones.    Los  datos  no  son  concordantes  jr  i 
revisión  de  este  problema. 


se  propone  hacer  ^ 


— -  6os  — 

La  técnica  utiHzada  ha  sido  la  de  investigar  la  temperatiú^  y  la  tensión 
arterial  (local)  en  diferentes  partes  simétricas  del  cuerpo.  Investigó  el  es- 
tado trófico  de  la  piel,  vasos  superficiales,  máscuips  y  articulaciones;. estudió 
la  raya  vasomotora  y  el  reflejo  pilon^tor  e  igualmente  la  intensidad  de  la 
secreción  sudoral  en  el  lado  sano  y  en  el  lado  hemipléjico.  La  influencia 
desigual  de  pruebas  farmacológicas  o  físicas  en  uno  y  otro  lado  también 
fué  objeto  de  especial  investigación,  con  la  ayuda  de  una  técnica  qvte  le 
ha  permitido'  estudiar  la  absorción  de  ciertos  medicamentos  en  inyecciones 
practicadas  en  regiones  exactamente   simétricas  del  cuerpo. 

Por  todas  estas  técnicas  sie  han  podido  aislar  dos  sindroines  diferentes : 
uno  de  parálisis  simpática  en  la  fase  inicial  de  la  hemiplejía  y  otro  de 
irritación  simpática  que  acompaña  a  la  hemiplejía  cuando  ésta  alcanzó  su 
período  espasmódico.  * 

£1  síndrome  de  la  parálisis  simpática  se  encuentra  en  la  hemiplejía, 
pero  se  manifiesta  con  especial  pureza  en  las  lesiones  de  sistema  nervioso 
periférico;  varía  rápidamente  con  el  tiempo,  de  modo  que  conviene  mucho 
estudiar  al  enfermo  al  principio  de  su  afección. 

El  primer  hecho  es  el  de  la  hípertermia  local  con  hipertensión  arterial; 
la  temperatura  puede  subir  hasta  tres  grados  y  la  tensión  hasta  eos  centi- 
TTietros.  Estas  modificaciones  van  acompañadas  de  una  disminución  en  la 
duración  de  la  mancha  blanca;  la  raya  vasomotora  '^  más  tardía,  el  re- 
ikjo  pilomolor  está  abolido,  la  prueba  de  la  pilocarpina  demuestra  una  au- 
sencia total  de  la  secreción  sudoral,  la  absorción  es  más  lenta  en  el  lado 
sano.  Si  la  hipertermia  es  muy  marcada  se  acompaña  frecuentemente  de 
trastornos  trofovasculares.  La  prueba  de  los  baños  locales  exagera  estas 
manifestaciones.  »\  i 

Este  síndrome  de  parálisis  simpática  se  presenta  raras  veces '-completo, 
muchas  veces  disociado.  En  la  I  hemiplejía,  por  ejemplo,  la  hipertermia,  la 
hipertensión  y  la  prueba  del  baño  local  son  tan  claras -como  en  la  lesión 
periférica;  hasta  se  puede  saber  el  lado  de  la  parálisis  por  este  dato  ha- 
llándose aún  el  enfermo  en  estado  comatoso;  pero  la-  modificación  de  los 
reflejos  simpáticos  es  mucho  menos  marcada  que  en  las  lesiones  perifé- 
ricas;  todos  estos  trastornos  tienen  un  reparto  claramente  ectronúélico. 

Este  síndrome  de  parálisis  simpática  existe  constantemente  en  la  fase 
inicial  de  toda  hemiplejía,  para  desaparecer  con  la  evolución  ulterior.  Sin 
embargo,  a  veces  se  proloncra  indefinidamente  y  en  estos  casos  los  enfermos 
ofrecm  artropatías  precoces  y  atrofias  musculares  considerables. 

El  síndrome  de  excitación  simpática  se  encuentra  sólo  en  las  parálisis 
centrales,  mmca  en  las  periféricas.  Sus  elementos  son  exactamente  antagó- 
nicos a  los  anteriormente  descritos:  hipotermia  e  hipotensión,  prolongación 
de  la  duración  de  la  mancha  blanca,  exageración  de  la  raya  vasomotriz, 
exageración  del  reflejo  pilomotor,  aumento  de  la  secreción  sudoral,  lentitud 
de  la  absorción  local;  los  baños  pueden  exagerar  la  desigualdad  entre  el 
lado  enfermo  y  el  lado  sano.  No  raras  veces  hay  edema,  que  aparece  tar- 
díamente, de  una  manera  intermitente,  durante  el  invierno  y>  aun  después 
de  mucho  tiempo  de  iniciada  la  hemiplejía;  es  un  edema  duro,  elástico, 
<|ue  no  se  deja  deprimir  por  la  yema  del  dedo. 


r 


-  Co6  - 


La- clÍ*tUiqió)0:.,qu«  .acaba  de  establecerse  es,  en  la  práctica  a.  veces 
íícil^  paj-qtie  ,?J[.  sÍDdroiqe :  de  parálisis  vegetativa  es  muy  variable.  Su  ( 
lucjón  pmaJe ,  aivítafSe  a  dos  posibilidades  diferentes:  O  bien  el  síndronr: 
hipertú;i8jcy..jlps^Harptc,cím  rapidez  (aproximadamente  al  tiempo,  en  .que  V* 
flaeidez  se  convierte  en  cspasticidad),  o  bien  la  parálisis  simpática  se  pro- 
longa; esta,  última  eventualidad  es  posible  aun  en  las  hemiplejías  (|ue  han 
entrado  ai  p^>aflticLdad.  Kl  síndrome  tiene  entonces  una  evolución  en  tres 
períodos:  i."  ,Es  el  que  se  acaba  de  describir  en  la  fase  inicial  de  la  hemi- 
plejías dura  de  dos  a  seis  meses.  2°  Caracterizado  por  el  hecho  de  que 
la  t^ipertermia  y  \^  hipertensión  se  hacen  inconstantes ;  desaparecen  ea  cier- 
tos momentos,  alternan  irregularmenie  con  los  síntomas  polarmente  opues- 
tos; la  pilocarpina .  y  lo$  baños  producen  efectos  cada  vez  más  intensos. 
S,"  La  hipotermia  y  la  hipotensión  se  instalan  definitivamente,  constituyendo 
un  síndrome,  hipotérmico  tardío  o   secundario. 

Es   precjso.  ahora,  establecer   que   los   trastornos   simpáticos 
secuencia  directa  dq  la,  ¡esión  cerebral.  El  comienzo  precoz  de  los  trasl 
nos  vegetativos  y  su   evolución   siempre  constante  es  lui  argumento  decisii 
en  favor  de  aquella  afirmación ;  nadie  podrá,  en  efecto,  atribuí 
movilidad,  oíasionatla    por    la   parálisis,    síntomns   que   comienzan 
mentó   mismo   de   establecerse   la   lesión   cerebral.  Por  io  demás,   tampoco   tS^ 
¡niporvílidaid  ^ería  .capaz,  de  producir  los  síndromes  vasotróñcos  descritos. 

Que   el  sindroRic   hipertcrmico   es  el   representante  clínico   de  la   paráüsÍ! 
d:l   simpático,   tnienlras   que  el   síndrome  hipotérmico  lo  es  de  la   liberacii 
so^  cpn^efueiicías  que  se  deducen  claramente  de  nuestro  concepto  actual 
las  funciones  simpáticas. 

Estando  la  contracción  arterial  bajo  la  dependencia  del  simpático, 
autor  crpe  que  la  contracción  activa  de  las  paredes  haciendo  a  los  vasOl 
más  rígidos,  impide  que  se  transmitan  a  los  aparatos  receptores  los  cambios 
de  presión:  de. aquí  que  la  excitación  simpática,  a  pesar  de  ir  seguida  de 
vasooanííricci¿n<  traduce  en  nuestra  defectuosa  técnica  de  exploradón  ima 
lüpotensión,.  La.  parálisis  simpática  (pruvoc^iiido  una  vasodilatacíón)  daría 
lugar  A  mayor  aflujo  de  sangre  y  con   ello   a   la   hipertermia  local. 

La  patogenia  de  lo«  otros  trastornos  vegetativos  es  mucho  más  clara. 
La  .  evplqoión,  (tel,  síndrome  de  la  parálisis  simpática  se  tiace  más  fácil  de 
interpretar  con  estos  datos.  De  la  fase  de  hipertensión  se  pasa  a  la  de 
hipotensión  porque  la^  paredes  vasculares  paralizadas  se  retraen;  un  he- 
cho absolutamente,  semyante  puede  encontrarse  en  la.  piel  de  la  región  pa- 
raliEada,   dando,  lugar   a   una   horripilació 

Existe,  pwcs.  un  cierto  paralelismo  ent 
pitícú :  sin  enikir^.  el  síndrome  vegetati 
cho  más  tarde  que  el  síndrome  motor,  y 
los  trastornos  simpáticos  y  la  d^'  los  Ira 
tí  ninguna,  relaci&n. 

Con  respecto,  a  la  localización  de  la  lesión  cerebral  capaz  de  prodticir 
bi  trastornos  simpáticos  es,  desde  luego,  evidente  que  la  lesión  piramidal 
es  ti  qu'-  produce  alteraoione.s  más  precoces,  más  intensas  y  más  claramen- 
te paralelas  entre   los   síndromes  de   ta  motilidad  y   los  simpáticos.   La  altu- 


i 


I   por   pilocontractura. 
e  el  síndrome  piramidal  y  el 
ro  se  presenta  corrientemente 
en  ciertos  casos   la  naturaleza 
itomos  inotores   no   guard; 


I 


4 


—  6o7  — 

ra  de  ia  lesión  piramidal  no  influye  para  nada  en  la  índole  de  los  trastor- 
nos  observados. 

Existen,  sin  embargo,  dos  síndromes  simpáticos  extrapiramidaks  que 
merecen  ser  contrapuestos  a  dos  piramidales.  El  primer  tipo  se  realiza  coa 
el  síndrome  hipertérmico  prolongado  en  una  hemiplejía  ya  espástica.  Este 
tipo  no  se  observa  sino  en  las  lesiones  subcorticales,  pero  no  en  todas,  por 
lo  cual  debe  interpretarse  como  síndrome  de  vecindad.  El  autor  cree  que  es 
la  lesión  del  cuerpo  estriado  la  que  dá  este  tipo  de  perturbación.  El  sejgundo 
tipo  del  síndrome  extrapiramidal  reviste  los  caracteres  del  síndrome  hipo- 
térmico  ;  no  va  precedido,  sin  embargo,  de  fase  hipertérmica  y  coexiste  f re- 
<uentemente  con  perturbaciones  de  la  sensibilidad. 

J.  S.   Banús 


Pois  y  HiLLEsiAND.— Contribución  al  estudio  de  los  peblandeci- 
mjentos  protuberanoiales.  Revue  de  MeSecine.  Año  XXXIII,  nú- 
mero  3;    1926. 

Las  semeiología  de  los  reblandecimientos  de  la  protuberancia  es  en  la 
hora  actual  mucho  peor  conocida  de  lo  que  se  podría  suponer,  aunque  el 
primer  síndrome  protuberancia!  haya  sido  aislado  ya  en  él  año  1855  por 
MiLLARD.  Cuando  se  consultan  los  tratados  clásicos  se  encuentra  en  ellos 
una  descripción  completa  de  los  diversos  síndromes:  síndrome  de  Millard- 
"GuBLER,  que  consiste  en  la  parálisis  de  los  miembros  de  un  lado,  aso- 
ciada a  una  parálisis  total  del  facial  del  lado  opuesto,  con  o  sin  pará- 
lisis asociada  del  sexto  par;  síndrome  alterno  del  tipo  Fovillh,  en  el  que 
se  añade  a  la  hemiplejía  una  parálisis  del  heinioculomotor  laterogiro  (pará- 
lisis de  los  movimientos  asociados  de  lateralidad'  del  globo)  del  lado  opues- 
to; síndrome  protuberancial  superior  de  Raymond  y  Cestán,  caracterizado 
por  ligera  hemiparesia,  perturbaciones  muy  marcadas  de  la  sensibilidad  sub- 
jetiva y  objetiva,  temblor,  incoordinación,  asinergiá  y  parálisis  de  los  mo- 
vimientos asociados  de  los  ojos.  Hojeando  tales  tratados  se  vé  en  seguida 
que  hay  un  capítulo  consagrado  a  las  henwrragias  y  otro  a  los  tumores 
protuberanciales  y,  finalmente,  tan  solo  unas  cuantas  líneas  dedicadas  al  re- 
blandecimiento de  la  protuberancia. 

Y  es  que  en  realidad  los  síndromes  que  se  describen  corresponden  a  lesiones 
del  todo  excepcionales:  tumores  voluminosos,  grandes  tubérculos,  hemorra- 
gias dislacerántes,  etc.  Nada  se  dice  de  las  innumerables  lesiones  protu- 
beranciales en  las  que  el  diagnóstico  no  puede  hacerse,  y  es  que  en  realidad 
ellas  no  corresponden  en  modo  algimo  a  los  grandes  síndromes:  ofrecidos 
por  los  tumores.  Particularmente  no  ocurre  jamás  que  los  reblandecimien- 
tos de  la  protuberancia  presenten  ninguno  de  los  síndromes  que  acabamos  de 
«numerar;  casi  podría  decirse  que  en  presencia  de  un  Millard-Gubler 
o  de  un  Raymond  Cestán,  puros  se  puede  con  seguridad  eliminar  el  diag- 
nóstico de   reblandecimiento;   y   en  realidad   cuando  se  repasa   la  dcscríp- 


1 

ción  de   ia^   obscrvacioiies  que  lian   M;rvida  para   edificar  estos   síndromes  ^^H 
íe  encuentra  otra  cosa  síno  hemorragias  o  tumores.  ^^| 

I^s    observaciones    anatomo-dinicas    de    reblandecínúentas   de    la    protí^^H 
berancia,  son  muy  raras  y  sin   embargo   su   frecuencia  en  la  realidad  díni^^H 
es  muy  superior  a  la  de  los  tumores  y  a  la  de  las  hemorragias.   Esta  fal^^^ 
de   acuerdo   entre   lo    Que   se   considera    clásico    en   materia    de  semeiología 
protuberancia!,  y  el  cuadro  clínico  de  los  reblandecimientos  de  esta  región,. 
obedece  a  las   i»rticular¡dades  de   la  distribución  vascular. 

Sabido  es.  que  la  protuberancia  abaren  dos  segmentos  diferentes,  el  ■uno, 
anterior  o  ventral,  que  es  el  pie,  el  otro,  dorsal,  que  se  llama  calota.  En 
el  pie  se  encuentra,  junto  a  la  línea  media,  e!  hai  piramidal,  reunido  en- 
un  grueso  fascículo  en  la  parle  superior  e  inferior  de  la  protuberancia 
disociado  en  la  parte  media  por  las  fibras  transversas  de  los  pedúncu 
cercbelosoE  medios  y  por  los  núcleos  grises  del  puente. 

La  calota  tiene   una   constitución    más   compleja:   comprende    la    fon] 
don  reticulada  y  sus  anejos.   En  su   parte  central  se   encuentra   la   cinta,  á 
Reii.,  que  la  separa  íM  pie.  En  pleno  centro  el  fascículo  central  de  la  calc^ 
Por  detrás  y  por  dentro,   cerca  de   la  línea  media,   bajo  el   suelo  del  c 
ventrículo,   el    fascículo   longitudinal    posterior;    finalmente  las    fibras   I 
versas  del    cuerpo   trapezoide. 

Pero  además   en   la   calota  se   encuentran   núcleos  y   tronéis   radicular 
el  núcleo  del   motor  ocular  externo,  el  del    facial,   situado   por  deJante.J 
fuera   del  precedente,   la  parle  superior  del  núcleo   del  acústico  y  principj 
mente  el  núcleo  de  DEtTEBs,  en  fin  el  comienzo  de  la  larga  columna  ( 
trigémino.    Pero    (punto    capital)   todos    estos    núcleos,    salvo    el    motor 
trigémino,   pertenecen   al    piso    inferior  de   la  protuberancia,   de   tal   man( 
que  el  facial  y  el  motor  ocular  externo  emei^n  a  nivel  del  islnio  bulbo-j 
tnberancial.    No   se   encuentra   más   arriba,   aparte  el   trigémino   motor,   n 
más  que  el   pequeño  núcleo  del   patético,  cuya   emergencia  posterior  le  pi 
casi  por  completo  al  abrigo  de  las  lesiones   focales.  En  cuanto  al  trigém 
sensitivo  se  sabe  que   su   raíz  descendente  atraviesa  todo  el  bulbo  y  no 
mina  sino  a  nivel   del   segundo  segmento   cervical.  En  resumen  si   se  iw 
can   tres  cortes   esquemáticos  de   la   protuberancia,   el   primero,   en   la   i 
inferior,  el  segundo,  en  la  parte  media  y  el  tercero,  en  la  parte  superior,  J 
oicuentran:    en    la   parte   inferior    a    nivel    del   pie.    el    fascículo    piram¡d| 
los  núcleos  grises   del   puente   y  las    fibras  del  pedúnculo   cereteloso   me^ 
3  nivel  de  la  calata,  la  cinta  Reil,   el   fascículo  central   de  la  calota,  el   ffl 
rículo    longitudinal    posterior,    la    sustancia    reticulada    gíis    y    blanca,   i 
núcleos  del  trigémino,   motor  ocular  externo,    facial,  la  parte  superior  I 
núcleo  del  acústico,  la  oliva  protuberancia!.  ¡ 

En  la  parte  media;  a  nivel  del  pie  la  misma  disposición  anterior;! 
nivel  de  la  calota  iguales  formaciones  salvo  que  sólo  existe  la  parte  suñl 
rior  del  núcleo  del  trÍE-émíno.  J 

En  la  parte  superior:  la  topografía  del  pie  no  se  modifica;  a  nivel  del 
calota  el  pedúnculo  cerebeloso  superior  la  recubre  por   fuera  y  por  arriba.! 
Fslas  nociones  permiten  comprender:' 


--  6o9  — 

I.*  Que  un  síndrome  de  Millard-Gubler  no  puede  ser  causado  sino 
por  una  ksióñ  de  la  parte  inferior  de  la  protuberancia. 

2.0  Que  esta  lesión  si  es  puramente  protuberancia!  debe  afectar  a  la 
vez  al  pie  y  a  la  calota.  Las  investigaciones  de  Foix  sobre  la  vasculari- 
zación cerebral  han  probado  que  (por  lo  menos  en  la  mitad  inferior  de 
la  protuberancia)  la  irrigación  de  la  calota  y  del  pie  son  independientes; 
y  en  consecuencia  es  extremadamente  difícil  que  un  síndrome  de  reblan- 
decimiento revista  el  aspecto  clínico  de  tm  síndrome  de  Millard-Gubler. 

Vascularización  de  la  protuberancia. — Es  particularmente  esquemá- 
tica y  en  ella  se  muestra  con  excepcional  claridad  la  disposición  general 
arterial  de  vasos  paramedianos,  circunferenciales  largos  y  circunferenciales 
cortos»  que  es  tan  frecuente  en  el  eje  encefálico. 

Las  arterias  paramedianas  en  número  de  cuatro  a  seis  se  desprenden  de 
la  cara  posterior  del  tronco  basilar,  y  dejando  libre  el  surco  mediano,  abor- 
dan la  substancia  nerviosa  a  derecha  y  a  izquierda  de  la  línea  media  a  nivel 
de  los  dos  tercios  inferiores  de  la  protuberancia;  son  descendentes  y  tanto 
más  largas,  cuanto  más  bajas  nacen.  A  nivel  del  tercio  superior  las  pa- 
ramedianas son  horizontales  y  después  ascendentes.  Finalmente  estas  arte- 
rías se  hallan  tanto  más  próximas  a  la  línea  media,  cuanto  más  bajas  emer- 
gen. De  este  modo,  a  nivel  del  surco  bulbo-protuberancial  los  vasos  para- 
medianos  son  casi  medianos. 

Las  paramedianas  suministran  la  irrigación  en  la  cara  anterior  de  la 
región  piramidal  y  dan  nacimiento  a  numerosas  arteriolas  que  se  hunden 
perpendicularmente  en  el  tejido  nervioso.  Estas  son  las  arterias  medianas 
de  DuREz,  incomparablemente  más  numerosos  que  los  trónculos  de  donde 
nacieron. 

Hay  pues  un  territorio  paramediano  que  comprende  el  fascículo  pira- 
midal, los  núcleos  grises  del  puente,  las  fibras  protuberanciales  anterio- 
res, medias  y  posteriores  y  la  porción  yusta-mediana  de  la  cinta  de  Reil. 
Este  territorio  está,  pues,  exclusivamente  limitado  al  pie  de  la  protube- 
rancia y  no  asciende  jamás  a  las  vecindades  del  suelo  del  cuarto  ventrículo, 
salvo  en  el  tercio  superior  de  la  protuberancia,  donde  las  paramedianas  se 
hunden   más   profundamente. 

Las  arterias  circunferenciales  cortas,  en  número  de  cuatro  o  cinco,  nacen 
de  la  parte  lateral  del  tronco  basilar,  se"  dirigen  hacia  afuera,  y  después 
de  un  trayecto  ligeramente  descendente  se  subdividen  en  ramos  secundarios, 
que  cubren  con  sus  arborizaciones  escalonadas  la  depresión  antero-lateral, 
que  presenta  a  este  nivel  la  cara  anterior  del  neuro-eje.  Estas  arterias  se 
distribuyen  así  en  los  3/5  externos  de  la  cara  anterior  de  la  protuberancia, 
irrigando  particularmente  la  masa  del  pedúnculo  cerebeloso  medio.  Una  o 
varias  de  estas  arterias  proporcionan  ramúsculos  extremadamente  delgados 
a  las  raíces  del  trigémino,  por  consiguiente  estas  arterias  tienen  bajo  su 
dependencia  un  territorio  lateral  que  comprende  el  pedúnculo  cerebeloso 
medio  y  que  profundamente  alcanza  hasta  la  parte  lateral  de  la  cinta  de 
Reil. 

Las  arterias  circunferenciales  largas  comprenden  la  cerebelosa  media  y 
la   cerebelosa   superior,  que  se   alejan   rápidamente   del  puente,  después   de 


liaberle  proporcionado  algunos  lamúsculos;  la  parte  más  alta  de  la  caleta 
protuberancia!  representada  por  el  pedúncuío  cerebeloso  superiur,  está  irrx- 
gada  por  la  cerebelosa  superior. 

La  irrigación  del  sucio  del  cuarto  ventrículo  en  su  porción  protüb..- 
rancial,  es  pariicuiarnKiite  compleja.  En  el  tercia  superior  de  lá  pfOtube- 
rancia^  ya  hemos  diclio  que  las  paramedianas  penetran  profundaniente' hastii 
el  suelo,  mientras  que  las  circunferenciales  cortas  no  irrigan  sino  lá  paríc 
lateral  de  la  calota.  En  el  1/3  medio  e  inferior  por  el  contrario,  las  únicas 
arterias  que  alcanzan  el  suelo  del  ventrículo  son  las  circunferenciales  cortas 
y  esto  de  una  manera  oblicua.  Las  paramedianas  al  contrario,  ao  irrigan 
la  región  de  la  calota;  la  irrigación  de  esta  parte  depende  a  \l  vez  de  ías 
circimferenciales  cortas,  protuberanciales  y  de  ciertas  paramedianas  áltáS 
y  bajas.  Existe  en  efecto  una  oblicuidad  muy  señalada  de  estas  últimas, 
sobre  todo  marcada  para  las  arteriolas  superiores,  que  se  dirigen  muy  obli- 
cuamente de  an:iba  a  abajo,  de  tal  suerte  que  van  como  a  la  busca  de  la^ 
arteriolas  inferiores,  cuya  obluidad  es  muy  real  aunque  menos  marcada  que 
la  precedente. 

.La  calota,  pues,  tiene  ima  irrigación  compleja  en  parte  independiente  de  lá 
del  pie.  Se  comprende  bien  porque  en  la  parte  media  e  inferior  de  la  pro- 
tuberancia^ los  reblandecimientos  del  pie  respetan  la  calota,  mientras  que  por 
el  contrario  en  la  parte  alta  las  lesiones  más  pequeñas  alcanzan  hasta  el 
suelo  del  cuarto  ventrículo. 

[Los  síndromes  anatomoclínicos  en  el  curso  de  los  rebkutdecifnientos  protu- 
beranciales.— Síndromes  del  territorio  paramediano. — ^Este  síndrome  se  debe 
a  tma  endarteritis  del  tronco  basilar  que  obtura  el  origen  de  una  o  varias 
paramedianas;  hay  que  distinguir  dos  tipos:  a)  Gran  reblandecimiento  para- 
mediano. b)  Pequeño  reblandecimiento. 

El  gran  reblandecimiento  paramediano  en  un  corte  horizontal  se  presenta 
como  de  forma  cuadrangular  bastante  extensa  pero,  en  cambio,  muy  breve 
en  sentido  vertical;  destruye  el  fascículo  piramidal,  los  núcleos  grises  del 
puente,  un  cierto  número  de  fibras  del  pedúnculo  cerebeloso  medio ;  respeta 
la  calota.  El  síndrome  es  muy  sencillo:  el  enfermo  no  presenta  otra  cosa 
sino  hcmiplegia,  y  para  diagnosticar  su  localización  protuberancial  interesa 
registrar  que  falta  todo  aspecto  monopléjico  ni  siquiera  de  una  manera  tran- 
sitoria, y  que  los  síntomas  generales  del  ictus  fueron  miuy  poco  graves. 

Ningún  otro  sínlt  ina  protuberancia!  más  preciso  ha  sido  encontrado  por  el 
autor;  ni  los  paros  protuberanciales  ni  el  elemento  cerebeloso  protestan  por  la 
lesión,  hasta  el  punto  de  que  la  ausencia  de  afasia  en  caso  de  hemiplegia  de- 
recha se  considera  como  un  argumento  en  favor  del  origen  protuberancial. 

La  forma  de  pequeños  reblandecimientos  da  frecuentemente  aspecto  arro- 
sariado  de  lagunas  que  se  dirigen  de  la  parte  anterior  a  posterior.  El  síndro- 
me es  tan  poco  preciso  que  muchas  veces  la  localización  es  completamente 
imposible. 

El  gran  reblandecimiento  paramediano  puede  ser  doble  y  entonces  el  as- 
pecto clínico  es  mucho  más  claro.  El  enfermo  se  presenta  con  el  aspecto  de 
una  cuadriplejía  con  fenómenos  pseudobulbares.  El  comienzo  de  los  accidentes 
es  brusco  y  a  los  trastornos  piramidales  bilaterales  se  asocian  a  menudo  al- 


^tmos  signos  cerebelcsos.  especiaímente.uii  temblor  lento,  generalmente  trans- 
versal de  la  cabeza,  y  una  cierta  cantidad  de  asinergia  cuando  c\  estado  del 
eoíermo  permite  investigarla. 

E!  síndrome  bialteral  de  las  paramedianas  con  aspecto  lacuniformc 
es  el  de  toda  parálisis  pseudobulbar  y  no  hay  modo  de  diferenciarlo  clíni- 
cameiite  de  las  parálisis  pseudobulbares  de  otra  localización. 

*  í.*  Síndrome  del  territorio  de  las  circunferenciales  cortas, — La  lesión, 
pequeña,  está  situada  en  la  parte  externa  de  la  protuberancia,  tiene  la  forma 
<íe  un  cono  cuya  base  mide  menos  de  un  centímetro  y  se  encuentra  a  nivel 
del  borde  anterior.  El  cono  se  hunde  después  en  plena  substancia  nerviosa^ 
atraviesa  la  parte  extema  del  pie  y  su  vértice  termina  en  la  vecindad  d^l 
cuarto   ventrículo. 

El  síndrome  se  tiñe  sobre  todo  de  aspecto  cerebeloso  con  síndrome  homo- 
lateral,  mientras  que  es  controlateral  el  síndrome  piramidal  y  sensitivo. 
Frecuentemente,  este  síndrome  se  asocia  con  otro  genuinamente  bulbar. 

3.0  Reblandecimientos  de  la  calota  protuberancial. — Se  presentan  coa 
síndromes  numerosos  y  particularmente  defíciles  de  desenredar.  La  lesión 
de  la  parte  alta  de  la  calota  destruye  el  pedúnculo  cerebeloso  superior.  El 
autor  ha  encontrado  esta  variedad  anatómica  pero  no  ha  podido  recoger  el 
síndrome  que  la  acompaña.  Piensa,  sin  embargo,  que  ha  de  ser  un  síndrome 
genuinamente  cerebeloso. 

En  la  parte  baja  de  la  calota,  la  lesión  puede  afectar  los  núcleos  del 
facial  y  del  motor  ocular  externo ;  e  igualmente,  por  lesión  de  las  vías 
vestibulares  y  de  las  del  fascículo  longitudinal  posterior,  puede  determinar  un 
síndrome  de  Foville.  En  cuanto  a  la  lesión  del  núcleo  del  trigémino  es 
excepcional  en  la  protuberancia,  lo  mismo  que  la  del  patético. 

Además  de  los  núcleos,  los  fascículos  pueden  ser  afectados  (vías  ves- 
tibulares, fascículo  longitudinal  posterior,  fascículo  central  de  la  calota, 
cinta  de  Reil).  En  realidad,  se  observan:  o  bien  esbozos  de  síndromes  clá- 
sicos, o  bien  síndromes  mioclónicos  sobre  los  cuales  no  se  ha  llamado  to- 
davía la  atención. 

Los  síndromes  clásicos  en  estado  de  esbozo  están  frecuentemente  cons- 
tituidos por  hemiparesia  muy  ligera,  acompañada  de  parálisis  facial  grave 
de  tipo  periférico  o  de  parálisis  de  la  desviación  conjugada  de  los  ojos,  o 
ckl  motor  ocular  extemo;  y  también  por  hemianestesias  alternas  con  diso- 
ciación de  tipo  siringomiélico. 

Los  síndromes  mioclónicos  son  de  conocimiento  relativamente  reciente 
y  están  relacionados  con  el  problema  del  nistagmus  del  velo  del  paladar,  cuyoi 
origen    protuberancial,    sostenido    por    Foix,    ha   sido  confirmado    por    yak 

&OGAERT. 

*  •        •  ,         > 

En  su  tipo  más  sencillo,  este  síndrome  afecta  al  velo,  a  la  faringe  y  a 
la  laringe;  puede  ser  uni  o  bilateral,  y  en  este  caso  simétrico  o  predominan- 
te de  un  lado.  El  velo  del  paladar  está  animado  de  sacudidas  rítmicas  re- 
gulares, intensas  con  una  frecuencia  que  oscila  de  50  a  130  movimientos  por 
minuto  y  que  consisten  en  un  movimiento  de  elevación  del  velo.  Las  con- 
tracciones se  extienden  igualmente  a  los  pilares,  a  la  musculatura  de  la  fa- 


—  6l2  — 

I 

ringe,  al  orificio  de  la  trompa;  las  cuerdas  vocales  están  animadas  con  mo- 
vimientos sincrónicos  de  abducción  y  adducción. 

A  menudo  se  añaden  mioclonias  sincrónicas  de  los  músculos  de  la  canL 
y  de  los  suprahióideos ;  también  imede  asociarse  el  nistagmus  rotatorio  de 
los  ojos  y  más  raramente  sacudidas  miodónicas  del  diafragma. 

Estos  síndromes  son  seguramente  de  la  calota  protuberancia!  y  no  de. 
los  núcleos  bulbares,  siendo,  por  consiguiente,  supranucleares.  En  dos  casos 
el  fascículo  central  de  la  calota  y  d  longitudina  Iposterior  están  destruidos. 
En  otros  dos  casos  la  lesión  destruía  únicamente  el  fasdculo  central  de  la. 
calota.  Por  consiguiente,  la  constancia  de  la  lesión  dd  fascículo  central, 
de  la  calota  en  este  síndrome  parece  que  autorice  a  atribuirselo. 

Estos  son,  pues,  los  síndromes  de  reblandecimiento  protuberancia!. 

T.  S.  Banús 


Edwin   Brahwell. — La  Jaqueoa.      British  Medical  Journ<xl,  núm.   3.454,. 
octubre  1926. 

La  jaqueca  ha  monopolizado  la  atención  de  los  médicos  desde  hace  mu- 
cho tiempo.  No  puede  sorprender  teniendo  en  cuenta  la  frecuenda  extraor- 
dinaria de  este  trastorno,  la  obstaculizadón  que  impone  a  la  actividad  or- 
dinaria del  enfermo  y  finalmente  las  incertidumbres  que  rodean  las  causas  y 
el  tratamiento. 

Los  síntomas  subjetivos  del  clásico  ataque  de  jaqueca  son  bien  conoci- 
dos; muchos  investigadores  que  sufrían  personalmente  de  este  mal  los  han 
descrito  brillantemente.  La  discusión  eficaz  de  este  problema  en  los  mo- 
mentos actuales  ha  de  referirse,  sobre  todo,  a  consideradones  etiológicas. 

La  nomenclatura  es  muy  numerosa ;  hay  que  decir,  sin  embargo,  que  nín- 
gtmo  de  los  síntomas  que  se  consideran  como  típicos  son  constantes,  y  que, 
por  consiguiente,  todo  nombre  fundado  en  estos  síntomas  puede  inducir  a. 
error  (hemicránea,  dolor  de  cabeza  bilioso,  etc.). 

Una  nodón  fundamental  es  la  de  distingfuir  dos  formas  de  jaqueca: 
una  idiopática  o  primitiva  y  otra  sintomática  o  secundaria.  En  efecto,  el 
dolor  paroxístico  de  cabeza  puede  producirse  ocasionalmente  por  los  tumo- 
res cerebrales,  por  las  lesiones  de  esclerosis  renal,  por  una  sífilis  latente^ 
etcétera.  A  estas  cefaleas  se  puede  aplicar  el  nombre  de  jaquecas  sintomá- 
ticas cuando  se  localizan  en  un  lado  de  la  frente  y  van  acompafíadas  de 
vómitos.  El  diaornóstico  diferencial  de  estas  formas  no  suele  ser  difídl.  Una 
cefalea  desarrollada  sin  antecedentes  hereditarios  y  de  comienzo  tardío  será 
probablemente  del  grupo  de  la  jaqueca  sintovtática ;  las  condiciones  contra- 
rias sugieren  el  diagnóstico  de  jaqueca  idiopática. 

Los  síntomas  de  la  jaqueca  clásica  son  bien  conocidos.  Livieing,  en  su 
trabajo  publicado  hace  y?,  nvjclios  años,  distingue  cuatro  tipos:  cefalea  uni- 
lateral, cefalea  con  vómitos  y  náuseas,  cefalea  con  fenómenos  visuales  y,  final- 
mente, un  tipo  cuyos  síntomas  presuponen  la  implicación  del  sensorio,  en  el 


"■•■   -««- 

cual  {mede  haber  perturbaciocies  de  la  sensibilidad  de  los  miembros,  dificul- 
tadíes  en  la  articulación  del  lenguaje,  confusión  de  ideas  o  temporal  dismi- 
nución de  la  memoria.  Esta  arbitraria  clasificación  es  útil,  puesto  que  está 
hecha  con  un  criterio  de  los  sintonías  dominantes  en  la  clínica.  v 

£1  ataque  clásico  de  jaqueca  tiene  siempre  un  aura,  a  veces  visual,  otras 
Tcces  de  orden  distinto;  subsigue  el  típico  dolor  frontal  de  cabeza,  tmilate- 
ral,  acompañado  de  náuseas  y  de  vómitos.  La  cefalea  es  el  síntoma  capital; 
excepcionalmente  puede  faltar  en  los  niños  y  constituir  el  vómito  la  única 
manifestación;  ocasionalmente  la  crisis  entera  puede  estar  constituida  por 
las  perturbaciones  visuales,  por  la  afasia  o  por  la  parestesia;  más  raros  aún 
«in  los  accesos  jaquecosos  caracterizados  por  una  hemiplejía  transitoria,  por 
tma  neuralgia  pura  o,  finalmente,  por  paroxismos  del  vértigo  de  Meniére. 
Se  han  recogido  algunos  casos  en  los  que  la  crisis  de  jaqueca  ha  revestido 
el  aspecto  sintomático  de  un  abdomen  agudo,  sugiriendo  tma  intervención. 
Contra  esto  se  han  visto  también  casos  en  los  que  tma  crisis  gástrica  de 
origen  tabético  ha  sido  interpretada  como  un  paroxismo  de  jaqueca. 

Las  relaciones  entre  la  epilepsia  y  la  jaqueca  son  muchas ;  ambas  tienen 
carácter  acesional,  exteriorizan  sus  síntomas  en  los  primeros  años,  tienen 
una  historia  familiar  tarada,  comienzan  sus  crisis  por  un  aura;  las  crisis 
de  jaqueca  pueden  ir  acompañadas  de  perturbaciones  transitorias  de  la  sen- 
sibilidad, de  la  motilidad,  del  lenguaje  y  aun  de  un  cierto  grado  de  confu- 
sión mental;  además,  en  la  jaqueca  y  en  la  epilepsia  puede  observarse  un 
efecto  acumulativo;  es  decir,  que  después  de  una  larga  temporada  sin  cri- 
ñs,  la  primera  que  se  produce  alcanza  una  intensidad  extraordinaria.  Igual- 
mente como  la  epilepsia,  la  jaqueca  puede  tener  agravaciones  menstruales, 
alteraciones  en  el  embarazo.  Igualmente  paroxismos  de  jaqueca  y  de  epilep- 
sia pueden  sustituirse  aparentemente,  y  se  han  descrito  casos  en  los  que  los 
ataques  jaquecosos  y  los  de  epilepsia  han  tenido  un  aspecto  sintomático  tan 
semejante   que,   en   realidad,   era   imposible  distinguirlos. 

Sin  embargo,  el  autor  considera  que  estas  analogías  son  puramente  for- 
males; en  el  fondo  ambos  procesos  son  distintos,  y  para  asegurarlo  así,  B. 
no  tiene  otro  argumento  que  la  impresión  que  tiene  de  que  ambas  anomalías 
coinciden  muy  raramente  en  la  misma   familia. 

Las  circimstancias  de  la  edad,  el  sexo  y  la  herencia  de  los  enfermos  son 
bastante  interesantes;  aproximadamente  las  tres  cuartas  partes  de  los  casos 
se  manifiestan  antes  de  los  veinte  años;  el  comienzo  después  de  los  treinta 
es  absolutamente  excepcional.  El  número  de  casos  en  el  sexo  femenino  y  en 
el  masculino  guarda  la  relación  de  siete  a  tres. 

La  herencia  juega  un  papel  indudable  en  la  jaqueca.  Según  Mobius,  el 
90  por  100  de  los  casos  tienen  antecedentes  neuropáticos,  especialmente  fre- 
cuentes en  la  transmisión  directa;  aproximadamente,  en  el  50  por  loo  de  los 
casos  los  padres  del  jaquecoso  han  sufrido  jaquecas;  mucho  más  frecuente 
es  el  origen  maternal. 

Las  causas  determinantes  de  la  crisis  son  variadísimas :  el  trabajo  mental 
intenso,  la  fatiga  mental  física,  la  menstruación,  la  fatiga  de  los  ojos,  el 
ayuno,  el  consumo  excesivo  de  ciertos  alimentos  o  de  otras  substancias  (al- 
cohol, tabaco),  la  permanencia  en  un  local  cerrado,  la  exposición  a  un  vien- 


— óy.4í — 

to  muy  frío,  etc.  La  ansiedad  prolongada  es  f recucntemeiitc  •  uña  catisa  de 
crisis  jaquecosa.  El  autor  se  propone  insistir,  sobre  todo,  en  la  fatiga  de  lo* 
ojos  y  en  la  influencia  del  factor  psíquico.  .      ^ 

Con  respecto  al  primero,  muchas  veces  se  puede  ver  que  sujetos  con  de- 
fectos de  refracción  corregidos  presentan  sus  accesos  después  de  un  ejerci- 
cio inmoderado  de  los  ojos.  En  cuanto  al  factor  ansiedad,  tiene  también  unr 
interés  extraordinario,  y  B.  cuenta  algunos  casos  en  los  que  parece  eviden- 
te la  acción  causal  del  miedo. 

Los  síntomas  de  la  crisis  jaquecosa  parecen  apoyar  la  idea  de  que  ésta 
tiene  un  origen  vascular.  En  el  período  prodrómico  se  produce  una  palidez 
de  la  cara  y  ulteriormente  una  congestión  muy  fácilmente  demostrable.  Tasn  * 
bien  ías  arterias  de  la  retina  muestran  alteraciones  de  su  calibre  cuando,  se- 
éxplora  a  un  enfermo  en  pleno  ataque  con  el  oftalmoscopio.  Además,  el 
dolor  de  cabeza,  que  insidiosamente  aumenta  poco  a  poco,  tiene  freci?eníe- 
mente  el  carácter  de  latidos.  Tales  observaciones  sugieren  la  hipótesis  de 
que  cambios  semejantes  pueden  verificarse  en  la  circulación  intracraneah. 
Que  las  alteraciones  angioespásticas  pueden  producir  síntomas  muy  ■  seme- 
jantes a'  los  de  la  jaqueca  es  cosa  que  no  tiene  duda;  en  ciertos . enfermos, 
hipertensos,  episodios  paréticós  de  ios  nervios  craneales  y  del  tronco  y 
perturbaciones  accesionales  de  todas"  las  funciones  de  sistema  nervioso  se 
han  atribuido  a  crisis  angioespásticas;  no  raramente  los  jaquecosos  acaban 
por  ser  hipertensos.  La  frecuencia  con  que  se  presentan  las  jaquecas  sinto- 
máticas en  la  esclerosis  renal  y  en  la  sífilis  habla  también  en  favor  del  ori- 
gen vascular ;  en  cuanto  a  los  síntomas  sensoriales  de  la  vista  podrían  ex- 
plicarse por  alteraciones  vasculares  del  quiasma  (Fisher)  o  por  alteración 
vascular  de  la  retina. 

El  dolor  de  cabeza  le  parece  á'  B.  explicable  por  la  congestión  de  los; 
vasos  meníngeos,  principalmente,  qué  subsigue  como  fenómeno  reacciona! 
a  la  isquemia  de  la  fase  prodrómicá  del  ataque. 

El  mecanismo  de  acción  de  los  factores  que  habitual  y  seguramente  des- 
encadenan -el  ataque  de  jaqueca  es  muy  dudoso.  En  efecto,  el  mecanismo  de 
los  cambios  vasculares  en  la  circulación  encefálica  es  muy  dudoso.  No  exis- 
te prueba  alguna  de  que  la  circulación  cerebral  esté  regulada  por  im  meca- 
nismo" vasomotor  semejante  al  que  gobierna"  el  sistema  arterial  en  las  otras 
partes  del  cuerpo ;  sin  embargo,  muchas  de  las  manifestaciones  de  la  crisis 
jaquecosa  tiene  el  aspecto  de  fenómenos  de  origen  genuinamente  simpáticos. 

La  mayor  i)arte  de  los  mecanismos'  deseñcadenadores  de  la  crisis  tienen 
im  fondo  tóxico,  como  el  pueblo  sabe  y  nos  ha  enseñado;  las  perturbado^ 
lies  hepáticas  o  intestinales  parecen  jugar  un  papel  importante.  Todo  su- 
giere la  idea  de  que  el  mecanismo  causal  de  la  crisis  sería  un  trastorno  del 
metabolismo  y  una  alteración  endocrina  =  conexa  con  él.  Desde  este  punto 
de  vista  la  jaqueca  menstrual  es  particularmente  sugestiva ;' por  lo  demás," 
tanto  en  la  menofania  como  en  la  menopausia,  se  observa  una  infuencia  in- 
dudable sobre  las  crisis  jaquecosas.  La  fatiga  física  y  mental,  la  emoción, 
ix>r  ejemplo,  causas  de  accesos  de  jaqueca,  ocasionan  seguramente  cam.bios 
(-    r.'  c'f-r^i  ^:r!T7-:!:;]:  la  l-níft-ir!  dr -p'^^o,  eí  descenso  de  la  pre«:5on  arte-^ 


r    •.    JS. 


también  d^  pertiirbaciórit^  en  el  metabolismo,  todas  ellas  referibles -a  tras*- 
tornos  de  la  secreción  interna." 

Pero  aunque  quiera  admitirse  que  los  síntomas  del  ataque  de  jaqueca  son 
debidos  a  cambios  vasculares  y  qiie  ellos  se  determinan  en  ciertos  -sujetos 
predispuestos  por  una  gran  variedad  dé  factores  qué  obran  sobre  las  glán- 
dulas endocrinas  y  el  sistema  nervioso  simpático,  la  localización  del  proceso 
permanece  absolutamente  oscura.  ¿Por  qué,  por  ejemplo,  la  cefalea  jaque- 
cosa  asienta  en  la  parte  anterior  de  la  cabeza,  en  un  solo  lado,  siempre  el 
mismo,  no  sólo  en  cada  sujeto,  sino  frecuentemente  en  todos  los  sujetos  de 
una  fámula  jaquecosa?  Hay  que  pensar  en  un  factor  determinante  de  la  lo- 
calización de  estos  cambios.  ¿La  herencia  de  la  jaqueca  no  sería  más  que 
la  herencia  de  tma  cierta  deformidad  anatómica?  Hace  ya  veinticinco  años 
que  Spitzer  suiwnía  que  el  ataque  de  jaqueca  era  producido  ^r  la  obs- 
trucción temporal  del  agujero  de  Monro,  y  que  la  condición  familiar  de  los 
jaquecosos  era  la  estrechez  congénita  de  este  agujero.  En  la  época  reciente, 
íiMME  lia  supuesto  que  el  dolor  jaquecoso  estaba  producido  por  una  hin- 
cliazón  transitoria  de  la  hipófisis,  que  entra  en  hiperfunción  para  colaborar 
a  las  exigencias  de  la  regulación  del  metabolismo  de  los  hidratos  de  carbo- 
no, transitoriamente  perturbado  por  la  causa  de  la  jaqueca.  Esta  hinchazón, 
verificada  en  una  glándula  que  está  contenida  en  una  silla  turca  congénita- 
fliente  pequeña,  es  capaz  de  producir  todos  los  síntomas  jaquecosos. 

Én  niiií^una  otra  enfermedad  puede  afirmarse  tan  rotundamente  que  el 
Iratami-ento  es  en  absoluto  personal  como  en  la  jaqueca;  es  necesario,  pri- 
mero, descartar  todos  los  procesos  capaces  de  producir  jaquecas  sintomáti- 
cas y  tratarlos  adecuadamente.  Eí  liiminal  y  los  bromuros",  aáí  coma  los  ni- 
tritos figuran  en  primera  línea  entre  los  medicamentos,  cuya  acción  debe 
considerarse'  verdaderamente   eficaz. 

J.  S.  Banús. 


Labbé  y/HEitz. —  £mpo.''tancsa  tie  !a  oscsiometría  en  el  diagnóS"- 
tlco  de  fas  arterlüs  estenosantas.  París  Medical  Año  XVI,  nú- 
mero 21,  1926. 

Los  recientes  estudios  acerca  de  la  oscilometría  han  demostrado  que  en 
cierto  número  de  casos  la  permeabilidad  de  las  arterias  del  miembro  infe- 
rior puede  estar  conservada,  habiendo  disminuido  considerablemente  o  fal- 
tando en  absoluto  las  oscilaciones  a  este  nivel,  incluso  después  de  la  prueba 
út\  baño  caliente.  Es  muy  verosímil  que  en  estos  casos  la  corriente  sanguí- 
nea no  se  haya  suprimido ;  pero,  en  cambio,  haya  quedado  grandemente  re- 
ducida y  se  haya  hecho  uniforme;  es  decir,  que  el  sístole  cardíaco  rto  pro- 
voca én  estos  casos  en  las  arterias  del  miembro  afectado  el  refuerzo  brusco 
f^-^  la  nresión  que  hace  actuar  el  oscilómetro.  De  tollas  formas,  una  supre- 
sión de  oscilaciones'  comprobada  a  todo  lo  largo  de  un  miembro  perftiite 
afirmar  que  existen  obstáculos  en  la  circulación  arterial  por  encima  del  ni- 
vel en  que   la   corriente   deir.   de   impresionar   el  man.<Tuito  del   oscilómetro. 


r 
I 


_6i6  — 

í^hora  Wen,  los  datos  recogidos  no  permitMi,  en  cambio,  afirmar  si  el 
táciJo  descubierto  consiste  en  una  estenosis  o  una  obliteración.  BARDt 
dándose  en  el  hecho  de  que  la  presión  arteriolar  se  conservó  en  sus  cifr^ 
normales  a  nivel  de  las  arterias  digitales  de  uno  de  los  enfermos,  i 
que  las  oscilaciones  se  habían  suprimido  en  la  mufieca  y  en  el  brazo,  cr^ 
haber  encontrado  en  este  comportamiento  un  signo  que  permitía  excluir,  f 
existencia  de  obliteración  de  una  gruesa  rama  arterial.  Los  autores,  ¡ 
embargo,  no  están  de  acuerdo  con  estos  hechos  descritos  por  Bard. 
BiNSKi  y  Hbitz  han  podido  observar  en  casos  de  heridas  arteriales  de  £ 
rra,  que  han  hecho  necesaria  la  ligadura,  cómo  se  restablecía  la  circulacijj 
principal  del  miembro  afectado  por  las  vias  colaterales,  apareciendo  e 
casos  una  presión  arteriolar  muy  poco  inferior  a  la  del  lado  opuesto,  y  e 
ann  habiendo  oscilaciones  sumamente  reducida  e  incluso  después  de  habe 
suprimido.  Se  comprende  que  el  desarrollo  de  las  funciones  de  las  vi 
laterales  puede  compensar,  hasta  cierto  punto,  la  ligadura  de  una  ; 
irteria  y  dar  lugiar  a  condiciones  análogas  a  las  que  se  encuentran  « 
estenosis  arterial.  De  todos  modos,  la  reducción  o  supresión  de  las  o 
dones  indica  siempre  una  lesión  de  la  arteria. 

En  otros  casos  distintos,  las  oscilaciones  pueden  permanecer  intactas,  j 
cluso  hasta  cerca  de  la  extremidad  de  un  miembro  (mufieca  o  tobillo),  i 
casos  en  que  una  gangrena  seca  existente  en  uno  o  varios  dedos  i 
lugai*  a  dudas  acerca  de  la  existencia  de  obliteraciones  arteriales.  PaupbM 
Ravatjlt  cita  varios  casos  de  este  género  y  supone  que  en  ellos  las  Itsio-* 
nes  arteriales  estaban  limitadas  3  las  porciones  más  periféricas  de  las  ar- 
terias de  los  miembros,  mientras  que  más  centrípetamente  las  arterias  de- 
jaban de  estar  interesadas  en  la  afección.  En  uno  de  los  casos  observados 
se  trataba  de  un  sujeto  con  esfacelo  bilateral  de  los  dedos  del  píe  y  oscila- 
ciones perfectamente  conservadas  en  el  tobillo.  Este  sujeto  presentaba  es- 
caras del  lóbulo  de  la  nariz  y  de  una  de  las  orejas,  que,  en  unión  de  los 
recogidos  al  nivel  del  corazón,  hacían  muy  verosímil  el  diagnós- 
de  pequeñas  embolias  múltiples.  Recientemente  Dooher  y  Patoik  re- 
L  diabético  con  esfacelo  del  píe,  en  el  que  días  antes 
de  la  amputación  las  oscilaciones  eran  normales  en  el  tobillo  y  la  disección 
del  miembro  amputado  demostraba  la  existencia  de  un  espesamiento  consi- 
derat[le  cor  zonas  de  calcificación  de  las  arterias  tibiales  anteriores  y  pos- 
teriores. Labbé  y  Heitz  interpretan  el  caso  de  estos  autores  haciendo  no- 
tar que  no  se  trataba  de  un  esfacelo  isquémico,  sino  de  una  gangrena  infec- 
favorecida  por  un  cierto  grado  de  ateroma  en  las  arterias  del  miem- 
bro inf-srior.  Era,  en  suma,  un  proceso  infeccioso  desarrollado  sobre  una 
llaga  en  un  diabético,  hecho  por  lo  demás  bien  conocido  y  sumamente  fre- 
parte,  en  este  caso  el  oscilómetro  aplicado  a  los  dos  to- 
billos había  demostrado  una  permeabilidad  arterial,  evidentemente  dismi- 
nuida, puesto  que  el  índice  oscilométrico  era  de  cinco  divisiones  en  el  lado 
■,  de  cuatro  y  media  en  el  lado  enfermo  y  de  seis  divisiones  a  nivel  de 
la  mufieca.  Refiriendo  estas  cifras  a  las  que,  por  término  medio,  se  en- 
cuentran en  los  sujetos  normaks,  se  ve  cómo  las  recogidas  a  nivel  del  miem- 
bro  inferior  de  este  enfermo  eran  decididamente  patológicas,  puesto  que  en 


—  6i7  — 

estado  nornjal  el  comportamiento  de  las  oscilaciones  es  precisamente  ej 
opuesto  .  En  efecto^  las  cifras  medias  obtenidas  por  Labbé  y  Heitzi  en  cin- 
cuenta personaá*  sanas  demuestran  que  a  nivel  del  puño  las  oscilaciones  son 
de  7,6,  mientras  que  las  oscilaciones  tibiales  por  encima  del  maleólo  llegan 
a  10,5.  Las  observaciones  realizadas  por  Heijtz  en  cincuenta  y  tres  diabéticos, 
libres  en  el  momento  del  examen  de  trastornos  funcionales  de  tipo  isquémico, 
dan  como  cifras  medias  de  oscilación  en  la  muñeca  13,8,  y  en  la  región  ti- 
bial, 6,8.  El  aun^ento  de  la  cifra  oscilométrica  a  nivel  dte  la  muñeca  en.  estos 
casos  se  explica,  teniendo  en  cuenta  que  gran  número  de  los  diabéticos  ex- 
plorados eran  hipertensos.  En  todos  estos  sujetos  es  preciso,  sin  embargo, 
practicar  la  prueba  del  baño  caliente,  que  permite  excluir  la  existencia  de 
un  espasmo  en  las  arterias  de  los  miembros.  Se  sabe,  en  efecto,  que  cuando 
la  amplitud  de  las  oscilaciones  no  aumenta  de&pués  de  sumergir  el  miembro 
explorado  durante  cinco  minutos  en  agua  a  40  grados,  puede  asegurarse  que 
la  reducción  del  índice  oscilométrico  es  producida  por  una  alteración  anató-  . 
mica  ,de  las  arterias.  En  los  diabéticos  estudiados  por  Labbé  y  Heitz  la  prue- 
ba del  baño  caliente  resultaba  constantem^ite  negativa.  ,• 

En  un. diabético  visto  por  los  autores  en  dos  ocasiones,  en  la  segunda  de 
las  cuales  murió  a  consecuencia  de  los  accidentes  isquémicos  sobrevenidos 
en  una  extremidad,  pudieron  comlprobarse  en  la  autopsia  lesiones  extraordi- 
nariamente prontmciadas  y  extensas  en  las  arterias  del  miembro  inferior,  al- 
teraciones que,  evidentemente,  existían  en  la  primera  ocasión  en  que  fué  vis- 
to, momento  en  el  cual  el  índice  oscilométrico  no  había  disminuido  más  que 
de  un  modo  insignificante.  Este  y  otros  casos  demuestran  que  la.  reaucción 
de  las  oscilaciones  sólo  se  produce  cuando  la  alteración  de  la  pared  arterial 
ha  alcanzado  un  grado  muy  considerable,  existendo  antes  de  este  momento  una 
fase  en  la  que  incluso  la  radiografía  permite  comprobar  una  visibilidad  anor- 
m|al  de  los  troncos  arteriales  sin  atenuación  del  índice  oscilométrico.  Esto  ex- 
plica el  que  en  el  caso  anter  citado  de  Doumer  y  Patoir  las  oscilaciones  ti- 
biales  no  se  hubiesen  suiprimido,   sino  disminuido  simplemente  en  amplitud 
con  respecto  a  las  de  la  muñeca.  Así,  pues,  el  caso  publicado  por  estos  auto- 
res no  contradice  para  nada  los  datos  recogidos  acerca  del  valor  diagnóstico 
de  la  reducción  del  índice  oscilométrico,  en  el  sentido  de  que  esta  reducción 
indica   siempre   una  alteración  pronunciada   de  las   paredes  arteriales   sobre 
las  que  se  ha  aplicado  el  manguito.  Claro  es  que  hay  que  tener,  en  cuenta 
que  este  es  influenciado  por  la  pulsación  sistólica  de  las  arteriolas  de  las  par- 
tes blandas  incluidas  en  el  abarcamiento,  y  a  estas  arteriolas,  como  vías  co- 
lateraíes,  se  debe  la  producción  de  oscilaciones  que  subsisten  en  una  extremi- 
dad después  de  la  ligadura  del  vaso  principal.  En  suma,  toda- reducción  de 
oscilaciones  que  resiste  a  la  prueba  del  baño  caliente  supone  una  lesión  ana- 
tómica de  las  arterias,  bien  en^el  punto  en  que  es  aplicado  el  manguito  o  bien 
por  encima  de  él.  Esta  lesión  puede  a  veces  ser  muy  pronunciada  sin  haber 
más  que  una  moderada  reducción  del  índice  oscilométrico.  Por  el  contrario, 
la  amplitud  normal  de  las  oscilaciones  en  la  muñeca  o  en  el  tobillo  no  per- 
mite negar  la  existencia  de  una  lesión  arterial  en  casos  de  lesión  ttófica  de 
las  extremidades,  ya  que  la  lesión,  de  los  vasos  puede  estar  situada  por  de- 
bajo  del   manguito.  Téngase  en  cuenta,  por  lo  demás,  que  las  oscilaciones 


-  6i8  ■- 


puettefi  suguir  üiendo  normales,  aun  cuando  las  paredes  arteriaks  luyan 
canzadu  cierto  gradti  de  lesión.  En  estas  coudiciones  ¡3  iittegridad  del  índice 
oscilométríco  posee  un  cÍ«rto  valor  pronóstico,  puesto  que  déniuestra  que  ha 
oUeradones  de  los  vasoE  son  todavía  pequeñas.  En  las  lesíunes  tramáticat 
Krterjales,  cuaiido  después  de  una  ligadura  líis  oscilaciones  reaparecen  y  se 
aaiplifican  rápidamente,  puede  desecharse  el  temor  de  esíacelo  de  la  extremi- 
áad,  y  del  mismo  modo  en  las  arteritis  estenosantes  la  conservatión  de  las 
oscilaciones  alrededor  de  la  cifra  normal  a  todo  lo  largo  del  miembro  in- 
dica la  posibilidad  de  que  la  enfermedad  se  cure,  aun  cuando  Irnya  un  co- 
mienzo de  esfaceLü  en  los  dedos,  y  en  estas  condiciones  puede  considerarse 
contraindicada  la  amputación  alta  de  la  extremidad 
lio  aparezcan   complicaciones  infecciosas. 

R,   Frmlb 


I 


Spiu-man  y  Watkin— Sobi>e  el   tratamiento  da   los   penfigos  y 
^,  las  afeoDÍones  ami^olíosasen  general.  La  Medecine.  Año  VI 
núm.    i.   Noviembrí;    ¡.■)Ai. 

El  penGgQ  crónico  es  considerado  como  la  míis  grave  de  todas  las  der- 
matosis y,  según  la  mayoría  de  los  autores,  d  desenlate  fatal  es  la  regla, 
sobre  todo  si  se  trata  de  enfermos  de  alguna  edad  o  debilitados.  Si  se 
consulta  los  tratados  clásicos,  se  ve  que  las  indicaciones  terapéuticas,  aún 
en  laí  obraü  de  Dermatología  más  recienttes,  son  exclusivamente  sintoniá- 
ticas;  tienden  a  mejorar  el  estado  general  del  enfermo,  a  sostener  sus  fuer- 
zas, a  luchar  con  la  fiebre,  con  el  dolor,  pero  a  esto  se  reduce  todo,  Bbocq 
recomienda  el  arsénico  bajo  forma  de  inyecciones  de  cacodilato  de  sosa,  J 
otros  autores  preconizan   !a  quinina   la   antipírina,   el  arsenobcnzol. 

Los  autores  quieren  en  este  breve  artículo  hablar  de  un  tratamiento 
que,  en  dos  casos  considerados  por  ellos  como  desesperados,  les  dio  resul- 
tado sorprendente.  En  el  primer  caso  se  trata  de  un  hombre  que  por  pri- 
mera vez  ve  aparecer  a  niviel  de  los  brazos,  pequeñas  ampollas,  que  con- 
tienen un  líquido  cetrino  y  que  se  desarrollan  sobre  piel  sana.  Rápidamente 
la  afección  avanza  ,e  invade  el  cuello,  la  cara,  el  tronco  y  los  miembros 
inferiores,  a  pesar  de  unas  inyecciones  de  autohematoterapía,  y  fuertes  dosis 
da  suero  de  Quinten;  más  biien  parece  que  esta  terapéutica  agrava  la  afec- 
ción, siendo  todo  el  cuerpo  asiento  de  voluminosas  ampollas,  teniendo  las 
mayorss  el  tamaño  de  huevos  de  gallina ;  están  invadidas  las  nticosas  con- 
juntiva! y  bucal ;  un  gran  número  de  ampollas  son  francamente  hcmorrá- 
gicas  y  la  fiebre  oscila  alrededor  de  39  grados;  el  enfermo  muy  demacrado, 
está  an  un  estado  lamentable.  Lo  que  les  sorprende,  especialmente  en  el 
desarrollo  de  esta  dermatosis  es  su  tendencia  al  síndrome  hemorrágico,  por 
lo  que  instituyen  desdte  un  prmcipio  la  medicación  vaso-constríctora;  pepto- 
na  de  WatTK,  adrenalina,  et^tina,  cloruro  de  calcio.  Desde  el  primer  día 
se  le  inyectan  al  enfermo  subcutáneamente  diez  centímetros  cúbicos  de 
peptona  de  Whitb,  al  cinco  por  ciento,  y  toma  ciíarenta  gotas  de  adrenalina 


— •  6i9  — 

al  milésimo;  al  dia  siguiente,  le  dan  veinte  aentigramos  de  erjgotina  y  un 
miligramo  de  adrenalina;  el  tercer  día,  le  inyectan  por- vía  intravenosa  cinco 
centímetros  cúbicos,  de  una  solución  de  cloruro  de  calcio  al  diez  por  cknto. 
£1  resultado  es  inmediato;  no  reaparece  ninguna  ampolla  hemorrágica.  £1 
tratamiento  es  continuado  de  lo  misma  manera  descrita,  y  $e  asiste  a  una 
verdadera  resureeción  del  enfermo;  la  temperatura  desciende  lentamente,  las 
ampollas  serosas  se  hacen  menos  frecuentes  y  menos  volumifiosas,  y  a 
partir  del  vigésimo  día  no  aparecen  nuevas  ampollad,  xiada  fnáíi  c|ue  en  la 
superficie  de  extensión.  Sale  del  hospital  a  los  dos  nueses  de  su  ingreso 
para  emprender  sus  ocupaciones.  Veintidós  meses  despuéÉí  del  colnicrnzo  de 
su  afección  continua  en  un  excelente  estado.  t)e  tarde  tn  tarde^  le  salen 
pequeñas  ^npollas  en  la  palma  de  la  mano  y  plantas  de  los  pies^  que  no 
le  molestan  nada  ni  le  impiden  dedicarse  a  sus  ocupaciones. 

£n  el  segundo  caso  se  trata  de  una  mujier  de  sesenta  año&,  con  un  pen- 
figo  agudo  de  extensas  ampollas;  existía  el  signo  de  'ÑtKúL^Kf/  en  ^ 
mis  alto  grado,  kt  aplicación  de  un  aposito  emoliente  bastaíia  para  provocar 
la  aparición  de  nuevos  elementos,  todos  serosos,  $in  carácter  heiilorrágico. 

£1  método  terapéutico,  que  tan  buen  resultado  les  dié  la  primera  vez, 
fué  instituido  nuevamente;  peptona  de  White  en  inyección  subcutánea, 
cloruro  cákico  en  inyección  intravenosa,  y  adrenalina  pbr  la  (joca.  £1  re- 
sultado fué  igualmente  sorprendente,  en  menos  de  ^is  semanas  se  detenía 
la  evolución  del  penfígo. 

¿Qué  concluir  de  estas  dos  observaciones?  No  se  atreven  ft  afirmar  kt 
curación  definitivamentií  de  sus  enfermos,  pues  datan,  de  pdtsl|ítcha,  pero 
creen  de  gran  interés  que  con  esta  terapéutica  lograron  deÍMér  la  evolu- 
ción de  una  dermatosis^  considerada  actualmente  como  la  más  maligna  de 
todas  y  cuyo  comienzo  anunciaba  un  desenlace  fatal. 

¿Por  qué  mecanismo  estos  medicamentos  vaso-contrictores  haii  detenido 
el  desarrollo  de  esta  afección  ampollosa  ?  £1  penfígo  debe  ser  clasificado  entre 
las  enfermedades  cutáneas,  cuyo  substratum  es  tm  trastorno,  de  la  secreción 
y  de  la  circulación  de  la  linfa,  y  la  ampolla  es  el  reStdtadd  d(f  una  hipér- 
secreción  repentina.  Haciéndose  en  brotes  violentos  y  en  cantidad  consi- 
derable, hasta  el  punto  de  invadir  los  espacios  linfáticos, .  intercelulares,  y 
rechazar  las  células  epidérmicas;  pero  esta  hipersecreción  Supone  una  alte- 
ración del  léndotelio  de  los  capilares  arteriales  del  dermis  y  de  las  papllAs 
dérmicas,  y  es  esta  alteración  vascular  la  encargada  en  definitiva  del  prcK 
ees  ampolloso.  Los  medicamentos  vaso-contrictores  obran  pueiá  sobre  las 
túnicas  .vasculares  y  permiten  explicar,  no  solamente  la  detención  del  pro- 
ceso hemorrágico  que  señalan  en  la  primera  observación,  sino  el  agotamiento 
de  la  exo-serosis  que  constituye  las  ampollas  sierosas  puras.  Esta  interpre- 
tación supone  una  alteración  vascular  en  la  base  de  todos  los  ¿^doS  am- 
pollosos;  los  autores  no  quieren  generalizar,  pero  creen  qué  los  resultados 
obtenidos  merecen  llamar  la  atención  de  los  dermatólogos,  y  la  medicación 
vaso-coñtrictora  debe  ser  ensayada  en  todos  los  estados  amjíollosds,  y  sobre 
todo,  en  loe  penfigos.  .        .     », 

.€.  GAütíA  Casül. 


H.   VAQiTez  y  E.  Dohzelot.—  Las    ocisla    de    hipertensión    arterial 
paroxistfcas.    La   Preí.w   Médieah.  núm.   85.   octubre    ípsft 

A    propósito  de   un   enfermo   de   este    tipo.   lo¿   autores   hacen   t 
gante  estudio  de  esti^   lema   lan  poco  conocido. 

Se  trata  de   un   hombre   de   treinta   y   siete   afios,   pÍca])edrero,   que  i 
hace  ocho  meses  presenta,  en  plena  salud,  los  fenómenos  paroxistieoa  e 
forma  siguieiiie:  De  pronto,  después  de  un  esfuerio  o  de  una  emoción,  Q 
mcluao  sin  la  menor  causa  aparente,  sentía  el  enfermo  en  las  extremida 
sobre   todo'  en    las    inferiores,   pinchazos   y   dolores   a   los   que   sucedían   < 
tambres  en  tas  pantorrillas  y  en  las  nalgas,  sobreviniendo  después  i 
mente  dolores  abdominales  bajo  la  forma  de:  cólicos  violentos  seguido, 
vci   de   dolores   torácicos   y   cervicales   de   tipo  anginoso,   y   por   últir 
una  cefalea  atroz.  No  perdía  el  conocimiento  y  no  se  producían  ni  náusea 
DÍ    vómitos,    ni    fenómenos  convulsivos.   La   crisis    completa   duraba  alff 
minutos   y   los   ddlores   eran   de    una   violencia   extraordinaria.    Estas   1 
primsro   espaciadas,  se  reprodiiciaii  después  completas  o  en  forma  aten 
da,   cada   tfés   semanas,  y   han   ido   aumentando   de   frecuencia  hasta  ^ 
cirse  ahora '  incluso  varias  veces  al  día. 

He  aquí  mi,?  de  ellas.  Habíamos  auscultado  el  corazón,  cuyos  ruidos  i 
frecuencia  rítmicos  eran  normales,  y  la  presión  arteria!  daba  por  el  mé- 
todo de  RiVA-Rocci  las  cifras  de  14  Mx.,  8  Mn.  Cuando  de  pronto  el  en- 
fermo exclamó:  "(Comienza  la  crisis!"  La  piel  se  puso  pálida.  El  pulso 
se  aceleró  bruscamente;  la  frecuencia  del  ritmo  pasó  de  70  a  100  pulsa- 
ciones, y  ae  oía  un  fuerte  soplo  aórtico.  El  esfigmomanómetro  marcó  30-17. 
La.  crisis  hipertensiva  alcanzó  su  máximo  en  el  tercer  minuto  y  acabó  en 
el   séptítno. 

El  enfermo  tiene  excelentes  antecedentes  hereditarios ;  no  es  ni  alco- 
hólico ni  sifilítico.  Durante  una  de  estas  crisis  sintió  nn  dolor  a?udo  en 
el  ojo  derecho,  con  una  disminución  brutal  de  la  potencia  visual.  Ultima- 
mente  ha  presentado  un  accidente  aun  más  grave :  esptitós  espumosos  y 
sanguinolentos,  característicos  de  un  edema  agudo  del  pulpión.  Tiene  ana 
albuminuria  pasajera,  entre  0,25  y  0,50,  después  de  las  crisis  más  vio- 
La  noción  de  hipertensión  arterial  paroxlstica  no  es  nueva.  Las  crisis 
hipertensivas  de  la  eclampsia,  del  saturnismo  y  del  angor  son  bien  cono- 
cidas. Pero'  en  todas  estas  crisis  las  condiciones  etiológicas  y  clínicas,  si 
bien  no  exf^ican  el  mepnismo  íntimo,  legitiman  por  lo  menos  su  apari- 
ción. También  existen  crisis  de  hipertensión  brusca  en  casos  sin  estos  sín- 
dromes, simplemente  en  antiguos  hlpertensos.  Los  autores  lian  observado 
dos  casos  que  se  acercan  algo  a  esto  último ;  pero  no  son  más  que  dimi- 
nutivos del  síndrome  anteriormente  descrito.  En  la  literatura  sólo  lian  en- 
contrado un  caso  publicado  por  M^itcei.  Lakbb  en  1924.  Era  una  mujer  de 
veítTtiochD  años  ()üe  presentaba  durante  sus  crisis  dolores  constrictivos  en 
el  epigastrio,  náuseas  y  vómitos.   La   presión  arterial   normal   llegaba  du- 


—  021  •— 

rante  sus  crisis  a  27-25.  Estas  crisis  se  complicaron  varias  veces  con  edema 
agudo  del  pulmón,  y  sucumibió  a  tmo  de  estos  accidentes.  La  autopsia  mos- 
tró un  corazón  normal.  El  parénquima  de  los  ríñones  era  normal,  pero 
lleno  de  pequeños  infartos  hemorrágicos.  Lo  más  interesante  fué  que  se 
encontró  por  encima  del  riñon  izquierdo  un  tumor  suprarrenal  del  grosor 
de  una  mandarina  y  desarrollado  a  expensas  de  la  substancia  medular  su- 
prarrenal Labbe  achaca  a  este  tumor  las  crisis,  por  ser  el  órgano  que  pro- 
duce la  adrenalina,  cuya  acción  es  bien  conocida. 

Analizan  los  elementos  que  regulan  el  régimen  de  presión:  las  contrac- 
ciones cardíacas,  la  viscosidad  de  la  sangre  y  el  estado  de  las  resistencias 
periféricas.  Los  dos  primeros  son  prácticamente  despreciables.  Estudian  los 
medios  para  variar  la  resistencia  periférica,  viendo  que  el  único  importante 
es  la  excitación  directa  de  las  ñbras  musculares  lisas,  dé  las  paredes  ar- 
teriales por  el  extracto  de  la  hipófisis,  la  tiramina  y  sobre  todo  la  adre- 
nalina. Queda,  pues,  la  adrenalina  como  el  único  agente  capaz  de  producir 
estas  crisis. 

De  todo  ello  se  deduce  que  el  porvenir  de  este  enfermo  es  bien  incierto. 
Su  albuminuria  intermitente  es  debida  probablemente  a  pequeños  raptus  he- 
morrágicos que  se  producen  en  el  riñon  durante  la  crisis,  como  sucede  en 
los  eclámpsicos  y  en  la  enferma  de  Labbé.  Además  de  la  albtuninuria  pa- 
sajera, se  han  presentado  otros  accidentes:  una  hemorragia  retiniana  y  una 
crisis  de  edema  agudo  pulmonar,  lo  que  nos  hace  temer  que  la  existencia 
de  este  enfermo  sea  bruscamente  interrumpida  por  un  fenómeno  del  mismo 
tipo  y  de  carácter   irremediable. 

J.  Madinaveitia 


Lortat-Jacob  y  Morlaas.—  Sobre  un  caso  de  lepra  mixta  tra- 
tado por  la  orloterapla.  Buíletin  de  la  Société  Frangaise  de  Der- 
matologie  et  de  Syphiligraphie,  núm».  7,  julio  1926. 

Enfermo  de  treinta  y  dos  años,  con  una  afección  probablemente  adqui- 
rida en  la  Guyana  francesa,  donde  estuvo  hace  trece  años  por  espacio  de 
veinticuatro  meses.  La  enfermedad  le  empezó  por  un  adormecimiento  de  la 
pierna  y  pie  izquierdos. 

Examen  del  enfermo. 

a)  Varios  lepromas  sobre  el  muslo;  una  docena  de  lepromas  en  cara 
y  frente; 

b)  Una  mancha  eritematopigmentaria  del  tamaño  de  la  mano  en  la 
parte  superointerna  de  la  pierna  izquierda; 

c)  Aumento  de  volumen  del  cubital  izquierdo  en  el  surco  epitrocleo- 
olecraneano ; 

d)  Paresia  del  ciático  poplíteo  externo  con  ligero  equínismo. 
Examen  del  moco  nasal  HÁnsen,  positivo. 
Wassermann,  negativo. 


*  M*    .. 


*—  d22  — 


Tratamiento  crioterápico. 

El  28  de  marzo.  Una  aplicación  de  nieve  carbónica;  las  flictemas  se 
desarrollan  sobre  los  lepromas. 

Cuando  desaparecen  los  lepromas  están  aplastados,  sin  inñltración  en 
su  asi-ento. 

£1  25  de  abril.  Los  lepromas  aplastados  se  hacen  exuberantes.  Apare- 
cen nuevos  tubérculos,  en  particular  sobre  el  reborde  del  pabellón  de  las 
orejas.  Segunda  aplicación  de  nieve  carbónica.  Aplastamiento  de  todas  las 
nudosidades. 

£1  23  de  junio.  Algunos  raros  nodulos;  hacen  ligero  relieve  tínicamente 
tres  o  cuatro.  Se  practica  una  tercera  aplicación  sobre  estos  solos  elementos. 
£n  ese  intervalo  se  desarrolla  muy  rápidamente  una  parálisis  del  ciático 
popliteo  externo  con  pie  en  equinismo,  sin  atroña. 

CONCLUSIONES 

£nfermo  con  lepra  de  manifestaciones  recientes  en  que  los  tubérculos 
leprosos  raros  a  su  entrada  al  hospital  se  multiplican  en  algunos  días,  y  en 
el  que  ima  paresia  del  ciático  popliteo  externo,  primera  manifestación  de 
la  enfermedad,  se  ha  transformado  muy  rápidamente  en  parálisis. 

Después  de  la  segunda  aplicación  ningún  elemento  ha  aparecido. 

La  acción  de  la  crioterapia  parece  clara  sobre  los  lepromas.  Puede  que 
esta  terapéutica  inñuya  favorablemente  sobre  la  evolución  general  de  la 
afección;  sin  embargo,  no  se  ha  observado  ningún  cambio  sobre  las  man- 
chas pigmentarias  y  la  parálisis  del  ciático  popliteo  externo. 

En  el  número  18  del  i  de  mayo  de  1926  de  la  Dertnatohgische  Wo- 
chetischrift,  Paldrck  publica  bajo  este  título,  "La  lepra  es  curable**,  dos 
casos  de  leprosos  tratados  por  la  crioterapia  y  clínicamente  curados. 

Termina  afirmando  que  su  tratamiento  por  la  nieve  carbónica  fué  em- 
pezado antes  de  esta  publicación. 

C.  García  Casal 


Cassuto. —  Explosión  en  la  vejiga  en  el  curso  de  una  eleotro- 

ooagulaolón.  Jounial  d^Urologie^  tomo   XXII,  núm.  4,   octubre   1926. 

Cree  de  interés  dar  a  conocer  un  incidente  grave  sobrevenido  en  el  curso 
de  una  sesión  de  electrocoagulación,  del  que  no  ha  podido  encontrar  otro 
ejemplo  en  la  literatura. 

Se  trata  de  un  prostático  que,  no  queriendo  ser  operado,  se  procede  a 
la  destrucción  del  lóbulo  medio  hipertrofiado  por  medio  del  cistouretros- 
copio  de  Mac  Carthy. 

En  general,  el  autor  opera  siempre  haciendo  funcionar  durante  toda  la 
duración   de   la  operación   el  dispositivo  de   irrigación  del  cistoscopio  y  no 


pasando  nunca  de  300  a  350  miliamperios  de  intensidad  de  la  corriente  para 
la  destrucción  de  los  tumores. 

En  el  caso  presente,  como  se  trata  de  un  tumor  demasiado  grande  y 
poco  vascularizado  cuj-a  destrucción  rápida  ofrece  poco  peligro,  emplea 
una  corriente  alrededor  de  400  miliampferios  de  intensidad. 

Cuando  ocurrió  el  incidente  había  cerrado  el  aparato  de  irrigación,  de- 
^  jando  en  la  vejiga  unos  150  c.  c.  de  agua,  cantidad  pequeña,  pero  muy  su- 
ficiente para  apreciar  la  obra  destructiva,  pues  no  se  obscurecía  el  campo 
cistoscópico. 

Había  electrocoagulado  solamente  algunos  puntos  cuando  se  produjo  una 
detonación  violenta  en  el  interior  de  la  vejiga.  Después  de  un  primer  mo- 
mento de  estupor  investiga  la  causa  de  lo  ocurrido.  Retirado  con  precau- 
ción el  cistoscopio,  se  cerciora  de  que  el  incidente  no  fué  debido  a  un 
cortacircuito  del  aparato  luminoso  o  a  una  rotura  del  circuito  secundario 
del  aparato  eléctrico.  El  enfermo^  después  de  un  momento  de  pánico  más 
bien  debido  al  fenómeno  acústico  de  la  detonación  que  a  un  dolor  brusco, 
declara  que  se  encuentra  completamente  bien.  La  exploración  rectal  no 
revela  ningima  tumefacción  o  infiltración;  la  inspección  hipogástrica,  así 
como  la  pali)ación,  fueron  negativas. 

Introduce  una  sonda  de  Nelaton  en  la  vejiga,  saliendo  una  cantidad  de 
líquido  teñido  en  sangre  aproximadamente  igual  a  la  contenida  en  la  .vejiga 
en  el  momento  de  la  explosión. 

Inyectando  determinada  cantidad  de  líquido  en  la  vejiga  se  recogía  des- 
pués con  exactitud.  La  integridad  relativa  de  la  vejiga  parecía  asegurada, 
por   lo  menos  de  una  manera  aparente. 

El  período  postoperatorio,  con  sonda  permanente,  fué  bueno.  Ningún 
síntoma  de  peritonitis.  La  hemorragia,  un  poco  más  importante  que  en  in- 
tervenciones análogas  normalmente  efectuadas,  se  prolonga  hasrta  el  quin- 
to día. 

Al  octavo  día  hace  una  cistoscopia,  llenando  la  vejiga  con  precaución 
y  distendiéndola  gradualmente;  la  mucosa  estaba  un  poco  edematizada  y 
corroída  en  toda  su  extensión,  apreciándose  amplias  y  profundas  grietas  en 
forma  de  estrella,  interesando  la  mucosa  vesical  en  todo  su  espesor,  y  ex- 
tendidas sobre  toda  su  superficie,  sin  excluir  la  región  del  trígono  de  Lieu- 
TAUD.  La  capa  muscular  había  resistido  a  la  fuerte  distensión  provocada 
por  la  explosión. 

RosENSTEiN  relata  un  incidente  operatorio  muy  parecido  al  descrito,  aun- 
que el  agente  físico  empleado  por  él  fué  diferente;  practicando  una  opera- 
ción de  BoTTiNi  en  un  prostático  con  el  aparato  de  Freundenberg  com- 
prueba una  brusca  distensión  seguida  de  signos  evidentes  de  rotura  de  la 
vejiga.  El  incidente  lo  explica  de  esta  manera:  La  vejiga  se  rompería  a 
consecuencia  de  la  rápida  y  casi  repentina  distensión  gaseosa,  que  alcan- 
zaría la  presión  aproximada  de  dos  atmósferas,  producida  por  la  vapori- 
zación de  las  gotas  de  agua  al  calentarse  el  instrumento  en  exceso. 

En  el  caso  que  relata  el  autor,  la  detonación  fué  el  fenómeno  que  domina 
a  los  otros  síntomas,  razón  por  la  cual  al  querer  aplicar  en  este  enfermo 


la   interpretación  dada   por   Rosenstein  es  necesario  tener   en  cuenta  tam- 
bión  otros  factores. 

Para  incendiar  y  explotar  un  gas  con  la  alta  frecuencia  es  preciso  un 
gas  más  inflamable  que  con  la  corriente  galvánica.  La  electrocoagulación 
de  los  tejidos  produce  numerosas  pequeñas  burbujas  de  gas  claramente 
visibles  con  el  cistoscopio,  cualquiera  que  sea  la  intensidad  con  que  se 
opere.  Esto  no  ocurre  cuando  se  opera  con  el  galvanocauterio. 

El  autor  cree  que  estas  pequeñas  burbujas  de  gas  que  se  desprenden 
de  los  tejidos  son  el  producto  de  la  desagr^egación  celular,  mientras  que 
Pasteau  dice  incidentalmente  que  son  debidas  a  la  evaporización  de  peque- 
ñas cantidades  de  agua. 

Se  puede  simplemente  establecer  que  este  gas  es  fácilmente  detonante 
cuando  se  acumula  en  la  vejiga  con  un  cirto  volumen  y  bajo  la  acción  de 
corrientes  de  cierta  intensidad. 

Habitualmente,  con  las  aparatos  endoscópicos  de  irrigación  *  continua,  la 
mayoría  de  las  burbujas  son  arrastradas  con  la  corriente  de  agua. 

En  el  caso  que  nos  ocupa,  dos  factores,  por  lo  menos,  se  unieron  para 
provocar  el  incidente  relatado:  la  intensidad  bastante  elevada  (400  miüam- 
perios)  y  el  haber  cerrado  el  dispositivo  de  irrigación  del  cistoscopio,  no 
dejando  en  la  vejiga  más  que   150  c.   c.  de  agua. 

Insiste  en  la  regla  de  no  pasar  jamás  de  300  a  350  miliamperios.  Los 
riesgos  disminuyen  también  con  el  uso  constante  de  cistoscopios  de  irriga- 
ción continua,  gracias  a  los  cuales  las  partes  destruidas  son  arrastradas,  y 
teniendo  el  agua  más  bien  fresca  mantendrá  el  electrodo  a  una  tempera- 
tura constante  e  impedirá  en  su  vecindad  la  gaseificación  del  agua.  Por 
este  medio,  la  mayor  parte  de  las  burbujas  de  vapor  eventualmente  for- 
madas serán  evacuadas  tan  pronto  como  se  formen  y  se  evitará  así  ima 
acumulación  importante  en  el  vértice  de  la  vejiga,  susceptible  de  provo- 
car una  explosión. 

Al  nivel  del  vértice  era  el  sitio  donde  las  fisuras  de  la  pared  eran  más 
considerables,  y  sin  duda  alguna  por  donde  se  hubiera  roto  la  vejiga,  de 
haber  sido   la  tensión  mayor. 

Ante  casos  parecidos  aconseja  la  expectación  armada. 

C.  García  Casai 


Xuoi  ^s  y  Pii.LON.— Tratamiento  de  las  uloeraolones  tuberoulosas 
pop  las  cauterizaciones  de  solución  alcohólica  de  cloruro  de 
cinc.    Im   Méáecine,  año  VIII,  número  2,  noviembre  1926. 

En  1913  publicó  uno  de  los  autores  un  tratamiento  del  lupus  ulcerado 
que  daba  sorprendentes  resuJír.ríos  y  que  consistía  en  hacer  una  cauteri- 
zación con  una  solución  acuosa  de  cloruro  de  cinc  después  de  la  escarifi- 
cación de  la?  ulceraciones,  haciendo  después  una  pincelación  con  tintura 
de  yodo. 


—  625  — 

Poco  a  peco  hicieron  algunos  perfeccionamientos.  ^Reemplazaron  la  sct- 
lución  acuosa  de  cloruro  de  cinc  por  una  solución  alcohólica  de  So®.  El 
alcohol,  más  difusibie  que  el  agua,  hace  penetrar  más  profundamente  en 
los  tejidos  el  agente  esclerosante.  Y  por  último  utilizan  la  acción  del  clo- 
ruro de  cinc  en  las  ulceraciones  tuberculosas  sin  escarificaciones  previas. 

El  primero  de  los  cuatro  casos  publicados  es  un  enfermo  de  treinta 
y  cuatro  años  con  ulceración  tuberculosa  un  poco  fisuraria  y  bastante  ex- 
tensa en  la  región  anal.  Los  bordes  de  la  ulceración  son  cortados  a  pico, 
blandos,  un  poco  irregulares,  sin  infiltración  apreciable;  el  fondo  es  algo 
anfractuoso,  un  poco  carcomido,  con  supuración  poco  abundante.  Las*  ma- 
nipulaciones hechas  para  examinar  la  lesión  sQn  extremadamente  dolorosas. 

Los  tratamientos  instituidos  hasta  entonces  no  habían  logrado  ningún 
efecto  favorable,  continuando  la  lesión  extendiéndose  y  acentuándose  los 
dolores. 

Separando  las  nalgas  y  poniendo  la  lesión  bien  al  descubierto  se  hace 
una  cauterización  con  algodón  empapado  en  la  solución  de  cloruro  de  cinc 
(cloruro  de  cinc,  3  graníos;  alcohol  de  80®  ctgs.  para  10  c.  c.  El  dolor 
provocado  es  extremadamente  violento,  casi  sincopal  y  dura  más  de  una 
hora.  Bajo  la  acción  del  cloruro  de  cinc  la  superficie  ulcerosa  se  emblan- 
quece. Algunos  instantes  después  se  hace  una  aplicación  de  tintura  de  yodo 
pura.  Hasta  la  nueva  cura  se  lava  el  enfermo  todos  los  días,  haciéndose 
ima  aplicación  local  de  tintura  de  yodo  diluida  (tintura  de  yodo,  5  c.  c. ;  al- 
cohol de  500,  35  c.  c). 

En  cinco  o  seis  meses  cura  el  enfermo  i)or  completo  después  de  cinco 
cauterizaciones.  No  sólo  ha  curado  rápidamente,  sino  que  desde  la  primera 
cauterización  cedieron  los  dolores  intensísimos  que  le  hacían  la  vida  casi 
imposible.  No  creen  los  autores  que  ninguna  de  las  terapéuticas  empleadas 
clásicamente  en  las  ulceraciones  tuberculosas  dé  resultados  semejantes. 

Esta  observación  fué  el  punto  de  partida  de  otros  ensayos  terapéuticos. 

Por  el  mismo  procedimiento  han  tratado  dos  casos  de  ulceraciones  lúpi- 
cas,  una  sobre  la  mucosa  bucal  y  otra  cutánea,  habiendo  obtenido  resultados 
muy  satisfactorios. 

Como  se  ve,  este  método  de  tratamiento  de  las  ulceraciones  tuberculosas 
es  muy  sencillo.  Puede  resumirse  así: 

Próximamente  cada  tres  semanas  se  cauteriza  cuidadosamente  toda  la 
superfitie  de  la  ulceración,  insistiendo  al  nivel  de  los  bordes,  con  una  bola 
de  algodón   hidrófilo  empapada  en  la  siguiente  solución: 

Cloruro    de   cinc 3  gramos. 

Alcohol    de    8o«    ctgs.    para 10  c.  c 

Esta  cauterización  produce  inmediatamente  un  emblanquecimiento  muy 
especial  de  la  superficie  ulcerada;  inmediatamente  después,  pincelación  con 
tintura  de  yodo  pura ;  en  los  intervalos  de  las  cauterizaciones,  pincelaciones 
diarias  de  alcohol  yodado,  compuestas  de  intura  de  yodo  del  Codex  diluida 
en  siete  o  nueve  veces  su  volumen  de  alcohol  de  50®. 

El  efecto  es  rápido.  Desde  el  primier  día  se  traduce  por  una  sedación 


—  626  ~ 

muy  maniñesta  del  dolor ;  la  ulceración  ^  se  deterge,  se  hace  rosácea  y  sus 
bordes  se  aplanan.  Poco  a  poco  la  epidiermización  progresa  y  la  cicatriza- 
ción completa  se  obtiene  después  de  un  número  de  cauterizaciones  eviden- 
temente variable,   según   los  casos,   pero  siempre  relativamente  pequeño. 

C.  García  Casal 


índice  6ENEKAL  DEL  TOMO  XXV 


(La  letra  grande  Indica  los  trabajos  originales  y  la  letra  pequeña  los  analizados). 


Pág  . 

Aparato  olrculatorío 

Eppinger,  Kisch  y  Schwartz. — Investi- 
ciones  experimentales  acerca  de  la 
influencia  de  las  derivaciones  exis- 
tentes entre  los  sistemas  arterial  y 
venoso  sobre  el  volumen  del  latido 
del  corazón  y  el  tamaño  del  mismo.    527 

Frank  (L.)  y  Worms  ("í^.;.— Aortal- 
gia  y  angina  de,  pecho ii:\ 

Guggenheimer  (H,)  e  Hirsch  (P,). 
La  demostración  del  edema  latente 
por  medio  del  comportamiento  de  la 
pápula  cutánea  de  normosal 324 

Jungmann  (P.)  y  Haü  (R.). — ^Las  con- 
diciones de  producción  de  las  enfer- 
medades luéticas  tardías  de  los  va- 
sos        336 

Labbé  y  Heitz, — Importancia  de  la  os- 
cilometría  en  el  diagnóstico  de  las 
arteritis   estenosantes    6l^ 

Me.  Nealy  (R.  W.). — Simpatectomia 
periarterial  &í> 

Vaques  y  Domelot  (EJ^ — Las  cri- 
sis de  hipertensión  arterial  paroxís- 
ticas    Ó2i» 

Aparato  digestivo 

Mogena  (H,  G.), — ^Las  conoci- 
mientos más  recientes  sobre 
las  vías  ibi'liares 594 


Paga. 

Pron  (LJ. — .El  catarro  gáástri- 
co  muoosof raneo   54^ 

Binet  y  D<mptaitu — ^Estudio  fisiológi- 
co de  la  inervación  gástrica. 33 

Editorial, — ^La  vitamina  B  y  la  moti- 
lidad    gástrica 36 

Fonio  (A,). — El' valor  de  la  leucoci- 
tosis en  la  apendicitis  desde  el  pun- 
to de  vista  diagnóstico  y  pronós- 
tico     *..        S 

Liteh  Cheiiey  (H  .). — Significación  de 
la  aclorhidrja   í 

Gregoire  (R-). — Divertículo  del  duo- 
deno          6í 

Jáuregui  (Pj  y  Etchegarry.'^ljM 
quistes  hemáticos  del  hígado 3 

Montarral. — ^La  etiología  de  la  úl- 
cera gástrica  y  duodenal  SÍ 

Pmichet  (V.). — Divertículo  del  colon.      6( 

Parisot  (J,),  Ccrnil  (L.)  y  Han- 
sal  ("P. A— Observaciones  anatomo- 
patológicas  sobre  la  gastritis  termi- 
nal de  los  tuberculosos  pulmonares 
cavitaríos  í 

Raffaele  (G.). — ^La  alimentación  duo- 
denal como  tratamiento  de  la  til- 
cera   gástrica   ^,       í 

SaTngnac,  Mathicu  de  Fossey  y  Sor» 
les. — ^Reacciones  nerviosas  de  las  co- 
litis      36 

Segal  (L.). — ^Influencia  sobre  la  in- 
dicanuria  del  estreñimienito  y  dd 
tratamiento  por  el  bacilo  acidofilus 
en  los  enfermos  psicopáticos 23 


—  638  — 


PAgs. 

Simón  (O.). — El  tratamiento  dietéti- 
co del  estreñimiento  crónico  fun- 
cional         415 

Vandorfy. — Elstudios  sobre  la  fase  in- 
terdigestiva gástrica  en   el   hombre.    370 

Aparato  respiratorio 

Bonnamour  (S.). — La  muerte  súbita 
en  la  neumonia  senil 85 

Lundy  (J.  S.). — Complicaciones  pul- 
monares después  de  la  anestesia  por 
el  éter   etileno    234 

Aparato  urinario 

Bayle, — ^La    hipertrofia    compensadora 

del  riñon 373 

Grant — ^Anestesia   sacra  en   Urología.    371 
H,  Meyer  (H.). — Farmacología  de  la 

.    diuresis    73 

Matián, — El  diafragma  intervésico- 
prostático    después    de    la    prosta- 

tectomía   582 

M.  Brogsitter  (AJ  y  Dreyfuss  (^Í^.J. 
La  acción  del  sistema  nervioso  so- 
bre la  secreción  renal 85 

William  H,  Stewart  y  Eric  J,  Ryan. — 
Lsk  seguridad  de  la  colecistografia 
por  eí  método  oral,  según  nos  lo 
demuestra  el  análi^sis  de  un  cente- 
nar del  casos  245 

Fahr  (Th.). — Acerca  de  la  patogenia 
de  la  glomerulonefritis  294 

CánojBr 

Ichock  (G,). — Los  tumores  ma- 
lignos provocadQs  por  el  ejer- 
cicio de  una  profesión 345 

Babés. — Progresos  de  defensa  de  los 
tejidos    contra    el    cáncer 341 

Bohme  y  Zweifel  (E.). — ¿Hasta  qué 
punto  podemos  hoy  basar  un  pro- 
nóstico de  irradiación  de  un  cán- 

.  cer  uterino  fundándonos  en  la  in- 
vestíigación  histológica?  238 

Cassufo^ — Explosión  de  la  vejiga  en 
el  curso  de  una  electrocoagulación.      622 

Delorc  (X.),  Mallcl-Guy  (P.)  y  Bur- 


let  (J.). — Estudio  clínico  y  pronós- 
tico de  los  resultados  lejanos  de  la 
resección  gástrica  por  cáncer 242 

Eischer  (R.). — ^A  propósito  de  los  sue- 
ros radioactivos  anticancerosos.  La 
curieterapia  interna  de  los  cánceres.    391 

Mati  (P.). — La  trepanación  descom- 
prensiva   198 

Mayer  y  Heim. — Sobre  el  cultivo  de 
los    tejidos 343 

Pasman. — Sobre  el  tratamiento  del 
cáncer   de   estómago 366 

Sicard,  Belot,  Coste  y  Gastand. — ^As- 
pectos radiográficos  del  cáncer  ver- 
tebral      126 

Cirugía 

Giroflés  (L.j.-^Un  caso  de  apen- 
dicitis  perforada.  —  Autoob- 
servación    35 

Moersch. — Estudio  de  la  capacidad  vi- 
tal de  un  millar  de  enfermos  qui- 
rúrgicos        137 

Dermatología  y  Sífliis 

Be  jarano  (J.)  y  Gay  (J.  A.). 
La  siñlis  como  causa  de  los 
sindiromes  extrapiramidaJes...      97 

/.  Oniiveros  (FJ. — La,  sífilis  co- 
mo causa  de  los  síndromes  ex- 
trapiramidales    393 

Sousa-Araujo  (H.  C), — El  es-   • 
tado  actual  de  la  profilaxis  de 
la  lepra  en  Hawai,  Japón,  Fi- 
lipinas, India  y  Noruega 498 

Barthélemy. — ^Embolia  arterial  por  in- 
yección intramuscular  de  carbonato 
de  bismuto 376 

Daubresse  -  Morclle. — Contribución  al 
estudio  del  tratamiento  de  las  der- 
matosis por  los  agentes  físicos.  Tra- 
tamiento de  las  neurodermatosis, 
pruritos  y  prurigos  por  los  rayos 
Roentgen 375 

Lovtal- Jacob    y    Morlaas. — Sobre    un 


Szg 


caso  de  lepra  mixta  tratado  por  la 
crioterapia    ^ 621 

Lort'Jacob,  Pellissier  y  Gilbert-Drey- 
fus. — Papel  del  ácido  salicílico  y  de 
ciertos  vegetales  llamados  depurati- 
vos en  la  provocación  de  las  dishi- 
drosis    425 

Nicolás  y  Pillon, — ^Tratamiento  de  las 
ulceraciones  tuberculosas  por  las 
cauterizaciones  de  solución  alcohó- 
lica de  cloruro  de  cinc  624 

Meyer. — La  solución  plcohólica  de  sul- 
fato de  cobre  en  Dermatología 424 

Rodrigues  (J,  N.),--Ax>s  trastornos  de 
la  sensibilidad  cutánea  en  la  lepra.    141 

Sitfíone  Laborde. — ^La  curieterapia  de. 
los    cánceres    de  piel 122 

Spillman  y  Watrin. — Sobre  el  trata- 
miento de  los  pénfígos  y  de  las 
afecciones  ampollosas  en  general  ...      6ih 

Vocea. — ^La  contagiosidad  de  la  sífilis 
terciaria    138 

Yahnel  und  Lange.  —  La  inmunidad 
de  los  paralíticos  generales  contra 
la   sífilis ,559 

Young  e  Hill. — El  uso  del  mercurio- 
cromo-220  soluble  en  el  tratamiento 
de  las  enfermedades  infecciosas  de 
la  piel 133 

Endocrinología  y  Nutrlolón 

Serrano  Díaz  (R.). — ^El  factor 
imfecdoso  en  las  enfermeda- 
des del  tiroides 585 

Aht. — Estado  actual  de  nuestros  co- 
nocimientos acerca  de  la  glándula 
timo   508 

^arot. — ^La  uricemia  en  su  relación 
con  el  metabolismo  nucleoproteico...    486 

Fishberg. — El  problema  de  la  rela- 
ción carbono-nitrógeno  en  la  ori- 
na de?  nifio  228 

Harpuder  y  Sfnts.  —  Acerca  de  los 
trastornos  del  metabolismo  en  la 
gota  ., 225 

Josephus  (H.). — Hipoglucemia  post- 
anestésica;  estudio  de  la  etiología 
de  los  vómitos  cíclicos 124 

Kanffma,  Costa  y  Roche. — Acción  de 


la  insulina  sobre  las  oxidaciones  ''iii 
vitro"  e  **in  vivo".  La  insulina  cu 
la  ter^utica  de  la  carbonuria  des- 
oxidativa    4 

Katsch  y  Kalk. — Acerca  del  método 
dinámico  de  exploración  del  quimis- 
mo  gástrico.  III:  Los  cloruros  del 
jugo  gástrico,  especialmente  en  la 
anaclorhádria    5 

Kichel  y  Nordmann, — El  papel  del  sis- 
tema secretor  pancreático  en  la  gé- 
nesis de  los  islotes  de  Langerhans.    3 

Lawretvce. — El  efecto  del  ejercicio  so- 

•  bre  la  acción  de  la  insulina  en  la 
diabetes   3 

Loeper. — Thiemia  noruial  y  patoló- 
gica        5 

López,  Decourt  y  Garcin^ — ^La  fun- 
ción dei  las  suiprarrenales  sobre  el 
metabolismo  del  azufre  2 

Lisser  (H.)  y  H.  Shepardson  (C). — 
Tetania  paratireoptiva  tratada  por 
el  extracto  paratiroideo  de  CoUip. 

Nitsescu. — La  insulina  y  la  secreción 
biliar    3 

Obregía  y  Padeano. — Influencia  del 
alcohol  sobre  el  valor  del  metabo- 
lismo  basal    5 

Roger. — Glucuria  y  glucoronuría. 4 

Samson  (K.J.—Ls,  significación  del 
fósforo  del  suero  en  la  patogenia, 
diagnóstico  y  tratamiento  del  ra- 
quitismo         I 

Scherk. — El  valor  diagnóstico  de  la 
curva  de  la  glucemia  después  de  la 
ingestión  de  glucosa  en  la  úlcera 
péptica  y  en  el  cáncer S 

Schniack.  —  Contribución  al  estudio 
de  la  enfermedad  de  Basedow  con- 
secutiva a  la  ingestión  de  yodo...      5 

Takchiza  Takahashi. — Estudios  oftal- 
mológicos en  la  diabetes  pancreática 
en  los  perros  y  observaciones  sobre 
la    acción   de    la    insulina 4I 

Weil  y  Chevalier. — Lá  enfermedad  de 

Gaucher   <: 

Weil  y  GuUlaumin Hiperglucemia, 

hipercolesterina,  aumento  de  los 
componentes  úricos  globulares  e 
hipertensión  variable.  Su  origen 
renal S